La última muerte de Heiki Q. - ¡Recorré el libro!

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LA ÚLTIMA MUERTE DE

HEIKI Q. Chavela Dueco


ÍNDICE SEGUNDOS PREVIOS AL COMIENZO DE LA HISTORIA ................................................................................ 7 1 | LA CHICA DE PELO ROJIZO Y VESTIDO AZUL CON LUNARES BLANCOS ............................... 9 2 | EL SILLÓN FLOREADO DE LA SERIEDAD................................................................ 25 3 | ANATIDAEFOBIA ............................................................... 39 4 | UN DISCO DE VINILO, UNA MÁQUINA DE ESCRIBIR, UN CAMISÓN, UNA BOTELLA, UN BANJO, LIBROS Y HEIKI ....................................... 49 5 | LA NIÑA QUE HA LEÍDO DEMASIADO ............. 59 6 | CORRER Y GRITAR ........................................................... 69 7 | SALVANDO EL DÍA ............................................................ 81 8 | FAHRENHEIT 451............................................................... 93 9 | LA ROSA................................................................................. 101 10 | LA ÚLTIMA MUERTE DE HEIKI Q....................... 109 11 | EPÍLOGO ............................................................................... 117 SOUNDTRACK .............................................................................. 119


Chavela Dueco Nace en Buenos Aires, en 1989. A los diez años, y tras la muerte de su madre, se muda con su padre a Londres, ciudad que despierta en ella su dormido y heredado don de la escritura. En su adolescencia comienza a escribir palabras sobre todo material que encuentra: hojas, muebles, paredes, techos… hasta la piel de las personas. Para convivir con su pulsión de escritura, participa en un taller de poesía y se vuelve fantática del haiku. Al terminar la escuela secundaria, decide formarse de manera autodidacta, y comienza a estudiar distintos tópicos que ella misma elige una vez por mes. Así es como encuentra referentes en Frédéric Beigbeder, Bob Dylan, Nikola Tesla, Dimitri Shostakóvich, y en el creador de la plastilina Play-Doh. Cuando a los veinticinco años regresa a su país natal, escribe La muerte de Heiki Q., su ópera prima en narrativa, y la primera parte de la saga que tiene como protagonistas a Heiki y Vincent.


SEGUNDOS PREVIOS

AL COMIENZO

DE LA HISTORIA Se recomienda acompañar la lectura con las distintas piezas musicales a las cuales se hace referencia en el transcurso de la historia, en el volumen que sea deseado*. Vincent Coy

* El lector musicómano encontrará el soundtrack de la novela en la página 119.



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LA CHICA DE PELO ROJIZO Y VESTIDO AZUL CON LUNARES BLANCOS

Él me mira. Yo lo miro. Ella me mira. Yo lo sigo mirando a él. Y él sigue mirándome a mí. —Entonces, Vincent, ¿por qué estás acá? —me pregunta quien se supone que va a ser mi nuevo psiquiatra. —¿Usted puede ver a la mujer, de pelo rojizo y vestido azul con lunares blancos, sentada sobre su escritorio? —pregunto. —No. —Exactamente. Silencio. Nadie habla. Él me sigue mirando, y con un movimiento de cejas me informa que una pregunta está por salir de su boca. —¿Vos sí podés verla? —Pensé que había dejado en claro que yo podía verla al preguntarle si usted podía verla. —No, no lo sentí tan claro —me responde quien cada vez está más cerca de dejar de ser mi nuevo psiquiatra—. Entonces, esta mujer… ¿Podés comunicarte con ella?

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Luego de notar que estamos en una conversación en donde no entiendo por qué él me tutea y yo le hablo de usted, respondo a su pregunta. —Sí. —Me gustaría verte hablar con ella. —No. —¿Por qué no? —Porque estoy… —intento encontrar la manera de explicarlo con la menor cantidad de palabras posibles—. Ella me… Ella tiene… No quiero oírla. Me molesta. Es muy molesta. —Estoy escuchándote, Vincent. —Y grita mucho. Interrumpe mis conversaciones con otras perso… —¡¿Yo?! —Lo estás haciendo en este momento —le digo sin dejar de mirar al psiquiatra, y continúo con mi explicación: Entonces decidí intentar ignorarla la mayor parte del tiempo. El psiquiatra se toma unos segundos para quedarse en silencio y poner una mirada que demuestre que está en el medio de un pensamiento trascendente. —Entonces —dice él—, ¿por qué estás acá? Antes de responder me pregunto si él es consciente de que esto, además de ser mi primera sesión con él, es su primera entrevista de trabajo conmigo. —Porque estoy viendo o a un fantasma o a una mujer que posiblemente no sea real y solo exista en mi cabeza. —Que exista solo en tu cabeza no significa que no sea real —responde él y no logro decidir si eso que acaba de decir sumó o restó puntos a su entrevista. —Doctor… [ 10 ]


—Llamame Octavio… o podés llamarme Otto —dice, tratando de generar empatía. “Está despedido”, pienso como respuesta, pero no lo digo. Y ella ríe como si estuviera en mi mente, como si pudiera escuchar mis pensamientos. Por primera vez se me cruza por la cabeza esa posibilidad. Y comienzo a sentirme bastante vulnerable. —¿Vos podés escuchar mis pensamientos? —le pregunto, mirándola a la cara. Ella me devuelve la mirada y me responde con un guiño que interpreto como un gran “sí”, y termino de descartar completamente la hipótesis del fantasma. —¿Quién es ella? —pregunta el Dr. Octavio. Su pregunta me recuerda la segunda primera vez que la vi, y todos esos pensamientos que tuve —pensamientos que ella, posiblemente escuchó—. Entonces empiezo a contarle al Dr. Octavio por qué estoy acá con la mayor claridad posible, anestesiando mis emociones para el viaje mental al pasado. El funeral de Heiki Q. Era un día nublado —literal y metafóricamente— y recuerdo que mi intento de estar alejado de la gente solo parecía conseguir el efecto contrario. Eso y el hecho de tener marcas de golpes por toda la cara. Y una férula en la muñeca izquierda de color rosa —según mi padre, era el único color de férulas que pudo encontrar en diez cuadras a la redonda— que contrastaba con todos los tonos de gris y negro que predominaban en el funeral. —Lo siento mucho, Vincent. —Es una pena, Vincent. [ 11 ]


—Era tan joven, Vincent. —Lo siento mucho, Vincent —de nuevo. Pero ninguna de esas palabras era de mucha ayuda. Ninguna de esas palabras lograba que un rayo cayera en el cementerio, se abriera el cajón y apareciera con vida de nuevo la mujer que me había dado mi primer beso. Ya iba por el undécimo “lo siento mucho” del día, cuando se acercó mi padre e hizo lo único que estaba esperando que alguien hiciera: —¿Cómo estás? —me preguntó. Con él no precisaba palabras. Una mirada bastó para decirle que lo único que necesitaba en ese momento era una dosis de realidad. De honestidad. —Vincent, la vida a veces es una gran montaña de estiércol —dijo mi padre. La elección de palabras en su mensaje me hizo reír… demasiado. Noté que la gente estaba buscando de dónde había provenido esa risa. Intenté mantenerme serio, pero dejando una disimulada sonrisa en mi rostro, para satisfacer, aunque sea un poco, mis ganas de reír. —Padre. —Hijo. —Creo que ahora deberías darme un consejo. —¿Quién? ¿Yo? —Sí. —No. Yo no. Yo no puedo aconsejarte. Vos con tus dieciocho años sabés más de la vida que yo —dijo de tal manera que no pude distinguir si hablaba en serio o bromeaba, aunque posiblemente estuviera haciendo las dos cosas al mismo tiempo. [ 12 ]


—Papá. —¿Qué? —¿Por qué tuvieron que poner una gigantografía de la cara de Heiki al lado del cajón? Hace que todo esto luzca patéticamente dramático. Entonces llegó el cura, y pidió perdón por haberse retrasado. —Papá —susurré. —¿Qué? —¿Por qué tuviste que enseñarme a tomar todo con humor? —Perdón, hijo. Pensé que era la mejor manera. —Creo que no lo es. —¿No? —Al menos, no siempre. Mi padre apoyó su mano en mi hombro. —Hijo, la vida a veces es una gran montaña de estiércol, pero el estiércol también puede usarse como fertilizante. Realmente estaba tratando de hacerme sentir mejor, y el solo hecho de intentarlo bastaba para cumplir en parte con su objetivo. En ese momento el cura comenzó a hablar, a dar un sermón sobre la muerte, la vida y la inmortalidad. Repitió varias veces que Jesús no era solo una estampita, y cada vez que lo decía nos mirábamos con mi padre para ver a quién se le dificultaba más mantener la seriedad… —¿Lo notás? —interrumpe mi relato quien se encuentra a segundos de pasar a ser mi nuevo ex psiquiatra. [ 13 ]


—¿Estás intentando decirme que te enamoraste de mí? —preguntó Heiki—. ¿Y elegiste decírmelo mientras manejás? ¿Vos sabés que es el motivo número dos de accidentes automovilísticos? Viene, en primer lugar, “Uso del celular”, y luego, casi cabeza a cabeza, “Declaración de amor en momento inoportuno”. —Yo nunca dije que estaba enamorado de vos —respondí y al hacerlo me temblaron más de lo normal las cuerdas vocales—. ¿Y además, a qué te referís cuando decís “momento inoportuno”? —Vincent, cualquier momento en el que una persona declara su amor a otra es un momento inoportuno. —¿Por qué? —Porque la otra persona nunca sabe bien qué decir o hacer con ese amor. Aunque sea recíproco. Nadie está preparado para escuchar que alguien lo ama. —¡No dije que estaba enamorado de vos! —Está bien. Nos quedamos en silencio, hasta que ella se apiadó de nosotros y encendió la radio del auto, sintonizada en la Aspen 102.3, la radio favorita de mi padre. Una que pasa clásicos románticodepresivos durante las noches, culpable de haber elevado considerablemente el promedio de suicidios durante las últimas dos décadas. El poder de las casualidades eligió que sonara “The Rose”, cantada por Conway Twitty. Iba por la parte en donde dice, en inglés, que el amor es una flor. Al escucharla, Heki sonrió. Sabía que yo odiaba esa canción… y quizás odio sea una palabra demasiado simple como para explicar lo que siento por ese tema. Era su tercera canción favorita en el [ 16 ]


mundo. Cada vez que la melodía llegaba a su auge, cuando la batería tomaba protagonismo, ella cerraba el puño y lo movía sutilmente para seguir el ritmo. Era algo muy ridículo, pero también una de las cosas más bellas que había visto en mi vida. La voz de Conway Twitty se calmó y nos avisó que ese momento estaba por llegar. Me fue inevitable mirarla. Su pelo se veía tan rojo, como si hubiera absorbido la luz del sol durante el día para poder mantener la misma intensidad durante la noche. Heiki comenzó a cerrar el puño. —Vincent, creo que… Y en ese momento colisionaron los dos motivos principales de accidentes automovilísticos, sin que ella terminara esa frase jamás. El Dr. Octavio me observa y noto confusión en su cara. —Chocamos contra una camioneta negra, el hombre que manejaba estaba leyendo un mensaje de texto. Él sobrevivió, yo sobreviví, y ella no explico. —Oh. —… —… —¿Alguien piensa decir algo o nos vamos a quedar en silencio analizando mi muerte? —pregunta ella—. Porque, no les voy a mentir, me pone un poco incómoda. Y como no quiero entrar nuevamente en una discusión, elijo continuar con el relato de la segunda primera vez que la vi. En el momento en el que —dentro de mi cabeza— volvíamos a chocar contra la camioneta, abrí los ojos de [ 17 ]



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