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2.1. Lengua y actividad económica
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2.1. Lengua y actividad económica
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La actividad económica se despliega a través de múltiples y complejas transacciones entre agentes de uno o más países. Son transacciones de muy diversa naturaleza y alcance, que afectan a los factores productivos, a los activos y recursos que poseen los agentes o a los bienes y servicios que estos generan. Algunas de estas transacciones están regladas expresamente, dando lugar a contratos explícitos y formales entre las partes, otras se rigen por reglas consuetudinarias o por acuerdos tácitos e informales, aunque mantengan fuerza normativa; muchas de ellas se resuelven en un marco temporal breve (transacciones intratemporales), otras requieren de períodos dilatados para ser plenamente consumadas (transacciones intertemporales); algunas son operaciones únicas en el tiempo, otras obligan a transacciones recurrentes; en fin, las hay que implican relaciones simples entre un número reducido de agentes, mientras otras requieren de fórmulas más complejas y pueden implicar a muy diversos actores.
Ahora bien, más allá de su diversidad, a todas las transacciones es común la necesidad de un canal de comunicación comprensible, de un lenguaje en suma, que sea compartido entre los agentes implicados y permita fi jar las condiciones del acuerdo. De algún modo tiene que existir la posibilidad de que los agentes expresen sus requerimientos y demandas y puedan otorgar la conformidad con las obligaciones que se derivan del contrato. Lo que implica comunicar las prestaciones y el precio del bien comerciado, fi jar las condiciones de la transacción y prever las sanciones en caso de incumplimiento.
En defi nitiva, sin una comunicación, tácita o expresa, entre vendedor y comprador (o entre prestamista y prestatario) es imposible que una transacción mercantil se realice. Para que exista esa comunicación se requiere que ambos agentes compartan un
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sistema de signos que resulte mutuamente comprensible. La lengua es el más completo y versátil sistema de signos de que disponen las sociedades. De ahí que defi nir una lengua comprensible para ambas partes resulte ser uno de los primeros requerimientos para un empresario que pretenda proyectar su negocio más allá de sus fronteras lingüísticas; y, en sentido inverso, cabría decir que la disparidad de lenguas se constituye en uno de los obligados obstáculos que debe superar todo agente que opere en un marco internacional. Todo ello confi rma que sin transacciones no existe vida económica; y sin la capacidad de comunicación que proporciona una lengua, cualquiera que ésta sea, las transacciones serían imposibles.
Los anteriores argumentos nada indican acerca de la lengua en que se fi ja la transacción, lo único relevante es que la lengua sea compartida: es decir, que propicie el entendimiento mutuo. Puede ser una lengua originariamente común para ambas partes o una lengua ajena que ha sido aprendida para acordar la transacción. ¿Puede haber ventaja en el manejo de una lengua determinada? Si se parte de que todos los idiomas tienen, en esencia, similar capacidad expresiva, la única diferencia que cabe identifi car es la que alude al carácter originario o aprendido de la lengua utilizada (es decir, si el agente opera en su lengua materna o en otra lengua que ha tenido que aprender). No es difícil suponer que el uso de la lengua materna comporta menores costes y otorga mayor capacidad expresiva a los agentes económicos, lo que puede ser relevante en la medida en que nos encontremos ante transacciones económicas complejas2. Al fi n, acceder al conocimiento de una lengua comporta costes, en tér-
2. La diferencia puede parecer mínima dado que toda lengua es adquirida a través de un proceso de aprendizaje. No obstante, los estudios de psicopedagogía revelan que el proceso de adquisición del lenguaje es mucho menos costoso (y el dominio de la lengua más pleno) cuando la persona está inmersa en ese contexto idiomático y cuando el aprendizaje se produce, de manera natural, en el período en que la persona conforma su capacidad cognitiva, en los primeros años de su vida.
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minos de tiempo y esfuerzo (incluido, en su caso, esfuerzo económico). Por ello, la posibilidad de recurrir a la propia lengua materna como vía para la fijación de las condiciones de una transacción comporta una inequívoca reducción de costes. Al tiempo, permite una más rica y modulada capacidad expresiva para formalizar la transacción, lo que otorga mayor seguridad a los agentes. Por uno y otro motivo, pertenecer a una comunidad lingüística implantada y extensa, en la que se realizan buena parte de las transacciones económicas relevantes, constituye una ventaja indudable (una renta diferencial, en suma) para los agentes económicos. La lengua puede, por tanto, aportar valor (o reducir costes) a las transacciones económicas; y, como consecuencia, poseer una lengua relativamente implantada y extensa en el ámbito internacional ofrece una renta diferencial (en el sentido planteado por David Ricardo), un benefi cio neto respecto a los rivales.
Además de su valor instrumental para la comunicación, la lengua opera como vía privilegiada de transmisión de emociones, individuales y colectivas. La lengua constituye una materia prima a través de la que se materializa el espíritu creativo de un pueblo. Esto hace que surja toda una serie de industrias creativas que utilizan la lengua como insumo básico en sus procesos de generación de valor. También en tal caso hay una aportación de valor económico asociado a una lengua: un valor que es tanto más elevado cuanto amplio el espacio en el que esa lengua opera. Desde esta perspectiva, disponer de una lengua internacional permite asentar industrias que no existirían o tendrían una proyección internacional menor si la lengua fuese exclusiva del país en cuestión.
Por último, a través de la lengua toman forma imágenes, metáforas y símbolos, que en muchos casos solo pueden ser interpretados en el marco de un determinado contexto cultural; y a ese contexto retornan, nutriendo, en sucesivos estratos,