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3.5. Valoración de las políticas lingüísticas
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ral de los inmigrantes en su fase inicial, caracterizada por niveles altos de segregación ocupacional y de escasa movilidad laboral ascendente. Ello hace más razonable que la infl uencia del capital lingüístico común se refl eje más en la integración laboral que en otras dimensiones de la integración social, y que, en conjunto, refl eje el predominio de un patrón de asimilación segmentada.
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Puede decirse, en suma, que se dispone hoy de un análisis comparable a otros internacionales acerca de los efectos que una lengua como el español tiene en los procesos de decisión y en los resultados laborales y sociales de la emigración.
3.5. Valoración de las políticas lingüísticas
Hay que referirse seguidamente a otra gran implicación, para la Economía de la lengua, de la presencia de externalidades de red. Y es que estas inciden, también, en la valoración de las políticas lingüísticas, en la que hay que incorporar, además del componente privado de benefi cios y costes, la rentabilidad —y el coste— social que se sigue de ellas.
El planifi cador puede hallar, por ejemplo, el grado óptimo de gasto público en «diversidad lingüística»; esto es, en primar a una lengua local para que no desaparezca ante otra mayoritaria, por señalar un tema de recurrente interés. Bajo el supuesto de que los benefi cios de este tipo de política aumentan con el gasto, pero a una tasa decreciente, en tanto que los costes lo hacen a una tasa creciente, la aplicación de la «regla de oro» de la maximización del benefi cio neto llevaría a un gasto óptimo Gd*, tal y como se muestra en el gráfi co 3.2 (Grin, 2003): sería el nivel de gasto para el que la diferencia entre beneficios y costes de la política de diversidad lingüística se hace máximo.
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Aquí empiezan, en todo caso, las difi cultades: valorar esos benefi cios y costes que se derivan de la política lingüística. Tarea ya difícil en lo que hace a los de tipo privado y que se monetizan en el mercado, pero muchas veces inaprensible cuando se tratan de incorporar los benefi cios y costes sociales, en particular aquellos que no pasan por el mercado (Grin, 2004).
Gráfi co 3.2. El gasto óptimo en diversidad lingüística
B, C
Benefi cios
Costes
Gd* Gd
En efecto, hay un componente privado —y de mercado— en los benefi cios y costes de cualquier política lingüística que puede ser evaluado como lo hace la Economía en otras áreas de la intervención pública (del Estado central o de otras administraciones territoriales, como sucede en España).
Sobre la valoración del bilingüismo en España, deben citarse, por un lado, los trabajos publicados por Josep Colomer
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(1991, 1996a y 1996b) en el decenio de 1990. En síntesis, Colomer sugiere —a partir de unas modelizaciones de interacción lingüística entre individuos y grupos basadas en unos supuestos muy amplios— que el aprendizaje generalizado de una segunda lengua será posiblemente una solución más efi caz (en términos de valor social neto) para resolver el problema comunicativo que el recurso sistemático a la traducción y la interpretación. Por otro lado, está la obra más reciente, y también referida a Cataluña, del sociólogo Amado Alarcón Alarcón (2004). Su libro, fruto de una tesis doctoral, contiene una exhaustiva revisión de la literatura y un interesante estudio empírico, al que ya se aludió antes, acerca de la relación entre idioma y mercado de trabajo en Cataluña, tanto desde la óptica de las empresas como de los individuos. Está claro, a tenor de sus resultados, que «en Cataluña, el conocimiento del catalán supone un elemento de inserción laboral y de movilidad social».
Y no puede dejar de citarse en este punto la contribución de dos de los más reputados especialistas internacionales de la Economía de la lengua, Grin y Vaillancourt, en particular su trabajo conjunto fechado en 1999 sobre la evaluación coste-efectividad de políticas que tienen que ver con lenguas minoritarias. Estiman, para 1997, en 133 euros por estudiante y año el coste de la política lingüística desplegada en el terreno de la educación en apoyo del eusquera (gastos en formación de profesores, en fabricación de materiales docentes y gastos generales de tipo «institucional» incluidos). Lo que significa, dado el coste medio por estudiante y año de la enseñanza en España (2.800 euros), que el coste extra de un sistema educativo bilingüe es, en este caso, de apenas el 5 por 100 (parecido a cálculos referidos a otros casos estudiados). No les parece mucho, y creen, además, que los gastos de formación del profesorado serán lógicamente decrecientes. En una más reciente contribución, Grin (2008), respondiendo a la pregunta de por
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qué hay preocuparse por el multilingüismo, ha concluido: «Porque es moralmente correcto, técnicamente factible —y vale la pena el coste».
Dentro de la complejidad de esta cuestión, Vaillancourt y Grin (2000) han desarrollado una metodología para analizar los costes y benefi cios de todo tipo que se siguen de usar una u otra lengua para fi nes educativos. Es este uno de los campos en los que la Economía de la lengua ha entrado con más decisión, lo que guarda relación con el auge que en los últimos tiempos parece advertirse en todo aquello que se relaciona con la diversidad lingüística (en todo el mundo, y en España también); interés creciente, al revelarse la lengua, a veces casi al margen de su función comunicadora, como un poderoso elemento identitario de corte nacionalista, y un intangible, por tanto, que valoran —incluso económicamente, en su disposición fi scal— los hablantes de ciertas lenguas: un depósito de valor intangible, en defi nitiva, que cada comunidad lingüística conserva y enriquece como seña de identidad colectiva, de igual modo que lo hace, por ejemplo, con su patrimonio histórico.
Sin entrar en otras cuestiones conexas, las implicaciones económicas de la propia pluralidad lingüística de la Unión Europea conforme van ingresando nuevos países y lenguas, todas con ánimo de prevalecer, no deja de ser un tema de gran interés académico y práctico: Jonathan Pool (1996) ha estudiado, precisamente, las condiciones para un «régimen lingüístico óptimo» dentro de la Unión Europea, a la vista de que el aumento lineal de países provoca un incremento exponencial de los costes de traducción e interpretación en la burocracia comunitaria. El argumento es el mismo, solo que en sentido inverso, al que antes sirvió para ilustrar las ventajas de una lengua común: ahora, en un foro compartido por un conjunto de países con n lenguas distintas, las necesidades —y el coste— de traducción acomoda-
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das a las posibilidades de interacción binaria son de n(n-1); y un nuevo país de lengua diferente añadiría 2n necesidades potenciales de traducción. Cuando hablamos de relaciones entre ciudadanos de estos países, el coste se hace exponencial.
Todo esto ha creado una percepción —quizá solo subjetiva, dice Grin (2003)— de aumento de la diversidad lingüística internacional, que se contrapone con otra percepción, seguramente más objetiva, hacia la uniformización lingüística en todo el mundo —lógicamente, en torno del inglés— que la globalización y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones traen consigo: Internet sería su muestra más palpable. Todo parece sugerir, como ya se ha señalado, que la presencia de los idiomas en Internet viene condicionada por el desarrollo de la Sociedad de la Información experimentado en los países en donde esas lenguas se hablan. Aunque no se trate del único factor infl uyente, la relación parece confi rmarse a partir de la información disponible.
Puede decirse que parte del retraso en la presencia de la lengua española en las páginas web deriva de un fenómeno económico y tecnológico asociado al grado de desarrollo de la Sociedad de la Información en los países de habla hispana. Pero existen otros factores que determinan la presencia de los idiomas en Internet. Por ejemplo, la vitalidad social, cultural o económica de los países (más allá de la que pueden aproximar las cifras de renta por habitante) probablemente constituye un factor relevante en la explicación del nivel de proyección internacional de una lengua. Piénsese en las actividades de investigación en la mayoría de campos científi cos, donde el inglés es lingua franca, en muchos casos en clara expansión.
Geoff rey Nunberg (2000), tras constatar también la abrumadora presencia del inglés en la Red, sostiene, no obstante,
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que «los hablantes de lenguas principales no tienen que dejar sus vecindades lingüísticas para consultar un periódico o una enciclopedia on line; para buscar casa o trabajo; para participar en discusiones sobre horticultura; o para comprar billetes de avión, libros, perfumes, muebles o software». Algo que no solo tiene que ver con el número de hablantes de una lengua, sino también, y quizá sobre todo, con el porqué y el cuándo se habla, y con lo que signifi ca para ellos en términos de identidad social (y, por supuesto, con todo un conjunto de variables socioeconómicas, y hasta geopolíticas, de la comunidad lingüística de que se trate: es el caso, por ejemplo, del idioma chino).
Pero, por otro lado, no hay que perder de vista que las externalidades de red de la lengua se multiplican con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones, que también son de red y aumentan la intensidad y expanden el ámbito geográfi co de las interacciones entre los seres humanos. Las tendencias que ello provoca hacia una reducción del número de lenguas «dominantes» en el mundo (reducción, que no imposición de una única lingua franca), y también, de un modo no contradictorio, hacia una mayor demanda de trabajadores bilingües, han sido estudiadas por Richard G. Harris (1998).
La diversidad lingüística ha dado pie a otros planteamientos desde la óptica económica. Por ejemplo, el de Edward P. Lazear (1999)5, quien sostiene, a partir de la experiencia norteamericana, que el valor de la asimilación —impulsada cuando hay una poderosa mayoría cultural y lingüística, pero refrenada allí donde, frente al grupo lingüístico dominante, hay una len-
5. Autor que se declara tributario del espíritu de la obra de Gary Becker, en particular de su Th e Economics of discrimination (1957), al buscar, él también, un esquema teórico, desde la Economía, de cómo interactúan diferentes grupos étnicos.
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gua y una cultura inmigrantes ampliamente representadas, o bien protegidas, en el nuevo país— es, en todo caso, mayor para un individuo que pertenece a una pequeña minoría que para otro de un grupo minoritario mayor. Comprueba empíricamente que la probabilidad de que un inmigrante aprenda inglés y lo maneje con soltura está inversamente relacionada con la proporción de población local que habla su lengua materna; y ve en ello una respuesta racional a las diferencias que se dan en el valor de aprender inglés entre los distintos grupos de población inmigrante. Todo esto cobra particular interés cuando se observa a los hispanos de Estados Unidos, el grupo inmigrante que más lentamente va perdiendo el dominio de su lengua, el español, a través de las sucesivas generaciones, y que, por tanto, dicho en positivo, más lo mantiene: el español es la lengua que más persiste entre los jóvenes del conjunto de grupos inmigrantes en Estados Unidos, y es, asimismo, la que congrega más hablantes adoptivos; en todos los niveles educativos, es la lengua mayoritariamente elegida (Criado, 2007).
Otro autor destacado dentro de la Economía de la lengua, el ya citado Vaillancourt (1985), enlaza también con Gary Becker —en este caso, con su «A theory of the allocation of time» (1965)—, y en un sentido que tampoco debe pasar desapercibido para el lector español: «En su texto de 1965, Becker señalaba que las variables relacionadas con el medio, tales como la escolaridad, podían tener efectos sobre la productividad de los hogares y en sus actividades domésticas. En nuestro texto se demuestra cómo la infl uencia de las competencias lingüísticas sobre la elección de la lengua de consumo puede ser analizada tratando a esas competencias como una variable del medio (…). La observación empírica confi rma la hipótesis de la existencia de un vínculo entre las competencias lingüísticas de un individuo [el análisis abarcó una muestra de 2.185 residentes en Quebec] y las preferencias que manifi esta a favor de una