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factor de internacionalización

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ta para los países anglosajones, está refl ejando su importancia como elemento aglutinador para los intercambios comerciales dentro del gran condominio hispánico. El español, pues, aproxima, y mucho: más que sumar, como alguna vez se ha dicho, multiplica. Pero también es cierto que las potencialidades del español como factor de estímulo de las interrelaciones económicas internacionales están por desarrollar, como demuestra el estudio de caso de la industria editorial que también se expone en Jiménez y Narbona (2011).

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3.7. La lengua como intangible empresarial y factor de internacionalización

Debe subrayarse ahora un último aspecto: bien (o servicio) privado o público, la lengua, aunque a veces apoyada en soportes físicos, tiene una naturaleza esencialmente intangible —a modo de software económico— que difi culta, en todo caso, su valoración desde un punto de vista material y contable10. La valoración de intangibles es uno de los temas en estudio, y de más calado, sin duda, en la Economía de la empresa. Sin embargo, la lengua como intangible tampoco ha aparecido hasta ahora en esta literatura de corte empresarial. Si acaso, algunos estudios se han interesado en la elección, por parte de las empresas —en particular las multinacionales— de una «lengua de trabajo», sobre la base de la minimización de los costes de transacción (básicamente, los de comunicación e información) dentro de la empresa.

Estudios iniciales, ambos de 1990, fueron los de Carol S. Fixman y Nigel B. R. Reeves, ocupados, respectivamente, de

10. Esta es la argumentación que subyace en el artículo de José Luis García Delgado y José Antonio Alonso (2001).

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la necesidad de contar con otras lenguas extranjeras en las multinacionales de capital norteamericano (desvelando cómo las de menor tamaño parecían más sensibles que las grandes a valorar las lenguas extranjeras) y en las de capital británico (en este caso, con la amenaza de una ampliación europea en ciernes que pudiera germanizar lingüísticamente el continente). Posteriormente, el trabajo de Rebecca Marschan-Piekkari y Denice y Lawrence Welch (1999) indagó, a través del estudio de caso de una multinacional fi nlandesa (Kone), en el impacto de la lengua sobre la estructura, el poder y la comunicación de la empresa. Dos conclusiones sobresalen: una, que la lengua, a menudo olvidada, impone, sin embargo —al actuar unas veces como barrera, y otras como facilitadora—, su propia estructura de fl ujos de comunicación y de redes personales, infl uyendo igualmente en la capacidad y en la forma de controlar la gestión de las empresas subsidiarias; otra, que la lengua es utilizada muchas veces como una fuente informal de poder dentro de las multinacionales que se mueven en distintos ámbitos lingüísticos11 en todo caso, nos dicen, «no es posible gobernar efectivamente ninguna organización de dimensión mundial desde una sede central monolingüe».

11. Llegando a crear, como sostienen Marschan-Piekkari, Welch y Welch, una auténtica «estructura en la sombra», basada en la lengua, que se superpone al organigrama formal de la organización: «La distancia lingüística entre la sede central y las subsidiarias revela una jerarquía de lenguas. Claramente, la posición de una subsidiaria dentro de la multinacional no coincide necesariamente con la estructura organizativa o la importancia económica (…). Más bien, los datos de Kone indican que el dominio del fi nés y/o el inglés permite al staff de la subisdiaria intercambiar información con la sede central y con otras subsidiarias. Obviamente, mandos intermedios y operarios fuera de esos cluster lingüísticos cuentan con desiguales posibilidades de llegar a ser miembros plenamente integrados de la ‘familia’ Kone. De hecho, las capacidades lingüísticas pueden ser consideradas como un importante componente del poder de base relativo de la subsidiaria dentro de la multinacional, y puede incluso sugerirse que, hasta cierto punto, la jerarquía de la lengua reemplazó a la estructura jerárquica dentro de Kone».

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Desde otra perspectiva, un interesante trabajo de Krishna S. Dhir y Th eresa Savage (2002) sobre «El valor de una lengua de trabajo» ofrece una metodología para evaluar la lengua más efi ciente dentro de una empresa. En una más reciente contribución, la propia Krishna S. Dhir (2005) plantea, con gran perspicacia, que las grandes empresas debieran comenzar a pensar en su «cartera de activos lingüísticos» de un modo parecido a como ahora lo hacen, por ejemplo, con su «cartera de activos fi nancieros». Fundamenta su argumentación en el efecto conjunto que tienen hoy la Economía del conocimiento, la globalización de los negocios y la creciente diversidad de la fuerza de trabajo a la hora de conformar a la lengua —la lengua de trabajo de una empresa— como fuente de creación de capital intelectual y organizativo: «La lengua desempeña un papel fundamental en la formación de la cultura organizativa de la empresa a través de su función en la creación y aplicación del conocimiento, los fl ujos de información y el funcionamiento de la organización».

Puede concluirse, a pesar de lo tentativo aún de la literatura al respecto, que la lengua es un activo intangible fundamental para las empresas, particularmente en el momento de su internacionalización, cuando contar con una lengua de trabajo común en las distintas sedes —y operar a través de ella en los distintos mercados locales— se convierte en una ventaja «de propiedad» frente a otras empresas.

Todo lo anterior adquiere de nuevo amplias posibilidades de cuantifi cación a través de los modelos de gravedad, de modo parecido a como se emplean para calibrar las vinculaciones entre lengua y comercio; entre lengua e inversión directa, en este caso. La literatura económica cuenta ya con signifi cativas aportaciones de modelos de este tipo en los que se incluye a la lengua común a la hora de explicar los determinantes de la inversión directa extranjera.

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En El español en los fl ujos económicos internacionales, Jiménez y Narbona (2011) aportan nuevas y signifi cativas evidencias. Desde el punto de vista de las inversiones directas exteriores, el efecto amplifi cador detectado para la lengua común en el caso del comercio, es si cabe aquí más intenso. En este caso, el hecho de contar con una misma lengua viene, aproximadamente, a triplicar —en las especifi caciones básicas del modelo aplicado— los fl ujos internacionales de inversión directa entre los países. Al incorporar al modelo otras variables culturales, el peso del idioma común se modera; pero, como en el caso del comercio, al incluir, en la especifi cación completa, los determinantes institucionales, las proporciones se disparan, y la «lengua común» alcanza, incluso, un coefi ciente de multiplicación del 580 por 100 sobre los fl ujos bilaterales de inversión. Esto revela la gran potencia del idioma común como instrumento de la internacionalización empresarial: el hecho de compartir una misma lengua (en una muestra con amplia presencia de países hispanohablantes) multiplica casi por siete los fl ujos bilaterales de inversión directa entre los países.

En el caso concreto del español y, sobre todo, al observarlo desde España, la comunidad de lengua —y de lazos interpersonales, históricos y culturales que esta procura— ha sido un factor decisivo, sin el cual es imposible explicar el enorme montante de fl ujos de inversión orientados hacia América Latina desde el decenio de 1990. De acuerdo con los cálculos de Jiménez y Narbona (2011), en los años centrales del gran salto internacional de las empresas españolas, el hecho de compartir una misma lengua multiplicó cerca de 24 veces los fl ujos de inversión directa.

El caso de España es un ejemplo claro de cómo el factor lingüístico cobra particular relevancia en las fases iniciales de la internacionalización empresarial. De ahí, sin duda, los excep-

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