"Batas blancas" Flor Smith González

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Flor Smith Gonzรกlez





Flor Smith Gonzรกlez


Ediciones Madriguera © Emilis González, 2013. © A. C. Madriguera, 2013. Barrio Chimpire, calle Purureche #87 entre calles Cristal y Chevrolet, Coro - Venezuela. Teléfonos: 0416-8755159 Blog: http://edicionesmadriguera.blogspot.com Correo electrónico: edicionesmadriguera@gmail.com Edición al cuidado de: Ennio Tucci Diseño:

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: lf-06820138002646 ISBN: 978-980-7494-09-0


El enfermo no está confinado a su cuarto, ni a su cama, sino a su cuerpo. El cuerpo es su morada y su jardín. Desde luego, su jardín de tormentos. Adolfo Bioy Casares



Batas Blancas En su libro Descanso de caminantes, Adolfo Bioy Casares nos recuerda la extensa literatura que a través de los tiempos se ha escrito en contra de los médicos, y podemos creer nosotros que es muy poca la que los mismos médicos han escrito reflejando, sobre todo, las situaciones límites de los pacientes y las de ellos en sus difíciles encrucijadas éticas. Y esto de las situaciones límites es precisamente lo que ocupa a la poesía de Flor Smith, en éste su libro Batas blancas. Libro que obedece entonces a una profunda necesidad de expresarse. Nada de pose, de juego gratuito e irresponsable de metáforas. Se trata de darle la palabra a los que están silenciados en el dolor o en la impotencia. Pero a pesar de que la palabra se dé, aquí sólo suceden monólogos; por lo que cabe pensar que el único diálogo posible, sería un diálogo metafísico, donde la palabra esencial fuera la de Dios. Pero sucede que si alguien no está, si alguien no acude, ese alguien, al parecer, es Dios. ¿Qué hacer entonces? Volver al ser que sencillamente se es. Por eso no debemos extrañarnos que este libro termine en una suerte de plenitud, alcanzada en un momento de rebelión. No nos extraña que su líneas finales sean estas: Soy médico, es cierto. Pero también mujer. Darío Medina Mayo, 2012.



EL PACIENTE



Las batas blancas se acercan a mi cama. La sabiduría me rodea. Uno habla los otros callan. Uno pregunta explica los otros me miran sin mirarme. Miran mis pulmones en una placa negra en un cuadro con números estudian mi sangre en un papel con rayas inspeccionan los latidos de mi corazón enfermo. Las batas blancas rostros fugaces hablan a mi alrededor discuten cuál será mi suerte. Nadie pregunta mi opinión.

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Moribundo estoy. Permítanme decir adiós. Aparten de mi brazo esta aguja que taladra mis venas esas gotas que caen pausadamente del frasco. Abran las ventanas prefiero ver gotas de lluvia imaginar la tierra mojada que me aguarda. Siéntense a mi lado sin tomar mi pulso no hablen de otro tema - estoy muriendo hablen de mí. No teman despedirme con una sonrisa.

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Si no soy de su gusto si mi olor le repugna si sus fรกrmacos no me calman si mis quejas lo alarman en fin si no soy un paciente ideal no me abandone doctor. No eche sobre mis hombros la finitud de su ciencia la angustia de sentirse atado la impotencia de no ser Dios.

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En la mañana moriré doctor no meta más tubos en mi boca no extraiga más sangre de mis venas no tome ya mi pulso más bien déme su mano. Déjeme partir doctor no sea tan bueno no intente milagros que a Dios ya no jugamos. Quiero morir en mi cama rodeado de mis libros no de batas blancas escuchando los pasos de mi madre por la casa en lugar del bip-bip de ese aparato que tanto me hiere. Mañana moriré doctor déjeme hacerlo en casa.

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En las noches las toses los quejidos los lamentos nos delatan. Cuerpos enfermos somos un puesto vacĂ­o en la mesa un motivo de rezo en la casa. En las noches todos somos fantasmas la enfermera aparece y desaparece al ritmo de inyecciones el camillero se lleva al que ha muerto y regresa con el nuevo inquilino. En las noches de hospital todo sonido espanta toda sombra se parece a la muerte y la soledad sin compasiĂłn nos golpea.

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El techo es mi cielo las arañas son estrellas que entretejen nubes y escoden mi cuerpo de la mirada de Dios. La cama es mi suelo mis piernas son de goma de trapo mis brazos. Mi cuerpo ha muerto pero nadie lo dice. Una manguera lo alimenta otra lo vacía una máquina lleva aire a mis pulmones un collar de plástico rodea mi cuello y ahorca mis sueños un tubo en mi boca me condena al silencio. Sólo mis ojos se abren telarañas encuentro en el cielo. ¡Qué lejos estoy de la mirada de Dios!

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Qué espantosa frialdad la de este cuarto la de manos enguantadas que me tocan la de finas agujas que mis venas rompen la del metálico bisturí y las blancas baldosas. Qué oscuro verdor golpea mis ojos verde de tapabocas botas gorras batas. Qué impotencia la que mis labios sienten no pueden hacer que callen las voces que hablan de béisbol sobre mi abdomen abierto que hacen chistes mientras mi carne cosen que cuentan historias sin que mi historia cuente. Callen señores respeten la espantosa soledad de este momento.

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LA ENFERMEDAD



ÚLCERA GÁSTRICA Herida abierta en la pared del saco. Bosque ardoroso a mitad de camino. Dolor urente flecha que atraviesa la espalda y en las noches se clava en el pozo vacío arrasado en llamas.

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NEUROPATÍA DIABÉTICA ¿A dónde van los pasos de mis pies insensibles? Camino entre algodones. Mis pies marcan un ritmo que mis zapatos no siguen. Miles de hormigas se afanan en el dulzor de mis nervios construyen villas electrifican calles encienden antorchas taladran los dedos de mis pies y mis manos. Neuropatía dice el médico. De causa diabética dice el médico. Y yo pregunto: ¿lo entenderán mis pies insensibles?

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ACV Mitad libre mitad esclavo así siento mi cuerpo que no siente. Mi lado derecho es prisionero de mi cerebro izquierdo. Las palabras que pienso no encuentran camino hacia los labios y las que emito no sé de dónde salen. ¿Cómo digo entonces que la luna en mis ojos ha perdido un cuadrante? ¿Quién me explica por qué si la mitad de mi cuerpo ha muerto la otra mitad no lo sabe?

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DEPRESIÓN De repente esta melancolía esta inmisericorde certeza de la nada este profundo vacío que me coloca al margen de la vida de mi vida tiene un nombre un lugar en mis neuronas un origen en mis genes Depresión Distimia Serotonina extrañas palabras burdos tecnicismos que nada dicen de mi agonía. La tristeza ahora no es asunto de poetas. Es cuestión de genes.

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CATARATAS Será menester desechar los espejos que repentinamente se han vuelto inútiles aunque tal vez siempre lo fueron. Caminar por las calles atento al ladrido del perro y al olor del pan. Suponer una sonrisa o ignorar un gesto de fastidio. Será necesario aprender a mirar con las manos la nariz la boca hacer un ejercicio de imaginación y aceptar el lenguaje donde decir cataratas ya no evoque aguas ríos montañas y sólo sea opacidad de cristalino oscuridad abismo.

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PARÁLISIS FACIAL Mi ojo abierto imagina a la boca desviada . Media cara interroga a la otra mitad impávida indiferente a la lágrima que despacio cae hacia los labios donde un beso ha quedado paralizado. Entonces huyo de los espejos esquivo los ojos que en silencio me interrogan y pregunto ¿por qué a mí? ¿por qué a mí?

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PARÁLISIS CEREBRAL INFANTIL La mente prisionera de un cuerpo a veces inmóvil a veces víctima de extraños movimientos a veces ajeno a sí mismo. Decir lesión en cerebro inmaduro decir trastorno de la postura y el movimiento ¿acaso describe la angustia del futuro incierto el terror de los hospitales la tristeza del balón detenido a los pies de una silla de ruedas?

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CANCER Pasan junto a mí agradeciendo a Dios no estar en mis costillas creyendo que sólo a otros la enfermedad sucede evitando mirarme a los ojos hablando de cualquier cosa menos de la única que importa. Se van de prisa tienen miedo de mirarse en mi cuerpo enflaquecido en mis ojos hundidos en mi respiración fatigosa. No saben qué decirme y en verdad ¡podría ser tan sencillo!

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AMPUTACIÓN Me duelen los dedos que no tengo la pierna que no camina ¿En qué horno crematorio descansarán los pasos que ya no doy? ¿A dónde conducirán los caminos que ya no sigo? De hoy en adelante sólo una huella dejaré en la arena. Ya es algo.

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DEMENCIA Alguna vez tuve nombre y cada cosa también lo tenía. Andaba por las calles compartiendo historias reía lloraba amaba era alguien memoria.

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EL MÉDICO



Siete de la noche. Un rostro ensangrentado en la camilla descansa. Un hombre ingresa sin signos de vida. Una muchacha se queja de un fuerte dolor de muelas. Una pálida niña ha intentado suicidarse. Un joven ha sido herido y la madre angustiada se ha desmayado en la sala. Una moneda atascada entre el pulmón y la tráquea. Una hemiplejia un infarto dos fracturas un colapso. Nueve de la noche. Apenas empieza la guardia.

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Ante mi bata blanca desnudan sus cuerpos y sus penas muestran sus heridas cuentan sus historias. Mil dolores de cabeza son mil dolores de cabeza a uno le sucede en la noche al otro en la madrugada si uno tuvo náuseas el otro creyó que moría aquel encontró alivio con dos tabletas rosadas mientras en la terapia el otro yace intubado. Mi bata blanca lucha por no sucumbir a la cama veinticuatro horas de guardia le tienen el alma arrugada y mientras signos y síntomas en sus cuerpos descubro una breve oración a mis labios va llegando: ¡Dios no permitas que haga daño!

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Acompañar es la palabra. Estar al lado de la cama tomar la mano guiar los pasos hacia la nueva casa. Estar allí cuando los ojos se abran. Sentir el último latido. No auscultarlo. Que sea una voz familiar la que escuchen sus oídos. Que sea una mano conocida la que baje los párpados y escoja el traje. Acompañar es la palabra. Estar allí. Dejar partir.

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Que me perdone Dios la intolerancia el deseo de salir gritando el cansancio de mis oídos la repugnancia a ciertos olores. Que por esta vez su clemencia también me alcance. Si cada día por cada paciente que veo por cada historia que escucho voy perdiendo la paciencia y me cansa lo seguido de la queja que también de mí se apiade aunque mi cuerpo no sea el enfermo ni esté lleno de heridas ni conozca las angustias del que camina hacia la muerte. No importa que también de mí se apiade.

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Por el pasillo en silencio se escuchan los blandos pasos. De cama en cama en grageas o tabletas en cĂĄpsulas o en ampollas va la enfermera entregando un pasaje a la esperanza. Dos viejecitas la miran mientras rezan el rosario cien veces interrumpido por los quejidos y el asma. En la unidad de infartados un corazĂłn se ha detenido. Con los puĂąos apretados por la impotencia y la rabia se aleja la bata blanca a dar consuelo sin ser consolada. Pero la vida sonrĂ­e la vida abre los ojos la vida irrumpe de nuevo en una sala de parto.

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Sobre la fría mesa bajo la enorme lámpara yace tendido un cuerpo abandonado a mis manos. Mi pulso no tiembla la mano va cortando el bisturí se desliza dejando un hilo de sangre. La mano entonces comienza a hurgar ajenas entrañas en busca del ser maligno que en ellas está enraizado. Tras una larga batalla un suspiro de alivio se escucha en toda la sala tan sólo el inmóvil cuerpo es ajeno a lo que pasa y mientras la pálida piel es ahora suturada mi corazón se estremece ante el cuerpo anestesiado. ¡Dios tanto abandono me espanta!

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Me aproximo al dolor -su dolordesde la perspectiva del fármaco. Pregunto cuánto duele cómo dónde cuándo y escribo un nombre establezco un horario fijo una dosis. Su dolor no me alcanza. No me toca su miedo. Cuando cierre la puerta habré olvidado su nombre y prescribiré otro fármaco otro horario otra dosis.

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Me miro en el espejo y repito mi nombre. Pregunto qué tal te va. En el hospital he dejado colgada la bata blanca y el título de doctora. Por esta vez sólo quiero escuchar mi nombre y que después del obligado saludo la gente no me hable de sus dolores. Soy médico es cierto. Pero también mujer.

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Batas blancas se imprimió en el mes de enero de 2014 en el taller editorial artesanal de Ediciones Madriguera, en Coro – Venezuela. ¡Gracias a Dios! Son 100 ejemplares.



Flor Smith González nació en Santa Ana de Paraguaná, estado Falcón, Venezuela, en 1959. Es Médico Especialista en Medicina Física y Rehabilitación y se desempeña además como Docente del Programa de Gerontología de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM), en su estado natal. Recibió mención honorífica en el Concurso de Cuentos de la Dirección de Cultura de la UNEFM, en 1998; y, en 1999 con Batas Blancas obtuvo el Premio del Concurso de Poesía de esa misma dependencia universitaria.


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