El hombre compartido y otros cuentos
Mariana Chirino
Libro antiofĂdico
El hombre compartido y otros cuentos
Mariana Chirino
Libro antiofĂdico
MARIANA CHIRINO
EL HOMBRE COMPARTIDO Y OTROS CUENTOS NOVIEMBRE, 2009 © Mariana Chirino © Ediciones Madriguera, 2009 Barrio Chimpire, calle Purureche entre calles Cristal y Chevrolet. Coro. Falcón - Venezuela. Correo: edicionesmadriguera@yahoo.es Sitio Web: http://www.madriguera.ya.st Ilustraciones de la autora. Elaboración: Mariana Chirino, Jenifeer Gugliotta y Ennio Tucci. Depósito legal: lf 06820098004807
Coro, 1984. Pintora y escritora. Licenciada en Educación mención Lengua, Literatura y Latín en la Universidad Francisco de Miranda (2009). Profesora de dibujo en la Escuela de Artes Plásticas “Tito Salas” en Coro. Forma parte del Grupo Musaraña y la Fundación Wilmer Gutiérrez “arte en la calle”. En el 2008, resultó ganadora en la mención cuento del X Concurso de Cuento y Poesía “Rafael José Álvarez”, organizado por la Dirección de Cultura de la UNEFM. Editora de la revista Cubile, la hoja poética Madriguera y Ediciones Madriguera. Poemas suyos figuran en la antología arbitraria ME URBE. ChileVenezuela (2009).
El hombre compartido y otros cuentos Mariana Chirino
Libro antiofĂdico
A mis padres.
La mente humana Ana Lucía, cuando apenas contaba con dieciocho años, y sus preocupaciones se basaban en llevarle a su madre la lista de materias aprobadas en el semestre, y en encargar todo cuanto accesorio femenino apareciera en los catálogos de encargos, una tarde del mes de septiembre, fijó su mirada en el televisor de su habitación, justo cuando pasaban la publicidad de un nuevo teléfono móvil llamado “The human think” (La mente humana). No pudo hacer otra cosa sino quedar estupefacta frente a la tele, con la boca abierta y con un hilo de baba cayendo sobre el jugo de mango que sostenía entre sus manos. Después de aquello no pudo dormir, soñó con “The human think” toda la noche, se le presentaba, con pies y manos, diciéndole -quiero que me tengas, quiero que me acaricies, quiero que me lleves con tus amigos, tú me mereces-. Despertó sudada de pies a cabeza y muy perturbada. Al día siguiente era otra mujer, con una visión muy distinta del mundo y más clara en sus ideas. Así que, parada frente al espejo, se dijo -sin ese celular no soy nadie-. Su madre, la señora Marta, tuvo que sentarse en un catre que tenía cerca, para poder asimilar las palabras de su hija, cuando le dijo: -mamá, voy a trabajarAl día siguiente, Ana Lucía, se despertó a las cinco de la mañana, compró
el periódico y se dirigió a buscar un empleo de ayudante en una tienda de ropa. En su afán de reunir los cuatro mil bolívares que costaba, debió trabajar en ocho tiendas distintas, una detrás de otra, en donde apenas duraba unos días y cuando mucho un mes, no porque decidiera experimentar en lugares distintos, sino porque era tan despreocupada que de tanto pensar en el teléfono de sus sueños, no lograba realizar ningún trabajo eficientemente y al poco tiempo era despedida. A pesar de los altercados para reunir el dinero, llegado el mes de diciembre, tenía lo suficiente para comprarlo. Se dirigió a la zona libre, para adquirirlo a más bajo costo; apenas pudo conseguir un solo ejemplar, porque ese modelo se había agotado. Ya con el equipo móvil en sus manos, se fue para su casa, dándole besos y abrazos, impaciente por enseñárselo a todos los desafortunados que no lo poseían. “The human think”, realmente hacía honor a su nombre, tenía memoria de mil GB, en él cabían todos los videos musicales de moda que existían en el planeta tierra, y hasta los que no habían salido al mercado, se encendía con la voz de su dueña y nunca se apagaba, no requería recargar sus baterías, porque producía su propia energía, tomaba dictados, enviaba felicitaciones de cumpleaños automáticamente llegada la fecha prevista y sin la autorización de su dueña, por medio de él se podía buscar cualquier información, así no existiera, y, además, a través de la pantalla de tres centímetros de ancho, cinco centímetros de largo y un milímetro de espesor, se podía ver el rostro de la persona que llamaba, así ésta no poseyera un celular similar. A los pocos días de usarlo, Ana, ya se había acostumbrado a no hacer nada que necesitara usar la memoria, y, ya al mes, había dejado de usar completamente su mente, porque hasta para comer era alertada por la voz del celular, que le decía -Ana Lucía, es hora de comer, hoy corres-
ponde almorzar sopa de pollo con arepa pelada y para lo cual debes utilizar una cuchara y un plato hondo, debes desmigajar la arepa en la sopa y no te olvides de enfriar la sopa antes de meter una cucharada en tu boca-. La madre de Ana, no le dio importancia al estado zombi de su hija, ya que por ésta ser hija única y, desde la separación de sus padres, había manifestado constantes síntomas de egocentrismo y de conductas cada vez más extrañas, por tal razón el comportamiento de Ana Lucía, no era algo que preocupara a la señora Marta. Ana, no dejaba a “La Mente Humana”, ni un solo instante, porque sin ésta no podía realizar ninguna tarea, por muy simple que fuera. Desde que lo compró lo usaba atado a la cintura por medio de una cadena de plata, diseñada para tales fines, y podía ser mojado, gracias al dispositivo de impermeabilidad que poseía dicho aparato. Una tarde, mientras Ana se encontraba sentada en el escusado, la señora Marta, entró en el baño, para secar con el coleto la reguera de agua que se desbordaba por las rendijas de la puerta, debido al grifo del lavamanos que Ana, a pesar de las indicaciones de “The human think”, había mal cerrado, como manifestando ya no responder eficientemente a las órdenes del aparato. En un momento de descuido la señora Marta, golpeó fuertemente con el palo del coleto la cadena de plata, sólo se escuchó el grito del celular que decía -¡me caigo al escusadooo...!-. Ana Lucía, no reaccionó, quedó en estado de hipnosis, sin poder poner en funcionamiento su mente, hasta que días después su madre la llevó a un neurólogo, que estudió su cerebro y logró que a los tres meses la joven mujer volviera a pensar por sí misma, retomar sus estudios universitarios y su antigua vida; lo único que aún le molestaba era una voz que, desde la poceta, le gritaba a toda hora -Ana lucia, ven a salvarme...-
El hombre compartido Ya había muerto el hombre cuando llegaron sus familiares. Meses atrás su mujer y su hermana, la muda, lo acompañaban en su agonía. Hoy estaban todos: su madre, hijos legítimos, hijastros, hermanos, su ex esposa y sus amigos; durante su agonía no vio a tantas personas reunirse como los que ahí se encontraban. Una hora después de su deceso, los médicos intentaban hacerle la autopsia, su hermana la muda, se oponía porque en su estadía en el sanatorio éstos no intentaron salvarlo. El hombre era el mayor de cinco hermanos, una hembra y cuatro varones, dos de ellos (la muda y el hombre) fueron criados por sus abuelos maternos que vivían en la montaña, los otros fueron criados en la ciudad por su madre quien había enviudado tempranamente. Todos lloraban al hombre, la muda, con su lenguaje de señas impidió que los médicos abrieran el cuerpo. La mujer del hombre se encontraba sentada en una silla, sumergida en llanto, todos los demás moqueaban y se lamentaban. El hombre, en sus días finales había enloquecido y deliraba, tal vez a causa de la sombra negra presente en la parte inferior izquierda de su cerebro, la cual se evidenciaba en los exámenes médicos; o quizás como consecuencia de las constantes disputas entre su madre, su mujer, su ex mujer y sus hermanos menores. Todos querían decidir qué hacer con su cuerpo, aún estando vivo. Su madre quería que él regresara al lado de su ex mujer y sus hijos, allá en la ciudad. Su mujer quería cuidarlo en el sanatorio, hasta que mejorara; sus hermanos no habían ido a visitarlo ni le dirigían la palabra, desde una discusión con la mujer de éste; en cambio la muda sólo se dedicaba a cuidarlo, todos los días, haciéndole compañía desde que El Hombre fue recluido. El Hombre huía de las
discusiones y se sumergía en sus pensamientos, y así transcurrieron los seis meses en el sanatorio. Aún no habían decidido qué hacer con el cuerpo, su madre y hermanos querían velarlo en casa de su ex mujer, cosa a la que su mujer se oponía, ya transcurridas dos horas el cuerpo del difunto no podía continuar en el sanatorio. Todos discutían hostilmente, se insultaban y difamaban, todos, menos la muda, que permanecía contemplando en silencio. De pronto, saltaron los tres hermanos menores sobre el cadáver, uno sujetándolo por los brazos, el otro agarrándolo por las piernas, mientras el tercero sacó una navaja de su bolsillo (como si todo estuviera planeado); comenzó a cortar el cadáver por la mitad, su madre se quedó estupefacta, su mujer dio un grito de terror, mientras la muda siguió con su silencio y todos quedaron hipnotizados por la dantesca escena, sin nadie hacer nada. El personal de seguridad del hospital, al percatarse de lo ocurrido, sacó a la fuerza a todos del sanatorio, incluyendo las dos mitades del cadáver. Su mujer envolvió en una sábana la parte inferior del cuerpo y se la llevó con ayuda de sus dos hijos. La madre del Hombre pidió a los hermanos menores que se llevaran la parte superior del difunto a la casa de la ex mujer, allá en la ciudad; marchándose cada quien con su parte del cadáver. El Hombre tuvo dos funerales y dos entierros, cada uno de distinta manera, y las dos familias no volvieron a dirigirse ni una sola palabra, sólo la muda asistió a ambos funerales y nadie le dijo nada.
La historia de un tacón Ayer cobré mi primer sueldo en el trabajo, lo esperaba desde hace meses y por supuesto ya sabía en qué gastarlo (era una completa felicidad a mis veintidós años), razón por la cual me dirigí al centro comercial a comprar unos zapatos de lacitos de esos que están de moda, varias blusas de lunares de las que llevan un cinturón por fuera, uñas postizas de silicón, tintes para el cabello, unos jeans y por supuesto algo de bisutería; todo esto aparte de las carteras, la ropa interior y los cosméticos. En definitiva, gasté todo el dinero, quedando sólo en mi bolsillo, dos bolívares que los utilicé para comprarme un helado. Venía caminando por la avenida, degustando el helado, cuando de pronto tropecé con algo que me hizo caer al suelo, a varios metros del obstáculo, todo cayó junto a mí, el helado y las bolsas con las compras, quedando completamente conmocionada, miré mis cosas para comprobar si estaban en buen estado, las toqué y nada les había sucedido; luego, intenté levantarme, pero le faltaba el tacón a uno de mis zapatos, me molesté y me puse nerviosa, pensando en cómo llegar a mi casa sin un tacón, además, imaginando la humillación que sería cojear por la calle. En eso, recordé que había comprado los zapatos de lacitos y podía fácilmente cambiarlos por los dañados y simular que nada había ocurrido, eso hice y llegué a mi casa como si nada. Cuando estaba desempacando, recordé que no había recogido el tacón de mi zapato, eso me entristeció, porque esos zapatos eran únicos y sin el tacón no podría arreglarlos. Lloré un rato por aquella pieza de mi calzado, luego ya calmada, me propuse regresar al día siguiente al lugar del accidente, para buscar el tan preciado tacón. Hoy me levanté temprano, a pesar de ser sábado, eran las diez y media de la mañana cuando sonó el despertador, ya cuando me disponía a desayunar para salir, mi hermana -que se encontraba
en la cocina leyendo el periódico- comentó: <<Mariana, mira la noticia del asesinato de un mendigo con un metal clavado en el cuello>>, yo le respondí que si en el periódico no se hablaba de mi zapato entonces no me importaba. Terminé el desayuno y me dirigí al lugar del accidente, al llegar comencé a buscar mí tacón; al instante un grupo de personas me rodeaban y señalaban gritando <<es ella, es ella...>>, hasta que comenzaron a sujetarme por los brazos, reteniéndome. Les grité ¡arrugan mi blusa nueva, suéltenme!, pero sólo lo hicieron cuando llegó un policía y los dispersó. El oficial, después de escuchar a esas personas, me pidió que lo acompañara a la jefatura porque estaba detenida, le dije que sí lo acompañaba pero no en esa fea patrulla, ya que eso era de muy mal gusto. El no respondió nada, me tomó por un brazo y me introdujo a su patrulla de forma brusca. Cuando llegamos a la jefatura, me acusaron de homicida, o algo así, a lo cual respondí que era falso; luego me preguntaron << ¿pasó usted ayer por la avenida Manaure a la altura de los buhoneros de Beraca, a las cuatro de la tarde? >> A lo que respondí que sí, luego preguntaron <<¿vio a un indigente cuando pasaba?>>. Siendo negativa mi respuesta. Después de media hora de un interrogatorio estúpido, me mostraron la foto de un indigente muerto, al que por supuesto no conocía, despues trajeron dentro de una bolsa plás-
tica un pedazo de metal muy bien tallado y de color plateado; objeto, que al verlo, provocó en mí, emoción y entusiasmo, ya que era el tacón de mi zapato. Mi felicidad duró muy poco, porque al aceptar el tacón como mío, los oficiales de policía me incriminaron como asesina, -¡qué tristeza y desgracia la mía, estoy abandonada entre cuatros paredes, esperando la piedad de los que injustamente me encarcelaron; con mi ropa nueva, arrugada, sucia y mal oliente, además convencida de que nunca volveré a ver mis zapatos plateados con su tacón>>.
Cuando el sol se asomaba en la ventana de mi habitación, vi mi cuerpo inconsciente tirado en el piso, inmóvil y silencioso como los maniquíes de los estantes del centro comercial, tenía puesta aún la ropa del día anterior, los mismos zapatos y hasta el mismo maquillaje, solo que maltratado por las huellas del llanto. Todo parecía como una regresión al día anterior, todo, menos el frasco de pastillas para dormir, desparramadas al lado de mi cuerpo. Al ver aquel frasco, comprobé mis sospechas, sí, ¡lo había hecho!. Había dado el paso definitivo hacia la muerte, pero entonces, cómo podía verme y por qué estaba tan conciente de mi muerte; sólo podía ser una cosa: era un alma en pena, que quería vengarse... Decidí detallarme minuciosamente, como para grabar cuál había sido mi destino, comencé viendo mi vestimenta. Cómo podía morir vestida de esa forma, con aquella blusa arrugada, con los zapatos que no combinaban con el cinturón y, peor aún, con aquel labial que opacaba mi rostro; todo por aquel ingrato. Al acordarme de él, regresó a mi mente el deseo de venganza, todo era por su culpa, todo por su abandono. Decidí buscarlo, sin estar segura de en donde buscar primero. Así que me fui hasta su casa, levitando y traspasando los techos, porque una difunta como yo, no podía hacer una cosa tan vulgar y terrenal como poner los pies sobre la tierra. No lo conseguí en su casa, de seguro había ido a la escuela de artes, en donde se la pasaba, ique, enseñando a pintar a esos disociados que quieren cambiar el mundo con puras de pinceladas, ¡qué cosa más estúpida! Habiendo tantas fábricas que pueden hacer afiches tan chéveres, para qué pasarse la vida haciendo dibujitos. Yo, como lo quería, le acepté su insensatez, considerando su actitud como un capricho. Ya al llegar a dicha escuela, paseé mi mirada por
Una difunta como yo el compendio de extraños individuos embelesados en sus cuadros, pero ninguno de ellos era el rostro que inspiraba mi venganza. Tampoco estaba ahí. Rápidamente, pensé que podía estar con los locos de sus amigos escritores, esos que se la pasan de plaza en plaza, mareando a los incautos transeúntes con sus frases aburridas y sin sentido, que parecen rendir culto a los diccionarios, por las raras palabras que dicen y que sólo ellos conocen, y además, publican hojitas para repartirlas, como si alguien las leyera, cuando hasta un niño de tres años sabe que leer pasó de moda. Por fin, llegué a la casa en donde él solía reunirse con aquellas personas. El tampoco estaba ahí; mi desespero fue grande al no encontrarlo, de mi translúcido rostro manaban lágrimas invisibles que traspasaban mi cuerpo, lo invoqué con todas mis fuerzas, quise tenerlo cerca para matarlo, para que sufriera todo lo que me había hecho sufrir, al no haber asistido a nuestra cita del día anterior, y ser causal de mi muerte; quise matarlo y, peor aún, quise amarlo. A pesar de mi levitación, estaba exhausta por aquella búsqueda, no sabía a dónde ir además, no valía la pena ir a ningún lugar si igual nadie me vería. Decidí regresar a mi cuerpo, porque ese cuerpo era el único ser que me hacía sentir bien. Al llegar a mi habitación vi la silueta de un hombre justo al lado de mi cadáver; solo una persona podía vestirse tan pésimamente, usar esas viejas camisas a cuadros y ese peinado de muchacho que le huye al peluquero, era él, mi asesino. Me tomó en sus brazos y casi corriendo me sacó de la habitación, gritando -llamen a un médico...-. Pronto llegó una ambulancia y mi cuerpo fue llevado al hospital, y todo fue tan rápido que no pude hacer nada, postergando así mis planes de asesinarlo. En aquel instante tuve que limitarme a seguir mi cuerpo. Los médicos, como ensañados
en mi contra, introdujeron en mi boca y nariz todo cuanto tubo plástico se les vino en mente, mientras jugaban a pinchar mis brazos, y, por muy extraño que parezca, me alegré de no sentir dolor. Él, mi asesino, se encontraba en una habitación contigua, sentado al lado de mis asombrados padres y hermanos, con su mirada extraviada y de seguro sufriendo justamente por mí. En ese instante ya satisfecha por su sufrimiento, decidí regresar a mi maltratado cuerpo y volver a la vida, así lo hice y de inmediato abrí los ojos y sentí un inmenso dolor en la garganta. Al día siguiente todos me aturdieron con sus visitas, todos menos él, que solo me envió un maldito papelito con una frase que decía <<Laura, somos diferentes>>, solo al leer dicha nota comprendí que debí haberlo estrangulado cuando aún yo era un fantasma y por lo menos hoy lloraría por su muerte y no por su abandono.
La maestra inteligente Carmen, entró en el aula de clase un poco aturdida por su retraso en la hora, la maestra al verla le habló en tono risueño: ¡Qué temprano llegas! bueno, eso es propio de alguien afanado por llenar de luz una cabeza en completa oscuridad, ¿No es así, Carmen? ¡Responde!. Carmen, completamente abochornada se sentó en silencio, sin mirar a sus compañeros, los cuales ante la prominencia de los conocimientos de dicha maestra, sólo se dedicaban a escucharla asintiendo con la cabeza a todo cuanto ella decía. De tiempo en tiempo, la maestra interrumpía sus explicaciones para repetir esta frase -Estén atentos a mis explicaciones porque en mi cerebro están los conocimientos de los cuales ustedes deben alimentarse-. Mientras todos asentían con las cabezas. Ya habían transcurrido dos años escolares en la misma situación, porque la maestra pidió al director dar clases a esa sección dos años consecutivos, alegando que esos niños necesitaban del conocimiento que sólo ella les podía dar, solicitud que fue concedida sin ningún cuestionamiento. Este grupo de alumnos siempre eran los últimos en salir de clase, específicamente media hora después de sonar el timbre, porque así lo consideraba la maestra. Un día, a su acostumbrada hora de salida, Carmen y sus compañeritos se quedaron a las afueras de la escuela, tumbando tamarindos de una mata que estaba en la acera del frente, a los pocos minutos salió de la escuela la maestra: con sus libros en las manos, su cartera en el hombro, su cabellera atada con una cinta de color azul y caminando de forma resuelta (algo propio en alguien
joven y que cree poseer el mundo). Los niños, al verla, se quedaron hipnotizados por su imagen, dejando de hacer lo que los ocupaba hace escasos momentos; La maestra, estaba distraída en sus pensamientos, justo cuando atravesaba la avenida, y al pasar a la isla, no se percató de la cercanía de un carro de color verde que venía en el sentido contrario de
la vía. Los niños, sí lo vieron, pero continuaban atónitos observando la escena, como deslumbrados por la presencia de esa mujer llena de cosas que para ellos eran inalcanzables. Sólo fue suficiente un golpe del automóvil para desmembrar el débil cuerpo femenino, que cayó en la cuneta, frente al lugar donde se encontraban los niños. Ellos, al verla, intercambiaron miradas cómplices, del mismo modo que se comparte una idea sin mencionarla, miraron hacia los lados y percibieron una inmensa soledad en aquella avenida, notando además, la ausencia del carro homicida; segundos después, Carmen abrió su morral, sacó su cuaderno y lápices, dejándolo vacío, mientras el resto de sus compañeros agarraban con sus pequeñas manos el malogrado cerebro desparramado por la acera, lo metieron rápidamente en el morral y entre risas huyeron hasta la casa de Carmen. Al llegar ahí, todos estaban ansiosos, abrieron apresuradamente el morral y comenzaron a comer de aquel cerebro hasta quedar saciados. Al día siguiente estos niños fueron a la escuela, como todos los días, pero se entristecieron al no poder demostrar su nueva inteligencia, debido a la suspensión de clases por la lamentable muerte de Ana Fernández, la maestra de 4to. Grado, sección “A”.
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Mi ombligo y yo Una tarde, camino a casa, justo por donde quedaba el mercado nuevo. Andaba vestida con un pantalón azul y con una blusa blanca algo corta, que dejaba ver mi ombligo (algo poco común en mí). Al pasar por la entrada principal del mercado, tropecé con una mujer de aproximadamente treinta años: rubia, esbelta, con el abdomen plano y definido; mujer que al ver mi abdomen, se detuvo frente a mí manteniendo la mirada fija sobre éste. Quedé sorprendida, pensé que algo malo pasaba con esa parte de mi cuerpo, por lo que le pregunté: ¿Le pasa algo? Para mi sorpresa la mujer respondió: -Usted tiene un ombligo feo… grandiosamente feo. No supe que responderle, sólo comencé a caminar rápidamente imaginando desviaciones sexuales en aquella persona. Varios meses después, casualmente me encontré con esa misma persona. Al verla caminar en mi dirección no pude evitar ver la forma de su ombligo, el cual me pareció estrepitosamente conocido, peor aún, su abdomen era idéntico al mío, hasta tenía la misma cicatriz que me hice al caer de un árbol cuando era niña. Ella me ignoró y pasó por un lado. Recordando la escena anterior, decidí seguirla y preguntarle el por qué del parecido de su ombligo con el mío. Le hice la pregunta, a la cual ella respondió que sólo era imaginación mía. No supe qué hacer, sólo quedó resignarme a compartir la forma de mi ombligo. Al año siguiente, caminando por el centro comercial de la ciudad, me detuve a ver las vidrieras. Mi asombro fue tal, al ver a todos los maniquíes con el ombligo ligeramente abultado, con la evidente pronunciación de las costillas y con una cicatriz del lado derecho del ombligo. No quedaba duda…
En un estallido de cólera, entré en aquel establecimiento comercial a exigir una explicación, la empleada de la tienda al ver mi actitud molesta y al escuchar mis interrogantes, con un gesto discreto pidió que bajara la voz. -Señorita, me doy cuenta lo que pasó con usted. – dijo- se nota que usted no ve televisión, su figura es rellena, es pequeña de estatura, tiene los dientes grandes, el cabello ensortijado y además su piel es morena ¿No se ha dado cuenta que ya todas las mujeres de esta ciudad nos parecemos? Somos casi idénticas físicamente, mi jefa seguramente al ver su ombligo quiso imponer una nueva moda, algo exótica, que pareciera natural y que fuera fea; ¡porque señorita su ombligo es feo, muy feo...! y todas las mujeres jóvenes y hasta los hombres querrán tener un ombligo único como el de usted . Quedé espantada por aquellas palabras, en un arrebato de furia tomé por los brazos a aquella mujer, haciendo uso de una sola mano, mientras que con la otra le subí la blusa en busca de su ombligo. Al ver su abdomen constaté mis sospechas, su ombligo era distinto a todos los ombligos que había visto en mi vida y era terriblemente más feo que el mío. Até de manos y pies a la vendedora de la tienda, detrás de la vidriera, y con la blusa subida de forma tal que pudiera ser vista por todos los transeúntes. Luego de mantener aquella muchacha por dos horas en aquella posición me dirigí a mi casa un poco más calmada. Meses después, cuando salía de la ciudad, en la autopista Falcón – Zulia, vi en una valla la publicidad de una marca de cerveza en donde aparecía una modelo con un muy feo ombligo, que felizmente no era el mío, pero si el de una conocida.
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Este libro se imprimi贸 durante el mes de Noviembre de 2009, en el taller de ediciones MADRIGUERA. Son 100 ejemplares. Coro - estado Falc贸n Venezuela
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