OCTUBRE 2015 1 - 2015 Nº 2 Año 1 - nº 2 - Año Octubre,
CULTURA - ARTE - LITERATURA
-Especial-
Poemas inéditos de José Barroeta Un paseíto dominguero con Gabriel Jiménez Emán Pag. 03 Comiendo chivo asado Homenaje a en el río
Ricardo Domínguez
-Ensayo-
-Crónica-
-Poesía-
Ciudades develadas: Homenaje a Rafael improntas de Alejandría Sánchez López “Rafuche” y Venecia en Lawrence Por Israel Antonio Colina Durrell y Joseph Brodsky Pág. 18
Poemas de Ennio Tucci Pág. 21
Por Ennio Jiménez Emán
Pág. 09
Sumario
Cultura - Arte - Literatura
Año 1 No 2 Octubre 2015 Director-editor Gabriel Jiménez Emán Consejo de Redacción Ennio Tucci Gabriel Jiménez Emán José Gregorio Noroño Celsa Acosta Diseño y concepto gráfico: Ennio Tucci Sitio web: http://revistafabula.blogspot.com Coro - Venezuela
Colaboraciones solicitadas.
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Editorial -Especial-
Poemas inéditos de José Barroeta -Ensayo-
Ciudades develadas: improntas de Alejandría y Venecia en Lawrence Durrell y Joseph Brodsky Por Ennio Jiménez Emán
Crónica
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Homenaje a Rafael Sánchez López “Rafuche” Por Israel Antonio Colina
Poesía
Poemas de Ennio Tucci
HABITACIONES DE RICARDO DOMÍNGUEZ Gabriel Jiménez Emán
Especial
Editorial Fábula nació como una revista impresa que deseaba recoger las preocupaciones estéticas, filosóficas, literarias y culturales de la región occidental venezolana. Debido a numerosos inconvenientes materiales no pudo cristalizar el proyecto sino hasta un solo número, aparecido en 2010. Ahora asumimos el reto de lanzarla por vía digital, con la expectativa de que ese esfuerzo germine en todos aquellos que contribuyeron con aquel proyecto, ahora no restringido sólo a ese ámbito geográfico. Si bien esta vez cuenta con menor número de páginas, ello va a permitir su más expedita difusión mensual por este medio. En este número ofrecemos poemas inéditos del escritor y profesor trujillano José Barroeta, quien fuera nuestro amigo y profesor en la Universidad de los Andes en Mérida, y es seguramente una de las principales voces líricas de nuestro país. Seguimos con varios ensayos, relatos y crónicas y un homenaje muy puntual al entrañable artista yaracuyano Ricardo Domínguez. Trabajos con los que completamos esta segunda entrega de fábula en digital para ser compartida con lectores y amigos.
El artista yaracuyano Ricardo Domínguez Artista invitado de este número Foto: Gabriel Jiménez Emán
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-Especial-
Poemas inĂŠditos de JosĂŠ Barroeta Filo de Espada Algunas veces paso volando desnudo de cuerpo sobre ventanales y espaldas negras apurado por drogas de un reino inexistente. Esculpo mi realidad con gestos insaciables lejos del filo de espada que convierte lugares en costras. Creo que una sola noche basta para vivir.
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Especial
Naves
Enero, 4 y 30 a.m.
¿Por qué pliegue de tu muerte brindaré esta noche en El Banquete? Cuando lleguen lo remeros de Quíos estaré ausente lúbrico de olvido esperando renacer de la sangre y del mar.
Pasó el año nuevo y reventaron los pulmones. En mi pared bronquial con arquitectura parcialmente alterada por neoplasía maligna epitelial las células se disponen en nidos y cestos fragmentando el sonoro tejido de la noche. Soñé contigo. Nos tendieron desnudos en la mesa de la Lección de Anatomía. No pudieron arrancarnos la nubes del cuerpo la luz del año nuevo parecía un escalpelo en tu vesícula. Dormí entre tus cuernos y el día esperando el roce de las gaviotas. Tan lejos como estamos del mar a la hora de los imponderables viene siempre un oleaje y un mascarón de proa para que soltemos las amarras. Arriba donde el huracán hala soy tu cadáver el gran ocio. Entre tus litorales y el miedo hermafrodita el epitelio del sexo en alta mar erecto y en enjambre.
Bocetos
I
Vengo con todos los hierros del pasado a iluminar el valle de mis muertos.
II
Donde sonaron esperanzas mi vieja casa polvo y lejanía cierra sus puertas a mi padre.
III
El mundo en la copa de los árboles remotos y verdes guardan la memoria del cielo.
IV
Mis cuerpos familiares montan a caballo bajo tierra atropellan rebaños, portales, sembradíos. Cabalgan epitafios.
V
Regreso con todos los hierros al punto de partida. Tu pueblo y mi pueblo una lápida.
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Especial
Emilia Sobre mi madre caen piedras palos viejos tribulaciones. Un huidizo brillo de sol cubre de flores y demonios el patio hoguera donde sacudí mis cenizas hablando con pistilos y abejas de otro mundo. Mi madre Emilia Paolini nieta de un italiano aventado por hambre y destino de la isla de Elba a los valles calientes de Trujillo me habla de sus ojos de higo y aguas marinas los cuece en la melancolía olorosa de la tarde. Imagino noches de oleaje olores nauseabundos cuerpos apretados por el insoportable rocío de la abstinencia juegos de cartas y predicciones de soles enseres, forrajes y riquezas de tierra prometida. Me atrevo a izar el velamen grande de la muerte en este pueblo de infancia donde recogemos frutos y golpes del acaso. Mi abuelo murió de cáncer. Yace bajo la sombra de un higuerón.
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Especial
Memorial de un carpintero I Recuerdo con entusiasmo y sombras de temor a Eleuterio Castellanos, carpintero de Pampanito conversador y lector infatigable. Vecino y amigo de mi casa paterna dormía en una urna de cedro hecha a la medida de su vida y de sus creencias ocultistas de las que poco hablaba con sencillez y celo. Yo tenía el privilegio inusual de contemplar desde las ramas altas del tamarindo que servían de lindero sus maneras de acostarse y renacer del ataúd dispuesto en el suelo al final del taller oloroso a aserrín y maderas que solía limpiar con esmero envuelto en su batola de algodón. II Recuerdo tus conversaciones con mi padre animadas de fantasía y de buen humor el hilo perfecto de tu dicción y de tus gestos contando a tu manera pasajes de la Guerra de Troya, de la Biblia la Divina Comedia del Fausto, de El Paraíso Perdido. Recitabas con memoria de encantado trovador las Coplas de Manrique sonetos de Quevedo, poemas de Schiller y de Rubén Darío. Confieso mi preferencia por tu versión libre del Hamlet sufrí la insoportable traición de Claudio, Rey y de Gertrudis lloré la muerte por agua de Ofelia cantando y arrastrada por el torrente blanco del río Astillero vivero de frutos y flores que traen los campesinos a las puertas de un Elsinor de trópico cuyas almenas situabas detrás del camposanto desde donde los pájaros vigilan la demencia del desdichado príncipe. Nadie tan ocurrente y serio como tú, tan admirado y tan mi infancia. Siempre sueño contigo, una mujer y una serpiente jugando con esmeralda y huesos en las ramas del tamarindo labrando un globo terráqueo del color y del tamaño de la muerte. Mis respetos, mi afecto, mi orgullo de ser tu niño escucha. Te quiero Eleuterio
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Especial agitas mi memoria de mitos, júbilo y temor. Oí tus cuentos viajando con un mago por las tinieblas. Tu cara es un sapo de amor una piel con ojos de madera que brinca en mi cabeza.
José Barroeta, Gustavo Pereira y Gabriel Jiménez Emán en París, 1981
José Barroeta (Pampanito, estado Trujillo, 1942- Mérida, 2000) Abogado graduado en la Universidad de Carabobo. Profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de los Andes. Entre sus libros de poesía se cuentan: Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de anochecer (1975), Fuerza del día (1885), Culpas de juglar (1996), Obra poética (1997). Ensayos: La hoguera de otra edad (1982), El padre, imagen y retorno (1993), Lector de travesías (1994).
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-Ensayo-
Ciudades develadas: improntas de Alejandría y Venecia en Lawrence Durrell y Joseph Brodsky Por Ennio Jiménez Emán
Fue en el año 331 a.C. cuando Alejandro Magno (356-323 a.C.), rey macedonio que sometió a Grecia y antiguo discípulo de Aristóteles fundó la ciudad que lleva su nombre en el delta del Nilo, convirtiéndose luego en el primer puerto comercial de Egipto. Igualmente pocos años después se afianzó como una estratégica ciudad griega en el mar Mediterráneo cuando su primer gobernante, Ptolomeo, uno de los generales del conquistador, se erigió en el primer mandatario griego de aquel país. Andando el tiempo la ciudad se afianzaría como emporio cultural y comercial de Oriente y centro de la cosmopolita civilización helenística donde después sobresalieron su famosa biblioteca (306 a.C.) con 700.000 volúmenes (de pergaminos), templos a los dioses griegos, monumentos, teatros, museos, palacios, estadios, hipódromos o baños y el Mausoleo o Sema donde estaba la tumba de Alejandro. Luego fue blanco de invasiones y conquistas romanas (48 a.C.) y musulmanas (641 d.C.) en el pasado; y turcas (1517), francesas (1798), árabes (1806) e inglesas (1882), en el presente. Durante su dilatada historia también se instituyeron allí la escuela filosófica neo-
platónica alejandrina y la doctrina oriental de las emanaciones produciendo filósofos de la talla de Plotino (205-270 a.C.). También fueron oriundos de Alejandría el filósofo judío Filón, que en tiempos del cristianismo primitivo del primer siglo influenció a este último; el poeta Calímaco (305-240 a. C.) y el crítico Aristarco (215-143 a.C.). Lawrence Durrell (1912-1990), poeta y novelista inglés nacido en la India, políglota, trashumante, cosmopolita, vivió en Corfú, Chipre, Egipto, Rodas, Inglaterra y el sur de Francia y en sus libros retrata con estilo claro y poético de imágenes transparentes y precisas la vida gozosa del ambiente mediterráneo, su historia, mitos, costumbres, vida cotidiana, placeres sencillos. De su estadía en las dos primeras islas surgen los libros de viajes La celda de Próspero (1945) y Limones amargos (1957) donde se mezclan la historia, la poesía y la política. De sus días en Alejandría resultó su celebrada tetralogía El cuarteto de Alejandría: Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958), Clea (1960), cuerpo novelístico considerado con razón como uno de los proyectos literarios mejor concebidos y realizados de la literatura contemporánea por su carácter
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Ensayo
Lawrence Durrell ambicioso, innovador y experimental, de estructura narrativa compleja que mezcla los planos espaciales y temporales en una aventura sin límites en la celebración y dignificación de la condición humana. Justine (elijo de mi biblioteca la edición de la Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998), la primera novela del proyecto, es a la vez obra lírica y tratado amoroso, arte amar y de novelar, teoría, experimento de la novela anclada en un profuso sustrato filosófico e histórico. Su narrador, echa mano de cartas, diarios, historia, noticias, crónicas y se embarca en un proyecto que presenta la relatividad del tiempo y la empresa totalizante de la literatura, apelando a su vez a varias voces narrativas. “El mundo, Alejandría, vuelve a ser el paisaje amoral que asoma en su poesía y los personajes parece que a veces existen como parte de este paisaje”, refiere un fragmento del Diccionario de Literatura Penguin. Justine, amante del narrador, esposa de un adinerado comerciante alejandrino es a la vez inspiración, núcleo central y clave de
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la novela. Declara el narrador refiriéndose a Justine: “Pero claro está, nuestra amiga es una pálida reproducción, siglo veinte, de las grandes Hetairae del pasado, tipo al que pertenece sin saberlo: Lais, Charis y todas las otras (…)”. Allí, por medio de Justine, Durrell se adentra en el alma de Alejandría buscando asir su misterio a través de la elaboración de un retrato fiel a sus rasgos esenciales y a la vez se hace una autocrítica despiadada: “Ya es mucho que un escritor haya conseguido aislar esos rasgos auténticos de la ciudad del Soma. Imposible esperar más de un extranjero de talento que, casi por error, logró perforar la caparazón sensible de Alejandría y acabó descubriéndose a sí mismo”: Justine es Alejandría y viceversa, cada una es alma y espejo de la otra. Por eso lo sedujeron ambas. Afirma el narrador que “Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes”. Y también, buscando fijar la imagen de la mujer-ciudad: “Lo que Justine busca a tientas es esa cualidad distintiva que emana, no de nosotros, sino del paisaje, ese olor
Ensayo
metálico y enervante que impregna el aire del lago Mareotis.” La ciudad a su vez, cual entidad femenina, modela y moldea su figura en el espejo del mar y las ráfagas de viento, curtida por la lluvia, la sal y la arena: “La ciudad se repliega en sí misma como si esperara la llegada de un huracán, unas pocas ráfagas de viento, y una lluvia agria son los heraldos de la oscuridad que borra toda luz en el cielo. (…) minaretes, monumentos y habitantes, parecen haber caído en el vórtice definitivo de una tromba gigantesca, que al final los devolverá suavemente al desierto de donde salieron, para retornar a la anónima superficie esculpida por las olas de las dunas.” En la novela la silueta lujuriosa, seductora y exótica de la ciudad (como fantasma y trasunto de Justine) le asalta a cada rato a la vuelta de la esquina, en los cafés, las calles, los bulevares y paseos costeros “donde las palmeras se doblan lacias; una mitología de olas de amarilla melena atacando el Faro. De noche la ciudad se llena de sonidos nuevos, empujones y tensiones del viento, hasta dar la impresión de haberse convertido en un barco cuyas viejas cuadernas gimen y crujen a cada salto de la borrasca”.
El narrador da rienda suelta a su imaginación e igualmente al sondeo introspectivo y a la indagación histórica durante los paseos y vagabundeos sin itinerario que emprende por la ciudad, por medio de ellos ésta se revela y a su vez lo revela a sí mismo. Los paseos y vistas le conducen a la meditación personal, a la memoria histórica y colectiva de la ciudad: “Veía al despertar las torres y los minaretes impresos contra el cielo agotado y polvoriento, y sobre ellos, como en montage, las huellas gigantescas de la memoria histórica que yace detrás de los recuerdos de la personalidad individual, y es su mentor, su guía; más aún, su inventora, puesto que el hombre es tan sólo una extensión del espíritu del lugar.” La novela también constituye una permanente añoranza por recuperar los últimos vestigios de una ciudad que amenaza con desaparecer para siempre. Las primeras y últimas páginas de Justine presentan al novelista o narrador (alter ego de Durrell) “en el desolado promontorio de Arturo”, en algún lugar del Mediterráneo, rememorando a posteriori los años locos de pasión y aventuras vividos en la ciudad y donde tomaron vida los personajes, en “la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría. Ya casi en sus últimas páginas y preludiando el inicio de la Segunda Guerra Mundial, en una atmósfera presa del caos y del escepticismo, el escritor presiente la decadencia final de su antiguo esplendor, el desgaste histórico, político y cultural de la ciudad y, por extensión, del país: “Caminé muy despacio (…) diciéndome que una ciudad, lo mismo que una persona, colecciona sus predisposiciones, sus apetitos y sus temores. Llega a la madurez, lanza sus profetas, y declina hacia la inanidad, la vejez o peor aún, la soledad.” Pero precisamente ahí está como aliciente la literatura para recomponer los pedazos fragmentados de la experiencia a través de la imaginación, concretada en la letra, como lo demuestran
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Ensayo
estas páginas. Allí vive, perfecta, Alejandría: “En alguna parte, en el corazón de la experiencia, hay un orden y una coherencia que llegaríamos a sorprender si fuéramos bastante atentos, bastante amorosos o pacientes”. Otra ciudad envuelta en un rico y esplendoroso pasado cultural y comercial ha sido Venecia, la llamada “perla del Adriático”, poseedora de una historia legendaria y poética pero también llena de guerras, confrontaciones religiosas e intrigas políticas. Sus bellos palacios, iglesias, torres, monumentos, murallas, casas, plazas y puentes; sus arcadas, pedestales y columnas de granito y mármol, sus estrechas y sombrías callejuelas y canales, alabados, descritos o pintados por innumerables escritores y artistas, todavía hoy reflejan en sus fragmentos en ruina o retocados esa magnificencia y grandeza del pasado. Se cuenta que en tiempos de la evangelización, San Marcos venía a Roma e hizo escala en las islas de Rialto y se le apareció un ángel que le indicó que allí reposaría su cuerpo. Luego posteriormente en el año 882, dos comerciantes trajeron desde Alejandría el cuerpo de San Marcos, que luego
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fue colocado en el Palacio Ducal por el dux Justiniano Partezipazio, convirtiéndose el santo y el león alado en lema y símbolo de Venecia. Para albergar sus restos se construyó primero una iglesia bella y profusamente adornada por artistas bizantinos y después por italianos y luego en el siglo XI una catedral. “Las columnas y capiteles romanos de Sicilia y los mármoles de Ravena fueron ya empleados en la primitiva iglesia. La ornamentación creció en el siglo XII con los ricos despojos de Tiro y Constantinopla”, reseña una enciclopedia. Numerosos escritores, filósofos y artistas de todas las épocas señalaron su belleza artística y arquitectónica. El número de pintores que la ha retratado es infinito. El poeta ruso Joseph Brodsky (19401996) también fue seducido, como tantos otros creadores, por la belleza esplendente, espejeante y enigmática de Venecia. Brodsky, nacido en Leningrado y de origen judío, inició su carrera literaria bajo la influencia de Pushkin, Mandelstam, Anna Akmatova y otros poetas soviéticos del siglo XIX y comienzos del XX apegados a las formas tradicionales de la lírica rusa, terminando sus últimas composiciones líricas, desde finales de los años setenta hasta finales de los ochenta, cuando se le concede el Premio Nobel de Literatura (1987) en el decantamiento de un lenguaje más personal, mezcla de objetivismo, objetualismo y experimentación que toma las cosas, la realidad exterior o el lenguaje como materia preponderante aunque sin abandonar los temas clásicos, mitológicos o filosóficos. Otros temas de sus poemas y ensayos son los históricos, los de la nostalgia rusa, el exilio o los viajes envueltos en un vaho de pesimismo, patentes en su poesía luego de su llegada a Estados Unidos (1972), país donde se naturalizó luego de pagar una condena de cinco años de trabajos forzados en su Rusia natal. No es de extrañar, pues, que en su libro de ensayos Menos que uno (1986) ya Brodsky revela sus seducciones y predilecciones por el acercamiento y peregrinación hacia ciudades como San
Ensayo
El poeta Joseph Brodsky en su juventud.
Petersburgo, Roma, Nueva York, Florencia o Venecia, ciudades en las que habitó, pasó largos períodos o visitó frecuentemente como andariego ciudadano del mundo exiliado de su país de origen. Aparte de sus fantaseos venecianos y sus permanentes deseos manifiestos de conocer la ciudad y establecer un romance con ella, la primera vez que tuvo la oportunidad de hacerlo fue en 1972, alentado por el encanto de una mujer. Luego de varias visitas y de una estadía corta en 1989, escribe ese año su crónica-ensayo de temple lírico Marca de agua (aquí elijo el texto de las Ediciones Norma S.A. Bogotá, 1993, por su fluida traducción). Conocemos por estas páginas que Venecia constituye para Brodsky su visión del Edén, y la misma “no depende del tiempo ni de la temperatura”, sino que es puramente visual y se refiere así al libro que comienza a escribir allí como a la ejecución de un cuadro o una pintura: “Lo que sigue, por consiguiente, tiene que ver con el ojo más que convicciones, incluidas las concernientes a adelantar una narración. El ojo precede a la pluma, y no pienso dejar que la pluma mienta acerca de su situación. (…) Tras haber escudriñado esta ciudad durante diecisiete años, ya debería ser capaz de salir con un Poussin verosímil: de pintar una semblanza de esta ciudad, sino durante las cuatro estaciones, al menos cuatro veces al día”. Igualmente, frente a esta ciudad espejeante de piel de algas y acuosos bordados, Brodsky intenta fijar con la escritura una suerte de poética del agua: “Lo que viene, en otras palabras, podrá no llegar a ser un cuento sino el flujo del agua enlodada (…) A veces parece azul, a veces gris parda; invariablemente es fría e impotable. La razón por la que me esfuerzo en filtrarla es que contiene reflejos, entre ellos los míos.” Venecia es, pues, una ciudad edénica petrificada en el tiempo y el espacio: “aristocrática, apenumbrada, fría, mal iluminada, punteada al fondo por Vivaldi y Cherubini, con cuerpos femeninos cubiertos por Bellini”. Una ciudad ecléctica a nivel urbano que
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Ensayo aúna en su arquitectura un delicado refinamiento y un vigor rustico sublimes, producto de la amalgama cultural de Oriente y Occidente, heredera del imperio bizantino conquistado por Roma. Remodelaciones pasadas y presentes, restauraciones, fragmentos antiguos y modernos se ensamblan, como ya señalábamos, en una alucinante superposición de estilos. Gran parte de su encanto poético y romántico se debe también a su carácter delicado y etéreo por encontrarse flotando y moviéndose al ritmo de las aguas, (“aguas frías teñidas por el crepúsculo”) y al cambiante espejeo y reflejo mudable de su silueta urbana sujetos a las corrientes marinas que fluyen por los canales y la gran laguna. Escribe Brodsky: “no hay otra salida pensable contra el fondo de esta Penélope de ciudad que teje día a día sus diseños y los deshace de noche, sin ningún Ulises a la vista. Tan sólo el mar.” Una observación de Brodsky que hay que tener en cuenta es que en Venecia no exis-
ten puntos cardinales, y esto da al paseante o transeúnte una sensación de extravío o pérdida de las coordenadas; la única dirección viable de la ciudad es a los lados, a la derecha o a la izquierda: “No importa a dónde nos dirijamos aquí al salir de la casa, uno está destinado a perderse en esos largos y retorcidos callejones que nos seducen para seguirlos, para llegar hasta su elusivo final, el que por lo general desemboca en el agua”. Escribe el poeta ruso que Venecia no califica para museo porque en sí misma la ciudad es una obra de arte: “Esta ciudad le quita a uno el aliento en todos los climas. (…) De esta manera uno es veneciano por definición, porque allá afuera, en su equivalente del Adriático o del Atlántico o del Báltico, el tiempo, alias el agua, entrelaza o entreteje nuestros reflejos en patrones irrepetibles.”
Tumba de Joseph Brodsky en Venecia
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Crónica
Crónica
Homenaje a Rafael Sánchez López “Rafuche” Por Israel Antonio Colina
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En estas cortas líneas he querido dejar plasmado un pequeño homenaje recordatorio, sin duda alguna, al más universal de los músicos falconianos, con quien considero, las instituciones encargadas de exaltar los valores regionales, están en deuda todavía con su obra; debido a que no se le ha dado la importancia trascendental que un ser humano, músico, poeta, cultor y educador como lo fue Rafael Sánchez López (Rafuche); quien traspasó las fronteras patrias con su inmortal vals “Sombra en los Médanos”, considerado por los falconianos que apreciamos su obra musical, como el segundo Himno Regional del Estado Falcón. Al extremo tal, que de tantas orquestas que se han formado en el Estado, dentro del Sistema Nacional de Orquestas, Infantiles y Juveniles, ninguna al día de hoy, lleva su nombre. Junto a sus dotes de músico y poeta, a los diecisiete (17) años se inició como maestro de escuela en su lar nativo, donde fundó un colegio particular (Privado). Fue un abnegado educador. Se caracterizó además, por buscar mejoras para el estudiantado. Con sus luchas gremiales logró un Edificio Escolar donde se ubicaron los alumnos que estaban repartidos en varias casonas del pueblo donde escuchaban sus clases. Fundó un Ropero Escolar sostenido por maestros con colaboración de elementos progresistas de aquel pueblo, con la finalidad de satisfa-
cer las necesidades de los muchachos que sufrían desnudez y por ello no asistían a sus labores escolares. El “Rafuche” músico, poeta y cantante, fundó el Conjunto Musical “Sexteto Veleño”, del cual fue su director, y lo formaban los músicos veleños: Luis Rafael Reyes, Luis Alfonso Zavala, Francisco González Sánchez, Ramón Guanipa y David Figueroa. Con dicho sexteto tuvo destacadas actuaciones en Radio Coro, Radio Puerto Cabello, la Voz de Carabobo y otras de la capital de la república, donde se supo ganar el aplauso, la admiración y respeto del público asistente.
En la composición va plasmando un exquisito poema de cuatro estrofas, digno de figuración en nuestras antologías líricas; es fiel expresión de emotividad y posee un inconfundible sabor nativista.
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El Profesor Luis Arturo Domínguez, dijo del “Rafuche” compositor, lo siguiente: “(…) tocaba el guitarrón con singular maestría. Compuso valses, merengues, boleros y canciones que él mismo interpretaba en sus giras artísticas o en sus momentos de farra. Sus composiciones siempre tuvieron un origen sentimental y los motivos fueron vividos por él mismo. No conoció la técnica del arte de los sonidos. Sus piezas las compuso únicamente por su fino oído musical y su emotiva inspiración poética. (…) en sus instantes de inspiración se sentía poseído de una inquietud dolorosa y de un deseo infinito de soledad, situaciones anímicas que marcadamente observamos en sus mejores composiciones musicales.
Crónica En el vals “Sombra en los Médanos”, desde la construcción lírica, contemplamos paisajes nativos que el maestro decoró con su refinada sensibilidad y las angustias de su sentimiento profundo y complejo. En la composición va plasmando un exquisito poema de cuatro estrofas, digno de figuración en nuestras antologías líricas; es fiel expresión de emotividad y posee un inconfundible sabor nativista. En cuanto a la música, la melodía espontánea y hondamente expresiva produce gratísima sensación y activa la sensibilidad de quien la escucha. Parece expresarse en ella un lamento de amor; entre las consejas que corren sobre el motivo que dio vida a dicha composición, se susurra el dolor de un amor contrariado. La historia de este afecto es un eco romántico; Sánchez López amó con todo su ser a una de sus antiguas alumnas.”
Sombra en los médanos Bajo el claror de la luna, sobre las tibias arenas y entre cardones y tunas un chuchube modula un cantar… De otro distante paisaje surge un concierto de besos: es la mar que con su oleaje viene la playa a besar. Los cujíes lloran el dolor de mi vida mustia de esperar las caricias de un lejano amor que ha sembrado mi peregrinar. Y en la ruta que marca el destino sobre las arenas que esperan camino… dolorosamente se alarga mi sombra sobre el medanal. Así mismo composiciones como “Crepúsculo coriano”, “Estampa matinal”, “Noche azul”, “Crisol de amor” y “Tejiendo”; entre otras, han sido interpretadas, grabadas y
convertidas en éxitos musicales, como es el caso del bolero “Tejiendo” interpretado por otro bardo de la cantata criolla, el también falconiano Tino Rodríguez, quien lo grabó en la década de los años sesenta del siglo XX con la Orquesta “El Súper Combo Los Tropicales”, y resultó todo un acontecimiento de la discografía nacional.
Tejiendo (Bolero) Yo alimenté un recuerdo y con hilos de luna tejí una red plateada en la que aprisioné, al ideal sublime, que en mi vivir bullía y que plasmé en silencio en la plateada red. Amor surgió en pañales balbuciendo impaciente su canción fresca y pálida al sublime ideal, La red volcó su gasa sobre nuestras dos almas y aprisionó en sus hilos, mi trunca libertad. Entre redes la vida se nos hizo exquisita, prisioneros forjamos un amor tan tenaz que a pesar del impulso del destino inclemente fue tomando más cuerpo, compactándose más. Horadarlo quisieron más en vano intentaron resquebrajar la mole que el tiempo acrisoló por ello es que tejiendo esos hilos de luna treparemos la escala que nos tendió el amor.
Los padres de aquella joven, nunca estuvieron de acuerdo con el idilio entre el maestro y su alumna, así que optaron por enviarla a la Capital de la República, Caracas, donde fue internada en un colegio. Dicha partida hizo que el poeta, no encontrara explicación alguna el por qué los progenitores de ésta, se oponían a esa relación sentimental. Al correr del tiempo y caído en la bohemia, viaja a Caracas y logra conversar con su adorada. Hablan de la turbulencia en que se encuentran sus relaciones y ésta le manifiesta que a pesar de todos los conflictos familiares, sus sueños se convertirán en realidad.
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Crónica vio envuelto el excelso compositor de “Sombra en los médanos”, hace presumir que, se encontró como en un callejón sin salida. Estando en un botiquín de esa población en compañía de amigos, entre ellos un médico y un abogado que habían llegado de Caracas y andaban con el hermano de su amada, querían conocerlo. Fue al urinario, vertió una sustancia en su vaso de cerveza, regresó al sitio de la reunión e invitó a sus compañeros a brindar, diciéndoles: - ¡Brindemos, señores… Este año se nos va y algo se está muriendo con él!
A los pocos meses de aquel encuentro la joven regresó al Puerto de La Vela y por fin sus padres medio aceptaron aquella relación. Entonces convinieron fijar el cruce de aros para el 24 de diciembre de ese año, 1946. Pero surgió algo inesperado en los primeros días de ese mes. El padre de una muchacha, presumiblemente seducida por “Rafuche”, lo llamó a juicio para que arreglara la afrenta de haberla embarazado, lo antes posible. Este nuevo episodio en la vida sentimental del poeta, lo desmoraliza, a tal punto que se refugia nuevamente en la bohemia y su guitarra. Se le ve con frecuencia a la orilla del mar y su estado anímico es bastante precario. Toda esta situación en la que se
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Consumió todo el líquido del vaso, enmudeció, echó espuma por la boca, convulsionó y cayó muerto en los brazos del médico que estaba sentado junto a él, éste lo examinó y apesadumbrado manifestó a los presentes, que su compañero se había envenenado con cianuro de potasio. Este ilustre músico y poeta falconiano, nació en la Vela de Coro el 3 de junio de 1916 y se marchó la madrugada del 16 de diciembre de 1946, a escasos 30 años de una vida fructífera y apasionada que vivió junto a su inseparable guitarra, que fue testigo de sus triunfos y amoríos. Fueron sus padres: Jesús Sánchez Quero y Nicolasa López de Sánchez. Esta es una recopilación del libro “RAFUCHE” de 1976, de la autoría de Domingo Leal Sánchez.
Bailar cuando hay que bailar Bailar cuando hay que bailar a pesar del frío saltar de la cama a media noche y largarse sobre la azotea observar los pájaros que le cantan a la noche las gatas sobre los tejados y hasta las ratas equilibristas del tendedero. Bailar cuando no hay que bailar en medio de la reunión a pesar del criterio del público llevarse una mirada por la pista el pasillo que lleva a la cocina o el zaguán para entrar al trabajo, bailar señora sobre su cama como toda una dama con sus tacones y todo bailar y dar lo que nos queda que nunca es mucho que nunca es poco lo que a duras penas nos queda fuera de la despensa en medio de los ojos… Bailar cuando hay que bailar y cuando no también como vos muchacha cola de caballo sin temor a resabio sin críticos ni ruines peseteros sin temor al trasnocho a la resaca madrugadora sin temor a la foto de los amigos cantando vallenatos a pulmón abierto…
Ricardo Domínguez. Habitación de mujer pura.
Poesía
Poemas de Ennio Tucci Entender que esta vida se nos va bailando que el pudor o el temor no se quedan se van con nosotros tristes en un rincón del salón botella en mano sin movernos dejando que el tambor, la timba, el bajo, nos atraviesen sin moldearnos. Driblar entre la gente ya es un son entender que hay que bailar por lo menos una vez por semana en especial cuando no se sabe bailar y reírse de uno mismo antes que el vecino, y reírse del vecino que se ríe de nosotros bailando sin compás, chocando las rodillas, pisando los juanetes, raspándose las suelas en dos ritmos distintos y sordos golpeando bien el bombo como un cacerolazo en los noventa.
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Poesía
El patio es Patria Te tomamos con el toronjil, con el romero y la cebolla morada en medio de la bronquitis. Te encontramos en la esquina de los sordos la obra de los mancos el puente de los que cruzaron apenas viéndose el ombligo. Nos comieron la lengua en la escuelita con clases de silencio agradecido pastillitas de crimen y castigo, causa, efecto, ofertas y demandas. Nos enseñaron a bajar la cabeza los gorditos de tus oficinas públicas, tenderos tristes detrás de un escritorio muralla tan sustituibles como un bombillo prescindibles como lentes de sol en el cine. Pero no nos olvidamos del limoncillo, los mangos, las guayabas, los limones, tierra del mundo tan mía como estás en mí aquí en este país de mentar interior. Que no te gane la globalización de paquetico ni compremos la albahaca en sobrecitos de Mc Cormic, que no se seque la ruda en tiempo de diarrea ni las naranjas de la panamericana, que no falte el cilantro en tus sancochos y nadie falte en la mesa que este país de hierbas y de aromas es una Patria nuestra que palpita.
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Ricardo Domínguez. La gota de rocío.
Poesía
Butaca o silla para ti Alguien se levantó de la mesa hace tiempo y salió pitando una canción patria, escondido al otro lado del cielo nos ve entrar y salir de la casa. De vez en cuando revisa nuestra basura y se entera y evalúa y medita el diario vivir de esta frontera… Hoy no me quejo, aquí hay gas y agua y luz eléctrica y hasta televisión por cable hay, él nos mira desde lejos, nos ve más grandes cada día, algunas veces cree que nos queda pequeña esta ciudad o la camisa, iluso y veterano este ser. Más pequeñas nos quedan estas ganas de comer, este cansancio, este ingrato dolor de piernas a mitad del trayecto… aún luchando.
Ricardo Domínguez. Por la escala del tacto.
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HABITACIONES DE RICARDO DOMÍNGUEZ Gabriel Jiménez Emán
Están desnudas pero no denotan inmediatamente erotismo: poseen una sensualidad integrada al entorno “natural”. Ricardo Domínguez. Brujas Una simple mano emergiendo de una alucinación nocturna es suficiente para que un mundo comience a construirse al amparo de la pureza. No se trata de la terrorífica mano de una pesadilla, sino de un elemento de delicada sugerencia destinado a ir armando el gran rompecabezas de la intimidad femenina. Ricardo Domínguez ha aceptado el reto de ir colocando las piezas, se interna en esos
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laberintos donde las mujeres trazan la historia de su ser privado, de una intimidad que recorre lo familiar, la memoria infantil, el deseo erótico, el zambullido en insospechados placeres íntimos del baño, el descanso, el amor. La forma puede ser majestuosa o tener la sencillez rotunda de una escultura de piedra, o plegarse a los espacios donde una sombra o un espacio blanco pueden contener el mismo contenido mistérico; ahí labios,
Arte
Ricardo Domínguez. La terraza que prefiere la luna manos, ojos o rostros completos emergen del corazón mismo de la tiniebla. En otros espacios presentimos recuerdos que desean permanecer fijados al césped de la memoria por alfileres o estacas, todo dirigido al silencioso habitáculo de una mujer que se despoja de sus vestiduras, se prepara al baño, al descanso, al amor. Las habitaciones de Ricardo Domínguez
no están necesariamente conformadas por paredes. En piezas de gran formato vemos a damas en pleno bosque, en especies de tiendas armadas para procurarse el relajamiento. Están desnudas pero no denotan inmediatamente erotismo: poseen una sensualidad integrada al entorno “natural”. Detrás de cada una de ellas hay una historia, una
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Poesía Arte
Ricardo Domínguez. Muro anécdota que parece recuperarse en cada uno de los cuadros para establecer su propio valor ante otras tendencias históricas en boga, como la neofiguración o el abstraccionismo. En oposición a estas —aunque alimentándose de la inevitable presencia de los cuerpos y de los trazos vertiginosos que comparecen en todo proceso de abstraer— Domínguez propone una vuelta a la clasicidad, a los puntos de equilibrio frente a las incursiones caóticas de la mayoría. Movimientos de mujer en recintos cerrados, tomando baños silenciosos, llevando delicadas prendas o tocados, rizando bucles que caen ante el espejo, cerca de puertas que se abren ante descampados ignotos, miradas que acechan los enigmas del eros. Puede el artista utilizar el acrílico con la intención de lograr la simbiosis de la técnica con el tema: aquí, según él, no es posible trabajar con el olor putrefacto del óleo, mientras que el acrílico le permite cierta uniformidad en la textura o el acabado, muy
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acorde con los planos subyacentes de la obra: hay un código cifrado tras esta aparente mansedumbre, una clave subterránea de acuerdo tácito con la voluntad de factura estética. La personalidad de Domínguez es polifacética, plena de una corriente sanguínea a todo galope, para quien cada minuto de lo vivido representa una incursión en la fugacidad existencial; esta ya parece escapársele y él desea atraparla para congelar su goce, extractando cada minuto placentero para convertirlo en presencia poemática. Domínguez degusta del arte de la conversación, del humor inteligente y del jazz madrugador, de las notas asordinadas de la trompeta de Baker o Davis, de los poemas de Borges y de otros artistas que no permiten el paso a teorizaciones frías o a consideraciones profesorales, ni van en busca del elogio o los premios, sino hacia los espacios del carpe diem, del vino fluyendo en las barras para la celebración poética.
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Ricardo Domínguez. Eran dos, era uno, era ninguno.
Ricardo Domínguez. El río
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