Arte Sonoro - Previsualización

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Atlas de lugares comunes. Cuaderno para artistas Pablo Helguera

Mutaciones de la imagen. 20 años de cine mexicano. 2000/2020 Varios autores

Arte sonoro: una indisciplina José Iges próximamente: Todo retrato es pornográfico. El Posterotísmo Yunuen Díaz

Arte sonoro: una indisciplina

Arte Sonoro: una indisciplina

Ediciones EXIT la LIBRERIA Colección MAX & ROCCO Libros

Noviembre de 2022, Ciudad de México, México www.exitlalibreria.com

Editora: Rosa Olivares

Coordinación Editorial: César R. Oliveros

Revisión y coord. editorial en España: Clara López Diseño Gráfico: Jaime Narváez Impresión: Escritorio Digital. Artes Gráficas, Madrid

© Del texto José Iges

© De la presente edición Exit La Librería S de RL de CV, 2022

ISBN edición mexicana: 978-607-99962-1-5

ISBN edición española: 978-84-125910-4-0 D.L.: M-26784-2022

Una coedición entre EXIT la Librería y Producciones de Arte y Pensamiento S.L. Con la colaboración de Museology

Arte sonoro: una indisciplina

José Iges

A Concha Jerez, artista indisciplinar

A Ricardo Bellés, sabio indisciplinado

Escuchar entre líneas por Miguel Álvarez-Fernández

Puntualizando Aclaraciones preliminares Interferencia zoológica Una indisciplinaridad disciplinada

Explorando. Acotando De qué hablamos cuando hablamos de arte sonoro Relatos sobre el arte sonoro Genealogías y cronologías Dimensiones y atributos Comportamientos y trayectorias

Escuchando Maestros de la escucha Escuchas políticas Una escucha conceptual La escucha espacial. En torno a las instalaciones y esculturas sonoras Diseño sonoro

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23 23 27 29 39 39 47 71 82 89 95 95 105 118 125 138

Ampliando

Indisciplinas de expansión y de contaminación La noción de intermedia

La acción y la performance como territorios intermedia y de expansión

La poesía sonora y las dimensiones de la voz Plataformas de encuentro nacidas de la radio

Produciendo

Estrategias de producción y organización ¿Se comporta el artista sonoro como un okupa?

La transgresión desde la tecnología como indisciplina Elogio del micrófono

Profundizando

¿Es el ruido un sonido indisciplinado? Mil y un silencios Tiempo dentro del tiempo

Concluyendo Memoria del arte sonoro Procesos de desaparición ¿Existe el arte sonoro? A modo de final. Dispositivos de escucha

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161 166 177 188 197 197 209 218 229 237 237 248 256 267 267 278 284 295

Bibliografía consultada Discografía seleccionada Índice onomástico 325 321 313

Escuchar entre líneas

Si palabras tales como “pionero” o “precursor” no estuvieran tan manoseadas, tan gastadas, resultaría apropiado emplearlas reiteradamente en estas líneas. Pero no porque José Iges pertenezca a la primera generación de artistas sonoros españoles que han desarrollado su labor en el ámbito de lo que —para entendernos— continuamos denominando “arte sonoro”. Iges, nacido en el Madrid de 1951, ya ha sido heredero de las aportaciones a ese campo que realizaron otras figuras anteriores —que desgraciadamente tienen en común habernos abandonado en los últimos años—, como los miembros fundadores del grupo Zaj —Juan Hidalgo (1927-2018), Ramón Barce (19282008) y Walter Marchetti (1931-2015)—, LUGAN [Luis García Núñez] (1929-2021) o, desde una perspectiva bastante diferente —y, hasta se podría añadir, malgré lui— Luis de Pablo (19302021), por sólo nombrar algunos. Dicho lo anterior, pensamos que la frase con la que se iniciaba este texto prologal sigue siendo válida. El autor del libro que está frente a sus ojos ha sido el primero (o ha estado entre los primeros) que, dentro de España, ha planteado y llevado a la práctica determinadas reflexiones que, simplemente, no habían tenido lugar antes (o, desde luego, no de la misma manera, ni con igual persistencia). Dos ámbitos pueden venir, con rapidez, a la mente de quienes conozcan mínimamente la trayectoria de José Iges: el que se refiere a las aproximaciones más experimen-

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tales al fenómeno radiofónico, de un lado, y el relacionado con la instalación sonora, por otro. No es fácil encontrar en el panorama de la cultura española, con anterioridad a Iges —e incluso dentro de su generación—, a alguien que haya dedicado tantos esfuerzos a esos dos campos de la creación artística, y que haya alcanzado semejantes resultados.

Al socaire de esta última constatación debe también recordarse aquí —pues de otra manera no se podrían entender adecuadamente las páginas siguientes— que los mencionados esfuerzos y resultados acometidos por Iges (en esos dos campos que se han citado, pero también en otros varios, siempre relacionados con la creación sonora experimental) no solamente han surgido como proyectos artísticos —individuales o realizados junto a Concha Jerez—; muchos de ellos se han catalizado como iniciativas curatoriales, didácticas, teóricas, editoriales, etc.

En otras palabras: el lector de este libro no solamente se beneficiará de la amplísima experiencia cosechada por su autor después de varias décadas de trabajo como artista sonoro y compositor, sino también —y acaso en aún mayor medida— de la sabiduría acumulada tras igual número de años en el desempeño de una labor sin par que nos ha permitido disfrutar —permítaseme comenzar por ahí— de ese oasis radiofónico denominado Ars Sonora que Iges imaginó junto a Francisco Felipe en 1985, y que desde entonces hasta 2008 dirigió y presentó cada semana, en lo que sin duda constituye el más duradero y ambicioso esfuerzo de divulgación consagrado al arte sonoro y las músicas experimentales no ya en nuestro país, sino también en nuestra lengua.

Por ser esa valiosísima labor ampliamente conocida, y por haber sido glosada en muchas otras páginas (destacadamente, las del libro Ars Sonora, 25 años. Una experiencia de arte sonoro en radio, editado en 2012 por la Fundación Autor) no nos detendremos aquí en ella. Pondremos, más bien, algunos ejemplos de esas exposiciones comisariadas por Iges que han traído a nuestro país obras hasta entonces poco o nada conocidas en estos lares, o que han reunido trabajos pa-

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trios que nunca habían dialogado entre sí. Muestras de ello son El espacio del sonido. El tiempo de la mirada, que ya en 1999 —aquí sí cabe hablar de una acción pionera— llevó al Koldo Mitxelena de San Sebastián piezas de Robert Adrian, Laurie Anderson, Philip Corner, Esther Ferrer, Joe Jones, Rolf Julius, Christina Kubisch, LUGAN, Max Neuhaus, José Antonio Orts, Peter Vogel, Wolf Vostell y Qin Yufen. O, más recientemente (y por sólo mencionar otro hito fundamental en la historia de nuestra indisciplina), Escuchar con los ojos. Arte sonoro en España (1961-2016), que Iges comisarió en colaboración con José Luis Maire para la Fundación Juan March en sus sedes de Madrid, Palma de Mallorca y Cuenca, y después viajó hasta el Museo Tamayo, en Ciudad de México —el listado de artistas reunidos en esa muestra, así como el de los colaboradores que participamos en el suculento catálogo que la acompañó, es demasiado extenso como para ser reproducido aquí—.

La referencia a ese grueso volumen, tan recomendable como desgraciadamente inaccesible en su versión física —es de agradecer que la institución que produjo la muestra facilite el acceso gratuito a una versión digital del mismo—, nos permite referirnos ahora a otros libros con los que, antes de éste, Iges ha enriquecido el ecosistema cultural relativo al arte sonoro tanto —al menos— como con las exposiciones por él comisariadas. Vienen veloces a la memoria títulos relativamente recientes, como las Conferencias sobre arte sonoro  editadas por Árdora en 2017, o —en coautoría junto a Manuel Olveira— El giro notacional, publicado en 2020 por el Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo (CENDEAC). Mencionamos estos antecedentes inmediatos del presente texto, pero advertimos que éste se distancia, en muchos sentidos, de todos ellos. Por un lado, aquí se trata de un libro —un ensayo— unitario, y no de una compilación de artículos previamente existentes; por otro, la temática abordada es mucho más amplia que en cualquier trabajo anterior del autor. Sí mantiene este texto, igual que esas otras publicaciones —y los otros proyectos en los que José Iges ha asumido un rol que unas páginas más adelante él mismo describirá como

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“divulgador mediático-cultural”—, un tono dialogante, poco o nada proselitista, renuente a la polémica y los antagonismos… Una actitud, en fin, que quienes pertenecemos a otras generaciones más recientes tendemos a relacionar con lo que se ha dado en llamar “Cultura de la Transición”, y que por momentos puede resultarnos excesivamente descafeinado, pero cuyo valor conciliador también reconocemos, y hasta admiramos. Se trata, como se podrá leer más adelante, de “un relato transversal que quizá no alcance a asegurar uno propio, en plena batalla de relatos como ha venido siendo esto del arte sonoro”.

También son muy veladas y discretas las críticas de Iges al clarísimo sesgo anglocéntrico de las exposiciones y publicaciones dedicadas al arte sonoro que este vademécum glosa en las páginas correspondientes. El repaso de los respectivos índices de esos libros y catálogos ofrece una perspectiva más sociológica que estética sobre el campo del arte sonoro, pero sin duda este recuento —también en lo que apareja de invitación para que esta lectura se ramifique a través de muchas otras— podrá suscitar valiosas reflexiones.

Efectivamente, conforme a ese talante, los siguientes capítulos nunca pretenden imponer a los lectores las convicciones del autor, quien, mucho antes de llegar a ello, incluso las oculta, seguramente con el propósito de que esas opiniones personales no disminuyan la validez de las diferentes observaciones que propone. Nos ubicamos, pues, en las antípodas conceptuales y estilísticas de trabajos como La mosca tras la oreja. De la música experimental al arte sonoro, de Montserrat Palacios y Llorenç Barber, un libro que —dejando aparte, precisamente, esos aspectos y el hecho de ceñirse exclusivamente al panorama español— podría considerarse, desde otra perspectiva, el antecedente más cercano, en nuestro idioma, de Arte sonoro: una indisciplina (especialmente si se tiene en cuenta el carácter felizmente ambicioso —y, en esa medida, audaz y valiente— de ambos volúmenes).

El deje censal propio de esos apartados iniciales aún se mantiene en el epígrafe dedicado a las “Genealogías y cronologías”, pero el texto alza notablemente el vuelo conceptual en

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el apartado titulado “Dimensiones y atributos”. En cierto sentido, el libro comienza ahí, cuando en ese epígrafe Iges declara: “creo necesario incorporar nociones que puedan servir como herramientas de acercamiento a las obras que estudiamos”. También disfrutará el lector al recorrer los “Comportamientos y trayectorias” después presentados, si bien las propuestas más sustantivas de Iges en este libro aparecen a partir de su tercer capítulo, que se inicia con una celebración dedicada a tres “Maestros de la escucha” (Pierre Schaeffer, John Cage y Raymond Murray Schafer). Estas glosas, aun sin apartarse demasiado de los cánones académicos más establecidos, ofrecen refrescantes analogías entre estos tres popes (como por ejemplo cuando se comparan sus respectivos proyectos vitales con diferentes procedimientos propios de las religiones, a partir de la constatación de que “[l]os tres han apoyado la enseñanza y propagación de su ‘doctrina’ en un libro” —los lectores pueden permanecer tranquilos: éste que ahora contemplan es, como venimos sosteniendo, otro tipo de texto bien diferente—). A continuación, en el imprescindible apartado titulado “Escuchas políticas”, Iges alcanza un sugestivo equilibrio entre el análisis de obras concretas y la reflexión teórica más abstracta, algo que se prolonga en las páginas dedicadas a “Una escucha conceptual”. La propuesta allí lanzada por Iges constituye el principal aserto teórico contenido en estas páginas, con el que además tercia una cuestión que había quedado pendiente desde los primeros capítulos: “una escucha que ahonda en lo conceptual permitiría transformar obras musicales en obras de arte sonoro”. La conclusión de este importante apartado también revela cómo ese estilo de Iges le ubica, al menos en cierto sentido, en el mismo plano que ocupa el lector, pues con él comparte —de un modo que parece bastante sincero— los pequeños o grandes hallazgos que se derivan de su propia argumentación, y que en ocasiones invitan al autor a reconsiderar algunas posiciones teóricas que él mismo había defendido con anterioridad (aquí un bello ejemplo de ello: “Tras lo observado en algunos de los trabajos expuestos en este apartado, no podría seguir manteniendo alegremente que el arte sonoro

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implica en todas sus manifestaciones trabajar el sonido con criterios artísticos, pues hay obras que no suenan, pero cuyo territorio expresivo y referencial es el de ese arte”).

Esa misma sinceridad podría, en algunos pasajes de esta obra, desesperar al lector, o incluso provocar que éste se enfade con el autor. Pensamos, por ejemplo, en esos momentos en los que confiesa que está “citando de memoria”, o cuando declara —con insuperable humildad— no haber accedido a determinadas fuentes (“[…] Michel Chion, autor de importantes trabajos sobre la filmografía del cineasta francés, de los cuales, al no poseerlos en mi biblioteca, tengo que hablar por lo encontrado en la web”), o cuando —no muy lejos del fragmento recién citado, y refiriéndose a Jacques Tati— admite sin tapujos que no se ha sentido suficientemente motivado para investigar —y, en su caso, verificar— una determinada hipótesis. Todo esto, que si estuviéramos en presencia de un trabajo académico supondría un tremendo descrédito, en este contexto puede entenderse como parte de una estrategia retórica enfocada hacia la creación de un clima de cercanía respecto al lector. Éste no debería darse por sorprendido en este punto, pues en realidad Iges ya le advirtió desde las mismísimas “Aclaraciones preliminares” con que se inicia el libro: “[…] al releer lo escrito he tenido la grata sensación de haberlo organizado, por supuesto sin pretenderlo, como una reunión de amigos. Confío en que el lector no se sienta incómodo en ella, pues es el invitado de honor”.

Regresando a los contenidos del texto, y aunque las frases que se acaban de citar proceden del sugerente apartado dedicado al “Diseño sonoro”, antes de esas páginas figuran otras, igualmente recomendables, dedicadas a “La escucha espacial. En torno a las instalaciones y esculturas sonoras”. Esos párrafos reflejan otra faceta de Iges que aquí debe destacarse especialmente, pues el lector también se enriquecerá enormemente gracias a ella: nos referimos a la curtida experiencia del autor como auditor (en todos los sentidos de esta expresión) de un amplísimo número de obras y propuestas relacionadas con el arte sonoro. “[P]uedo dar fe por conocimiento direc-

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to”, leemos en un determinado momento, y efectivamente las peregrinaciones de Iges a mil y un festivales, exposiciones y conciertos, el no menor número de registros fonográficos y emisiones radiofónicas que han atravesado sus tímpanos, las lecturas propiciadas por esa biblioteca tantas veces mencionada a lo largo del texto… todo ello convierte a quien firma este libro en una referencia —con escaso parangón en el ámbito de habla hispana—, muchos de cuyos saberes y (sin)sabores ahora pueden llegar hasta un grupo de amigos aún mayor. Esa sabiduría se transmite aquí, insistimos, sin prepotencia alguna, y más bien parece que el propio Iges va “Ampliando” (por usar el título de otro capítulo memorable) sus conocimientos a la par que el lector. Éste (re)descubrirá en ese apartado a autores tan diversos en sus procedencias (geográficas, estéticas, generacionales…) como Robert Morris, David Tudor, el propio Iges en colaboración con Concha Jerez, Anna Friz, José Antonio Sarmiento, Bill Fontana, Stefano Gianotti, Tetsuo Kogawa, Max Neuhaus, GX Juppiter-Larsen, Enzo Minarelli, Xavier Sabater, José Luis Castillejo, Fernando Millán… Todo ello antes de abordar, en ese mismo apartado, las cuestiones relativas al paisajismo sonoro y a la Text Sound Composition Valga esa ristra de nombres —o la contenida en el igualmente prolijo y heteróclito índice onomástico que muy acertadamente se ha incluido al final del volumen— para denotar cómo en estas páginas un artista con la experiencia de Iges no se ha dedicado a glosar (ni mucho menos elogiar) su propia obra, sino que proyecta su atención y su capacidad de análisis hacia una plétora de colegas (algunos más veteranos, pero otros mucho más jóvenes). Ello, sin duda —y éste es otro de los valores fundamentales de este libro—, afianza el sentimiento de comunidad entre quienes pueblan ese índice, o esa no menos esmerada bibliografía que corona el libro, y que amplía generosamente el aforo de la ya mencionada reunión de amigos.

El tono con el que se realiza esta operación no es tanto el de un erudito (“algún estudioso muy recalcitrante”, se llega a leer en algún momento) como el de un pedagogo, lo cual nos anima a recuperar la enorme dignidad de esta labor y la de

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otra a menudo injustamente vilipendiada: la divulgación (un ámbito en el que, con la perspectiva de las más de dos décadas que Iges estuvo ante los micrófonos de Ars Sonora —así como de otras memorables emisiones radiofónicas— su trayectoria brilla especialmente). Destaquemos, en este sentido propedéutico, los párrafos dedicados a Fluxus y a Zaj en el apartado titulado “La acción y la performance como territorios intermedia y de expansión”.

La intención de “fijar un cierto ‘quién-es-quién’”, declarada por Iges en el inicio del libro, va cediendo poco a poco en los tramos finales del texto —sin duda como resultado de las actitudes descritas en el párrafo anterior, pues para entonces el lector ya cuenta con poderosos elementos de juicio— hacia unas reflexiones de mayor calado, como las de índole sociológica que presenta, ya desde su mismo inicio, el capítulo titulado “Produciendo” (donde se discute, por ejemplo, la relación del arte sonoro con otros campos como la videocreación o el arte electrónico, o se argumenta cómo aquel intersecciona también con el arte de los medios).

Esa potencia del libro, más inspiradora cada vez que se torna una de sus páginas, reluce igualmente en el siguiente capítulo, “Profundizando”, cuyas especulaciones en torno a la noción de ruido podrían propiciar uno o varios volúmenes completos (que, por lo demás, complementarían la creciente bibliografía sobre este asunto ya disponible en otros idiomas). De hecho, Iges compila aquí una pequeña “Biblia del ruido” — no por el carácter dogmático de su exposición, nada más lejos, sino por la condición de este apartado como “libro de libros”—). Además, nos regala algunas metáforas tan provocadoras como refrescantes: “el ruido es como el hermano antisocial, fuera de la ley, de la familia sonora e informativa”. A partir de ahí, un nuevo despliegue enciclopédico se abalanza sobre el lector curioso a través de historias y genealogías encabezadas por los futuristas italianos, pero cuyos hilos pueden alargarse hasta los cuadros de Brueghel o las mascletás valencianas.

Cuando uno alcanza el fascinante apartado titulado “Mil y un silencios” ya ha perdido la condición de lector, pues

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se ha convertido en un cómplice (así debería denominarse a quien acuse cómo estas páginas se repliegan, de un modo imprevisto y sutil, sobre aquellas que se dedicaron a “La escucha conceptual”). Sumergidos así en esas profundidades textuales donde toda la información acumulada en los capítulos precedentes parece reflejarse y amplificarse, resulta especialmente apropiado el epígrafe “Tiempo dentro del tiempo” (presidido por una singular observación de Iges: “siempre me ha parecido una grave falta terminológica de nuestra cultura el no poseer más que la palabra tiempo para referirnos a vivencias tan diversas del mismo”).

“Concluyendo”, el último de los gerundios que ordenan esta gran caja de herramientas (usemos ya, en lugar de la palabra “libro”, la popular expresión foucaultiana —para así hacer referencia al pensador que protagoniza las últimas páginas del texto—), podría haber sido sustituido por “Preservando”. Y es que este apartado, dedicado al imposible registro del arte sonoro (“este arte no solo constituye una indisciplina, sino que puede estar aquejado de desmemoria”), culmina con unas enjundiosas reflexiones sobre lo que el propio Iges considera una “estética de la desaparición”.

El autor plantea, en esos párrafos, la posibilidad de que los hechos hasta entonces presentados corran “el riesgo de desaparecer de la memoria como si nunca hubiesen existido, o cuando menos, quedar deslavazados como realidades sin aparente conexión entre sí”. Por ello es consecuente que su especulación continúe con la pregunta “¿Existe el arte sonoro?”, donde incluso aventura la idea de que el arte sonoro sea una categoría vinculada a un periodo histórico concreto, en el cual —aquí Iges sí emplea cierto tono de denuncia— “una pléyade de creadores de generaciones posteriores se ha identificado con esas prácticas artísticas indisciplinares, a veces con entusiasmo y otras acaso con oportunismo, dado el relativamente rápido éxito del término”.

“[E]l sonido es algo que nos obliga a posicionarnos como individuos y como sociedad, que nos cuestiona y nos define”, escribe Iges en esas páginas finales, haciéndose eco de algu-

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nas aportaciones teóricas procedentes del ámbito de los estudios sonoros, y culminando el crescendo —o la subida de diapasón— constituido por todos los apartados anteriores de un libro que va mejorando párrafo tras párrafo. Una “summa” —por recuperar las resonancias teológicas antes esbozadas— que recopila (muchos de) los ingentes saberes de José Iges… pero que, ajena a todo escolasticismo, dejará “sentados entre sillas” a sus mejores lectores, es decir, aquellos que sepan leer (o, más bien, escuchar) entre líneas.

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José Iges (Madrid, 1951), compositor y artista multidisciplinar; ingeniero industrial y doctor en Ciencias de la Información. Dirigió entre 1985 y 2008 en Radio Clásica (RNE) el espacio Ars Sonora. Ha sido entre 1999 y 2005 coordinador del grupo Ars Acústica de la UER, del que fue miembro fundador. Fue asimismo presidente de la AMEE (Asociación de Música Electroacústica de España) entre 1999 y 2002. En solitario y junto a la artista Concha Jerez ha realizado instalaciones, performances, conciertos InterMedia, obras de arte radiofónico, vídeos, fotomontajes digitales y diversa obra gráfica. Ha compuesto obras para cinta y para soporte digital, así como para solistas y electrónica y para conjuntos instrumentales. Realiza conferencias, talleres y exposiciones sobre arte sonoro y radioarte. Es autor de diversos libros sobre esos temas, entre los que cabe mencionar su Tesis Doctoral Arte Radiofónico (UCM, 1997), Conferencias sobre arte sonoro (Árdora, 2017) y El giro notacional (CENDEAC, 2019).

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Este libro “indisciplinado” se puede convertir en una guía básica en el acercamiento al arte sonoro, una aproximación clara y más ordenada y limpia que otros muchos textos sobre el tema. José Iges escribe desde dentro de la propia materia: artista, teórico, divulgador, experto en el tema. Sin duda uno de los protagonistas, tal vez díscolo, del arte sonoro de las últimas décadas. “El lector de este libro no solamente se beneficiará de la amplísima experiencia cosechada por su autor después de varias décadas de trabajo como artista sonoro y compositor, sino, también —y acaso en aún mayor medida— de la sabiduría acumulada tras igual número de años en el desempeño de una labor sin par que nos ha permitido disfrutar de ese oasis radiofónico denominado Ars Sonora que Iges imaginó junto a Francisco Felipe en 1985, y que desde entonces hasta 2008 dirigió y presentó cada semana, en lo que sin duda constituye el más duradero y ambicioso esfuerzo de divulgación consagrado al arte sonoro y las músicas experimentales no ya en nuestro país, sino también en nuestra lengua.” (Miguel Álvarez-Fernández)

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