Recuerdos de mi pueblo

Page 1

Recuerdos de mi Pueblo

Jorge Lís Moncaleano

Estos desapercibidos relatos son resultado de nostálgicas vivencias, marcadas por situaciones de gran intimidad familiar y de raíz antañona; unas algo románticas y las más picarescas narradas a nuestro estilo opita.

Relatos Coyaimunos

Tomo 1

Coyaima mi pueblo

Todavía refrescan mi ánimo aquellos primeros vientos favónicos a orillas del río Saldaña en Coyaima. Un pueblecito que tímidamente se esconde en un fondo de la llanura del sur del Tolima.

Recuerdo que hacía el atardecer, la población se recogía en sí misma, en un silencio largo y tedioso. El humo de la leña para la cena invadía el ambiente, como presagiando bonanza.

Recuerdo que se encendían poco a poco las casas y los hogares a la luz de la leña, renacían las reuniónes familiares en rutinas diarias propias de no tener luz eléctrica. Los padres rodeados de sus hijos, referían viejas consejas al amor en la lumbre; y los abuelos contaban a los niños fantásticas historias de mitos y leyendas, hoy materia indeleble en nuestro ser y cultura tolimense.

Los adultos hablaban de cosas al parecer muy importantes para ellos, tal vez las guerras civiles los atropellaron, también hablaban de delidad política al partido liberal, pero con mucho respeto y autoridad.

Antes del recogimiento de aquellas noches, se rezaba por los presentes y también por los familiares ausentes. Apenas si había casa que no contara a uno de los suyos por remotas tierras celestiales: “Un padre nuestro por su bienestar”.

Pero hoy el pueblecito sigue viviendo en su silencio, junto al río y sus lomas. No de la misma forma, no al mismo ritmo de bambucos y guabinas, sino invadido de ritmos extraños venidos de otras fronteras, es un silencio de recuerdos agónicos, porque los hijos que antaño lo poblaron, se han alejado o fallecido. Las cabañas son casas y hasta emblemáticos edi cios.

Se han marchado amigos ancestrales y con ellos, el bullicio creador que con la alegría amenizó las verbenas, contó las historias de los juglares, reavivó continuamente los mitos y las creencias de los pobladores y a cambio renace en lo que creo no reconocer, talvez una nueva identidad, ajena y distante.

Al parecer las campanas han opacado su timbre, pero en la antigua torre de su iglesia parroquiana de San Roque aun revolotean las golondrinas, sus aves mensajeras. Todas anuncian la bonanza, porque allí con el fondo verde de dos inmensas ceibas, aun duerme el recuerdo de los tiempos idos y en el templo del alumbrado aun siendo débil,

se irradia todavía el calor de un cirio al celebrar el motivo de nacimiento o muerte.

Este es a grandes rasgos la visión de mi pueblo, el que viví, el que siento y el que llevo en la mente, el que mi hizo amar lo nuestro, llenarme del afecto de la gente buena del campo y de sus historias, de coyaimunos natos que hicieron y forjaron su norte en este pequeño, lejano y caluroso lugar.

El día de Mercado Coyaimuno

Un día Domingo en un pueblo comienza por visitar la santa iglesia. Las campanas del templo parroquial San Roque llamaban a la santa misa. Hacia las 5 y 30 de la mañana sonaba el primer toque, y a las 7 ya corría el tercero: “Dejaron a misa” era el pregonar. El segundo rezo dominical y último en la mañana era hacia las 11 y en la noche había una misa de 7, era el último rezo.

El domingo la vestimenta era especial, lo mejor del armario, andábamos como si fuéramos asistir a un festín. Y no era casualidad la a rmación: un suculento tamal con espumoso chocolate, colasiones, rosquetas, jirres, panderos y demás sabrosuras caseras se ofrecían frugalmente en nuestra vestida mesa de bordado mantel.

Y para completar “el de gusto” aparecía “la de arriba” la mensajera de la abuelita Martina con bizcochos de cuajada de achira de manteca. “Verdaderas bodas de Camacho”.

Terminando el desayuno nos disponíamos a salir al mercado que se ofrecía en la plaza principal, donde estaban la iglesia y la alcaldía municipal. Ese día el costado Oriental se

colmaba de toldos que exponían un singular comercio. Para recordar, una bebida espumosa y dulzona que extraían de un barril con llave de paso y que al abrirla dejaba escapar un líquido espeso y cremoso que consumíamos con cuchara.

Los raspados: con un aparato metálico parecido a un cepillo de carpintería lo deslizaban a dos manos sobre el bloque de hielo que contenían en costales rodeados de cascarilla de arroz, para evitar su acelerado descielo. Esta ricura era desmenuzada y apretada en el mismo aparato

alrededor de una paleta de madera, sumergiéndolo luego en un recipiente que contenía un líquido rojizo almibarado “Y a chupar se dijo”, con un gran cuidado para no manchar la camisa dominguera.

En otros toldos se exhibían artesanías, ropa de trabajo, alpargates de que, zapatos de material (como eran llamados los de cuero), sandalias y cotizas.

Más adelante, llegabamos a las especialidades dulceras donde estaban los llamados borrachos cristalizados que eran representados en guras de instrumentos como guitarras o de animales: cerdos, gallos, vacas y que en su interior contenían pequeñas porciones de algún licor almibarado. Ésto los hacían de especial aprecio para los comenzales.

En el suelo y con un costal de moldura, existián una gran variedad de frutales:

Cabeza de negro: llamada así por tener una gura como la de un coco con crestas

puntiagudas de color negro profundo. Consumirlo era un menester había que armarse de un machete y partirlo en varias partes. A medida que se abría aparecían espacios blanquecinos, que extraíamos con cucharas, eran gelatinosos, semidulces nunca los volví a ver.

Otras variedades frutales de la época que se exhibían en el mercado correspondían a:

Guampanas: conocidas también como frutos del pan, germinaban en totumas colgantes de un árbol corpulento. Sus semillas eran muy parecidas al cacao que extraídas, se cocinaban con cáscara. Su sabor muy particular, harinoso, era agradable al paladar y así como una almendra. Todos los domingos las sacaban al mercado las hermanas de nuestras queridas Tenchita, Betsabé y María Cumbe.

La Terciopela: fruto de un árbol grande llamado así porque su cobertura era una lanilla como el terciopelo. Era exactamente como una uva común, pero dulce.

El Chichato: fruto de un árbol frondoso parecido también a la terciopela, color grisoso, no se producía en racimo sino esparcido por sus ramas en forma graneada, de sabor muy dulce, tenía semillas minúsculas, era un gran deleite.

El Hobo: Ciruela de color amarillento, no tan dulce como las rojas, sabor agradable. El comerla, después del “de gusto” dejaba una pequeña molestia en la garganta como carraspera.

La Papayuela: era una pequeña papaya pero de sabor un poco más dulce y menos lechosa que su mayor fruto.

Guayabas Cimarrona: de igual característica a la común, era más pequeña que esta y crecía en arbustos en terrenos secos y silvestres. Su sabor era más dulce que su mayor.

Tamarindo: árbol de algún tamaño, era su fruto de bayas que contenía semillas revestidas de una pulpa comestible de color marrón, de sabor agridulce picante, apreciada en la elaboración de refrescos.

El madroño: fruto amarillo del tamaño de una guayaba, con super cie corrugosa y pulpa gelatinosa, era algo motosa de un sabor acre pero agradable.

El Icaco: desabrido fruto, pero tenía sus adeptos. Color rosado blanquecino, la cáscara blanda era la parte comestible.

Guama Cimarrona: su cobertura más delgada y pequeña que la común, la hace aparecer como enana, da igual contenido motoso, dulce y agradable que la común. Crecía en árboles, de las quebradas donde habitaban sin número de ardillas que las consumían.

Marañón: aunque es un fruto muy apetecido por sus virtudes medicinales y respiratorias, ya ha entrado en el campo de su desaparición, se prohíbe en algunos solares campesinos de coyaima.

El Mamoncillo: no había solar que no contara con un ejemplar, siendo su fruto el terror de los padres que decían, “Ojo, porque mancha la ropa y acaban con la dentadura”.

La Pomarrosa: de un tamaño un poco inferior al de la guayaba común, gruesa envoltura era la que se consumía; y un sabor dulzón tirando a insípido, estaba con dos grandes semillas en su interior.

Y continuando con el bosquejo del mercado coyaimuno, en el suelo también se exhibían ollas de barro, tinajas, braceros, múcuras y demás artesanías de arcilla, propias de la región.

Animales variados como una que otra res, ganado lanar, caballar, asnos y cabras, cerdos, gallinas, pavos y pajaritos vistosos como azulejos, noches y mirlas enjaulados en casitas de mimbre, en rústicos aparejos hechos en su mayoría de tiras de guadua.

Pero era curioso ver a un lado de estas ventas, comerciantes que estacionaban sus camionetas dotadas de gran variedad de artículos de aluminio, haciendo resonar un artículo con otro.

Al lado, un juego que llamaban cucunubá, consistía en hacer rodar una bola de cristal hacia un frente de madera con incisiones de diferente tamaño y desde luego que representaban diferentes valores. El jugador balanceaba su brazo procediendo a arrojar con fuerza moderada la canica hacia el portal, tratando de acertar en la hendija de mayor valor.

La Granada: como la granadilla, exterior es de color rosado pálido, dura y quebradiza, tiene semillas dulces más bien insípidas.

Mamey: fruto carnoso y amarillento muy parecido al Zapote pero más insípido. Con él se hacían deliciosos dulces de mesa.

Al fondo de la plaza se apreciaba el pabellón de carnes, allí la algarabía era desbordante los matarifes llamaban a gritos a su clientela ofreciéndoles las mejores partes de la res, como los sesos y las criadillas. Y para no ir más lejos, “Don Aniceto”, con una bocina metálica se enrojecía Llamando a gritos a su potencial clientela.

Asi era lo que veia en el día de mercado de mi pueblo, domingo tras domingo se realizaba la misma rutina mientras haciamos mercado, visita, comida y retratabamos como hoy cada momento.

Relatos Coyaimunos

En apariencia frivolidades, en verdad estos escritos son un cúmulo de mensajes genéticos ancestrales, confundidos en un lenguaje antañoso, exacto, oportuno y didáctico.

Es simplemente un exordio: No podemos permitir el desafuero de llegar a desaparecer como núcleo familiar, hechar al olvido lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos, porque sería como perder en el ocaso, la identidad de un solo lapo.

Jorge Lís Moncaleano

Edición: Fabián Lis 2023

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.