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El viaje del último guardián
El viaje del último guardián
Thaluqui era el último descendiente de la tribu Olinca, un pueblo ubicado el sector norte de las faldas del nevado Utuya. Era el único guardián de la montaña más grande del mundo. Su misión en la vida era velar y proteger al coloso andino. La tribu Olinca estaba conformada por ciento cincuenta habitantes. Su cacique se llamaba Pukara. La comunidad Olinca tenía todos los recursos para sobrevivir. Frecuentemente eran atacados por comunidades aledañas que buscaban apoderarse de su territorio. Pukara tenía un ejército que combatía a las comunidades cercanas para mantener la tranquilidad en la zona de Utuya.
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Thaluqui era nieto de Pukara. La ley de los Olinca dictaba que, el último descendiente del cacique sería el guardián de Utuya y protegería, hasta con su vida, a la montaña. Thaluqui exploraba a diario los alrededores de la montaña para observar todo esté en orden.
Una noche, Thaluqui tuvo un sueño profético. En el sueño, un cóndor anunciaba una guerra de inmensas proporciones en Utuya y con esto, la exterminación del nevado y del pueblo Olinca. Atipaj, nombre del cóndor, sugería al guardián que la única forma de evitar este combate, era sacrificando la única conexión entre el pueblo Olinca y Utuya, cuando esté lloviendo a la luz del sol del árbol más grande nunca antes visto. En el sueño, el guardián pedía clemencia a Atipaj para que esto no sucediera, a lo que el colosal cóndor se negó rotundamente. Thaluqui despertó desesperadamente y fue corriendo, desesperadamente, con el mensaje al cacique.
Pukara al enterarse de la profecía, envió a los guerreros a vigilar toda la montaña. Todos se prepararon para una guerra, pero nada sucedía. Los días pasaban y la angustia de Thaluqui incrementaba. En su desesperación acudió a la cima de Utuya, a suplicar permiso para, por cuenta propia, dar con el paradero de los posibles guerreros que acabarían con
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Olinca. Thaluqui hizo caso omiso de su misión y descendió con prisa por la parte norte del nevado.
Al mismo tiempo que el guardián iniciaba su viaje para evitar una guerra, el pueblo Katari preparaba un ataque desde la zona sur del volcán. Los guerreros que iban al ataque de Olinca, superaban cinco a uno a sus adversarios, lo que se concluía como un ataque inminente. Mientras tanto, el guardián se iba acercando a la vertiente de Loma Tika, un rio que provenía de los afluentes de Utuya. El sol era esplendoroso, como nunca antes, y Thaluqui estaba fatigado. Al término del río, se encontró con un bosque copado de árboles grandes y frondosos por lo que el guardián vio la posibilidad para descansar un poco.
Thaluqui se arrimó a un árbol y observó hacia arriba, se había encontrado con el árbol más grande que jamás había visto en su vida. No lo podía creer, una parte de la profecía de Atipaj se había cumplido. Desesperado por haber descuidado a Utuya, emprendió el regreso a su pueblo. En el trayecto recordó todo lo que el cóndor le dijo en el sueño. Thaluqui había comprendido que la conexión entre su pueblo y la montaña era él. Sorprendido y con temor regresó al árbol. A las puertas de la sombra del árbol empezó a llover con un irradiante sol, se había cumplido la profecía. Se arrodilló cerca del tronco del árbol, tomó su cuchillo y se lo empuñó en su pecho, ofreciendo su vida por su pueblo. En ese instante por dentro de Utuya se escucharon crujidos; había iniciado una erupción que arrasó toda la parte sur de la montaña, llevándose consigo todos los guerreros Katari.
Dario Escalante