FACTUM REVISTA LITERARIA
julio, 2014. no. 12
Biografía: Juan Rulfo. Creación: Zambra/Nadia Paola Cavi/Gustavo Alejandro Cedillo García/Rita Bedia Lizcano/José Ramón Muñiz Álvarez/Stephan Enríquez/Alejandra Rizo/ Kim Bertran Canut/Jaime Andrés Morales Quant/Dante Vázquez/Manuel FernándezGaliano/Aleqs Garrigóz/Elena Corina Marinescu/Joalberths De Agrela/Ernesto Antonio Parrilla/Javier Quezada/María del Carmen Borda/Silvana Alexandra Nosach/Ada Vega/María Elena Espinosa/Susana González Odizzio/Fabián Luna/ Betzabeth W. Pagán Sotomayor/Eloy A. Gómez/Gemma Cardera Gil/Neyder Darín Domínguez/Laura Rizzi/Francy de los Rios/Carlos Ortega Pardo/Fernando Bermúdez/Mariela Emperatriz Moreira Armijo/Tony Monesinos Sánchez/Gema Lutgarda Enrique López/Daniel Agave/Zafiro Merlión/Shadia N. G./Rosa María Bodas Pérez/Daniel Gómez López/Daniel A. Rodríguez. El Fragmento: Antoine De Saint-Exupéry
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CONTENIDO biograf铆a
Creaci贸n
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el fragmento 98
libros 102 - 107
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Presentación Querido Stig: Ojalá seamos dignos de tu desesperada esperanza. Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano. Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común. Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria. Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados. Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego. Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo. Palabras de agradecimiento, al recibir el Premio Stig Dagerman, en Suecia, el 12 de septiembre, 2010
Eduardo Galeano.
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Biografía
Juan Rulfo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, nació el 16 de mayo de 1917 en Sayula, estado de Jalisco. Ingresó en la escuela primaria en 1924, el mismo año en que su padre falleció, y seis años después lo haría su madre. Pasó su infancia en el campo, donde fue testigo de los violentos episodios de la rebelión cristera entre 1926 y 1929. En 1934 se mudó a México D.F.. Su primera novela, Los hijos del desaliento, la comenzó a escribir en 1938, el mismo año en que comenzó a colaborar en la revista América; en 1942, aparecieron publicados dos cuentos en la revista Pan, que formarían parte de El llano en llamas (1953) junto con otros que fueron apareciendo en revistas. En 1946 comenzó a trabajar para la Goodrich Euzkadi como agente viajero y allí inició su notable labor fotográfica. Contrajo matrimonio con Clara Aparicio en 1947, fruto del matrimonio serían cuatro hijos. Pasó a trabajar en el departamento de publicidad de la Goodrich y dos capítulos de su novela Pedro Páramo (1955) se publicaron en revistas y, luego el libro, traducido casi de inmediato al alemán por Mariana Frenk (1958), y algún tiempo después en varios idiomas; inglés, francés, sueco, polaco, italiano, noruego o finlandés. En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real, y obtuvo la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea. Escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra novela corta magistral, El gallo de oro (1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras. Juan Rufo falleció en la Ciudad de México el 7 de enero de 1986 a causa de un enfisema pulmonar.
Sus obras: -Un pedazo de noche.* -La vida no es muy seria en sus cosas. (1945) -El Llano en llamas. (1953) -Pedro Páramo. (1955) -El gallo de oro. (1980) -Talpa. (cuento) *único fragmento que quedó de la novela El Hijo del desaliento
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“Yo lloro, sabes, lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y nunca acabo de quererte.�
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-juan rulfo-
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CREACIÓN
El Reino Pequeño Recuerdo mucho salir a caminar temprano no en un bosque, no en un páramo olvidado la casa de la abuela y su jardín. Con el sol de espaldas, la vista es la de siempre, la iluminación, poco a poco muestra la cara. Detrás de todo: el mundo mágico, pequeños seres esporádicos que buscan sombras para expandirse. Alfombras, tapetes, superficies sedosas al tacto, esconden micro cosmos: hadas, duendes, tal vez magia, puedo escaparme, perderme, y, tal vez, encontrar ahí a la abuela, con su sonrisa, me espera, me toma de la mano y me explica que todo lo verde que vemos en verdad es un reino diminuto donde renace todo cada día. Vuelo, juego, me olvido de cuando partiste, renaces cada día en tu jardín, entre pastos verdes diminutos, es tu reino que cuidaste y sigue siendo.
Zambra, 33 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Promotor contracultural y músico.
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VIGÉSIMO INVIERNO
Estamos resecos. De la piel que escondemos con la ropa y ya no siente, de los labios que ya no besan la palabra esperanza, de los ojos que hace tiempo han dejado de llover. Resecos estamos. Como troncos sin vida, en este bosque infinito, que es el olvido. Estamos necesitados de un soplo, un aliento. En esta oscuridad que llevamos dentro. Como un desierto. Estamos necesitados de agua. Necesitamos purificar y refrescarnos el alma. Estamos resecos. Del amor que hemos dejado marchitar. Del dolor que hemos dejado florecer. Nuestro jardín que es la memoria, tiene el pasto seco y amarillento. Necesitamos volver a creer. Salir con el alma desnuda de tanto quitarse las culpas a ver el cielo iluminarse de amanecer. Tocar el viento frío con la piel a la hora de cada atardecer. Y aunque sea inverno, llevar la primavera a flor de piel. Vamos a despojarnos del pasado que nos muerde la nuca cada vez que recordamos que nada en la vida nos ha salido bien. Vamos a quitarnos el miedo que es nuestro propio infierno quemándonos por dentro. Bien lento. Vamos a darle profundidad a la verdad absoluta de un amor eterno. A creernos que las tazas de café se volverán a llenar de ilusiones. No más tormento. Resecos estamos. De este árbol que es la palabra fe. Que hemos olvidado regar. Porque hemos preferido pisar sus hojas que caen secas gritándonos volver a creer. Sin darnos cuenta que esta hiedra que es el odio y la mediocridad se burla de nosotros mientras la hemos dejado crecer. Necesitamos dejar de pensar que sólo en invierno es temporada conveniente para reflexionar. Necesitamos dejar de sólo intentar cambiar. Necesitamos creer en nosotros mismos de tiempo completo. Todo el año. Lo que nos resta de vida. Hasta el día de nuestro último amanecer. Necesitamos volver a creer.
Nadia Paola Cavi, 20 años. Chiapas, México. Estudiante.
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Preludio de amor Percibo lo hĂşmedo de tu boca, lo hambriento de tus labios. Mis manos te toman; con libertad y finura poseo el asta portentosa de tu ser; por segundos la sostengo arriba, abajo; constancia: tu palpitar percibo. Beso, extremo a extremo recorro, llego a la cima, devoro parte de ti. Mueren tus piernas, caen como abandonados troncos en el bosque; lates, tu sangre corre, pronto beberĂŠ de ti.
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Te mantengo dentro, succiono, chupo, lamo, acaricio, eres preso de mi apetito. No estás quieto, rozas y saboreas mi centro. Conmoción en mi sexo. Vibras en mí, te libero. La punta de mi lengua se desliza por la glande, viajo al sur, me encuentro con ellos, los mojo y beso. Humedezco los dedos y con delicadeza exploro, más allá. Estremeces, bañas mis labios mientras la orquídea derrama miel, golpeteo entre mis pliegues. Caigo.
Rita Bedia Lizcano, 41 años. Monterrey, N.L. México. Escritora.
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Soy ... Soy el silencio guardado en tus caricias. Soy el suspiro Que tus labios suspiran. Soy el amor Sin dueño que llama, que grita, que anhela que desea. Soy tu princesa guardada en tus besos. Soy el anhelo dibujada en tus pensamientos. Soy el silencio que anida en tu pecho. Soy esa tarde que llega, desarma, se pierde entre tus besos. Soy tu dulzura ese instante que se queda en tu memoria. Soy ese amor que nace en el amanecer tardío de tu corazón.
Laura Rizzi, 33 años. Profesora de Historia. Buenos Aires, Argentina.
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ARQUEROS DEL ALBA (v) Soneto XXVI Más triste, en el azul del firmamento, Volar podrá su risa, cuando, en vilo, La luz de la alborada enseñe el filo De su puñal callado y ceniciento. Los años correrán sobre el aliento Helado que escapó al aire tranquilo, Buscando hallar en él un nuevo asilo, Palacio levantado para el viento. Será encontrar su rostro en una estrella Al tiempo que la noche helada y fría Retira su corcel de madrugada. Y la recordaré, siempre tan bella, Amable, cariñosa cada día, Paciente en la vejez, tal vez cansada. Soneto XXVII Halló de madrugada aquel aliento Al deshojar las flores de la vida, El aire malherido que, dormida, Borró en su rostro todo el sufrimiento. Un cielo azul, un nuevo firmamento Dejó volar tus alas, y, perdida, El cielo se hizo grande, pues, vencida, Tu voz esparció en él la luz del viento. La luz del sol rayó la lejanía, Gorrión dorado, rápido estandarte Que bellos horizontes encendía. Fue cruel la madrugada con besarte Cuando el azul del cielo descubría Un sol que iluminaba cada parte. Soneto XXVIII La luz del sol fue bella en tu mirada, Haciendo sus antorchas más sencillas, Mirándose en tus ojos, si es que brillas Más pura que el granizo y la nevada.
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Hermosas sobre el mar, a la alborada, Las luces enseñaron las orillas, Un ángel que, besando tus mejillas, Tu rostro arrebató de madrugada. Calláronse los labios, que, gozosos, Ardieron con la brisa un breve instante Para apagarse luego, silenciosos. Fue hechizo de coral, raro brillante, Puñal de plata y oro luminosos, Luciendo su belleza en tu semblante. Los ruiseñores
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No veréis el arroyuelo Que, apurando su camino, Corre alegre y peregrino, Después de ver el deshielo, Si, libres los pies del suelo, Salta al abismo y, valiente, Deja volar su corriente Al lanzarse en la cascada, Desde la roca elevada Que cabalga, transparente. No hallaréis los ruiseñores Que, en la callada espesura, Cantan, con tierna dulzura, Su reclamo y sus amores, Desde que ven los albores Dibujarse en lo lejano, Cuando los valles, el llano, Los cordales y la sierra, Sienten que vive la tierra Y el sol se enciende lozano. Hoy nos falta la belleza De su aliento fatigado, De su mirar animado, Sus bostezos, su pereza,
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Al dejarnos con tristeza, Pues ella, llena de vida, Como una aurora encendida Que hubiera robado al cielo, Era luz, era consuelo, Rosa del tiempo vencida. La aurora alzó los ojos La aurora alzó los ojos Con un bostezo mágico, Cruzando las orillas Del mar desconocido, Y, entonces recordé aquel sol cobarde Que supo ser jinete en sus corceles, Cuando las rosas bellas Morían en sus manos, Marchitas del abrazo de la escarcha. La aurora alzó los ojos Con un bostezo mágico, Cruzando las orillas Del mar desconocido, Y, entonces recordé tu rostro bello, Llevado hasta los cielos por el alba, Que vino, con apuro, En esos días grises Que no avanzaron nunca en el camino. La aurora alzó los ojos Con un bostezo mágico, Cruzando las orillas Del mar desconocido, Y, entonces, la maldije por tu ausencia, Sabiendo reprocharle las mentiras Que arranca el desengaño De su ropaje bello, Tan claro como el aire que regresa.
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Soneto XXIX En la constelación de tus mejillas, Hermoso carrusel, llama de plata, Vive una flor, sonrisa que desata Tu espíritu jovial, sus maravillas. Se suman las estrellas y así brillas En esa noche clara, pues, sensata, Vano de amor, la luna se dilata Con luces apagadas y sencillas. Y sigue vivaracho tu semblante Y prende tu sonrisa cariñosa, Amable a cada rato, a cada instante. Es la constelación que te hace hermosa, La noche clara y bella que, incesante, Mostró en tu rostro aquella mariposa. Soneto XXX Las noches de los viernes otoñales Pasábamos las horas juntamente, Las brasas encendidas, llama ardiente, Dormida en las cenizas minerales. El viento acariciaba los cristales Buscando el fuego, cuya luz paciente Asaba las castañas lentamente, Detrás de aquellos viejos ventanales. La lumbre calentaba las estancias De la buhardilla vieja que habitaron Los brillos de los guiños de la abuela. El fuego alzó sus mágicas fragancias, Virutas que, al arder, iluminaron Las brasas del hollín que, libre, vuela.
José Ramón Muñiz Álvarez, 39 años. España. Profesor.
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Ilusión A menudo camino sin rumbo y me dejo llevar por mis pies, o más precisamente, por mi sombra que a veces pienso que es mi verdadero yo y que no soy más que su retrato, o al menos soy ese concepto que figura en algún diccionario de hace siglos, tal vez el primero escrito por el hombre que creía dominar a su sombra, cuando realmente ella es quien nos guía, o tal vez solo seguimos sus pasos sin cuestionarla, sin dudar de nuestra existencia, pero quizás el hombre sea sombra y la sombra sea hombre y nuestro mundo solo sea el reflejo de la Tierra de las sombras.
Stephan Enríquez, 19 años. Lima, Perú. Poeta.
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Rap-o-ética Nadie madura: voy cogiendo altura. Sale el sol sí, pero la vida es dura. Vuelvo a hacer rap sobre un silencio que me inspira. Encuentro mi paz; lo tuyo es mentira. Hoy hace un buen día, vuélvelo a intentar de manera positiva: nada te puede afectar. Camina rápido... si vuelas te quemas. Armado con tintados anti-problemas. Si vienen nubes da igual que te protejas da igual que te cobijes, al final te mojas. Ya escampará... entonces camina por la acera de la vida; los charcos pisa pulsa continuar, reanuda la partida que aunque no se vea: el sol sigue ahí arriba. Hándicaps derriba, esquiva gente altiva. Nada se soluciona bebiendo priva. Cuando no sepa qué decir solo sonría; dedícale una mueca a esta puta vida, tía. El tiempo oscila y no te puedes fiar, porque a los veleta se los lleva la ventisca. Por qué tengo este frío en pleno Marzo. Hablamos de septiembre como si fuera cuarzo. Aquí no hay cierzo, sufrimos la incertidumbre, no hace calor por mucho que el sol alumbre. El tiempo escapa en forma de círculo, el tren arranca, yo calculo minutos; el vagón se cierra, voy hacia un destino, las paradas pasan después de un pitido.
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No hay marcha atrás, el sonido es nítido, el cierre mecánico, el agarre rígido. Asiento incómodo: necesito un hálito, un respiro... un escrito lírico. Hay un frenazo y tú te caes al suelo, si no te apoyas en los tuyos no hay consuelo. Yo me tropiezo y me agarro a cualquiera, luego me arrepiento... ¡Si volver atrás pudiera! Ahí afuera nadie nos espera, ni las personas, ni la esfera, siquiera. Las agujas del reloj son nuestra droga, nos matan lentamente, el mono nos ahoga. Cambiamos las horas, buscamos luz de día yo cambio rutinas, huyo de monotonías. Si miro el reloj como metáfora respiro en sueños como una atmósfera. Escribo en mi cuaderno en la parada, voy en la búsqueda del tiempo que se escapa. Si no haces nada de lo que te libera tu hobby, tus ocios...estrés te espera. Limpia tus zapas tras pisar el barro, las huellas solo sirven de vuelta al pasado. Y cuida cada paso que des en tu camino, camina erguido, a tu ritmo, anónimo.
Manuel Fernández-Galiano, 23 años. Rivas-Vaciamadrid, España. Estudiante.
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CUANDO YA, YO NO ESTÉ
Anoche, mientras dormías visualice tus canas y la mías, y surgió esta inquietud en mi corazón… ¡Cuando ya no esté! Cuando ya mis ojos no te puedan ver Cuando mi mirada no encuentre la tuya... ¡Cuando ya no esté! Cuando mis memorias no logren volver. Cuando mi alegría, no sea la tuya; cuando mi tristeza marque tu alma... ¡Cuando no me encuentres!... al abrir tus ojos junto a tu regazo, cuando mi partida ya se vuelva obvia y mi ausencia te cause zozobra. ¡Cuando ya no esté! cuando mi suspiro no salga del alma; si no del recuerdo del que esta amando. ¡Cuando ya...yo no esté! cuando mi ausencia te arrope en las noches. Aunque en tu lado ya se encuentre alguien... ¡Cuando yo me vaya...! a la otra vida donde vamos todos, a emprender un viaje que me causa pena. ¿Qué será de ti? que me ha dado tanto, y yo mal abre pagado con una partida... Cuando ya no esté ¡No te apure amor! te estaré esperando...
Francy de los Rios, 38 años. Cagua, Venezuela. Ama de casa y escritora.
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Cenizas para el olvido Para ti, que en una noche de soledad, supe que jamás regresarías. Qué tremendo dolor de cabeza le invadía, junto con el mareo y esas jodidas ganas de hacer del baño. No podía imaginar nada más deprimente que el hecho de morir con excremento en los pantalones, visualizaba al perito levantando sus restos de aquel barranco, cubriendo la nariz para mitigar el hedor de aquel cuerpo en descomposición. Veía al forense, pasando la manguera sobre su cuerpo y tallando cada suciedad adherida a él. Podía sentir el escalpelo abriéndolo, dibujando una Y a lo largo del tronco. Podía imaginar a sus ancianos padres reconociendo el cuerpo, ya gris, ya oloroso, ya sin vísceras, sin vida. Exhalaba fuertemente imaginando que ése sería su último respiro. Entra alguien y sus pensamientos cesan por un instante. Ya no le importa el dolor, no puede con la ira y el temor, con la impotencia de estar atado sin poder hacer algo le impide gritar para tan sólo pronunciar “necesito ir al baño”, le responden una burla y un puntapié en los testículos. Entre dos le levantaron, lo llevaron arrastrando, le desataron las manos, le arrancaron la venda de los ojos y lo lanzaron en un cuarto de baño. El olor era asqueroso, como ningún otro; hizo del baño, no podía ponerse remilgoso, era eso o dejar que sus padres lo encontraran en una zanja muerto. Esperó un momento para bajar la palanca del baño, y mientras tanto miró la ventana, tan pequeña e inútil que sólo le quito las esperanzas. Desatado y sin vendas en los ojos podía romper un trozo del cristal, en treinta segundos fácilmente puede encajarlo en el cuello y morir, pero una esperanza le detiene, quizá sobreviva. —Suficiente tiempo tuviste para cagar cabrón —Le dicen mientras ponen una funda de almohada sobre su cara y atan sus manos con cinta adhesiva. De regreso al cuarto, sentado, acostado, qué más da, si ya no tiene percepción ni de la gravedad, no sabe si se encuentra en el techo o en el suelo. Repasar los hechos es lo que resta, ver todas y cada una de las posibilidades de salir con vida o bien, la manera en que puede tener una muerte digna. De cualquier forma nada es seguro en esa situación. Viene esa severa obsesión en su cabeza por contarlo todo, los árboles, las estrellas, las luces del alumbrado y, ahora, los segundos, uno a uno cual reloj de arena. De pronto entre sueños y alucinaciones se vuelve a mirar, desde arriba, observa los granos de arena que abren la tierra y forman hermosas esculturas montañosas, altas, esbeltas, danzantes ante un eterno descanso. Un escalofrío recorre su cuerpo desde la punta del cabello hasta la célula más distante en la planta del pie, al ver el viento mover cada montículo de arena suavemente sobre un cuerpo envuelto. —Párate, pendejo. Vamos a dar una vuelta. —No me mates. —¡Chingas tu madre, pendejo! Aquí ni tú ni yo tomamos las decisiones. Está en un cuarto, se oyen voces de aproximadas cuatro personas, se escucha el teléfono de disco, cómo se dan las vueltas para marcar, escucha a un tipo, con un léxico más vulgar que
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el del resto, se escucha fríamente alegre. Todos se callan. Parece uno de esos momentos en que todo valió madre. Entonces habla, sin ningún tapujo. —Aquí tengo a tu muchacho, me salió más maricón que la chingada. No aguanta putazos, ya sabes que si no empiezas a mandarme la lana que te pedí, va a saber lo que es recibir chingadazos con mano pesada. Saluda a tu puta madre cabrón —le dice mientras pone el auricular en su cara. —Raúl... —Estoy bien, mamá lo siento... Cuelgan el teléfono y se retiran, lo llevan arrastrando a un cuarto más pequeño, lo lanzan al suelo y le quitan la funda de la cara. Pudo verlo a los ojos, a ese muchacho de no más de veinte años, su piel morena, su estatura baja, el cabello corto... lo observa delicadamente, cada paso que da, hasta grabar una fotografía mental. Siente lástima por él cuando le mira que le falta un meñique. —Yo te conozco —le dijo. —No digas mamadas, ponte a tragar.
«
No podía dejar de pensar dónde había visto ese rostro, se tallaba la cara reprochándose por no prestar atención a las personas, no era una cara nueva; sin embargo es probable sea uno de los últimos rostros que vea en su vida. Repasó cada una de las personas con quien se topó ese día antes del incidente: se levantó casi al medio día, le despertó una llamada de su padre, discutieron un rato sobre su empleo miserable, cada uno defendió su punto, pero su padre no escatimó al pronunciar las palabras “escribir lo hace cualquiera, te vas a morir de hambre porque yo ya me cansé de mantenerte”. Colgó sin despedirse. Cocinó huevos revueltos, salió a comprar pan, el vecino fumando se asomó por la ventana, un perro ladraba en la azotea, salió de la tienda, caminó a su casa, comió, se dio un baño, revisó el correo electrónico. Fue a trabajar, dio dos clases de literatura y una de redacción. Camino del bachillerato hasta su casa, no había nada extraño, en ningún momento vio al muchacho. Se detiene, presiona sus sienes con las palmas de las manos y ahí está, salió de una fonda, recién había comido y sacó un cigarro, no había fuego, pero ahí estaba el muchacho sin el meñique con su encendedor. —¡Hijo de tu puta madre! —Gritó —¿Cuánto tiempo me estuviste espiando? No escuchó respuesta, pero siguió repasando ese día que le acompañó a cada uno de sus pasos. Llegó a la casa editorial y les dejó un manuscrito, pasó al bar con sus amigos, caminó a casa hasta que el coche gris se detuvo junto a él. Sintió los golpes, los forcejeos, los gritos... ¿cuántos días pasaron? Le parecen eternos. Tiene que encontrar la manera de calmarse. Pensar en Abigaíl: en cómo repentinamente
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aparece en la cama, la forma misteriosa en que desaparece al amanecer; es una mujer extraña y única, es peculiar y se distingue entre muchas por su forma etérea de moverse por la vida; ella completa, hace que sea una travesía pasearse en su piel tersa, sentirla en esos instantes en que sus caderas se deslizan en un vaivén de calor. Abigaíl es simple, es sencilla, es directa. No se guía de clichés, es inteligente, Raúl lo sabe, la conoce y ella debe estar ahí por la noche, acariciando la soledad de la almohada. Presintiendo que las cosas no marchan del todo bien. La visualiza acariciando su silueta en la cama aún con las sábanas hechas pedazos, esperándolo hasta el alba. Raúl, en la desesperación de aquella oscura noche escribió para sus adentros su propio epitafio, se miró muerto por una injusticia para unos y el pan de cada día para los otros. Sólo pretendió embellecer de alguna manera el mundo, volverlo arte y despojarlo de las miserias nauseabundas con que se topaba alrededor. Entre la sátira y la verdad de su poesía, de sus rimas y sus nostalgias encerraba el consuelo de un país utópico que derrama letras en lugar de sangre, que emerge de cenizas hasta levantarse el día. Pudo deducir cualquier argumento, cualquier situación de peligro desde que se especializó en ellas; a sus novelas siempre les dio a beber alcohol, probar el cigarro y los excesos, las llevo por el sendero del placer y del dolor, las subió en el éxito y las dejo caer por el precipicio de la mediocridad, las cosió a su cuerpo hasta volverse el protagonista de la historia más grande que jamás será conocida. Escucha los pasos y lo sabe: llegó la hora de marcharse, ya pagaron. Pasarán días para que encuentren el cadáver y quizá semanas para que lo reconozcan.
Alejandra Rizo, 25 años. Guadalajara, México. Psicóloga.
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la era atómica Es fiesta nacional y la feria abre sus puertas y atracciones entre nubes de humo de alquitrán de las fábricas petroleras… Veo la sombra del hombre oscuro que acecha y convierte el día en negritud… Doy pasos confusos por idéntico territorio que tantos pisaron… Grietas en la piel… Manos que tiemblan, ostentosos criminales sin escrúpulos, venden manzanas de azúcar inyectadas de aceite epidérmico… Hay armas para todos los muñones… Pantallas gigantes proyectan tsunamis, inundaciones, guerras de 6 días o de 100 años… Proyectiles atómicos, respiraremos experimentos nucleares. Visitaremos los países pobres, fotografiaremos a sus gentes tullidas y contaremos después de la cena como viven, creyendo convencidos de que en una semana estival somos capaces de conocer los milenios de tradición de un pueblo, traeremos souvenirs para colgar de las paredes, mezclados entre la porcelana y fotos de papi y mami, boomerangs que no volverán, se venden balas y granadas en el mercadillo de los Domingos… Gran gimcama: carreras de sacos sobre jardines de minas, cruzaremos alambradas de espino en campos de exterminio… Jugaremos al escondite entre gases de la risa. A la gallinita ciega con niños camicaces. Churro, media manga, mangotero adivina lo que tengo en el puchero en días de guerra y hambre… Bombas de achicar agua para los balseros, derrocharemos cacahuetes en el circo-fosa del fascismo nazi… Bengalas petardos y cohetes… Ráfagas de metralla en las olimpíadas mundiales. Ozono cedo a cambio de un poco de radiación… Tienda de tóxicos… Lanzallamas de NAPALM para apagar incendios en los bosques desforestados, saltaremos a la comba en la necrópolis. Mi último correo fue algo triste refugiando datos en temores. Alineado entre camas de hospital y bares de carretera… Letras breves, soledad y descalzo sobre arenas ardientes, quemando anhelos y ansias, espero prontito noticias tuyas que me relajen y den coraje… Mientras tanto, no borro la realidad.
Kim Bertran Canut, 53 años. Barcelona, España. Escritor-fotógrafo Literario.
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TRABAJISMO Reflexionando sobre la naturaleza material del ser humano y su cultura de supervivencia, es imposible no echar la vista atrás para explicarnos la imperiosa necesidad de trabajar que consume al ser humano en las sociedades civilizadas. Y digo “sociedades civilizadas” porque, desde que el hombre es hombre hace entre 2 y 2´5 millones de años, sintió la necesidad de proporcionarse su propio sustento: El trabajo se asociaba, pues, a la supervivencia del individuo y de la comunidad, que no eran sino bandas de individuos de ambos sexos, de no más de 30 miembros, en los que la especialización laboral por sexos se iría asentando progresivamente: El hombre buscaba la carne mediante el carroñeo, mientras que la mujer se dedicaba a la recolección de frutos silvestres como bayas, moras, etc. que formaban, de por sí, la mayor parte de la dieta de los seres humanos de entonces. No hay que olvidar que a partir de los primeros guijarros por nuestros antepasados más remotos, y hasta llegar a la fabricación y utilización de las minuciosas piezas de piedra, hueso, asta y madera del Paleolítico Superior, con la aparición del “Homo Sapiens Sapiens” en África hace unos 150000 años, se pasó, de una actividad de aprovechamiento de las sobras de otros cazadores mayores, a la actividad cinegética (cazadora) para obtener recursos cárnicos, ricos en proteínas e imprescindibles para la supervivencia de la especie. Pero ello no paró ahí, sino que, hace unos 15-10000 años, con el descubrimiento de la agricultura, ya en época neolítica (y de la ganadería) se introdujo por primera vez la selección de las especies más aptas para el consumo humano, cada vez más masivo debido al aumento de población subyacente. Mas, con la llegada de las poblaciones plenamente civilizadas, sobre todo a partir de Grecia y Roma, la actividad cotidiana que supone el trabajo, introdujo unas diferenciación social cada vez más acusada, así como la concepción creciente de que el trabajo forma parte de la condición humana (concepción que ya no nos abandonaría), si bien, con el cristianismo, el trabajo pasaba a ser definitivamente una cosa de las gentes pobres. Un mal necesario, imprescindible pero costoso a nivel físico y psicológico. Esta concepción tampoco nos ha abandonado. Como la Edad Media es una etapa que considero (más o menos) de transición, paso directamente a hablar, a partir del descubrimiento, en la Revolución Industrial, preludio de los tiempos contemporáneos, de la fabricación en masa, para lo que eran necesarias ingentes cantidades de mano de obra. Se iniciaba así otro fenómeno que tampoco nos ha abandonado: El éxodo del campo a la ciudad. El crecimiento exponencial de población obrera, y su toma de conciencia como la clase explotada por excelencia, e imprescindible para el desarrollo de la humanidad, se produjo en el siglo XIX, aunque aún no se ha completado en nuestros días. Resumiendo: Siguiendo a autoras como H. ARENDT, la “acción” y/o “actividad” humanas son imprescindibles para el ser humano y el desarrollo de las facultades plenamente humanas: Nos hace interaccionar con nuestros congéneres y, ya desde pequeños, ejerce un poderoso poder de atracción sobre nosotros/as, de forma que, sin trabajo, y sobre todo sin los productos del trabajo, la humanidad tal y como la entendemos no existiría. Cabe preguntarse entonces cómo sería una sociedad sin trabajo, llamada en ocasiones “utopía”, la cual está, a mi entender, asociada a las facultades plenamente creativas del intelecto humano, como por ejemplo la literatura.
Eloy A. Gómez, 37 años. Granada, España. Licenciado en Historia.
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GUERRERA DE PORCELANA Guerra de porcelana, La que se levanta de mil batallas Unas ganadas, otras perdidas Noches sin besos Días que no son buenos. Más frágil que el vidrio cuando el pasado araña ¿Quién habla de olvido? Se trata de cómo duele. Guerrera de porcelana La espada de tus labios cómo mata La armadura de tus silencios que bien te guarda Te prefiero tras la vitrina de la utopía Ahí donde uno está a salvo de tus balas Perdidas son todas las noches que te dije te quiero Y tú pensando en aquel muñequito de cerámica. Sangre viva la que salió no sólo de tu costado Quién hubiera pensado que los ojos de mayólica lloran años Guerrera de procela, figura tan cara Qué forma tan corriente escogiste para romperte.
Gustavo Alejandro Cedillo García, 28 años. D. F. México. Obrero.
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Cuando me abrazas, somos dos semillas formando un solo río, el olor amanecido de la hierba, los tranquilos roces de la luz. Cuando me abrazas, vuelve la promesa, el verso y una dulce multitud de pájaros que vuelan sin temor y sin ceniza.
Jaime Andrés Morales Quant, 30 años. Colombia. Candidato a Magíster en Literatura Latinoamericana y Española de la UBA.
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socio laboral”, dada la preexistencia de mano de obra barata, en beneficio de grandes multinacionales, por ejemplo, textiles (lo podemos ver en países como India o Bangladesh); cuando no conduce, directamente, al endeudamiento de una nación (pobre) con respecto a otra (más rica) en forma de “explotación financiera”, mediante préstamos económicos, que se transforman en deuda, exigida posteriormente con intereses elevados (de ahí viene, a mi entender, la diferenciación, en la terminología histórica, entre “primer” -los que prestan- y “tercer Mundo” -los que “reciben”, por todos lados-). Las citadas formas de actuación económica (capitalista-neoliberal-neoimperialista) llevan a conclusiones malthusianas. Por tanto, se hace necesario el cálculo del “valor óptimo” (que no es el máximo) de producción con respecto a los demás factores poblacionales y ambientales de los países (y sus territorios), que nos permita acercarnos al necesario equilibrio. Para ello, es necesaria una transformación de las estructuras económicas sobre las que se basa el modo de vida hegemónico: El occidental, de carácter explotador y capitalista. Así como un cambio de mentalidad hacia el mundo natural, en la que el ser humano se vea integrado dentro de la propia estructura de la vida en la Tierra, de forma que, respetando a la naturaleza, comprendamos que nos respetamos a nosotros/as mismos/as: Se impone, por tanto, un reequilibrio entre el ser humano y su medio natural.
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Ausencia Para extrañarte… Para extrañarte vendrá la muerte, nos cerrará los ojos. Ni tu reflejo ni el mío podrán verse jamás. Seremos eco en concavidades huecas que antes tuvieran brillo. Para extrañarte me sobra el tiempo, pero no tengo ganas. Sentir el vacío helado en el labio y el silencio apretado en mis manos; una nube que llueve, incesante, sobre mí; una luz que se apaga. Una línea apenas tangible que se traza entre nuestros cuerpos, donde se suicidan mis ganas. Para extrañarte vuelve el reloj a marcar hora tras hora este precipicio que separa mi boca de tu boca. Y mis palabras emigran, como tantas veces, para alcanzarte, para trazar el surco de tu espalda; pájaro de humo gris que se aferra a mi nostalgia. Para extrañarte basta mirar al fondo de la puerta y sentir que me pierdo como hoja en otoño, desorientada.
Betzabeth W. Pagán Sotomayor, 35 años. Jayuya, Puerto Rico. Maestra y Poeta.
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Susurro de ángel
Para Karina Araya
Cierra tus ojos y evoca y olvida que la vida es vida y la muerte muerte: la vida es un contrato con la suerte, y la muerte, tierra desconocida. Abre tu alma sin temor a perderte y deja que hable y que cante: afligida, animada, cansada, divertida… Somos parte de un mundo desinerte. Espera mientras buscas la salida, busca mientras esperas conmoverte: son tus letras razón para quererte, susurro de ángel, onírica herida. Cierra tus ojos con sosiego fuerte, Inspiración pronto llegará a verte.
Dante Vázquez, 33 años. México, D.F. Poeta.
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DE UN BREVE NOVIAZGO Compartimos sólo una incómoda borrasca. Te vi morir por mí, en todo; y aún me asusto, como ante lo natural mismo. Recuerdo nuestras citas furtivas, las tardes en que nos cansábamos frente al incesante crepitar del sol; los concurridos cafés donde tú pedías mi interés y yo pedía un vaso de agua, para ahogarme; esa tensa cuerda rompiéndose en las entrañas; el plato de vidrios rotos que apurábamos con idéntica saliva amarga, en silencio, frente a frente, con un enjambre de preguntas gravitando a nuestro alrededor, que jamás fueron hechas: el miedo extendiéndose como una mortaja. Y yo, como un payaso en medio del caos, permaneciendo por no saber huir. Cada utensilio de mesa nos hacía un guiño; las servilletas y el mantel se deslizaban queriendo escapar, para no ser salpicados en sangre. La multitud a nuestro entorno, esperando el fin de la escena, reía, como ante el espectáculo barato. ¿Qué se hace en un momento así? ¿Cuál es el siguiente acto del sainete? ¿Qué cubierto utilizo? Huiste porque yo veía siempre el vaso a medio llenar, porque para mí las flores eran más bellas en la otra mesa. Desertaste y fue más que un duro tajo tu afrenta porque yo era pesimista y te daba poco, decías…
Aleqs Garrigóz, 28 años. México. Poeta.
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El príncipe del Sol Érase una vez, en un pequeño palacio, había un príncipe de cabellos plateados y corta y fina melena, atento, noble y cariñoso. No creía en la perfección, pero su mente estaba creada por la luz y la bondad de los otros, por la experiencia y conocimiento que los demás aportaban a su corazón. Era un príncipe que, como un ángel, aprendió a brillar por sí mismo y nunca olvidó sonreír. Un príncipe inquieto por descubrir nuevos mundos, por aprender nuevas historias y nueva gente. Tras sus pasos, con cautela, andaba una pequeña guerrera sacada de un cuento de fantasía, un cuento que hacía poco, hundido en la oscuridad, había logrado resurgir de sus cenizas y como un fénix, encender todo su resplandor. La guerrera saltaba de cuento en cuento buscando nuevas aventuras que contar, observando la gente y sus distintas vidas, tropezando con grandes piedras y oliendo hermosas rosas, cabalgando con altivas doncellas y luchando junto a viejos aliados; sin embargo, no lograba encontrar al portador de la luz… Un día, el distinguido príncipe apareció y sin decir palabra, con su sonrisa brillante y la amabilidad de su rostro, cautivó a la guerrera e hizo temblar su serenidad. Desde ese momento, la inquieta muchacha siguió al príncipe de cerca mientras mantenían distintas conversaciones que les hacían reír y disfrutar, sin embargo, ella nunca se atrevió a acercar del todo y aunque andaban por el mismo camino, mantenía la distancia viajando por encima de los árboles sin bajar nunca a pisar tierra. En las noches volvía a su mundo, se tumbaba en el tejado de su casa y miraba las estrellas pensando que quizá, alguna de ellas, era la luz que el príncipe transmitía desde el otro reino. Él brillaba con luz propia y ella resplandecía por su reflejo, cual Luna centellea gracias al esplendor del Sol.
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Una cálida mañana, el príncipe no apareció por la ciudad y preocupada, la guerrera atravesó el reino saltando por los altos y robustos árboles hasta llegar al palacio, el cual, era distinto al de los otros mundos, el palacio del príncipe del Sol estaba creado con los recuerdos que éste había almacenado durante toda su vida, sus memorias formaban cada ladrillo, algunos eran fuertes y gruesos, mientras que otros se hallaban rasgados, sucios y agujereados. Cada azulejo era un trozo de vida pasada y cuantos más años transcurrían, más grande se hacía el palacio. Era bello descubrir cómo un hombre podía construirse todo un castillo a partir de sus experiencias vividas, sacando lo bueno y lo malo de cada una. La guerrera, desde lo alto de un árbol, asomó la cabeza por encima del muro y miró al interior, el príncipe jugaba con dos pequeñas princesitas de blancos vestidos, largas melenas y sonrisa resplandeciente, una empezaba a andar, la otra empezaba su primer año de colegio. Viendo la vida formada de aquel con el que un día anduvo, ella bajó del árbol de un gran salto, miró la enorme puerta del palacio y marchó lentamente, hacia su mundo. De repente, el portón se abrió dejando ver, desde fuera, los hermosos jardines que dentro se hallaban, el príncipe se asomó lentamente, sonrió y tendiendo una mano hacia ella, declaró… Ven conmigo, aún hay sitio en mis recuerdos.
Dedicado a un hombre con una enorme luz y una sonrisa preciosa. A ti, Ballester.
Gemma Cardera Gil, 22 años. Castellón, España. Estudiante de psicología, UJI.
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25 de DICIEMBRE La nieve sigue cayendo con mucha fuerza desde ayer. Todo está blanco: las casas, los jardines, incluso los niños que están jugando fuera sin sentir el frio. Con sus gorritos negros y sus bufandas de muchos colores se parecen a los muñecos de nieve. En el aire se escucha la dulce música navideña. La pista de trineos está llena. La felicidad se siente en el aire. La llegada de la nieve y de la Navidad ha cambiado todo y a todos. Las madres están en sus casas preparando la comida y los bizcochos para este día tan especial: el 25 de diciembre. Cada rato miran por la ventana para asegurarse de que sus niños están bien. El amor, de madres orgullosas por tener a estas preciosidades, se refleja en sus ojos. Sonríen felices pensando en la alegría que tendrán sus hijos cuando verán los dulces de Navidad que les han preparado. Los padres cortan leña para encender el fuego de las chimeneas. De vez en cuando se paran para secarse el sudor de la frente a causa del gran esfuerzo hecho. Sonríen con ternura viendo a sus pequeños ángeles jugando con el trineo sin parar. Los niños no tienen frio, no están cansados, no tienen hambre. ¡Están tan felices de poder jugar con la nieve! Algunas niñas visten a los muñecos de nieve que han hecho, con gorros negros y bufandas multicolores. En vez de nariz les ponen zanahorias y los botones son de carbón. Tienen las mejillas coloradas de frío, pero en el mismo tiempo de tanto reír. Sus voces son música para mis oídos. Ya no puedes diferenciar los niños de los muñecos de nieve. Tengo ganas de salir yo también a jugar con mis amigos. Están todos en la pista: Jorge, Vicente, Beatriz y Alba también. -¡Mama!, llamo a mi madre para que me ayude a vestirme. Solo tengo 6 años y no sé muy bien que ponerme. Es la primera vez que veo la nieve y con el frio que hace fuera me tengo que abrigar bien. -¡Mama!, la llamo otra vez. No sé porque no me oye. Me siento tan feliz. Siempre me han leído cuentos de Navidad y he visto la nieve, pero solo en las fotos. Me acuerdo que mi madre, cuando la preguntaba cuándo llegará la nieve, me decía que aquí nunca nieva y que algún día me llevará a una pista de trineos. Pero mira que equivocada estaba. ¡La nieve está aquí! -¡Mama! Alguien me está sacudiendo los hombros. -¿Ángel, que te pasa?, oigo una voz. -Mama que quiero salir a jugar con la nieve, con mis amigos. -Cariño te he dicho mil veces que mami y papi están en el cielo. Desde ahí ellos se encargan de cuidarte todos los días y todas las noches. Venga ponte a dormir otra vez Ángel. Además aquí no nieva nunca. Suspiro con tristeza. Siempre se me olvida que estoy en una casa de acogida, que mis padres ya no están conmigo…
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-Perdona que te he despertado Nieves. He tenido un sueño fantástico. Estaba otra vez con mis padres, nevaba mucho y era Navidad… -No pasa nada cariño. Pero si tienes razón: es 25 de diciembre y es Navidad. Ponte a dormir que esta noche vendrá Papa Noel a traerte un regalo hermoso. Nieves apaga la luz, me da un besito de buenas noches en la frente y se va. A rato abre otra vez la puerta y me dice: -Que no se te olvide Ángel: ¡Puedes pedir un deseo esta noche! Cierro los ojos con fuerza y digo en voz baja: “¡Quiero que mis padres estén aquí, conmigo!” Estoy en frente de la chimenea. El fuego arde con más fuerza en la obscuridad de la habitación. El árbol de navidad luce y hay muchos regalos brillantes debajo. Mi madre se me acerca con un plato lleno de bizcochos: -Toma cariño, come algo dulce. -Gracias mama. ¿Tú quieres papi?, pregunto a mi padre que está a mi lado. ¡Están muy ricos los bizcochos! -Si Ángel. Gracias. Comemos y nos acercamos a la ventana. -¡Qué bonita se ve la pista de trineo, mama! ¿Mañana podemos salir y jugar con la nieve? ¿Y hacer muchos muñecos de nieve? -Claro que si cielo. A primera hora nos cambiamos y salimos. -¡Gracias por cumplir tu promesa mama!, le digo con entusiasmo. Nos cogemos de las manos los tres y miramos como caen los copos de nieve. ¡Es hermoso! Me siento el niño más afortunado del mundo: ¡Tengo el mejor regalo de Navidad: ´´mi familia´´! Nieves abre otra vez la puerta. Se acerca a mi cama y me mira con ternura. Me ve sonriendo y me susurra al oído: -Estas con ellos, Ángel, ¿verdad?
Elena Corina Marinescu, 36 años. España. Técnico Deportivo.
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Cuatro paseos sin fin Caminas por las cenizas, solitario el mundo es pequeño, tres o cuatro lugares vacios. La tierra que has tocado tantas veces es una cara desconocida, una pared inrelieve que se mueve sin dirección. Pasea el humo tiritando las hojas te comes a Nico para quedar ciego; bamboleas, bamboleas tu asiento esperando la esperanza, vagas en la búsqueda de algo inconcebible. Tres saludos del espejo y no hay reflejo dos vueltas al bastón y te vuelves a quemar un deseo persevera en la pisada del mamut cero compañía al vagabundo tenaz. ¿Ronronea el gato en ti, corazón? Se rasca las patas en el bum bum paso paso, paso paso y otro paso sigues caminando mi solitario vagabundo.
Joalberths De Agrela, 19 años. Venezuela. Estudiante.
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El verde reina sobre el invierno casi puedo oír el silencio, el viento… tan severamente dañadas mis alas se quejan, sin remordimientos, aunque nunca dicen nada. El anciano observa cuando el humo me domina, nativos bailan con mis creencias enterradas: las carcajadas de la luna. He visto al cielo cayendo: la luna parece un huevo, el sol no desaparece… los sapos intentan reinar pero el agua sabe a miedo, un pastel flota en mis sueños y la niña ríe conmigo, yo, simplemente, corro hacia el infierno –inexistente-. Dos más en mi bolsillo vacío: mi oscuridad ciega los cómplices, locura insana, sofocante, letras sin sentido, colores: las carcajadas de la luna. Todo viene, siempre va… se concentra energía, fluye libre, sin retorno, la muerte danza conmigo -como siempre-
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y me agradece la compañía -como siempreel cielo parece tan simple y el cuervo tan sonriente.
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Resignación del fútbol A Lucho no le gusta el fútbol, jamás le gustó el fútbol. A pesar de su padre, entrenador de las categorías juveniles del equipo del pueblo; a pesar de sus dos hermanos, ambos futbolistas; Lucho siempre odió el fútbol. Lo consideró banal, facilista, sin riesgos ni complicaciones, sin el intrincado laberinto que le ofrecía la literatura, su verdadera pasión desde que tenía memoria. El amor por los libros era su interés. La culpable era su madre, encantada de acercarle autores y aventuras. Lucho siempre renegó del fútbol. Desde que era un gurrumín, época en la que lo querían llevar a patear a la plaza. Resultaban tardes eternas, que terminaban en berrinches queriendo volver a su hogar. El lamento de su padre, al ver ese desprecio por la pelota, era enorme, casi trágico. Aquella plaza se convirtió poco a poco en su temor máximo. Ni siquiera al crecer la contempló para arrimarse con un libro en las tardes cálidas y aprovechar sus bancos de madera, su escenario de hamacas y toboganes. Porque allí también habitaban dos arcos y casi siempre había una pelota rodando, pateada por otros. Se recordaba junto a sus hermanos,mientras esperaban el momento para saltar al césped, ellos felices y él, en tanto, con la bronca al hombro, odiando al fútbol. Lo quisieron mandar al club a practicar, pero fue solo un par de veces. Ni siquiera quería ir con la familia a alentar al equipo del pueblo. Y mucho menos, viajar hasta Rosario para ver a los colores de su padre. ¡Cómo le dolió a don Pedro ver que su hijo renegaba del fútbol! Pero Lucho se plantó en la suya y siempre dijo, desde muy temprano en su vida: “Odio al fútbol”. Ni aún cuando creció y pasó a ser Luis y en el laburo, en el estudio, el fútbol era la conversación que rompía el hielo, la excusa para conocer al otro, que igualaba o distanciaba, que creaba puntos en común o diferencias. El prefería utilizar esas horas - que de otra forma malgastaría inútilmente detrás de una pelota o hablando de ello - para sentarse a leer y a escuchar el sonido de las páginas, el áspero contacto de las yemas de sus dedos en la sustancia hermosa que era un libro. Páginas e historias que lo trasladaban a mundos fantásticos, lugares increíbles; conocía a los personajes, los veía, los imaginaba, se hacía amigo de ellos, disfrutaba como si ese simple acto de leer, fuese vivir la aventura que tenía en sus manos. Incluso en la lectura sentía más pasión que en una cancha de fútbol. Hasta se daba el gusto de leer sobre fútbol, porque ahí si veía, en esas líneas, en las palabras detrás de otras, en las ideas plasmadas por un autor en algún cuarto a media luz, que el fútbol tenía razón de ser. Pero había un secreto, algo que no confesó jamás. Algo muy oculto en su interior. Lucho sabía que había nacido, en realidad, para el fútbol. Lo sabía desde la primera vez que tuvo contacto con la pelota. Lo sabía porque cuando la vio venir, supo de inmediato como patearla. Era, quizá, lo que también había visto su padre, y por eso, era probable, sufrió tanto. Lucho durante muchos años, cuando nadie lo veía, pisaba un balón y hacía malabares y sabía que esa pelota calzaba justo en su pie, y que su pie y su cuerpo estaban hechos para el fútbol.
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Y comprendió entonces - quizá muy pronto - que si le daba tiempo al fútbol, no tendría lugar en su vida para el amor que lo había conquistado. Entonces, caprichoso, voluntario, se obligó a odiar al fútbol. Se alejó de aquello para lo que había nacido y ya grande, se impuso no tocar una pelota, no mirar un partido, alejarse todo lo posible, por miedo a que el destino interpusiera sus garras entre él y sus libros. Lo odió para no amarlo. Lo alejó, para no acunarlo. Incluso a sus propios hijos les prohibió el fútbol y les inculcó el amor por los libros. Desde la cuna misma, les impidió la pelota, la cancha, el estadio, la mística del juego de las multitudes. Ni siquiera permitió que se acercaran a ese deporte. Les completó el tiempo que les quedaba libre del colegio y la lectura. Los envió a estudiar música, dibujo e incluso, otros deportes, pero nunca fútbol. Y Luis, que antes había sido Lucho, pasó a ser Don Luis. Porque el tiempo avanza y se empecina, y uno, frágil, poco puede hacer ante la vida. Pero el fútbol, que antes había sido fútbol, seguía siendo fútbol. Eso si, siempre al margen de él, que lo ignoraba, le daba la espalda, haciendo que uno y otro fuera siempre por caminos separados. Hasta que llegó Enzo. A los nueve meses daba sus primeros pasos. Sus ojos, dos gemas verdes, que veían todo por primera vez, con la alegría de quien descubre la luz, los colores, la alegría. Su primer nieto. El hijo de su hijo. La debilidad de su corazón. La prolongación de su vida, de sus sueños. El culpable de esa sonrisa que lo acompañaba desde que se despertaba hasta que se acostaba. Y esa tarde, con esa pelota de goma que algún tío le había regalado, fue que sucedió. La traía en sus manitos y la arrojó hacia él. Fue despacito, rodando, hasta llegar a sus pies. Quedó en su empeine, tentadora. Lucho la miró, la miró largamente y ya no tuvo más ganas, más ganas de odiarla. La devolvió con suavidad, mansamente para que Enzo la tomara otra vez entre sus manos regresándole la sonrisa entre balbuceos de alegría, empezando junto a él, su abuelo, a compartir esa pasión que los dos sentían por ese acto tan sublime y sincero de jugar con una pelota.
Ernesto Antonio Parrilla, 36 años, Argentina. Escritor e historietista.
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se fue Tan emotiva, sin alma alucinando, me dejaste llorando sin saber que me moría por verte sonreír Me devoraba la esperanza, De poderte mirar caminando a lo lejos verte llegar gritando mi nombre Solías no soltarme la mano me mirabas fijamente a los ojos diciendo tienes una linda mirada Yo me creería todo por amor Y cuando menos lo espere Te marchaste tan triste sin decir adiós No comprendo tu mente No completo las frases Tú me inspirabas a ser el mejor Y ahora ¿qué soy? El tiempo no pasaba sin ti Las horas no eran nada Era un reloj sin manecillas sin batería para correr No entendía lo que era el amor Cuando lo tuve a mi suerte Cambiabas mi forma de ser muy lentamente sin siquiera yo saberlo Cambie de mil maneras Al verte salir por la puerta Y yo entrar no sabia que hacer Me quede paralizado Era de noche, tú ya te ibas tan triste y enfadada Yo tan indefenso queriendo ser un sueño Corrí pero sin nunca alcanzarte Tú me esperabas pero nunca llegue Al final volteaste y desapareciste Y yo queriendo ser un simple bicho Con el que podrías jugar Queriendo ser libre pero a su vez con tu amor Tocando tus dulces labios Tocando tus hermosas curvas Me gusto todo de ti como aún lo hace Te adore por mil eternidades Solo por esperar una aceptación por ti Pero quedé esperando solo eso Nunca volviste y yo nunca más amé.
Javier Quezada, 16 años. Monterrey, Nuevo león, México. Estudiante.
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EL MATE El misterio que guarda su infusión Hoy en la lejanía de mi tierra y de mis seres queridos, deambulo por los cuartos buscando un refugio terrenal, para que este espacio azul que me separa de los míos, no me sea tan doloroso. Al acercarme al modular del comedor, mi vista se dirigió hacia aquel objeto lustroso, siempre me detenía allí, ¿por qué tenía temor de enfrentarlo?, ¿por qué me sentía cobarde para indagar más allá?, ¿para enfrentarme al misterio del pasado de espacios y tiempos?. Hoy era un día distinto, esa noticia llegada de mi lugar me daba la fuerza que necesité siempre para desafiar a las nostalgias, descifrar ese no sé qué, indescriptible, eso sagrado que tiene que ver con nuestra identidad, nuestras raíces, y esa búsqueda constante de algo que hemos perdido, no sé cuando ni dónde. Ese pequeño objeto desconocido en este lugar; mítico, lleno de cuentos y leyendas, de raíces indígenas, entre esta nieve que no paraba de caer, esperaba el momento exacto de que lo vuelvan a tomar. Comprendí en primer lugar que no era cualquier cosa, que nada tenía que ver con los otros enseres que estaban allí, que era un símbolo de mi tierra y un elemento de unión, de tradición, de familia, de diálogos. Lo tomé con el mayor de los cuidados, leí los nombres grabados, Carmen y Francisco, era un mate con una bombilla de plata también grabada con el nombre de la abuela. Era el mate de los abuelos, me entregaron lo más sagrado de ellos cuando la última vez que los vi, en esta decisión tremenda de emigrar de mi país. Hoy a fines de enero, invierno en Canadá, voy a enfrentarme con mi pasado, con ese territorio azul bloqueado en mi inconsciencia, y entraré en ese laberinto que a veces se me aparece en sueños. Era invierno y yo era pequeña, eran tiempos de la niñez, de cuentos de abuelos, ellos sentados al lado de la estufa a leña. Perfecto cuadro congelado en el tiempo y la distancia, la pava en el fuego, el abuelo con su boina azul en el sofá verde con el mate en la mano; y ella, la abuela Carmen, en el sillón de Viena con sus recuerdos de Italia. Afuera lloviznaba lento y el viento crujía en la ventana, yo sentada en la alfombra de corderito los miraba extasiada. Mirando las llamas, el abuelo dijo: - Yo tenía una novia en mi país, la que quedó esperando mi regreso, allá también quedaron dos hermanos, padres y abuelos. Venimos a América en busca de nuevos horizontes, fue un viaje muy largo. Nunca olvidaré aquel barco lleno de familias, llantos de niños, sueños y esperanzas. Cuando bajamos a tierra seguíamos sintiendo que el piso se balanceaba, el abuelo hablaba y acariciaba el mate con sus grandes manos callosas. Esas manos que acariciaron mis cabellos y mis mejillas, y yo me transformaba en una hormiguita frente a un gigante lleno de sabiduría y de una fuerza inexplicable. -Cuando llegué a Buenos Aires me asombré de todo lo que veía; traía una dirección de un familiar de un vecino que nunca encontré. Allí comenzó mi tragedia, el poco dinero que traía era escaso, pude pagar una semana de pensión y si no conseguía trabajo no sé que pasaría conmigo. La noche llegaba lenta y fría, recorrí algunos lugares ofreciéndome para cualquier tarea. Ya no tenía qué comer y me paraba en las vidrieras de algún restaurante, muerto de hambre. Cómo sería mi muerte tan lejos de mi tierra, la mugre y mi barba me hacía ver como un hombre muy viejo. Decidí ir a esos refugios que había para la gente como yo, miré a todos y era la misma miseria humana proveniente de distintos lugares, lo más triste
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era ver mujeres con niños, y cuando venían de los asilos a separarlos de sus madres. Los gritos eran horribles, mis pies estaban duros de frío y los zapatos rotos de tanto deambular buscando trabajo. Ya hacía varios meses y mi situación no cambiaba, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mi cara, seguro que nadie, allá lejos, se imaginaban lo que estaba viviendo. -¿Cómo te llamas?, me preguntó un hombre como de mi edad. -Francisco, respondí. Allí comenzó una amistad que duraría para toda la vida. -Voy para Uruguay, al interior de ese país, tengo una hermana que me espera, trabaja en una fábrica textil y le va muy bien. Hoy llegó un barco al puerto, piden gente para descargar, vamos, quizás podemos hacernos de unos pesos para el viaje. Y todo se dio, cuando me vi entrar en aquel caserón que la hermana había heredado de un tío, con un patio lleno de plantas y con un aljibe en el medio. Allí conocí a Carmen, la hermana de Renzo, no podía creer que alguien pudiera tener tan bellos ojos; nos enamoramos a primera vista. Los dos comenzamos a trabajar en la misma fábrica que ella, donde la mayoría eran compatriotas. -No olvidaré cuando Carmen me trajo de regalo este mate con nuestros nombres grabados para toda la vida, también la bombilla llevaba su nombre. Y me lo entregó diciéndome que recién sería un hijo de ese suelo cuando “cure” ese mate y lo comparta con la familia y amigos, me explicó sobre la planta del mate y la yerba. -Así comencé este vicio del que jamás pude desprenderme y realmente me sentí hijo adoptivo de este suelo que me dio trabajo, familia y seis hijos. Entonces sucedió algo que no olvidaré, pedí al abuelo que me cebara el primer mate, y fue como un ritual en aquella noche de lluvia fina, donde los misterios de los abuelos se iban descifrando mágicamente. La abuela como un hada sonreía y sus manos delgadas y blancas acariciaban con placer aquel mate que marcó mi vida. Ni la distancia ni el tiempo podrían borrar la imagen de aquellos dos seres “pioneros” que me hicieron comprender la esencia de esa costumbre de mi país. No era tan simple el hecho de “tomar mate”, era parte de una cultura, de una tradición que, unía a seres humanos en ruedas de conversación, de amistad, de recuerdos y de sueños. Y no era porque sí que en la calle, en las fábricas, en la rambla, en la cancha, en los parques, en el campo y en la ciudad, la gente tome mate, es algo para compartir ese momento mágico que todos desean y esperan. Hoy me había llegado la trágica noticia: el abuelo Francisco había muerto al mes justo del fallecimiento de la abuela Carmen. Fui a la cocina, calenté agua, llené el mate de yerba y mirando la nieve caer, tomé el mate espumoso, mis manos acariciaron con amor los dos nombres de los abuelos, una vecina desde otra ventana, me miraba asombrada lo que estaba haciendo.
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María del Carmen Borda, 68 años. Paysandú, Uruguay. Maestra Jubilada y escritora.
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a mi niña interior Desde la torre más alta se siente tan sola la niña, lejana del mundo perdida en la desesperanza. Ya no le teme a la noche ni al frío de la madrugada. Se siente tan pequeña, extraviada en su propia alma. No hay versos ni música que puedan consolarla. Se siente tan olvidada, invisible ante la mirada de quien más amaba. Un haz de luz serena crece sobre su cabeza. Hay una niña bella, pequeña, triste y solitaria que hoy, estrena sus alas.
Silvana Alexandra Nosach, 37 años. Buenos Aires, Argentina. Docente.
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pensé que te afectara tanto a tal grado de hacer aquello. Es que por tu mente nunca pensaste siquiera lo triste que me quedaría ,acaso no sabes que eras lo único que tenía: ¡no te habías enterado ¡.No se tu pero yo no sé cómo comenzar de nuevo, ahora que te has ido, en el momento más feliz de nuestras vidas cuando ya teníamos todo para nuestra próxima boda, sí esa que habíamos planeado todos estos años que vivimos juntos siempre juntos ; tú en la más infernal soledad y yo acompañándote. Me resulta extraño que ya no estés acá conmigo acompañándome a elegir la foto indicada para aquellos catálogos que se me ocurrían “entre tanto roñoso cliente”, si había algo que me gustaba de ti era tu forma de ser a la hora de elegir aquel archivo que enviaríamos. De parte de “Batman y robin, la pareja de moda”. Así éramos nosotros una dupla perfecta, un dúo sin igual, la pareja que pronto podría caminar por las calles como todo unos tortolitos, llenos de ternura con nuestro sueño hecho realidad. Nadie se atrevería siquiera a mirarnos mal ya éramos parte del “ gremio” si de ese de los recién casados con la luna de miel a cuestas – donde se te ocurriera- te acompañaría hasta el fin del mundo si fuera necesario; y es “que amores que matan nunca mueren “ te acuerdas de aquella canción del maestro Sabina, el que solías escuchar cuando se te ocurría dedicarme un verso y te inspirabas para aquello; y luego siempre terminábamos en la cama enlazados como dos borreguitos degollados por el amor ,la ternura y todo eso tierno que sentía por ti que no sé como describirlo. De repente no era un buen cocinero-ya me lo habías dicho-pero hacia lo suficiente por agradarte en esas cenas interminables que teníamos en casa ; y que eran más divertidas que ir a uno de esos restaurantes cuatro tenedores donde te servían tan poquito como si tuvieras el estómago de un pajarito – que tacaños no- ni hablar. Me resulta imposible no decirte que ahora descansaras junto a mama -como lo hacías en mi regazo -en esas noches en las que los dos acompañados de la veladora de la habitación compartíamos opiniones sobre aquellos proyectos encargados. Sí el panteón que mando a construir hace algunos años mi bisabuelo para todo el clan Colmenares y donde tu estas aceptado como uno más de la familia; porque eso fuiste tú para mí, el ultimo ser humano al que quise, ame y extrañare.
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CREACIÓN La inalterable ruta de los Reyes Magos Creo que a estas alturas los Reyes Magos están un poco desprestigiados. Por equivocarse tanto, digo, por no poner más atención en donde dejan los juguetes. Ellos saben bien que todos los niños esperan regalos, sin embargo parece que eligieran los barrios y las casas por donde pasar. Y así dejan en su trayecto tantos y tantos hogares sin visitar. Barrios enteros donde miles de niños se durmieron de madrugada, esperando a los camellos que no llegaron y despertaron por la mañana, acongojados, sin comprender por qué otra vez los Reyes se olvidaron de ellos. Esos mismos Reyes que lograron la inmortalidad por llevarle ofrendas a un niño que nació pobre, tan pobre que vino al mundo en un establo. Dicen que guiados por una estrella, llegaron desde sus lejanos reinos hasta Belén, la noche del 5 de enero, de hace más de 2000 años, y ese niño que dormía en un pesebre los convirtió en Reyes Magos, para toda la eternidad. Por eso cada 5 de enero recorren las casas de todos los niños de la Tierra: pobres y ricos, negros y blancos para dejarles un regalo a cada uno. Esa es su misión. Aunque a veces creo que han empezado a cansarse de tanto viajar, porque si bien es cierto que trabajan sólo una vez al año, eso de andar hace más de 2000 años cargando bolsas de juguetes para todos los niños del mundo, debe ser un trabajo agobiante. Se han aburguesado. Marcaron una ruta determinada y no se apartan de ella. Y es sabido que en la ruta de los reyes, los pobres quedan al margen. Siempre quedan al margen. Si hace más de 2000 años bajó Dios a la Tierra para ver si podía arreglar el entuerto, y no pudo, ¿qué se van a hacer problema los Reyes? Dígame. Parece que allá arriba no tienen la solución. Tal vez tengamos nosotros que resolver este perjuicio, exigiéndoles a los Señores Reyes igualdad para todos los niños. En fin, esto no es nuevo, cuando yo era niña sucedía lo mismo. Por mi casa pasaban, pero según decía mi madre ya venían de vuelta. La nuestra, decía, era una de las últimas casas por donde tenían que llegar, por eso nos dejaban lo último que les quedaba. Yo le preguntaba entonces a mi madre por qué un año no hacían el recorrido al revés. Ella me contestaba que esas, eran cosas de Dios. Y ya sabemos que a Dios uno no le puede andar pidiendo explicaciones. Por lo tanto nos conformábamos con lo que nos habían dejado. Porque eso sí, a conformarnos, los pobres, aprendemos de chiquitos. Me acuerdo que un año yo quería una muñeca con la cabeza de loza. Y mi hermano la pelota de cuero. Como hacía años que se la pedía a los Reyes sin resultado, decidió hacer una carta. Hojas de cuaderno no le habían sobrado. En el papel del almacén no se podía escribir, porque era de estraza y el lápiz no se veía bien, así que fuimos al cuarto donde mamá cosía y buscamos, entre las telas que traían las clientas para hacerse los vestidos, alguna envuelta en papel blanco. Encontramos una que decía “CASA SOLER” estaba un poco arrugada, pero del revés estaba bastante bien. Mi madre al vernos revolver entre sus cosas nos preguntó en qué andábamos, mi hermano le dijo que precisaba un papel para hacer una carta para los Reyes. Mamá nos miró, dejó de coser en la máquina, recortó con la tijera un pedazo de papel con forma de hoja, la planchó con la plancha que siempre tenía a su lado y se la dio a mi hermano. La carta le quedó preciosa. Con la letra bien parejita. Decía:: “Señores Reyes Magos, yo quiero una pelota de cuero. Vivo en Pedro Giralt 4016”. La dirección se la puso con lápiz de tinta que mojaba en la lengua, para que se viera más y no se fueran a equivocar y la dejaran en la casa de al lado. La lengua le quedó violeta, pero la carta quedó hermosa. Yo le dije que de paso pidiera la muñeca para mí, pero él me dijo que la carta ya estaba pronta y que él era un varón y no iba a andar pidiendo una muñeca, aunque fuera para una hermana. Así que la firmó, le hizo una rúbrica de poeta, y yo les pedí mi muñeca de boca no más.
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Esa Noche de Reyes mi hermano dobló la carta en cuatro y la puso bajo la almohada, porque las cartas para los Reyes en esa época se ponían bajo la almohada. Cuando a la mañana siguiente se despertó, en lugar de la pelota, los Reyes le habían dejado un guardapolvo y la moña para la escuela, la cartera, que los varones colgaban al hombro y El Mundo Tal Cual Es. El pobre rezongó un poco y le dijo a mi madre: ¡Yo no sé porqué me dejaron todo esto para la escuela, si total usted cuando empezaran las clases me lo iba a comprar! Ese día mi hermano rompió relaciones con los Reyes Magos y decidió no volver a pedirles nunca más la pelota de cuero. Se la empezó a pedir a mamá que, asumiendo el compromiso, vaya a saber que dejó de pagar o de comprar para que mi hermano se despertara un mes antes de empezar las clases, con la flamante pelota durmiendo sobre su almohada. Y a mí me dejaron la muñeca. Una muñeca linda, linda, vestida de Dama antigua con capelina y todo, que yo amé como se puede amar, cuando se tienen cinco años y una muñeca de loza. Que me duró quince días. Una amiga jugando, la rompió sin querer. Nunca pude olvidarme del dolor que sentí al ver mi muñeca rota. No me animaba a levantarla del suelo. Al fin la tomé en mis brazos y fui corriendo a llevársela a mi madre. Lloré tanto que me dolía el pecho, mi madre me sentó en la falda y trató de consolarme diciendo que le iba a hacer una cabeza de trapo bien linda. Yo no quería que se la hiciera, ¿cómo iba a tener un vestido tan lindo y una capelina, una muñeca con cabeza de trapo? Pero mi mamá se la hizo y le quedó bastante bien. Le puso unos ojos grandotes con dos botones negros, una boca roja como un pimpollo y con lana negra le hizo dos trenzas. Parecía una gaucha vestida de Dama Antigua. Mi mamá la bautizó con sal y agua de la canilla y yo la llamé Nené, y para festejar el bautismo invitamos a mis amigas y mamá nos sirvió chocolate con galletitas María. Y desde ese día Nené y yo fuimos inseparables. Con el tiempo perdió la capelina y se le estropeó el vestido, pero mamá le hizo varios conjuntos, que yo le cambiaba según la ocasión. Un par de años después le pedí a los Reyes un Malcriado, un bebe de celuloide vestido de marinero que había visto en un bazar. Los Reyes ese año me dejaron ropa y zapatos. Debe haber sido porque la carta no me quedó muy bien. La hice apurada en una hoja de doble raya que arranqué del cuaderno de caligrafía. De todos modos el caso fue que nunca, mi hermano y yo, logramos entendernos con los benditos Reyes Magos. Tuvieron que pasar veinte años para que al fin Dios me mandara una muñeca, y otros años más para la llegada del Malcriado, prodigios de amor, con quienes estrené mis dotes de mamá de verdad en este difícil juego de vivir. Y en eso estamos. Por eso y porque nunca debemos dejar de soñar, hay que esperar y tener fe. Tal vez un día podamos, entre todos, alterar la ruta de los Reyes Magos.
Ada Vega, 77 años. Montevideo, Uruguay. Jubilada comercio y escritora.
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INCANDESCENCIA
Descarado, luminoso, insensible, el ojo la contempla. Lola aprieta los párpados con ánimo de sustraerse a la hipnótica mirada y evadir el miedo que empieza a despertar en sus entrañas. Aguza los sentidos, intenta adivinar los movimientos de la criatura. Un leve zumbido ronronea en sus oídos, es como si aquella cosa la arrullase. Escucha el sonido cada vez más cerca de su rostro. Un contacto helado la estremece. Siente como los vellos se le erizan pero sigue con los párpados cerrados temerosa de encontrarse con el ser examinándola todavía. Ciega, olfatea el ambiente con las fosas nasales expandidas. Olores extraños han llenado el lugar. Le arde la nariz. El hedor se torna insoportable. Siente que se asfixia. Abre la boca para jalar un poco de aire y, de inmediato, algo se desliza dentro de ella. En las papilas un sabor metálico se esparce mientras, en su conciencia, el dolor se elevaba a la categoría de agudo sufrimiento. Hasta la garganta sube un estertor transformado en burbujas de saliva. Venciendo su temor abre los ojos. ¡Ahí está! Grandioso en su fulgor, amenazante, blancamente insensible. Lola sabe que no podrá escapar y se siente como un animal acorralado. El zumbido se hace más agudo. Una mezcla de angustia y resignación se apodera de ella. Vuelve a cerrar los ojos. Es inútil la lucha. Se deja ir y, en el acto, es parte del remolino donde la luz da vueltas.
María Elena Espinosa, 59 años. Nuevo León, México. Profesora.
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la llave Soñaba que estaba entre rejas A pesar de mi confinamiento, tenía todas las llaves del mundo, una interminable colección unida en un gran aro y cien años para tratar de salir de la celda; cuando fallaba una llave, probaba otra y otra más. Por una ventana, podía ver el mundo con sus tragedias y sus dones; solamente podía observar, nadie podía escucharme, gritaba cada vez más fuerte pero mi voz se ahogaba como se ahogan los sueños. Una llave tras otra, mi mente se consumía, mis manos se cansaban de los fallidos intentos, a veces me derrumbaba, otras tantas renovaban los bríos y seguía intentándolo. Mientras, por la ventana, el mundo seguía girando con sus glorias y sus muertos, con sus contradicciones y sus miserables guerras; la apología del mal se engrandecía, los mismos hombres enaltecían la muerte por la muerte misma y llamaban al cinismo, “persuasión”; las miserias humanas se glorificaban y se condenaba la sabiduría. Finalmente llegó el mágico “clic”, la llave que abría mi celda estaba por fin en mis manos, podría ser libre, intentaría cambiar el mundo, redirigir los acontecimientos, exponer las ideas que atesoraba, derrumbar la muralla y las fronteras convenciendo a mis iguales del valor y la grandeza. Cuando estaba en esos pensamientos, mi entero ser se acobardaba y temía por mi efímero cuerpo, el bienestar en mi celda, la búsqueda interminable y su justificación creíble, entonces, la llave que abría mi celda se me perdía de nuevo en el mundo mientras soñaba que estaba entre rejas.
Susana González Odizzio, 50 años. Uruguay-Estados Unidos. Escritora.
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SIN ELLA
La acaricie nuevamente, risueña, Estimulante, bondadosa. En este profundo sueño y enigmante Éxodo por la vida. Su corazón vibra, bajo el cielo azul Y el sol ruidoso. Su voz es una cabalgata, De fascinación, una luz celestial, Las alas abiertas hacia el abismo. Lo fugitivo, las olas del embravecido Mar. Sin ella la luna dejaría de brillar.
Fabián Luna, 24 años. México. Poeta.
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EL DÍA DE ESQUIPULAS Ya que insistes, voy a contarte algo que me pasó hace muchos años. Fue de cuando yo era muy joven y tocaba el bajo en aquella marimba que tenía el faldón de cedro, junto con tu tío Manuel que tocaba el tiple. Recuerdo que en esa ocasión como todas las demás celebraciones, tocamos hasta la madrugada porque se festejaba Esquipulas, el mero 15 de enero. Esa noche todas las personas que se encontraban cerca de la Agencia Municipal, donde era la celebración, bailaron curtidos en aguardiente. A nosotros nos ofrecieron de beber a cada rato, pero sólo bebíamos de trago en trago para aguantar el sueño, aunque a final de cuentas, terminamos igual de ebrios que el resto de la gente; y así estuvimos hasta cerca de las cinco de la mañana, cuando nos cansamos de tocar y la gente se retiró enojada y borracha. La tocada nos dejó exhaustos, así que después de guardar las dos marimbas adentro de la Agencia, los demás integrantes se fueron a sus casas. Yo me acomodé en uno de los troncos que estaban en el corredor y le dije a tu tío que me acompañara a cabecear un rato, porque nomás no iba aguantar la caminada hasta la casa. Recuerdo que mientras cerraba los ojos, yo le decía a tu tío: -¿Vos Manuel, viste a esa muchacha que cómo bailaba de galán? Y tu tío nomás me respondía: -Sí, sí la vi, pero es más grande mi sueño, ¡ya déjame dormir! Y se echaba hacia atrás con los ojos bien pesados y la boca entreabierta. Luego, yo le volvía a decir: -Está bien bonita, ¿Cómo es que se llamará? Y tu tío respondía: -¡No lo sé, ya déjame dormir! En esas preguntas de aletargados andábamos cuando se me ocurre abrir los ojos y mirar para el frente, ¡Y no me vas a creer lo que vi, hijo! Ahí donde ahora está el parquecito y hay árboles formando un cuadro, donde hay bancas de concreto para vigilar a las muchachas que van pasando, mero enfrente de la Agencia Municipal. Antes de que tú nacieras, era un terreno amplio y vacío: solo habían algunos horcones donde la gente amarraba sus caballos. Así que además de pasto, también había heces de caballo y en época de lluvias, era un lodazal con heces de caballo. Bueno, sucede que cuando abrí los ojos, vi a un hombre que se acercaba a los caballos que se encontraban amarrados. Se asomó poco a poco de la calle de la casa de Don Antonio y no me pareció raro hasta que se acercó más a mi vista y pude distinguir entre mi embriaguez que no era un hombre común y corriente. Al principio creí que era alguien del pueblo que venía para llevarse a su bestia, pero era tan temprano, que descarté esa idea. Luego, cuando alcancé a ver que llevaba una capa negra como el hollín y un sombrero negro también, que más que sombrero, era un sombrerón por el tamaño que tenía, traté de moverme y darle aviso a tu tío que ya permanecía completamente dormido, pero nomás no pude. No sé en qué momento se me pesaron las piernas y las manos, la cara y hasta la sangre. Sentía la cara como hinchada, como entumecida. Así que grité ¡Manuel!, ¡Manuel!, ¡Manuel!, pero mis gritos no salían de mi boca, nada más los escuchaba yo. Mientras tanto, ese hombre se dirigió hacia uno de los caballos, lo veía con detenimiento mientras acariciaba la crin con la mano izquierda y lo tomaba de su mecate con la derecha, desatándolo del horcón donde estaba amarrado. El caballo ni siquiera se movía, ni siquiera parpadeaba. Yo alcancé a mover un brazo con mucho esfuerzo y le di un codazo a tu tío para que despertara. Nomás despertó e intentó decirme que dejara de molestarlo, pero no pudo terminar de decir eso cuando se le pesó todito el cuerpo y no tuvo más remedio que mirar hacia el frente, como si algo lo obligara.
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Entonces, vimos cómo de un brinco, ese hombre se subió al animal, tomándolo de su mecate con mucha fuerza y lo echó a correr. El caballo galopaba con dureza alrededor de los demás, que relinchaban como cuando se topan con una serpiente en el camino. Trepado encima y al trote, el hombre se soltó de las riendas e inclinó el cuerpo hacia adelante, como queriendo alcanzar la cabeza del caballo. Tomó la crin con ambas manos, primero acariciándola, deslizando los dedos entre cada mechón de pelo y luego, comenzó a trenzarla de una forma espeluznante, haciendo movimientos tan extraños y rápidos. El caballo seguía cabalgando en círculos, motivado por una fuerza sobrenatural que nosotros no comprendíamos. Tan pronto como terminó con la crin, saltó sobre el animal en movimiento, girando su cuerpo en el aire para invertir su orientación y colocar su cabeza cerca de la cola del caballo. Se acercó un poco más apoyándose de sus manos, inclinó de nueva cuenta el cuerpo, acarició la cola sedosa entre los dedos y comenzó el trenzado espeluznante repitiendo los mismos movimientos extraños y rápidos, mientras el caballo permanecía fiel al galope y los demás, quejaban en el centro. Tu tío y yo, no dábamos crédito a lo que nuestros ojos miraban. Pero inmóviles y entumidos continuamos observando aquel aterrador espectáculo. El hombre del sombrerón, se dio la vuelta después de terminar el entretejido de la cola, tomó las riendas y dio dos vueltas más, antes de conducir el caballo hasta el horcón donde lo había desamarrado. Cuando se aproximó, de un salto se bajó del lomo, le jaló el mecate y lo ató al poste. Luego, se apartó caminando lentamente desde donde había aparecido. Conforme se marchaba, el negro hollín de su capa y su gran sombrero, se confundían con el obscuro de la madrugada, al mismo tiempo que poco a poco, se nos iba quitando el entumecimiento del cuerpo y nos volvía la voz. Cuando nuestros cuerpos ya estaban completamente liberados, nos volteamos a ver con los ojos bien salidos y motivados por la curiosidad, nos levantamos dirigiéndonos al caballo que el sombrerón había tomado. Lo revisamos pelo por pelo y diente por diente, ¡Y no me vas a creer lo que vimos, hijo!, la cola y la crin no estaban trenzados, de ninguna manera. Era más bien un enredo sin sentido, un nudo, un montón de pelos que no tenían forma. A tal grado que no lo pudimos desatar y al pobre caballo le tuvieron que cortar la cola y la crin con unas tijeras.
Neyder Darín Domínguez, 22 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudiante de la Licenciatura en Educación Secundaria.
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Maneras de escribir El genial irlandés John Banville, Benjamin Black para los amigos (de la novela negra), flamante premio Príncipe de Asturias- ¿o cabría hablar ya de premio Princesa de Asturias? La abdicación real está dando pie a debates tan oportunos como encendidos entre los que no creo haber contado éste-, ha afirmado en más de una ocasión que escribir es para él como respirar. Nada más lejos de mi ánimo que la osadía de polemizar con un autor tan consagrado y- muy merecidamente, por cierto- admirado. De hecho, el símil con que ilustra su imperiosa necesidad de escribir podría considerarse bastante afortunado. No es ése, sin embargo, el sentimiento preciso que acostumbra a embargarme frente a la hoja en blanco, ya sea ésta producto de una sofisticada aplicación informática o los restos clorados de algún árbol cruelmente inmolado. No se trata tampoco del tópico horror a la misma, excusa de tantos. Al contrario, el folio virgen no me resulta sino promesa infinita. Su blancura nada inocente oculta un sinfín de posibilidades ansiosas por salir a la luz. Un poco- salvando, claro está, las insalvables distancias- como debió de sentirse Miguel Ángel en la contemplación de aquel bloque de mármol demasiado estrecho para muchos. El genio florentino, por contra, vio en él un magnífico David, sólo que atrapado, a la espera del cincel liberador. Así que, definitivamente, miedo ninguno. No hay de qué. La escritura es para Banville- decía- el aire que respira. El pan de su mesa, podría añadir, en tanto que escritor profesional- bienaventurados los que pueden hacer de tan bella ocupación un oficio-. No es mi caso- ni lo uno ni lo otro, conviene aclarar-. Mis sensaciones hacia el complejo acto de escribir no tienen tanto que ver con la- llamémosla- fisiología. Porque respirar es apremio biológico, aquello que en última instancia nos da la vida; pero no deja de ser un acto reflejo, inscrito en nuestros genes como garantía de supervivencia. No podemos no respirar; no a voluntad, al menos. Nuestro cuerpo se rebelaría a la búsqueda instintiva de aire con que llenarse los pulmones. Podemos, en cambio, optar por no escribir. Mucha gente lo hace, del mismo modo que opta por no leer. Una preocupante mayoría, tan preocupante como creciente. ¿Por qué algunos- con más fortuna (talento) unos que otros- nos empeñamos en sí escribir? Siguiendo su formulación a rajatabla, Banville moriría asfixiado si no lo hiciera. No es razón baladí. Por suerte o por desgracia, para mí se trata de algo mucho menos dramático. Incluso prosaico, si se quiere. Y es que escribo porque me hace feliz. Así de simple. O quizá, hasta cierto punto, enfermizo... Porque nada me sacia como enfrentarme al papel, paladear el hallazgo- en ocasiones tímido, estruendoso otras, sorprendente las más- de cada palabra- el mundo, cientos de ellos-, hasta entonces veladas de blanco. La dicha que me recorre como una descarga eléctrica cuando logro al fin dar con la que considero la frase justa, con el que creo un párrafo redondo, ha llegado a tenerme noches enteras sin dormir, con serio menoscabo para mi ulterior desempeño profesional. No importa. Y si la musa decidió ignorarme, tampoco importa. Porque siempre habrá una hoja en blanco, exuberante de universos infinitos, aguardando paciente nuestro acto redentor: escribirla, qué si no. Se me ocurre una opción intermedia, a caballo entre la urgencia física y los goces del espíritu. Hay en catalán una hermosa expresión para referirse a nuestra pulsión compartida, se trata del adjetivo lletraferit. Traducible al castellano por la, un tanto, cacofónica letraherido- de hecho, creo, dicho término ni siquiera existe en la lengua de Cervantes-, remite a algo más hondo que una mera afición a la literatura. Más bien como si ésta fuese, a su manera, una especie de mal del que no se quiere sanar. Como una adicción, quizá. Bendita adicción, por cierto.
Carlos Ortega Pardo, 31 años. Valencia, España. Profesor.
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Agonías El silencio avanza paulatinamente en mi cabeza, me susurra continuamente la lentitud de el miedo hacia el dolor, me cauteriza en momentos la soledad, camino lentamente hacia ellos y mi confianza se hace mas a fin, grito por dentro mil veces deseando querer lo imposible, deseando lo innegable y poco a poco me acoplo a lo desconocido a esta aventura que me está flagelando el alma que me hace mil preguntas que nunca tendrán respuesta, me siento en un cuarto demasiado grande, conmigo y solo conmigo a veces veo uno que otro oasis pero no existen, las lagunas mentales de mi cerebro me hacen pensar en esperanza, me niego a creer que el destino está en contra mía, que ha tomado su decisión, que debo partir, que debo recorrer mis grandes miedos y lograr mis proezas. Sigo en camino, sigo pensando y me delimito a confiar en mi esperanza, pasada, presente y futura, el hoy por hoy de mi sentir, un sentir que domina todo lo que soy, todo lo que existe en mi memoria desde el principio de mi vida hasta hoy, es muy complejo querer ser un mundo y no poder con él, sumergirse en lo más profundo de una alma y limpiar ese mar de suciedad añejada sobre el tiempo, que no deja habitar a la vida que se nos ha otorgado para hacerla bella y llenarla de esas cosas maravillosas que no todos pueden apreciar. Ni yo que estoy en un camino angosto apreciando las cosas bellas de la vida, puedo delimitar lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo bello, lo limpio y lo fresco, el calor y la noche, el cielo y mi mente, la luna y el sol, esas cosas que veo a diario, que son constantes, monótonas tal vez, llega el momento que ya no le das respiro a lo que te hace respirar, a lo que te hace vibrar, soñar y sentir, mueren cada día las ganas de vivir, de crear y de caminar por ese camino que nos hace transpirar, nos vamos a la cama olvidando algunas cosas, recordando otras, recreando unas cuantas y viviendo con esperanzas a flor de piel la mayoría de la noche,
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24 horas al día viviendo sin vivir, 1440 minutos corriendo con miedo, 86,400 segundos mirando lo que no podemos ver, mientras nos volvemos cada día más viejos haciendo nada para ser quien debemos ser, por cumplir caprichos de un mundo que no le importa lo que haces o dejas de hacer, no existe un fin en común, solo tener un parentesco maternal, de hermandad, de amistad o de placer, lo demás solo es cuestión del tiempo, del momento, del silencio para gritarnos que debemos salir del vacío donde solo existe la nada, donde el grito nos quebranta por el resto de nuestro dolor y nos regala un día más para remediar las malas decisiones de el día anterior. Y en algunos momentos de nuestra vida dejamos que otros solo actúen, que manifiesten sus logros, sus proezas, lo más emblemático de sus vidas, mientras el tic-tac corre un poco más lento mientras jugamos hacer más listos dejamos ver nuestra ignorancia por la vida por nuestras creencias y locuras y dejamos ver nuestra falta de interés por nuestro entorno, por lo que alguna soñamos y alguien que nunca dejamos de conocer nos mata nuestras ilusiones. Un miedo tras otro nos domina, nos hace ser mas ásperos menos vivenciales y al final de cada partida nos olvidamos por que la empezamos.
Fernando Bermúdez, 20 años. Chiapas, México. Escritor, poeta, fotógrafo y actor. Malvoro78.wix.com/mi-diario-voluntario
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AMANECER EN EL PAPEL
La palabra sol cubre la hoja Y un rayo se cuela entre mis pupilas. Al instante la habitaci贸n comienza a iluminarse Y de entre las p谩ginas de los libros Surcan la alcoba Las aves literarias.
Mariela Emperatriz Moreira Armijo, 28 a帽os. Osorno, Chile. Profesora de Lenguaje.
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Seré Seré caballero de capa y espada buscando princesa que por dragón en la torre más alta esté encerrada. Seré un Don Quijote en busca de su Dulcinea aunque tenga que luchar contra molinos en esa Castilla ya olvidada. Seré Lancelot conquistando a Ginebra aunque tenga que engañar a un rey que la dejó desposada. Seré tu Cirano, tu Romeo, seré por momentos tu lacayo, tu esclavo, tu reo... pero nunca seré la alfombra que pongas decorando tu suelo. Seré yo... si es por ti, por la que muero.
Tony Monesinos Sánchez, 48 años. Málaga, España. Poeta.
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¿SIGUES AHÍ, LUNA? Cálida noche silenciosa. Mis codos se apoyan en el alféizar de esta ventana y te busco con la mirada, con mis sentidos, luna… Satélite de luz, madre y señora de las mareas, guardiana de los sueños… ¿Dónde estás? ¿Por qué dejas que la noche te desafíe… y te oculte de los mortales que te añoran? Respiro despacio, y aún sin verte, mi cuerpo se llena de tu esencia. Siento tu calor acunando mi piel y languidezco… Mamá quiso acompañarme esta noche de nuevo; pero yo rehusé… porque necesitaba hablarte, luna… e incluso reprocharte mi sino. Sin embargo, me rehúyes y eliges esconderte entre los densos tules de la oscuridad del crepúsculo. Pero, no importa… porque voy a reclamarte mi pesar de igual forma… Hicimos un pacto, ¿recuerdas? Aunque yo solo era una niña cuando tu brillo y mis anhelos se encontraron. Tú llenarías mi vida de esperanza y yo a cambio te daría mi eterna adoración… Ay, luna, me siento tan débil. Perdóname, perdóname por flaquear. Pero, necesito hacerlo esta noche. Solo esta noche le permitiré a mi alma el desfallecimiento, y únicamente ante ti… Descubriré todos estos miedos que me acechan a pesar de la armadura de fortaleza con la que visto mi maltratado espíritu a diario. Sé que todo va bien. Los médicos insisten en ello. Pero, cada vez que me miro en ese maldito espejo… que desnudo mi físico ante su reflectante lámina de cristal… Solo me viene a la cabeza una pregunta: ¿Por qué… por qué a mí, ¡malditita sea!? ¿Sabes, luna? Hoy he recibido otra de sus cartas… Ni siquiera me atrevo a decirle la verdad. Y no te puedes imaginar cuánto lo necesito. Necesito que sus manos se enreden en mi melena, que su amor tatúe cada centímetro de piel expectante de sus caricias, que su tacto vuelva realidad mis turgencias. Pero, ya no queda nada de ese recuerdo de mí que él se llevó en su viaje… En sus cartas, todavía vive aquella Miriam de pelo al viento y labios color rubí… Y sé que es injusto, porque el amor que él me demuestra va más allá de la enjuta carne que ahora envuelve mis huesos, pero… Soy una cobarde, ¿verdad? Dímelo… dímelo sin tapujos. No te escondas, luna… Por Dios, ¡háblame!
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–¿Miriam? –Dios mío. –Mi hálito entero se estremece cuando la voz aterciopelada de ese amor ansiado y temido reverbera entre las cuatro paredes de este salón oscuro. Y me oculto entre las sombras. Agradecida a esa luna esquiva por no regarme con sus rayos. ¿Qué está haciendo él aquí? Yo no quiero que me vea, no quiero… –Oh, cariño… –Pero sus brazos me acunan, su cuerpo me cubre, su olor… Ay, su olor… Su mano tira del plateado pañuelo que envuelve mi cabeza desnuda. Intento zafarme de sus brazos, pero ni él me deja, ni yo me resisto. Su aliento cae sobre esa piel que ahora es la única separación entre mi cráneo y su cálida esencia. –¿Por qué no me lo has dicho? –intenta reprocharme; pero de sus oscuros y profundos ojos solo se desprende el amor ansiado. No veo compasión en su mirada, sino fuerza. No siento desaliento en su querer, sino lucha. Hace un rato, luna, que desperté… Cobijada bajo su cuerpo, acunada por tus rayos… Ahora sé que estás ahí… y que has llenado mi vida de esperanza de igual forma que tienes mi adoración. Dedicado a todas las personas que están luchando por superar la oscuridad.
Gema Lutgarda Enrique López, 38 años. Málaga, España. Trabajadora Cruz Roja Española.
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La contadora de ovejas Para Mariana Démanci Las comisuras de los labios de Mariana descendieron un milímetro, el fantasma del bocado dulce yacía en el plato. Alisó su largo cabello y replegó sus piernas hasta encontrarse con ellas. –¡Mamá!... ¡Mamá, no puedo dormir! –chilló apretando su pijama. «Pues ponte a contar ovejas», una contestación indiferente. Claro que, Mariana, después de comerse su waffle con nata, ya había reparado en ello, pero, cuando volvió a hacerlo, se dijo que esto ahora iba en serio: once años y un cerebro que no cultivaba otro deporte más que el de imaginar. Era suya una notable inventiva que pasaba detrás de las sombras de su familia y maestros. La primera oveja o borrego que surgió –para M. no había distinción, los dos son del reino del aburrimiento– habría habitado un cuento ilustrado para niños, uno mediocre. Como ejercicio de calentamiento creativo, comenzó despacio: patas y testa negras, lana acolchada con delicados espirales posantes. La barda del aprisco, para facilitar el salto, casi al ras de piso y mal pintada; no se complicó. Contar a esta oveja, que podía ser la única o el previo de una tropa pizpireta de mil, era de vital importancia, pues en la mañana habría examen de matemáticas. «No me puedo equivocar.» Es lo que se espera de una joven estudiante, los errores están mal vistos en la adultez. –Una –contó. El animal brincó sin problemas y desapareció del panorama. Siguiente. La segunda era idéntica. Dos. Se aseguró de articular con claridad para optimizar su memoria. Tercera, mismo proceso, otro clon afelpado y fin de sucesión. La noche tapó los ojos de la niña. Consiguió un diez. La táctica de contar la misma cantidad de nubes saltarinas, que impasibles se desvelaban volando por los aires de su cabeza, le sirvió durante el año escolar. La nena dormía riquísimo, por lo que se avergonzó de tildarlas de aburridas, y en agradecimiento hizo modificaciones: construyó un bebedero, les confeccionó zapatos deportivos y una colchoneta, y a la tercera le abrió el hocico para meterle un balido adorable; para energizarlas, las alimentaba con una nata cremosa y azucarada. La ovinocultura no es dispar de los convencionalismos para conciliar el sueño; la gente se trasnocha pastando en las redes sociales y compra somníferos embutiéndose en corrales. M., orgullosa, presumía su método lanzando meeehs a sus extrañados compañeros, y, si bien se le veía satisfecha por los pasillos grises de la primaria, sus maestros no tardaron en tacharla de chocante e insensata: «¿Por qué no puede ser como los demás?», «Está loca, pudiendo esquilarlas para sacar lana, las usa para algo tan improductivo», «“Mbeeeh”. –El más erudito (y fastidioso) de todos–. Se pronuncia “mbeeeh” y no “meeeh”». Y es que en los colegios de aura monótona no se cuentan ovejas ni cuentos; no obstante, hay educadores hambrientos que cuentan cuántas horas faltan para regresar a casa y comerse una barbacoa. La languidez y la falta de brillo los orbitan. M. no se desanimó con tales asperezas y prosiguió disfrutando dándole evoluciones y coloridos a su método. Para retozar acrobáticamente, las ovejas ahora se auxiliaban con artefactos como cañones circenses, pértigas, camas elásticas y brincolines; prometieron combatir a los ojos abiertos y al insomnio cada que la luna despertara. Si había que excavar un túnel, en caso de chaparrones de miel, una aprendió topografía; si había que fabricar alas angelicales, en caso de inundación meliflua, otra estudió ingeniería aeronáutica y teología; y
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la restante se tituló de ignorante, mas nadie se molestó, pues el equipo se desempeñaba con esmero. Pero, por naturalidad, la chica, al no considerar que tanto hombres como rumiantes son imperfectos, atestiguó las olas brumosas del cambio. La oveja consentida calculó mal el ascenso y se rompió una pezuña al estamparse contra las paredes de la pensante, casi provocando un chichón. Fractura cándida del yo: M. no aguantaba los estrepitosos quejidos de su oveja más preciada, y ésta no se preciaba de los estrepitosos quejidos de su ama. Ambas berreando por motivos diferentes. «Accidente laboral», sollozó, «pero ¡no, no! Laboran hasta altas horas para que yo pueda descansar». La compasión se acentuó. «Pobres.» Cada vez más. «Ni les pago.» Y más. «Lo hacen por amor…» Más. «… y gusto; yo las he explotado.» Se convenció entonces de hacer algo, mas no cualquier cosa, pues «cualquier cosa» sería curar a la afectada hasta que retornase al oficio, y M. no era una cualquiera. Un auténtico sacrificio, algo propio de su carácter. Prometió nunca más utilizar a un algodón brincador en beneficio propio, prometió renunciar a dormir. Adiós a los puntos estelares nocturnos, al delicioso reposo de las camas, sillones y sofás; adiós a la caída de los párpados, a lo tenue de las sábanas y a lo reconfortante de las almohadas; y adiós, claro, al ganado que tanto la había apoyado. Así pasó los días, más despierta que un astro, evitando reclinarse en cualquier objeto cómodo y ahogándose con tazas de café. Leía y estudiaba parada, jugaba parada, concentrada, recia; la entrega absoluta de la creadora a sus creaciones representada por una privación del sueño. Dio su mayor esfuerzo. Solo alguien extraordinario podía hacer semejante disparate. Pero no era un disparate o una exageración; si el nombre de pila era «Gratitud», ¿de qué otra manera se expresaría? En sí, la acción grata es intensa y dura como roca. Mas se tuvo que escribir el apellido, «Cansancio», que tumbaba y tumbaba a la chiquilla por aquel cuerpo que pedía mantenimiento. Los profes dijeron que M. era una activista chiflada, defensora del derecho animal. «¿Por qué dar la vida por algo inexistente? Tu comportamiento está fuera de lo común», le reprobaron al notarla lánguida y sin brillo. Apariencias. Marianita se sentía en paz, y la fe, que está afuera de cajas cuadradas y de todo lo común, hizo lo suyo. Una voz fluyó en el interior de la criatura: «Engrandecemos al reconocer lo que nos hace diferentes unos de otros». Unos labios se extendieron un centímetro por un rostro. Un cabello negro, abundante y liso, colgaba en libertad, despreocupándose del desplome en el barranco esponjoso de una cama. Unas piernas no hormigueaban a pesar de que la muerte vendría pronto. En las semanas siguientes, cuando un sol cualquiera brotase, el fantasma de una pastora excepcional yacería en un cuarto. –¡Mamá!... ¡Mamá, no voy a dormir!
Daniel Agave, 24 años. Puebla, México. Productor musical y escritor.
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REITERO QUE, TE EXTRAÑO
Te extraño como se extrañan los días soleados en los días de lluvia y frialdad. Te extraño infinitamente como se extraña escuchar el canto de un pájaro extinto. Te extraño como se extrañan los besos y caricias de alguien que ha dejado de existir físicamente. Te extraño como sólo yo sé extrañar cada detalle, cada palabra, cada caricia imaginaria. Te extraño como si realmente hubieras estado conmigo muchos años, y de pronto, sólo me quedara tu recuerdo. Te extraño hoy, mucho más que ayer, porque, este día recuerdo que antaño estábamos juntos, distantes pero juntos, tú allá, lejos pero juntos. Te extraño y no hago nada más que extrañarte con el corazón y con la mente, porque el extrañarte me hace sentir viva, después de tantas muertes. Te extraño porque sé que todavía existes, por eso te extraño más. Deseo algún día leerte la manera en la que te extraño, para que sepas que te extraño mucho cuando me siento viva y te extraño mucho más cuando siento que voy a morir si sigo extrañándote tanto. Yo te extraño mi vida, mi consuelo, mi amigo, mi primer amor, el mejor, el que me ha tocado solo con sus palabras. Ese, que, únicamente tocó mi corazón.
Zafiro Merlión. Oaxaca de Juárez, México. Escritora.
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CAMILA Delicados pétalos, ternura de Rosa. Bañada en perfume de flores. Tu maternidad se troza. ¡Tú, suspiro de amor! Resguardada de todo dolor. i t n n e i a
El virus te fue a t r, acogiste un huésped. Juntos jugaban, tiriteaban y bailaban. Un fisgón que al colocarse En él te encontraste: Y acometida comenzaste tu partida. Una niña que sintió, dulce y suave. Infectada por su padre. El maléfico, execrable e infame Dolor del mundo. Tejida en una caja de nieve ¿Qué porvenir nos viene? Como también, muertos Niños Palestinos. Una niñez que sintió Dulce y suave sabor Del maléfico e infame Dolor del Mundo. Shadia N. G. 18 años. México. Estudiante.
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HUMANOS SIN COMPROMISOS
Está desesperada por la falta de atención. Sucumbe a los deseos de ser querida y atendida pero nadie lo hace. ¡Un momento!, sí, hay una persona, pero quiere más. Se reprocha las veces que ha mirado por los demás sin esperar nada a cambio pero ahora, se siente tan hundida, perdida y vacía que lamenta haberlo hecho ya que cree que los humanos somos enrevesados. No sabe por qué, piensa que aquéllos que más daño te hacen son los que al final más queremos y más buscamos. Cuando hacemos algo por alguien sin esperar que nos devuelvan el favor, quizás solo diciéndonos, hoy por ti, mañana por mí, esperamos que si las circunstancias nos abruman, nos atrapan y nos enredan en una vida distinta a la obtenida hasta ése momento, las personas con las que has estado en algunos ratos de su vida, van a responder hacia ti, para consolarte, abrazarte, escucharte, lamentarse contigo, al menos, esperas que te den unas palabras de aliento, no palabras vanas y falsas que ni siquiera les sale del corazón, solo las expresan porque creen que así cumplen y se quedan tan tranquilos porque, -no podemos hacer nada-. Ya se sabe, que si los problemas se presentan y crecen sean de la forma que sean, nadie puede hacer nada ante estos problemas que no les corresponde, pero sí al menos que, lo que digan, sirva de aliento y esperanza sentida y de tranquilidad. Ya no la quedan sueños, ya no quiere vivir, ya está muerta sin estarlo, porque nota o cree notar que en realidad no la quieren. Se pregunta si ha sido demasiado mala, si lo que ella piensa que ha hecho bien, para los demás ha sido todo lo contrario. Después de muchos años, queriendo gustar a todos, atender a todos, responder a todos, cuando la llegó la hora de reclamar atención, se dio cuenta que todos tenían, cosas que hacer,
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problemas que solucionar y encima la seguían pidiendo que respondiera como siempre lo había hecho. Se cabreó tanto y la dolió tanto ver que lo que a ella le pasara para los demás son cosas de la vida, sin más y había que aguantarse, que hasta ahí ya llegaba ella misma, pero no quería aguantarse sola, como digo se cabreó tanto que se dijo así misma que ya no iba a mirar por nadie, que no iba a hacer caso de nadie, que primero sería ella y si quedaba tiempo, los demás. Se enfureció de tal modo que comenzó a responder con maldad, de malas maneras, saliéndose de tono, pero la daba igual, ya no quería quedar bien con nadie, no la importaba. El resultado fue, el que tiene que como no la conocían así, en vez de intentar arroparla y comprenderla, se ladean y dan media vuelta porque ya no interesa alguien que pide ayuda, solo quieren a la persona que da ésa ayuda no a la que la pide. Y solo estamos hablando de ayuda moral. Menos mal que no quería dinero u otras cosas materiales, pero comprendió que la hubiese dado lo mismo, la habrían dado de lado. No entendía que la maldad quedara maquillada en las personas de forma tan sibilina, no entendía que su vida, toda, hubiese sido una mentira por parte de aquellos que la rodearon. Sabemos que para cada uno cuando se presentan los problemas, éstos, son un mundo distinto, pero intentar hacer comprender a una persona que está pasando por momentos de hundimiento y sufrimiento que no pasa nada, parece tan cruel así, dicho sin más que resulta inadmisible que los humanos seamos tan depravados.
Rosa María Bodas Pérez, 56 años. Belvís de la Jara, Toledo. Administrativa Contable en Paro
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elefante -¡Damas y caballeros, he aquí la bestia más grande de todos los tiempos…! La gente se reúne para observar el pequeño acto del saltimbanqui, en el suelo está la bestia asquerosa, su olor pútrido llama la atención de las moscas del lugar, un mercado lleno de olores inconfundibles. El cabello de la bestia es grueso, negro y lleno de piojos, estos caminan por todo el cuero cabelludo hasta los labios. Los niños se apresuran a llegar a primera fila, los adultos a su vez quedan pasmados de la gran bestia apocalíptica. Se trata de la mujer más gorda del mundo, el saltimbanqui la hace subirse a una pequeña silla, la pobre mujer levanta las lonjas de grasa, el olor de su transpiración es comparable al curtidor de pieles. Su rostro refleja la inhumanidad de la naturaleza, pobre mujer elefante, sus ojos cristalinos derraman el maquillaje improvisado. La mujer es obligada a hacer maromas con unas pelotas de silicón, torpe mujer ballena, la falta de músculos le impiden continuar. Los jóvenes le tiran piedras y basura, la mujer llora con desesperación. Sus lamentos son de elefante dando a luz. Su pequeño traje, color azafrán se mancha, las pocas lentejuelas se caen de vergüenza y pena. El saltimbanqui saca el látigo y comienza a golpear a la mujer, esta gime del dolor que le provoca. Un niño se acerca para darle una manzana, pero es devorado en seguida por la monstruosidad. El público se asusta, comienzan a gritar, el domador le da una poción y con palabras mágicas, la mujer comienza a gemir estruendos, de la boca vomita grasa blanca y sangre, los ojos se caen, el olor a alcantarillado emerge de la mujer elefante, sus órganos son expulsados de la boca, ojos y nariz. Un mar de sangre golpea al público. Los espectadores se impactan a tales hechos, y los curiosos se asoman para ver el final de la mujer elefante. La piel de la bestia comienza a caer como cáscara de plátano, la grasa explota con un olor a pústulas amarillas, de la piel se puede observar como una serie de siluetas aparecen. Y como un sierre de algún pantalón. Salen cinco pequeños hombres vestidos de colores alegres, con cohetes y confeti. Danzan sobre la piel de lo que fue la mujer elefante, parte del público aplaude y algunos perplejos lanza monedas a los hombrecillos, estos se apresuran a levantarlas en un saco de manta. El Saltimbanqui y los hombrecillos se toman de la mano y hacen una reverencia del acto callejero.
Daniel Gómez López, 21 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. México. Estudiante.
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Enmarcados
Esa mañana me levanté con la seguridad de que la eternidad existiría para nosotros. Nos habíamos encontrado en aquella habitación, entre testigos colgantes y una cama inmóvil. La música de fondo nos brindaba un aire de complicidad, pero la existencia de solo una puerta, entrada al infierno, hacia vibrar nuestros cuerpos. Te acerqué con el pretexto de hablarte al oído, pero solo fue un pretexto. Besé tu cuello con esa pasión aguantada que solo el oído puede explicar. Mis manos comenzaron a bajar por tu espalda, mientras te susurraba palabras que solo se dicen cuando la sangre hierve. Te llevé contra la puerta cerrándola con tu cuerpo. -No debemos hacer ésto, me decías, mientras tus manos temblorosas bajaban a prisa la cremallera. Escuchaba la música y te besaba con urgencia, mordiendo tu piel, penetrándote con furia, sabiendo que se acaba la canción. Fin a la música todos nos acercamos a la mesa y posamos para la eterna fotografía familiar.
Daniel A. Rodríguez, 30 años. Villalba, Puerto Rico. Profesor.
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-¡Ah!...-dijo el zorro-. Voy a llorar.
Entonces apareció el zorro. -Buenos días -dijo el zorro. -Buenos días -respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio nada. -Estoy acá -dijo la voz- bajo el manzano... -¿Quién eres? -dijo el principito-. Eres muy lindo... -Soy un zorro -dijo el zorro. -Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-. ¡Estoy tan triste!... -No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy domesticado. -¡Ah! Perdón -dijo el principito. Pero, después de reflexionar, agregó: -¿Qué significa «domesticar»? -No eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas? -Busco a los hombres -dijo el principito-. ¿Qué significa «domesticar»? -Los hombres -dijo el zorro- tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas? -No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»? -Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa «crear lazos». -¿Crear lazos? -Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo... -Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado... -Es posible -dijo el zorro-. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...! -¡Oh! No es en la Tierra -dijo el principito. El zorro pareció muy intrigado: -¿En otro planeta? -Sí. -¿Hay cazadores en ese planeta? -No. -¡Es interesante eso! ¿Y gallinas? -No. -No hay nada perfecto -suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea: -Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo... El zorro calló y miró largo tiempo al principito: -¡Por favor... domestícame! -dijo. -Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
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FRAGMENTO
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame! -¿Qué hay que hacer? -dijo el principito. -Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca... Al día siguiente volvió el principito. -Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. -¿Qué es un rito? -dijo el principito. -Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida: -¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar. -Tuya es la culpa -dijo el principito-. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara… -Sí-dijo el zorro. -¡Pero vas a llorar! -dijo el principito. -Sí-dijo el zorro. -Entonces, no ganas nada. -Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo. Luego, agregó: -Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto. El principito se fue a ver nuevamente a las rosas: -No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Y las rosas se sintieron bien molestas. -Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa. Y volvió hacia el zorro: -Adiós -dijo. -Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Fragmento del libro: El Principito. De: Antoine De Saint-Exupéry.
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libros Matar un Ruiseñor De: Harper Lee
Editorial: ZETA ISBN: 9788498722734 No. de páginas: 416 Lengua: ESPAÑOL
Jean Louise Finch evoca una época de su infancia en Alabama(EE. UU), cuando su padre, Atticus, decidió defendes ante los tribunales a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Matar un ruiseñor muestra una comunidad dominada por los prejuicios raciales, la desconfianza hacia lo diferente, la rigedez de los víncu los familiares y vecinales, y un sistema judicial sin apenas garantías para la población de color.
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libros Orgullo y Prejuicio De: Jane Austen
Editorial: Punto de Lectura ISBN: 9788466319652 No. de páginas: 554 Lengua: ESPAÑOL
La obra de Jane Austen ha vencido sin dificultades el paso del tiempo y se ha mantenido en todo momento en un lugar de privilegio en los gustos de lectores y especialistas. Orgullo y prejuicio es una novela de amor o, mejor, una novela de enamorados. Bingley y Jane, Darcy y Elisabeth, Lydia y Wickham luchan para obtener el objeto de su pasión, deben participar en el juego que la sociedad en que viven les propone y deben ganarlo. Sin saltarse las reglas, pero con un tesón capaz de vencer cualquier barrera, llegarán a toda costa a ese matrimonio que para ellos habrá de marcar el inicio de la felicidad soñada.
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libros Criadas y Señoras De: Kathryn Stockett
Editorial: MAEVA ISBN: 9788415120476 No. de páginas: 560 Lengua: ESPAÑOL
Jackson, Misisipi, 1962. Tras acabar sus estudios universitarios, la joven Skeeter vuelve a su casa sin la menor ilusión por buscarse un marido como pretende su madre; Skeeter sueña con una vida diferente, entregada a la literatura. Al conocer a Aibeleen y Minny, que como la mayoría de las mujeres negras de la ciudad se ded ican a servir en las casas de los ricos, comienza a imaginar un proyecto clandestino y liberador. Skeeter, de veintidós años, ha regresado a su casa en Jackson, en el sur de Estados Unidos, tras terminar sus estudios en la Universidad de Mississippi. Pero como estamos en 1962, su madre no descansará hasta que no vea a su hija con una alianza en la mano. Aibileen es una criada negra. Una mujer sabia e imponente que ha criado a diecisiete niños blancos. Tras perder a su propio hijo, que murió mientras sus capataces blancos miraban hacia otro lado, siente que algo ha cambiado en su interior. Se vuelca en la educación de la pequeña niña que tiene a su cargo, aunque es consciente de que terminarán separándose con el tiempo. Minny, la mejor amiga de Aibileen, es bajita, gordita y probablemente la mujer con la lengua más larga de todo Mississippi. Cocina como nadie, pero no puede controlar sus palabras, así que pierde otro empleo. Por fin parece encontrar su sitio trabajando para una recién llegada a la ciudad que todavía no conoce su fama. A pesar de lo distintas que son entre sí, estas tres mujeres acabarán juntándose para llevar a cabo un proyecto clandestino que supondrá un riesgo para todas. ¿Y por qué? Porque se ahogan dentro de los límites que les impone su ciudad y su tiempo. Y, a veces, las barreras están para saltárselas.
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libros
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libros Cometas en el Cielo De: Khaled Hosseini
Editorial: Salamandra ISBN: 9788498380729 No. de páginas: 384 Lengua: ESPAÑOL
Sobre el telón de fondo de un Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales, la vida en Kabul durante el invierno de 1975 se desarrolla con toda la intensidad, la pujanza y el colorido de una ciudad confiada en su futuro e ignorante de que se avecina uno de los períodos más cruentos y tenebrosos que han padecid o los milenarios pueblos que la habitan. Cometas en el cielo es la conmovedora historia de dos padres y dos hijos, de su amistad y de cómo la casualidad puede convertirse en hito inesperado de nuestro destino.
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libros Los hermanos Corsos De: Alejandro Dumas
Editorial: Nórdica ISBN: 9788492683093 No. de páginas: 184 Lengua: ESPAÑOL
Los hermanos corsos, 1844, ambientada en Córcega y Francia en el año 1841, y narrada en primera persona por el mismo Alexandre Dumas, cuenta sus experiencias en un viaje a esa isla, cuando, al alojarse en la casa de los de Franchi, conoció a la señora Savilia y a su hijo Lucien, joven alegre y extrovertido, inclinado a la v ida de campo, quien le cuenta que tiene un hermano gemelo llamado Louis que vive en París y es, por el contrario, tranquilo y sosegado. Al nacer, ambos estaban unidos por el costado y, aunque fueron separados, esa unión se mantuvo para siempre haciendo sentir a uno el dolor del otro y viceversa, sin importar la distancia que los separase... A través de la vida de esta familia corsa y de la mirada extranjera de un ilustre espectador, el lector se acercará a las costumbres de Córcega en el siglo XIX, especialmente a las relativas a las famosas vendettas, y a las del París de la época, con sus fiestas y sus retos a duelo.
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