FACTUM REVISTA LITERARIA
octubre, 2015. NO. 26.
Biografía: Sylvia Plath. Creación: Jose A. Tudares, Silvia Alicia Balbuena, Luis Ángel Escobar Pérez, Eloy Andrés Gomez Motos, Rusvelt Nivia Castellanos, Mitzin Guadalupe Mata, Dante Vázquez M. , Zafiro Merlión, Emilia Vidal, Jonay Castro Casañas, Joalberths De Agrela, Fernando Bermúdez, Rita Bedia Lizcano, Cristóbal Palma, Daniel Poot Fuentes, Zambra, Reniel Floyer, Fabián Luna, Ángel Augusto Uicab, Sonia Otero Farías, Uriel Hernández Gonzaga, Alekz Gonzalez, Kim Bertran Canut y Luriel Lavista. Artículo: Carlos Ortega Pardo. El Fragmento: Fernando del Paso.
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CONTENIDO biografía
Creación
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artículo 68 - 69
el fragmento 72 F A C T U m - Revista Literaria
libros 76 - 81 5
Presentación
¿Por qué no decirles que con los libros podrán viajar al centro de sí mismos, por los mares de sus conciencias, por las profundidades de sus pensamientos? — Fernando del Paso.
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Biografía
Sylvia Plath Nació el 27 de octubre de 1932 en el seno de una familia de clase media de Jamaica Plain, Massachusetts. Hija de los maestros Otto Emil Plath, profesor universitario de alemán y biología en la Universidad de Boston (además de especialista en entomología), y Aurelia Schober, profesora de inglés y alemán. Ambos de ascendencia alemana. Sylvia tenía un hermano menor llamado Warren. Con pocos años comenzó a escribir poesía. Sufrió habituales depresiones y varios desórdenes mentales que se fueron acentuando por el fallecimiento de su padre a causa de la diabetes en 1940. Sylvia ingresó en el Smith College de Northhampton, ahí permaneció entre 1950 y 1955, período en el que se intentó suicidar por primera vez. En 1952 durante su etapa universitaria publica su primera historia galardonada, “Sunday At The Mintons”. Más tarde, tras conseguir una beca Fulbright, viajó a Inglaterra para acudir a la Universidad de Cambridge donde continuó escribiendo poesía y ocasionalmente publicaba su trabajo en el periódico universitario Varsity. En Cambridge conoció al poeta inglés Ted Hughes. Se casaron el 16 de junio de 1956. Vivieron y trabajaron en Estados Unidos desde julio de 1957 hasta octubre de 1959, periodo durante el cual Plath daba clases en Smith College. Posteriormente se mudaron a Boston, donde Plath asistió a seminarios con Robert Lowell. Este curso tuvo una gran influencia en sus obras. También participaba en los seminarios Anne Sexton. Posteriormente regresaron a Reino Unido donde ambos tuvieron dos hijos, Frieda, nacida en 1960, y Nicholas, quien nació en 1962. El matrimonio duró poco tiempo después del nacimiento de su segundo hijo. Su primer título publicado fue el poemario “El Coloso” (1960) el cual expone la meticulosidad de su estilo. Ariel (1965) está considerado como su mejor libro de poemas que, al igual que su poesía posterior publicada después de su suicidio, refleja un ensimismamiento. La campana de cristal (1963), novela que se editó bajo el seudónimo de Victoria Lewis, es un relato autobiográfico. Su correspondencia, Cartas a casa, 1950-1963, fue publicada en 1975. Poemas completos, ganó el Premio
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Pulitzer en 1982 y fue editado por su marido, el poeta británico Ted Hughes, en el año 1981. Otras obras, editadas póstumamente, son Cruzando el agua (1971), Árboles de invierno (1972) y Johnny Panic y la Biblia de sueños, libro de cuentos. A principios de 1963, radicó en un apartamento de Londres sin apenas dinero y dedicando sus últimos meses a la poesía. Dos meses después de cumplir los 30 años, el 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath dejó a sus dos hijos -de tres y un año- dormidos, metió la cabeza en el horno y se suicidó.
Sus obras: Poesía: El coloso Ariel Cruzando el agua Prosa: La campana de cristal Cartas a casa: Johnny Panic y la Biblia de sueños Los diarios de Sylvia Plath The Magic Mirror Literatura infantil The Red Book The It-Doesn’t-Matter-Suit Collected Children’s Stories
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RECUERDOS DE LA MEMORIA Se deshace el cielo en medio de una noche que transcurre dentro de los estándares de normalidad. La Luna brilla independiente de la ráfaga de nubes que busca recubrir su luminosidad, las estrellas un poco más temerosas recargan sus energías para utilizarlas en una noche más tranquila. Hoy la lluvia es la aspirante a protagonista; yo solo observo desde la ventana de mi habitación, disfrutando la vista privilegiada del octavo piso. En aquel espacio oscuro, lo único que irrumpe la tranquilidad y el silencio es la sonora caída de pedazos del cielo. Allá afuera tirita el vapor de sodio en el alumbrado de las calles, todo con mucha mesura descansa bajo la sombra. En la acera, una que otra persona apura su paso evadiendo el vital líquido que desciende a ritmo acelerado. Los automóviles inertes en los estacionamientos se refrescan luego de un largo día de trayectos y contaminaciones. Algunas ventanas se abren para refrescar el ambiente, otras se cierran para evitar que algo se les escape. Se desacelera el ritmo con el tiempo adentrándose en la noche. Menos de quince líneas más tarde me acompaña un trago en la mano, parece que siempre buscamos ahogar las dudas en algo más denso que la lluvia. La cabeza se entorpece un poco en estos transes reflexivos. La complejidad es un asunto que se dispara por inercia y lo que es lluvia se transforma en un mar de profundidades ilimitadas. Quizás de esas cosas huyen las personas que cierran las ventanas en medio de la tormenta, las facultades de la mente son de dimensiones desconocidas. Lo importante es nunca abandonar la idea de que se va a sobrevivir a la noche. Comúnmente se inicia la reconstrucción de hechos. Complejo, tortuoso y en algunas ocasiones hasta morboso. Se hurga en las heridas del pasado para encontrar explicaciones que probablemente no ofrecerán ninguna solución. Son embistes de la memoria y los recuerdos, que se mezclan sutilmente con el entorno. La mezcla letal que suele conseguirse al borde de una almohada, entre la tranquilidad y la calma que atenta contra el sueño. Sin embargo quiero hacer una aclaratoria en pro de los M.A (Melancólicos Anónimos), es importante no confundir recuerdos con memoria: hacer memoria es traer al presente la imagen muerta de un pasado que ya no es nada, mientras que recordar tiene un poco de resurrección y renacimiento. Recordar es dejar que el presente sea fecundado por el pasado. Debo admitir que esta noche es diferente, ha tomado posesión de mí el insomnio. Apenas van unas líneas más tarde y un nuevo trago acompaña mi mano. Es verdad que puedo convertir estas nuevas líneas en pasajes de la memoria, con capítulos que hoy en día se resisten a mi verdadero deseo. Reconozco cada uno de los errores que he dibujado como si fuese un experto, equivocaciones, malentendidos, disputas, distancias innecesarias y altas dosis de inmadurez que nos convirtió en todo aquello a lo que tanto miedo le tuvimos. La realidad en un trazo limpio y a mano alzada. Pero el recuerdo que recorre mi mente es totalmente diferente. No se arranca una flor
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para sacarla de su ambiente, eso era ella, y yo solo quería formar parte de su entorno. Recuerdo haberla besado por primera vez y haber sentido una estampida, un millón de mariposas corriendo a través de mi estómago. Al rodear su cuerpo con mis brazos me sentía seguro porque yo solo quería estar donde estuviese ella. Observaba la vida con delicadeza, cada detalle que salía de sus labios era miel que consumía. Cuando se dio su partida, yo solo pensaba en las conexiones que nos sostienen al universo. Como observar la Luna, era un criterio de búsqueda en el cielo, como si observara a un espejo y quisiera encontrar sus ojos en ella para contemplarla una vez más. Vivía para eso. Para deleitarme con cada exposición de su ser por muy leve que fuese. Todo estaba ligado a una teoría, en la cual nos sostenemos de una delgada línea para mantener el equilibrio de la existencia. Casualidades, coincidencias, destinos y otras variaciones que nos conectan con fragilidad, nos amarran a la esperanza de que el amor haga que la levedad tenga relevancia y todo rio termine dirigiendo su cauce a un único domicilio. Poco a poco la lluvia fue disminuyendo junto con la ansiedad de mi memoria. Las constantes incursiones al pasado y su reconstrucción han despertado cierta curiosidad en mi presente, y sobre todo en mi futuro. Con el pasar del tiempo he descubierto que las noches suelen desnudar ciudades, pero sobre todo suelen desnudarnos a nosotros. Liberando tensiones, despertando inquietudes. Estos amenos encuentros personales me han dejado unas cuentas lecciones de crecimiento durante todos estos años. Suelen decirnos que al conocer a los demás podemos aprender algo, pero pienso que es muy difícil descifrar a alguien más si no logramos descifrarnos a nosotros mismos. Igual sucede cuando se ama a alguien, ahorita mismo se me viene a la mente aquella frase del anti poeta Charles Bukowski: “Encuentra lo que amas y deja que te mate” (Find what you love and let it kill you). Quizás de eso se trata todo… Con el alumbrado de la ciudad entrando por la ventana logre ver el reloj de pared en mi cuarto, sus agujas señalaban las 2:05 AM. Volví a ver el cielo y un grupo de nubes se habían hecho a un lado dejando la Luna al descubierto. Lucia hermosa y radiante, con algunas tímidas estrellas a sus alrededores. La ciudad desprendía el aroma de la lluvia. Tome aire como si de un tercer trago se tratara, lo destile en mis pulmones y lo expulse en un suspiro. Para finalmente despedirme de aquella hermosa noche. Cerré la ventana. Me acosté en la cama. Y mis brazos rodearon su silueta, declarando una vez más que yo solo quería estar donde estuviese ella. Jose A. Tudares, 26 años. Venezuela. M.Cs. En Gerencia Empresarial, Escritor. www.josetudares.wordpress.com
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Amor viejo… viejo amor… Su figura alta resalta en el iluminado comedor del suntuoso Hotel Edén de La Falda. Sus cabellos canosos viran a dorado por las primeras tinturas importadas llegadas al país. Sus ojos brillan con chispas transparentes de verde. El traje Chanel rosa resalta sus curvas aún voluptuosas. Pasea su vista por los objetos queridos de aquella juventud. Los tintineos de las copas de cristal aún resuenan en su yo más profundo. Al fondo, el vitraux de la mampara que da al jardín es un muro de colores que le trae las nostalgias de ese pasado intenso, sensual. Acomoda su chaqueta y baja los peldaños de la escalera de mármol rumbo a la Avenida. El silencio de la noche pegajosa zozobra en los aromitos florecidos. El sendero central, solitario, espera expectante sus pasos seguros. Su alma navega en el mundo de sus pensamientos. Sabe que el amor viejo que la acompaña la llena de nadas, la vacía. Resuelta, lo pisa en cada escalón, lo muele, lo volatiliza. Siente que en ese amor viejo, deshilachado, se enhebran esperanzadas las urdimbres del viejo amor que se vuelve fuego. Allá, al final de la escalera, en el cantero florecido y enaltecido por el manto negro agujereado de estrellas, siente que el viejo amor la llama, la exalta, la perturba, la lleva a los atajos sin límites de los sueños. Aspira hondo los aromas imaginarios que la rodean. El amor viejo huele a flores marchitas, mustias, y el viejo amor a flores frescas, lozanas que fermentarán en el nuevo licor del frenesí. Camina por la Avenida hacia el cerro. Sonríe. La decisión está tomada. La suerte, echada…
Silvia Alicia Balbuena, 67 años. Santa Fe, Argentina. Docente jubilada y escritora.
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Ojos azules, ocaso de una vida Unos ojos de un penetrante azul lanzan su última mirada antes de volverse opacos. Con sutileza y orgullo se cierran lentamente para ya nunca volver a abrirse. Un cúmulo de extrañas y desventuradas circunstancias los orillaron a su fin. Pero relatarlas de una forma objetiva me es imposible. Hará ya unos quince días que Sonia volvía de visitar a sus padres. La vieja casona en la que transcurrió su infancia seguía siendo un lugar algo tétrico y desolado. Los viejos, como era su costumbre, se sentaban en el patio a fumar unos cigarros. Mientras fumaban, se esforzaban por aparentar tranquilidad el uno al otro, pues desde hacía ya mucho tiempo creían que era cuestión de tiempo para que la muerte llegara. Nunca imaginaron que antes que a ellos, le llegaría a su hija. Sonia los encontró precisamente en el patio, y no tuvo reparos en ir directamente hacia donde estaban, y sin siquiera saludarlos, tomó los cigarros y los echo en un cubo de basura. -¿Saben la cantidad de porquerías que tienen esas cosas?- pregunto, con evidente enojo -Sólo somos viejos a los que la vida ya no puede hacer más daño- respondió afablemente el anciano. Su mujer se limitó a encogerse de hombros y lanzar un gruñido. -No te veíamos desde hacía mucho tiempo, ¿qué te trae por aquí?- pregunto la madre. -Solo vine a saludar. -Venir a irrumpir como un bólido para arrebatarnos nuestros Marlboro no es saludar. -Perdón, quizás a ustedes no les preocupe su salud pero para mí es lo más importante. Después de este incidente, la visita no tuvo mayores contratiempos. Los viejos se abstuvieron de fumar durante todo el tiempo que su hija estuvo en casa. La casa estaba tal cual la recordara Sonia. El taller de su padre estaba lleno de pinturas inacabadas. Desde su jubilación era raro que se pusiera a pintar algo. Sonia moriría días más tarde. Un infarto. Medianoche. Mientras recuerdo esto el cielo se nubla y deja caer toda su carga sobre la ciudad. Estoy en la azotea en completa intemperie. La brisa se siente sobre mi cara mientras tengo el placer de contemplar la noche. Las circunstancias son lo de menos. Lo que de verdad importa es el hecho de que unos ojos tan hermosos dejarán de echar su ojeada en el mundo. Pero de pronto siento a mis espaldas una penetrante e intensa mirada, y veo como de la penumbra surge un esbelto cadáver. Me persigno a pesar de ser un declarado ateo,
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y siento unas manos frías sobre mi piel. Avanzan lentamente hasta mi cara y unos dedos largos y huesudos se hunden en mis cuencas para arrancarme los ojos. Grito de dolor. Despierto en la madrugada. Un sudor frio recorre mi espalda. Estoy completamente empapado. Froto mis ojos con mis manos sucias. Están ahí. Solo fue un sueño. A tientas busco el interruptor para encender la luz. No sé dónde estoy. Es un lugar frio y húmedo. Avanzo hasta una puerta. Está cerrada con llave. En la pared hay un cuadro. Es una pintura bastante antigua por lo que veo. El marco es sencillo. Trazos irregulares de tonalidades azules. Nunca me gustó la pintura abstracta. Conocí a Sonia por casualidad. Siempre creí que fue por casualidad. Pero a lo largo del tiempo aprendí que la casualidad no existe. Todo tiene una causa. Solo se debe buscar y encontrar. Lo que más llamó mi atención fueron esos ojos verdes y esa piel morena. Combinaban de forma extraña. No supe hasta tiempo después que usaba lentes de contacto. Vi sus verdaderos ojos hasta mucho tiempo después. Se hizo cirugía para corregir su vista. Nunca supe si sus ojos eran así antes de la cirugía, pero jamás podré olvidarlos. Estoy en esta mañana cálida frente a la tumba de Sonia. Tengo una pala en mi mano. Me pongo a desenterrar el ataúd. Tras un agotador trabajo logro mi objetivo. Como creía, ella no está aquí. Salgo de la escuela. Mamá no vendrá hoy por mí. Tendré que caminar. Para mi desgracia empieza a llover. Apresuro el paso. Las calles están completamente desiertas. A Sonia le habría gustado mucho mi niñez. Vuelvo a la realidad por un momento. Tengo en mis manos un libro escrito en un idioma desconocido. Lo abro a la mitad y encuentro garabateadas unas letras, reconozco la caligrafía de Sonia. “Te espero”. Cierro el libro y lo dejo en una mesa, cerca del cuadro antiguo. -¿Cómo te llamas? -Sonia, ¿y tú? -No importa mi nombre realmente, solo importa el tuyo. -Te ves muy pálido, ¿Te sientes bien? -Sí, así soy. -Ok, nos vemos entonces, señor sin nombre importante. Hoy se cumplen quince años de la muerte de Sonia. Yo sigo atrapado en esta extraña habitación. El blanco del lugar contrasta con esa maldita pintura. La odio. He pensado por largo tiempo si debería destruirla. Tomo valor y me pongo a hacerlo. Con mis manos la hago
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jirones y empiezo a pisotear los pedazos con mis pies descalzos. Unos pasos retumban, brota sangre a mis pies. Unas voces se acercan más y más, hasta que son completamente perceptibles. El maldito cuadro sangra. Al parecer tenía vida propia. El sonido de los truenos retumba en el cementerio. La pala llena de tierra pasa de mis manos a las de Sonia. -¿Qué estás haciendo?- pregunto con timidez. -Nada de tu incumbencia. -¡Que no es de mi incumbencia! ¡Pero si todos estamos sufriendo por tu ausencia! -No comprenden que es mejor así. El cielo se ilumina con los relámpagos, uno cae cerca del lugar en el que estoy. Siento la electricidad recorrer todo mi cuerpo, hasta hacerlo un puñado de carne humeante y chamuscada. Sonia se ha ido para siempre. No sé qué debería hacer para olvidarla. Me atormenta la idea de saber que en algún rincón olvidado su fantasma ronda de forma errante. Apago las luces, y el cuadro que cuelga de la pared empieza a iluminarse. Un líquido verdoso empieza a brotar del suelo. El cuarto está inundándose. Me dispongo a salir, pero no hay ni una sola puerta en esta habitación. Unos ojos aparecen en el cuadro. Nunca los había visto. Son de un penetrante azul. Tienen las pupilas completamente dilatadas. Amanezco. Eso es ya una victoria. Me retuerzo en la cama. No tengo ningún interés por levantarme. No hay nadie a quien dirigirle la palabra. El mutismo es uno de mis principales defectos. Suena el teléfono. Me paro a contestar. Para cuando llego el aparato ya ha dejado de sonar. Los jirones del cuadro están desperdigados por toda la habitación. Al fin logro limpiar mis pies de esa infecta sustancia que la pintura desprendió. En el aire se siente un aroma metálico. Muerdo un poco mis labios, hasta sentir un pequeño dolor. Un hilillo de sangre brota de una de las comisuras de mi boca. Mi lengua paladea los dientes. Faltan algunos. Los he ido perdiendo a lo largo de los años.
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Unos ojos de un penetrante azul lanzan su primer mirada al mundo. Son trazados con singular maestría por un anciano pintor. Nunca se supo de donde saco ese peculiar tono, pero quienes contemplaron la pintura la aplaudieron. El artista vivía solo desde hacía ya mucho tiempo. Su única hija, Sonia, había muerto de un infarto. El proceso de duelo fue singularmente difícil para él. No entendía como una muchacha tan rozagante y de tan buena actitud hubiese muerto de esa forma. Pinto el cuadro para desahogarse. No esperaba la aprobación apabullante que todos sus conocidos le brindaron. La única que no compartía el entusiasmo general era su esposa. Desde la muerte de su hija se había vuelto más taciturna y reservada. Era raro que saliera de casa. Se diría que solo estaba esperando la muerte. Sonia está muerta. No hay remedio para la muerte. Ni siquiera un cuadro mediocre lograría restituir su perdida. Me pongo a sollozar en silencio. Nunca tuve una amistad como la que tuve con ella. Una mano me toca la espalda, vuelvo la vista para descubrir quién es. El viejo pintor toma su pincel y lo humedece con el humor cristalino de los ojos de su amada hija. El cuadro que en un principio me pareció un adefesio ahora me parece sublime. Pero el hecho de ver su manufactura después de haberlo destruido me hace sentir culpable. Como sea, Sonia vive aunque ahora este mutilada. Despierto. Medianoche. Me levanto de un salto y me dirijo al baño. Me humedezco la cara para refrescarme. Me asomo al espejo, que me devuelve una mirada perturbadora. Detrás de mi veo al viejo pintor, y siento como clava su pincel en mi cuerpo hasta darme muerte. Ahora sé cómo se siente Sonia.
Luis Ángel Escobar Pérez, 22 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Estudiante.
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NO SOMOS DIFERENTES A CUALQUIER OTRO Axel Honneth creía firmemente que la idea que del otro nos hacemos está basada en las teorías de relación intersubjetiva (él se basa en el joven Hegel), y lo engloba bajo la tesis de que el ser humano llega a ser el que es por la idea que, a través de la idea que los otros se hacen de nosotros, tenemos nosotros de nuestro yo propio. Esto, que parece sencillo (jaja) se complica si nos imbuimos plenamente en el análisis de su teoría del reconocimiento. Solo diré que, como forma de superación, y al igual que otros de su misma escuela como Jurgen Habermas, concluyen ideas kantianas. Pero Kant escribió otros textos interesantes al respecto, como por ejemplo su “Tratado de la paz perpetua”, un texto que ha pasado a la historia como uno de los máximos exponentes del pacifismo institucional. Y digo institucional porque hay otros tipos de pacifismo, como por ejemplo el pacifismo de tipo social (basado en la desobediencia civil y en la resistencia pasiva en la India de Ghandi). Y éste es solo un ejemplo más de los varios tipos de pacifismo que existen. En cualquier caso, a la luz de nuestro tiempo, parece claro que los conflictos tienen caracteres muy diferentes: Ya no solo cuenta el papel del Estado en las guerras, sino que hay que tener en cuenta también factores económicos (más concretamente, macroeconómicos). Además, hay que contar también con los factores de toda la vida, como son los de carácter étnico, religioso, ideológico... así como el papel de las masas en guerras y conflictos.
Eloy Andrés Gomez Motos.
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EN EL VALLE UMBRÍO
Sufro en este infierno; siento la cólera en la sangre, sólo escucho gritos de locura. Estar aquí es terrible, entre los umbrales hay desesperación, mucha maldad. Todo se revuelca con la decadencia, miro hacia un lado y delumbro impuros abismos. Esto me hiere como puñales, mis nervios lacera, la penumbra es inmensa. Como pesa este presente. Se excede la pesadumbre. Algunos perversos caen de lo alto, chocan contra las rocas, se retuercen y un astro de azufre, aún que nos calcina, cuanta pena, todos aquí lloramos, que condena.
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LOS CAÍDOS
Vamos por los desfiladeros, nos balanceamos con el vértigo, ponemos en riesgo la conciencia, cortando dolores de sangre, este descarrío nos flagela, ocurre un vacío fugaz, llegamos al fondo del cañón, aquí alcanzamos lo más frío, nos revolcamos en el fango, por la maldad yacemos en esto negro, soportando la palidez de nuestras caras, mientras hay en el ambiente hedores ácidos, cuyos espesores tenebrosos, trancan nuestra respiración, ahorcados estamos en el desdén, suenan gritos por todas partes y nuestros cuerpos se asesinan.
Rusvelt Nivia Castellanos. Colombia. Poeta.
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El juego
El viento inquieto golpea mi rostro, golpea su rostro y los dos giramos, yo lo miro, lo miro girarse y mirarme curioso con su sonrisa inquietante para inducirme en el juego. Yo sonrío y comenzamos el juego, lo miro y se acerca, me acerco un poco y la distancia se acaba; una sábana de aire nos envuelve, nos junta y chocamos, tocamos nuestras manos y nuestros dedos se enredan tímidos, su mano tibia envuelve la mía, con los dedos enredados y los labios gritando envidia, él los escucha y mi mano se dirige a sus labios, los complace y sus labios húmedos tocan mis nudillos, los besan, se sienten nerviosos mientras responden al tacto, y justo cuando creemos que termina el juego lo miro a los ojos y yo susurro en sus labios, los dos entendemos y el anunciante que pasa parece entenderlo, se gira y anuncia sonriente a quien vaya pasando, “son dos jugadores, negándose a terminar la partida”.
Mitzin Guadalupe Mata. 17 años. Guadalajara, México. Estudiante de psicología.
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Admiración Para Ángela Guerrero Sanz
Gozosa estaría la realeza al tenerte de diciembre a enero, y soberbio hasta un ramo de romero luciría en tus pies o en tu cabeza; pero aunque adornas con fina belleza el interior de este mundo extranjero, y floreces cual ósculo sincero de la nívea y nocturna princesa, tú que encantas con tierna sutileza, no eres un esplendoroso florero ni una flor del jardín de la nobleza. Quienes te hurtaron del cielo, ¡oh, lucero!, para darte geonaturaleza, te formaron mujer, ser hechicero.
Dante Vázquez M. 34 años. México, D.F. Poeta.
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Y DORMIMOS El sonido de tus cuerdas vocales La dulzura de tu canto. Parecieras quimera en el fundo del mar, Al cerrar los ojos observo poliedros Girando. Trastornas mi juicio Sin prácticas supersticiosas Abro los ojos, los calabozos se Abren. Tus labios y tu cintura, El croquis de tu cuerpo, Un cuartel militar ardiendo. Me lees un cuento al oído Y los dos caemos, poco a poco, Descendemos, te recuestas En mi pecho y dormimos.
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MANIÁTICA Despierto en una hoguera. El cuerpo me pica y siento correr el sudor entre mis piernas. El cuarto no es negro como el que miré anoche. Todo se vuelve blanquecino, volátil, escucho voces deformes. Mi cabeza pretende voltear para todos lados, alguien la toma y de pronto, Una aguja penetra en mi cuerpo, duele; ya no siento nada, todo es negro y las fuerzas huyen de mi cuerpo. ¿Qué hora es? Me despierta el frío. No sé dónde me encuentro. Tengo ganas de orinar, me levanto con calma de la pequeña cama. Me dirijo a esa puerta, algo me dice que es el baño. El cuerpo me pesa, me duele. Regreso al lecho, me siento en la orilla. Te imagino de nuevo, de pie, frente a la puerta de mi casa, ese día el sol era radiante. Mis ojos se nublaron al ver tu rostro. Nos miramos y sonreímos al mismo tiempo. Esa sensación no la olvido pero tampoco la puedo describir. Tomaste mis manos, las acariciabas sin dejar de mirar mis ojos. Recordé la cicatriz en tu dedo y bajé la mirada buscándola. La acaricié con amor, levanté tu mano y la besé. Tu mirada seguía cada movimiento y, de pronto solté tus manos y te abracé. Sentir, tu espalda, tu cuerpo pegado al mío, maravillosa emoción. Nuestros labios se encontraron y se reconocieron enseguida.
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Sonidos que no encuadran en mi visión comienzo a escuchar. Se abre otra puerta, un bata blanca entra. Se esfuma todo. Me molesta que me saquen de mi sueño, me encoleriza que me quiten de ti. Mi rostro cambia, se agudiza mi mirada y la agresión comienza a brotar de todo mi cuerpo. El dolor desaparece, escucho mi voz gritando: ¡déjenme estar con él!. Ya son dos batas blanca, ya son siete batas blancas; han puesto sobre mí algo que me impide mover los brazos. Mi cuerpo parece convulsionar por apartarlos de mí, es imposible. Siento el piquete de la aguja y todo se vuelve negro, y yo, vuelvo a perderme sin ti. Esparzo los labios creando una sonrisa hermosa provocada en gran medida por el calmante. Mi grito de enmudece. Ya es otro día, del que no sé el nombre ni fecha. El atardecer húmedo me altera las ganas de cobijar mis alas. Salgo al patio y con los brazos extendidos corro esperando volar. Llega la noche, se mete entre mis axilas, me carga de sueño, me postra en la cama vacía. No comprendo mi cansancio. El desgaste de permanecer esperando que alguien llegue a compartir conmigo la demencia, es cada día menos probable. Estoy en un manicomio esperando la cordura. Aquí estoy; esperando por ti.
Zafiro Merlión. Oaxaca de Juárez México. Escritora.
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Roma, amor, Omar y Mora Trato de no volver a esa mañana, no me gusta recordar episodios tristes, menos aquél en particular. Además, creo que exagero, que debería ser más paciente. Por eso prefiero pensarlo, y vivirlo, como si fuera una hora. ¿Cómo se construiría esa hora? Imagino el minuto a minuto como una sucesión de mañanas ajetreadas, unas diez madrugadas insomnes, unos cuantos panes calientes para el desayuno, varias (más de las que quisiera tener) charlas triviales, de esas en las que las palabras se suicidan de un salto al aire porque nunca llegan al oído vecino, y mucho menos al alma. Una hora con diez almuerzos y menos, muchas menos, siestas. Una hora con diez noches y menos sueños. Una hora con bienvenidas y despedidas, y más palabras para que se las lleve el viento. Una hora no es tanto. Pronto nos encontraremos, conozco el lugar y la fecha, sólo falta una hora para volver a vernos. Pienso en lo que me preguntaste hace escasos minutos. Esa pregunta que toda niña anhela escuchar algún día. Luego en mi silencio y en tu cara de incógnita, de martes, de sopa. Te pedí que lo cuides y fue él quien se llevó mi suspiro. Luego besé tus mejillas, tu frente, respiré tu cuello y dejé la pieza con el apuro de siempre. Despedida uno, respuesta cero. Han pasado unos treinta minutos y debo decir que no fue fácil. Por momentos me reproché dejarlo ir así, que nos pusieran un océano en medio, aunque sea lo mejor para él. O eso dijiste, dejame llevarlo, conmigo irá más cómodo. Y me convenciste. Algunas fuerzas negativas, inerciales, intentan aferrarse y torcer mi camino. Fue una media hora eterna que, con todo y cenizas, me regaló un sol perdido en el espejo de sal, un ocaso a ciegas y varias sombras que amo. Un poquito más, me aliento, cinco soles apretados, cinco sonrisas más del gato de Cheshire. Lo digo como si existiera tal rutina, pero es cierto, porque la ausencia de orden implica a su vez otra estructura. Unos días, siempre parecen los mismos, es enseñar en el teatro. Otros, un poco más disímiles, tocamos a la gorra con Luis o La negra y dejamos que nos acompañen uno o dos de los chiquitos que hacen maromas. Juntamos una buena cantidad de billetes y, en gran medida, lo destinamos a satisfacer nuestra imperiosa necesidad de chocolates. Los jueves en el bar tocamos tango (más libertinos que libres) y allí las noches se diluyen entre bises y vino. Omar es sensible y por tanto vengativo, más de una vez me plantó a mitad de concierto sólo porque no le gustó una caricia o porque en alguna reunión, por charlar, lo ignoré un rato. Pero es la primera vez que nos separamos por más de un día y me pregunto si él le estará dando un trato apropiado, detrás de su apariencia recia en el fondo es delicado. Y, aunque se revire a veces, ambos sabemos que nos necesitamos, que nuestra unión gana alegrías, despierta emociones y, por supuesto, procura el pan de cada día.
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Armo un cigarrillo para matar el tiempo, aclaro que no pretendo asesinarlo, no sabría qué hacer con la tarde tiesa panza arriba, con su cinco y su siete expuestos, y el charco de minutos siniestro, delator. No, mi intención es apenas ignorar el tic tac (su latido) y que un hechizo cualquiera caiga sobre el calendario y de pronto el Lun se convierta en Mar (o mejor, en Vie). Heredé el vicio de mi viejo y disfruto del ritual pero con trampa, uso una banderita casera. En cambio él los armaba sólo con la maestría de sus manos. Podía estar hablando con cualquiera, tomar con la derecha el vaso y con la otra enrollar el cigarro como si tratara de quitarse un pegote de los dedos. Busco comprar tabaco bueno, a veces le agrego especias que compro en la dietética, como clavo de olor o canela. Pero hoy se me antoja el tabaco a secas, porque el techo sigue espiándome desde el montón de ojos turbios y los rostros que observo ya no son tan amigos. Siento que he muerto miles de noches para nacer hoy en la mañana. Triste como el muñeco de la gomería sin aire que lo sople, lo infle y agite. Mi ánimo se pincha así, fácilmente. Luego, tras advertir unos nidos, una barriga inflada de vida y una calle llamada Alice, las nubes parten sin despedida. Vuela entonces una mariposa azulada y descubro en mí esa parte que me habita dulcemente. Roma no es lo que prometiste. Supuse que con solo pisar el Fiumicino, una ola de encanto me embriagaría pero es un aeropuerto más. Cambia lo que cambia en todos los aeropuertos, esas mínimas estupideces que se compran para llevar a los que se quedaron, souvenirs, recuerdos. Me planteo su utilidad para estudiar los símbolos con los que una nación se cree representada, además de los obvios, allí el coliseo y el vaticano, en casa el obelisco, el tango y, ¿el mate? Sucede que la gente suele pasar por sus monumentos sin mirarlos, quizá de tanto que se los machacan en la escuela. Deberían llamarse alusivos y no recuerdos porque, hasta dónde sé, los destinatarios del objeto son incapaces de evocar algo que no vivieron. Reconozco que es moderno y que, por suerte, no está cubierto de esas alfombras olorosas y perennemente mugrientas que tapizan varios aeropuertos. Además tiene un trencito y eso me gusta. Amor tampoco nos prometimos y sin embargo vine. Si, sé que el compromiso era ineludible y que no podía fallarle a la orquesta. Como dije, nunca nos separamos por tanto tiempo y ahora quisiera decirte que vine por vos, que me hacés falta y que acepto aquella proposición temerosa que me hiciste en la mañana, hace una hora aunque no lo creas. Pero esperá, no es cierto querido, no puedo quedarme. Ni en Roma ni con vos. En esta tediosa hora mis únicos pensamientos fueron para Omar. Y entendí muchas cosas, que es él quien
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me completa y que en realidad era su ausencia el hueco que me angustiaba. Porque en las cenas no miraba tu silla, miraba el rincón. Y en la calle, el vértigo no era la falta de tu mano, era la ligereza de mis piernas sin su peso y el silencio sin su voz. Por eso me vuelvo, para que mis días sean plenos, con todo y mañanas, ocasos, madrugadas; y no una triste hora dónde apretar la vida para que no duela. De regreso, otra vez en el aeropuerto y ya cansada de mini-torres de Pisa, mini-coliseos, mini-calendarios con el hombre de Vitrubio o la barba de Da Vinci; y hasta la coronilla del merchandising del Vaticano, fui y vine de un ala a otro en el mini-tren del Fiumicino hasta que los guardias comenzaron a seguirme con la mirada fija, en mí y en él. Es habitual que Omar parezca sospechoso en lugares públicos. Ahora me preguntan por qué le puse Omar a mi violonchelo. Son niños que recién empiezan y apenas entienden mi amor por él, pero les cuento que me llamo Mora y que él está tan entrelazado a mi vida que debemos caer bajo el mismo conjuro del sonido. Ellos se ríen, la mayoría no entiende y les explico lo que es un anagrama, uno de mis pequeños vicios. Amo a Omar como a todas las letras de mi nombre, como a todas las palabras que nacen de él y, por supuesto, la primera y más importante, amor. Pero también el mar, su aroma y el aro que representa el infinito. Esta pequeña obsesión me llevó a Europa, dudé si pisar Maro en España, Armo en Liguria y de ahí a Roma. Él (el otro él) se decidió por Roma, por el laburo, y allí se quedó. Antes, mientras pensaba el itinerario, se asomaba una y otra vez el dicho, aquél que dice “todos los caminos conducen a Roma”. Y en estos días descubrí que es igual si reemplaza por Amor, como la canción, all you need is love. Es cierto, todo lo que necesitas es amor, pero alcanza y sobra con sentirlo, y (estoy en condiciones de afirmar que) no importa el destino.
Emilia Vidal, 36 años. Mar del Plata, Argentina. Viviente (también bióloga y escritora).
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La negligente rubia de Vallemuerte Ni un ejercicio de memoria remunerado podría salvarla de convertirse en el vacuo y olvidadizo recuerdo en el que orbitaba olvidada hasta de sí misma en mi memoria. La decisión se tramito desde que salí de su casa, tras 4 meses de ceremonias, condolencias y convivencia mutua. Como adjetivo posesivo, era muy suya de mí. El resto es historia; grotesco teatro de suburbio, trapicheo de esquina vocacional, vecinas con cara de besugo, niños huérfanos de cariño, hombres y mujeres sudando como puercos en la puerta de un bar (…). A veces me pregunto si volveré algún día a transitar esa geometría maníaca que perpetúan sus calles, con sus asimétricas carreteras y sus casas construidas por cantos marineros; con sus barcos encallados fuera de la arena y de las piedras, mutilados sobre el asfalto que escupió una maquina capitalina en un árido montón de tierra; vertedero de coches abandonados y jeringas, calcetines usados y esperma. Nunca lo sabré con certeza, si volverán mis pasos sobre mis huellas prófugas de aquel lugar, si la puerta del pasado me abrirá sus puertas junto a ella, si traspasare el umbral de la negligencia nuevamente; Si el resultado de tal consecuencia, me llevará de nuevo a su número impar o como por azar al mismo giro de tuerca; A esa terrible cierta dicha, que hallé siempre entre sus piernas (…). Con toda suerte de botellas y recuerdos proscritos, alineándome siempre con la otra cara del colchón maldito, bebiendo vodka y fumando marihuana entre bambalinas, cada vez que caía sobre nosotros el inexorable telón -de la vida-. De aquella vida alumbrada a la negligencia y a los excesos; y a las cárceles con presos que ni bien abiertas las rejas huían, y de aquella cara de bostezo permanente, por el absurdo transcurrir de nuestros días. Así fue cómo acabe adicto a sus frutos, a sus duelos, y a sus múltiples lutos; Con misas para muertos oxidados por el estiércol de las torres de telefonía que infectaban -y afectan- el agua y el aire a base de radiaciones cancerígenas -a todo Valleseco-.
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De aquella vida alumbrada a la negligencia y a los excesos; y a las cárceles con presos que ni bien abiertas las rejas huían, y de aquella cara de bostezo permanente, por el absurdo transcurrir de nuestros días. Así fue cómo acabe adicto a sus frutos, a sus duelos, y a sus múltiples lutos; Con misas para muertos oxidados por el estiércol de las torres de telefonía que infectaban -y afectan- el agua y el aire a base de radiaciones cancerígenas -a todo Valleseco-. De aquella tierra enferma; de aquel cenagal de ausentes y melancolía endémica, broto mi primera raíz entrelazada con la de ella. Hasta que un día, decidí escapar de aquel puzzle de pabellón psiquiátrico, de aquel pueblo de pescadores contaminado por el ácido que vertían y que vierten las multinacionales en sus mares, y al que un día, dada su masiva aparición de féretros, a sus lágrimas torrenciales que inundaban la vía pública como un acontecimiento en presente perpetuo, y en donde las campanadas de la iglesia no dejaban nunca de retumbar con augurios de muerto, decidí re-bautizar como Vallemuerte. Vallemuerte: hostal para perros perdidos en la inmensidad de cualquier noche donde la niebla es tan pesada tan espesa y tan densa, como para dejarse -sin demasiado ruego- ser seducido por el estallido que precede a la negligencia.
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Belleza de Cisne En la estación del desconsuelo buscando besos de despedida pañuelos de seda empapados en llanto y alguna que otra balada entonada bajo el solfeo de la misericordia y el milagro del hallazgo. Ella perdida entre la multitud y el mortecino eco del asfalto buscándome en el atestado andén de los adioses homicidas en el parpadeo insomne de los transeúntes y en las extensas secuelas que deja la mala poesía. Ella, muchacha de ojos tristes con cifras y parabienes celestes tiempos verbales y solares lunares y rebeldes junto a una brújula loca rumbo este/oeste; Ella, fémina que ni en pago desiste a lomos de un caballo de galope alocado y libre, con trocitos de todos nosotros en sus manos, va mostrándonos el ineludible camino conjugado que conduce hacia su belleza de cisne.
Jonay Castro Casañas, 36 años. Santa Cruz de Tenerife, Tenerife, Islas Canarias, España .
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Que línea tan particular de visión Me encontraba yo viendo una entrevista que le hacían al humilde pero halagado Julio Cortázar; un canal español se había propuesto transmitir viejas preguntas/ respuestas de escritores solemnes de la Argentina, seguido de Cortázar iría Borges a habar sobre sus bibliotecas infinitas o su distintiva ceguera, pero no nos desviemos; cuando después de haberme identificado tanto me puse a pensar: Un hombre con una descuidada barba, fumando cigarrillo tras cigarrillo; no dudo que su manera de consumir los pitillos sea la prueba de que dos cajas al día no son suficientes; hablaba de su niñez en Barcelona y un parque colorido que siempre visitaba junto a su madre, una playa de olas, gigantescas olas que venían e iban en indetenible olor a sal. Tomaba tiempo para pensar y expresaba como desde corta edad en un suburbio de Buenos Aires de nombre inglés leía libros sin cesar hasta que su madre lo sujetaba por los cabellos; ¿quién sabe si tan largos como los llevaba en la entrevista?; y lo sacaba de sus mundos para que lo golpearan un poco los rayos del sol. De cómo a los nueve años había escrito su primera novela y unos variados poemas que familiares desmentían fuesen suyos, unos poemas influenciados fuertemente por E.A Poe y guardados bajo llave secreta en algún lugar donde Julio no pudiera destrozarlos por vergüenza. Se refirió varias veces a aquel momento tranquilo en un pequeño autobús cuando concibió la idea de Los reyes e invertir el mito del minotauro de Creta. Habló mucho de cómo en sus textos y en su vida, desde muy joven, la realidad y la fantasía se han mezclado hasta volverse una dando resultados tan nombrados como La casa tomada, un cuento descrito por los críticos como un rechazo al peronismo y especificado por el mismo Cortázar como la plastificación de una pesadilla en tinta, en papel.
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Allí me encontraba escuchando a aquel hombre hablar, viéndolo acabar un cigarrillo tras otro y yo imitándolo al otro lado de la pantalla a veces perdiendo el aliento y en un momento de incomodidad moví la pierna y con ella moví la imagen que se formaba de Cortázar, era una línea torcida que se daba sin parar recorriendo toda la pantalla y el rostro del literato argentino. Minutos antes de ello Julio había comentado, para definir la forma extraña en que la fantasía y la realidad colaboraban tocándose mano a mano, que una vez estuvo en su hogar colgando durante un año fotografías, postales, recuadros en la puerta de un gabinete de una biblioteca de madera asquerosa, vasta como lo dijo él, que un día en el cual escribía la miró y se dio cuenta de que una línea bajaba verticalmente por todos los papeles sin que nada la detuviese llegando finalmente al brazo de Loase Armstrong, el famoso trompetista de jazz, para después correr a la máquina de escribir donde creó un mundo basado en la casualidad de la fantasía escondida en la cotidianidad de la vida real. Por motivos divinos que me es imposible recordar allí dejé de mirar la entrevista, sumergiéndome en un estado de abstracción y concentración como el de Julio al terminar Rayuela. Y aquí estoy intentando crear un mundo basado en una línea que cruzó el rostro de un admirado escritor Argentino.
Joalberths De Agrela, 21 años. Venezuela. Estudiante de Lengua y Literatura.
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Lluvia La lluvia me produjo necesidad de ti, sus gotas, su silencio, sus calles huyendo & su gente en bruma, el olor que emanaba de mis caminos, me pedían tus silencios, me preguntaban por ti, es que no es muy justo pasar tremenda trecha a peroles sin un amor. Es que la lluvia se disfruta con un amor, así ella; se toma tiempo libre para dejar caer sus lagrimas, para disfrutar el amor al natural, empapados & con sonrisas en cada gota. Ojalá nos llueva un día de estos, ojalá el cielo esté a nuestro favor, nos regale la brisa, al tiempo sin límite & todo esté a nuestro favor, ojalá nos suceda, sería perfecto, sería una nota en punta para nuestra historia, mucha tinta para nuestros besos & alegrías sobre nuestros recuerdos. Pero por ahora te dejo mis letras & lo emocionante que fue pensarte tras hermosa lluvia, fue bello gritar tú nombre en caída libre, mientras las gotas me empapaban el alma, pero más hermoso aún pensarte ahora mientras mí pluma glorificar mi ser & te deja perpetuo mis sentimientos, te dejo a cada gota de lluvia mis alegrías, mis pensares & mis condenas. Te dejo bañada en tinta, me retiro por hoy, me voy a pensarte en otro tiempo a otra hora & en otro momento. Te dejo un tal vez, un te quiero & un buenas tardes tras mi partida, una partida que es eterna, cada vez que nos veamos en distancia “Ríete en mis labios; ahí las cosas suelen ser de tiempos perpetuos, ahí el dolor no existe, no cala, no rompe, solo es eterno.”
“Yo siempre digo; que la lluvia no debe vivirse solo, es injusto. Es solo lluvia con olor mordelón, la lluvia se vive a besos, a saltos, a peroles, ella sirve para juntar a los amores en tiempos de hambruna”.
Fernando Bermúdez, 25 años. Chiapas, Mexico. Escritor, Fotografo y Poeta.
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Mira en mis ojos el reflejo de tu rostro: hay un estanque de mineral sangre del que bebe la tierra; y si acaso la luna señala las veredas que trazan los espesos bosques de la soledad, no temas al peso de Ícaro que aprisiona el pecho y el suspiro, bate las alas hasta que la sangre brote. La mañana se ve arrebatada por el día, mira la corona del disco solar ascender, mira la noche tragarse hasta la última estrella. Bien, mujer, ahora es la duda la que habla, la insatisfacción y el celo de buscar la belleza, es la alumbración del arpa de Minerva que llega a las falanges recién descubiertas; no preguntes por mí, sabes que duermo en silencio sobre los galeotes que atestan el Leteo. Una lágrima cae hasta el borde de tus labios, la búsqueda interminable que es tu nuevo nacimiento al mundo te llama a ser honesta contigo misma: eres espiga incandescente en las manos de un titán.
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La venganza de Gaia Cicatrices cóncavas en las torres marfilinas. Método insuficiente de Citricia, ya que de los surcos corre el ambiótico carmesí, para confluir a los pies de la diosa. La ninfa Citricia se interroga, del porqué Afrodita no revela a Zeus la encarnecida felonía desatada por Tifón. Enmudecen los rasgos de belleza; la jocosa mirada, el nácar de la piel y el rico ocre de los cabellos ante la barbarie de las lesiones provocadas por el veneno de los besos de serpiente, colmillos punzantes incrustados en el revestimiento cutáneo de Venus. La cacería inició cuando el amor retorcido y miserable, se trasfiguró en odio. Humillado el último hijo de Gaia, desde el Tártaro define la venganza, por el desdén de la diosa de Citera, sin la menor reminiscencia de piedad y los medios piroquinéticos que utilizará. Citricia comunica lo acontecido a Zeus, que huye como macho cabrío a la Tierra, a su vez otros dioses hacen lo mismo convertidos en animales, pues de Gaia despertaron la ira y ella incita al último Titán. Oscilantes vientos zigzaguean ante el templo de Afrodita; Tifón agita las suntuosas alas, mientras las serpientes lanzan fuego en los viñedos. Se entregan al reposo, en carbón y ceniza los Citeros. Las siervas de la hija de Urano la ocultan; “era peligroso quedarse, peligroso permanecer en el camino, peligroso mirar hacia atrás; tal cual era pararse y peligroso temblar”. Al verse acorralada, de la bóveda celeste extrae tres estrellas equidistantes: Alnitak, Alnilam y Mintaka; con las cuales forma un cinturón, ata a Eneas y del otro extremo se lo ata a la cintura para lanzarse juntos al mar, transformándose en peces al atravesar el espejo. Burlada por los dioses y saber que ahora eran en bestias, Gaia creó al hombre y éste acabó con ellos.
Rita Bedia Lizcano, 42 años. Monterrey, México. Estudiante.
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Hay en mi camino dos elementos disuasivos que no me permiten continuar libremente mi andar, éstos se nutren también de innumerables y aun de variadas formas y se mimetizan en ellas para esconderse de mis furtivos y endebles ataques. Así, las sombras y el silencio se ocultan de mí para persistir en mi debilitamiento y en la destrucción constante de las mínimas fortalezas en las que me guarezco; pero a pesar de todo ello sigo hacia adelante con sólo un objetivo cierto: destruir el embate obsesivo que me cerca desde los cuatro puntos cardinales y sé, y estoy muy claro en eso, de que la única forma en que será posible conseguir la victoria sobre este enemigo, que ahora me rodea con el mayor contingente de sus fuerzas, es que tengo que reunir un caudal enorme de fortaleza espiritual que finalmente me permita conocer la mejor forma de combatir a mis enemigos. Por eso, vuelvo sobre mis pasos, reconstruyo el pasado y me animo a abrir el baúl de la historia donde conservaba todas las armas con las cuales podré sacudirme todas las entelequias que provienen de los enemigos que me cercan, de esa manera voy destruyendo todos los instantes de sombra y el tiempo inmemorial del silencio que cubrían mi vida; así, como si fuera un poderoso molino, muelo a mis enemigos hasta reducir a nada las sombras y el silencio que por tanto tiempo me mantuvieron bajo férreo dominio.
JG Sierra. Sonora, México. Bibliotecario Jubilado.
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Atado a ti
Puedo sentir como tu calor corporal se une con el mío, puedo respirar tus ganas de satisfacerte pues tu aroma es penetrante, es intenso y a la vez esquivo. Como negarme si mis ojos aluden tu belleza, se pierden en la silueta de tus montañas y naufragan en el mar de tus deseos. Mis manos se adueñan de tu cuerpo y recorren cada una de tus pasiones, aprietan tus sueños y logran sacarte emociones. Como quisiera tener mil bocas para acariciarte con ellas y así poder sentir multiplicada esta sensación, sensación a gloria, sensación a ti.
Cristóbal Palma. Pereira, Colombia. Estudiante de Lic. en Comunicación e Informática Educativa.
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Revolución
Amordazadas ideas viven en desacuerdo Una a una discute su veracidad sin llegar al soborno ¿Partidos políticos? ¿Asociaciones mezquinas? Careo constante del pueblo y el opresor.
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Alguien me arrancó los párpados Soñaba con el agua revoloteando entre libélulas de sol verde y picotazos de colibrí en las danzas. Soñaba con mujeres del invierno cantando en las mañanas musas desmayadas entre jardines colapsando vociferando a las calles de espuma “acércate, acércate; toquemos instrumentos de viento. “ Soñaba de colores el empíreo, galaxias, planetas y manos de estrellas, flotaba entre las venas de dioses y lloraba de haber vivido. Colgaban los péndulos de luces infinitas y cada ojo y cada vientre que daba fuerza al espacio succionaba mi cuerpo ajeno volaba por cráteres, plantas y vidas ya soñando por el mundo me volvía un ave de paja destrozado por la alegría. Soñaba con lluvias feroces de meteoritos cayendo con ira por los suelos de los inertes Miraba desde el puente las llamas del pueblo y sólo quería sumergirme con el tiempo. Soñaba con mi muerte dentro de una esfera, y el ruido era las voces de las damas. Me veía a mí mismo en la tierra esperando desde un puente sonreía a través del reflejo de los mares, inmutable por los soles que descendían de los cielos. Callado por las lunas que amenazaban con plantarse a mis manos, despedía cerrando los ojos.
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Despertaba escuchando la osadía de los vehículos gritos de dolor navegando en mis paredes. Charlas y marchas por las calles Humo aplastado en mi ventana. Me despertó el ruido de las balas Estruendos del cielo tirando ácidas lluvias Despierto enfermo, Solo, cubierto por las llamas y la oscuridad Por llantos y platicas de cerdos bípedos comiéndose así mismos. A mi al rededor mariposas muertas y un niño muerto en los ladrillos. Brotaba de sus mejillas hilos de sangre Mirando siempre hacia el techo Le faltaban los párpados de los ojos su rostro vencido como las aves que amanecen muertas en los escombros y nadie sabe por qué. Lloraba entonces, de mí brotó una lágrima que al tocar tenía el color del fuego. Y me habían arrancado los párpados para nunca más soñar.
Daniel Poot Fuentes, 20 años. Mérida, México. Estudiante.
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Macrorealidad I
-El amor nos desgarrará-, dijo el romántico suicida. - el amor nos desgarrará otra vez... O en su defecto, el amor nos destrozará otra vez.
Zambra. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Promotor contracultural y músico.
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-¿Qué letras? ¿Qué dicen? No veo, dime. -La razón de por qué tu libertad es negada: tus desconfianzas, mentiras, vicios, miedos, violencia, odio celos, desconfianza a ti mismo, miedo a soñar. -Dime que dice aquella placa que está situada arriba de mí en la que las cadenas están soldadas. -Dice lo que tú solo decidiste sin importarte nada ni nadie: “ tus propios errores te hicieron perder el amor tus errores son los causantes de tu propio exterminio”. -Perder el amor… Yo sólo quería ser feliz, pues tú solo causaste lo contrario. Mírate como siempre pensando en ti, solo en ti. Egoísta. El silencio inundó el lugar, un frío fuerte y secó pegó en mi rostro, algo había pasado. -¿Qué pasa? ¿Qué me sucede? ¿Qué hago? Solo quiero vivir y amar, solo quiero ser feliz. -No pidas algo que ya no tiene sentido, ya no tienes que recordar, ya se ha ido. -Déjame, solo quiero luchar. -Pero ¿para qué? Ya has perdido. -Cállate ¿hasta cuando estaré aquí? ¡Déjame ir! -Siempre estarás así encadenado, entiende ni siquiera nadie sabe lo que te ha pasado ni familia, ni amigos, ni ella, nadie. Tú causaste que nadie ni siquiera se preocupara por nosotros. De repente la tristeza no dejaba de aumentar, más una pausa se creó no había nada más que yo limpio y sin cadenas ni heridas, libre. Mi rostro empezó a sonreír, una sonrisa de fe y de ilusiones y otra oportunidad. La única voz era la mía. No paraba de sonreír y dar gracias pero cuando pensé que todo había terminado mis ropas se desgarraban poco a poco, las heridas abrían, mi boca y pies sangraban, la luz se disminuía cada vez más, intente correr y escapar llegar a la luz cuando tropecé tan duro que la sangre empezó a escurrir por mi frente seguía encadenado otra vez mi libertad y mis ganas de vivir eran arrebatadas ¿Por qué? ¿Por qué? La risa pesada y burlona de nuevo, todo se ha: ido la ilusión se desvaneció y tu ríes, riendo solo dijo: -Ahora sabes que sentí cuando de la nada todo murió, todo se acabó. Has muerto amigo mío, ya no luches hemos muerto. De la nada un gran shock sentí voces retumbaban mis oídos pero me encontraba tan aturdido que no lograba entender nada, mis ojos empezaban a abrir, la luz era deslumbrante solo llegaba a ver borrosas siluetas; a mi alrededor todo se empezaba a aclarar. -¡Es un milagro! ¡Está vivo! -¡Felicidades doctor! Me situaba en un hospital, traté de moverme, ninguna atadura me lo impedía pero me sentía más encadenado que aquel calabozo, mi fuerza poco a poco volvía a mí. -Doctor se mueve, se mueve, no cayó en coma. Me sentí con fuerza suficiente para respirar, el aire recorría mis pulmones con una frescura inexplicable, vi mis brazos y arranqué los sueros violentamente; aparté a todos de mi, trataron de agarrarme, vi la puerta y no lo pensé dos veces corrí hasta alejarme de aquel sitio; quise ir a casa, todos estarían preocupados buscando, pensé pero cuando llegue me di cuenta que ni siquiera mi ausencia habían notado, corrí hasta no poder. Quería verla, quería amarla, quería abrasarla demostrarle que aquí seguía esperándola ,que quería estar a su lado; la vi a los lejos pero nada había pasado, todo seguía igual sus ojos expresaban enojo y desconfianza y ella que ya todo había olvidado, ya no era nada para ella; todo seguía igual nada había cambiado, seguía sintiendo esa gran presión pero mis pies y manos limpios estaban sin cadenas pero yo ahí las sentía, más fuertes que nunca. Intenté, llorar, gritar pero todo fue nulo, por fin había entendido lo que en mi propio calabozo, mi sentir me dijo estaba muerto, mi sentir había sido eliminado y esa voz, mis sentimientos el que nunca dejó de luchar por fin se rindió. El vacío inundaba mi cuerpo, un cuerpo que tan solo ya era algo vacío, solo roto y sin sentido el único recuerdo son estas cadenas que siguen conmigo, el sendero de este irónico camino, cadenas tan fuertes tan pesadas tan reales.
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LA LLORONA DE CABELLOS ROJOS
El suspiro de la noche traía un llanto diferente. Pues siempre oí los alaridos del sauce de enfrente. Aquel que día y noche sollozaba llorón como siempre. Mas estos quejidos llamaron mi atención. Eran de una mujer llorando con profundo dolor. Errante y vagabunda inundaba las calles con sus gritos y penas. En una noche de oscuras nieblas salí a ver quién era. Camine y aun entre las nubes se asomaba la luna llena. Así te vi... de luto aunque radiante. Rizos lisos escarlatas contrastando el negro que te vestía. Quede observando tu palidez y en tu cabello pelirrojo me perdía. Me dijiste con una mirada: ‘no ves que también lloro?’ Un sudor frio por el escalofrió bajaba por mi rostro. Entonces recordé aquel llanto atípico que me llevo aquel lugar. Advertí que no eras tú... era alguien más? Con voz quebrantada y tenue dijiste: ‘shist... ella llora y lamenta a sus hijos perdidos’ Y volvieron los llantos a inundar el aire que se hizo más frio.
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Pregunte quien eras y respondiste con un gemido. Rompiste en llanto repitiendo con la voz lo que con tus ojos me habías dicho: ‘No ves que yo también lloro? También tengo mi castigo’ Era la llorona del cuento aquel quien seguía su perenne condena. Teñir el aire de espanto y dolor lamentando que sus niños murieran. Y tú? Si..lo vi... también llorabas... llorona que sufría al ver que el amor allí yacía. Sin darme cuenta, después de mucho andar... ya no estabas tú, y tampoco escuchaba a la llorona llorar más. Entonces oí al sauce decir: ‘Ahora entiendes porque siempre lloro?’ Comencé a llorar yo... llorona de cabellos rojos. Sin saber porque... sin entenderlo muy bien. Lloraba recordando a la llorona y el espanto de su llanto. Y recordando tus ojos tan llenos de tragedia y tormento. Llorando con las flores de aquel campo santo.
Reniel Floyer, 29 años. Capiata, Paraguay. Operador de informática.
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fabian -----
Tu aire ausente me castiga eres como un huracán que se agarra con fuerza a mi voz. Mi corazón es ahora un constante grito fúnebre de tambores. Soy sonido enlatado en esta noche parpadeante y en esta melodía en ruinas se cierra mi sexo y no por eso ya no existes. Yo creí que estar muerta era esto, pero siento demasiado dolor. Voy a obligarte a callarte en mis versos, voy a tragarme tu noche como un falo de cenizas sin sigilio. Y voy a convertirme de nuevo en aquella niña desventrada y demasiado breve que se dejó besar en medio de la nada. Porque todo lo que empieza termina justo ahí.
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Mis recuerdos buscan un refugio ahora en los monstruos que han sabido darte en mente lo que yo no he sabido darte en cuerpo. Los defectos que ahora nos desgarran son un regalo devuelto de mi antro que soy yo misma que llagan el tiempo que no se corre en mi búsqueda. Quise leer la poesía que felabas sobre nuestra cama. Escribir como se comparten los actos de amor. Tu reloj se paró antes de mi primer verso y me hizo pensar que quizás esta oquedad debería tener alas.
Fabián Luna. México.
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CUANDO SE ACEPTA AMAR, SE ACEPTA SUFRIR
El amor: Son tus lágrimas Pétalos de rosa atardecer Que llenan el cuenco Que forman mis manos.
Ángel Augusto Uicab, 27 años. Mérida, México. Obrero.
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Y...
Y entonces vuelvo una mañana de éstas. Y recojo flores anónimas en una tarde cualquiera. Y desando sueños entre arpegios de violines. con un rumor de alas resonando entre la niebla. Y hay olor a glicinas en el final de la tarde.
Sonia Otero Farías, 71 años. Uruguay. Docente- Escritora- Narradora Oral.
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Estrato postal
He dicho que necesito verte que todas las noches te espero desnudo por si vuelves que esta tristeza de no tenerte me está matando que necesito que tú me mates.
Uriel Hernández Gonzaga, 23 años. México. Escritor.
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Mi hermosa historia de amor En palabras escritas a mi pedido, Adriana me cuenta que “nací el 3 de abril del 53 en Rosario; mi infancia fue un ir de aquí para allá por el laburo de mi viejo. Él de joven trabajó en el frigorífico de Rosario; por eso nacimos los tres hermanos en Rosario; cuando lo echaron, se dedicó a hacer de todo: fue almacenero, luego un primo le ofreció ser socio de su fábrica de helado en La Plata, adonde fuimos a vivir; más tarde trabajó de parrillero en diferentes lugares hasta que se jubiló. Cuando él y mi madre se jubilan, se van a Mar del Plata, lugar al que más tarde llegaríamos escapando con Eduardo. Su primo lo estafó; también una hermana con una panadería; en fin , mi viejo era de esos que creía en la PALABRA, no en los papeles., un buen tipo .Para mí fue mi pilar en ayudarme a criar a mis hijos. Vivir; más tarde trabajó de parrillero en diferentes lugares hasta que se jubiló. Cuando él y mi madre se jubilan, se van a Mar del Plata, lugar al que más tarde llegaríamos escapando con Eduardo. Su primo lo estafó; también una hermana con una panadería; en fin , mi viejo era de esos que creía en la PALABRA, no en los papeles., un buen tipo .Para mí fue mi pilar en ayudarme a criar a mis hijos. Hice mi primaria en Rosario y como nos fuimos a vivir a Berisso, La Plata, allí la terminé y realicé mi secundaria. De mi infancia tengo recuerdos lindos : mis paseos de la mano de mi padre, algunas travesuras con mis dos hermanos mayores, pero no me gusta hablar de mi infancia ... me pasaron cosas tristes.... Lo del teatro surge hace 19 atrás a raíz de que mis hijos se marchan para hacer su vida, muere mi viejo ; fueron pérdidas fuertes. Yo deseaba hacer algo que me llenara y me anoté en la Escuela Municipal de Cañada de Gómez donde vivía en ese momento . Allí descubrí esa magia hermosa, una locura bella que me sacó de otra locura . Un domingo de sol, a mis 19 años, estábamos con mi mejor amiga sentadas en la puerta de su casa y vimos que dos chicos se nos acercaban , nos explicaron que eran militantes de un partido y que los domingos salían a vender el periódico de dicho partido ; era el año 1973....las dos quedamos como bobas escuchando lo que nos decían; yo, sin escuchar mucho del contenido de la charla ,sólo miraba unos ojos negros hermosos .Quedamos en que iríamos a una reunión a su local, obviamente a escondidas de nuestros viejos, y así lo hicimos en varias oportunidades. Las dos nos confesamos que nos gustaba Eduardo, quien en una de las reuniones nos comentó que le gustaba más el cine que el baile y nos invitó a ver la película “Nuestros años felices”. Quedamos en encontrarnos en la parada del cole al día siguiente; mintiendo nuevamente a mis viejos me fui a buscar a mi amiga que vivía frente a mi casa, pero como sus padres no la dejaban salir, me dijo ‘anda vos y avisale a Eduardo’; yo fui y cuando le dije
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Amor a color
Lentos, quitándose la ropa, desabrochándose las dudas con las manos mudas dictando versos en prosa sobre la piel erizada tatuando imágenes distorsionadas en el cuello blando de la risa deteniéndose por momentos de breve locura temblando al compás del sudor en los hombros en ese torrente de besos dulces bajo la cintura sembrando caricias bajo los ojos de delgados rostros asistiendo a la ceremonia de dos almas gemelas de dos cuerpos tibios en plena comunión quitándose versos de la piel con los labios de miel. Y al ver que no quedaban mas prendas por quitar más caricias que ensayar, se vieron completamente desnudos tiernamente se abrazaron y sus sombras hicieron el amor a color.
Alekz Gonzalez, 23 años. México, Chiapas, Tuxtla Gutierrez. Estudiante de Ing. Bioquimica.
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una capelina y un hermoso 1 de febrero del 74 nos casamos. Bueno Bety, no sé si es esto lo que querés, si necesitás algo más me decís.me hiciste moquear recordando, pero ¡es tan lindo volver a revivir mi hermosa historia de amor! “ Cuando le pregunté a Adriana que quería para su vida hoy, me respondió:”hay tantas cosas que quiero para mi vida amiga, obviamente que deseo que se haga justicia y poder estar tranquila con que mi lucha y de tantos no fue en vano, y no seguir dejándole una carga o deuda a mis nietas, aunque sé que no sería una carga porque ya tan pequeñas ,ellas son dos luchadoras y así se lo enseñan sus padres. Pero sí me gustaría poder encontrarlo antes de partir, saber dónde está Eduardo y tener un lugar donde llevarle una flor; y para mí, en lo personal ,ser simplemente feliz viendo a mis nietas hechas ya dos mujercitas hermosas y a mis hijos verlos también felices y que completen su verdad, su historia. Ojalá pueda ver el día en cada uno de los compañeros que nos arrebataron vuelvan a sus familias.” Y finalizó honrándome con sus generosas palabras: “sos una gran persona y una gran luchadora ,te la jugás siempre, y especialmente una mujer que con bellos poemas dice tanto de tantas historias de todos los compañeros desaparecidos. Pienso que tu lucha es por la memoria para que nunca mas se olviden de estas historias; vos las dejarás plasmadas en tus libros y canciones. Gracias por estar siempre Betty, incondicional .”
Su suegra HILDA MARCIA PAZ, fue secuestrada por la última dictadura militar argentina en 1976; su suegro, ARCANGEL HERRERA, en 1978; y su esposo Eduardo Herrera, el 1° de Octubre de 1977. Los tres permanecen desaparecidos. Compuse y grabé para Eduardo la zamba “Sembrador de vida y arte”. https://youtu.be/JLAcealhlOE?list=UUGqSCgvqOAP4XeAsah5kC8Q El 5 de agosto del corriente año Adriana será testigo en el juicio a los responsables de la desaparición de su esposo, en Mar del Plata.
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A veces… siempre.
Debiera de ser cauto nuestro andar… Escribir con la pluma en el corazón… ¿O es que ya se secaron todos los tinteros? Aquella barca adormecida en el lago, mece mis contemplaciones y apacigua mis aguas. Correspondiera describir los fusilamientos de la razón… Enfurecer las almas ultrajadas… Escribir para contar, entretener o herir… Pero siempre con palabras de verdad, cultivar humildes y sencillas letras de paciencia y eternidad… Enseñar o aprender…Escuchar con atención… Sin engaños… Real o fantasía pero escribir sin prisas… Comprometiera leer con calma, honestidad, comentar sin falsedad ni hipocresía. En mi sueño te escribo una carta de papel; léela en blanco y negro... Y guárdame los sellos para mi colección.
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In eternum
Caminamos hacia el mismo futuro, invariablemente, con la incertidumbre que nos depara lo misterioso, el desasosiego, la inexistencia de referencias. Si tuviéramos posibilidad de retornar al pasado, conociéndolo, podríamos cambiarlo, pulirlo, evitar equivocaciones y vivir conscientes, sabiendo de nuestros actos en el devenir más próximo… Pese a que todo fuera el sueño de un mismo error, cometido hasta la saciedad… Siglo tras siglo.
Kim Bertran Canut, 54 años. Barcelona, España. Escritor- Fotógrafo literario.
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Umbral “El único feliz es el que esta libre, pero solo es libre el que es lo que puede ser, es decir, lo que debe ser.” Paul Gauguin.
Tengo tanto asco de llegar a tu casa, con todo ese ruido de las torres de electricidad que se suman a las construcciones inacabadas en donde todo esta a punto de caerse. Ninguna sombra me encuentro desde la carretera por eso llego siempre de noche. Los perros me pelan los dientes cuando vengo embriagado, pero al salir de tu casa me siguen muy de cerca en la pequeña banqueta, cerrando los ojos y abriendo sus hocicos por el frío de la madrugada. Quizás sea porque me he bañado con esa agua de tu regadera que apesta a desinfectante o porque he absorbido el olor en mis ropas del canal que cruza tu colonia. Sólo me encuentro a gusto hasta llegar a tu reconocible cuerpo. Después de esto puedo dominarme con mas seguridad. Han pasado años y aun sobrepongo mi cansancio a todo esto. Sé que siempre discutimos sobre el tiempo, pero aquí entre los muros de tu habitación reconozco que verte recostada mientras dejo caer mi peso en la silla es todo lo que aun necesito. Todo cuanto planeamos es incierto, a mí solo me queda reconocer y encontrar algo de belleza con que darle sentido a toda esta creación que nos rodea. Estamos tan solos en esta maraña de la existencia. Pero no quiero quedarme. No quiero ocupar ningún lugar en tu vida. Qué harías esperándome diariamente ante mis sobresaltos y la idea que tengo que concluir. Trato de entender tus preocupaciones pero es todo lo que puedo hacer. Mi búsqueda lo absorbe todo. Algún día acabaras pidiéndome mas y es ahí cuando nos olvidaremos. Mientras tanto deja que aproveche tu sueño, después saldré por el patio entre la hierba y la alambrada como un espíritu extasiado y lleno de vigor. Ante la cotidianidad de la multitud que resiste desesperadamente y enferma muy lentamente. De nada sirve simular hay que atravesar con todo el porvenir apostado. Si algún día me tardo en volver, quémalo todo. O malvéndelo en la cantina que frecuento ahí los borrachos son benevolentes ante la necesidad. En la panadería de los grandes vitrales busca a la joven viuda seguro le interesara. Si es que no soportas quedarte con algo.
Luriel Lavista, 25 años. Edo. de México, México. Limpiaparabrisas.
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Piedra de sal Alguien te condenó al destierro, te hizo salir y cerrar detrás de ti la puerta, clausurar las ventanas, abandonar el hogar que entibió tus noches. Mujer sin nombre, ¿o te llamabas Yrit?, te separaron de los brazos con que hermanabas las tardes con las noches compartiendo el té y las palabras. Debías huir porque tu casa ya no podría ser tu refugio, todo sería destruido, hasta tus huellas. Tuviste que seguir los pasos de tu marido, pero podría haber sido tu hermano, tu vecino. A partir de ese momento, cuántas veces has sido expulsada, conocida por el parentesco, por el color, por el gesto que le correspondía a alguien más y no a ti. Te fuiste en nombre de tus hijos, en memoria de tus hijas. ¿Qué ser inmisericorde forzó tu obediencia? ¿Cómo es que alguien puede castigar de ese modo la nostalgia? ¿Quién te obligó a renunciar a la tierra de tu jardín, a la sombra de tus árboles, al canto de las aves que despertaban tus mañanas? No querías partir. Los cojines, la cocina, el rosal, el agua de los cántaros te llamaba. No querías ir, pero no preguntaron tu opinión. Te arrojaron a las llanuras agrestes donde reptiles y escorpiones poblaban la noche, el frío martirizaba la carne bajo la ropa, la luna ocultaba su vergüenza tras raquíticos árboles. Ahí afuera cualquier movimiento significaba el dolor hundiéndose en la piel, lacerándola hasta secar la sangre. Tu apego, el amor a lo tuyo fue maldecido. Intentaron cancelarte el derecho al recuerdo y a la pertenencia. Siempre encontraron razones para culparte. Un movimiento de cabeza, un pestañeo, el tropiezo del pie en el umbral equivalía a la muerte. Tuviste razón en dejar que el viento enredara tus cabellos desatados, que tu grito fuera relámpago y respiro; fue bueno detenerte, girar el cuello, abrir los brazos. En el momento mismo en que las lágrimas brotaron, se volvieron sólidas y cayeron quebradas en la arena. El fuego llegó a tus espaldas y consumió tu túnica. Tu cuerpo quedó detenido para siempre. Te perteneces ya a ti misma, a la tierra de las madres sin hijos, de los hijos que conocen el odio y la sangre. Ahora tienes todos los nombres, todos los orígenes, estatua desplazada. Tu sal se disuelve en nuestras bocas.
Mariena Padilla, 62 años. Monterrey, Nuevo León, México. Maestra de Matemáticas.
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De bohemios patrios En el último mes una serie de acontecimientos —a cual más feliz, no teman (ni alberguen esperanzas, al gusto de cada cual) — han ralentizado el, hasta la fecha muy respetable, ritmo de mis lecturas. Nada más lejos de mi ánimo que aburrirles con el prescindible relato de mis peripecias, pero no me resisto a mencionar las dos semanas que he estado trabajando en un bonito camping junto a la Albufera, laguna litoral y epicentro de un parque natural hecho de dunas y bosque mediterráneo que, contra lo que es de (ab) uso por estos predios, “resiste todavía y siempre” al especulador inmobiliario. Igual, vaya, que mi venerado Bolaño. O, en rigor, no tanto; toda vez que el chileno se desempeñara como vigilante mientras que a mí me ha tocado en (inmejorable) suerte impartir un curso intensivo de español a un variopinto y encantador grupo de conciudadanos europeos con muchas ganas de sol y fiesta, claro, pero acompañadas de un equiparable anhelo de aprender, cosa que facilitó sobremanera una docencia que de otro modo pudiera haberse puesto algo cuesta arriba. En fin, aquello, que no era más que una breve sustitución, ya terminó. No sin mediar una agradabilísima borrachera como cierre del curso, porque la letra con tequila entra — ¿o no era así?— . De vuelta a la gris realidad y a mis alumnos (delincuentes) comunes, he retomado también las “Escenas de la vida bohemia”, deliciosa colección de estampas escrita por Henry Murger que, por ejemplo, inspirase a Puccini su celebérrima ópera “La bohème”. Queda fijado en ellas el arquetipo que después encarnarían hasta la autodestrucción malditos divinos como Verlaine, Rimbaud, Baudelaire o Lautréamont —por cierto que las cartas de este último siguen esperando a que les hinque el diente—. Epígonos patrios de aquéllos fueron, entre otros, Emilio Carrere, Alejandro Sawa o, salvando las distancias, el reputadísimo Valle-Inclán, cuya “Luces de Bohemia” parece querer echar el telón a tan peculiar funambulismo existencial con el dantesco vagabundeo nocturno del ciego Max Estrella —trasunto del citado Sawa, cuyo esperpéntico funeral hubiera firmado el propio Valle— y su cínico lazarillo Don Latino de Hispalis. La bohemia genuina se fue apagando con el pasar de las primeras décadas del siglo XX. Y es que el desenfado característico de aquel “Mundo de ayer” que de manera magistral describiera Stefan Zweig recibió una retahíla fatal de reveses a lo largo de dicho período, indudablemente sombrío; a saber: I Guerra Mundial, Gran Depresión y el ascenso de totalitarismos varios —entre los que puede incluir el régimen franquista, cierto que con matices aunque no tantos como se empeñan en plantear algunos revisionistas a sueldo. Durante los cerca de cuarenta años que se eternizó la dictadura, menudeó en el erial cultural sobre el que ésta se asentara con granítica firmeza un tipo de escritor que nada tiene que envidiar, en cuanto a precariedad, a los jocundos bohemios del XIX. Se trata de una nómina de autores pulp que, en cuanto tales, gozaron de un fervor popular equivalente al desprecio que le merecían a una “inteligentsia” encantada de conocerse, además de verse sometidos a explotación y semiesclavitud por una banda de editores sin escrúpulos — ¿Tautológico? Seguro. Hablaría pues de editores con menos escrúpulos si cabe. Pero es que no cabe, vaya.
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s y otros proscritos La hilarante “Braille para sordos”, de José María Mijangos, rompe una lanza en favor de aquellos estajanovistas de la literatura —se veían poco menos que obligados a entregar una novela por semana para subsistir—, cuyas fabulaciones policíacas, románticas o del oeste contribuyeron, y no poco, a la evasión de una sociedad cruelmente postrada. Hablo, por supuesto, de Corín Tellado, Marcial Lafuente Estefanía o Francisco González Ledesma, además de otros tantos que me dejo en el tintero. Obra del último es “Una novela de barrio”, excelente “noir” —no en vano galardonada en 2007 con el Premio RBA de Novela Negra— que se desarrolla en los bajos fondos de la —sólo aparentemente— fotogénica y cosmopolita Barcelona post resaca del 92. Reconozco que me lo he pasado teta con su fraseo de “uppercut” y diálogos como intercambios de tiros. La abracadabrante trayectoria de González Ledesma —recientemente fallecido— desmiente lo que de exagerado pudiera sospecharse en la novela de Mijangos. A la temprana bendición crítica recibida por “Sombras viejas” —Premio Internacional de Novela 1948, cuando su autor contaba apenas 21 años— correspondió el régimen con el veto acostumbrado, salpimentándolo de epítetos tales que “rojo” y “pornógrafo”. Tan brutal proscripción lo condujo a buscarse los garbanzos con el ejercicio de la abogacía, que le repugnaba, y el periodismo —resulta llamativo cómo el pluriempleo, tan característico del mercado laboral franquista, vuelve a estar hoy de moda. Y maldita moda, por cierto—, al tiempo que mataba el gusanillo —y, me figuro, complementaba unos ingresos presumiblemente magros— con la publicación de novelas baratas bajo los más pintorescos pseudónimos. Así, Francisco González Ledesma fue, a su vez: Taylor Nummy, Enrique Moriel, Silvia Valdemar y, sobre todo, Rosa Alcázar para las románticas y Silver Kane para los westerns. Junto a la democracia le llegó al fin el reconocimiento que venía tres décadas hurtándosele. En 1984 ganó el Planeta —sin que ello presuponga un aditamento de calidad para la obra en cuestión; más bien, y como suele ser habitual, todo lo contrario— por “Crónica sentimental en rojo”, que protagoniza el comisario Méndez, maravilloso personaje a medio camino entre el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán y el procaz filósofo Diógenes de Sinope. El mismo Méndez que da nombre a una exitosa serie de intrigas entre las que se cuenta la divertidísima “Una novela de barrio” arriba referida. Consuela comprobar que, aun tarde y mal, la jungla editorial reserva, a veces, algún que otro gesto benevolente para con sus sufridos hijos, incluso los más díscolos y, quizá por ello, en el fondo, más queridos. Esa esperanza nos queda, al menos.
Por: Carlos Ortega Pardo, 32 años. Valencia, España. Profesor.
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pesadilla Se abrió la puerta y surgiste del frio prematuro que asolaba noviembre. Cuervo azulado, centellando con tus pantalones negros de piel ajustados. Depositaste lentamente los largos guantes, después la bufanda, el sombrero, los lentes oscuros, a medida que avanzabas hacia mí en la penumbra. Te esperaba resignado en el sillón bajo un concentrado haz de luz torturante. Recordando la última vez. Sonreíste, como siempre, no pude corresponder tu música interna, sabía lo que me esperaba, sólo bajé la mirada para verte completa por última vez. Te acercaste a mi lado, delicadamente ajustaste la luz e introdujiste un hisopo cítrico en mi boca, me observaste de cerca, mi cara cansada, el terror contenido dentro, tus dedos suavizando mi ceño, decidí cerrar mis ojos y dejarte en libertad. Con pequeños toques diste indicaciones a mi cuerpo esclavo, inyectaste directo al hueso, gracias a tu destreza no sentí nada, sólo un líquido transparente que helado entraba en mis quijadas, tus dedos fríos sobre mi mejilla, tratando de mitigar la fina aguja. Tu aliento de menta cerca de mí. ¿Listo? -preguntaste- sólo asentí leve con la cabeza, los ojos cerrados, concentrado en una súplica para que acabaras cuanto antes. Empezó un jaloneo fortísimo, sentí cómo tratabas de extraer de mi mandíbula superior una parte de mi cuerpo que había crecido en mí, que estaba ahí desde siempre, perfecta. La lucha me hacía sentir como si fuera a moverse mi nariz de lugar. Cedías un poco solo para acumular más fuerza y seguir con la tortura. De pronto te separabas un poco y preguntabas que si había dolor, con mi dedo índice te indique que no, tratando de no mover un solo musculo de mi cuerpo, entregándome de nuevo al suplicio, tu cuerpo pegado al mío, un mechón de tus cabellos se libera y roza mi rostro abierto. No había dolor solo un maltrato aberrante, luchaste con todas las fuerzas de tu pequeño cuerpo, hasta que un crujido de mi hueso cedió, un pedazo cayó en mi lengua ensangrentado, parecía que se iba a ir por mi garganta, pero un movimiento rápido de tus pequeñas manos lo extrajo de mi boca, así fueron saliendo uno a uno pequeños huesos de mi encía, hasta el final. La sangre corría hacia mi estómago, hasta que pusiste una compresa en el hoyo dentro de mí, por el que podía sentir el aire, que penetraba por mis fosas nasales hacia mi esófago, el palpitar de mi cerebro al pensar.
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Me diste indicaciones precisas, que escuché ausente sin mirarte a los ojos. Te despediste con un leve roce en mi brazo, parecías preocupada. Al salir tu risa a lo lejos, hizo eco en mi cabeza, como una cascada. Me empastillé para no sentir antes del tiempo indicado. Mi cara paralizada, esperaba conciliar pronto el sueño, para olvidar la pesadilla inmediata. Lo logre un momento, hasta que una punzada dentro de mi cabeza empezó a palpitar. Tratando de atraer el sueño que se espanta a cada martilleo, más pastillas. Como recordatorio el hueco enorme en mi boca. El sueño huye, parvada levantando el vuelo. Despierto en mi cama helada en medio de la oscuridad. Tu imagen extraviada en el pasado, me guiña un ojo y se aleja. Siento como si me hubieran golpeado la cara, todavía paralizada. El alba lejana amenazaba con encontrarme con los ojos abiertos. Un largo día de trabajo me aguarda al clarear el cielo. Suena el despertador, demasiado tarde. Tengo hambre pero el temor de que el alimento se desvié por ese nuevo túnel a lugares insospechados, me hace claudicar. Tomo agua para saciar el rugido de mi estómago. El sabor metálico de mi propia sangre no me abandona, mi boca permanece cerrada ante el temor de una nueva hemorragia o que el sabor en mi lengua escape de mí. Salió el sol en la mañana desvelada, el dolor se despedaza ante el tráfico, se integra al apremio de la labor diaria. Ante el espejo, no hay hinchazón en mi cara, todo parece normal. En el interior me falta un pedazo, que suplico a mi propio ser en su inteligencia suprema logre completar para seguir adelante, como si nada hubiera pasado. Deseo volver a verte.
Adriana Flores Tanguma, 51 años. Monterrey, México. Arquitecto.
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fragmento
Hacíamos el amor... Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente… Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente.
Fragmento del libro: Palinuro de México. De: Fernando del Paso.
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entrevista
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libros La señora del perrito y otros cuentos De: Antón Chéjov
Editorial: ALIANZA EDITORIAL ISBN: 9788491040996 No. de páginas: 208 Lengua: ESPAÑOL
Maestro indiscutible del difícil género del cuento, Antón Chéjov (1860-1904) extrajo la materia narrativa de la mayoría de sus relatos de la vida cotidiana de sus contemporáneos, en especial de las esperanzas y desventuras de las gentes de la clase media del gran imperio zarista, como funcionarios, médicos, pequeños propietarios o profesores. Entre los diez cuentos reunidos en este volumen, seleccionados y traducidos por Juan López-Morillas, figuran títulos tan conocidos como «El amanuense», «Casa con desván» y La señora del perrito, relato de exquisita finura, tratado con aguda penetración psicológica, que narra la historia de un gran amor entre una joven casada y un hombre maduro.
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libros Las flores del mal De: Charles Baudelaire
Editorial: Nórdica libros ISBN: 9788408137238 No. de páginas: 304 Lengua: ESPAÑOL
La obra clave del padre del Simbolismo. Baudelaire retrata en estos poemas el amor, la depravación del hombre, la desesperación y la muerte sentando las bases de la estética de la vanguardia simbolista que influyó en autores como Rilke, Rimbaud o Valéry. «Baudelaire, que es aún un romántico, es ya un simbolista, está siempre mostrándonos su corazón al desnudo, pero su verso va más allá de la anécdota personal para adquirir el misterioso valor de la palabra en sí. Se sueña a sí mismo con una pasión y un arte que convierten el sueño en poesía, en música significativa. Y detrás de los sueños, la fe y las palabras le hacen inmortal.»
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libros Los cuerpos lejanos
De: Rodolfo Serrano Recio
Editorial: Frida ISBN: 9788494268649 No. de páginas: 132 Lengua: ESPAÑOL
Los cuerpos lejanos. Aquellos que nos amaron, a los que amamos a través del tiempo, cuando la distancia es una parte más de la sangre que aún golpea nuestro recuerdo. Esos cuerpos lejanos que, como escribe Patxi Andión, se nos siguen acercando peligrosamente. Y así, cercanos, ahora cercanos en la noche de la soledad y la añoranza, se hacen poemas, crónica vital, dice Paris Joel, de alguien que está narrando la crónica más nostálgica jamás contada: el camino de vuelta.
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libros
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libros La Soledad De: Natalio Grueso
Editorial: PLANETA ISBN: 9788408127833 No. de páginas: 288 Lengua: ESPAÑOL
La soledad es un delicado viaje al interior de nuestros sentimientos, una aventura desbordante de imaginación en la que confluyen el deseo, la gratitud, la justicia y los sueños. Por sus páginas transitan un puñado de personajes fascinantes que permanecerán durante mucho tiempo en el corazón de los lectores: el encantador ladrón Bruno La bastide, el recetador de libros, el cazasueños o la joven japonesa con ojos del color de la miel que, cada tarde, desafía al destino desde su apartamento veneciano.Mágica e hipnótica, esta conmovedora novela nos lleva de París a Buenos Aires, de Venecia a Indochina, haciéndonos cómplices del itinerario vital de sus protagonistas, perdedores solitarios en apariencia que, en realidad, consiguen sin apenas ser conscientes de ello llegar a lo más alto y hermoso a lo que puede aspirar el ser humano: hacer felices a los demás.
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libros Cronicas Marcianas De: Ray Bradbury
Editorial: Minotauro
ISBN: 9788445076538 No. de páginas: 272 Lengua: ESPAÑOL
Un clásico del siglo XX: la obra que consolidó a Bradbury como uno de los mejores escritores de la narrativa norteamericana. Esta colección de relatos recoge la crónica de la colonización de Marte por parte de una humanidad que huye de un mundo al borde de la destrucción. Los colonos llevan consigo sus deseos más íntimos y el sueño de reproducir en el Planeta Rojo una civilización de perritos calientes, cómodos sofás y limonada en el porche al atardecer. Pero su equipaje incluye también los miedos ancestrales, que se traducen en odio a lo diferente, y las enfermedades que diezmarán a los marcianos. Conforme a su concepción de lo que debe ser la ciencia ficción, Bradbury se traslada al futuro para iluminar el presente y explorar la naturaleza humana. Escritas en la década de los cuarenta, estas deslumbrantes e intensas historias constituyen un canto contra el racismo, la guerra y la censura, destilando nostalgia e idealismo.
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