FACTUM REVISTA LITERARIA
Agosto, 2014. no. 13
Biografía: Carlos Ruíz Zafón. Creación: Ángeles Cabrera/Fabián Luna/Zambra/Reniel Floyer/Javier Quezada/ Daniel Luchina/José Ramón Muñiz Álvarez/Luis Francisco Cintrón/María Soledad Fernández/Jorgelina Waldbillig/Neyder Domínguez/Jasón B. Alcázar/Gema Lutgarda Enrique López/Joalberths De Agrela/Natalí Aranda/Carlos Ortega Pardo/ Fernanda López/Larissa Bugarini Calleros/Alicia Garza/Yolada García Pérez/Eloy A. Gómez/Dante Vázquez/Victoria Montes/Sonia Otero Farias/Ernesto Antonio Parrilla/Fernando Bermúdez/Melbin Fabian Cervantes Chan/Zafiro Merlión/María Elena Espinosa Mata/Juan Ricardo García Jiménez/Uriel Aarón Cadena Torres/ Ever Harley Campos Zambrana/Chelo Ávila/Rita Bedia Lizcano/Daira Fernández/ Stephan Enríquez/Ignacio Hernández Macías. Artículo: Octavio Cabrera. El Fragmento: Khalil Gibran.
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Diseño y arte Maite Cabrera Hernández
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CONTENIDO biografía
Creación
8-9
12 - 92
artículo 96 - 98
el fragmento 102 F A C T U m - Revista Literaria
libros 106 - 111 5
Presentación Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo —si fuera posible—: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá. El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No se desesperen”. La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás. ¡Soldados! ¡No se entreguen a esos bestias, que los desprecian, que los esclavizan, que gobiernan sus vidas; díganles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que los obligan a hacer la instrucción, que los tienen a media ración, que los tratan como a ganado y los utilizan como carne de cañón. ¡No se entreguen a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Ustedes no son máquinas! ¡Son hombres! ¡Con el amor de la humanidad en sus corazones! ¡No odien! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados! ¡Soldados! ¡ No luchen por la esclavitud! ¡Luchen por la libertad! En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En ustedes! Ustedes, el pueblo tienen el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Ustedes, el pueblo, tienen el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad. Prometiéndonos todo esto, las bestias han subido al poder. ¡Pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡No la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos! Hannah, ¿puedes oírme? ¡Dondequiera que estés, alza los ojos! ¡Mira, Hannah! ¡ Las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡ Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡ Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡ Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacía la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!
El Gran Dictador - Charles Chaplin (1940)
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Biografía
Carlos Ruiz Zafón Es uno de los autores contemporáneos más conocidos de España, siendo su novela La sombra del viento uno de los libros más vendidos de la última década, con más de 12 millones de ejemplares en todo el mundo. Nació en Barcelona el 25 de septiembre de 1964. Se educó en el colegio de los jesuitas de San Ignacio de Sarriá, después se matriculó en Ciencias de la Información y ya en el primer año le surgió una oferta para trabajar en el mundo de la publicidad. Llegó a ser director creativo de una importante agencia de Barcelona hasta que en 1992 decidió abandonar la publicidad para consagrarse a la literatura. Las primeras obras de Zafón se enmarcarían dentro del género juvenil, con grandes dosis de fantasía. Corresponden a esta época obras como El príncipe de la niebla (1993), El palacio de la medianoche (1994), Las luces de septiembre (1995) o Marina(1999). En 2001 salió a la venta La sombra del viento, novela que ha sido traducida a cuarenta y cinco idiomas y convertida en un éxito de ventas en los principales mercados editoriales del mundo. En 2008 publicaría una continuación, El juego del ángel, que logró batir un récord al obtener una tirada inicial de más de un millón de ejemplares. Entre otros premios, Carlos Ruiz Zafón ha obtenido galardones como el Premio Edebé, Fernando Lara de Novela, el concedido a Mejor Libro Extranjero en Francia, el Barry Award o el Nielsen, entre otros muchos reconocimientos. Carlos Ruiz Zafón colecciona dragones, dice que le interesan los lenguajes narrativos, la música, la arquitectura, el cine, el cómic y la historia. Toca el piano, sintetizadores, ordenadores y ‘todo lo que se pueda teclear y haga ruido’. “Son mis juguetes favoritos”, afirma.
Sus obras: El príncipe de la niebla (1993) El palacio de la medianoche (1994) Las luces de septiembre (1995) Marina (1999) La sombra del viento (2001) El juego del ángel (2008) El prisionero del cielo (Planeta, 2011)
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“Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien,ya has dejado de quererle para siempre...” -carlos ruiz zafón-
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CREACIÓN
Adiós Adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, ADIÓS. -Sabes muy bien cómo hacer que las mujeres te quieran… Pero no sabes cómo hacer que se queden. -Y aun así estas aquí- respondiste con una sonrisa desdeñosa -Y aun así estoy aquí- afirmo la mujer aceptando su derrota – sólo que esta es la última vez. A pesar de los años sé que aun retumban en tú cabeza la carcajada que lanzaste y esos ojos cafés que te miraban, acusadores y fríos. Ella te había dicho adiós tantas veces y de formas tan distintas que cada vez el adiós iba perdiendo significado. Jamás tomaste muy en serio sus despedidas, cada que ella empezaba a sospechar tú sabías que palabras decir, los besos y caricias en el lugar y momento precisos. Para ella la confianza era un gesto de amor, para ti la oportunidad de volver a traicionar. Pero esa vez todo era diferente, por supuesto que en ese momento no lo notaste, ella estaba enojada y siempre que estaba dominada por sus emociones decía cosas sin pensar de las cuales después se arrepentía. Sé que no puedes recordar con exactitud qué cosas dijo con el afán de provocarte pero si recuerdas perfectamente como faltaste a la promesa de no seguirle el juego y responderle con cosas hirientes, recuerdas haberla llamado ingenua, la confirmación de todas y cada una de sus sospechas, la confirmación de que era una más de tantas y ni siquiera la más importante porque como bien sabemos la “más importante” te pagó con la misma moneda. Y de pronto todo se convirtió en una competencia por ver cuál de los dos podía herir más al otro, cuál de los dos podía fingir mejor, nunca supiste cuánto daño causaron tus palabras y ella nunca supo cuánto daño causaron las suyas... Eso en realidad carece de importancia. Lo que si tienes que aceptar te pese o no, es que ella tenía razón, muchas mujeres pasaron por tu vida pero ¿cuántas en realidad se quedaron? Con el tiempo viste como todas y cada una de esas mujeres iban encontrando su verdadero camino, alejándose del tuyo. Y la única que estaba dispuesta a caminar a tu lado, de hacer de tu camino su camino, fue a la que más lastimaste. Debiste haber notado que esa vez todo era diferente, ella era diferente, porque aunque para ti el adiós era una palabra cualquiera dicha en una pelea cualquiera, para ella el adiós dolía cada vez menos, cada adiós era más soportable y debiste haber notado que ese adiós era el definitivo, debiste haberlo notado en esos ojos, esos ojos cafés que tu describiste como fríos y acusadores pero no viste la calma que fue invadiéndolos poco a poco porque en realidad muy en el fondo ella lo sabía todo, sólo necesitaba una excusa para poder ponerle fin a esa historia absurda que ambos estaban viviendo, una excusa para poder decir adiós por última vez.
Ángeles Cabrera, 23 años. México. Gnomo.
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CREACIÓN
dÓNDE ANDARÁS Estoy esperando de una manera lindísima tu presencia, esa fragancia que al compás de mi utopía delibera todos los sueños que están pendientes entre nuestras vidas. Te pienso, te quiero, te amo o al revés. Como tú quieras, yo te amo te quiero, te pienso. ¿Y tú? Me pregunto dónde andarás, si piensas en mí, en mis poemas, si recuerdas mi última sonrisa, si al terminar el sol su estadía por éste el rincón mío, ay mía, junto a mí estarás aliviando el insomnio de cada día. Mientras tanto yo seguiré esperando, de esta forma bonita, lindísima. Amando, amándote así no estés aquí.
Darío Alejandro, 21 años. Esmeraldas, Ecuador. Estudiante.
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de un lunar a otro
Tu piel canela, entre Las piedras, tus cicatrices En mis yemas, brincando De un lunar a otro, el tiempo Nos amarra. Disnea, si falta tu aroma Condúceme, hacia tu corazón, El ultimo paraje de la ilusión. Un presagio en el cielo La luna brilla mas, sin Dudar, mirándola como si Fuéramos gatos. Y volar envueltos en fuego, Quemando doctrinas, atravesando el cielo.
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CREACIÓN
el hurto Le hurté sus rayos a Júpiter Para dejarme caer sobre Tu tierra árida, hoy estás En el sueño. La hija menor de Cronos, Combatiendo nuestro amor Sin dueño, elevando nuestras Almas más allá de sus muros. Flechas en lo oscuro, Cupido Cubriéndonos entre rosas, En un suelo mojado, nosotros No abandonamos. Y las ninfas corriendo, los Ciclopes sonriendo, historias Arcaicas, instantes heroicos, Que disipan el sufrimiento.
Fabián Luna, 24 años. México, Poeta.
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Me Encanta Como Sonríes I
Me encanta como sonríes, ¿sabías? Y... -Sonríes, que es la idea…No puedes dejar de sonreír, ¿Sabes?... Me encanta como sonríes Deja de sonreír... Sin dejar de sonreír para mi Me encanta como sonríes. Punto.
II
Me encanta más, Cuando tu garganta hace ruiditos, Cuando la emoción te gana y no controlas tu risa… Cuando estas al fin quieta en ti -en pazNo solo sonríes... Esa sonrisa trae más que solo endorfinas.
III
Me encanta tu risa Si fuera Sabines la compararía con dios Pero… Seamos honestos -no como su familiaA mí me encanta como sonríes y no quisiera ser dios antes de conocerte -he dicho-
IV
… Continúo De tus risas se me antojan besos que vuelvo versos y viceversa namás de sonreír contigo a distancia y…
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CREACIÓN
Me encanta como sonríes… -no dejes de sonreír-
V
También sonrío imposible no hacerlo si en ti, tu sonrisa, sus comisuras y demás labiedades, sabes bien… ya a estas alturas el disfrute pleno de tu sonrisa…
VI
Todo lo que pueda decir de una sonrisa -la tuyalo voy leyendo -en brailleboca a boca de tus besos Sonríe que estoy cerca como viento a pocos pasos en esa comisura inversa en la paz de tu sonrisa
VII
Muerte… Me encanta como sonríes… No niegues jamás tu risa Pues… Me encanta tu risa, me encanta como sonríes. Punto.
Zambra, 33 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Promotor contracultural y músico.
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CREACIÓN
COMO ESCRIBO Como escribo es como vivo y como vivo es que me inspiro Historias, versos, amores, dolores… Todos diseminados en mi. Tomo una palabra, quienes: … Amor. Luego tomo otra: … Ilusión. Quizás también; … Dolor. Y así nace un verso... Y así nazco yo. Me aferro al bolígrafo. Sostengo el papel. Escojo las palabras. Palabras. Y más palabras. Cada una lleva mi yo. Cada una haciendo poesías. Cada poesía entregando una reflexión El mundo es la cuna de mis versos. En sus calles vivo hecho verso. Yo nunca moriré, Pues aunque el tiempo me haga viejo Y hasta me anide en sus cementos En cada pecho, en cada beso, Donde el amor celebre su presencia, Ahí estaré yo, aunque pasen los años Con mi poesía, en plena existencia. Para terminar, escojo las palabras: Gracias, Dios, Vida, poesía; pasión, sombría. También tomo al: … Silencio, Y por qué no: … Soledad. Ahora el broche de oro… Sublime felicidad…
Reniel Floyer, 29 años. Capiata, Paraguay. Operador de informática.
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CREACIÓN
Todo sobre ti Y tú, todo lo que veo eres tú Con tu hermosa sonrisa, solo tú Que pintas mi vida Y armonizas la lluvia solo… Tú Que me miras cada noche Que me despides cada mañana Y tú, todo lo que veo eres tú Que me mira al atardecer Y me besas al decir “hola” Solo tú mi corazón Si acaricias mi mejilla y me haces volar Cada vez que dices te amo Y tú, todo lo que veo eres tú Si bailamos juntos Si me besas bajo la luna Y tú, todo lo que veo eres tú Tocamos juntos el cielo Al decir queremos el tiempo para ambos Si me dices “hola” y digo “te amo” Me besas bajo un cielo Buscas cada noche un beso Porque solo tú la dueña de mi corazón Y tú, todo lo que veo eres tú...
Javier Quezada, 16 años. Monterrey, México. Estudiante.
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Mejor dicho, sí creía, creía en algo… creía firmemente en la doctrina de la “reencarnación”. Creía que un día, después de muerto, volvería a vivir y a disfrutar en este mundo o en cualquier otro. Dentro del cuerpo que poseía o en el que sea, de las riquezas y el status que había logrado a lo largo de su vida de importante empresario. Posiblemente haya estado creyendo en un dogma que en un futuro más o menos inmediato podremos saber si es acertado. Si tenía razón o no. Si el ser humano tendría otra oportunidad de vida, después de haber muerto. Luego de casi ocho décadas y víctima de un cóctel formado por problemas cardiorespiratorios, además de hipertensión arterial, diabetes, colesterol y desmedida y fenomenal avaricia, se fue de esta vida. Lo encontraron tirado en el piso y tan solo, como el ser humano más menesteroso e indefenso del mundo. Cuando movieron sus restos para colocarlo en el féretro, se dieron cuenta que murió apretando firmemente algo en su mano derecha. Con esfuerzo se lo quitaron y vieron que era una pequeñísima moneda, de aquellas que casi carecen de valor. En su mano también había tierra, por lo que los entendidos calcularon que la moneda se le había caído al piso y él la había levantado para que no la encontrara aquel que no debía encontrarla. El aparentemente intenso esfuerzo realizado para llegar hasta la moneda, hizo que su corazón y su cuerpo todo, no lo pudiera tolerar, lo que le provocó la muerte casi en forma instantánea. Pero hablando de “reencarnación” hubo un hecho que podría comenzar a explicar de alguna manera, las bases de la teoría en la que creía Don Jaime. Hubo alguien que vio poco después de quedar vacía la oficina de su dueño, salir por debajo de la puerta del recinto de Don Jaime, una pobre cucaracha, con una patita menos para caer por la rejilla de una cloaca.
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Nada como estar en casa Estuvo encerrado mucho tiempo y sabía que eso estaba mal, que los demás estaban empezando a preguntar por él, que había mucha gente que lo quería y se lo demostraba, pero necesitaba su tiempo. Podría haber salido antes pero no, el momento era este. No quería detenerse siquiera a pensarlo, era hora de salir a enfrentar el mundo y era algo que lo aterraba pero debía hacerlo ya. Además si no daba señales de vida entrarían y lo sacarían a la fuerza, cosa que le asustaba muchísimo. No lo hizo porque sea malo, retobado o vago, pero a veces tomarse un tiempito hace que los demás se precupen un poco más de la cuenta y cuando lo ven lo reciben mejor, uno se acostumbra a la soledad por más que no quiera y si no tiene alguien que lo controle van pasando los días, las semanas y los meses hasta que se da cuenta. Y el secreto para salir después de tanto tiempo es hacerlo de golpe, salir como si el mundo le perteneciera y avisarles que uno llegó a los gritos como para que se enteren que uno está bien y que no pasó nada. Tanto encierro hace que uno no se de cuenta, no solo del paso del tiempo sino tampoco de cuando es de día o de noche y a él el ambiente ya se le estaba enviciando y ya se estaba cansando de comer siempre lo mismo, además tenía la necesidad de estar con alguien. No es fácil estar solo tanto tiempo. Llega un momento en que uno siente que enloquece. Descansar y pensar es lindo pero cuando ya agotaste todas las posiciones para estar echado sin hacer nada y tu vida se resume en comer y dormir te das cuenta que perdiste demasiado tiempo. Mirás alrededor y pensás que si por lo menos hubieses estado con alguien el tiempo hubiese pasado más rápido. Hubiese sido mas tedioso quizás, tampoco es bueno estar con alguien tanto tiempo encerrado y peor si la otra persona no tiene tema de conversación. Estaba a punto de salir cuando escuchó voces. Lo único que faltaba que justo cuando él se decide a salir lo vengan a buscar y él sabía que no iba a ser por las buenas. Se detuvo y miró por la endija de luz. No reconocía a nadie, las voces sonaban encimadas y por lo visto eran varios y sonaban preocupados. De repente vió que alguien trataba de entrar y escuchó el grito de una mujer, le costó reconocerlo porque nunca la había escuchado así, pero era ella. Entre las voces pidiendo calma, los gritos y la terrible confusión que se había armado él sintió una culpa terrible y salió como pidiendo disculpas. La idea era salir de golpe y sorprenderlos pero en cambio asomó la cabeza, entonces uno de los que estaba afuera lo tomó como para que no se escapara, en el lugar se hizo un silencio absluto y cuando cayó en cuenta vió que no vinieron a buscarlos un par, era una docenas de personas, trató de escapar de la mano que lo sujetaba pero este lo levantó en el aire sin nigún esfuerzo y el pegó un grito como nunca lo había hecho, en el lugar se hizo un silencio de calma y se escuchó solo una voz que decía: -La felicito señora, es un varón.... Y ahí estaba ella, hablándome con la dulce voz de siempre y esperándome, como me había prometido hace nueve meses.
Daniel Luchina, 44 años. S. Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires. Empleado
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Arqueros del alba (vi) Soneto XXXI Un brillo de emoción y de ternura Enciende la memoria en las entrañas, El mar donde, serena, al fin te bañas, Si no es el arroyuelo que murmura. El cielo azul se llena de dulzura, Naciendo el sol detrás de las montañas, Y, viva siempre en él, rosas extrañas Recoges sobre el viento que se apura. Si un guiño a tus sonrisas celestiales Es poco para hablar de tu belleza, Mis lágrimas serán raros cristales. Tu voz en mis adentros aún bosteza Con el amanecer cuyos puñales Rindieron hoy tu frágil fortaleza. Los palacios del sueño Para encontrar tu mirada, Parda como los castaños, Cansada ya de los años, He de encontrar la morada, La mansión deshabitada Donde reposa, tranquilo, El viento, cuyo sigilo No intentará despertarte, Temeroso de rozarte, Un viejo guardián en vilo. Y hallaré allí, silencioso, Un palacio que, ya en ruina, Duerme la larga rutina De su sueño caprichoso, Donde el tiempo, perezoso, Su curso ve detenido, Borrando el dulce sonido De la brisa sosegada Que dejó, de madrugada, Su singladura al olvido. Y, aunque el viaje será duro, Hora es ya de la partida, Llevándote de la vida A este extraño reino oscuro, Que alza en la altura ese muro De sombras y de tristeza Que, escondiendo la belleza, Quiere negar el aliento De la luz que fue alimento Del sol que se despereza. Y gozo serán mis brazos Tomando de tu cintura Lo que tu frágil figura
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Espera de mis abrazos, Para desatar los lazos De la noche que te encierra, Siendo valor en la guerra, Que, luchando con empeño, Quiero arrancarte del sueño Que de la luz te destierra. Y en las noches del camino Que jamás podrán vencerme, Sabré luchar, defenderme, Vencedor de tu destino, Cuando, al ver el sol vecino, Cure el dolor de tu herida, Y te devuelva la vida Con el hechizo de un beso, Para emprender el regreso Del sueño en que estás dormida. Soneto XXXII Alumbra en su mirar la llama ardiente, Su brillo, su color más encendido, Un sol que se aventura, decidido, En un amanecer resplandeciente. Y busca una sonrisa que, inocente, Dejó volar al aire inadvertido El ángel de ternura que, vencido, Un astro es ya lejano, aunque luciente. La luz, el oro, el brillo es aderezo De aquel fanal que irradia, luminoso, Buscando los amores de su rezo. Y es dulce aquel suspiro silencioso, Y el beso y el sonido del bostezo Que ardieron con el tiempo perezoso. Soneto XXXIII
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La vida se encendía en tus luceros, Antorchas de cristal, cuya mirada Los vio nacer, corriente alborotada, De espumas, de corales y veleros. La densa oscuridad de los senderos Sus pórticos abrió con la alborada, Dejando que cruzasen su morada, Alegres, relucientes, los overos. Tus ojos, cuyo brillo luminoso Lució la magia bella de su embrujo, Hablaron con su fuego más hermoso. Y un rápido reflejo se produjo En tu mirar callado, silencioso, Tan bello como el oro en su dibujo.
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CREACIÓN Soneto XXXIV Las luces de un suspiro repentino Borraron su sonrisa y su fatiga, La cálida expresión que se prodiga En un recuerdo dulce y cristalino. Dejó de ser camino aquel camino De acuerdo con la ley que nos obliga, Y aquella voz que amaba por amiga Mezclóse a los inciensos del destino. Volando, alma de mar, a la deriva, Su espíritu partió a un lugar tranquilo, Quién sabe a qué región abandonada. Partió la noche, lánguida y esquiva, Cruzando los pasillos del sigilo Que halló la luz mostrando la alborada. La yegua soberana Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Lanzándose, arrojándose a su antojo, Y, abriendo paso franco A la mañana nueva, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Dejándose llevar, hija del viento, Y, abriendo paso franco Al alba dulce y cálida, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Besando los palacios de la noche Y, abriendo paso franco Al sol del horizonte, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Soneto XXXV El cielo despertaba silencioso, Cansado de dormir, triste y tranquilo, Dulce y feliz, al tiempo que el sigilo Dejaba en las estrellas su reposo. Un verde transparente y luminoso Brillaba para el mar, lágrima en vilo, Luz sin calor, aurora sin estilo, Que halló su sueño siempre perezoso. Un beso que intentaba despertarla Rozó su piel, helada de los montes, Al tiempo que asomaba el nuevo día. Y en ella resbaló cuando, al tocarla, Lejano el sol, junto a los horizontes, Prudente, se ocultaba todavía.
José Ramón Muñiz Álvarez, 40 años. España. Profesor.
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CREACIĂ“N
Que disfrute del reposo Que, silencioso, vigilo, Porque se va con sigilo Aunque quiera retenerla, Que no puede detenerla La luz que, tras los cordales, Ve las galas matinales Que pudieron defenderla. Dejad que, afligido el pecho, Descanse el aliento herido Del dolor que ha consumido Su impotencia y su despecho, Porque, la sombra al acecho, No cabe esperar que acierte Los designios de la suerte El silencio que bosteza, Si marchitan la belleza Las campanas de la muerte. Dejad que, blanca y callada, Alcance la aurora bella La altura de aquella estrella Que admira la madrugada, Que ya la noche cansada Ve el despertar de los cielos Pues nieve derrite y hielos, El granizo blanquecino, Bullicioso en el camino Que alborotan los riachuelos. Dejad que, tierna y ligera, Tome su mano la brisa, Y, en el aire, su sonrisa Vuele libre donde quiera, Que otro palacio la espera DespuĂŠs de ese largo viaje Que hoy emprende en un carruaje Digno de llevarla encima, A otro lugar, otra cima, Otro reino, otro paisaje.
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CREACIÓN
Donde se hace la humanidad Los perdones salpicaban levantando un humazo que se hacía cresta de la corriente. De la nada, como un suceso espontáneo, la energía, en su transparencia, escupía los cuerpos muertos al río industrial. El “Pliage de Hypocrisie Fleuve” dormía en la ambigüedad. Poseía unas corrientes heladas, ojeras que se ennegrecían con cada cielo gris que lo agobiaba. Sus voces eran tenues, sin brillo, un cuerpo gelatinoso, caudal constante, incisivo desde su vientre. Allí los cuerpos se hacían y, los que se deshacían, formaban parte de la orilla que cambiaba forma con cada juicio que solapaba el olfato con la peste a humo sagrado. Varios grupos de pobladores, los más ancianos de la ribera, lanzaban la puerta principal de sus casas para flotar y pescar espíritus que les instruyeran acerca de la hora del juicio final. En general, la gente temía a las sombras de los amaneceres del verano que era cuando más se escuchaban o percibían los aullidos de los arrepentimientos. Cada casa, en la entrada de cada habitación, tenía una raya marcada con sal y yerbas pulverizadas. Igual, a plena luz del día, el río servía como confesionario. Desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde, muchas personas, mayormente adultos entre veinticinco y cuarenta años, caminaban hasta el agua cargando sacos de granos, llenos con toda su ropa, y se desnudaban hundiéndose en las verdosas aguas; muchos de ellos quedaban sin burbujas. En la distancia, los gritos de unas campanas se entremezclaban con los recientes humos que exhalaba el río. Las esquinas y callejones del barrio se llenaban nuevamente con las noticias de cuerpos desnudos que caminaban por encima del agua. Los niños eran los primeros en asomarse desde el techo de sus hogares y veían como tales cuerpos tragaban odio y escupían cemento. Lloraban cuando esos seres se desvanecían a lo lejos, por caminos que se dirigían hacia todos los puntos del mundo, propulsados por el viento sonámbulo que engañaba su visión y se alojaba detrás de sus orejas hasta la hora de dormir. “Pliage de Hypocresie Fleuve” era el círculo de los cuerpos.
Luis Francisco Cintrón, 37 años. Trujillo Alto, Puerto Rico. Asistente en facturación legal.
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La puerta La puerta estaba cerrada. Ella, a sólo centímetros, se encontró petrificada durante varios y largos minutos. “Solo un pedazo de madera me separa de…”, pensó y su corazón se aceleró. Sintió que el mundo pesaba en sus espaldas, que su fuerza se desvanecía y sólo quedaba ella: huesos y carne. Y terror. Mucho terror. Miró hacia el piso, como si allí encontrase algún motivo, alguna razón que le impidiese avanzar. Pero solo vio la luz que se filtraba por debajo de la puerta. Cerró los ojos. Intentó recordar los días previos, la felicidad, la anticipación. Pero esa sensación se había ido en el mismísimo instante en que había amanecido. Esa mañana, al despertar, solo un peso en el corazón se había instalado como si un elefante la hubiese pisoteado y desde entonces, se transformó en una sombra de lo que era. Un ruido la sacó de sus cavilaciones. Parecía provenir desde detrás de la puerta, aunque era indefinido y difuso, como su futuro. La madera gruesa y oscura, impedía que algo se filtrase con claridad. Solo madera, nada más. Sin picaportes, sin ventanas, ni vidrios. Tal vez, si hubiera sido una puerta de vidrio, le hubiese ayudado, le hubiera dado alguna pista. El no saber la aterraba. ¿Qué había detrás de esa puerta? Si tan solo se atreviese. Estiró la mano, sólo para sentirla, para acostumbrarse y perder ese temor. Pero inmediatamente después de dar la orden a su mano para que se elevase, vio como ésta temblaba con total descontrol, reflejando el pánico que moraba en cada rincón de su cuerpo. “¡Es solo una puerta!”, se reprochó. Un límite entre el acá y el allá. Ni siquiera con el más allá. Solo ese lugar. Uno más entre tantos lugares en los que había estado. Pero su cuerpo le hablaba, le reclamaba, le pedía salir corriendo de allí. Refugiarse. Esconderse en alguna caverna oscura y solitaria. Sola, fundamentalmente sola, donde nada ni nadie la encontrase. Petrificada. Cada porción de su cuerpo, cada músculo, cada nervio, estaba congelado. Se había convertido en una estatua batiente. Porque su corazón era lo único que, desenfrenado, corría. Su mente debatía entre huir y quedarse allí por siempre. Tal vez, si tan solo perecía allí, en algún momento se convertiría en polvo y así el mundo seguiría su marcha. Sin ella, sin el problema que ella era para todos. Sin embargo, allí seguía, mirando la puerta de madera que la invitaba a cruzarla, a continuar. ¿Y si todo sale mal?, se preguntó. Los fantasmas la rodearon y la hicieron aún más chiquita, como una niña indefensa ante los avatares de un mundo duro y cruel. Eran fantasmas de su pasado, esos que anidaban en su corazón desde pequeña. Fantasmas que lentamente y como gusanos carroñeros, habían debilitado su temple, su capacidad de lucha y de defensa. Un recuerdo se instaló en su mente maltrecha: ya lo tenía, lo había logrado, su gran triunfo. Aquello por lo que había luchado en su vida, y unos ojos implacables, que la helaron con su mirada de desprecio, le decían NO. Despiadado, como puede ser el rechazo. Y así fue, había fallado.
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Esos mismos fantasmas la llevaron a un futuro falso donde la puerta se abría y ella era succionada por un abismo oscuro y sin fin. Donde caía eternamente y ya nunca dejaba de caer. Solo gritaba y lloraba, arrepentida por una decisión no tomada en realidad. La oscuridad la rodeaba invitándola a quedarse por siempre en el olvido. Se sacudió y se vio nuevamente allí parada, frente a la puerta de madera cada vez más oscura, cada vez más gruesa y determinante. La puerta que le recordaba aquel entonces, aquel pasado. Sabía que no podría dos veces. No. Moriría de tristeza si sucedía lo mismo. Y eso la congelaba y no le permitía avanzar. Y todo seguía igual. Un paso hacia atrás. Su cuerpo comenzó a moverse, a aflojarse. La decisión de retirarse la ayudó a aflojar sus piernas. “En otra oportunidad será”, pensó. “Si… Habrá miles de oportunidades en el futuro”. Los fantasmas de su alma se hacían más y más grandes, llenando cada rincón de su cuerpo. “Seguro que pronto aparecerá algo nuevo… Y me atreveré. Si, seguramente”. Otro paso hacia atrás. Su corazón comenzó a serenarse, mientras que la puerta se hacía más y más lejana. La seguridad volvió a ella. Pensó en su lugar seguro, en su casa, en su cama calentita. Si… Volvería a su lugar seguro cuanto antes. Otro paso más, y otro y otro, más retroceso. La puerta se veía pequeña y ya no era tan amenazante. Sin embargo, en su retirada se topó con algo. Un aroma, una sensación conocida. —¿A dónde vas? —A casa… Necesito volver —¿Y perderte lo que te espera? —No lo sé ¿Qué me espera?... Esto me está matando —Estoy a tu lado para lo que sea… Bueno o malo. Acá estoy para sostenerte. —Y si me va mal… —Acá estoy para llorar juntos y recomenzar… Pero pregúntate algo ¿y si detrás de esa puerta está el éxito? ¿Vas a abandonar por la duda, por no saber? —No quiero sufrir, no lo toleraría otra vez. Una lágrima rodó por su mejilla, pero él la tomó y la atesoró en su corazón. Entonces, la miró a los ojos, la besó en los labios y le tomó la mano. Tocaron la puerta que se abrió como una flor en primavera y juntos la atravesaron. Y fue tan fácil hacerlo que los fantasmas de su corazón desaparecieron en un instante. Su cuerpo se hizo ligero como una hoja y el mundo se abrió ante sus pies, ofreciéndole todas sus posibilidades.
María Soledad Fernández, 37 años. Argentina. Médica y escritora aficionada.
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EL NIÑO CONVERSÓ CON EL ÁNGEL EN LA CIMA DE LA MONTAÑA ¿Cómo logran crecer los arbustos aquí, ángel? Crecen con la fuerza de la vida, y se sostienen con las rocas del silencio. brillan con el frío y se alumbran con las estrellas fugaces. ¿Alguna vez los hombres tocarán el cielo? Siguió interrogando el niño. Quizas, cuando se hagan pequeños como tú. ¿Y crees que la nieve al derretirse, sufre? ¡Oh, no! dijo el ángel. La nieve, al derretirse, cumple su misión: Escurrirse en un hilo de amor. ¿Y las aves, de qué se esconden? Se esconden para estar tibias, y asi, poder acunar las madrugadas de los hombres. ¿Y por qué las nubes cubren la cima? Ese es el misterio de la vida, niño. Recorrer el camino, alimentarse del amor, ver crecer las buenas hierbas, descubrir los refugios, despertar al mundo, entibiar las almas, y todo ello, sin ver qué hay en la cima.
Jorgelina Waldbillig.
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EL RAYO NOS ESTÁ CUIDANDO —¿Qué animal será eso? Sin duda es un animal, pero, ¿qué clase de animal? Me acercaré un poco más, desde acá sólo alcanzo a ver que es una bola grande de carne, chamuscada y enlodada. Tiene los ojos más grandes que los de un caballo y patas gordas. —Hoy por la mañana, inmediatamente después de despertarme, vine a mi terreno, aquí donde sembré maíz, para ver qué tanto se lo llevó el agua, después del aguacero que nos cayó anoche. Pero me topé con esta cosa y ahora, la milpa ya no tiene mi atención. —Tiene orejas grandes, planas y anchas. Una trompa larga como un tubo. ¡Jamás había visto un animal como éste! Por estos rumbos no hay. ¿De dónde habrá venido? ¿Será que lo trajo el agua? Mejor me regreso al pueblo para avisarle a mi compadre de lo ocurrido, él es muy sabio, se pasa el día leyendo esos papeles viejos en el corredor de su casa, él sabrá qué hacer. Don Juventino corrió apresurado entre las veredas hasta hallar el camino real y así volver al pueblo, lo más pronto posible. Fue tan ágil como un venado y tan ligero como un saltamontes. Apegado a su viejo y seco cuerpo, tenía su pumpo que saltaba junto a él y amenazaba con salirse de su brazo. Sabía que el animal no iba irse a otro lado, estaba muerto. Pero quería ser el primero en llevar el aviso al pueblo, por presunción de un protagonismo en esta historia y así contarla después, en cada esquina donde se aglomera la gente para charlar sobre la vida de los demás. Y así fue... —¡Compadre! ¡Compadre! ¡Salga, encontré algo allá en mi terreno! ¡Compadre! —¡Ay compadre!, ¿qué quiere? Todavía es muy temprano para que venga a molestar. —¡No me lo va a creer usted, compadre! —¿Qué cosa es? ¿Otra vez se perdió su lechón? —¡No, qué va a ser!, ¡Más bien, hallé un animalote allá donde sembré milpa! Pero la verdad, no sé qué hacer con eso. Ya sabe cómo soy. Por eso vine a buscarlo, ¡usted siempre sabe qué hacer en estos casos! —¿Qué animal, compadre? ¿Seguro que miró bien? Estará usted borracho. —¡No, si yo merito lo observé! ¡Es un bulto como de este tamaño! Tiene unas orejas grandes, anchas y planas. Unos ojos más grandes que el de un caballo, patas gordas y una trompa como un tubo, ¡ese animal no es de estos rumbos!, ¡quizá lo trajo el agua!, ¡vamos compadre!
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— Ya me entró la duda, ¡Vamos pues! ¡Mujer, ahorita regreso, voy con mi compadre! No me sirvas el desayuno, sólo probaré un poco de café. Los dos compadres, uno limpiándose todavía las lagañas y el otro, con el sudor caliente de la caminata, se fueron corriendo para el monte, cruzando el pueblo. Don Juventino iba hasta adelante y su compadre, se retrasaba constantemente. Jadeaba y cuando le daba un dolor en la barriga, se detenía y aquél regresaba a esperarlo, molesto y ansioso. Por el camino real llevaban buen ritmo, pero cuando se metieron por una vereda en busca de un atajo, al compadre le dolió mucho la barriga y quedó sentado sobre una roca, mientras Don Juventino avanzaba dando zancadas grandes, motivado por un interés de mostrar su gran hallazgo. Cuando cayó en la cuenta, tuvo que regresar a ver lo que le sucedió a su compadre, dando de maldiciones. —¡Compadre, no aguanta nada! ¡Parece usted de granja! —¡Ay, compadre! Ya no estoy acostumbrado venir al monte. —Iday pue compadre, ligerito, ¡Ya mero llegamos! —Ya voy, ya voy. Pero más despacio. Usted camina muy recio. Cuando llegaron al terreno, Don Juventino cruzó haciendo a un lado las hojas de las milpas con sus manos, cuidando de no romperlas, hasta llegar a donde se encontraba el animal. Su compadre, lo seguía con curiosidad. —¡¿Ya vio compadre?! ¡Es el animal! —¡Compadre! ¡Está todo chamuscado y enlodado! ¿Está muerto? —Sí compadre, ya estaba muerto cuando lo encontré. Yo creo que lo trajo el agua, pero, ¿por qué está chamuscado? Usted que lee esos papeles que le trajo su hijo, sabe ¿qué animal es? —Ahora que lo dice, parece que una vez vi un animal como este en un dibujo. Pero no me acuerdo de su nombre. Estas bestias, solo existen del otro lado del mundo. Ahorita me tengo que acordar de su nombre. —Pues, ¿qué será que estaba haciendo por acá? ¿Apoco lo trajo la mar? Si en estos rumbos no hay costa, ¡nosotros vivimos en la mera montaña! —Ah, ¡Ya me acordé compadre! ¡Se llama olefante! ¡Esta bestia es un olefante!
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—¿Olefante? Está raro su nombre. Y, ¿qué comen pues? ¿Son malos? —Eso sí no lo sé, compadre, no sé qué comen. Y si son malos, pues... Yo creo que sí son malos. Porque, ¿qué estaba haciendo acá pues? ¿A dónde iba? Yo creo que quería llegar al pueblo, a comer a la gente o vaya usted a saber que mal haría. ¡Esto es el demonio! —¿Será, compadre? Yo lo veo muy torpe. ¿Por qué estará chamuscado? —Compadre, hace usted muchas preguntas. —Sí compadre, es que este tipo de cosas, me dan miedo. —Yo creo que, como decía mi papá, cuando llueve bien fuerte, igual como el aguacero que nos cayó anoche, que por poco se lleva al pueblo completo, por poco nos cae el cerro encima. Y aparte los truenos que sonaban como cañones. Retumba la pobre tierra y de paso, retumbábamos nosotros también. ¿Se dio cuenta que, cada vez se escuchaban más cerca los rayos que caían? —Sí, compadre. Primero sonó allá por el rumbo de Guatemala, luego aquí abajo, luego allá arriba y de repente ¡Pum!, ¡aquí cerquita! Hasta pareció que cayó en la calle. Mi mujercita bien espantada estaba. —Tiene su significado, compadre. Decía mi papá que la lluvia fuerte y los rayos, son porque hay peligro. Seguramente hay amenazas al pueblo, quién sabe. —¿Peligros?, ¿Amenazas? Da miedo. —Sí, yo creo que esta bestia quería llegar al pueblo a hacer el mal. Quizá lo mandó el demonio. Pero en cuanto lo miró el rayo desde arriba, poco a poco, se fue acercando hasta caer sobre esto y así matarlo. Por eso está chamuscado, porque le cayó un rayo. —Ah compadre, está raro eso. Pero si usted lo dice. —Sí compadre, es eso. El rayo nos está cuidando.
Neyder Domínguez, 22 años. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudiante de la Licenciatura en Educación Secundaria.
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Periplo y despedida Algo no debe olvidarse de los montes verdeados de P. Mientras mi padre juega a la arcade de los baches en la libre de Q a R, trato estéril de asir con la mente a un paisaje verde que apenas dispersa la neblina. Pasamos en medio de algunos montes cerraceados que estorban y me da sopor. Mi padre, a punta de onomatopeyas, escande insultos jocosos entre las casas atrincheradas de R; le exalta (con justicia) la particularidad de nuestra situación. Mi padre es un mártir. Él se lamenta y practica su martirio a diario, pues es digno. Por tal, soy consciente de mi lugar como único receptáculo de su trascendental martirio. Tal es el amor construido hacia la patria, que es más grande conforme más usurpada es la misma, pero adolece de grandeza, es una mole de fragosidades y resentimientos que bien podría representar con un puño. La particular situación en la que nos encontrábamos formaba parte, casi coincidentemente, de su ensayado martirio. Así, se hizo del volante que respingó su cuero bajo patrióticas rabietas a efecto doppler y gasolinazos. Yo pensaba que aún así los paisajes de P debían ser recordados, que en otoño verdeaban a capricho, que se llenaban de flores leonadas, altas y espigadas, que se recogían en sus tallos como quien se resguarda en un vado de un río violento. Por tal no pensaba lo mismo que mi padre, quien ya había puesto una vez más el medidor de kilometraje. “Nos han hecho dar un rodeo de tres horas por S, avanzamos y parecemos no poder llegar”, decía. La situación particularísima se llovía o se hacía grava peligrosa, se serpenteaba hecha de asfalto entre montes o se volvía estrecha detrás de un tráiler lento que no se orillaba para dejar pasar. Al final habitará mi mente: la situación. ¿Qué hacer? Nada, más la suma aritmética de una indolencia práctica. Pero como buena cristiana, mi alma protestará sus ribetes morales (palabra predilecta): Piensa en a, dirá, piensa en b. Cuando por fin logre tener cierto fervor esbozado, será cuando lleguemos a T. Mi padre se apeará de su auto y caminará conmigo hacia el autobús a mi otro destino, se despedirá de mí con las habituales advertencias que no por eso dejarán de ser válidas, como dirá repetidamente, se reirá y se irá. ¿Cómo reirá? Llevando un “patriótico” macuto de martirio, de vuelta a habitar “la situación” como nervio de su herida. Nervio que duele y avisa que aquella duele. Mas seguiré pensando que los paisajes de P son algo que (no) debe ser olvidado.
Jasón B. Alcázar, 22 años. México. Estudiante.
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BUSCANDO EL SOL Laurita se asomó a la ventana. Sus pequeños deditos señalaron al sol. Aquella esfera hermosa, grande, llena de luz... Una luz tan intensa que, le hacía encoger sus ojitos color aceituna. Mamá le decía que no debía mirar fijamente al resplandor de esa hermosa estrella… “Pero las estrellas solo salen de noche”; le rebatía a su madre con su media lengua, encogiendo la nariz y frunciendo el ceño; cruzando sus bracitos por delante, sobre la pechera de ese pichi vaquero de la gatita Kitty que tanto le gustaba: su preferido. —Las estrellas siempre están ahí, cariño. Pero, de día el sol las hace invisibles… Juega al escondite con ellas. Y éstas se ocultan entre el suave algodón de las nubes, para que el sol no las encuentre. —Yo quiero jugar al escondite con el sol. Me gusta el sol —replicaba Laurita, dando saltitos; enseñando su boquita mellada, con esa sonrisa nerviosa de niña. Ver a su hijita reír, era la sensación más maravillosa que podía regalarle la vida. Y entonces la cogió en brazos, aspirando ese bendito aroma a bebé que aún envolvía a su pequeña; a pesar de que cada vez le costara más trabajo levantarla del suelo—. A mí también me gusta el sol —suspiró las palabras, henchida de satisfacción; hundiendo la nariz en su pelito negro ensortijado. —¿Y por qué no puedo mirarlo, mami?... Me gusta el sol —insistía la niña, con su inocente obsesión de cría. —Porque te haría daño en los ojitos. —¿Daño? ¿El sol es malo, entonces? —entornó su mirada; y frunció los labios con desilusión. Aunque su madre le devolvió pronto la sonrisa: le pegó un toquecito juguetón y cariñoso en su chatita nariz que le hizo arrugar el gesto y avivar esos preciosos ojitos verdes. —El sol es un milagro, hija… Como tú.
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—No lo entiendo. —Sacudió la cabeza la pequeña, confundida; mientras su madre la sentaba en el pupitre de plástico de aquel bonito cuarto de juegos. Y cruzaba las piernas al sentarse en el suelo, para ponerse a la altura de su hija. —El sol es como un gran mago. Que da la vida a las flores, a los árboles… a los animales… —¿Al gatito del señor Gómez también? —la interrumpió la niña, con su rostro de nuevo desbordado de ilusión: “Guau… El sol es un gran mago”; pensaba, mientras su madre seguía relatándole la historia. —Sí… al gatito del señor Gómez también —accedió la madre entre risas—. El gran sol nos da la vida a todos y nos protege con su calor. Pero como es tan grande y tiene tanto calor para compartir, hay que tener cuidado, y coger ese calor poquito a poco… —Para no quemarnos —interrumpió de nuevo la pequeña, abriendo mucho los ojos. Su cabecita estaba empezando a comprender; y además, se estaba acordando de algo: —¿Como el año pasado cuando me quemé en la playa porque tomé mucho el sol? —Ajá… —asintió su madre—. El sol es grandioso, Laura. Y todos los días nos regala su magia. Tan solo tenemos que coger un poquito de ella; un pellizquito de esos polvos mágicos que nos dan la vida… Puede que ahora no lo entiendas, porque eres muy pequeña; pero mis palabras estarán en tu cabecita para siempre: Si la vida te da la oportunidad de disfrutar de la belleza de las cosas, no quieras agotar su regalo muy deprisa mirando al sol. Ve despacio… y entonces sus rayos te acariciaran para siempre. Laurita sonrió. Y a pesar de no entender esas últimas palabras, sintió la calidez de la tierna voz de su madre; y nunca olvidó este momento, que llevó grabado en su memoria.
Gema Lutgarda Enrique López, 38 años. Málaga, España. Escritora.
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TURBULENCIAS Llueve. Somos dos sombras entre finas gotas. Los dos vamos marcando los relieves de esta danza tribal bajo la lluvia. Abro los brazos. Cierras los ojos y recibes sonriente las caricias que humedecen de besos tus mejillas. Eres una figura misteriosa escurriéndose ágil por la calle. Y yo, la turbulencia, el temporal que amaina cuando besas mis labios al amparo de cualquier cornisa.
JUEGOS Qué solas se quedaron las bancas en el parque. Qué desamparo atroz vierte la lluvia sobre los adoquines. Cómo engullen las coladeras sedientas el mar de aguas vertidas por las nubes. La ciudad no es la misma. El caos la toma por asalto mientras la lluvia se divierte corriendo desbocada por la calle. Desde la protección de una vidriera espero mi turno en ese juego.
María Elena Espinosa Mata. San Nicolás de los Garza N.L. Profesora.
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—No lo entiendo. —Sacudió la cabeza la pequeña, confundida; mientras su madre la sentaba en el pupitre de plástico de aquel bonito cuarto de juegos. Y cruzaba las piernas al sentarse en el suelo, para ponerse a la altura de su hija. —El sol es como un gran mago. Que da la vida a las flores, a los árboles… a los animales… —¿Al gatito del señor Gómez también? —la interrumpió la niña, con su rostro de nuevo desbordado de ilusión: “Guau… el sol es un gran mago”; pensaba, mientras su madre seguía relatándole la historia. —Sí… al gatito del señor Gómez también —accedió la madre entre risas—. El gran sol nos da la vida a todos y nos protege con su calor. Pero como es tan grande y tiene tanto calor para compartir, hay que tener cuidado, y coger ese calor poquito a poco… —Para no quemarnos —interrumpió de nuevo la pequeña, abriendo mucho los ojos. Su cabecita estaba empezando a comprender; y además, se estaba acordando de algo: —¿Como el año pasado cuando me quemé en la playa porque tomé mucho el sol? —Ajá… —asintió su madre—. El sol es grandioso, Laura. Y todos los días nos regala su magia. Tan solo tenemos que coger un poquito de ella; un pellizquito de esos polvos mágicos que nos dan la vida… Puede que ahora no lo entiendas, porque eres muy pequeña; pero mis palabras estarán en tu cabecita para siempre: Si la vida te da la oportunidad de disfrutar de la belleza de las cosas, no quieras agotar su regalo muy deprisa mirando al sol. Ve despacio… y entonces sus rayos te acariciaran para siempre. Laurita sonrió. Y a pesar de no entender esas últimas palabras, sintió la calidez de la tierna voz de su madre; y nunca olvidó este momento, que llevó grabado en su memoria.
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El claustro
Alas quiero tener para volar lejos en el espacio, no ver más la suciedad y saltar al fin del mundo, llegar a donde hable con Kraken y contarle en un susurro que vengo del único lugar que él aún no conoce. El paraíso. Estamos encerrados en un cubo de papel sin ventanas ni puertas de salida, sólo entra el que tiene por finalidad volver; sólo invade aquel que con dialecto o idioma extranjero nos ofrece un poco de arroz o falsa salud gratuita. Adentro: el país de las maravillas; Afuera: un mundo donde el alma es comprada por medio dólar. En la tierra de los sueños todo está pintado con pasteles al aceite; el cielo cambia cada seis horas con matices de arco iris, la estrella derrite los helados que caminan por la calle, el suelo de los enlatados hace hervir los zapatos, el culo de las registradoras es tan enorme que deja conmovidos a los hombres que pasan, la iluminación es tan intermitente que sus habitantes somos más rápidos que la C y en el centro de nuestro jardín hay una fuente de agua negra que solemos regalar a los amigos. Los que vienen de paseo quedan encantados con nuestro patriotismo; se enamoran de nuestro capitán, a veces hasta preguntan dónde pueden conseguir uno de ese calibre (y nosotros desesperados queremos regalar el propio). Aquí se juega a ser detective, descubrir donde hay blancura, dulzura y pureza. A pesar de vivir en la botella de cristal con olor a tabaco, me gustaría salir para tener menos trabajo y más empleo, ver la nieve caer en los tejados que no conozco, sentir un “bonjour ami” o un “hallo Freund” de algún catire de barba vikinga, probar aquel dulce que dicen seca los labios, estar del otro extremo y conocer el lado oscuro de la luna, pero el hombre no lo permite y hasta la muerte respiraré en esta casa de perro que por dentro es blanca y por fuera es negra.
Joalberths De Agrela, 19 años. Venezuela. Estudiante.
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nerok Me despierta el alba, quien me lo diría que tu hermoso rostro contemplar pudiera no, no eres fantasía, es mi realidad. Entre blancas sabanas a medio cubrir descansas el cuerpo delinean tus formas, las puedo admirar mientras tú mi amor ni cuentas te das. Despiertas en mí tantas emociones hay deseos locos de besar tu boca recorrer tus calles, pintar las caricias sentir que me abrazas, estrechas, asfixias... Suspiro profundo, se me ha hecho tarde tengo que marchar. Con mucho cuidado apago la luz grabo en el espejo la pequeña nota: “Cariño, observa tu espalda marcadas en rojo te deje mis huellas quiero agradecerte por las emociones de cada mañana, al contemplarte... desnudo entre mis sabanas blancas”.
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Algo queda todavía Los gigantes fueron adueñándose de los ríos inventados en el desorden de atriles y soldados sobre la mesa del comedor y de los papeles que volaban a la hora del horizonte cuando sin tener la edad para pensar en la sangre sabía del cuerpo oculto tras los distraídos relatos del día. Mi casa se les hizo pequeña. Fue abandonada hasta que dejó de llamarme y sus muros comenzaron a desprenderse por sí mismos en la amarga renuncia del sacrificio. Siempre la vi cansada, creí que sería un alivio tocar su ausencia, pero no fue así. Hoy sus escombros me atraviesan como el grito de una niña enterrada bajo cada una de sus habitaciones. La cal me ha obligado a tomar el camino de vuelta para mirarla como la casa más habitada. En esos tiempos en que recibía al visitante con los ruidos de la cocina y el reciente óleo del cuarto oscuro. Era el rostro de la vida, por eso cuesta creer que el rebaño la haya destruido. Pero, a pesar de todo, algo queda todavía. No pudieron asesinarla doblemente. Tras su demolición fue albergada y auxiliada por los años junto a la mano abierta de un silencio poblado por la memoria perdida.
Natalí Aranda, 26 años. Valparaíso, Chile.
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Viviendo entre cadenas Abro los ojos con gran cansancio, queriendo no abrirlos, presintiendo lo peor, sintiéndome vacío, triste; el esfuerzo es tan fuerte que tardo unos minutos en abrirlos por completo. ¿Dónde estoy, qué me pasó? La obscuridad no me permite ver más allá de mis pies descalzos y ensangrentados reflejando esfuerzos y caídas tan fuertes que la sangre parece fresca, el miedo me absorbe, quiero pararme pero mis fuerzas son inútiles. No puedo, la desesperación me gana; intento observar que me detiene y no veo más que cuatro cadenas tan duras y gruesas que no veo la forma de quitármelas, me han negado mi libertad. ¿Cómo llegué aquí? Grito sin cesar hasta que empiezo a sentir un sabor tan agrio y fuerte, mi garganta empezaba a sangrar no había notado tal esfuerzo que el sudor recorría mi frente, mis labios se empezaban a tornar rojos, sin importarme seguí gritando hasta no poder cuando de la nada, de repente una llama encendió a lo lejos; una llama que poco a poco se hacía más fuerte, una vela que se podía apreciar que nada la sostenía, temía que no fuera así. “¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Que me has hecho? ¡Déjame ir! ¡Quiero vivir!” grité. Mientras que mi desesperación era exaltante, la vela se acercaba poco a poco, una silueta se empezaba a formar desde las sombras, después de varios minutos de augurio y gritos se paró enfrente de mi tapado con una túnica gris, vieja desgarrada y sucia el misterio y miedo me abundaba hasta el punto que el temor se apropió de mí, era un ser alto, de complexión gruesa, encorvado y cojeando con una respiración forzada se mostraba moribundo, herido. Se acercaba cada vez más, los metros de distancia eran menos, la ira me atrapó, quise herirlo, el odio me había cegado pero las cadenas me detenían y cada vez las sentía más fuertes, las venas de mis brazos no dejaban de marcarse pero no sentía ni un latido: mi pecho no latía; cuando dejé de luchar se quitó la túnica, era un hombre de mediana edad, lastimado, ensangrentado y con la nariz rota, grandes ojeras mostrando cansancio, con diversas cicatrices en su rostro y brazos y unos pies tan lastimados que se notaba el esfuerzo con el cual se sostenía, por un momento sentí verme en un espejo reflejando mi interior, mi ser; agarré valor y traté de relajarme. “¿Quién eres? ¡Suéltame!” mientras que mis quejas seguían, una gruesa voz salió de su boca con una risa burlona y pesada que no dejaba de carcajear, no dejé ni un momento de quejarme de gritar “¡Suéltame! ¡Déjame ser libre!” Su risa cesó y antes de decir algo, un escupitajo de sangre salió de su boca -¿Qué te suelte? ¿Qué quien soy? ¡Que ciego te has hecho! Veme, soy simplemente la acción de tus actos, la expresión de tus errores, tú nos has causado esto y aún así me ves con miedo, nunca te has visto a ti mismo. Mírame, no agaches la mirada. Tú eres el único culpable. Yo respondí: -¡Demonios! ¿Quién eres idiota? ¡Suéltame! Te mataré. De nuevo volvía a reír una risa de enojo, desesperación, desilusión y decepción, -Matarme no es necesario, tú en tu vida al paso de los días nos vas matando porque te caías, por tus errores y no tuviste la fuerza de darte cuenta que el único culpable de tus errores eras tú, no tuviste el valor de cambiar; tú mismo te has matado. -¿Quién eres? ¡Carajo! -Déjate de tonterías, como siempre tu negación y querer tener siempre la razón no te deja creer ni ver la realidad, tus sentimientos, tu corazón tu sentir ese soy yo, que con tus errores me has mermado y todo el amor sincero se ha vaciado. No lo niegues: tú nos has matado. -Yo que hecho me acuerdo haber salido de casa y después todo se nubló. ¿Dónde estoy? -Tú que no nos has hecho enamorarnos, ilusionarnos, hacernos soñar, dibujarnos metas, hacernos creer poder ser alguien ser algo y de la nada dejarnos caer en un abismo sin retorno. “Todo se nubló”, claro que se nubló ¿Qué querías que pasara? -¿Por qué lo dices? ¿Acaso estoy muerto? -Físicamente no, fue grave pero sigues con vida. -¿Físicamente? ¿A qué te refieres? -Pronto lo entenderás. Solo recuerda: tú lo causaste. -¿Qué me ha pasado? -Tu confusión, tu ira, tu tristeza te ganaron. Saliste harto de la vida. Cuando prendías un cigarro de tristeza un camión te envistió y perdimos el conocimiento. por un momento. Físicamente habías muerto, me desmaye contigo hasta que desperté y tomé la decisión de verte de frente por última vez. -¿Dónde estamos? -En mi hogar: en tu corazón. -Pero si este es un calabozo sucio con un olor repugnante, lo único bello es lo que puedo apreciar a lo lejos esa luz que debido a las cadenas no puedo saber que es. -Lo único que por un momento valía la pena seguir luchando y soportar tus errores, por lo único que yo no me rendí. -Encadenado y me dices que es mi corazón. ¡Demonios no mientas! ¿Dónde estoy? -Yo no miento, porque mientras por mentiras, errores y miedo así está mi hogar. Esas cadenas, no sé por qué te quejas, tú mismo las has formado y las letras tú solo las has labrado.
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-¿Qué letras? ¿Qué dicen? No veo, dime. -La razón de por qué tu libertad es negada: tus desconfianzas, mentiras, vicios, miedos, violencia, odio celos, desconfianza a ti mismo, miedo a soñar. -Dime que dice aquella placa que está situada arriba de mí en la que las cadenas están soldadas. -Dice lo que tú solo decidiste sin importarte nada ni nadie: “ tus propios errores te hicieron perder el amor tus errores son los causantes de tu propio exterminio”. -Perder el amor… Yo sólo quería ser feliz, pues tú solo causaste lo contrario. Mírate como siempre pensando en ti, solo en ti. Egoísta. El silencio inundó el lugar, un frío fuerte y secó pegó en mi rostro, algo había pasado. -¿Qué pasa? ¿Qué me sucede? ¿Qué hago? Solo quiero vivir y amar, solo quiero ser feliz. -No pidas algo que ya no tiene sentido, ya no tienes que recordar, ya se ha ido. -Déjame, solo quiero luchar. -Pero ¿para qué? Ya has perdido. -Cállate ¿hasta cuando estaré aquí? ¡Déjame ir! -Siempre estarás así encadenado, entiende ni siquiera nadie sabe lo que te ha pasado ni familia, ni amigos, ni ella, nadie. Tú causaste que nadie ni siquiera se preocupara por nosotros. De repente la tristeza no dejaba de aumentar, más una pausa se creó no había nada más que yo limpio y sin cadenas ni heridas, libre. Mi rostro empezó a sonreír, una sonrisa de fe y de ilusiones y otra oportunidad. La única voz era la mía. No paraba de sonreír y dar gracias pero cuando pensé que todo había terminado mis ropas se desgarraban poco a poco, las heridas abrían, mi boca y pies sangraban, la luz se disminuía cada vez más, intente correr y escapar llegar a la luz cuando tropecé tan duro que la sangre empezó a escurrir por mi frente seguía encadenado otra vez mi libertad y mis ganas de vivir eran arrebatadas ¿Por qué? ¿Por qué? La risa pesada y burlona de nuevo, todo se ha: ido la ilusión se desvaneció y tu ríes, riendo solo dijo: -Ahora sabes que sentí cuando de la nada todo murió, todo se acabó. Has muerto amigo mío, ya no luches hemos muerto. De la nada un gran shock sentí voces retumbaban mis oídos pero me encontraba tan aturdido que no lograba entender nada, mis ojos empezaban a abrir, la luz era deslumbrante solo llegaba a ver borrosas siluetas; a mi alrededor todo se empezaba a aclarar. -¡Es un milagro! ¡Está vivo! -¡Felicidades doctor! Me situaba en un hospital, traté de moverme, ninguna atadura me lo impedía pero me sentía más encadenado que aquel calabozo, mi fuerza poco a poco volvía a mí. -Doctor se mueve, se mueve, no cayó en coma. Me sentí con fuerza suficiente para respirar, el aire recorría mis pulmones con una frescura inexplicable, vi mis brazos y arranqué los sueros violentamente; aparté a todos de mi, trataron de agarrarme, vi la puerta y no lo pensé dos veces corrí hasta alejarme de aquel sitio; quise ir a casa, todos estarían preocupados buscando, pensé pero cuando llegue me di cuenta que ni siquiera mi ausencia habían notado, corrí hasta no poder. Quería verla, quería amarla, quería abrasarla demostrarle que aquí seguía esperándola ,que quería estar a su lado; la vi a los lejos pero nada había pasado, todo seguía igual sus ojos expresaban enojo y desconfianza y ella que ya todo había olvidado, ya no era nada para ella; todo seguía igual nada había cambiado, seguía sintiendo esa gran presión pero mis pies y manos limpios estaban sin cadenas pero yo ahí las sentía, más fuertes que nunca. Intenté, llorar, gritar pero todo fue nulo, por fin había entendido lo que en mi propio calabozo, mi sentir me dijo estaba muerto, mi sentir había sido eliminado y esa voz, mis sentimientos el que nunca dejó de luchar por fin se rindió. El vacío inundaba mi cuerpo, un cuerpo que tan solo ya era algo vacío, solo roto y sin sentido el único recuerdo son estas cadenas que siguen conmigo, el sendero de este irónico camino, cadenas tan fuertes tan pesadas tan reales.
Ignacio Hernández Macías, 22 años. Toluca, México. Estudiante.
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silencio Todo comenzó cuando cambió su foto de perfil en Facebook y dicho cambio no conllevó la cantidad acostumbrada de likes. Nada por lo que preocuparse, en principio. Tan sólo el silencio de algunos contactos con cuya aprobación contaba de antemano. Su actualización de estado pocos minutos después tampoco obtuvo todo el apoyo previsto. Eso ya le extrañó más, pues se trataba de una cita motivadora del popular Paulo Coelho, autor al que nunca había leído pero cuyas sentencias solían adornar su muro y el de muchos de sus contactos con profusión de likes, comentarios y compartidos. Ello la llevó a reflexionar, sin proponérselo, en torno al seguimiento que últimamente venía recibiendo su Twitter. No es que su popularidad en dicha red social se hubiese desplomado, ni mucho menos. Pero sí había percibido un descenso progresivo, tanto en número como en frecuencia, de los retweets de sus publicaciones. Llegaba tarde a su cita. Antes de guardar el móvil en el bolso comprobó el Whatsapp. Nada relevante. No se presentó. Ni siquiera se molestó en enviarle un whatsapp para avisarla. Tampoco es que se acabase el mundo, no era para tanto. Un buen polvo, sin más. Mientras esperaba se entretuvo tomándose una selfie para su Instagram, que inmediatamente posteó en Facebook. También compartió el hiperglucémico frapuccino en fotografías desde todos los ángulos posibles. Y actualizó de nuevo su estado con una cita anónima acerca de la informalidad y la deslealtad características de nuestra sociedad. Aguardó unos likes que no llegaban más que con cuentagotas. Ningún comentario, todavía. No respondía a sus whatsapps ni veía sus privados en Facebook. ¿Le habría ocurrido algo malo? Le daba igual, o debería. Lo hubiera llamado pero no quería parecer desesperada. Pagó y se marchó. Como cada mañana, lo primero que hizo fue consultar sus redes sociales. Apenas algún like desganado. Ningún mensaje, tampoco comentarios. Pocos, muy pocos retweets. Y los mismos seguidores- incluso alguno menos, creyó, recontando grosso modo-. Sin novedad en el Whatsapp, más allá de las aportaciones intrascendentes que alguien había hecho a una olvidada conversación grupal. Seguía sin tener noticias de su cita. Lo llevaba claro si esperaba que diese no ya el primero, sino un solo paso (más). Un sombrío estado de ánimo fue apoderándose de ella conforme el día avanzaba sin una sola novedad reseñable en el seguimiento recibido por sus distintos avatares virtuales. Su última actualización de estado en Facebook, casi un grito de socorro ya, no se había hecho acreedor ni de un mísero like. El silencio de varias de las que consideraba buenas amigas- conocidas íntimas, cuando menos- era lo único que había recibido por respuesta a sus reiterados whatsapps. Tampoco veían sus privados en Faceboook. ¿O era acaso que no querían verlos? El smartphone de última generación no dio señales de vida en toda la jornada. Bien a la vista sobre el escritorio, al máximo el volumen, la batería recién cargada. Online en toda red social y servicio de mensajería susceptible de su log in, y no eran pocos- de hecho, más bien todos-. Nada. Se habían pasado la mañana, los cuarenta y cinco minutos para la comida y el trabajo de tarde en el más absoluto y deprimente de los silencios. De regreso a casa, en el vagón de metro inusualmente vacío, repasaba cada una de sus ignoradas
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actualizaciones de estado y tweets en saco roto. Media docena de ilusionadas fotografías profusamente filtradas, incapaces, no obstante, de llamar la atención de nadie. Siquiera la última, de hacía escasos minutos: una instantánea del desierto vagón. Siempre repleto hasta los topes, la soledad con que la obsequiaba aquella noche no generaba en ella sino una mezcla de extrañeza y desasosiego. ¿Dónde había ido todo el mundo? Incluso la mitad de la oficina parecía haberse cogido vacaciones de golpe. Y nadie de entre la otra mitad se había dignado dirigirle la palabra desde... ¿anteayer? A medida que pasaron los días en aquel silencio contumaz, una terrible sospecha fue formándose en su mente: es posible que en el momento de morir, desorientado por el enorme trauma que el hecho mismo debe de suponerle, el finado no tenga conciencia fehaciente de su propio deceso Algo así llegó a pensar que estaba sucediéndole, una especie de muerte en la red. Porque no le cabía duda de que, en la dimensión gris y sin filtros de la realidad cotidiana, seguía tan viva y coleando como el día que la habían dado a luz. La prueba era que cada mañana había ido a trabajar, lo último que se le hubiera ocurrido hacer caso de no estarlo. Parecía, más bien, haberse vuelto invisible. Y no sólo en todas aquellas páginas web porfiadas en su mutismo. Porque nadie en la oficina hablaba con ella, y sus denodadas tentativas de entablar conversación con los pocos compañeros que todavía andaban por allí- un imparable y súbito absentismo parecía asolar la otrora populosa plantilla-, apenas si obtenían algún monosílabo desganado por respuesta. Lo mismo cuando al regreso, abandonado el ya siempre vacío vagón de metro, se encaminaba al supermercado por calles desiertas y mal iluminadas, animadas y radiantes no hacía tanto, y la cajera, antes tan interesada en su variopinta vida sentimental, se limitaba entonces a mascullar un precio inaudible sin ofrecerle la bolsa reciclable acostumbrada. Incluso el gato se había largado, parecía, para siempre. Y es que la última de sus nocturnas excursiones de caza- tanto de ratas en exceso osadas como de hembras en celo- se prolongaba ya más de lo habitual y razonable. La pérdida de seguidores que en su cuenta de Twitter creía haber percibido unos días atrás se confirmaba con toda crudeza. Ya no era mera sospecha sino hecho demoledor. Una sangría que había venido acelerándose hasta hacer rayar en la irrelevancia su presencia en dicha red. Sus centenas largas de amigos en Facebook se habían visto mermadas en unas cuantas docenas ya, y hacía tiempo que sus actualizaciones de estado no importaban a nadie, lo mismo que sus fotografías. También los kilómetros recorridos en sus sesiones de running, minuciosamente consignados por una de tantas apps dedicadas al respecto y puntualmente enlazados a sus variados muros de exposición pública, habían dejado de interesar incluso a quienes nunca tardaron en jalearlas con telemático ardor. La constatación de su lastimosa inexistencia le llegó cuando, aquejada de gripe, se había ausentado de la oficina durante los últimos dos días, y ni un solo colega, siquiera el negrero al frente del departamento de recursos humanos, se había molestado en preguntar por ella. No era sólo que sus compañeros no hubiesen descolgado el teléfono o tecleado un caritativo whatsapp, es que su cada vez más menguada nómina de amigos virtuales había hecho caso omiso de sus reiteradas actualizaciones de estado, ignorando sistemáticamente
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sus intermitentes y debidamente anunciadas jaquecas, la creciente densidad de sus flemas y la cavernosidad doliente de sus ataques de tos. Lo mismo respecto a las fotos con que había venido ilustrando los diferentes remedios ensayados, tanto farmacéuticos como caseros; éstas habían despertado similar, por nulo, interés. Y llegó el día en que sucedió lo no por inimaginable menos temido: su extinción virtual. Ningún amigo en Facebook, ni un solo seguidor en Twitter e Instagram. Nada. Se ahogaba en el silencio absoluto, enfangada en la soledad de su casa, abandonado un trabajo en el que nadie se había percatado de su ausencia. Corrió al supermercado, a procurarse una botella de algo con que ayudar a tragar los tranquilizantes en los que de nuevo había caído tras varios años de enorgullecedora limpieza. La cajera, aquella que siempre aprovechase el breve momento del cobro para preguntarle por éste o aquél apuesto acompañante con que le había parecido verla, la misma que desde hacía varias semanas apenas si le dedicaba una adusta farfulla del precio de sus compras, ésta vez ni siquiera la vio. No era que no la hubiese mirado- eso, dignarse mirarla a los ojos cuando le espetaba la cantidad requerida, había dejado de hacerlo mucho tiempo atrás-; es que, sencillamente, no la había visto. Y ello pese a haberse quedado parada durante varios minutos a escasos centímetros de ella. Podía oler su densa respiración; sin embargo, sus ojos la atravesaban impávidos, como si estuviera hecha de vidrio. Pasó de largo frente a la figura impertérrita, la botella de ginebra barata en la mano, sin que aquélla alterase su gesto de esfinge. Media botella y más comprimidos de los recomendables la ayudaron a tomar una decisión. Tras twittearla se encaminó a la estación de metro. Tuvo que esperar pocos minutos antes de ver los faros embocar su parada. Entonces se arrojó a las vías. Decenas de personas se precipitaron fuera de los vagones, alarmadas por el brusco frenazo- impotente ante la tragedia avecinada. Su último tweet fue trending topic durante algunas horas.
Carlos Ortega Pardo, 31 años. Valencia, España. Profesor.
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Dejarnos ir Esa noche, mientras hablaban, comprendió que él la había perdido por cansancio: ya no le bastaban sus excusas frente a las recurrentes llegadas tarde o a las faltas sin aviso, ya no le servía irrumpir en su vida y que él no lo notara, ya no soportaba mendigarle atención, ya no quería seguir analizando sus olvidos frecuentes, ya no tenía ganas de excusarlo por todo, ya no deseaba seguir sintiendo ese gusto a poco en la boca cada vez que él se iba sin despedirse. Entonces, cuando sus palabras dejaron de retumbar dentro suyo, cuando su indiferencia transmutó en un mal sueño de esos de los que, por fortuna, una despierta tarde o temprano, se sintió aliviada... la alivió saber que sólo él perdía, que era él quien se quedaba sin un futuro juntos, que era él quien añoraría su presencia, que era él quien se iba a lamentar por no tenerla más en su vida. Sólo él perdía, ella no. Ella no tenía nada que perder, porque aún cuando sintió que se le anudaba el estómago, esa noche, mientras hablaban, comprendió que no podía perder nada que no hubiera tenido antes. -Dejarme ir, eso debería hacer, despertarme una mañana y tomar la sabia decisión de alejarme... hacer que ya no duela, que la espera no se convierta en el centro de mi vida, que su presencia no sea lo único importante... hacer que se vaya, que deje de ilusionarme con promesas que nunca llegarán a cumplirse, que renuncie a mentirme en la cara, que deje de usar las palabras como si no tuvieran valor... prohibirle la entrada, no permitir que siga yendo y viniendo por mi vida como si fuese el dueño, sacarle la llave, cambiar la cerradura, impedir que vuelva... no recibirlo a la madrugada, no dejarlo que deshaga lo andado, no cambiar de opinión ni dejar que me convenza con sólo decirme “hola”. Decirle que se vaya, pedirle que no vuelva, prohibirle el acceso a mi vida. Cuando colgó el teléfono, él se le filtró en todos sus pensamientos: era un constante rememorar lo vivido (¡cuán poco habían vivido!), un contabilizar el tiempo transcurrido (tantos años esperando a que él se decidiera, tantos meses de ausencia, tantos días tachados en el calendario, tantas horas ansiando encontrarlo, tantos minutos aguardando una respuesta); era imaginarse futuros encuentros (aunque tuviera la certeza de que los desencuentros eran los únicos encuentros posibles entre ellos); era odiarlo con los ojos, con la boca, con las entrañas, era la imposibilidad de conciliar el sueño por miedo a cerrar los ojos y que allí también la rechazara. -¿Por qué insisto? ¿Qué quiero conseguir de él? ¿Por qué lo sigo buscando si él no quiere que lo encuentre? Esta vez es definitivo: se acabó, no lo sigo más, me cansé, no quiero más de esto, yo valgo más que esta espera ilimitada frente a su falta de decisión, yo quiero otra cosa. Me aburrió, me hartó, me sacó de quicio, me quitó las fuerzas, me dejó sin energías. Si estas son las reglas, yo abandono el juego. Ya no quiero que siga jugando conmigo. El sueño por fin la venció y él se esfumó de sus ojos como solía hacerlo siempre que ella se le acercaba o le proponía una forma nueva de amar. Él huía, salía corriendo, se hacía el desentendido, evitaba responderle, se alejaba sin volver la vista atrás, la despreciaba, la volvía insignificante, le demostraba indiferencia, la hacía sentir sola. Él se comportaba de un modo arrogante y ella no podía comprender por qué se le hacía tan difícil, casi imposible, lograr que ese amor se consumara al menos en sus sueños. -Nunca voy a conseguir que se enamore de mí, que se estremezca con sólo escuchar
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mi voz, que vibre al mínimo roce mío, que se le ilumine la cara al verme, que se le corte la respiración cuando estemos tan cerca que el beso se torne inevitable y peligroso. ¿Qué hago mal para que no me quiera? ¿Qué errores cometí que lo alejaron de mi lado? ¿Por qué me culpo? ¿Acaso algo de lo que podría haber hecho modificaría el rumbo de nuestras vidas? No me quiere, nunca me quiso, jamás va a quererme. Fin de la historia. Hora de abrir los ojos. Esa mañana, al despertar, se sintió morir. Tomar decisiones, muchas veces, nos hace sentir presos de dolor, nos hace dudar de lo que sentimos, de lo que queremos, de lo que estamos dispuestos a soportar. Ella estaba segura de todo lo que lo quería (aunque no podía definir con exactitud cuánto amor cabía en ese todo). Estaba segura pero no podía seguir esperando a que él lo notara, porque aunque él lo notara alguna vez, ella sentía que nunca iba a elegirla. Y ella merecía más que eso, en realidad, ella quería más que eso... Entonces lo decidió: a partir de esa mañana, muerta de dolor (viva sin él), iba a olvidarlo. -Dejar de pensar en él, dejar de buscarlo, no aparecer de improviso en su vida. Dejar de aguardar su llamado, obligarme a dejar de quererlo. No esperar nada de él, no hablarle más, soportar el silencio, no insistir para que me quiera. Dejarlo ahora, antes de que sea demasiado tarde (¡creo que ya es demasiado tarde!). Dejarlo ahora, entonces, sin más comentarios ni especificaciones. Comenzó por pronunciar su nombre en voz alta, infinidad de veces hasta que perdiera sentido, hasta que no tuviera significado para ella. Lo nombró a los gritos, entre llantos, a carcajadas. Lo acompañó con insultos, con preguntas, con certezas. Lo llamó una y otra vez, y se sintió atormentada: por más que hiciera el intento, ese nombre no lograba causarle indiferencia. Y entonces sintió rabia, ira, desesperación, decepción, un dolor en el pecho, una cama vacía, una habitación a oscuras, un silencio, una imposibilidad de dejar de llorar, un corazón deshecho, un no poder levantarse y nunca un olvido. -Nombrarte hasta que dejes de dolerme en todo el cuerpo. Nombrarte hasta derramar la última lágrima. Nombrarte hasta sacarte por completo de mi mente. Nombrarte hasta que ya no me importes. Nombrarte hasta que seas sólo un mal recuerdo. Nombrarte para dejar de pensarte. Nombrarte hasta exorcizarme de esto que no fuimos, de lo que nunca llegaremos a ser. Nombrarte para no quererte más o para quererte cada vez menos. Nombrarte una, dos, cien veces. Nombrarte para ir borrando tu imagen de a poco, para que se vuelva difusa, para que ya no me cuestione. Nombrarte sin estremecerme. Nombrarte sin que se me nuble la vista. Nombrarte y que tus letras ya no me nombren. Prosiguió el proceso hacia el olvido recorriendo los lugares que le recordaban ese amor inconcluso, porque creía que eso la ayudaría a disminuir el ritmo de los latidos de ese nombre que aún retumbaba con tanta fuerza dentro suyo. Comenzó por el Café donde se encontraron cuando apenas se conocían: se presentó a las cinco de la tarde y se sentó en la misma mesa, pidió un cappuccino como aquella vez, rememoró los diálogos, las miradas, las sonrisas, las interrupciones, el miedo a que él no sintiera lo mismo, pidió la cuenta, pagó ella y se fue sin que nadie le abriera la puerta para invitarla a salir. Siguió por aquel cine de barrio donde comenzó a enamorarse de la pasión con la que él soñaba: eligió una película al azar, se sentó en la primera butaca libre que encontró y esperó que sucediera el milagro
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de dejarlo olvidado en medio de esa historia. Por último fue a la estación de trenes: él ya no la aguardaba de espaldas mirando el andén, pero lo sentía tan presente, tan ahí con ella que no pudo soportarlo y se largó a llorar desconsolada, tan desconsolada que pensó que si no se dejaba ir de una buena vez no sería capaz de correr el riesgo de emprender nuevos viajes. Fue así que deseosa de confiar en que no por casualidad se encontraba en un lugar de partidas (¿sería este su punto de partida?), secó sus lágrimas y subió al tren. -Cada lugar me recuerda a vos y paradójicamente no son tantos los sitios que te nombran: alguna calle, alguna esquina, algún bar, alguna sala de cine, alguna estación, algún rincón de tu casa, algún libro en mi biblioteca, alguna lágrima en mi almohada, algún abrazo en mis sueños , algún pensamiento que me repetía que vos eras el único lugar donde yo quería estar... Y sin embargo, hay dos lugares de los que aún no puedo arrancarte: mi cuerpo que no para de llamarte, mis palabras que sólo hablan de vos. ¿Cuándo llegará el día en que ni mi cuerpo ni mis palabras te pertenezcan? ¿Cuándo me sentiré libre de tu boca? ¿Cuándo estos sitios prescindirán de nosotros? ¿Cuándo te irás? ¿Cuándo me iré? ¿Cuándo dejarás de dolerme tanto? Continuó los días empecinada en sacarlo de su cabeza, en que no se le presentara sin permiso cuando estuviera concentrada viendo una película, en que no se le filtrara en medio de una canción. Hizo todo lo posible para borrarlo de su vida: quemó fotos, rompió los papeles donde habitaban las palabras que sólo él había logrado inspirarle, tiró a la basura todo aquello que se lo traía de vuelta. Persistió cada noche en sacarlo de sus sueños y de sus insomnios, en no permitirle que se sintiera el dueño de sus horas de vigilia. Le exigió que parara de aparecérsele en otros hombres, que dejara de entrometerse en sus pensamientos, que ya no se asomara a través de sus ojos. No quería verlo más, ni escucharlo, ni sentirlo. Quería que se fuera de una buena vez, que se fuera para siempre, que se fuera para nunca.
Fernanda López, 30 años. Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Escritora y Trabajadora Social.
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VEINTISIETE Nunca pensé que llegaría el día en que nuestros cuerpos se encontrarían… Me encuentras, me llevas hacia la pared, me besas, me recorres cada parte de mi cuerpo con tus dedos. Siento como tu aliento me calienta el cuello y como tus ojos se están grabando cada uno de mis gestos, como es que tu mano izquierda se encuentra con mi cadera y la derecha con mi cabello, y lo enredas. & empezamos a acalorarnos dentro de esa habitación, mientras el termómetro marcaba tres bajo cero. A lo lejos creo escuchar la sirena de una ambulancia pero solo me concentro en tu respiración, en tu aroma... Sin darme cuenta estábamos solos. Te amaba, eso lo sabias. Quizás te aprovechabas de mis sentimientos o, tal vez en el peor de los casos tú también me amabas y si fuera así estaríamos condenados a amarnos a partir de ese momento y pasado el tiempo perdernos.
Larissa Bugarini Calleros.
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Cuando los cuervos cantan
Cuenta una antigua leyenda, que al atardecer los cuervos empiezan a cantar anunciando la llegada de la muerte, nunca se sabe de quién hasta que llega el amanecer... Aquella tarde parecía una tarde cualquiera, aún que un poco más tranquila de lo normal. Recién llegaba del trabajo, estaba cansada y agitada por haber tenido un largo día, un día tan común como corriente. Estaba cansada de la rutina y esa tarde decidí hacer algo diferente a las demás, tome un café y abrí la ventana, la ventana que jamás abrí y el café que jamás tomo por la mañana. Me quede mirando hacia la nada por la ventana mientras tomaba sorbo a sorbo mi café. De pronto un cuervo se paro en mi ventana, me miro fijamente a los ojos y comenzó a cantar, en ese momento supe que ella venia por mí, venia por mi alma, mi joven y amargada alma tan cansada de la rutina.
Alicia Garza, 20 años. Monterrey, México. Estudiante.
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A tres calles “Yo sé que no siempre gana el que pega primero; pero no sirve dejarse pegar…” Emiliano Brancciari
Probablemente lo hice sin pensar, de manera automática: lo había visto varias veces. Era algo común en mi entorno, parecía que venía en mi sangre; ahora veo que no. Creo que el que lo hacía con más naturalidad, del que aprendí, fue mi padre. No sólo me enseñó; además, me advirtió de muchas cosas y me enseñó varios secretos de la zona y de sus alrededores. Debía ser un juego para él, para todos. Recuerdo las instrucciones que tenía, porque íbamos al menos cada dos semanas: las calles que debía evitar porque era probable que saliera alguna rata de las vecindades cercanas; la zona ropa, zapatos, aparatos electrónicos; también, recuerdo qué locales visitar para tener referencia del precio; a quiénes no comprarles; a quién dar propia; el color de una prenda nueva, cómo se sentía la mezclilla de buena calidad; recuerdo hasta cómo debía ir vestido: todo era un repetición. La primera vez que lo intenté no iba solo. Mi primo me acompañó a comprar algunas cosas y me retó a hacerlo. Al final me arrepentí o me asusté o no sé qué me pasó, pero no pude hablarles. ¿Eso era una señal de algo más? Probablemente sí. Finalmente, después de intentarlo, una de ellas se me acercó demasiado, y yo retrocedí: “error fatal”, decía mi padre. Ella dio dos pasos, como amenazándome; pero, en eso, mi primo me tomó de la mano y me jaló. “¿Estás pendejo o qué? Bien sabes que no debes darles terreno, chale, creí que ya no estabas tan morro”, dijo con enojo, casi con pena. Ese día llegamos a casa de mi abuelo y cuando nos quedamos solos otros primos y yo, empezaron a burlarse de mí por mi patética actuación. Maldito orgullo falso, maldita vergüenza injustificada: eso me llevó a estar aquí. Me harté, me ofendí, me odié, y decidí no volver a ser su burla. Así que volví solo unos días después, en el día de descanso. No dije nada a nadie. Llegué temprano, quizá quería presumirme en la tarde lo que había logrado o sólo quería demostrarme que la siguiente vez que alguien me acompañara podría con ellas. Recuerdo lo que me dije: “ninguna putita me va a volver a hacer menos, como ellos. Nadie volverá a hacerme menos. ¿Entienden, chicas?”. Dije tonterías así varias veces, como queriendo reafirmar lo que hacía y el porqué. Era la mañana en el día de descanso del mercado y, aún así, el ambiente está lleno de una mezcla de varios olores: se puede respirar sangre, comida echada a perder, cerveza, hierbas quemadas, orines y otras cosas. Vi las calles principales vacías: seguramente que estaban cerca de su zona segura, la zona roja, la zona donde había hoteles por menos de un billete. Caminé pensando en los consejos, sólo quería seguridad; y cuando estaba a un par de cuadras de la zona roja… vi a una jovencita, quizá más que yo, y me tranquilicé. Es más fácil hablar con ellas cuando son jóvenes, ahora puedo decir el porqué.
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Me acerqué y se quedó viéndome. “Hola”, le dije de la manera más estúpida, como si fuera una amiga o una compañera; me miró extrañada, pero respondió el saludo. Me pause un momento: ¿Qué seguía? ¿Cuánto cobras o sólo cuánto, cómo te llamas, eres de por aquí? ¡Mierda! ¿Qué debía decir? ¿Qué sigue? “Soy Rafael”, dije. “Ah, y yo Mariana”, me respondió… Y otra maldita pausa en mi cerebro. “Este… entonces…”, quise hablar. “Ya vete”, me dijo. “No, espera”, respondí como si estuviera a punto de decir algo inteligente. Mis nervios, mi estupidez, no me dejaron ver el miedo de la chica. “Aquí no estamos para jugar, chavo, ¿qué quieres con mi morrita?”, me dijo una mujer delgada, cercana a los 40 años, en una clara delgadez que daba asco, con un bilé en los labios que parecía sangre seca y con una sombra de ojos oscuro, como carbón. “No, nada, este…”, intenté responder. “Ah, cámara, ¿vienes a jugar?… aquí no venimos a jugar ni platicar, nene, estamos trabajando”. Di un paso atrás; sí, el error más grande, pero creo que desde antes ya estaba perdido. “A ver, nene, aquí no estamos jugando, ¿cámara?”, repitió la prostituta. “¿Qué, reina, qué pasa, tienes broncas?”, dijo otra mujer que llegó por atrás de mí, era más vieja y regordeta, un poco más alta que yo y con unos brazos enormes, era todo lo contrario a la primera. “Sí, nena, es este chamaco que cree que puede jugar con las morritas… A ver, pendejo, aquí no jugamos, ¿oquei?”, dijo la primera prostituta al sujetarme de la camisa. “Cálmate, pendeja”, le respondí y con un manotazo quité sus manos de mi ropa. La que llegó detrás de mí me empujó y tiró al piso. No fue necesario que gritaran pidiendo ayuda, entre ellas siempre se apoyan; yo lo sabía. Las dos primeras, la delgada y la gorda, me empezaron a patear; primero en los testículos para que no pudiera moverme; después llegaron más prostitutas, no sé de dónde, y siguieron pateándome en todo el cuerpo; algunas con tacones altos comenzaron a clavármelos al pisarme. Quería sacar mi cartera, mi celular y darles todo lo que tenía; pero esto no era un robo: era una venganza o un castigo. Al final, una patada en la cabeza me noqueó. Creo que duró un poco más la escena, quizá por miedo o por seguridad de ellas. Yo sólo espero que se hayan detenido cuando un tacón entró en mi ojo izquierdo: no sé qué más podrían haber hecho después de algo así.
Uriel Aarón Cadena Torres, 21 años. Distrito Federal, México. Estudiante de licenciatura.
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¿Dónde está el límite? Se llamaba Inés. La conocí cuando tenía quince años. Íbamos a la misma escuela y teníamos las mismas amistades. Chica grande para su edad, grande para ser chica; el pelo rubio y ondulado, los ojos azules y una determinada manera de comportarse: siempre reacia a las risas fáciles. Parecía como si en vez de una persona fuese un roble. ¿Habéis conocido a alguien con esa actitud? Quieta, sin interrogantes, directa pero distante; perenne, siempre en un estado de ánimo que me resultaba tan atrayente cómo fastidioso; ajena a cualquier cosa que se le dijese, pero transmitiéndome la seguridad de que pasase lo que pasase iba a estar ahí; sobre todo atrayente, generando seguridad en mi persona. Era esa seguridad precisamente la que me fastidiaba, nunca llegaba a nada, como un roble. Las amigas solíamos ir al parque a charlar, tomábamos cacahuetes o pipas, según el día. Algunas veces se acompañaba de refresco de naranja; nos sentábamos sobre la hierba recién cortada, nos quitábamos las zapatillas de deporte y los calcetines, dejábamos que aquel césped nos hiciera cosquillas en las plantas de los pies y nuestras manos recorrían su superficie mientras el sol primaveral, veraniego u otoñal, nos curaba de los sermones que eran las clases. Éramos silenciosas. Cada cinco minutos alguna comentaba algo que podía, o no, desencadenar una pequeña conversación. Yo disfrutaba de todos los momentos de silencio con el ir y venir de los gorriones, con sus gorgojeos e inquietudes; me tumbaba boca abajo y me entretenía buscando algún bichito entre los tallitos y hojas, para observarlo, simplemente observarlo. Podíamos estar horas. Nunca nos tomábamos más trabajo en mirar el reloj que en hacer los deberes; la vida simplemente iba pasando. Las épocas de exámenes eran épocas de crisis dentro del grupo; cuando no se enfadaba una, no aparecía la otra después de haber quedado; pero siempre acabábamos sacando la nota necesaria para continuar estando juntas. Hasta que acabamos el bachillerato: la vida nos llevó a cada una por su lado. Recuerdo aquellos momentos como los mejores de mi vida: la paz, la tranquilidad... Disponía de tanto tiempo que podía disfrutar del sonido y del movimiento de las ramas movidas por el viento. Pasaba muy a menudo por los caminos, de baldosas de piedra, que llevaban hasta la fuente que había en el centro del parque. El sonido el agua me hipnotizaba y me sentaba en el borde, también de piedra, y metía una de mis manos para comprobar que estaba bastante fría. Me llamaba mucho la atención aquello: el hecho de que siendo el mismo sol el que calentaba el aire, el agua estuviese siempre varios grados por debajo. La tarde era muy tibia en aquel mes de mayo. Yo había quedado, como cada tarde, el día anterior con mis amigas. Hacía ya algunos meses que me preocupaba, tenía la sensación de que ellas estaban cambiando; me apesadumbraba un poco, en mi simpleza, porque habían empezado a cambiar los temas de conversación habituales. Ya no eran las series de dibujos animados, casi nunca de las clases de filosofía y creo que, incluso yo, había renunciado a criticar a los profesores que teníamos. Sin embargo, no lo pasaba siempre mal con el cambio; teníamos un profesor que se llamaba Roberto, nos daba educación física y tenía unos veinticinco años, era moreno y tenía los ojos azules..., y bueno, todavía hoy podría describirlo; pero creo que, en lo que menos nos fijábamos era en sus clases, en su nombre o en sus ojos. Aquella tarde me encontraba como siempre, jugueteando con una ramita caída de un árbol, mientras las chicas hablaban. Le di unas cuantas vueltas, ellas seguían con el mismo tema de la tarde anterior: algo relacionado con una salida que yo me había perdido. Creo que era al palacio de hielo.
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Yo empecé a descascarillar la ramita con la uña. Creo que fue Irene la que empezó con aquello de “¡Qué bien nos lo pasamos! ¿Verdad?”, y yo, pues me sentí algo incómoda. Si mis padres me hubiesen dejado habría ido, pero me hice la tonta y seguí con mi ramita. Un par de ellas hicieron referencia a una cita con un par de chicos que habían tenido la semana anterior. Irene prosiguió con su descripción, con cómo se habían comportado con los grupos que encontraron y cómo había resultado la experiencia de empezar a salir solas; y seguí rascando la ramita. Otro par de ellas corroboraron la historia. Se hizo un silencio de un par de minutos, levanté la mirada. Irene volvió a soltar aquello: “Que bien nos lo pasamos. ¿Verdad?”; empecé a partir un pequeñísimo pedazo de la ramita. El par de chicas que atestiguaban las escenas e Irene empezaron de nuevo a repetir toda la historia, y seguí troceando la ramita. La escena se alargó durante aproximadamente una hora; ahí si que tuve en cuenta el tiempo. Me quedé asombrada, no solo de que no se diesen cuenta de mis sentimientos, sino de que fuesen capaces de repetirlo una y otra vez, casi con las risas clavadas en los mismos puntos, de una forma, que me pareció en aquellos tiempos, hipócrita. Inés estaba de pie, cómo siempre. Casi siempre estaba de pie. Se me quedó mirando, distante. Al final me coloqué a su lado, creyendo que compartía mi manera de ver la situación; las chicas seguían con lo suyo. Me harté de partir ramitas. “Inés. ¿Te vienes?” Le dije. Y allí las dejamos plantadas con su nuevo tema de conversación. Paseamos unos diez minutos, sin hablar siquiera. Después la acompañé a su casa, estaba a unos cinco minutos del parque. “Bueno, no les hagas mucho caso”, me dijo. “No pienso hacerlo”, contesté. Y me fui a mi casa. Estoy en una cafetería del barrio de Arguelles, Madrid. La fecha exacta no creo que importe demasiado, siglo XXI. En algún periódico, allá a finales del siglo pasado, leí en grandes letras una noticia aterradora: De cada cinco mujeres españolas, una ha sido violada. Hoy esa estadística se ha perdido. La cafetería es monísima, tiene algo parecido a la cuenca de una ostra gigante en el techo. La pintura tiene tonos teja y anaranjados; las mesas de madera, cada una con su escena representando la antigua Grecia; las sillas repujadas; los camareros atentos, serviciales, dinámicos y realmente atractivos; el café rezuma un olor tan agradable, tanto, que casi da pena tomárselo. Las tazas, las cucharillas, el ambiente entero invita a quedarse aquí. No sé quién será el dueño, pero ha tenido el detalle de encargar que con cada café se ofrezca una chocolatina. La acepto, chocolate amargo, casi puro, y con ese tipo de textura que aún siendo dura se deshace en la boca: un lujo para los sentidos. Podría resultar barato. Hoy Inés se ha suicidado. Inés, simplemente no ha podido llevar esa carga. Se fue tras la muerte de su tío; no pudo soportar, lo dijo en su carta, el no haberlo matado ella.
Yolada García Pérez.
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EL SANTO OFICIO El santo Oficio o Inquisición apareció en España de manos de los Reyes Católicos (los cuales son, a su vez, los fundadores del estado español tal y como lo conocemos hoy territorialmente), cuya tarea fue continuada, con las bendiciones de la Santa Sede, por Carlos V, Felipe II (éste con especial ahínco) y sus sucesores, perviviendo a la caída de la Casa de los Habsburgos, y durante el reinado de los Borbones (Felipe V en adelante) hasta, por lo menos, el siglo XVIII e incluso parte del XIX. Ni que decir tiene que, al igual que durante el tiempo de los emperadores, “bajo cuyo Imperio no se ocultaba el Sol”, tampoco lo hacía en ojo avizor del Santo Oficio. Así, tenemos en este cuerpo, así como en el Concilio de Trento que inició la “Contrarreforma” contra la herejía luterana, el brazo ejecutor de la represión de todo tipo de desviaciones durante la Edad Moderna en uno de los Imperios más grandes que ha conocido la humanidad: Desde América hasta las Filipinas, castigándose el paganismo, el protestantismo, la apostasía, el ateísmo, el divorcio, la homosexualidad, el aborto, la brujería, y un larguísimo etc. afianzándose como el “guardián” del Estado Moderno (y Romano) también en cuestiones de disidencia política, de forma que podemos concluir este párrafo diciendo que todo tipo de censura actual resulta inquisitorial. Los/as historiadores/as no podemos permanecer impasibles ante estos abusos y, si no derivan en el activismo, sí pretenden que no se repitan los errores del pasado. Al menos en teoría. Porque los tiempos cambian y, con ellos, las formas. También, puede que no en el fondo de las cosas. Y es que habrá a quien le dé igual ver a una multitud amontonada y enardecida por los mensajes clericales en cualquier plaza mayor exigiendo, y pidiendo a gritos, el olor a carne quemada de una buena hoguera purificadora.
(En memoria de Miguen Delibes)
Eloy A. Gómez, 37 años. Granada, España. Licenciado en Historia.
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Derribemos los muros Derribemos los muros de nuestros corazones y erijamos futuros teñidos de ilusiones. Que hablen las acciones y no los sueños duros: promesas, construcciones, caminos siempre oscuros. Que sean ecos puros de nuestras emociones quienes libren de apuros a las nuevas creaciones. Colmados de ilusiones erijamos futuros en nuestros corazones; derribemos los muros.
Dante Vázquez, 33 años. México, D.F. Poeta.
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La visita Nos veían pasar como si fuésemos intrusos, algo de razón tenían, era su casa, morada de muchos, en particular de aquel que íbamos a visitar. Los nichos rodeaban todo el cementerio convirtiéndolo en una triste caja de cemento. Los mausoleos se ubicaban tras la imponente fachada blanca que escondía la vejez derruida del lugar. En el parque central las tumbas se apilaban unas contra otras, los antiguos caminos estaban ahora ocupados por fosas nuevas, había que pasar entre las divisiones de las parcelas; ya no había más lugar y la gente seguía muriendo. Se asimilaba a la ciudad de los vivos, la posición social parecía seguir existiendo; los más viejos y olvidados por sus familias estaban siendo removidos de la tierra para ser reemplazados por cadáveres frescos, exiliados de su último reposo se apiñaban bajo el arco de la entrada, mendigos de la muerte. El sector de los mausoleos era como un barrio privado, los hombres se turnaban para controlar que ningún alma extraviada les ocupara el espacio, hablaban entre ellos en un círculo cerrado, sólo desviaban la mirada cuando un visitante llegaba; como esa mujer perteneciente a la familia Medina que nos miró con desaprobación y desagrado, como si nuestra presencia le dañara la vista. En los nichos la historia era diferente, casi todos salían un poco, apoyaban los codos en el borde de sus lápidas y miraban todo el panorama como si estuviesen viendo una película, eran amigos por cercanía; el cotilleo parecía no detenerse nunca; los hombres aún allí hablaban de fútbol y las mujeres se mantenían atentas a los cambios, parecían llevar control de quienes eran los nuevos, los desterrados, los que recibían visitas. Me sentí más cómodo cuando comenzamos a caminar por el pasillo cerca de ellos, era como volver a estar en el barrio. Aunque si lo que se buscaba era un poco de espacio lo mejor eran las tumbas, sobre lápidas de mármol o cemento yacían todos recostados sobre la superficie, algunos sentados charlando. Todavía podían sentir el aire en el rostro, tal vez el calor del sol también; por la noche, pensé, debe de ser fantástico aquí lejos de la ciudad con un cielo estrellado por techo, viéndolo todo en absoluta oscuridad, sin el miedo a los muertos.
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El pasillo era largo pero desde lejos vi al abuelo fuera de su nicho, lo que era de esperarse dada su naturaleza inquieta, se había ganado la atención de unos cuantos, seguramente estaba contando anécdotas de sus días trabajando en el campo, las mismas que me repetía a mi cuando estaba vivo una y otra vez. Tenía esa sonrisa franca de estar pasándola bien. Al vernos la felicidad brotó por sus arrugadas mejillas pero en un momento su rostro se transformó, se llevó las manos a la frente y perdió la mirada en el piso, enmudeció delante de sus amigos y mientras nos aproximábamos les hizo señas para que se alejaran; yo buscaba sus ojos con los míos mientras mi padre al llegar al nicho, apoyó la cara contra la lápida y le dijo llorando: –Cuidame al nene, viejo. El abuelo levantó la cabeza y lo miró como si el alma se le estuviera rasgando dentro, se agachó a mi lado y me abrazo tan fuerte como nunca antes lo había hecho. La mano de papá abandonó la mía, él siguió caminando solo, detrás pasaron sus amigos José, el tano, Pedro y Manuel cargando un pequeño ataúd blanco.
Victoria Montes, 30 años. Argentina. Escritora.
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LUNA DE CÚNEO
Otra vez mi luna melona gotita de miel dominando / iluminando el paisaje nocturno con altos pinos inclinados casi chocándose en ángulo recto ¡Tan pequeños ante ella! Ella de agua ella de luz ella de miel ella eterna y encantada.
Sonia Otero Farías.
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Teatros temporales La discusión fue porque ya había comprado ropa la semana anterior. Por ese motivo, cuando me propuso entrar a la tienda, le dije que no. Me planté en la puerta y le advertí que no la acompañaría. No le prohibí que entrara, solo le manifesté mi posición de no hacerlo. Ella se ofendió, por supuesto, y cruzó la puerta sola. Decidí sentarme en el cordón de la vereda, haciendo tiempo hasta que ella saliera. Lo haría con varios bolsos y prendas innecesarias, me lo imaginaba. Tenía una compulsión por adquirir nuevos moradores para su gigantesco guardarropa. La excusa de “no tengo que ponerme” era tan inverosímil como la cantidad de veces que la decía por semana. Sencillamente, no pude con mi genio. Masticando bronca, busqué la calma mirando los coches pasar. No es un ejercicio muy relajante, menos cuando pasan velozmente y haciendo mucho ruido, pero era mejor que nada. O que imaginar en mi cabeza una pelea posterior, que era probable, si no controlaba mi temperamento, sucedería a la brevedad. Supuse que estaría esperando media hora. Sin embargo, habían pasado cuarenta y cinco minutos y no había señales de ella. Me acerqué lentamente hasta la puerta. No iba a entrar. Hacerlo implicaba romper mi palabra. Si era lo que ella pretendía demorándose más de la cuenta, no lo iba a lograr. No había nacido ayer, no señor. Traté de divisarla entre las clientas que iban de un lado a otro, la mayoría con una percha en la mano, y alguna que otra vestimenta colgando. Pero no la identifiqué. Observé atentamente los cambiadores, creyendo que podría estar allí. Pero tampoco tuve fortuna en la misión. Me decidí a llamarla. Busqué el teléfono en el pantalón, sintiendo que estaba volviendo a enojar. Si estaba demorando adrede, estaba logrando su propósito. Busqué su nombre entre los contactos y marqué. Sonó una vez, dos veces, tres veces… -¿Dónde estás? No fui yo el que pregunté. Fue ella, con una voz chillona, como cuando se volvía histérica porque algo no le salía bien. -¿Dónde estás vos? – retruqué, cada vez más enojado. -¡Mirá, si te cansaste de esperar y te fuiste, para después hacerme una escena, no lo voy a tolerar Roberto, porque ya somos grandes y si a mí se me canta comprar ropa, compro ropa, así que es hora que lo vayas entendiendo Roberto…! -Pará loca, que me gritás, hace casi una hora que estoy como un boludo esperando acá afuera. -No me mientas, hace treinta minutos al menos que salí. Te busqué por toda la cuadra. Hasta me crucé al bar ese de mala muerte que está del otro lado de la avenida. Miré para el otro lado de la calle. El bar estaba atestado de gente en las mesas de la vereda, pero no la veía a ella. ¿Podía ser que pasara a mí lado y no la viera? -¿Todavía estás ahí? Porque estoy delante de la puerta de la tienda, mirando hacia el bar y no te veo. -¿Te pensás que te iba a seguir el jueguito? Claro que no estoy ahí. Estoy en un taxi, volviendo a casa. -Te juro Malena que estuve acá afuera todo el tiempo, sentado en el cordón de la vereda. ¿No me viste cuando cruzaste la calle? -No me vengas con boludeces Roberto, no soy una ingenua. -Ya mismo voy para casa y hablamos ahí. Me estoy quedando sin créd…
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El crédito se agotó. Era sabido. En cada pelea con ella, o se me acababa la batería o me quedaba sin crédito. Lancé una puteada de todos colores y dos mujeres que salían de la tienda cargadas de bolsas, me miraron con desaprobación. Mentalmente las mandé a la mierda. Fui a casa caminando. Llegué veinte minutos después. No había nadie. Incluso estaba todo como cuando salimos. Busqué el teléfono fijo y marqué su número. -¿Querés que me enoje en serio? ¿Eso querés? – le dije levantando la voz. -La que se voy a enojar soy yo. Cuando vas a… -Cuando voy a qué, estoy en casa y vos no estás. Me hiciste venir para nada. Dónde estás, porque… -Roberto… -No, pará, dejame hablar a mí. Porque ya bastante tuviste por hoy. Decidiste comprar ropa, te fuiste del lugar dejándome ahí… -Roberto… -Paaaaará, paaaará Malena. No me vas a callar tan fácilmente, yo sabía cuando empezamos a discutir que esto terminaba mal, pero vos no, vos dale que va, que viva la pepa, que hago lo que se me antoje, que… -¡Roberto! ¡Escuchame carajo! Me llamé al silencio, impresionado por su exhorto. -Estoy mirando la pantalla del celular, Roberto. Me estás llamando desde el fijo de casa. -Y si, de dónde querés que te llame. Me quedé sin crédito, llegué a casa, no estabas y te estoy llamando desde el fijo. Mañana compro una tarjeta y recargo, pero no tenía sentido comprar una en el camino, si en teoría vos ibas a estar acá. ¿Dónde carajo estás, Malena? -En casa Roberto. Estoy parada en el living, al lado del teléfono fijo. Me quedé tieso. Observé a mi alrededor de reojo, temiendo moverme. -Malena, no me jodas. -Roberto – su voz temblaba – te juro que estoy al lado del teléfono. -Pero, entonces…. No pude articular ninguna palabra más. Ella también lo sabía. Colgué, resignado. Uno de los dos ya no estaba en este mundo. Uno de los dos, había cruzado la línea. Eso sucedía a menudo, cuando había un conflicto, desde no hacía muchas décadas. Al fin las fuerzas divinas que nos metieron en esta representación gigante, tomaron las riendas del asunto. Y cansados de nuestras peleas, comenzaron a evitar que las personas enemistadas se siguieran viendo. Entonces, como le ha sucedido a millones, nos colocaron en escenarios diferentes. Universos paralelos le decían antes. Teatros temporales, le dicen ahora. Siempre lo habíamos temido, pero nunca creímos que nos fuera a tocar nosotros. La humanidad ha cambiado. Algunos dicen que para bien. La verdad que no lo sé. Miro alrededor y me cuesta imaginar una vida sin ella. A pesar de las discusiones, de los conflictos, de su histeria. Supongo que ella, en su nueva realidad, está derramando alguna lágrima. En el caos, el amor es el único lazo, más allá que por momentos, pareciese que no.
Ernesto Antonio Parrilla, 36 años, Argentina. Escritor e historietista.
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Mientras ella no está Ya han pasado algunos días, sin verla, sin ni siquiera buscarla admito que no la he podido sacar de la cabeza, de mí pensar, que trato de estar a su lado en fotos pegadas en los surcos de mi memoria, me gustaría abrazarla y sentir su calor una vez más la perdida es inevitable dejar ir a un amor no es tan fácil, despertar por las mañanas y verme a mí en una cama solitaria sin sus ojos me mata, me desconsuela saber que la tengo tan cerca del alma y ahora tan lejos del corazón me delimito a creer que esto debe ser pasajero. Pero no conocen a mi corazón él se enamora hasta las entrañas, se entrega en cuerpo y alma y verle tan triste, tan sin ganas y lleno de recuerdos me hace sufrir con él, tantos planes para hoy, tantas cosas por hacer, tanto amor que regalar y todo se ha perdido, quiero que sepas donde quieras que estés que hoy declaro un te necesito, un te extraño un par de te quieros, un te amo sincero y una que otra lagrima descontrolada de este corazón que no deja de llorar por tu partida, yo sé que es inevitable sufrir y más inevitable extrañarte pero debo dejarte ir a pesar del terremoto que hoy existe en mi interior. La mayoría de la gente me escribe diciendo tu puedes, eres un excelente escritor, a lo que les respondo, tal vez si, tal vez ni yo lo sepa, pero algo si se, soy el escritor que ha perdido a su musa y debe refugiarse en otras a las que no conoce he imaginar que las amo a todas sin siquiera haberlas tocado en un sueño. Empiezo a creer en mi realidad de una forma pasajera y continua de esas formas que no existen en ninguna parte más que en mi interior, veo parejas, mujeres, niños y niñas, ansíanos e ancianas y todos sonríen, se enojan, se alegran, disfrutan cada paso, otros en un espacio diferente al mío sufren como yo, recuerdan y otros han olvidado, se han dado otra oportunidad y mientras esto pasa el tiempo para mí es muy lento , no tiene prisas pareciera que quisiera quebrantarme, que me quiere hundido, para ver hasta qué grado puedo ser feliz y tomar mi vida en mis manos y no en las manos de mi sufrimiento. Y mientras los días pasan son todos como cualquier otro, pero ella no está, aun duele, duele mucho quererte con heridas plegadas en el corazón, me conformo con fotografías viejas de tú y yo, mientras tu estas más lejos que cerca cada día, en algunas ocasiones me pongo a erradicar pensamientos fugaces preguntándome me piensa, aun soy parte de sus recuerdos, duerme con un suspiro mientras su inconscientemente dice mi nombre, pero el teléfono sigue siendo más frio, no suena ni un ring de alguien más, me da mido hablarle, me da nostalgia escuchar que el teléfono sonara con el tic-tic y no dirá nada, me mantengo ausente de mis ganas para dejar que alguno de los dos seamos felices, uno siempre ama más que el otro y en este caso me toco amar más a mí, le escribo al tiempo donde sea, y le escribo; amor me haces falta, tiempo complejo y bipolar porque has culminado lo que tenía que ser, por que no dejaste una nota diciendo su tiempo se agota y pagar más tiempo en el parquímetro del amor, al menos hubiera podido sobrellevar esta cruel realidad intangible y sincera, que culmina mi amor y lo deja seguir el resto de su amor sin corazón.
“El amor es tan pasajero más que no existen tickets de regreso”
Fernando Bermúdez, 22 años. Chiapas, MÉxico. Escritor, poeta y fotografo.
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Súcubo No he salido de mi habitación desde que ella se llevó mi alegría. Evidentemente el estar enamorado no es para nada ajeno al ser humano, todos lo hemos vivido en algún momento de nuestras vidas, es algo común, que tiene que suceder. Pero lo que yo sentía por ella para nada fue normal; era totalmente mágico, ella poseía el aroma de los ángeles, las más bellas estrellas vivían en su mirada; que puedo decir de su cabello, ¡era la noche más perfecta! Mi amada “ave eterna”, cuyo nombre deseo omitir, muere y nace cada instante en mi piel. Tengo la sensación de estar aprisionado por la oscuridad, teniendo que comenzar el juego de la existencia cada cuando el extraño sol toca a mi puerta queriendo que salga a disfrutar de un amanecer impuro, pero no puedo… La luz no volverá a tocar mi rostro; herida quedo la voz del viento, el humo del cigarrillo se ha vuelto en el oxígeno de mi ansiosa alma. Las paredes de la habitación destilan whisky escocés después de haber lanzado una de las tantas botellas con odio y fuerza; bebo de ellas como un perro, pues no puedo tomar algún recipiente con mis manos, ¡se inhiben de obedecerme!, se pierden en incongruentes acciones. Mi tristeza va más allá de su muerte, lo que realmente destroza mi ser, es su engaño, ese dolor que me vigila mientras escucho cuando el viento aúlla. Cierro los ojos acostado en nuestra cama matrimonial pretendiendo que respiro su aroma, la imagen del universo expandiéndose llega a mí, proyectando la muerte de una estrella y el nacimiento de otra resurgiendo entre el caos, el mismo caos que habita en mí, el cual no puedo controlar y me permito morir en la agonía. Mi amada dejó de alegrar mi mundo cuando fue atropellada mientras iba camino a encontrarse con… Su amante. ¡Estoy enojado contigo cruel destino!, las horas lastiman más la herida del corazón consumido poco a poco por nefastos gusanos. ¡¿Dónde estás ahora “ave eterna”?!, las lágrimas mojan mi pecho, mientras espero tu regreso en la calle del tiempo. Su funeral fue en el campo santo, alrededor de su ataúd puse violetas y rosas blancas y rojas sus flores preferidas. Me las arregle para colocar un piano e intérprete una paráfrasis: Confutatis maledictis del Réquiem que compuso Mozart, no lo interprete como Franz Liszt lo hubiese hecho pero admito que no sonó tan mal. Después me acerque a ella a lo que sería mi última despedida a su cuerpo, bese sus labios y sentí su lengua, acaricie sus mejillas, aunque fría, su piel era aún capaz de emocionar mi cuerpo, metí mi brazo derecho y toqué sus piernas, sé que me sonrió. Solitaria llegó a mis brazos y de la misma manera se iba de ellos. Todos estuvieron deseosos de ser mi salvador, queriendo calmar mi pesar pero no comprendieron el ardiente fuego de mi corazón tratando de consumir la plástica máscara de la hipocresía de mi ángel eviterno, que a pesar de su partida sus fraudulentas palabras de amor son un gravamen que ha conseguido estúpidas dimensiones colosales. Fantasmagóricas reminiscencias de su tierna mirada navegan en el impertinente río de mi locura. Deseo irme al infierno de una vez por todas pero su insólito nombre se mantiene en mis torpes labios amarrándome a su recuerdo impidiéndome viajar al último destino de las almas perversas; plumas de cuervos cubren mi cuerpo sepultándome en la paranoica ocasión.
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Me hallé tendido, sobre lo que solía ser el lugar donde nuestro amor se intensificaba con nuestros cuerpos desnudos e inmaculados en besos. Una especie de caricia electrificada sacudió mi cuerpo y comencé a imaginar a una mujer hermosa más bien emulaba la esencia de la que fuese mi esposa, una copia perfecta, un poco de “ave eterna” escondida en ella, la hija más perfecta de la noche. Lo que sucedió pocos minutos después de imaginarla, fue que de alguna manera aquel magnífico retrato femenino, logro pasar de mi mente a establecerse en esta realidad de manera tangible. Ahí se encontraba ella, hermosa, radiante, como si el cielo hubiese tenido piedad de mí al fin, sabiendo que nunca más alcanzaría tales placeres. ¡Broma nefasta o amada gracia!, no importaba, yo lo recibía con los brazos abiertos a pesar de lo ridículo que fuese aquel ¿espejismo?, no, para nada era un espejismo pues se acercó a mí y mientras acariciaba mis mejillas amorosamente beso mis labios. Me palpitaba el corazón a la velocidad de un galgo yendo tras una liebre, nada podía calmarlo hasta que ella menciono sus primeras palabras: «Dios me ha mandado a ti, recíbeme como la esperanza de tu vida», dijo con la voz más suave y bella. ¡Bendito querubín!, –respondí–, tú que guardas la majestad del Omnipotente, quién soy yo para que tengas piedad de mi dolor, o acaso ¡Bendito whisky! ¿Has traído a mí la ilusión de amar nuevamente en esta agobiante vida? –mencioné esto totalmente esperanzado a que todo no fuese un privilegio dado por el exceso de alcohol o algún sueño banal. Acto seguido hicimos el amor durante toda la noche en un éxtasis bendito; un deleite sin igual. «Tú la mataste, todos lo sabemos. Yo soy el demonio de tu juicio, yo daré el pago de tu pecado». –Fueron las palabras dichas con una voz que martirizaba el alma. Era increíble que un ángel hablara con tanto odio. Su cuerpo de diosa se transformó en un asqueroso físico escamoso de tonos rojizos y oscuros. Alas inmensas salieron de su espalda, elevándose por unos instantes; gozándose de mí miedo, el sonido de sus alas me recordaba que la misericordia se había alejado de mí para siempre. «Fue necesario… Tuve que salvarla», dije estúpidamente tratando de justificar lo injustificable. En ese instante ella desapareció, pero regresaría en repetidas ocasiones en momentos sorpresivos, torturándome en artefactos infernales, al igual que proyectaba en el pórtico de mi mente escalofriantes gritos de personas en el infierno, me hacía sentir sus llamas preparándome para un destino peor. Según me explicó, es un lugar para asesinos como yo. Hoy es mi último día en la tierra, la noche traerá consigo a mi cruel destino que créanme no es peor que el haberla perdido, ahora comprendo que mis celos jamás me dieron el derecho de matar lo que más amé y continuo amando. ¡Ave eterna perdóname!... …¡Su mirada… Sus ojos son fuego consumidor!
Melbin Fabian Cervantes Chan, 23 años. México. Empleado.
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MI ADICCIÓN
Tú eres mi norte, mi lugar al que deseo llegar, mi guarida en la que quiero dormir, la plegaria que quiero orar. Tú eres mi guía con quien quiero andar, el camino que quiero recorrer, la luz que siempre quiero mirar. Tú eres la copa que deseo volver a llenar. Tú eres los zapatos que quiero calzar. Tú eres mi alimento, mi bebida, mi manjar, eres mi postre de chocolate amargo que me hace delirar. Tú eres el hombre que quiero sofocar, con mis abrazos a plena luz del día, en cualquier lugar. Tú eres la adicción que quiero dejar. Esa adicción, difícil de controlar. Tú eres mi locura y siempre lo serás, mi locura sin cura que siempre a todos lados me acompañará.
Zafiro Merlión. Oaxaca de Juárez, México. Escritora.
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desayuno No sé qué hora es, pero el frío de la madrugada se siente, y más después de despertar por un pequeño grito de entre mis sueños. Lo que sucedía en él era normal, un día como cualquiera en el trabajo. Terminábamos de limpiar el salón, quitábamos los adornos de primavera mientras una pequeña lluvia inundaba la tarde. Mientras quitaba un adorno, una abeja de esponja cayó al piso, lo que provocó que una alumna gritara pensando que era una araña, su grito me despertó. Trato de conciliar de nuevo el sueño, la lluvia trata de arrullarme, pero el frío traspasa los muros y las cobijas. Con la habitación a oscuras, busco un poco de vino; en la mañana tenía una botella a la mitad. Buscando a oscuras por un rato, encuentro la botella; después de algunos tragos, concilio el sueño. Al despertar logro distinguir algunos ruidos, provienen de la cocina; una voz me invita a levantarme y dirigirme a la cocina. Al estar en la cocina distingo algunos platos servidos en el desayunador, mientras veía qué estaba servido, se escucha la puerta cerrarse; me quedé solo en casa con desayuno para dos personas. Regreso a la habitación para ver cuánto quedó del vino. Tras el tercer paso, distingo una voz conocida que me dice «No piensas comer esto, se ve bueno. Yo comería, pero no es para mí ninguno de los platos servidos», seguido del sonido de una cerveza al abrirse. Volteó rápidamente para ver quién es, pero no logró distinguirle, la luz sólo ilumina la mesa. Algunos lugares están en sombras. Mientras me acerco más a la mesa, distingo un poco a quién me habla. Hace tiempo que no veía a esta persona, no ha cambiado mucho: barba desarreglada, una camisa arrugada, pantalón de mezclilla viejo, gafas oscuras y siempre con un cigarro y una cerveza en las manos. —Muchacho, ¿cómo has estado? —me dice mientras sorbe su cerveza-. Tiene mucho tiempo que no te veo. ¿Cuándo fue a última vez que compartimos tragos? Creo que han pasado algunos años, no te ves muy mal, aunque yo sí, pero veme, aquí sigo, siempre fumando y bebiendo. —Es lo que puedo ver —le respondí mientras buscaba un vaso para servirme un poco de vino-. Los días pasan y la muerte se aleja de ti, ¿acaso apostaste con ella y perdió? Seguro fue eso, ¿verdad? —Sabes que yo ya estaba así, los viejos no se hacen viejos, sólo caminamos un poco lento y la Muerte va por los que viven de prisa. Mientras seguíamos la plática, bebíamos un poco. Él no dejaba de ver la comida que estaba servida. —¿Por qué no comes, acaso no te gusta lo que hay? Pero más importante, ¿por qué hay dos platos servidos? Del tiempo que llevo aquí no he visto a otra persona más que a ti.
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¿Tardará mucho aquella mujer? —No lo sé, cada día es lo mismo. La comida está servida para dos personas, pero sólo estoy yo. Creo que le agrada hacerme sentir que está a mi lado, pero no para compartir lo que ella quiere para mí. A veces tarda poco, otras veces no le veo en días. No me preocupo, pues me da tiempo de hacer algunas cosas pendientes, ya sabes, el trabajo y un poco de caminata. La cocina quedó en un silencio que sólo se perdía por la lluvia que seguía, era sutil, pero llovía. —¿Qué quiere de ti? Hey, tú, dime ¿qué quieres de mi buen amigo? Si no vas a estar con él, déjalo vivir. —No cambias nada, siempre gritando para hacerte escuchar. Mejor dime, cómo te ha ido con lo que escribes, se dice que te volviste algo famoso; deberías comprarte ropa nueva o al menos pagar por lavar y planchar la que tienes. —¡Cabrón! Siempre fijándote en ese tipo de cosas, ¿no encuentras otra forma de chingar? —gritaba mientras de su boca salían unas carcajadas. —Dime algo, aparte de beber para escapar de la presión o del dolor, ¿para qué más lo hacías? ¿En verdad encontrabas tu tan bonito paraíso? —¿Paraíso? Nada de eso, sólo bebo por gusto, es parte de mi pelea en este mundo, así como tú cuando te desapareces de todo. Hasta dónde recuerdo, la última vez nadie te pudo localizar. Te buscamos por todas partes, pero siempre fuimos estúpidos, era fácil saber que te gustaba ir a fumar y beber algo en algún lugar alto. La conversación siguió así hasta que la última gota de vino y cerveza se evaporaron en nuestras gargantas. Hace tiempo que no pasaba una mañana así. La comida seguía sobre la mesa, no sabía si ponerla a calentar o esperar que la noche llegara. No salí para nada de casa. Toda la mañana y la tarde fueron de plática y vino. La noche cubría a la ciudad. — Creo que ya es hora de irme. No tarda en que te hagan compañía, además ya es justo que comas algo, no dejes nada para las cucarachas; son una verdadera plaga. —Sí, lo sé. Pues espero que todo vaya bien, después te contaré cómo me fue... Buen viaje Henry... —¿Henry? Te he dicho que no me llames así. Soy Charles, dime Charles. Después de su partida, me quedé sentado en la cocina. Levanté las servilletas que Charles tomó para escribir: «Nadie sabe qué es vivir, creen que viven. Algunos no se dan cuenta de eso hasta que su muerte se avecina. Tú no lo has sido de esas personas; empezaste temprano con tu vivir. Ya verás, aquella mujer no siempre te dejará solo para comer... A veces sólo se trata de sufrir hasta el cansancio para volver a nacer y entender un poco más de la vida, no para evitarla... Por cierto, me lleve tus cervezas.»
Juan Ricardo García Jiménez, 28 años. México, D.F. Estudiante .
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LA PALABRA DE DIOS Es la más grande y mejor inspiración, es la luz tangible para la humanidad, la sagrada y única guía de su salvación, para toda la eternidad. Es la santa palabra que sustenta, que alivia, que enseña y que fortalece, la que en todo el mundo se presenta, la que permanece, la que trasciende al universo y a todos los cielos, la que no admite ningún sentido inverso, la que orienta al supremo anhelo. La única palabra viva, la que renueva, perfecciona y sostiene, la que aviva, la que jamás se detiene en su hegemonía contra el mal, la que creó el cielo y el mar, la que creó la luz y la separó de la oscuridad, la que creó la tierra y la vida, la que tiene la suprema autoridad, la que tiene la esencia debida, la que ama, conoce y perdona al hombre. La única que resume en su nombre: Divinidad, amor y gloria, la que anticipa toda la historia, la que siempre se cumple,
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la que jamás interrumpe, la del omnipotente poder, la que da toda bendición, la que jamás debemos perder, para que no caigamos en la perdición, para que el mal no se sienta fuerte, y no nos atraiga a la eterna muerte. Es la que nos instituyó como obra suprema de la Creación, la que podemos leer en ésta misma y en las Santa Escrituras, la que me dio la rima de esta composición, la que me llevó a desconocidas alturas, la que me inspiró estas bellas letras, la que se hizo el más grande Libro, la que todo penetra, hasta lo más escondido, la que guarda infinitas y grandes cosas, la que vivirá para siempre, la que sale de la boca del que nunca duerme, la que todo decidió, ¡ES LA PALABRA DE DIOS!
Ever Harley Campos Zambrana, 39 años. Jinotepe, Nicaragua. Abogado y Notario.
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Sueños truncos Profundo mar.... Te aprisionan una gama de emociones, deseos, sueños truncos. No navegó por tus aguas barca alguna que dejara su estela de espumas carecían del canto sublime que en su alma guardan, algunas sirenas. De a poco se redujo la fuerza de tu oleaje conformándote con el vaivén de las mareas confesiones de quimeras al viento o las nubes pasajeras. Silencios... Soledades ausente los rojizos de las tardes manto obscuro, frio... Arropaba la neblina espejo indeleble de la luna y los faros. Y tú, inerte. Pero aquella noche, inesperádamente entre el susurrar de tus olas... Te escuchaste Rogándole a los dioses del universo que desprendiera la más hermosa estrella que luminosa cayera en lo profundo de tus aguas vistiendo estelas de espumas las que tanto ansías... Esperas.
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Repentínamente
Emerges de repente en mi geografía fluir diferente al de otros ríos tus aguas tranquilas, a veces caudalosas provocaron que desembocaras en esta mar desolada, sin rompientes. Vestida de tenues azules te espero sedientas mis olas de abarcarte... Todo y entre remolinos de blancas espumas fundirte en mis profundidades hasta hacerte eternamente... Mío.
Chelo Avila. Profesora y poeta
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Pitonisa Te quitas su cuerpo de encima y a tropezones te levantas. Ella abre los ojos y le hundes el cuchillo en el cuello, te salpica su sangre así como al sillón y la maleta que está a un lado. Caminas arrastrando una de tus piernas, crees que te hormiguea; sangras, a los pocos metros sientes que te asfixias, jadeas, se nubla tu vista pero tú férrea voluntad te impide morir y la luz te ciega. Visitaste a la pitonisa porque Sonia te lo sugirió. No creías en esas chingaderas, eras un escéptico, pero también deseabas encontrar una razón para tus pesadillas. El psiquiatra sólo te medicaba y considerabas los sueños repulsivos. Se presentaban con tal frecuencia que preferías no dormir. Las dudas te perseguían. ¿Era cierto? Te lo había advertido: “Ella te abandonará y morirás sin saberlo”. Una noche despertaste cuando Sonia te rompió un vaso en la cabeza mientras la ahorcabas. No volvieron a dormir juntos y la relación se vino abajo. El sexo lo condicionaba ella. Escuchabas “Runaway” con Del Shannon. Razonabas tu oscuro futuro, para ti eran una serie de estupideces y a pesar del carácter de Sonia, estabas seguro de su amor. Al terminar la canción apagaste el radio y descendiste del auto, un Plymouth Fury 1958 de tres años atrás. Tus negocios iban en ascenso pero, Sonia era caprichosa, egoísta y derrochadora. Le llevabas el último brazalete que lograrías comprarle. Era temprano. La escalera al piso de arriba daba directo a la puerta de entrada. Subiste a su habitación, querías sorprenderla. Te pusiste la cajita del brazalete tras la espalda. Te pareció oír que Sonia gemía de placer; furioso empujaste la puerta y la encontraste desnuda sobre la cama. Entre sus piernas hundido el rostro de la mujer que te leyó el futuro, quedaste perplejo. Te invadió un profundo malestar en la parte superior del abdomen. Sobre el sillón que se encontraba a un lado de la cama estaba un plato con frutas y un cuchillo, te abalanzaste sobre él pero Sonia lo agarró primero y se fue contra ti. La otra mujer intentó derribarte, pero resbaló con el brazalete que habías tirado al entrar. Sonia te clavó el cuchillo por el costado. Al darle la espalda para protegerte, logró sacarlo antes que cayeras y te hirió una de las piernas. Caíste. — ¿Por qué? — ¡Imbécil! Te mantenía drogado… Eso eran tus pesadillas… Ella y yo hacíamos el amor en esta cama frente a ti. ¡Pendejo! Se te echó encima y volvió a picarte a la altura del corazón. Una luz te cegó al instante. Agarraste por fin su mano y le enterraste el cuchillo en el pecho. De nuevo la luz te cegaría por unos segundos cuando oíste quejarse a la pitonisa.
Rita Bedia Lizcano, 41 años. México. Estudiante.
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La llave del cielo Apenas mis ojos se abrieron, esa mañana fría de otoño, sentí pánico y horror al recordar el sueño que me atormento toda la noche. Era una noche oscura y muy fría, yo estaba en un terreno prácticamente vacio excepto por una cabaña que se observaba a unos metros de distancia de donde yo estaba parada, la cabaña era espantosa, pero ya no soportaba la helada que caía sobre mi piel erizada, entre en ella y al entrar lo vi a el. Marco, era mi mejor amigo, el murió hace tres años, cuando solo tenia 14 de edad. El y yo íbamos de camino a la escuela y al cruzar la calle, se me cayó el celular. Marco se arrodillo a recogerlo pero no pudo pues un camión que avanzaba a toda velocidad lo atropello. El dolor por la muerte de Marco nunca desapareció de mí ser, y la culpa tampoco. En mi horrorosa pesadilla Marco estaba parado sobre una alfombra rojiza desgastada y rota, el avanzo hacia mí. -Tienes que darles la llave-me dijo en un susurró. Al escuchar su voz se me desgarro el alma, hacía tanto que no lo oía hablar- Dales la llave y todo estará bien En ese momento alguien tocó la puerta de la cabaña y Marco se sobresaltó completamente -¡Escóndete! ¡Apresúrate!- dijo Y en ese preciso instante desperté de mi pesadilla. Eso era extraño pues no tenía ninguna llave excepto por mi collar, nada va a pasar, me dije a mi misma, solo fue una pesadilla Ese día fue completamente ordinario, fui a la escuela, almorcé con mis amigas, fui al parque con mi vecina y cené con mis padres. El sueño no se lo mencione a nadie. -Ámbar ¿Te sucede algo?-preguntó mi padre mientras masticaba sus verduras- No estas comiendo nada -No, claro que no- dije ocultando mi preocupación, pues aunque haya sido un día normal seguía inquieta por mi pesadilla-, está todo perfecto Mis padres se miraron uno al otro preocupados -Disculpen- dije levantándome de mi silla -estoy cansada, voy a dormir -Hasta mañana hija- dijo mi madre No podía sacarme de la mente ese sueño espantoso. Subí las escaleras para ir hacia mi cuarto, pero al abrir la puerta un grito salió de mi boca. Mi habitación estaba completamente desordenada, mis cajones abiertos, mi ropa esparcida por todas partes, mi espejo roto y mi cama desecha -¡Qué paso aquí!- grité aterrada y al mismo momento enfadada Me pareció extraño que mis padres, al escuchar mi grito, no vengan a socorrerme. Baje rápidamente las escaleras. Mis padres no estaban en el living, busque en la cocina pero tampoco los hallé, lo único que encontré fue una nota pegada en la heladera, se parecía a las que mama solía dejarme, pero no era de mama <<Ámbar danos la llave, y no le haremos daño a tus padres. Tienes tiempo hasta el amanecer>> ¿Qué significaba todo esto? ¿La llave? Recordé mi pesadilla, Marco intentaba decirme algo. Ellos, los que buscaban la llave pensaban que yo sabia de lo que hablaban. ¿Dónde tenia que entregar la llave? ¿Y a quien? Tenía tantas dudas, pero no me iba a quedar sentada, tome mi abrigo, mi bolso y me decidí a ir a rescatar a mis padres. Abrí la puerta para salir a buscar el coche de mis padres y lo vi. Marco estaba ahí parado frente a mi ¿Sería él? Era el mismo Marco que el de mi sueño. -Esto no es un sueño- me dijo Por alguna extraña razón yo no tenía miedo, es más, estaba feliz de ver a mi mejor amigo nuevamente. Lo abracé intensamente, podía casi tocar sus huesos, era espantoso. Marco estaba muerto, esto era imposible -Esto no puede estar pasando- dije con lagrimas en los ojos- ¿Cómo es posible todo esto? ¿Y que paso con mis padres? -Te explicare y luego iremos por tus padres- me dijo Marco Asentí. -Tus padres- empezó a decir marco- no tienen nada que ver con esta historia y vos tampoco -¿Pero entonces como tengo esta llave? ¿Y para que sirve? -Cuando tus padres compraron tu casa, no sabían que existía en ella un sótano, un día lo encontraron y en el piso de este estaba la llave, sin una pizca de suciedad, les pareció tan hermosa
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que cuando naciste te la dieron. No sé por que razón estaba ahí la llave del cielo -¿La llave del cielo?- dije sorprendida. Ambos seguíamos de pie junto a la puerta de mi casa, la calle estaba desierta y la noche muy oscura -Exactamente- me dijo Marco - sin esa llave ningún alma, ni siquiera yo, puede entrar al cielo -Esto es demasiado- le dije -Debemos salvar a tus padres y ya sé como. Marco se dio la vuelta y camino hacia el auto de mis padres y se sentó en el asiento del conductor, yo me subí a su lado. -Dame la llave- me dijo. Su voz era triste y a la vez un poco dura, yo temía que este enfadado conmigo, pero cuando me miraba sentía mariposas, sus ojos seguían siendo los mismos y dulces ojos verdes. Le di la llave -¿A dónde iremos?- pregunte preocupada -Al cementerio. Dejaremos la llave ahí y todo se solucionara. Vos volverás con tus padres, yo me iré y todo será como antes -¿Te iras?-mis ojos contuvieron las lagrimas. Marco no contesto, ni siquiera me miro, sus ojos seguían fijos en la carretera. El desecho mi pregunta como si no significara nada El resto del viaje fue en silencio, ni Marco ni yo volvimos a hablarnos hasta que llegamos al cementerio. Nos bajamos del coche y caminamos hacia su tumba. -¿Y ahora qué? ¿Te iras sin decir nada? Marco me miro como la primera vez. Su cuerpo era desagradable pero su mirada seguía siendo cálida y hermosa. Empecé a sentir mariposas y algo extraño en mi interior. El se acerco a mi y me abrazo -Marco te necesito aquí, necesito que te quedes conmigo. -Siempre voy a estar con vos. -¡No! ¡Son todas puras mentiras! ¡Yo que quiero acá!-le di la llave y me di la vuelta para irme. Marco me sostuvo del brazo, lo mire nuevamente. -No me olvides nunca-me dijo casi llorando. -Ni siquiera lo pienso- le dije con una sonrisa melancólica y prácticamente fingida. Esta vez fue el quien me abrazo. -Te necesitare tanto como vos a mi -me dijo- ve, no quiero que me veas partir Marco seguía con la llave en su mano. -¿Y la llave? -Yo me encargaré- me dijo Marco -Te quiero- le dije -Te quiero- me dijo Corrí hacia el coche, me subí y conduje hacia mi casa. Mis padres estaban ahí, el alivio al verlos fue inmenso. Les conté todo lo que me había pasado y ellos también me contaron todo. Esa noche todos nos fuimos a dormir todavía algo nerviosos. Me acosté y pensé en Marco, en todo lo que habíamos pasado, en que aunque su cuerpo estaba estropeado sus ojos seguían mirándote con esa intensidad de siempre. Pensé en cuando nos conocimos, en cuando hablamos por primera vez, cuando soñé con el, cuando lo encontré en la puerta de mi casa, cuando nos abrazamos, cuando sentí esa sensación extraña en mi interior Marco- susurré y me sumí en un sueño.
Daira Fernández. 13 Años. Argentina. Estudiante de Secundaria
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Recuerdo
Desapareciste repentinamente, tus prendas aún permanecían en mi ropero y tus lágrimas dibujaron el recuadro que ahora cuelga sobre mi lecho, aquel lugar del que tanto disfrutamos en ausencia de la gente. El mundo acababa en ese instante y nada importaba más que la dicha de jugar con nuestros sexos. Así pasaban horas, días, años, en los que creíamos estar vivos. Y ahora en mi vejez temprana lo sigo creyendo porque solo la muerte pudo contra ti, pero no contra nosotros, mi pequeña fogosa.
Stephan Enríquez, 19 años. Perú. Poeta.
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artĂculo
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artículo La Literatura Latinoamericana y el Premio Nobel
El máximo honor literario a nivel internacional es el Premio Nobel de Literatura. Algo así como la Copa del Mundo en el futbol. Se concede al autor -vivo aún- que haya producido en el campo de la Literatura el trabajo más destacado”, según lo estableció en su testamento el fundador del premio Alfred Nobel. A través de los años la Academia Sueca para el Premio Nobel ha otorgado el premio a escritores de muy diferentes nacionalidades, sin embargo no siempre ha elegido al favorito de las mayorías para ganar ese premio crème de la crème. Veamos que tan enterado estás en el siguiente tema: ¿Cuáles grandes escritores latinoamericanos se han puesto el codiciado medallón de Premio Nobel de Literatura? A partir de 1901, cuando se otorgó el primer reconocimiento, y hasta el día de hoy son seis los escritores latinoamericanos que han sido laureados con el Premio Nobel: -1945, Gabriela Mistral (Chile). -1967, Miguel ángel Asturias (Guatemala) 1971, Pablo Neruda (Chile) 1982, Gabriel Garcia Marquez (Colombia) 1990, Octavio Paz (México) 2010, Mario Vargas Llosa (Perú) Llama la atención que ni el nicaragüense Rubén Darío ni el argentino Jorge Luis Borges hayan sido reconocidos con el Nobel de Literatura.
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artículo
Pasemos ahora a una breve semblanza de estos escritores latinoamericanos ganadores del Premio Nobel:
Gabriela Mistral. Lucila Godoy Alcayaga nacío en Vicuña, Chile (1889) y murió cerca de Nueva York (1957). Maestra de profesión, cultivó la poesía más que otro genero literario. Su poesía surge del modernismo y es de lenguaje coloquial. Obras: Desolación (1924), Tala (1938), Poemas de las madres (1950).
Miguel Ángel Asturias. Nació en la ciudad de Guatemala (1899) y murió en Madrid (1974) destacó principalmente como novelista, pero son también notables su poesía y su teatro. En su obra está muy presente la denuncia de la dictadura y la crítica político social. Su producción literaria se inicia con “Leyendas de Guatemala” (1930), su primera y más famosa novela fue “El Señor Presidente” (1946). En su poesía destaca “Clarivigilia primaveral” (1965).
Pablo Neruda. Neftalí Ricardo Reyes nació en Parral, Chile (1904) y murió en Santiago (1973). Poeta y diplomático chileno, su poesía expresa crisis y disolución personal. También su compromiso político de izquierda se manifiesta en sus poemas. Sus principales obras: Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), España en el corazón (1937) y el poema Épico Canto general (1950). En 1974 se editaron sus memorias: Confieso que he vivido.
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artículo Gabriel García Márquez. Nació en Aracataca, Colombia (1927) y murió en la Ciudad de México (2014). Cultivó magistralmente en sus novelas el llamado realismo mágico. En estas obras aparece un tratamiento fantástico de la realidad, donde las modernas técnicas narrativas sirven para establecer asombrosas relaciones entre el mundo político social y los aspectos más pintorescos de la vida cotidiana. Obras principales: Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Cronica de una muerte anunciada (1985), El amor en los tiempos del cólera (1985).
Octavio Paz. Nació y murió en la Ciudad de México (1914-1998). Escritor y diplomático, fue poseedor de una basta cultura internacional, su poesía entronca con el surrealismo, lo oriental, el erotismo y el conocimiento. Destacan entre sus obras: El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1956), Salamandra (1962). Destacan también sus ensayos de temas literarios y sociales.
Mario Vargas Llosa. Este escritor peruano nacionalizado español nació en Arequipa, Perú (1936). Fue candidato en las elecciones presidenciales peruanas de 1990 pero fue derrotado. Posee un gran dominio de la técnica narrativa como se puede apreciar en su obra novelística La cuidad y los perros (1962), La casa vede (1967), Pantaleón y las visitadoras (1973). También ha escirto ensayos literarios y numerosos artículos periodísticos. Al final de este recuento de los escritores latinoamericanos ganadores del premio novel de literatura encontramos que 3 de ellos cultivaron principalmente la poesía (Mistral, Neruda y Paz) y los otros tres la novela (Asturias, Márquez y Vargas Llosa). Para finalizar, y como dato curioso, cabe mencionar que el Premio Nobel de Literatura no fue atribuido en 7 ocasiones (1914, 1918, 1935, 1940, 1941, 1942, 1943) y fue declinado en 2 ocasiones (por por un escritor ruso en 1958 y por el escritor y filosofo francés Jean Paul Sartre en 1964.) Para la reflexión: -De las 106 veces que ha sido otorgado el Premio Noblel de Literatura, los escritores latinoamericanos lo han ganado 6 veces: ¿es suficiente? -¿Hasta que grado es reflejo de la cultura de un país el que uno de sus escritores gane el Premio Nobel? -¿Qué opinas respecto a que un futbolista, un boxeador o una pornstar tengan mejores ingresos y mayor reconocimiento que científicos, ganadores del Premio Nobel?
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Entrevista
FACTUM con
Eric Wyllie Eric Wyllie nació el 5 de agosto de 1980 en Lincoln, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudió para ser profesor de literatura, sin embargo, lo dejó en el tercer año. Desde muy joven se interesó en la literatura. Comenzó escribiendo cuentos de terror, influenciado por Stephen King, Edgar Allan Poe y H.P. Lovecfraft. Su estilo literario se caracteriza por el lenguaje poético, por ser de carácter autobiográfico y con tintes tristes, melancólicos y románticos. Ha participado en muchos concursos literarios, obteniendo diversos logros, desde primeros, segundo y terceros puestos hasta su aparición en antologías, pese a esto confiesa que “todos ellos no suman más que meros trofeos, medallas y diplomas que juntan polvo en las estanterías de mi casa”.
Sus letras en 15 preguntas
Eric Wyllie, escritor. ARGENTINA.
1. ¿Cuándo empezaste a escribir? Comencé a escribir de muy chico, a los 10 años tenia ya escritos varios cuentos de terror, leía y miraba muchas películas de dicho estilo. A los 12 escribí mi primer cuento largo sobre el género y llevaba de a capítulos a la escuela para que lo leyeran mis amigos, los cuales eran los protagonistas del mismo, se llamaba: “Escape de la escuela maldita”, tuve mucho éxito entre los compañeros de colegio. 2. ¿Cómo descubriste que querías y tenías talento para ser escritor? Siempre me gusto el arte en general y siempre quise dedicarme al mismo. Practicaba artes marciales, tocaba la guitarra, pintaba y escribía. Pero solo dos me salían casi sin esfuerzo, el arte marcial, Kempo Chino más precisamente, y la literatura, los dos eran naturales para mí. El primero lo deje en la adolescencia y el segundo aún hoy intento hacerme camino. 3. Desde ese momento ¿te has encontrado con alguna limitación u obstáculo? Limitación para escribir no tengo, obstáculos muchísimos, te diría que todo es una dificultad. Primero llegar a las grandes editoriales es improbable, segundo juntar la plata para editar
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entrevista
independientemente con una editorial pequeña, luego darse a conocer y difundir lo que uno hace, después intentar vender los libros a la gente, es algo imposible, no casi, sino IMPOSIBLE, y por ultimo luego de regalar miles de libros que alguien los lea, la palabra para definirlo todavía no existe. Escribir no es ninguna dificultad ni ningún problema, todo lo demás si, ¿qué irónico no? 4. Háblanos acerca de tus textos, ¿qué se va a encontrar el publico en las letras de Eric Wyllie? Sinceridad ante todo, poesía, filosofía, todo lo referente al arte real, todo lo que sangra, duele, brilla, no hay lugar para la fantasía, la fabula y lo efímero. Mis letras una vez leídas quedan tatuadas para siempre en tu corazón, no se borran después de haberme leído. 5. ¿Crees que tu estilo literario está ya definido o consideras que es algo más bien universal? Mi estilo literario está muy definido, de hecho muchos me han criticado y me han dicho que si universalizo más el lenguaje tendría mucho éxito, y les doy la razón, seria así, pero es mi estilo y no lo voy a cambiar, para nada, yo escribo como lo dicta mi corazón que a su vez proviene de mi alma. 6. ¿Cuántos libros publicados tienes? Tengo tres libros publicados: “Trist” año 2006, “Sinua” año 2009, de poesía en verso y poesía en prosa respectivamente, y una novela titulada “Kyria” año 2012. 7. ¿Qué tan difícil, fácil o complicado fue publicar(los)? Difícil es trabajar y juntar cada centavo, después cuando uno tiene toda la plata es muy fácil publicarlo. Es muy triste que uno tenga que pagar por su arte, pero lamentablemente es así. Hace una semana me pidieron 4.300 Euros para editar en España, pero es imposible que llegue algún día a esa cifra. 8. Cuéntanos un poco sobre “Kyria”. “Kyria” es una historia de amor basada en hechos reales, un amor libre, sin prepucio, sin culpa, dejando fluir a la libertad y a las decisiones de ambos protagonistas. Hay muchos ensayos filosóficos también, pero he notado que muchos los pasan de lado y son fundamentales para entender la narración. Es un relato breve y va directo a golpear en el corazón del lector. 9. Al leer sobre Kyria en palabras de Eric uno no puede evitar preguntarse ¿qué tan parecida es la del libro a la de la vida real? Muy parecida, igual, las palabras de Eric sobre Kyria es similar de la vida real a la del libro. Sinceramente no escribo ni me gusta la ficción pura, “ficcióno” hechos reales.
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fragmento
Cuando nació mi tristeza Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura. Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias. Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también era amable cuando estaba lleno de Tristeza. Y cuando hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua también era elocuente con la Tristeza. Y cuando mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos. Y cuando caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones. Y ahora, cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos. Y cuando canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones. Y cuando camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen compadecidas: “Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su Tristeza
Fragmento del libro: El Loco De: Khalil Gibran.
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entrevista
13. ¿Qué proyectos tienes en puerta? Ahora está por ser editado mi cuarto libro en general y el tercero de poesías, tal vez en dos meses esté en las calles. Se titula “Solze”, y significa lágrimas en el idioma Esloveno. Pero más allá del triste titulo es mi libro más romántico, con poesías “bonitas”, “lindas”, es un libro muy amoroso por decirlo de alguna manera, no hay tanto lugar para el dolor que plasme en mis dos primeros libros. Además también estoy escribiendo como colaborador en una pagina de Facebook, por ahora ya que va a ser una página oficial de Internet, que se llama MMA MUNDO PRO, y allí hago notas y cubro eventos de artes marciales mixtas, mi otra gran pasión combinada con las letras. 14. ¿Para ti alguno de los escritores que están haciendo literatura actualmente o que están comenzando puede posicionarse entre los grandes de la literatura? Para mí ya son grandes de la literatura porque amo como escriben y disfruto leerlos. Uno de ellos es Jeremías Vergara, que tiene un estilo propio y se mete en terrenos no explorados, me parece original y jugado, ya que hay sangre y muerte en sus palabras pero sobre todo poesía, dedicación y literatura. Y el otro gran escritor es muy joven también, llamado Jesús Trodler, en el año 2010 leí su primer libro, “Versos Mustios” y quede más que sorprendido e identificado con la tristeza que emanan sus poesías, realmente llegan al corazón, y eso es lo que busco cuando leo, espero de los dos leer también novelas, o cuentos largos, porque quiero empaparme más aun con sus letras. 15. ¿Cuál es tu percepción de la literatura y la creación literaria en nuestros días? Salvo excepciones, como las nombradas en la respuesta anterior, no hay nada interesante para leer. Por lo menos en mi país, Argentina, se editan libros de personaje famosos sin ningún tipo de talento para escribir, es más, dudo hasta que los escriban ellos, aún siendo así, no son libros para poner los ojos en ellos, pero sí es lo que vende y busca la gente, un mero y patético entretenimiento de un personaje famoso de tv, nada más, algo realmente triste para la literatura.
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libros El juego de Ripper De: Isabel Allende
Editorial: Plaza & Janes Editores
ISBN: 9788401342158 No. de páginas: 480 Lengua: ESPAÑOL
La novela recuerda a las mejores historias de los maestros del suspense. Se trata de un puzle perfectamente ideado, cuyas piezas van encajando conforme se avanza en la lectura hasta su insospechado final. Con El juego de Riper, Isabel Allende da un giro a su narrativa y, con su inconfundible estilo, se atreve con una trama de investigación que demuestra su inagotable capacidad de reinvención. El libro es puro Isabel Allende y nos deleita con personajes inolvidables que emocionarán a los lectores desde la primera página. Tal como predijo la astróloga más reputada de San Francisco, una oleada de crímenes comienza a sacudir la ciudad. En la investigación sobre los asesinatos, el inspector Bob Martín recibirá la ayuda inesperada de un grupo de internautas especializados en juegos de rol, Ripper. «“Mi madre todavía está viva, pero la matará el Viernes Santo a medianoche”, le advirtió Amanda Martín al inspector jefe y éste no lo puso en duda, porque la chica había dado pruebas de saber más que él y todos sus colegas del Departamento de Homicidios. La mujer estaba cautiva en algún punto de los dieciocho mil kilómetros cuadrados de la bahía de San Francisco, tenían pocas horas para encontrarla con vida y él no sabía por dónde empezar a buscarla.» Como en sus anteriores novelas, a través de esta historia se abordan temas universales como la ecología, defensa social, racismo, marginación, la generación hippy, el mundo gay, las medicinas naturales, la relación mente-cuerpo.
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libros El balcón en invierno De: Luis Landero
Editorial: Tusquets Editores ISBN: 9788483839294 No. de páginas: 248 Lengua: ESPAÑOL
Un relato de formación que retrata un país y una época, por uno de los más grandes novelistas españoles. Asomado al balcón, debatiéndose entre la vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincue nta años antes, en otro balcón, con su madre. «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor.» Este libro es la narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad. Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborales en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista, y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.
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libros Un invierno sin sol De: Escandar Algeet
Editorial: Ya Lo Dijo Casimiro Parker
ISBN: 9788494123245 No. de páginas: 208 Lengua: ESPAÑOL
Algunas veces la vida nos separa de nosotros mismos y, entonces, aparece la poesía, con las palabras mirando de reojo, sospechando de todos los amaneceres.
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libros En medio de extrañas víctimas De: Daniel Saldaña
Editorial: Sexto Piso. ISBN: 9788415601579 No. de páginas: 306 Lengua: ESPAÑOL
Rodrigo es un joven burócrata que podría pertenecer a lo que Strindberg llamó «el club de los jóvenes viejos». Sus días pasan sin mayores aspavientos en un museo de la Ciudad de México, hasta que la secretaria que le hacía la vida imposible le desliza una nota que dice «Acepto». Rodrigo se enterará de que alguien le ha propuesto matrimonio a Cecilia en su nombre, y la inercia no le deja más opción que casarse. A partir de ahí se desencadena una siniestra odisea en la que pierde su trabajo y pasa el rato espiando a una gallina que deambula por el terreno baldío. Paralelamente un académico y escritor español viaja a una Los Girasoles para investigar sobre un misterioso escritor, boxeador y artista, que encontró en México aquello que buscó durante toda su vida: un trágico desenlace «a la altura de su megalomanía». Los Girasoles se convierte en un centro en el que las vidas de los personajes encuentran su destino entre «los más absurdos accidentes» y situaciones cómicas e inverosímiles. La risa, definida por Slavoj iek como «la metástasis del goce», es la herramienta fundamental utilizada en la primera novela de Daniel Saldaña París para desnudar ese «escándalo hiriente» que es la civilización. Con buen humor pero sin concesiones, la incomprensión que los personajes sienten ante un mundo que constantemente les recuerda, no siempre de las formas más sutiles, sus incapacidades y su medianía, es dejada al descubierto por el autor con una prosa que avanza a un ritmo furibundo meciéndose a lo largo y ancho de todo el idioma español.
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libros La ira de los ángeles De: John Connolly
Editorial: Tusquets Editores
ISBN: 9788483838945 No. de páginas: 432 Lengua: ESPAÑOL
Uno de los pasajeros sobrevivió... Y te está esperando. En las profundidades de los bosques de Maine se descubren los restos de un avión siniestrado. No hay cadáveres. Nunca se informó de la desaparición de dicho avión. Pero hombres de toda laya lo buscaban desde hacía mucho tiempo. Lo que esconden los restos del aparato es algo más importante que el dinero: es una lista de nombres, crucial en el combate contra las fuerzas de las tinieblas. La lucha por obtener esa lista atrae al detective Charlie Parker. También capta la atención de otros: una mujer hermosa, de cara marcada, con afición a matar; un niño callado que recuerda su propia muerte; y el asesino en serie conocido como el Coleccionista, que busca nuevos corderos para sus sacrificios. Pero a medida que las fuerzas rivales se abaten sobre el lugar, el bosque se prepara para recibirlos, ya que en su espesura oculta otros secretos. Alguien sobrevivió al accidente. Sí, alguien sobrevivió. Y está esperando…
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