FACTUM - Revista Literaria No.21

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FACTUM REVISTA LITERARIA

Abril, 2015. NO. 21.

Biografía: Eduardo Galeano. Creación: Jonay Castro Casañas, Zafiro Merlión, Fernando Bermúdez, Kim Bertran Canut, Dante Vázquez M., Elvira Ávila, Zambra, Fabián Luna, Beatriz Villar, María Silvia Belot, Josué Castelán, Daniel Alvarez Gorozpe, Luis Ortiz Dorado, Doli Pereira, Ikeli O’farrell, José J. González, Betzabeth W. Pagán Sotomayor, Hugo Polanco Bohórquez, Carlos Ortega Pardo, Rusvelt Julián Nivia Castellanos, Eloy Andrés Gómez Motos, Rosa María Bodas Pérez, Elisabet Carina Basilio, Silvia Alicia Balbuena, María Negro, Amira Nahir Barud, Víctor Gómez Marugán, Ignacio Hernández Macias, Sergio Ávila Romero, Soledad Fernández y José Enríquez Guzmán. El Fragmento: Antoine de Saint-Exupéry






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CONTENIDO biograf铆a

Creaci贸n

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12 - 84

el fragmento 88 - 89

libros

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Presentación “El mundo es eso. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.”

Eduardo Galeano.

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Biografía

Eduardo Galeano Eduardo Germán Hughes Galeano nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940, en el seno de una familia católica de clase media. Hijo de un empleado público, Eduardo Hughes Roosen, y de una gerente de librería, Licia Esther Galeano Muñoz. Con sólo trece años empezó a publicar caricaturas para el diario “El Sol”, un periódico socialista en Uruguay, bajo el pseudónimo de Gius. Trabajó como mensajero, peón, cobrador, taquígrafo y cajero de banco. Posteriormente fue jefe de redacción del semanario Marcha, un semanario que, bajo la dirección de Carlos Quijano, ejerció fuerte influencia en el pensamiento uruguayo de la época. Durante dos años editó el diario Época y trabajó como editor en jefe en la prensa universitaria. En 1973 el golpe militar tomó el poder y, debido a su involucramiento con corrientes marxistas, Galeano fue capturado y luego forzado a escapar. Se estableció en Argentina, donde fundó la revista cultural Crisis. En 1976, cuando el régimen de Jorge Rafael Videla tomó el poder en Argentina mediante un golpe militar que daría origen a una dictadura, su nombre fue agregado a la lista de aquellos condenados por los escuadrones de la muerte, razón por la cual se vio obligado a huir nuevamente, esta vez a España, donde escribió su famosa trilogía Memoria del fuego. Regresó a Uruguay en 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió la presidencia del país por medio de elecciones democráticas. Posteriormente fundó y dirigió su propia editorial (El Chanchito), publicando a la vez una columna semanal en el diario mexicano La Jornada. En 1999 fue galardonado en Estados Unidos con el Premio para la Libertad Cultural, de la Fundación Lanna. Su obra, traducida a mas de veinte lenguas, es una perpetua y polémica interpretación de la realidad de América Latina, estimada por muchos como una radiografía del continente. Galeano es, sin duda, uno de los cronistas de trayectoria más incisiva, inteligente y creadora de su país. Una de sus obras más conocidas es Las venas abiertas de América Latina, un análisis de la secular explotación del continente sudamericano desde los tiempos de Colón hasta la época presente que desde su publicación en 1971 ha tenido más de treinta ediciones. La canción de nosotros, aborda el complejo tema de la lucha armada y la relación entre las fuentes culturales populares y la militancia de izquierdas de la pequeña burguesía. Días y noches de amor y de guerra, es una crónica novelada de las dictaduras de Argentina y Uruguay, aunque hay continuas referencias al entorno latinoamericano. En ella se relatan las vivencias de un periodista en un país aplastado por el poder militar y paramilitar en un período atroz, marcado por la violencia ejercida sobre los discrepantes. Sin embargo, junto al horror de amigos que desaparecían en ocasiones “por error” y otras simplemente por pensar por sí mismos, están el amor, los amigos, los hijos, el paisaje, todo aquello que aun en la oscuridad de una guerra sucia y despiadada contra los más débiles sigue siendo motivo para vivir, defender las ideas y alzar la voz contra los que actuaban impunemente para implantar el miedo y la consiguiente paralización. Su trilogía Memoria del fuego, que combina elementos de la poesía, la historia y el cuento, está conformada por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), y fue premiada por el Ministerio de Cultura del Uruguay y también con el American Book Award, distinción que otorga la Washington University. La obra es una cronología de acontecimientos culturales e históricos que proporcionan una visión de conjunto sobre la identidad latinoamericana. Por su audaz mezcla de géneros y su talante crítico es quizá una de las obras más ilustrativas de la labor de Galeano. Fue galardonado con el premio Casa de las Américas en 1975 y 1978; Premio del Ministerio de Cultura del Uruguay 1982, 1984, 1986, y el premio Aloa de los editores daneses en 1993. En 1999, fue el primer escritor galardonado por la Fundación Lannan (Santa Fe, USA) con el premio a la libertad cultural; Premio Stig Dagerman 2010 y Premio Alba de las letras 2013. En 2004, Galeano dio su apoyo a la alianza Frente Amplio encabezada por Tabaré Vázquez. En 2005, junto a Tariq Ali y Adolfo Pérez Esquivel entre otros se une al comité consultivo de la reciente cadena de televisión latinoamericana TeleSUR, y en enero de 2006, junto a Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Ernesto Sabato, Carlos Monsiváis y Pablo Milanés entre otros demanda la soberanía para Puerto Rico firmando en la proclamación de independencia. En febrero de 2007 fue operado y recibe tratamiento para combatir un cáncer de pulmón. Eduardo Galeano falleció el lunes 13 de abril de 2015, a los 74 años de edad, en Montevideo.

Sus obras: 1963 — Los días siguientes 1968 — Su majestad el fútbol 1971 — Las venas abiertas de América Latina 1972 — Crónicas latinoamericanas 1973 — Vagamundo 1980 — La canción de nosotros 1978 — Días y noches de amor y de guerra 1980 — La piedra arde 1981 — Voces de nuestro tiempo 1982 - 1986 — Memoria del fuego 1989 — El libro de los abrazos 1995 — El fútbol a sol y sombra 1998 — Patas arriba: Escuela del mundo al revés 1999 — Carta al ciudadano 6.000 millones 2008 — Espejos. Una historia casi universal 2011 — Los hijos de los días 2015 — Mujeres - antología

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“Yo contigo he sido más feliz de lo que en los libros dice que se puede.” EDUARDO GALEANO

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CREACIÓN

Cantando pájaros y versos

Cantando pájaros y versos caminando sobre las aguas estancadas de los suburbios, recitando jeroglíficos urbanos en las paredes habitando botellas de vodka en el infierno. Resolviendo ecuaciones de museos, desnudando geometrías de solemnidad perenne, aunando rubricas, tiempos verbales, estaciones, lluvias y vegetales, bulevares o bellas durmientes. Orbitando lejos de tus males; allá, donde nada sabes ni adviertes: la voz caída sobre el cadáver último , y sobre el cadáver último, el grito cercado de la muerte.

Jonay Castro Casañas, 35 años. Santa Cruz de Tenerife, España.

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dÓNDE ANDARÁS Estoy esperando de una manera lindísima tu presencia, esa fragancia que al compás de mi utopía delibera todos los sueños que están pendientes entre nuestras vidas. Te pienso, te quiero, te amo o al revés. Como tú quieras, yo te amo te quiero, te pienso. ¿Y tú? Me pregunto dónde andarás, si piensas en mí, en mis poemas, si recuerdas mi última sonrisa, si al terminar el sol su estadía por éste el rincón mío, ay mía, junto a mí estarás aliviando el insomnio de cada día. Mientras tanto yo seguiré esperando, de esta forma bonita, lindísima. Amando, amándote así no estés aquí.

Darío Alejandro, 21 años. Esmeraldas, Ecuador. Estudiante.

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FUGAZ ETERNIDAD He probado mejores besos que los tuyos; sin duda. Consciente de que no habría locura en el mar del deseo; Decidí estremecerme con tu dulce mirada. Regalar dulces besos no es opción. Te regalé besos con antojo, con pasión. Te regalé besos de esos que no se compran. Tu mirada agradecía cada uno de ellos. Querías amanecer conmigo. Lamenté tanto la negativa de mi cuerpo entero. Conozco bien el sendero, y si éste no tiene buen comienzo; Difícilmente será un buen encuentro. Así es cuando vives en la soledad sin silencio. Ciudad sin movimiento entre sábanas. Así es cuando vives viajando por lugares y no por cuerpos. No hay contexto definido para representar con letras lo que el alma anhela sacar de su amorfo cuerpo. No hay variación de vidas ni complementarios deseos. No hay nada en el silencio. No hay silencio en la soledad; ya lo creo. Pues, cada vez que deseo mezclar todo con nada, Siempre hay un pájaro gritando en mi oído izquierdo. ¿Cuándo llegará el agotamiento de mi cuerpo? Improbable la respuesta como probable es ahora la curva de tus labios escribiendo un adiós. Hambrienta de algo que no eres tú, así permanezco.

Zafiro Merlión. Oaxaca de Juárez, Mexico. Escritora

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Entre dos tierras Él era un amante & ella un misterio, se conocieron en un sueño desviado, gracias a la casualidad o el destino, cruzaron sus miradas sin permiso del amor, ambos soñaban con amores de improviso, ambos deseaban besos infraganti, él era de toques frescos & ella de brisas; con lluvia en cada uno de sus finales, ambos deseaban amor & ser amados, pero ninguno de los dos le apostaban a él, en ese sueño se conocieron, se miraron & algo se detuvo, sus miradas se quedaron en pausa & comenzaron a ir uno sobre el otro, se acercaban poco a poco a sus destierros, concluyeron en sus labios & comenzaron una nota con sus besos. Él amante descubrió los misterios de ella & ella cayo en los brazos del amante, del perseguidor de sueños, del amor & sus misterios, el tiempo corría lento & sediento de prosa sobre sus pieles, la brisa & lo fresco se unieron, parecía casi extraordinario qué dos tierras extrañas se fusionaran a la casualidad de un sueño, un sueño en distintos doblajes, con almas ciegas al amor, con ganas de protagonizar una historia, con un felices por siempre cada día, noche & resplandor sobre sus corazones, corazones que por primera vez sintieron el fuego de algo que ni siquiera sus cuerpos comprendieron. Los sueños se hicieron cada vez más prolongados, los misterios & lo fresco se empezaron a destapar, las canciones se unían con los besos & los días empezaban hacer un mejor lugar, la soledad se alegaba, el miedo se corría por él silencio, sus deseos galopeaban & sus amores hacían una historia, las letras se unían, las palabras crecían & los párrafos empezaban a surgir, su amor empezaba a leerse en la forma de sus manos, en lo florido de su tacto, en las raíces de sus tintas que corrían tenuemente por cada sombra de sus cuerpos, por cada suspiro de sus gemidos, por cada silencio de sus segundos, por cada muerte pequeña que glorificaba su tiempo; haciendo de sus placeres inmortales.

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& en medio de esa tertulia con sus pieles, con sus paisajes rodeando sus miradas, el amante le declamo una pregunta a ella. ¿Si alguien te dijera, te doy el poco tiempo qué tengo, por qué sé qué viviré hasta viejo & ese tiempo están pequeño como un suspiro? Le diría qué el amor es un ideal que queda ahí estampado en una teoría, en el movimiento, sobre los sonidos qué gritan amor a través del tiempo. ¿& Qué dirías si llegara alguien & te da amor & te brinda ese amor para estamparte sobre él & su ideal, o llegara alguien qué te regale su tiempo aunque es poco, pero sería mucho cuando estés con él? Diría qué el tiempo es lo mejor, por qué el tiempo pasa & no regresa, por qué el tiempo me ha dado lo qué nadie en estos sueños a su lado, por qué el tiempo es amor libre sin remedio aparente, & quisiera tener libertad en nuestros sueños, como en este amor qué me baña & qué no deseo levantarme nunca de este sueño. “Los sueños & las realidades son portales a tierras distintas, a momentos dispersos & a historias inexplicables”.

Fernando Bermúdez, 22 años. Chiapas, Mexico. Escritor, Fotografo y Poeta.

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Humos y misericordiA Nebulosas estatuas mitológicas que se juzgan, pintadas en el aire. Góndolas a contraluz, capiteles, juncos y caña, fanales de aceite… Música de la Francia de finales de los cincuenta, en la Italia de los sesenta, donde nos hallamos presentes, los cielos, cenicientas tonalidades, unidos con los rojos pasión que abaten en el mar, acariciando, la plata de sus aguas. La ciudad duerme, cada cual en su mundo, escribiendo el libro de sus vidas… Miras por la ventana y ves como caen las primeras gotas de lluvia, abajo, cruzando el puente, divisas los paraguas de las gentes… Como en un desfile, en la pasarela de sus vivezas, corren a resguardarse. En la plaza una niña con impermeable y gorro da de comer a las palomas. Los pescadores recogen redes y velas, y acercan las barcas al astillero, fuman sus pipas humeantes de Ámsterdam y hunden memorias en el mar. Rondan las ruinas portuarias, chavolas de amigos y conocidos indigentes que han prendido con maderas y cartones, fuego, a las tinas y cubos de chapa, para calentar los huesos y el alma y cocinar los atunes que cada amanecida, los marineros, les traen para alimento… Se sientan, juntos, como cuando eran niños en la escuela, donde aprendían a soñar; unos tuvieron más suerte, a otros las adversidades les enfermaron, sin embargo no han perdido el valor del afecto y de la solidaridad y hoy, mientras comen con hambre, el pescado, sacan una bota de vino y todos cuentan fábulas, ríen y beben, olvidando, por unos momentos la dureza de la existencia. Los autos comienzan a rodar a esas horas y de las chimeneas de las fábricas, el humo, fluye, contaminando el ambiente. No nacen flores en las aceras, no, solo asfalto y restos de ruedas chamuscadas. Los adoquines resquebrajados, forman charcos que los muchachos camino del instituto, pisan con regocijo, sin conocer lo que un día pretenderán olvidar.

Kim Bertran Canut, 54 años. Barcelona, España. Escritor- Fotógrafo literario.

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El Sombrerero Para L.

Una noche más que se irá, otra sin escribirte, una más que pasaré sentado en el balcón hasta llegar la madrugada. ¿Qué te hace atractiva? ¿Tu mirada que dice: “Quiero tu cuerpo como lienzo de mis caricias, para dibujar en él, un par de tardes azul desnudo; y que el mío sea la hoja en blanco donde a besos me escribas un poema que recuerdes mientras me apago, libre, en habitaciones y lugares de paso”? ¿Qué te hace especial? ¿El reloj musical dentro de tu pecho? ¿Qué te hace adictiva? ¿Tu boca que sugiere: “Humedece elegante el rosa natural de mis labios. Luego sé prudente al beber el agüita de coco que brota de ellos. Al final derramaré en ti, y para ti, ansias de alcanzar a tu níveo conejo”? Una noche más que se irá, otra sin escribirte, una más que pasaré sentado en el balcón, hasta llegar la madrugada, pensando en tu alma de Cheshire.

Dante Vázquez M. 34 años. México, D.F. Poeta.

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Después de ayudarlo a levantarse, el mayordomo fue a continuar sus labores cotidianas, hasta que oyó de nuevo una sucesión de sonidos extraños; eran horribles alaridos procedentes de la habitación que había abandonado. Indiferente y acostumbrado a las manías de su patrón, entró. Lo que vio a continuación lo dejo paralizado. El cuadro causante de los desvelos de su amo se hallaba vacío, lo único que quedaba era el marco áureo circundando el fondo negro. Avanzó sintiendo la opresión provocada por la incertidumbre en el pecho y se detuvo enfrente del sillón. Una náusea invadió su cuerpo. La expresión del infortunado reflejaba la agonía que había sufrido. La garganta cercenada despedía el nauseabundo olor metálico del líquido sanguíneo y la carne de los brazos ardía lentamente al estar moteada con diminutas quemaduras circulares mientras la sangre de sus ojos recorría sus mejillas púrpuras. Su amo se encontraba sentado frente a él con la templanza y porte propio de un cadáver. Al mirar de un lado al otro buscando el arma homicida observó una serie de marcas en el tapete que lo hicieron estremecerse hasta a punto del desmayo. Eran pisadas húmedas, firmes y óseas tatuadas con sangre que se dirigían a la chimenea; sobre la repisa, hallábase un objeto que el mayordomo no recordaba: Era un cigarrillo. Junto a él, posado sobre la plataforma de madera, estaba un ente de naturaleza densa y macabra, con el gesto de un ángel o un demonio, cualquiera que hubiese sido no hubiera importado. Como un facsímil corpóreo de un terror escalofriante. Estaba… Un cráneo.

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LA CAJA DE LOS OLVIDOS ¿A dónde van las cosas que nunca hicimos, ese conjunto de situaciones que olvidamos a propósito? Tengo la firme certeza que, en alguna parte del mundo, hay una caja de olvidos. Un recipiente donde yace todo eso que nunca pasó. Todos los emplazamientos pospuestos por pereza o desinterés. Las promesas, los planes falsos, los propósitos de año nuevo, los juramentos, las mandas, las apuestas, todos amontonados, empujándose unos con otros, buscando el mejor sitio para alojarse y permitir la entrada de más olvidos y acciones inconclusas. A su vez, reitero, esta caja es resguardada por el guardián de los olvidos (ese viejo mañoso encargado de darnos más y más compromisos para olvidar el verdadero sentido de la vida: ser libre y feliz con los tuyos), sabio anciano que frota sus barbas y arquea las cejas con una mueca burlona al notar el declive de la humanidad en tontas preocupaciones y necesidades innecesarias. Lo interesante de todo esto, y con ello concluyo, es que al nacer se nos da la llave de la caja. Se nos permite visitarla, vaciarla, llenarla y rellenarla a gusto propio. Y así nos convertimos en usuarios, dueños, jueces y verdugos de la misma, porque en ella habitan nuestros actos y decisiones. Porque el contenedor de olvidos somos nosotros. Somos la caja y la llave. Artistas y espectadores del patetismo de no ser por querer ser. Celadores de un sueño aposcaguado en aguas de hueva extrema y autosabotaje eterno. La caja es la trampa, la celda perpetua con cadenas de bostezos que nos petrifica como estatuas ante el oro del triunfo. La caja es el reflejo de nuestros excesos.

Elvira Ávila, 26 años. Xalapa, Veracruz, México.

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venía tarareandote Venía tarareándote de todo el día de tu perfume silbidos coquetos ansia de verte extrañarte de soles, estrellas... lo de siempre... ya sabes de donde no estoy de pienso te lejos... o... ya sabes derivando a menos ocasos de alguien divagando letras inconstante ciclo de cierres para encerrar al “mostro” el reflejo el río que no duerme el cáncer mental que me invade... cerrar ciclos cerrar los ojos dormir paciente esperar al sol que vuelva a llevarse la noche de paseo de cola de circunstancia de no quiero de no olvido de no estoy señorita sol rayodesol venía tarareándote todo el día.

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La Luna

La luna no es mas que la jornada entre tú y mi soledad, su sombra, solamente, representa la locura ingenua de tu ausencia. La luna es una melodía que enamora mis esperanzas de encontrarte, sus luces son hilos brillantes que me enredan en tu memoria. La luna es mía... la luna es tuya... y enloquece a nuestras almas, a gotas, baña nuestras miradas y da un poco de paz a la distancia.

Zambra. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Promotor contracultural y músico.

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María María, María. ¿Dónde estas? Das vueltas, Te escondes. Te siento transitar Al mediodía En mis pulmones, Por mis venas, Mi corazón. Por la noche Te elevas, como El humo, vas por los Aíres, atraviesas El día, para Romper toda Melancolía. María tu piel Se fusiona con La mía, la llama Crece, entré gemidos, Y caricias. Tocarte cual si Fueras una guitarra Con cuerdas afinadas.

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Inocencia Muerta Una tarde de primavera Los niños ríen detrás Del cristal de una aula. Un ave enjaulada del Otro lado de la cera Canta. Una niña dibuja en un cuaderno Un cielo color azul y el sol Más brillante. El cielo comienza a llenarse De nubes, los maestros Se reúnen, se ríen, sé quejan. Comentan modelos educativos Molde, tras molde. A la mitad Del patio un ratón de Alcantarilla los observa. Ella sigue dibujando Elefantes, leonés y aves En muros de castillos, Impenetrables. El ratón corre por los Pasillos de la escuela, Entre gritos de Estudiantes, sonidos De lápices y el aroma De la inocencia muerta.

Fabián Luna, 25 años. México.

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He nacido juglar He nacido juglar del pueblo y de su Historia, caminado las calles ,ésta es mi trayectoria de un humilde poeta que recita sin gloria, canta hasta quedar sin voz por la memoria. He gritado el sufrir de los sin voz, coraje de la trova perseguida y su bagaje de las palabras justas, equipaje del valor que he tenido ante el ultraje. Abracé con ternura al que solo lloraba Y le hablé del amor al que se lamentaba, mi caricia de versos que a veces rimaban destiné a consolar al que desesperaba. La calle, el escenario de anónimo heroísmo; la calle es el teatro que derrota al cinismo, es el camino duro que he elegido yo mismo, pues me place el decir que calla el egoísmo. Barricada de luz la palabra esgrimida en el momento justo, si defiende la vida; es el arma invencible cuando está sostenida al lado de la gente, de la más oprimida. Poetas victoriosos de las calles del mundo, no silenciéis jamás vuestro verso profundo; enarbolad eternos vocablos con que infundo temor al opresor; con verdades lo inundo.

Beatriz Villar, 58 años. Lomas de Zamora, Buenos Aires,Argentina. Cantante, cantautora, poetisa y escritora.


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UN ABRAZO DISTANTEMENTE INMEDIATO El abrazo se abre impugnando distancias, objetando consentimiento frente a ella. Replanteo del sitio en dónde el dolor recae cuando los trayectos se pronuncian, trazo de la relación concurrente entre yo y otro, esclavizados en el abismo. Se trata de la distancia entre yo y un otro, al que deseo, en determinado momento, tenerlo cercano. Esa necesidad de la estampa del otro o de la nuestra en el otro, es una cuestión corporal intensa. Quiero concebir el reconocimiento del otro. Quiero apreciar que el otro está próximo al contacto. ¿Por qué? ¿Qué me lleva a profundizar en ese espacio, a requerirlo? ¿Qué me produce? ¿Qué hace que esa impronta del otro se convierta en indispensable? No tiene que ver con lo que pienso ni con lo que siento por el otro, puedo abrigarlo y rumiarlo independientemente de su mundanidad somática. ¿Qué es? ¿El aire que respiran los cuerpos para sentirse corporales en un mismo entorno? ¿La sólida traza de corporalidad, el roce vulnerable que me hurga? ¿Es que el otro confirma tanto mi existencia? ¿Es que me profeso indefectible para el otro? Hay algo afectivamente expuesto en ese compartir. Puedo tropezar con el otro en ese mismo labrantío airoso de cercanía y enfundar una larga, enorme, interminable distancia, o alcanzarlo desde lo lejos, traerlo, patentizarlo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de distancia? ¿Cuáles son las distancias que se pronuncian? ¿Las de alguien que se va a un plano humanamente desconocido, de alguien que nos deja, de una situación que ya vivimos, de aquella irrevocable, la de un momento de felicidad exagerada, la de una posibilidad futura? ¿Para apreciarnos rayanos? Solemos ser ambiguos respecto de ella. La ansiamos y la repudiamos. La distancia es, entonces, una expedición para sentirnos vivos, un giro corroborativo, un recuerdo, un anhelo futuro, un salvataje, una espera, un caparazón del cual nos queremos desligar. Discurro en la distancia del ser próximo, contemplo la peripecia de esa proximidad venidera, reniego la distancia del amor abarcando lo que soy para el otro. Y suelo ser esquiva de la proximidad por la especulación eterna. En eso la distancia aventaja cuanta súplica y pedido. Sin embargo, sabemos derrocar más sólidos, más divinos que el cuerpo mismo, sobrepasando esos bordes, latiendo fervorosamente, dudando del imperio de nuestra razón. Inexcusable. Nos maceramos sutilmente emocionales.

María Silvia Belot, 39 años. San Luis. Argentina. Instructora de Yoga.

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Me despierta el alba, quien me lo diría que tu hermoso rostro contemplar pudiera no, no eres fantasía, es mi realidad. Entre blancas sabanas a medio cubrir descansas el cuerpo delinean tus formas, las puedo admirar mientras tú mi amor ni cuentas te das. Despiertas en mí tantas emociones hay deseos locos de besar tu boca recorrer tus calles, pintar las caricias sentir que me abrazas, estrechas, asfixias... Suspiro profundo, se me ha hecho tarde tengo que marchar. Con mucho cuidado apago la luz grabo en el espejo la pequeña nota: “Cariño, observa tu espalda marcadas en rojo te deje mis huellas quiero agradecerte por las emociones de cada mañana, al contemplarte... desnudo entre mis sabanas blancas”.

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LA CASA OLVIDADA No era más que un recinto achaparrado. Los muros de adobe y las ventanas minadas por el tiempo, le daban pinta de malos augurios. Dos jóvenes cuyo azoro y curiosidad profundos, los volcara a valiente aventura o a estúpida intromisión caminaban sigilosos, en medio de los zarzales que rodeaban la construcción carcomida. Se percibía el vivo lustre azuloso que bañaba una de las desgastadas paredes, cuyas ventanas mugrientas lucían una cobertura muscínea y oxidada que acrecentaba su fealdad cuanto más se auscultaba a cada paso aquella rugosa capa. Era imposible vislumbrar alguna forma por las ventanas que, en lo alto del marco, figuraba un cristal quebrado, abriéndose paso como si echara raíz. Los jóvenes llegaron a un camino pedregoso que se extendía irregular hasta el umbral de la puerta en que las sombras ocultaban la tétrica fachada. Solía contarse en el pueblo, la historia de un loco que vivía en ese lugar, la historia del “loco de la casa del llano”, en la cual se suponía cantidad de horrores circundados por un sinfín de sucesos extraños en las proximidades de aquel terreno baldío, alejado de cualquier contacto con el pueblo por un bosque de robledales y helechos. Después de ese espeso bosque, se tenía que cruzar un pequeño arroyuelo que permitía el tránsito en un declive del terreno donde el paso del agua se reducía a una charca que avanzaba lánguida, cuesta abajo. Una colina no muy alta se levantaba en este punto y, después de trepar con sumo cuidado —pues se podría resbalar y caer en los matorrales o en algún pedrusco—, aparecía la casa a lo lejos, donde brillaba esa cara de ladrillos viejos que presumía sólo una ventana maltratada, y un techado de asbesto apolillado y mohoso. Todo esto habían atravesado los jóvenes, además del crecido pastizal que les llegaba a las rodillas y, luego la hierba parecía ser cortada de tajo, sus pisadas caían sobre el pedregal que emitía un seco sonido como el golpeteo a un costal de arena aunado a un eco providencial. De las historias que habían escuchado hablar, cuya incredulidad los llevara a estar justo a unos pasos del umbral de la casa, era la de un niño que había sido visto en ese lugar sombrío. Se paraba por las noches, junto al montículo de grava que se hallaba en la parte posterior de la casa. No había explicación sensata. Se pensaba que era el huérfano de la mujer que había habitado la morada, y que había sido abandonada por los lugareños —pues del padre nada se sabía— a su suerte, en medio de la lejanía, estando aún encinta. Contaban que con el tiempo la madre había muerto, pues no se le volvió a ver jamás, ni en la cercanía del pueblo, ni en aquella casucha taciturna. Se pensaba también, habitaba ahí un hombre de harapiento ajuar, cuyos pelambres rizados y esponjados le conferían una apariencia además de desaliñada, de esquizofrenia y psicosis, se le había visto hacer aspavientos extraños cerca del bosque en plena luz del día; balbucía sin haber nadie cerca.

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Creían los muchachos del pueblo que era un caníbal; lo creían un loco. El hecho de verlo ahí no conciliaba para nada la historia con la del niño de quien se pensaba no tenía ninguna relación. Ni lazo de parentesco alguno, dado que, aquél hombre, bien podía ser un simple errabundo, y nada más. A pesar de todo esto, los jóvenes que permanecían fijos sobre el pedregal, esperando algún atisbo inesperado se preguntaban: «¿Y quién diablos había visto a ese niño?».¿Serían meras invenciones de mentes ociosas y enfermizas?, ¿podían unos simples jóvenes como ellos, delgados, de semblante curioso y risas mesuradas que, con cierta expresión burlesca se acercaban a aquel sitio, descubrir la verdad que se ocultaba detrás de tanto misterio? El joven que avanzaba en la delantera hacía señas con frecuencia a su compañero, más bajo y un poco inquieto, aunque excitado; lo mantenía cerca de sí. No se separaban más que a dos trancos medianamente largos. «Ahora sí saca la linterna, creo que no hay nadie», le decía mientras avanzaba poco a poco. El joven que llevaba la linterna, de cabellos largos y lacios, posó el fulgor de la lámpara sobre la portezuela blanca, cuya madera desgastada se notaba débil, a punto del resquebrajo. La luz de la luna se perdía varios metros al costado, el manto lúgubre que ensombrecía la casa los tragó de repente. Se miraron con resolución y, después de intercambiar confianza tras una mirada cómplice, el joven de enfrente que vestía un jersey oscuro apoyó su mano con fuerza sobre la puerta, la cual se venció ante el impulso y se abrió con lentitud, emitiendo un chirrido penetrante, siendo presa los dos visitantes de una agitación angustiosa. El joven de atrás alumbró la estancia. «Vamos a entrar», incitó el joven del jersey oscuro, «vale, entra, yo te echo luz». La puerta emitió otro agudo chirrido cuando la abrieran contra el muro. La atmósfera se percibía pesada. Un aroma a humedad impregnaba aquel lugar en el que sólo resonaban sus pasos cautelosos. La única ventana de la casa, a simple mirar, parecía estuviera cubierta de pintura por fuera. Dejaba entrar un rayo de luna por el resquicio ya mencionado que caía sobre una mesa polvorienta. Los dos jóvenes por primera vez experimentaron cierta ansiedad que los obligó a endurecer su semblante y a tragar saliva. El muchacho de cabellos lacios posaba el brillo de la linterna en todos lados; iba de izquierda a derecha, descubriendo la soledad, la herrumbre y la precariedad de aquella casa, horriblemente matizada. Tabiques toscos, cubiertos de moho, suelo terroso, había un diván carmín en una esquina, cubierto de polvareda. Un pequeño mueble soportaba una estatuilla con la figura de una cabeza de caballo; había en una esquina cascaras de fruta seca: bananos, ciruelas, naranjas… esto último los hizo intercambiar una mirada cargada de profunda intriga, sobre todo cuando el hallazgo venía acompañado de una vieja escudilla.

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Fruncieron el ceño y sintieron el fresco de su frente, producto de una sensación harto desesperante. Un ruido de piedrecilla reverberó en la estancia, «¿qué pisaste?», le preguntó el del jersey oscuro al de cabellos lacios, «no he pisado nada», respondió este. Otro seco sonido se escuchó en un cuarto al fondo, el único de la casucha. Como no queriendo caminaron en torno a la mesa, a unos cuantos metros del cuarto en que se había oído aquel ruido. Se abrían paso con la linterna y, desde la ubicación de la ventana, penetraron la oscuridad del cuarto al que se dirigían con la lamparilla, no obteniendo más que la estampa de las paredes de tabique grisáceo. Siguieron su avance hasta quedar justo en frente del acceso. El círculo que creaba la linterna en el cuartucho, aún a unos pasos del umbral, recorría despacio aquel muro, tratando de encontrar alguna ventana o quizás un cuadro. Sin embargo, sólo hallaron adobe. El círculo de luz descendió hasta fijarse en una figura en una esquina, donde había un taburete marrón. Sus miembros flaquearon un brevísimo instante, y sus fuerzas les abandonaron cuando detrás del taburete descubrieran la forma de unos piececitos con zapatos gastados que sobresalían detrás del mueble y cuya postura, mantenía unos brazos cubiertos por un suéter tejido, caídos sobre las rodillas, soportando un rostro cabizbajo de cabellos de un negro profundo. Trepidaba, se revolvía en movimientos trémulos como los que se experimenta en medio del sollozo o ante la inclemencia del frío. Como la sombra de aquel extraño mozalbete pareciera cobrar vida con sus movimientos bruscos, el joven de la linterna exclamó aterrado, producto de la fuerte impresión que le sobrevino: «¡vete al carajo!». Chocó contra la mesa contigua, flanqueando a su amigo de jersey oscuro quien lo seguía de igual forma despavorido. Un golpe recio sobre madera resonó en la pieza que habitaba el extraño niño. Lo jóvenes trompicaron entre ellos y más de una vez estuvieron a punto de caer, «¡corre, tarado, no seas bruto!». Abandonaron el recinto y echaron a correr sobre el pedregal, hasta llegar a la hierba crecida, donde se detuvieron después de percatar agudos rechinidos de madera. Cuando volvieron la mirada, transpiraban desesperados, jadeaban y temblaban, ateridos: la puerta de madera blanca a sus espaldas, ya se había cerrado completamente.

Josué Castelán, 25 años. Tultitlán, México. Lic. en Administración.

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Ventanas de noche Me gusta que las calles no hablen, que la noche nos encuentre sin importar los focos prendidos y me gusta que desde las ventanas se escuchen los autos pasar. Dormía en una habitación en el tercer piso, bueno, no dormía realmente pero a pesar de tener la ventana cerrada, escuchábamos los autos allá abajo, cruzando avenida revolución. Dime qué piensas volvió a insistir. Palabras más palabras menos, remató diciendo: no puedo entenderte si no hablas, después de un silencio que a mi parecer seguía siendo imprudente. Tampoco estaba yo molesto y siendo sinceros, ambos sabíamos que no dormiríamos pronto, así que permanecí mirando al techo con ella a mi lado. Revolución no descansa, como las grandes avenidas, necesita que la acaricien todo el tiempo, que la reconozcan, o que dos automovilistas incapaces de ponerse de acuerdo o ceder el paso, choquen sobre su piel para hacer sentir su furia y su impotencia vial, y que un cuerpo de coches se vaya recostando sobre su piel sin quererlo, sin descanso ni tiempo para las obsesiones ajenas pero ahí, esperando que todo acabe pronto para poder seguir. Las grandes avenidas necesitan que sus autos hablen, pero sobretodo, que las sorprendan abandonándose al impulso de besar frenéticamente a un desconocido, arremolinándose en su piel dura y entonces uno marque para siempre el rostro del otro, o el torso o las nalgas, y que salpicados los cristales, uno pague los daños, dos firmen su compromiso de ignorarse mutuamente después de las facturas, y que todos recordemos que esto, que pudo haberse evitado, volverá a suceder. Yo seguía mirando al techo, escuchando los suspiros de avenida revolución, incapaz de ignorar la manta de Frida Khalo que quería ser cortina y nunca había estado siquiera colgada en pliegues, sinuosamente y a punto de tocar el suelo. Yo seguía pensando en la magia del grosor del vidrio de la ventana que me hacía creer que bajo las luces traspasando con prudencia el rostro de Frida, eran suspiros y no gritos ahogados los que resonaban. Yo seguía pensando en los cuerpos deformados por las palabras de nuestras confesiones para explicar besos y sudores; en nuestros humores magullados por aparatosas máquinas de firmas que no pierden la fe y aseguran que los desastres pueden evitarse; pensaba, como acompasadamente, en que las caricias no entienden sus facturas y que la oscuridad de la noche no es simplemente un recibo de luz vencido. Entonces me limité a decir: hay puentes que no se pueden cruzar. Y volvimos a tratar de dormir.

Daniel Alvarez Gorozpe, 28 años. Querétaro, México. Artista escénico.

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Silencioso abismo Hermosa lluvia bórrame el camino que mis muertos ya no quieren caminar se sentaron a machacar las piedras que golpean el alma, arrastro mi cansancio a la grieta del tiempo para dejarme caer de mi esqueleto hacia lo incierto del paisaje, ¡desciendo sin detenerme! tal vez una mañana despierte en el útero de una monja masturbadora del sueño de los que nunca despiertan es tan necesario acabarse como el arcoíris entre mis corneas en tan lógico dejar de ser es uno dentro de nada gritare como un trueno ¡ahora soy un grito! que se calla en la boca de lo inexistente

Luis Ortiz Dorado, 23 años. Ciudad de Riobamba, Ecuador. Escritor.

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EN OTRA VIDA Te volveré a tener otra vez entre mis brazos, cuando el mundo se pierda en sus propios credos. Volveré de nuevo a sentir el ardor de tus labios cuando tierra y cielo se fundan cuando sol y luna se unan. Si en esta vida no te pude retener, Si en esta vida tú quisiste volar cuando todo esto termine tu libertad con mi amor se unirá. Y volverá a ser todo como antes, las mismas palabras de amor tus labios pronunciarán, la misma dicha mi corazón tendrá. Nos volveremos a tener cuando tus manos indaguen las mías cuando tus ojos persigan perderse en mis pupilas. Volverás a mí y yo volveré a ti.

Doli Pereira, 39 años. España. Poeta.

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he despertado hoy Escucho tus pasos desde el rincón favorito de mi habitación. Donde llega el sol al mediodía con sus maletas y se queda a vivir, una primavera constante con ventanas abiertas desde las cuales se escucha la sirena de las 16:30 y me contagian la sonrisa los niños que salen a empujones con ansias de llegar a casa y jugar a la consola. Haciéndome recordar mis ganas de columpios, toboganes y fútbol. Ese momento en el que piensas que nunca vas a crecer, en el que piensas que las cosas malas solo ocurren en las películas y las lágrimas de mamá son en realidad por lo que ella nos cuenta. Sus cicatrices también. Escucho tus pasos hacia mí, dentro del tímpano. Pasando por el yunque Martillo Y estribo. Tengo el sabor de la tarta de fresa grabado en el paladar con mis ocho velas. Las soplo todas una y otra vez. Las apago, las enciendo y las vuelvo a soplar. Pidiendo el mismo deseo (ese que no le puedes contar a nadie porque si no no se cumple) En mi cabeza Dieciséis años de mi vida La primera persona que me habló de otro lugar, bonito. Pero nunca me dio muchos detalles sobre donde estaba. Solamente me dijo que para llegar hasta él no debía hacerle daño a nadie y querer a los demás como a mí mismo. Era una especie de juego en el que cada vez que hacía algo malo debía pedirme perdón a mí mismo y arrepentirme de tal manera que no volviese a cometer el mismo error. Ella sabía que yo no podía llegar hasta allí sin fallar, por eso me daba segundas oportunidades para que pudiese ganar el juego. Me hablaba del lugar como si ella ya lo conociese, como si llevase ahí mucho tiempo. Conocía a todas las personas de ahí, los paisajes y siempre me contaba todas las anécdotas que vivía perdida en ellos. Yo me reía, era divertido. Era como el cuento de antes de dormir pero sin dormir. Escucho tus pasos hacia mí, por debajo de la piel. Cada vez que duermo destapado me despierto cubierto por las sábanas y la pregunta


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retórica de quien ha sido se me escapa de la boca. Aunque sepa quien ha sido siempre me lo pregunto, es una especie de acto reflejo al ver todo oscuro cuando me despierto. Recuerdo cuando mi mayor preocupación era abrir el sobre de cromos y que no estuviese el jugador que me faltaba del álbum. Mi sonrisa en la cara cada vez que me preparabas mi comida favorita. Tu voz gritándome a las ocho de la tarde que hay que volver a casa, que los columpios no se irán a ninguna parte y que mañana será otro día Si Dios quiere. Escucho tus pasos hacia mí, en el corazón Cada vez que te vas acercando a él, late con más violencia. Cuanto más fuerte los siento, el sol de mi esquina se va alejando y hace más frío. La primavera ya no es la que era y parece más invierno Más Diciembre Me duele El pecho. No soporto los golpes y mi corazón tampoco y tú cada vez te acercas más. Me pesa El cuerpo Y no puedo ponerme recto si quiera. Me siento débil, muy débil y no puedo moverme. Ya casi estás al llegar y no voy a poder correr hacia ti a darte un abrazo de bienvenida. Por fin llegaste. Abriste la puerta de mi habitación y mi corazón ya se había rendido, me levantaste del suelo y me despertaste del sueño. He despertado Hoy Y llevas tres años en ese lugar del que tanto me hablabas. Mi deseo se ha dejado de cumplir. Será porque un día tuve miedo y me lo conté a mi mismo. Nunca volveré a soplar velas. Ya no tengo nada que pedir


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¿Entonces? -Dime De que me sirve. -No me gusta este lugar, hace frío, ocurren tragedias, la gente se odia y se hace daño entre sí. Violan niños, mujeres, otros se mueren de hambre y nadie hace nada mientras otros tiran la comida que les sobra. Está muy mal repartido todo y cada vez va a peor. Hay guerras, ciudades bombardeadas enteras, sangre y tristeza por todos los lados Sé que donde estás esas cosas no pasan Me lo dijiste Cuando soñaba Pero era tu voz y sé que eras tú de verdad Ven a sacarme de aquí Te espero Corre No tardes Por favor Te echo de menos Y te necesito Te lo juro Por lo que más quiero Por ti

Ikeli O’farrell

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La nube y el trueno IV Quiero hacer de tu mirada un continuo paisaje de impresiones para pasearme en ellos cada luna nueva y llenarme los bolsillos de tu crepúsculo, montando lontananzas inciertas bajo la flor gráfica de tus muslos, entre la línea tropical de tu sexo sobre la ecuación complicada que se formula a la sombra de tus senos. Quiero hacer de tu mirada un continuo paisaje de impresiones para cuando tenga que irme no me busques entre las praderas sigilosas de nuestra casa de centro, entre los resquicios insospechados de las paredes oculares, metido en la alacena de nuestras caricias, atrapado en una lata de Carnetion. Quiero hacer de tu mirada un continuo paisaje de impresiones, para cuando tengas que dejarme te visite silenciosa en los daguerrotipos de tus caderas y nalgas preciosas, olfateando el aroma suave de tu cabello, conociéndote en la alegría suprema de tus ojos almendrados. Quiero hacer de tu mirada un continuo paisaje de impresiones para que te me quedes muy dentro tatuada en mis venas neumas alquimicada en piadosa transfiguración del quetzal en oro. V Desconocida ola que te viste coronándote de luces los ojos y la nomenclatura de tus pezones que se eleva hasta el número infinitesimal de harina contenida en tu manos.

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Asistimos lentos al concierto desnudo de los mares, nos convertimos en alcobas suspirantes y en aves de cantolla con fuego detrás de nuestras sombras imborrables. Desconocida quintaesencia en que te transmutas para venirte a posar sobre mis mantos infatigables que se han detenido a contemplar inversamente tu rostro de espejos, tus desiertos de flora paroxística tu sexo rio constante e inamovible. Tu espíritu invocado de quimera se ha plasmado sobre la línea ternaria y explota roja cuando mi fuerza sucumbe escapándote de mis labios como trueno en el campo de centeno y ámbar, como tormenta sobre la hoja de trigo. Tu cuerpo de frágil unicel se queda prendido en tangibles impresiones, me precipito velozmente a la locura habitándome en tus piernas de yeso y me quiebro en mis sueños me desbarato en tus encantos, me pierdo ciego en tus caderas y resucito nuevo cada 2:30 a.m. bajo tu palabra y su amparo. La consonancia de las olas, la quintaesencia de tus ojos vienen a colocarse en la desconfiguración de mi intelecto elevándome hasta el más alto vértice del triángulo y tu misterio.

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VI Te habito, Beya, y te descubro hermética, hija salomónica del maná y su milagro; y al tiempo que nos conjugamos en preciso instante nos disipamos para perdernos de la angustia de los otros. Tus manos son una ronda meciéndose en el arrullo de los peces que contienes en el vientre, son la coherencia algebraica del murmullo matutino, irascibles tempestades coordinadas en latitudes longitudes. Te habito, Beya, y te desnudo tal Galatea, floreciéndote aves bajo los parpados, creciéndote ciruelos desde tu abdomen, apaciguándote colorina, viajándote silenciosa en cada relieve, despertándote sobresaltada y adorable para consumirnos antropofágicamente.

José J. González, 26 años. Toluca, Estado de México, México. Redactor .

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-¿Qué letras? ¿Qué dicen? No veo, dime. -La razón de por qué tu libertad es negada: tus desconfianzas, mentiras, vicios, miedos, violencia, odio celos, desconfianza a ti mismo, miedo a soñar. -Dime que dice aquella placa que está situada arriba de mí en la que las cadenas están soldadas. -Dice lo que tú solo decidiste sin importarte nada ni nadie: “ tus propios errores te hicieron perder el amor tus errores son los causantes de tu propio exterminio”. -Perder el amor… Yo sólo quería ser feliz, pues tú solo causaste lo contrario. Mírate como siempre pensando en ti, solo en ti. Egoísta. El silencio inundó el lugar, un frío fuerte y secó pegó en mi rostro, algo había pasado. -¿Qué pasa? ¿Qué me sucede? ¿Qué hago? Solo quiero vivir y amar, solo quiero ser feliz. -No pidas algo que ya no tiene sentido, ya no tienes que recordar, ya se ha ido. -Déjame, solo quiero luchar. -Pero ¿para qué? Ya has perdido. -Cállate ¿hasta cuando estaré aquí? ¡Déjame ir! -Siempre estarás así encadenado, entiende ni siquiera nadie sabe lo que te ha pasado ni familia, ni amigos, ni ella, nadie. Tú causaste que nadie ni siquiera se preocupara por nosotros. De repente la tristeza no dejaba de aumentar, más una pausa se creó no había nada más que yo limpio y sin cadenas ni heridas, libre. Mi rostro empezó a sonreír, una sonrisa de fe y de ilusiones y otra oportunidad. La única voz era la mía. No paraba de sonreír y dar gracias pero cuando pensé que todo había terminado mis ropas se desgarraban poco a poco, las heridas abrían, mi boca y pies sangraban, la luz se disminuía cada vez más, intente correr y escapar llegar a la luz cuando tropecé tan duro que la sangre empezó a escurrir por mi frente seguía encadenado otra vez mi libertad y mis ganas de vivir eran arrebatadas ¿Por qué? ¿Por qué? La risa pesada y burlona de nuevo, todo se ha: ido la ilusión se desvaneció y tu ríes, riendo solo dijo: -Ahora sabes que sentí cuando de la nada todo murió, todo se acabó. Has muerto amigo mío, ya no luches hemos muerto. De la nada un gran shock sentí voces retumbaban mis oídos pero me encontraba tan aturdido que no lograba entender nada, mis ojos empezaban a abrir, la luz era deslumbrante solo llegaba a ver borrosas siluetas; a mi alrededor todo se empezaba a aclarar. -¡Es un milagro! ¡Está vivo! -¡Felicidades doctor! Me situaba en un hospital, traté de moverme, ninguna atadura me lo impedía pero me sentía más encadenado que aquel calabozo, mi fuerza poco a poco volvía a mí. -Doctor se mueve, se mueve, no cayó en coma. Me sentí con fuerza suficiente para respirar, el aire recorría mis pulmones con una frescura inexplicable, vi mis brazos y arranqué los sueros violentamente; aparté a todos de mi, trataron de agarrarme, vi la puerta y no lo pensé dos veces corrí hasta alejarme de aquel sitio; quise ir a casa, todos estarían preocupados buscando, pensé pero cuando llegue me di cuenta que ni siquiera mi ausencia habían notado, corrí hasta no poder. Quería verla, quería amarla, quería abrasarla demostrarle que aquí seguía esperándola ,que quería estar a su lado; la vi a los lejos pero nada había pasado, todo seguía igual sus ojos expresaban enojo y desconfianza y ella que ya todo había olvidado, ya no era nada para ella; todo seguía igual nada había cambiado, seguía sintiendo esa gran presión pero mis pies y manos limpios estaban sin cadenas pero yo ahí las sentía, más fuertes que nunca. Intenté, llorar, gritar pero todo fue nulo, por fin había entendido lo que en mi propio calabozo, mi sentir me dijo estaba muerto, mi sentir había sido eliminado y esa voz, mis sentimientos el que nunca dejó de luchar por fin se rindió. El vacío inundaba mi cuerpo, un cuerpo que tan solo ya era algo vacío, solo roto y sin sentido el único recuerdo son estas cadenas que siguen conmigo, el sendero de este irónico camino, cadenas tan fuertes tan pesadas tan reales.

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Alucinaciones “Pero yo no quiero el sol que fructifica en los saludos; quiero la serena oquedad, el silencio vacío que tumba el ala de los ruiseñores.” -Francisco Matos Paoli, Canto de la locura, 1962.

Amantísima noche que mitigas en tu vientre las voces que me pueblan; que acoges en tus brazos las palabras que me huyen entre los dedos, entre el eco que retumba en las paredes. Pinta en tu oscuridad mis desaciertos y arranca las espinas que va dejando impotente realidad cubierta de prejuicios. Libérame de la ráfaga de falsas pretensiones que entre reflejos busca cegarme. Descifra los espejismos que se ocultan en tus sombras, plagando la tranquilidad de mis adentros.

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Ven y traza mis párpados, mis labios, cada línea de mi topografía, con el delirio de tus horas. Fragua mis desvelos con tus misterios, y desnúdame en la sábana para que me halle la muerte conjugada en la espesura de mi lecho. Dulce oquedad, donde la palabra se hace piedra y la boca escupe el beso fosco; donde mi ansiedad no duerme… A lo lejos llueven las pisadas y los pasos quedan suspendidos en el pulso de las cosas que se quiebran.

Betzabeth W. Pagán Sotomayor. Puerto Rico.

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EL RATÓN CARMELITO Había una vez un ratón pequeñito, con patas y cola, color carmelito. Vivía en el desván, con su tío gricesito, su mami , su abuela y su hermano felito. Tenía en su casa muchos juguetes un oso, un tigre un pato y un carro y un perro llamado, el guaguas de felpa el que más quería por ser su mascota. El ratón carmelito, comía su sopa, y todos los días después su baño Secaba su cuerpo, cambiaba su ropa pero iba al colegio, casi todo el año. Era obediente, juicioso el pequeño, Hacía sus deberes, dedicado y valiente. Tenía como todos, un sueño en mente en el cual ponía todito su empeño. Quería cuando grande, viajar a la luna, a traerle a su mámi, un pedazo de cielo. Pues el pensaba con gran convicción que saltando la cuna, no caería en el suelo. Saltaría tan alto, que cogería una estrella y colgando de ella viajaría a la luna desde su suelo un pedazo tomaría del cielo estirando su mano, para alcanzar su deseo. Una vez con su cielo pegado a su mano saltaría de la luna, a caer en su cuna, y esperando el ansiado día de la madre entregaría a la suya su sueño añorado.

Hugo Polanco Bohórquez, 63 AÑOS. Bogotá, Colombia. Técnico en Artes Gráficas y escritor.

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bolaño Hablaba en un artículo anterior ―Relecturas demoradas, aparecido en el número 15 de la revista, en octubre― del excelente documental dedicado a Cortázar que había tenido a bien programar la degradada televisión pública de mi país. Pues la misma, en su segunda cadena, cuyo voluntarioso contenido didáctico afirma consumir todo el mundo, incluidos futbolistas ―los datos de audiencia denotan, sin embargo, una realidad desoladoramente distinta―, ofrece, creo que en la noche del viernes, muy sugestivos reportajes en torno a grandes figuras de la cultura contemporánea, tanto española como latinoamericana. El feliz hallazgo se produjo dos semanas atrás, cuando, distraído zapping mediante, topé con el episodio dedicado a Juan Marsé. Unas apergaminadas imágenes de archivo recogían una de tantas entrevistas a que, imagino, se vio sometido con motivo de que su ―a mi juicio mediocre― La muchacha de las bragas de oro recibiera el premio Planeta en 1978. Con lacónico cinismo y profunda calada al pitillo impensables en esta sociedad aséptica y biempensante nuestra de cada día, declaraba haberse prestado a la farsa del Planeta nada más ―y nada menos― que por la generosa dotación económica de aquél. Desafortunadamente, un telefonazo tan poco oportuno como ineludible me impidió disfrutar de la decena larga de prometedores minutos que todavía quedaban al programa. Picado en la curiosidad, indagué en la red a la búsqueda de éste y otros capítulos ― para aquéllos a quienes pueda interesar, la serie se llama Imprescindibles―. No tardé en zambullirme en el consagrado a Roberto Bolaño, una joya de apenas una hora que les recomiendo encarecidamente ―Roberto Bolaño. El último maldito es su título completo. Chileno que desde la Costa Brava, aquí en España, describiera un México de pesadilla ― dantesco cuadro, sobre todo el que traza su ciclópea anti novela póstuma 2666, que, por desgracia, no dista demasiado de la realidad―, Bolaño es, no cabe duda, la vocación literaria encarnada ―capaz de una vasta producción pese a su abracadabrante peripecia vital, trufada de las más variopintas ocupaciones con que mantenerse a flote, sobrepasando apenas el precario umbral de la subsistencia, y marcada por la cruel enfermedad que acabaría llevándoselo prematuramente. Sempiterno el cigarrillo, enfundado ―extraviado más bien― en un abrigo varias tallas grande y aureolado por la épica doliente de la derrota, Bolaño compone una figura un tanto kafkiana ―no en vano, se escuchan en su obra claros ecos de la del praguense―. El sucinto autorretrato poeta y vago que puede leerse en su tarjeta de visita recoge, a la vez, una declaración de

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intenciones y una mentira. La primera, su compromiso inquebrantable con la literatura. La segunda, una supuesta pereza que contradice la porfía casi estajanovista con que, aun en las circunstancias más adversas, se consagró a la escritura. Mi primer contacto con Bolaño se produjo cuando a los 21 años ―lo recuerdo bien, había interrumpido mi año erasmus para pasar las fiestas navideñas en casa―, mis padres me regalaron un ejemplar de Llamadas telefónicas, algunos de cuyos relatos me impactaron fieramente al leerlos ya de vuelta en el gélido invierno sueco. Conocedor de la exitosa acogida que había tenido su obsequio, el viejo me recibió, a mi regreso definitivo mediado el mes de mayo, con el voluminoso tomo en que se recoge la estremecedora 2666, y que el propio Bolaño había previsto se editase en cinco números sucesivos, a fin de asegurar el sustento de sus expósitos; instrucciones que Anagrama consideró pertinente desoír, lo cual supuso, creo, un acierto indiscutible, toda vez que el mero manejo de sus 1125 páginas constituye un aditamento feroz a la torturadora experiencia que en sí entraña la lectura de éstas. Sin perjuicio de la valentía de Bolaño ―y de su titánico esfuerzo, más si cabe para un casi moribundo como él, o sin el casi― a la hora de acometer la que él hubiera querido ―y muchos así la consideran― su obra definitiva, coincido con Vargas Llosa cuando, en el transcurso del documental, manifiesta su rendida admiración por Los detectives salvajes, especialmente por sus cien primeras páginas. Agrupadas bajo el título, algo genérico, de Mexicanos perdidos en México (1975), probablemente estemos ante lo mejor que se ha escrito en nuestro idioma en los últimos 25 años. La descripción que, a través del diario del poeta adolescente Juan García Madero, hace del movimiento infrarrealista ―o realismo visceral, en palabras de Bolaño― es una delicia generacional e iniciática que se quiebra abruptamente para dar paso a la segunda parte de la novela, Los detectives salvajes (1976-1996), extenso juego borgiano que remite también a Cortázar, Kerouac y Joyce. De Entre paréntesis, miscelánea ―y por ende algo irregular― de artículos, ensayos y discursos, me quedó, además del natural deleite causado por la lectura de muchas de sus piezas, una voraz curiosidad acerca de Max Beerbohm, semidesconocido cuentista y dibujante británico de principios del siglo XX, cuyo relato Enoch Soames contaba Bolaño entre sus quince favoritos, y no en último lugar ―según afirma en Un cuento perfecto, artículo recogido en dicho compendio―. Poco después, como siempre en París Valencia, librería de lance merecedora de entrar a formar parte del Patrimonio Nacional, me hice, por tres

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irrisorios euros ―concretamente 2,95, tal como reza el precio que todavía conservo pegado a la contraportada―, con Siete hombres, impagable parodia de la envarada escena cultural tardovictoriana, presidida por el cuento que, con tanta razón, admirara Bolaño. No veo la hora, en fin, de hincarle el diente a Estrella distante ―qué precioso título, por cierto―, La literatura nazi en América o Nocturno de Chile, por citar sólo algunos de los libros de Bolaño que me faltan. No obstante, tocará armarse de paciencia, pues hoy cotiza tan alto como injustamente se lo ignoró durante buena parte de la áspera vida que le tocara en suerte ―al menos pudo cumplir su natural deseo de que a sus hijos no les faltase de nada―, y mis actuales condiciones financieras parecen las de todos esos escritores cuya insolvencia dignifica en tantas y tantas páginas, trasuntos inconfundibles de un autor formidable a quien el reconocimiento llegó demasiado tarde.

Carlos Ortega Pardo, 32 años. Valencia, España. Profesor.

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Los migrantes, en mi caso, casa pasan por Palenque, Villa, Coatza... etc… pasan por puntos de nadie en tierra de nadie y no importa: “son migrantes” y la palabra: los borra pues son nadie – y soy migrante el hechizo migra la percepción se vuelven ente sin cuerpo hormigrantes trepados y siguiéndose un@s a otr@s y soy migrante en mi propia casa por no decir país, por no decir ciudad pueblo un turista migratorio en el aparato oscilatorio de lo que nos atrevemos a llamar universo. Soy migrante fractal y ojalá todo camino coincidiera en armonía migré de ayer a hoy emigré del inconsciente colectivo al lado oscuro de la luna y sucesivos Xhibalbas y Nirvanas y una canica azul que migra en una constante que nos atrevemos a llamar universo.

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EN EL PARNASO Ahora me decido; abro las puertas de cristal. Entro con vida al paraíso. La perfección descubierta, me maravilla. Atisbo un firmamento estrellado. Está tan inmaculado como los diamantes. Giran por arriba las constelaciones en la lejanía. Hay una simetría entre estas creaciones. Veo sus luces y cambian de colores. Más aquí percibo la pureza del paisaje; me embadurna entre la inspiración. Se forma lo impoluto. Respiro la frescura que aquí rebosa. Todo es originario a lo artístico. En este infinito, vivo lo agradable. Me sé poderoso, superior. Por cierto, voy por un sendero, rodeado de tulipanes y varios canarios vuelan sobre las flores. Ando por entre ellos y los pétalos encendidos. Esto es mucha grandiosidad. Los aromas son refrescantes. Siento ternura en mi corazón. Más entusiasmado, prosigo a pie limpio. Y actúo sin prisas, hasta llegar a una planicie y a lo lejos avisto la pirámide de los dioses. La estructura está hecha por medio de meteoritos. Creo que es compleja como indestructible. De a poco, me dirijo a su parte frontal mientras silbo una sonata de albores. La rumoreo con pasión a la vez que descubro los unicornios de este olimpo, que pastan por ahí junto a sus crías. Ellos poseen un pelaje gris. Sus cuerpos son elegantes, se mueven a paso fino, relinchan con gracia. Esto en efecto me sensibiliza. Así que marcho hasta donde ellos, les acaricio la cabeza con mis manos y a lo seguido, decido montar al más guapo. Eso a lo raudo, comienzo a cabalgar por la llanura, pasando por unos trigales, dejando atrás unos molinos. Sólo pienso en ir hasta donde lo deseo. Lo procuro con osadía. Ya volteo por el viñedo de las hespérides. Hay allí un lago de uvas y en estas aguas juegan las bañistas, ellas son hermosas. Yo bien, las ojeo con donosura a medida que avanzo por un costado del oasis. Recorro el sembradío morado. Me voy separando lentamente de estas delicias. Continúo por una enramada de perlas toda larga. Al cabo de algunos minutos, llego a la pirámide. Con sorpresa, advierto que hay un pasadizo entre las murallas. Dispara chispazos estelares. Esto me deja estupefacto. Al tanto, decido bajarme de la bestia. Lo hago con prestancia. Sobre lo inmediato, doy unos cuantos pasos hacia lo interno de esta edificación. A lo fugaz, oigo la música del arpa, que es tocada por Atenea, la videncio a ella volátil, entre tanto, unas esferas flotan en la transparencia. Evolucionan sobre la energía armónica. Más aquí, quedo con los ojos exagerados. De pleno, Zeus hace su aparición, lo reconozco por su mansedumbre y yo lo lloro, por ser un genio, porque ha eternizado esta excelsitud. Fedorvelt

Rusvelt Julián Nivia Castellanos. Colombia.

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UN DÍA CUALQUIERA EN MACONDO

Paseando por la calle me encontré, a una chiquilla que se me quedó mirando con cara de “cordero degollao”, como dicen algunos por aquí. El caso es que esa chiquilla no tenía más de dieciséis años y, curiosamente, se me quedó mirando justo a mí. Hace sólo un par de días. Me pregunté: “¿Qué es lo que le pasará a la chiquilla?”, mas no me atreví preguntarle, ya que soy de carácter introvertido. “Búscate un novio”, pensé, y seguí caminando por las calles de este lugar que me llena de tristeza, escenario de batallas épicas entre hermanos, y de situaciones que nadie creería hoy posibles (aunque yo provengo de muy lejos, me gusta saber la historia de por dónde ando). Una vez llegado a mi destino, me acurruqué encima de la cama y pensé: “Qué criatura más bella esa chiquilla”, y, entre risas, canturreé eso de “… le daría el santo sacramento en el mismo momento que ella me lo mande”. Y es que hay que ver lo que es la vida: Hoy te enamoras, y mañana entras en guerra con tu familia política.

Eloy Andrés Gómez Motos.

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A TI A ti que parece que no te encuentras, a ti, que confías más en lo imaginable que en lo real, a ti, que desprecias todo lo que te dan, a ti, que prefieres vivir sólo para ti y nada para los demás, a ti: Confía, piensa, ama y lucha por sobrevivir, no por echar las culpas de todo a los que te rodean. No luches contra los que te aman y contra los que dentro de sus posibilidades, te ayudan. No caigas en la tentación de pensar que todos están contra ti, porque eso, lo sentimos el resto por el otro resto. Nadie quiere ver hundido a nadie, pero ninguno queremos que nos vean a nosotros mismos hundidos. Aprender a luchar por uno mismo, sin creer que nuestros problemas, son de otros. Sin acusar de tu destino a los demás. Vivir y dejar vivir es lo más reconfortante que se pueda obtener de quien te tiene cerca. Comprender al otro, igual que queremos que nos comprendan a nosotros. Y no creer que todos, todos te buscan para apalearte. La realidad, es que siempre se ha intentado llevarte por los mejores momentos y caminos que nos puede ofrecer ésta vida, y tú, solo has querido revolverte y encararte con los que te quieren. Lástima, que nunca hayas comprendido nada, alabado nada, ni agradecido nada. La persona que se cree el centro del reino y no se acerca a los que le rodean, está tremendamente abocada a la soledad, impuesta por ella misma. Ésa soledad que ofrece a los que están a su lado por obligación o deseo y que su generosidad, les ha llevado al hundimiento moral. Sobrevive como puedas y abraza a los que te quieren, aunque no lo creas, te reconfortará.

Rosa María Bodas Pérez, 57 años. Belvís de la Jara, España. Administrativa en paro y sueños de ser escritora.

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desiciones Camino la madrugada descociendo penas y amarras sobre adoquines húmedos y sombríos de la memoria anestesiada. La camino con pensamientos cansinos los sentimientos abatidos… la mirada aletargada. La bulla del pasado se filtra entre las farolas de la cuadra los recuerdos ensordecen al alba mientras un vaho de imágenes apocadas me salen al encuentro al final de la rambla. Cuatro sendas preludian un camino uno labrará mi destino, o la nada ¿regresar? ¡jamás! es inadmisible, en ése, seguir vivo. La tríada restante promete a oscuras aventura, lucha, certidumbre ¿y no es acaso lo que se busca en este viaje por la subsistencia avanzar, persistir, permanecer segar las ataduras que nos asfixian, que no nos dejan ser… que no nos dejan fluir…?

Elisabet Carina Basilio, 44 años. Cañada de Góme, Santa Fe, Argentina. Profesora de Lengua y Literatura

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Marioneta Navego por el Universo buscándote. Me visto de dorados con mi largo camisón y me arrojo en el cobertor de marrones dorados de mi cama. Mis cabellos de oro se difunden en la atmósfera apenas iluminada de mi habitación. No estás. Te busco en el recuerdo de las alas de las mariposas que revolotean en mis neuronas o de los aromas de los pétalos de las flores que se enseñorean en mis pituitarias. Mi mirada de reflejos dorados, tal vez por las chispas que encendiste, escudriña la negrura de una noche abandonada de luna. Y en esa estrella más refulgente, más cercana, más mía, percibo que te encuentro. Y estiro mi mano para tocarte. Y me incendio en su calor brillante… Y no estás. La luz mortecina de una farola me hace más dorada, más sedienta del oro de tu piel, más salvaje para desearte. Mis deseos ardientes se mezclan con la ternura de tu mano que acarició mi mejilla y con la suavidad de ese osito de mi cuna que acompaña mis desvelos. Me siento una marioneta de este amor. Dirigida por dorados hilos que del infinito de tu universo me atan, me condicionan, me trasforman en tu prisionera. El universo y vos se vuelven mis reyes y mis lacayos, mis prisioneros y mis carceleros. Mis amos y mis esclavos. Los dos atan mis sensaciones y amarran mis locuras. Los dos me sostienen en la búsqueda y me achican las infinitudes. Los dos se meten en mis curvas anhelantes. A lo lejos cientos de estrellas caen y en su fuego se consume el fuego de mis búsquedas. Entrecierro los ojos. No estoy sola. Por los hilos dorados que me hicieron tu marioneta, te deslizas hacia mi

Silvia Alicia Balbuena, 66 años. Rosario, Santa Fe, Argentina. Jubilada.

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Instrucciones para tener una bici Para tener una bici, todos sabemos, hacen falta solo dos cosas. Por un lado, un lápiz con punta y por el otro, un papel preferentemente blanco y con renglones que faciliten la lecto escritura. Munidos de los elementos descriptos procederemos a escribirle a Papá Noel expresando, palabra más palabra menos, lo siguiente:

Querido Papá Noel:

Quiero una bici

Este deseo puesto en palabras, tal vez imperativo pero contundente, al que llamaremos carta suele quedar colocado en la mesa, como un ala rota o una hojita de sauce muerta. Ese es, creo yo, el mayor problema. Usted debe tomarla en sus manos, como se alzan las aves heridas. Esto es muy, muy importante. Sus manos son poderosas. No requiere de mística alguna. Millones de estrellas han formado su mano derecha y otro tanto hizo falta para crear su mano izquierda. Concéntrese, entonces. Invoque esa energía sideral que Usted contiene. Venza la boba timidez que lo separa del Universo. Allí, apretada en sus manos, debe temblar la carta. Debe temblar la tierra. Debe temblar el cielo. Y las bicis, es sabido, tarde o temprano aparecen. Las escuelas se llenan de mariposas. Los niños pedalean carcajadas al solcito. Todos los caramelos son más ricos y las rayuelas nadan de vereda en vereda. La sortija es para nosotros una vez y los chichones también, por supuesto. Al fin y al cabo, de eso estan hechos todos los juegos.

María Negro.

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La cura Curarme de vos… como si fuera fácil como si pudiera olvidar esos momentos esos días en los que sólo importaba estar juntos. Curarme de vos… sería dejar atrás esas risas aquellas historias por las que atravesamos, sería enterrar nuestras miradas cómplices resignarse a que ya no llegaremos a ningún sitio y que no nos encontraremos en el horizonte, que no existirá ni ruta ni puente que nos una. Significa también seguir donde estoy pero diferente perder el miedo y la esperanza de encontrarte hacer de cuenta que nunca nos conocimos… Curarme de vos es lo que sé que debo hacer pero es algo que no quiero porque me hiciste real y humana me acercaste a mí sin saberlo. Prefiero rechazar la cura y seguir extrañándote sintiéndome rota pero viva.

Amira Nahir Barud, 20 años. Argentina. Estudiante de Derecho

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Marujas, las reinas del tren He visto cosas que no creeríais. He visto a pollos sin cabeza moverse por la estación y bolas de sebo bajar rodando las escaleras con un movimiento tan hipnótico como los famosos muelles de metal. He visto a monstruos maquillarse hasta ser un maniquí, he visto a cerdos morderse las uñas y escupirlas para intentar acertarte en la cara. He visto negros montar una timba, insonorizar y anular un vagón acústicamente, he visto predicadoras intentando resucitar a los muertos que salen al alba. He visto tsunamis de mocos destrozar toda dignidad y músicos con una reverberación agotadora. Pero nunca había sentido tanto miedo como aquel día que tuve un desliz con el Rulos Squad. Irguió el pecho y posó sobre la máquina la tarjeta de transporte. No pitó como se esperaba y las puertas no se abrieron. Su cara estupefacta ya mostraba indignación incluso antes de saber conscientemente qué pasaba. Volvió a probar y miró hacia atrás. Ahí estaba yo, un cervatillo indefenso ante una maruja apunto de estallar en cólera. Insultó primero a las máquinas, a los ordenadores, después al señor de la Renfe, a su madre, a su abuela y, por último, no se olvidó de hacerle un guiño a este gobierno de mierda. Entonces me dijo, pasa tú, que a mí no me funciona, a lo que asentí y tragué saliva. Pasé mi tarjeta y funcionó. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, noté un efecto succionador a mis espaldas hasta que un objeto punzante tocó mi espalda. Era el bolso Giorgio Jarmandi de la señora, picudo y molesto y ella detrás como un tren de mercancías. Es que no me funciona, hijo mío, dijo, y, aún así, seguía hincando el bolso como una banderilla. No pude evitar poner mala cara y me quedé quieto provocando que la maruja se quedara atrapada con las compuertas. Me maldijo y salí corriendo, aterrado. Miré hacia atrás y ví cómo sacó un cuerno del bolso. Lo hizo sonar soplando por una de sus puntas, era la llamada de la tribu marujil. No tardaron en salir sus compañeras de batalla en de la nada para sacarla del enganche.

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Escapé escaleras abajo mientras estaban ocupadas y con el pitido de las puertas del tren, subí al vagón por los pelos. Entonces antes de sentirme a salvo, algo tiró de mi pie hacia atrás, haciéndome resbalar y caer al suelo del vagón. Las puertas del tren aprisionaron mi pierna. Un paraguas estaba enganchado en mi pie y al otro lado una masa deforme con dos enormes tetas de contrapeso tiraban de mi como una mala bestia salida del mismísimo infierno. Podría tener la fuerza de veinte rinocerontes y no estaría mintiendo. Aguanté con una mano en la barra sus tirones hasta que el paraguas resbaló por el tobillo y quedé libre, cerrándose las puertas de inmediato. El tren se pudo en marcha y vi cómo sus ojos inyectados en sangre se quedaban atrás. Volverán. Vivo con miedo, sé que están acechando, que han compartido por su nuevo centro de comunicación, el whatsapp, fotos de mi cara. Seguro que están investigando donde vivo y de quién soy con su extensa red de relaciones. Las marujas son señoras de los raíles, divas de los rulos y maestras del desquite. Profesionales del pillaje y troleras en las ventanillas de la estación. Si quieres algo, lo conseguirán con su matraca haciendo tus orejas comestibles y trituradas para puré. Su magia interlocutora te envuelve sin poder escapar cual sirena de los tiempos modernos y si no es así te provocará un sueño profundo del que nunca podrás despertar. Las marujas son las reinas del tren, ni Walter White sería capaz de aguantarles la mirada. Tened cuidado.

Víctor Gómez Marugán, 29 años. Madrid, España. Escritor.

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Quiero soñar

Quiero soñar que la vida es lenta, que a pesar de que los años vuelan será eterna. Quiero soñar que no estoy solo, que la soledad es mi amiga y -por momentos fugaces- mi fiel compañía; quiero soñar que no echo de menos aquellos días en los que le encontraba sentido a esto tan cruel que llamamos vida. Quiero soñar ser amigo de mi enemigo, acabar con el miedo y calmar todo lo malo con tan solo un te quiero; quiero soñar con aquella musa que es mi anhelada utopía, aquella que inspira estas letras que se diluyen en fantasía. Quiero soñar que corro a esconderme para alejarme de la inopia de mis demonios, los que me atormentan día a día; quiero soñar que el país de nunca jamás me sigue esperando para vivir aventuras a lado de Peter Pan, anhelando aquella infancia que en mi vida por momentos está perdida. Quiero soñar que lo que sueño algún día lo pueda plasmar completamente en alguna poesía inspirada con aquellos vientos de esperanza, aquellos que mi abuelo me enseño aquel día; quiero soñar que controlo mi ira para saborear la vida disfrutando cada día en lo natural acostado en aquellos jardines esperando el final de los días. Quiero soñar que todo los sacrificios tienen algún motivo y no son solo tiempo perdido en la agonía de mi ser rendido. Quisiera ya no tener que soñar, quisiera que los sueños solo por un instante se vuelvan realidad

Ignacio Hernández Macias, 21 años. México. Estudiante de Licenciatura en Comunicación.

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Un regalo irrepetible “El tren acababa de salir de Génova y se dirigía hacia Marsella, siguiendo las profundas ondulaciones de la larga costa rocosa, deslizándose como serpiente de hierro entre mar y montaña, reptando sobre playas de arena amarilla en las que el leve oleaje bordaba una lista de plata, y entrando bruscamente en las negras fauces de los túneles, lo mismo que entra una fiera en su cubil. Una voluminosa señora y un hombre joven viajaban frente a frente en el último vagón, mirándose de cuando en cuando, pero sin hablarse. La mujer, que tendría veinticinco años, iba sentada junto a la ventanilla y miraba el paisaje. Era una robusta campesina piamontesa de ojos azules, pechos abultados, y mofletuda. Había metido debajo del asiento de madera varios paquetes, y conservaba encima de sus rodillas una cesta. El joven tendría veinte años; era flaco, curtido; tenía el color negro de las personas que cultivan la tierra a pleno sol. Llevaba a su lado, en un pañuelo, toda su fortuna: un par de zapatos, una camisa, unos pantalones y una chaqueta. También él había ocultado algo debajo del banco: una pala y un azadón, atados con una cuerda. Iba a Francia en busca de trabajo”. (Idilio) Novela del escritor francés Guy de Maupassant. A este literato más se le conoce como cuentista, aunque escribió seis novelas, entre ellas, ésta. Los anteriores párrafos dan inicio a su escrito, mismo que me permití continuar con mi propia versión y lo titulé “Un regalo irrepetible: … en busca de trabajo, ya que las escasas liras que percibía en los sembradíos de peras, duraznos y manzanas en su natal Venecia, -allá, frente al mar Adriático- apenas cubrían sus gastos, y anhelaba que en lo futuro le pagaran con francos. El humeante tren con su insistente “traca-taca, traca-taca” continuó bordeando el Mediterráneo aquella fría tarde, pasando por las poblaciones de Savona y de Albenga. Ella contemplaba el inmenso mar recostando la frente en el cristal de su ventanilla, y de vez en cuando, muy discretamente miraba de soslayo al joven de tez obscura, luego cerraba los ojos y agitaba lentamente su cabeza de lado a lado diciendo para sus adentros: “ni se te ocurra esa locura, amiga mía”. Más adelante, casi llegando a San Remo, la robusta aunque bella dama decidió colocar y abrir la cesta en el piso, debido a que en los vagones de segunda clase no existía mesa entre ambos pasajeros y, desde que depositó en el asiento sus generosas posaderas al abordar en la “Estación Brignole” llevó siempre sobre sus blancas rodillas. Sacó un libro de poemas amorosos, el “Canzoniere”, de su paisano Francesco Petrarca, que en el s. XIV tal ejemplar se llamó “Rerum vulgarium fragmenta”, donde su musa es la amada Laura, aunque publicado hasta el año 1470. Recitaba en voz baja, aunque perceptible a los oídos del sorprendido campesino Marcello, que hasta ese momento descubrió la dulce voz de Vittoria:

“No era su andar cosa mortal grosera, sino hechura de ángel, y sonaba su voz como no suena voz humana…”

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Después de leer un par de sonetos más, bostezó, dejó caer al piso el poemario y de su cesta tomó un paquete del más fino salamí genovés, -secado al aire ambiente. -¿Gusta? -le dijo-, ofreciéndole una gruesa rebanada y una cordial sonrisa. -Muchas gracias, señora, es usted muy amable. Marcello, que apenas había medio desayunado devoró con avidez y sin pena el manjar y, seguidamente cantó una parte de la única estrofa que sabía: “O sole, o sole mio, sta nfronte a te, sta nfronte a te”. Ahora la sorprendida fue Vittoria, asintiendo con su rubia cabellera aquella innata facultad de tenor. Ella abrió de nuevo su cesta y descorchó una botella de vino tinto Lechthaler Pinot Nero, sirviendo para ambos en unas diminutas copas de plata. -Marcello, ¿conoces a la cantante Alba Florenti? -¡No, no la conozco ni en fotos! En una ocasión oí decir a quien fuera mi patrón que es una excelente soprano; jamás visito teatros, para mí son muy caros. Ante la respuesta escuchada, una pícara sonrisa se dibujo en sus rojos labios. Dijo de nuevo ¡Salud!, chocando con energía la copa del recién conocido compañero de viaje. El vino tinto enrojeció aún más sus corazones, aunado al contacto pierna-pierna y muy pronto se les quitó el frío. A duras penas cabían los dos en el asiento de la mujer, cuyos ojos de la pechugona empezaban a inyectarse de un declarado fulgor erótico; y razón no le faltaba a tan atribulado ser, porque aunque su otoñal esposo era un empresario artístico muy competente, en los juegos de alcoba demostraba todo lo contrario. Sin importarles ya las inquisidoras miradas del resto de los pasajeros, ella bebía de la copa que tan suavemente Marcello acomodaba en sus labios y viceversa, para inmediatamente después, cínicamente intercambiar boca a boca trocitos de salami... El ferrocarril se detuvo en la frontera francesa y tomados de la mano pasaron a las oficinas a cumplir con el trámite migratorio, regresando casi corriendo al vagón para continuar inmersos en ese estado de “inconsciencia feliz” –como dijera el gran Gabo. Treinta kilómetros más de abrazos, masajes, besos, “traca-tacas”, humaredas y resoplidos de vapor y el tren detuvo su andar en la “Estación Gare Nice Ville” de la bella ciudad Niza, -que dicho sea de paso, Jesús J. Hazard, hermano de mi bisabuela paterna radicó aquí hasta el año 1904. Bajaron del tren, y a petición de Vittoria, el pañuelo-equipaje y los instrumentos de labranza fueron resguardados en el almacén de la estación. Abordaron un coche tirado por un percherón azabache dirigiéndose rumbo al centro de la ciudad… Empezaba a obscurecer cuando el cochero se estacionó frente a una tienda departamental de las mejores marcas; se apeó Marcello siguiendo las instrucciones de la piamontesa. Le había entregado un rollo de francos para que comprara ropa elegante, asimismo que pasara a la “Coiffeur et Barbershop” y a la “Salle de bain avec eau chaude”.

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CREACIÓN Mientras tanto la Dulcinea lo estaría esperando en el “Café Napoli”, frente al hotel “Villa la Tour”. El humilde campesino ahora parecía todo un Chevalier; zapatos de charol, pantalón gris, camisa azul y chaqueta de lana inglesa, bigote recortado y cabello cuidadosamente envaselinado. Entraron al majestuoso hotel, -construido sobre las ruinas de un convento del s. XVIII. Cargando la maleta de ella con la izquierda y abrazándola con la derecha llegaron a la administración, firmando cual si fueran “Mari et femme”. Vittoria ordenó que subieran una botella de Champán a la habitación… Mientras ella se daba un baño de tina aromatizado con violetas, el galán esperaba sobre un sillón escarlata estilo Luis XVI. Un enorme candelero de cristal, un sugerente diván, y al fondo la alta cama cubierta con espesos edredones… “¿Quién será esta mujer, qué intenciones tendrá con este pobre labriego? ¿O acaso es un maniéré? ¡Aún me quedan francos, es momento para desaparecer de aquí…!” -¡Amor, aquí me tienes! Zapatillas y medias caladas negras, vestido dorado con cuello redondo, y una gargantilla de marfil contrastante con su negra cabellera. Se había retirado la peluca rubia que traía, pues no quería ser reconocida por el público; razón por la cual viajaba en segunda clase. El hombre seguía con la incertidumbre y pasó una mano sobre el sexo de la grandota… -¡Marce!, qué prisa llevas, tranquilo. Y así fue, se quedó tranquilo al comprobar que era toda una mujer. Brindaron con esa botella de champán “Veuve Clicquot”, y luego ordenaron otra junto a unos “Croissants rellenos con jamón de Parma”. Vittoria puso en funcionamiento la vitrola, dejando a la vista la cajita de agujas. Bailaron varias piezas, entre ellas una hermosa melodía francesa al piano, llamada “La Madelon”: “Cabarin, se llama el cabaret, / la cantinera es una moza/ llena de fuego y de pasión, / ríe y con todos retoza, / linda es la Madelon…” Cuando el termómetro de la piamontesa estaba a punto de estallar; se despojó el vestido y, debajo de éste apareció su refajo beige con moñito marrón al frente, después graciosamente se quitó y lanzó al aire un brasier -última moda en lencería francesa-, rosado con encaje gris, talla 44, copa DD. El noble campesino quedó pasmado al ver aquel culotte (braga en español), tono salmón, laaaaarga, rozándole las rodillas. Por su parte Marcello permaneció en anchos calzoncillos blancos con bolitas azules. Se escondieron bajo los edredones. Lo que sucedió después solamente podemos inferirlo: Que ambos pasaron una noche envidiable e inolvidable, que las horas volaron fugazmente, que fueron despertados por la alborada del siguiente día, y que Vittoria la pechugona comprobó que “hormona mata neurona”. Muy temprano abandonaron el hotel, y se dirigieron a la estación de trenes a comprar nuevos boletos de segunda clase para continuar hasta Marsella, pues jamás imaginaron que interrumpirían el viaje. Faltaba más de una hora para la salida y entraron a una fonda cercana.

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CREACIÓN Ella portaba de nuevo la peluca rubia y su anterior vestimenta modesta, pero él siguió con su ropa nueva, pues la anterior la arrojó a un bote de basura. Mientras la cocinera les preparaba el desayuno ella pensaba en Biella, su pueblo natal, el más pequeño de la región piamontesa… recordó aquellos días en el campo cuando era una humilde campesina, cuando su madre le preparaba en las mañanas su “Bagna Cauda” –anchoas en crema, con ajos colorados, nueces picadas y pimienta; la misma delicia que en esos momentos la mesera sirvió a tan exprimidos comensales. Marcello recogió sus cosas en la bodega y abordaron un tren que venía del norte. Solamente unos minutos en Cannes… el fogonero abrió de nuevo las válvulas de arena, y entre agudos silbidos el monstruo de hierro se deslizó lentamente, y después a toda máquina para continuar delineando la Riviera Francesa. El resto del viaje la pasaron con más tranquilidad; los ardientes besos ahora fueron tibios, no porque disminuyó el afecto, sino que llegando a Marsella se despedirían, que así lo acordaron mientras desayunaban. Ella le pidió disculpas por haber dejado llevar las cosas hasta ese extremo. Marcello trataba de aceptar que todo había sido un inesperado obsequio del destino, compensando su menesterosa existencia; un regalo misterioso, de esos que producen placer y mucho sufrimiento y que rara vez se repiten. Frisaba el mediodía de aquel verano cuando llegaron a la “Estación San Charles” de Marsella. Se despidieron en el andén casi en silencio. Vittoria le obsequió su libro de poemas y un beso en la frente. Marcello agacho la cabeza y dio media vuelta. Vittoria le mintió al decirle que era maestra de un Kindergarden en Génova; que viajaba a Marsella a visitar a unas amistades, aprovechando su recién iniciado periodo vacacional de fin de cursos. La realidad fue que se trataba de la conocida soprano Alba Florenti, que viajó a esa ciudad a firmar un contrato para cantar el 21 de julio, “Día de San Víctor de Marsella”. Era descendiente de la también soprano Claudia Florenti, quien en unión del tenor Lorenzo Salvi entonaron por vez primera el “Himno Nacional Mexicano”, en el teatro “Santa Anna” de la ciudad de México, aquel muy lejano 15 de septiembre de 1854. Marcello no encontró trabajo en los sembradíos de la vid, y se dirigió a Provenza a laborar en los exuberantes campos de lavanda. A principios del otoño de 1920, finalizando su jornada casi anocheciendo, con ambos instrumentos de labranza sobre sus hombros regresó al campamento. Encendió una fogata con el “Canzoniere”… lo vio arder hasta convertirse en ceniza. Ya no le importaba seguir conservando el libro, pues ya se había aprendido uno de tantos sonetos: “De mi mismo me siento asombrado, / que siempre avanzo y no sé desunirme/ del yugo que he querido sacudirme, / y más me acerca estar más apartado…”

Sergio Ávila Romero, 64 años. La Paz, México. Periodista.

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La otra Querés decirle cuánto lo amás antes de que suceda lo que ya sabés que va a pasar. Deseás abrazarlo y sentir su calor antes de irte y quedar arrinconada en ese espacio mínimo y oscuro al que ella te relegó. Antes de que ese ser llegue e irrumpa con sus violentas aunque sensuales formas. Querés avisarle, advertirle, pero ya es tarde. No te da tiempo. Cada vez te da menos tiempo. De repente te sentís en un pantano aceitoso que te tira para abajo y más abajo. Notás que tus sentidos están atados, que tu lengua no responde, que tu cuerpo ya no es tuyo y es verdad: ya no lo es. Tratás de pensar en él, en tus hijos. Te aferrás a esos pensamientos, a la calidez de su amor. Tenés terror de que esa otra los lastime o peor aún, que los encandile con sus formas y, deslumbrados, ya no te quieran más. Y sin embargo, no podés hacer nada. La oscuridad te envuelve, te hace suya por tiempo indefinido. Si, indefinido para vos que no sabés cuánto dura este estado de suspensión forzoso. Te sentís congelada, entumecida y puesta de adorno sobre un armario mientras que te llenás de polvo y tiempo. Y quedás así como una estatua guardada y el todo se hace eterno. Nada… Lentamente te descongelás, salís de tu estado catatónico, flotás y resurgís como el ave fénix desde las cenizas. Despertás de tu sueño aletargado y te encontrás en el baño de tu casa. Sí, es ahí aunque algunas cosas están diferentes: una lámpara nueva, el tapiz de la tapa del inodoro, el espejo. Mirás tu reflejo y notás que la ropa que tenés puesta no es tuya, sino que es la de esa prostituta. Y ves tus labios de un rojo carmesí, tus ojos maquillados y tus tacones altos que hablan a gritos del mal gusto de esa otra. “Puta”, pensás y los ojos se te llenan de lágrimas. Llorás en silencio encerrada en el baño. Luego de uno minutos te volvés a mirar al espejo y estás segura de que esa imagen de rímel corrido y rostro amargado es el fiel reflejo de tu alma. Un alma corrompida por alguien más, por un ser macabro que usa tu cuerpo y seduce a cuanto ser humano que se le cruza. A él… Afortunadamente no tenés recuerdos vivos, aunque algunas veces soñás y lo que allí aparece te aterra. Te tortura… “Cariño ¿estás bien?”, te dice él desde el otro lado de la puerta. Y vos querés vomitar. Si, seguro que se revolcó con esa otra que se vistió así y quiere más. Pero vos sos la decente, la honesta, y tenés que poner un freno a todo este libertinaje del que él se aprovecha. “Si… ya salgo”, contestás mientras te refregás la cara para sacar ese maquillaje del demonio. Escuchás como él se aleja, quizás va a la cocina para preparar el desayuno ¿o será

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de noche? No tenés idea y eso te aterra. Te quitás toda la ropa y los zapatos y vas hasta la habitación. Abrís la puerta del placar y tirás toda esa ropa dentro. Mirás en busca de algo recatado, algo más apropiado a tu persona pero notas con pánico que ella cambió todo: minifaldas, remeras escotadas, jeans ajustados. Nada es acorde a tu persona… “No puede ser”, pensás mientras que encontrás un vestido de maternidad ancho y de color tiza. Si, pensás que eso se ajusta más a vos y a eso le sumás unas chatitas negras. Te recogés el pelo bien tirante y bajás hasta la cocina. Ahí notás que efectivamente no es la mañana. Tratás de pensar en el último recuerdo que tuviste: era martes y estabas desayunando. Luego, ese mareo y palabras, muchas palabras. Tratás de serenarte pero la desesperación se apodera de tus pensamientos. Buscás un almanaque, algo que te diga que día es, pero no encontrás nada. Disimulás tu nerviosismo, no querés que se den cuenta. Pero allí están mirándote: tus hijos y él. “¿Querés un te?”, te pregunta él queriendo disimular el asombro al verte vestida así. -No, gracias –contestás mirando por la ventana y comprobando que es de noche. “No estoy loca”, pensás angustiada. -Que ¿no vamos a ir a la fiesta? –pregunta tu hijo menor, Kevin. -¿Fiesta? –decís atontada, observando con asombro lo grandes que tus hijos están. Jurarías que pasaron años y ese pensamiento te aterra. ¿Y si ella estuvo todo este tiempo? Querés llorar otra vez, pero tragás saliva y aclarás tu garganta. -Sí, la fiesta de egresados de Clara… -dice tu marido titubeante. –Pensé que irías con la ropa que me mostraste recién… y los zapatos de taco que compraste ayer… Mirás a todos y sentís el peso de sus ojos que se clavan en tu alma. Te sentís mareada y salís corriendo al baño a vomitar. Te encerrás y llorás otra vez y la nube tóxica, esa que te envuelve y te tira al rincón oscuro, quiere aparecer. Otra vez aparece esa sensación libidinosa y demoníaca que quiere invadirte, penetrarte, hacerte suya. Quiere llenar tus rincones y apoderarse de tu familia. “¡NO!” gritás y tu esposo, al escucharte, entra al baño. -¡Dejame hijo de puta! ¡Te acostaste con esa otra! –gritás llorando. Detrás de él, tus hijos te miran aterrados. -Váyanse de acá–gritás y él te quiere abrazar. Sentís el perfume de la otra y lo empujás y él cae de lleno al suelo y tus hijos lloran.

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CREACIÓN

-Cálmense –dice él y vos te le abalanzás y con odio por lo que te hizo, por el engaño con la otra, le arañás la cara y le pegás una y otra vez. -¡Basta! –grita él y te toma en sus brazos y te aprieta fuerte. –Clara llamá a la tía… decile que venga urgente. Mientras que con dificultad tu esposo te abraza, vos seguís gritando y llorando delante de Kevin, que también llora asustado. Entonces te calmás y le pedís perdón, pero él se va corriendo a su cuarto. Mientras tu esposo te sujeta, sentís su corazón acelerado retumbando en tus oídos mezclándose con los tuyos que, lentamente, retornan a lo normal. Podrías haberle dicho algo, pero no te atreviste. Sabés que ahora viene todo, otra vez. Recordás que la última vez pasó lo mismo y que luego de ello y de la medicación lentamente te fuiste extinguiendo. No querés eso, rogás que no vuelva a pasar. Entre tanto, llega tu hermana y te da algo que te atonta y le pedís por favor que no te obligue a dormir. Te mira con tristeza y no sabés que hacer. Mientras te invade el sopor escuchás a tu esposo preocupado, hablar con tu hermana: -Hacía mucho que no aparecía esta versión… -¿Habrá dejado las pastillas? -Puede ser… de todas formas voy a llamar a su médico… Y entonces te disolvés en la nada, te deshaces y te convertís en cenizas mientras que de nuevo, la oscuridad te envuelve. Y mientras te desarmás, entendés con horror y tremenda tristeza, que la otra… La otra sos vos.

Soledad Fernández, 38 años. La Plata, Argentina. Médica y escritora.

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Aljófar de un no Vermeer

El zigzag de calles ceñidas a tu cuerpo vecino de voces retiradas mantiene un limpio barranco barroco un haz de luz blanca hecho de curva en curva encaramado a la luz temprana de tu cuerpo.

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NUNCA HABÍA TENIDO PESADILLAS TAN LINDAS “Voces adentro de mí, constantemente quieren convencerme de algo que haré sin querer” MIRANDA, “VOCES”, 2007

-Estoy loco, en serio , nadie se obsesiona tanto con 17 palabritas; las leo y releo y releo, nunca me canso. Podría aburrirme leyendo un libro en una hora, pero nunca me hartaría de pronunciar estas palabras. Son mi rezo favorito, me las sé de memoria, me las aprendí más rápido que el Padrenuestro o el Avemaría. -¡Ya basta de tanta verborrea! Estás zafado totalmente. Ha tocado las fibras más profundas de tus sentimientos. -¡Cállate, maldito enfermo mental! Ella te odia, te desprecia, tu simple recuerdo le produce vómito, eres un estorbo, un quiste, un tumor maligno, incluso un cáncer en fase terminal. Si en verdad te quisiera te mandaría algo más que 17 escasas palabras; no reconoce tu esfuerzo, te trata como basura. Tira ese aborto de carta y huye de esto que sientes antes de que sea demasiado tarde. Además ya sabes la terrible verdad: tiene a otro. Recuerda cuando los viste muy sonrientes, risa tras risa, cosa que tú ni por error provocarías. Resígnate, idiota. Te odia y preferiría morirse antes que tener algo que ver contigo. -Maldito Eros, provocas más infortunios que alegrías. -A ver, piénsalo bien, a lo mejor ella simplemente quiere probarte. Ignorarte es un reto para ver hasta dónde eres capaz de llegar. El hecho de que le mandes cartas de hasta cinco páginas y ella te responda al mes con menos de 20 palabras no es señal de que todo está perdido. Mándale más y verás que poco a poco las palabras irán aumentando hasta que llegue una sobreabundancia de párrafos. (Anexa 22 días de espera a lo anterior)

-¡Por todos los cielos! La tinta del mundo está en peligro de extinción; Dios salve a las compañías productoras de bolígrafos porque A vaciará los depósitos existentes: 19 palabras. -Méndigo exagerado, te clavas un cuchillo por cada palabra que cuentas. Mejor dedícate a leerlas, disfrútalas, gózalas, degusta el contenido y cuando termines que las ideas de autoinmolación retumben en tu cerebro averiado; deja que el dolor y el coraje se apoderen de tu ser hasta que la resignación las calme. Empieza, no te demores: “Todo bien a 2240 metros sobre el nivel del mar; espero que allá también. Cuídate del frío. ATTE: ξ” -Es lo más hueco que has leído de ella ¿Qué cojones significa todo bien?; es un “todo va bien sin mancha” o “por compromiso te respondo, deja de joder”. Ahora debes pensar en cómo le responderás. Hazlo con desprecio, mándale una hoja en blanco. Dile de una vez que se valla muy lejos y que ojalá nunca encuentre la felicidad, amorosamente hablando.

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-¡Cállate! Si ella no responde ampliamente, tú demuéstrale que te interesa de sobremanera; su desinterés cóbraselo con el doble de atención. Inspírate y escribe la carta más larga que jamás le hayas escrito. (Anexa 22 días de espera a lo anterior)

-Mira nada más el clima, llueve, la oscuridad eclipsa todo y hace menos de 4 horas que el sobre llegó. Acomódate, piensa que todo el mundo se detuvo para que tú pudieras gozar de la nueva epístola. Ojalá y supere su record de palabras. No las cuentes. Que sea sorpresa como el día de Reyes: “Freud murió, demasiado triste para escribir. ATTE: ξ” -Comprendo; sino mal recuerdo compró ese perro con lo que se ganó en un “cachito” de Lotería. Bueno, no podré dormir pensando le está pasando. Debo reconocer que por primera vez comprenderé si su carta llega en un lapso extenso. (Esa noche soñó con ella. Anexa 8 días de espera a lo anterior) -No cabe duda que los milagros sólo suceden de vez en cuando. De ahora en adelante rezaré por esta clase de momentos en los que te sientes el conocido de Dios, qué digo conocido, su amigo íntimo. Bueno, al mal paso darle prisa: “Enterré a Freud el día de Saturno; fue un buen perro. Recuerdo que cuando te conté cómo lo conseguí me frotaste el hombro y me dijiste que tenía buena suerte. La soledad volvió a mí. ATTE: ξ” -Pendejo de mierda, es tu mejor oportunidad, regresa a 2240 msnm, no suplirás la ausencia del perro, llenarás un lugar que nunca se ha ocupado. (Esa noche volvió a soñar con ella) -Muy bien tarado, vas por buen camino; estás cayendo en la peor de las enfermedades: ella te provocó AMOR, y del bueno cabe destacar. Ya se metió hasta en tus sueños, literalmente. Ojalá ahora tengas los testículos para enterrar a estas voces que durante tanto tiempo te hemos estado atormentando. Es mejor que nos mates tú a que esta enfermedad lo haga. Nuestra agonía será lenta pero si acabas con esto de una vez te lo agradeceremos. El amor es una pesadilla y, sin temor a equivocarnos, te podemos decir que nunca habías tenido pesadillas tan lindas.

José Enríquez Guzmán, 17 años. D.F. México. Escritor y estudiante.

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artĂ­culo

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CREACIĂ“N

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fragmento

Crear Lazos... –¿Crear lazos? –Si –dijo el zorro–. Para mi no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. No te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo. –Empiezo a comprender –dijo el Principito–. Hay una flor... Creo que me ha domesticado... –Es posible –dijo el zorro–. ¡En la tierra se ve toda clase de cosas...! -¡Oh! No es en la tierra –dijo el Principito–. El zorro pareció intrigado: –¿En otro planeta? –Sí. –¿Hay cazadores en ese planeta? –No –¡Es interesante eso! ¿Y gallinas? –No –No hay nada perfecto –suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea: –Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente a todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

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entrevista

El zorro calló y miró largo rato al Principito: –¡Por favor... domestícame! –dijo. –Bien lo quisiera –respondió el Principito–, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas. –Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos, ¡domestícame! –¿Qué hay que hacer? –dijo el Principito–. Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principió un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca. –Hubiese sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por ejemplo a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avancé la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué horas preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

Fragmento del libro: El Principito. De: Antoine de Saint-Exupéry

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libros Fragmentos De: Sergio Pardo

Editorial: Éride Ediciones

ISBN: 9788416321230 No. de páginas: 96 Lengua: ESPAÑOL

De la mitología a la cotidianidad, de John Lennon a Los Rodríguez, de la posguerra española a los años 90, de viajes extravagantes al último de los viajes, de preguntas sin respuesta a divagaciones de espíritus atormentados... En “Fragmentos”, a través de un puñado de relatos, nos trasladamos a distintos escenarios por los que pululan, entre otros, mendigos, enamorados, locos, soñadores o adolescentes.  Unos relatos donde el autor vierte sus propias reflexiones, su forma de mirar el mundo, melancólica, nostálgica, y cargada de lirismo, abarcando desde la nostalgia hasta la soledad, desde el dolor hasta la fantasía, desde la muerte hasta la esperanza, entre otros.

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libros Los cuentos de la peste De: Mario Vargas Llosa

Editorial: Alfaguara ISBN: 9788420419169 No. de páginas: 240 Lengua: ESPAÑOL

Una obra inédita, inspirada en el Decamerón, que cierra el ciclo del Teatro Español dedicado a las piezas teatrales de Mario Vargas Llosa Los cuentos de la peste es una magistral pieza teatral inédita de Mario Vargas Llosa basada en el Decameron. El contexto-marco de esta obra la reunión de unos jóvenes en una villa a las afueras de Florencia durante la que se cuentan de viva voz historias para entretenerse mientras la peste asola la ciudad le sirve al Nobel peruano para construir una obra dramática en torno al deseo basada en ocho de los relatos de Boccaccio. El humor, el amor desde el idealizado amor cortés hasta el más carnal y las relaciones entre las clases sociales son las claves de esta obra que recoge la esencia del espíritu del Decameron: la lujuria y la sensualidad exacerbadas por la sensación de crisis, de abismo abierto, de fin del mundo. Una visión personal de una obra literaria intemporal.

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libros El tambor de hojalata De: Gunter Grass

Editorial: Punto de Lectura ISBN: 9788466324922 No. de páginas: 688 Lengua: ESPAÑOL

El día de su tercer cumpleaños es una fecha determinante en la vida de Oscar, el pequeño que no quería crecer. No sólo es el día en que toma la decisión de dejar de crecer, sino que recibe su primer tambor de hojalata, objeto que habrá de convertirse en compañero inseparable para el resto de sus días. La crítica mordaz, la ironía despiadada, el espectacular sentido del humor y la libertad creadora con que Günter Grass construye esta obra maestra convierten a El tambor de hojalata en uno de los títulos más destacados de la historia de la literatura.

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libros

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libros Las venas abiertas de Ámerica Látina De: Eduardo Galeano

Editorial: SIGLO XX1 ISBN: 9788432311451 No. de páginas: 379 Lengua: ESPAÑOL

Historia del saqueo de América Latina que muestra cómo funcionan los mecanismos actuales del despojo: los tecnócratas en jet, herederos de los conquistadores en carabela; Hernán Cortés y los infantes de marina; los corregidores del reino y las misiones del Fondo Monetario Internacional; los dividendos del tráfico de esclavos y las ganancias de la General Motors. El tiempo presente ha sido presentido y engendrado por las contradicciones del pasado.

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libros Perros e hijos de perra De: Arturo Pérez-Reverte

Editorial: Alfaguara

ISBN: 9788420417868 No. de páginas: 160 Lengua: ESPAÑOL

Historias de perros y de hombres en un volumen ilustrado Arturo Pérez-Reverte reúne en este libro una selección de artículos en los que muestra su respeto por la lealtad, el coraje y la nobleza de los perros en contraste con la muchas veces ruin y miserable condición humana. Perros de presa educados para pelear, un chucho mexicano tuerto y digno, el Fifa brasileño que no era un asesino, Jenny y Boxer, las valientes mascotas de la Brigada Ligera, el chucho español, flaco y bastardo del cuadro de Ferrer-Dalmau, y Sherlock, el teckel de pelo fuerte y sólidos silencios, o Sombra, el labrador negro que le esperaba después de regresar de territorio comanche, son algunos de los protagonistas de estas narraciones que van desde la admiración por ellos hasta la indignación ante los que torturan, maltratan o abandonan.

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