FACTUM REVISTA LITERARIA
junio, 2015. NO. 22.
Biografía: Agatha Christie. Creación: Dante Vázquez M., Gabriela Pena, Fernando Bermúdez, Nitch Luce Núñez, Gema Lutgarda E. Lopez, Kim Bertran Canut, Jonay Castro Casañas, Alexis Santiago, Fernanda López, Ikeli O’Farrell, Zafiro Merlión, Elvira Ávila, Susana Gonzalez Odizzio, Diana Paloma Morales Salazar, Elisabet Carina Basilio, María Elena Espinosa Mata, Fabián Luna, Claudia Alejandra Auriol, Eloy Andrés Gómez Motos, Rusvelt Nivia Castellanos y Tacho. Artículo: Carlos Ortega Pardo. El Fragmento: Carlos Ruiz Zafón.
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CONTENIDO biograf铆a
Creaci贸n
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Creaci贸n 58 - 60
el fragmento 64 F A C T U m - Revista Literaria
libros 68 - 74 5
Presentación
“Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.” — Eduardo Galeano.
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Biografía
Agatha Christie Agatha Mary Clarissa Miller nació el 15 de septiembre 1890 en el seno de una familia de clase media alta en Torquay, Devon, al sudoeste de Inglaterra; hija menor del matrimonio de Fred Miller y Clara Boehmer, de niña tuvo un carácter tímido y retraído.Su padre falleció cuando ella tenía once años y su madre le dio clases en casa, animándola a escribir desde muy joven. A la edad de 16 años, asistió a la escuela de la señora Dryden, en París, para estudiar, canto, danza y piano. Durante la I Guerra Mundial trabajó como enfermera en un hospital, de donde sacó la inspiración para escribir una historia policial cuya víctima moría envenenada. La novela fue “El misterioso caso de Styles” (1920), y con ella inauguró su carrera como escritora. Se casó en primeras nupcias en 1916 con Archibald Christie, este fue el padre de su única hija, Rosalind y del cual se divorció en 1928, cuando la abandonó para irse con su secretaria. Esto, unido a la muerte de su madre, le causó una gran crisis nerviosa que dio lugar a una amnesia. En una noche de diciembre del año 1926, apareció su coche abandonado cerca de la carretera, pero no había rastro de ella. Sobre el suceso se hicieron muchas especulaciones. Apareció once días más tarde en un hotel de la playa registrada con el apellido de la amante de su marido. Al no saber quién era publicó una carta en un periódico para ver si alguien la reconocía, pero como firmó con otro apellido nadie lo hizo. Afortunadamente su familia la encontró y pudo recuperarse de este golpe con tratamiento psiquiátrico. Separada de su marido y con su hija internada en un colegio, Agatha viajó sola a Bagdad a bordo del Orient Express, tren que le sirvió de inspiración para una de sus novelas más famosas: “Murder on the Orient Express”. Dos años después, durante un viaje por Oriente Próximo, se encontró con el prestigioso arqueólogo inglés Max Mallowan. Se unieron en matrimonio ese año, y desde entonces acompañó a su marido en sus visitas anuales a Irak y Siria. Utilizó estos viajes como material para Asesinato en Mesopotamia (1930), Muerte en el Nilo (1937), y Cita con la muerte (1938). En 1961 fue nombrada miembro de la Real Sociedad de Literatura y hecha doctora honoris causa en Letras por la Universidad de Exeter. En 1971 se le concedió el título de Dama del Imperio Británico (Dame), un título de nobleza que en aquellos días se concedía con poca frecuencia. Agatha Christie murió de causas naturales el 12 de enero de 1976, a la edad de 85 años, en Winterbrook House, Cholsey, cerca de Wallingford, Oxfordshire. Está enterrada en el cementerio de la iglesia de St. Mary, en Cholsey. Entre su obras teatrales destacan La ratonera, representada en Londres ininterrumpidamente desde 1952, y Testigo de cargo (1953; llevada al cine en 1957 por Billy Wilder y protagonizada por Charles Laughton, Marlene Dietrich y Tyrone Power. Escribió además novelas románticas bajo el seudónimo de Mary Westmacott. Sus historias han sido llevadas al cine y la televisión, especialmente las protagonizadas por Hercules Poirot y Miss Marple. Se calcula que se han vendido unos cuatro mil millones de sus novelas que fueron traducidas a unos 103 idiomas. En 1971 fue condecorada con la Orden del Imperio Británico.
Sus obras: El misterioso caso de Styles (1920) El misterioso caso del señor Brown (1922) Peligro inminente (1932) Muerte en el Nilo (1937) Un cadáver en la biblioteca (1942) Pasajero a Frankfurt (1970)
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“Aunque él la amase, con toda la fuerza de su mezquino ser, no la amaría tanto en ochenta años como yo en un día.” Emily Brontë F A C T U m - Revista Literaria
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CREACIÓN
para ti Para ti, mamá, el cielo entero: por ser la estrella de amor sincero y de alma bella que por mí vela. Para ti, mamá, la tierra entera: por ser la rosa que poco espera y que rebosa cariño y bondad. Para ti, mamá, el mar entero: por ser la espuma de aire hechicero que hace de pluma los días grises. Mi amor sincero, mi admiración y mi respeto, en mil te quiero de corazón: para ti, mamá.
Dante Vázquez M. México, D.F. Poeta.
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CREACIÓN
dÓNDE ANDARÁS Estoy esperando de una manera lindísima tu presencia, esa fragancia que al compás de mi utopía delibera todos los sueños que están pendientes entre nuestras vidas. Te pienso, te quiero, te amo o al revés. Como tú quieras, yo te amo te quiero, te pienso. ¿Y tú? Me pregunto dónde andarás, si piensas en mí, en mis poemas, si recuerdas mi última sonrisa, si al terminar el sol su estadía por éste el rincón mío, ay mía, junto a mí estarás aliviando el insomnio de cada día. Mientras tanto yo seguiré esperando, de esta forma bonita, lindísima. Amando, amándote así no estés aquí.
Darío Alejandro, 21 años. Esmeraldas, Ecuador. Estudiante.
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CREACIÓN
veneno
Arrebato, como en un ataque de energía dejo que mis dedos se deslicen, y te traigan otra vez, como si realmente hubieras existido, como si no hubieras sido una continuidad en los sueños, como si tu abrazo, aún fuera, como si mi enloquecido corazón, realmente hubiera habitado mi pecho, como si ese amor que todo transformaba hubiera sido real. Sé que ya no estás ni aquí ni en ningún lado, nunca fuiste, sólo en mí, solo en esta realidad que creí, apareció a través de esa mirada. Hoy, siento como si hubiera sido real, no sé cómo es que uno se encuentra en esos bretes extremos de sensaciones, de fuego fulminante, donde se gesta el recuerdo, cuando solo pareciera, como si todo hubiera sido leído en una trama desquiciada, locos todos los personajes, los soñados, los torturados, las voces y los espectros que te llevaron lejos. Tan lejos que tal vez fue en otra vida, como a veces se dice.
Prueba el veneno, delicia que nos mata lentamente.
Gabriela Pena, 47 años. Argentina. Escritora.
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CREACIร N
V Mientras tejes unicornios, iridiscentes conejos retozan en el oscuro amanecer del silencio donde te encuentro y despido antes de abrir las ventanas. VI En cada rincรณn de ti suspirar un verso anhelo. VII Donde quiera que me encuentre imรกgenes de ti evoco: vuelas en mi mente, libre, impregnando de tu polvo nichos fantรกsticos cรกlidos, almohadas de aire astral.
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CREACIÓN
Diálogos del alma Tenía miedo, él no me respondía, no quería ni siquiera tocar el tema de un nosotros, le lastime según me dijo el corazón, estaba ausente en medio de esa habitación, mi cuerpo estaba frio, inmóvil & con un profundo sueño, espere por horas que se levantara & nada, hice todo tipo de ruidos & él seguía inerte en su descanso; preferí esperar, Salí & prendí un cigarrillo que solía robarle a la tía Carmen. Regrese a la habitación después de unos minutos, me mire & supe que ya no me levantaría más, mi rostro tenía un color morada & pálido a la vez, tenía miedo, suplicaba a todos los dioses terrenales que fuera un sueño, no conocía nada de lo vendría, tenía miedo, mucho miedo, me preguntaba en mi solitaria habitación ahí conmigo, como será ahora la vida sin mí, que será de mí sin un cuerpo, que será de quienes me aman, ¿lloraran? ¿Me extrañaran? La noche llego, mi miedo era más abundante, era inexplicable no había sentido tanos ruidos en una noche, ni tantas ganas de despertar, así que me acurruque frente a mi cuerpo muerto, tenía los ojos cerrados, quería despertar de ese mal sueño, pero ya no tenía retorno, ni era un sueño, ni yo estaba en la realidad, pensaba en Sofía la chica que cogía mis sueños cada noche, en sus ojos que serían ya inhabitables para mí, pensaba en sus besos & en su sufrimiento al verme partir. Cerré mis ojos & ahí estaba ella moviendo sus manos en medio de la noche, de la oscuridad, ella gemía libertad yo por lo tanto disfrutaba cada instante, susurraba su nombre, ella seguía resolviendo los crucigramas de mi cuerpo, en medio de mí inmortalidad, parecíamos invidentes leyendo braille sobre nuestros sueños.
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CREACIÓN
La noche seguía susurrando, el viento era escabroso, alguien esperaba en la sala, sentía su presencia desde mi habitación cerré los ojos, fuerte, muy fuerte como cuando era un niño & los relámpagos me asustaban & la canción que mama me cantaba se acercaba poco a poco, toco la puerta no quería abrir, su voz era suave, tierna & calmaba mi miedo, me levante camine despacio hacia la puerta, gire la manilla & como rayo la abrí & ahí estaba ella con un túnica negra sin rostro, me quede en silencio me pidió que la siguiera & lo hice, mientras caminaba mi vida pasaba... ella señalaba los lugares más hermosos de mis vivencias, me sentía con mil emociones encontradas seguía mirando & ella se detuvo. Se puso enfrente de mi como si quisiera decirme algo, se acercó & al oído dijo: mira tú final, mira tú ultima risa, mira a tú ultimo amor, después que lo hagas nos iremos, quise quedarme todo el tiempo posible pero era inútil, no podía desafiar a la muerte, no podía regresar a mi cuerpo, no podía volver a besar a Sofía, no podría volver a tocar el piano, hacer el amor con la noche, no podría más soñar como un terrenal. “La muerte solo es una buena compañía para salir a tomar el té, para querer regresar, para ver que la vida se ha esfumado, para tener diálogos con tu alma”.
Fernando Bermúdez, 23 años. Chiapas, Mexico. Escritor, fotografo y poeta.
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CARTAS PARA ABALANA Abril, 1980. Veía lentamente como la noche caía sobre la ciudad, y sabía que esa noche podría ser la última en la cual yo podría tenerle en mis brazos. Era simple, podía darme la vuelta y caminar pero no era tan simple como solía parecer, ¿Era verdad? Daba varios pasos pero realmente seguía parado en el mismo lugar sin poder tener explicación alguna a ello. Tenía sus ojitos clavados en los míos sintiendo yo, sensaciones que hace tiempo atrás nadie podía hacer que sintiera, aparecía en mis recuerdos, sintiendo sus caricias, y yo en aquella cama llena de sombras en donde la luna se reflejaba en mi cara, sentía sus labios en los míos cuando en esos suspiros que noche con noche ella se llevaba cada que apretaba sus brazos en mí. Fui al parque en donde nos conocimos, pues sabía que aquella chica con cachetes regordetes era sin duda alguna la persona que yo quería para pasar parte del resto de mi vida. Todo a mí alrededor seguía su curso, las personas iban, venían, así, sin ni siquiera percatarse que aquel chico de pantaloncillos color pastel, quería dejar de volar y aterrizar en aquellas realidades que sabía serían aflictivas. Aún recuerdo la última vez que le tuve, no sé si ella lo recuerde, pues tiene ya 1 año que se fue diciendo que volvería y jamás lo hiso, me dejó los sueños, los recuerdos, las esperanzas de un amor que con el tiempo iba floreciendo.
Nitch Luce Núñez, 20 años. México. Estudiante de Comunicación.
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REVÉLAME TU CRISTAL Abro los ojos, la oscuridad de la habitación se descubre, pero tu luz la eclipsa. Oscuridad eclipsada por un rostro de diosa, que duerme serena al lado mío. Nadie podría adivinar el torbellino que se esconde detrás de tu semblante, de tu alma... Un torbellino que a veces me arrastra hasta el abismo, o me eleva hasta el más añorado cielo. Cuánto me gustaría entrar en tu mente, para descubrir la verdad, lo que escondes, lo que ocultas, lo que disfrazas. Y sé, que en un principio, yo solo formaba parte de tu venganza. Te hicieron tanto daño, tu pasado te asfixia tanto, que solo puedes respirar por esta nueva vida que has creado, que te crees, aunque no sea la tuya. ¿Cuántas veces has intentado destruirme? Pero has descubierto, que perderme, es como hundirte más en ese barro que otros amasaron con saña. Yo no soy como ellos... Pero me quiebro al dudar... ¿Qué te hicieron, mi diosa? Mi melena al viento, mi sonrisa liberada... Oh, Dios, cuánto ansío que confíes en mí... Déjame ser tu asidero, déjame ayudarte, permíteme amarte, como me amas, aunque lo niegues, aunque te rebeles ante este sentimiento que nos abrasa... Porque te amo tanto, que sería capaz de todo por ti... como aquel Principito que renunció a su sueño por volar junto a su rosa: de tierno perfume pero amargas espinas. Yo solo quisiera que vieras la luz que destilas, que creyeras en esa paz que otorgas, a pesar de tu guerra, de tu dolor, de tu disfraz. Permíteme amarte, hablar contigo, revélame tu cristal.
Gema Lutgarda E. Lopez, 38 años. Málaga, España. Escritora.
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Después de ayudarlo a levantarse, el mayordomo fue a continuar sus labores cotidianas, hasta que oyó de nuevo una sucesión de sonidos extraños; eran horribles alaridos procedentes de la habitación que había abandonado. Indiferente y acostumbrado a las manías de su patrón, entró. Lo que vio a continuación lo dejo paralizado. El cuadro causante de los desvelos de su amo se hallaba vacío, lo único que quedaba era el marco áureo circundando el fondo negro. Avanzó sintiendo la opresión provocada por la incertidumbre en el pecho y se detuvo enfrente del sillón. Una náusea invadió su cuerpo. La expresión del infortunado reflejaba la agonía que había sufrido. La garganta cercenada despedía el nauseabundo olor metálico del líquido sanguíneo y la carne de los brazos ardía lentamente al estar moteada con diminutas quemaduras circulares mientras la sangre de sus ojos recorría sus mejillas púrpuras. Su amo se encontraba sentado frente a él con la templanza y porte propio de un cadáver. Al mirar de un lado al otro buscando el arma homicida observó una serie de marcas en el tapete que lo hicieron estremecerse hasta a punto del desmayo. Eran pisadas húmedas, firmes y óseas tatuadas con sangre que se dirigían a la chimenea; sobre la repisa, hallábase un objeto que el mayordomo no recordaba: Era un cigarrillo. Junto a él, posado sobre la plataforma de madera, estaba un ente de naturaleza densa y macabra, con el gesto de un ángel o un demonio, cualquiera que hubiese sido no hubiera importado. Como un facsímil corpóreo de un terror escalofriante. Estaba… Un cráneo.
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ENTRE MALEZAS, QUEMANDO RAREZAS IMAGINARIAS Es animal terrestre trepando hacia la seguridad sin futuro, simplemente sobrevive… Más… Pretendiera conquistar ese afán por conocer, descubrir lo que intuye le enseñaron pasadas generaciones… Todos somos mutantes del ayer atómico, ocultos en el anonimato de las sombras de alguna construcción demolida... Lanzado y asilado en la selva, con el cuerpo desnudo, clama a los vientos su liberación. Los relámpagos iluminan la noche…la tempestad arrecia… Rayos y truenos, la precipitación golpea estrepitosamente, y siente que puede seguir empapado todo el prolongado viaje, que natura le custodia y los lobos le protegen de las fieras salvajes… Las campanas siguen tocando en su delirio pero ya no para él, que acepta tal cual, con sus turbulentas lacras de cernícalo humano… Carcajadas en la llanura, risas en las dunas…demencia camuflada entre los árboles, juzga que no pereció la musa… No le engañaron las sirenas del mar del norte, haciendo zozobrar su navío con sus cantos hipnóticos… Obtiene fuerzas, para hostilizar con las tentaciones de las fábulas, itinerario descomunal, grotesco y errabundo, se refleja en el lodo del barrizal… Allá marchó la súplica entre disturbios fatales de pretéritos que relegará, arrinconados y prendidos por llamas devastadoras… De las que renacen las cenizas esparcidas en tierra húmeda. Ha templado el apetito con bayas de coherente apremio.
Kim Bertran Canut, 54 años. Barcelona, España. Escritor- Fotógrafo literario.
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La campanada del reloj Con la campanada doméstica que señala la medianoche desde un estúpido reloj que preside mi estancia principal, me tomo las pulsaciones para certificar la realidad celérica de mi motor cardiaco. Enciendo un cigarrillo y respiro profundo; hago cuentas de números, de detrás hacia delante y de delante hacia detrás, parece que me calmo un poco. La neurosis es una ramera pretenciosa que no respeta tiempo alguno de intrusión, ni visita previa. Es la inminencia que se cierne sobre mi cabeza y sobre mi pecho cada vez que doy rienda suelta a un verso de mayor escala que los habituales. El corazón se me asoma por la garganta, mientras el sudor impregna toda mi figura desencajada. El hombre moderno en un rincón de la casa aguardando agazapado como un niño a que se marche el fantasma de turno, el ataque de rigor. El hombre moderno consumidor de drogas para el sueño de almohada, como también para el sueño de llevarse puesto, de soportarse en esta encrucijada percibida como realidad.
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CREACIÓN
Hasta que de pronto todo parece eclosionar y con ello salir mi cabeza a flote, y empiezo a respirar cada vez mejor, cada vez más tranquilo. Entonces el infierno queda atrás, y llega la hora de cuantificar uno a uno, -y- pedazo por pedazo todos los daños acontecidos; He sudado a mares y he creído morir más de 10 veces, y sin embargo aquí estoy, escribiendo la crónica de mi propia náusea más reciente, de mi agonía endémica. Supongo que escribir sobre lo padecido, relativiza de algún modo el dolor. Anestesia de alguna manera esa carga viral perpetua que llevamos dentro, y que expulsamos por el canal de la sumisión y del verbo. Quizá. O tal vez todo esto no sea más que una maldita ruleta rusa con carácter eterno. Al menos, hasta la próxima campanada del reloj.
Jonay Castro Casañas, 35 años. Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.
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La noche es un buitre Con oscuras alas imperiales desciende el ave trágica sobre mi lecho y la carne de mis muslos palidece y se pudre el agua clara de mis brazos. Su aroma, de sueños mancillados, aflora lentamente en mi epidermis colmando el vacío de los poros somnolientos, plagando de invierno cada uno de mis átomos. El río de sangre cálida se va angostando conforme avanza el abrazo deletéreo del elegante buitre trasoñado en los confines del insomnio turbulento. Su espectral presencia me devora al igual que a una carroña solitaria que exhala un miasma pestilente, que despide una fragancia de pantano. Sombríos lunares emergentes cubren el negro plumaje de sus alas que son la inmensidad del firmamento absorbiendo la sórdida esencia de mi alma. La noche es un buitre despiadado ansioso de vidas solitarias, sediento de sueños putrefactos, deseoso de conciencias extraviadas.
Alexis Santiago, 22 años. Ciudad de México. Estudiante.
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Y DORMIMOS El sonido de tus cuerdas vocales La dulzura de tu canto. Parecieras quimera en el fundo del mar, Al cerrar los ojos observo poliedros Girando. Trastornas mi juicio Sin prácticas supersticiosas Abro los ojos, los calabozos se Abren. Tus labios y tu cintura, El croquis de tu cuerpo, Un cuartel militar ardiendo. Me lees un cuento al oído Y los dos caemos, poco a poco, Descendemos, te recuestas En mi pecho y dormimos.
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Duelar la excusa Miedo a que seas una versión distorsionada de él, entonces seas como él, y entonces no me quieras lo suficiente, y entonces otra vez en pausa, en la sala de espera, y como siempre sola, y por primera vez con tu falta. Miedo de amarte, a vos o a cualquiera, de hablarte, a vos o a ninguno, de sentir tus labios, los tuyos o los nuestros, de querer tu sonrisa, la que me dediques cuando me tengas enfrente o cuando me recuerdes en silencio, para iluminarnos, para abrir el telón y quedar expuestos en pleno escenario y aún temblando, insistir en tus abrazos. Miedo de vos entonces miedo de mí, de que no te enamore, de que lo haga y entonces me escurra, me aterrorice tanto que me esconda debajo de las sábanas y cierre los ojos bien fuerte, y entonces quizás el miedo se vaya y vos también. Miedo a decirte que te quiero y entonces retirar lo dicho y retirarme y pensar que así me preservo del abandono y estar harta de tanto abandono y de tanto preservarme. Miedo a desearte y que el deseo nunca nos alcance y otra vez el vacío, el dolor, el sinsentido, el desamparo. Miedo a que me ames pero también a que no me ames, miedo de todo y entonces nada. Miedo a que se me cierre el estómago y entonces me encierre en mí misma y me enoje con la vida y me dé cuenta que estoy enojada conmigo y con nadie más, o sí, pero que ya no es excusa para tanta huída. Miedo de vos, de cada uno, de todos los que representás, de los ningunos que me amaron. Miedo a que seas uno de ellos, a que yo no pueda dejar de ser la que se escapa, la que no se queda, la del corazón roto, la de los días nublados en el rostro, la del miedo paralizante en todo el cuerpo. Miedo a que me veas, pero más a que puedas leerme y entonces me desnudes y mis lágrimas broten en palabras no nombradas por miedo a pronunciarme y que lo sepas, que así sin más me sepas de memoria. Miedo a querer olvidar y que me recuerdes que no hay olvido posible y entonces recordarte una y otra vez y no poder respirar de tanta presencia tuya. Miedo a quererte y entonces miedo a que me hables, o a que no lo hagas, a no poder estar sin vos ahora, a no querer estar sin vos después. Miedo a sentir dolor entonces miedo a no sentir nada, miedo a tanta anestesia, a tan poco de vos, a tan poco de darme y entonces miedo a correr y que no me alcances. Miedo a que no te des cuenta de que esto es una súplica, que tengo miedo de pedirte que te quedes porque nunca le pedí nada a nadie, porque siempre pude sola. Miedo a no querer poder sola, a no poder decirte que quiero poderte y que me puedas, que quiero quererte y que me quieras. Miedo de mí entonces miedo de vos.
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Miedo de que revivas mis fantasmas y entonces miedo a enfrentarlos y que se vayan o te los lleves y no saber qué hacer sin ellos. Miedo a tenerte cerca y al instante en que no te tenga y entonces miedo a seguir escapándome, a que no me detengas, a no poder detenerme. Miedo de amarte más y que me ames menos o que no me ames o que el amor no alcance y me dejes ir y me deje ir. Miedo a bajar la guardia y permitir que me quieras, que me abraces, que al despertar seas al primero que vea, que al cerrar los ojos seas la imagen de la perfección y te quedes a mi lado para ser el último resto diurno y entonces te sueñe cada vez y permanezcas. Miedo a lo permanente y a lo efímero y entonces miedo a los para siempre y sobre todo a los hasta pronto que no son pronto y son siempre. Miedo a duelar la excusa y entonces vérmelas conmigo frente a frente y tener que hacerme cargo de todos mis temores y llorarme cada parte del cuerpo y del pasado y gritar mis rencores y dejar de echarme culpas para poder quererte y que me quieras. Miedo a duelar la que fui y dotarla de caricias y perdones, para que se lleve el llanto, las quejas, el silencio encarnado, la falta de amor, la sobredosis de vías de escape. Miedo de no saber qué hacer con esta que soy y desear que vos sí sepas o que al menos te quedes conmigo para ayudarme a descubrirlo. Miedo de mí entonces miedo de nosotros, de lo que podamos ser o no ser. Miedo de la posibilidad, de lo real, de lo concreto entonces miedo de que me quieran, de que vos o alguien por fin me quiera. Miedo de amar, de amarme, de permitir que me ames y entonces miedo de ser la que ya no tiene miedo.
Fernanda López, 31 años. Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Escritora.
CREACIÓN
Necesidad Dibujando corazones en el café. Esperando a que se enfríe Para que sea lo más parecido al invierno Y me recuerde a ti. El estómago lleno de insectos con alas. Que revolotean y chocan entre si Discutiendo Si diciembre o marzo Si tú o yo Las dos gotas de lluvia de mi ventana Que corren para terminar su curso Me recuerdan a nosotros Compitiendo por ver quien llega antes A nuestro lado favorito de la cama Cerca del radiador El único sitio en el que puede ser verano A milímetros de tu piel Conozco el insomnio solitario Y el despertar con tu voz Rodeado De tus brazos Pero no conozco a nadie Que haya despertado en mí Lo mismo que tú Y no creo que tenga la necesidad de conocerlo Nunca
Ikeli O’Farrell, 19 años. Escritor
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Me despierta el alba, quien me lo diría que tu hermoso rostro contemplar pudiera no, no eres fantasía, es mi realidad. Entre blancas sabanas a medio cubrir descansas el cuerpo delinean tus formas, las puedo admirar mientras tú mi amor ni cuentas te das. Despiertas en mí tantas emociones hay deseos locos de besar tu boca recorrer tus calles, pintar las caricias sentir que me abrazas, estrechas, asfixias... Suspiro profundo, se me ha hecho tarde tengo que marchar. Con mucho cuidado apago la luz grabo en el espejo la pequeña nota: “Cariño, observa tu espalda marcadas en rojo te deje mis huellas quiero agradecerte por las emociones de cada mañana, al contemplarte... desnudo entre mis sabanas blancas”.
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PLAÑÍ ¿Qué te he hecho amor, que recibo de ti sólo silencio? Dime el motivo por el que ignoras mi saludo, mis caricias y mis besos. Dime amor si has dejado de amarme para llorar con ganas, desafiando al recuerdo. ¿Qué te hice amor para que hoy ya no toques mi oído con tu voz? Dime ¡Qué te he hecho! ¿Qué pasó en esos días en los que desapareciste, ignorándome por completo? ¿Qué he hecho amor para que hoy guardes silencio? Dime amor si somos dos o tres las personas con las que divides tu tiempo. Dime amor, por favor, sé sincero. ¡Tengo dudas amor, no sé qué está pasando de nuevo! ¿Qué he hecho mi amigo para que ignores mi lamento? Yo, la que no pide más que tu amistad para seguir amándote en silencio, y tú, amando tu libertad me dañas sin saberlo. ¿Qué he hecho amor, por qué ignoras mi sentimiento? No quiero volver monotonía algo tan maravilloso como lo es tu compañía, no quiero sentirme tuya sin antes cerciorarme que serás mío en esta lujuria de carnes y ensueños inalcanzables en esta vida. Quiero amarte por ratos y huir de nuevo a mi guarida. Protegerte de la lluvia, abrazarte como el sol ardiente en esa playa desnuda sin sombra que quema mis pies al paso. Continúo fingiendo que no pasa nada dentro de mi cuerpo con tu partida. Han pasado horas convertidas en días, días convertidos en meses, meses convertidos en eternidad, y tu mutismo se convierte en veneno y cura. Tu desdén en recuerdo, mi lamento en poesía y, mi soledad recobra fuerza con letras que hago vibrar. ¡¡Oh, terrible clamor!!
Zafiro Merlión. Oaxaca de Juárez México. Escritora.
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TIEMPO TIRANO
El tiempo es rey y verdugo. De repente todos corren, se apresuran por llegar a ningún lado. Tropiezan unos con otros. Huyen, como si el mundo ardiera a sus pies. Los aguijones del reloj por un lado los esclaviza y por el otro los eterniza. Les da razones para sufrir y tareas innecesarias. Es así que viven anclados al prestigio de no tener tiempo y a la tortura de no saber qué hacer con él. (El apestoso estatus de estar ocupado). Los veo y me pregunto; ¿Por qué siempre quieren llegar puntuales a donde nadie los necesita?
Elvira Ávila, 27 años. Xalapa, México. Estudiante.
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Amiga No me atrevo a juzgarte, Yadira, debió ser una decisión terriblemente agobiante. Claro que sí. Yo te veía pasar presurosa desde mi ventana, con tu abriguito verde de paño, los zapatos chuecos, la bolsa marrón gastada que colgabas entre el pecho y tu espalda, repleta de cosas que calificabas de “necesarias” pero que no eran más que objetos que guardabas como un pequeño ratón: cordones de zapatos, migas de galletas, alfileres de gancho, papeles y otras “excentricidades” como te decía la tía Rebecca irónicamente cuando inclinabas tu cartera buscando los apuntes y los bosquejos de parábolas que leías para nuestro deleite. No sé si realmente supieras que la delgadez de tu silueta enmarcaba perfectamente en tu cabecita color caoba, llena de pájaros azules que dejabas volar junto a las letras que siempre te hicieron guiñadas desde las expresiones de tus hermosas fábulas Reíamos con cada historia tuya mientras el mundo se desvanecía y solamente las dos sobrevivíamos al funesto torbellino de noticias de infinitas guerras, repliegues de tropas, ocupaciones de tierras y perpetuas revoluciones reverberando en el viejo y cuadrado televisor de la tía. No me atrevo a juzgarte, Yadira. Claro que no. Compartimos la niñez desde un inmenso médano del que nos lanzábamos como golondrinas de verano, desplegando las alas en un heroico vuelo hacia la libertad, lleno de sal y espuma. ¡Qué hermosa nuestra playa! La creíamos tan nuestra. No nos gustaba compartirla con los que llegaban ávidos de sol y arena. ¡Qué pertenencia tan ajena nuestra playa! Por eso no me atrevo a juzgarte, Yadira. ¡Qué esperanza! Lanzábamos flechas a los invasores de nuestro monte, valientemente montábamos nuestros caballos de metal hacia una aventura que terminaba siempre en la casa de los botones, una enredadera enorme de raíces de pino, donde la imaginación de dos inocentes, la transformaba en puesto de avanzada. Allí, escondidas del mundo, éramos testigos de una historia que se gestaba como muchas otras historias de este Orbe complejo y bicéfalo, entre la corrupción y el anhelo.
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Vimos a la gente enloquecer de rebeliones, vimos a la gente correr por las calles entre disparos e innombrables ideas, vimos a la gente desvanecerse, desaparecer entre nubes de símbolos y entre medio de tanto caos y silencios, el cosmos giraba indiferente a nuestro miedo y a nuestras muchas preguntas sin destino. Por eso no te juzgo. Cuando menos lo esperábamos, llegó la adolescencia, cargada de ímpetu y locuras. Tus historias se hicieron más serias, especialmente después de leer a Alicia. Claro, “El país de las maravillas” no existía, lo habían desmembrado, habían callado a todos, nos clasificaron, nos humillaron nos encerraron y nos dijeron que debíamos ser sumisas. Soportamos juntas los golpes de tu madre, las humillaciones de la tía y todas las frustraciones de los adultos, mientras todo seguía girando en aquel insondable silencio; intentábamos creer en lo imposible y dibujábamos mariposas frente a los muros más estoicos del planeta. ¡Qué arrogancia la nuestra! Y como en toda locura, lo imposible movió los corazones de la silenciosa masa y un día aclamamos todos bajo la misma voz y el mismo nombre. Se rompieron las cadenas y contaste nuevas historias de gente vieja a nueva gente. El silencio se hizo coro y la alegría desbordó las calles, los teatros, las plazas y cantamos todos desde la esperanza. No te juzgo, Yadira. Volvíamos a ser felices. A nuestro modo, inconscientes e inseguras. En un afán por descubrir sentimientos inventaste historias de pasión y rencor, de sexo y de idolatría. Escribiste deseos con formas en hojas de papel que eran arrancadas por el viento de las estaciones y los años. Constantes y rutinarias oleadas de días frustrados y ajenos, prosperidades de otros, dolencias de todos, deseos de algunos. Dura muy poco la felicidad hueca cuando la traición la carcome, como en tus historias de amores desencontrados. La vida nos desbordaba, nos dejamos llevar por la razón de la juventud y fuimos agresoras, transgresoras y heroicas supervivientes en un cuarto de siglo cargado de transiciones más que de verdades. Nos tocó esa lucha, Yadira, por eso no te juzgo. Hicimos y deshicimos el mundo, lo tejimos, lo hilamos, lo deshilachamos y lo teñimos
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con los colores de la felicidad, una “estúpida” felicidad. Hilvanamos los hechos, desenredábamos madejas de sucesos, nos convertíamos en leyendas vivas de una sociedad sumida en la impotencia de inconmensurables días de catarsis. ¿Cómo podría juzgarte? Y cuando llegó la hora de mi exilio voluntario, más que distancias, un abismo, se cernía frente a nuestras vidas, llegó el momento de despedirse de los sueños, de los milagros, de los matices ingeniosos de tu modo irónico de ver el mundo. Y para cuando yo ya no soy lo que era, convirtiéndome en esta figura mal armada de palabras ambiguas entre dos culturas antagónicas, tu voz resurge. No te juzgo, Yadira, tenías la mejor de las voces, la más atronadora para gritar: ¡Justicia! Por eso y por muchas otras cosas, indecibles, no te juzgo. Llevabas puesta la camisa de flores estampadas cuando sorprendiste a la desnuda muerte, con tu sonrisa de niña y medio siglo en la espalda, defendiendo la causa. Tus historias trascendieron las montañas y los mares, le dijiste al mundo de tu lucha, de la de miles de mujeres, despojadas de su tierra, de tu tierra, de tu playa, de la mía y de la tuya, más mía que tuya o más tuya que mía. Eterno conflicto. No te juzgo. Decidiste quedarte. Le dicen “franja”, un pedazo de tierra lleno de exhalaciones, para nosotras, lo que queda de la patria.
Susana Gonzalez Odizzio,51 años. Estados Unidos. Escritora.
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LLUVIA Sollozaba y no se permitía, Pero buscaba una salida; Ocultaba una vez más su grandeza, Y la sensibilidad de su gran corazón. Las palabras ya no eran suficientes Y las muestras de afecto se desvanecían. Como algo común en ella, Su rostro de alegría se tatuó, Sin embargo, su corazón lloraba, Mientras sus labios reían. Su cielo era grande, Pero su mente lo oscurecía, Su alma era libre, Pero su cuerpo se resistía. ¡Y ahí estaba otra vez! Un día más de tormenta, Un paraíso oscuro, y a su alrededor, Todo el resplandor. Aún sus grandes placeres la estremecían, Y volvía a sollozar, Por no poderlos disfrutar. Ella era su propia celda, Y no sabía cómo escapar.
Diana Paloma Morales Salazar, 30 años. México. Docente de inglés y Derecho.
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Nostalgias
Descanso un sueño de tardías nostalgias sobre las rocas de tu memoria. El astro reposa su redondez plata junto a la curvatura de mi espalda Su visita sutil nocturna presta a alimentar la melancolía de mis horas mansas trocadas –ahora- en lágrimas de luna llena los suspiros ya sin suspiros huelen a plata las miradas ya sin mirar se elevan hasta alcanzarla y el grito disfrazado, de mudo silencio, suplica: devuélveme tú aquellas noches de dulce rocío sereno esparcido sobre la espuma, el mar, la arena blanca…
Elisabet Carina Basilio, 44 años. Cañada de Gómez, Argentina. Profesora de Lengua y Literatura.
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—No lo entiendo. —Sacudió la cabeza la pequeña, confundida; mientras su madre la sentaba en el pupitre de plástico de aquel bonito cuarto de juegos. Y cruzaba las piernas al sentarse en el suelo, para ponerse a la altura de su hija. —El sol es como un gran mago. Que da la vida a las flores, a los árboles… a los animales… —¿Al gatito del señor Gómez también? —la interrumpió la niña, con su rostro de nuevo desbordado de ilusión: “Guau… el sol es un gran mago”; pensaba, mientras su madre seguía relatándole la historia. —Sí… al gatito del señor Gómez también —accedió la madre entre risas—. El gran sol nos da la vida a todos y nos protege con su calor. Pero como es tan grande y tiene tanto calor para compartir, hay que tener cuidado, y coger ese calor poquito a poco… —Para no quemarnos —interrumpió de nuevo la pequeña, abriendo mucho los ojos. Su cabecita estaba empezando a comprender; y además, se estaba acordando de algo: —¿Como el año pasado cuando me quemé en la playa porque tomé mucho el sol? —Ajá… —asintió su madre—. El sol es grandioso, Laura. Y todos los días nos regala su magia. Tan solo tenemos que coger un poquito de ella; un pellizquito de esos polvos mágicos que nos dan la vida… Puede que ahora no lo entiendas, porque eres muy pequeña; pero mis palabras estarán en tu cabecita para siempre: Si la vida te da la oportunidad de disfrutar de la belleza de las cosas, no quieras agotar su regalo muy deprisa mirando al sol. Ve despacio… y entonces sus rayos te acariciaran para siempre. Laurita sonrió. Y a pesar de no entender esas últimas palabras, sintió la calidez de la tierna voz de su madre; y nunca olvidó este momento, que llevó grabado en su memoria.
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TRÍPTICO DEL DERRUMBE I El mar le está llamando. Lo escucho murmurar perversamente con la espumosa lengua que esgrime la resaca Dice a su oído: ¡Ven! ¡Ven! dicen con voz de mando. ¡Acércate a la orilla donde flotan tus sueños derretidos! ¡Acércate a la playa que en la arena tus pasos aún perduran! ¿Acaso no lo escucha? ¿No oye respirar bajo la arena los caracoles diurnos? El mar le está llamando para hincharle de sal las tibias velas, para encallar la barca de sus horas, el mar le está llamando. II Le nació de tristeza ese desierto más desierto que su alma. Se le instaló en el pecho una vertiente, un mar de tierra seca, polvorosa. Y se mancha su rostro y desgarra su piel y el corazón palpita sordamente aquejado de ausencia.
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III Oscura ala nocturna de algún pájaro. con ademán de hastío ensombreció el sosiego y se tocó a silencio en todas las campanas. Mariposas letal sus alas incendiaron las velas desleídas. Cómo cantan ahora sobre la tierra fresca los cúmulos de flores, Cómo suenan a triste los pájaros y el viento entre la sucesión callada de los días ajenos al derrumbe.
María Elena Espinosa Mata. S. Nicolás de los Garza, México. Profesora-
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DESPóJATE Cierro los ojos estas allí en Ese lugar tan lejano del Mundo. Un gato me acompaña Estoy por encontrarte, Estas tan cerca de mí. No mires hacia atrás Te puedes convertir En ceniza. Escucha el silbido de Los pájaros, corre, no Pares. Olvida la ciudad, el ruido De las sirenas, la bulla De la gente, sus ideas. Juntos encontraremos Un nuevo amanecer. Frente a las aguas Cristalinas de nuestras almas. La pérdida de la razón Por la sencillez del corazón Despójate, te siento.
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LA CONSONANTE Sobrevuelo tu cuerpo En la hora nocturna Me poso sobre tus brazos Y me deleito con tu aroma. Soy el fantasma que Te mira cuando caminas Descalza, el frio que Recorre tus dedos. La rebeldía que gritas Con todas tus cuerdas Bucales. Los orgasmos con textos Intelectuales, las caricias Con rimas de sabotaje. El solvente de tus ansias De estallar entre calles, La curva entre rectas. La consonante en medio de tus Vocales.
Fabián Luna. México.
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Último suspiro Es tan grande la derrota de los hombres que no ven más allá de sus caprichos. En su irrefrenable involución reivindica sus miserias arrasando los bosques, mutilando la especie, lapidando la estirpe. El lamento de la tierra en sus entrañas, no cesa. ¿Quién escucha el susurro de los verdes, en su último suspiro? ¿Quién percibe al viento que trae cenizas del destierro, y un séquito de pájaros yertos? El planeta clama sosiego con el dialecto primitivo de nuestros ancestros que presagian un rosario de condenas.
Claudia Alejandra Auriol, 47 años. Cañada de Gómez, Argentina. Docente de nivel primario.
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-¿Qué letras? ¿Qué dicen? No veo, dime. -La razón de por qué tu libertad es negada: tus desconfianzas, mentiras, vicios, miedos, violencia, odio celos, desconfianza a ti mismo, miedo a soñar. -Dime que dice aquella placa que está situada arriba de mí en la que las cadenas están soldadas. -Dice lo que tú solo decidiste sin importarte nada ni nadie: “ tus propios errores te hicieron perder el amor tus errores son los causantes de tu propio exterminio”. -Perder el amor… Yo sólo quería ser feliz, pues tú solo causaste lo contrario. Mírate como siempre pensando en ti, solo en ti. Egoísta. El silencio inundó el lugar, un frío fuerte y secó pegó en mi rostro, algo había pasado. -¿Qué pasa? ¿Qué me sucede? ¿Qué hago? Solo quiero vivir y amar, solo quiero ser feliz. -No pidas algo que ya no tiene sentido, ya no tienes que recordar, ya se ha ido. -Déjame, solo quiero luchar. -Pero ¿para qué? Ya has perdido. -Cállate ¿hasta cuando estaré aquí? ¡Déjame ir! -Siempre estarás así encadenado, entiende ni siquiera nadie sabe lo que te ha pasado ni familia, ni amigos, ni ella, nadie. Tú causaste que nadie ni siquiera se preocupara por nosotros. De repente la tristeza no dejaba de aumentar, más una pausa se creó no había nada más que yo limpio y sin cadenas ni heridas, libre. Mi rostro empezó a sonreír, una sonrisa de fe y de ilusiones y otra oportunidad. La única voz era la mía. No paraba de sonreír y dar gracias pero cuando pensé que todo había terminado mis ropas se desgarraban poco a poco, las heridas abrían, mi boca y pies sangraban, la luz se disminuía cada vez más, intente correr y escapar llegar a la luz cuando tropecé tan duro que la sangre empezó a escurrir por mi frente seguía encadenado otra vez mi libertad y mis ganas de vivir eran arrebatadas ¿Por qué? ¿Por qué? La risa pesada y burlona de nuevo, todo se ha: ido la ilusión se desvaneció y tu ríes, riendo solo dijo: -Ahora sabes que sentí cuando de la nada todo murió, todo se acabó. Has muerto amigo mío, ya no luches hemos muerto. De la nada un gran shock sentí voces retumbaban mis oídos pero me encontraba tan aturdido que no lograba entender nada, mis ojos empezaban a abrir, la luz era deslumbrante solo llegaba a ver borrosas siluetas; a mi alrededor todo se empezaba a aclarar. -¡Es un milagro! ¡Está vivo! -¡Felicidades doctor! Me situaba en un hospital, traté de moverme, ninguna atadura me lo impedía pero me sentía más encadenado que aquel calabozo, mi fuerza poco a poco volvía a mí. -Doctor se mueve, se mueve, no cayó en coma. Me sentí con fuerza suficiente para respirar, el aire recorría mis pulmones con una frescura inexplicable, vi mis brazos y arranqué los sueros violentamente; aparté a todos de mi, trataron de agarrarme, vi la puerta y no lo pensé dos veces corrí hasta alejarme de aquel sitio; quise ir a casa, todos estarían preocupados buscando, pensé pero cuando llegue me di cuenta que ni siquiera mi ausencia habían notado, corrí hasta no poder. Quería verla, quería amarla, quería abrasarla demostrarle que aquí seguía esperándola ,que quería estar a su lado; la vi a los lejos pero nada había pasado, todo seguía igual sus ojos expresaban enojo y desconfianza y ella que ya todo había olvidado, ya no era nada para ella; todo seguía igual nada había cambiado, seguía sintiendo esa gran presión pero mis pies y manos limpios estaban sin cadenas pero yo ahí las sentía, más fuertes que nunca. Intenté, llorar, gritar pero todo fue nulo, por fin había entendido lo que en mi propio calabozo, mi sentir me dijo estaba muerto, mi sentir había sido eliminado y esa voz, mis sentimientos el que nunca dejó de luchar por fin se rindió. El vacío inundaba mi cuerpo, un cuerpo que tan solo ya era algo vacío, solo roto y sin sentido el único recuerdo son estas cadenas que siguen conmigo, el sendero de este irónico camino, cadenas tan fuertes tan pesadas tan reales.
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COMUNICACIÓN Y CORPORATIVISMO “Ser bueno” es una consecuencia de la educación recibida, que diría Kant. J.J. Rousseau diría todo lo contrario, esto es, que el ser humano es bueno por naturaleza, y es el contacto con la sociedad lo que corrompe dicha naturaleza. Yo por mi parte le he dado muchas vueltas a eso que dicen que es “ser bueno”: ¿Ser bueno en el plano del pensamiento?¿en el de las acciones?¿para con los demás?¿lo que es bueno para los demás es bueno para mí?¿si eres bueno, recibes bondad a cambio? Como digo, le he dado muchas vueltas. Yo, que me he leído dos veces “Más allá del bien y del mal”, he de reconocer que albergo mis dudas al respecto, si bien, qué duda cabe que ser bueno, en un sentido platónico, se sigue llevando mucho en la sociedad actual. Sea por efecto de la televisión, por influencia de la cultura dominante, o del utilitarismo que implica el hecho de ser bueno. Y ello, si aceptamos con Aristóteles que el hombre es un animal político, y, con Marx, que el ser humano es ante todo un ser social. Porque yo he llegado a la conclusión de que el ser humano no siempre necesita de los demás para poder sobrevivir. Es, como decía aquel, como pasa con la relación entre el campesinado y el resto de la sociedad: Si bien el conjunto de la sociedad necesita de los productos de la tierra para alimentarse, para trabajar la tierra la comunidad campesina no necesita del conjunto de la sociedad. Ahora bien, hay que aceptar que vivimos en un mundo globalizado, interrelacionado, en el que, por ejemplo, valen más los intereses de las multinacionales que la supervivencia de la propia especie en su conjunto. Demos un paso más allá en nuestra reflexión: Es indudable que el lenguaje supone un avance sin precedentes de cara a la evolución humana y, sobre todo, de cara a la reproducción social y cultural. Tanto como el descubrimiento del fuego, ya que ambas se consideran el origen de la auténtica vida en sociedad: El lenguaje proporciona el modo, mientras que la hoguera proporcionó el medio. Pero ¿Por qué es tan importante comunicarse para los seres humanos? La verdad es que no lo sé, pero es así. Puede que, de cualquier forma, resulte más divertido vivir en un mundo de habladores que de sordos y mudos. La comunicación es la herramienta más útil para transformar el mundo que conozco. La interacción entre los seres humanos de información coherente, rica y variada por los medios naturales y tecnológicos proporciona un bienestar nada desdeñable tanto para el enriquecimiento del individuo como para la sociedad en su conjunto. Pero hay que andarse con cuidado con ciertas cosas, ya que el bienestar para una persona no es lo mismo que para otra, pues los afanes e intereses varían.
Eloy Andrés Gómez Motos.
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EN LA ÚLTIMA REMINISCENCIA Cierta noche de octubre recordé mi próxima muerte. La visión fue de lo más espantosa. De improviso, la vivencié con impresión. Aquello, me pasó hace ya varios años. Si bien lo relato, les digo que yo estaba en la casa de mis padres. En familia, hablamos sobre nuestros viajes así como sobre los triunfos personales. Todo marchaba con rigurosa premeditación. Como de costumbre, cenamos juntos pescado de mar en el comedor. Lo hicimos entre calurosas sonrisas. En fin, gozábamos de un rato agradable. Y de repente, se acercó el momento de ir a dormir. El firmamento oscuro explotaba en tinieblas. Hacía un frio envolvente. Sólo entonces, nos despedimos con cordialidad. Luego, yo bajé al primer piso para recostarme en el sofá de la sala. Claro que antes, tomé un cojín y una cobija del cuarto de ropas. En lo íntimo, presentía un miedo inexplicable. Lentamente daban las doce campanadas. Por el hecho, no quise pensar en nada, nomás ansié el sosiego. Una vez abajo; corrí hasta el mueble, me eché de espalda y traté de descansar entre el barullo del viento. A propósito, tuve que quedarme allí porque mis primos habían llegado de Francia. Ellos a su vez cordial, convinieron en pasar año nuevo con nosotros. Desde lo engañoso, ninguno opuso la menor resistencia. Al parecer, les demostramos una felicidad fingida a ellos. Mientras, la bruma azulada siguió densa bajo los cielos. Por la depresión que padezco, fue obvio que no pude conciliar el sueño. De contraposición, vi una realidad misteriosa a lo lejos. Se figuraba desde mi perturbada conciencia. Entre lo individual, luché por deshacer la premonición con fuerza. Me revolqué sobre las sábanas. Golpeé mi cabeza contra la pared. Incluso, grité para saber si alguien escuchaba desde afuera. Pero fue inútil escapar, porque ese mundo como que me absorbía. Tanto, que estrepitosamente supe cuando una sombra me lanzó a un abismo que daba al mar. De súbito, mi cuerpo moreno se despedazaba contra los arrecifes. Sobre el horror, descubría como yo desangraba por el estómago y las piernas. De a poco, agonizaba en medio de las olas, más no podía eludirlo.
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Un minuto después, volví en mí. Lloraba en la oscuridad. No sabía qué hacer ante tal experiencia de muerte. El desequilibrio aún permanecía en el ambiente. Así que a solas, me puse a examinar el presente. Pronto supe que estaba tendido en el suelo. Por lo cual, pasé a erguirme con cuidado. Enseguida, empecé a caminar para encender las luces. Di unas varias pisadas tambaleantes. Por poco y me caigo. Al cabo, oprimí el botón del interruptor y fugaz se prendió la lámpara del techo. Ahí entonces, vi que vertía sangre por la nariz y los oídos. El espejo ovalado, que había colgado a un lado del ventanal, me lo reveló entre sustos. Y sí, revivía el dolor sepulcral. Además, intuía mi asesinato con sordidez. Ante todas esas impresiones, caí desmayado contra las baldosas de murano. Por cosas del destino; mi madre se despertó con angustia; fue a tomar agua y cuando ingresó en la cocina, sorprendió a prima Daniela jugando con un cuchillo. Sin más paz; sucedió la tragedia y yo esa noche, me salvé por pura suerte. Ahora; aquí encerrado en este cuarto donde escribo, cavilo sobre mi futuro y comprendo que ella será la homicida. Por tal motivo, estoy tranquilo en verdad. Sé que primero caerán muchos años, antes de que ella remate su venganza. De hecho en el recuerdo fatal; yo estaba viejo, tenía los cabellos canosos y sufría de amnesia.
Rusvelt Nivia Castellanos. Colombia. Cuentista.
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el amor
El amor lo es todo cuando no tenemos nada. Es la inspiración cuando todo es tormenta, es la risa en la noche mas triste, la ilusión que de un momento llega resplandeciente en el mar de otoño; pero como viene se va es confuso nos hace odiar o amar ese momento esa realidad. La cuestión no es buscar ser amado sino estar dispuesto amar hasta la cuestión mas insignificante; puede ser ingrato, maravilloso, único, raro, peligroso, riesgos o triste sin importar de como llegue a ser, sin duda es lo mejor que podemos sentir ir a las nubes y quedarte ahí maravillado por la existencia. Muchas veces no es lo que esperamos que sea pero si lo que necesitamos todo pasar por algo, toda acción tiene una reacción al final de cada túnel llega la luz llegar no es fácil caer se vuelve monótono pero después del esfuerzo tocaremos el cuerpo, sentiremos su respiración junto a la nuestra su calor será mas confortante que cualquier abrigo en ese momento sentiremos este sentimiento tan preciado llamado amor...
Tacho, 22 años. México. Estudiante de licenciatura comunicación y escritor.
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Piedra de sal Alguien te condenó al destierro, te hizo salir y cerrar detrás de ti la puerta, clausurar las ventanas, abandonar el hogar que entibió tus noches. Mujer sin nombre, ¿o te llamabas Yrit?, te separaron de los brazos con que hermanabas las tardes con las noches compartiendo el té y las palabras. Debías huir porque tu casa ya no podría ser tu refugio, todo sería destruido, hasta tus huellas. Tuviste que seguir los pasos de tu marido, pero podría haber sido tu hermano, tu vecino. A partir de ese momento, cuántas veces has sido expulsada, conocida por el parentesco, por el color, por el gesto que le correspondía a alguien más y no a ti. Te fuiste en nombre de tus hijos, en memoria de tus hijas. ¿Qué ser inmisericorde forzó tu obediencia? ¿Cómo es que alguien puede castigar de ese modo la nostalgia? ¿Quién te obligó a renunciar a la tierra de tu jardín, a la sombra de tus árboles, al canto de las aves que despertaban tus mañanas? No querías partir. Los cojines, la cocina, el rosal, el agua de los cántaros te llamaba. No querías ir, pero no preguntaron tu opinión. Te arrojaron a las llanuras agrestes donde reptiles y escorpiones poblaban la noche, el frío martirizaba la carne bajo la ropa, la luna ocultaba su vergüenza tras raquíticos árboles. Ahí afuera cualquier movimiento significaba el dolor hundiéndose en la piel, lacerándola hasta secar la sangre. Tu apego, el amor a lo tuyo fue maldecido. Intentaron cancelarte el derecho al recuerdo y a la pertenencia. Siempre encontraron razones para culparte. Un movimiento de cabeza, un pestañeo, el tropiezo del pie en el umbral equivalía a la muerte. Tuviste razón en dejar que el viento enredara tus cabellos desatados, que tu grito fuera relámpago y respiro; fue bueno detenerte, girar el cuello, abrir los brazos. En el momento mismo en que las lágrimas brotaron, se volvieron sólidas y cayeron quebradas en la arena. El fuego llegó a tus espaldas y consumió tu túnica. Tu cuerpo quedó detenido para siempre. Te perteneces ya a ti misma, a la tierra de las madres sin hijos, de los hijos que conocen el odio y la sangre. Ahora tienes todos los nombres, todos los orígenes, estatua desplazada. Tu sal se disuelve en nuestras bocas.
Mariena Padilla, 62 años. Monterrey, Nuevo León, México. Maestra de Matemáticas.
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lecturas Me gustan las vacaciones de Semana Santa y Pascua. Más teniendo en cuenta que, en esta soleada tierra de mis pecados, quienes nos (mal) ganamos las habichuelas en el negocio docente, gozamos de unos cuantos días libres extra, no sé muy bien a santo de qué, y nunca mejor dicho, vaya. Me gustan, decía, y mucho. Posiblemente se trate de mi período vacacional predilecto. Y no precisamente porque anide en mí un entusiasta del fervor, entre hipócrita y folclórico, que por estas fechas embarga a tantos de mis paisanos. Sino porque son días exentos de agotadores compromisos familiares ―Navidad― o turísticos ―verano―. Las de Semana Santa y (aquí larguísima) Pascua son vacaciones genuinas. “Quality time”, como muy certeramente refiere el siempre conciso idioma inglés. Tiempo, en efecto, de calidad, y, lo que es más importante: tiempo para uno mismo. Por mi parte, y a la vista de la fijación homoerótica que nuestros programadores televisivos manifiestan hacia el “peplum” más casposo, he dedicado dicho tiempo a la lectura, aunque no de la Biblia ―reconozco que el año pasado hojeé el Cantar de los Cantares y otros pasajes del Antiguo Testamento, la bizarría de algunos de los cuales nunca dejará de sorprenderme ni, hasta cierto punto, admirarme. Me las he visto, en primer lugar, con el best-seller divulgativo ―conste mi natural aversión a productos de su pelaje, puesta en barbecho sólo para la ocasión y porque me llegó muy recomendado― “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad”, obra del joven medievalista e historiador militar israelí de abradacabrante nombre, Yuval Noah Harari. En él trata su autor de dar respuesta al porqué de la pervivencia del “Homo Sapiens” ― todos nosotros, por más que en ocasiones (muchas, cada vez más) cueste incluir a ciertos individuos en tan distinguida categoría―, cuando hace apenas 100.000 años ―un parpadeo en el eterno devenir del universo― éste compartía el planeta ―es de suponer que en no muy buenos términos― con al menos otras cinco especies “humanas”, no necesariamente peor adaptadas al hostil medio ambiente.
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artículo
vacacionales A grandes rasgos, su hipótesis de trabajo estriba en una serie de cambios cognitivos paralelos al desarrollo de una (bio) lógica eminentemente genética, según la cual es bueno aquello que garantiza la perpetuación de la especie. O sea, su replicación exponencial. Ergo somos virus, poco más. Toda consideración moral ―y, por ende, filosófica o religiosa, incluso sociológica― queda así desterrada de la historia, para escándalo, imagino, de una cuota nada desdeñable de la comunidad académica. Pese al muy discutible aroma spenceriano que destila, resulta un punto de vista francamente estimulante. Un soplo de aire fresco que no le va a venir nada mal a la maltratada disciplina, empantanada desde hace décadas en el adocenamiento maniqueo ― que no dialéctico. La libre asociación de ideas no ha tardado en arrojarme a los cínicos brazos de Maquiavelo. A los de un agudo comentarista suyo más bien, el profesor Ignacio Iturralde Blanco, cuyo “De príncipes, caciques y otros animales políticos” forma parte de la colección “Descubrir la filosofía”, voluntarioso y encomiable proyecto llevado a cabo por “El País” con la edición de 30 libritos en torno a las figuras máximas del pensamiento occidental ―este domingo le tocó el turno a Rousseau, creo. Apuesta valiente la del otrora progresista diario, toda vez que no debe de haber un nicho de mercado particularmente fértil para este tipo de literatura ―ni para literatura de ningún tipo, matizaría―. Muy de agradecer, en cualquier caso, su esfuerzo por acercar al lego materia tan ―a veces― inaccesible, más si cabe dada la costumbre, muy extendida entre los profesionales de la misma ―profesores de secundaria, catedráticos y plumillas de toda condición―, de oscurecer lo que es ya de por sí suficientemente opaco; pareciera que con ello traten de justificar la riqueza de unos emolumentos que de otro modo considerasen improcedente. En el volumen dedicado a “Old Nick” ―vocablo inglés para referirse, y no por casualidad, tanto al demonio como al sagaz florentino― se hace un sucinto y muy clarificador repaso a
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su ― ¿Inmoral? ¿Amoral?― teoría política, aristotélica “arte de lo posible”, al tiempo que se desmiente el manoseado tópico de que “el fin justifica los medios”, falazmente atribuido a un autor cuyo paladar se hubiera sentido agredido por semejante vulgaridad totalitaria. No sé a cuál de las otras nueve monografías adquiridas hasta la fecha hincarle el diente a continuación. El cuerpo me pide Nietzsche. O quizá me meta con Schopenhauer, al que tengo mucho menos estudiado. Mientras me decido, y ya para terminar, unas líneas ―pocas, lo prometo― para la tercera de mis sugestivas lecturas vacacionales, una (anti) novela en su caso: “Tiempo de silencio”, de Luís Martín-Santos, malogrado ―murió en accidente de tráfico sin haber cumplido los 40 años― James Joyce patrio. Publicada en 1961, se desmarcaba del plomizo realismo social que había colonizado la narrativa española desde la posguerra, abriendo con ello la puerta― y las ventanas― de una cultura enrarecida a los vivificadores aires de la experimentación. Sólo por eso merecería ya una revisión admirada. Pero es que se trata además de una obra maravillosa, un jalón extraño, hermosísimo en su polifonía, en una literatura por entonces monolítica y grasienta. Recuerdo estudiarla cuando adolescente, aunque no la he leído hasta hace pocos días. Se atribuye a Bernard Shaw aquello de “la juventud es una enfermedad que se cura con los años”. Hay veces, como ésta, en que me alegro.
Por: Carlos Ortega Pardo, 32 años. Valencia, España. Profesor.
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pesadilla Se abrió la puerta y surgiste del frio prematuro que asolaba noviembre. Cuervo azulado, centellando con tus pantalones negros de piel ajustados. Depositaste lentamente los largos guantes, después la bufanda, el sombrero, los lentes oscuros, a medida que avanzabas hacia mí en la penumbra. Te esperaba resignado en el sillón bajo un concentrado haz de luz torturante. Recordando la última vez. Sonreíste, como siempre, no pude corresponder tu música interna, sabía lo que me esperaba, sólo bajé la mirada para verte completa por última vez. Te acercaste a mi lado, delicadamente ajustaste la luz e introdujiste un hisopo cítrico en mi boca, me observaste de cerca, mi cara cansada, el terror contenido dentro, tus dedos suavizando mi ceño, decidí cerrar mis ojos y dejarte en libertad. Con pequeños toques diste indicaciones a mi cuerpo esclavo, inyectaste directo al hueso, gracias a tu destreza no sentí nada, sólo un líquido transparente que helado entraba en mis quijadas, tus dedos fríos sobre mi mejilla, tratando de mitigar la fina aguja. Tu aliento de menta cerca de mí. ¿Listo? -preguntaste- sólo asentí leve con la cabeza, los ojos cerrados, concentrado en una súplica para que acabaras cuanto antes. Empezó un jaloneo fortísimo, sentí cómo tratabas de extraer de mi mandíbula superior una parte de mi cuerpo que había crecido en mí, que estaba ahí desde siempre, perfecta. La lucha me hacía sentir como si fuera a moverse mi nariz de lugar. Cedías un poco solo para acumular más fuerza y seguir con la tortura. De pronto te separabas un poco y preguntabas que si había dolor, con mi dedo índice te indique que no, tratando de no mover un solo musculo de mi cuerpo, entregándome de nuevo al suplicio, tu cuerpo pegado al mío, un mechón de tus cabellos se libera y roza mi rostro abierto. No había dolor solo un maltrato aberrante, luchaste con todas las fuerzas de tu pequeño cuerpo, hasta que un crujido de mi hueso cedió, un pedazo cayó en mi lengua ensangrentado, parecía que se iba a ir por mi garganta, pero un movimiento rápido de tus pequeñas manos lo extrajo de mi boca, así fueron saliendo uno a uno pequeños huesos de mi encía, hasta el final. La sangre corría hacia mi estómago, hasta que pusiste una compresa en el hoyo dentro de mí, por el que podía sentir el aire, que penetraba por mis fosas nasales hacia mi esófago, el palpitar de mi cerebro al pensar.
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CREACIÓN
Me diste indicaciones precisas, que escuché ausente sin mirarte a los ojos. Te despediste con un leve roce en mi brazo, parecías preocupada. Al salir tu risa a lo lejos, hizo eco en mi cabeza, como una cascada. Me empastillé para no sentir antes del tiempo indicado. Mi cara paralizada, esperaba conciliar pronto el sueño, para olvidar la pesadilla inmediata. Lo logre un momento, hasta que una punzada dentro de mi cabeza empezó a palpitar. Tratando de atraer el sueño que se espanta a cada martilleo, más pastillas. Como recordatorio el hueco enorme en mi boca. El sueño huye, parvada levantando el vuelo. Despierto en mi cama helada en medio de la oscuridad. Tu imagen extraviada en el pasado, me guiña un ojo y se aleja. Siento como si me hubieran golpeado la cara, todavía paralizada. El alba lejana amenazaba con encontrarme con los ojos abiertos. Un largo día de trabajo me aguarda al clarear el cielo. Suena el despertador, demasiado tarde. Tengo hambre pero el temor de que el alimento se desvié por ese nuevo túnel a lugares insospechados, me hace claudicar. Tomo agua para saciar el rugido de mi estómago. El sabor metálico de mi propia sangre no me abandona, mi boca permanece cerrada ante el temor de una nueva hemorragia o que el sabor en mi lengua escape de mí. Salió el sol en la mañana desvelada, el dolor se despedaza ante el tráfico, se integra al apremio de la labor diaria. Ante el espejo, no hay hinchazón en mi cara, todo parece normal. En el interior me falta un pedazo, que suplico a mi propio ser en su inteligencia suprema logre completar para seguir adelante, como si nada hubiera pasado. Deseo volver a verte.
Adriana Flores Tanguma, 51 años. Monterrey, México. Arquitecto.
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fragmento
Las luces de septiembre A veces pienso que todos se han ido a algún lugar lejos de Bahía Azul y que yo me he quedado atrapado en el tiempo, esperando en vano que la marea púrpura de septiembre me devuelva algo más que recuerdos. No me hagas mucho caso. El mar tiene estas cosas; todo lo devuelve después de un tiempo, especialmente los recuerdos. Creo que, si cuento ésta, ya son cien las cartas que te he enviado a la última dirección tuya que pude conseguir en París. A veces me pregunto si has recibido alguna de ellas, si todavía te acuerdas de mí y de aquel amanecer en la Playa del Inglés. Tal vez así sea, tal vez la vida te ha llevado lejos de aquí, lejos de todos los recuerdos de la guerra. La vida era mucho más sencilla entonces, ¿recuerdas? ¿Qué digo? Seguro que no. Empiezo a pensar que sólo soy yo, pobre tonto, el que todavía vive del recuerdo de todos y cada uno de aquellos días de 1937, cuando aún estabas aquí, a mi lado...
Fragmento del libro: Las luces de septiembre. De: Carlos Ruiz Zafón
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entrevista
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libros En el cafe de la juventud perdida De: Patrick Modiano
Editorial: ANAGRAMA ISBN: 9788433974860 No. de páginas: 144 Lengua: ESPAÑOL
Una hermosísima novela sobre el poder de la memoria y la búsqueda de la identidad. París, años 60. En el café Condé se reúnen poetas malditos, futuros situacionistas y estudiantes fascinados por la bohemia parisina. Y aunque la nostalgia de aquellos años perdidos parecería ser el tema central de la novela, Modiano le da un giro sorprendente. Porque ésta es también una novela de misterio. Todos los personajes, todas las historias, confluyen en la enigmática Louki. Cuatro hombres nos cuentan sus encuentros y desencuentros con la hija de una trabajadora del Moulin-Rouge. Algunos la buscan, otros la aman, y para casi todos ellos la chica encarna el inalcanzable objeto del deseo.
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libros La Dama de las Camelias De: Alexandre Dumas
Editorial: Alianza Editorial ISBN: 9788493975029 No. de páginas: 315 Lengua: ESPAÑOL
Armand Duval, respetable joven de familia burguesa, se enamora de la cortesana Marguerite Gautier, bella y trágica. No obstante, los convencionalismos sociales y la sombra de la tuberculosis acabarán por conducirles a la senda de las ilusiones perdidas.A medio camino entre el romanticismo y el realismo, La dama de las camelias inspiró La Traviata, se ha llevado al teatro y al ballet en numerosas ocasiones y sus adaptaciones cinematográficas son constantes (entre otras, la versión libre de Moulin Rouge).
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libros Asesinato en el Orient Express De: Agatha Christie
Editorial: RBA LIBROS ISBN: 9788490561287 No. de páginas: 240 Lengua: ESPAÑOL
En un lugar aislado de la antigua Yugoslavia, en plena madrugada, una fuerte tormenta de nieve obstaculiza la línea férrea por donde circula el Orient Express. Procedente de la exótica Estambul, en él viaja el detective Hercule Poirot, que repentinamente se topa con uno de los casos más desconcertantes de su carrera: en el compartimiento vecino ha sido asesinado Samuel E. Ratchett mientras dormía, pese a que ningún indicio trasluce un móvil concreto. Poirot aprovechará la situación para indagar entre los ocupantes del vagón, que a todas luces deberían ser los únicos posibles autores del crimen. Una víctima, doce sospechosos y una mente privilegiada en busca de la verdad.
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libros
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libros La Peste
De: Albert Camus
Editorial: FOLIO ISBN: 9788435018814 No. de páginas: 352 Lengua: ESPAÑOL
Sin duda mucho peso tuvo esta novela en la decisión de conceder a su autor el premio Nobel de Literatura en 1957: cumbre de la narrativa de este siglo, amarga y penetrante alegoría de un mundo al que sólo una catástrofe logra rehumanizar. Novela apasionante, de gran densidad y de profunda comprensión del ser humano, se ha convertido en uno de los clásicos más indiscutibles de la literartura francesa de todos los tiempos y en uno de los más leídos. Albert Camus (1913-1960), fue un autor comprometido con los acontecimientos históricos que conmovieron Europa antes y después de la segunda guerra mundial. Periodista combativo, disidente de todas las ortodoxias de su tiempo, polemista incansable, escribió libros tan fundamentales en nuestra cultura como La peste, El extranjero, y otras.
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libros Matar a un ruiseñor De: Harper Lee
Editorial: ZETA
ISBN: 9788498722734 No. de páginas: 416 Lengua: ESPAÑOL
Jean Louise Finch evoca una época de su infancia en Alabama(EE. UU), cuando su padre, Atticus, decidió defenderse ante los tribunales a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Matar un ruiseñor muestra una comunidad dominada por los prejuicios raciales, la desconfianza hacia lo diferente, la rigedez de los vínculos familiares y vecinales, y un sistema judicial sin apenas garantías para la población de color.
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