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El Encierro

Nunca es atemporal hablar de las bellas artes que envuelven a la tauromaquia un ejemplo, son las esculturas que engalanan el entorno de la plaza más grande del mundo. Para esto, es preciso destacar el legado de Alfredo Just Gimeno y cada una de sus efigies que representan a diferentes toreros y sus lances que, en un chispazo, pareciera revivirnos el momento de su ejecución en la arena.

Es importante citar al maestro Humberto Peraza, gran escultor mexicano originario de Mérida Yucatán, quien trabajó con Just como asistente y juntos, contribuyeron a representar la tauromaquia y su fiesta, en donde también al interior de la plaza se encuentran hermosas obras de dicho artista.

Sobre la calle Augusto Rodin en la ciudad de México, se localiza la entrada principal de la plaza de toros, al levantar la vista destaca en las alturas, “El Encierro”, obra llena de lucimiento que reposa en un largo peldaño de catorce metros de longitud, que por mucho tiempo se ha mitificado que todo el conjunto había sido bañado en bronce, al igual que los toreros cincelados que habitan alrededor del recinto, pero el presupuesto que se planeó para la construcción de la plaza y sus elegantes esculturas rebasó los costos y no pudo recubrirse con este material que bien hubiese hecho lucir aún más esplendoroso el trabajo del artista de Valencia.

A pesar del tiempo que va sumando estragos hasta en el arte, “El Encierro”, es magno, da una cálida bienvenida a toda su afición y al turismo que la visita. Esa simbólica puerta digamos que es la “puerta grande de la México” porque también la quieren traspasar los toreros y salir a hombros al lo-

grar una consagración al precio de sus grandes faenas. La obra representa la trashumancia, que es el traslado de los toros que van del campo a la plaza, dirigido por un mayoral que a caballo conduce firmemente, con una larga garrocha en la mano derecha que reposa sobre su hombro, vestido de traje corto y sombrero cordobés. Voltea de lado atestiguando que los toros sigan su paso orgulloso de su oficio. Imagen más hermosa que muestra el trabajo campero, al vigilar el correr del rebaño bajo el mismo destino; la largueza de esta escena resalta en diferentes formas y posiciones de los astados, desde el caballo del jinete y los once toros que en conjunto dan como resultado una belleza extraordinaria que se siente viva, cada astado muestra sus particularidades; en la manada, hay un cabestro que realizó el maestro Peraza, lo perpetró con todas sus características, hasta parece sonar el cencerro que lo distingue. Los demás toros de lidia conforman el encaste que muestra catadura, trapío, cornamenta y hasta su intensa mirada perfectamente lograda que parece seguirnos; su conjunto hace imaginar que se escucha el correr de todos estos astados con su natural bramido, que al pasar retumba dentro de uno mismo, y van levantando el polvo con el ímpetu de su bravura. Pareciera que la palabra “encierro” asfixia, pero en el mundo de los toros es otro su significado, es una puerta a otra posibilidad que desemboca la llegada a la luz de la plaza en esa circunferencia que semeja un infinito de vida tras la misma muerte.

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