4 minute read
Rafael Gómez, “El Gallo”
Ser torero de dinastías siempre es inspirado y pertenecer a un símbolo que lleva una carga arquetípica, con mayor razón, se trata de Rafael Gómez Ortega, un torero que ya llevaba un canto al alba, dotado de combatividad en los ruedos con un andar soberbio, todo un personaje que se distinguía así, por tan solo decir “El Gallo”, además de otras varias circunstancias, al ser hijo del matador de toros Fernando Gómez y de Gabriela Ortega, lo que también conjugaba un jondo enlace entre un torero y una bailaora. El diestro que con los años también se conoció como “El Divino Calvo”, nació en Madrid un 18 de julio de 1882, siendo hermano del excelente torero Fernando y el gran José Gómez, “Joselito”, considerando que también fue su tío el célebre banderillero José Gómez “Gallito”; por cualquier punto cardinal le llegaba la influencia taurómaca y un aire agitanado que lo hacía entonar la vida por “soleás”, “tangos” y “alegrías”. Su padre construyó en Gelves, pequeño pueblo junto a Sevilla un cortijo que llenaban de vida los chavales se llamaba “La Huerta”, y así, entre lo lúdico y lo serio, se formó un grupo de niños toreros; entre ellos Manuel García “Reventito”, sobrino de Antonio Reverte, en el año 1895 se anexó a ellos Rafael González, “Machaquito”, que en esta cuadrilla se apodada “Reondo”, en ella también figuraron, Rafael Molina “Lagartijo” y Manuel Rodríguez, “Manolete”. Rafael Gómez, tenía para entonces 9 años, era ya todo un emblemático y jactancioso, “Gallito”. Tomó la alternativa el 28 de septiembre de 1902 en la Real Maestranza de Sevilla en manos de Emilio Torres, “Bombita” y de testigo, Ricardo Torres, “Bombita Chico”. Lidió al toro “Repeloso” de Carlos Otaolaurruchi. Viajó a América para presentarse en México, el 7 de diciembre de ese año con José García, “El Algabeño”, y “Manuel Jiménez, “Chicuelo”. Un toro de Piedras Negras le dio una cornada en la cara de las que llaman “de espejo” entre la nariz y la boca. Regresó a España a confirmar el 20 de marzo de 1904, siendo su padrino, Rafael Molina Martínez, “Lagartijo Chico”, con toros de Duque de Veragua. El toro de la solemnidad se llamó “Barbero”.
También contrajo matrimonio el 20 de febrero de 1911, con la cantaora de flamenco Pastora Imperio, pero su matrimonio duró tan poco como un molinete en la arena.
Entre sus tardes cúspides, fue una en Madrid, en el año de 1912, con el toro “Jerezano”. así como también al lidiar al astado “Peluquero” de Bañuelos, al que le cortó las auriculares, el 2 de mayo de ese mismo año.
Se alejó de los ruedos el 10 de octubre de 1918, con su hermano José, Limeño y José Flores “Camará, después reapareció, y su hermano José; se dice que no quiso volver a alternar con él. Poco después muere Joselito en 1920, por el toro “Bailaor” en Talavera de la Reina, mucha coincidencia en el nombre de aquel toro, por toda la estrecha relación tauro-flamenca que había entre la familia, así es el destino.
Siempre tuvo tardes de triunfos y algunas otras de lío, también el miedo, conocido en caló como el canguelo o la jinda lo hacían salir corriendo de aquellas famosas, “espantás”, unas de sus frases célebres son: “Inventar la espantá, lleva mucho arte”. “Prefiero una bronca a una corná”.
A este gallo de gran talla le debemos el lance de “la serpentina”, “el par del trapecio”, los cambios de mano por la espalda y “el pase del celeste imperio” que narran los historiadores expertos en tauromaquia que se convirtió con “Manolete” en “el estatuario”.
Rafael Gómez, conocido también como “El Divino Calvo”, todo un símbolo del toreo, con peculiar personalidad, dotado de agilidad mental para crear lances, pases y frases memorables, cuyas alas fueron símbolo de una estirpe que llevó a tener aficionados “Gallistas” hasta nuestra época, merece estar en el pasaje cultural de las esculturas de la México, en donde forma esquina la calle de Maximino Ávila Camacho y Carolina, en un sitio solar, que hace perene su fuerza histórica, en una obra que representa un pase por la espalda con su muleta, con los brazos perfectamente colocados, el torero encaja el rostro en el pecho dándole sello propio, el toro acomete la embestida cooperando para lograr la armonía del momento de la reunión, que conjuga su esencia tan cántica. Su terno luce impecable en cada bordado de alamar, los machos, y hasta el corbatín y la faja reflejan sus pliegues, una armonía en la que seguro Alfredo Just al rematar hasta suspiró. El arte de su toreo y su alma guardaron silencio para siempre el 25 de mayo de 1960 dejando huellas imborrables en los ecos de las plazas, cuando entraba una nueva época que revolucionaría las nuevas tauromaquias. Sus restos reposan junto a su hermano “Joselito”, en el cementerio de San Fernando de Sevilla, en un mausoleo que es otra obra de arte que esculpió el artista y también valenciano Mariano Benlliure. La inmensidad de la familia de “Los Gallos”, recubre en olés la historia del toreo. ¡Mil claveles en su gloria!