4 minute read
Manuel Rodríguez, “Manolete”
No hay tauromaquia sin pronunciar el nombre de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, la solemne obra del maestro Just mantiene el recuerdo vivo de un hombre leyenda. Este califa del toreo nació en Córdoba, España el 4 de julio de 1917, poseedor de un entorno taurino de grandes referencias, con una biografía llena de intensidad y un aura de misterio por su profunda personalidad y sublime tauromaquia, toda una ruta que traza un destino intenso desde el nombre de su progenitora, Angustias, con quién tuvo una relación muy estrecha, además del resto de su familia compuesta por varias mujeres, también hijo de torero con el mismo sobre nombre, sin duda fue un niño que traía el arte congénito. Debutó como becerrita a los 12 años en festivales benéficos, y como novillero en el año de 1930. Alternó con Juanita Cruz en 1933; posteriormente viajó al sur de Francia para partir plaza por primera vez vestido de luces en las arenas de Arles en 1935, al año siguiente la tauromaquia se vio afectada por la guerra civil española. Llegado el 2 julio de 1939 toma la alternativa en Sevilla en manos de Rafael Jiménez Castro, “Chicuelo” con el toro “Mirador” de Clemente Tassara, al cual le cortó las dos orejas, el testigo fue Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana”, de ahí en adelante se fue dando el camino a la cumbre de su carrera, llega después a revalidar su doctorado en Madrid el 12 de octubre del mismo año, con Marcial Lalanda y Juan Belmonte Campoy, que confirmó en esa fecha con toros de Antonio Pérez. Las estadísticas destacan ser un torero de altos rangos, base de carteles quien pisó la mayoría de las plazas de toros, siempre vanguardista y adelantado a su época con serena quietud y de un rostro que se decía haber sido dibujado por El Greco. Poco a poco fue llenando y superando las expectativas de todo lo que se espera de un torero al dominar las suertes, perfección, valor, arte, hondura, clase, estatuario, muchos adjetivos que lo hacían ser tan diferente. El 6 de julio de 1944 lidia la corrida de la prensa en Las Ventas, con el toro “Ratón” de Pinto Barreiros, da tres vueltas al ruedo en triunfo apoteósico. El tiempo pasa y tras intensa trayectoria. Manolete, no escapa de inevitables percances a los que se sobreponía con actitud; cada tarde se veía dotado de más habilidades, con mucha madurez en todos los sentidos que fueron dándole la grandeza y fama a su profesión. En su arribo a México lo reciben como un verdadero poder superior, todo un dios, siendo un “Monstruo” quien se presentó en El Toreo de la Condesa, recinto que ya quedaba chico para la multitudinaria afición que en aquel entonces existía, la fiesta era todo un fenómeno de masas, en el que se hablaba de toros todo el tiempo y más en esta tarde del 9 de diciembre de 1945 que partió plaza junto con Silverio Pérez y Eduardo Solórzano, con los bravos de Torrecilla.
te e insaciable creó mucha presión previa al contexto de sus últimas corridas. Llegada la tarde del 29 de agosto de 1947, toreaba en la plaza de toros de Linares, ¡malaya sea la fama de los toros de Miura! Aquel “Islero” llevaba la firma del destino en sus astas, lo hirió de muerte la que hizo derramar el cante más jondo por saetas de Manolo Caracol, la poesía de Miguel Herrero, y vestir de azabache a mujeres y hombres de todo el mundo taurino, las mantillas en el mismo tono colgaban en los balcones cordobeses en señal de duelo, el silencio abrazaba en las calles retorcidas por el tiempo, mientras Manuel se elevaba de las arenas de la plaza de toros para seguir toreando en el infinito de los cielos.
Advertisement
Los monstruos son silentes, no necesitan desparpajos para llamar la atención, su energía no se ve, se siente, son mito, llevan la mirada errante, y ofrendan su vida a su profesión, cuando la arena es candela y drama, los claveles palidecen, los relojes se callan, las luces de los ternos de las cuadrillas y todos los diestros se apagan, pero “Manolete” trascendió no solo en espíritu, también en las artes, la literatura y la música que hilvanan su nombre en un pasodoble, en una fotografía en sepia, además de los pinceles que al personificarlo al óleo, siguen motivando tantos olés, ni que decir de la obra de Alfredo Just, que el valenciano se inspiró recreando al “Monstruo” en un pase por “manoletinas” una colosal labor a cincel y aliento que le inspiró este ser que vivió para ser autenticó e insuperable, un verdadero espectro que dejaba pasmados a payos y gitanos. nolete” revestido de mito y oro sigue impresionando en las proximidades de la puerta principal de la Plaza México, la que lo recibió hecha otra intensa deformidad masiva y monstruosa, pero de afición, llena de entrega y asombro, desde la primera vez que sus zapatillas partieron plaza en cadencioso paseíllo el 5 de febrero de 1946.
Mirar a “Manolete” en esta obra escultórica, es sentir un olé hecho oración, pensar en el enigma que lleva el arte de la vida efímera de los seres escogidos por la propia tauromaquia y que se van en un instante a vivir en todas partes en recóndito silencio. ¡Pero si no puede ser con estos ojos lo he visto y no lo puedo creer! ¿Sabe usted una cosa mare? ¡Hoy se ha muerto Manolete en la plaza de Linares!
Qué momento más tremendo, lo he visto morir matando
y le he visto matar muriendo… Miguel Herrero.