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Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”

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Banderillas

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Nació en Monterrey, Nuevo León un 14 de noviembre de 1908 fue todo un ser de enormes alas que nació para sentir la libertad que dan los altos vuelos, sin intimidarle nada, por ello siempre será eterno, “El Ave de las Tempestades”. Como novillero de aquellos tiempos supo “correr la legua”, fue espontáneo; en una tarde de oportunidad logró cortar una valiosa oreja en la antigua plaza de La Condesa, el 3 de mayo de 1931, a un novillo de “La Punta”, misma que le valió la repetición. Al paso del tiempo fue sumando triunfos; corría el año de 1932 y mirando hacia la cumbre decide irse a España, toreó cinco novilladas básicas que le hicieron pronunciar su nombre entre la exigente afición. Tuvo dos alternativas, la primera la tomó el 6 de agosto de 1933 en Santander fungiendo como padrino Pepe Bienvenida y el madrileño Antonio García Bustamante, “Maravilla”, testigo del gran protocolo, con toros de Don Celso Cruz del Castillo. La suerte fue en reversa y al sumar tres tardes de fracaso, tuvo la honestidad de renunciar a ella y retomar el título de novillero, para después “ir por uvas” y repetir el hecho el 15 de septiembre de 1934 en Aranjuez, Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”, fue quien le cedió los trastos y Marcial Lalanda presenció el momento con una corrida de Ángel Sánchez de Salamanca.

Los mexicanos daban cátedra del buen torear en tierras españolas, el destino lo llevó a alternar con Luis Castro, “El Soldado”, este mano a mano nacional hacía colgar el letrero de “no hay billetes”. Las arenas eran de ellos, lograban crear y recrear a la afición, Lorenzo hizo gala de la mano de cobrar, al torear por naturales, lo que le dio grandeza. El regiomontano volvió a territorio nacional para confirmar su título de matador de toros en la plaza El Toreo, el 25 de noviembre de 1934 en un cartel que conformaban Jesús Solórzano y de nuevo Antonio García Bustamante “Maravilla”, con reses de Zotoluca, el toro se llamó “Tabaquero”, nombre que dio aroma a toda la plaza, Lorenzo, poco a poco fue abriéndose paso como todas las aves que reconocen sus rutas a pesar de los días de inclemencias.

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Dichosos aquellos que los hipnotizó con su personalidad y su toreo, pero que también humanamente mostró su genio, siempre contrapuesto, polémico, era capaz de tener una interacción muy intensa con el público, desafiaba a los tendidos, inolvidable fue aquella respuesta a una agresión de un espectador que lo insultó y le aventó una almohadilla que alcanzó a pegarle en la montera, él iracundo desenfundó el estoque sin ningún empacho, generaban ambas partes una sociología de bronca descomunal, entre cojinazos, lluvia de cerveza y un jaleo de taberna, eso demarcó su carácter sagaz, que lo llevó a ser “entorilado” en la misma cárcel de El Carmen vestido de luces. ¡Vaya circunstancia!

Pero el mismo público que lo abucheaba, rompía en olés y le arrojaban claveles que en solidaridad con el ave, volaban como cardenales hasta sus brazos. Con el capote dibujaba los diversos lances y con la pañosa les daba trazo y largueza, misma que dominaba de manera ambidiestra y con un repertorio lleno de imaginación; por algo también fue llamado “Lorenzo el Magnífico”. Si el italiano Lorenzo de Médicis, llegó a la cúspide del renacimiento, el otro llevó el espíritu de la misma manera que fue la esencia de

aquella corriente cultural y artística, por algo el tino de darle este otro alto sobrenombre, cada cual en su escenario fue mecenas de las artes.

Garza regresa a México a consecuencia del gran pleito de los toreros españoles con los mexicanos, se vivía el famoso hecho histórico del toreo conocido como, “El boicot del miedo”; así entre crisis y crisoles en México se siguió desarrollando su tauromaquia, alternó con Alberto Balderas, en un recordado mano a mano el 3 de febrero de 1935, con los de la divisa de San Mateo, al ser herido su compañero en el primero de la tarde, se quedó prácticamente en encerrona, resolviendo la papeleta con gran destreza. A lo largo de su trayectoria dos veces ganó la oreja de oro. No podemos olvidar la tarde del 14 de marzo de 1937 que lidió a “Amapolo” del hierro de San Mateo. Sin dejar de mencionar la del 11 de diciembre de 1946 en la Plaza México con ganado de Pastejé, alternando con Manuel Rodríguez “Manolete” y Leopoldo Ramos, “El Ahijado del Matadero” que confirmó su alternativa. Garza se llevó todos los apéndices de su lote.

Este torero de nombre recio y apellido elegante no podía quedar fuera del corredor escultórico del maestro de Valencia que le dio vida eterna con su extraordinario cincel, en el que rescató su inconfundible fisonomía, ese cabello peinado como un verdadero pájaro de vuelo todo hacía atrás, lo detalló minuciosamente, el terno lo bordó de nuevo, junto a ese toro de la embestida franca que da vida a uno de los mejores pases que él dominaba al torear al natural. la parte exterior de la plaza, siguiendo el recorrido que envuelve el tendido de sol, en la cual se puede usted fugar por largos minutos en lo profundo del muletazo que, en vida, despertó la voz cántica de tanta afición a través de un largo ¡oooolé! Recordar a Lorenzo Garza Arrambide a través de esta obra, es confirmar que forma parte de una de las estructuras más sólidas de la tauromaquia mexicana, torero de orgullosa coleta, pisada firme, con arrojo, sentimiento y una que otra corriente de aire que llega de sus aleteos como ave y tempestad, quien un día emprendió el vuelo a la eternidad un 20 de septiembre de 1978, pero que sigue revoloteando en todos los cosos que conquistó. Gracias torero de buen cimiento hoy en día todavía quedan muy pocos aficionados del ayer que recuerdan haber visto en vida una de las faenas del maestro y vuelven a entusiasmarse con esa sensación que el toreo logra al alimentar la espiritualidad.

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