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Alfredo Just Gimeno
Alo largo de la historia, los acontecimientos políticos y bélicos determinan y marcan la movilidad social de las personas, obligados a huir de sus ciudades y buscar nuevos horizontes que sirven para conservar, proteger y continuar una nueva esperanza de vida. Hablo en este caso de la Guerra Civil Española que forzó a miles de personas al exilio para establecerse en otras geografías. Hombres, mujeres, niños cada uno con su propia circunstancia y espíritu de lucha; un ejemplo de ello fue Alfredo Just Gimeno, artista valenciano que llegó a tierra azteca, en el último barco que partió de España aquel 14 de agosto de 1939 de nombre, “El Mexique”, que tenía como destino el nuevo continente.
Dejar una vida atrás y construir otra lleva largo tiempo, más por circunstancias de dictadura militar; son lágrimas y dolor acuestas, pero los grandes espíritus viajan sin pasaporte, reposan en los mares, habitan en las flores, y hacen hasta de las piedras, verdaderas obras de arte que trascienden para dar una nueva forma a lo vivido.
Recordemos que Alfredo Just nació en Valencia en 1898, y murió en Nogales, Arizona en 1968, nunca regresó a su tierra natal; sin embargo, como lo demarcan los hechos, México logró ser su otra patria, la que amó profundamente, y que gracias al gobierno del General Lázaro Cárdenas, se abrieron las puertas a cientos de españoles más; en donde arribaron otros intelectuales de alta reputación; toda una expectativa que fortaleció los nexos entre México y España llevando marcados en su memoria una suma de episodios en su relación social e histórica. Just, fue un hombre ecléctico, estudió en la facultad de medicina de Valencia, así mismo, tuvo la inquietud de ser torero, pero ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes en su natal ciudad, fue estudiante de la escuela de San Carlos, donde orientó finalmente su talento y futuro artístico. Al ser un admirador de Miguel Ángel y Donatello, utilizó varios elementos de la corriente artística del renacimiento para llevarlo a su propia obra, tomó en cuenta la proporción anatómica, expresividad y emoción que impregnó en su amplia gama de efigies, de esta manera influyó Augusto Rodin, el escultor francés impresionista, del que retomó la escuela neoclásica y la concepción de monumento.
El toreo inspira, por algo se dice que hay diestros que logran marcar un lance estatuario, mismo que un pintor traza, un fotógrafo capta y un escultor lo vuelve pétreo y eterno. Just, fue un hombre de cinceles, grabó todo su sentimiento, sus fuertes ideas republicanas, esas que llevan coraje, valor, expresividad, y las depositó en varias obras magnas y hermosas, como, por ejemplo, “El encierro”, que da vida a lo que es el trashumar de los toros de lidia que van del campo bravo a la plaza, junto con toda una galería de toreros que residen con altiva belleza, en las alturas de la Plaza de Toros México, la más grande del mundo. El maestro Just creó grandes esculturas llenas de majestuosidad y volumen, igualmente en el extranjero, pero México fue sin duda su recinto más representativo, conjugó el renacer a otra vida en donde pudo seguir creciendo como artista mediante su propuesta hecha cincelada de centelleante promesa a ritmo de falla, en ese latir de un corazón como brasa de hoguera, es decir, lo que simbolizan la evolución de las fiestas de Valencia provenientes de un
arcaico ritual que anuncia la entrada a una nueva primavera. El escultor conocía y sentía profundamente la fiesta brava de otra manera no hubiese logrado precisar en cada torero su fisonomía o la morfología de un toro de lidia; ni qué decir del manejo del percal o la muleta que logra en cada uno esa plasticidad que emociona y comunica; Just contaba con la participación y ayuda del maestro Humberto Peraza Ojeda, además de Antonio Jiménez, Julio Abril, y Rodrigo Arenas Betancourt, que junto a él, trabajaron en este proyecto de gran suntuosidad apoyado por Neguib Simón y el ingeniero Modesto Rolland quienes echaron a andar la edificación de la faustosa plaza en lo que antes fuera una ladrillera.
Como un sirio en la capilla cada corazón palpita vestido de luces alrededor del Coso de Insurgentes, además de “El Encierro”, se puede contemplar un abanico de toreros como Rodolfo Gaona, y su valiente “gaonera”, también a Alberto Balderas que lo esculpe soberbiamente. Después sobresale un “Toro” en solitario acometiendo, otro más de gran trapío, tocado por un sombrero. Le sigue la eterna “Larga Cordobesa” en donde recae la gracia del lance con un arte señorial. Adelante se encuentra Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”. Así como Manuel Granero, torero de trágicos andares. Manuel Jiménez “Chicuelo” y su brillante “chicuelina”, que alterna con la escultura de Luis Briones, “Luis de seda y oro”, y Antonio Fuentes y Zurita, quien se ve derramando clase.
Se puede apreciar a Luis Castro “El Soldado”, un ídolo del pueblo mexicano, El escultor da lugar a Laurentino José López Rodríguez, “Joselillo”, víctima del astado “Ovaciones” de la ganadería de Santín.
Se suma Eduardo Liceaga, un joven torero de grandes cualidades. No podría faltar el distinguido Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”, sobresale Carlos Arruza, “El Ciclón Mexicano”. Otro ícono es Juan Silveti, fundador de una larga dinastía, y justo en esta esquina, aparece la figura de Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”. Siguiendo el paseo escultórico en el lado donde el sol sonríe, despunta la silueta del gran Silverio Pérez, todo un “Príncipe Milagro”. Ni que decir de Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”. La plaza ofrece en sus alturas un torero con un “par de banderillas”, otro con “las orejas y el rabo”. Y siguiendo el orden del redondel, aparece Rafael Perea, “El Boni”, más adelante se sitúa Manuel Rodríguez, “Manolete”, “El Monstruo de Córdoba”. Junto a la puerta principal se encuentra el torero rondeño Pedro Romero, un pilar de la tauromaquia con atuendo de época goyesca. Alfredo Just, tenía su taller de trabajo dentro del coso, algunos toreros posaban para él vestidos de luces; además había un toro en los corrales de la plaza llamado “Solovino”, de la ganadería “La Trasquila”, que era una modelo vivo.
El espíritu del maestro sigue habitando los espacios de la plaza, en los túneles silentes, y en las firmes miradas que recreó de cada torero inmortalizado. La México, por su tamaño y arquitectura es admirada por muchas personas que la circundan, es como un museo al aire libre.
Aquí, los toreros de México y España alternan entre sí, han hecho no sólo una gran historia en diferentes contextos, también en leyendas taurómacas esculpidas con arte que parecieran tener vida y perpetuo movimiento.