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Alberto Balderas, “El Torero de México”
Los toreros representan todo un fenómeno social y psicológico porque la afición hace de ellos un mito, son un eje temático cuando se habla de su personalidad y su toreo, hay diestros que han llenado temporadas trascendentes; es el caso de Alberto Balderas, quien desde novillero llegó a ser muy querido entre la afición mexicana, tan es así, que le llamaban “El torero de México”.
La misma calle que circunda la plaza de toros lleva el nombre del diestro, su escultura es tan expresiva que no pasaría jamás inadvertida para todo aquel que camine por este asfalto citadino; el rostro del matador es inconfundible al igual que su delgada silueta, mientras la muleta que lleva en la mano izquierda pareciera un clavel de ensueño, el toro de lidia junto a él es un despilfarro de belleza, tan real, que hasta la lengua lleva por fuera. Balderas nació dentro de una familia artística y culta, su padre fue músico y quería que su hijo hiciera una carrera universitaria; pero la luna que iluminó su nacimiento un 8 de octubre de 1910 tuvo más guiño para llevarlo por los caminos del toro y su fiesta. El torero capitalino se vistió de luces por primera vez para torear el 10 de enero de 1926 en la pequeña plaza de Mixcoac. En 1927 ya es un formal novillero, dos años después se fue a España presentándose en Carabanchel bajo los contornos de Madrid y en la plaza de Vista Alegre. Llega a Madrid el 15 de agosto de ese año y alterna con Joselito y el torero estadunidense Sidney Franklin, con novillos de “Coquilla”. En 1930 es ya un torero destacado, compartió cartel con Jesús Solórzano, matando novillos de “Guadalest” brindó la muerte de su primero a Juan Belmonte. El 19 de septiembre de 1930 tomó la alternativa en Morón de la Frontera, provincia de
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Sevilla en manos de Manuel Mejías “Bienvenida”, que le cedió el toro “Hocicudo” de este antiguo hierro de “Guadalest”, el testigo fue Andrés Molina; el matador regresó a México y no volvió a España hasta 1934. Balderas era versátil, cubría los tres tercios de la lidia con gran arte, y lo transmitía a todo el tendido, además de gozar de una clase exquisita. Siempre subrayó que admiraba profundamente a Rodolfo Gaona.
De “El Chato Balderas” como también le decían, se escuchaba su nombre en todos lados, con más razón en el emblemático café, “El Tupinamba” en esos años de crisol taurino en la ciudad de México en que se no dejaba de comentar su estilo y su gracia. Y como los toreros son supersticiosos, por desgracia la muerte de Balderas lleva cargado un enigma, dejó claro algo que pareciera no tener tanto peso, me refiero a las tonalidades de la seda en los ternos, pero lamentablemente sí lo tuvo; Alberto Balderas vestía un terno amarillo y plata aquel 29 de diciembre de 1940, Había dado la alternativa a Andrés Blando, en el cartel también alternaba José González, “Carnicerito de México”. La corrida cambió de rumbo al resultar empitonado por el toro “Cobijero” de la ganadería de Piedras Negras, como sabemos, fue de tal gravedad, que la cornada le destrozó el hígado y en pocos minutos el torero de México falleció en la enfermería de la plaza, tenía treinta y tres años. Se vivió un fuerte duelo que vistió de pasamanería tanto a México como a la afición de España, de tal manera que se lloraba su pérdida. Alberto Balderas, se suma a las obras del maestro Just Gimeno en las alturas de los peldaños de la plaza de toros México jamás podría faltar, pero tampoco olvidarse a este diestro que sigue siendo tan nuestro.