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Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”
Luis Procuna Montes, “El Berrendito de San Juan”.
El escultor valenciano Alfredo Just Gimeno fue atraído por la trayectoria y personalidad de Luis Procuna Montes, quién nació el 23 de julio en un verano de 1923 en la calle de Luis Moya de la capital mexicana. Este célebre diestro posó para el escultor en el taller del artista, que estaba dentro de la Plaza México, lo que lo llevó a plasmar tanta realidad en su propia escultura, misma que refleja su rostro inconfundible ejecutando el lance que él mismo inmortalizó, “la sanjuanera”. Inició como novillero al estar en contacto en el ambiente a través de su hermano Ángel Procuna que ya toreaba, pero que no trascendió como él hubiese querido en los ruedos. Luis vistió de luces por primera vez en 1938 en la antigua plaza de toros de Puebla, continuando en la lucha por obtener más oportunidades para torear, fue miembro de la cuadrilla llamada “de espontáneos”. Tras mucha entrega, en el año 1939 en la plaza, “El Toreo” gana la oreja de plata, subiendo poco a poco al escalafón de los toreros destacados.
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Llegó a alternar con Luis Briones Siller y Luis Castro, “El soldado”, eran conocidos como “los tres Luises”. Entre las faenas destacadas que se recuerdan es al toro “Barbián” de la ganadería de La Laguna. El último toro que lidió como novillero fue en la plaza de toros de “El Toreo”, ese día bordó la faena al toro “Vidriero” de San Mateo.
Se hizo matador en la plaza de Ciudad Juárez, en Manos de Carlos Arruza. Confirmó la alternativa en el Toreo de la Condesa el 26 de diciembre de 1943, siendo su padrino Luis Castro “El Soldado”, con el toro “Pinturero” de San Mateo, al que le cortó las dos orejas. Luis Procuna fue apodado por su particular “pinta” como “El Berrendito de San Juan”. Quien tuvo después la dicha de estar en el cartel inaugural de la Plaza México aquel cinco de febrero de 1946, junto a Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Castro “El Soldado”, con toros de San Mateo, en aquella época de oro del toreo, en la que, en México, se hablaba todo el tiempo de toros y de la fuerte ruptura del convenio hispano-taurino que se dio en aquel entonces.
Procuna viajó a España en 1951 confirmó en manos de Francisco Muñoz y de testigo Manolo Dos Santos, “El Lobo Portugués”. Pero no logró abrir “puertas grandes” la suerte se le dio más en México.
Siempre fue un torero de contrastes y claroscuros, al que le invadía el miedo y la paranoia, se aventaba de cabeza al callejón sin que el toro fuera por él, ¡Menudo espanto el que vivía! sin embargo, también logró torear en paz, como un espíritu celestial, tenía clase y carisma, lo que lo llevó incluso a hacer cine taurino, entre sus películas destaca “El Niño de las Monjas” “Sol y Sombra” y “Torero”, dirigida por Carlos Velo, en donde se ve claramente en la cinta un reflejo de su propia vida. Película muy apreciada incluso en Europa,
galardonada en Venecia y resguardada en la filmoteca francesa, en París. Procuna lidió a su ultimo astado de nombre “Caporal”, del hierro de Mariano Ramírez, tuvo una de las despedidas de los ruedos más sensibles e inolvidables, aquel 10 de marzo de 1974 en la Plaza México, entre las serpentinas y el confeti de bienvenida y la nostalgia del adiós, con las notas musicales de “las golondrinas”, suspendidas en el aire, entre toda la afición que conmovida, le guardaba gran cariño. Llevó a cabo el ritual de cortarse la coleta en los medios de la plaza, cerrando el ciclo de su trayectoria profesional en los ruedos.
México hizo suyo a este diestro, tan en sí mismo, “tan en Procuna”, que fue un ejemplo de naturalidad y de humanidad desbordada, que lograba demostrar su luz una vez que dominada la ansiedad, el miedo, ese inseparable sentimiento que lleva toda persona, con mayor razón habita en todos los toreros, es como un toro interior, tan serio y astifino que tiene nombre en la pizarra del propio inconsciente.