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Capítulo XIX, Volcanes de México, David y Arruza

a su rol en la sociedad un sello distinto, íntimo y diferente, Siempre marcados de personalidad muy toreo mexicano. Con marcada influencia por la técnica española impuesta por sus ancestros, maestros, grandes maestros, los que aunque mexicanos de nacimiento y también de formación fueron toreros que bebieron en la copa de las escuelas taurinas de Ronda y Sevilla en época de Manolete, Luis Miguel, Ordóñez.

En fin, aquellos maestros hicieron estos toreros, y fueron ejemplo con su vida de toreros en época posterior a la de Gaona, El Meco Silveti y Balderas. Son el escalón anterior a Manolo, Cavazos, Curro y Mariano, la rueda del molino más tarde giró dándole vida la a fiesta de los toros en México. De eso -no tenemos duda en lo que antes afirmamos- hay profundas diferencias para muchos y por ello surgen tremendas y muy sabrosas discusiones, polémicas que vigorizan y llenan de salud la fiesta de los toros

Capítulo Veintinueve Volcanes de México DAVID Y ARRUZA

El próximo 12 de noviembre recordaremos una vez más un día trágico en nuestras vidas. Fue la mañana de aquel día que David Silveti, en el 2003, decidió empacar y salirse del camino de la vida. Me cuentan, aunque yo jamás lo escuché decir, que David decía “Para mi torear es una necesidad y vivir es una circunstancia”…

Miguel y David en vida fueron rivales y amigos fraternos. Testigo de la grandeza de cada uno y contemporáneo de estos dos grandes artistas fue el muy admirado y destacado periodista Juan Antonio de Labra Madrazo. Hombre de letras, buen aficionado, práctico, y escritor, capaz de descubrir lo que hay en medio del hojaldre que es la vida de los seres humanos. A ti, Juan Antonio, el siguiente recuerdo:

A David le valían madre los trofeos, sin embargo, dejó un legado de faenas importantes en diversas colecciones de videos. Por eso, porque le valían madre los trofeos no recogió el premio Domecq el viernes en México. Prefirió irse, sin que lo llamaran. Y sin decir adiós, sólo habiéndole expresado su reflexión de la vida y de la muerte a su padre Juan Silveti, se fue a la chingada. Su idea del toreo era

otra, muy distinta al mercadillo en que la han convertido los estadísticos y goleadores la fiesta de los toros.

Le recuerdo como si fuera hoy tarde en la barra de La Ópera. El café muy entrada la madrugada compartimos en la cantina La Luz de la esquina con Gantes y mal noche hasta el día siguiente buena parte de la mañana en La Marquesa, en casa de Manolo Arruza, nos trenzamos con toreros amigos como Chucho Solórzano, el propio Manolo Arruza y Manuel Capetillo en la diatriba infinita del concepto del toreo.

Nada original, es cierto, pero sí muy especial.

Es el mismo concepto que vive y late en las raíces de la fiesta de los toros, desde su nacimiento, aunque con mil cabezas, como cada una de las que piensan. Pocos que han vivido de ella se han percatado de la espiritualidad que conlleva.

David Silveti, que partió por voluntad propia el miércoles 12 de noviembre en su rancho de Salamanca era depositario de cien volcanes en erupción.

El sentido del toreo en él, es decir el silvetismo convertido en lava ardiente, fue, como David le confesó a Carlos Ruiz Villasuso tras un burladero en el callejón de La Maestranza “siempre toreo al borde de la cornada”. Sentencia necrófila que desnudó una actitud ante el toreo, la misma que ha provocado la expresión de Juan José López Luna en la afirmación que David Silveti fue “el último de los toreros mexicanos que provocaba en el ánimo de los aficionados el miedo, la emoción, la alegría y el llanto”.

Poco le importaban los trofeos, los números y las estadísticas y, por ello, prefirió emprender el viaje eterno antes que ir a la Ciudad de México a una aburrida velada plena de lugares comunes para recibir el trofeo a La Mejor Faena de La Temporada.

Aquella tarde de la faena histórica en la Plaza Monumental México, la gente sintió miedo de David. Hubo emoción y alegría y también llanto. Llanto de hombres grandes, que recuerdan la anécdota del nieto con el abuelo, que lloraba viendo torear a Rodolfo Gaona la tarde del adiós para no volver en El Toreo de La Condesa. Gaona, archirrival de Juan Silveti, el abuelo de David. Gaona era ídolo de toda una generación de mexicanos que vieron en él encarnada la respuesta al reto como nación.

El niño, al que educaban con la reciedumbre de los conceptos de los hombres machos de a de veras, increpa al viejo y le pregunta: -¿Pero no y que los hombres ma-

chos no lloran abuelo? A lo que el viejo, le contestó: -Es que el que se va es Gaona, hijo; y como Rodolfo no hay.

El llanto de aquel abuelo se convertiría en grito de guerra de La Porra Libre, que a coro aún les grita a los toreros “Manolo, Manolo ¡Y ya!” para echarlos del coso de Insurgentes, reconociendo a Manolo Martínez como único heredero de la lava volcánica de los volcanes en erupción de la fiesta mexicana de los que hablaba David Sileti: Gaona, Armillita, Garza, Arruza y Silverio.

Pero, vea usted por dónde busca la historia la salida al ardiente cauce del río volcánico de la pasión del toreo. Una tarde guadalupana, fresca tarde de diciembre en la Plaza México le vimos escribir una de las páginas más importantes que se han grabado sobre la arena mexicana, a David Silveti. Lleno impresionante, toros de don Fernando de la Mora para Antonio Lomelín, que sustituía a Manolo Martínez, Miguel Espinosa “Armillita Chico” y David, que reaparecía en la plaza grande.

Lomelín realizó una de sus faenas heroicas, al primero de Tequisquiapan, y Miguel cuajó un faenón a “Flor India”, un gran toro que tuvo la fortuna de caer en manos de un gran torero. Fue la de Armillita una de esas faenas hermosas, encajada en el sentido plástico que Miguel siempre ha sabido imprimirle a su toreo.

David provocó aquella tarde la emoción, el miedo y el llanto en sus dos toros. Inolvidable su vestido rosa guadalupano, orgullosamente erguido, desmayando los lances “al borde de la cornada”. Nada estridente. Todo lo contrario. El sublime desnudo entre la vida y la muerte. La plaza de Insurgentes rugió a cada lance, a cada pase, a cada paso y en cada instante de la intensa entrega de David Silveti con los cárdenos de don Fernando. Nunca había escuchado al monstruo rugir de esa manera.

Pedro Echenagucia, que aquella tarde de estrenaba en la Plaza Grande de México, con los ojos húmedos en llanto me confesó: “… este es el toreo en el que yo soñé; ni en Sevilla he vivido tan intensamente la fiesta de los toros”.

A David, que le importaba madre cualquier trofeo, le causó gracia cuando Miguel Espinosa, con el cariño fraternal que le profesaba y con su gracia expresiva le dijo:- “ …mamón, se te fue un rabo por la espada”.

David Silveti reunió en su expresión de torero todas las lavas de todos los volcanes del México taurino. Lavas de aquellos fuegos que le quemaban el corazón cuando nos

encontramos en Sevilla, habiendo quemado las naves por hacer campaña en España. Vivió cientos de noches tristes y no sólo una como el conquistador Hernán Cortés. Ese fuego que reunió como líder de una generación, aquellas de los “juniors” del toreo azteca, la quinta de Curro Rivera, Carlos y Manolo Arruza. Humberto Moro. Chucho y los cuates Solórzano. Manolo,Fermín y Miguel Espinosa, los “Armilla”. Los Calesero, Alfonsito, José Antonio y el Curro Ramírez.

Entre todos, David fue él el más mexicano en su expresión y en su sentir que resumiríamos un poco en la frase de Cantú, cuando en su tesis martinista resume el toreo de México en el título “Muerte de azúcar, la sustancia taurina mexicana”.

No ha sido dulce la partida de David, para nadie y mucho menos para Juan. Torero de recia expresión universal. Hombre de fuerte personalidad, soñador y bohemio. Jugador y legendario. Torero integral. Debo confesar que, con la partida de David, me duele más el dolor de Juan que cualquier otro. “Mi David”, así lo llamaba cuando le conocí en Caracas, aquella tarde de finales de los setenta cuando toreó toros de Garfias en el Nuevo Circo.

Hoy, como ayer, recuerdo a David Silveti todos los días. Como cada día que conversábamos lo recordaba con Miguel. Así es, querido Juan Antonio. Así ha sido con quienes se nos han ido…

Los toros de Javier Garfias han escrito una historia de México que el pueblo ha convertido en leyenda. Un relato heroico que narra los triunfos de grandes toreros como Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos y Jorge Gutiérrez.

La Ganadería Garfias ha sido la ganadería que más corridas torearon Eloy Cavazos 129 y Manolo Martínez, 102, y la ganadería de la que más de 200 ganaderos en todo el mundo surtieron sangre o cruzaron sus ganaderías con los vientres y sementales de Garfias en México.

Sus toros han sido exportados al Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, EE.UU. y Centroamérica y más del 80% del toro de lidia en México tienen su sangre. La explosión Garfias, la que la historia taurina de México distingue como la era de la expansión, arrastró al éxito la mayoría de los toreros mexicanos a partir de los años sesenta.

La Transición significa más de medio centenar de ganaderías que adquirieron sementales y vacas de Javier Garfias. Amplitud en el espectro ganadero que indudablemente favoreció al desarrollo del

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