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Tiahuanaco ¿Los
supervivientes de la
Atlántida?
El mundo primigenio, sin Luna ni Sol, fue habitado por una raza de gigantes, que el propio creador se encargó de adoctrinar.A continuación dio forma al hombre, a quien advirtió que tenía que vivir en paz y profesarle veneración; de lo contrario sufriría las consecuencias.Y éstas no tardaron en llegar. Las tradiciones afirman que esos gigantes procedían de un mundo ya desaparecido. Y los habitantes de la colosalTiahuanaco, serían sus descendientes… Lorenzo Fernández Bueno y Juan José Revenga lorenzo.fernandez@eai.es
l hombre, que como ya se sabe es un lobo con piel de cordero, al principio respetó la decisión de Viracocha, pero no tardaron en surgir las primeras envidias, producto de las bajas pasiones y los enconados enfrentamientos que tiñeron de sangre esa tierra sagrada. El dios, mostrándose inmisericorde, recordó la advertencia y a continuación les envió el Uno Pachacuti,el gran diluvio que asoló el mundo; las aguas que devoraron a esa “mítica”Atlántida de Platón.Así, cuando la catástrofe pasó, el gran Viracocha retornó con la difícil misión de repoblar el mundo; de crear nuevas ciudades; de dar vida allí donde se había perdido. Sin embargo,en el altiplano boliviano,donde las aguas mansas del legendarioTiticaca se transforman en un mar de altura, una ciudad sobrevivió al descomunal evento; la casa de los gigantes a la que Viracocha descendió para poner orden entre el caos: Tiahuanaco. La Bolivia de hoy poco se diferencia a la de ese tiempo. El país está surcado por cientos de pistas sin asfaltar, que conducen a un extremo y a otro, desde las profundas selvas hasta las alturas del altiplano. Es ahí, donde las aguas sagradas del Titicaca bañan sus márgenes en los que únicamente las ralas gramíneas crecen para gozo y disfrute de las vacas y ovejas que trajeron quienes llegaron desde latitudes más amables. Los animales se aclimataron a la fuerza, por lo que el hombre, más tozudo que éstos, acabó por hacerse con el medio, compartiendo hogar con las alpacas y vicuñas que trotaban gozosas por estos páramos.Y es que es importante destacar que las ruinas se sitúan a casi cuatro mil metros de altura, donde la carencia de oxígeno es casi nociva para la vida.Aún así los que decidieron llegar hasta aquí y fundar su civilización, fuera ésta de origen divino o producto de la cabezonería del ser humano, movieron tal cantidad de piedras, y de tamaño tan descomunal, que a día de hoy resulta todo un absurdo. Pasear por Tiahuanaco es ser consciente de que en cualquier momento el entorno nos puede jugar una mala pasada; hay que ir tranquilos porque el temido edema cerebral ronda a aquellos que van con excesivas prisas. Huelga decir que merece la pena, porque si los arqueólogos no se equivocan estamos ante la ciudad-templo más antigua de América –con permiso de la peruana Caral–, de la que, avisan los mitos, habrían de partir las grandes culturas que siglos después poblarían el continente. Hoy no es sino la sombra de lo que fue; ocurre con demasiada frecuencia. Las necesidades que surgen en momentos puntuales de cada tiempo llevaron a los nativos a arrancar sus piedras para construir la ciudad de La Paz, que se encuentra a algo más de setenta kilómetros, o para asentar el firme sobre el que habría de discurrir el ferrocarril que hoy llega hasta Tiahuanaco. Aún así, estimándose en una tercera parte lo que de aquello nos ha llegado, es simplemente sorprendente. Mucho más si pensamos que las dataciones más fiables otorgan al impresionante conjunto pétreo la nada dese-
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