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«qué leerá don puyelli en esquel. no se sabe. un piche cruza la ruta lo pisan el piche es duro resiste corre a su cueva el lomo rajao se sienta en su cueva y lee a puyelli. dice que le gustaría conocerlo». Posdata textual de un mail que le envió Jorge Spíndola al autor de este relato el jueves 25 de setiembre de 2008.
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I. De cómo se conocieron el piche y Spíndola
A los hombres de esta tierra sé pensarlos hondamente. Hugo Covaro
4 El poeta Spíndola viajaba en su autito por la meseta patagónica. En cada viaje desde la costa a la cordillera para visitar a su amigo Puyelli, Spíndola hacía tres cosas para no aburrirse: contar los vehículos que cruzaba en la ruta (muy pocos, a decir verdad), cantar a los gritos y detenerse en el medio del camino para respirar paisaje. En una de esas paradas, escuchó una vocecita junto a sus pies.
—¿Qué hace por acá, diga? Spíndola miró para abajo y vio a un piche con el lomo rajado. Como los poetas están acostumbrados a hablar con los personajes más extraños, desde la luna hasta las flores, no se sorprendió de que un piche con el lomo rajado le hablara. Desde su altura, que para el piche era mucha pero tampoco tremenda, le contestó:
—Nada. —No, nada no, diga. Usté está haciendo algo. —Bueno, sí. Estoy respirando paisaje. —Ah, ¿vio? —respondió el piche satisfecho. —¿Y usted? ¿Qué hace? —preguntó ahora Spíndola. —Nada —contestó el piche muy tranquilito. A Spíndola le cayó muy bien el piche con el lomo rajado y comenzó a charlar con él.
—¿Por qué tiene el lomo rajado? Si se puede saber… —Soy un poco chicato, vea… —Lo deben haber atropellado más de una vez. —Msé… Pero soy bastante duro, diga. Y usted, ¿a qué se dedica, que tiene el lomo arqueáo?
—Soy poeta. —Ahá. ¿Y eso qué es? —Escribo poesía. —¡Yo sé poesía! —afirmó el piche en un saltito. —¿A ver? –preguntó Spíndola sentándose entre el piche y el auto. —«Por el río Paraná, venía navegando un piojo, con un hachazo en el ojo y…»
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—¡Eso no es poesía! —¡Ah, no! ¿Y qué va a ser, diga? —Es un cantito del truco. —Es lo mismo, es. —No. No es lo mismo. La poesía es otra cosa. —Dígase una, ya que sabe tanto de poesía. —«Todo instante va dejando tras de sí / un murmullo agotado de palabras / bocas rojas a punto de besar»
—¡Qué asqueroso! Spíndola no dijo nada. Miró al piche que imaginaba bocas rojas a punto de besar.
—Me voy —dijo el piche con el lomo rajado. —¿Tiene que hacer? —Son cosas mías. —¿Lo veré a la vuelta? —Capá. Estamos en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
—¡Conozco eso que dijo! —Debería. Lo dijo Raúl González Tuñón. Spíndola no podía salir del asombro.
—¿Pero cómo lo conoce? —Lo leí por áhi… —¡¿Sabe leer!? —¡Má vale! En la meseta hay tiempo para todo. Hasta para aprender a leer. Cacé un pedazo de diario, me gustó y lo memoricé.
—Entonces ¿puedo regalarle un libro mío? —Como quiera, si no tiene palabras difíciles… Spíndola tomó uno de sus libros del asiento trasero del auto y se lo entregó al piche, que apenas le echó una miradita.
—¿Y a qué va a la cordillera, si se puede saber? —preguntó el piche. —A visitar a un amigo escritor. Puyelli se llama. —Ahá. ¿Es poeta como usté?
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—No. Escribe cuentos y novelas para chicos. —Capá que eso me guste más… —A la vuelta le traigo algo. —Tá bien. El piche metió el libro de poemas debajo de un brazo y se fue a su cueva a leer a Spíndola. El poeta subió al auto y el resto del camino no pudo quitarse de la cabeza una frase: «por el río Paraná, venía navegando un piojo, con un hachazo en el ojo y una flor en el ojal». Los poetas siempre conservan lo esencial de las conversaciones.
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II. De cómo el piche empezó a leer el libro de Spíndola
Tanto para decir Abismada de palabras nado en la inmensidad del papel. Y me hundo sin dejar rastros. Silvia Castellón
8 Al piche le gustaba ir al boliche todas las noches a escuchar las historias de los paisanos. Adoraba las de aparecidos, muertos y fantasmas. Regresaba tan impresionado a su cueva, que no reparaba en mirar bien al cruzar la ruta; y si bien el tránsito es escaso, sobre todo de noche, solía tener la mala suerte de que algún vehículo lo pasara por encima.
—¡Quelotiró! —exclamaba el piche sintiendo que su lomo se rajaba cada vez más. Era afortunado, ya que jamás había sido pisado por un camión. Y menos, uno chileno. A esos sí los escuchaba venir y cuando el piche se imaginaba aplastado por sus grandes y pesadas ruedas, tomaba los recaudos del caso. Sabía que su destino sería bien diferente. «Soy chicato, pero no pavo», se decía satisfecho al costado de la ruta, sintiéndose volar por la ráfaga del camión. Ya en su cueva, intentaba recordar el cuento palabra por palabra. Quería recuperar la impresión. Y la sugestión lo rodeaba de espíritus, gente muerta y esas cosas de las que hablan esas historias. Cuando se cansaba de estar asustado, dormía hasta la tarde siguiente. Pero ahora era distinto. Tenía un libro en la cueva. Uno de poesías. Uno con muchos personajes y con frases distintas a las que salían de las bocas paisanas. El mundo poético del hombre de campo era el suyo también. Pero no el de esa clase de poesía. Y esto le dio mucha curiosidad. Sin embargo, la lectura se le hizo difícil debido a su miopía. Y confundió palabras y mezcló metáforas y le dio a cada página otro significado. De entrada, nomás, se preguntó por qué los hijos de Spíndola habrían puteado esos poemas. «Gracias a mis hijos que putearon estos poemas», leyó el piche confundiendo «putearon» por «tipearon». «Si mis hijos putearan mis poemas, primero los cago a palos. Después no los pongo nada en el libro», pensó con decisión. Luego leyó la cita que Spíndola hizo de Lautremónt: «la poesía debe ser hecha por todos» y quedó pensativo: «¿por qué debe ser hecha por todos?... ¿Por qué por todos?... ¿Por qué debe ser hecha?... ¿Para qué hay que hacer poesía?...»
9 «Esta gente está al pedo», concluyó y siguió leyendo en su cueva, iluminado por una velita. La admiración y la lástima se mezclaron en el piche cuando leyó de «Memoria y balance»: «viajé trece veces en avión / infinitas veces en tren / vagones incendiados recorren la noche / a gran velocidad / anduve descalzo y con zapatos / fui vendedor y limpiavidrios…» El piche no sabía qué era un avión, ni un tren, ni vagones. Pero sabía lo que era viajar. Lo sabía muy bien porque era uno de sus sueños. Recorrer caminos y no ver cómo los recorren los otros. Andar. Aparecer en un punto de una ruta y desaparecer al instante. Estar y no estar. Él creía que viajar era como ser otro. «Uno debe ser otro cuando está en otro lugar», pensaba. «Si yo me fuera de acá, no sería el mismo piche que soy ahora. Sería otro piche…» «Ha trabajado bastante este hombre. Ahora es poeta. Y tiene zapatos. No me quiso vender nada… hasta ahora. Y encima, está viajando. Le debe ir bien». El piche se detuvo en otros versos: «…el viento arrastra con todas las cosas / las baraja las confunde / las marea en su altamar / hasta el cansancio / el viento es una licuadora del olvido / la memoria, a veces, se parece al viento» Acá coincidió plenamente con el poeta. El piche no tergiversó ninguna palabra, salvo «baraja» por «verija», y le dio la razón a Spíndola. Lo sintió cerca. Lo sintió parte.
—¡Este hombre sabe de lo que habla! ¡Díganme a mí lo que es el viento! ¡Que me vengan a contar lo que es el cansancio! ¡Yo veo a los paisanos toditos los días y sé lo que es el cansancio! No sé lo que serán el altamar ni la licuadora, pero sí sé lo que es el olvido. ¡Esta cueva es el olvido! ¡Esta cueva es la memoria del viento! Y abandonando el libro a un costado, reflexionó que si el viento era «esa cosa» del olvido y la memoria se parecía al viento y su cueva, a todas esas cosas juntas, él mismo sería viento, memoria y olvido. Sopló la velita y se durmió sintiéndose importante. A veces, soplar una velita significa eso: sentirse importante.
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El piche de Spíndola que leía poesía http://vimeo.com/55670979
Backstage del libro "El piche de Spíndola que leía poesía", un cuento que es metáfora de la resignificación del mundo luego del primer contacto con la poesía, de la mano de un piche patagónico, un zorrino, el poeta Jorge Spíndola y otros poetas de la Patagonia argentino - chilena. Las imágenes pretenden mostrar las escenas que cruzaron por la cabeza del autor y que no forman parte del relato. La realización es de Martín Esteves. Fue filmado en cercanías de El Maitén, Chubut, Patagonia Argentina, en noviembre de 2012. Actúan María Mirabella y Bruno Farroni. Utilería de Sandra Perfecto. Asistente de dirección: Analía Pizzi. Producción: Ariel Puyelli.
Blog del autor: arielpuyelli.blogspot.com