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ANECDOTARIO

Empatía y generosidad

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HAY SUCESOS QUE NOS DEJAN RECUERDOS IMBORRABLES. AUNQUE HAN PASADO CASI VEINTE AÑOS, MUCHAS PERSONAS RECORDARÁN DÓNDE ESTABAN, QUÉ HACÍAN ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE ENTERARSE DE LOS ATENTADOS OCURRIDOS EN NUEVA YORK EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001; SIN LUGAR A DUDA, UN IMPACTO EMOCIONAL QUE TENDREMOS SIEMPRE EN NUESTRA MEMORIA.

EXISTE UNA PARTE DE ESOS SUCESOS EN LA QUE NUNCA ME HABÍA DETENIDO A PENSAR, (EN 2001 EL MUNDO DE LA AVIACIÓN ERA ALGO AJENO PARA MÍ) HASTA HACE POCO QUE, EN UNA CURIOSA PUBLICACIÓN, ENCONTRÉ UNA GRAN HISTORIA DE SERVICIO Y CARIDAD AL PRÓJIMO QUE POR LAS CIRCUNSTANCIAS TODOS LOS HABITANTES DE UN PEQUEÑO PUEBLO EN CANADÁ OFRECIERON LO MEJOR DE SÍ A PERFECTOS DESCONOCIDOS.

Después del impacto del primer avión comercial en las Torres Gemelas y minutos más tarde del impacto de un segundo avión que ocasionó el colapso de ambas torras, se detonó la operación “Yellow Ribbon”, en la que autoridades aéreas de EE.UU. ordenaron el cierre de su espacio aéreo. De tal suerte que fue ordenado el aterrizaje inmediato de miles de vuelos. Algunos pudieron regresar a sus aeropuertos de origen, pero cientos de vuelos transatlánticos o transpacíficos habían sobrepasado el punto de no retorno encontrando en Canadá una opción para el aterrizaje.

Autoridades aéreas del país de la hoja de maple debían encontrar aeropuertos alternos lejos de las principales ciudades donde pudieran aterrizar más de 200 aviones de doble pasillo. Se optó por los aeropuertos de Halifax y Gander; la capital de Nueva Escocia recibiría 47 de los vuelos transatlánticos, mientras que en Gander llegarían 38.

El aeropuerto internacional de Gander tenía la capacidad de recibir aviones de fuselaje ancho como el Boeing 747, porque hasta la década de los 70, fue parada obligatoria para recargar combustible para vuelos provenientes de Europa, cuando las aeronaves contaban con menor autonomía. Las operaciones diarias en Gander para el 2001 no superaban la docena, siendo además la mayoría de ellas de aviación general. Pero no solo era cuestión de aterrizaje, se trataba también de atenciones para todos esos pasajeros, pues el espacio aéreo de Canadá también fue cerrado al mediodía de aquel 11 de septiembre, impidiendo cualquier despegue.

Para una ciudad como Halifax, de 400 000 habitantes, no significaba mayor problema, pero para Gander siendo un pequeño pueblo que no superaba los 10000 habitantes y no llegaba a las 500 habitaciones disponibles, asumió el reto de casi duplicar su población al recibir a 6700 personas en tan solo seis horas.

Ante la magnitud de la situación, las autoridades en Gander enviaron un llamado de ayuda por radio. Miles de personas lo recibieron y se lanzaron a ayudar, conmovidas ante el impacto emocional de lo ocurrido en las Torres Gemelas.

Mientras tanto, las víctimas colaterales de los atentados, aún a bordo de los aviones varados en medio de una isla, no sabían ni por qué estaba ahí. Permanecieron dentro de las aeronaves durante más de 24 horas y cuando por fin pudieron bajar, recibieron la noticia de que tendrían que permanecer en aquel lugar durante al menos 48 horas más, hasta que el espacio aéreo se reabriera. Sumando otro pesar a su ya de por sí agotamiento físico y mental.

Ante aquel obscuro panorama que se presentaba, llegaron los habitantes de Gander a reconfortarlos. La gente del avión (título que los lugareños usaron para referirse a los visitantes) no tenía nada, pues sus equipajes debieron quedarse en el avión. Eran en aquellos momentos prácticamente refugiados. Más de tres mil personas fueron acogidas por mil familias en Gander que abrieron las puertas de sus hogares y ofrecieron todo lo necesario para su estadía.

Se recibieron donaciones de ropa, productos de higiene personal, comida y pañales. La compañía de teléfonos instaló dos docenas de teléfonos gratuitos para que los pasajeros pudieran comunicarse con sus familias. Los colegios dejaron de funcionar para habilitar sus instalaciones como dormitorios. De diferentes pueblos de la región llegaron cientos de personas con bocadillos preparados, comida precocinada, botellas de agua y toda clase de provisiones que creyeron serían de utilidad. Mientras que las necesidades básicas de la gente de los aviones fueron cubiertas por ciudadanos y comercios locales.

Pero la generosidad no paró ahí, los primeros pasajeros tardaron tres días en poder continuar su vuelo. Durante estos tres días los anfitriones de Gander hicieron que la gente de los aviones se sintieran como en casa, se los llevaron de excursión, les ayudaron a comunicarse con sus seres queridos, los acompañaron a la iglesia, los trataron como si fueran un miembro más de su familia, perfectos desconocidos que quizás nunca volverían a ver.

Para cuidar de las mujeres embarazadas se presentaron médicos y enfermeros voluntarios, se consiguieron intérpretes para los pasajeros que no sabían inglés, incluso festejaron los cumpleaños de varios niños que celebraban en aquellos días, para tratar de hacer más llevadera, de alguna manera, la experiencia.

Una vez abierto el espacio aéreo, los pasajeros fueron regresando a sus aviones mientras se contaban unos a otros sobre las experiencias con sus anfitriones. Amistades eternas se forjaron en aquellos momentos en que un pueblo entero volcó su generosidad y empatía para con miles de desconocidos que, por un acto de lesa humanidad, de un momento a otro, se vieron aprisionados a miles de kilómetros lejos de sus hogares.

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“UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD NO SIGNIFICA NADA SI NO SE APRENDE ALGO DE LA PRIMERA.”

Una segunda oportunidad

Una segunda oportunidad

Disponiéndose a vivir una jornada laboral normal, Carlos Castillo, Jaime González y Jorge Gil se dirigían a las instalaciones de Calafia Airlines en el Aeropuerto Internacional de La Paz, BCS. Los tres se desempeñaban como técnicos aeronáuticos y daban servicio a la flota de la compañía, que, en su mayoría, eran Cessna Caravan 208 con motores PT6 y los brasileños Embraer 145.

Carlos tenía a su cargo la gerencia de mantenimiento. A media mañana de aquel martes 19 de junio de 2018 les comunicó a sus compañeros sobre la necesidad de dirigirse a hacer un servicio a un Caravan en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. No pudiendo abordar el vuelo comercial de la aerolínea, se arrendó un Cessna 182 de cuatro plazas, en el que viajarían para atender el mantenimiento solicitado.

La aeronave tenía varios meses sin volar y no fue fácil encontrar un piloto disponible para el traslado. No fue sino hasta la tercera opción que dieron con el Cap. Francisco Cabañas, para que los volara a su destino. Realizaron todas las maniobras de seguridad propias para el despegue, los técnicos aeronáuticos y el piloto se disponían a emprender el vuelo un tanto cuanto “pesados” pues además de los cuatro tripulantes, llevaban herramienta para los trabajos que realizarían y el tanque de combustible a tope.

Recién habían despegado, el Cap. Cabañas tuvo inconvenientes con las comunicaciones “Debía traer la bocina a todo el volumen, lo que ocasionaba ruido de estática dificultando la escucha de los mensajes”. Ya se habían perfilado para regresar y se lo comunicaron a la torre, cuando Carlos, quien ocupaba el asiento de copiloto, hizo algunos ajustes al radio logrando una comunicación más clara. El Cap. Cabañas se comunicó con torre y abortó el regreso y retomaron nuevamente su dirección”, recuerda Jorge Gil.

Pasando la Presa de la Buena Mujer, Carlos avisó que se dormiría un rato, Jaime siguió sus pasos, mientras que Jorge disfrutó del paisaje por algunos minutos más; observó El Sargento y la Isla Cerralvo hasta quedarse dormido.

A una altitud de crucero de 8000 pies sobre el Mar de Cortés, la aeronave presentó las primeras fallas. Con el primer jalón del avión Jorge y Carlos despertaron, hubo un segundo y un tercero muy bruscos que sacudieron el avión con el que Jaime despertó asustado… Jorge, quien iba a su lado, bromeó diciéndole que se iban a caer… sin siquiera imaginar lo que en las próximas horas vivirían.

Por su experiencia supieron que la caída seria inminente. Ante la pérdida de potencia del motor no había nada más que hacer durante los siguientes diez minutos. El avión planeaba y perdía altura, el Cap. Cabañas les compartió las acciones que seguirían.

Iniciaron por asegurar todo lo que estuviera suelto en el interior del avión para que, ante el impacto, no se convirtieran en un proyectil que pudiera dañarlos. Les dijo que en el agua observaran la dirección de las burbujas, si las seguían encontrarían una salida segura. Les recordó que no fueran a accionar su chaleco salvavidas hasta que estuvieran seguros de estar fuera del avión. Trataron de comunicarse con torre de La Paz, sin obtener respuesta, a los 5000 pies pudieron comunicarse con torre de Culiacán reportando la emergencia, para luego perder comunicaciones. Todos, con los chalecos salvavidas puestos, acordaron que una vez en el agua cada uno lucharía por su vida, se tomaron de la mano y se desearon suerte.

El Cap. Cabañas realizó maniobras para conseguir que cayera primero la cola del avión, pero al momento del impacto, el tren de aterrizaje chocó bruscamente contra el agua desprendiéndose ambas ruedas, acto seguido la nariz del avión se fue a pique; debido a que el parabrisas del avión se quebró, en segundos la cabina estaba sumergida totalmente en el agua.

Momentos antes de la caída, Jorge veía cómo se aproximaban a gran velocidad (entre 50-60 nudos) al agua. Cerró los ojos y se agarró con todas sus fuerzas del asiento donde viajaba Carlos, después del impacto tardó un poco en reaccionar, pero estaba vivo, aunque todo era silencio, logró ver la salida de las burbujas por el frente del avión y sin pensarlo dos veces, se apresuró a salir.

Por su parte, Carlos Arturo nos compartió que por la desesperación no encontraba la manija de la puerta: “Sabía perfectamente dónde se hallaba la manija, al subir, aún en tierra, había asegurado mi puerta y verifique la del piloto; pero en esos momentos por la confusión del golpe no la encontraba. Sentí que la muerte me abrazó, estuve a punto de rendirme, pero seguí buscando con el tacto hasta que la encontré, abrí la puerta, mientras que con la otra mano soltaba el cinturón de seguridad, para inmediatamente nadar hacia la superficie en donde ya estaba Jorge a salvo”, recuerda.

Carlos sangraba y le dijo a Jorge que no podía respirar, este recordó algunos primeros auxilios que aprendió en los cursos recurrentes, lo abrazó y revisó sus extremidades para ver si había algún punto de dolor localizado. Sin ninguna novedad, concluyeron que se había quedado sin aire por el impacto.

Estando aún a la vista una pequeña parte de la cola del avión el capitán Cabañas logró salir, mientras Carlos y Jorge le gritaban a Jaime, quien no había salido cuando el avión se hundió completamente.

Jaime fue el último en salir, ocupaba uno de los asientos de atrás junto a Jorge Gil, y por lo brusco del impacto y la súbita entrada de agua, el cinturón de seguridad se volteó al revés. Con desesperación, solo con sus manos buscó la manera de poder liberarse, hasta que en una de tantas maniobras tuvo éxito; el aire comenzaba a faltarle, no se sentía capaz de salir por sus propias fuerzas hacia la superficie, pero una vez fuera del avión activó su chaleco salvavidas y en el acto pudo emerger.

Una de las maniobras que comentaron antes de caer y sugeridas por el Cap. Cabañas, experto en rescates de la Marina, fue que se amarraran para que el oleaje no los dispersara. Una vez afuera los cuatro estaban inquietos porque cuando mandaron el mensaje a torre no habían alcanzado a escuchar respuesta alguna; dudaban si el mensaje de auxilio había sido recibido por las autoridades en tierra. Sin embargo, se mantenían a flote con los chalecos salvavidas, todos excepto Charly (para los cuates) a quien le tocó un chaleco en mal estado, que se desinfló a los pocos minutos, teniendo que asirse de una de las llantas del avión que aún flotaba cerca de ellos.

Con el hundimiento del avión quedaron sobre la superficie del mar restos, escombros y basura del avión. Las primeras aeronaves en buscarlos vieron los restos y enviaron este primer mensaje: “el avión se había caído y no había sobrevivientes, solo escombros, sin rastros del avión”. Daniel, el hijo más pequeño de Carlos Arturo y piloto privado, recibió este prematuro y alarmante mensaje.

Habían pasado dos horas tras el impacto del avión en el agua. Los náufragos platicaban a ratos, rezaban o simplemente se veían las caras en silencio. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, sabían que pronto anochecería, haciendo más difíciles las labores de rescate.

Jorge vio su gorra flotando a lo lejos y fue por ella, pensando que para algo le podía servir, por lo menos para cubrirse del sol, nunca pensó que le ayudaría a ahuyentar a una gaviota que por un buen rato estuvo molestándolos.

Cuando a lo lejos escucharon el inconfundible ruido del motor de un avión, apenas lograban distinguirlo, pues volaba muy lejos de donde se encontraban. La marea los había arrastrado más de diez kilómetros de la zona del accidente.

Tardaron todavía más de media hora en que un avión volara directo hacia donde estaban y al sobrevolarlos les hizo señales con las alas de que ya los había visto. En ese momento se sintieron aliviados y en poco tiempo eran seis aviones de pistón los que volaban en círculos sobre de ellos, además de un helicóptero y un King Air de la Marina que volaba todavía más alto. “Es el show aéreo más increíble que he presenciado, cinco aviones volando sincronizados a diferentes alturas; daban señales a un sexto avión Cessna C-182 que, en una maniobra de precisión, en un vuelo a muy baja altura, nos trataba de lanzar una balsa salvavidas”, nos compartió Carlos Arturo.

La mochila cayó a un poco más de 100 metros de donde se encontraban, Jaime, el más joven de todos, se sintió con la fuerza de nadar contra corriente e ir por ella, regresar y para una vez reunidos nuevamente abrirla entre los cuatro. El agotamiento por las más de dos horas que llevaban flotando en el mar, además de que Charly y el capitán Cabañas resultaron golpeados tras el impacto, por lo que complicó un poco la labor de subirse a la balsa, que se volteaba en los primeros intentos; pero nuevamente con trabajo en equipo y la buena coordinación que tenían, se pusieron a salvo sobre la balsa, esperando a que llegaran más refuerzos.

Entre tanto, los aviones les lanzaron botellas de agua, que arrojadas de tales alturas cada una se convertía más en amenaza que en una ayuda. Una vez arriba de la balsa, remaron con las manos para alcanzarlas y poder hidratarse.

Las comunicaciones en ese punto, aproximadamente 70 millas de Culiacán y 70 millas de La Paz eran complejas por lo que además de los aviones que los sobrevolaban, a cierta distancia, había otro más, copiando las comunicaciones a la torre de Culiacán.

Para las siete de la tarde, los rescató una embarcación de la Marina y aunque pasaron otras dos horas más para que llegaran a Navolato, Sinaloa, ya se encontraban fuera de peligro. Una vez en tierra fueron trasladados en ambulancias hacia un hospital en Culiacán. Ingresaron por su propio pie y cada uno fue revisado.

Los supervivientes justo la mañana después del accidente en el hotel de Culiacán acompañados por Aurora y Leo; esposa e hijo de Enrique Perillo, pieza clave para su rescate.

Unas semanas después del accidente se reunieron los cuatro para celebrar la vida. Desde entonces, cada junio y como una tradición, los ahora hermanos, aunque sin el Cap. Francisco Cabañas, se reúnen para conmemorar su renacer.

VOLANDO MÁS ALTO La mañana del vuelo, llegó al aeropuerto en su moto, otra de las pasiones del Cap. Cabañas. Tras el impacto, el casco de motociclista del Capi quedó flotando en el mar. Lamentablemente, el Cap. Francisco Cabañas se adelantó en el viaje final, concretó su misión en este plano, a tan solo tres meses de esta aventura. Pero vaya para él un merecido reconocimiento a su labor porque siendo la autoridad en vuelo, echó mano de sus amplios conocimientos en rescates marinos, los supo compartir oportunamente y fueron clave para la supervivencia de toda la tripulación. Sea para su familia el más sentido de los pésames.

A dos años de su gran aventura cada uno a su manera agradece por la segunda oportunidad de vivir

CARLOS CASTILLO Al no tener noticias certeras sobre la suerte que corrían fueron horas de angustia para la familia de Carlos, pues Daniel, siendo piloto privado, se enteró desde los primeros reportes que indicaban que no había sobrevivientes, para después saber que eran otras las noticias. No tardó en comunicárselo a su madre Sandra y al resto de sus hermanos Eric, Carlos, David y Miguel. Se sintieron agradecidos con la vida porque por horas se había pensado lo peor; pero recuperarlo con vida fue una nueva oportunidad de valorar la vida misma. Hace un par de semanas, Carlos Arturo nuevamente libró una difícil batalla al contraer covid-19 junto con su hijo Daniel. Pero ya se encuentran ambos fuera de peligro, los malestares quedaron atrás y ahora más que nunca valora el poder respirar libremente por sus pulmones y el poder caminar por su propio pie.

JAIME GONZÁLEZ En cuanto a la familia de Jaime, la noticia del accidente llegó por su propia voz, ya que en la ambulancia mientras era trasladado de Navolato a Culiacán, le pidió de favor a una militar si le prestaba su teléfono para llamar a sus familiares. Llamó a su esposa Daniela, quien ya estaba alarmada por no tener noticias de él. Las primeras palabras que intercambiaron llevaban cierto tono de reclamo, pronto se convirtieron en negación, pensaba que Jaime bromeaba respecto a que había tenido un accidente en el que casi perdía la vida, “Nunca estuvieron enterados, y como siempre hago bromas, cuando le di la noticia, mi esposa pensaba que era una de tantas que siempre le hago; sin embargo, le expliqué lo ocurrido y le pedí se comunicara con mis padres para que estuvieran enterados de que ya estaba fuera de peligro”, nos comparte.

Sin duda, después de esta experiencia, para Jaime el valor que tiene la vida es mucho mayor, valora cada momento que pasa con sus hijos y desea vivirla al máximo.

JORGE GIL Cuando iban en la embarcación de la Marina, ya rumbo a tierra firme, Jorge Gil tiene muy presente el momento en cuando los últimos rayos del sol de aquel inolvidable día se disipaban; el mismo instante que una enfermera de la Marina le dijo el refrán, que, de ahí en adelante, volvería a escuchar cientos de veces: “Cuando te toca, aunque te quites y cuando no te toca, aunque te pongas; verdaderamente a ustedes no les tocaba”, recuerda.

Desde entonces, para Jorge cada amanecer es un milagro que agradecer; solo pensar en qué hubiera sido de su familia si las cosas hubiesen sido diferentes, si no se hubieran salvado, lo ha llevado a no fijarse en pequeñeces, a ser más sereno y siempre que le es posible abrazar mucho a su esposa y a sus dos hijos.

Aquella fue la primera experiencia para Jorge volando en un monomotor, y en lo que a él respecta, la última. Para regresar a casa fue necesario volver a atravesar el Mar de Cortés, pero esta vez en un bimotor de la compañía, que él bien conocía y sabía que no los dejaría caer.

LA AYUDA LLEGÓ DESDE LO ALTO A los doce ángeles que a bordo de aeronaves estuvieron custodiando su vida desde los cielos, siendo su intervención pieza fundamental para las labores de rescate. Tuvieron oportunidad de conocerlos al día siguiente cuando fueron a rendir sus declaraciones en la comandancia de Culiacán, agradeciendo personalmente su cooperación y auxilio.

Afortunadamente, los cuatro sobrevivieron primero al impacto, después al posible ahogamiento antes de salir del avión, solo para librar por varias horas a los depredadores con los que cohabitaron las obscuras aguas de mayor profundidad del Mar de Cortés. Sin duda su misión en este mundo aún no se concretaba y, para ello, la vida les regaló una segunda oportunidad.

Federación Mexicana de Pilotos y Propietarios de Aeronaves, A.C.

La Federación Mexicana de Pilotos y Propietarios de

Aeronaves, (FEMPPA), es una organización nacional constituida por pilotos y propietarios de aeronaves, asociaciones, aeroclubes y entusiastas de la aviación.

NUESTRO OBJETIVO

La Federación Mexicana de Pilotos y Propietarios de Aeronaves ha identificado las principales problemáticas que afectan a la aviación general en México, proponiendo diversas soluciones a las mismas. Lo anterior con el objetivo claro de que nuestra aviación logre niveles de competitividad internacional que le permitan situarse en el lugar que le corresponde frente a sus similares de otros países. Por ello es que FEMPPA centra sus propuestas en una reforma integral de la legislación y los reglamentos en materia aeronáutica, para que, sin menoscabo de la seguridad, se logre definir y clasificar correctamente a los diversos segmentos de la aviación civil y con ello se promueva una regulación adecuada a cada uno de los tipos de aeronaves.

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Cuando el viento favorece tus sueños

- PARTE DOS

MI PRIMERA ASISTENCIA A FIDAE Fue en 2018 cuando Rafael Arnal me envió cordialmente otro regalito desde Cozumel con un piloto que había estado vacacionando por allá. Para no tener que pasar por tanta bodega ni cosas así le pidió a este piloto que trajera el paquete a Chile y ahí yo ya tendría la oportunidad de recuperarlo sin tanto trámite. Fue así como me puse en contacto con este piloto, quien me preguntó si asistiría a FIDAE. Mmm, no, amigo, respondí, pero tengo amigos de mi cuidad que sí irán, ¿se lo podrías entregar a uno de ellos? No hay problema, respondió.

Mi no asistencia se debía a que para viajar había que tener dinero y saber manejarse en Santiago de Chile, yo no cumplía con ninguna de las dos condiciones, estaba algo escuálido el bolsillo. De pronto se me encendió la lamparita y llamé a un muy buen amigo doctor que también le encantan los aviones y le pregunté si iría a Santiago ese fin de semana. Le expliqué el para qué. “Pero, Pablito, ¿y tú no vas? No y le comenté los motivos, “pero ¿cuál es el problema, Pablito? Yo te invito, organízate para que ese día viajemos temprano, ¡yo invito!”

Era Sergio Gutiérrez, médico quiropráctico, un hombre derecho a más no poder. Mientras tanto, hablé con el muchacho que me llevaría el paquete a Santiago para poder coordinar la entrega. Ya estaba todo OK. Llamé a Rafael Arnal para contarle que al final sí viajaría a la capital para asistir a la feria y así recibir el regalo que me había enviado. Me dijo: “Pablito, sabes que está Skip Stewart en Chile, ¿verdad? Oh, sí, le respondí, será genial verlo estando entre el público y poder disfrutar su vuelo como todas las personas que estarán ahí.

“¿Aún tienes la gorra que te envié de Skip? Sí, por supuesto, respondí. “Llévala ese día —me indicó— veré qué puedo hacer para que puedas estar cerca de Skip”. Nuevamente la sensación de ansiedad me recorrió, no lo podía creer, las cosas se estaban dando demasiado perfectas (algo que rara vez me había ocurrido).

Llegó el día. Don Sergio pasó por mí en su auto en la madrugada. La idea era llegar muy temprano para alcanzar a recorrer toda la feria. Tomé mi gorra y emprendimos el viaje. Ya en Santiago tomamos nuestros primeros registros fotográficos en la feria, podíamos ver esas tremendas moles, aviones de otros países y aviones militares de EE.UU., también estaba la famosa Escuadrilla Da Fumaca de Brasil, que, sin duda, tiene un espectáculo a todo cachete, ¡y no pensaba que el Super Tucano fuera tan grande! Maravilla de espectáculo.

Mi contacto desde México me indicó que me quedara cerca de donde estaba el avión de Skip para cuando llegara su equipo técnico. Yo no miraba hacia ningún lado que no fuera el avión, observaba cada movimiento por si alguien se acercaba. Mi sorpresa fue grande. Estos muchachos son americanos, pensé, por lo tanto, hablan en inglés. ¿Cómo rayos les voy a decir que era un enviado especial? Justo en ese momento llegaron unos tipos rubios pero ruuuubios, parecían pollitos de criadero, amarillitos y con esos ojazos azules. No había duda de que el team Stewart iba a su avión para la presentación. En eso, ¡zaz! Me planté la gorra y me paré firme en las vallas papales esperando instrucciones o algo.

Los gringos estaban en su mundo: mantención a la aeronave, limpieza, entre otra actividades. De pronto uno se me quedó viendo, y yo con cara de bobo pensaba: si viene para acá y me pregunta algo sobre la gorra o si pensaba que la había robado a su staff, qué rayos le respondo, él no habla español y yo menos inglés. Se acercó, mi corazón ya se salía de mi pecho como para huir y dejarme ahí como diciendo: arréglatelas solo. Respiré profundo y el gringo me apuntó a la cabeza como diciendo: “esa gorra”, y yo: mmm, este, mmm, i’m a friend Rafael Arnal, Aeródromo Capitán Eduardo Toledo.

No lo podía creer, el gringuito me había entendido. Lo mejor de todo es que alguien observaba nuestro intento de comunicación (aparte de los cientos de personas que estaban ahí). Ese alguien era parte de RV Team, la única escuadrilla acrobática civil en Chile y nos ayudó como intérprete. Hablamos varios minutos, ellos sabían que esa gorra no es común en Chile, de hecho, creo que solo dos personas la tememos, uno soy yo y el otro es un piloto amigo de la escuadrilla Halcones.

Luego de esa conversación, llegó la esposa de Skip y en un tono medio chilensis 1 , me preguntó: “Who is Pablo?” Yes, i am, respondí arriesgándome a hacer el ridículo con mi inglés pobre e indigno. OK, you are the next, get ready at four in the afternoon you have to participate, (OK, eres el siguiente, prepárate para las cuatro de la tarde para participar con nosotros) lo supe porque mi traductor me lo dijo. Me quedé pegado ahí todo ese rato. Como ya había hecho conexión con algunos de los chicos de RV Team ni me moví del lugar.

Dieron las cuatro de la tarde y dos militares me abrieron paso entre las vallas papales para poder ingresar a donde estaba Skip. ¡Sí! Ahí estaba en carne y hueso, encendió el motor de su Pitts S2 y rajó por la calle de rodaje bien lejos hacia las pistas internas, muy

1 Relativo o propio de Chile.

lejos de la multitud. Desde ahí se veía muy bien el espectáculo muy bien. A nosotros, el RV Team y a mí, nos trasladaron en un pequeño carro hacia la pista donde estaba Skip. Yo no entendía nada, todos hablaban en inglés, ¡qué vergüenza! De a poco entendía la idea: nos eligieron para sostener el corte de listón, básicamente, era sostener entre la pista dos cañas largas que estaban unidas con un plástico delgado que Skip pasaría en un vuelo rasante con la cabeza hacia el suelo y con la hélice del avión cortaría esos plásticos como parte del show.

Nuevamente la magia se hacía presente, éramos solo nosotros en la pista. Miraba a lo lejos, como a 300 metros, al común de los mortales que observaban el espectáculo. Habíamos tomado boleto en primerísima fila, sentimos el ruido y el humo del avión, maniobras enfermizas y llenas de adrenalina, el viento que dejó su estela y la maravillosa sensación de que en ese momento todos fuimos uno solo. Nadie notó que yo era un simple aficionado que había llegado ahí porque la suerte existe o porque un ser supremo puso las fichas a mi favor. Nos fotografiamos, nos reímos, el RV Team, con sus pilotos experimentados, y yo, nos fusionamos por la magia.

Luego del corte de listón, ayudé a los muchachos a recoger las tiras de los listones para entregárselas y uno me dijo: hey, a present for you (hey, un regalo para ti) Rápidamente las guardé en mis bolsillos y hasta hoy las tengo atesoradas muy bien guardadas en mi casa.

Terminó el espectáculo y yo estaba embriagado de felicidad y satisfacción, me despedí de Skip y de cada uno de quienes lo acompañaban. No tardé en comunicarme con Rafael quien estaba muy satisfecho, él había organizado, pues había hablado con Skip para que mi sueño se cumpliera. Hoy puedo decirlo: estuve en la pista, estuve con gigantes que no se agigantaron más, me ayudaron a estar al mismo nivel moral que ellos, fuimos felices como niños, y, como una cosa lleva a la otra, ahí conocí a Hernán Santibáñez, líder de RV Team, teníamos una gran historia en común, incluso hasta su número de teléfono me dio.

Lo más anecdótico de todo fue que yo iba a buscar un paquete, y al muchacho que lo llevaría lo olvidó en su ciudad, muy lejos de ahí, no logré traer lo material, pero mi espíritu venía llenito de alegría y eso era impagable.

LAS SIGUIENTES FERIAS Seguimos participando en las ferias aeronáuticas en nuestra ciudad. Esta vez la cosa iba en serio. La región debía tener su propia feria. Fue así que nació la Feria Internacional de Aeronáutica Civil, la FIAC, dirigida principalmente a pilotos y en fin de semana abierta al público. La feria incluía espectáculos aéreos y grandes invitados, algo así como una FIDAE, pero en formato más pequeño. Esta vez había pasado a plana mayor, ya no embarcaba gente, sino que prestaba apoyo administrativo, en el cual había que acreditar a los pilotos, que eran muchos, de distintas partes y con apellidos raros.

Esta también fue una fecha inolvidable y probablemente la mejor. Había volado varias veces con Nathan El Moro hijo, había encontrado un lugar en donde me sentía vivo, donde nadie me trataba diferente, era un luchador más durante los eventos. Recuerdo que poco después de volver de Santiago, le hablé a Hernán Santibáñez para saludarlo y darle las gracias nuevamente por como se portaron conmigo en Santiago y, además, para pedirle algo muy personal: si existía la posibilidad de que cuando él viniera a Talca yo pudiera tomarme una fotografía para el recuerdo sentado en su avión. “Por supuesto” —me respondió— ahí nos damos una vuelta por Talca. Me reí como diciendo: me está bromeando, pero OK. Sería genial, te cobraré la palabra, respondí.

Vino a la feria. El primer día solo nos saludamos amablemente, hizo su presentación, una gran presentación con un vuelo bastante hermoso, pero las maniobras eran o se veían muy agresivas y me dio un poco de miedo. Le conté a un amigo que Hernán me había invitado a volar, pero que mejor no porque la rutina me daba un poco de nervios. Mi amigo me respondió: “¿Eres tonto? ¿Eres estúpido? ¿Crees que ellos sacan a volar a cualquiera? Aprovecha esa oportunidad, hombre, probablemente jamás en tu vida la repetirás. Tal vez este chico tenga razón, pensé. Si Hernán no me dice nada tampoco quiero importunarlo.

Al otro día, el clima estaba espectacular. Salí a la losa a ver qué pasaba con los pilotos, ya que habíamos acreditado casi a la totalidad de ellos, teníamos nuestra labor cumplida. Vi a Hernán revisando su aeronave acrobática; él me miraba de reojo, yo parado ahí cerca pensaba: “no creo que se acuerde de que me invitaría a volar”. No sé si me daba una especie de relajo pensar en eso, hasta que volteó hacia mí y me dijo: a Ya, Pablo, ¡vamos!

Jamás había demorado tanto en pasar la saliva por mi garganta al punto que sentí como me sonó el pescuezo. Sin pensarlo dos veces y ante la mirada de muchos pilotos conocidos que en su vida habían pensado siquiera en abordar un avión de ese tipo, me dejé llevar. Marko Iribarren, miembro del Team y el encargado de relatar las acrobacias de RV, me aseguró el cinturón y me dijo: “¡disfruta, Pablo!

Nos posicionamos en la cabecera norte de la pista mientras Hernán me decía: “Pablo, tranquilo, es un vuelo normal, pasaremos por la cuidad de Talca, soltaremos humo para que la gente se motive a participar con el espectáculo. Nada más relájate y disfruta. ¿Alguna vez has volado acrobático?”

No le respondí. Muy bien —me dijo— para todo hay una primera vez. Aceleró a fondo y debo reconocer que la salida fue mucho más rápida que en un avión normal; sin embargo, la llegada a la cuidad fue tan hermosa. Yo podía ver la estela de humo que dejaba nuestro avión mientras Hernán me decía: “sácate fotos, Pablo, graba para que tengas recuerdos. Uf, un vuelo de categoría máxima. Estuvimos volando en círculos por la ciudad hasta que volvimos. El líder me dijo: Pablo, realizaremos un loop, no te

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En órdenes de mayoreo, En órdenes de mayoreo, enviamos a toda la República enviamos a toda la República

asustes, no nos pasará nada, ¿OK? En eso el avión subió en forma más menos vertical hasta que quedó boca abajo, así puedes notar la maravilla de sentir la fuerza G en tu cuerpo; sentía que mi rostro se iba hacia los lados como gelatina a medio cuajar y al caer vi la tierra y el mismo humo que soltamos cuando subíamos. Me gustó tanto que le pedí si podíamos repetirlo para poder grabarlo, “por supuesto —me dijo— prepárate, acá vamos de nuevo”. Yiiiihhhhaa, no me la creía, estábamos haciendo acrobacias en el aire, volando como águilas o gorriones, pero volando, la sensación no tenía nombre, era simplemente genial.

Cuando ingresábamos a pista para aterrizar, se escuchó por el intercomunicador que la gente pedía una pasada baja para capturar la imagen. Sentí que tomábamos velocidad, vuelo rasante y hasta aproveché para saludar por la cabina con mi mano, pero no esperaba la remontada al final de la pista, un especie de wall con remontada en vertical para subir y subir hasta que la gravedad no deja que subas más, después el avión cae en pérdida por el costado de una de sus alas para formar una maniobra llamada hammer head o cabeza de martillo y la bajada en picada te la encargo, ahí no supe donde tenía los calcetines, creo que se me habían ido a la parte media de mi cuerpo porque sentía todo apretado. Lo mejor de la vida me ocurrió ese día, al bajar del avión fue un abrazo tan apretado y tan fraterno entre el líder y yo, aparte de que había subido como una persona cualquiera, pero bajaba como todo un rey, los aplausos, felicitaciones y los saludos de pilotos y amigos no se hicieron esperar.

LA ÚLTIMA FERIA Participé nuevamente en la última feria. En esa oportunidad estuve con Cristian Bolton, compartí con muchos pilotos, recibí gran afecto y uno que otro recuerdito; también estuve en la acreditación de pilotos, fueron días que recordaré siempre con mucho cariño, las anécdotas no faltaron. Hoy acostado en mi cama con mi computador trabajando al mil, escribo todo esto ya que me nace dejar algo estampado que no lo leerá cualquiera, pero sé que quien lo haga, lo hará con mucha atención y sé que también se sentirá identificado con mis vivencias. No seré piloto, pero lo que viví fue lo más cercano a ser uno de ellos.

Ahora, si hay alguien que quiera serlo, tenga los medios económicos y cumpla con los requisitos restantes, les aconsejaría que no lo piensen, es un gran honor mirar desde el cielo, saber que en muchas ocasiones pudiste palpar a Dios, viste el mundo desde arriba, desde donde cualquiera no puede verlo, y ¿sentiste miedo? Sí, tal vez lo sentiste, pero ¿quién no lo ha sentido? Todo lo que puedas sentir en esta vida se debe valorar ya que sentir es la única forma de saber que estás vivo.

Quiero terminar agradeciendo todas las oportunidades que se me brindaron por quienes quisieron ser parte de mi historia y a quien sin saber y de forma involuntaria también lo hicieron, a personas que de alguna forma aportaron con un granito de arena para ayudar a cumplir los sueños de otro, a la escuadrilla Halcones, chicos nobles que nunca me desconocieron y hasta el día de hoy responden los saludos que les envío (Sauron, Rival).

Agradecimientos a las personas que a continuación aparecen en esta lista, ellos de alguna u otra forma confiaron en que yo podía ser de ayuda y también me ayudaron a cumplir mis sueños y con toda la esperanza que retomaremos pronto la participación en futuros eventos.

Cristian González (Charly Golf), Nathán El Moro, Nathán El Moro (Hijo), Rafael Bravo (Presidente Federación Aérea de Chile), Camilo Augusto Reyes Gálvez (México), Rafael Arnal Gerente Aeródromo Capitán Eduardo Toledo, Hernán Santibáñez RV Team, escuadrilla civil de acrobacias y todo su equipo; Cristian Bolton, expiloto FACH, líder de la escuadrilla Halcones Fach, actual piloto en la Red Bull Air Races.

Nunca había escrito algo así, un extracto de cosas relevantes en mi vida y, sin duda, que esto lo fue, pude volar sin tener alas, emule a los grandes en una versión más práctica, más alternativa no significa ser menos, significa también esfuerzo y mucha pasión. Necesitas primero sentir para poder actuar, y de esa forma las cosas, en su mayoría, funcionan.

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