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El primer vuelo solo
n todas las actividades humanas existe siempre una “primera vez” para todo. En el interesante mundo de la aviación no podía ser la excepción. Cuando se experimenta por primera vez la apasionante sensación del vuelo nos sentimos totalmente atraídos a ese mundo misterioso y excitante. En el instante mismo durante ese primer encuentro en el que las ruedas del avión dejan de hacer contacto con la pista nos transformamos y para muchos aquello se convierte en una obsesión.
Esa experiencia primigenia es tan duradera que yo la sigo experimentando cada vez que voy a volar. Es un placer sublime como ya lo expresó alguien: muy difícil de explicar. Después del despegue debemos volver a la realidad y establecer un ascenso y llevar a cabo algunas tareas de ajustes según el avión que estemos volando; todavía recuerdo aquel consejo: “con falla de motor después del despegue, es mejor seguir de frente”.
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Toda esta parafernalia significa una sola cosa: que el avión está efectivamente en el aire. Incluso las aves después de empezar a volar inmediatamente suben sus “trenes de aterrizaje” para evitar la resistencia al avance. Unos y otros después del despegue abandonamos una región dentro de la cual se experimenta el llamado “ground effect” o “efecto de tierra”. Todo esto tiene que ver con la aerodinámica. Si un avión o un ave se salen de este efecto de tierra sin tener la sustentación y/o velocidad suficiente, entran en pérdida y se pueden desplomar. Si tenemos la velocidad suficiente no hay ningún problema, seguimos ascendiendo y la mayoría de las veces ni cuenta nos damos de lo que acaba de ocurrir.
Después del primer vuelo eso se vuelve rutinario. Llega el momento en la vida de un piloto en la que tenemos que ponernos a prueba para comprobar si hemos aprendido bien las lecciones que nos fueron transmitidas por nuestros instructores de vuelo y demostrar que podemos controlar nosotros solos un avión en tierra, pero principalmente en vuelo es el momento de la verdad. Una mañana diáfana y fresca del mes de octubre según yo ya me sentía listo para desplegar mis alas en “solo”. Mi instructor tenía otras ideas. A través de las diferentes sesiones de vuelo en “doble control” en donde repasamos maniobras sencillas como “efecto de controles”; “vuelo recto y nivelado”; “virajes suaves y medios”; “vuelo lento y estoles” y finalmente, “despegues y aterrizajes”. Sabemos por intuición que poco a poco durante el curso nos vamos acercando a ese momento definitivo de la “soltada”. Una tarde nuestro instructor nos reunió a toda la escuadrilla (cuatro cadetes o, si quieren, alumnos) y nos empezó a platicar sobre todo lo que teníamos que hacer en el patrón de tránsito, etc. Al final nos preguntó: “¿Quién se cree capaz de poder volar solo?” Casi todos guardamos silencio, solo uno de nosotros dio un paso al frente diciendo: “yo sí me siento capaz de volar solo, mi teniente”. La respuesta fue contundente: “Regrese a su lugar, cadete, usted es el que menos está listo. Mañana aquí los espero”. Otra tradición de la Escuela Militar de Aviación es la de que en el primer “solo” se coloca un trapo en alguna parte sobresaliente del avión; en el caso mío por tratarse de un Stearman PT-17 fue en la punta de ala derecha. Ese trapo, que normalmente era parte de una sábana, se le colocan dibujos, leyendas y firmas de todos los compañeros, incluyendo por supuesto la del instructor. Yo todavía conservo ese trapo como recuerdo de mi soltada. La noche anterior a la “soltada” no pude dormir. Mecánicamente pasamos la “lista de 1800 horas”, fuimos al comedor, llegó el toque de “silencio” y así casi en vela me la pasé guardando mi trapo debajo de la almohada (todos nosotros guardamos en secreto ese trapo con la esperanza de poder sacarlo al otro día), hasta que me sorprendió el “toque de diana” por la mañana. El momento llega. Después de dos despegues y dos aterrizajes, mi instructor me ordenó ir a la plataforma y estacionarnos. Con gran excitación vi que se bajó con su paracaídas y me dijo: “Adelante, cadete, vaya y haga algunos despegues y aterrizajes y me entrega el avión completo”. Eso fue todo, mis compañeros aseguraron el arnés posterior y me fui al encuentro de mi destino. Al voltear a ver por el espejo no vi a nadie, la cabina estaba vacía, el avión se sentía muy liviano, al voltear a ver mi trapo gualdrapeando al aire y ver pasar bajo mis alas las instalaciones del colegio experimenté una gran alegría de poder realizar un sueño largamente esperado. Atrás quedaron sacrificios, esfuerzos y sinsabores, todo pasa a un segundo plano.
Otra tradición en a EMA es la de que los cadetes que ya vuelan solos pueden portar en su pecho la insignia de las “medias alas”, las cuales son colocadas por los respectivos instructores en una ceremonia especial celebrada con baile y toda la cosa. “Amanecía el día 2 de febrero de 1916. A las 0600 de la mañana sacamos el poderosísimo pájaro de acero. El Bleriot lucía hermoso con sus alas cubiertas de escarcha. Nuestro Instructor me dio instrucciones precisas y abordé la nave, arranqué el motor, apliqué potencia y me soltaron, al adquirir velocidad jalé un poco el bastón para nivelarlo y recibí la sorpresa más grande de mi vida, pues el avión dejó de rodar por tierra”.
El anterior es un relato de un cadete de ese tiempo, y como vemos, las cosas han cambiado muy poco. A partir de aquí viene otra maniobra que es básicamente un repaso y una verificación de habilidades corrigiendo los detalles de cada alumno en lo que llamamos “la resoltada”. Luego viene las prácticas de maniobras en “doble control” y luego en solo.
A partir de aquí cada avión que volemos necesariamente tenemos que hacerlo por primera vez. Hubo un tiempo en que durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los pilotos se enfrentaban al hecho de que la mayoría de los aviones se tenían que volar forzosamente “en solo” desde el primer vuelo. Tomemos al azar el ejemplo del Republic P-47 Thunderbolt. En el caso de los pilotos mexicanos del Escuadrón Aéreo de Pelea 201 tuvieron que volar estos poderosos cazas “en solo” desde el inicio de su adiestramiento, pues no había “doble control”. Hubo incluso algunos incidentes muy serios, pero considerados como parte del curso avanzado.
Volar en “solo” es la mezcla perfecta entre un avión y su piloto. Solo ellos se entienden, se comprenden y disfrutan realizando una de las actividades más sublimes del ser humano.
“Como águila caeré y en estruendo atronaré los montes que me vieron desplegar las alas y buscar el cielo. Como águila caeré porque es mi destino el pagar de un golpe la osadía de humillar al valle y de buscar a Dios. Como águila caeré y hasta el abismo irán a buscarme los que crean que ahí se terminó mi postrer vuelo, cuando en verdad el abismo será nido donde ya libre del carnal estorbo, emprenderé por fin…mi primer vuelo solo”. Cadete Camposeco.