Verbo(des)nudo Revista de Arte y Literatura
Edici贸n Especial Escritores cubanos en el viejo Continente
Verbo(des)nudo Año 4 Número Especial Escritores cubanos en el viejo continente Santiago de Chile Julio 2014
ISSN 0719-1626
© Revista Verbo(des)nudo
Contacto: revistaverbodesnudo@gmail.com
Diseño de portadas y gráficas interiores: Margarita García Alonso
Editor: GinoGinoris Maquetación: Sergio Melo
http://blogrevistaverbodesnudo.blogspot.com/
Palabras del Editor
A finales del 2011, cuando comencé este sueño de hacer una revista literaria para regalar a los amigos chilenos, siempre traté de alguna forma que Cuba estuviera presente en sus páginas, no tenía idea de derechos de autor, de permisos y esas cosas, solo quería mezclar a la isla que dejé atrás con la tierra chilena, siempre en movimiento, siempre sorprendiéndome y abrazándome. Quince entregas desde entonces pueden hablar de esto. Hoy Verbo(des)nudo es solo isla, acá les dejo, reunidos, a un grupo de escritores cubanos que como yo no habitan en la tierra que los vio nacer, ellos viven en diferentes parajes europeos, ojalá esta sea la puerta abierta hacia el lector chileno. Doy gracias a cada uno por la generosidad y la confianza en este proyecto. Este número especial dedicado a escritores cubanos en Europa es una idea de Margarita García Alonso, yo solo me dejé llevar por su entusiasmo, y su arrolladora creatividad, gracias a esta mujer incansable hoy llega a tus manos este proyecto. Amigos, lean a Cuba. Muchas gracias. Gino
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COLINA DE ETTERSBERG
Un cuento de Abilio Estévez
El tren no avanza con demasiada velocidad y me alegro. No tengo prisa. Creo que el señor Bellver tampoco. A estas alturas ¿qué sentido tendría la prisa? Si existiera un verdadero gusto por el viaje, del viaje por el viaje, debiera ser esto que sentimos ahora, luego de habernos adentrado en la noche, en los campos cubiertos por la noche. A veces, a lo lejos, se descubre una luz, el brillo que anuncia un pueblo, Besán, Séte, Le Crés, aunque resultan tan fugaces que ni siquiera tengo tiempo de saber si son avisos verdaderos o simples alucinaciones. Ignoro si el tren es antiguo o lo parece. Viajábamos en uno muy cómodo, con televisión y música, pero en la frontera entre España y Francia nos obligaron a cambiar. Y ahora vamos en este, de esos de compartimientos, con viejas cortinitas en las ventanillas y butacas de cuero gastado. El señor Bellver y yo vamos solos en el compartimiento. Él se ha descalzado y colocado los pies en la butaca de enfrente y diría que se ha quedado dormido. Respira con suavidad, a veces dice algo que no acierto a comprender.
Nunca he sido un gran viajero, sobre todo de trenes, a pesar de que siempre he vivido cerca de ellos. Hasta esta tarde, vivía y trabajaba a dos o tres calles de ese ir y venir de ferrocarriles que nunca se detiene y que se llama Estación de Sants. Muchos años atrás, trabajé en la terminal de Trenes de La Habana, ciudad donde nací. Hace años, casi desde mi llegada a Barcelona, soy vendedor de maletas. En realidad, ya no sé si lo “soy”. El presente del verbo es algo que se comprobará después de este viaje. Mi tienda (que no es mía) es un espacio estrecho y largo atestado de bolsos y maletas de todo tipo. Las hay malas y mejores; ninguna excelente, puesto que estoy hablando de una modesta tiendecita de barrio, llamada “Colina de Ettersberg”, que se encuentra doblando por la calle de Santa Catalina.
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El dueño es el hombre que ahora va conmigo en este tren y que duerme a mi lado, el señor Bellver. Catalán o tal vez mallorquín, como su nombre indica, Tomeu Bellver. Como muchos catalanes o mallorquines muy viejos, parece escapado de una estampa de la Guerra Civil. El señor Bellver es viudo, sin hijos, y se diría construido con maderas viejas, las que han sobrado de algún astillero. Doblado por el peso de su eternidad; viste siempre la misma levita negra (no niego la posibilidad de que tenga una larga colección de levitas negras) que ya no es negra, sino de un marrón mareado, con destellos azules. Siempre está serio. Habla tan poco como yo y sonríe menos. Tal vez por eso se ha establecido entre ambos una resuelta simpatía, que no se manifiesta como cualquier simpatía. Es probable que ambos nos percatemos del parecido que existe entre nosotros. No soy tan viejo como él, aunque tal vez él sienta que sí, que nacimos al mismo tiempo y hasta que vivimos las mismas peripecias. Lo pienso porque las escasas veces que habla más de lo debido y se refiere a su vida, usa algunas palabras que no entiendo o deja silencios que suponen mi complicidad. En esos casos, no lo saco de su error. Al contrario, me limito a hacer lo mismo. Esbozo ante él una brevísima historia harta de sobrentendidos. Aparte de que nos parezcamos, el señor Bellver ha tenido razones para estar satisfecho conmigo. He llevado muy bien la tienda. Siempre, desde joven, he sido serio y responsable. Disfruto con las maletas y mucho más con el hecho de venderlas y, quizá, gracias a mí, el negocio marchó; o en todo caso, marchó con la mayor o menor eficacia con que suelen marchar estos negocios de barrio que terminarán siendo barridos por una sociedad que odia lo pequeño y lo pobre y los barrios, y sólo aspira a lo grande y ostentoso. Me vanagloriaba de mi buen gusto para disponer los productos. Sabía mostrar sus bondades y ocultar sus imperfecciones. Hablaba del precio como se explicaba un acto de generosidad. Asimismo, supe mostrarme amable, sin exceso, como debe ser. Los clientes, moros en su mayoría, magrebíes, paquistaníes, árabes, musulmanes o no, y sobre todo mujeres pálidas y hermosas, de ojos oscuros, que llevaban pañuelos y velos de seda, poseían la suficiente suspicacia como para reconocer que, como ellos, yo había llegado de lejos. Ignoraban de dónde venía. Carecían de la suficiente fineza de oído como para identificar las diferencias de acento en otro idioma. Tampoco les importaba. Algo les decía que el no haber nacido en el mismo sitio en que se vive, que haber llegado de tierras remotas y haber dividido en tres o en cuatro la propia vida, como habría hecho un cirujano forense, puede (o debe) conferir cierta complicidad, como si se perteneciera a la misma cofradía, a la misma logia. Lo noté en la manera cómoda que tenían de entrar en la tienda y de saludarme. Nunca supe si lo que suponían era justo. A veces deducía que sí; a veces deducía que no. Era algo que no ocupaba demasiado mi pensamiento.
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Supe, en cambio, que la clave de mi gentileza, como la de muchísimas cosas en esta vida, radicaba en un precario equilibrio. Una mezcla de sonrisa franca con mirada de desconfianza. O bien, no sonreír y tener en los ojos un poso de benevolencia. Confianza, desconfianza, dulce vigilancia, cierta vulnerabilidad: fui (soy; quizá seguiré siendo) alguien que, por encima de todo, se comprometió con lo que vendía. Pasaba más tiempo en “Colina de Ettersberg” del que estaba obligado. Por supuesto, nadie, salvo yo mismo, me impuso las diez u once horas de trabajo. La verdad, me sentía tan a gusto en la tiendecita angosta como en mi propio apartamento angosto. Disfrutaba de la visión que tenía, el trasiego constante de la calle. La imagen que conseguía tras la caterva de bolsos y maletas. Cómodamente sentado en una butaca de orejeras, al final de la tiendecita, vislumbraba el inútil ir y venir de los viandantes, ese pasar superfluo del mercado a la casa, de la casa al trabajo, más allá de las maletas, con la alegría de que nadie me observaba y de que no iba a ninguna parte. He venido de lejos, me decía con ingenuidad, y los viajes terminaron para mí. Los viajes terminaron para mí y me alegraba recalcarlo, pero no puedo negar que siempre me gustaron los viajes. Y no sólo: me complacían los rituales que acompañaban los viajes. En La Habana, por ejemplo, durante años, limpié los vagones de los trenes que llegaban de Camagüey, de Holguín y de Santiago de Cuba. Sé que sonará raro: qué hermoso descubrir los rastros de un recorrido de casi veinte horas: vasos mugrientos, botellas vacías de cerveza, papeles diseminados por el suelo, periódicos leídos y vueltos a leer, algún peine o almohada muy sucios. A veces encontré cosas mucho más valiosas: libros con las páginas dobladas, unas gotas de sangre sobre la falsa piel de los asientos, trozos de papel escritos, fotografías, pañuelos bordados, estampas religiosas… En una ocasión hasta descubrí la nota de un suicida. Con letra cuidada, alguien anunciaba su decisión de lanzarse entre las líneas al paso del próximo tren. Por más que indagué, nunca supe de nadie que hubiera hecho semejante cosa, así que deduje que el escritor de la nota se había arrepentido. Y me alegré. Llegué a una conclusión bastante posible: el suicida en potencia miró a través del cristal de la ventanilla y descubrió algo, una colina, un árbol, una casa. Siempre creí que bastaban pocas cosas para que un suicida dejara de serlo. Aunque, por supuesto, también se pudiera afirmar lo contrario. Desde el primer momento, entre el señor Bellver y yo ha existido algo que compartimos, una especie de dignidad, por así decirlo. A veces pensé que se trataba del orgullo de los que habían vivido mucho y sabían qué significaba semejante condición.
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A mi manera, he apreciado tanto al viejo Bellver, que a veces hasta me atrevía a visitarlo en su piso de la calle Entença. Y él, era evidente, me lo agradecía. En su apartamento el viejo acumulaba muebles de valor y algunas piezas de arte, no todas hermosas ni tampoco meritorias. Los muebles y las piezas de arte se hallaban amontonados de modo que se precisaba de un ojo agudo para reconocer que algo valía la pena. Como un acueducto en desuso, la casa olía a remota humedad cavernosa. Había allí, me repetía, un eco atrapado, la resonancia de un grito antiguo. A veces imaginé que, muchos años atrás, había sido un almacén, un cobertizo desmantelado. Otras veces llegué a conclusiones peores y deduje que la casa de Bellver debió haber sido una cárcel. Cuando me daba por ponerme poético, opinaba que daba lo mismo, que era un templo sin dioses, que rezumaba un hermoso vapor polvoriento. Y es que, a pesar de la carencia de luz, de los muebles se elevaban hermosas columnas azules. Bellver solía ofrecerme té de Ceilán. Lo subrayaba: té de Ceilán. En esas ocasiones, nos sentábamos en el muzarabí (con esa palabra designaba el balcón inclinado, negro, de cortinas verdes y cerradas). A mí el té de Ceilán me sabía igual que el té de Panamá, lo que no impedía que sonriera ligeramente y diera mi aprobación con varios pestañeos y cabezadas sin vehemencia. Por otra parte, era cuanto él esperaba de mí. Casi no hablábamos. Apenas nos mirábamos. No hacía falta. En las tardes de elocuencia, yo contaba algo de mi vida; él correspondía con algo de la suya. Como ya he dicho, éramos (o somos) evasivos, usamos largas pausas, frases sin terminar, silencios tácitos. A veces ni siquiera valía la pena que habláramos. Le mostraba los cuatro dedos de mi mano izquierda. En alguna ocasión debí contarle cómo, en el momento de saltar al andén, el anillo quedó sujeto del andamiaje de la puerta de un expreso de Oriente. En correspondencia, él alzaba la manga de la levita y revelaba el número azul (97378: lo sé de memoria) que lleva tatuado en uno de sus antebrazos. Tampoco nos sorprendíamos cuando los relojes (y eran muchos) recordaban las horas, cosa que sucedía a cada instante porque cada reloj señalaba una hora diferente. Tanto se marcaba el tiempo en casa del señor Bellver, que supongo que el tiempo carecía de valor. Y él y yo, los dos, viejos cansados en medio de la algarabía enloquecida de las campanadas, quedábamos inclinados, buscábamos en el aire, esperábamos acaso el portento de una campanada fuera de lugar que precisara (por fin) la hora verdadera. Semejante complicidad bastaba entre el dueño de la tienda y yo, su fiel empleado. Después, con otra inclinación descuidada de cabeza y un breve apretón de manos (que no era un apretón, sino un leve roce de los dedos, como cuando se toca un pez moribundo), me retiraba a casa, después de pasar un momento por el gran vestíbulo de la estación de Sants.
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Me daba gusto recorrer la gran sala de espera, feamente iluminada, antes de regresar al cuarto piso en que he vivido. ¿Por qué me daba gusto? Nunca he sabido bien por qué me seducen las estaciones de trenes. Nunca he sabido la razón de esa esperanza o desesperanza, de esa alegría o tristeza, de esa melancolía o satisfacción que me causaba ver los que llegaban y los que se iban. La contemplación de ese trasiego (entre animoso y extenuado) me permitía entrar con serenidad en la alta noche y en ese olvido (no siempre dichoso) que llamamos el sueño. He dicho que nunca supe con claridad por qué me seducía el vestíbulo de Sants, o, mejor, por qué me atraían los salones secretos de cualquier estación de trenes. Ahora debo aclarar que cinco o seis noches atrás estuve muy cerca de conocer la causa de semejante fascinación. Es probable que se trate de una simpleza. Me hizo recordar incluso un antiguo truco, una olvidada sensación de la niñez, cuando iba al campo, y en las mañanas me sentía tan dichoso que me tapaba los ojos, andaba un rato con los ojos cerrados, la cara oculta entre las manos; de tal modo que, cuando separara las manos y volviera a abrir los ojos, algo me advirtiera que era todavía más dichoso.
Debo hablar, pues, de Mahalia.
Porque hace meses, en “Colina de Ettersberg” tuve una ayudante, Mahalia, filipina a pesar del nombre. Una mujer hecha y derecha (había cumplido ya los veintiséis años). Sin embargo, poseía una exquisita ambigüedad: a ratos semejaba la mujer que era y a ratos la niña que había sido. Me parece que es algo propio de los filipinos, o de los asiáticos, prolongar para siempre un hermoso distintivo de inocencia. No era alta, tenía el pelo negrísimo, una piel color aceituna y los ojos no sólo achinados sino también elocuentes, burlones o divertidos. Como me sucedía con casi todos los jóvenes, Mahalia me provocaba sentimientos encontrados: por un lado, entusiasmo y seguridad; por otro, una cierta vergüenza, un rubor, como si descubriera de pronto que había olvidado vestirme. Mahalia hablaba un castellano gracioso, salpicado de palabras en tagalo y en inglés. Me ayudaba a traer y llevar las piezas más pesadas, y se encargaba de bajar, con una larga vara, los bolsos que colgaban del techo. Un día desapareció sin decir nada. Ni siquiera cobró su paga mensual, ni el monto acumulado de las vacaciones. Recuerdo que lo último que me dijo fue que acababa de ser tía y se iba a Girona a ver a su hermana recién parida. Anochecía rápidamente cuando la vi dirigirse a la estación, cargando una mochila negra. Luego pensé que debí haberle dado un abrazo. Costaba poco decirle adiós.
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Pues bien, hace cinco o seis noches reencontré a Mahalia en la estación de Sants. Salía de los andenes con aspecto cansado. Cargaba una mochila y arrastraba una maleta roja. Le hice señas con la mano y se detuvo con su fácil sonrisa entre infantil y sensata, muy cariñosa, como siempre. Qué bueno verte, ¿cómo estás? Cansada, pero bien, cansada y feliz. Nos sentamos en una de aquellas incómodas butacas en que los viajeros esperan la llegada de su tren. Ella ajustó la mochila sobre sus muslos, reprimió un bostezo y cerró un momento los ojos. Cuando volvió a abrirlos me di cuenta de que los tenía más achinados que de costumbre, enrojecidos, con una mirada lejana, que parecía llegar desde algún lugar muy remoto. Vengo de Girona, dijo, very nice mi sobrino, bellísimo, un filipino-catalán bellísimo. Los ojos achinados y enrojecidos me acecharon un instante y luego intentaron evitarme, huyeron hacia cualquier esquina del vestíbulo de la estación. Fue en ese instante que comprendí, que terminé de darme cuenta. Y no sólo terminé de darme cuenta, sino que también lo dije. Tú no vienes de Girona. Y sonreí para que se percatara de que no era una reprobación, para que comprendiera que no había necesidad de mentir. Claro, claro, vengo de Girona, insistió, de donde mi hermana y mi sobrino. Negué con la cabeza sin dejar de ver aquellos ojos lejanos y, de repente, tan diáfanos. Alzó una mano como si quisiera apresar un algo que estuviera en el aire, en la fea luz del salón. No vienes de Girona, recalqué, y fue tal mi excitación, la alegría por mi hallazgo, que Mahalia no pudo evitar una carcajada. Entonces, ¿de dónde vengo? No quise revelarle mi descubrimiento. Posiblemente no hubiera entendido qué había visto y leído en sus ojos: Barcelona, Figueres, París, los campos cercanos a París, el camino hacia Alsacia, la frontera con Alemania, las riveras del Rin, los castillos alemanes, los Alpes nevados, los campos italianos, hacia el Adriático… No, no quise decirlo. Hubiera tenido que explicar demasiado.
Sólo que en lugar de recogerme en mi casa, regresé a la del señor Bellver. Me di cuenta de que era una noche extraordinariamente hermosa. El señor Bellver abrió la puerta como si me hubiera estado esperando. Esto es algo que aún hoy no acabo de comprender. ¿Cómo no me percaté antes de lo que tanto él como yo estábamos necesitando? Pensé: como si hubiera una secreta armonía en los pequeños episodios de la vida, como si hubiera un orden recóndito, un impulso, un fin en el desenvolvimiento de las cosas. Pregunté: ¿será cierto que todo se halla escrito en algún libro imposible? No lo sé, dijo él, estas cosas no las sé y tal vez no haga falta saberlas. Lo cierto es que señalé su antebrazo, allí donde debían estar los números tatuados, y reclamé: Perdóneme, sólo ahora he caído en la cuenta de que… No me dejó terminar. Se encogió de hombros y sonrió. Fue al muzarabí. Abrió una de las puertas de cristales. La calle Entença se veía húmeda, recorrida por un viento fresco. Lo que de Barcelona se apreciaba desde aquel balcón, tenía algo de imagen en blanco y negro, de película antigua.
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Ya sé que no es esta la explicación del porqué el señor Bellver y yo estemos ahora en este tren, cruzando la noche de los campos de Francia. Sí es, en cambio, la primera fuerza, el primer impulso sin el cual no se podría completar alguna explicación. A través del cristal de la ventanilla, intento divisar los campos negros. A veces sorprendo un brillo a lo lejos, descubro una casa, la marca que pregona la cercanía de un pueblo. Un centelleo fugaz que ni siquiera me permite constatar su certidumbre. Más que el paisaje, en el cristal se refleja el señor Bellver, a mi lado. Lo veo más viejo acaso porque es un reflejo y porque es el reflejo de un viejo dormido. Los pies descalzos reposan sobre el asiento de enfrente. Resulta extraño el modo en que ha extendido los brazos sobre los muslos, con las palmas vueltas hacia arriba. Incluso en la superficie del cristal, puedo ver el número que tiene tatuado en uno de sus antebrazos. Repito el número que sin darme cuenta he aprendido de memoria. Luego trato de olvidar el espejismo para ser capaz de concentrarme en el exterior, divisar algún árbol, alguna casa, el letargo de algún pueblo. Pego la frente al cristal y digo: Es Francia, son los campos de Francia. En unas horas llegaremos a Alemania.
ABILIO ESTÉVEZ Barcelona, 2011.
Abilio Estévez, Cuba 1954. Narrador, dramaturgo, poeta. Reside en Barcelona, España
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Almelio Calderón Fornaris
Lejanía
Vivo en la sortija del mar un madero arrastra una estación con un caracol la roca es mi último camino para un surco de luz estar en la noche como intermitente un aullido ráfaga que corre por el cielo una soledad mortaja un fuego en la tijera del niño una voz dislocada ¿quién llama? a este anillo peligroso la palabra vació ese espejo que ha alcanzado tantas gaviotas tantas eras y abortos la hojarasca no se agota jamás el viento se astilla en mi esqueleto. ¿Dónde están las espaldas y el eco descarnado? me acerco al pez estoy harto de vivir en la selva de su lenguaje ahogado me estoy acercando al pez la espera como otro islote la mirada escala a lo sordo la sed del sueño nadie escucha las aguas no hay esperanza la luz se pierde algún día encontrarán estas palabras flotando.
Almelio Calderón Fornaris. Cuba 1966 Poeta. Reside en España.
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Almelio Calderón Fornaris
Puertas
Hoy pregunté en qué puerta hay una puerta para tocar un timbre unos brazos alguna tristeza o recado para ceder un fin una existencia con sus cuatro oráculos. Hoy pregunté cuántas puertas hay que tocar ¿habrá primero que aprender a montar un mundo o habrá que ganarle a la suerte? Hoy pregunté en qué lugares están las puertas para tocar -en todos los sitios- gritaron ustedes e incluso donde nunca han existido.
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Almelio Calderón Fornaris
Nadie puede contestar las interrogaciones de un espejo si no tiene una visión más allá del silencio
1.
Nadie puede contestar las interrogaciones de un espejo si no tiene una visión más allá del silencio. En mi alma hay una civilización que podría estallar. Hay raíces en los círculos. Unos pájaros picotean los muros interiores hasta el atardecer. ¿Habrá nuevos espejos o huevos de Islas en los estanques? 2.
Avanzan las aguas. Se acercan los dioses. Estallan las alas y se desangra el ser. Ahora suenan las luces y voy a desgarrar al mar, persigo su augurio, su nostalgia y su tiempo. Su rostro tiene algo de Kafka, Blake, y Rimbaud. Tal vez esas iluminaciones son voces o imperios que ellos quisieron fundar. El mar me mira se dispersa en la meditación del ojo. Yo pienso en Kubla Khan y sus tigres, en Marco Polo y mi sed, en el poema o sueño de Samuel Taylor Coleridge. ¿Quién despertará con un mar entre las manos? ¿Qué sierpe vendrá con las mareas? ¿Quién penetra en el ojo es el ojo mismo?
3.
La noche es un cuerpo donde uno puede perderse sin alcanzar el poder de la existencia.
Preguntar, preguntar, preguntar por qué tanta existencia, se preguntan las ciudades y sus signos. Las meditaciones son las llagas de los puentes. Entrar pasar tocar y volar sobre un puente, es entrar pasar tocar y tocar un hombre que asfixia la realidad.
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Ariel B. Acosta
La única ausencia
La muerte de los que amé es una sola El cuerpo de todos es uno solo Que he visto hundirse muchas veces en la tierra Cada vez mis adioses componen un único adiós Sin interrupciones Mis lágrimas / el café de las funerarias / la velada con bocadillos Forman parte de la misma fiesta / de un gran banquete La tristeza es una enorme compartida La familia / los amigos / el desconocido cuya muerte nos conmueve Son todos el mismo ser amado que perdemos Un solo dolor / una sola memoria encajada en el tiempo Una única ausencia La marcha lenta de las flores y el cadáver hasta el camposanto Es el camino interminable bajo mis pies Los ojos cerrados y mudos La boca sin respuestas El seno vedado por el no ser Son el mismo rostro / mi propio rostro Que asoma su tez amarilla como un reclamo ¿Por qué se muere? ¿Por qué sobrevivo?
Ariel B. Acosta. Cuba 1979 Narrador y Poeta. Reside en Bélgica.
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Ariel B. Acosta
Encuentro
Por qué no decir que su corazón era de piedra Una hermosura tallada en forma de amapola que movía los sentimientos por todo su cuerpo como lo hubiese hecho en su lugar uno de sangre Mujer de pecho adusto qué guante de estaño se hundió en tu seno qué cólera el destino vertió sobre tus alas por qué tus ojos tan desecados tu mano insoluble como de quien ha caminado entre las penas de un largo sendero misterioso prohibido a los mortales Por qué no decir que sus ojos me ponían a llorar si me miraban
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Punto medio
Algún pedazo de historia me pertenece un poco del mundo hay en mí he dejado mi marca en el corazón de algunos gente de paso / otros que quedan enemigos infieles / hermanos desaparecidos Alguna esquina de la vida he gastado con mi constante fuga / con mi andar sobre las olas he saboreado el amor / he engendrado hijos he visitado ciudades para interrogar torres y calles y la memoria avara de las piedras He leído una horda de libros que se alejaron escapando de mi mente hibernal No sé quién soy / pero he hecho lo posible para no preocuparme por esa tontería Los años ahora saltan más de prisa el portón como corderos que invitan al sueño de Caronte El dilema es no cerrar los ojos antes del momento
Ariel B. Acosta
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Armando Valdés Zamora
Algo diferente tiene que haber en un sitio sombrío a B.P.C
Detrás del muro, en un rincón donde llega el sol, crece un helecho. No podrías ver el helecho si supones la oscuridad detrás de los ladrillos. Mi amiga y yo siempre dimos la vuelta. Mientras conversaban, acostumbrados, frente a los ladrillos, dábamos la vuelta porque algo diferente tiene que haber en un sitio sombrío. Mi amiga y yo siempre vimos el helecho pero no lo dijimos. Descubrir aquellas hebras verdes nos permitió ocultarlo. Los demás volvieron recordando la aspereza de las piedras o el color anaranjado que a veces tienen los ladrillos. Los demás siempre han creído que únicamente hay sombra en las espaldas de un muro.
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Armando Valdés Zamora
Libertad del silencio
A mi padre Esa sombra que abandonas al cruzar la calle, esas palabras dichas de prisa a un amigo, el lugar donde te detienes a mirar el sol, los fragmentos de mar por donde pasa, también les pertenecen. Ellos te dieron un espacio de donde tú te fuiste. Ellos supieron por otros oídos que estabas lejos, Muy lejos y diferente de sus límites. Desde entonces cada palabra tuya la descifran. cada sonrisa dudan, cada respuesta aprenden. Desde entonces colman de preguntas tu mirada, el espacio cerrado entre tú y el mundo. (Tu voz la buscan con sus pasos en todos los espejos). Esta hoja de papel bajo la almohada, este silencio disímil y escondido es la manera de irnos sin la luz, de levantar la mano y mirar hacia otro sitio, de abandonar la mesa donde todos comen. Y tratas de pasar entre sus manos con estas palabras que no se pronuncian, con estas palabras que nadie va a leer mientras escapas, que nadie va a escuchar desde tu angustia como el silencio que es sólo silencio y en sus paredes es también un grito.
Armando Valdés-Zamora, Cuba 1964 Narrador y poeta, vive en París, Francia
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Armando Valdés Zamora
La belleza también puede ser inútil ante el miedo La beauté n’est que la promesse du bonheur Stendhal
Lo más lejano pretende conservarse bajo la paz intacta de un castillo que ha cerrado a tiempo sus puertas. Aquel castillo de la muchacha de trenzas amarillas como una falsa reliquia apoderada al trópico. Tanto miedo aquél a la costumbre y correr a buscarla cuando sus ojos fijos ya no tienen adónde mirar -Me estoy muriendo, decía, claro, a solas. Y exijo quedarme al menos por ella. Permanecer aquí es decir Adiós y humedecer las pruebas de testigos que dirán haberme visto queriendo volver. De todos los dibujos que desean ser el centro, de todos los puntos vistos en el humo que propaga el sol, las punzadas, las manos congeladas o en los labios, las discretas simulaciones con las que se disfraza el miedo, pudieron más que las fugas de la playa. (Y también otro miedo, Bruno, el de no fijarla en tu mirada antigua aquella noche de diciembre. El de un placer ahogado que sale del agua sólo a medias y se detiene ante el seno derecho de una dama de Veronese). No bastaron, te juro, los descalabros y las firmas, algunas piedras con iniciales de ciudades por donde pasan felices mis cuerpos y las fieras. El miedo y sus pánicos me dictan la certeza de que nunca bastará la fuga para retenerla. Y al cabo de rodar sin escaparse van quedando gotas de rocío que pretende apuñalar. Y trazos ardientes, en la boca, de flechas incendiadas volando hacia un puente levadizo visto en sueños y al que no llego a tiempo. No veo sobre la madera del puente a la muchacha de trenzas doradas modelando sentada el castillo de arenas que destruirá la marea del atardecer. Un puente levadizo que quizás en otra edad perteneciera a aquel castillo y fuera el miedo.
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Cira Andrés
Poema Desnudo (I)
Cuerpo, soledad, fantasma mío, hoy descubro que existes y eres hermoso. Has alcanzado el esplendor de los antiguos imperios y contemplo pájaros y peces que vienen a morir a tu orilla. Buenas noches, la ciudad está temblando en ti. No sé si es mía esta fragilidad, si es dolor, o si es el sabor dulce de los muchachos que llegaron tardíamente. Habrá veranos, vendrán palomas otra vez sobre el arco de tu espalda. Cuerpo mío, frontera donde mis semejantes se pudren y festejan te regalo a las cámaras fotográficas, a la luz, a los ojos que quieran contemplarte; me deshago de ti, me burlo porque no sabes conducirme más allá del momento donde estoy contradiciendo, hablando con los dioses. En ti entran los forasteros, ladrones que miro con cierta repugnancia y placer. Ya estás repartido, ya no existes, eres sólo una libélula revoloteando sobre el fuego, una flecha señalando la oscuridad hacia dónde vas a partir y en la cual te contemplo, a contraluz, aún hermoso, trampa donde se viene a morir
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Cira Andrés
Poema Desnudo (II)
Cuerpo que todo lo presientes, todo lo anuncias, pugnando, estorbado en la fiebre, en el delirio que te estremece, en tus oscuras selvas. Fingiendo, temblando en medio de una dulzura que te quiebra. Memoria de una bestia feliz resbalando, resbalando. Hermoso, ardiente en el incendio del mediodía, humillado en la noche que te pudre. Irremediable como un surtidor. Oh, cuerpo en que penetra el espejo radiante del vecino, el aroma que trae el aire desde no sé qué horizonte o abismo cómo asusta la serena armonía de tu luz.
Cira Andrés. Cuba 1954 Escritora, poeta. Reside en Barcelona .España
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Cira Andrés
Poema Desnudo (III)
Aquí, ¡qué extraño!, está mi cuerpo: insólito, pueril. Ha servido para que el tiempo se apasione y borde sus caprichos. Agradecido, convoca y celebra el deseo ciego en su idioma de pérdidas y deriva a las cabriolas de la imagen porque no es partes sino un órgano solo, un cuerpo habitando un lugar y un espacio, sintaxis de la vida, gracia de lo breve y efímero. En su belleza tranquila, grave, afiebrada, la vida es una y la muerte múltiple y pasmódica y después definitiva. Casi marginal de tanta pobreza ha conocido la sarna, la ladilla, los tugurios a que lo arrastraron otros cuerpos donde no van los reyes ni las reinas. El hambre de los días difíciles le volvieron débil y oscuro como una mazmorra, solo esa fuerza sutil del presidiario que habla con sus extraños conocidos sostienen sus paredes marcadas por una humedad que corroe y se desploma. Aquí, como tantos, que hoy son bendecidos bajo el agua olorosa o están pudriendo bajo la tierra. ¡Qué extraño!, entre tantas cosas eres elegido, el que vibre, muera y renazca, el de la materia destructible cuya caída fatal es sólo una breve ceremonia donde se celebran las infinitas posibilidades de la vida.
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David Lago González
Las dos caras de la moneda
Es una regla universal: la moneda, en todas partes, tiene dos caras. Sobre una, el perfil de César; en la otra, el rostro con que el hombre dibujó a Dios. Cuando al inicio del trashumar, alguien pone en la palma de tu mano una moneda, nunca mires, muchacho, qué sorpresa te aguarda del lado que no ves. Acepta la mirada de la cara que te ha tocado, ya sea de perfil o de frente. Porque ―óyelo bien― a quienes nos ha tocado conocer las dos caras de la moneda, no hemos salido por ello recompensados; más bien, todo lo contrario: sabemos lo que oculta César y lo que oculta Dios, y ese lamentable descubrimiento, esa falaz sabiduría, no nos hace mejores, ni simplifica nuestra vida, ni nos proporciona ninguna alegría. .
Sabiendo tanto sólo pierdes: pierdes el tiempo y pierdes la vida. Y al final, siempre ganan los que han conocido solo una de las caras de la moneda Por eso, muchacho, cuando pongan en tu mano uno de esos doblones, no importa en qué tiempo sea, nunca le des la vuelta. Si así lo haces, si mi consejo sigues, siempre te quedará el recurso de pensar que Dios o el César guardan para ti la justicia y la felicidad. En cambio, si las circunstancias te obligan a sentir sobre ti las dos miradas, date ya por muerto: serás sólo otra moneda que rueda por el bordillo de la calzada hasta que encuentre un desagüe, caiga, y desaparezca, haciendo compañía a otros desechos, hasta la gran acequia donde las ciudades acumulan los sueños de los fracasados. (Madrid, 6 de Mayo de 1999)
David Lago González Camagüey, Cuba, 1950 - Madrid 2011 Poeta y escritor.
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David Lago González
(Talkin’ ‘bout) My Generation a tantos… a Jesús “Cepp” Selgas People try to put us d-down (Talkin' 'bout my generation) Just because we g-g-get around (Talkin' 'bout my generation) Pete Townshed (The Who)
Nos fue negado el romanticismo. Nos retiraron antes de montar la cabalgadura con que los utópicos trotan por encima del foso de las ideas y atraviesan las puertas del castillo de la juventud reticente. Nos fue negado el descubrimiento natural de la vida: muerte, dolor, justicia, certezas y dudas, espontaneidad. No hablo de derechos. Nos fue negado el error. Se nos quiso exterminar por convictos inservibles. A cambio, nos fue dado el silencio. La sospecha, el miedo, la desconfianza, la inocencia rota por la observancia de las maneras frágiles, y el rechazo también al siempre trémulo corazón. Rigidez, y andar por años con un pesado libro sobre la cabeza para mantener erguida la figura, como si fuéramos internas de una cruel y absurda escuela de modelos. A la salida, nos fue enseñada un arma, que tampoco se nos entregó porque fuimos considerados indignos de su mecanismo. Así crecimos, así reímos, así amamos. Así vivimos. Hasta hoy. (Madrid, 20 de enero de 2011)
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David Lago González
Libérrimo
La Libertad no es ya aquel largo poema de Paul Eluard, si es que alguna vez aquello sucedió más allá de sus manos, en ese escenario común a todos y que envuelve a poetas, ladrones, perros, a las mujeres que van a hacer la compra y a quienes devoran lo comprado. Y ya ni hablar de lo libérrimo. Mira a los césares y sus senadores: la misma indolencia para la orgía que para el asesinato. Pero tampoco es privativo del hastío por saturación pues en realidad todos pasan su vida matándose entre sí por nimiedades que van desde el prurito herido del coche adelantado hasta nombres de dioses, trozos de desierto, diamantes sin pulir y amores fracasados. ¿Y todo para qué? Cada vez los entiendo menos. Así que dedícate a respirar en esa gota de agua en que viven los peces, sube a la superficie, abre tus agallas y traga; luego sumérgete y pasa la noche. (Madrid, 7 de septiembre de 2001)
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Eloy Enrique
ES FÁCIL ELOY ENRIQUE VALDÉS
Es fácil, dejarse corromper por las ausencias, el miedo a estar solos, adiós que nos contrae y nos agota. Ver pasar coches antiguos hasta que pare de llover, percatarnos de lo afortunado que somos al estar lejos aunque duele. No importa mi nombre, sigo caminando y me alejo de los carnavales, las telenovelas, las borracheras de cada domingo. Pero hay que salir al descanso, abrazarse en el malecón y besarnos por todas las partes posibles. Es fácil, sentir que empiezo a reducirme como naranja agria, como campo sin verde ni cosechas y es de pinga. Días misteriosos, meses en que todo el mundo andaba por la pendiente con ganas de llorar o escaparse con balsas que no llegarían ni a la vuelta de la esquina. Es fácil temer a todo esto, abandonar la ciudad, multiplicar las distancias. Detener las manos en el aire y balancearnos con los ojos cerrados. Rozar nuestra piel, necesitar la lluvia en la cara que te limpia si miras bien arriba, ciclones, aguaceros al caminar despacio, con aquella tristeza y el agua interminable por los huesos. Es fácil, día tras día, debatirnos entre el pesar más azul y la desesperación más tenue si la vida continua, y lo sigues intentando. No se puede vivir sin recuerdos. Estoy en mi camino, no pueden detenerme cuando sigo con mis pasos adelante y descubro que soy gay por decisión propia, cuestión de ser yo mismo y ni mierda que ver con la moral. Es fácil olvidar la universidad, una ciudad de la Habana entretejida por el malecón y los festivales de cine, las mismas ganas de salir del país, de no importarme ya lo que los demás pensaran del asunto, con el mismo dolor porque de nada vale si no hay un simple beso al final, un chocar de hombros al amanecer.
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Eloy Enrique
Ya son muchas horas sin dormir, muchas velas en el suelo de mi cuarto, muchas frases en las paredes para no decir basta. Es fácil, si cada uno de los presentes te nombra, pero yo no puedo. Sé que tengo que seguir bailando solo bajo la lluvia y contra eso no hay remedio posible si estás muerto. Es fácil, creer que la paz llegará sola, razón cierta para la vida y la búsqueda, balsas cabalgando el mar Caribe, amigos que nunca podrán volver a la isla. Mantenernos firmes en el ideal de encontrar la paz, fuera, dentro, a derecha, a izquierda para que nadie se rinda y esta idea nos salve. Hay que superar la tristeza el resto de los días, de esto se trata y no es fácil ni difícil, así es la vida. Tiempo de despedidas, de seguir adelante. Como en el transcurrir de una danza perfecta.
Eloy Enrique Valdés. Narrador cubano. Reside en Barcelona, España.
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Felipe Lázaro
Poeta errante de todo bando Para Carlos J. Báez Evertsz …hasta escribir una carta LUIS CERNUDA, una carta a J.L.L., 1953.
Desterrado de sí mismo como una provocación más en su vida siempre le acompañó el poder subversivo de un poema. Lacerado hasta el infinito -poeta errante de todo bando-sufrió la censura de los sectarios y el olvido impuesto en textos, ya superados por la Historia. Como una de sus destartaladas maletas -siempre prestas tras la puertajamás logró el regreso ansiado. Su vida trascendió rota -perpetuándose como un dandy-Poetizando a diestra y siniestra. No obstante, comprendió a tiempo lo frágil que son las fronteras, incluido su mejor sueño o su mayor anhelo. Este hombre masticó el exilio y toda desesperanza le fue ajena.
Felipe Lázaro. Cuba 1948 Poeta y Editor Reside en Madrid, España. .
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Felipe Lázaro
Memoria de mandarín En la Isla entera.
Sigiloso cabecea con un largo suspiro, como si hiciese un gesto afirmativo. En su sueño, un gato deslumbrado degusta -a mansalvael contenido de la neverita del hotel. A sorbos acompasados, el felino bebe lo etílicamente posible: botellines de cervezas, botellitas de whisky, vodka o ginebra -según su estado de ánimo-. Rubiales engulle, glotonamente, bombones de varios sabores, casca maníes en abundancia. Adereza el condumio con diminutas bolsas de patatas fritas que le encanta rasgar con sus uñas bien cuidadas. Ya en el protocolario acto, ante el tedioso turno de lectura, -entre aturdido y soñolientoel poeta rememora con sabiduría de mandarín su propia afición de catador y todos sus recuerdos bebibles se mezclan como el más eficaz somnífero. De repente, todo el auditorio se percata de su dormidera. El salón se estremece con una estruendosa ovación. Todavía se escucha el bullicioso lenguaje de aprobación de un público entregado a la poesía. Mientras, el soñador ausente, silente y taciturno, solo deja escapar una lágrima.
VD 31
Felipe Lázaro
La partida A los ojos del recuerdo, qué pequeño es el mundo. BAUDELAIRE
La algidez del silencio con la complicidad del que huye. Los arrastrados pasos con ansias de no proseguir. Un acontecer amilanado concierto de palabras incoherentes tedio en ojos invisibles recuerdo en depósito de muerte llanto trémulo y febril. Una angustia infinita de tristeza…
Nostalgias arrebatadas del naufragio
Detrás de cada estancia evaporada encuentro recuerdos quedamente acurrucados al compás del olvido de los adioses mientras llegan las distancias agolpadas de tristeza falleciendo de languidez sin laureles pasados ni asuntos protocolarios así se presentan cual son: nostalgias arrebatadas del naufragio…
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León de la Hoz
Hombre pájaro
Yo tuve una isla, varias mujeres e incluso dos hijos. Nadie diría que fue así, ni que tuve más ni menos, al verme hoy deambular los aleros de la ciudad buscando las migajas que sobra a los gorriones. Estas alas viejas me crecieron soñando y huyendo y sin embargo sólo han servido para dar traspiés entre el suelo y la luna como un pájaro tuerto. Ni yo mismo al hundir el pico en el cielo puedo ver en mis ojos el azul del horizonte donde siempre aguardaba la libertad del viento. Yo tuve lo que un hombre tiene para ser un árbol, no obstante me enamoré del viento y me hice pájaro.
León de la Hoz. Santiago de Cuba 1957 Escritor, poeta. Reside en España
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León de la Hoz
Esto es la patria
La patria es este portal que me da techo, la columna donde apoyo la vejez y espero el remedio del tiempo para mis heridas. Es el suelo o el sofá prestado donde sueño y dos huecos como balas que son mis hijos. Es el zumbido del mar que me ensordece con una dolorosa canción de desamor, mientras naufrago a una isla imaginaria. Son dos o tres recuerdos y nada más, ni una rosa blanca ni una bandera, solamente yo, mi equipaje y el viento.
Poema de Cuba
Este poema lo encontré en la basura, está manchado de heces y tomate. Nadie parecía haberlo puesto allí junto a la porquería reciclable. Entre los sucios y torcidos renglones podían leerse palabras que no eran mías, muerte, ideología, política, patria, Dios, y en un borde arrugado del papel con tinta de imprenta decía Made in Cuba. Sin embargo, yo lo firmo como mío. Hago mío el detritus y tal vez la salvación.
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León de la Hoz
Apátrida
Yo tuve un país de arrecifes llenos de sangre donde morían quienes llegaban o se iban y sin embargo parecían playas de nudistas. Era un país largo y estrecho como un cuchillo y con tantos muertos que se veían desde la luna, aunque esa era su principal virtud, según decían. Extraño y difícil lugar para nacer y morir,
si bien nació de las aguas para ser admirado, loado, santificado y enaltecido por su belleza. Ese país que yo tuve y que cabía en mi mano me lo llevé cualquier día para que no muriera. Lo tuve dejando su mierda en mis bolsillos como un canario, aunque le llamaban cocodrilo, hasta que un día decidió escapar también.
Es cierto, señor juez, yo tuve un día un país y ahora es un lugar de polvo en el viento.
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Mane Ferret
IX
Adiós Rilke. Ivonne quiere ser una diva no quiere cantar más por los baretos adiós maraca adiós clave au revoir bongó.
Que se acabe ese meneo mal pagado que se queme la chambre de Tula se diluyan las lágrimas negras y se cumplan los veinte años atrás que no quiere repetir aquel peregrinaje bajo el sol antillano de Alto Cedro a Marcané y de Cueto a Mayarí.
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Mane Ferret
No están claras las pautas que deberán existir por ahí para ser diva al parecer la esencia de todo consiste en el trato exquisito recibido por parte del mundo.
Una diva de mon coeur ajustando extraños vestidos quizá inspirados en África dado que de allí proceden sus ancestros magníficas trenzas hasta la cintura muy modernas con su color tecnológico y el maquillaje qué grato deber amanece a mediodía diva de mon coeur boca de bombón o rosetón cejas de grafito
VD 38
Mane Ferret
utileros que acarreen aerodinámicos bafles y un micrófono como el de Billie Holiday y los flashes que ardan s´il vous plaît.
Pero para ser una diva qué hay que hacer? −me pregunta.
Busco rebusco en mi mente a ver si conozco alguna diva. Ivonne comenta oh en Zúrich ya está nevando y en Genève llueve todavía. Parece que va para largo. Lo de diva de mon coeur.
Mane Ferret. Santiago de Cuba Poeta y Narradora. Trovadora Reside en Barcelona, España
VD 40
Margarita García Alonso
La asquerosa tienda de harapos y huesos del corazón. Yeats.
No necesito escribir este poemario no me fuerza la poética no creo en «nada de otro puedo hacer» sé de plantas, de astros, de grabados y combinas de colores, puedo teclear absurdos dígitos Apenas he ganado 27 pesos cubanos por una muchacha que se asusta, no es por dinero que taladro la pata de la cama. No soy responsable si cae un bolígrafo sobre el ojo de cíclope, o me dejo chupar como una doncella inocente acompañada de una lluvia de palabras que no flotan, no arropan solo se instalan.
Tampoco resucito muertos no sano, no busco amigos, de hecho pocos han quedado si sacudo los moscones de la tienda. Pero el hueso, la densidad del hueso que quiebro con martillo me perfora la piel. No sé si deba comentar que el trapo es limpio no sé si me querrá el espanto si asquerosamente exponerme es por fetichismo, o una limitación malsana. Años que me defiendo con las manos sucias cuando esto se acabó hace un buen rato.
VD 41
Margarita García Alonso
L' Uficcio Divino
Breviario de obligaciones repetidas hasta el cansancio deberes con causa desconocida, donde pierdo casa, pierdo amor, y me traiciona la angustia. Oficio ordinario: cuidar hermanos, cuidar a ancianos, cuidar a enfermos, cuidar de los castigados, cuidar la limpieza, cuidar la bata, cuidar los zapatos, cuidar de escupir, cuidar el himen, cuidar cuidar cuidar lo insano. Vigilancia extrema aunque no quiera faro, como una autómata respondo sí presto, presto mientras no descubran que regreso de un callejón sin salida, me he convertido en junco de tallo flexible que traspasa la fe sin templo. Decir, siempre decir sin pronunciar discursos, acariciar el gajo como si fuese el que salva del accidente,
disponer testamentos: nada más ofrezco, un canto breve ilegal como una flor muerta en el ramo de una novia. Dime si te soy fiel, si he enrojecido tu nariz cuando corro como bestia entre rieles, si me alcanzas donde el viento eriza a la oveja. Dime si mi péndulo te equilibra cuando dudas, si puedes salir al sol a leerme. Yo enfilo pestañas, una a una las deposito en el pecho para que se abra el ojo del corazón y bebas mis visiones. Yo, la guardiana de vacas, he perdido la sombra bajo los manzanos.
VD 42
Necrófilo turismo político.
Por el mundo huelen restos, resoplan académicos, duelistas políticos abren tumbas de escritores, de poetas, para repatriarlos con honores a los pueblos donde comenzó su infierno. La osamenta de Cervantes se perdió en la iglesia madrileña de las Trinitarias. En la búsqueda señalan: “Poco antes de morir le quedaban seis dientes. Herido en la batalla de Lepanto, entre turcos otomanos y la Liga Santa, a bordo del buque La Marquesa, recibió tres disparos: dos perdigones de un fusil arcabuz le atravesaron el pecho y otro la mano izquierda.” Se busca a un hombre de mano atrofiada, mala dentadura, agujereado por molinos de viento. Lérmontov cabalgó el Cáucaso, pero murió en duelo a los veinte y seis años. Quiso el diablo ruso que tuviese el pecho roto por una bala y se desplomará al abismo sobre un cementerio de caballos. De él, se discute la herradura. A Juan Ramón Jiménez lo desenterraron en Puerto Rico, muy liado a las raíces de una palma. A Neruda lo pulverizaron en laboratorios en busca de arsénico.
Margarita García Alonso
VD 43
Afirman que Antonio Machado no debería pastorear en Colliure sino en Sevilla, donde la fiesta dura más de una semana. María Kodama impidió trasladar a la Argentina el unguis o lagrimal de Borges. En Plainpalais reposa su temporal. Bajo la loza húmeda como el invierno de Ginebra, se convierte en la arenilla que deambula Buenos Aires, y ciega la gran ciudad. Georgette se enfrentó a militares por el cúbito, el radio y el carpo de César Vallejo, anunciador de aguaceros en Montparnasse. Perú espera su llegada para bautizar las lamas aterciopeladas de los Andes. ¿El esternón de Joseph Conrad será exhumado de Canterbury para volver a Polonia, mientras resuena un Chopin en la radio? ¿John Keats despoblará Roma para regalar un sacro a Londres, sacro que legalizará la mariguana en el barrio de Soho? ¿Eugene Ionesco padecerá dolencias en el gran dorsal cuando entre en carromato a Rumanía?
Margarita García Alonso
VD 44
Margarita García Alonso
¿La primera, segunda, tercera, cuarta, quinta vértebra lumbar de Wilde, Joyce, a Beckett serán rescatadas para Irlanda? ¿Cuando un nacionalista irlandés porte ese amuleto pintará grafitis en el muro que los separa? ¿Putin saborea el menisco de Nabokov? Dicen que su espectro, en Montreux, persigue mariposas. Rimbaud, Salinas, Kipling, Cortázar, Bolaño, Cernuda, Nogales, en una tumba sin nombre, en Fulham Cemetery, Blanco White, entre lilas, en Liverpool ¿Comparecerán en Tribunales, serán llamados al orden, machacados hasta que denuncien legitimidad? Los poetas muertos esperan un reclamo, del metacarpo ascienden florecillas que repueblan la tierra que nunca dio tregua.
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Margarita García Alonso
II
David Lago González se pasea en las noches calurosas de Madrid y espanta a los poetas cubanos que nadie solicita. Exiliados sin tierra, condenados al limbo por jóvenes poetas que desean borrar el siglo y atarugarse de pechugas de oveja. Demasiado muerto, el Este escalofría, -dicen bajo palmeras del norte, sacudiendo las manos como abanicos. Yo no tendré tumba, tampoco soy poeta. He pagado a críticos para que no me nombren, he amenazado a compiladores de antologías para que me omitan, he dicho horrores y mentado la poesía a escribidores ahora, como si fuera poco, me arrastro en busca del cementerio que nunca he visto, donde duermen mis abuelos, mi padre, me hago pasar por loca cuando en realidad muero como perra innombrable.
Margarita García Alonso. Matanzas. Cuba Periodista, Poeta, Escritora, Artista visual Reside en Francia.
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María del Carmen Ares Marrero
Dedicatoria
A mis padres que me alimentaron bajo los cerrojos de una agónica profecía a los déficits a la opacidad de la caricia a la escoba oculta en el regazo a las horas enrarecidas al loco de la chimenea a la fachada de su encomio a la boca cocida con el cristal de su buen ron ambarinos colgajos en una fotografía a mis vómitos desde la torre del silencio a mi intento de suicidio A mis amantes en espiral que esculpieron tatuajes de estaño en mi vulva a los fetos que aborté, a la trompa que obstruyó el centeno a la trompa que fecundó el inglés a los pendientes de hielo a cada succión de penicilina a los bulbos de geranio guerrero Al rey virtual que abrió el volcán y reposa entre el magma y el heno a la sangre, zarpazo de vino sin miel al que añora su pueblo extranjero a la geografía de mis historias clínicas al que resiste mi adicción a su talante, a mi deseo al fragor inexplicable por verle ordeñar su adminículo luego mear, a las carcajadas al azogue sin espejo
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María del Carmen Ares Marrero
a Buda mi tumor falaz a mis epigástricos excesos al que se marchó a singlar a copular con las fauces de su perra y su perro A Aspasia, que quedó en el Grand Hotel a merced de la peste de siglos sin freno a cada adiós que me ahogó en su río siberiano al viento obsesivo, a ese soplo de tiempo a cada traición que cortó el hilo de un sablazo, al patricio plebeyo a Santiago de Cuba, oropel, monólogo del escarceo A mis amigos que cargaron mis piedras, consensos a la fachada de esta casa de acero a los tiranos que desploman las peñas y queman los credos a mis enemigos agazapados detrás de mi inocencia a mis terapeutas alemanes, Vaterland que cose la incisión del recuerdo a las agujas de mi escafandra que guardan el misterio de escupir tanta letra atragantada de morder escalpelos en los labios de un cuerno la rabia dejarme atrás... dejar mis miedos A mis hijos a los que no puedo proteger de lo visible de lo que repetí en ellos… coartada del Edén; sin cielo Ay si no fuera por ellos!!! Al día que no apaga su ojo parir un altar para luego arrojarlo en el fuego.
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María del Carmen Ares Marrero
Facsímil
Lleno de signos ingrávidos propensa imitación a lo inconexo fluyes inaccesible y te pienso y te pienso como si fueras Dios qué más da si soy sólo el espejo donde se calcina tu otro yo el temporal donde anota su naufragio el tiempo la carencia donde renace la vid el huerto de agonías donde respira el silencio…….. un verso al son de tus latidos historia sin cariz de cruzada, tanto dilucidar… para decapitar el imperio de mi ingenuidad sin soltar el abanico de sesos ceniza de pájaro tu adulterio trinar sobre tu inmovilidad en la verdad que no encuentro bailar sobre sombras que anuncian que he muerto.
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María del Carmen Ares Marrero
Mi única patria Ya no resisto la noche con nuestro secreto a voces caminar por la ciudad sin salir de mí misma el disimulado diálogo (perenne) con arrugas de futuro mi rostro en la oscuridad de tu oleaje soberbio la tormenta otoñal donde me tumbo y duermo… Eres mi única patria Penétrame las manos, los pies, como lo hace el sol en la arena llena tu boca en mi boca sin más karma que el acero ensimismado la transparencia perpetua que aniquila la sed de este libro sin páginas si pudieras domar mi virtud de tigresa varada aunque todo sea pueril como tu olor a bosque, el hambre y la rabia. Ya no puedo ignorar ese acorde que madura la fruta oculta ni el arado que rompe el suelo de tus nostalgias extraigo el zumo de las piedras y bebo esa ambrosía letal la noche pende de las clavijas de nuestras almas… y escoge la medida de nuestra duración Acaricio el espejo de kilómetros que nos separa los barrotes de un silencio hecho pedazos no hay sitio mejor para morir que este trillo sin frondas… muerde con esas hordas de remembranzas con que adentras tu corazón en el mío y lo ensanchas Me cubro con la paciencia de tus venas cierro los ojos para despertar a merced de las sombras porque prefiero tu mirada cansada que la luz del día seguir a tientas entre las voces de ese océano que te posee y revienta los hedores de un país que nos dejó célibes o huérfano
María del Carmen Ares Marrero, Cuba 1962 Dramaturga, narradora, poeta, cineasta. Vive en Berlín, Alemania.
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L. Santiago Méndez Alpízar
Por Arrobas que Cargo en Deseos
Con Octavio Armand
En quintales que llevo Almacenan en redundante tempo / se reciclan Curioso devenir y desventuras / guajiro sabe Dios qué ciudadano Para que sea real el guaguancó del tiempo España: la seca Castilla con sus 4 castillos / mi peculiar manera de comprender la poesía / el desarraigo / Entre los aperos: el tibio desdén que origina el mostaza / color carne enjuagada de la tierra Vacía tierra rizada por el peine de hierro que trajo el humano / Tercos olivos contorsionados y fibrosos / Sombra de algún olmo que refleja galanura de otros tiempos / otros dioses/ Cipreses en redondez oasis / Los lejanos sonidos que cimbran por venillas / conductos que empatan ahora y otras vidas Todo aquello que no sé nombrar / pero acontece
L. Santiago Méndez Alpízar Las Villas, Cuba, 1970 Poeta y Editor Reside en Madrid, España.
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Corazón Callao de Playa
Para cuando regreses no estarán las puertas pintadas ni los yelos que me forran serán blandos Las astillas de paredes / demás basuritas previsiblemente flotaran en el poema Será un regreso / será como si no hubieras movido Una quietud que razona el comebarato de moda Tampoco llegarán los esponsales En el sabor escaso del callao de playa en la invisible sustancia que endurece fragmenta la piedra -sustancia fragmentada en sí mismaDe ahí resulta el soplido La diminuta certeza De ahí -también- la escasez / dolor Así el corazón como callao de playa O más certero / callao de las manos / obsesión / de Julio Blancas Toda pregunta responde / consta Para qué el hombre reproduce una piedra de la playa? -falseada china que únicamente otra piedra diferenciaPara qué un corazón / callao de playa? Inicio de la soberbia el saber La vanidad de ejecutar trances divinos Aquella otra estupidez de insistir en lo perfecto Tenlo claro para cuando regreses no estarán las puertas pintadas Lo más seguro / zambullido en pre-historia de La Historia / sin comprender la paciencia de Penélope / su falta de descaro blandenguería de Telémaco / al perro que espera la voluntad del amo para estirar la pata Perro infinitamente perro Lo más seguro tirado / dispuesto a que frotes con la llaga el sentimiento
L. Santiago Méndez Alpízar
VD 53
L. Santiago Méndez Alpízar
Auaca Taíno Gracias se me ocurre en la diminuta / palabra fea diminuta se me antoja: ovejita deforme / por el recorrido la exuberancia y el abolengo Feliz que seas cuando llegue la hora El Crack Bien me adivinas siendo el Sapito Tu Corazón de Azafrán siempre destiñe / tiñe tu Corazón de Azafrán las sabanas / la noche de amarillo desteñido por el Azafrán de tu Corazón Déjate de boberías cómete el hongo está en mi ombligo Madrid es una larga serpiente de plástico / transparente repto con “Madriz” y veo Colores seductores / una luz apropiada para ver-te los ojos y gozar En esta Posada de La Cava Baja pasaron noches Quevedo / otros tantos perdedores Se comía barato Aquí antes de ser Posada cagaban y meaban las bestias cuando eran dejadas por “nuestros descubridores” Normal que no entiendas el asombro Esa cuestión de saberse descubierto Así de pronto Normal que no entiendas La mirada del amo la sospecha los buenos modales la inevitable perspectiva histórica “que relativiza” Así por ejemplo Martínez Campos en gigante caballo a la vista de todos sus fechas sus contiendas / las referencias exactas de la muerte de Yocahu Bagua Maorocoti a manos de la fe Cristiana Con lo fácil que era fumar Con lo fácil que es Normal que no entiendas el asombro Mis rasgos atrofiados de Auaca Taino Nariz de negro Madrid deja reptar / me desliza La historia sigue sus trámites Las postales llegadas de Ultramar “encuentros” aún no acordados certifican el vacío La socorrida / revisada caída del Imperio
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Sonia Díaz Corrales
Elegía de los deseos
Quise tener una gorra de la NAVY y unos toscos zapatos de rebajo verde y una de esas barcas blancas que se ven de tarde en el San Juan. Yo quise tener los ojos azules y una hija Dios sabe cuántas veces le puse nombre y apellidos no los de padre y madre sino los más hermosos que es como se le debían poner los apellidos a las niñas. Quise tener un caballo dócil y ligeramente blando y un abanico de olores en la cocina de la casa. Quise, claro, tener una casa dos valvas para esconder el cuerpo. Quise, pero no pude y me consuela saber que en algún sitio alguna mujer fue feliz cuando tuvo a mi hija aunque le haya puesto los más vulgares apellidos— cuando tuvo una casa llena de olores cuando con mi gorra, mis zapatos y los ojos azules montó en mi caballo o bajó en mi barca por el San Juan.
Sonia Díaz Corrales. Cabaiguan, Cuba, 1964 Poeta y Narradora Reside en Santa Cruz de Tenerife, España
VD 56
Sonia Díaz Corrales
Detrás del vidrio
Los elefantes rompen la cárcel de cristales que es mi casa. Como en un palacio de cristales caídos me he sentado en el trono desde donde mi casa se gobierna. He visto cómo los elefantes con sus orejas enormes abanican el vidrio de mi casa los vidrios astillados de mi mesa las vidrieras donde guardé mi corazón como un pájaro inmóvil casi exhausto. ¿Quién no tuvo tras los ojos una casa de espejismos para vivir el aire domesticado de los días? ¿Quién va y vuelve desfigurado entre láminas finísimas? Se vive entre cristales la inusitada transparencia la frustración de una libertad llena de límites y exabruptos llena de rotas paredes y tapiadas puertas. Se sueña con los ojos detenidos un sitio para irse donde no haya que tener este excesivo cuidado para no romper la casa con sólo el humo del aliento con el ligero roce de los pasos o el parpadeo o la caída de una lágrima. Tuve una casa que no pudo trasponer la pared del cuerpo apuntalada de agudos vidrios de dientes fabulosos. Lástima no se puede tener al unísono una casa de cristal y una manada de elefantes cosas tan absolutamente necesarias y hermosas.
VD 57
Sonia Díaz Corrales
Retrato de la florista
La locura me propuso ser la florista esa que vende flores de silencio flores de arenas movedizas flores para el protocolo de los fuertes flores para la cama de la diva flores de malévola relación con la miseria extrañas flores para los húmedos rincones de la casa una flor de agua para el pubis de la niña una flor de castrada soledad para la solapa del tirano flores blancas y redundantes para el amigo. En la locura soy la que vende las más caras flores a los hombres. Hoy han cerrado las puertas y la florista es un pájaro de bronce sobre el escritorio de la casa un pájaro detenido en el bronce en el amarillo cálido de la estatua. Habrá para cada quién un verso un estado imparcial una amnistía y los gladiolos de la florista serán de un rosa comestible verás como claudican con la rabia de quien odia morir. Ella encenderá lámparas para los oscuros días que vendrán traerá el antídoto que me salvó de venderme como un simple pájaro de feria. Fui la dueña de todos los pájaros y eran míos en la locura sobreviví sus cantos hipnóticos sus desesperados gritos. Una torre estas flores y los pájaros fue todo lo que tuve cuando ustedes me encerraron y describieron en mi rostro la locura como se describen los paisajes.
VD 58
Tony Cantero
Cubana que eres cubana - Por tus entraña de isleña hayan reencarnada a Eva, cual manzana dando el néctar, de tu belleza indiscreta. Tu perfume en regadera a los hombres embelesa, sea cubano, o de otra verja, todos quieren verte en reina, darte alas, ser la estrella y volar contigo en cometa. Tu eres la trampa perfecta, para quien case caderas. Tú te surtes y te adiestras en la más clásica escuela, en tu isla de leyendas donde al amor le hacen juergas. Donde quien piropos tienta, reza el idilio en poema, te trae dulces, te los prueba y te endulza cual palabra en miel de abeja. - ¡Reservándote su ofrenda aunque no lo quieras! Dándote besos que empiezan en la larga madrugada de una puerta. Y que continúan con velas, jugando a cuando al sol se duerman las ovejas que lo encelan, sobre la húmeda arena de una playa que delira con sus hembras. ‒ Cubana que eres cubana, las demás son de otras tierras. Tu alma brava y zalamera, te hace sufrir si te ausentas, cuando de tu patria bella por tu destino te alejas, para sin mástil ni velas navegar entre dilemas que te apresan; y plantar lanza y bandera en casa ajena. - Pero tus sentimientos regresan, a Cuba donde se quedan, cubana que eres cubana y que hoy aquejas… Cubana que eres quimera, porque quien tenga tu magia es la primera. Te doy la escala perfecta, la de la bailarina excéntrica mostrada en culto a la escena. La de la mochila acuesta con aires de hada bohemia y cenicienta. - Ron y cerveza si mezclan, saben a embrujo entre piernas. ‒ Cubana que eres cubana, mi esencia me lo recuerda, cubana que eres cubana, tu estirpe al mundo le legas… - ¡Regrésanos, para que nuestro acento nunca muera!
Rafael Antonio Cantero Suárez (Tony Cantero) Cuba ,1970. Poeta y narrador Reside en París, Francia.
VD 59
Tony Cantero
‒ ¡Al cubano que es cubano! No vine a rendirme en Francia, porque en Cuba vaga mi alma, volé los cielos sin alas, vuelto un avión de esperanzas. Se me olvidó hasta la espada, los pinceles y la salsa, pero se me encendió la palabra y hoy pinto melodías que narran a mi isla y que le cantan. Nunca me sentí pirata pero navegué en sus aguas, la pinté de roja y blanca y le puse azul la mirada. Me enamoré de sus palmas y corrí con equipajes, me di baños en cascadas y al amanecer de un alba, legué al destino mi viaje. ‒ ¡Al candil de los lugares, donde la luz no hace alarde! Al Tropicana gigante de la capital de Sartre, al baúl de los dibujos donde se fusiona el arte con la eminencia salvaje, a la caverna que se abre cuando derechos y hambre portan la voz al combate. Al Paris que todos saben que es brillante, a mi refugio aquí en Paname donde lo más importante es ser amable, aunque por detrás nos maten. Y me he abstraído de antes y no he llorado al pensarles, a los seres que en mis lares se conforman con su parte y no reclaman ni dándoles. Sublime Cuba que invades las catacumbas y bares, te pienso porque sin pensarte me quedan tiempos y planes. En la distancia me sales cual fantasma en carnavales, me voy a ti y vuelvo a andarte y cuando regreso no caben en mi cabeza los bafles. Y bailo solo a mi modo y te agradezco por todo pero mi sueño es más grande, pues la libertad de darme, es la razón que me hace. Sedienta Cuba que no abres la boca ni para quejarte, llena a tu estirpe de sangre. - Brota tu sumo en las calles y agítalas cual coctel al aire… Vuelve a encenderte en los mares y se faro y no te apagues, abre en tus barrios debates pues necesitan que cambies, reverdece por tus parques y si alguien mal viene a hablarte, respóndele que es el culpable; y que es mejor que se calle. No te frustres, no te tranques, imagínate en detalles y cual fogón de mentales deja la idea cocinarse, reivindica a comensales y si la cena es con carne, mete las venas en baldes y comételas si te place. Y si están duras no pares, dale dientes ablandándoles. Ilumínate y sé Mástil y dile a tus gobernantes que a un solo pueblo tu sabes, al del tabaco, al emigrante y al que mande… - ¡Al cubano que es cubano, cómo quien en Cuba nace! ‒ ¡Al más viril de los humanos, que no le tenga miedo a quemarse!
VD 60
Tony Cantero
Cuba cubana del alma Mi Cuba misma, mi Cuba, la de antes, la de ahora, la que siempre ha sido Cuba, mi isla grande verde y sorda. La que fue bella de glorias y hoy sombra con sus derrotas, la que aventuró victorias y hoy es sobra obsoleta y anacrónica; sumergida por las bogas de las olas, de un Caribe que desborda. ‒ Cuba rimas, Cuba trova, Cuba Salsa, Mambo y Conga; Cuba tierra de Orishas y de Santos de Roma. Cuba vuestra, vuestra Alteza, de alma rebelde y pletórica. Hecha de alcohol de lisonjas y de traiciones históricas, de bambalinas, de honra, de inocencia dictadora y de guadaña despótica; y de jueguitos de bombas, de colas y de mazmorras mórbidas e infecciosas. Hablo del chisme y las bolas sórdidas. - ¡Cuba suya Presidente, Cuba suya por los dientes! ‒ Cuba que con miedo disimulas lo que sientes… - Ten presente: - Que atada la lengua al cura, quien ose orar la perderá si tiene; pues de nada vale la bravura frente a las leyes. Cuba india, Cuba negra, Cuba blanca, árabe, judía y China. Cuba linda que me inspiras. Cuba mestiza y de letra mística y mítica como la Afrodita griega. Cuba culta e intelecta. Cuba ciega que no mira su memoria desangrar apuñalada, sin vergüenza. Cuba americana, Cuba latina, Cuba europea y africana; Cuba la Habana. ‒ ¡Cuba nuestra, tierra amada, eternidad de la gracia! - Cuba de montes y de playas, Cuba de ron y mulatas; Cuba de versos martiana, Cuba de estos que atacan. ‒ ¡Cuba del alma…! - ¿Qué te pasa, Cuba que te atrasa que no avanzas? - Cuba tu misma te estancas; y nadie puede hacer nada, si tú misma no dices basta y todo cambias. - Cuba del alma, Cuba de lágrimas lejanas y exiliadas; haznos luchar Cuba patria, por la unidad necesaria. ‒ Cuba de garras martianas, Cuba cubana del alma.
VD 62
Yoandy Cabrera
No intentemos el amor nunca
a luis cernuda hemos renunciado a la costumbre y me veo otra vez en el almendro entre campos inmensos de tabaco bajo la tela blanca y amarga la piedra contra el dedo de mis diecisiete años agachado entre las hojas intento machucar la almendra en el descanso en el paso de un surco a otro alcanzar el fruto seco muerto queda el hueco en la madera la semilla imposible su molde en el vacío y ahora lejos de los campos de las movilizaciones del preuniversitario caminando frente al museo de la revolución vuelve la cáscara abierta envejecida dura molde del abismo o del amor
Yoandy Cabrera, Pinar del Río, Cuba, 1982 Poeta, editor y crítico. Reside en Madrid, España.
VD 63
Yoandy Cabrera
El agua de todos los comienzos He vuelto a una ciudad que ya no habitas. Tu torso, tus altos tendones, tu vientre se confunden con el aire feroz de las orillas, con los acantilados que se afilan en la sombra. He ido de los cuerpos, de los amantes, a las formas sin forma, de los nombres he transitado a la nada. Del amor al desamparo. Y sólo ahora, en la intemperie, en la ausencia, en la negación, en la penumbra me siento seguro. Ningún cuerpo me acompaña. Solo la noche de la isla, el cielo de la isla, su temblor, su paso. He transitado de la esfinge, del saber a la duda como don, solo en el desconocimiento, en la inseguridad hallo la paz del Tao, sin ángulos, sin perfil, sin voz. Había un nombre en el agua de todos los comienzos, un rostro, un cuerpo que veneré, y se hizo en la negación un sistema vivo, anónimo, eterno. Llamémosle grande, llamémosle Tao y sigamos la oscura senda del misterio.
La Habana, 7 de marzo de 2014
VD 64
Yoandy Cabrera
Desayuno en Emaús
Un desayuno con Dios debe de ser así, imprevisto, doblado el paño sobre la mañana. La leche en el fogón, tibia, como cuando frotas las manos contra el frío matinal: un ligero ademán de resistencia. Y Dios hablando, suave la conversación, sus palabras, pan horneado en las primeras horas para el viajero imprevisto. Afuera el sol, en el atrio. Dentro la penumbra, en la cocina, lugar santísimo, humildísimo. Dios limpiando las palabras con el delantal. Con voz de anciana amable, lee, comenta. Respira pleno un sorbo de soledad durante la visita. La familia de Dios también ha emigrado. Escribe cartas. No me deja limpiar las migajas de mi porción: Qué me quedará- pregunta- cuando te vayas. No dice adiós con el abrazo. Limpia las tazas. Sonríe. Agrupa los platos sobre el fregadero y sonríe. Verano de 2009
VD 65
La casa en ruinas Une rose dans les ténèbres S. M.
Hoy he vuelto a la casa donde un día mi infancia campesina conociera el pavor y la extraña melodía de encontrar otra vez lo que muriera. Ya nada atemoriza, nada altera el ritmo de la sangre. Aquí vivía (cuando era mi vida primavera) la que a los niños en dioses convertía. Vacío el caserón, rotas las jarras que las rosas colmaron de belleza, en vano vine en busca de mí mismo:
Gastón Baquero, poeta, periodista y ensayista cubano. Murió en el exilio español en 1997
En este número, por orden alfabético:
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