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Tecnologías digitales y adolescencia

Es claro que las tecnologías digitales son un componente relevante de nuestra sociedad, relevancia que permanentemente crece en profundidad (usos más complejos de las tecnologías) y cobertura (presencia de las tecnologías en cada vez más aspectos de nuestras vidas.) Este crecimiento puede ser más marcado todavía en los más jóvenes, expuestos a aquellas tecnologías desde su nacimiento, y, por tanto, cercanos a sus diferentes usos.

Pensando directamente en ese grupo etario, una primera consecuencia está estrechamente ligada con el lenguaje en diferentes dimensiones.

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Por una parte, los jóvenes escriben y leen más en volumen, pero el tipo de comunicación es otro, basta con comparar una carta escrita con cualquier interacción a través de Whatsapp. La carta muestra toda la intención de contarlo todo a detalle, de manera escrita principalmente, y el chat digital apunta a mensajes claros y cortos (microblogging) apoyados en íconos para la expresión de sentimientos, que cambian con facilidad entre temas y combinan al texto con voz, audio, video y ubicación geográfica.

Sin querer decir que una comunicación sea mejor que otra, concordemos en que la escritura tradicional difiere de la digital, y ambas tienen sus propias reglas y protocolos, algunos incluso contrapuestos entre sí. Además, la escritura digital prima en el cotidiano de los jóvenes, alejando sus rutinas de los escritos tradicionales, enfocados y profundos que tienen también su espacio y necesidad en sus vidas, de allí que promover equilibrios entre la forma de escritura es una tarea pendiente.

Por otro lado, la forma de relacionarse también cambia por las tecnologías, las amistades por conveniencia geográfica no son las únicas, y un joven puede encontrar personas con intereses parecidos en la red. Sin embargo, es conocido que las amistades online no necesariamente cubren todo lo que conlleva ese tipo de relación. Sin reflexión, puede equipararse una amistad profunda con un enlace que puede apagarse en cualquier momento ante el primer problema, en definitiva, el hecho de tener un «mejor amigo», un hito en el desarrollo de cualquier persona puede no concretarse, al menos no completamente, cuando se apuesta solamente en relacionamientos digitales.

Finalmente, nos referiremos al entretenimiento y su frontera en la adicción. Es un hecho que las tecnologías promueven el entretenimiento en varias formas, dos de ellas son la comunicación a través de redes y los videojuegos. En ambos casos, se tienen recompensas deseables, como el reconocimiento público (en las redes) y el alcanzar o superar desafíos (en los videojuegos), ambas son acciones para las cuales nuestro cerebro está diseñado. El problema ocurre cuando esas recompensas y su búsqueda sustituyen las que se pueden alcanzar en otras actividades necesarias como el trabajo o el estudio, y empiezan a quitar espacios a lo que sería el desarrollo personal; en esos estados, se puede hablar ya de adicción, problema creciente a tal punto que la OMS declaró ya la existencia de una adicción a los videojuegos, categoría que probablemente se asigne también a las redes sociales.

Lejos de la prohibición, las alternativas van más por el desarrollo de un uso crítico y regulado de esas plataformas, de manera que se obtengan sus beneficios sin afectar otras áreas de desarrollo; en este punto, un acompañamiento al adolescente es necesario para que él mismo cree sus propias reglas.

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