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Apuntes sobre poesía infantil

En su obra literaria publicada, de aproximadamente cuarenta libros, encontramos poesía, cuento, novela corta, colecciones de lírica y picaresca de tradición oral, y antologías de narrativa y poesía ecuatoriana y universal para niños y jóvenes. Los temas que trabaja están íntimamente relacionados con el afecto familiar, la figura del padre, el poder de la literatura como exorcizador y transformador de vidas, y la importancia de la amistad. Junto a su labor de creador, se destaca la de promotor incansable de la literatura infantil de su país.

Leyendo y releyendo los Microgramas de Carrera Andrade, me convencí de que esos textos constituían una exquisita muestra de la más alta poesía para niños. No me habría atrevido antes a proponer los poemas de este autor para los chicos, a identificar su mecanismo microgramático con esos fogonazos creativos que tienen los niños cuando se estimula su poder creativo. Fue el mismo poeta quien me iluminó el camino, al reflexionar en torno a su «invento»:

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Me encontraba en pleno amanecer de mi conciencia poética cuando intenté definir las cosas dentro de una forma breve y epigramática, a la que llamé «micrograma» para otorgarle un abolengo grecolatino. En otra ocasión me refería ya al micrograma como un «trabajo de reducción de lo creado, en pequeñas fórmulas poéticas, exactas, mediante la concentración de elementos característicos del objeto entrevisto o iluminado súbitamente por el reflector de la conciencia»1

Durante mucho tiempo —demasiado, por desgracia— se ha descuidado lo que sucede con las lecturas de nuestros niños, no obstante la continua queja, por parte de esos mismos descuidados, de que la nuestra es una sociedad no lectora.

¿Qué les hemos dado, por ejemplo, como poesía, a los niños ecuatorianos en el último siglo? Salvo contadísimas golondrinas que no hacen verano, versos ñoños, ripiosos, diminutivistas, patrioteros, empalagosos, afectados, retóricos, ramplones, arrítmicos, reñidos no solo con la poesía sino con la sintaxis. Y estos «poemas» —que en la mayoría de los casos no han sido «para» niños sino «sobre» niños (el niño como tema del engendro) — han debido ser memorizados obligatoriamente por los sufridos escolares.

Al relatar su propia evolución como escritor y como maestro, recuerda Georges Jean:

Había que destruir a cualquier precio esa supuesta poesía escolar que las más de las veces cuenta historias pueriles y moralizantes. Estábamos un poco fascinados por la poesía encantadora o llena de luz, oscuramente, debido a la «imagen estupefaciente». Nos gustaba interrogar el silencio, lo no dicho, el fulgor de las metáforas; bien sabíamos que muy a menudo los niños, hasta los más pequeños, podían ser fascinados muy pronto por esos golpes dados al tambor de una razón.2

A primera vista, la propuesta de un «Carrera Andrade para niños» sonaba a desvarío. Algunos abrían desmesuradamente los ojos al conocer de mi «descabellada» intención. Pero poco a poco fui arribando a la certeza de que entre los juegos imaginativos de los niños y los ejercicios microgramáticos de Carrera Andrade había un parentesco de primer grado, cuya sangre común era el uso de una metáfora instantánea, que crea analogías solamente capaces de ser descubiertas por el ojo del poeta o el animismo de los niños.

Siempre he creído que la lectura debería ser una especie de golosina: algo así como un helado de vainilla rociado con salsa de cerezas y pedacitos de chocolate derretido; un helado que al saborearse haga exclamar: «–¡Qué rico! ¡Quiero más!». Ya he dicho antes que —a lo mejor hasta con las mejores intenciones— el tipo de golosina que se ha dado obligatoriamente a nuestros niños les ha sabido a cucarachas flambeadas con polvo de telarañas y sazonadas con vinagre, por lo que no nos debe extrañar que su exclamación —reprimida, claro— haya sido: «¡Si esto es la lectura, si esto es la literatura, si esto es la poesía, no quiero más lectura, más literatura, más poesía!»

A propósito de estas supuestas dificultades, Jacqueline Held asegura que ...el vocabulario que un niño comprende siempre sobrepasa, y con mucho, el que está en condiciones de utilizar. Se enriquece por una impregnación constante de palabras que pasarán poco a poco, pero más tarde, de su vocabulario pasivo a su vocabulario activo. Del mismo modo en que se retarda la maduración de un niño hablándole en un «lenguaje bebé», lo empobrecemos pretendiendo ofrecerle textos que se limitarían todos a volver a entregarle un patrimonio lingüístico que ya maneja por sí mismo.3

Es el tipo de poesía en que — creo— se inscribe gran parte de la producción lírica de autores de tanto mérito como los ecuatorianos Manuel Agustín Aguirre y Sara Vanegas, el colombiano Jairo Aníbal Niño, los mexicanos Níger Madrigal, Marco Aurelio Chavezmaya y Ramón Suárez

Caamal, o el cubano Antonio Orlando Rodríguez, por citar solo algunos de los que responden a estas características. Hay, pues, que acercar a los niños a estas propuestas poéticas.

Llevar esta poesía al hogar, a la biblioteca, al aula, a la vida. Comprender que si bien es cierto que los niños deben manejar y dominar el lenguaje instrumental, no es menos cierto que requieren hacer del lenguaje poético un aliado poderoso para una mejor comprensión de sí mismos y del mundo.

1 CARRERA Andrade, J. (1983). “Mi poesía”, en: Cultura, Revista del Banco Central del Ecuador, N° 17, Quito, setiembre-diciembre, p. 105.

2 JEAN, G. (1990). Los senderos de la imaginación infantil. Los cuentos, los poemas, la realidad, , México: Fondo de Cultura Económica, p. 95.

3 HELD, J. (1997). Los niños y la literatura fantástica. Función y poder de lo imaginario, Barcelona: Paidós, pp. 159-163.

Silvana Aquino Remigio. infotecarios.com

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