Destinação Brasil 2012

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FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

Proyecto editorial y curaduría: Laura Niembro Cuidado de la edición: Sarahí Padilla Diseño editorial: Adriana Ruano Este proyecto contó con el auspicio del Ministerio de Cultura de Brasil, la Embajada de Brasil en México, la Fundación de la Biblioteca Nacional de Brasil, la Cámara Brasileña del Libro, y con el apoyo de Brazilian Publishers y Apex. Agradecemos su valioso apoyo a Tania Guerrero, Noé Dávila, Martha Ibarra, Josué Nando, José Castilho, Juan Pablo Villalobos, Claudiney Ferreira, Ricardo Costa, Rubem Fonseca, y a todo el equipo FIL que abrazó con gran entusiasmo este proyecto.

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Marco Antonio Cortés Guardado

Raúl Padilla López

Rector general

Presidente

Miguel Ángel Navarro Navarro

Nubia Macías

Vicerrector ejecutivo

Directora general

José Alfredo Peña Ramos

Tania Guerrero

Secretario general

Directora de Operaciones

Pablo Arredondo Ramírez

Laura Niembro

Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales

Directora de Contenidos

y Humanidades

Gonzalo Celorio Tonatiuh Bravo Padilla

Asesor literario

Rector del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas

Myriam Vidriales Coordinadora general de Prensa y Difusión

Ángel Igor Lozada Rivera Melo Secretario de Vinculación y Difusión Cultural del

María del Socorro González

Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño

Coordinadora general de Administración

Verónica Mendoza Coordinadora general de Expositores y Profesionales

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio electrónico o impreso sin previa autorización de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

Bertha Mejía Coordinadora de Patrocinios

Adriana Ruano Coordinadora de Edición y Diseño

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índice

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índice

5 Introducción 80 81 6 Marçal Aquino 82 83 10 João Carrascoza 84 85 14 Bernardo Carvalho 86 87 18 João Paulo Cuenca 88 89 22 Ferréz 90 91 26 Daniel Galera 92 93 30 Milton Hatoum 94 95 34 Rodrigo Lacerda 96 97 38 Michel Laub 98 99 42 Adriana Lisboa 100 101 46 Cíntia Moscovich 102 103 50 Paula Parisot 104 105 54 Margarida Patriota 106 107 58 Luiz Ruffato 108 109 62 Carola Saavedra 110 111 66 Tatiana Salem Levy 112 113 70 Edney Silvestre 114 115 74 Cristovão Tezza 116 117 4

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Leer a un país es conocerlo. Esa es la propuesta que hace este año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para recibir a 18 narradores brasileños reunidos en un fresco que busca dar cuenta de la diversidad y fortaleza de las letras brasileñas en la actualidad. Considerado un gigante en la industria editorial, Brasil suele ser una incógnita en términos literarios. Desde que en 2001 Brasil fue el país invitado de honor a la FIL, no se había tenido una representación tan importante de su literatura en el programa literario de la FIL Guadalajara, considerada la primera en el mundo en español. Para leer a Brasil este año la FIL propone una selección de autores que en su mayoría se escucharán por primera vez en Guadalajara: Marçal Aquino, João Carrascoza, Bernardo Carvalho, João Paulo Cuenca, Ferréz, Daniel Galera, Milton Hatoum, Rodrigo Lacerda, Michel Laub, Adriana Lisboa, Cíntia Moscovich, Paula Parisot, Margarida Patriota, Luiz Ruffato, Carola Saavedra, Tatiana Salem Levy, Edney Silvestre y Cristovão Tezza. A los hombres y mujeres que conforman este mosaico, los une una incuestionable calidad literaria. El grupo fue seleccionado tomando en cuenta las recomendaciones de un conjunto amplio y diverso de amantes de la literatura brasileños y mexicanos: autores, editores, críticos literarios, periodistas, libreros, agentes literarios, lectores en español y en portugués. Se organizaron cuatro mesas donde los asistentes a la Feria podrán conocer a este grupo de autores, quienes, además, se incorporarán al programa literario de la FIL, harán visitas a escuelas preparatorias, presentarán sus novedades, participarán en las Galas del Placer de la Lectura y se sumarán a las mesas de Latinoamérica Viva para contribuir a tender un puente entre las letras brasileñas y el resto del continente americano. Desde 2011, el gobierno brasileño decidió apostar por la internacionalización de sus letras, y Brasil creó uno de los fondos más importantes para la traducción del portugués a otras lenguas. La presencia brasileña en la FIL Guadalajara se inserta en este movimiento de Brasil por hacer que su literatura esté presente en las plataformas editoriales más importantes del globo. Coincidentemente, este 2012 se editarán por primera vez en México obras de Ferréz, João Cuenca, Cristovão Tezza y Luiz Ruffato. La presencia de Brasil en Guadalajara es un proyecto en el que colaboran con la FIL Guadalajara la Fundación Biblioteca Nacional, vinculada al Ministerio de Cultura de Brasil, al Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, a la Embajada de Brasil en México y a la Cámara Brasileña del Libro. Deseamos que este desembarco sea un primer paso para un largo intercambio que permita que cada año en la FIL, la conexión con Brasil se refuerce y haya literatura brasileña para todos. 5

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Marçal Aquino Marçal Aquino nació en 1958 en una hacienda en el estado de São Paulo, en donde vivió hasta los seis años. Allí entró en contacto con las primeras narraciones, a través de las conversaciones de empleados y peones que alcanzaban sus oídos. La televisión aún no había llegado hasta ese lugar y el entretenimiento nocturno se producía con los cuentos que todos tenían para contar, que eran, por lo general, relatos que involucraban fantasmas o hechos heroicos, y, claro, no necesariamente eran ciertos. Estas historias acababan siempre modificadas y embellecidas tras cada repetición, según las habilidades de quien las contaba. Allí nació en Marçal el deseo de contar historias. Sólo quedaba por definir la forma de expresión. En su juventud, el escritor, a quien siempre le gustó dibujar, coqueteó primero con narraciones en forma de historieta. Sin embargo, hubo un momento en que los libros lo conquistaron definitivamente. Escribir pasó a ser lo que de verdad quería en la vida. Marçal trabajó algunos años en periodismo, terreno que él considera tan sólo otra forma de contar historias. La experiencia como reportero policiaco en São Paulo le permitió tener contacto con una fauna humana que, más adelante, estaría presente en su obra. Hasta el día de hoy es en las calles de la ciudad que el escritor se encuentra todos los días con sus personajes, y con fragmentos de narraciones que subsecuentemente servirán de punto de partida para sus libros y también para los guiones que escribe para cine y televisión. Ficción publicada: • As fomes de setembro (Las hambres de septiembre, cuentos, 1991) • Miss Danúbio (Miss Danubio, cuentos, 1994) • O amor e outros objetos pontiagudos (El amor y otros objetos puntiagudos, cuentos, 1999) • Faroestes (Lejanoestes, cuentos, 2001) • O invasor (El invasor, novela, 2002) • Cabeça a prêmio (Precio por su cabeza, novela, 2003) • Famílias terrivelmente felizes (Familias terriblemente felices, antología de cuentos, 2003) • Eu receberia as piores notícias dos seus lindos lábios (Recibiría las peores noticias de tus lindos labios, novela, 2005)

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Fragmento de Recibiría las peores noticias de tus lindos labios Fue en la tienda de Chang. Mientras que esperaba a que envolviese los rollos que había comprado, distraje mis ojos en las fotos del aparador. El rostro de una mujer en un portarretrato capturó mi atención. Todavía joven, y muy bonita. Tenía los ojos grandes y oscuros y sonreía como si estuviese viendo, atrás de quien la fotografiaba, algo que la hacía inmensamente feliz. Sólo he visto mujeres sonreír de aquella manera al mirar gatos o niños. Qué maravilloso rostro, dije. Y escuché una voz a mis espaldas: Muchas gracias. – Me di la vuelta y me topé con ella, la mujer del portarretrato. Traía el cabello más corto y sonreía de un modo bien diferente al de la foto. Un rostro con una luz extraordinaria. Me clavó un par de ojos color de lodo de bauxita. Perdí base. – Perdón, dije. – Ella negó con la cabeza, sin quitar sus ojos de los míos y la sonrisa del rostro. – Qué pena. Tanto tiempo sin recibir un elogio y, cuando lo recibo, inmediatamente piden disculpas. Sentí un espasmo eléctrico recorrerme abajo de la cintura. De un modo periférico, vi que Chang me observaba. – En ese caso, mantengo el elogio, dije. – Qué bien, me da gusto. Y se veía feliz al recargarse en el mostrador para entregarle a Chang el comprobante de los rollos por revelar. Usaba una camiseta que dejaba a la vista, en sus hombros, media docena de pecas y los tirantes de un brasier negro. El profesor Benjamín Schianberg escribió sobre las tentaciones en su libro Lo que vemos en el mundo. Según él, algunos hombres subliman sus deseos, proyectándoles en un plano apenas mental, y eso es suficiente para satisfacerlos. Otros hombres, dice Schianberg, a pesar de resistir con diferentes grados de esfuerzo, terminan por ceder a las tentaciones. Son lo que él llama “hombres de sangre caliente”. Yo no sabía a cual de las dos categorías pertenecía. Ella abrió el sobre y desparramó las fotos sobre el mostrador de vidrio. Un arco iris; un número de metal oxidado en la fachada de una casa antigua; las raíces de un árbol que parecen una pareja en un embate amoroso de muchas piernas y brazos; la chimenea de una alfarería; una bicicleta caída en la lluvia. Ni una sola persona o animal. A pesar de eso, buenas fotos, tomadas por alguien con ojo y buen sentido. Ella notó mi interés. – ¿Te gustan? – Esta es muy buena. Separé una de las imágenes: rayos de sol penetrando por las rendijas en el tejado de una casa en ruinas. – Poesía y precisión. – Eso dije, como lo oyes. – Ella me miró, intrigada. Entonces, se rió. – ¿Eres fotógrafo? – Era, – dije– . Hoy en día sólo tomo fotografías para consumo propio. – Fotografías ¿de qué? 8

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– Un poco de todo. – Más que yo, entonces. Tomé la foto y la examiné de cerca. – No fotografías gente. – No me gusta. Puta madre, pensé, la foto que tenía en mis manos no sólo era buena, era formidable. Uno de los rayos de sol incidía, en segundo plano, sobre una muñeca de trapo arrojada sobre un montón de cascajo. Parecía un spot iluminando una bailarina caída en un escenario. – ¿La muñeca ya estaba ahí? – Claro, dijo. Chang empujó el paquete de rollos en mi dirección. Ella ya estaba guardando las fotos en el sobre, cuando le dije: – Me encantaría tener una copia. Ella congeló el gesto de colocar las fotos en el sobre, volteó a verme y me estudió, como si evaluase si tenía méritos suficientes para recibir lo que pedía. Sustentar aquel mirar oscuro fue una experiencia difícil. Me hizo sentir desamparado. Tuve la impresión de estar siendo visto de verdad por primera vez en la vida. Y de estar viendo, también por primera vez, algo que el mundo hasta entonces no me había mostrado. De acuerdo con el profesor Schianberg (op. cit.), no es posible determinar el momento exacto en que una persona se enamora. Si se pudiera, afirma, bastaría un termómetro para comprobar su teoría de que, en ese instante, la temperatura corporal se eleva varios grados. Una fiebre, nuestra única secuela divina. Schianberg dice más: al enamorarse, un “hombre de sangre caliente” experimenta el desamparo de sentirse vulnerable. No cazó; fue cazado. La idea surgió en la hora en que ella sonrió, como si me hubiera aprobado en el examen al que me sometiera, y separó la foto para regalármela. No me detuve para reflexionar si era o no osada. Sólo la coloqué en práctica. Sangre caliente. – Esa no es la foto que quiero, – dije. Y señalé el portarretrato en el aparador. Aquello la desarmó. Escuché su respiración alterarse. Chang abrió la boca, mostrando sus pequeños dientes de rata, e hizo lo que cualquier buen comerciante haría: sacó el vidrio del aparador y entregó el producto para que el cliente pudiera examinarlo de cerca. El rostro era de verdad excepcional: anguloso, extraño. Los ojos tenían antigüedad y abismos. Queremos lo que no podemos tener, dijo el profesor Schianberg, el más oscuro de los filósofos del amor. Es normal, saludable. Lo que diferencia a una persona de otra, suma, es cuánto quiere cada uno lo que no puede tener. Nuestra ración de polvo de las estrellas. Ella miró hacia abajo, tocó con la esquina de la foto sus labios. Pensó en el asunto por un segundo y medio. Entonces comprendió el juego. Y lo aceptó.

Traducción de Lourdes Hernández 9

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João Carrascoza Nací en una pequeña ciudad del Brasil, del estado de São Paulo. Allá las personas vivían muy cerca unas de otras (y aún sucede así), y las cosas estaban muy a la mano (y continúan así). Por eso, me acostumbré a ver a unas y otras pausadamente. Y al mirarlas sin la lente de la expectativa, ellas, a veces, se me mostraban en toda su plenitud. Creo que me convertí en escritor por mirar a las personas y a las cosas despacio. Una narración breve, para mí, es siempre un intento de llevar al lector a ver el mundo con una mirada de primera vez. Abrir los “ojos de sus ojos”, como escribió el poeta e.e. Cummings. Es por eso que escribo relatos cortos, buscando sorprender a los personajes en instantes de acercamiento o de distanciamiento en los cuales, sin necesidad de palabras, lo dicen todo. Al ocultarse, se revelan. No es por casualidad que una recopilación de cuentos tomados de mis primeros libros, fiel muestra de mi trayectoria literaria, recibió el título de O volume do silêncio (El volumen del silencio). Por tanto, me interesa la vida cotidiana, las relaciones afectivas, el conflicto que se genera en situaciones íntimas, las cosas pequeñas que limitan las fronteras entre las personas o las alargan (y les dan contornos propios). Dias raros (Días raros), A vida naquela hora (La vida en aquella hora) y Amores mínimos (Amores mínimos) son algunos de los libros que ejemplifican esas obsesiones. Además de las obras para adultos también escribo para niños, pues ellos están constantemente viviendo su historia y construyéndose ante nuestros ojos. Aprendiz de inventor (Aprendiz de inventor), O menino que furou o céu (El niño que agujereó el cielo) y O prendedor de sonhos (El asidor/agarrador de sueños) son algunas de esas narraciones para niños y jóvenes. También fui copy publicitario durante 20 años y llevo ese mismo tiempo enseñando publicidad en la Universidad de São Paulo, donde estudié el doctorado en ciencias de la comunicación. Podrá resultar curioso que precisamente un profesor de comunicación sea autor de obras en las cuales lo que se retrata es la incomunicación. Pero esa es otra historia, y estoy seguro de que aquí no viene a cuento.

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Š Renata Masseti 11

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Fragmento de Poniente Cuando el hombre entró en el salón, la mujer estaba en la ventana contemplando el mar que ondeaba tranquilamente su azul por la bahía. El sol engullía con voracidad los restos de las sombras: su fulgor era una orden para que la felicidad tomara el timón del día. Como si en aquella mañana luminosa fuera difícil, casi imposible, morir. El hombre se acercó a la mujer, en silencio, como la marea que a veces venía a dar a sus pies sin que lo notara. Incluso de espaldas, presa a tanta luz como envolvía los espacios allá afuera, sabía que él se acercaba, no porque pudiera sentir una vibración en el aire, ni por conocer la suavidad de su anclaje. Sino porque la arena de la playa presiente cuándo el agua viene a tocarla. Él se detuvo detrás de ella y esperó a que se girara para abrazarla. Ella hizo lo que pedía el momento: se volvió y lo miró, más profundamente que el mar ahora a su espalda, aunque el rostro de él fuera un borrón en sus ojos inundados de sol. La mujer abrió los brazos lentamente, y su gesto decía, Ven y acurrúcate en mí para siempre, pero los brazos del hombre la estrecharon con desesperación, como diciendo, Lástima que sea la última vez, y cuando ambos se soltaron al instante siguiente, el gesto de apartarse de ella decía, Sí, es una lástima, así como el paso de él, retrocediendo, decía, Ya no conozco las leyes de tu cuerpo. Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro, como tantas veces lo habían hecho para hablar de la vida –los asuntos permanentes y los fugaces–, o ver la televisión, o jugar con el niño, sin percibir que de aquella manera, distraídos para el mundo, estaban decidiendo sus destinos. Pero ahora también lo estaban, y lo sabían, lo que daba solemnidad a la percepción del momento, a pesar de ser simplemente un momento más, como tantos otros. La mujer colocó las manos sobre sus rodillas, juntas, mientras el hombre inclinaba la cabeza y se miraba sus propios pies. El silencio de uno se adhirió al del otro y ambos oyeron el ruido lejano del niño en el cuarto, despertando para sus juguetes, por encima del sonido de las mareas. El niño, surgido de ellos. Se reconocían en sus muecas; se veían, sobresaltados, en el color de sus ojos, el contorno de su nariz; los cabellos de la mujer, la sonrisa del hombre, en otra vida. Agua y arena en un inusitado dibujo. La mezcla de dos sueños transformada en carne. El niño, en su cara irradiaban los buenos descubrimientos. La mujer se inclinó y preguntó, ¿Y entonces? El hombre suspiró y respondió, Entonces se acabó. El día nuevo se expandía, aún sucio de noche. Una armonía engañosa se espesaba en el aire. El hombre levantó la cabeza y susurró, No pensé que fuera a acabar así; la mujer, los labios temblorosos, iba a decir, No pensé que fuera a acabar, pero se tragó su agudo desencanto y no dijo nada.

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Sus ojos se aferraban al paisaje que se desbordaba de la bahía hacia el salón, como si la inmensidad del océano, lavando los grandes peñascos, pudiera convencerla de que no había dolor capaz de resistir a la fiereza de aquel azul. Y como si sintieran que sólo las palabras podían impedirles hundirse, permitieron que subieran a la superficie, no como peces solitarios, sino en bancos, pellizcando los recuerdos. Fue ella quien comenzó, ¿Por qué permitimos que llegara a este punto? Él, No sé. Ella, Podrías habérmelo dicho. Él, Tú también. Ella, Cada uno se ocupó de sí mismo y se olvidó del otro. Él, sólo vemos nuestro error cuando ya lo hemos cometido. Ella, Si supiéramos cuándo empiezan a terminar las cosas, tal vez podríamos hacer algo. Él, Pero no lo sabemos. Ella, Nunca lo sabremos. Una ola murió en la bahía, suavemente, y el brazo del mar acogió el agua en reflujo, como si la arrullara. Ella continuó, Sólo descubrimos el daño cuando ya es demasiado tarde. Él, Si no ocurre nada es porque no percibimos el daño al actuar. Ella, Diez años para terminar así, y se cubrió el rostro con las manos, el calor de las primeras lágrimas, como dos desconocidos. (…)

Traducción de Lola Núñez Flores

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Bernardo Carvalho (5 de septiembre de 1960) Hasta el final de mi adolescencia, cuando finalmente conseguí reunir el dinero para hacer un cortometraje en 16 mm, quise ser cineasta. Pero me bastó con filmar 24 horas seguidas y dormir las 48 siguientes, de puro cansancio, para entender que había nacido para la literatura. No es fácil hacer encomios del fracaso cuando se ha tenido éxito, sin sonar egoísta, cual estratega de mercadeo por negación. Sin embargo, para mí la literatura fue el resultado de un fracaso. Fue lo que me quedó. Durante años escribí decenas de comienzos de novela que siempre abandonaba al final del primer párrafo. Y fue sólo en una de las innumerables crisis que se abatieron sobre el Brasil antes de la euforia económica actual, luego de que el periódico para el cual trabajaba como corresponsal en Nueva York me despidiera por recorte presupuestal, que aproveché para escoger once de esos comienzos de novela abandonados y transformarlos en cuentos. Fue así que escribí mi primer libro. Pronto vinieron otros, en general novelas muy breves, como no deben ser las novelas hoy en día. Sigo sin entender cuando dicen, en tono elogioso, que se nota una evolución desde lo que escribí en ese entonces. Cuando releo esos libros, que escribí para unos cuantos lectores, estoy seguro de que los escribiría todos de nuevo de la misma manera en que se publicaron si no estuvieran ya escritos, como si no hubiera aprendido nada con ellos. Haría todo de nuevo. Con el mayor de los gustos. Un amigo me dijo el otro día que a eso le dan el nombre de crisis de la edad adulta. Libros publicados por la editorial Companhia das Letras:

• Aberração (Aberración, cuentos, 1993) • Onze (Once, novela, 1995) • Os Bêbados e os Sonâmbulos (Los borrachos y los sonámbulos, novela, 1996) • Teatro (Teatro, novela, 1998) • As Iniciais (Las iniciales, novela, 1999) • Medo de Sade (Miedo de Sade, novela, 2000) • Nove Noites (Nuevenoches, novela, 2002) • Mongólia (Mongolia, novela, 2003) • O Sol se Põe em So Paulo (El sol se pone sobre São Paulo, novela, 2006) • O Filho da Mãe (El hijo de mamá, novela, 2009) Y por PubliFolha: • O Mundo Fora dos Eixos (El mundo fuera de los ejes, ensayo, crítica y ficciones breves, 2005) 15

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Vuelo hacia mí

Descubrí, en la mitad de mi vida, que tenía un homónimo. No puede haber peor descubrimiento en la mitad de la vida, cuando cambiar de nombre acarrea problemas que al comienzo de la vida serían insignificantes. Cuando yo hacía lecturas en público eran los libros del homónimo los que se exhibían en las vitrinas de la librerías y los que los lectores me pedían autografiar. Me dediqué a dar declaraciones vergonzosas para ver si el homónimo, avergonzado, cambiaba de nombre. Adopté un comportamiento de lo más extraño con la misma finalidad. Me puse a escribir libros horribles para denigrar su imagen. Pero nada inmutaba al homónimo, quien continuaba escribiendo sus horribles libros con mi nombre. Me volví un escritor ridículo, pasé a vestirme de payaso y, sólo cuando por una fotografía en el periódico, vi que el homónimo hacía lo mismo, fue que decidí tomar un avión para convencerlo personalmente de que dejara mi nombre en paz. No había vuelos directos a donde vivía el homónimo. En cada uno de los aeropuertos donde hice escala aproveché para comprarle un recuerdito. Los aeropuertos se convirtieron en centros comerciales. Es normal: es preciso darles una utilidad a las cada vez más largas horas de espera entre las llegadas y salidas cada vez más numerosas. Los regalos no podían caer mal, es una tradición desde cuando los blancos establecieron contacto con los indígenas. A diferencia de los blancos, sin embargo, yo no escondía segundas intenciones; los regalos sólo mostraban mi buena voluntad. Yo mismo sería capaz de usar esas ropas.

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En las librerías de los aeropuertos veía los libros del homónimo y trataba de controlarme para no preguntar por qué no vendían también los míos. Tener un homónimo es ya suficiente humillación. Terminé comprando uno de sus libros para leer en el avión. Era tan ridículo como los ya muy ridículos míos. Me reía en voz alta, de vergüenza, mientras los pasajeros me lanzaban miradas de reprobación. Pasaba las páginas con desenvoltura y me reía de la desenvoltura de él. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo es que alguien podía escribir una cosa de esas? Y me quedaba aún más admirado por nunca haber pensado, ni siquiera cuando quise ser más ridículo, en escribir nada que le llegara a los pies. Al final, la azafata tuvo que venir a pedirme que riera más bajo, estaba molestando la lectura de los demás pasajeros. Nadie se reía a bordo. Preferí no preguntar qué estaban leyendo. Cuál no sería mi sorpresa cuando, finalmente, llegué a mi destino y, al desembarcar del avión, cargado de paquetes y bolsas con los regalos para el homónimo, lo avisté del otro lado de la pared de vidrio que separaba la sala de embarque del corredor de desembarque por donde avanzaba yo con el resto de los pasajeros de mi vuelo. El homónimo estaba sentado, esperando antes de tomar el mismo avión de vuelta al lugar de donde yo venía. De nada servía gritar. Golpeé contra el vidrio, agité los brazos, tratando de llamar su atención. Pero él no me veía, estaba demasiado absorto leyendo un libro que yo había escrito. Reía y se ponía la mano en la boca; movía la cabeza incrédulo. Imaginé que, si estaba sin paquetes ni bolsas, era porque había aplazado la compra de mis regalos para las varias escalas que tendría que hacer para llegar a mí.

Traducción por Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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João Paulo Cuenca La primera cosa que hay que saber sobre mí es que soy incapaz de escribir una biografía en tono coloquial para promover mi presencia en la FIL, como lo piden los organizadores. Pero, por suerte, hasta el momento he conseguido escribir otras cosas. He publicado tres novelas Corpo presente (Cuerpo presente, 2003), O dia Mastroianni (El día Mastroianni, 2007) y O único final feliz para uma história de amor é uma cidente (El único final feliz para una historia de amor es un accidente, 2010); y este año publiqué una antología titulada A última madrugada (La última madrugada, 2012), que reúne crónicas semanales impresas en diversos periódicos brasileños entre 2003 y 2010. Los derechos de mis libros ya fueron comprados en Portugal, Italia, España, Alemania y Estados Unidos. En lengua española, El único final feliz para una historia de amor es un accidente fue publicado por Lengua de Trapo, en Madrid. Escribí una pieza teatral, Terror (2011), y guiones para cine y televisión. También colaboré con periódicos y revistas, en Brasil y en el extranjero. Además, me incluyeron en unas listas maravillosas y extrañas: Bogotá 39 y Granta, de escritores brasileños. Por todo eso, y por inclinación personal, paso gran parte del año viajando, fuera de casa, sin tiempo para escribir, y por eso es que soy incapaz de escribir una biografía en tono coloquial para promover mi presencia en la FIL. Pero lo intento.

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© Jorge Bispo 19

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Fragmento de El único final feliz para una historia de amor es un accidente Capítulo 3 El tren para. El paisaje que vemos por la ventanilla deja de ser una sucesión de trazos horizontales inconexos para congelarse en contornos iluminados tras la lluvia. Al lado del pequeño puente por donde pasa la línea Yamanote, hay una muralla de edificios y galerías comerciales. En la cima de todo, un gran cartel anuncia sopa en tubos de neón. El único conjunto de ventanas sin cortinas cerradas o vidrios oscuros es el del quinto piso en el edificio curvo de la derecha. Allí, un grupo de pequeñas bailarinas ensaya una coreografía en el centro del salón, mientras otras estiran las piernas en una barra de metal. El movimiento de las chicas es tan puro que pienso en tocar tu hombro y compartir la visión de las bailarinas contigo. Pero el camino de mi mano hasta tu cuerpo es interrumpido por la explosión. El estruendo comienza con una nota aguda frente al coche que nos atraviesa como una catana afilada. A medida que el impacto avanza por los asientos y los seres humanos, el gruñido del metal retorcido cobra un tono grave. La alteración es súbita: donde antes había sentido de continuidad y orden, ahora hay entropía. El primero en ser capturado por la onda expansiva es un adolescente que tecleaba algo en un teléfono. A su lado, surge una protuberancia gris cerca de la puerta que conecta los vagones y acumula fuerzas, como un pez guardando aire para después explotar, exponiendo garras afiladas que toman al joven por el torso, perforando su cuerpo. En un pestañeo, los dientes de metal lo llevan hasta el techo. La sangre del joven salpica el rostro de la pareja de ancianos sentada enfrente. Antes de que tengan tiempo de reaccionar, son tragados por una pared sólida que ocupa la parte izquierda de la formación. Esa gelatina de restos humanos, pedazos de hierro y plástico avanza lentamente, acumulando otros cuerpos y objetos, en un ciclón color plomo con franjas rojas. El gruñido metálico se une al chasquido de dos cráneos. Son como uvas maduras, Iulana. El piso de la formación se retuerce, el techo se transforma en una ladera escarpada. Y ahora somos nosotros los que comenzamos a alzar el vuelo, suspendidos, capturados por una ola presta a reventar. Los apoyabrazos se balancean como si estuviésemos en un terremoto, los monitores de cristal titilan erráticamente antes de que sean aspirados por el vórtice de destrucción. Las cosas están sucediendo, Iulana. Pronto no oiremos nada más. Solo habrá silencio y frío cuando el caos alcance la mitad del vagón. La ola está casi sobre nosotros. El «accidente», como ellos llamarán a lo que pasa aquí. Me siento superior, puedo decirlo así, porque ellos jamás sabrán los motivos de este suceso orquestado. Ellos, que ahora entran y salen de Tokio en trenes iluminados y que son ingeridos, procesados y escupidos todos los días por los conductos de este animal de cemento y electricidad. Ellos, que ignoran completamente lo que pasa aquí mientras ganan ascensores, aceras, túneles, escaleras mecánicas, cintas automáticas, plataformas, los largos corredores subterráneos de las estaciones, y que no interrumpirán su perpetuo movimiento por nuestra pequeña tragedia. Ellos, que tal vez en algunas horas sepan de nuestra historia, el «accidente», como 20

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llamarán a lo que pasa ahora, y que estarán conmovidos y temerosos al ver la noticia mañana temprano en la televisión de la cocina mientras toman café—y confieso que mañana ya me parece una palabra y una idea absurda—. Ellos, que van a pensar en la muerte por un breve instante para después olvidar el tema y volver a caminar por las calles hasta sus trenes, como si nosotros los aguardásemos en algún punto fijo del futuro. Ellos, que jamás podrán comprender todo lo que pasa aquí. Porque hay algo en este vagón que es irreproducible y sublime. Aun así, intentarán llevar la historia adelante. Imagino los titulares del periódico, tal vez la fotografía de nuestros restos fundidos en las vías. Poco quedará, tendrán que examinar el ADN en pequeños pedazos de carne y huesos calcinados. Me imagino revolviendo nuestros cadáveres, como uno de esos funcionarios, y pienso que sería incapaz de trabajar en medicina legal —no sé si por causa de este momento de urgencia, pero hasta agradezco el empleo miserable que tuve en los últimos años—. Me hace recordar a todos los que no están en este vagón, de la misma forma que nosotros, en breve, tampoco estaremos en el mundo. Y hasta puedo ver el rostro del señor Langosta Okuda, y pienso con algo de culpa que debería haberlo visitado antes, y honrado la urna de mi madre dentro de Yoshiko, manufacturada en Kawaguchi, provincia de Saitama, según las más estrictas órdenes de mi padre. Y pienso en ti, Iulana Romiszowska, en tus dedos gruesos y pantorrillas sólidas, en el largo camino que recorrieron todas las partes de tu cuerpo desde Polonia a tu infancia en la ciudad portuaria de Constanţa, a orillas del mar Negro, en Rumanía, hasta que tus ojos grandes, redondos y azules encontraron el monstruo iluminado de Tokio y, no sin espanto, a mí mismo —y me gustaría que en este momento tú también pensaras en mí, quién sabe cuánto—. Siento una paz extraña, Iulana. Como si estuviese buceando sobre la superficie de algo nuevo. Sé que ya casi no estoy aquí, lo que me produce una sensación de nostalgia inmediata como si estuviese reconstruyendo un sueño, caminando en medio de un largo déjà vu al mismo tiempo que el caos deforme de acero y carne molida galopa en silencio en nuestra dirección. La oscuridad se apropia de todo, como si recuperase algo que siempre fue suyo. Es todo muy natural, Iulana. Vemos esa ola con tranquila indiferencia, a pesar de la certeza del fin cercano —o a causa de ella—. Cuando finalmente giras el cuello hacia mí, nuestras miradas se encuentran en un punto vacío. Y antes de que tenga tiempo de tocar tu hombro para compartir la visión de las bailarinas que danzan con vestidos blancos en el quinto piso del edificio curvo de la derecha, debajo del gran cartel que anuncia sopa en tubos de neón en contornos iluminados tras la lluvia, antes de que todo se vaya de aquí y el silencio ocupe nuestros ojos, tú todavía tendrás tiempo de decir mi nombre, por primera vez dirás mi nombre, Iulana Romiszowska, por primera vez mi nombre con tu voz nocturna.

Traducción de Martín Caamaño

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ferréz Nacido en São Paulo hace 36 años, Ferréz comenzó a escribir a la edad de doce acumulando cuentos, versos, poesías y letras de canciones. Antes de dedicarse exclusivamente a la escritura trabajó como dependiente de ventas, auxiliar general y archivista. Su primer libro, Fortaleza da Desilusão (Fortaleza de la desilusión), fue lanzado en 1997 (edición de autor). Sin embargo, fue con Capão Pecado (2000) que se le consideró como un gran escritor. Los lectores lo han llamado el “novelista de la traición” tras presentar la novela Manual prático do ódio (Manual práctico del odio), el libro infantil Amanhecer esmeralda (Amanecer esmeralda) y el libro de relatos Ninguémé inocente em São Paulo (Nadie es inocente en São Paulo), publicados por la editorial Objetiva. Sus obras han sido traducidas en Italia, Alemania, Portugal, España, México, Argentina y Estados Unidos. Está vinculado al movimiento hip hop, y es fundador del sello Literatura Marginal y de 1DASUL, una marca de ropa confeccionada completamente en el barrio. En cine y televisión, además de la adaptación de su cuento Os inimigos não levam flores, (Los enemigos no llevan flores, adaptado también al formato de historieta) ha escrito el guión de la película Brother (Hermano) y las series Cidade dos Homens (Ciudad de los hombres, canal 02) y 9mm (Fox). Actualmente está escribiendo un largometraje. Ferréz fue columnista de la revista Caros Amigos desde 2000 hasta 2010, y se desempeña como consejero editorial de Le Monde Diplomatique - Brasil. En 2012 publicó la novela Deus foialmoçar (Dios salió a almorzar) y el libro para niños O pote mágico (El tarro mágico), publicados por Editorial Planeta. Como compositor y cantante ha conseguido que sus canciones sean grabadas por varios artistas y lanzó dos CD. Con prosa ágil y escueta, compuesta a partes iguales de rebeldía, perplejidad y esperanza, Ferréz reivindica la voz propia y la dignidad de los habitantes de la periferia de las grandes ciudades brasileñas. Vive en el barrio de Capão Redondo, en São Paulo, con su esposa y su hija. 23

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El gran asalto Para Sofía, Tico (guacurí) y Maureen

Avenida Santo Amaro. 13 horas Un hombre mal vestido se detiene frente a un concesionario de automóviles cerrado y repara en las bolas promocionales amarradas a la puerta. Un policía baja de la patrulla, mira para todos lados y observa a un sospechoso parado frente a una concesionaria. El sospechoso está mal vestido y descalzo. Una señora sentada en el asiento de un autobús que para en la avenida para recoger pasajeros comenta con la joven sentada a su lado que hay un mendigo todo sucio parado frente a una tienda de carros. Un señor pasa al lado de un hombre todo sucio, sujeta su billetera y comienza a caminar aceleradamente. Cuando nota la patrulla estacionada un poco más adelante se siente seguro y aminora el paso. Un joven trata de rebasar al autobús parado, los policías que ve ahí más adelante le producen desazón, pues su carro está repleto de drogas que serán comercializadas en la facultad donde estudia. El hombre mal vestido resuelve actuar, da tres pasos al frente, levanta las manos y agarra dos bolas promocionales; hace la cuenta rápidamente y se siente realizado cuando piensa que al venderlas comprará algo para beber. Una joven, alertada por la señora que está a su lado en el autobús, llama la atención de algunos pasajeros hacia el hombre que, según ella, es un mendigo y dice en voz alta que este acabó de robar algo en el concesionario. Un joven con el carro lleno de drogas para vender en su facultad ve al hombre corriendo con dos bolas y da reversa en el carro al ver a los policías que vienen en su dirección. Un policía alcanza al hombre mal vestido y le pega con la cacha del revólver en la cabeza varias veces; el hombre tenido como mendigo por los pasajeros de un autobús al otro lado de la avenida cae y las bolas ruedan por el asfalto. Un chofer que maneja en la misma ruta hace ocho años trata de mantener el autobús parado para ver a los policías darle patadas y puñetazos a un hombre mal vestido que está caído en la banqueta, pero como la vía está libre, avanza pasando por encima de dos bolas promocionales y las aplasta. Traducción por Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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Fragmento de Manual práctico del odio Capítulo IV No le di mis lágrimas a nadie El ya fallecido imperio soviético, hace mucho enterrado, dejó un legado a algunos compradores que continúan en guerra, el rifle de asalto AK-47, una de las mejores armas construidas en su país de origen, más conocida por el nombre de su creador, Mijail Timofêievich Kalashnikov, pero en manos de Mo­delo es sólo una forma de imponer el miedo y, en caso de necesidad, matar más fácilmente a los que se atreven a no pagar lo que consumen, y ya tenía a algunos en la lista, era sólo una cuestión de tiem­po, sabía que era un arma cara, pero también sa­bía que el negocio requería inversiones, nada crece si no se invierte, aunque sólo había cursado hasta el primero de secundaria sabía muy bien que la mejor manera de ganar dinero era el método del Estado: represión y dependencia. Despierta con la luz del día ardiéndole en los ojos, todas las mañanas jura que va a tapar las rendijas de las tejas. Paulo se pasa la mano por el rostro y nota que está sin afeitar, desde pequeño no tenía sueños, su refugio siempre fueron los libros, los párpados pesados y la insistencia de leer de madrugada, su abuela ya no le decía nada, a fin de cuentas el nieto le recordaba al hijo que también leía mucho. Doña Lavinha se levantaba de madrugada, caminaba con pies de ángel hasta la puerta del cuarto de Paulo, allí se encogía toda y se quedaba observando a su nieto, su semblante en ese momento era indescriptible, veía de nuevo la oportunidad de componer el error que creía haber cometido, siempre pensaba en su hijo ya fallecido, ahora con el nieto la oportunidad regresaba, para doña Lavinha, Dios era justo y nunca escribía con renglones torcidos. Paulo leía de madrugada, pues a las siete de la mañana iba a la metalúrgica, después de un día entero de trabajo llegaba a su casa, pero no leía en la tarde, siempre se quejaba de la música a todo volumen que los vecinos escuchaban todos los días, leer Hermann Hesse escuchando Zezé di Camargo y Luciano o terminar de leer Pabellón número 6 de Chéjov escuchando Pense em mim de Leandro y Leonardo no era el sueño de su vida, en las pausas de la lectura intentaba escuchar “O seu olhar”, la voz grave del cantante lo calmaba y hacía que su pecho ardiera de añoranza de Auxiliadora, pero el tocacintas tenía una potencia muy débil y la música de los vecinos ahogaba los versos bien construidos. A veces se sentaba en la acera frente a la casa de doña Cida y se ponía a observar, ahí estaba a la vista de todos, un muchacho pasaba con una moto Titán, los rumores empezaban, el juicio inmediato de los chismosos, el muchacho debía de estar robando. Notaba las miradas, repudiaba a esas personas que hasta trataban de leer labios para seguir las conversaciones ajenas, las odiaba y sabía que la razón de todo ese odio era que desde pequeño convivía con las habladurías sobre su padre, cada vecino le contaba una versión de la tragedia, pero él prefería siempre creer la historia de su abuela. Traducción por Alejandro Reyes 25

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Daniel Galera Por casualidad nací en São Paulo, en 1979, pero es como si hubiera sido un gaúcho (del sur). Escribo ficción desde 1996 y empecé a divulgar mi obra a través de Internet mucho antes de la existencia de los blogs. En 2001 fundé una editorial independiente, junto con mis amigos Daniel Pellizzari y Guilherme Pilla, llamada Livros do Mal, para publicar mi primer libro Dentes guardados (Dientes guardados), así como también obras de otros jóvenes como yo. Desde entonces, la escritura se convirtió en parte esencial de mi vida. Publiqué tres novelas: Até o diaem que o cãomorreu (Hasta el día en que el perro murió, 2003), Mãos de cavalo (Manos de caballo, 2006) y Cordilheira (Cordillera, 2008), y la cuarta, Barba ensopada de sangre, saldrá al público en noviembre de 2012. También escribí el guión de la novela gráfica Cachalote (2010), bellamente ilustrada por Rafael Coutinho. Trabajo como traductor literario y ocasionalmente publico reportajes y ensayos en medios escritos. Me gustan el silencio, el agua, las mujeres y las historias.

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Fragmento de Manos de Caballo

Un ruido continuo de piedra removida va aumentando de intensidad, hasta que un haz de luz amarilla ilumina sus espaldas y un automóvil pasa rápido calle arriba, invadiendo el silencio y después desocupándolo gradualmente. Hermano extiende la mano, Macaco interpreta el gesto y, sin preguntar, le ofrece la botella de cachaça. El trago es pequeño y le deja una sensación de quemazón en los labios. Era el primer trago de bebida alcohólica que tomaba y sería el último, estaba convencido. Únicamente sintió un deseo urgente de introducir un hecho nuevo en su vida. Ahora ya no era alguien que nunca tomó, y por lo tanto era una persona diferente. Cambiar de personalidad, dar algún giro brusco en la trayectoria de la vida parecía siempre un objetivo impracticable, nada más que combustible para la ansiedad y la frustración, pero en gestos instantáneos como aquel, se diseñaba un mundo entero de posibilidades. Intervenir el destino, de repente, parecía algo simple. De a poco, a través de pequeños gestos como ese, quién sabe no consiguiese transformarse paulatinamente en otra persona, alguien menos callado, que consiguiese incorporar en la trama de su vida la bellísima violencia de las graphic novels a color, la virilidad y el magnetismo de los héroes de sus películas preferidas, la fluidez salvaje de las acciones y palabras de alguien como era necesario confesarse ahora, no sólo para sí mismo sino para todo el mundo , alguien como Macaco, esa figura casi caricaturesca por su fealdad, cuyo mayor talento era agredir a los otros, pero que encarnaba como nadie un tipo de ideal oscuro al que Hermano deseaba tener acceso. Aquel trago de cachaça tal vez pudiese ser el primer indicio de un lazo permanente, un primer intercambio de muchos que formarían parte de una amistad significativa. Dentro de pocos años, tal vez fuesen grandes amigos. Si aunasen los esfuerzos,

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quién sabe consiguiesen acumular recursos para la construcción de una casa en el terreno que la madre de Macaco le había reservado. A Hermano todavía le quedaban dos años de colegio, podría conciliar los estudios con algún tipo de trabajo en ese período o, por qué no, simplemente largar el colegio, abrir un taller de bicicletas, cualquier cosa. Él y Macaco vivirían juntos, tendrían la presencia casi permanente de sus respectivas novias en la casa, recibirían al grupo de la Explanada en eventuales fiestas y reuniones para ver los partidos de Grêmio. O no, tal vez la idea de la casa no fuese tan viable, sólo un delirio de un entusiasmo momentáneo, pero escenas de varias posibilidades futuras se cruzaban por la cabeza de Hermano como el tráiler de una película de acción, una roadmovie, él y Macaco bajando en auto por el continente, por las rutas argentinas, recorriendo las llanuras pardas de la Patagonia con cadenas de montañas nevadas en el horizonte, dejando marcas en los pueblos y recuerdos en las personas que encontrasen en el camino, rumbo al extremo sur, a algo inmenso e innombrable, el clímax de una jornada. Era la visión de una vida extrapolando la introspección de los ejercicios solitarios, una aventura para la cual se venía preparando hacía tantos años, en fin, una dirección concreta para toda aquella expectativa sin objetivo que lo acompañaba desde un punto indefinido de la infancia, un desdoblamiento para el deseo de agredir y ser agredido por el mundo. Hermano estaba exultante. A su lado, Macaco parecía aislado en sus propios vuelos del pensamiento, y sólo el diablo podría decir qué sobrevolaban. Permanecieron ahí sin hablar por un rato enorme, pero no había ningún problema en eso, pues para pasar el rato no pareció necesario nada más que sus presencias mudas, una tensión telepática entre dos monólogos interiores. Traducción de Rosario Hubert

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Milton Hatoum A los quince años me fui de Manaos para vivir por mi cuenta en Brasilia. Fue un viaje en el espacio y también en el tiempo, pues la nueva capital del país simbolizaba nuestra utopía, nuestro futuro. Pero en esa promesa de futuro había violencia, miedo, terrorismo de Estado. Corría el año 1968 cuando el golpe militar de 1964 se quitó la máscara farsante de dictadura pretendidamente amable. Publiqué mi primer poema en 1969, viví en São Paulo en los años setenta, mientras estudiaba arquitectura trabajé como periodista y profesor. Escribí cuentos, los tiré a la basura y publiqué un librito de poesía hoy olvidado. Viajé a España a finales de 1979, pasé más de un año entre Madrid y Barcelona, y más de tres en París. De lejos, sin nostalgia, vi al Brasil desde otro punto de vista: el expatriado, un paria en Europa con sus pares latinoamericanos, casi todos perdidos, pero luchando por sobrevivir. Sobrevivir significa también exorcizar el miedo y la amenaza de muchos fantasmas. Lejos de la tierra natal y las reminiscencias la percepción y comprensión del país de origen adquieren profundidad, y hasta la misma lengua materna puede ser transformada. O, como escribió el poeta iraquí Abd al-Wahab al-Bayati: “Todos están solos/El corazón del mundo está hecho de piedra/en este reino del exilio”. Entre Barcelona y París escribí el esbozo de mi primera novela. Regresé al Brasil en 1984, cuando la dictadura agonizaba, aunque todavía hoy en día algunos de sus verdugos respiren como momias criminales. En 1998 abandoné mi carrera de profesor universitario en Manaos y me trasladé a São Paulo, la metrópolis tentacular, cuyo caos es un estímulo para diversas formas de narrar. Hasta el año 2000 publiqué la novela Dois irmãos (Dos hermanos), mi primer ajuste de cuentas con el pasado, el mío y el del Amazonas, esa región cada vez más devastada, en perfecta sintonía con la vertiginosa destrucción del planeta. Publicar es menos importante que leer y escribir. La literatura surge de un asombro, de un sueño o una pesadilla, de un trauma del pasado. Me gustan los relatos que tienen huellas autobiográficas, porque en esos textos la experiencia de vida y de lectura es más verdadera: la vida transfigurada por el lenguaje.

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Fragmento de Dos hermanos Me sorprendió que Laval no me hubiese invitado a participar de la lectura de poesía. Después, en marzo, faltó a las primeras clases y sólo apareció en la tercera semana del mes. Entró al aula con una expresión más abatida que cuando la había visto en casa, el saco blanco lleno de manchas, los dedos de la mano izquierda y los dientes amarillentos de tanto fumar “Discúlpenme, me siento muy mal”, dijo en francés. “Por otra parte, mucha gente se siente muy mal” murmuró, ahora en portugués. Casi no se tenía en pie. Con la mano derecha temblorosa sostenía un pedazo de tiza, con la otra, un cigarrillo. Esperábamos la “pre lección” de costumbre, unos cincuenta minutos que dedicaba al mundo que rodeaba al poeta. Había sido siempre así: primero el marco histórico –él decía–, después una charla, por fin, la obra. Era el momento en que hablaba en francés, y nos provocaba, nos estimulaba, hacía preguntas, quería que dijésemos una frase, que nadie se quedase callado, ni los más tímidos, nada de pasividad, eso nunca. Quería discusión opiniones diferentes, seguía todas las voces, y al final hablaba él, argumentaba animado, acordándose de todo, de cada absurdo o intuición o duda. Pero aquella mañana no hizo nada de eso, no lograba hablar, estaba atragantado, qué bajón, parecía sofocado. Estábamos boquiabiertos, ni siquiera los más osados y rebeldes lograban provocarlo haciendo una mueca horrorosa a causa de su aliento. Vamos a ver… vamos… a leer algo… a traducir…”. La mano temblorosa comenzó a escribir un poema en el pizarrón, la tiza dibujaba garabatos que recordaban arabescos; sólo fue posible leer el último verso, que copié: “Je dis: Que cherchentils au Ciel, tous ces aveugles?”. El resto era ilegible, se había olvidado del título y, por un momento, nos lanzó una mirada extraña. Después soltó la tiza y salió sin decir ni una palabra. El profesor de francés no volvió más al liceo, hasta que una mañana de abril presenciamos su encarcelamiento. Acababa de salir de Café Mocambo, atravesaba lentamente la plaza das Acácias en dirección al Galhineiro dos Vândalos. Cargaba el portafolio gastado donde guardaba libros y papeles, podían ser diferentes, porque contenían los garabatos suyos. Laval escribía un poema y lo distribuía entre los estudiantes. Nunca guardaba lo que escribía. Decía: “Un verso de un gran simbolista o de un romántico vale más que una tonelada de retórica, de esa mi inútil y miserable retórica”, acentuaba. Lo humillaron en el centro de la plaza das Acácias, lo abofetearon como si fuese un perro vagabundo a merced de la saña de una pandilla feroz. Su saco blanco explotó de rojo y él giró en el centro de la glorieta, las manos ciegas buscaban un apoyo, el rostro hinchado vuelto hacia el sol, el cuerpo giraba sin rumbo, tambaleándose, tropezando en los peldaños de la escalera hasta caer a la orilla del lago de la plaza. Los pájaros, los tuiuiúes y las chuñas huyeron. La silbatina y las protestas de los estudiantes y profesores del liceo no intimidaron a los policías. Arrastraron a Laval al vehículo del Ejército, y en seguida cerraron las puertas del Café Mocambo. Dos días después, cuando supimos que Antenor Laval estaba muerto, muchas puertas se cerraron. Todo eso en abril, los primeros días de abril.

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La mañana de la cacería al maestro, agarré el portafolio gastado, perdido a la orilla del lago. Dentro del portafolio, los libros y las hojas con poemas, llenas de manchas. Los recuerdos de Laval: sus enseñanzas, su caligrafía esmerada, de letras casi dibujadas. Las palabras pensadas y repensadas. Él no quería que lo llamasen poeta, no le gustaba eso. Detestaba la pompa, se reía de los políticos de provincia, los atormentaba durante los recreos, pero se negaba a hablar sobre el tema en medio de la clase. Decía: “La política es una conversación de recreo. Aquí en el aula, l tema es mucho más elevado. Volvamos a nuestra otra noche…”.

El día de su muerte llovió mucho, un aguacero de mil demonios. Incluso así, alumnos y ex alumnos de Laval se reunieron en la glorieta, encendieron antorchas, y todos teníamos por lo menos un poema manuscrito del maestro. La glorieta estaba llena, iluminada por un círculo de fuego. Alguien sugirió un minuto de silencio en homenaje al maestro inmolado. Después, un ex alumno del liceo comenzó a leer en voz alta un poema de Laval. Omar fue el último en recitar. El Menor estaba emocionado y triste. La lluvia acentuaba la tristeza, pero encendía la revuelta. En el piso de la glorieta, manchas de sangre. Omar escribió con tinta roja un verso de Laval, y las palabras permanecieron allí por mucho tiempo, legibles y firmes, ofrecidas a la memoria de algunos, tal vez de muchos. Por una vez, sólo por una, no hostilicé al Menor, no pude odiarlo aquella tarde lluviosa, nuestros rostros iluminados por antorchas, nuestros oídos atentos a las palabras de un muerto, nuestra mirada en la fachada del liceo, en el crespón negro que bajaba del alero hasta el umbral de la puerta. Un liceo de luto, un maestro asesinado: así comenzó aquel abril para mí, para muchos de nosotros. No pude odiar al Menor. Pensé: si toda nuestra vida se limitara a aquella tarde, entonces estaríamos mano a mano. Pero no era, no fue así. Fue sólo aquella tarde. Y él volvió a casa tan alterado que no percibió la presencia del otro.

Traducción de Adriana Kazenpolsky

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Rodrigo Lacerda (Río de Janeiro, 1969) Hay escritores que nacen con una “voz literaria” muy definida. Otros, van buscando su “voz” a lo largo de los primeros libros hasta que, cuando al fin la encuentran, se concentran en ella y la aplican de ahí en adelante a todos los libros que escriben. Y están también los escritores que cambian su manera de escribir de un libro a otro. Yo soy uno de estos últimos. Ya me sentí orgulloso de ser así, ya me llegó a dar rabia. Hoy en día simplemente acepto el hecho de que, para mí, cada historia pide un tono, una sintaxis, un universo de vocabulario y de semántica. En cada nuevo libro debo encontrar una “voz” específica para la historia que quiero contar. La enorme desventaja de ser así radica en el hecho de que todos los libros pasan a ser un desafío que comienza desde el principio. La ventaja es que, a menos que haya engaño, nunca me podrán acusar de ser repetitivo ni de seguir una fórmula. Mis primeros libros son más humorísticos; otros, más dramáticos. En unos, el lenguaje es más escueto y directo; en otros más, la prosa es más libre y sonora. Si hay una característica común a todos ellos, desde mi punto de vista, es el convencimiento de que el trabajo del lenguaje y la preocupación por la trama no son excluyentes sino, al contrario, las dos mitades inseparables de la labor literaria. Mis libros publicados son: • O mistério do leão rampante (El misterio del león rampante, novela, 1995; ganadora del Premio Jabuti y Premio Certas Palavras para Mejor Novela) • A dinâmica das larvas (La dinámica de las larvas, novela, 1996) • Fábulas para o séc. XXI (Fábulas para el siglo XXI, libro infantil, 1998); • Tripé (Tripié, crónicas, textos dramáticos y cuentos, 1999) • Vista do Rio (Vista de Río, novela, 2004) • O fazedor de velhos (El hacedor de viejos, novela para jóvenes, 2008; que ganó el Premio al mejor libro juvenil de la Biblioteca Nacional, Premio Jabuti y Premio de la Fundación Nacional [de Brasil] para el Libro Infantil y Juvenil) • Outra vida (Outra vida, novela, 2009; ganadora del premio Academia Brasileira de Letras como mejor novela)

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Fragmento de Vista de río No pasó mucho tiempo. Virgilio y el instructor dieron los primeros pasos. El triángulo de colores osciló, enorme. Los dos comenzaron al trote y, a poco, a correr, la zancada corta aún, buscando sincronía. Luego, más ancha, ya uno sombra del otro. El horizonte se amplió —respiración—, la altura —galope ahora— y escuché el estrépito en la rampa… Me cubrí la cara cuando Virgilio se proyectó en el aire. Las voces a mi alrededor callaron de pronto. No se entendía qué había pasado. Cuando miré no vi ningún ala en el cielo. Salí corriendo hasta el borde de la rampa y miré hacia abajo. El verdadero espíritu científico preferiría la duda, mas no yo. El viento me pegó en la cara y volví a no ver nada. Entonces, un movimiento invisible en el abismo. Mis ojos se fueron detrás. Ahí estaban: enteros, de milagro. Se pudo sentir cuando agarraron la corriente y se estabilizaron. Durante algún tiempo, boquiabierto, los vi buscar las bolsas de aire caliente. Había resultado. Improbable, pero sucedió. El ala ganó altura. Alivio. O, pensándolo bien, yo era un cobarde, sí. Miré a mi alrededor y nadie se había llevado el mismo susto. Decepcionado conmigo, me senté donde estaba. De lejos, vi los homenajes de los instructores, sus felicitaciones de coreografía aspaventosa, llena de brazos levantados, palmadas estallantes, pulgares danzantes. Detrás de cada volador, surfista, skatista o erudito, todo un cuadro psicopatológico. Ser normal es una vocación difícil, dudosa y muy solitaria. Miré hacia abajo intensamente. Daban ganas de lanzarse. Río de Janeiro, ciudad contra la que me protegí la vida entera. Eso era: protegido contra ella. Sentía aquella tierra hervir. Me correspondería, un poco después, bajar del cerro en carro y buscar a Virgilio en la playa. O sea, entrar al infierno del aire acondicionado encendido. Y, muy importante, respetando el límite de velocidad, acatando las flechas, mirando siempre por el retrovisor, todo correcto. Sin licencia para conducir, pero manejando hecho todo un dominguero senil. De un “buen-niñismo” asqueroso. Mi papá me preguntó una vez cuál de dos máximas latinas preferiría como filosofía de vida: “Aprovecha el día” o “Áurea mediocridad”. Cuando le conté a Virgilio, se derramó en elogios a la manera en que mi padre me educaba. Y cuando le contrapunteé, diciendo que albergaba dudas de si la contradicción explícita en las opciones era realmente obligatoria, me respondió: —Sofisma, machito sensible, sofisma. Tu papá no era Dios para enseñarte eso. Hay quien dice que la vida vale no por lo que se vive, sino por la forma como es vivida. Si así es, una biografía minimalista como la que yo venía construyendo podría ser de una gran profundidad. El sedentario podría tener una trayectoria existencial tan rica como el aventurero, igual el casto como el libertino, el pintor y el ciego, y así sucesivamente. No obstante, aunque me pareciera una bella idea y quisiera aplicarla en la vida, no lograba sentir que fuera real. Para mí era una racionalización atractiva, pero algo falsa. Inclusive usando 36

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—impelido por circunstancias externas e internas— la máscara de persona equilibrada y eminentemente contemplativa, sentía latir una ambición desmedida que me humillaba; una inquietud, un ansia de actuar, de hacer, de construir un futuro lleno: de vida, de experiencias, de permanente y simultánea excelencia artístico-ético-sexual, o sexo-ético-artística o, si todo saliera mal, por lo menos ético-alguna cosa. Ante tanta exigencia, ante tantas limitaciones, cualquier posibilidad de pacificación quedaba, claro está, totalmente alejada. El ala maniobraba tranquila en el espacio. Maniobras anchas. Muy alto, muy lejos, como si no corriese peligro alguno. Comencé a tratar de tranquilizarme, olvidar que había otras personas cerca. Pero era imposible. La angustia creció. Allá abajo, la inmensidad, el mar y el asfalto. Allá arriba, deslizándose, Virgilio. La vida patas arriba, el destino abriéndose y cerrándose, como una boca, la trampa de la gente grande, nihilista, matemática. ¿Y él? Volando, literalmente. Tal vez los giros biográficos o tal vez la suerte general lo hubieran vuelto así de irreverente. Una manera alucinada de ser amoroso, así de solitario, otorgándose el derecho de saltar en corrientes invisibles de aire que subían por las laderas, se arremolinaban y trazaban trayectorias, se agolpaban, se interpenetraban, más lentas y explayadas, o más rápidas y ascendentes, haciendo que el ala cruzara el cielo en un ballet antigravitacional. Virgilio y yo insistíamos en apostar nuestra autoestima en una única fuente de satisfacción: arte. Arte. Arte. Vivíamos el mismo momento, divergiendo totalmente en la forma de enfrentarlo. De modos diferentes, casi opuestos, ninguno de nosotros había demostrado, hasta ese momento, tener el único don indispensable para alcanzar el éxito artístico; o sea, el de componer fingiendo revolucionar. Me di cuenta de que mis quejas respecto al pasado, en el fondo, estaban relacionadas conmigo mismo, en cualquier tiempo. Obstinadas encarnaciones anteriores drenaban mis energías, se entrometían y obstaculizaban el camino a los verdaderos problemas. El destino se abría y se cerraba, cada vez con mayor nitidez. La vida en blanco, en negro maldito, embudo. A lo lejos pasaban unas nubes, lentamente. Desbrozadas por la brisa, se fragmentaban en el espacio. Y, no obstante, seguían adelante. Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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Michel Laub Comencé a escribir relativamente tarde, cumplidos ya los 22 años. Hasta entonces pensaba que iba a ser abogado, pero empecé a cambiar de idea cuando percibí que no tendría una vida como la que retrataban las películas estadounidenses sobre tribunales. O sea: acciones millonarias, grandes enfrentamientos retóricos y persecuciones a delincuentes sin siquiera sudar bajo el traje. Cambié el derecho, donde me formé, por el periodismo, y necesité de cierto tiempo para verme libre del lenguaje de ambos: tanta solemnidad del primero y tanta objetividad del segundo, ambas enemigas de la literatura. De ahí en adelante fue cuestión de organizar otros enemigos, externos e internos, cosa que tal vez sea la esencia del trabajo de un escritor. Mis novelas publicadas son: • Música anterior (Música anterior, 2001) • Longe da água (Lejos del agua, 2004) • O segundo tempo (El segundo tiempo, 2006) • O gato diz adeus (El gato se despide, 2009) • Diário da queda (Diario de la caída, 2011)

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Diario de la caída 1. A mi abuelo no le gustaba hablar del pasado. Lo que no es de extrañar, por lo menos en lo que interesa: el hecho de ser él judío, de haber llegado al Brasil en uno de esos barcos apiñados, ese ganado para quien la historia parece haber terminado a los veinte años, o a los treinta, o los cuarenta, no importa, y le queda apenas una especie de recuerdo que vuelve y puede ser una cárcel aún peor que en las que uno ha estado. 2. En los cuadernos de mi abuelo no hay mención alguna a ese viaje. No sé dónde se embarcó, si consiguió algún documento antes de salir, si tenía dinero o alguna indicación de lo que encontraría en Brasil. No sé cuántos días duró la travesía, si hubo viento o no, si cayó una tempestad de madrugada o si le daba lo mismo que el barco se fuese a pique y terminara él de tan irónica forma, en un torbellino oscuro de hielo y sin oportunidad siquiera de figurar en algún recuerdo aparte de una estadística —un dato que resumiría su biografía, tragándose cualquier referencia al lugar donde fue criado, a la escuela donde estudió y a todos esos detalles acaecidos en el intervalo entre el nacimiento y la edad en que le tatuaron un número en el brazo. 3. A mí tampoco me gustaría hablar de ese tema. Si hay una cosa que el mundo no necesita es escuchar mis consideraciones al respecto. Ya el cine se ha encargado de eso, ya los libros se encargaron de eso, los testigos ya lo narraron con lujo de detalles, y hay sesenta años de reportajes y ensayos y análisis, además de generaciones de historiadores y filósofos y artistas que dedicaron sus vidas a añadir notas de pie de página a ese material, un esfuerzo por renovar una vez más la opinión que tiene el mundo sobre el asunto, la reacción de cualquier persona a la sola mención de la palabra Auschwitz. Así pues, ni por un segundo entretendría la ocurrencia de repetir esas ideas si no fuesen esenciales, en algún punto, para lo que yo pudiera hablar de mi abuelo y, en consecuencia, de mi padre y, en consecuencia, de mí. 4. Meses antes de cumplir mis trece años estudié para hacer el bar-mitzva. Dos veces por semana iba a la casa de un rabino. Éramos seis o siete alumnos y cada uno llevaba a su casa una cinta con fragmentos de la Torá grabados y cantados por él. A la clase siguiente teníamos que saber todo de memoria, y hasta el día de hoy soy capaz de entonar aquel mantra de quince o veinte minutos sin saber el significado de una sola palabra. 5. El rabino vivía del salario de la sinagoga y de la contribución de las familias. Su mujer había muerto y él no tenía hijos. Durante las clases bebía té con endulzante. Poco después de comenzar tomaba a uno de los alumnos, por lo general el que no había estudiado, lo sentaba a su lado y le hablaba con la cara casi pegada a la de él, y lo hacía cantar una y otra vez cada verso y cada sílaba hasta que el alumno fallara por segunda o tercera vez y entonces el rabino daba un golpe en la mesa y amenazaba con no hacer el bar-mitzva de ninguno. 40

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6. El rabino tenía las uñas largas y olía a vinagre. Era el único que hacía esa preparación en la ciudad, y era común que a la hora de salir esperáramos en la cocina mientras él conversaba con nuestros padres y les decía que éramos unos desinteresados e indisciplinados e ignorantes y agresivos y, al final del discurso, les pedía un poco más de dinero. A esa hora era común también que uno de los alumnos, sabedor de que el rabino era diabético, que ya había ido a parar alhospital por eso, que había tenido complicaciones y que una de sus piernas llegó a correr el riesgo de ser amputada, ese alumno se ofrecía a ir por más té y, en vez de endulzante, le ponía azúcar a la taza. 7. Casi todos mis compañeros hicieron el bar-mitzva. La ceremonia se celebraba un sábado por la mañana. El muchacho llevaba un taled y era llamado a rezar junto con los adultos. Luego había un almuerzo o cena, por lo general en un hotel de lujo, y una de las cosas que les gustaba hacer a mis compañeros era untar grasa de zapatos en los pomos de las puertas. Otra era orinar en las cajas de toallas de papel de los baños. Otra más, aunque eso solo sucedió una vez era, a la hora de las felicitaciones —y en ese año era común lanzar al aire al agasajado trece veces, y un grupo lo cuidaba de caerse, cual si fuera una red de bomberos— ese día la red se abrió a la decimotercera caída y el festejado cayó de espaldas al suelo. 8. La fiesta en que sucedió eso no fue en un hotel de lujo sino en un salón de fiestas, un edificio que no tenía ascensor ni portero porque el agasajado de ese día era becado e hijo de un cobrador de autobús que ya había sido visto vendiendo algodón de azúcar en el parque. El festejado no había reprobado ninguna materia, nunca había ido a una fiesta, no había participado en ninguna protesta en la biblioteca ni estaba entre los que le metían un pedazo de carne cruda al bolso de la profesora, y mucho menos le pareció gracioso cuando alguien le dejó una bomba, una papeleta de pólvora debajo del excusado pegada a un cigarrillo encendido hasta estallar. Al caer se lesionó una vértebra, tuvo que quedarse en cama dos meses, usar chaleco ortopédico otros meses más y hacer fisioterapia durante ese tiempo, y todo después de que lo tuvieran que llevar al hospital y de que la fiesta se acabara en una atmósfera general de perplejidad, por lo menos entre los adultos presentes, y uno de los que deberían haber sujetado a ese compañero era yo.

Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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Adriana Lisboa Nací en Río de Janeiro y vivo hace seis años en Boulder, Colorado, en el oeste de Estados Unidos. Es mi segunda autoexpatriación. La primera fue a los 18 años, cuando emigré a Francia. Allá trabajé cantando música brasileña en un bar. Mecanografié montañas de poemas en la máquina de escribir que encontré en el departamento que rentaba en París. Al volver a Río estudié música y literatura, trabajé como profesora de flauta transversal y traductora, fui madre, escribí algunos libros. Tiempo después surgió ese destino improbable, Colorado. Actualmente soy una escritora brasileña que vive fuera de su país y viaja a él una o dos veces al año. Y en Boulder soy una autora local que llegó del exterior y que publica libros en traducción. Es una esquizofrenia saludable: me proporciona una distancia de ambos mundos, como la necesaria para que un cuadro impresionista tenga sentido. Fuera de Brasil, por primera vez escribí seriamente sobre un episodio de la historia del país, la guerrilla del Araguaia, en la novela Azul-corvo (Azul cuervo), en la que también figuran los paisajes de Colorado y Nuevo México. Antes de eso escribí, entre otras cosas, novelas ambientadas en el Río de Janeiro del poeta Manuel Bandeira (Um beijo de colombina, Un beso de Colombina) y en el Japón del poeta Bashô (Rakushisha). Retomé narraciones populares japonesas y africanas para contarlas de nuevo. En total fueron diez libros, desde 1999 hasta ahora: cinco novelas, una colección de cuentos cortos, obras para niños y jóvenes. Esos libros han sido traducidos en doce países. Ganaron algunos premios que me ayudaron a pagar las cuentas a finales de mes, entre los cuales figura el Premio José Saramago por la novela Sinfonia em branco (Sinfonía en blanco). En Boulder escribo al lado de una foto de Miles Davis pidiendo silencio. Trabajo con refugiados en una organización con sede en Denver. Creo en la humildad y en el cuidado. Creo en la atención para rescatar, en el quehacer literario, aquello que la repetición desatenta empañó, así como para apartar los peligros de la subjetividad apasionada en sí misma. Concuerdo con Fernando Pessoa cuando dice que la literatura, como cualquiera otra de las artes, es una confesión de que la vida no basta. Fuera de eso, me levanto temprano. Sufro de alergia en la primavera, y de debilidad por el mazapán. Soy vegetariana estricta, pero no como solamente lechuga. Comparto la casa con Paulo y con tres adolescentes: Gabriel, Mikael (ambos de la especie Homo sapiens sapiens) y Lennon (de la especie Canis lupus familiaris). Las montañas Rocosas son mi patio de atrás. 42

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Š Daniel Mordzinski

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Fragmento de Circo rubião

Una enagua de tul, llegando casi a la rodilla, por encima del maillot blanco, más los cancanes y los zapatos graciosos. La enagua de tul, con un agujero aquí y allí, está salpicada de piedritas translúcidas – tal vez cuando las luces incidan sobre ellas el picadero se transforme en una nueva vía láctea, Dormilona y Polilla pisando en el universo nocturno dándole la vuelta a la obscuridad , distribuyendo estrellas, sacando del vacío el brillo de una infinidad de promesas luminosas. Sólo la nariz no es blanca, naturalmente. Dormilona toma la bola roja en la palma de sus manos y su corazón brinca, vibra, tiembla, salta. Polilla le pinta cuidadosamente el rostro, cubre su frente y las mejillas y la barbilla con el polvo blanco, lo extiende. Polilla tiene la mano más suave ahora ----- es tierna, mano de tul. Pero los últimos días al apretar algo era capaz de partir el mundo por la mitad. Nada de bien o equivocado. Nada de permitidos o prohibidos. Nada de mirar hacia atrás y ensayar el más leve arrepentimiento. Y ahora que lo más difícil ya está hecho, Polilla adquirió una suavidad nueva en la mano. A Dormilona le parece muy bonito su cabello, todo enrulado y arreglado, pesado, pero aún así levitando dos dedos encima de los hombros. Polilla le hizo un rodete al cabello de Dormilona, y por encima le colocó una peluca blanca, de rizos cortos. – Ahora cierra los ojos, – le pide Polilla. Dormilona obedece. Siente levemente el lápiz sobre los párpados del ojo izquierdo, diseñando cuatro gotas largas. Norte, sur, este y oeste. Todas ellas a su disposición, todas ellas ahora al alcance de sus ojos y de sus pies. – ¿Estoy quedando bonita, Polilla? – Linda. Ya estoy casi terminando. Listo. Ahora puedes abrir los ojos. – ¿Por qué me dibujaste un solo ojo?

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– ¿Quieres saber? Estoy improvisando. Lo iba a hacer en los dos, pero quedó lindo así en uno solo. Ahora cierra la boca. Dormilona siente la punta del dedo de Polilla pasando el lápiz labial. – ¿Polilla? – ¿Mmm? – Estoy nerviosa. Delante del espejo viejo, comido por las manchas y quebrado en una orilla, Polilla se yergue, endereza el cuerpo espigado. La lámpara débil cuelga del techo, de la punta de un cable inelegante y chueco. El maillot blanco, que sube hasta lo alto del cuello- modela el cuerpo bonito de Polilla, su cintura fina. De las sisas salen dos brazos pálidos y ligeramente musculosos. Ella coloca las manos sobre los hombros de Dormilona, sentada en el banco de madera, cuyo maillot idéntico pero en tamaño menor cubre un pecho de niña, y de él sus bracitos delgados brotan como dos ramas de un árbol seco. Polilla mira a los ojos a Dormilona, en el reflejo del espejo, y dice, todo va a salir bien. Con eso, arregla la bolita roja sobre la nariz de la niña, ajusta bien el elástico, y después aprieta el cuerpo flacucho con un abrazo. De la peluca blanca se desprende un leve olor a naftalina. Polilla hunde la nariz en los rizos de nailon y aprieta los ojos para contener unas lágrimas inoportunas. Ahora no. Después. Más tarde. Ahora no. – Cuidado para no echar a perder ese maquillaje. Deja que termine de arreglarme que solo tenemos media hora–, dice ella, pero la niña continúa mirando hacia el espejo, hipnotizada, como si aquel fuera el más bello y lujoso camerino del mundo.

Traducción de Maribel Rodríguez Pacheco

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Cíntia Moscovich Me llamo Cíntia Moscovich. Nací hace 54 años en el extremo sur de Brasil, en la ciudad de Porto Alegre. Desciendo de judíos que llegaron a este país desde Europa Oriental huyendo de persecuciones, y que llegaron al Nuevo Mundo alrededor de 1910, con una mano adelante y la otra atrás, como suele decirse. Mi padre decía que nosotros, sus hijos, no teníamos derecho ni a la ignorancia ni a la pereza. Leíamos y estudiábamos mucho; si acaso fuera necesario huir de nuevo, tendríamos en la cabeza todo lo esencial para comenzar otra vez. Creo que fue por eso que nació mi deseo de escribir. Estudié periodismo y letras. Fui profesora de portugués, trabajé en un negocio familiar, hice revisiones de textos, traducciones y otras minucias. Y escribía poemas que, de tan malos, me desagradaban profundamente. Conseguí un cupo en un fabuloso taller de creación literaria y cursé una maestría en teoría literaria. Creo que llegué a entender razonablemente la belleza del cuento, las sutilezas de la prosa y las exigencias de la trama. Abandoné la forma de la poesía para dedicarme a la prosa y, en 1996, lancé mi primer libro de relatos, titulado O reino das cebolas (El reino de las cebollas). Poco después publiqué una novela, Duas iguais (Las dos iguales), que toca el tema de la homosexualidad, y de todo lo que es diferente. Ya que vivir en una familia judía es tan trágico como cómico, y que tener una madre judía es una de las experiencias más radicales que una persona puede experimentar, resolví hacer uso de esa vivencia para escribir la novela Por que sou gorda, mamãe? (Mamá, ¿por qué soy gorda?), que se lanzó en 2006, y que habla de la gordura, claro, pero también de otras penas morales menos nobles. Ese libro tuvo mucho éxito, y hasta llegaron a clasificarlo erróneamente como de autoayuda. Hace que la gente se ría. En total he escrito siete libros individuales, y mis textos forman parte de más de 25 antologías en Brasil y en el extranjero. Mis obras se han traducido en Italia, Estados Unidos, Portugal, España, Argentina y Suecia. Además de escribir y de colaborar con periódicos de todo el país, fui directora del Instituto Estatal del Libro, editora literaria del periódico Zero Hora y hoy en día dirijo un taller de creación literaria. Llevo 29 años casada (y todavía me impresiona que sea tanto). Vivimos en una casa en la que cultivo varias especies de plantas. En esa casa viven también los gatos Zilá, Zulú, Coco e Jóia. Pero son Pipoca y Colombina, mis adorables perros, los que me dejan fascinada con tanto amor.

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Fragmento de Mamá, ¿por qué soy gorda? Prólogo Este es el comienzo doloroso y persistente de la nueva etapa de mi vida. Que comienza allí, un poco más adelante, en el punto final de este prólogo. Después, trato de purificar la memoria a través de la invención. Pero sólo después de aquel punto final. Porque mi oficio es exclusivamente escribir, lo cual significa error tras error, hay un libro por escribirse. Usarme como materia de ficción: ahí reside la única forma de saber lo que fui, porque debo saber lo que fui para el nuevo comienzo. Poco importa que logre o no exhumar la verdad de esa masa pretérita. Importa mucho menos que el libro sea bueno. Lo que importa es saber: en el paso del tiempo, lo blanco y lo límpido del bien y de la verdad se van matizando hasta convertirse en la mancha cenicienta y opaca e informe de lo que no significa absoluta y rigurosamente nada.

Veintidós kilos. Lo dijo el médico, porque yo me había subido de espaldas a la báscula. De espaldas para no ser testigo, en cifras tan materiales, de lo que mi cuerpo ya venía anunciando escandalosamente. Veintidós kilos equivalen a ciento diez barras de mantequilla; o a cuarenta y cuatro brochetas de carne asada. Lo dijo el médico. Peso que aumentó en cuatro años, dijo también el médico recorriendo mi antigua ficha clínica. Después de medir la presión arterial —doce ocho— le hallo aún menos gracia al juego: el de los porqués. ¿Por qué engordaste tanto? ¿Por qué comiste tanto? ¿Por qué tienes tanta hambre? Agotador persistir en ese juego. Nos absolví a ambos con la mentira piadosa: los dos sabíamos que yo había hecho todo mal.

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Mentí por la paz. Toda mi vida, por lo menos desde la adolescencia, desde que logré salir de ese talle enviciado y bovino en que se había amoldado mi cuerpo, he tenido pavor de volver a lo que era. Cada bocado que llevo a la boca es —era— analizado con frialdad y cálculo; cada mordisco, un blanco de reflexión y juzgamiento: los excesos se castigan con remordimientos de culpa. Para que veintidós kilos se hubieran podido añadir a mis poco más de un metro y cincuenta tuvo que pasar mucha agua debajo del puente. Agua y puente que no vi —hubo una laguna de cuatro años en que mi cuerpo y mi conciencia se divorciaron y, durante la cual, la boca abierta mantuvo los ojos cerrados. Ricardo, marido celoso y atento, decía que yo me había puesto más llena y fuerte, pero que eso no tenía mucha importancia. ¿No la tenía? Por pudor y recelo no pude revelarle al médico ese reconocimiento de mi propia ausencia. Tampoco le hablé de la plácida generosidad de mi marido. El médico concordó en firmar un armisticio. Pero la paz entre nosotros sólo vendría si yo perdiera el equivalente a las barras de mantequilla o a las dichosas brochetas de carne asada. Nada de carbohidratos, de dulces, de grasas, de comidas a deshoras. Fibras y proteínas: yo tenía que apostarles a las fibras y a las proteínas. Y hacer una comida libre por semana —solo una. Además de pedir una montaña de exámenes, me prometió una vigilancia cerrada, el retorno al peso y su verificación. Otra cosita: —Usted no está gorda. Cierto, mi estado no era transitorio, mi gordura nunca fue un episodio aislado en mi vida, yo lo sabía, no hacía falta que siguiera. Pero siguió: —Vamos a hacer que sus células adiposas se marchiten— pidió mi atención con la pluma en el aire: —Sé que parece injusto, pero la naturaleza es así. Usted es gorda. Otra vez, de nuevo.

Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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Paula Parisot Me resulta muy desagradable escribir mi biografía de forma íntima y coloquial. No me siento a gusto hablando de mi intimidad. Es una peculiaridad de carácter y sensibilidad que espero que todos entiendan. Quiero que lean mis libros, aprecien mis dibujos y asistan a mis performances, en los que, a decir verdad, está todo lo que quiero decir sobre mí, sobre los demás, sobre el mundo. Por eso decidí hacer una breve presentación: nací en Río de Janeiro. Estudié diseño industrial en la Pontificia Universidad Católica de esa ciudad. Fui becaria de la New School University en Nueva York, donde cursé una maestría en bellas artes. Soy autora del libro de cuentos A dama da solidão (La dama de la soledad, Companhia das Letras, 2007), finalista del Premio Jabuti, traducido al inglés y al español, publicado en México por Cal y Arena. Publiqué, además, la novela Gonzos e parafusos (Goznes y tornillos, Leya, 2010), que saldrá en México también bajo ese sello en 2013. Y realicé un performance inspirado en esta última novela, que duró siete días y seis noches. Mi más reciente novela, Partir, será lanzada en Brasil a principios de 2013, ilustrada por mí. Mis cuentos han sido traducidos y publicados en otros países. Actualmente vivo en São Paulo, con mi marido y dos hijos pequeños.

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Š Richard Haber

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Cuento El último día del año

El treinta y uno de diciembre era siempre un día muy feliz para João Paulo. Las calles estaban llenas de vendedores ambulantes, y el olor de la brocheta y queso a las brasas eran como un perfume para su nariz. Se podía sentir que aquel fin de año sería aún mejor que el anterior. La bolsa de plástico negro que João Paulo cargaba sobre la espalda estaba casi llena, sólo cabrían unas cuatro latas más. Sin tener necesidad de buscar, como normalmente lo hacía en el transcurso del año, aplastó una lata con el pie, comprimiéndola al máximo, pues, entre más plana quedara, mayor cantidad de latas podría poner dentro de la bolsa. Inmediatamente, pisoteó otras tres. Anudó la bolsa, se la puso en la espalda y caminó hasta la playa, donde lo esperaba su hijo Daniel, de ocho años. En la arena, no muy lejos de donde estaba Daniel, un grupo de candomblé cantaba al son de tambores alrededor de flores y veladoras encendidas. João Paulo llegó y Daniel ayudó a su padre a acomodar la bolsa de traía en la espalda junto con las otras que estaban amarradas sobre el carretón que João Paulo acababa de comprar. Tanto el padre como el hijo estaban orgullosos de la adquisición. Habían mandado a hacer el carrito de mano a la medida, en una fabricucha cerca de su casa. El carretón tenía un armazón de hierro cubierto por una plancha de madera y dos llantas del número trece. La plancha tenía tres metros de largo por cincuenta centímetros de ancho, y el carretón podía cargar hasta quinientos kilos. Debajo del armazón de hierro, cerca de las llantas, João Paulo instaló una cesta donde llevaba algunos objetos personales y comida. Antes de regresar para recoger más latas, João Paulo tomó una bolsa de basura vacía y dijo, mucho ojo, Daniel, este lugar está lleno de maleantes. No te preocupes, respondió el niño. Ese es mi muchacho, le contestó el padre. Mientras caminaba en dirección a la multitud, João Paulo se sintió orgulloso, estaba dándole un buen ejemplo a su hijo: trabajaba, era un hombre honrado. No pedía limosna, como muchos de esos holgazanes que andan por las calles mendigando. Prefería morir a humillarse pidiendo limosna. Las calles y las banquetas estaban repletas de latas de cerveza, principalmente, aunque había algunas de refresco. El suelo también estaba lleno de botellas y de papeles, pero éstos no le importaban. Qué maravilla, pensó João Paulo, había muchísimas latas, miles de ellas esparcidas por el asfalto. Le dieron ganas de abrazar y besar a aquellos hombres y mujeres vestidos de blanco, que bebían haciendo un escándalo y arrojando las latas al suelo. Pensó, que gente más alegre son los brasileños. Y aún no habían dado las doce. Le preguntó a un policía, ¿qué horas son, oficial? Faltaban diez para las doce.

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Aunque no había terminado de llenar la bolsa, João Paulo corrió para estar cerca e su hijo. Daniel, le dijo, dentro de poco vas a ver algo que nunca has visto. La gente comenzó a gritar, diez, nueve, ocho, siete, seis… Entonces un estruendo retumbo en el cielo, que se iluminó. La multitud festejaba, se abrazaba, hacía estallar botellas de champaña, abría latas de cerveza, se rociaban chorros de bebidas unos sobre los otros gritando, ¡feliz año nuevo! João Paulo abrazó a su hijo y le dio un beso. Se quedaron de pie mirando, fascinados, maravillados, las cascadas de luces de colores que explotaban en el cielo. En aquel momento se olvidaron de las latas, de la madre enferma, se olvidaron de todo. Al terminar el espectáculo pirotécnico, el padre dijo, voy a recoger más latas, cuida nuestras cosas, muchacho. Las personas, borrachas, cantaban y bailaban, era tanta gente que a João Paulo le era difícil recoger las latas en el suelo. Más de una vez, al agacharse a recoger una, lo empujaron o tropezaron con él. A veces hasta le pisaban las manos. Sin embargo, no se molestaba. Lo único que lo irritaba era cuando, después de aplastar una lata, alguien pasaba y la pateaba lejos de él o, peor, cuando le arrancaban sus chanclas. Eso lo sacaba de quicio, pues sin ellas no podía trabajar, tenía los pies hinchados. El escenario donde se iba a dar el espectáculo ya estaba iluminado. Una masa de personas se aglomeraba alrededor ocupando la arena de la playa. Los músicos fueron recibidos a gritos cuando un sonido muy fuerte, sincopado, empezó a salir de las bocinas. Los grupos de cantantes y sus respectivos músicos se turnaron durante toda la noche. El espectáculo acabó hasta el amanecer. João Paulo continuaba recogiendo latas, llenando bolsas y llevándoselas a Daniel. La playa se iba vaciando poco a poco. A João Paulo le dolían las piernas y los pies, pero no desfallecía, todavía había muchas latas por recoger. Cuando regresó con la última bolsa, vio que su hijo dormía acostado en la arena serio, sacudiendo al niño, ¿no te dije que estuvieras atento? El hijo despertó asustado y pidió disculpas. Cuando lleguemos a casa, dijo João Paulo, vas a poder descansar. Sólo falta amarrar todo con esa cuerda y nos vamos. Amarraron las bolsas y João Paulo le dijo a su hijo que se subiera al carretón y se acostara. Daniel se durmió casi inmediatamente. João Paulo tuvo ganas de cantar, pero no recordó la letra de ninguna canción. Entonces empezó a silbar, mientras jalaba el carretón.

Traducción de Rodolfo Mata y Regina Crespo

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Margarida Patriota Soy carioca, es decir, nací en Río de Janeiro, ciudad de belleza incomparable, con muchos problemas por resolver y que, como todos saben, sedeará las Olimpiadas de 2016. Soy carioca desarraigada, ya que viví durante largos periodos en Ginebra, San Francisco, El Salvador, Nueva York y Vancouver, antes de establecerme en Brasilia, trabajar como profesora en la Universidad de Brasilia y comandar el programa Autores y Libros de la Radio Senado (www.senado.gov.br/radio), que bajo mi dirección acaba de completar quince años. Tengo 26 libros publicados. Algunos son ensayos: Vanguarda do conceito ao texto (Ed. Itatiaia), Modernidade e vanguarda nas artes (Ed. Plano), Explicando a literatura no Brasil (Ed. Ediouro). Otros se destinan al público juvenil: Sai da frente que aí vem gente (Ed. FTD), Nas tramas da emoção (Ed.FTD), Tem encanto no quintal (Ed. FTD), Sobre os rios que vão (Ed.Dimensão),Uma voz do outro mundo (Ed. Dimensão), A equipe do Olho Aberto (Ed. Formato), Meu pai vive de arte (Ed.Atual). Para adultos de espíritu joven exploro los bastidores de Brasilia, ciudad de peculiar estilo urbano arquitectónico que abriga los más promisorios gobiernos, en la novela Brasilia é uma festa (Ed. Projecto). En cuanto a los premios literarios gané ocho, seis concurriendo bajo seudónimo, como en el caso de João de Barro de Literatura Juvenil, que obtuve gracias a la decisión de un jurado de especialistas combinado con uno de adolescentes. Además de carioca viajada, y residente en Brasilia, soy de las que celebran la emancipación femenina en el siglo XX. En ese contexto pude casarme, divorciarme, recasarme, enviudar, casarme de nuevo, sin ser quemada viva. La verdad es que no someto al mundo una frase escrita, sin que mi marido, lexicólogo, la lea y la revise antes. Me parece un lujo pertenecer a una cultura en la que puedo caminar por las calles (en las ciudades donde las hay) mostrando la cara y el pelo. La discusión sobre el papel femenino y masculino en la sociedad es un tema latente en Brasil y en el mundo, y continuará siendo objeto de debate mientras haya humanidad. Me gusta encarar esa disputa con humor, lo que hago dirigiendo al público de lectores inimputables en A guerra das sabidas contra os atletas vagais (Ed. Saraiva) y Conspiraciones de la aurora (Ed.7Letras); y, para el segmento obligado a pagar impuestos, en Elas por elas (Ed.7Letras), de donde extraje el cuento “Sueño de gloria”, que divulgo en la actual Feria.

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Cuento Sueño de gloria Consagrado en la historia urbana del país, mi amor es el autor de una ladera formidable, allá donde todo era chato, liso, sin relieve. Ahora, con el Resort Ladera, acabó la monotonía. Quedó un sueño. Obra maestra de ingeniería. Mi amor proyectó una ladera formidable que jamás la memoria extirpará de la historia del país, ni que un tsunami invada la meseta continental del hemisferio occidental. La ladera, a propósito, será declarada patrimonio de la humanidad, así lo esperan, a cualquier instante, en las altas esferas mundiales. Hoy, en la tierra nuestra, tenemos apenas la inauguración oficial, primeros homenajes y honores básicos al gran ingeniero de los declives, como ha sido llamado mi amor. En cuanto a mí, no piensen que me quedo a atrás, premiada como fui por la total obra literaria. Soy la reina del día. Y mi día llegó en un óptimo día. En una mañana de cielo esplendido, mi amor y yo somos celebrados juntos. De manos dadas por decir así, lo que baratea costos oficiales. Se inaugura, finalmente, con cierta pompa, la ladera artificial ideada por él y que tal vez sea la mayor del mundo. La ceremonia comienza con desfile de escolares uniformados. Luego le siguen himno y discursos para el público, desde las autoridades segregadas por cuerdas al pueblo amontonado en la plaza. Pantallas proyectan la imagen del Ministro de las Edificaciones hablando sobre los beneficios que las laderas traen a la salud física y psicológica de la nación. De cómo en la elevación el hombre se realiza y, con él, en un segundo plano, la mujer. De cómo descender es fácil, subir, difícil. De cuantos intentan subir y no consiguen. De cómo la fuerza necesaria para la escalada montañosa no es apenas moral. Depende bastante de no haber estado hambriento por tres días. De como en un morro el ser humano se enaltece con la altura. De cuantos descendiendo laderas, al final se hacen pedazos y, hechos pedazos, no suben más. Y, no subiendo, tampoco descienden, y no descendiendo… Bueno, divagando el primer discurso, aunque ni tan largo así, termina diciendo que las sociedades capitalistas necesitan aprender a administrar la caída, sin despedazarse. A continuación, habla el Gobernador-General. De como el desafío de construir el monte artificial del Resort Ladera resultó del esfuerzo conjunto y el empeño del equipo de mil novecientos peones. De cuantas toneladas de tierra se importaron de Siberia para la obra. Cuantos técnicos participaron en ella. Cuanto dinero se gastó. Cuanto turismo se ganó con el declive que hoy supera la mayor rampa de esquí, no sólo de Argentina, sino de toda América Latina. Compongo la selecta comitiva en la tribuna presidencial, codo con codo entre grandezas diversas y sus respectivas esposas, una de las cuales ve el espectáculo quejándose de migrañas, mientras otra llora conmovida. Las demás comentan que ya pidieron a los órganos competentes reservas de los mejores terrenos en los alrededores del Resort.

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Nada como vivir un espectáculo cívico desde lo alto de un palco. En mi caso particular, ser reverenciada por intelectuales de acerbo espíritu crítico. En el caso de mi amor, por ingenieros de acérrimo espíritu pragmático reacios a intelectualismos. No es el primer matrimonio en el que los opuestos se atraen. E incluso, en mi caso, recibir invitación para visitar con los gastos cubiertos Alemania, Francia, Cuba, como ocurre con escritores del tercer mundo que sacuden la nata del pensamiento actual con nuevos aportes y visiones, ejerciendo el papel pionero de retratar la realidad en el ciclo de su afirmación global con una escritura de admirable impresionismo lúdico. ¿Si tengo un personal blog? Todavía no. ¡Quién soy yo! Respondo a los periodistas que me entrevistan. ¡Mi impresionismo es tan sencillo, tan poco merecedor de elogios! Excepto, tal vez, por haberse forjado con dificultad, a pesar de todos los que intentaron embargar durante años los talentos de mi contundente realismo. Pero dejémonos de lamentaciones, lo que pasó, pasó. Llegó el momento en que mi amor y yo tendremos la planta de nuestros pies grabada en la calzada del Memorial de las Celebridades. Bajamos de la tribuna por la escalera central, celosamente resguardada por los Dragones de la Independencia. Conmovida al extremo, intento conciliar, durante la marcha, la preocupación de no tropezar con el cuidado de sonreír simpática a los que ovacionan. Allá estamos, mi amor yo, en la calzada de los famosos. Dos sacos de cemento, amarrados con cintas verdes, aguardan junto a un balde amarillo conteniendo agua. Entre el balde y el cemento un peón albino de uniforme azul hace un saludo militar. Tambores repican, como anunciando un salto mortal de ardua ejecución. Al cementar nuestros zapatos, el peón informa con calma de santo canonizado: ¿No fueron avisados? Serán serán recubiertos por una mezcla metálica y allí quedarán moldados para alegría de futuros pasantes. Regresamos descalzos a la tribuna, aplaudidos por nuestra simplicidad. Quien siempre da, siempre recibe, vocifera el Presidente antes de encerrar el evento en honor al Resort Ladera, de autoría de mi amor, así como en honor a mi obra, que aunque no haya leído, recomienda que se lea. Aprovecha para comunicar a los presentes que la zapatería Delpié, de propiedad de su hijo, regalará a los que acaban de perder sus zapatos por el bien público, chancletas de las más sofisticadas de la industria nacional. La compensación anunciada hace que mi despertar sea menos doloroso.

Traducción de Rennier Barrios

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Luiz Ruffato En el escritorio de mi oficina en São Paulo hay un portarretratos. En él, una fotografía opaca que registra una extraña composición: en primer plano un niño, con ojos semicerrados, tristes y asustados, vistiendo una camisa corta de franela, short desaliñado, chancletas sucias. Sobre sus hombros huesudos se posan dos manos femeninas. Al lado, parte de una pernera de pantalón y una barriga, que se adivina en breve prominente, indican la existencia de un hombre (el marido de las manos femeninas, tal vez). Asentada sobre el brazo de la mujer hay otra mano. Por la posición de las sombras se deduce que era de tarde, y por las ropas, al final del invierno. Así está la foto sobre la mesa: el niño de cuerpo entero, pero los otros tres personajes son imposibles de identificar. Les falta el rostro, página en blanco en la cual se imprime nuestra individualidad, nuestra singularidad, nuestra historia, en fin. Todo mi esfuerzo como escritor ha pretendido tratar de recomponer esa imagen. Al niño, lo identifico, soy yo, a los cinco o seis años, en Cataguases, mi ciudad natal, en el centro de Brasil. ¿Pero quiénes eran los otros tres personajes que, en una tarde de invierno para siempre perdida, se inmovilizaron para la mirada cariñosa de alguien detrás de la cámara fotográfica? ¿Cómo se llamarán? ¿De dónde venían, dónde estarán ahora, qué hicieron con su vida? El niño creció, publicó ocho novelas y dos libros de poemas, lo han traducido en siete países y sus libros han acumulado premios. Pero las manos femeninas que se posan sobre sus hombros flacos, la barriga masculina que se adivina en breve prominente y la mano izquierda (femenina también) que se asientan sobre el brazo de la mujer se hunden en el polvo de la memoria… Actualmente me paso los días tratando de reconstruir la historia de esos personajes, inventándoles nombres, dibujándoles rostros, estableciéndoles trayectorias con la ilusión de que, así, estaré contribuyendo a que en algún lugar alguien los recuerde y festeje su paso por la Tierra.

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Recuerdos Estaba en el baño meando cuando el timbre estridente del teléfono me estremeció haciéndome orinar fuera de la taza. Ni siquiera imaginaba que siguiera vivo, perro amarrado a la pared. Mientras sonaba el aullido en la sala (amplias ventanas cubiertas de mayo), ya recuperado, avistaba por el batiente las paredes tristes de un edificio que un día fue rojo, o mejor, partes de estas. Desde donde me permitían el ángulo y la luz, una mujer bailaba para alguien que debía de observarla desde un sillón. Abajo, un adolescente entraba en combustión: brazos negros tocaban un armazón acordeonado en el primer piso; una bola desinflada rodaba desgajada hacia las manos de un niño, adornado arquero. El corredor estaba en silencio. En el closet del primer cuarto, pokemones pegados a las puertas, taquetes de plástico embutidos en los agujeros de paredes que habían sostenido animalitos de peluche hermanados a libros infantiles, natas de polvo asentadas sobre la duela del piso. Cerrando los ojos, pasos del niño que un día hubo ahí. ¿Yo quería? La punta del zapato amasó la colilla del Carlton contra el guardaescobas blanco del segundo cuarto. La luz de otoño moría en el ventanal, sepultada por plásticos autoadhesivos: el escudo de un colegio, calcomanías de estaciones de radio, de algunos CD; garabateados en marcador Pilot azul lemas sin sentido inglés ni portugués, tribales. Vencidas, las puertas del closet (¿demasiados golpes?) En la pared descascarada, agujeros (¿de cuchillo? ¿de tijera? ¿de uñas?), garabatos de pluma Bic, cuenta de días encarcelados, prisioneros, solitarios. De repente, de la sala, otra vez gemidos, el teléfono. Lentos, los pies me empujan, me inclino sobre la copa de los árboles, allá afuera la ciudad, sus ruidos, sus olores, su prisa. Octavo piso, el frente hacia la avenida; el celador, orgulloso. ¿Y los vecinos? Decentes, todos muy decentes… el timbre martillándome el oído. Decentes, muy muy decentes. ¿Y los antiguos inquilinos? Ah, buenos inquilinos… tenía que ver: buenos, ¡muy buenos ciertamente! Una pena… que se hubieran ido… ¡una lástima! Tras la inspección a la cocina, al área de servicio, el teléfono se calla. Ciertamente, un buen departamento. Ciento veinte metros cuadrados, doctor, dijo, claramente impresionado con mi corbata vino tinto, seda italiana. ¿Puedo… subir? ¿Echar un vistazo? Es su casa, doctor, es su casa, pasándome el manojo de llaves. Entré, tranqué la puerta, rasgué el silencio de los espacios abriendo la ventana trabada de la sala, me aflojé el nudo de la corbata, colgué el saco color café en el basculante de la cocina, me remangué la camisa blanca y dejé vagar mis piernas en pánico por la geometría de la duela empolvada. Con cuidado, para no ensuciar el pantalón color café del terno, me estiré en un rectángulo del suelo, al lado del aparato y, resignado, esperé, la ceniza del cigarrillo amarilleándome los dedos. Al alcanzar la brasa el filtro despertó el timbre. —Aló— contesté, la calmada curiosidad. Del otro lado alguien se asustó, de verdad. Unos segundos y una voz estrábica surgió, no creyendo: —¿Aló? —Aló— dije. —¿Quién… quién está ahí? —Yo— respondí. —Soy yo… no te preocupes… Entonces, abisalmente inmersa ¿Aló? ¿Aló? me ponía de castigo, un cuartito oscuro, sacos de abono, 60

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azadas, azadones, carretillas, tabaco suelto entrelazado en los cabrios, yo era toda miedo, piernas zancudas de niña trémula, la claridad penetraba por los rombos de la pared, del techo, y agujereaba el piso de tierra removida, ¿Papá? ¿Papá? sentía que todos se acercaban, él vendría a salvarme, vendría, una niña, las tinieblas —¿Quién está ahí? ¿Quién…? —¿Por qué estabas llamando acá? —¿Qué estás haciendo ahí? Con una larga llama encendí otro cigarro, el juego, LOS, dedos la soledad de las manos frías de mi padre sumergidas en la larga noche de la nicotina Arriba, un radio encendido —¿Todavía estás ahí? —Sí. —¿Qué hacías ahí? —No sé…quería conocer tu departamento… —¿Por qué hiciste eso, por qué? —No sé, ya te dije… Tal vez… para saber más… no sé. —Estás loco, Dios mío, ¡loco! El problema es que yo me acordaba de todo. —El problema… el problema es que yo me acuerdo de todo… —¿De todo? ¿De qué? —De todo… de todo… —Estás loco, Dios mío, ¡loco! La tarde —gasolina quemada de los miles de tubos de escape que cruzan la avenida— se insinuaba en la sala donde, en la ventana, aspiraba yo un cigarro, el humo enredándose en el cable del teléfono, que lo arrastraba hasta allí. Un rayo de luz mordisqueaba la ventana inmunda: ¡Un loco! —¿Todavía estás ahí? Echado de bruces, el televisor encendido, un juego de futbol, “ella” me saca las espinillas de la espalda. ¿En qué momento las cosas dejaron de suceder? Soñé tanto con ese día… Desperdigadas, colillas aplastadas, larvas de fuego. El aparato todo tirado por la sala, gato mañoso a la espera de caricias. En la cabeza, conectada al televisor, latas de cerveza, “ella” caza hilos blancos. Los abate cuando los encuentra. Cierto hecho, el pasado despertó la madrugada: del seno de mi madre (veía nublado su rostro distante) al letargo que sacó de cuajo mi cabeza la noche anterior. El sudor frío me mareó la cabeza. Yo era, yo soy, un cuerpo encharcado de recuerdos. Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl 61

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Š Andrea Marques

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Carola Saavedra Comencé la vida en tránsito en un avión, sobrevolando la cordillera de los Andes. Es mi primer recuerdo, como si mi vida hubiese comenzado allí. Tenía tres años de edad y me iba con mi familia a vivir al Brasil. De los primeros años en Chile no quedó nada, sólo una memoria que sería después cultivada por mis padres, el idioma, la música, algunas historias de familia. Crecí en Brasil, más específicamente en Río de Janeiro. Fui al colegio, a la universidad. Soy una escritora brasileña. Escribo en portugués. Nunca quise escribir en otro idioma. Siempre quise ser escritora. Desde niña fui una lectora apasionada. Si no fuera escritora, sería infeliz. A los 20 años viajé a Alemania para hacer una maestría y terminé quedándome mucho más del tiempo planeado. Viví, en total, diez años en Europa, ocho en Alemania (en diversas ciudades), uno en Madrid y uno en París. Pasé diez años en tránsito. En Berlín escribí Toda terça (Todos los martes), mi primera novela. El protagonista, Javier, era un latinoamericano en Fráncfort. La escritura en sí era una isla de portugués en medio de una vida en alemán. Mi personaje se perdía en un mundo que le resultaba extranjero y, al mismo tiempo, no lograba volver a casa. A los 35 años volví a Brasil, a Río de Janeiro, donde vivo hasta hoy. En total he publicado cuatro libros: un libro de cuentos (Do lado de fora), (Del lado de afuera) y tres novelas Toda terça, (Todos los martes); Flores azuis, (Flores azules), y Paisaje con dromedario, (Paisaje con dromedario), además de cuentos en diversas antologías. Por las dos últimas novelas gané premios y menciones. Me interesa un texto que cuente una historia, pero que no se agote allí. Me interesa una literatura que se piense a sí misma, que trabaje con la estructura, con el formato. Eso es lo que pretendo alcanzar. Mis libros comenzaron a ser traducidos: al inglés, al francés, al alemán. La revista inglesa Granta hizo una selección de los mejores escritores brasileños jóvenes, y figuro en ella. Actualmente estudio un doctorado, tengo una columna sobre literatura en un periódico (Rascunho), participo en eventos literarios, dicto talleres de creación literaria y trabajo en una nueva novela. La literatura está en todo lo que me rodea: en mi trabajo, en mi calle, en las paredes de mi sala de estar, en mi mirada a los demás y a mí misma. Escribir es esa manera (así sea efímera y arbitraria) de darle sentido a lo que no tiene ninguno. Y para quien pasó la mayor parte de su vida en tránsito, es también una forma de llegar a casa.

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Fragmento de Paisaje con dromedario Grabación 2 Voces, personas conversando a lo lejos. Ayer te escribí una postal, la compré el otro día en una tienda turística. La tierra volcánica, el mar y, muy cerca del mar, un pequeño lago, el agua rojiza, me imagino que debido a la tierra. Todavía no la mandé, ni creo que la mande. Me pasa siempre, compro tarjetas, escribo y no las mando. Termino tirándolas. Podría haberlas guardado, una carpeta con todas las postales que no mandé, las palabras que no dije. Que nadie leyó. Podría usarlas para algún trabajo. Con el título Itinerario secreto, o algo así, las postales dispuestas en un inmenso móvil en constante movimiento, distorsionando la cronología, como si todo fuera un único viaje, un único paseo que se extendiera en el tiempo. ¿Qué te parece? (pausa) Tú vas a decir que no es suficiente. Es verdad. Tal vez no lo sea. Hoy vine por primera vez a la parte de la costa donde los turistas pasean. Eso es curioso, las personas salen de vacaciones, gastan tiempo, dinero, y eligen un lugar donde puedan comer las mismas cosas de siempre, oír el mismo idioma. De nuevo, solo un paisaje de postal. A veces, ni siquiera un paisaje. Pero quizás esa sea la única posibilidad. La comunicación es siempre imposible. Por más que nos esforcemos y condenemos con fervor los prejuicios y dominemos el idioma, por más que lleguemos sonrientes y comamos sin preguntar qué hay en el plato, y sonriamos con satisfacción, y nos cubramos con las mismas telas, e imitemos los gestos minuciosamente. Por más que tratemos de adaptarnos y ser iguales, nunca vamos a ser iguales, siempre habrá algo que nos delate, un gesto, una mirada. Recuerdo un viaje que hice con Karen, el único que hicimos juntas sin ti. Pasé la semana entera de pésimo humor, quejándome de todo. Me sentía frustrada. Me molestaba no hablar el idioma, ser incapaz de comprender las cosas más simples, hasta de pedir un vaso de agua. Me sentía infantil, dependiente. En cambio Karen miraba todo con entusiasmo. Esa forma tan suya. Quería verlo todo, conocer todos los lugares. Andaba con una guía pesadísima debajo del brazo. Hacía recorridos interminables de puntos turísticos para visitar, restaurantes imprescindibles, ferias artesanales, espectáculos de danzas típicas. Curiosamente, no le importaba mi mal humor, al contrario, estaba de acuerdo con todo lo que yo decía. Por más absurdo que fuera. Karen jamás estaría abiertamente en desacuerdo conmigo, con nosotros. Tal vez por miedo, tal vez sólo por el deseo de agradar, o de convencernos de que éramos nosotros los que decidíamos las cosas. Oye, oye el andar de los turistas.

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Ruido de pasos, sonido del mar, de olas que rompen en el muelle, olas de marea alta. Voces, partes de conversación en inglés, de vez en cuando una frase en español. Risas. Muy a lo lejos, ruido de motor de algún automóvil. Viento fuerte. ¿Oíste? Cierra los ojos y oye, ¿puedes darte cuenta? Hay en este sonido algo específico, que solo podría existir aquí. Un momento irrecuperable. (Pausa) Se me acaba de ocurrir una idea. (la voz se vuelve ansiosa) Voy de ciudad en ciudad grabando los sonidos, siempre a la misma hora del día, dos de la tarde, por ejemplo. Dos de la tarde en Nueva York, dos de la tarde en Berlín, dos de la tarde en Buenos Aires. En la exposición, creo para cada ciudad una sala totalmente oscura, y el visitante entra tanteando; dentro, solo el sonido. ¿Qué te parece? (pausa) Sí, vas a decir que no es suficiente, o que alguien ya lo hizo. No importa lo que se haga, siempre hay alguien que ya lo pensó y lo hizo y acabó con nuestra idea. Y lo peor, cuanto más tiempo pasa, más aumenta más la probabilidad de que alguien haya pensado o hecho lo mismo. ¿Habrá existido una hora cero, el instante en que todo era nuevo, en que todo estaba todavía por hacerse? Cuando nos esperaban todas las posibilidades. ¿Habrá existido un inicio, un comienzo de los comienzos? Pero quizás no, quizás nuestra existencia, nuestra historia ya se haya iniciado así, en movimiento, esta circularidad, repitiendo siempre las mismas cosas. No importa. Es posible crear pequeñas variaciones. Puedo incluir una larga explicación, o un cartelito, Nueva York, dos de la tarde, Berlín, dos de la tarde. O un folleto explicativo, otras formas de la ciudad, una ciudad desconocida. O podría agregar a cada sala, a cada ciudad, los latidos del corazón, de la respiración del espectador. Él como un nuevo instrumento en la sinfonía, la sensación desagradable del propio corazón. Puedo ponerle el título de Viaje o Viajero, ¿qué te parece? La incomodidad de estar presente en esa vuelta al mundo. Voy a comenzar ahora, si acerco el micrófono a mi pecho, los latidos, ¿puedes oírlos? Ruido del micrófono en contacto con la ropa. Me parece que no se pueden oír. Necesitaría un amplificador. Ahí está. Trabajaría con un amplificador dentro de la sala de la exposición, así no solo los latidos del corazón, sino los movimientos del espectador, cualquier movimiento, serían captados, amplificados e integrados al ruido de la ciudad. Como si él estuviera allí. El ritmo de sus pasos, movimientos repentinos, una caída, un salto. Incluso los detalles, un susurro, un rechazo. Y cada momento sería único, cada ciudad viviría una constelación de instantes inesperada y efímera. Que no se reproduciría nunca más. ¿Qué te parece? Diálogo en inglés. Ruido de pasos que se alejan. Traducción de Julia Maciel

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Tatiana Salem Levy Nací en Lisboa en 1979 durante el exilio de mis padres, quienes habían luchado contra la dictadura en Brasil. Hasta los nueve meses viví en una calle llamada Transversal de la Fábrica de Peines. Volví a Brasil cuando entró en vigor la ley de amnistía y, desde entonces, vivo en Río de Janeiro, con una que otra escapadita. Desde muy pronto supe que quería ser escritora, pero al mismo tiempo vacilé entre muchas profesiones. Acabé escogiendo la carrera de letras y fue la ruta académica que seguí hasta el posdoctorado. Pero la verdad es que a la mitad del camino ya sabía que no quería dictar clase, y decidí afrontar el desafío que me había planteado mi tutora: presentar una novela como tesis. Fue así que surgió A Chave de Casa (La llave de casa), narración en la que pretendía borrar los límites entre la realidad y la ficción, entre autor y narrador, a partir de la historia de mi familia: judíos expulsados de Portugal durante la época de la Inquisición, que huyeron a Turquía y, siglos después, emigraron a Brasil. Recibí duras críticas por haber escrito una novela en lugar de una tesis, pero el reconocimiento me llegó casi dos años después con el Premio São Paulo de Literatura para la mejor primera novela, en 2008. A esas alturas empecé a subsistir ya sólo de la literatura; no solamente de los libros, claro, sino también de conferencias, artículos para periódicos, talleres literarios y abandoné la universidad de una buena vez. Hay días en que la echo de menos; sobre todo extraño ser estudiante, pero no cambio mi libertad por nada. Viajo mucho gracias a lo que escribo, y esos viajes terminan por convertirse en material de escritura. Hay escritores, como Borges, que ven el mundo desde su propia habitación. Hay otros que deben viajar a los lugares, vivir las experiencias, para luego escribir. Hago parte de este último grupo. Mi primera novela está ambientada en Río de Janeiro, en Turquía y en Portugal. La segunda, Dois rios (Dos ríos), sucede en Ilha Grande, París y Córcega. La tercera, que estoy escribiendo actualmente, en Maranhão, un estado del nordeste de Brasil. Viajar y escribir tienen mucho en común: son un aterrizaje en lo desconocido y, después, el gesto lento y fascinante de ir descubriendo las cosas para darles nombre. Aunque soy muy ansiosa, a la hora de escribir tengo una relación completamente diferente con el tiempo. Escribir, para mí, es experimentar el paso de las horas, no tener prisa, estirar los días. Por eso, me gusta mucho aislarme en lugares tranquilos, la playa o el campo, para trabajar. Entre esos aislamientos y mi casa de Río escribí mi primer libro infantil, Curupira Pirapora.

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Fragmento de La llave de Esmirna Escribo atada de manos. En la concreción inmóvil de mi habitación, de donde hace mucho tiempo que no salgo. Escribo sin poder escribir, y por eso escribo. Por lo demás, no sabría qué hacer con este cuerpo que, desde su llegada al mundo, no es capaz de salir de donde está. Porque yo ya nací vieja, en una silla de ruedas, con las piernas tullidas, los brazos resecos. Nací con olor a tierra húmeda, el aliento de tiempos remotos sobre mis espaldas. Por extraño que pueda parecer, la verdad es que nací con un pie en la tumba. No hablo de apariencia física, sino de un peso que cargo a mis espaldas, un peso que me endurece los hombros y me tuerce el cuello, que me deja días enteros —a veces uno o dos meses— con la cabeza en el mismo sitio. Un peso que no es del todo mío, pues ya nací con él. Como si cada vez que digo yo estuviese diciendo nosotros. Nunca hablo sola, hablo siempre acompañada de ese soplo que me persigue desde el primer día. Un soplo que me paraliza. Una especie de carga. Pesada. Más que eso: basta, cimentada, capaz de quitarme toda posibilidad de movimiento, atando unas articulaciones a otras, pegando todos los espacios vacíos de mi cuerpo. Tampoco es que sea una persona triste. No se trata de ser o no ser feliz, sino de una herencia que traigo conmigo y de la cual me quiero librar. Aunque para ello tenga que correr riesgos sin fin, aunque para ello tenga que deshacerme de todo lo que he construido hasta hoy, de todo lo que creía que era mi vida. Estoy en un punto en el que necesito cambiar el rumbo del barco, porque si no, caeré cautiva de la mirada de Medusa y me convertiré en piedra, lanzada al mar. Sin embargo, las palabras aún me rehúyen, la historia aún no existe. Mientras los músculos pesan y permanecen, el sentido se desvanece. ¿Quién sabe si poco a poco, cuando consiga dar los primeros pasos, cuando consiga liberarme de la carga, no conseguiré también dar nombre a las cosas? Y por eso, sólo por eso escribo. [No te imaginas el alivio que acabo de sentir. ¿Cuánto tiempo hace que estás tirada en esa cama, inamovible? ¿Cuánto tiempo hace que te vengo pidiendo que te levantes?] No losé, desconozco la respuesta. Puede ser una semana, un mes, un año o incluso una vida. A veces me siento como un bloque de cemento, a veces como una nube diluida, ni siquiera percibo mi forma, mis contornos. Quiero salir de donde estoy, pero aún

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dudo si es ésa la mejor elección. [No te desanimes. Al principio de una partida, no hay elecciones mejores ni peores, sólo hay elecciones. Es pronto para juzgar.] Pero ¿y si me equivoco? ¿Y si me hundo todavía más en este pozo de imprecisión e incertidumbre? ¿Qué garantía tengo de que no tropezaré conmigo misma? [No te puedo garantizar nada. Sólo puedo prometer una cosa: arriésgate, y estaré siempre dispuesta a tenderte la mano.] Para escribir esta historia, tengo que salir de donde estoy, hacer un largo viaje por lugares que no conozco, tierras por donde nunca he pisado. Un viaje de vuelta, aunque no haya salido de ningún lugar. No sé si conseguiré realizarlo, si algún día saldré de mi propio cuarto, pero la urgencia existe. Mi cuerpo ya no soporta tanto peso: me he convertido en un cascarón pétreo. Tengo el rostro abatido, ojeras mucho más viejas que yo. Tengo las mejillas colgando, oyen la llamada de la tierra. Mis dientes casi no pueden masticar. Siento una incomodidad telúrica, como si la gravedad actuara con más intensidad sobre mí, tirando dos veces de mi cuerpo hacia abajo. No tengo ni la menor idea de lo que me espera en este camino que he elegido. Del mismo modo, tampoco sé si hago lo correcto. Mucho menos si existe alguna lógica, alguna explicación admisible para semejante empresa. Pero voy en busca de un sentido, de un nombre, de un cuerpo. Y por eso haré ese viaje de vuelta, para ver si no me los he dejado perdidos por ahí, en algún lugar desconocido. Sin levantarme, agarro la cajita de la mesilla de noche. Dentro de ella, entre polvo, tiques viejos, monedas y pendientes, descansa la llave que me dejó mi abuelo. Toma, me dijo, ésta es la llave de la casa en donde vivía, en Turquía. Lo miré con cara de incomprensión. Ahora, acostada en la cama con la llave entre las manos, sola, sigo sin entender. ¿Y qué voy a hacer con ella? Tú sabrás, me respondió, como si no tuviera nada que ver con ello. La gente envejece y, con el miedo a la muerte, pasan a los demás aquello que deberían haber hecho pero que, por motivos diversos, no hicieron. Y ahora me toca a mí inventarme un destino para esta llave, si es que no quiero pasársela a otro.

Traducción de Carlos Acevedo

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Š Leo Aversa

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Edney Silvestre Nací en un periodo extraño del Brasil del siglo XX: democrático, con elecciones directas, libertad de prensa, una búsqueda del sentido de nacionalidad e intensa producción cultural. Todo se vino abajo cuando, en mi adolescencia, los militares se tomaron el poder en 1964. A ese periodo le siguieron 24 años de dictadura, censura, recorte de libertades y apoyo a otras dictaduras en países vecinos, como Chile, Uruguay y Argentina. Soy de esa generación. Lo que escribo es reflejo de ella, de lo que vivimos, de lo que hicimos, de lo que morimos, de lo que no fue posible hacer, de lo que estamos intentando construir. Mi primera novela, Se eu fechar os olhos agora (Si cerrara los ojos ahora), muestra el Brasil anterior a la dictadura militar, en el cual dos niños de doce años descubren la perversa estructura de poder que acabará llevando al golpe de Estado de 1964. Esto sucede cuando los muchachos, Paulo y Eduardo, tratan de descubrir, ingenuamente, al asesino de una mujer que fue mutilada y muerta salvajemente y luego encontrada por ellos a la orilla de un lago. El escenario que usé es el mismo de mi infancia y adolescencia: una decadente ciudad del interior, antiguo centro de producción de café en la época del imperio de Brasil, en el siglo XIX. Entre las alegrías que este libro me trajo están dos de los premios más importantes de mi país: el Jabuti a la mejor novela de 2010, que otorga la Cámara Brasileña del Libro-CBL, y el Premio São Paulo de Literatura a la mejor novela de autor nuevo, entregado por la Secretaría de Cultura. Desde entonces, esta novela ha sido publicada en Portugal, en Holanda y Serbia. En 2013 aparecerá en Gran Bretaña, Italia y Francia. Mi segunda y más reciente novela, A felicidade é fácil (La felicidad es fácil), lanzada en noviembre del año pasado, cuenta la historia del secuestro de un niño en la época del turbulento gobierno de Fernando Collor de Melho, el primer presidente elegido por voto directo después de la dictadura, que acabó siendo destituido mediante una revocatoria del mandato, acusado de corrupción y abuso de poder. La trama, basada en un hecho real, sucede en menos de 24 horas, con algunos flashbacks, y muestra las conexiones entre los actos criminales perpetrados por políticos brasileños y por exagentes policiales de las dictaduras de Argentina, Brasil y Uruguay. Los derechos de traducción ya han sido vendidos para Francia y Gran Bretaña. 71

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Fragmento de La felicidad es fácil

Encendió el radio y oyó la misma noticia que llenaba los diarios desde comienzos de mes, cada vez más enriquecida de detalles: el dictador de Irak había invadido a Kuwait. Con 60 mil soldados, Saddam Hussein se había apoderado de la quinta parte de todas las reservas mundiales de petróleo. Cambió de estación, pero acabó por desistir y apagar el aparato, más que harto de la misma cantilena, la recesión suscitada por la confiscación de todos los depósitos, incluso los de ahorros, de más de 50 mil cruzeiros perpetrada por el gobierno de Collor de Melho. Detestaba la política, lo irritaban los comentaristas, no encontraba nada de música, no había ningún partido de futbol a esa hora. Prefirió el silencio. Unas cuadras más arriba giró a la derecha, en la calle Joaquim Antunes, y entró en un barrio de calles arboladas y casas de razonable elegancia, cuya construcción se dio en una de las primeras oleadas de desarrollo urbanístico que en la segunda década del siglo XX desplazaron a los paulistanos solventes a lo que fuera un valle en la Zona Oeste de la capital. Las calles estaban tranquilas, sin gente por las banquetas. Sus moradores sólo se desplazaban en automóvil. La agitación de los vehículos de afuera, que huían de los embotellamientos de la hora pico, no comenzaría sino más tarde. Siguió despacio, rodeando con cuidado las glorietas para que la delicada suspensión del automóvil de fabricación alemana no fuera a inclinarse demasiado e incomodara la concentración del niño, a quien él volvía a mirar por el retrovisor. Por un instante, sin darse cuenta, lo envidió. La felicidad es fácil: basta una hoja de papel y una caja de lápices de colores, pensó, casi en el mismo instante en que la primera bala lo alcanzó. El ojo y la mente entrenados registraron de inmediato: un hombre encapuchado, grande, con un chaquetón oscuro, apuntándole a él y disparando un revólver Magnum de cañón largo con la mano izquierda, saliendo de la camioneta negra que acababa de bloquearle el paso al Mercedes-Benz, dos automóviles más pequeños evitando toda posibilidad de fuga por detrás, un sedán negro detrás de estos, otros encapuchados saliendo de los carros pequeños corriendo todos en dirección suya, uno, dos, tres, cuatro, cinco hombres empuñando armas, revólveres y pistolas, nada de mayor alcance. ¿Qué pretenden,

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qué quieren?, se preguntó, con el hombro derecho ardiéndole por la bala que lo había atravesado, irguiendo el tronco y girando el cuerpo hacia el asiento donde el niño había parado de dibujar y lo miraba con curiosidad e incomprensión, mientras le gritaba al niño, sin recordar que no oía nada, que se agachara, que se tirara al piso del carro, al mismo tiempo que ve a los hombres encapuchados aproximándose, sólo uno de los encapuchados dispara en su dirección, el que tiene la Mágnum plateada de cañón largo en la mano izquierda, el sujeto grandulón que salió de la camioneta negra, debe de ser él, tiene que ser él, pero el niño no se mueve y el Mayor no lo alcanza, sintiendo el impacto de otra bala, esta vez en el hombro izquierdo, debe de ser un tirador de élite que no pretende matarlo, si no, ya le hubiera disparado a la cabeza, tiene puntería y vista para eso, razona, empujando el cuerpo pero sólo consiguiendo alcanzar la mochila verde y negra adornada con animalitos de caricaturas, al mismo tiempo que dos de los encapuchados abren las puertas traseras del Mercedes-Benz y él recula hacia el asiento de adelante, quiere sacar la pistola Glock semiautomática que mantiene guardada en la parte de atrás del cinturón, maldiciéndose por no haber hecho eso antes de intentar salvar al niño primero, pero el encapuchado del chaquetón oscuro ya está a su lado disparando tres veces seguidas la Mágnum 3.57 al cuello y la nuca. Los encapuchados de los carros pequeños tiran del niño hacia fuera, tiene la cabeza cubierta con una bolsa, lo entregan al conductor de la camioneta oscura, quien lo carga hasta ella y lo mete al baúl. El grandulón de la Mágnum 3.57 de cañón largo tira sobre el cuerpo inerte de Major una hoja de papel tieso en la que están escritos dos largos números. Una flecha, trazada con marcador, apunta desde la primera fila de algoritmos hacia la segunda. Con el mismo marcador, del otro lado, está anotada la frase “Tenemos a su hijo”. El sedán negro, especialmente adaptado para parapléjicos, y los dos carros pequeños dan reversa y salen por la calle por donde llegaron cuarenta y dos segundos antes, tomando rumbos diferentes en la glorieta. La camioneta, con sus ocupantes de vuelta, se aleja por la calle del frente. Después el coche azul, grande, alemán, es el único en la calle desierta. Hay lápices de colores a su lado, desperdigados por el asfalto.

Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl

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Cristovão Tezza Cristovão Tezza nació en Lages, estado de Santa Catarina, en el sur de Brasil, en 1952. Tras la muerte de su padre, en 1959, la familia se trasladó a Curitiba, capital del estado de Paraná, donde vive hasta hoy. Entre 1968 y 1974 tomó parte en una comunidad alternativa de teatro popular viajando por Brasil. Pasó el año 1975 en Portugal, donde escribió su primer libro, A cidade inventada (La ciudad inventada). Para sobrevivir trabajó una temporada en Alemania lavando platos. Al regresar a Brasil, en 1976, se resistió a entrar a la universidad temiendo que la academia pudiera “destruir su literatura”. Al disolverse la comunidad de teatro llegó a abrir un taller de relojería (Cinco en Punto) que duró poco. Se casó al año siguiente con Elizabeth, con quien vive aún hoy, y al fin ingresó a la carrera de letras. En 1984 se convirtió en profesor del Departamento de Lingüística de la Universidad Federal del Paraná. Su novela Trapo, de 1988, atrajo la atención de la crítica hacia su obra. En los diez años siguientes publicó las novelas Juliano Pavollini, Aventuras provisórias (Aventuras provisionales), A suavidade do vento (La suavidad del viento), O fantasma da infancia (El fantasma de la infancia) y Umanoiteem Curitiba (Una noche en Curitiba), un conjunto de obras que lo llevó a constituirse en uno de los más importantes escritores de su generación. Sus historias, ambientadas en el mundo de la clase media brasileña, están inmersas en la soledad moral de personajes que se debaten entre la grandeza de sus sueños y la estrechez del día a día. En 1998 recibió el Premio Machado de Assis de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, con Breve espaço entre cor e sombra (Breve espacio entre color y sombra), novela que tiene como trasfondo las artes plásticas. En 2004 publicó O fotógrafo (El fotógrafo), que recibió el Premio Bravo!, y el de la Academia Brasileña de Letras a la mejor obra de ficción del año. La publicación de O filho eterno (El hijo eterno), en 2007, tuvo un impacto inédito en Brasil. Al transformar en novela su experiencia como padre de un niño con síndrome Down, el libro ganó los premios más importantes en su país, y ya fue traducido en diez naciones, incluido México. Recibió el Premio Charles Brisset en Francia y fue finalista del IMPAC-Dublín de ficción publicada en lengua inglesa. El éxito del libro acabó por cambiar la vida de Cristovão Tezza, quien renunció a la universidad para dedicarse exclusivamente a la escritura. En 2010 publicó una novela Um erro emocional (Un error emocional), y al año siguiente el libro de cuentos Beatriz. En julio de 2012 lanzó O espírito da prosa (El espíritu de la prosa), una autobiografía literaria, en la cual traza un panorama de su generación y de su formación como escritor.

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Fragmento de El hijo eterno En la ventanilla de maternidad, la señorita, gentil, pide un cheque de depósito, y las cosas pasan demasiado rápido, porque alguien se está llevando a su mujer a lo lejos, sí, sí, la placenta se rompió, escucha, mientras resuelve los trámites – y otra vez le cuesta trabajo llenar el espacio de la profesión, llega a decir “quien tiene una profesión es mi mujer. Yo” – y todavía le da tiempo de agregar algo, la mujer también, pero los afectos se transforman, a los ojos ajenos, en solemnidad – al parecer, una cosa más importante está ocurriendo, una especie de teatro se delinea en el aire, somos muy delicados para el nacimiento y es necesario disfrazar todos los peligros de esta vida, como si alguien (la imagen es absurda) estuviese conduciendo a su mujer a la muerte y hubiese en ello una completa normalidad. Le vuelve el horror que siente ante los hospitales, los edificios públicos, las instituciones solemnes, ante columnatas, vestíbulos, ventanillas, bóvedas, filas, ante su granítica estupidez – la gramática de la burocracia se repite también ahí, que es un espacio pequeño y privado. Dicen algo que él no oye, y en la espera, pierde la noción del tiempo – ¿qué horas son? Muy noche. Ahora está solo en un corredor al lado de una rampa vacía y frente a dos puertas batientes, con un vidrio circular en el centro de cada hoja, por donde a veces se asoma pero no ve nada. Él no piensa en nada, pero si pensase, tal vez diría: estoy como siempre estuve – solo. Encendió un cigarro, feliz: y eso es bueno. Dio un trago al whisky que sacó del bolsillo, viviendo su pequeño teatro. Hasta ahora, las cosas van bien – él no pensaba en su hijo, pensaba en sí mismo, y eso incluía la totalidad de su vida, mujer, hijo, literatura, futuro. Él sabe que de hecho no ha escrito nada realmente bueno. Montones de malos poemas, desde los 13 años hasta el mes pasado: El hijo de la primavera. La poesía le desbarranca sin piedad hacia el kitch, arrastrándolo por los cabellos, pero es necesario decir algo sobre lo que está pasando, y él no sabe exactamente qué está pasando. Tiene una vaga sensación de que las cosas van a salir bien, porque son fruto del deseo; y quien está al margen, se arriesga – o estaría encajado en la subida del sistema, toda esa mierda, él casi declama, y da otro trago de whisky y enciende otro cigarro. A los 28 años no ha acabado todavía la carrera de letras, que desprecia, bebe mucho, da risotadas prolongadas e inconvenientes, lee caóticamente y escribe textos que atiborran el cajón. Un gancho atávico todavía lo aferra a la nostalgia de una comunidad teatral, que frecuenta una vez por año, en una prolongada dependencia del gurú de la infancia, una contorsión interminable e irresoluble para ajustar el reloj de hoy a la fantasmagoría de un

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tiempo acabado. Hijo retardatario de los años 70, impregnado de la soberbia de la periferia de la periferia, va olfateando intuitivamente alguna salida. Es difícil renacer, él dirá, algunos años después, con la cabeza más fría. Mientras tanto, da clases particulares de redacción y revisa, aplicado, tesis y disertaciones de maestría sobre cualquier tema. La gramática es una abstracción que lo acepta todo. Desistió de ser relojero o la profesión lo renunció a él, un dinosaurio medieval. Si al menos tuviera el beneficio del comercio, atrás de un mostrador. Pero no, escogió componer relojes, la fascinación infantil por los mecanismos y la delicadeza inútil del trabajo manual. Las cosas se acomodan. Un cartel publicitario, y él se ríe de la paradoja: como si el simple hecho de tener un hijo significara la inmolación definitiva al sistema, pero eso no es necesariamente malo, siempre y cuando estemos “enteros”, seamos “auténticos”, “verdaderos” – todavía disfrutaba de esas palabras altisonantes para su uso personal, la mitología de los poderes de la pureza natural contra los dragones del artificio. Él ya comienza a desconfiar de esas totalidades retóricas, pero le falta valor para romper con ellas – de hecho, nunca se ha librado completamente de ese imaginario que, en el fondo de su alma, significaba mantener un pie atrás, atento, en todos los momentos de la vida, para que no lo devorara el violento e inagotable poder del lugar común y de la impersonalidad. Era necesario que la “verdad” escapara de la retórica y se transformara en inquietud permanente, una breve utopía, un brillo en los ojos. Como ahora: y él dio otro trago a la bebida, rozando el terreno de la euforia. Él quería crear la solemnidad de aquel momento, una solemnidad para uso particular, íntimo, intransferible. Como el director de una pieza de teatro que indica al actor los puntos de la escena: siéntete así; muévete hacia allá; sonríe. Ve como sacas el cigarro de la cajetilla, sentado solo en este banco azul, mientras esperas la llegada de tu hijo. Cruza las piernas. Piensa: un hijo es la idea de un hijo; una mujer es la idea de una mujer. A veces las cosas coinciden con la idea que nos formamos de ellas; a veces no. Casi siempre no, pero entonces el tiempo ya pasó, y nos ocupamos de cosas nuevas, que se acomodan en otra familia de ideas.

Traducción de María Teresa Atrián Pineda

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To read a country is to know it. This is the proposal of the Guadalajara International Book Fair to welcome this year 18 narrators from Brazil, gathered in a fresco that seeks to account for the diversity and strength of contemporary Brazilian literature. Considered a giant in the publishing industry, Brazil is often unknown in literary terms. Since 2001, when Brazil was the country guest of honor of FIL, there had not been such an important representation of its literature in the literary program of FIL Guadalajara, considered number one in the Spanish-speaking world. To read to Brazil, this year FIL proposes a selection of authors who for the most part will be their first time in Guadalajara: Marçal Aquino, João Carrascoza, Bernardo Carvalho, João Paulo Cuenca, Ferréz, Daniel Galera, Milton Hatoum, Rodrigo Lacerda, Michel Laub, Adriana Lisboa, Cíntia Moscovich, Paula Parisot, Margarida Patriota, Luiz Ruffato, Carola Saavedra, Tatiana Salem Levy, Edney Silvestre and Cristovão Tezza. The men and women who make up this mosaic have in common an unquestionable literary quality. The group was selected considering the recommendations of a broad and diverse group of literature lovers from Brazil and Mexico: authors, publishers, literary critics, journalists, booksellers, literary agents, readers in Spanish and Portuguese. We have organized four tables where visitors to the Fair will be able to meet this group of authors, who also will join FIL’s literary program, visit high schools, present their innovations, and participate in the Pleasure of Reading Galas and the Latinoamérica Viva tables to help bridge the gap between Brazilian literature and the rest of Latin America. Since 2011, the Brazilian government decided to bet on the internationalization of its literature, and created one of the most important funds for the translation from Portuguese into other languages. The Brazilian presence at FIL Guadalajara is a part of this effort to make Brazil’s literature present in the most important publishing platforms around the globe. Coincidentally, in 2012, works by Ferréz, João Cuenca, Cristovão Tezza and Luiz Ruffato will be published for the first time in Mexico. The presence of Brazil in Guadalajara is possible thanks to the collaboration of FIL Guadalajara, the Fundação Biblioteca Nacional (related to the Ministry of Culture of Brazil), the Ministry of Foreign Affairs of Brazil, the Brazilian Embassy in Mexico and the Brazilian Chamber of Books. We see this effort as a first step towards a lengthy exchange each year that will strengthen our ties with Brazil and bring Brazilian literature to everyone visiting FIL. 80

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Ler um país é conhecê-lo. Essa é a proposta que neste ano a Feira Internacional do Livro de Guadalajara faz ao receber 18 narradores brasileiros, reunidos num mosaico que busca dar a conhecer a diversidade e o vigor das letras brasileiras da atualidade. Considerado um gigante da indústria editorial, o Brasil geralmente é uma incógnita em termos literários. Desde que em 2001 foi o país convidado de honra da FIL, não houve outra apresentação tão importante da sua literatura como a que se fará durante este ano na FIL Guadalajara, a maior feira de livros do mundo em espanhol. Para ler o Brasil, neste ano a FIL propõe uma seleção de autores que em sua maioria serão escutados por primeira vez em Guadalajara: Marçal Aquino, João Carrascoza, Bernardo Carvalho, João Paulo Cuenca, Ferréz, Daniel Galera, Milton Hatoum, Rodrigo Lacerda, Michel Laub, Adriana Lisboa, Cíntia Moscovich, Paula Parisot, Margarida Patriota, Luiz Ruffato, Carola Saavedra, Tatiana Salem Levy, Edney Silvestre e Cristovão Tezza. Os homens e mulheres que integram este mosaico estão unidos por uma inquestionável qualidade literária. O grupo foi selecionado levando em consideração as recomendações de um conjunto amplo e diverso de brasileiros e mexicanos amantes da literatura: autores, editores, críticos literários, jornalistas, livreiros, agentes literários, leitores em espanhol e em português. Foram organizadas quatro mesas onde os assistentes à Feira poderão conhecer este grupo de autores. Além de fazer parte do programa literário da FIL, eles também visitarão escolas de ensino médio superior, apresentarão suas novidades, participarão das Galas do Prazer da Leitura e das mesas de Viva América Latina, para contribuir a inaugurar uma ponte entre as letras brasileiras e os outros países do continente americano. Desde 2011 o governo brasileiro decidiu apostar pela internacionalização das suas letras e para isso criou um dos fundos mais importantes para a tradução do português a outras línguas. A presença brasileira na FIL Guadalajara se incorpora neste esforço do Brasil por fazer que sua literatura esteja presente nas plataformas editoriais mais importantes do globo. Coincidentemente, neste ano de 2012 serão editadas pela primeira vez no México obras de Ferréz, João Cuenca, Cristovão Tezza e Luiz Ruffato. Neste projeto participam, junto com a FIL Guadalajara, a Fundação Biblioteca Nacional, vinculada ao Ministério de Cultura do Brasil, o Ministério de Relações Exteriores do Brasil, a Embaixada do Brasil no México e a Câmara Brasileira do Livro. Desejamos que a sua chegada seja o primeiro passo para um longo intercâmbio que permita que cada ano mais, na FIL, a conexão com o Brasil se reforce e haja literatura brasileira para todos. 81

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MARÇAL AQUINO

Marçal Aquino was born in 1958, on a hacienda in the state of São Paulo, where he lived until the age of six. There he came into contact with the first stories, through the conversations of employees and laborers who reached his ears. Television had not yet come to that place and the evening entertainment was produced with the stories that everyone had to tell, that were usually stories involving ghosts or heroic deeds, and, of course, were not necessarily true. These stories always ended being modified and embellished after each repetition according to the skills of those who told them. There, the desire to tell stories grew in Marçal. All that remained was to define the form of expression. In his youth, the writer, who always liked to draw, flirted first with comics. However, there was a time when books finally conquered him. Writing became what he really wanted in life. Marçal worked some years in journalism, which he considers to be just another way of storytelling. The experience in São Paulo as a police reporter allowed him to come into contact with the human fauna that later would be present in his work. Up until today it is on the streets of the city where the writer every day meets his characters, and fragments of stories that subsequently serves as a starting point for his books and for writing scripts for film and television.

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Nascido em 1958 numa fazenda do interior de São Paulo, onde permaneceu até os seis anos, Marçal Aquino tomou contato com as primeiras narrativas através das conversas que ouviu dos empregados e peões. A televisão ainda não havia chegado ao lugar e o entretenimento noturno era garantido pelas histórias que todos tinham para contar – em geral, relatos envolvendo fantasmas ou feitos heróicos, que, é claro, não eram necessariamente verdadeiros. Histórias que acabavam sempre modificadas e aprimoradas a cada repetição, de acordo com a habilidade de quem narrava. Ali, nasceu em Marçal o desejo de contar histórias. Faltava definir apenas a forma de expressão. Na juventude, o escritor, que sempre gostou de desenhar, primeiro flertou com as histórias em quadrinhos. Houve um momento, porém, que os livros o conquistaram em definitivo. Escrever passou a ser tudo que ele queria na vida. Marçal trabalhou alguns anos com o jornalismo, que ele considera apenas uma outra forma de contar histórias. A experiência como repórter policial em São Paulo permitiu que ele tomasse contato com uma fauna humana que, mais tarde, estaria presente na sua literatura. Até hoje, é nas ruas da cidade que o escritor se encontra todos os dias com seus personagens e com fragmentos de narrativas, que, não raro, servirão de ponto de partida para seus livros e também para os roteiros que escreve para cinema e televisão. Ficção publicada • As fomes de setembro (contos, 1991) • Miss Danúbio (contos, 1994) • O amor e outros objetos pontiagudos (contos, 1999) • Faroestes (contos, 2001) • O invasor (novela, 2002) • Cabeça a prêmio (novela, 2003) • Famílias terrivelmente felizes (antologia de contos, 2003) • Eu receberia as piores notícias dos seus lindos lábios (romance, 2005)

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JOÃO CARRASCOZA

I was born in a small town in the state of São Paulo, Brazil. There, people lived very close to each other (which still happens), and things were very handy (and still are). So I got used to seeing each other quietly. And looking at them without the lens of expectation, sometimes, the appeared in fullness. I think I became a writer by looking at people and things slowly. A short story, for me, is always an attempt to bring the reader to see the world as if it were the first time. Open the “eyes of his eyes”, as the poet E.E.Cummings wrote. That is why I write short stories, looking to surprise the characters in moments of rapprochement or distancing in which, without the need for words, they say it all. By hiding, they are revealed. It is no coincidence that a collection of stories taken from my first books, true token of my literary career, received the title of O volume do silêncio (Volume of Silence). Thus, everyday life interests me, relationships, the conflict generated in intimate situations, the small things that limit the boundaries between people or lengthen it (and give them new outlines). Dias raros (Strange Days), A vida naquela hora (Life at that Time) and Amores mínimos (Minimal Loves) are some of the books that exemplify these obsessions. Along side of the works for adults, I have also written for children, because they are constantly living their history and forming before our eyes. Aprendiz de inventor (Inventor Apprentice), O menino que furou o céu (The Child who Pierced the Sky) and O prendedor de sonhos (The Gripper of Dreams) are some of those stories for children and young people. I was also copy in advertising for 20 years and for the same period have been teaching advertising at the University of São Paulo, where I studied a doctorate in communication sciences. It may seem odd that precisely a professor of communications is the author of works of incommunication. But that’s another story.

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Nasci numa pequena cidade brasileira, no interior do Estado de São Paulo. Lá, as pessoas viviam (e ainda vivem) próximas, e as coisas estavam (e continuam) bem à mão. Assim, habituei-me a ver, tanto umas quanto outras, demoradamente. E olhando-as sem a lente da expectativa, elas, por vezes, acabam se mostrando inteiras. Creio que me tornei escritor justo por mirar as pessoas e as coisas devagar. Uma narrativa breve, para mim, é sempre a tentativa de levar o leitor a ver o mundo com um olhar de primeira vez. Abrir os “olhos de seus olhos”, como escreveu o poeta E. E. Cummings. Assim, escrevo histórias curtas, buscando flagrar os personagens em instantes de aproximação ou distanciamento, nos quais, mesmo sem se valer de palavras, eles dizem tudo. E, mesmo se ocultando, revelam-se. Não por acaso, uma coletânea de contos selecionados de meus primeiros livros, fiel amostra de meu percurso literário, recebeu o nome de O volume do silêncio. Interessa-me, portanto, a vida cotidiana, os relacionamentos afetivos, o conflito gerado em situações íntimas, as coisas pequenas que limitam as fronteiras das pessoas (e lhes dão contornos próprios) ou as alargam. Dias raros, A vida naquela hora e Amores mínimos são alguns de meus livros que tematizam essas obsessões. Além de obras para adultos, também escrevo para crianças – já que elas estão, o tempo todo, vivendo a sua história, e se fazendo, diante dos nossos olhos. Aprendiz de inventor, O menino que furou o céu e O prendedor de sonhos são algumas dessas narrativas infantojuvenis. Também fui redator de propaganda durante duas décadas e, pelo mesmo tempo, venho ensinando publicidade na Universidade de São Paulo, onde fiz mestrado e doutorado em Ciências da Comunicação. Pode parecer estranho que justamente um professor de comunicação seja autor de uma obra na qual a incomunicabilidade fale alto. Mas esta é outra história e, estou seguro, ela não conta muito aqui.

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BERNARDO CARVALHO

(September 5, 1960) Towards my late teens, when I finally had the money to make a short film in 16 mm, I wanted to be a filmmaker. But it was enough to shoot 24 hours straight and sleep the next 48, from sheer exhaustion, to understand that I was born for literature. It is not easy to praise failure when one has been successful without sounding selfish, as a marketing strategist by denial. However, for me literature was the result of a failure. That’s what I take. For years I wrote dozens of beginnings of novels that I always abandoned at the end of the first paragraph. And it was only during one of the many crises that hit Brazil before the current economic euphoria, after the newspaper for which I worked as a correspondent in New York fired me due to budget cuts, that I decided to choose eleven of these abandoned beginnings and turn them into stories. That is how I wrote my first book. Soon came others, generally very short novels, as novels should not be today. I still do not understand when they say, in laudatory tone, that there is a clear evolution from what I wrote at the time. When I reread those books that I wrote for a few readers, I am sure that I would write everyone in the same way as they were published, if they weren’t already written, as if I hadn’t learned anything with them. I would do it all again. With the greatest of pleasure. A friend told me the other day that that is what they call mid-life crisis.

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Até o final da adolescência, quando consegui finalmente juntar dinheiro para fazer um curta-metragem em 16mm, eu quis ser cineasta. Mas bastou filmar 24 horas seguidas e dormir as 48 seguintes, de exaustão, para entender que tinha nascido para a literatura.Onde só se fala em sucesso, fica difícil fazer o elogio do fracassosem soar calculista, estrategista de marketing por denegação. Mas, para mim,a literatura foi resultado de um fracasso. Foi o que me restou. Durante anos, escrevi dezenas de inícios de romances que eu sempre abandonavano final do primeiro parágrafo. E foisó numa das inúmeras crises que se abateram sobre o Brasil antes da atual euforia econômica, depois deo jornal para o qual eu trabalhava como correspondente em Nova York me demitir por contenção de gastos, que aproveitei para selecionar onze desses inícios de romances abandonados e transformá-los em contos. Foi assim que escrevi meu primeiro livro. Em seguida, vieram outros, em geral romances muito curtos, como não devem ser os romances hoje. Continuo sem entender quando dizem, em tom de elogio, que houve uma evolução no que escrevi desde então. Quando releio esses livros, mesmo os que escrevi para poucos leitores, tenho certeza de que os escreveria de novo, todos, do mesmo jeito como foram escritos, se não tivessem sido escritos -- como se eu não tivesse aprendido nada com eles. Faria tudo de novo. Com o maior prazer. Um amigo me disse outro dia que a isso dão o nome de crise da meia-idade. Livros publicados pela Companhia das Letras: • Aberração (contos, 1993) • Onze (romance, 1995) • Os Bêbados e os Sonâmbulos (romance, 1996) • Teatro (romance, 1998) • As Iniciais (romance, 1999) • Medo de Sade (novela, 2000) • Nove Noites (romance, 2002) • Mongólia (romance, 2003) • O Sol se Põe em São Paulo (romance, 2006) • O Filho da Mãe (romance, 2009) E pela PubliFolha: • O Mundo Fora dos Eixos (ensaio, crítica e ficções curtas, 2005)

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JOÃO PAULO CUENCA

The first thing you need to know about me is that I am incapable of writing a biography in a conversational tone to promote my presence in FIL, as the organizers request. But, fortunately, so far I have managed to write other things. I have published three novels: Corpo presente (Body Present, 2003), O dia Mastroianni (Mastroianni Day, 2007) and O único final feliz para uma história de amor é um acidente (The Only Happy Ending to a Love Story Is an Accident, 2010). This year I published an anthology entitled A última madrugada (The Last Morning, 2012), a collection of weekly chronicles printed in several Brazilian newspapers between 2003 and 2010. The rights to my books have been bought in Portugal, Italy, Spain, Germany and the United States. In Spanish, The Only Happy Ending to a Love Story Is an Accident was published by Lengua de Trapo, in Madrid. I wrote a play, Terror (2011), and screenplays for film and television. I also worked with newspapers and magazines, in Brazil and abroad. I have been also included on strange and wonderful lists: Bogota 39 and Granta, of Brazilian writers. For all that, and by personal inclination, I spend much of the year traveling, away from home, with no time to write, and that’s why I am unable to write a biography in a conversational tone to promote my presence in FIL. But I try.

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A primeira coisa a saber sobre mim: sou incapaz de escrever uma biografia em tom coloquial para a promoção da minha presença na FIL, conforme pedido pelos organizadores. Mas, por sorte, consegui até hoje escrever outras coisas. Tenho três romances publicados: Corpo presente (2003), O dia Mastroianni (2007) e O único final feliz para uma história de amor é um acidente (2010); e nesse último ano publiquei uma antologia chamada A última madrugada (2012), que reúne crônicas semanais publicadas entre 2003 e 2010 em diversos jornais brasileiros. Os direitos de meus livros já foram comprados por Portugal, Itália, Espanha, Alemanha e Estados Unidos. Em língua espanhola El único final feliz para una história de amor es un accidente foi publicado pela Lengua de Trapo, de Madrid. Já escrevi uma peça de teatro, Terror (2011) e roteiros para televisão e cinema. E colaborei para jornais e revistas, no Brasil e no exterior. Também me incluíram em umas listas maravilhosas e estranhas: Bogotá 39 e Granta dos escritores brasileiros. Por tudo isso e por inclinação pessoal, eu passo grande parte do meu ano viajando, fora de casa, sem tempo para escrever, e é por isso que sou incapaz de escrever uma biografia em tom coloquial para a promoção na minha presença na FIL, conforme pedido pelos organizadores. Maseutento.

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FERRÉZ

Born in São Paulo 36 years ago, Ferréz began writing at the age of twelve accumulating stories, verses, poems and lyrics. Before devoting himself exclusively to writing he worked as salesman, general assistant and archivist. His first book, Fortaleza da Desilusão (Fortress of Disillusionment), was released in 1997 (author edition). However, it was Capão Pecado (2000) that revealed him as one of the best writers of his generation. Readers have called him the “novelist of betrayal” after presenting the novel Manual prático do ódio (Practical Manual of Hatred), the children’s book Amanhecer esmeralda (Emerald Dawn) and a book of stories Ninguém é inocente em São Paulo (Nobody is Innocent in São Paulo), published by Objetiva. His works have been translated in Italy, Germany, Portugal, Spain, Mexico, Argentina and the United States. He is linked to the hip-hop movement, and is founder of Literatura Marginal and 1DASUL, a brand of clothing made entirely in the neighborhood. In film and television, as well as the adaptation of his story Os inimigos não levam flores (Enemies Don’t Take Flowers, also adapted into cartoon format) he has written the screenplay for the film Brotherand the series City of Men and 9mm (Fox). He is currently writing a feature film. Ferréz was columnist for Caros Amigos magazine from 2000 to 2010, and serves as editorial advisor of Le Monde Diplomatique - Brazil. In 2012 he published the novel Deus foi almoçar (God Went to Lunch) and the children’s book O pote mágico (The Magic Jar), published by Editorial Planeta. As a composer and singer, his songs have been recorded by various artists and has released two CDs. With quick and concise prose, composed in equal parts of rebellion, bewilderment and hope, Ferrézvindicates his own voice and the dignity of the people of the periphery of the large Brazilian cities. He lives in Capão Redondo neighborhood, in São Paulo, with his wife and daughter.

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Paulistano de 36 anos, Ferréz começou a escrever aos 12 anos de idade, acumulando contos, versos, poesias e letras de música. Antes de se dedicar exclusivamente à escrita, trabalhou como balconista, auxiliar - geral e arquivista. Seu primeiro livro Fortaleza da Desilusão foi lançado em 1997 (edição do autor). Mas foi com Capão Pecado (2000), que se firmou como um dos melhores escritores da sua geração. Apelidado pelos leitores como “o romancista da traição” depois de ter lançado o romance Manual Prático do ódio, o infantil, Amanhecer Esmeralda e o livro de contos, Ninguém é inocente em São Paulo - todos pela Objetiva. O autor teve suas obras traduzidas na Itália, Alemanha, Portugal, Espanha, México, Argentina e Estados Unidos. Ligado ao movimento Hip Hop, é fundador do selo Literatura Marginal e da 1DASUL (marca de roupa totalmente feita no bairro). No cinema e TV, além de ter o conto; Os inimigos não levam flores, adaptado para a TV e pros quadrinhos. Já escreveu roteiros para o filme Brother e os seriados Cidade dos Homens (02) e 9MM (Fox), atualmente escreve um longa metragem. Ferréz atuou como colunista da revista Caros Amigos de 2000 até 2010 e é conselheiro editorial do Le mond Diplomatic Brasil. Em 2012 publicou o romance Deus foi almoçar e o infatil O pote mágico, ambos pela editora Planeta. Compositor e cantor, já teve suas músicas gravadas por vários artistas e lançou dois CDs. Em sua prosa ágil e seca, composta com doses igualmente fortes de revolta, perplexidade e esperança, Ferréz reivindica voz própria e dignidade para os habitantes das periferias das grandes cidades brasileiras. Vive no bairro de Capão Redondo em São Paulo, com esposa e filha.

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DANIEL GALERA

By chance I was born in São Paulo, in 1979, but it’s like I had been gaucho (from the south). I write fiction since 1996 and started to spread my work over the Internet long before the existence of blogs. In 2001 I founded an independent publishing house, along with my friends Daniel Pellizzari and GuilhermePilla called Livros do Mal, to publish my first book Dentes guardados (Teeth Put Away), as well as works by other young people like me. Since then, writing became part of my life. I published three novels: Até o diaem que o cãomorreu (Until the Day the Dog Died, 2003), Mãos of cavalo (Horse Hands, 2006) and Cordilheira (Ridge, 2008), and the fourth, Barba ensopada de sangre, will go public in November 2012. I also wrote the script for the graphic novel Cachalote (2010), beautifully illustrated by Rafael Coutinho. I work as a literary translator and occasionally publish stories and essays in printed media. I like silence, water, women and stories.

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Sou um gaúcho de Porto Alegre que por acaso nasceu em São Paulo, em 1979. Escrevo ficção desde 1996 e comecei a divulgar meu trabalho na internet muito antes da existência dos blogs. Em 2001 fundei uma editora independente ao lado de meus amigos Daniel Pellizzari e Guilherme Pilla, a Livros do Mal, para publicar meu livro de estreia, Dentes guardados, e também obras de outros autores jovens como eu. Desde então a escrita se tornou parte essencial da minha vida. Publiquei três romances: Até o dia em que o cão morreu (2003), Mãos de Cavalo (2006) e Cordilheira (2008), e um quarto romance, Barba ensopada de sangue, será publicado em novembro de 2012. Também escrevi o roteiro da graphic novel Cachalote (2010), lindamente ilustrada por Rafael Coutinho. Trabalho como tradutor literário e ocasionalmente publico reportagens e ensaios na imprensa. Gosto de silêncio, água, mulheres e narrativas.

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MILTON HATOUM

When I was 15 year old, I left Manaus to live on my own in Brasilia. It was a journey in space and in time, as the country’s new capital symbolized our utopia, our future. But that promise of future had violence, fear, State terrorism. The year was 1968 when the 1964 military coup removed itsphony mask of an allegedly kind dictatorship. I published my first poem in 1969, I lived in Sao Paulo in the seventies. While studying architecture, I worked as a journalist and teacher. I wrote stories, threw them away and I published a book of poetry now forgotten. I traveled to Spain in late 1979, I spent more than a year between Madrid and Barcelona, and more than three in Paris. By far, without nostalgia, I saw Brazil from another point of view: the expatriate, a pariah in Europe with his Latin American peers, almost all lost, but struggling to survive. Surviving means also to exorcise the fear and the threat of many ghosts. Far from the homeland and reminiscences, the perception and understanding of the country of origin acquire depth, and even the native language can be transformed. Or, as wrote the Iraqi poet Abd al-Wahab al-Bayati: “Everyone is alone / The world’s heart is made of stone / in this realm of exile.” Between Barcelona and Paris I wrote the draft of my first novel. I returned to Brazil in 1984, when the dictatorship was dying, but even today some of its executioners breathe as criminal mummies. In 1998 I left my career as a university professor in Manaus and moved to Sao Paulo, the sprawling metropolis, whose chaos is a stimulus for various forms of narration. I published the novel Dois Irmãos (Two Brothers), until 2000, my first reckoning with the past, mine and the Amazon, the most devastated region ever, in perfect harmony with the dramatic destruction of the planet. Publishing is less important than reading and writing. Literature arises from awe, a dream or a nightmare, a past trauma. I like stories with autobiographical traces, because in those texts, the experience of life and reading is truer: life transfigured by language.

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Aos 15 anos saí de Manaus e fui morar sozinho em Brasília, DF. Foi uma viagem no espaço e também no tempo, pois a nova capital do país simbolizava nossa utopia, nosso futuro. Mas nessa promessa de futuro havia violência, medo, terrorismo de Estado. Era o ano de 1968, quando o golpe militar de 1964 retirou sua máscara farsante de ditadura pretensamente amena. Publiquei meu primeiro poema em 1969, vivi em São Paulo nos anos 70, quando me formei em arquitetura, trabalhei como jornalista e professor. Escrevi contos, joguei-os no lixo e publiquei um livrinho de poesia, hoje esquecido. Viajei à Espanha no final de 1979, passei mais de um ano entre Madrid e Barcelona, e mais de três anos em Paris. De longe, sem nostalgia, vi o Brasil com outro olhar. O expatriado, o pária na Europa com seus pares latino-americanos, quase todos perdidos, mas tentando sobreviver. Sobreviver significa também exorcizar o medo e a ameaça de muitos fantasmas.Longe da terra natal as reminiscências, a percepção e compreensão do país de origem adquirem espessura, e até mesmo a língua mate rna pode ser recalcada. De algum modo, os exilados e expatriados são tradutores numa terra estrangeira: o lugar possível para escrever, para traduzir a si próprio. Talvez para essas pessoas o mundo inteiro seja uma terra estrangeira. Ou, como escreveu o poeta iraquiano Abd al-Wahab al-Bayati: “Todos estão sós/O coração do mundo é feito de pedra/Neste reino do exílio”. Entre Barcelona e Paris escrevi o esboço do meu primeiro romance. Voltei ao Brasil em 1984, quando a ditadura agonizava, embora ainda hoje alguns de seus algozes respirem como múmias criminosas. Em 1998 abandonei minha carreira de professor universitário em Manaus e me mudei para São Paulo, a metrópole tentacular, cujo caos é um estímulo para várias formas de narrativas. Somente em 2000 publiquei o romance Dois irmãos, meu primeiro acerto de contas com o passado, o meu e o do Amazonas, essa região cada vez mais devastada, em perfeita sintonia com a vertiginosa destruição do planeta. Publicar é menos importante que ler e escrever. A literatura surge de um assombro, de um sonho ou pesadelo, de um trauma do passado. Gosto de relatos que têm traços autobiográficos, porque nesses textos a experiência de vida e de leitura é mais verdadeira: a vida transfigurada pela linguagem.

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RODRIGO LACERDA

(Río de Janeiro, 1969) There are writers who are born with a “literary voice” very defined. Others go looking for their “voice” throughout the first books until, when they finally find it, focus on it and thereafter apply it to all the books they write. And there are those writers who change their way of writing one book to the next. I am one of the latter. And proud of it. Today I simply accept the fact that, for me, every story asks a tone, a syntax, a universe of vocabulary and semantics. In each new book I need to find a “voice” specific to the story I want to tell. The big disadvantage of being so lies in the fact that all the books become a challenge starting from scratch. The advantage is that, unless there is deception, no one will ever be able of accusing me of being repetitive or follow a formula. My first books are humorous, others more dramatic. In some, language is more concise and direct, in others, the prose is freer and sound. If there is a feature common to all of them, from my point of view, it is the belief that the work of language and the concerns about the plot are not mutually exclusive but, rather, the two inseparable halves of the literary work.

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(Rio de Janeiro, 1969) Há escritores que já nascem com uma ”voz literária” muito definida. Outros, vão procurando sua “voz” ao longo dos primeiros livros, até que, quando a encontram, fixam-se nela e a partir daí aplicam-na a todos os livros que escrevem. E há os escritores que mudam seu jeito de escrever de livro para livro. Eu sou um desses. Já tive orgulho de ser assim, já tive raiva. Hoje em dia, simplesmente aceito o fato de que, para mim, cada história pede um tom, uma sintaxe, um universo vocabular e semântico. A cada novo livro, preciso encontrar uma “voz” específica para a história que desejo contar. A grande desvantagem de ser assim reside no fato de que todo livro passa a ser um desafio que começa do zero. A vantagem é que – salvo engano – nunca poderão me acusar de ser repetitivo, ou de seguir uma fórmula. Meus primeiros livros são mais humorísticos, outros, mais dramáticos; em uns, a linguagem é mais enxuta e rápida, em outros, a prosa é mais livre e sonora. Se há uma característica comum a todos eles, a meu ver, é a crença de que o trabalho de linguagem e a preocupação com o enredo não são excludentes, pelo contrário, são duas metades inseperáveis do trabalho. Livros publicados: • O mistério do leão rampante (novela, 1995; prêmios Jabuti e prêmio Certas Palavras de Melhor Romance) • A dinâmica das larvas (novela, 1996) • Fábulas para o séc. XXI (livro infantil, 1998); • Tripé (crônicas, textos dramáticos e contos, 1999) • Vista do Rio (romance, 2004) • O fazedor de velhos (romance juvenil, 2008; prêmios de Melhor Livro Juvenil da Biblioteca Nacional, prêmio Jabuti, prêmio da Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil) • Outra vida (romance, 2009; Melhor Romance no prêmio Academia Brasileira de Letras)

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MICHEL LAUB

I started writing relatively late, with 22 years of age. Until then, I thought I would be a lawyer, but I began to change my mind when I realized that I would not have a life like that portrayed in American films about courts. That is, millionaire shares, great rhetorical confrontations and chasing criminals without breaking a sweat. I changed law, where I trained, for journalism, and it took me some time to free the language of both: such solemnity of the former and such objectivity of the latter, both enemies of the literature. From then on it was a matter of organizing other enemies, internal and external, which is perhaps the essence of the work of a writer.

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Comecei a escrever relativamente tarde, por volta dos 22 anos. Até então achava que seria advogado, mas comecei a desistir quando percebi que não teria a vida retratada em filmes americanos de tribunal. Ou seja: ações milionárias, grandes embates retóricos e perseguições a criminosos sem suar mesmo vestindo terno. Troquei o direito, onde cheguei a me formar, pelo jornalismo, e foi preciso algum tempo para me ver livre das duas linguagens – tanto a solenidade da primeira quanto a objetividade da última, ambas inimigas da literatura. Daí para frente foi questão de arrumar outros inimigos, externos e internos, o que talvez seja a essência do trabalho do escritor. Romances publicados: • Música anterior (2001) • Longe da água (2004) • O segundo tempo (2006) • O gato diz adeus (2009) • Diário da queda (2011)

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ADRIANA LISBOA

I was born in Rio de Janeiro and lived for six years in Boulder, Colorado, USA. It’s my second selfexpatriation. The first was at age 18, when I moved to France. There I worked singing Brazilian music in a bar. I typed mountains of poems on a typewriter I found in the apartment I rented in Paris. Returning to Rio, I studied music and literature, worked as a teacher of transverse flute and translator. I became a mother, I wrote some books. Later came the unlikely destination, Colorado. Currently I am a Brazilian writer living abroad and traveling back once or twice a year. And in Boulder I am a local author who came from abroad and publishes book translations. It is a healthy schizophrenia: it gives me distance from both worlds, as it werenecessary for a impressionist painting to have meaning. Outside Brazil, my first serious writing was on an episode of its history, the Araguaia guerrilla movement in the novel Azul-corvo (Black Crow), which also includes the landscapes of Colorado and New Mexico. Before, I had written, among other things, novels set in the Rio de Janeiro of the poet Manuel Bandeira (Um beijo de colombina, A kiss from colombina) and in the Japan of the poet Basho (Rakushisha). I revisited Japanese and African folk tales to tell them again. In total there were ten books, from 1999 until now: five novels, a collection of short stories, books for children and young people. These books have been translated in twelve countries. They won some prizes that helped me pay the bills at the end of the month, including the Jose Saramago Prize for the novel Sinfonia em branco (Symphony in White). In Boulder I write next to a picture of Miles Davis asking for silence. I work with refugees in an organization based in Denver. I believe in humility and care. I believe in attention to rescue, in the literary work, what inattentive repetition tarnished, as well as to avert the dangers of passionate subjectivity. I agree with Fernando Pessoa in saying that literature, like any other of the arts, is a confession that life is not enough. Outside of that, I get up early. I have allergies in the spring, and weakness for marzipan. I’m a strict vegetarian, but I don’t eat just lettuce. I share the house with Paulo and three teenagers: Gabriel, Mikael (both of the species Homo sapiens sapiens) and Lennon (of the species Canis lupus familiaris). The Rocky Mountains are my backyard.

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Nasci no Rio de Janeiro e moro há seis anos em Boulder, Colorado, no oeste dos Estados Unidos. É minha segunda auto-expatriação. A primeira foi aos dezoito anos, quando emigrei para a França. Lá, trabalhei cantando música popular brasileira num bar. Datilografava pilhas de poemas na máquina de escrever encontrada no apartamento que alugava, em Paris. Ao voltar para o Rio, estudei música e literatura, trabalhei como professora de flauta transversa e como tradutora, fui mãe, escrevi alguns livros. Tempos depois, surgiu esse destino improvável – o Colorado. Hoje sou uma escritora brasileira que mora fora do Brasil e vai ao país uma ou duas vezes por ano, e em Boulder sou a autora local que veio de fora e publica livros em tradução. É uma esquizofrenia saudável: ela me proporciona um distanciamento dos dois mundos como aquele necessário para que um quadro impressionista faça sentido. Fora do Brasil, pela primeira vez escrevi mais seriamente sobre um episódio da história do país, a Guerrilha do Araguaia – no romance Azul-corvo, onde no entanto estão também as paisagens do Colorado e do Novo México. Antes disso, escrevi, entre outras coisas, romances ambientados no Rio do poeta Manuel Bandeira (Um beijo de colombina) e no Japão do poeta Bashô (Rakushisha). Recontei narrativas populares japonesas e africanas. No total foram dez livros, de 1999 para cá: cinco romances, uma coleção de contos curtos, obras para crianças e jovens. Esses livros foram traduzidos em doze países. Ganharam alguns prêmios que me ajudaram a fechar as contas no fim do mês, entre os quais o Prêmio José Saramago, para o romance Sinfonia em branco. Em Boulder, escrevo junto a uma foto de Miles Davis pedindo silêncio. Trabalho com refugiados numa organização sediada em Denver. Voto na humildade e no cuidado. Voto na atenção para rever, no fazer literário, aquilo que a repetição desatenta já embaçou, bem como para afastar os perigos da subjetividade apaixonada por si mesma. Endosso Fernando Pessoa quando ele diz que a literatura, como toda arte, é uma confissão de que a vida não basta. Fora isso, acordo cedo. Tenho alergia sazonal e um fraco por marzipã. Sou vegetariana estrita, mas não como só alface. Divido a casa com o Paulo e com três adolescentes: Gabriel, Mikael (ambos da espécie Homo sapiens sapiens) e Lennon (da espécie Canis lupus familiaris). As Montanhas Rochosas são o meu quintal.

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CÍNTIA MOSCOVICH

My name is Cínthia Moscovich. I was born 54 years ago in the south of Brazil, in the city of Porto Alegre. My ancestors were Jews who came to this country from Eastern Europe fleeing persecution, and arrived to the New World around 1910, one hand in front and the other in the back, as they say. My father said that we, his children, had no right to ignorance or laziness. We read and studied a lot. If at all it were necessary to flee again, we would have in our heads the essentials to start again. I think that’s where my desire to write comes from. I studied journalism and literature. I was Portuguese teacher, I worked in a family business, I did proofreading, translations and other small things. And I wrote poems that were so bad, that I deeply disliked them. I managed to get into a fabulous creative writing workshop and I studied a master’s in literary theory. I think that I reasonably came to understand the beauty of stories, the subtleties of the prose and the demands of the plot. I left the form of poetry to take on prose and, in 1996, I launched my first book of short stories, entitled O reino das cebolas (The Kingdom of Onions). Shortly after, I published a novel, Duas iguais (Both the same), which addresses the issue of homosexuality, and everything that is different. Since being part of a Jewish family is as tragic as comic, and that having a Jewish mother is one of the most radical experiences that anyperson can experience, I decided to use this experience to write the novel Por que sou gorda, mamãe? (Why Am I Fat, Mom?), launched in 2006. Of course, it addresses the obesity issue, but also other less noble moral sorrows. That book was very successful, and it was even erroneously classified as self-help. It makes people laugh. In total, I have written seven books, and my texts are part of over 25 anthologies in Brazil and abroad. My works have been translated in Italy, USA, Portugal, Spain, Argentina and Sweden. Besides writing and working with newspapers around the country, I was director of the State Institute of Books, literary editor of the newspaper Zero Hora and today I run a creative writing workshop. I’ve been married 29 years (and still impresses that it’s so much). We live in a house where I grow several species of plants. That house is also home to the cats Zilá, Zulu, Coco and Jóia. But Pipoca and Columbine, my adorable dogs, are who fascinate me with so much love.

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Meu nome é Cíntia Moscovich. Há 54 anos, nasci no extremo Sul do Brasil, na cidade de Porto Alegre. Descendo de judeus que vieram fugidos do leste da Europa, por causa de perseguições, e que chegaram ao Novo Mundo por volta de 1910 com uma mão na frente e outra atrás, como se diz por aqui. Meu pai falava que nós, os filhos, não tínhamos direito à ignorância ou à preguiça. Líamos e estudávamos muito: caso fosse necessário fugir de novo, teríamos dentro da cabeça o essencial para recomeçar. Acho que foi assim que me surgiu a vontade de escrever. Cursei a faculdade de Jornalismo e a de Letras. Fui professora de português, trabalhei num comércio de família, fiz revisões de texto, traduções e outras miudezas. E escrevia poemas que, de tão ruins, me desgostavam profundamente. Consegui uma vaga numa fabulosa oficina de criação literária e fiz mestrado em Teoria Literária. Entendi, acho que de forma razoável, a beleza do conto, as sutilezas da prosa e as exigências dos enredos. Abandonei a forma da poesia para me dedicar à prosa e, em 1996, lancei meu primeiro livro, de contos, chamado O reino das cebolas. Logo depois, publiquei um romance, Duas iguais, que fala sobre homossexualismo — e sobre tudo o que é diferente. Como viver numa famíla judia é tão trágico quanto engraçado e como ter uma mãe judia é uma das experiências mais radicais que uma pessoa pode experimentar, resolvi usar essa experiência para escrever o romance Por que sou gorda, mamãe?, lançado em 2006 e que fala sobre a gordura, claro, mas também sobre outras dores morais consideradas menos nobres. Esse livro fez sucesso, embora tenhamno confundido com auto-ajuda. Ele faz as pessoas rirem. No total, tenho sete livros individuais e participação em mais de 25 antologias no Brasil e no exterior. Sou traduzida na Itália, Estados Unidos, Portugal, Espanha, Argentina e Suécia. Além de escrever e de colaborar com periódicos de todo o país, fui diretora do Instituto Estadual do Livro, editora de livros do jornal Zero Hora e hoje ministro uma oficina de criação literária. Sou casada há 29 anos (e ainda me impressiono com isso). Moramos numa casa na qual cultivo várias espécies de plantas. Nessa casa vivem os gatos Zilá, Zulu, Coco e Jóia. Mas são o Pipoca e a Colombina, adoráveis cachorrinhos, que me deixam fascinada de tanto amor.

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PAULA PARISOT

I find it very unpleasant to write my biography in an intimate and conversational way. I do not feel comfortable talking about my privacy. It is a peculiarity of character and sensibility that I hope everyone understands. I want you to read my books, appreciate my drawings and attend my performances, which, indeed, contain all that I want to say about myself, about others, about the world. So I decided to make a brief presentation: I was born in Rio de Janeiro. I studied industrial design at the Catholic University of that city. I was intern at the New School University in New York, where I studied a Masters in Fine Arts. I am the author of the storybook A dama da solid達o (The Lady of Solitude, Companhia das Letras, 2007), Jabuti Award finalist, translated into English and Spanish and published in Mexico by Cal y Arena. I published also the novel Gonzos e parafusos (Hinges and Screws, Leya, 2010), due out in Mexico also under that label in 2013. And I made a performance inspired in this novel, which lasted seven days and six nights. My most recent novel, Partir, will be launched in Brazil in early 2013, illustrated by me. My stories have been translated and published in other countries. I currently live in S達o Paulo, with my husband and two young children.

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Acho muito desagradável escrever a minha biografia de forma íntima e coloquial. Não me sinto à vontade falando da minha intimidade. É uma peculiaridade de temperamento e sensibilidade que espero que todos compreendam. Quero que leiam meus livros, apreciem meus desenhos e assistam às minhas Performances, onde, na verdade, está tudo que quero dizer sobre mim, sobre os outros, sobre o mundo. Sendo assim, decidi fazer uma curta apresentação:Nasci no Rio de Janeiro. Bacharel em desenho industrial pela PUC-RJ, fui bolsista da New SchoolUniversity, em Nova York, onde cursei mestrado em belas artes. Sou autora do livro de contos A dama da solidão (Companhia das Letras, 2007), finalista do prêmio Jabuti, traduzido para o inglês e para o espanhol, publicado no México, pela editora Cal y Arena. Publiquei ainda o romance Gonzos e parafusos (Leya, 2010), que sairá no México também pela Cal y Arena em 2013, e realizei uma Performance inspirada em Gonzos e parafusos que durou 7 dias e 6 noites. Meu novo romance Partir será lançado no Brasil no início de 2013, ilustrado por mim. Meus contos foram traduzidos e publicados em alguns países. Atualmente vivo em São Paulo, com o meu marido e dois filhos pequenos.

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Margarida Patriota

I am carioca, meaning I was born in Rio de Janeiro, a city of incomparable beauty, with many challenges and, as everyone knows, will be the city of the 2016 Olympics. I am uprooted, as I have lived for long periods in Geneva, San Francisco, El Salvador, New York and Vancouver, before settling in Brasilia, working as a professor at the University of Brasilia and command the program Autores e Livros of the Senate Radio (www.senado.gov.br/radio), which under my leadership has just completed fifteen years. I have published 26 books. Some are essays: Vanguarda do conceito ao texto (Ed. Itatiaia), Modernidade e vanguarda nas artes (Ed. Plano), Explicando a literatura no Brasil (Ed. Ediouro). Others are intended for young audiences: Sai da frente que aí vem gente (Ed. FTD), Nas tramas da emoção (Ed. FTD), Tem encanto no quintal (Ed. FTD), Sobre os rios que vão (Ed. Dimensão),Uma voz do outro mundo (Ed. Dimensão), A equipe do Olho Aberto (Ed. Formato), Meu pai vive de arte (Ed. Atual). For adults of young spirit, I explore the behind the scenes of Brasilia, a city of unique urban architectural style that shelters the most promising governments in the novel Brasilia é uma festa (Ed. Project). As for literary prizes, I have eight, six under pseudonym, as in the case of João de Barro Youth Literature, which I received thanks to the decision of a jury of specialists combined with one teenagers. Apart from being a traveled carioca, and resident of Brasilia, I celebrate the emancipation of women in the 20thcentury. In that context I could marry, divorce, remarry, widow, marry again, without being burned alive. The truth is that I do not submit a written phrase to the world, without the reading and approval of my husband, a lexicologist. I find it a luxury to belong to a culture in which I can walk the streets (in the cities where they exist) showing my face and hair. The discussion on the role of women and men in society is a latent issue in Brazil and worldwide, and will continue to be debated as long as humanity exists. I like to address that dispute with humor, which I direct to the readers in A guerra das sabidas contra os atletas vagais (Ed. Saraiva) and Conspiraciones de la aurora (Ed. 7Letras) and, for the segment that must pay taxes, Elas por elas (Ed. 7Letras), from which I extracted the story “Dream of Glory”, which I am showing during this Fair.

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Sou carioca, isto é, nascida no Rio de Janeiro, cidade de beleza ímpar e problemas por resolver que, como se sabe, sediará as olimpíadas de 2016. Sou carioca desenraizada, haja vista que morei por períodos significativos em Genebra, São Francisco, El Salvador, Nova Iorque e Vancouver, antes de me radicar em Brasília, lecionar na Universidade de Brasília e comandar o programa Autores e Livros da Rádio Senado (www.senado.gov.br/radio), que, comigo ao leme, acaba de completar quinze anos. Tenho vinte e seis livros publicados. Uns são de ensaios: Vanguarda do conceito ao texto (Ed. Itatiaia), Modernidade e vanguarda nas artes (Ed. Plano), Explicando a literatura no Brasil (Rd. Ediouro). Outros se destinam ao público juvenil: Sai da frente que aí vem gente (Ed. FTD), Nas tramas da emoção (Ed. FTD), Tem encanto no quintal (Ed. FTD), Sobre os rios que vão (Ed. Dimensão), Uma voz do outro mundo (Dimensão), A equipe do Olho Aberto (Formato), Meu pai vive de arte (Atual). Para adultos de espírito jovem exploro os bastidores de Brasília, cidade de peculiar feitio urbano arquitetônico que abriga governos promissores, na novela Brasília é uma festa (Ed. Projecto). Quanto aos prêmios literários, ganhei oito, seis, concorrendo sob pseudônimo, caso do João de Barro de Literatura Juvenil, que obtive graças ao julgamento de um júri de especialistas combinado com um de adolescentes. Além de carioca viajada e radicada em Brasília, sou das que celebram a emancipação feminina ocorrida no século vinte. Nesse contexto pude me casar, divorciar, recasar, enviuvar, casar de novo, sem ser queimada viva. Verdade que não submeto ao mundo uma frase escrita sem que meu marido, lexicólogo, antes a leia e revise. Acho um luxo pertencer a uma cultura em que posso andar na rua (nas cidades que as têm) de cara e cabelo à mostra. A discussão sobre os papéis femininos e masculinos na sociedade é assunto candente no Brasil e no mundo e continuará dando o que falar enquanto houver humanidade. Gosto de encarar essa briga com humor, o que faço visando o público de leitores inimputáveis em A guerra das sabidas contra os atletas vagais (Saraiva) e Enquanto aurora (7Letras); e, para o segmento obrigado a pagar impostos, em Elas por elas (7Letras), de onde extraí o conto “Sonho de glória” que divulgo na atual feira.

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LUIZ RUFFATO

On the desk in my office in Sao Paulo, there is a portrait. In it, an opaque photograph shows a strange composition: a child in the foreground, with half-closed eyes, sad and scared, wearing a flannel shirt short, scruffy shorts, dirty slippers. On his bony shoulders are two female hands. Next to him, part of a trouser leg and a belly indicating the existence of a man (the husband of female hands, perhaps). Sitting on the arm of the woman is other hand. By the position of shadows we can deduce that it was afternoon, and by clothes, the end of winter. This is photo on the table: the child full body, but the other three characters are impossible to identify. They lack face, a blank page which is printed in our individuality, our uniqueness, our history, anyway. All my efforts as a writer have tried to rebuild that image. The child, I know, it isI, five or six years old, in Cataguases, my hometown, in central Brazil. But who were the other three characters that, during a winter afternoon lost forever, were immobilized by the loving look of someone behind the camera? Who were they? Where did they come from? Where are they now? What happened to them? The child grew, published eight novels and two books of poems, he has been translated in seven countries and his books have receive awards. But the female hands on his skinny shoulders, the male belly soon to be prominent and the left hand (also female) on her the arm of the woman, all sink into the dust of memory... Currently, I spend days trying to reconstruct the history of these characters, giving them names, drawing their faces, tracing paths with the illusion that, well, I’ll be contributing so that somewhere someone will remember and celebrate their time on earth.

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Na mesa do meu escritório em São Paulo há um porta-retrato. Nele, uma fotografia embaçada registra a estranha composição: em primeiro plano um menino, tristes e assustados olhos semi-fechados, trajando curta blusa de flanela, desajeitado chorte, sujo par de chinelos-de-dedo. Pousadas em seus ombros magros, duas mãos femininas; ao lado, parte de uma perna-de-calça e uma barriga, que se adivinha em breve proeminente, indica a existência de um homem (marido das mãos femininas, tal vez). Assentada sobre o braço da mulher, outra mão. Pela posição das sombras, deduz-se a tarde, e pelas roupas, o final de inverno. Assim a foto sobre a mesa: o menino surge de corpo inteiro, mas os outros três personagens são inidentificáveis – faltamlhes o rosto, página em branco onde se imprime nossa individualidade, nossa singularidade, nossa história, enfim. Todo o meu esforço como escritor tem sido o de tentar recompor essa imagem. O menino, identifico-o, sou eu, aos cinco ou seis anos de idade, em Cataguases, minha cidade natal, no centro do Brasil. Mas quem são os outros três personagens que, numa tarde de inverno para sempre perdida, imobilizaram-se para o olhar amador de alguém por detrás da máquina fotográfica? Quais são seus nomes, de onde vieram, onde estarão agora, o que fizeram de suas vidas? O menino cresceu, publicou oito romances e dois livros de poemas, está traduzido em sete países e seus livros colecionam prêmios. Mas as mãos femininas que pousam sobre seus ombros magros, a barriga masculina que se adivinha em breve proeminente e a mão esquerda (feminina também) que se assenta sobre o braço da mulher sucumbiram na poeira da memória... Hoje, eu passos os dias tentando reconstruir a história desses personagens, inventando-lhes nomes, desenhando-lhes rostos, estabelecendo-lhes trajetórias, na ilusão de que, agindo assim, estarei contribuindo para que em algum lugar alguém se lembre deles e celebre sua passagem pela Terra.

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CAROLA SAAVEDRA

I started life in transit: on a plane, flying over the Andes. It‘s my first memory, as if my life had begun there. I was three years old and was on my way with my family to live in Brazil. From the first years in Chile there is nothing, just a memory that would later be cultivated by my parents, language, music, some family stories. I grew up in Brazil, more specifically in Rio de Janeiro. I went to school, to college. I‘m a Brazilian writer. I write in Portuguese. I never wanted to write in another language. I always wanted to be a writer. Since childhood I was a passionate reader. If not a writer, would be unhappy. At 20 I traveled to Germany to do a masters degree and I ended up staying much longer than planned. In total, I spent ten years in Europe, eight in Germany (in different cities), one in Madrid and another in Paris. I spent ten years in transit. In Berlin I wrote Toda terça (Every Tuesday), my first novel. The protagonist, Javier, was a Latin American in Frankfurt. Writing in itself was a Portuguese island in the middle of a life in German. The character was lost in a world that was foreign to him and, at the same time, he was unable to return home. At the age of 35 I returned to Brazil, to Rio de Janeiro, where I live today. In total I have published four books: a storybook, Do lado de fora (On the Outside), and three novels Toda terça (Every Tuesday), Flores azuis (Blue Flowers, and Paisagem com dromedário (Landscape with Camel), plus stories in several anthologies. For the last two novels I won awards and mentions. I am in search of a text that tells a story, but that does not end there. I am interested in a literature thought to it self, that works with structure, with format. That’s what I intend to achieve. My books have begun to be translated: English, French, and German. The British magazine Granta made a selection of the best young Brazilian writers, and I am in it. Currently, I study a PhD, I have a column about literature in a newspaper (Rascunho), I participate in literary events, I teach creative writing workshops and am working on a new novel. Literature is in everything that surrounds me: in my work, on my street, on the walls of my living room, I the glances of others and my own. Writing is that way (even if ephemeral and arbitrary) of making sense of what has none. And for those who spent most of his life in transit, it is also a way to going home.

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Comecei a vida em trânsito. Num avião, sobrevoando a Cordilheira dos Andes. É a minha primeira lembrança, como se a vida tivesse se iniciado ali. Eu tinha três anos de idade e me mudava com a família pra o Brasil. Dos primeiros anos no Chile não ficou nada, apenas a memória que seria depois cultivada pelos meus pais, o idioma, a música, algumas histórias de família. Cresci no Brasil, mais especificamente no Rio de Janeiro. Fui ao colégio, fiz faculdade. Sou uma escritora brasileira.Escrevo em português, nunca quis escrever em outro idioma. Sempre quis ser escritora. Fui desde criança uma leitora apaixonada. Se não fosse escritora seria infeliz. Aos vinte e quatro anos fui fazer Mestrado na Alemanha, acabei ficando por lá muito mais tempo do que o planejado. Morei ao todo dez anos na Europa, oito na Alemanha (em diversas cidades), um em Madrid e um em Paris. Passei dez anos em trânsito. Em Berlim escrevi Toda terça, o meu primeiro romance. O protagonista, Javier, era um latino-americano em Frankfurt, a própria escrita era uma ilha em português em meio a uma vida em alemão. Meu personagem perdia-se numa num mundo que lhe era estrangeiro, ao mesmo tempo, não conseguia voltar para casa. Aos trinta e cinco anos eu voltei ao Brasil, ao Rio de Janeiro, onde moro até hoje. Ao todo publiquei quatro livros, um livro de contos (Do lado de fora) e três romances (Toda terça, Flores azuis e Paisagem com dromedário), além de contos em diversas antologias. Pelos dois últimos romances ganhei prêmios e indicações. Me interessa uma texto que conte uma história, mas não se esgote nisso, me interessa uma literatura que pense a si mesma, que trabalhe com a estrutura, com o formato. É o que busco alcançar. Meus livros começam a ser traduzidos, para o inglês, francês, alemão. A revista inglesa Granta fez uma seleção de melhores jovens escritores brasileiros, estou entre eles. No momento faço Doutorado, tenho uma coluna sobre literatura num jornal (Rascunho), participo de eventos literários, dou oficinas de escrita criativa, e trabalho num novo romance. A literatura está em tudo ao meu redor, no meu trabalho, na minha rua, nas paredes da minha sala de estar, no meu olhar para o outroe para mim mesma. Escrever é essa forma (mesmo que efêmera e arbitrária) de dar sentido ao que não tem sentido algum. E para quem passou grande parte da vida em trânsito, é também uma forma de chegar em casa.

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TATIANA SALEM LEVY

I was born in Lisbon in 1979, during the exile of my parents, who had fought against the dictatorship in Brazil. Until 9-months-old, I lived on a street called Transversal de la Fábrica de Peines. I went back to Brazil when it entered into force the amnesty law and, since then, I live in Rio de Janeiro, with an occasional getaway. Very early on I knew I wanted to be a writer, but at the same time I thought about many professions. I thought about studying medicine, physics, history, psychology, journalism. I ended up choosing literature, which was the academic path I followed to my post doctorate. But the truth is that halfway through, I knew I did not want to teach, and decided to face the challenge that my tutor had raised: to present a novel as thesis. That is how A Chave de Casa (The House Key) came to be, a narrative where I sought to erase the boundaries between reality and fiction, between author and narrator, from my family history: Jews expelled from Portugal during the time of the Inquisition, who fled to Turkey and, centuries later emigrated to Brazil. I received harsh criticism for writing a novel instead of a thesis, but reached recognition almost two years later with the São Paulo Literature Prizefor the best first novel in 2008. At that point I began to subsist only from literature, not only books, of course, but also conferences, articles for newspapers, literary workshops and so I left the university. There are days when I miss it, especially being a student, but wouldn’t change my freedom for nothing. I travel a lot. Only in 2012 I went to China, Vietnam, Thailand, Cambodia, France, England, Portugal, Japan, Colombia, thanks to what I write, and those trips end up becoming writing material. There are writers like Borges, who see the world from their own room. There are others who must travel to places, live experiences, and then write. I belong to the latter group. My first novel is set in Rio de Janeiro, in Turkey and Portugal. The second, Dois rios (Two Rivers), happens in Ilha Grande, Paris and Corsica. The third, I’m currently writing, in Maranhão, a state in northeast Brazil. Traveling and writing have much in common: they are a landing on the unknown and then slowly discovering fascinating things to name them. Although I am very anxious, when writing I have a completely different relationship with time. Writing, for me, is to experience the passing hours, no hurry, the days stretch. So I like to isolate myself in quiet places, the beach or the countryside, to work. Among these isolations and my home in Rio I wrote my first children’s book, Curupira Pirapora.

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Nasci em Lisboa em 1979 durante o exílio dos meus pais, que haviam lutado contra a ditadura no Brasil. Até os nove meses, vivi numa rua chamada Travessa da Fábrica dos Pentes. Vim para o Brasil quando entrou em vigor a lei da Anistia e, desde então, vivo no Rio de Janeiro, com algumas escapadelas. Desde cedo eu sabia que queria ser escritora, mas paralelamente hesitei entre muitas profissões. Pensei em estudar Medicina, Física, História, Psicologia, Jornalismo. Acabei optando por fazer faculdade de Letras, e foi assim que segui a carreira acadêmica até o pós-Doutorado. Mas a verdade é que no meio do caminho eu já sabia que não queria dar aulas, e decidi encarar o desafio, proposto pela minha orientadora, de apresentar um romance como Tese. Foi assim que surgiu A Chave de Casa, narrativa em que pretendi borrar os limites entre realidade e ficção, autor e narrador, a partir da história da minha família. Judeus expulsos de Portugal durante a Inquisição, eles fugiram para a Turquia e, séculos depois, partiram rumo ao Brasil. Recebi duras críticas por ter escrito um romance no lugar da tese, mas o reconhecimento veio quase dois anos depois, com o Prêmio São Paulo de Literatura para melhor romance de estreia, em 2008. Nessa altura, comecei a viver apenas de literatura – não só dos livros, claro, mas também de palestras, artigos para jornais, oficinas literárias – e larguei de vez a Universidade. Às vezes sinto falta, sobretudo, de ser aluna, mas não troco a minha liberdade por nada. Viajo muito – só em 2012 fui a China, Vietnã, Tailândia, Camboja, França, Inglaterra, Portugal, Japão, Colômbia –, graças ao que escrevo, e essas viagens terminam por se tornar material de escrita. Há escritores, como Borges, que veem o mundo do próprio quarto. Outros que precisam ir aos lugares, viver as experiências, para depois escrever. Faço parte destes. Meu primeiro romance é ambientado no Rio de Janeiro, na Turquia e em Portugal. O segundo, Dois Rios, se passa na Ilha Grande, em Paris e na Córsega. O terceiro, que estou escrevendo agora, no Maranhão, estado do Nordeste brasileiro. Viajar e escrever têm muito em comum: são uma aterrisagem no desconhecido e, depois, o gesto lento e fascinante de ir descobrindo as coisas e dar-lhes um nome. Embora eu seja muito ansiosa, tenho uma relação com o tempo completamente diferente quando escrevo. Escrever é, para mim, experimentar a passagem das horas, não ter pressa, esticar os dias. Por isso, gosto muito de me isolar em lugares tranquilos, na praia ou no campo, para trabalhar. Entre esses isolamentos e minha casa no Rio, escrevi meu primeiro livro infantil, Curupira Pirapora.

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EDNEY SILVESTRE

I was born in a strange period of 20th century Brazil: democratic, with direct elections, freedom of the press, a search for the meaning of citizenship and intense cultural production. Everything fell apart when, in my teens, the military took power in 1964. This period was followed by 24 years of dictatorship, censorship, curtailment of freedoms and support of other dictatorships in neighboring countries such as Chile, Uruguay and Argentina. I’m from that generation. What I write is a reflection of it, of what we live, what we did, what we die, what was not possible to do, what we are trying to build. My first novel, Se eu fechar os olhos agora (If I Closed my Eyes Now), shows Brazil before the military dictatorship, in which two twelve-year-olds discover the perverse power structure eventually leading to the 1964 coup. This happens when the boys, and Eduardo and Paulo, trying to discover, naively, the murderer of a woman who was savagely mutilated and later found dead by the boys at the edge of a lake. The scenario used is the same of my childhood and adolescence: a decaying inner city, once the center of coffee production in the Empire of Brazil, in the 19th century. Among the joys that this book brought me are two of the most important awards in my country: the Jabuti for best novel in 2010, awarded by the Brazilian Book Chamber-CBL, and São Paulo Literature Award for best novel by a new author, awarded by the Ministry of Culture. Since then, this novel has been published in Portugal, Holland and Serbia. In 2013 it will appear in Britain, Italy and France. My second and most recent novel, A felicidade é fácil (Happiness is Easy), launched in November of last year, tells the story of the abduction of a child during the time of the turbulent government of Fernando Collor de Melho, the first president elected by direct vote after the dictatorship, who ended up being dismissed by the revocation of powers accused of corruption and abuse of power. The plot, based on a true story, happens in less than 24 hours, with some flashbacks, and shows the connections between the criminal acts perpetrated by former Brazilian politicians and police officers of the dictatorships of Argentina, Brazil and Uruguay. Translation rights have been sold to France and Britain.

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Nasci em um período raro no Brasil do século XX: democrático, com eleições diretas, imprensa livre, a procura do senso de nacionalidade e intensa produção cultural. Tudo ruiu quando, adolescente, vi os militares tomarem o poder em 1964. A ele se seguiram 24 anos de ditadura, censura, cerceamento de liberdades e apoio a outras ditaduras de países vizinhos, como o Chile, o Uruguai e a Argentina. Sou dessa geração. O que escrevo é reflexo dela, do que vivemos, do que fizemos, do que morremos, do que não foi possível fazer, do que estamos tentando construir. Meu primeiro romance, Se eu fechar os olhos agora, mostra um Brasil pré-ditadura militar, em que dois meninos de 12 anos descobrem a perversa estrutura do poder que acabará conduzindo ao golpe de 1964. Isso acontece quando os garotos Paulo e Eduardo tentam, ingenuamente, descobrir o assassino de uma mulher barbaramente morta, mutilada e encontrada por eles à beira de um lago. O cenário que usei é o mesmo de minha infância e adolescência, uma cidade do interior decadente, antigo centro de produção de café na época do império brasileiro, no século dezenove. Entre as alegrias que este livro me deu estão dois dos prêmios mais importantes do meu país: o Jabuti de Melhor Romance de 2010, dado pela CBL-Câmara Brasileira do Livro; e o Prêmio São Paulo de Literatura de Melhor Romance de Autor Estreante, outorgado pela Secretaria de Cultura. Desde então, Se eu fechar os olhos agora já foi publicado em Portugal, na Holanda e na Sérvia. Em 2013 sairá na Grã-Bretanha, Alemanha, Itália e França. Meu segundo e mais recente romance, A felicidade é fácil, lançado em novembrodo ano passado, conta a história do sequestro de um menino na época do conturbado governo de Fernando Collor, o primeiro presidente eleito por voto direto apos a ditadura, e que acabou expulso através de um impeachment, acusado de corrupção e abuso do poder. A trama, baseada em um fato real, se passa em menos de 24 horas, com alguns flashbacks, e mostra as conexões e os atos criminosos praticados por políticos brasileiros e por ex-agentes policiais das ditaduras de Argentina, do Brasil e do Uruguai. Os direitos de tradução já foram vendidos para a França e a Grã-Bretanha.

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CRISTOVÃO TEZZA

Cristovão Tezza was born in Lages, state of Santa Catarina, in southern Brazil, in 1952. After the death of his father, in 1959, his family moved to Curitiba, capital of Paraná, where he lives today. Between 1968 and 1974 he took part in an alternative community of popular theater touring Brazil. He spent 1975 in Portugal, where he wrote his first book, A cidade inventada (The City Invented). To survive, he spent a period in Germany washing dishes. Returning to Brazil in 1976, he refused to enter college fearing that the academy would “destroy his literature.” Upon the dissolution of the theater community he opened a watch factory (Cinco en Punto) that was short lived. The following year he married Elizabeth, with whom he lives today, and finally studied literature. In 1984 he became professor of the Department of Linguistics at the Federal University of Paraná. His novel Trapo, 1988, drew critical attention to his work. In the ten years following he published the novels Juliano Pavollini, Aventuras provisórias (Provisional Adventures), A suavidade do vento (The Wind softness), O fantasma da infância (The Ghost of Childhood) and Uma noiteem Curitiba (One Night in Curitiba), a body of work that led him to become one of the most important writers of his generation. Her stories, set in the world of Brazilian middle class, are immersed in themoral solitude of character torn between their dreams of greatness and narrowness of everyday. In 1998 he was awarded the Machado de Assis Prize of the National Library of Rio de Janeiro, forBreve espaço entre cor e sombra (Short Space between Color and Shade), a novel with plastic arts as background. In 2004 he published O fotógrafo (Photographer), which was awarded the Bravo! Prize, and the Brazilian Academy of Letters for best fiction of the year. The publication of O filhoeterno (Everlasting Son), in 2007, had an unprecedented impact in Brazil. By transforming into a novel his experience as a parent of a child with Down syndrome, the book won major awards in his country, and has already been translated in ten countries, including Mexico. He received the Charles Brisset Prize in France and was a finalist for the IMPAC-Dublin of fiction published in English. The book’s success eventually changed the life of Cristovão Tezza, who quit college to devote himself exclusively to writing. In 2010 he published a novel Um erroemocional (Emotional Flaw), and the following year the storybook Beatriz. In July 2012 he launched O Espirito da prosa (The Spirit of Prose), a literary autobiography, where he gives an overview of his generation and his training as a writer.

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Cristovão Tezza nasceu em Lages, Santa Catarina, no sul do Brasil, em 1952. Com a morte do seu pai, em 1959, a família transferiu-se para Curitiba, capital do Estado do Paraná, onde vive hoje. Entre 1968 e 1974, participou de uma comunidade alternativa de teatro popular, viajando pelo Brasil. Passou o ano de 1975 em Portugal, onde escreveu seu primeiro livro, A cidade inventada. Para sobreviver, trabalhou um tempo na Alemanha, lavando pratos. Voltando ao Brasil em 1976, resistiu a entrar na universidade, temendo que a academia “destruísse sua literatura”. Com a dissolução da comunidade de teatro, chegou a abrir uma oficina de conserto de relógios (Cinco em punto), que durou pouco. Casou-se no ano seguinte com Elizabeth, com quem vive até hoje, e enfim ingressou no curso de Letras, tornando-se em 1984 professor do Departamento de Linguística da Universidade Federal do Paraná. Seu romance Trapo, de 1988, chamou a atenção da crítica para seu trabalho. Nos 10 anos seguintes, publicou os romances Juliano Pavollini, Aventuras provisórias, A suavidade do vento, O fantasma da infância e Uma noite em Curitiba, um conjunto de obra que o afirmou em definitivo como um dos mais importantes escritores de sua geração. Suas histórias, ambientadas no mundo da classe média brasileira, mergulham na solidão moral de personagens cindidos entre a grandeza dos sonhos e a estreiteza do dia a dia. Em 1998, recebeu o prêmio Machado de Assis da Biblioteca Nacional do Rio de Janeiro com Breve espaço entre cor e sombra, romance que tem como como pano de fundo as artes plásticas. E em 2004 publicou O fotógrafo, que recebeu os prêmios Bravo! e da Academia Brasileira de Letras de melhor obra de ficção do ano. A publicação de O filho eterno, em 2007, teve um impacto inédito no Brasil. Transformando em romance a sua experiência como pai de uma criança com síndrome de Down, o livro ganhou os prêmios mais importantes do país e já foi traduzido em dez países – incluindo o México. Recebeu o prêmio Charles Brisset, na França, e foi finalista do prêmio IMPAC-Dublin de ficção publicada em língua inglesa. O sucesso do livro acabou por mudar a vida de Cristovão Tezza, que se demitiu da universidade para se dedicar exclusivamente aos livros. Em 2010, publicou o romance Um erro emocional, e no ano seguinte o livro de contos Beatriz. Em julho de 2012, lançou “O espírito da prosa”, uma autobiografia literária, em que traça uma panorama de sua geração e de sua formação de escritor.

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DESTINAÇÃO BRASIL se terminó de imprimir en noviembre de 2012 en los talleres de coloristas y asociados calzada de los héroes 315 37000 león, guanajuato, méxico tiraje: 1,000

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