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Lídia Jorge (Portugal
Lídia Jorge
Portugal
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Nací un día caluroso de junio. Mi abuelo estaba cosechando y cuando se enteró de que su hija tendría una hija, tiró la hoz al suelo y dijo - “Otra mujer”. Mi abuela paterna caminó kilómetros para verme. Me encontraba pequeña y fea. Dijo: “Pobrecita. Que Dios te bautice y te lleve al cielo”. No me apetecía. No solo me resistí, comencé a escribir libros. Ha sido un camino ruidoso y exaltante. Fui testigo de la dictadura, la guerra colonial, la Revolución de los Claveles, los primeros pasos de la democracia, la integración europea y, finalmente, la vacilación de Europa sobre sí misma. Dialogo con estos cambios. Cuando me piden que me defina como escritora, digo que soy una cronista del tiempo que pasa. Una cronista que pone a los hombres volando junto con saltamontes y pájaros. Este fue el caso, por ejemplo, de La costa de los murmullos. Había vivido los tiempos de la guerra colonial en Angola y Mozambique, entre soldados portugueses, como espía. Pero fue solo después de muchos años que pude escribir sobre lo que vi. En Los memorables, volví a la época de los claveles para mostrar cómo una revolución, con su traza luminosa, tiene su diástole y su sístole. Lo hice para contrarrestar la frialdad de los informes oficiales que omiten risas, suspiros y dolor. Es decir, suprimen lo esencial. Abogo por esta disciplina. La literatura lava los ojos ciegos de la historia con lágrimas ardientes. Para eso vivo.
Diez principios para la alquimia cuentística
1. Me dijeron, hace muchos años, que cualquiera que busque lograr la alquimia cuentística debe partir del principio inviolable de que un cuento corto hace un sueño largo. 2. Me dijeron que, para ello, un cuento bello debe tender hacia el poema, es decir, debe utilizar la intensidad del lenguaje, refinándolo al límite, limpiando la metáfora de su frívolo entorno. 3. Me dijeron que, trabajando así, bajo el signo de la brevedad, se debe eliminar la tentación de acumular pequeñas acciones secundarias, eligiendo solo, y únicamente, un único nudo dramático. 4. Me dijeron, y lo confirmo, que para eso el territorio de la acción debe restringirse a un solo escenario, ya sea que sea fijo o que se mueva a través del espacio. Delgado y ligero, para no apartar la vista del núcleo del nudo, el desenlace y las aventuras. 5. Me dijeron que en el centro de la aventura debe estar el enigma que sustenta la historia, enigma que nunca se revelará por completo. Porque una cosa es desentrañar la aventura y otra es la narrativa del cuento para desentrañar el misterio. 6. Me dijeron también que la construcción del cuento se alimenta, sobre todo, del suspenso que se crea entre un universo en crisis, por simple e insignificante que sea, y los medios que utiliza la fantasía para resolverlo. 7. Me dijeron, en cuanto al origen, que un cuento debe surgir de un hecho cuyo significado no está resuelto. Un hecho que proviene de la vida vivida, real o mental, un hecho que se deja brillar en la oscuridad, desafiándonos a un enfrentamiento con la revelación a través de la sorpresa. 8. Me dijeron que solo se debería empezar a escribir esta historia cuando la tentación de deshacer el nudo sea tan fuerte en nuestra imaginación que no podamos descansar ni dormir sin empezar a escribirla. 9. Me dijeron que un cuento es tanto mejor cuanto más imperativa es esta batalla entre la idea luminosa, que no se apaga, y los instrumentos de los que disponemos para escribirla. 10. Finalmente, también me dijeron que sería bueno recordar estos principios para siempre. Pero también me dijeron que, sobre todo, debería sentirme libre de transgredir este o cualquier otro decálogo. Me dijeron que recordara a Emerson, quien dijo: “Sé tú mismo, nunca imites”. Y yo cumplo.