2018
Comité Organizador Miguel Ángel Navarro Navarro Rector General
Raúl Padilla López Presidente
Dania Guzmán Torres Coordinadora de Diseño y Ambientación
Carmen Enedina Rodríguez Armenta Vicerrectora ejecutiva
Marisol Schulz Manaut Directora General
Adrián Lara Santoscoy Coordinador de Montaje
José Alfredo Peña Ramos Secretario general
Tania Guerrero Villanueva Directora de Operaciones
Carolina Tapia Luna Coordinadora de Programación
Héctor Raúl Solís Gadea Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
Laura Niembro Díaz Directora de Contenidos
Yolanda Herrera Paredes Coordinadora de Viajes e Itinerarios
Ma. del Socorro González García Administradora general
Isabel Islas Cervantes Coordinadora de Difusión
Mariño González Mariscal Coordinador general de Prensa y Difusión
Mónica Rosete García Coordinadora de Alimentos y Bebidas
Ernesto Flores Gallo Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño
Armando Montes de Santiago Coordinador general de Expositores
Miriam Arias García Coordinadora de Recursos Humanos
Ángel Igor Lozada Rivera Melo Secretario de Vinculación y Difusión Cultural
Rubén Padilla Cortés Coordinador general de Profesionales
Leticia Cortés Navarro Coordinadora de Ventas Nacionales
Bertha Mejía Vázquez Coordinadora general de Patrocinios
Erika Jiménez Novela Coordinadora de Crédito y Cobranza
Ana Luelmo Álvarez Coordinadora general de FIL Niños
Elena Mondragón Villegas Contadora general
Ana Teresa Ramírez de Alba Productora Foro FIL
Lourdes Rodríguez de la Torre Coordinadora de Protocolo
Leonardo Ureña Bailón Coordinador de Tecnologías de la Información
Angélica Gabriela Villaseñor Rivera Coordinadora de Ventas Área Internacional
José Alberto Castellanos Gutiérrez Rector del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas
NOTA PARA EL LECTOR
Índice
Nota al lector..................................................................................5 Andrés Burgos | Colombia...............................................................6 Mónica Bustos | Paraguay...............................................................8 Cezanne Cardona | Puerto Rico....................................................10 Alejandro Córdova | El Salvador...................................................12 María Jose Ferrada | Chile............................................................14 Emilio Fraia | Brasil......................................................................16 Rodrigo Fuentes | Guatemala.........................................................18 Rodrigo Hasbún | Bolivia.............................................................20 Marcel Jaentschke | Nicaragua......................................................22 Isabel Mellado | Chile....................................................................24 Miguel Mendoza Luna | Colombia................................................26 Andrés Montero | Chile..................................................................28 Harold Muñoz | Colombia.............................................................30 Diego Muñoz Valenzuela | Chile....................................................32 Catalina Murillo | Costa Rica.........................................................34 José Pérez Reyes | Paraguay.......................................................36 Juan Ramírez Biedermann | Paraguay..........................................38 Cynthia Rimsky | Chile................................................................40 Leonardo Sabbatella | Argentina.................................................42 José Urriola | Venezuela...............................................................44 Vania Vargas | Guatemala.............................................................46 Javier Viveros | Paraguay.............................................................50 Alejandro Zambra | Chile...............................................................52 Histórico de participantes.............................................................56
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Fátima Villalta | Nicaragua..........................................................48
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Agradecemos su valioso apoyo a: Cámara Colombiana del Libro, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del Gobierno de Chile, , Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, Dirección de Literatura de la UNAM, editorial Libros del fuego, Embajada de Brasil en México, Embajada de Colombia en México, Festival Centroamérica Cuenta, Festival de la Palabra de Puerto Rico e Instituto Distrital de las Artes – Idartes de Bogotá.
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Proyecto editorial y curaduría: Laura Niembro Cuidado de la edición, logistica y operación: Melina Flores Hernández Diseño editorial: Dania Guzmán
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La movida latinoamericana La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en su edición 32, reafirma el programa Latinoamérica Viva como una plataforma para las voces de literatura escrita en español, en la que los lectores encuentran una ventana para enriquecer sus lecturas, y los profesionales del libro opciones para ampliar sus catálogos editoriales. Hace siete años ya, que celebramos nuestro 25 aniversario con el programa literario Los 25 Secretos Mejor Guardados de América Latina, que apostaba por voces emergentes de la región que forman hoy, parte del referente contemporáneo de la literatura latinoamericana.
Este año celebramos con orgullo la sexta edición de este proyecto, que tiene como motor la confianza y el apoyo otorgado por cada uno de nuestros aliados quienes han sido parte esencial de él, a todos ellos: gracias. Gracias por ayudarnos a construir el puente para estas voces literarias que han traspasado sus fronteras geográficas para conseguir que sus realidades literarias se encuentren, dialoguen y compartan con el público de la FIL. Gracias a los autores que han apostado por hacer pie de casa a la narrativa latinoamericana y acoger a Guadalajara como el punto de reunión, a escala mundial, para coincidir con sus pares y consolidar esta fiesta de las letras como un referente literario de la región.
Sean pues, bienvenidos desde todas las latitudes: del Cono Sur a Centroamérica, del Caribe a las cordilleras andinas, y por supuesto de Brasil, al que abrazamos como parte de nuestra identidad latinoamericana. Bienvenidos a esta movida región literaria, fiestera y profunda, que vibra y exuda vida.
Laura Niembro Directora de Contenidos
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Para nosotros es un privilegio obsequiar a los lectores esta muestra de la enorme calidad literaria que abunda en nuestro continente; en esta sexta edición, participan 24 autores de doce países de la región, un tercio de ellos provenientes de la convulsa Centroamérica; 16 autores participan por primera vez en este programa que acoge, tanto a consagrados como a noveles, para derribar muros y descubrir coincidencias e incidencias en su quehacer literario.
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Andrés Burgos Medellín, 1973
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Soy un colombiano errante. Llevo cuatro grandes sismos viviendo en Ciudad de México. Me asumo narrador, y no mucho más. Jamás he tenido una columna de opinión porque cambio de idea a la mitad de cualquier argumentación. Cuento una historia donde me lo permiten como método de ocio y evasión. En ese trasegar salto entre la literatura, el cine, la televisión y la Internet. Así he terminado publicando cinco novelas y dirigiendo dos películas. Ninguno de los títulos ha sido un éxito comercial. Si pienso en el oficio de escribir, siempre quedo con la sensación de fondo de que no sirve para nada, de que a nadie le importa; pero, también, me sé privilegiado. No entendería la vida sin concentrarme tanto en lo que me distrae, como un niño que juega solo en un rincón, cultivando esperanzas mínimas pero probables de encontrar por ahí un interlocutor. O inventárselo.
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Fragmento de Clases de baile para oficinistas Se ha extendido la idea de que ser colombiano es, por obligación, ser sabroso. Es una imagen tan arraigada como el arquetipo del narcotraficante o el de la víctima de una violencia atávica impulsada por décadas de desigualdad social, e incluso comparable con el paradigma más amable y abstracto, aquel que prefieren los cazadores de citas, el del cuento de Borges donde se dice que “ser colombiano es un acto de fe”. Algo de razón hay que concederle a cada referencia, pero para el tema que nos atañe nos enfocaremos en el tópico de la sabrosura.
Tomado de: Burgos, Andrés. (2018) Clases de baile para oficinistas. Colombia: Literatura Random House
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Un niño alemán o chino siempre tendrá otros valores a los cuales aferrarse. El colombiano probablemente no. Desde muy temprano en la vida hay que jugarse el futuro en la pista de baile. Y ese niño no necesariamente tiene un talento que le viene por naturaleza. La estadística dicta que habrá un alto porcentaje poblacional sometido a una imposición. Muchos connacionales se ven impelidos a comportarse como si el ritmo corriera por sus venas, un reto superior a sus fuerzas. Ciudadanos inocentes, madres, padres, hijos, mucha gente buena, saben sobre sus cabezas la espada de Damocles de la exigencia y el juzgamiento. Les piden sabor, como si fueran cubanos o dominicanos que reciben el don de la danza con la leche materna, cuando ellos, en realidad, se sienten afines al carácter de naciones vecinas más tranquilas y afortunadas porque sus habitantes no cargan con el reclamo del ritmo porque sí. Surge así otra presión social que viene a sumarse a las de rigor, como la belleza o el dinero, y da origen a un nuevo grupo de excluidos: los que no saben bailar. Unos nuevos parias.
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Mónica Bustos Paraguay, 1984
Nací en Asunción en 1984, el año en que la banda noruega de rock, a-ha, lanzó la primera versión de “Take on me”, la que fracasó. Mi padre es pintor, crecí viéndolo crear mundos en lienzos en los que no había nada, creo que por eso siempre sentí un especial interés en las artes visuales, una necesidad de contar algo a través de imágenes. A los siete u ocho años empecé a dibujar para contar historias cortas, poco a poco iba agregando texto a mis viñetas. Una tarde remota mi padre me llevó a conocer una librería, al hojear los libros fue tan claro lo que quería hacer por el resto de mi vida. Desde entonces escribo sin parar.
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Publiqué mi primer libro a los 18 años. En 2010 me seleccionaron para una Residencia Artística en México, ese año también obtuve el I Premio Augusto Roa Bastos por mi novela Chico Bizarro y las moscas (Alfaguara, 2010). Tengo otras cuatro novelas publicadas: León muerto, El club de los que nunca duermen, Novela B y Humberstone. También un libro de cuentos: Complejo de Bustos.
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Todavía siento la necesidad de narrar a través de imágenes, como lo hicieron en el video de “Take on me” con los dibujos animados con rotoscopia, pero en vez de dibujos, pasar los fotogramas a letras, a palabras. Crear mundos como los de Francis Bacon, el Greco, el Bosco o Munch, pero en vez de lienzos, usar páginas. Me gustaría dirigir una película. En la banda sonora no faltaría Bob Dylan.
Fragmento de Chico Bizarro y las moscas
Tomado de: X Bustos, Mónica. Chico Bizarro y las moscas. Paraguay: Alfaguara, 2010
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[…] un hombre torpe corre con un arma cargada a través de una lujosa casa con animales disecados por todas partes y un hombre coherente corre detrás de él y no lo alcanza simplemente porque no tiene ganas de correr más rápido y el primero cobra más velocidad sencillamente porque tiene muchas ganas de matar e impresionar y ahora han cruzado ya junto al gigantesco yvyraro de tronco rojizo de cuatro metros de diámetro y doce de alto árbol que no está por casualidad adentro de la casa ni se mantiene ahí enterito solo por azar el gran yvyraro o Pterogyne nitens tulasne se mantiene por conservación genética ex-situ y ha sido trasladado hasta el lugar con el mayor cuidado de todos hace tres años sin embargo la edad del árbol es mucho más avanzada tampoco pretende ser un simple adorno de la lujosa mansión es además hogar de un centenar de guyra-pu o Procnias nudicollis o pájaros campana que residen en su copa la casa fue construida a su alrededor y una gran cúpula de vidrio lo rodea rejillas que acaban donde la copa comienza para impedir que las aves escapen […] el hombre torpe con el arma cargada llega primero hasta el laboratorio y no encuentra a nadie cuando el hombre coherente entra al mismo lugar tampoco ve a nadie ni siquiera al hombre torpe en ese instante oye un disparo corre al vivero de mburucuyás y antes de llegar a la puerta ve a través del vidrio ensangrentado y entre las flores y hojas que el hombre torpe dispara por segunda vez hace un gesto de asco y se acerca al vidrio lo golpea y le grita Elmer bobo te dije que no lo hagas vos y tenía razón en decírtelo ves ya le disparaste dos veces y el tipo todavía no se muere mientras habla el hombre torpe se pone furioso por no poder matar a su víctima dispara por tercera vez pero sin que se dé cuenta el hombre coherente se ha parado detrás de él y le arranca el arma de las manos diciéndole que casi arruina todo su vivero que prácticamente ha torturado a un hombre al tener que dispararle tres veces y le pregunta qué hubiera sido del inhábil asesino si el Indio Mengele hubiera tratado de resistirse habría sido como Superman al que le atraviesan las balas e igual sigue caminando hacia su agresor hasta que lo tiene entre sus manos y le da su merecido ¿ese es Superman no es acaso el tipo que sale en Robocop con cuerpo de masa plateada? no sé Elmer ja ja pero en todo caso vos estás más equivocado porque el tipo con cuerpo de masa plateada no es de Robocop es de Terminator […]
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Cezanne Cardona Puerto Rico, 1982
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Soy hijo de una trabajadora social y un pintor. Crecí entre marchas y serigrafías. Pero el divorcio de mis padres me lanzó a un país sin estado. Mi abuela Pancha me sirvió de guía. Con solo un cuarto grado de escuela, mi abuela escribía un diario todas las noches. Así fue entrando la escritura en el ojo. Con ella aprendí a mascar chicle, a rastrillar hojas, a usar el transporte público, a beber café, a comportarme en los funerales y a leer los periódicos. Mientras estudiaba el bachillerato en Historia y la maestría en Literatura Comparada, me desempeñé como empleado de piso en una farmacia, cocinero de un restaurante de comida rápida, mesero, asistente de bibliotecario, editor de libros de texto y maestro en distintos colegios. Tengo dos trabajos para poder sobrevivir y, a veces, mis dos hijos me ayudan a buscar monedas sueltas por toda la casa.
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Después de intentarlo más de cinco ocasiones, en el 2009 gané el Certamen de Cuentos de El Nuevo Día. Desde ese momento no he dejado de escribir. Mis cuentos han aparecido en varias revistas y las antologías En el ojo del Huracán (Editorial Norma, 2011) y Kill the Ámpaya! The Best Latin American Baseball Fiction (Mendel Villar Press, 2016). Publiqué una novela, La velocidad de lo perdido (Terranova Editores, 2010) y un libro de cuentos, Levittown mon amour (Ediciones Callejón, 2018). Actualmente colaboro como columnista de El Nuevo Día e imparto una que otra clase de literatura en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Fragmento de “Sofá” Mis padres me engendraron en el sofá de una tienda por departamentos. Mi madre trabajaba en la sección de Ropa Interior y era estudiante de segundo año de Enfermería. Mi padre trabajaba en la sección de Electrodomésticos, Ferretería y Jardinería, y era estudiante de quinto año de Ciencias Sociales. Apenas llevaban un mes saliendo juntos y nunca les había tocado el mismo turno. Hasta esa mañana de mayo. Nadie los vio entrar al almacén tomados de la mano —faltaba una hora para que la tienda abriera al público—; nadie tampoco los escuchó, a pesar de que el sofá aún tenía plástico en los cojines para evitar cualquier mancha. El sofá era más crema que amarillo, tenía patas de madera sólida y cabían cómodamente tres personas. Sin quererlo, aquella mañana ya éramos tres. Tan pronto mi madre supo que estaba embarazada, compró el sofá. Fue lo primero que mis padres cogieron a crédito, y el único mueble que llegó en un camión a la casa que alquilaron con opción a compra en la Segunda Sección de Levittown. Lo demás llegaba en la pick-up Mazda de mi padre para ahorrarse el dinero de entrega. De nada le sirvió a mi padre cargar la cama en su pick-up, porque durante casi todo el embarazo, mi madre durmió en el sofá, por culpa de una terrible acidez. “Valió la pena”, dijo mi madre, porque mis primeros pasos los di agarrado de aquel sofá. Tiempo después, usé los cojines de escalón para subirme a la mesita del televisor y lanzarme al suelo, como quien busca confirmar la gravedad con la barbilla. Cuando nació mi hermana menor, el sofá fue mi refugio de bomba nuclear -la lámpara en la mesita era el hongo después de la explosión. Otras veces era el Death Star donde Luke Skywalker peleaba con Darth Vader, y otras tantas fue el Dugout donde me enviaban cuando no me iba bien en el béisbol. Así fue que me hice fanático de Las Medias Rojas de Boston. No solo era su equipo favorito, sino que me gustaba escuchar los manotazos que daba en el sofá cada vez que Boston no entraba a los octavos de final, o Ted Williams -el mejor jugador de todos los tiempos, según mi padre- ya no podría salvarlos porque “ahora todos los peloteros usaban esteroides” y solo querían acumular cuadrangulares. Allí vi los mejores conciertos de mi vida: las únicas veces que mi padre cogía la escoba era para convertirla en una guitarra eléctrica y las pocas ocasiones que mi madre tomaba el control del televisor era para usarlo como micrófono…
xTomado de: X Cardona, Cezzane (2017) Levittown mon amour. San Juan: Ediciones Callejón
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Alejandro Córdova El Salvador, 1993
Vivo en San Salvador, hago teatro y escribo cuentos. Obtuve a los 22 años el título Gran Maestre en el género del cuento por haber ganado tres veces los Juegos Florales de mi país. Dicen que soy el Gran Maestre más joven de la historia. Fui conejillo de indias en un programa estatal para jóvenes escritores que existió por varios años. A aquellos maestros les debo mi carrera literaria. He tenido grandes mentores: Susana Reyes, Jorgelina Cerritos, Claudia Hernández y Roberto Salomón. He trabajado en gestión cultural, investigación y producción de teatro. Estoy a la cabeza del Proyecto Dioniso, una iniciativa de generación con la que estrenamos nuestro primer espectáculo dirigido por el argentino César Brie, fundador del histórico Teatro de los Andes.
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Mi madre y mi padre se conocieron en la cárcel en 1986, durante la guerra civil salvadoreña. Mi madre iba de visita, mi padre era un preso político. Crecí con esa historia en la cabeza y, desde que comencé a escribir, quise convertirla en ficción. Varias veces intenté y fallé. Después de arduas sesiones frente al mismo documento, conseguí cerrar una versión decente al filo de mis veinticuatro.
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Mandé en mayo esta historia a un certamen regional organizado por el festival Centroamérica Cuenta y desde entonces mi vida parece una rueda de feria. Hace mucho que no veo a mi padre. Se fue de la casa cuando yo tenía trece. Él no sabe que es el protagonista de un cuento. Ni que este cuento me trajo aquí, a Guadalajara, la capital de los escritores.
Fragmento de “Lugares Comunes”
Córdova, X Alejandro (2018) “Lugares comunes”. Cuento ganador del VI Premio Centroamericano Carátula de Cuento Breve (Inédito)
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En este cuento mi padre no es mi padre sino un tipo de veintitantos al que meten a la cárcel por una mentira. Estamos en El Salvador. Es 1985. Estamos en cierta esquina a cierta hora de la noche de un viernes vigilando un pequeño operativo de guerrilla. Estamos en guerra. Duarte es nuestro presidente. En la radio suena el primer hit de Selena y Los Dinos. Hay toque de queda. Mi padre en este cuento se llama Nerio y es llevado preso por algo que no hizo. Nerio ni siquiera es guerrillero. Es más bien un aspirante al que pusieron de carnada. Se burlaron de él en la célula el otro día que llegó de presumido pidiendo una misión. Y se la dieron. Necesitaban salvar a Canarias de los escuadroneros. De mi padre no podría hablar mal. Pero Nerio es un hijo de puta. Es mentiroso, arrogante y temerario. Le va bien con las mujeres, conquista su mirada coqueta y sabe usar las palabras. Tiene un serio problema con el alcohol, como su padre y el padre de su padre. ¿Qué tan serio? No ha terminado la escuela. Y le duele. Por eso no había dado antes el esperado paso hacia lo revolucionario. Es noche de viernes y no hace frío. Nerio es vapuleado por dispararle a alguien en nombre del comunismo. Pero Nerio no sabe usar un arma. De hecho, aunque por ahora él crea que pasará algún día, no le disparará a nadie en toda su vida. Ni en sus sueños. Debe ser mayo, hoy es viernes y a este hombre lo golpean sin tanteos. Ronald Reagan es presidente de Estados Unidos por segunda vez y Gorbachov es recién electo en la Unión Soviética. El mundo entero está en pugna. Dos bandos solamente. A los del Escuadrón se les hizo saber que Canarias estaría en esta esquina a esta hora de la noche de un viernes vigilando un pequeño operativo de guerrilla y que su bigote luciría tan espeso como el de Pedro Infante. Lo cierto es que no sabemos si Canarias se ha dejado el bigote. Nadie podría decir cómo luce realmente. De hecho, muy pocos lo reconocerían con exactitud. Pero ahí tenemos a la jauría de escuadroneros, agitada, victoriosa. Nerio ignora que está siendo usado de carnada, ignora en qué consiste el operativo que vigila e ignora que lo confunden con alguien más. Pero, calma, a Nerio no le preocupa ignorarlo todo. Cree que así funcionan las cosas durante la guerra: quien ejecuta una orden no se entera de los intereses de sus superiores porque está dispuesto a darlo todo a ciegas por la revolución, la amada revolución que cada día está más cerca. Lo que Nerio hace es el mínimo aporte de un ciudadano común para empujar al país hacia lo inevitable: un día mil hombres armados romperán las puertas de casa presidencial y matarán al presidente. Estamos en San Salvador. En cualquier viernes de 1985. A Nerio lo golpean con lascivia. Por horas. En vano.
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María José Ferrada Chile, 1977
Mi nombre es María José Ferrada, y nací en el sur de Chile. Soy periodista y me especialicé en literatura japonesa, pero durante los últimos años me he dedicado a la escritura de libros infantiles. En un inicio mi maestro fue mi hermano pequeño y luego, los niños y las niñas con los que me voy encontrando en los talleres de escritura que hago para ellos. Actualmente, con su ayuda, trabajo realizando un mapa poético del desierto, el campo y los bosques de Chile. Los niños escriben cosas como las siguientes: “Zorro: eres el sol del cerro” o “Puma, viajas rápido, como una nube”. Y acompañan sus palabras con algún dibujo. Creo que ese mapa del paisaje, visto por sus ojos, será mejor que cualquier libro que yo pueda escribir. Pero tomará tiempo –Chile es largo–, así que trabajo en ambas cosas a la vez: de las escuelas a la escritura y de la escritura a las escuelas. El 2017 publiqué Kramp, mi primera novela para adultos. Aunque digo para adultos y sigo sin entender muy bien ese tipo de clasificaciones.
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Kramp es la historia de una niña y su padre vendedor viajero. Y está dedicado a mi padre.
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Fragmento de Kramp
II Durante las semanas siguientes, D llevó hasta el Registro de Viajantes, tres fotografías y cuatro escudos. Quince días después estuvo listo su carnet, n° 13709. Con el carnet en el bolsillo y un ahorro equivalente a la comisión por 2.356 serruchos, 10.567 clavos, 3.456 martillos, 1.534 ojos mágicos, compró una Renoleta. Montado en ella, comenzó a recorrer los pueblos cercanos siguiendo los consejos de un viejo vendedor. En realidad se trató de un consejo y una afirmación. El consejo: —Al llegar a un pueblo, lo primero que tienes que hacer es buscar la cafetería central y el hotel donde se quedan los demás vendedores viajeros. Por lo general, quedan en la misma cuadra de la plaza y el bar. (Ahí se encontraría con los que en adelante serían una especie de familia flotante. Una familia sin parientes, y por lo mismo, más soportable que cualquier otra. El vendedor de plásticos chinos. El vendedor de lapiceras Parker. El vendedor de colonia inglesa. Y todos los demás.) Afirmación: —Todos los pueblos son iguales: unos malditos pueblos de mierda. Es su naturaleza y contra la naturaleza de las cosas no hay nada que se pueda hacer.
X Tomado de: Ferrada, María José
(2017). Kramp. Chile: emecé Cruz del Sur
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I D comenzó su carrera vendiendo artículos para ferretería: clavos, serruchos, martillos, picaportes y ojos mágicos para puertas, marca Kramp. Cuando por primera vez salió con su maletín de la pensión en la que vivía, no se atrevió a entrar a la ferretería principal de la ciudad, que en ese entonces era un pueblo, hasta haber pasado frente a ella treinta y ocho veces. Ese primer intento de venta coincidió con el día en que el hombre pisó la Luna. Los vecinos se juntaron a ver el alunizaje en un proyector que el alcalde sacó desde el balcón de su oficina, y que lanzó la imagen sobre una sábana blanca. Como no había audio, de fondo tocó la banda de los bomberos. En el momento en que D vio a Neil Armstrong dar el paso hacia la Luna, pensó que con decisión y el traje adecuado, todo era posible. Así que al día siguiente, al finalizar el paseo número treinta y nueve, entró a la ferretería, con los zapatos más lustrados que se vieron en la historia de la ciudad, a ofrecer al encargado los productos Kramp. Clavos, serruchos, martillos, picaportes y ojos para puertas. No vendió nada, pero le dijeron que volviera a la semana siguiente. D fue a tomar un café y anotó en una servilleta: toda vida tiene su alunizaje. Cuando, más tarde, D le contó a su padre que el hombre había llegado a la Luna, este le dijo que eso era una soberana farsa, que Dios había creado al hombre con los pies en la tierra y sin alas, y que todo lo demás eran mentiras del presidente de Estados Unidos. Como fuera, a la semana siguiente D dio un paso en nombre de su propia humanidad: vendió media docena de serruchos y una de ojos para puertas. Al salir de la ferretería con su pedido dentro del maletín, sintió que toda felicidad, grande o pequeña, merecía ser proyectada en la plaza de una ciudad.
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Emilio Fraia Brasil, 1982
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Nací en São Paulo en 1982. Soy escritor y editor, actividades cercanas y distantes al mismo tiempo. Mi primera novela, O verão do Chibo (El verano del chivo) fue publicada en 2008 por Alfaguara. En 2012 fui uno de los autores seleccionados para la edición dedicada a los mejores jóvenes brasileños, de la revista británica Granta. En 2013 escribí el guion de una novela gráfica, Campo en branco (Campo en blanco) (Companhia das Letras), ilustrada por el dibujante de cómics brasileño-polaco DW Ribatski. Entre 2009 y 2013 fui editor literario de una de las más importantes editoriales brasileñas, Cosac Naify, en donde tuve la oportunidad de publicar libros de autores tales como Enrique Vila-Matas, Mario Bellatin, Alejandro Zambra, Macedonio Fernández, Alan Pauls, Péter Esterhazy, entre otros.
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En la actualidad soy editor literario de la mayor casa editorial del país, la Companhia das Letras, y estoy trabajando en libros de autores como Thomas Pynchon, Mario Levrero, Paul Auster y George Saunders. Mi libro más reciente se llama Sebastopol y fue publicado este año 2018 por Alfaguara. Son tres cuentos; el primero, sobre una escaladora que sufre un accidente que cambia el rumbo de su vida y, años después, ve un video de una artista desconocida que parece estar narrando su historia. El segundo, sobre un hombre que está de paso por una posada inhabilitada en el centro-oeste brasileño, que desparece misteriosamente. Y el tercero, sobre una joven y un director de teatro viejo que escriben conjuntamente la historia de un pintor ruso que nunca terminó una de sus principales obras.
Fragmento de Sebastopol Recuerda a Adán junto a él, en la banca de cemento al lado de la cancha, con su gorra de los Yankees, tenis y calcetines blancos, y una botella de whiskey en una mano. La otra mano la tenía sobre el muslo y no dejaba de temblar. Vistos desde fuera, parecen un viejo y su demonio, y a veces es difícil saber quién es quién. Un demonio que necesita ayuda para volver a casa. Pero eso fue hace tiempo, mucho tiempo, y aunque se pudiera volver, ya no sería posible saber a dónde. Hay cosas que sería mejor que simplemente no hubieran sucedido, dice Adán. Estoy hablando de la muerte, claro. Pero también quiero decir que, si todo empieza mal, no puede acabar bien. Fui a aquella ciudad para saber más sobre mi padre y acabé teniendo un hijo. En aquella época, a principios de los años ochenta, yo vivía en Chorrillos en un departamento de un solo cuarto, con una micrococina y un baño de dar lástima. Gracia, que se convertiría en la madre de mi hijo, vivía en otro distrito, el Callao, con su madre, en una callecita cerca del cuerpo de bomberos, a dos cuadras del centro deportivo italiano, un club de inmigrantes, que vinieron a América resueltos a no morir de hambre y acabaron de joder algo que ya venía jodiéndose desde hacía siglos. Adán saca de su cartera una foto arrugada y se la muestra a él. Están los tres, su exmujer, Adán y su hijo en su regazo, frente a un puesto de helados con el mar de Miraflores atrás, más allá de las rocas, un lugar que, en la siguiente década, dice Adán, acabaría sitiado por una muralla de edificios con departamentos de medio millón de soles o más. En la foto es de noche y es posible ver en uno de los extremos las luces del Callao, parece la explosión de una bomba que en pocos de segundos se expandirá y lo barrerá todo de la faz de la tierra.
Fraia, Emilio. (2018) Sebastopol. Brasil: Alfaguara. (Traducción de Paula Abramo)
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Adán dice que en aquella época trabajaba de día en una oficina, en un edificio del centro, en la calle Quilca, donde estaba el archivo del departamento de tránsito del estado. La puerta de su oficina se quedaba entreabierta, y los que pasaban por el corredor podían verlo abrumado por los mapas, fichas, carpetas e informes de lo que en aquel entonces se llamaba Volumen Diario Promedio de los Ferrocarriles. Adán tenía treinta años. Creía que las cosas podían mejorar, que ese empleo podría llevarlo a alguna parte, si es que un empleo podía llevar a alguien a alguna parte — en aquella época él creía que sí, y entonces sin notarlo se fue convirtiendo en aquello, en esa oficina de paredes color lúcuma con sus archiveros de hierro, con un ventilador que tampoco servía de mucho en el calor radiactivo de Lima.
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Rodrigo Fuentes Guatemala, 1984
Al ser un guatemalteco que creció fuera de Guatemala, la idea de pertenecer siempre me resultó tan atractiva como huidiza. Tal vez fue una de las razones por las que los libros me gustaron: nunca tenían sus puertas cerradas, recibían a los curiosos sin juicios previos ni exigencias de contraseñas secretas—aun si ya adentro uno se encontrara con los pequeños infiernos o grandes alegrías que los habitaban. Viví en Costa Rica, Chile y México antes de llegar a Guatemala en el 96, el año de la firma de la paz. Cometí el error de traer a tierras patrias un acento chilango, desacierto que he tratado de subsanar a lo largo de los años. Con buenos amigos fundé Suelta, una revista de arte contemporáneo y literatura, así como Traviesa, una editorial digital y bilingüe de literatura escrita en español. Ambos proyectos me mostraron las satisfacciones —así como grandes quebraderos de cabeza— del trabajo editorial, una labor que ahora admiro desde la sana distancia.
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Publicar Trucha panza arriba, un libro de cuentos, me ha enseñado cuán líquida es la frontera entre la literatura y todo lo demás.
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© Kate Newman
Fragmento de Trucha panza arriba Esto de la familia es complicado, le respondí a Don Henrik. Acababa de preguntarme por Ermiña, que fue mi prima, luego mi enamorada y ahora es mi mujer. Es que es difícil encontrar una mujer como Ermiña en la montaña, le dije, arrea a mis patojas y hace un caldo de gallina para chuparse los dedos, pero aparte sabe cuándo enojarse y cuándo no. ¿Y eso?, preguntó Don Henrik. Pues si no alcanzo a tomar el café en la mañana, sabe que no hay enojo que valga. Todo lo demás vale. Pero sin café, luego de trabajar en la truchera todo el día, ¿cómo es que se va a enojar conmigo? Ya no le conté sobre los mimos de Ermiña en las noches de frío, ni la cara que tenía hace años, cuando la espié lavándose en el río, su cuerpo rechoncho y brillante de jabón. No se había sorprendido al verme salir de entre los matorrales, yo que me iba desnudando a trompicones, y se mantuvo quieta, con mueca burlona, mientras me acercaba trastabillando entre las piedras de la orilla. Solo hembras tuvimos Ermiña y yo, le dije a Don Henrik, ni un solo varón. Intenté fijarme en mis pies, apretados entre las botas de hule que el mismo Don Henrik me regaló. Primero llegó Tatinca, le conté, luego Ileana, la tercera fue Ilopanga, y a la última le pusimos José, por Maria José. A José tratamos de inculcarle el gusto por el futbol, las otras tres se quedaban en casa con su mamá mientras José y yo salíamos al monte con la pelota. Yo se la pasaba y José me la rebotaba de vuelta, y así nos íbamos entre el monte y la maleza, tiqui taca, toma daca, hasta que uno de mis pases salió alto y José tuvo la bravura de matar el balón con la nariz. Ese fue nuestro último entrenamiento. Desde entonces no se desprende de su mamá, le dije a Don Henrik, pura garrapata el angelito. Don Henrik chupó del cigarrito —todos los cigarros son cigarritos en sus manotas— y mirando la gran arboleda frente a su terreno me dijo que peores cosas se habían visto. Con eso quedamos tranquilos, o al menos eso entendí que había decidido Don Henrik. Me sirvió más ron en mi vaso de plástico, porque el de vidrio es solo para él, y ahí nos mantuvimos en la terraza de madera que entre Juancho y yo le construimos.
Fuentes,xX Rodrigo. (2016) Trucha panza arriba. Guatemala: Sophos. Reeditado El Cuervo (2017)
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Rodrigo Hasbún Bolivia, 1981
Llevo quince años deambulando de ciudad en ciudad (Santiago, Barcelona, Ithaca, Toronto, Houston...), pero mis sueños siempre suceden en Cochabamba, de donde empecé a irme en serio a los 22. Si se pudiera, volvería ahora mismo a 1996 o 1997, y me quedaría ahí para siempre. “Quise ser músico y no lo logré” sería, quizá, mi resumen más justo. He publicado los libros de cuentos Cinco, Los días más felices y Cuatro, una antología de ellos titulada Nueve, la recopilación de textos de ocasión Las palabras, y las novelas El lugar del cuerpo y Los afectos. Ninguno de esos libros tiene más de 150 páginas y eso, de una forma extraña, me hace feliz.
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Todos los inviernos se me olvida averiguar adónde se han ido las hormigas y las moscas. Nunca he visto a un pájaro morir en el aire. 80 o 90 años me parece que no alcanzan para nada. La persona que sale en las fotos no soy yo.
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Era lindo saber que te buscaban, que lo único en el mundo que alguien quería en ese momento era encontrarte. Por eso ocultarse entre dos no tenía tanto chiste. Pero a mí me tocó con Lucía y yo con Lucía podía hacer cualquier cosa. Me agarró de la mano y dijo que tenía una gran idea. A Mia y Melisa les tocaba contar. Oíamos sus voces todavía (¡nueve!... ¡ocho!... ¡siete!), pero cada vez más lejos. También oíamos las risas de los mayores, se los sentía un poco borrachos. Su mano estaba caliente y sudada y ella caminaba rápido. Salimos al patio de atrás, que en realidad ya era campo. No creo que valga aquí, dije. No dijimos, dijo ella, así que vale. Aquí no van a encontrarnos ni queriendo. Por eso mismo. Ven. Los dos caballos del abuelo empezaron a relinchar cuando llegamos. Les tenía miedo pero no dije nada. Lucía se metió en la caballeriza y le acarició la cabeza a uno. Parecía que la estaba mirando a los ojos, los del caballo eran el triple de grandes. Los dos parpadeaban y yo no me animaba a entrar. No seas marica, dijo ella. No es por marica. Por qué entonces. Hay víboras. En la tarde le disparamos a una. No se quería morir. Ella dejó de acariciar al caballo y me miró. Con su piel tan blanca parecía un fantasma. Mamá dijo una vez que a las mujeres se les pueden entrar, seguí yo. ¿Las víboras? Sí. Por eso no tienen que hacer pis en el campo. El otro caballo empezó a respirar ruidoso y yo aproveché para mirar hacia la casa y ver si Mia y Melisa se habían dado cuenta. No había nadie, tampoco Anna ni mi hermano. Años después él la embarazó y tuvieron que hacerla abortar. Años después pasaron muchas otras cosas, todos nos fuimos ensuciando. Ya vámonos, dije. Que nos encuentren primero, dijo ella. Nos sentamos a un costado de la caballeriza y poco después la luz se fue repentinamente. Miramos hacia la casa, ahí igual estaba oscuro. Lucía sintió miedo recién. Ahora no seas tú la marica, dije, es solo un apagón. Pero también tenía miedo, sobre todo porque nadie venía por nosotros ni tampoco gritaban nuestros nombres. Quise abrazarla y me apartó con brusquedad. Es tu culpa, dije, tú eres la que quiso venir aquí. Traidor, dijo ella mientras se ponía de pie. Traidor de mierda, dijo, nunca antes la había escuchado decir una mala palabra, y empezó a correr hacia la casa. Yo me levanté y corrí detrás. X Hasbún, Rodrigo. (2011) Los días más felices. España: Duomo ediciones
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Fragmento de “La casa grande”
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Marcel Jaentschke Nicaragua, 1992
Nací en Managua. He escrito dos libros de poesía: Sobre el desasosiego (Mención de Honor en el Certamen María Teresa Sánchez, 2011), y Dilatada república de las luces, que fue publicado por el Centro Nicaragüense de Escritores, en 2012. En 2015 publiqué mi primera novela: Anotaciones a la Banana Republic. Parte de mi obra ha sido traducida al finés (Onko tämä suomalaista kirjallisuutta?; Helsinki: Sivuvalo/Radiador, 2014) y al francés (Boustro IV; Bruselas: Animali Neri, 2017). También dirigí el cortometraje experimental Boceto a carboncillo de la capital sincopada, el cual fue parte de la Selección Oficial de la XI Muestra de Cine Latinoamericano de Finlandia Cinemaissi, y he colaborado como guionista en la productora audiovisual Cierto Güis.
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Recibí una beca para cursar estudios de maestría y doctorado en el Departamento de Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Missouri-Columbia. Mi más reciente trabajo de investigación se interesa por el tratamiento del espacio urbano de la Managua erigida durante la dictadura de los Somoza que realiza el narrador nicaragüense Juan Aburto, y fue incluido en el volumen Cuentos Completos, de Juan Aburto, publicado este año por la Editorial Hispamer, como parte de la colección Centroamérica Cuenta.
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Escribo porque no puedo no escribir. Porque la historia no es un circulo chato, sino una ruidosa bola de fango.
Fragmento de Anotaciones a la Banana Republic Durante esa época padeció de terror nocturno. Casi todas las noches tenía la misma pesadilla: soñaba que la Virgen María llegaba a buscarlo por la tarde y le decía que la guerra había terminado. Al escuchar esto él se levantaba entusiasmado y comenzaba su recorrido de regreso a Nicaragua. Una vez en territorio nica, al salir del bosque en que el río Coco bifurca su caudal, se percataba de un centenar de cadáveres apilados en un descampado. Olía a fetidez. Una inmensa nube de buitres bajaba a tierra a picotear los cuerpos. El sol era negro y el cielo estaba gris. Entre los cadáveres reconocía rostros familiares: algunos amigos, miembros de su División, una maestra que tuvo en la primaria, su padre, su hermana que fue violada por la Guardia en el 74. Pero la Virgen María lo instaba a no prestarle atención a los cadáveres, y él apresuraba el paso, hasta que los gemidos de un hombre lo obligaban a cambiar su dirección para auxiliarlo. Se acercaba al hombre con cautela. Al quitarle las manos de la cara se daba cuenta de que se trataba de su hermano, El Lobo, quien lloraba y estaba cubierto de tierra y sangre seca. Conseguía observar con atención cómo las lágrimas se deslizaban por las cicatrices de su rostro. En algún punto se percataba de que su hermano tenía la mandíbula desencajada y no podía articular palabras; lloraba mientras balbuceaba algo ininteligible, a la vez que señalaba con su dedo índice a la nube negra de buitres que crecía en el cielo. Entonces aparecía la Virgen María con un ojo parchado, riendo con malicia. La Virgen lo golpeaba en la cabeza con la culata de un rifle. Él caía de frente, sin oponer resistencia. Se despertaba gritando. Algunas veces los rostros de los cadáveres cambiaban. En otras ocasiones no encontraba cadáveres sino heridos, decenas de mutilados, Contras y Sandinistas que gemían mientras se arrastraban por el terreno baldío. Otras veces no se trataba de la Virgen María sino del espíritu de Carlos Fonseca Amador, quien venía a avisarle que la guerra había terminado para posteriormente noquearlo frente a su hermano herido, a quien la mandíbula le pendía de un nervio. Un tipo que en cierto momento del sueño dejaba de ser su hermano y se convertía en una calavera viva, en un montón de huesos apilados, en una lápida de mármol donde estaba escrito el nombre de todos los caídos en combate, en un fantasma que balbuceaba palabras que nadie lograba entender.
Jaentschke Marcel (2015) xX Anotaciones a la Banana Republic (Helsinki: Seiura/Centro Cultural Latinoamericano de Finlandia)
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Isabel Mellado Chile, 1967
Nací en Santiago de Chile, soy escritora y violinista. Ambas actividades, sí, absolutamente compatibles (respondo por adelantado a esta pregunta que siempre me formulan), las inicié desde pequeña, como un juego, incentivada por la familia. Escribir es, entre muchas otras cosas, una forma digna de no tocar el violín. He tenido dos loros y dos violines, el uno siempre celoso del otro, disputándose un puesto en mi hombro izquierdo. En diciembre de 1989, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, gracias a la beca Karajan, llegué a dicha ciudad para perfeccionarme con el concertino de la Orquesta Filarmónica. No sé nadar ni manejar. La velocidad me inquieta, el estancamiento me aterra.
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Desde el año 2005 vivo en Berlín y Granada. Soy primer violín de una orquesta y toco proyectos de cámara.
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El perro que comía silencio (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2011) fue mi primer libro de cuentos. Le han seguido algunas antologías en Chile, México, Alemania y España. Mi novela, Vibrato (la música y el resto en 99 compases), editorial Alfaguara 2018, fue publicada en Chile, Colombia, Argentina y España y, en agosto, ha sido traducida al turco.
Otra ciudad en la boca Con Marcelo, los corazones de los semáforos ya no me detenían. Éramos feúchos pero jóvenes. Empeñosos, invernales. Marcelo siempre en cursiva mientras caminábamos contra la llovizna. Él marcaba el pulso y yo, su síncopa. Bajo cada semáforo encontrábamos un perro varado, quiltro obrando como etiqueta de la ciudad: treinta por ciento de violencia, veinte por ciento de incertidumbre, cincuenta por ciento de miedo: diez por ciento de dictadura. Lávese con lluvia fina. Marcelo, un talento que no suena a barra de compás. Marcelo que es más que un mamífero, más que un compañero. Mi primer pololo, eso es Marcelo. Meses conociéndonos, meses desde el conservatorio al metro, con un entusiasmo hecho de teclas blancas y teclas negras. Apenas al llegar al quinto piso, pedía Marcelo las llaves, la 501, la sala del primer beso y el mejor piano, o al revés. Me queda más claro que nunca que la boca no es para hablar. Besar es viajar cinco octavas de labio a labio y regresar a casa antes de que oscurezca, así madre no se preocupa. Descubrimos otra ciudad en la boca. Pero tanto la música como las ciudades y los besos no se dejan resumir. Solo diré que lo quise en defensa propia. Me quedaba noches enteras pensando en Marcelo, en sus manos cartilaginosas atravesando el piano como pálidos murciélagos. Marcelo, amor de cintura para arriba. Nos mirábamos casi hasta llegar al centro y retrocedíamos asustados. Cada encuentro, una obertura. Marcelo al piano tocando una y otra vez la Sonata n.o 20 de Schubert. Marcelo en tantas direcciones. Marcelo en acordes o en arpegios. Marcelo en silencio. Marcelo.
Marcelo. Después de las protestas, tendidos en el pasto y a punto de ser felices, divisábamos a los milicos y sus avionetas dejando también llagas en el cielo. —Somos lo previo —decía Marcelo, mientras fumaba marihuana—, somos lo previo. Sí, lo previo. Más fuerte fue el recuerdo que nosotros. Las fibras de su nombre entre mis muelas. Marcelo. Dejamos de vernos. Nunca supe bien lo previo a qué fuimos. Mellado, Isabel (2018) Vibrato, la música y el resto en 99 compases. Chile: Editorial Alfaguara
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Y yo que no paro de admirar su hechura, la resonancia azul de su piano y de su pelo. Su mirada, un sonido placentero que cuelga de sus ojos. Su mirada se cuela en mis oídos. Cuando ya nos hemos despedido, vuelvo a escuchar su mirada tan grande en ojos pequeños.
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Miguel Mendoza Luna Colombia, 1973
Soy escritor y profesor universitario de literatura y creación. De la escritura me escondí bastante tiempo; pero ella es más astuta, así que terminó por encontrarme cuando más la necesitaba. Lo segundo podría ser una forma de vida, pero la verdad me gusta. Fui ganador del Premio Nacional de Libro de Cuentos Ciudad de Bogotá/ IDARTES, en dos ocasiones (2009/2017), con los libros Cruentos cruzados, y El asesinato de Edgar Allan Poe (Rey Naranjo, 2018). Gané el concurso nacional de cuentos infantiles y juveniles de la Universidad Central 2018, con el libro Chicas asustosas y además hermosas. Soy autor del libro albúm Los pequeños Jekylly Hyde (Sietegatos, 2018); Truman Capote: las horas negras (Panamericana); Vladimir, el niño vampiro (Panamericana); Abraza tu miedo (Panamericana); y la novela juvenil Los Diarios secretos de las chicas (in)completas (Panamericana).
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Mi último libro es La princesa lobo y la pintora (Planeta lector, 2018). Otro de mis libros fue Asesinos en serie: perfiles de la mente criminal (ensayo, 2009), resultado de una investigación, cuyo tema me obsesionó, pero del cual me alejé por el bien de mi salud mental.
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Aun me interesan los monstruos en todas sus facetas, pero atrapados en la ficción. En la escritura me atraen las fisuras y las fronteras como escape o como abismo. Muchos de mis cuentos indagan sobre el misterio del proceso creativo de escritores y libros que amo; pero no queriendo reconocer su técnica o la búsqueda de un estilo, sino intentando descifrar cómo se fabricó la trampa que los condujo al destino de sus historias, a ver si entiendo cómo funciona la mía.
xFragmento de El asesinato de Edgar Allan Poe y otros misterios literarios La persistente luz de una vela condujo la travesía del encorvado Heinrich Kramer, inquisidor general de Colonia, por el corredor del monasterio. El juego de sombras creado por su lento pero impertinente paso, multiplicó su delgado cuerpo sobre las paredes del recinto. Su rostro, siempre inexpresivo, esta noche parecía aguardar una sonrisa. Desde el bosque aledaño al claustro, le pareció escuchar un quejido. El viento amenazó con derribarlo, pero Kramer salió triunfante del embate y retomó su camino. Imperturbable, imaginó que allí, en medio de los árboles, las brujas celebraban una orgia con el demonio como invitado. “Tarde o temprano las encontraremos,” pensó. Un grupo de monjes jóvenes le ofreció una venía de respeto. En realidad de temor. “Con tan solo observarte, él bucea dentro de tus pensamientos más recónditos”, se rumoraba. Institor, como se le conocía, aún ostentaba el mayor número de mujeres procesadas por brujería. Una vez instalado en su precaria celda, Kramer aplastó la vela protectora sobre una reducida mesa. La luz tomó fuerza y le permitió contemplar la más reciente edición de su libro, publicado por primera vez trece años atrás. Complacido, acarició las doradas letras de su Malleus Maleficarum. Debajo de la cama, su segunda propiedad sobre la tierra, Kramer atrapó un pequeño recipiente de madera. Con los dedos temblorosos, extrajo un folio de hojas amarillas, los borradores de su trabajo inicial. Del fondo del cofre emergió una carta. La llama del cirio iluminó complaciente el arrugado documento, alguna vez emitido por un grupo de prestigiosos teólogos de la universidad de Colonia en la cual rechazaban tajantemente la publicación de su obra inquisitorial. No sabía por qué la había conservado hasta esa noche. —Otra de sus maniobras —dijo Kramer en voz baja, repitiendo una de sus frases de combate, con la cual se defendía frente a los señalamientos de inmoral y anacrónico, esgrimiendo que el demonio tomaba la forma de sus opositores para impedir ser desenmascarado.
Parado frente a la única ventana de la habitación, Kramer abrió los torcidos postigos y permitió que el aire de la noche acariciara su arrugada piel. A la distancia, disfrutó del apacible tránsito de un grupo de monjes enfilados. “Un ciempiés”, pensó. El nuevo lamento del viento arremetió contra él. De inmediato, aseguró el pestillo, recuperando el estimado equilibrio de su celda”. xX Mendoza Luna, Miguel. (2018) El asesinato de Edgar Allan Poe y otros misterios literarios. Colombia: Rey Naranjo Editores
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Desde el inicio de la construcción de su obra, había decidido que si para dar cuenta del verdadero rostro de Satanás tenía que desobedecer órdenes, correría cualquier riesgo. Decidido a usar las mismas estrategias de aquel al cual combatía, en aquel entonces redactó una falsa nota de apoyo de los expertos doctores de Colonia. La prohibición original por fin dejaba de existir.
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Andrés Montero Chile, 1990
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Mi nombre es Andrés Montero y nací en Santiago de Chile en 1990. Aprendí a amar las historias por boca de mis padres, que supieron contarme sus cuentos, anécdotas y recuerdos. Fueron esas palabras dichas a la hora de dormir las que me convirtieron en escritor. Al salir del colegio solo sabía que quería contar mis propias historias y no encontré en la universidad ningún camino que se adecuara a estas curiosas pretensiones. Desde que abandoné los estudios formales me dediqué a recorrer Chile y otros países, y entre vuelta y vuelta llegué a la narración oral escénica. Así, al tiempo que publicaba mi primer libro, La inútil perfección y otros cuentos sepiosos (Lom, 2012), comenzaba a dedicarme profesionalmente a contar historias.
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Hoy día intento combinar los dos oficios, pero todavía no sé si soy un cuentacuentos que escribe libros o un escritor que cuenta cuentos. A veces escribo las historias que ya venía contando hace años, como es el caso de mi libro Alguien toca la puerta. Leyendas chilenas (SM, 2016), que recibió el Premio Marta Brunet y el Premio Municipal de Santiago, ambos a la mejor obra literaria en categoría infantil. Otras veces, escribo libros que hablan sobre la narración de historias, como en mi primera novela, Tony Ninguno (La Pollera, 2016), que recibió en México el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska. No sé si es relevante definirme como narrador o escritor: lo que me importa es saber contar una buena historia. Este año publiqué con SM otra novela juvenil: En el horizonte se dibuja un barco.
Fragmento de Tony Ninguno A la mañana siguiente apareció el árabe dando vueltas por los camarines con el niño de la mano. Yo estaba lavando ropa en el balde, dentro de la tienda que compartía con mis primas, y desde ahí escuché que el desconocido preguntaba, en mal español, por el dueño del circo. La Fátima salió a ver quién era y luego regresó. Es uno que parece árabe, me dijo, uno de barba, con la nariz grande, que estaba en la función de anoche con un cabrito chico, ¿lo viste? Yo entonces me acordé del niño y me apuré en salir. El árabe hablaba con Malaquías Garmendia, que se tiraba los bigotes porque no le comprendía. Yo me puse a su lado y me acurruqué entre sus brazos para que me permitiera escuchar de qué hablaban. Al cabo de un rato logré entender que el desconocido quería venderle algo a Malaquías. —Parece que le quiere vender un libro. Le dije despacito a nuestro señor Corales, pero el árabe me debe haber escuchado porque me apuntó con el dedo, como indicando que efectivamente eso era lo que había estado tratando de decir; y al hacerlo, el niñito, que había estado observando distraído el ruedo de la carpa, siguió la trayectoria invisible del dedo árabe y me miró a los ojos. No sé si me reconoció o no como la que la noche anterior había volado para sus ojos mudos, pero se quedó observándome de forma extraña. Como si mientras me miraba de arriba abajo hubiese estado en realidad muy lejos de ahí, como si no fuera más que un fantasma con urgencia de comunicar algo a los humanos para hacerse invisible de nuevo. Sentí curiosidad por ese niño y también algo de simpatía o de temor.
X Montero, Andrés (2016) Tony Ninguno. Santiago de Chile: La Pollera Ediciones
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El árabe sacó de pronto de su bolsón los libros que estaba ofreciendo y se los mostró a Malaquías Garmendia. Eran dos libros grandes y viejos. Cuando Malaquías los abrió, sentí un olor que también me pareció muy antiguo, de otra época y de otro lugar y de otras personas, gente especial que había leído esos libros en otras épocas y en otros lugares distintos a los nuestros, pero con certeza más fabulosos. Quise olfatear más de cerca los libros, pero Malaquías los sostuvo en el aire, lejos de mí, mientras respondía que no tenía plata para comprar libros porque recién le habían traído el león de Europa y todavía no pagaba ni la segunda cuota. —Además que aquí nadie sabe leer —dijo encogiéndose de hombros, escupiendo al suelo—. Somos cirqueros nomás. Yo entonces miré los libros, que volaban entre las manos de Malaquías como si fuera yo misma en los trapecios, y logré leer el título en mi mente y luego lo repetí en voz alta. —Las mil y una noches.
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Harold Muñoz Colombia, 1992
Tengo un lunar en la cabeza al que los peluqueros le declararon la guerra. Nací en Cali, Colombia. Mi primera palabra fue bomba. Mi mamá pensó que me refería a los globos, que me encantaban cuando era niño, pero luego se dio cuenta de que me refería a las bombas del narcotráfico que casi me dejan sin ciudad en los noventa. Me dedico a escribir, tengo 26 años. Estudié literatura en la Javeriana de Bogotá, lugar en el que me enseñaron a sacar buenas notas. Escribo porque me sirve para decir y para entender lo que pienso. Mi materia prima es lo cotidiano. En un país como el mío sólo basta con fijarse, con querer ver, para encontrar algo. Por eso no me voy del todo. He vivido en otros países por temporadas, todos europeos, pero admito que necesito de la aparente tranquilidad con la que se vive en Colombia. De ahí nacen mis dudas.
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En 2018 publiqué Nadie grita tu nombre porque gané el Premio de Novela Nuevas Voces Emecé Idartes. Diría que es mi primera novela, pero me molesta dar por sentado que voy a escribir más novelas. Trabajo en la revista El Malpensante. También soy director de un taller de escritura creativa en una localidad del sur de Bogotá. La enseñanza es otra faceta de mi escritura.
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Fragmento de Nadie grita tu nombre Mi mamá me mostró la cantidad de tierra que debía recoger, quitó más de la mitad de lo que yo había echado en la batea. Eso, ahora sí, dijo. Asegurate de que esté en el centro. Ella miraba de reojo. Ahora hay que ir por agua, traela llena. Me llevé la botella que me pasó. Ellos pusieron unas mangueras en la mina por las que salía agua todo el tiempo. Llené la botella y corrí de vuelta al socavón, a donde mi mamá. Echale agua a la batea, poquita. Eso, mamita. Que quede mojada, pero no rebosada. Agarró mi batea, sus manos encima de las mías. Dale círculos, movela suave. El agua es la que se lleva la mugre. Ella revolvía la batea, el agua se desbordaba, sacaba las piedritas, el barro. Sentía su fuerza, sus manos encima de las mías. Hacé de cuenta que estás durmiendo un bebé. Hay que tener paciencia, con la práctica se hace más fácil, uno limpia más rápido. Luego de unos minutos, en el centro de la batea, quedó una arenilla. A ver, quieta. Ella revisó lo que quedaba, metió los dedos. No hay nada, dijo después de revisar. Hay que tener paciencia. Vació la batea. No siempre aparece, el oro se esconde. Volvimos a comenzar: Cogé tierra. Esa cantidad está bien. Le eché agua a la batea, la misma cantidad de antes, y comencé a moverla. No, quieta. Hay que hacerlo más suave, con cuidado. El agua es la que va sacando los excesos, la mugre. Sus manos encima de las mías. *** Con el tiempo llegó más gente a la mina. Con el tiempo dejamos de llamarlos ellos y comenzamos a llamarlos los dueños de las máquinas. No sabíamos quiénes eran, nunca supimos y nunca nos interesó preguntar.
xX Muñoz, Harold. (2018) Nadie grita tu nombre. Colombia: Editorial Emecé Cruz del Sur
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Diego Muñoz Valenzuela Chile, 1956
Nací en el verano de 1956, un día domingo, en Constitución, Chile, desembocadura del río Maule. Quizá este hecho me haya determinado para ser escritor. Había una gran biblioteca porque mis padres eran escritores y periodistas; casi todos eran artistas en la familia. Tal vez por eso -y por mi habilidad para las matemáticas- intenté un camino distinto y estudié ingeniería. En clases me sentaba en la última fila para escribir cuentos. Terminé la secundaria en 1973. En septiembre un golpe militar derribó al gobierno de Salvador Allende, y arrasó con las esperanzas de construir un país más justo. La dictadura militar duró 17 años inundados de víctimas de la represión. En tal escenario me fragüé como escritor, con una impronta imborrable: el obsesivo sueño con la libertad.
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Me he concentrado en la narrativa, moviéndome con amplitud en el margen amplio entre realidad y fantasía. He publicado cinco novelas y doce libros de cuentos y microcuentos. Algunas antologías. Varios libros han tenido la suerte de ser reeditados y premiados; varios han sido traducidos y publicados en otros países.
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En 2011 fui seleccionado como uno de los 25 Secretos Mejor Guardados de América Latina por la FIL Guadalajara. Soy rico, porque tengo muchas amigas y amigos de corazón limpio. Y una familia maravillosa.
Fragmento de “Bajo el bosque”
X Muñoz Valenzuela, Diego. (2017) “Bajo el bosque” en El tiempo del ogro. Santiago de Chile: Simplemente Editores
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“Ahora te escuchas cantando en medio del oleaje y los graznidos, oyes esa canción que ponían despacito en el tornamesa para que nadie escuchara en las noches de toque de queda, la cantas muy fuerte a ver si te escuchan en todo el pueblo, a ver si te escuchan los que acechan en la oscuridad y acaban de una vez con este mal sueño que no quiere terminar, corres por la arena enloquecido mientras cantas con una potencia y una pasión que desconoces en ti mismo, gritas hacia el cielo pidiendo que te devuelvan el país tal cual lo conociste hace apenas unos meses cuando tomabas cerveza con tus amigos en la fuente de soda de la esquina, y hablaban de la última película del festival búlgaro, y de lo que sentiría Gregorio Samsa al despertar transformado en una horrenda cucaracha, y de la chica de ojos azules que conociste en la fiesta del sábado, y de la salida política más probable, y de los cuentos de Skármeta y de Carlos Olivárez, y del último long play del Inti Illimani, y tantas cosas que quisieras olvidar, pero no puedes. Por eso estás aquí, solo, caminando por bosques, cerros y playas interminables, volviendo al origen, buscando algo que crees haber perdido aquí, tratando de recuperar una sustancia misteriosa que te ilumine otra vez por dentro, te haga olvidar esas pesadillas que no sueñas, esas atroces pesadillas que hace unas pocas semanas pasaron a buscar a Héctor a la casa de sus padres que no han podido verlo desde entonces, que lo buscan en comisarías, hospitales, campos de concentración, morgues, cementerios, casas de amigos, que no encuentran rastro alguno, ni encontrarán jamás, parece soplarte al oído una voz que prefieres no escuchar tapándote los oídos con las manos, mientras el viento y la arena negra te azotan el rostro cruzado de huellas salobres acariciadas por el aroma del océano que escucha tu canto desde el alcatraz tan arriba, sentado en el viento como un velero majestuoso, el océano que con la voz de las gaviotas quiere decirte que ahora tú ocupas su lugar, que tienes ahora el amor de los dos juntos para seguir viviendo, que como dice el poeta Alvaro Ruiz eres el dueño de todo lo que está ante tus ojos tristes y maravillados: el sol, el mar, el cielo, las nubes, los pájaros, todo”.
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Catalina Murillo Costa Rica, 1970
Hace casi 50 años nací en un taxi en un puente sobre un río que separa dos provincias de Costa Rica. Mi papá era filósofo y mi mamá payasa, a su manera. Soy géminis y dual en todos los aspectos de mi vida. Estudié de los 7 a los 17 en el Liceo Francés. Ahí cantábamos La Marsellesa en medio del cafetal, bajo un sol vengativo. Empecé desde muy niña a escribir, como una actividad subrepticia. Era un acto de venganza. Escribía haciendo según yo algo prohibido. Escribía burlando la autoridad paterna. Crecí sin tele; el papá filósofo decía que los únicos juguetes y viajes que valían la pena eran los imaginarios. He de reconocer que nunca tuve novios tan maravillosos como Paulus, ni novio imaginario que dejó de visitarme a mis 33. Gracias a la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, descubrí que quería ser escritora, que escribir era algo a lo que una se podía dedicar. Rellenar un vacío es la esencia de mi oficio.
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Volví a nacer en Madrid, a los 28 años, ciudad donde viví un par de décadas -en esta vida- y muchas más en vidas anteriores. Ahora tengo la doble personalidad española y costarricense y siento que toda mi vida ha sido un puente entre no sé qué y qué.
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Mis temas obsesivos y recurrentes son: el exilio y el amor. Mi escritura siempre ha tenido algo de mensaje enviado en una botella. Apenas ayer caí en cuenta de que soy feminista. No sé cómo no lo había entendido antes.
© Eugenio García Chinchilla
Fragmento de Tiembla, memoria “Dios aprieta pero no ahoga” dicen las Sagradas Escrituras y resultó ser ario de arriba abajo, excelente pronóstico de su aparataje amatorio. –Tengo el corazón destrozado –le dije, doblado al inglés. Y sonriendo le extendí mis dos manos para enseñárselo como un ratón moribundo–. Tengo una pena de amor –fue todo cuanto tuve que añadir. Bastó para que él largara un discurso memorable acerca del síndrome postamoroso, mientras rodábamos calle abajo sin que ninguno le preguntara al otro quo vadis. Me dijo que no me castigara por haber amado. Pensé “qué hombretón tan candoroso”, con esa tendencia que tenemos los latinos a tomar a los sajones por tontos, pero él acuñó la frase “no pagues enamoramiento con escarmiento”, que en inglés no hace rima. Uno entregó lo que entregó y como lo entregó porque estaba enamorado –continuó–, uno vivió el amor como lo vivió y sólo faltaría sentirse ridículo o culparse por sufrir; sufre a tu manera, sin preocuparte de nada, ni siquiera de qué diría él… o ella –aclaró–, los holandeses a la vanguardia. Yo refocilaba mis deshidratados ojos en sus enormes proporciones. El auto le quedaba pequeño, entonces llevaba los muslazos abiertos como dos tenazas hirvientes. A juzgar por sus muñecas y el anverso de sus manos, toda su carne estaría rociadita de pelos cobrizos. Estaba fuerte y rotundo en su asiento, mi bello entre los vellos, y quise estar bajo aquella piel nórdica, oír crujir todos mis huesillos bajo su esqueleto gigante y busqué veinte ocasiones para rozarlo y veinte encontré y cada vez sentía bzz bzz, una corriente eléctrica. Él dijo que debería haber algo como una brigada de socorro dispuesta a besar, acariciar y decir palabras dulces a la gente herida de amor, sin cobrar, I mean. A lo que la mujer herida: –Allá en las afueras de la ciudad tengo una casa vacía en la que sólo hay una cama.
–¡Entra en mí hasta mis últimas raíces! –le imploré–. ¡Rellena todo mi vacío! “Cuánto vacío hay dentro de mí si eso me cabe”. Y cupo. Habiéndome satisfecho setenta veces siete, el ángel ario dejó caer su cabezota cuadrada en mi pecho de nodriza y me preguntó, admirado: –What do you like best about sex? –The mirage of love. X Murillo, Catalina. (2013) Tiembla, memoria. Costa Rica: Uruk Editores
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A la casa de las afueras fuimos a dar. Qué espíritu caritativo era el suyo, qué ganas tenía de entregar. Su piel blanquísima olía a juguete nuevo y su boca se tomaba todo su tiempo, yo nunca había sido bienaventurado receptáculo de algo así; y como si él también llevara siglos en un erial no paraba de murmurar cual saxo you are so sweet and soft. Yo entendí que dios padre celestial me estaba recompensando cuando él, como quien desenvuelve un regalo, se quitó la ropa y de detrás de su simpático calzoncillo de elefantitos de colores brotó como un chiste, que de golpe se pone intenso, un moco de elefante gigantesco aparato de suplicio.
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José Pérez Reyes Paraguay, 1972
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Cuando tenía memoria real, y no meramente virtual, tropecé con unos ladrillos rellenos de palabras. De entre esos Ladrillos del tiempo (2002) de un muro de memoria fragmentada, que se cimenta o desmorona según las horas; alguien levantó la voz y descubrió que sus palabras podían ser oídas solamente a través del celular, en un caso de absorción y de clonación en irónica consonancia con este tiempo de vocales tecnológicas que se apropian de consonantes vitales.
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El celular, devenido en clon sonoro, de allí el mote inventado en mi segundo libro Clonsonante (2007). Esta obra (de anticipación según algunos) propició varias lecturas. Avances tecnológicos, retrocesos individuales, progresos unilaterales. Allí también estaba el riesgo, siempre latente, de convertirse en un “chadicto”, un solitario internauta, un tiburón de aguas cibernéticas en búsqueda de quienes se conectan no para el chat, sino para el acecho; ya nadie se preocupa de constatar que existen otras ventanas fuera de las que aparecen en pantalla. Son tiempos de “relofixión”, hora de quebrarse entre las manecillas de un agobiante reloj en un juego de realidades. En el caso de Asuncenarios (2012) y sus trazos de asomo voyerista, mis obras transitan entre lo fantástico y lo urbano, entre las alborotadoras calles de la imaginación y los barrios en permanente transición, un hervidero del cual se filtra algo en cuentos fragmentados a modo de las veredas de los distintos escenarios de la ciudad, como también ocurre en Aguas y cúpulas (2016). Varios cuentos fueron incluidos en antologías internacionales. Las obras que vendrán transitarán estas calles abiertas en el papel.
Fragmento de “Retrato de una propaganda” Luis había cambiado de colegio, de pinta, de oficios, de novias hasta que un día cambió él mismo. Su carácter mutó y ahí quedó, estancado en esa metamorfosis. Aún recuerdo cuándo y cómo fue, aunque dudo de que eso sea lo que por allí llaman “volverse adulto”. Luis siempre fue un personaje en el barrio. Era muy amigo de Víctor, mi hermano mayor. Se conocieron en el colegio a principios de los noventa. Su primer oficio fue el de guitarrista de una banda de heavy metal influenciada por Iron Maiden y Helloween, según ellos mismos declaraban con ese típico fervor de fans. Ensayaban mucho, aunque sin rumbo. Se llamaban War Pigs en alusión al clásico tema de Black Sabbath. Esa música la escuché tantas veces que de solo oír la entrada de la sirena me ponía histérica (casi me volví paranoid como se titula el disco que contiene esa canción). Lo simpático es que los cinco integrantes eran flacos (aunque comían de todo en donde se los veía, por ejemplo, en esos asados de chancho en casa) y no sabían nada de guerra, ni siquiera habían hecho Cimefor (eran objetores pero, menos mal, ya no entraban en la categoría de desertores). Llegaron a preparar un demo casero con cuatro temas, ¿o eran cinco? Lo que es seguro es que no sacaban cinco como nota justamente porque desafinaban la nota. En serio les digo. En esa época en que el grupo gestionaba la edición del demo en cedé, Luis tomó contacto con la fotografía. (…) El detalle era que ese jueves la tal Diana había traído un libro en sus manos, seguramente porque no cabía en su diminuta cartera, y lo dejó en el estudio fotográfico. ¿Fue un descuido después de la apurada sesión de fotos? ¿Olvidó ese libro en verdad o lo plantó premeditadamente como una señal más de su paso? El libro no llevaba marca alguna, ¿en qué parte quedó o es que nunca lo empezó? Me puse a leer el prólogo. Era una novela de Henry James, de principios del siglo XX, titulada Retrato de una dama y en la portada estaba Nicole Kidman, evidenciando que esa reedición de la novela había salido en la época de la adaptación al cine que hizo Jane Campion, según información de las solapas.
Tomado de: Pérez Reyes, José (2009). Nueve cuentos nuevos. Paraguay: Alfaguara
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Creo que fue la primera novela que Luis leyó entera. Y miren que era de esas novelas largas como las piernas de Diana. Tanto se entusiasmó que la releyó, pero a la dueña del libro ya no la volvió a ver.
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Juan Ramírez Biedermann
Paraguay, 1976
Nací en Asunción, Paraguay, en 1976. Soy narrador, músico y abogado. Bajo el seudómino de Zethyaz, en el año 1992 fundamos Sabaoth, la primera banda de black metal de Paraguay y quizá de Sudamérica, con la cual publicamos tres álbumes. Algunas la consideran una banda de culto. Otros, un referente, a escala internacional, en el género. En la actualidad estoy involucrado en un proyecto avant-garde denominado Eyesight, preparando un álbum.
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Como narrador he publicado en Perú y en mi país lo siguiente: El fondo de nadie (Ediciones Altazor, Perú, 2010). Con esta novela obtuve la Mención de Honor en el Premio Nacional de Literatura del Paraguay 2011. Nobis (Fondec, 2007 – Ediciones Altazor, 2017), libro de relatos que obtuvo la selección del Fondo de la Cultura y las Artes del Paraguay (Fondec), el cual fue reeditado en 2017 en Perú. Plegaria de penumbras (Ediciones Altazor, Perú, 2011), novela. Cinis (2013), Ebook de cuentos editado en Sub Urbano (EU). Participé de antologías en España, Perú, Estados Unidos y México (Publicación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de la revista literaria Luvina). He dado conferencias y presentado mis libros en la Feria del Libro de Fráncfort, en Canadá, Francia, España, Suiza, Estados Unidos, Perú, Uruguay, Argentina. Acabo de culminar una nueva novela, y estoy en el arranque de un nuevo libro de cuentos.
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Fragmento de “Los inquilinos” Sobre Valois Rivarola, a media cuadra de Padre Cardozo y cerca de la iglesia de Las Mercedes, en el lugar donde funcionaba el recordado inquilinato de Don Antonio Yugovich, vivió por cuarenta días el Ángel de la Muerte. La historia es tan cierta como nuestro dispar sentir ante ella. Algunos dicen desconocerla, ya sea por vergüenza, por indignación, o por una indiferencia que borraría cualquier tipo de culpa. Otros –los que amontonan con o sin razón una pesada carga sobre sus mentes– siguen repitiéndola en el interior de hogares mercedeños; susurros encendidos y temerosos, palabras que se pronuncian, no sin angustia, de tanto en tanto. Ignoramos la existencia de versiones oficiales o registros que confirmen la presencia del médico alemán en el barrio. Ya pasó demasiado como para elevar preguntas que no tendrán respuestas. Quizá la única prueba documental de su estancia entre nosotros esté guardada en esa infranqueable caja fuerte que poseía Don Yugovich, cuya combinación fue solemnemente llevada al cementerio de la Recoleta por aquel anciano tenue, gentil e impredecible. Sabíamos que en aquel recipiente incrustado en la pared de su habitación, al final de las jornadas, Don Antonio guardaba todo lo que habría considerado única y absolutamente suyo: el lente de sol con montura dorada, la pipa color caoba, la dentadura postiza, y una pila de contratos de una carilla que Don Yugovich hizo firmar a los que durmieron bajo su techo aunque sea por una velada. Acaso entre aquellos papeles podríamos encontrar alguna información sobre el inquilino que habitó en absoluta soledad, por más de un mes, la pieza 08, la que estaba junto a la cocina, en diagonal con un pozo artesiano tapiado hacía años, usado como plataforma para planteras rotas y cántaros vacíos. Sabemos que Gloria Yugovich, la única hija de Don Antonio, modista que todavía reside en Las Mercedes, guarda la caja fuerte en algún recoveco de su casa de la calle Teniente Ruiz. Ella asegura que jamás violaría la memoria de su padre, abriendo algo que él cerró para siempre. Con eso, como nos ocurre en demasiadas ocasiones, se extingue la única esperanza de mostrar a la gente una de las tantas verdades del barrio; algo que nos permita delinear, aunque sea por un instante, las borroneadas facciones de nuestro rostro.
xX Tomado de: Ramírez Biedermann, Juan. (2007) Nobis. Paraguay: Fondec
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Cynthia Rimsky Chile, 1962
Soy Cynthia Rimsky, nací en 1962 en Chile, vivo en Argentina, no sé si es importante. He publicado algunos libros, no muchos. Poste restante -que Librosampleados publica en México este año-, La novela de otro, Los perplejos, Ramal, Fui, El futuro es un lugar extraño, Cielos vacíos en Nicaragua al cubo, y, este año, El paseador de pájaros. He ganado premios y becas, no muchas. Me gusta trabajar con materiales documentales que voy encontrando cuando salgo a patiparrear o me pongo a darle vueltas a las cosas que observo y a imaginar, pero los libros que escribo no son ensayos, autoficción, novela. Me gusta la hibridez. Ahora me pidieron presentarme en primera persona en 1411 carácteres, y está siendo una tortura.
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Escribir, observar, pensar, torcer, descalzar lo real para encontrar notas que hagan cantar ese silencio que guardan celosamente las palabras -menos mal que las palabras todavía tienen un fondo que se resiste a la lógica y al manoseo del poder- es lo que me lleva a escribir. Y no me gusta acatar. Así que lo dejo en 1103 carácteres, los que faltan quedan a vuestra imaginación.
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“Peregrinas” El Sinfonía pertenece a una generación de embarcaciones que durante los años cincuenta tenían casino, discoteca, bar, restaurante, tiendas de licores, boutiques, casa de cambio y cabinas de lujo. Hoy sólo permanece abierto un pequeño autoservicio y el bar. Los pasajeros son comerciantes o camioneros que deambulan por las raídas alfombras engañando al tiempo. Un camarero de uniforme blanco percudido la conduce a la cabina 167. Como es la primera en llegar, escoge la cama de abajo y vuelve a la sala donde un músico chipriota, un inmigrante palestino que tratará de desembarcar en Chipre, y un californiano intentan seducirla. No es que les parezca irresistible, pero una viajera sola anda buscando sexo o por qué viajaría. En el mismo orden intentan abrazarla sólo como amigos, apretarla al bailar y emborracharla. De regreso a la cabina se encuentra con que la cama de arriba está ocupada por una joven que duerme vestida con el rostro tapado por un velo. El calor le hace dar continuas vueltas, emite quejidos y tira las sábanas hacia atrás dejando al descubierto sus pies. Por la mañana ve sus piernas deslizarse al suelo mientras la túnica queda retenida entre las sábanas. Nunca antes había estado tan próxima a una musulmana. La intimidad con lo que se vela le causa extrañeza y deseo. Por medio de gestos la joven le cuenta que fue en peregrinación a Jerusalén y ahora vuelve a su casa en Rumania. Cuando le pregunta cómo estuvo el viaje, en sus ojos asoma un entusiasmo pueril. El calor de los motores, sumado al sol que se cuela por la lucerna, impide respirar con normalidad. Sugiere a la joven que salga a tomar aire fresco. Con un movimiento de su dedo la joven indica que no le es posible abandonar el camarote, pone en orden el velo y la túnica. La viajera saca de la mochila un frasco de perfume. Los ojos develados de la joven siguen sus movimientos en el espejo. La viajera deja caer unas gotas en su cuello. La joven moja sus labios. La viajera le tiende el perfume, lo acerca a su nariz.
X Poste restante. Editorial Rimsky, Cynthia. Sudamericana y Lastarria (2001, 2011, Chile). Entropía (Argentina, 2016) y Librosampleados (México, 2018)
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En la cubierta del Sinfonía, a medio camino entre Israel y Chipre, una judía viaja sola por el mundo. En la cabina 167 una musulmana vuelve de Jerusalén. Las dos comparten un olor.
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Leonardo Sabatella Argentina, 1986
Nací en Buenos Aires en 1986. Viví en Capital Federal hasta los doce años, después nos mudamos junto a mis padres a una casaquinta en las afueras de la ciudad. Es probable que de no haber existido ese movimiento de localidad, ese quiebre íntimo, ese desplazamiento en el mapa no hubiera escrito nunca. O, al menos, me parece que sin ese cruce de fronteras, sin ese momento fuera de lugar, sin ese extrañamiento privado no hubiera leído ni escrito del mismo modo. La literatura siempre es una forma de ser extranjero, de hablar una lengua muerta, inoperante, radioactiva.
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Escribí las novelas El modelo aéreo (2012), El pez rojo (2014) y Tipos Móviles (2017) que fueron publicadas por Mardulce Editora. El modelo aéreo se tradujo al francés y El peso rojo se encuentra en adaptación cinematográfica. Participé con textos propios en revistas y publicaciones de México, Francia, Chile y España.
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Colaboro de forma habitual en Revista Ñ, en el blog de la Editorial Eterna Cadencia y en Revista Otra Parte. Actualmente trabajo como docente en la materia Taller de Narrativa II (la preparación de la novela) en la carrera Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). También me desempeño como guionista en una oficina que parece diseñada por Piranesi y que está emplazada en una de las dársenas del puerto de Buenos Aires.
Fragmento de Tipos móviles Cómo saber si dentro suyo hay un héroe posible de algún orden. A la tarde se registró en el hotel, donde ahora se encuentra tirado en la cama, apenas iluminado con la luz de un velador de pompones, bajo el nombre del viejo sastre suizo. De un modo que no podría explicarle a cualquiera, el sastre representa un héroe para Pratz. Un héroe no a pesar de haber fracasado sino precisamente por eso, por haber fallado en el intento de volar, por su tenue delirio que lo llevó a saltar de una torre con su traje alado. Se da cuenta ahora que su desencanto con los superhéroes de historietas y dibujos animados proviene de nunca haberlos visto fallar, nunca caen en desgracia. Pero él que apenas ha aprendido a hacer tipos móviles y no cuenta con ninguna habilidad fuera de lo ordinario, ¿cómo podría ser un héroe? Piensa en el chico que vive debajo suyo en el departamento de la capital; lo ve vestido con el equipo de gimnasia del colegio, el cuerpo desproporcionado, la mirada esquiva y alerta, la sonrisa cómplice con la que lo saludaba, como si quisiera decirle que sabía quién era en verdad y que podía confiar en él. Aun así el chico parecía más interesado en querer ser su amigo, o un asistente, un testigo, alguien que lo sigue a todas partes, alguien que busca ser su discípulo pero que no lo admira ni lo observa como un héroe. Pratz se pregunta si alguna vez alguien, ya no importa quién, lo mirará a él con los ojos que el niño rapado miró a su padre en la estación de servicio. Baja al pueblo costero pero antes se recuerda el nombre con el que se ha registrado para no dejar al descubierto su propia fachada. Si hubiera sido piloto de carreras o hubiera aprendido a manejar un avión quizás obtendría la admiración de alguien. No es que quiera que su poster esté colgado en todas las habitaciones, apenas se conforma con contar en su hoja de vida con un hecho singular, excepcional. Algo que pueda dejar caer en una conversación, que haga que los padres llamen a sus hijos para presentarlo. Pratz camina bajo la noche de la costanera imaginándose a si mismo firmando un autógrafo o sacándose una foto a pedido de un desconocido, cuando se topa con el camión que guarda al autómata y al dúo de padre e hijo durmiendo en la cabina, con los asientos recostados y cubiertos por una manta roja. El sueño de los héroes, piensa Pratz y se ríe solo, como un loco, como un espía que se hace se pasar por loco.
xX Sabbatella, Leonardo (2017). Tipos móviles. Argentina: Mardulce Editora
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José Urriola Venezuela, 1971
Nací en Caracas. Hijo de una profesora de biología con un profesor de literatura, de esa mezcla salí siendo un apasionado de la ciencia ficción. Soy licenciado en Comunicación, luego estudié una maestría en Literatura y otra en Cine. Camino, oigo música y escribo, porque toda historia comienza siendo una canción, pero antes de sentarme a escribirla necesito caminarla largamente y a buen volumen.
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Soy profesor de narraciones gráficas y autor de los libros Chupetes de luna (2012), Experimento a un perfecto extraño (2012), Cuentos a patadas (2014) y Santiago se va (2015). En el año 2016 fui seleccionado como autor de Venezuela para la lista de honor de la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY). Vivo en Ciudad de México junto con mi esposa desde el año 2010 y desde el 2015 somos los felices padres de una linda mexicanita de nombre Aitana. Siempre lo decimos con profundo agradecimiento: México nos ha dado una vida más importante que la propia vida.
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La máquina de los amores imposibles Aseguran los japoneses que solo hay un sentimiento más fuerte que el amor: el ocaso del amor. Algo similar a ese destello que aviva la llama de la vela justo en ese instante que precede a su apagón. Algunos aseguran que es idéntico a ese último soplo de vida que le llena de color la cara y los pulmones de aire fresco al enfermo terminal. Y la gente entonces dice “ayer lo vinimos a visitar y estaba tan contento, lo vimos mejor que nunca, y mira tú, hoy no amaneció”. Los amores imposibles son amores en ocaso que han logrado prolongar su existencia en un limbo. Se quedan allí, haciendo malabares sobre una cuerda floja, sobre un delicadísimo hilo que flota sobre el abismo y sin malla de contención. Esa es su salvación y su condena. Los amores imposibles son, al final, los únicos verdaderos. Los únicos que la realidad y el tiempo no logran arruinar. Los amores imposibles sobreviven precisamente por su signo de imposibilidad. Basta con que un amor imposible sea consumado para que empiece a marchitarse. Para que deje de ser, en simultánea decadencia, amor e imposible. Los amores imposibles son amores en permanente ocaso, sumergidos en un atardecer congelado en el tiempo y el espacio. Los amores posibles, por su parte, están perdidos en la ceguera de la luz del día o en la oscuridad de la noche caída, y por eso son amores a secas. Están un grado por debajo en la escala de los amores. Son inferiores a ese sentimiento mucho más grave y hondo que solo se alcanza en el ocaso del amor. Hay amores imposibles que duran un solo instante. Acaso un día, una noche, un par de semanas. Los hay que duran una vida entera. Y hay amores imposibles que ni siquiera la muerte logra doblegar. Al final, son todos eternos porque independientemente de la duración que tuvieron en este mundo, los amores imposibles son futuribles que se proyectan al infinito. En un mundo paralelo van de la mano esos amores imposibles. ¿Qué hubiera pasado si los hubiéramos permitido, si los dejáramos ocurrir? Esa pregunta tiene respuesta en millones de vectores que se disparan en todos los sentidos. Esas millares de proyecciones ramificadas al infinito son la vida eterna de los amores imposibles.
Urriola, José. (2015) Santiago se va. Editorial Libros del Fuego
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A veces los amores imposibles se cruzan en una escalera mecánica, apenas un intercambio sutil de miradas, un roce de dedos casi imperceptible mientras uno baja y el otro sube. A veces los amores imposibles coinciden una noche, le enseñan al mundo entero lo que es quererse de verdad y luego se despiden (sin dejarse señas ni números de teléfono) con un estrechón de manos o un beso en la frente.
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Vania Vargas Guatemala, 1978
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Es probable que mi relación con los libros haya comenzado incluso antes de mi nacimiento. Esa temporada durante la cual mi madre trabajó en la pequeña biblioteca de un colegio. Luego, crecí en una casa en la que siempre hubo libros. Eso me permitió verlos como objetos familiares, cotidianos. Quizá mi primer contacto con ellos fue a través de las pequeñas tareas domésticas en las que yo era designada para sacudirles el polvo. Así empecé a tener curiosidad por el color de sus tapas, por el olor que encerraban, por su contenido ininteligible en ese entonces.
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Vengo de una familia de lectores. Mi abuelo paterno leía todo lo que le caía en las manos. Mi padre, quien no fue a la escuela, reconoce en los libros a sus grandes maestros, y su hermano menor, Robin Rossell, tiene, actualmente, la biblioteca más grande de Quetzaltenango, la ciudad del occidente de Guatemala en la que nací. Él fue, además, el que me proporcionó mis primeros volúmenes, esos con los que empecé no solo a leer, sino a equipar mi propia biblioteca. Imitándolo a él, también empecé a escribir. Como él es narrador, yo también empecé escribiendo cuentos. Conforme fueron pasando el tiempo y la vida, mis intereses fueron mudando, tanto en las lecturas que él me proporcionaba como en mi manera de contar historias: esa intención que desde el principio sigue intacta. Así, he pasado por el cuento, la poesía y el periodismo cultural y he publicado tres libros de poesía: Quizá ese día tampoco sea hoy, Cuentos infantiles, Señas particulares y cicatrices; un libro de poesía para niños: Los habitantes del aire; y dos libros de narrativa: Después del fin y Cuarenta noches.
Fragmento de “Caballeros” La decepción es uno de los gestos más predecibles. Casi puedo ver cómo se le tuerce la sonrisa a la dueña de la casa. La mandíbula apretada, la rabia inmóvil, casi partida en dos. Seguramente pensará que fui otro hijo de puta que se largó sin pagar. Ni siquiera tendrá que forzar la puerta del cuarto. La abrirá con la misma llave con la que entra todas las mañanas para examinarlo de arriba abajo, mientras arrastra sus pantuflas viejas. Esta vez lo hará con más ímpetu y libertad, y su decepción será aún mayor cuando se dé cuenta de que no podrá recuperar suficiente de mi patrimonio abandonado: papeles, periódicos viejos, ropa sucia y polvo. Mi mujer se llevará similar sorpresa. Quizá no espere mucho antes de convencerse de que esta vez me largué en serio. Si algo he quedado debiendo toda la vida son explicaciones. A ella le deberé, además, el pago de las facturas atrasadas, de las que seguramente se hará cargo con una indignación casi maternal. La ciudad es demasiado grande, hay mucha gente moviéndose, emigrando. Pronto ocuparán mi lugar en su cama, en su odio, en ese cuarto de esquina en donde tampoco pude dejar de ser extranjero, un número cercano al caos en la estadística flotante de esta capital. No tengo idea de la hora. La gente que entra y sale no ha cesado. Ya perdí la cuenta de las veces que han intentado abrir mi puerta. Se quejan entre dientes y pronto desaparecen, con alivio, tras la primera que encuentran abierta. Espero que el infierno sea algo mejor que este calor insoportable que pronto alimentará el grito de mi carne con toda su podredumbre. Al menos sé que su fuerza será suficiente para golpear la curiosidad del otro lado de la puerta de este baño público que desde algún tiempo parece estar siempre cerrada, a donde fui empujado por el absurdo y el azar para perder el nombre y convertirme en desertor, sorpresa desagradable, noticia amarilla, anécdota nocturna que poco a poco perderá vigencia. Allí están intentando entrar otra vez. Todavía los puedo escuchar. ¿Será esto seguir con vida?
xX de: Vargas, Vania. (2016) Tomado Después del fin. Guatemala: Editorial del Pensativo
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Fátima Villalta Nicaragua, 1994
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Cuando tenía 16 años gané el certamen del Centro Nicaragüense de Escritores para la Publicación de Obras Literarias (2011) con una novela titulada Danzaré sobre su tumba, que trabajé durante unos meses, inocentemente y sin mayores esperanzas. Publicar, gracias a un certamen nacional, significó un acontecimiento en mi vida y principalmente en mi relación con la literatura. Hasta ahora la novela lleva cinco ediciones, y no deja de sorprenderme que algo así le suceda a una escritora prácticamente desconocida en un país tan pequeño y con tan pocos lectores como Nicaragua. Luego de lo abrumador que resultó publicar tan joven, decidí emprender otras búsquedas. Cursé distintas carreras y aunque aún soy estudiante de psicología, trabajé por dos años como especialista en documentación histórica en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica y también colaboré como editora y cronista en revistas culturales. De una u otra manera, todas las búsquedas siempre me llevaban a un mismo lugar: los libros y el mundo de la ficción.
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Tengo 24 años y mi generación, al igual que una generación de escritores anterior a la nuestra, a los que leímos y admiramos desde la adolescencia, se enfrenta a una crisis sociopolítica que marca un nuevo quiebre en nuestras vidas y probablemente en nuestra futura producción literaria. Nosotros, que nacimos en tiempos de paz, hemos visto cómo nuestros sueños se desmoronan en pocos meses, también hemos desempolvado los libros sobre dictaduras y compañeros que se marcharon muy pronto. Mientras usted lee esto, muchos jóvenes escritores, amigos y compañeros, salen del país sin estar seguros de cuándo volverán.
Fragmento de Danzaré sobre su tumba Me levanté antes de que mi hermano lo hiciera; dejé el desayuno preparado para no levantar sospechas; saqué mis ahorros del armario, que no eran muchos y salí de compras. No sabía exactamente dónde podría adquirir un arma, había escuchado mentar algunos sitios clandestinos disfrazados de negocios comunes, donde podrían venderme un revólver. El sol no salía aún, hacía mucho frío, no divisaba a nadie en el pueblo. Crucé la plaza, caminé varias cuadras hasta llegar a casa del propietario de uno de los bares, no lo buscaría en la cantina porque abrían hasta el anochecer. Su hogar era modesto, sin grandes lujos pero desde afuera se veía acogedor. Toqué con timidez. Al no escuchar respuesta, me vi en la necesidad de hacerlo con fuerza. Después de insistir un rato, las luces se encendieron, se escucharon quejidos, personas andando de aquí allá. Esperé un poco, apareció el dueño del bar. Se restregaba los ojos con una mano, con la otra el vientre abultado. Me preguntó molesto lo que quería; le dije que deseaba hacer negocios con él; sin cambiar la expresión de fastidio me invitó a pasar.
Me apetecía un revólver, por el simple hecho de haberlo visto en todas las películas de charros mexicanos, que presentaban en la televisión. El hombre salió unos instantes, volvió en seguida con un hermoso revólver de mango dorado. Lo colocó en la pequeña mesa que se interponía entre los dos, se sentó nuevamente. Tomé el arma entre mis manos, su peso me impresionó; me era difícil sostenerla con una sola. —Está cargada —dijo el hombre, mientras encendía un cigarrillo. Regateamos por un rato el precio, pero llegamos a un acuerdo. Guardé el revólver en el bolso que traía conmigo, el hombre me acompañó a la puerta. —Si necesita otra cosa, no vuelva a esta hora por favor. Villalta,XFátima Alejandra. (2011) Danzaré sobre su tumba. Nicaragua: Centro Nicaragüense de Escritores
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Cuando entré, el calor de aquella casa me abrazaba e invitaba a sentarme, así que no tuve más opción que ceder aunque el dueño no fuese quien me hiciera la invitación. Era un tipo bajito, gordo, medio calvo, queriendo disimularlo peinándose hacia delante, los pocos cabellos que aún le quedaban, tenía vientre de alcohólico, como era de esperarse en un cantinero. Su rostro no era la combinación más armónica, de orejas grandes, labios finos y nariz abombada. Se acercó y se sentó frente a mí. —¿Y qué negocios son esos? No estaba dispuesta a dar rodeos, así que hablé rápido. —Quiero que me venda una pistola. —¿Un revólver o una de cartuchos? —dijo, impávido. La naturalidad con que tomaba mi propuesta de negociar me dejó maravillada. Este es de los míos, pensé. —Un revólver.
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Javier Viveros Paraguay, 1977
Me llamo Javier Viveros y nací en Asunción de Paraguay, en 1977. Soy cuentista, poeta, editor y guionista (cine, historieta, teatro). Hice un máster en literatura en la Universidad Nacional de Asunción. Dirijo la editorial Rosalba. He publicado más de veinte libros en diferentes géneros, incluyendo la literatura infantil. Algunos de mis textos integran antologías de narrativa de una decena de países de América y Europa. En 2016, la revista literaria Luvina me seleccionó como una de las nuevas y originales voces latinoamericanas de “treinta y tantos”. Dirigí y escribí guiones para la colección Literatura Paraguaya en Historietas, que llevó al formato cómic grandes cuentos paraguayos. Los títulos más destacados de mi obra narrativa son Manual de esgrima para elefantes, que contiene cuentos modernos localizados en el continente africano, y Fantasmario–Cuentos de la Guerra del Chaco.
LATINOAMÉRICA VIVA
Sellos de Argentina, España y Paraguay me han publicado libros individuales. Porciones de mi obra han sido traducidas al guaraní, francés, japonés e inglés. Fui finalista del Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo, en 2009, y obtuve el Edward and Lily Tuck Award 2018, otorgado por el PEN Club de Estados Unidos. Fui vicepresidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay, en el periodo 2016-2018.
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© PEN América Center
Fragmento de “Foja de servicios” La sirena apremiante. Los abrazos que se multiplican. Las promesas de amor eterno. La inflexibilidad de una orden militar. El “todos a bordo”. Lo inexorable del deber para con la patria. Los deseos de pronto retorno. El abordaje en fila india de la cañonera “Paraguay”. El hombre de la cámara que da instrucciones. La foto grupal. Morituri te salutant. Los camalotes flotando en su holgazanería errabunda. Las interrogantes sobre el teatro de operaciones. El hombre que pesca en la orilla adormilada. El río y su movimiento continuo. La cara de un capitán que da órdenes. El sol inmisericorde. Las poblaciones ribereñas. Las islas deshabitadas. La riqueza vegetal. La herida del horizonte agusanado de pájaros. El insomnio, ese demonio. La lentitud desesperante. El cielo y sus condecoraciones. El solitario cuerno de la luna. Un oficial que fuma en la cubierta. El recuerdo de la cara de Josefa. Los senos apretados. El deseo. El sexo de Josefa. La litera estremecida. El estruendo mudo. El bajo vientre asperjado. La orden de levantarse. El ruido atropellado de centenares de botas. Un disco de fuego espejándose en el agua. El himno efervescente. La sinuosa bandera paraguaya. El jarro lata con cocido y la pétrea galleta cuartel. El desembarco en Puerto Casado. Una estación de tren. La incertidumbre en un rostro recién llegado. En otro. En todos. La fila de soldados de verde olivo. Los oficiales dando órdenes. El Chaco: convulsionado trozo de mapa. La polvareda multitudinaria. El viento atarantado. Los paratodos y algarrobos. El chaleco de un oso hormiguero, arbiter elegantiarum. Los pies en la batalla. El cerco a Boquerón. La muerte que hizo sus nidos. Las ametralladoras bolivianas que despedazan la carne. El tronar de los morteros guaraníes. La heroica obstinación enemiga. El estéril estrellarse contra un muro de fuego. El resistir hasta el último cartucho. La página de gloria. Los paracaídas que acercan víveres. La noche que los desorienta. La captura de productos enlatados. El amanecer del 29 de setiembre. Los trapos blancos de la rendición. La victoria pírrica. La victoria al fin. La continuidad de la marcha. El jugarse la vida en otras batallas. La insensibilización avanzada. La llegada al campamento. El agua estacionada en los camiones. Los soldados más antiguos. Las miradas insondables de los soldados más antiguos. La presentación ante el comandante. Arenga. El discurso que sincroniza voluntades. Los aprestos para el combate. La animalización progresiva de los hombres.
Tomado xX de: Viveros, Javier. (2015) Fantasmario. Paraguay: Editorial Arandurã
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Alejandro Zambra Chile, 1975
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Nací en Santiago de Chile en 1975. He publicado los libros de poesía Bahía Inútil (1998) y Mudanza (2003), las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), el libro de relatos Mis documentos (2013), el de género fluido Facsímil (2014) y las colecciones de ensayos No leer (2010) y Tema libre (2018). Desde hace dos años vivo en la Ciudad de México, cerca del Bosque de Chapultepec.
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Fragmento de Mis documentos La primera vez que vi un computador fue en 1980, a los cuatro o cinco años, pero no es un recuerdo puro, probablemente lo mezclo con visitas posteriores al trabajo de mi padre, en la calle Agustinas. Recuerdo a mi padre con el cigarro eterno en la mano derecha y sus ojos negros fijos en los míos mientras me explicaba el funcionamiento de esas máquinas enormes. Esperaba una reacción maravillada y yo fingía interés, pero apenas podía me iba a jugar al escritorio de Loreto, una secretaria de melena y labios delgados que nunca se acordaba de mi nombre. La máquina eléctrica de Loreto me parecía prodigiosa, con su pequeña pantalla donde las palabras se acumulaban hasta que una ráfaga intensa las clavaba en el papel. Era un mecanismo quizás similar al de un computador, pero no pensaba en eso. De todos modos me gustaba más la otra máquina, una Olivetti convencional de color negro, que conocía bien, porque en casa había una igual. Mi madre había estudiado programación, pero más temprano que tarde se había olvidado de los computadores, y prefería esa tecnología menor, que seguía siendo actual, porque estaba todavía lejos la masificación de los computadores. Mi madre no escribía a máquina por algún trabajo remunerado: lo que transcribía eran las canciones, los cuentos y poemas que escribía mi abuela, que siempre andaba postulando a algún concurso o empezando el proyecto que por fin la sacaría del anonimato. Recuerdo a mi madre trabajando en la mesa del comedor, insertando cuidadosamente el papel calco, aplicando con esmero el típex cuando se equivocaba. Tecleaba siempre muy rápido, con todos los dedos, sin mirar el teclado.
X Alejandro (2014-2018) Zambra, Mis documentos
LATINOAMÉRICA VIVA
Quizás puedo decirlo de esta manera: mi padre era un computador y mi madre una máquina de escribir.
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Escritores participantes en el programa literario
LATINOAMÉRICA VIVA
Latinoamérica Viva del 2012 al 2018
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Adaui, Katya | Ecuador Alemán, Gabriela | Ecuador Álvarez, Sergio | Colombia Almada, Selva | Argentina Álvarez, Juan | Colombia Amengual, Claudia | Uruguay Ampuero, María Fernanda | Ecuador Andruetto, María Teresa | Argentina Apablaza, Claudia | Chile Arcos Cabrera, Carlos | Ecuador Arroyo Pizano, Yolanda | Puerto Rico Barquero, Guillermo | Costa Rica Barrera, Alberto | Venezuela Barreto, Igor | Venezuela Benavides, Jorge Eduardo | Perú Berrocal, Bernanbé | Costa Rica Berti, Eduardo | Argentina Bisama, Álvaro | Chile Blanco, Rodrigo | Venezuela Blandón, Erick | Nicaragua Brizuela, Leopoldo | Argentina Burgos, Andrés | Colombia Burgos, Isabel | Panamá Bustos, Mónica | Paraguay Butazzoni, Fernando | Uruguay Cáceres, Jorge Luis | Ecuador Campos, Simone | Brasil Cardona, Cezanne | Puerto Rico Carneiro, Flávio | Brasil Carvalho, Bernardo | Brasil Centeno, Israel | Venezuela Centeno Maldonado, Daniel | Venezuela Chaves, José Ricardo | Costa Rica Chávez, Miguel Antonio | Ecuador Coehlo, Oliverio | Argentina Collyer, Jaime | Chile Consiglio, Jorge | Argentina Contreras, Fernando | Costa Rica Córdova, Alejandro | El Salvador Correa, Juan David | Colombia Correa, Matías | Chile Cortés, Carlos | Costa Rica
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Cueto, Alonso | Perú Dávila, Tere | Puerto Rico De Leones, André | Brasil Delgado Aparaín, Mario | Uruguay Díaz Eterovic, Ramón | Chile Díaz Oliva, Antonio | Chile Egüez, Iván | Ecuador Engel, Patricia | Colombia Estramil, Mercedes | Uruguay Falco, Federico | Argentina Fernández, Nona | Chile Fernández Moreno, Inés | Argentina Ferrada, María José | Chile Ferroni, Marcelo | Brasil Figueiredo, Rubens | Brasil Fraia, Emilio | Brasil Freire, Marcelino | Brasil Fresán, Rodrigo | Argentina Fuentes, Rodrigo | Guatemala Fuks, Julián | Brasil Gamboa, Jeremías | Perú García, Antonio | Colombia García Robayo, Margarita | Colombia Garland, Inés | Argentina Geisler, Luisa | Brasil González, Tomás | Colombia Grigsby Vergara, William | Nicaragua Guerra, Wendy | Cuba Guillén, Luis Diego | Costa Rica Gutiérrez Negrón, Sergio | Puerto Rico Gutiérrez Plaza, Arturo | Venezuela Halfon, Eduardo | Guatemala Hasbún, Rodrigo | Bolivia Hatoum, Milton | Brasil Hernández, Claudia | El Salvador Herra, Rafael Ángel | Costa Rica Hidalgo, Daniel | Chile Iparraguirre, Alexis | Perú Jaentschke, Marcel | Nicaragua Jeftanovic, Andrea | Chile Juárez Polanco, Ulises | Nicaragua Lacerda, Rodrigo | Brasil
Lalo, Eduardo | Puerto Rico Lisas, Ricardo | Brasil Lisboa, Adriana | Brasil Maia, Ana Paula | Brasil Martínez, Guillermo | Argentina Martínez, Julián | Cuba Martins, Altair | Brasil Martz, Mario | Nicaragua Mellado, Isabel | Chile Méndez, Juan Carlos | Venezuela Mendoza Luna, Miguel | Colombia Meruane, Lina | Chile Montero, Andrés | Chile Montero, Mayra | Puerto Rico Montes, Raphael | Brasil Mosquera, Javier | Guatemala Muñoz, Harold | Colombia Muñoz Valenzuela, Diego | Chile Murillo, Catalina | Costa Rica Nazarian, Santiago | Brasil Negrón, Luis | Puerto Rico Neyra, Ezio | Perú Núñez, Vanessa | El Salvador Olguín, Sergio | Argentina Olivar, Norberto | José Venezuela Oloixarac, Pola | Argentina Padura, Leonardo | Cuba Page, Johann | Perú Pantin, Yolanda | Venezuela Passos, José Luiz | Brasil Paz Soldán, Edmundo | Bolivia Pérez Reyes, José | Paraguay Phé-Funchal, Denise | Guatemala Pimentel, Jerónimo | Perú Piñeiro, Claudia | Argentina Poblete, Nicolás | Chile Prata, Antonio | Brasil Quirós, Daniel | Costa Rica Raggio, Salvador Luis | Perú Ramírez Biedermann, Juan | Paraguay Rimsky, Cynthia | Chile Rivero, Giovanna | Bolivia Rodrigues, Sérgio | Brasil
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Rodríguez, Giovanni | Honduras Rodríguez, María Paz | Chile Ronsino, Hernán | Argentina Rosero, Evelio | Colombia Ruffato, Luiz | Brasil Saavedra, Carola | Brasil Sabbatella, Leonardo | Argentina Saccomanno, Guillermo | Argentina Salazar, Claudia | Perú Samper, Daniel | Colombia Sánchez R., Eduardo | Venezuela Sanchiz, Ramiro | Uruguay Sandoval, Carlos | Venezuela Sanhueza, Leonardo | Chile Santos Febres, Mayra | Puerto Rico Santullo, Laura | Uruguay Silvestre, Edney | Brasil Schroeder, Carlos Henrique | Brasil Solano, Andrés Felipe | Colombia Stigger, Verônica | Brasil Suárez, Karla | Cuba Thays, Iván | Perú Toro, Pablo | Chile Torres, Miguel | Colombia Ubidia, Abdón | Ecuador Ulloa- Argüello, Warren | Costa Rica Umpi, Dani | Uruguay Urriola, José | Venezuela Valencia, Leonardo | Ecuador Vásconez, Carlos | Ecuador Vargas, Diego | Chile Vargas, Vania | Guatemala Vásquez, Yuri | Perú Vela, Óscar | Ecuador Verzi, Horacio | Uruguay Villalta, Fátima | Nicaragua Viveros, Javier | Paraguay Wilson, Mike | Chile Wynter, Carlos O. | Panamá Yushimito, Carlos | Perú Zambra, Alejandro | Chile Zappi, Lucrecia | Brasil Zúñiga, Diego | Chile
LATINOAMÉRICA VIVA
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Escritores participantes en el programa literario
Latinoamérica Viva del 2012 al 2018 por país de origen Argentina • • • • • • • • • • • • • • • • •
Almada, Selva Andruetto, María Teresa Berti, Eduardo Brizuela, Leopoldo Coehlo, Oliverio Consiglio, Jorge Falco, Federico Fernández Moreno, Inés Martínez, Guillermo Olguín, Sergio Oloixarac, Pola Fresán, Rodrigo Garland, Inés Piñeiro, Claudia Ronsino, Hernán Sabbatella, Leonardo Saccomanno, Guillermo
Bolivia • • •
Hasbún, Rodrigo Paz Soldán, Edmundo Rivero, Giovanna
• • • • • • • • • • • •
Carneiro, Flávio Carvalho, Bernardo Campos, Simone De Leones, André Ferroni, Marcelo Figueiredo, Rubens Fraia, Emilio Freire, Marcelino Fuks, Julián Geisler, Luisa Hatoum, Milton Lacerda, Rodrigo
LATINOAMÉRICA VIVA
Brasil
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Martins, Altair Montes, Raphael Nazarian, Santiago Passos, José Luiz Prata, Antonio Rodrigues, Sérgio Ruffato, Luiz Saavedra, Carola Silvestre, Edney Schroeder, Carlos Henrique Stigger, Verônica Zappi, Lucrecia
• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •
Apablaza, Claudia Bisama, Álvaro Collyer, Jaime Correa, Matías Díaz Eterovic, Ramón Díaz Oliva, Antonio Fernández, Nona Ferrada, María José Hidalgo, Daniel Jeftanovic, Andrea Meruane, Lina Montero, Andrés Mellado, Isabel Muñoz Valenzuela, Diego Poblete, Nicolás Rimsky, Cynthia Rodríguez, María Paz Sanhueza, Leonardo Toro, Pablo Vargas, Diego Wilson, Mike Zambra, Alejandro Zúñiga, Diego
Chile
Colombia • • • • • • • • • • • • • •
Álvarez, Sergio Álvarez, Juan Burgos, Andrés Correa, Juan David Engel, Patricia García, Antonio García Robayo, Margarita González, Tomás Mendoza, Miguel Muñoz, Harold Rosero, Evelio Samper, Daniel Solano, Andrés Felipe Torres, Miguel
• • • • • • • • • •
Barquero, Guillermo Berrocal, Bernabé Chaves, José Ricardo Contreras, Fernando Cortés, Carlos Guillén, Luis Diego Herra, Rafael Ángel Murillo, Catalina Quirós, Daniel Ulloa- Argüello, Warren
• • • •
Guerra, Wendy Martínez, Julián Padura, Leonardo Suárez, Karla
Costa Rica
Cuba
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Adaui, Katya Alemán, Gabriela Ampuero, María Fernanda Arcos Cabrera, Carlos Cáceres, Jorge Luis Chávez, Miguel Antonio Egüez, Iván Ubidia, Abdón Valencia, Leonardo Vásconez, Carlos Vela, Óscar
• • •
Córdova, Alejandro Hernández, Claudia Núñez Handal, Vanessa
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Fuentes, Rodrigo Halfon, Eduardo Mosquera, Javier Phé-Funchal, Denise Vargas, Vania
•
Rodríguez, Giovanni
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Blandón, Erick Grigsby Vergara, William Jaetschken, Marcel Juárez Polanco, Ulises Martz, Mario Villalta, Fátima
El Salvador
Guatemala
Honduras Nicaragua
Panamá • •
Burgos, Isabel Wynter, Carlos O.
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Bustos, Mónica Pérez Reyes, José Ramírez Biedermann, Juan Viveros, Javier
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Benavides, Jorge Eduardo Cueto, Alonso Gamboa, Jeremías Iparraguirre, Alexis Neyra, Ezio Page, Johann Pimentel, Jerónimo Raggio, Salvador Luis Salazar, Claudia Thays, Iván Vásquez, Yuri Yushimito, Carlos
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Arroyo Pizano, Yolanda Cardona, Cezanne Dávila, Tere Gutiérrez Negrón, Sergio Lalo, Eduardo Montero, Mayra Negrón, Luis Santos Febres, Mayra
Paraguay
Perú
Puerto Rico
Uruguay • • • • • • • •
Amengual, Claudia Butazzoni, Fernando Delgado Aparaín, Mario Estramil, Mercedes Sanchiz, Ramiro Santullo, Laura Umpi, Dani Verzi, Horacio
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Barrera, Alberto Barreto, Igor Blanco, Rodrigo Centeno, Israel Centeno Maldonado, Daniel Gutiérrez Plaza, Arturo Méndez, Juan Carlos Olivar, Norberto José Pantin, Yolanda Sánchez R., Eduardo Sandoval, Carlos Urriola, José
Venezuela
LATINOAMÉRICA VIVA
Ecuador
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Gracias al equipo de la FIL Guadalajara Dirección General: Alejandro Márquez Hernández, Luis Ángel Márquez Arrellano, José Luis Martínez González, Mariela Cruz Mena Mundo, David Unger Operaciones: Judith Morales Moreno, Yolanda Peguero López Administración: Carolina Ayala Noble, Nancy Guadalupe Cruz Nieto, Manuel Alberto Delgado Siordia, Patricia Lorena Valentan Gómez, Bernardo Torres Sahagún Contenidos: María Daniela Ascencio Casillas, Melina Flores Hernández, Lucila Jauregui Rosales, Araceli López Alvarado, Natalia Montes Sánchez, Itzel Estefanía Sánchez Hernández Protocolo: Blanca Daniella Gama Cárdenas Diseño y Ambientación: Francisco Javier Ojeda Álvarez, José Carlos Picos Alarcón, Erika Rivera Íñiguez Prensa y Difusión: Juan Manuel Alatorre García, Jessica Cano Lule, Areli Belén Martín Orozco, Josué Enrique Nando Durán Tecnologías de la Información: Noe Dávila Leandro, José Antonio Mercado González Patrocinios: Dea Nicté López García, José Rafael Sánchez Hinojosa FIL Niños: Joannes Paulus Arevalo Saguaya, Mario Carreón García, Juan Manuel Guzmán Saavedra Expositores: Abigaíl Corrales Pérez Profesionales: Diego Arellano Riverón, Jazmín Vianett Martín Orozco, Cintia Rodríguez Gutiérrez Servicios de Viajes: Mónica López Bravo, Aranzazú Soledad Meza Macías, María Verónica Flores García Alimentos y Bebidas: Paola García Martínez Montaje: Gabriel Castañeda González, Felipe Díaz Sedano, Eduardo Garibay Maldonado, Pablo Hernández Gutiérrez, Francisco Lara Santoscoy, Jessica Elizabeth Navarro Tinajero, Raúl Ramírez Galván, Carlos Alberto Padilla Rojas, Luis Alberto Velázquez López
LATINOAMÉRICA VIVA se terminó de imprimir en noviembre de 2018 en los talleres de Drucker Impresores. 1,000 ejemplares. Este catálogo fue impreso sobre papeles certificados que disminuyen el impacto ambiental
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