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Chamonix

Danza entre

glaciares Desde tiempos remotos los glaciares han sido asociados a lugares malditos, a los que el hombre no podía, no debía y seguramente no quería acceder. Lugares endemoniados en los que la supervivencia humana era imposible, y a los que se admiraba desde la lejanía con una mezcla de fascinación y pavor. Con el tiempo, los glaciares han seguido y siguen ejerciendo esa fascinación entre montañeros y esquiadores, y aunque los demonios ya no nos atemoricen, sí que nos sigue acosando inconscientemente un atávico miedo cuando transitamos por ellos. Por Francisco Javier González. Fotos: Gonzalo Manera

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nvalentonados, dos integrantes de Oxígeno acudimos a la llamada de los glaciares, y no unos glaciares cualquiera; acudimos a la misma llamada que atrae a turistas de todo el mundo desde que en 1741 dos jóvenes aristócratas ingleses - William Windham y Richard Pocock - descubrieron las maravillas naturales de un lugar en los Alpes franceses llamado entonces Chamouni, y que hoy en día todos conocemos por Chamonix. Chamonix (1.035 m) está situado en la zona noroccidental de los Alpes, a 15 km de la frontera con Suiza y a 15 km de Italia, cuyas tres fronteras convergen en los 3.820 metros de la cima del Mont Dolent. El valle de Chamonix se estira a lo largo de 17 kilómetros de origen glaciar, con la cadena montañosa del Mont Blanc al sur y la de las Aiguilles Rouges al norte.

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Los glaciares son omnipresentes en el valle y montañas Chamonix. Cubren un área de 125 kilómetros, y contribuyen de forma majestuosa a la inspiradora belleza de la zona. Desde siglos pasados, estos gigantes de hielo han inspirado miedo, incredulidad y admiración, descrita incluso por autores como Goethe, Percy, Victor Hugo o Alejandro Dumas. La nieve no acudió a la llamada de los Alpes el invierno pasado, y Chamonix no era precisamente el pintoresco pueblo nevado que uno esperaba a primeros de marzo. Sin embargo nada más llegar al valle, no pudimos evitar sorprendernos y maravillarnos con el glaciar Bossons, que parece abalanzarse sobre la carretera y el pueblo. Debido a su gran inclinación es el glaciar que más rápidamente se mueve (300 metros al año), y además uno de los que más rápidamente está siendo afectado por el cambio climático.

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Los glaciares son omnipresentes en las montañas de Chamonix, y desde siglos pasados, han inspirado miedo, incredulidad y admiración.

Un descanso con vistas en el descenso de la Vallé Blanche para admirar el Glaciar du Géant

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Esquí en glaciares

Recuerdo la primera vez que me deslicé sobre un glaciar. Eran los meses estivales en Stubai, Austria, y una ola de calor recorrió media Europa, con consecuencias fatales en varios países. El glaciar de Stubai, en el que se había construido un snowpark, también sufrió las consecuencias de la ola de calor, algunas de las cuales pudieron ser fatales para mí y mis compañeros de trabajo. En menos de una semana, las altas temperaturas derritieron enormes cantidades de nieve, y en el glaciar comenzaron a hacerse visible enormes grietas, algunas esquivables al ser vistas, y otras no. Nunca olvidaré la sensación que me provocaba deslizarme sobre una fina capa de nieve que el oído y el tacto me transmitían estaba hueca por debajo… Esa sensación volvió a mi cabeza cuando, días antes de llegar a Chamonix con intención de esquiar -perdón, surfear- dos de los recorridos glaciares más famosos, tuvimos noticia de que una semana antes, un guía de montaña había sido engullido por una grieta en mitad de su recorrido con unos clientes. Nosotros podemos ser los siguientes, pensé. No es algo que no supiésemos ya de antemano, pero que hubiese sido un guía de montaña de Chamonix nos lo recordaba frontal y meridianamente. No es la experiencia lo que te salva cuando esquías en un glaciar. A diferencia de esquiar en un fuera de pista, y no digamos en una pista de estación, al deslizarse sobre un glaciar los peligros no pueden ser del todo previstos: no es posible saber cuándo ni dónde se desprenderá ese gigantesco serac sobre tu cabeza, ni en qué momento el puente de nieve sobre una grieta no soportará el peso de un esquiador o surfero sobre él, ya sea un novato o un experimentado guía. Y quizás ése sea uno de los factores clave -que no el único- por los que esquiar sobre glaciares sea tan atractivo, y por el que esquiadores de todo el mundo acudan cada año en cantidades ingentes a deslizarse sobre los famosos itinerarios glaciares de Chamonix. Llegados a este punto, tenemos la obligación de señalar que los dos itinerarios que realizamos fueron en compañía de un guía de alta montaña de la zona. No es que sea recomendable, es que nos atrevemos a decir que es prácticamente obligatorio. Un guía profesional conoce el terrenopor el que nos deslizaremos (grietas, seracs, barrancos, avalanchas…) y los tiempos necesarios para deslizarnos sobre él, además de aportar el material y la experiencia que hace falta en caso de que nos ocurra algún desafortunado percance.

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Primeros compases de deslizamiento ante la espectacular visión del glaciar D´Argentière.

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No es un descenso complicado tĂŠcnicamente, pero en cierta medida te sientes como danzando con una entidad superior que puede castigarte -o recompensarte- con cruel y salvaje indiferencia

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Esquí en glaciares Argentière Nuestra primera experiencia sería en la zona de Grands Montets, una zona que además de 28 km de pistas, ofrece unas tremendas posibilidades fuera de pistas, y da acceso al glaciar de Argentière, el que sería nuestro primer contacto con la "danza glaciar” en Chamonix. Desde el pueblo de Argentière (a 8 km de Chamonix y accesible en autobús) parte el teleférico de Lognan, que en dos paradas nos lleva hasta la planicie del mismo nombre a 3.295 metros, desde donde las vistas a Los Drus, la Aiguille Verte, las Aiguilles de Chamonix, el Mont Blanc y el glaciar de Argentière son sencillamente espectaculares. Las posibilidades de fuera pista e itinerarios desde aquí son variadas y también espectaculares. Simplemente siguiendo la pista negra de Point de Vue (con 4 km de longitud y 1.165 m de desnivel) os aseguramos magnificas vistas y diversión garantizada. Pero no habíamos venido hasta aquí para recorrer una pista. Queríamos terreno glaciar, y para ello nos hacía falta equiparnos con arneses, cuerdas y mosquetones; material de alpinismo acorde con el terreno por el que nos íbamos a deslizar, con sus peligros inherentes que numerosos carteles se encargaban de advertir textual y gráficamente. Previamente el guía se encarga de advertirnos de ciertas consideraciones de seguridad importantes a la hora de seguirle y, como no sabe cuál es nuestro nivel, escoge de entrada la ruta de descenso menos difícil. El descenso es de los que no se olvidan. Una mezcla de tensión y fascinación. Tensión provocada por atender a las instrucciones del guía (cuidado con esa grieta, atención no os detengáis ahí, mirad atrás y comprobaréis que hay una bonita colección de amenazantes seracs) y fascinación con esa misma naturaleza alpina que te rodea y en cierta manera te amenaza. No es un descenso complicado técnicamente, pero en cierta medida te sientes como bailando con una entidad superior que puede castigarte -o recompensarte- con cruel y salvaje indiferencia. El tramo final del descenso, que transcurre parejo a la lengua del glaciar, es un escaparate perfecto de las gigantescas y caoticas formaciones de hielo glaciar. Un aperitivo visual perfecto, previo a un merecido tentempié en un chalet de madera unos cuantos giros después.

Quizás la belleza de deslizarse sobre un glaciar acabe sólo siendo una idea irrealizable para futuras generaciones de esquiadores y montañeros...

Caer en una grieta glaciar supone apenas un 1% de posibilidades de supervivencia. Detenerse frente a uno y mirarle fijamente a la cara supone un 99% de admiración y respeto.

Los ojos de la naturaleza Los glaciares son los ojos y los oídos de la naturaleza. Durante los últimos 40 millones de años han registrado las fluctuaciones químicas y de temperatura de la atmósfera, lo que les convierte en unos auténticos periodistas de la Tierra. Como tales, nos están transmitiendo una señal de socorro que estamos empeñados en no escuchar: su imparable retroceso y desaparición. Y cualquiera que visite zonas de montaña con glaciares y se interese mínimamente por el tema, sabrá que el retroceso de los glaciares es innegable, y que poco a poco les está condenando a

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su desaparición, o mejor dicho extinción. Quizás la belleza de deslizarse sobre un glaciar que intentamos transmitir en este artículo, acabe sólo siendo una idea irrealizable para futuras generaciones de esquiadores y montañeros. El Cambio Climático es real. Está ocurriendo aquí y ahora; y tanto los hielos polares como los glaciares del mundo están desapareciendo a una velocidad alarmante. Cualquier montañero que suba al Aneto puede ver las marcas en la piedra que el glaciar dejó como testimonio de remotos tiempos mejores.

Y no digamos las descorazonadoras y alarmantes marcas que recuerdan el nivel que alcanzaban los hielos del Mer de Glace de Chamonix en siglos pasados. El fracaso de las negociaciones de la reciente Cumbre del Clima de Durban nos hace ver claramente que nuestros representantes aún anteponen intereses económicos a los medioambientales. Sin embargo, con toda la fuerza, la pureza y el peligro que representan los glaciares, quizás tengan una última bala en la recámara cuando llegue el momento de su extinción…

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Esquí en glaciares Encadenando giros en la pala con más pendiente de la Vallé Blanche.

Valle Blanche La Valle Blanche es el itinerario fuera de pista más famoso de Chamonix, y casi se podría decir que uno de los más famosos del mundo. Auténticas hordas de esquiadores de prácticamente todo el planeta se dan cita cada invierno para cumplir con un sueño que se considera casi como una obligación para cualquier esquiador o snowboarder. Y no es la dificultad lo que nos atrae -cualquier pista negra de Pirineos puede ser más difícil - sino el espectáculo natural al que uno asiste mientras encadena giros: escarpados picos, hielos rotos, seracs, morrenas... la sensación de estar situado en un lugar entre la mortalidad humana y la inmortalidad de los hielos y montañas que te rodean. Además, como en cualquier otro glaciar en el que uno esquíe, se desarrolla un sentimiento de alerta ante lo que está por venir, mientras se acomoda (o no) mentalmente la idea de que nuestros esquís o nuestra tabla se deslizan por encima de un vacío ancestral. Al itinerario de la Valle Blanche se accede desde el famoso teleférico del Aiguille du Midi, cuya trayectoria ascendente ya es un espectáculo en sí misma. Una vez llegados al punto de partida a los 3.842 m del Aiguille du Midii, es necesario comprobar todo el equipo (ARVAS, palas, sondas, mosquetones, arnés, cuerdas y crampones) dando por hecho que tanto tablas como fijaciones han sido revisadas el día antes. El descenso comienza, pero sin nuestras tablas en los pies. Primero hay que salvar un camino tallado en la nieve y el hielo que, aun con el pasamanos de cuerda para agarrarse, impone bastante respeto, ya que un mal paso puede suponer una caída de mil metros. Sí, es vertiginoso, y de hecho si se realiza con un guía de montaña (¡y así debe ser!), seguramente se haga encordado. Una vez recorrido, la adrenalina da paso a la sensación de que algo grande está por venir, quizás por que el Mont Blanc nos vigila… La Valle Blanche tiene distintas variantes: la ruta normal, el Petit Envers du Plan o el Grand Envers du Plan… La elección del itinerario depende básicamente del nivel, aunque en nuestro caso además estuvo condicionado por el hecho de que nos deslizábamos con tabla de snowboard, por lo que el guía nos hizo el favor de buscarnos siempre la máxima pendiente posible, es decir que en vez de por la ruta normal que comienza bordeando el pico “Gros Rognon” por la derecha, nosotros lo hicimos por la izquierda, enfilando una larga diagonal hasta el “Petit Grognon”. Independientemente de la variante que se elija, hay que tener en cuenta que aunque no estamos hablando de un recorrido

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técnicamente demasiado difícil, sí que hay que tener un nivel de esquí o snowboard suficiente como para desenvolverse con soltura, rapidez y precisión sobre las huellas que nos marque el guía sobre nieves cambiantes (polvo, costra, dura, etc). No hacerlo puede suponer salirse de los puentes de nieve más firmes, y seguro que no queréis deslizaros por un puente de nieve demasiado frágil… ¿verdad? Además, los 2800 metros de desnivel que se salvan requieren obviamente de una forma física aceptable, ya que a poco que no nos demos demasiada prisa tardaremos por lo menos media jornada si hemos comenzado bien pronto, y este descenso sólo tiene una salida, que está al final… Otra de las grandes ventajas de contratar los servicios de un guía es la oportunidad de conocer no sólo los nombres de las montañas y glaciares que recorremos y vemos, sino que además numerosas anécdotas interesantes, curiosas e incluso divertidas que nos puede transmitir durante el recorrido. Un buen momento para ello es la casi obligatoria parada para el picnic en el bonito chalet de madera “Refuge du Requin”, con vistas a un sobrecogedor mar de seracs y glaciares que hacen del momento un tentempié inolvidable. Después de una última pala con considerable inclinación por el glaciar de Tacul (en el que enormes seracs amenazan a todo aquel que se detenga demasiado tiempo a deleitarse con el paisaje) llega el momento de atravesar el prácticamente plano Mar de Hielo, el famoso “Mer de Glace”. La “Mer de Glace” es uno de los monumentos naturales más visitados del mundo. El entusiasmo comenzó en el siglo 18, cuando viajeros acudían tras los pasos de los pasos de ilustrados pioneros como Rousseau, Victor Hugo o Goethe, que cantaron las maravillas de los glaciares de Chamonix. La construcción en 1908 del tren cremallera que da acceso al pie de glaciar desde Montenvers facilitó el acceso y popularizó enormemente el destino hasta nuestros días, en los que todavía es fácil que cada trayecto del tren vaya atestado de variopintos turistas. Precisamente la estación de llegada de ese tren es el punto de destino final al que nos encaminamos, en un último tramo casi plano (atención snowboarders, un bastón de esquí es muy recomendable como ayuda) en el que una vez más las “oxigenadas” vistas, incluidos los famosos “Drus”, nos dejarán un sabor de boca muy, pero que muy especial, y más aún si hay nieve suficiente como para acabar de ganarse la cerveza esquiando hasta las mismas calles de Chamonix.

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Î Consejos para

La Valle Blanche • Contratad un guía ¿os lo habíamos dicho ya? La Compañía de Guías de Chamonix Mont-Blanc fue la primera creada en el mundo…¡en 1821! www.chamonixguides.com • Planead la jornada con vuestro guía desde bien temprano por la mañana y reservad los tickets del teleférico con antelación. En día de sol y/o buena nieve la cola para acceder al teleférico puede ser desesperante. • Aunque el tiempo en el pueblo sea soleado y cálido, no olvidéis la ropa de abrigo bajo ningún concepto. Ahí arriba puede hacer viento y frío… • Si sois snowboarders, no olvidéis encerar bien vuestra tabla el día antes, lo agradeceréis tanto como llevar por lo menos un bastón de esquí, ¡quién os lo iba a decir! • Llevad cámara de fotos con la batería bien cargada, la ocasión merece la pena, y como dice nuestro fotógrafo Mikael Helsing:“¡disparar es gratis!”.

No es un recorrido técnicamente demasiado difícil, sí que hay que tener un nivel suficiente como para desenvolverse con soltura, rapidez y precisión sobre las huellas que nos marque el guía.

» BLOG Tenemos unos cuantos vídeos de nuestra experiencia en Chamonix: descensos, travesías e incluso un vuelo en parapente… ¿Los queréis ver? Entonces visitad revistaoxigeno.es

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