Argonauta, Revista cultural del Bajío, Año 5, nro. 17

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Revista cultural del Bajío

Fomento Cultural Irapuato A. C.

Thánatos

Edición Trimestral • Irapuato • Noviembre 2021 - Enero 2022 • Año 5 - Edición No. 17 - Ejemplar Gratuito




COLABORADORES

Alberto Beuchot (CDMX, 1957). Licenciado en arquitectura, maestría en diseño gráfico, maestría en lingüística aplicada, doctorado en educación. Reside en Irapuato. César Tejeda (CDMX, 1984). Es narrador, editor y guionista. Es autor de las novelas Épica de bolsillo para un joven de clase media (Planeta,2012) y Mi abuelo y el dictador (Caballo de Troya, 2017). Fue director de la revista Los Suicidas y forma parte del equipo de Ediciones Antílope. Esteban Vivas García (Irapuato, 1996). Arquitecto de la universidad de Guanajuato con la tesis laureada: Manifiesto de la Arquitectura de la Rebeldía, Paradigmas de una Vida Líquida. Cofundador y colaborador de la revista universitaria Cuadrante. www.blogdelerrante.com es su espacio personal donde escribe sobre arquitectura y temas afines. Francisco Gallardo (Pénjamo, 1984). Licenciado en filosofía y maestro en literatura hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato. Colabora habitualmente en la revista Nexos. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Literario Alfonso Reyes (2015). Autor del libro Andar de espaldas: la reescritura del relato de viajes decimonónico en El viajero del siglo, de Andrés Neuman (CONARTE / CONACULTA). Ha realizado investigaciones para diferentes entidades de federales y estatales. Es profesor en activo y ha impartido conferencias en diversas universidades del país. Héctor Hugo Acosta Mejía (Tulancingo, 1989). Abogado, lector voraz y escritor por vocación. Los jornaleros, uno de sus relatos, fue seleccionado en el Sexto Concurso Nacional de Cuento Corto Endira, y publicado por esta editorial. Forma parte del taller de escritura creativa del IMCAR. Prepara la publicación de un libro de cuentos con editorial Caligrama (España). Jaime Panqueva (Bogotá, Colombia, 1973). Premio Juan Rulfo de Primera Novela 2009 por su obra La rosa de la China (Planeta, 2011). Autor de El final de los tiempos (NortEstación, 2013). Ganador del concurso literario del 9° Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014; becario de la Asociación de Escritores de Shanghái para las residencias literarias 2014 y tutor del PECDA y del Seminario para las letras guanajuatenses. Jorge Luis Conejo Echeverría (Irapuato, 1985). Licenciado en Historia y maestro en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios) por la Universidad de Guanajuato. Historiador interesado por la investigación histórica, el rescate y organización de archivos históricos y la divulgación del conocimiento histórico. Desde enero de 2014 es miembro del Colegio de Historiadores de Guanajuato A.C. Actualmente es el encargado del Archivo Histórico Municipal de Irapuato. José Antonio Banda (Coatzacoalcos, 1982). Premio Nacional de Poesía Bartolomé Delgado de León 2014 y Premio Ramón Figuerola 2016. Becario del PECDA en el 2013. Autor de Cuaderno en ruinas (Plataforma, 2011), Teoría de la desolación (Azafrán y Cinabrio, 2012), El Pozo abierto (Cartonera La Cecilia, 2014; Quemar las naves, 2016 y Río interior (Ediciones Atrasalante / ISC, 2016).

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Juan Manuel Ramírez Palomares (León, 1957). Poeta. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Guanajuato. Algunos de sus títulos: Asuntos de la Lluvia; La pesadumbre, El olor de la fruta; Aire en vendaval, Hábitos humanos, Saltimbanquis, 12 poemas de amor, Hora sin tiempo, Miro la tarde, Aldebarán, Estampas, Palabras (poesía para niños), Mezcal, Postales, La poesía es ¿una cosa?, y A cierta distancia. Durante 35 años, Juan Manuel Ramírez Palomares ha sido un incansable promotor del libro y la lectura en diversas instituciones del estado de Guanajuato. Su poemario más reciente es Trazos (La Rana, 2021) Mónica Lavín (CDMX, 1955). Escritora y periodista mexicana, y es autora de una veintena de libros de cuentos, novelas y ensayos. Pertenece al SNCA desde 2003. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1996. Premio del Club de Periodistas 1997 por el programa radiofónico de divulgación de la ciencia Muy Interesante. Premio Nacional Narrativa Colima para obra publicada 2001 por Café cortado. Premio Iberoaméricano de Novela Elena Poniatowska 2009 por Yo, la peor. En 2010, recibió el Premio Governor General de Canadá por la promoción de la literatura canadiense en México y en 2011 obtuvo el Premio Nacional Malinalli por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez de Tabasco. Desde 2005 es profesora-investigadora​de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en la Academia de Creación Literaria y es columnista del diario El Universal. Omar Rivera. (CDMX, 1979). Becario, jurado y tutor del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA). Autor de No pienses en elefantes rosas (ICL,2020), Intuiciones de lluvia (Mar de nombres, 2014) y El ser del sur (Editorial Página, 2003). Coordinó la antología de microficción guanajuatense El tótem de la rana (BUAP,2017). Ha colaborado en diversas antologías y revistas. Es coordinador del colectivo Mar de Nombres y cofundador del Festival Internacional de Literatura. Patricia Norma Rosiles Aguado (CDMX, 1953). Poeta y narradora, reside en Irapuato. Miembro actual del taller Literario independiente La Égida. Su obra poética y narrativa se ha incluido en varias antologías de poesía y cuento publicadas en el estado de Guanajuato. Es autora de la novela corta El día de San Juan (La rana, 2012). Sus relatos más recientes están publicados en A cinco tintas (2019). Ricardo Negrete Jaramillo (Léon, 1992). Ficcionista de lo extraño. Adepto a la fantasía y al terror. Escribo cuando la bebé me deja. Leo cuando la bebé me deja. Sueño cuando la bebé me deja. Todas mis letras son para ella. Zyanya Mariana. Nació un día lluvioso en la Ciudad de México; por lo menos eso le dijeron. Ha participado en varias antologías de poesía. su primer poemario De las cosas que vienen de la nada y otras inmediateces (400elefantes, 2010) se publicó en Nicaragua. Ha publicado también el libro Linajes y Anarquías (Elefanta, 2013). Obtuvo el premio Dolores Castro en 2013 con Cuentos y bollitos para una niña (Elefanta, 2016). Tránsitos (Lunaria Ediciones, 2020) es su poemario más reciente. Maestra en Historia por la UNAM y Doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana, donde es docente.


DIRECTORIO

Director general Jaime Panqueva Director Editorial José Antonio Banda Diseño Paola Andrea Moreno Franco Consejo Editorial Alejandro Palizada Sánchez, Francisco MacSwiney Salgado, Marco Vanzzini. Contacto para publicidad contacto@argonauta.com.mx Cartas de los lectores y colaboraciones edicion@argonauta.com.mx Página web www.fomentocultural.org www.argonauta.com.mx

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Argonauta Revista Cultural del Bajío revista_argonauta ARGONAUTA revista cultural del Bajío es una publicación trimestral sin fines de lucro de Fomento Cultural Irapuato AC. Editor responsable Jaime Mauricio Panqueva Bernal. Certificado de Licitud de Título y Contenido en trámite. Parteluz 161, San Antonio de Ayala, Irapuato, Gto. Impreso por IMPROSA SA DE CV, Calle Hidalgo 180, Barrio Santiaguillo, Irapuato, Gto. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de los textos bajo autorización previa del autor. Las opiniones expresadas son responsabilidad única del autor y no reflejan necesariamente la opinión de la publicación. Argonauta. Año 5 número 17. Irapuato, Gto. 2021.

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DOSSIER LA VIDA NO VALE NADA, LA MUERTE SÍ VALE MUCHO Un acercamiento al negocio de las momias en Guanajuato JAIME PANQUEVA 1,000 MANERAS DE MORIR EN EL IRAPUATO DEL SIGLO XVII JORGE LUIS CONEJO ECHEVERRÍA LOS NO MUERTOS JAIME PANQUEVA DEPARTAMENTOS A PERPETUIDAD ESTEBAN VIVAS GARCÍA INTERVENCIÓN POÉTICA INÉS NO DA ENTREVISTAS MÓNICA LAVÍN TRÁNSITOS ZYANYA MARIANA TESTAMENTO JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES POEMAS ALBERTO BEUCHOT XÓLOTL PEDRO OMAR RIVERA PARAÍSO DEL TERCER MUNDO RICARDO NEGRETE P O R TA F O L I O RAY GONZÁLEZ A RT Í CU LOS CEMENTERIO DE MANUSCRITOS CÉSAR TEJEDA TÁNATOS MARCO VANZZINI QUIÉN SE HUBIERA IMAGINADO QUE VIAJA EN TAXI PATRICIA NORMA ROSILES AGUADO CÁNCER POR ELECCIÓN HÉCTOR HUGO ACOSTA BIBLIOTECA

Portada: La muerte. El pinche grabador

CUANDO LA MUERTE SE APROXIMA GILGAMESH LA TANATOLOGÍA Y EL SANTORAL CATÓLICO

NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO: Eros

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EDITORIAL

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a muerte hace parte inseparable de la existencia humana. Vivimos una era donde, como en ninguna otra y gracias al desarrollo de la ciencia, la humanidad se ha acercado a una posible amortalidad bajo un cambio esencial de premisa: considerar la muerte como un fallo técnico que tiene siempre una posible solución. No obstante, fenómenos naturales como la pandemia global vivida en el último año y medio, lleva a cuestionarnos sobre la fragilidad de la vida y la fugacidad de nuestra existencia. En palabras de Harari, gran parte de nuestra creatividad artística, nuestro compromiso político y nuestra devoción religiosa se alimenta del miedo a la muerte. Por tal motivo, reflexionamos en este número sobre sus diversas manifestaciones y su perenne dependencia de la vida. Sirva también como un homenaje a quienes se nos adelantaron durante estos últimos meses, hombres de letras allegados al proyecto cultural de Argonauta. Desde este lado, saludamos con nostalgia y afecto a José Luis Calderón Vela, Iván Trejo y Mauricio Molina, cuya intempestiva partida nos llenó de pena. Bienvenidos a esta nueva travesía en la barca de Caronte.

Vánitas. Óleo sobre tabla entelada. Jorge Vallejo Murillo. 6

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LA VIDA NO VALE NADA, LA MUERTE SÍ VALE MUCHO

Un acercamiento al negocio de las momias en Guanajuato por: JAIME PANQUEVA

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aloma Robles Lacayo considera que haber dirigido tres años, del 2015 al 2018, el Museo de las Momias de Guanajuato cambió su vida. Por una parte, en lo profesional fue una promoción tras haber dirigido con éxito otro de los museos municipales, el Museo ex Convento Dieguino, en el corazón de la ciudad. A esta ingeniera bioquímica con maestría en artes y especialidad en gestión cultural, su trabajo en el museo la llevó a cuestionar el origen y la forma de explotación de este patrimonio. Al respecto, comenta que buscó generar una propuesta de interpretación patrimonial; poner los elementos a disposición de los visitantes para que ellos pudieran construir sus propios significados y dimensionar la importancia de la colección, de ese conjunto de cuerpos. Son una ventana a nuestro pasado, del siglo XIX. Por su magnitud pueden leerse muchos aspectos de esa época. A María José Abreu le encomendamos una investigación. Al tratarse de cuerpos humanos lo primero que debíamos conocer era su identidad. Ella está desarrollando una tesis de maestría sobre la recuperación de las identidades y biografías de las personas cuyos cadáveres momificados se exhiben en el museo, anónimas hasta hace unos años. Tenemos una base de datos con 80 nombres, actas de defunción, causas de muerte, edades al morir, en algunos casos sus ocupaciones. La investigación sigue en curso. Gracias a las investigaciones pudo determinarse que una de las momias más famosas, llamada La China, no pertenecía a ese país, cuando menos, que no existen indicios que lo avalen, pero sí que otro cuerpo femenino tiene nacionalidad francesa. La misma procedencia que el cuerpo más antiguo, inhumado el 9 de junio 1865 y exhumado 23 de junio de 1870. Sabemos que para 1900 había 70 cuerpos exhumados y momificados. En 2016-7 la colección incluía 117 cuerpos de adultos, niños, ancianos, hombres y mujeres. ¿Con momias identificadas ya plenamente con nombres y apellidos, cómo es la recepción por parte de los familiares? Es un asunto que está muy interiorizado. Tuve la oportunidad de ubicar y platicar con algunos familiares descendientes: ellos sienten orgullo de que sus parientes estén allí exhibidos. Recuerdo el caso

de una familia que venía de Nueva York para ver a su ancestro momificado. Vinieron con muchísimo gusto. Les causa mucho orgullo. ¿Hay estudios de la percepción del público? En la administración anterior cuidamos mucho la gestión del museo y se observaba un aumento consistente en la afluencia. Algo que se ha revertido en la actual administración por el aumento tan drástico en el precio del boleto (42% en el año 2018). En el 2019 el decremento en la afluencia fue del 22%, que es muy significativo. Por eso ya no se ven las filas de antes. En todo el 2019 sólo hubo un día con 6.841 visitantes. Y por ese día nos quieren enjaretar una deuda pública para construir un nuevo edificio con capacidad para 15.000 visitantes. Es decir, no hay ninguna razón para decir que se necesita. Además, esto sacaría de contexto a la colección, que es de naturaleza orgánica y por ello el mejor lugar para su conservación es aquel en donde fue encontrado (El panteón de Santa Paula), pues esas condiciones posibilitaron su existencia. La supuesta tecnología de punta que se empleará, tendría que recrear estas condiciones. Algo absurdo porque ya existen. La polémica desatada en los pasados meses implica diversas materias, por una parte, el endeudamiento público para construir algo más parecido a una plaza comercial que a un museo, en un espacio que actualmente funciona como instalación deportiva. Robles Lacayo lo explica con cifras que conoce perfectamente: Antes de incrementar el costo, por razones que no se han cumplido: inversión en el mantenimiento del recinto, la mejora progresiva de aspectos museográficos, la limpieza de las urnas y la conservación de los cuerpos, el museo recibía para su funcionamiento el 10% de lo recaudado. Esta proporción se desplomó en la presente administración municipal. En 2019 el museo recaudó 43.9 millones de pesos y de esa cantidad, en el 2020 sólo recibió el 6%. Es decir, el negocio de las momias deja al municipio más de 40 millones de pesos por año. No me imagino cómo estaría el museo si se le dedicara el 30% de lo recaudado, que me parece bastante justo. No sólo para el museo sino para las mejoras del entorno, el barrio donde está ubicado, que por cierto toma el nombre de las momias. Ese dinero, 94% de lo recaudado, se volvió gasto corriente, es decir, sirve para mantener a la administración municipal.

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¿Lo recaudado corresponde sólo a la entrada o incluye las rentas de locales, ventas de souvenirs etc.? Pues uno de los motivos para proyectar este centro comercial con 75% del área en locales y 25% en exhibición consiste en aumentar esa recaudación. Los 43.9 millones de pesos corresponde a recaudación por venta de boletos, uso de sanitarios y estacionamiento. Sólo esos tres conceptos. Junto al museo hay una tienda institucional administrada por el DIF, no está incluido en esa recaudación. Eso va para el DIF. Hay otro conjunto de tiendas que se asientan en terrenos que donó el gobierno del estado a particulares. En 1996, donó el estado al municipio el Panteón y el Museo. Y luego, se donó por parte del municipio a los comerciantes que ya estaban allí establecidos. Ellos no pagan derechos o rentas. Hay una relación simbiótica, pues ellos construyeron los locales y pavimentaron el estacionamiento. En la audiencia de la comisión de fiscalización de hacienda del pasado 31 de agosto, sólo se concedieron diez minutos para máximo dos voces disidentes de la academia, lo que considero una burla, porque no se escuchan ni sopesan los argumentos. Vino la sesión plenaria del 13 de septiembre de 2021, el Congreso del Estado aprobó la solicitud del municipio de contraer una deuda pública por 70 millones de pesos. Le pregunto a la regidora electa por Morena, ¿Qué sigue ahora? Vamos a proceder en varias vías. Una de ellas es el plebiscito. Sería el primer plebiscito en la historia de Guanajuato convocado por ciudadanos para obligar a la autoridad para que asuma la voluntad de la ciudad. Lo estamos organizando, recolectaremos el 3% de las firmas del padrón electoral, unas 3.207 firmas, y con esto será suficiente para que el IEEG lleve a cabo el plebiscito. Todo conforme a la ley de participación ciudadana del 2002. Nunca se ha usado por la ciudadanía hasta esta vez. Por las cifras expresadas, bastaría reservar su recaudación por dos años para perfectamente pagar el edificio sin recurrir a deuda pública, y para mejorar drásticamente las condiciones del museo actual. El 27 de julio de este año las momias chinchorro, las más antiguas del mundo con 7.000 años, en el Atacama chileno, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad bajo la condición de que permanecieran en su museo de sitio. A mí no me parece descabellado impulsar la declaratoria de las momias como patrimonio cultural de la humanidad. Desde hace un año he impulsado que sean declaradas Monumentos históricos muebles por su adscripción a un inmueble histórico, el cementerio de Santa Paula, en el registro que administra el INAH. La Unesco considera las momias como bienes culturales muebles desde 1978. No vemos por qué las de Guanajuato no puedan ser inscritas como patrimonio. Ya hay 41 momias registradas como tal en Zacatecas y Ciudad de México. Creemos que la colección de momias naturales más grande del mundo debería también estar ahí. ¿Eso conllevaría mejores condiciones en caso de requerir su traslado? Sí. Por una parte, les daría mayor proyección, y por otra les brindaría mayor protección institucional. Por eso vale la pena impulsar esta declaratoria. Pero hay mucha reticencia por parte del INAH local. Estamos en una especie de litigio. Interpusimos una demanda ante un juzgado de distrito para que dirima esta controversia en la interpretación de la ley. Sobre todo, porque existe un precedente de momias protegidas por la ley. Esperamos tener un acercamiento con el INAH para poder solucionar esto.

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Con las cifras e inversiones planteadas con anterioridad, pareciera que el dilema de las momias corresponde sólo a la órbita de lo turístico, arqueológico y económico. Pero hay algo mucho más importante en el fondo. Lo que está en juego, es la dignidad del pueblo de Guanajuato. El cadáver es la máxima expresión de la vulnerabilidad humana. No tiene la capacidad de expresar intereses y necesidades. Todas las comunidades tienen inherente un sistema de valores, somos una comunidad moral. En la medida en que consintamos el trato indigno o indecoroso para los seres más vulnerables, normalizamos y aceptamos que este mismo trato sea recibido por otros seres. Eso significaría que cualquiera de nosotros aquí en Guanajuato podría terminar en la misma posición: atrayendo visitantes a negocios comerciales. Es un agravio a la dignidad humana, la cosificación de los cuerpos llevada al límite, es el uso de los cuerpos con fines instrumentales, no en la condición de fin en sí mismos. Sobre este aspecto esperaríamos una opinión de Derechos Humanos. La Secretaría de Salud tampoco ha opinado. Hay una declaratoria de una comisión de Bioética de la Secretaría de Salud Federal… Sí, en junio del año pasado le enviamos una consulta por la exhibición de las momias en contextos dedicados a la diversión, el entretenimiento y el espectáculo, como ha sucedido recientemente: las momias en la subterránea de Guanajuato, junto a cata de bebidas alcohólicas sin ninguna contextualización y en las peores condiciones para su conservación. El pronunciamiento fue muy claro y en contra del trato que se les está dando, pero el municipio no ha atendido esta recomendación. Les hemos pedido que emitan una política pública que prohíba el uso mercantil de los restos humanos, porque es muy agraviante. Lo que permitamos para las momias es lo mismo que nosotros mismos podemos enfrentar en el futuro. ¿A quién le gustaría que el cuerpo desnudo y momificado de su hija sirva de gancho publicitario en un evento realizado en una plaza pública? Antes de despedirnos, regresamos a los años en que dirigía el museo y tenía contacto con los visitantes. En parte de la exhibición construimos una vitrina interactiva, para que la gente se situara en el lugar de las momias y viviera la que podría sentir al ser exhibida. Al final, instalamos unos ataúdes, réplicas del ataúd de la momia que se conoce como la China, para que la gente entrara en ellos. Fue un éxito tal, que tuvimos que mandar a hacer de diferentes tamaños. Incluso uno jumbo de dos metros. Esos elementos eran muy atractivos para el público. Tienen un fundamento sicológico: al estar rodeado de cadáveres uno puede preguntarse ¿qué me hace creer que estoy vivo? ¿Qué me distingue? Al entrar al ataúd y salir de él por propio pie se lleva a cabo un reencuentro con la vida. En psicología existencial se dice que un encuentro con la muerte puede causar un resurgimiento personal. ¿Hablamos de una catarsis al acercarse a la muerte a través de la visita? Sí, claro. Cuando hacíamos recorridos nocturnos me vestía como la Catrina, el personaje icónico de Diego Rivera. Llevaba una lámpara como la de Aladino cargada de diamantina. A los visitantes se la espolvoreaba en la cabeza mientras parafraseaba el verso de Jaime Sabines: el polvo dorado de la vida no vuelve, así que vive, vive, vive. Te lo dice La Muerte.


1,000 MANERAS DE MORIR En el irapuato del siglo XVII por: JORGE LUIS CONEJO ECHEVERRÍA

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o hace mucho tiempo estuvo de moda un programa llamado 1.000 maneras de morir, donde se recreaba la forma en que diversos hombres y mujeres dejaron este mundo. Por esas mismas fechas nos encontrábamos trabajando en el Archivo Histórico de la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad de Irapuato. Entre un montón de cajas y libros viejos, nos topamos con los registros de defunción que los sacerdotes elaboraron hace más de 300 años. En ellos encontramos pequeñas historias que dan cuenta de la muerte de los habitantes de la congregación de Irapuato y cómo fueron sus últimos momentos de vida. Inspirados en el citado programa y apoyándonos en los documentos históricos, que abarcan del año de 1635 a 1694, presentamos al lector una serie de muertes acaecidas en el siglo XVII. El primer registro de defunción de Irapuato Alonso es la persona que ocupa el registro número uno en la larga lista de irapuatenses fallecidos en el siglo XVII, en su partida se asentó que estuvo casado con una mujer de nombre Isabel y que, en vida, fue criado de Miguel Gallardo. Alonso murió el 13 de mayo de 1635, el notario eclesiástico no registró donde fue sepultado o la nación a la cual pertenecía; tampoco se hace mención alguna a las causas que provocaron su muerte. Muertes por rayos en el Irapuato colonial En los registros de defunción del siglo XVII es posible encontrar seis personas que murieron por la caída de un rayo. El 29 de mayo de 1692, se registró en el libro de defunciones de la parroquia de Irapuato el fallecimiento de dos mulatos, quienes fueron alcanzados por un rayo mientras caminaban por las tierras de la hacienda de Arandas. En la descripción que se hace del suceso se menciona que

Foto: Mónica Salazar

uno de ellos murió de inmediato y el otro fue hallado con vida, pues aún le latía la sien, por lo cual alcanzó a recibir la extremaunción. Sin embargo, no sobrevivió y ambos fueron sepultados el día 30 de mayo. Todo parece indicar que estos personajes no eran oriundos o vecinos de Irapuato, pues nadie pudo identificarlos plenamente; en la partida se anotó que el primero en morir pudo haberse llamado Nicolás de Morado, ya que entre sus pertenencias se encontró una carta de pago de tributo con ese nombre, aunque no se tuvo la certeza de que el papel le perteneciera. Que nadie haya reconocido a los difuntos y su percance aconteciera cerca de la hacienda de Arandas, nos hace pensar que los dos mulatos encontraron su muerte mientras viajaban a Guanajuato o algún lugar de Michoacán, ya que por la citada hacienda pasaba el camino hacia esos lugares.

Mónica Angelina fue otra irapuatense que falleció a consecuencia de un rayo, esto sucedió el 2 de agosto de 1655; en su registró se asentó que fue una india tarasca, estuvo casada con Diego de la Cruz, también tarasco, y fue vecina de la labor de Juan Gallardo. Una muerte similar tuvo Nicolás García, le cayó un rayo el 28 de agosto de 1667. También en el mes de agosto, pero del año 1674, Nicolás Hernández, un mulato que trabajaba como pastor para Pedro de Aguilera, murió fulminado por un rayo. Seguramente el lector ya pudo percatarse del elemento común que tienen estos tres casos: todos acontecieron durante agosto, aunque de diferentes años, un mes en el cual abundan las tormentas en Irapuato. También es importante destacar que los seis casos de fallecimiento por rayo que encontramos en los registros del siglo XVII sucedieron en un rango de cuatro meses (en-

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tre mayo y agosto, de diferentes años), lo cual no resulta raro, pues esta es la época de lluvias. Otro caso registrado de muerte por la caída de un rayo fue el de Nicolás López, un español soltero; en la partida de defunción, fechada el 19 de julio de 1663, el funcionario eclesiástico asentó que nadie lo conocía, lo que nos hace preguntarnos cómo fue posible que lo identificaran, una cuestión que quedará sin respuesta. Muertes causadas por accidentes con animales Desde hace varios años, es imposible ver caballos, mulas o yeguas recorriendo las calles de Irapuato, salvo durante los desfiles cívicos del 16 de septiembre y 20 de noviembre; de igual manera, ha disminuido significativamente el número de animales en los ranchos y comunidades rurales irapuatenses. Sin embargo, hay que recordar que en la época novohispana los caballos, mulas, burros, yeguas, toros, etcétera, fueron un elemento fundamental en la vida cotidiana, pues eran empleados como medio de transporte, fuerza de trabajo y con fines recreativos. El uso diario que se daba a los animales propiciaba los accidentes y éstos causaron la muerte de más de un irapuatense. El 1 de febrero de 1644, Agustín encontró la muerte en la plaza de toros de la congregación de Irapuato. No sabemos si esta persona fue torero o un espontáneo que saltó al ruedo, en su registro de defunción sólo se anotó que no se pudo confesar porque lo mató un toro en la plaza; lo que sabemos sobre él, es que fue un indígena oriundo de Irapuato, casado con una mujer de nombre María; el padre de Agustín fue Diego de la Cruz, quien se ganaba la vida como cantor en las iglesias de Irapuato. El caso anterior es el único que encontramos en el cual estuvo involucrado un toro, son más numerosas las muertes ocasionadas por caídas desde el lomo de un caballo, yegua o burro, o producidas porque el individuo fue arrastrado por alguna de las bestias señaladas. Así encontró su muerte Joseph Sánchez, un mestizo que se encontraba de paso en la casa de don Juan Patiño, falleció sin recibir los sacramentos porque lo arrastró una mula. Un fin similar tuvo Jusepe, mulato libre que residía en Yóstiro, comunidad que se encontraba al sur de Irapuato, distante a

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más de 15 kilómetros. Él pereció arrastrado por un potro. La caída de un caballo fue la causa de muerte de Domingo, un niño de tan sólo ocho años de edad, quien fue hijo de Andrés Pedro y Francisca de la Cruz, dos indios tarascos que estuvieron al servicio de Domingo Hernández Gamiño. El hecho ocurrió el 25 de octubre de 1674. Conozcamos otra historia: a la media noche del 13 de febrero de 1652, Juan de Guango, un tarasco, montaba a caballo, por causa que desconocemos cayó del animal, lo que ocasionó su muerte; en el libro de defunciones se anotó que Juan estuvo casado con Ana María, también de origen tarasco, quien quedó en libertad para volver a contraer nupcias. Ahogados en tierras irapuatenses En 1618, Jerónimo Martínez de Ripalda, un sacerdote español miembro de la Compañía de Jesús, publicó su Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana, popularmente conocido como catecismo del padre Ripalda. Texto ampliamente usado en la Nueva España para enseñar a los niños los elementos básicos de la doctrina católica. Sobre la extremaunción, el padre Ripalda señala que sirve para “quitar las manchas y rastros del pecado, fortalecer el alma contra las tentaciones y dar salud al cuerpo, si le conviene”. En los registros de defunción de la parroquia de Irapuato encontramos ocho casos en los cuales las personas no alcanzaron a limpiar las manchas del pecado debido a que murieron ahogadas y, por lo tanto, sin la asistencia de un sacerdote, veamos algunas de esas historias. La primera tiene como protagonista a Juan Lázaro, quien entregó su alma al creador el 5 de junio de 1677, dejando viuda a su mujer, de nombre María Lucía; la partida de defunción nos informa que Juan Lázaro se había dirigido a la hacienda de Cuerámaro para ver a sus hijos, cuando regresaba a Irapuato se arrojó al río Turbio, el cual se encontraba crecido, y murió ahogado. Un caso similar fue el de Diego, un indio otomí, vecino del Corral de Piedra, quien se metió a bañar al río un 12 de junio de 1676, ya no salió con vida. Mismo fin tuvo Francisco Juan, también otomí, murió ahogado en el río, el 28 de julio de 1682, su cuerpo fue hallado cuatro días después del suceso. No sólo los hombres murieron ahogados, también encontramos un par de

situaciones donde las mujeres fueron las protagonistas. Uno de esos casos fue el de Andrea, una indígena vecina del Cuisillo, al suroeste de Irapuato, que pereció en una noria el 14 de septiembre de 1646. Casi cuatro años después, el 8 de mayo de 1650, otra indígena falleció por ahogamiento en una noria del Cuisillo, su nombre fue María y tenía 60 años. Su registro de defunción nos describe brevemente los hechos que precedieron a su muerte: ese día los indígenas del Cuisillo se dirigieron a la iglesia para escuchar la misa, era un día especial pues se celebraba la aparición del arcángel Miguel en el monte Cargano. A su salida vieron a María sacando agua de la noria, a su regreso la encontraron muerta. La revisión de los casos de muerte por ahogamiento nos permite detectar que este tipo de sucesos se presentaron entre los meses de abril y septiembre de cada año, fechas que casi coinciden con la temporada de lluvias en Irapuato, que provocaba un aumento en el cauce de los ríos que pasan por el territorio. Más de tres siglos después, se siguen presentando casos de irapuatenses que mueren ahogados en los ojos de agua, ríos y presas del municipio, basta con revisar las noticias locales para encontrar uno o dos hechos por año. Muertes causadas por el fuego El 21 de marzo de 1684, Bartolomé Pérez y Gaspar Diego, ambos sirvientes de Diego de Zavala, se encontraban en el monte conocido como de don Joseph de Alcocer, el fuego les arrebató la vida en ese lugar, pues ambos murieron quemados. El hecho de que perecieran el mismo día, en el mismo sitio y que trabajaran para la misma persona nos hace pensar que se encontraban laborando en el momento de su deceso. Cabe la posibilidad de que ambos estuvieran quemando el cerro con el fin de desmontar las tierras y aprovecharlas para la agricultura, o bien, pudieron ser alcanzados por un incendio provocado por el calor de esa época. No podremos saberlo con seguridad, pues el registro de defunción no da información al respecto. Sobre el lugar donde estas dos personas sucumbieron podemos decir que el monte al que se hace referencia puede estar ubicado en lo que hoy son las comunidades de La Soledad o en Yóstiro, ambas situadas al suroeste de Irapuato y distante una de otra a pocos kilómetros, lo anterior lo deducimos en virtud de que el propietario de esas tierras en la segunda mitad


del siglo XVII fue don Joseph Tomás de Alcocer y Dávalos. Cerramos este apartado señalando que, al momento de morir, Bartolomé Pérez se encontraba soltero y fue declarado como mestizo; por su parte, Gaspar Diego dejó una viuda, de nombre Angelina María. Muertes infantiles en el siglo XVII Los registros de la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad de Irapuato dan cuenta de un alto número de muertes infantiles, en muchos de éstos no se anotaron las causas que las provocaron, sólo la edad que tenía el menor, aunque existen excepciones interesantes, las cuales reproducimos a continuación. El 27 de octubre de 1667 pereció una niña recién nacida, su nombre fue María; en su partida se cuenta su breve paso por el mundo: la encontraron por la mañana en la puerta de la iglesia, llevaba consigo un papel en el que se indicaba su nombre; a las autoridades eclesiásticas les pareció que la menor ya había sido bautizada y que era española. Juana tuvo una historia muy similar, falleció diez días antes de María, el 17 de octubre de 1667, fue abandonada en un lugar no especificado y entre sus cosas se encontró un papel donde constaba su nombre; en el libro se anotó que Juana era huérfana y de nación mestiza. No todos los casos de muertes infantiles estuvieron relacionados con el abandono de los padres, por ejemplo, el 12 de junio de 1643 se registró la defunción de una madre con su menor hijo: en vida, ella llevó el nombre de Angelina, estuvo casada con Juan Diego y vivía en la hacienda de Xaripitío, hoy conocida como el pueblo de Aldama; el menor no alcanzó a ser bautizado, por lo cual en su registro sólo se asentó que fue hijo de Angelina. Los niños irapuatenses también murieron por accidentes de diversos tipos, atrás reseñamos el caso de un menor que sucumbió al caerse de un caballo; un suceso igual de trágico fue el de Bernabé, un niño mestizo que fue declarado hijo de la Iglesia, es decir, se desconocía quiénes fueron sus padres. Él falleció debido a que se le cayó un jacal encima y lo dejó enterrado el 29 de junio de 1663. Enfermedades del siglo XVII Los irapuatenses que vivieron en la época novohispana no estuvieron exentos de morir a causa de las enfermedades; en los registros parroquiales podemos

Foto: Mónica Salazar

encontrar una lista de los padecimientos que sufrieron nuestros antepasados, entre los cuales se puede señalar los “males del corazón”, que en 1667 causaron la muerte a Francisca Martín, una indígena que fue criada de Andrés de Sierra. Por su parte, los vómitos le costaron la vida a Joseph Barreto de Tábora, español,

casado con doña Juana Bravo de Espejo, quien dejó este mundo el 28 de febrero de 1681. Otra historia es la de Juan Miguel, un indio otomí vecino de San Nicolás, que perdió la vida por un dolor de estómago, vio por última vez la luz del mundo el 15 de mayo de 1656. Por último, exponemos la partida de defunción

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de Catalina Isabel, en la cual se registró que “murió por una tos que le dio”. Los cuatro casos anteriores sólo nos permiten conocer los síntomas sufridos, más no la enfermedad que provocó la muerte; en contraparte, encontramos otros casos donde se especifica la enfermedad. Por ejemplo, el 1 de mayo de 1692, Tomasa de la Cruz se encontraba en la hacienda de Francisco de Aguilera, llamada San Antonio de Tomelópez de Barreto, ubicada al sur de Irapuato, cuando murió a causa de una aplopexia. Los diccionarios del siglo XVIII nos dicen que esta enfermedad consistía en “el pasmo y estupor de los nervios en todo el cuerpo, con privación de sentidos y movimiento”. Otra de las causas de defunción fue la apostema, la cual se definía como “un humor acre que se encierra en alguna parte del cuerpo y, poco a poco, se va condensando entre dos telas o membranas y después se va extendiendo y cría copia de materias […] es peligro abrir o apremiar las apostemas duras, por más que se enconen”. El concepto de apostema ha caído en desuso, en su lugar se utiliza el término absceso, por lo anterior podemos deducir que un apostema era una cavidad donde se acumulaba pus; a este mal se le achaca el fallecimiento de Diego de Oñate, un español que estuvo casado con Antonia. La viruela también fue la causante de muertes en la congregación de Irapuato; el 5 de agosto de 1648 se registró el deceso de Josepha, una niña mestiza vecina de la cercana villa de León, quien se contagió de viruela en Irapuato. Esta enfermedad no necesita presentación, sus síntomas son bien conocidos, así como lo devastadora que fue para la sociedad novohispana. Para terminar esta sección dedicada a las enfermedades que padecieron los irapuatenses del siglo XVII, apuntaremos una causa que nos resultó llamativa: el mal de la muerte. El 21 de febrero de 1686, el notario eclesiástico de Irapuato anotó en el registro de defunciones el caso de María, una mulata doncella, de la cual nadie supo decir cuales eran su apellidos y quiénes habían sido sus padres, sólo se asentó que había muerto en la Calera, “donde le dio el mal de la muerte”.

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Muertes violentas y ejecuciones Se suele pensar que los tiempos pasados eran tranquilos y carentes de cualquier tipo de violencia; las partidas de defunción nos muestran lo contrario, pues es posible encontrar casos de asesinatos y hasta un par de ejecuciones. A continuación reproducimos algunas de esas historias. Miguel, un indio tarasco que vivía y trabajaba en la hacienda de Juan de Ledesma, fue asesinado por una puñalada; el homicida fue otro indígena, quien residía en la misma hacienda. En el registro de defunción se anotó que la autoridad local, el alcalde Juan Martín Gallardo, hizo las averiguaciones correspondientes y dio fe de las heridas el 23 de noviembre de 1648. Juan de Ledesma, amo de Miguel, junto con otros indios se hicieron cargo de sepultar el cuerpo. Otro hecho violento aconteció el 26 de junio de 1644, en esa ocasión el cura de la congregación de Irapuato fue llamado para atender a una persona que se encontraba herida en un campo y en peligro de muerte; el religioso se hizo acompañar de Juan de Alarcón Fajardo, quien era teniente de alcalde mayor, la autoridad civil en Irapuato. Al llegar, encontraron el cuerpo degollado de una persona que en vida había llevado el nombre de Andrés. En los registros de defunciones también encontramos varios casos de personas que estaban de paso por la congregación de Irapuato y fueron asesinadas en este lugar. Ejemplo de lo anterior es la muerte de Juan Manuel, un mulato libre vecino de Pénjamo, quien, el 14 de septiembre de 1655, recibió un hachazo mientras se encontraba en Irapuato; el cura anotó en su registro que, debido a lo anterior, Juan Manuel no alcanzó a recibir los santos óleos. Por su parte, Juan de Santiago, un mulato originario de Colima, dio su último suspiro en los campos irapuatenses, sitio donde lo mató un indígena en el año de 1657. Oriunda de Guadalajara, Ana, una mestiza de quien nadie supo decir si era soltera o casada, fue apuñalada mientras se encontraba en el Cuisillo, esto el 14 de abril de 1657. Cabe señalar que los irapuatenses también perecieron mientras

se encontraban de paso en otros sitios, por ejemplo: Luis, un indígena mexica que estuvo casado con Mariana y que vivió en la hacienda de Luis de Fonseca, fue ultimado en la cercana villa de Salamanca. Al analizar los registros de defunción tmbién podemos detectar las diversas armas homicidas. En la mayoría de los casos se emplearon armas punzocortantes: cuchillos, hachas, puñales, entre otros. También encontramos un registro que nos permite conocer una muerte en la que se usaron espadas, esta sucedió el 19 de marzo de 1682, en las inmediaciones de un sitio conocido en ese momento como El Mesquitillo, lugar donde Marcos Antonio, de ascendencia indígena, peleó a espadazos contra varios agresores, hecho que le costó la vida. En la partida correspondiente se anotó que la causa de la muerte había sido las estocadas recibidas y que el tío de la víctima, un indio llamado Diego de la Mesa, manifestó que el acto por el cual había fallecido su pariente no había sido un duelo. Con menos menciones en los registros encontramos otros tipos de armas homicidas, veamos algunos casos: Pedro Muñoz pereció el 21 de septiembre de 1657 debido a un disparo de arcabuz, un arma de fuego muy usada durante el periodo novohispano. Un palo fue el instrumento que causó la muerte de Jacinto Gallardo; el 15 de junio de 1679, lo encontraron sin vida en los campos de Irapuato, en el registro no se anotó quién fue el asesino, sólo que el difunto era mulato y que sus padres fueron Joseph Gallardo y Ana de Hernández. Francisco García estuvo casado con Ana de la Cruz, ambos eran otomites y vivían en tierras de Luis de Fonseca Montenegro, el primero sucumbió debido a que el 30 de septiembre de 1663 una persona le arrojó violentamente una pedrada en la sien. En este apartado de muertes violentas también hemos incluido dos registros que llaman mucho la atención: ejecuciones llevadas a cabo por las autoridades civiles de Irapuato. En ambos casos los involucrados fueron hombres y perdieron la vida en la horca, el primer caso sucedió el 5 de enero de 1661, ese día Antonio Montesinos fue colgado, el documento no señala el delito que cometió para merecer tal castigo,


Foto: Maru Morones

sólo informa que era un indio tarasco, avecindado en El Carrizal y casado con Madalena; al final de su registro de defunción se anotaron las siguientes palabras: “hubo muchas premisas evidentes de su salvación”, deducimos que con este breve mensaje se quiso asentar que el ajusticiado mostró arrepentimiento de sus actos, quizás mientras era confesado por el sacerdote. El otro ahorcado fue Juan de la Cruz, esta persona fue clasificada como de nación lobo y vecino de la hacienda de Joseph de Villanueva, en su partida se escribió la frase “lo ahorcó la real justicia”. Los “viejos de la congregación” No todas las muertes fueron violentas o provocadas por accidentes; en los registros coloniales de Irapuato también encontramos casos de personas que disfrutaron de una larga vida y murieron por su avanzada edad, como María, de quien conocemos la historia de sus últimos momentos en este mundo a través de su partida de defunción: por la mañana, el sacerdote la exhortó a que se confesara, ella respondió que lo haría por la tarde; llegada la hora de la comida le dieron sus alimentos, después de eso la encontraron muerta. El cura anotó que debido a la situación anterior María no pudo recibir los sacramentos; adicionalmente, informó que la susodicha fue de nación negra y estuvo sujeta a esclavitud, su amo fue el licenciado Diego de Castro. En el libro se anotó que María “estaba muy vieja”, esta frase fue usada por las autoridades eclesiásticas para referirse a las personas que murieron por vejez y de las cuales se desconocía su edad.

En algunas ocasiones los sacerdotes pudieron averiguar la edad que alcanzaron las personas y lo asentaron en sus registros, por ejemplo: el 4 de febrero de 1664, Lázaro Hernández, un indígena mexica, murió a los 90 años. Por su parte, María, una otomí, llegó a vivir poco menos de cien años, según aseguró el cura, quien apuntó que “murió de edad decrépita” en el puesto conocido como El Corral de Piedra; en la partida de defunción también se asentó su lugar de nacimiento, un pueblo llamado San Luis de las Peras, comunidad otomí que desapareció el siglo pasado debido a que sus tierras fueron inundadas para crear la presa Taxhimay, ubicada en el actual Estado de México. El caso más extraordinario de longevidad que pudimos localizar es el de Diego de la Cruz, un indígena tarasco, quien declaró que había nacido en un pueblo cercano a Capula y que a lo largo de su vida había contraído matrimonio tres veces. Esta persona falleció el 9 de diciembre de 1658, el cura de Irapuato consultó con los “viejos de la congregación” y llegaron a la conclusión de que tenía más de 130 años. De ser exacta la edad anotada en el registro, Diego de la Cruz pudo haber nacido en la tercera década del siglo XVI, lo que implicaría que fue testigo o tuvo noticias sobre la conquista y colonización de las tierras que hoy conforman el Bajío guanajuatense, entre ellas las del actual municipio de Irapuato. Para terminar, una muerte por tunas Finalizamos este artículo con un caso muy curioso, una muerte provocada por

comer tunas. Según lo asentado en el libro de difuntos de la parroquia de Irapuato, el 13 de septiembre de 1650 Juana Catalina consumió una gran cantidad de tunas agrias, también conocidas como xoconostle. Poco después se quejó, perdió la conciencia y murió, dejando viudo a Diego Hernández, un indígena tarasco. Concluimos con la historia de Juana Catalina porque nos parece un claro ejemplo de la riqueza de información que nos ofrecen los registros de defunción, a través de los cuales podemos conocer aspectos de sociedades pretéritas como los son hábitos alimenticios, enfermedades que padecían, actividades cotidianas, los accidentes que sufrían las personas, la violencia social que se vivía, las armas que se empleaban, las diversiones públicas y un largo etcétera. En el presente artículo hemos ofrecido al lector un acercamiento a los registros de defunción que se conservan en el Archivo Histórico de la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad de Irapuato, el objetivo es que conozca las causas que provocaron la muerte de nuestros antepasados y diversos aspectos de la sociedad irapuatenses del siglo XVII. Una versión académica de este texto, con referencias bibliográficas y archivísticas, se puede consultar en el libro Irapuato. Sociedad, vida cotidiana y guerra (siglos XVII al XX) y en el Boletín número 18 del Archivo Histórico Municipal de Irapuato, ambos ejemplares son distribuidos gratuitamente en las instalaciones del Archivo Municipal de la ciudad.

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LOS NO MUERTOS por: JAIME PANQUEVA No está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Jorge Rafael Videla

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ensé que esta entrevista debía figurar en el número anterior, Las hacedoras. Sin embargo, por diversos motivos no pude realizarla antes del cierre. Por ello, la considero una bisagra entre ambas revistas porque, sólo gracias al reclamo de las mujeres, a su constancia y ubicuidad, la tragedia de los desaparecidos en México nunca ha salido de la vista de una sociedad apática, casi impermeable, que apenas se inmuta ante cifras escalofriantes. Según el informe del primer semestre de este año de la Comisión Nacional de Búsqueda, desde enero del 2006 se han reportado como desaparecidas 87.855 personas, de las cuales más de la mitad corresponden al sexenio en curso. Esto es cuatro veces más que las víctimas de la dictadura argentina en los años 70. En Guanajuato hay más de 2 mil 600 personas desaparecidas, según información de colectivos de búsqueda. En promedio, cada día en 2021 se han iniciado ocho carpetas de investigación en la Fiscalía General del Estado por este delito. Nuestra entidad se ubica dentro de las 10 entidades con más desaparecidos. Detrás de cada uno de estos números se encuentra una familia que sufre y que debe enfrentarse a autoridades apáticas para conseguir alguna información sobre el paradero de sus parientes. Bibiana es una de las miles que se han organizado en colectivos de búsqueda a lo largo y ancho del país, su testimonio es un ejemplo de valor y dignidad. Manuel desapareció el 8 de enero de 2018, la fecha está clara en la memoria de Bibiana, así como el día en que acompañó a su mamá para pedir informes sobre la investigación en la Fiscalía Regional B en Irapuato. El trato fue inhumano. No tenían tiempo. Nos dijeron: no sabemos nada. Ya había pasado un año y mi mamá empezó a llorar. Pasó una señora y le dijo que no llorara ahí: si su hijo hubiera andado en cosas buenas no lo habrían desaparecido así. Lo dijo sin conocernos, menos a mi hermano. Esa señora era Claudia Mota Ávalos, la encargada de la fiscalía en Irapuato. La indignación llevó a Bibiana a acercarse a otras víctimas, primero a través de Facebook, por donde se convocó a una marcha para exigir respuestas a las autoridades. Yo no conocía a nadie pero fui. Nadie se conocía entre sí. Acababan de desaparecer a un maestro de futbol americano en una secundaria, que apareció después colgado en Salamanca, el Toni. Ya habían hecho una marcha desde el Irekua al Centro. Ahí ya se había armado un pequeño grupo. La fiscal no nos quería recibir; que para qué, que ella no tenía obligación, que sólo recibía de uno por uno. Una mujer muy agresiva. ¿Quién les dijo que estoy obligada a salir a buscar? ¿Ustedes qué se creen? Me di cuenta que la Fiscalía no estaba acostumbrada a ser cuestionada. Hasta el 2020, las cifras oficiales estimaban que en Irapuato había más de 250 desaparecidos. Las diferentes acciones coordinadas a través de Hasta encontrarte, el colectivo al que pertenece, le dieron acceso a los resul-

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tados de la investigación: Fue muy difícil, cuando al fin me entregaron la carpeta de Manuel, tenía mi declaración y la de mi mamá. no había nada más. Eso fue dos años después de su desaparición. La red de colectivos en el estado logró que finalmente el gobierno estatal reconociera la existencia de fosas clandestinas (para mayor información visitar el micrositio: https://fosas.poplab. mx) y que se promulgara una ley para la búsqueda de personas desaparecidas a mediados del año pasado, que incluye la creación de la Comisión Estatal de Búsqueda y el Registro estatal de personas desaparecidas. Sólo a través de las marchas y plantones logramos que se dictara la ley, pero la mentalidad no cambia. La fiscalía sigue siendo la misma. Creen que hablarme bonito es lo que yo quiero. Quieren engañar de otra manera. Ahora que lo hicimos público y palpable, finjo que te atiendo. Pero reviso la carpeta de mi hermano, y apenas hay cosas que debieron hacer desde un principio, está llena de oficios inútiles entre autoridades, que no llevan a ninguna parte, y lo presumen como investigación. Me costó mucho trabajo, que después de tres años de desaparecido mi hermano fueran a su casa a preguntarle a los vecinos si habían visto cómo se lo llevaron y quién se lo llevó. Yolanda Ramirez Dominguez, Fiscal Especial en Investigación de Delitos de Desaparición Forzada, me dijo, no me reclames lo que no hice. ¿Qué quieres que haga? Ya lo que no hice, no lo hice. Sus omisiones pudieron costar la vida de mi hermano. Tuve que salir a la calle y arriesgar mi vida para que voltearan a verme. Es inutil cómo tratan de resarcir lo que no hicieron. Cuando va gente que no pertenece a un colectivo, el trato sigue siendo despectivo y siguen sin investigar si no hay quien les reclame. ¿Dónde está el problema? Sin decir nombres. Había alcaldes que criminalizaban directamente a los desaparecidos. Guanajuato era un estado tranquilo donde estuvimos alejados de esta violencia muchos años. Sentíamos que estábamos alejados de la violencia del crimen organizado, de esta violencia en sí. Vivíamos en un Irapuato donde no te asaltaban. Los muertos eran en riñas de bandas. Cuando llega la desaparición se vuelve algo habitual. Se habla de números desastrosos como algo normal. Tenemos derecho a saber qué pasó con mi hermano. No nos corresponde encontrar al culpable, eso es obligación de las autoridades, de la Fiscalía. El sistema no está acostumbrado a que alguien les alce la voz, que alguien les diga “no estás haciendo bien tu trabajo”. La comisión de derechos humanos se enojaba al oír nuestras quejas. Era algo denigrante: nos culpaban a nosotros de sus errores. El gobierno nos falló cuando nos desaparecieron a nuestro familiar. La segunda vez fallaron porque no salieron a buscarlos. La tercera cuando por sus deficiencias, madres, hermanas, hijas nos vimos


obligadas a hacer lo que ellos no hicieron: salir a preguntar y buscar. Muchas hemos sido amenazadas. Vivimos con miedo. ¿Miedo de los criminales o del estado? Para nosotros (los colectivos) es lo mismo. La omisión es complicidad. Las palabras de Bibiana son duras. La voz se quiebra a veces al recordar a su hermano, a las demás víctimas con quienes ha compartido ira, congoja y zozobra. Habla de persecuciones a las marchas. Recordamos la comunicación de las Naciones Unidas del 16 de septiembre pasado por los asesinatos de Javier Barajas, de Rosario Zavala y las amenazas contra Norma Barrón, Angélica Zamudio y de otras familias de personas desaparecidas en Guanajuato. Bibiana menciona el asesinato en agosto de Arturo, hermano buscador de Norma Alicia, una joven de 26 años de edad, desaparecida en mayo, en plena zona centro de Pénjamo. Fue encontrada días después en una fosa clandestina de la sierra. Ella conoce nombres, lugares y teme también por ello. En las búsquedas, por ejemplo en Salamanca, hemos encontrado avisos pintados con sangre que dicen “bienvenidos al infierno” o “Guanajuato no me dueles”. Escenas terroríficas. Menciona lo rebasados que se encuentran los SEMEFOS locales, las deficiencias en la trazabilidad de los hallazgos, en la identificación forense de los restos. En los años que lleva buscando no ha dejado de capacitarse, de investigar. Las autoridades piensan que somos tontos. Digo que somos mucho colectivo para tan poco gobierno. Hace dos años desconocíamos protocolos, leyes, derechos, obligaciones y al día de hoy hemos leído, nos hemos capacitado e informado. Tomamos talleres, sabemos identificar un hueso humano, distinguirlo de un hueso animal. Les hemos demostrado que nosotras podemos a pesar de no contar con todos los recursos de que ellos disponen. Ellos deben poder, no quedarse siempre atrás de los colectivos. Se muestra también escéptica del trabajo realizado hasta el momento por el comisionado estatal de búsqueda: Les falta buscar víctimas en vida y se están enfocando en hallar fosas que las víctimas señalamos. Ellos empezaron el año pasado y les dimos una lista enorme de lugares en Guanajuato, Presa del Conejo, Acámbaro, Salvatierra. Pero hay un lugar aquí en Irapuato, Loma de Flores, donde ni Sedena ni la Guardia Nacional quieren entrar porque dicen que es peligroso. El comisionado, Héctor Alonso Díaz Ezquerra, dice que ya leyó las 470 carpetas de investigación. No lo creo. No han sacado puntos de búsqueda de esas carpetas. Es como si las víctimas les estuviéramos haciendo el trabajo. Cuando recién se creó, tratamos de que hicieran su trabajo para las búsquedas en vida. ¿Qué podemos hacer como sociedad? ¿En qué podemos ayudar? No señalar, ni revictimizar a las madres buscadoras. Si no gustas apoyar compartiendo fotos o asistiendo a una manifestación, No pases ese mensaje de que alguien merece ser descuartizado y desaparecido. Si hay delincuentes hay autoridades, fiscalías encargadas de buscarlos,

detenerlos y que paguen con cárcel. No apoyen este grado de deshumanización con estas muertes tan atroces. Sólo pido que sean empáticos, los movimientos sociales no son cada tres años para las elecciones. Son para combatir injusticias. La gente cree que la desaparición forzada no los va a alcanzar. Que es solo un asunto entre criminales y no es cierto. Hemos visto muchos casos de niñas o adolescentes que se las están llevando sin que deban absolutamente nada. Ahí es cuando la gente dice, sí me tocó a mí, y mi hija no estaba haciendo nada. Que si carecen de solidaridad, que tengan empatía. El desaparecido no es de la familia a la que le falta, es de toda la sociedad en conjunto. Cuando como ser humano lo ves como algo normal y permisivo que te desaparezcan o asesinen a alguien, ya no eres tan humano. Cuando ya no te duele lo que le pasa a la otra persona y prefieres culpar a las víctimas en vez de exigirle a los culpables de lo que está pasando aquí. ¿Quiénes dejaron crecer la violencia en Guanajuato? Yo no soy culpable. Yo no pedí que desaparecieran a mi hermano Manuel. No fue algo que hubiera elegido, pero sí decidí que no me iba a quedar con los brazos cruzados. Cuando iba a la Fiscalía iba con miedo, temblaba. Cuando iba a preguntar, yo lloraba antes de entrar porque sabía que me iban a tratar mal. Me sentía sola, aislada, porque la gente y los amigos también te abandonan, también tenían ese miedo de ser desaparecidos por preguntar. Hasta la fecha hay gente que cortó conmigo porque sabe que busco a Manuel. Y así le sucede a todas las compañeras del colectivo. Uno no decidió estar en medio de todo esto, pero sí tenemos la responsabilidad como hermanas, compañeras, madres de que esto pare. De que regresen a casa de manera digna y lo más pronto posible. Para que todas las personas que están en Foto: Fired Up. Rafael Avilés. sus casas con su familia completa, no tengan que pasar por lo que nosotros pasamos. Seguiremos luchando hasta que la dignidad se vuelva costumbre. Yo creo que cuando las autoridades tomen en verdad cartas en el asunto, esta problemática va a parar. Antes no la teníamos, vivíamos bien. Esperamos recuperar esa tranquilidad que un día tuvimos. Como colofón de esta entrevista, considero idóneas las palabras de un informe escrito por Agnès Callamard, cuando era Relatora Especial del Consejo de Derechos Humanos sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias: En un cementerio público, las tumbas individuales y otros elementos equivalentes recuerdan que quienes hoy están muertos ayer vivieron, amaron y lucharon. Tal vez tuvieron una buena vida y, si no tuvieron una buena muerte, ahora al menos tienen un buen lugar de descanso. La fosa común, sin embargo, es la ausencia de un buen lugar de descanso, una ausencia del derecho a la vida y al respeto en la muerte. Es algo que exige respuestas de los vivos. Nota final: Si desea conocer más sobre las buscadoras en el estado, recomendamos visitar el micrositio: https://buscadoras. poplab.mx/

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DEPARTAMENTOS A PERPETUIDAD por: ESTEBAN VIVAS GARCÍA

Foto: Tzompantli moderno. Coco Arredondo

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l día pasaba un par de veces frente al Panteón Gayosso. Sea de ida o venida, difícilmente pasa desapercibido. Quizá porque siempre hay coches parados en sus puertas o por su llamativo e impecable pasto podado salpicado de lápidas blancas. Ese lecho eterno, al menos a lo lejos, parece un lugar agradable… quien sabe qué dirá aquel que lo ve panza pa’ arriba. Pensé en escribir sobre ese panteón, aunque tenía mis motivos en contra. Llámenme anticuado, pero cuando se trata de lugares prefiero aquellos casi desnudos, aquellos que saben envejecer. Es lindo verlo a lo lejos, ese parqué verde, tan cuidado y mantenido, pero a mi gusto, ese cariñoso trato le arrebata al lecho de muerte esa dosis de caos que merece, gotas de algún destino distinto. Tal deseo me llevó a embarcarme en una travesía a su símil de carácter público, el panteón municipal. Ya de entrada, querer visitar el lecho de mi abuela jugaba a mi favor. Con un poco de nostalgia en mano, las palabras saldrían por sí solas. El reto consistía en andar por ese lugar que hace mucho abandonamos, y encontrar un nombre entre el pajar de departamentos de concreto. Hacía lustros que no ponía pie ahí. Tenía cierta idea de donde estaba y cómo se arribaba al panteón, pero poco más. Es una hazaña llegar propiamente a ese callejón sin salida, como si las vías del tren marcaran frontera entre la vida y la muerte. Asombrado, llegué allí acompañado de mi familia, intentando encontrar el lugar que sentimentalmente nos correspondía. Entramos a pie, entre lodazales, para explorar un limbo parecido a una jungla, un limbo bien digerido por la naturaleza. El dilema empeora al llegar a las moles de concreto, a los edificios de los muertos donde cinco y seis pisos de tumbas ocupan el lugar de

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una. Como si los muertos hubieran entendido mejor que nosotros que el suelo es un bien precioso que se está agotando. Evocamos con algunas historias, lapsos de visitas anteriores para intentar hallar el departamento de mi abuela, pero poco logramos. La naturaleza vibra con plenitud en ese lugar. Telarañas kilométricas con sus arañas flotando en los aires, lodazales enormes entrando a las cavidades mortuorias, malezas y árboles de todo tipo, me hacen pensar que hay más vida presente que ausente en el Panteón Municipal. Entre los interminables pasillos de tumbas, no había rincón sin nombre humano o natural. En ese paseo sabatino pude entender un hecho innegable, el panteón es un lugar de tregua inconsciente, un acuerdo ignorado y silencioso que firmamos con el mundo natural. Decidimos dejar, sin saberlo, en paz a nuestros muertos y con ellos esas hectáreas de tierra fértil. Ahora que sigo meditándolo, ese pensamiento acechó mi mente desde entonces, y aún lo hace. Las ruinas son la huella humana dejada a la suerte del paso del tiempo, un olvido acordado para que tomen una forma menos humana y más terrenal; para que, en pocas palabras, reingresen al imparable ciclo de la vida. El destino de un cementerio no debería alejarse mucho de esa línea. En ellos hay un espíritu social por crear lugares para honrar a los allegados, pero conjuntamente una sutil intención declara que tras la muerte hay un deseo por reintegrarnos silenciosamente al único lugar del que venimos, la tierra misma. Poéticamente, los panteones son el lugar del olvido necesario. El pacto más sano que tenemos con la naturaleza; finiquitar nuestros cuerpos y dejarlos a su merced. Roguemos algún día ser parte de los mil brazos de nuestros olivos o guardar entre nuestros cuerpos la vibrante alma de una araña, una abeja y una nueva flor.


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INÉS NO DA ENTREVISTAS MÓNICA LAVÍN

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brí el paquete de libros, ansiosa por el estreno de un nuevo título. Allí estaba Desarraigos, una portada sobria, pero otro el nombre de la autora. Inquieta desenfundé el ejemplar; en la solapa la foto de la autora confirmaba que no era yo. Un retrato a blanco y negro de una mujer que más parecía diva de los años cincuenta que escritora del siglo veintiuno. El retrato revelaba el hombro descubierto del que seguramente era un vestido de noche, una gargantilla de brillantes diminutos, o lo que así parecía, un largo cuello despejado y un rostro de pómulos notables y boca carnosa, bien enmarcado por el pelo recogido en un chongo elegante. No era mi nombre, ni era yo, ni siquiera en el pasado. Esto era un timo. No quise leer una breve semblanza de un párrafo que revelaba juventud en la autora y hablé a la editorial indignada. Los demandaría. Verifiqué que el texto del libro fuera el mío, tal vez alguien había coincidido en el título, cosa dudosa, pero el arranque preciso -que hice y rehíce- estaba impreso y me volvió a parecer acertado. El orgullo que en otro momento me hubiera invadido como un trance efímero del paso de lo privado a lo público, era ahora rabia. Desconcierto. La asistente del editor no me comunicó con él, pero dijo, como si hubiera recibido instrucciones previas, que su jefe me invitaba a comer el día que yo quisiera de esa semana. Hoy mismo, respondí.

una caja con un regalo frente a mi lugar en la mesa. Se adelantó ordenando el aperitivo que me ofrecieron nada más sentarme. Dijo salud y alzó la copa que yo no secundé. —No me vas a comprar con regalitos —dije alterada sin abrir la caja azul de Tiffanys. —Seamos realistas, tu título no venderá. En cambio, si es el estreno de una autora joven con dotes notables para la escritura, con un sarcasmo y una sabiduría inusual, causará sensación —fue al grano. Di un trago fuerte al vermut, no sabía si debía ponerme de pie y salir de allí. Me ofendía. —Es una buena trama para una novela —contesté agria —. ¿Sabes cuántos años me ha costado mi nombre? —Vanidad, querida. ¿Quieres vender libros o proteger tu nombre? No tenía respuestas para semejantes asuntos que no me había planteado. —Nosotros hacemos libros para que se vendan. Tenemos estrategias. Tú no necesitas un nombre, ya lo tienes. —Me estás insultando, cada libro es nacer de nuevo.

Cuando llegué al restaurante que acostumbrábamos, —Vamos, tú y yo sabemos de este asunto. Te estás con un amargor en el rostro, como si no estuviera poniendo melodramática. cierta de una jugada donde me esperaba la estocada —Y tú insolente. final, el editor intentó ablandarme con una sonrisa y

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Foto: Sans Souci. Rafael Avilés

Trajeron el sashimi fino, y jugueteé incierta con algu- hacer que tus lectores esperen al gordo. El que viene. nas de las lajas. Este es muy experimental. Confía en nosotros. —Esto es increíble, alterar la autoría de un libro mío es usarme. Esa posibilidad no existe en el contrato. —Tu agente y yo lo pactamos en una adenda. Estamos seguros que habrá dinero y el siguiente lo publicarás con tu nombre. Inés Suárez será una mártir de la literatura. Morirá joven y el título venderá aún más. Será una minita de oro. Tal vez algún día revelemos la verdad. Ya veremos si conviene. Entonces tú podrás entrar al relevo, como la víctima de los tiburones de la industria editorial que hicieron aquel acto vil sin tu consentimiento y te ataron de manos. Pero ahora te toca ser heroína silenciosa. Y cobrar. ¿No te querías ir fuera del país por un tiempo a escribir? Sopesé las palabras que sometían mi rabia. —¿Y quién dará la cara a la prensa? —Inés no da entrevistas, vive en Filipinas. Es su primer libro y no quiere salir a la luz pública. —Eso apagará a los medios. —Tenemos más fotos para encenderlos. —Es muy bella —tuve que conceder.

—¿Y quién es ella en realidad? —desatendí sus consejos. —Inés Suárez, vive en Filipinas… —repitió como un autómata. —Déjate de tonterías. Trajeron la langosta y vertieron el vino fresco en las copas. Y yo pensé en la vanidad. El título o mi nombre… El dinero no es la vida. Me animé a desatar la caja y a descubrir una gargantilla de brillantes delgada y fina como la que llevaba Inés en la foto. Desconcertada sólo atiné a decir: —Nunca pensé poseer algo así. Cuando llegué a casa estaba mareada. Me despejé el cuello y me puse la gargantilla frente al espejo. De mi piel, rebotaron pequeños destellos como los del sol sobre el agua de las albercas. Sentí la suavidad del descanso, de ceder la responsabilidad de las palabras a otra. Aunque al tiempo no se le podía detener, esta vez me pertenecía, sería yo una espía del devenir de un título por el que no tendría que dar la cara. Ni una sola entrevista. Que los otros hablaran de él. Gozaría en silencio los logros y mentiras que emergieran del mito. Acaricié los brillos.

—No que tú no lo seas, querida. Pero al tiempo no se le puede detener. Tus libros son cada vez mejores Tendría material para la novela siguiente y una gary no conviene que publiques tan a menudo. Hay que gantilla impensable.

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TRÁNSITOS ZYANYA MARIANA II En el alba penetrar el bosque misterioso conquistar fortalezas abandonadas, subir y bajar montañas, acumular derrotas fundirse en dragones En el ocaso regresar a casa y dormir cansada IX no soy mujer ni víctima no seré verdugo Soy flujo discúlpenme seré un Yo de olvido X dicen sólo los errantes pueden liberarse del pecado mi Yo se arraigó pronto a esta tierra No lo hizo por amor ni por culpa vive en una orfandad constante en un exilio casi voluntario quería entrelazar tramas y urdimbres Tejer es un arte de pueblos asentados; no existen tintes ni telares portátiles XI Sitiar por siglos y noches los muros de mi ciudad padecer hambre bajo el acoso comerse a pedazos y retazos todos los cuerpos que he sido dulzuras de anhelos carnales abismos de desesperanza Cadáveres todas Yoes que ya no soy Tránsitos (Lunaria Ediciones, 2020)

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TESTAMENTO JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES

Así las hojas en horas se desploman Tienden su lecho madriguera nido Ocaso sin aurora refugio del olvido La tarde rumia pardamente los recuerdos trozos de tiempo añoranza sin destino Silencio y polvo sueños desleídos Detrás de la ventana se queda lo vivido ¿Cuándo llegará por fin la muerte mía? ¿Cuándo cerrará mis párpados mi voz mis libros? Seguro lo sabré en el instante de un suspiro una tarde cualquiera en el sopor sin brío Una mañana como aquella en que esperé tu cuerpo sembrado junto al mío El sudario será tu mano fría los ojos asombrados Tus labios mi vestido Te nombraré profunda sonora Ausente hasta entonces Me abrigarás en tu pecho cuando me haya ido

Testamento hace parte del libro Trazos (Ediciones La Rana, 2021)

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POEMAS ALBERTO BEUCHOT

Momento ¿Con qué muerte podré morirme ahora? Elías Nandino

Paso a paso, sincera, viene la muerte, aunque parezca que acecha, que salta, trapera. Día a día sopla, boca a boca silba su hueca tonada, brinda contigo con sangre en su copa. Poco a poco nos mata, la muerte. palmo a palmo, de dentro hacia fuera, amante desnuda. Eres tu muerte vestida de vida, presencia serena que cree y madura contigo: cada cumpleaños es suyo.

Misión La muerte se expía viviendo Giuseppe Ungaretti

En un momento de fe y desnudo de todo, el hombre voltea y se mira a sí mismo. El terror y la gloria se hermanan, son uno: vencer a la muerte es ganarle a la vida.

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XÓLOTL PEDRO OMAR RIVERA en otra vida fuiste la estrella vespertina de obscuridad y muerte guiabas a los descarnados hasta el Mictlán acompañabas al sol por el reino de los muertos esta noche de gritos y de tierra que se amasa con sangre los apostadores te veneran con cerveza y sudor y saliva esta noche eres el dios de lo grotesco carrete bendito de cuarzos amarillos cantera de dolor ajeno y necesario esta noche que es más noche que cualquier otra el trozo de carne que le falta a mi costado se quedó entre tus colmillos esta noche los hombres que aúllan y ladran frente a ti no saben que ayer soñaste que en un patio lleno de charcos y lodo alguien te lanzaba una pelota y tú corrías para traerla de vuelta

Foto: Flor Bosco.

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Foto: Party. Rafael Avilés

PARAÍSO DEL TERCER MUNDO RICARDO NEGRETE

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o más inconveniente de una muerte improvisada, es el papeleo. Cuando don Jacinto llegó a las oficinas del más allá, le rechazaron el trámite para entrar a Paraíso. Una calaca huraña con el ceño fruncido, le comunicó que su expediente se había perdido. No había forma de saber si el hombre pertenecía al cielo o al infierno y le echaron pronto de la ventanilla: Me va a tener que traer el certificado de defunción, una carta de recomendación, pero bien escrita y sin faltas de ortografía. Tráigase dos testigos que acrediten sus buenas acciones en vida y nada de familiares. No se quede ahí parado. Deje de estorbar que tengo muchos muertos esperando. ¡Siguiente! A don Jacinto no le sorprendió el mal trato, ni la burocracia, ni la mala actitud del personal administrativo. Eran las terribles consecuencias de morir en un país tercermundista. Según había leído en los folletos y para evitar las confusiones culturales, las oficinas del más allá dividían a los difuntos por su lugar de fallecimiento. Un sólo paraíso, o el averno no eran suficientes para alojar la inmensa cantidad de muertos, siempre creciente, que recibían día con día. Don Jacinto tuvo que esperar a que enterraran a su compadre, contrató a fulano y zutano por si acaso, para que ellos fueran los testigos. Pagó unos cuantos sobornos y falsificó la carta de recomendación antes de volver a formarse en la fila de los condenados. En las oficinas del más allá eran muy conscientes del tiempo que dura la eternidad y no se precipitaron en atender a los fallecidos; don Jacinto malgastaba la suya en ese proceso lento y tortuoso sólo para entrar a Paraíso. Cuando tuvo a la calaca de frente, ella autorizó sin discutir o refunfuñar. El hombre pareció notar una mirada cómplice entre la funcionaria y dos de los

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tres testigos, pero se olvidó de todo eso en el momento que recibió el pasaporte sellado. Por fin le dieron la bienvenida para entrar a Paraíso. Después de atravesar la puerta celestial, sintió un profundo desencanto. Don Jacinto se imaginaba la otra vida más glamorosa, radiante y llena de opulencia, pero en lugar de eso recibió un ataque funesto directo a las expectativas. Era un lugar mundano y terrenal, una ciudad en sí misma desplegada en departamentos atestados de muertos, vendedores ambulantes, tráfico y parques donde está prohibido comer de los manzanos. Paraíso no era para tanto; pero era lo que le correspondía: un cielo del tercer mundo. El hombre se sintió turista, hasta que reparó en su falta de casa, o de cualquier otra cosa de valor; llevaba el mismo traje sastre viejo y desgastado con que lo habían sepultado un lunes por la mañana. Entonces, sin ningún otro propósito o motivación, miró la dirección que le asignaron en la oficina del más allá y partió sin prisa. Don Jacinto se adentró a las calles, sólo para comprobar lo distinto que era el cielo de los libros a esa metrópoli divina con caminos llenos de baches y nubes mal pavimentadas. Caminó, desde las colonias suntuosas hasta el barrio antiguo, y comprobó que el hombre más rico del cementerio también lo era en Paraíso. En más de una esquina, don Jacinto se tropezó con negocios turbios que traficaban mercancías importadas desde el cielo chino, o del infierno; que quedaban por donde mismo. Había locales de nahuales desaliñados que usaban la ouija para comunicar a los clientes con sus seres queridos. Chamanes que ofrecían visitar la tierra de los vivos, aunque sea por un instante; en formato de fantasmas con

baja resolución y para jalarle las patas a los desconocidos. El hombre cruzó por el mercado y descubrió, para su fortuna, que ahí en Paraíso no se muere de inanición. Ya no tenía un cuerpo que saciar; pero el hambre es canija y los antojos aún peores. Así que cansado de tal peregrinaje, el hombre se dispuso a conseguir algo de dinero. Don Jacinto tuvo que empeñar su aureola angelical sólo para sufrir un asalto a mano armada mientras contaba los billetes afuera de la tienda. Buscó en los alrededores, pero no había policías en las calles; y entonces recordó el letrero colgado en la entrada de Paraíso, justo arriba de la puerta celestial: Bienvenido, aquí sólo hay gente buena. Un vendedor ambulante le dijo que la muerte es así; más cruda que la vida, y no hay nada más que hacer. En su viaje, el hombre se topó con una manifestación de muertos enfurecidos que tomaron la calzada. Desde la ventanilla de un taxi cercano, se escuchaba la radio y el presidente anunció la buena nueva en la conferencia de prensa que daba sin falta cada mañana: “Dichosos los humildes y los pobres, porque justo a ellos les pertenece Paraíso”, dice la radio, pero don Jacinto no se siente dueño de nada. La decepción terminó de enterrar cualquier esperanza cuando el hombre llegó por fin a la dirección asignada por la oficina del más allá. Era un edificio de departamentos compactos, lleno de grietas y paredes chuecas. Al tocar el timbre lo recibieron sus padres y algunos antepasados. No tenía opción; tendría que quedarse ahí y vivir apretado el resto de la eternidad. Además, en caso de un derrumbe nadie saldría lastimado. Así, mientras don Jacinto cruzaba el umbral de la puerta, murmuró: En el infierno estaríamos mucho mejor.


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RAY GONZÁLEZ, regreso a la raíz

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os encontramos en el Foro Cultural 81 que albergó durante algunos meses su exposición La otra naturaleza; retrospectiva de los últimos ocho años de trabajo de Ray González. Autodidacta, o tal vez no tanto, recuerda cuando en la preparatoria, en 2005, comenzó a trabajar cartonería “me convertí en artesano y lo volví mi oficio”. De allí viene su gusto por el arte popular mexicano, “que puede ser burdo o efímero”. Papel picado, alebrijes, máscaras, catrinas, juguetes surgen aquí y allá en su obra, la cual combina con las experiencias en el taller del escultor Raúl Jaramillo y la visión de maestras como Mabel Téllez, cuando cursó la licenciatura de diseño en la Universidad de Guanajuato.

de arrieros que surcaban desde Irapuato hacia las minas de plata de la capital, El Zangarro, San Vicente de la Cruz, Santa Catarina, o la antigua Ciénega del Pedregal, comunidad vecina de Puentecillas. Por allí transitaron el cura Hidalgo, los cristeros, la reforma ejidal de Cárdenas. De allí partió la migración en los setentas hacia California, a la que rinde homenaje en Noche en llamas y En la frontera.

La conversación va y viene, entre la historia y la geografía local, en torno a una comunidad en concreto: Puentecillas, Guanajuato. De allí procede su familia, allí pasó su infancia y vive con su esposa e hijos, que a su vez han posado como modelos en buena parte de sus trabajos.

Quizás hay algo de nostalgia, pero también voluntad de conservación, de no convertirse “en un pueblito genérico más”. El proceso de transformación que ha vivido su generación ha sido vertiginoso, el cambio en el paisaje, la asimilación acelerada a una capital que devora terrenos hacia el sur. “Nos dijeron siempre que los tiempos pasados fueron mejores y que ahora vivimos lo que nos dejó la modernidad; se acabaron los pozos, los huertos, pusieron el Cereso y de un momento a otro ya no estábamos lejísimos de la zona que se desarrollaba.”

“Vivimos todos los tiempos en el mismo lugar”, comenta mientras habla de su pasión por la paleontología, cuyos trilobites fosilizados son parte fundamental de su serie Antropoceno; o menciona los basamentos piramidales del Clásico, o los petroglifos que aún claman las raíces prehispánicas de la región. A colación salen también los otomíes que trabajaban las tierras de los marqueses de Cuevas y de Rayas y los caminos

Su trabajo abreva en la memoria de la comunidad, en los mitos y la oralidad, donde todavía resuenan los ecos de las brujas, del hervor de sangre o la Mona blanca. “Al descubrir el legado del pueblo, empezamos a encontrar un arraigo, volvemos a conectar con nuestro lugar de nacimiento.” Con la obra plástica de Ray González, invitamos a los lectores de Argonauta a visitar el lugar donde se deja enterrado el ombligo.

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CEMENTERIO DE MANUSCRITOS por: CÉSAR TEJEDA

Foto: Rafael Avilés

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rimer Concurso de Novela Hipocampo. Bases. Podrán participar todos los escritores y escritoras nacidos en los años ochenta o setenta que hayan publicado por lo menos un libro antes del anuncio de la presente convocatoria. Quedan excluidos todos los autores que hayan publicado un solo libro por sus propios medios. Sólo se aceptan manuscritos en castellano. Sólo se aceptan manuscritos que, con toda certidumbre, correspondan al género literario novela: serán descalificados los trabajos de naturaleza híbrida. Los manuscritos no pueden tener menos de 120 cuartillas ni más de 240: letra Calibri, 12 puntos, espacio 1.5. La portada, un caprichoso índice, una caprichosa introducción, un caprichoso epílogo, una caprichosa dedicatoria, no serán contados como páginas; es decir, si el manuscrito contiene las secciones antes referidas, deberá tomar en cuenta que las mismas no serán consideradas entre las 120 y 240 cuartillas estipuladas por el concurso. Los epígrafes, en cambio, sí serán tomados en cuenta como una de las entre 120 y 240 cuartillas estipuladas por el concurso. Cabe decir que los manuscritos con más de un epígrafe serán gloriosamente descalificados por el jurado. De la misma forma, el jurado descalificará, de forma heroica y contundente, los manuscritos con ilustraciones en la primera página. Todos los manuscritos deben ser inscritos con pseudónimo, y el jurado podrá descalificar todos los pseudónimos que le parezcan absurdos, poco originales o pretenciosos. Se descartarán, de igual forma, las novelas autobiográficas, policiacas, históricas y, con más ahínco, las novelas fantásticas, las novelas sobre el narcotráfico y las novelas de ciencia ficción. El premio constará de mil pesos por cada uno de los manuscritos inscritos; es decir, si se

inscriben 30 manuscritos al premio, el ganador se llevará treinta mil pesos moneda nacional. Si se inscriben 35, treinta y cinco mil, y así, sucesivamente. Los manuscritos deben ser completamente inéditos. El premio, claro está, puede ser declarado desierto. No se contemplarán segundos ni terceros lugares ni, mucho menos, menciones honoríficas. El manuscrito debe ser rigurosamente inédito. Ni una sola cuartilla pudo haber sido publicada en ninguna especie de medio, incluyendo las autopublicaciones y los blogs. Nadie se encargará de perseguir el plagio parcial o total de la obra; queda en la conciencia del autor o de la autora si decide plagiar algo, total o parcialmente, siempre y cuando los párrafos plagiados sean rigurosamente inéditos, en concordancia con la cláusula anterior. Los trabajos se harán llegar por correo electrónico a la cuenta primerconcursodenovelahipocampo@gmail.com. La fecha de recepción comienza el 1 de octubre del año en curso y cierra el 24 del mismo mes, a las 23:59. El fallo será anunciado el día de la Virgen. A la bandeja de entrada llegaron 244 manuscritos. El jurado, es decir yo y el señor Rogelio Ramírez, descalificó 14 manuscritos por no cumplir con la cláusula del número de páginas, 12 manuscritos por la cláusula de los epígrafes, 24 manuscritos por no adscribirse de forma rigurosa al género novela, dos por contener ilustraciones en las primeras páginas, 32 por la cláusula de los pseudónimos absurdos, poco originales o pretenciosos; dos novelas históricas, dos novelas de ciencias ficción, y 41 novelas sobre el narcotráfico. No pudimos dilucidar claramente si había algún manuscrito autobiográfico o no, lo que nos puso en un verdadero aprieto. Sumamos, en total, 117 manuscritos elegibles, salvo por

el asunto autobiográfico, cuya solución encontraríamos más adelante. El señor Ramírez, que de su propio bolsillo iba a pagar el premio, me preguntó si, de acuerdo con la convocatoria, debíamos pagar al ganador 244 mil pesos o 117 mil, tomando en cuenta los manuscritos descalificados. Le dije que no lo habíamos dejado del todo claro, pero que, según yo, debíamos pagar 117 mil. “Anuncia”, me dijo, con su voz queda, casi como en un susurro, “que pagaremos 244 mil. Es lo justo”. Una mañana de inicios noviembre, el señor Ramírez y yo comenzamos la rigurosa lectura de los manuscritos elegibles. Sería, según yo, una maratónica sesión de lectura, tomando en cuenta que el día de la Virgen era el 12 de diciembre. Con una salvedad, de acuerdo con don Ramírez: no habíamos dicho el día de qué virgen íbamos a anunciar el fallo. Mejor así, concluimos los dos. Numeramos los manuscritos elegibles del 1 al 117. Don Ramírez leería los nones y yo los pares. Descalificaríamos, por decisión personal, aquellos manuscritos con evidentes errores de redacción. Perdonaríamos, en la medida de lo posible, los errores de dedo y ortográficos. Elegí, en la primera ronda, cinco manuscritos. El señor Ramírez, veintidós. “¿Está seguro, señor Ramírez, de que eligió 22 para la segunda ronda?”, le pregunté. Me dijo que sí. Intercambiamos manuscritos. El señor Ramírez eligió 4 de los míos como finalistas; yo, en cambio, elegí los 22 suyos. Para salvar lo de la cláusula autobiográfica descalificamos todos los manuscritos redactados en primera persona y nos quedamos con seis. Los pseudónimos de los finalistas eran: Oreja de

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Foto: And yet...I still a child. Rafael Avilés

mono, Tamaño carta, Agnes, Sergio Pit Oil, Malestar y Antigua. Pseudónimos, concluimos los dos, perfectos. Oreja de mono escribió una novela sobre cuatro mujeres de cuarenta años, amigas desde la secundaria, que emprenden un viaje, metafórico, a los confines de sus respectivos corazones. Ninguna de las cuatro moría al final y eso nos gustó mucho. La novela, titulada Los confines, escrita en segunda persona, tenía un epígrafe de Freud: “Nuestro estudio de la felicidad no nos ha enseñado hasta ahora mucho que exceda de lo conocido por todo el mundo”. Era, pues, un epígrafe sensacional. Un poco mejor, debimos admitir, que la novela. Tamaño carta escribió una novela sobre las situaciones ridículas que enfrentamos cotidianamente. La protagonista, una mujer discreta, se avergüenza de lo que dice a otros en cualquier conversación, y, cuando vuelve a casa, se martiriza recordando lo que dijo, por lo que un día resuelve hablar estrictamente lo necesario. Nunca se da cuenta de que a casi nadie le importa lo que dice. El final, abierto, nos desalentó. También el título: Palabras más, palabras menos. El señor Rogelio Ramírez era, vamos a decirlo sin rodeos, estúpidamente rico. Y además de estúpidamente rico era solitario, silencioso, meditabundo, un tipo singular del que todo mundo hablaba con reservas. No había tenido hijos. No había tenido una pareja estable en toda su vida. Había cumplido 79 años y quería comenzar a emprender en proyectos culturales. Lo conocí en un café al que él asistía todas las mañanas a leer el periódico. Pedía, de forma invariable, una taza de té negro con leche y una banderilla. Yo trabajaba en el café como mesero. Nos hicimos —tal vez amigos sería decir mucho— interlocutores. Un día le dije que mi meta en la vida era ganar dinero por leer. Él me respondió, como si yo hubiera podido intuir todo lo que pasó por su ca30

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beza en un segundo: “Mi animal favorito es el hipocampo”. La novela de Agnes, titulada Los números que empleamos para contar, trata sobre un ingeniero que yerra en su cálculo al construir un puente. El puente se cae. Cientos de personas mueren en el percance y el ingeniero se da a la fuga días después. Es acusado de corrupción; la realidad, que lo avergüenza todavía más —“¡ojalá fuera un corrupto!”—, es que había errado en un número. La novela es contada desde la perspectiva de las personas que el ingeniero va conociendo en su huida. A todas les cuenta lo que ocurrió; en el fondo espera que lo denuncien, pero cada una de las personas con las que se confiesa decide no denunciarlo por diferentes motivos. El final es abierto, también, pero se comprende que nadie denunciará al ingeniero y que esa será su penitencia. “Primer lugar”, le dije al señor Ramírez, mientras deliberábamos. “No lo sé”, me respondió. Decidimos que anunciaríamos el fallo el día de la Virgen de Covadonga. La novela de Sergio Pit Oil se llamaba La materia prima de los personajes. La trama, sencilla y compleja a la vez, trata de una familia donde hay un padre, una madre, un hermano mayor y un hermano menor. En cada uno de los capítulos —once— resuelven diferentes problemas domésticos, casi siempre cotidianos salvo uno que otro extraordinario. Lo interesante es que los cuatro personajes tienen nombres unisex —Alexis, Guadalupe, Paris y Robin— y el lector nunca sabe con exactitud quién es el padre, quién la madre, etcétera: cada personajes se comporta a veces como un niño y otras como un adulto, a veces como un hombre y otras como una mujer, a veces como una madre y otras como un hermano mayor, a veces como un proveedor y otras como un dependiente, y tratando de averiguar quién demonios es quién, el lector va

de un párrafo a otro para desvelar el misterio. Según yo, la novela no contaba con los elementos suficientes para sacar conclusiones categóricas sobre el misterio de la familia. De acuerdo con el señor Ramírez, Guadalupe, sin lugar a dudas, era el padre. Un padre ambiguo, siniestro y llorón, pero padre a fin de cuentas. “¿Primer lugar?”, le pregunté al señor Ramírez de forma dubitativa. Él negó con la cabeza y luego dijo que La materia prima de los personajes, estrictamente, no se trataba de nada: era suspenso en estado puro. Todas las novelas debían tratar sobre un tema fundamental: la identidad, el duelo, la fe. “¿Cuál es el tema de esta?”, me preguntó. “¿Las familias disfuncionales?”, le pregunté a su vez, y él me dijo que ese no era un tema ni lo había sido nunca, zanjando la cuestión. Un día le dije al señor Ramírez que estaba por arrepentirme —no tanto de habérselo dicho— sino de haber pensado alguna vez que quería ganar dinero por leer. Me encontraba harto de las relecturas. Añoraba ser mesero. Tal vez podíamos abandonar nuestra relación de patrón y empleado para retomar la de interlocutores. Le pedí que imaginara a cada uno de los concursantes de nuestro premio. Le pedí que los imaginara, tarde tras tarde, escribiendo malas novelas que difícilmente llegarían a tener lectores, le pedí que se pusiera en sus zapatos, le dije que los concursos literarios eran crueles por decir lo menos. Un ganador por quién sabe cuántos perdedores que habían depositado sus anhelos, sus sueños, su futuro en manuscritos que descalificamos con base en subjetividades y formalismos. Nuestro trabajo era cruel, y se recrudecía conforme postergábamos nuestra decisión. “Basta”, le dije, “señor Ramírez, dejemos de pisotear el amor propio de los malos escritores”. Él me vio de forma neutra y después miró —desde mi perspectiva— la punta de su nariz. “El trabajo dignifica, muchacho”, sentenció.


La novela inscrita bajo el pseudónimo de Malestar, titulada Gente que grita cuando se apagan las luces, era una novela erótica. La protagonista, una mujer de 37 años, trabaja en un cine proyectando películas. Una vez, por accidente, apaga el monitor justo en el clímax, provocando gritos en una parte de la concurrencia. Ella, una mujer virgen, avasallada por represiones surgidas desde su infancia, siente algo que nunca había sentido antes: escalofríos, taquicardia, algo placentero que la perturba y conmueve en partes iguales. A partir de ese día, cada miércoles de 2x1, en la función de las seis de la tarde —cuando el cine se encuentra lleno— apaga el proyector antes de que ocurra el clímax, esperando oír algunos gritos desde la sala. Se recarga en su silla y respira profundamente. Mientras más grita el público, más cerca se encuentra de romper con sus miedos y sus prejuicios. La gerente del cine la descubre, pero, de alguna forma tácita, la comprende y decide dejarla en paz. La novela termina en uno mejores orgasmos de la literatura. Según yo y mi humilde catálogo de lecturas. Desistí de proponer Gente que grita cuando se apagan las luces como primer lugar. Sólo vi al señor Ramírez, implorando que le concediéramos el premio de una maldita vez por todas. Él dijo que no. Se trataba, propiamente hablando, de un ensayo sobre el erotismo. Si hacíamos a un lado el final, era un texto frío, casi académico. “Nomás le faltaron las citas”, dijo. “¿Cómo que ensayo, señor Ramírez?”, le pregunté, atónito. “Un ensayo ficción: nos engañaron”, me respondió, convencido y terco, y luego abandonó su estudio sin dar mayores explicaciones. Le grité: “¡Doscientas cuarenta y dos decepciones por una alegría, señor Ramírez! ¡Doscientas cuarenta y tres, si se le ocurre declarar el premio como desierto!”. No me respondió. La última novela elegible, Tánatos muere al final —firmada bajo el pseudónimo Antigua— era de una tristeza arrolladora, pero tenía ciertos guiños de humor que la aligeraban. El protagonista, un hombre de cincuenta años, ha decidido suicidarse. Su esposa murió en un accidente años atrás y su única hija,

una joven de 18, muere en el capítulo uno, víctima de un cáncer extraño. La hija tenía un perro de raza Yorkshire llamado Tánatos, y el hombre no se ha colgado sólo porque no sabe qué hacer con el perrito. Vende todo, compra una motocicleta y decide hacer un viaje de Este a Oeste a través de Estados Unidos para despedirse de la vida. Lleva a Tánatos en una mochila especial, y espera que alguien se encariñe con él. Tienen aventuras diversas, pero ninguna de ellas reconcilia al protagonista con la vida; el Yorkshire, que es —por naturaleza— “furioso y alocado”, parece cada día más feliz. Cuando llegan al norte de California y se acerca el final del trayecto, conocen a una extraña mujer, amante de los animales, que es dueña de un motel. El protagonista decide entonces brindarse un festín para su última noche; se embriaga, deja que Tánatos coma un salchichón entero y se queda dormido con la ventana abierta. El Yorkshire se escabulle y, tal como lo anticipaba el título de la novela, es atropellado por la dueña del Motel. Cuando el protagonista se entera de la noticia tiene una extraña revelación: piensa, como el señor Ramírez, que, así como las novelas tratan ciertos temas —la identidad, el amor, la discriminación— las vidas hacen lo mismo, y que, muy a su pesar, el principal tema de su vida ha sido nada más y nada menos que la muerte. Toma su motocicleta y regresa a la Ciudad de México envuelto en aquella ironía; ha perdido la fuerza necesaria para suicidarse. “¿También le parece un ensayo?”, le pregunté al señor Ramírez. “Me parece una novela estupenda”, me contestó: “comunícate con Antigua”. Esa misma tarde redacté el correo para anunciarle el triunfo. Unos minutos después me contestó diciendo que, de acuerdo con las cláusulas del concurso, había un “pequeño problema”. Ella, María Luisa, había nacido el 1 de enero de 1990, a las cero horas y fracción. Era, pues, no elegible como ganadora por unos cuantos segundos: “¿hay algún

Foto: Female ruby throat. Rafael Avilés

problema con eso?”. Le conté al señor Ramírez lo que pasaba y él me contestó que siempre había confiado en la integridad de los concursantes, pero que María Luisa era tan culpable como nosotros, quienes, en vez de pedir identificaciones, habíamos decidido juzgar pseudónimos, discernir géneros literarios y contar páginas. “Pensé que el autor de Tánatos muere al final era hombre”, le dije, para cambiar de tema. “Yo estaba seguro de que era una mujer”, me respondió —seguramente— para llevar la contra. “Cita a María Luisa en el café”. María Luisa llegó puntual. Era esbelta, morena y tenía la manía de acomodarse el pelo detrás de las orejas con las dos manos al mismo tiempo. El señor Ramírez le dijo que debíamos conciliar de alguna forma: su novela era la única elegible desde un ángulo estrictamente novelístico, pero no la podíamos premiar desde un ángulo estrictamente autoral. “¿Qué prefieres?”, le preguntó: “¿la gloria del premio, la publicación y viajes a lo largo del país para promover tu libro, o el dinero, siempre y cuando nos concedas los derechos de tu novela y te comprometas a no publicarla jamás?”. “El dinero”, respondió María Luisa sin pensarlo. “Haces bien”, le dijo, el señor Ramírez, extendiéndole la mano. Esa tarde regresamos al estudio del señor Ramírez y arrojamos Tánatos muere al final a la esquina donde se apilaba el resto de los manuscritos. “Es una lástima”, dije. El señor Ramírez se sentó frente a su escritorio y, mientras firmaba mi último cheque como lector, contestó: “Sí, pero también es lo justo”. ARTÍCULOS

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TÁNATOS por: MARCO VANZZINI

Foto: Solar Eclipse. Aug 2017. Rafael Avilés

¿Qué es la muerte? Decía Platón: Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo. Ahora bien, si concebimos la muerte desde un punto de vista fisiológico diríamos: la muerte es el término de la vida a causa de una imposibilidad orgánica de sostener el proceso de homeóstasis. Es decir, el cese de funciones de los órganos que componen el cuerpo humano. Y entonces diríamos, polvo eres y en polvo te convertirás. Quiero entender dos puntos de vista esenciales: el de un ateo y el de un creyente. El ateo dirá de forma coloquial, según J.J. González, muerto el perro se acabó la rabia. Estás obligado a reaccionar en el aquí y ahora; si tú dejas de decirle a alguien “te quiero”, ya no se lo dijiste eternamente. Y así, se acabó la vida, terminó todo. No hay nada más después de la muerte. En contraste, qué podemos decir de aquellas etnias o pueblos que por miles de años han creído que después de la muerte existe algo, que por cierto, es muy difícil de comprobar. Muchos de esos caminos coinciden en diferentes órdenes de tiempo y espacio. Creen en el paso del alma o el espíritu después de la muerte, a un lugar seguro o el retorno al origen. Parte de la idea de que no estamos conformados solo por materia; existe además un alma, un espíritu que conceden un aspecto divino a nuestra existencia. Deseo presentar, en forma muy breve, algunas concepciones de pueblos antiguos y sus tradiciones. Empecemos con Egipto, donde la muerte era un paso hacia una vida al más allá. Cuando alguien moría, su cuerpo se embalsamaba para conservarlo para la vida siguiente, y era enterrado con sus pertenencias, comida, una barca, un perro y otros menajes. El Libro de los muertos de los egipcios, Peri Em Heru o Libro para salir al día, ayuda con consejos para llegar al Duat (in32

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framundo), superar el juicio de Osiris y viajar al Yaaru, lugar paradisiaco donde reinaba este dios. El Papiro de Hunefer nos habla del juicio de Osiris: Anubis, con cabeza de chacal, pesa en la balanza de Maat el corazón del escriba Hunefer, como contrapeso emplea una pluma de la verdad. Toth anota el resultado. Si su corazón es tan ligero como la pluma, se le permite pasar a la otra vida, al paraíso de Osiris. Si no es así, será devorado por la quimera Ammyt, compuesta por partes de cocodrilo, león e hipopótamo. Según los egipcios, en el ser humano vivo existen dos fuerzas; el Ba, la fuerza anímica, la personalidad espiritual, que cuando mueres abandona el cuerpo; y el Ka, la fuerza vital. La espiritualidad egipcia está conformada por: Ib (corazón), Ka (fuerza vital), Ba (fuerza anímica), Aj (fuerza espiritual), Sheut (sombra) y Ren (identidad). El libro de los muertos del Tíbet, El Bardo Thodol o “La liberación por audición durante el estado intermedio”, plantea el concepto del Bardo, un tiempo intermedio entre el estado o tiempo de agonía y una muerte final. El libro funje como guía para los moribundos hacia la iluminación durante el período inmediato antes de la muerte final; les indica cómo terminar con todos los asuntos morales del moribundo, con el fin de evadir un nuevo ingreso en el Samsara, el ciclo de nacimiento, vida y muerte, también llamado reencarnación. Este ciclo se cierra con el moksha, la liberación del ser humano de las ataduras del karma, consecuencias de lo realizado o decidido durante tu vida. Moksha significa trascender al conjuro de maia, y se presenta tanto en el hinduismo como en el budismo con ciertas variantes. Para el hinduismo existe el Suargá, un grupo de mundos celestiales ubicados sobre el monte Meru, y por debajo de él. Allí habitan los justos. Es como un paraíso, antes de la reencarnación. La capital de Suargá está custodiada por Airavata, el elefante del dios Indra. Otra interesante concepción de lo que sucede después de la muerte es el recorrido, según los mexicas, para llegar al


Mictlán. Tiene nueve niveles que los muertos deben de superar. Al final se encuentran las divinidades rectoras de ese lugar; Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl. Estos nueve niveles son. 1.- Chiconohuapan: lugar de los perros, los muertos tienen que cruzar el rio Apanohuaia o Itzcuintlan, con ayuda de un perro, el Xoloitzcuintle. 2.- Tepectli Monomictlán: el lugar de los cerros que se juntan. Tenían movimiento y si no atinabas a pasar cuando se abrían, estos se cerraban y quedabas atrapado en medio. 3.- Iztépetl: donde deben escalarse cerros llenos de piedras afiladas que desgarran la piel. 4.- Itzehecáyan: el lugar del viento de obsidiana, cerro de nieve, donde nunca dejaba de nevar. Era tan frío que cortaba como obsidiana. 5.- Paniectacoyan: el lugar donde la gente vuela y se voltea como bandera. Fuertes vientos que se debían de superar. 6.- Timiminaloayan. Donde la gente es flechada, manos invisibles lanzan saetas filosas que producen dolorosas heridas. 7.- Teocoyohuehualoyan: lugar habitado por el señor de los jaguares, que hacía que los felinos atacaran a los viajeros y extrajeran su corazón. 8.- Izmictlan Apochcalolca: lagunas de aguas negras donde el muerto terminaba de descarnar y su tonalli (alma), se liberaba completamente del cuerpo. 9.- Chicunamictlan: donde se libera el padecimiento del cuerpo, y es recibido por Mictlantecuhtli y por Mictecacihuatl, esencias de la muerte masculina y femenina. Es el final del camino y el gozo del destino final, el Mictlán. Los griegos en sus mitologías enviaban a los muertos al inframundo, región a cargo del dios Hades. Para llegar, primero debían cruzar el famoso río Estigia. En su orilla los esperaba el barquero Caronte, único que podía transportarlos al otro lado. Las monedas que acostumbraban ponerles a sus muertos al fallecer debía ser el pago de dicho cruce. Del otro lado, se encontraran al celador del inframundo el Can Cerbero; perro feroz de tres cabezas, que permitía la entrada, pero no dejaba salir. Después de un tiempo algunos podían ser enviados al Tártaro, un infierno. Mientras que a los héroes o a los bien portados se les mandaba a los Campos Elíseos. El ser humano siempre ha buscado darle significado a la vida, por eso a veces se dice que para vivir hay que morir. En las religiones más extendidas del planeta: el Cristianismo y el Islam, el cuerpo tiene alma y espíritu. Según los mahometanos, cuando alguien muere, su alma abandona el cuerpo. Dice el Corán “somos de Dios y a él retornamos”. Mahoma predicaba, que en este mundo hay que hacer las cosas bien, esto implica ser piadoso, compasivo, justo y cumplir con las obligaciones materiales y espirituales. Una noche llegarán los ángeles Munkar y Nakir para hacer tres preguntas: ¿quién es

Foto: Priscila Martínez

Dios?, ¿cuál es tu maestro? y ¿cuál fue tu camino espiritual? Para el Islam, todos los caminos son válidos; cualquiera puede salvarse, siempre y cuando sepa responderles con claridad. El Islam rechaza el castigo eterno, por lo cual decía Mahoma: Puede que el hombre no se canse de pecar, pero Dios no se cansará de perdonarlo. En el Catolicismo, serás medido por tus acciones en la vida terrenal. Al morir tu alma será juzgada y podrás ir al Cielo, al Purgatorio o al Infierno. Como vimos, la muerte tiene muchas aristas, pero un elemento común: nadie puede librarse de ella. Eso sí, se puede filosofar y meditar con ella en mente, como estos tres caballeros, ya difuntos, con sus frases. Antonio Machado; La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos; Camilo José Cela, La muerte es dulce pero la antesala, es cruel; y por último, Mario Benedetti: Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida. ARTÍCULOS

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QUIÉN SE HUBIERA IMAGINADO QUE VIAJA EN TAXI por: PATRICIA NORMA ROSILES AGUADO

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os sí jefe, ya llevo muchos años en este jale. Tengo insomnio crónico por eso siempre ando de noche y no se imagina el titipuchal de cosas que me han pasado, algunas chuscas otras para el libro de récords, porque me ha tocado cada pasajero, que de a devis, se las gasta. No me han faltado cosas extrañas, de esas que se pegan a la piel y por más que uno las quiere olvidar, ahi están, necias en la cabeza, como atoradas que ni para atrás, ni para delante, pero lo que me sucedió la semana pasada no tiene comparación, es más, no tiene madre. Era más temprano que hoy, todavía ni daban las diez de la noche y no vaya a pensar que era una noche negra y fría o con rayos y centellas, por el contrario, era una noche a todas margaritas: Iba por el viaducto Miguel Alemán, a la mera hora pico. Había empezado a talonear desde las ocho y todavía no me hacía la cruz cuando vi a una señora haciendo la parada en la esquina pero un chafiretillo no me dejó pasar y se me adelantó un carnal. Ni modo, pensé, todavía vi cuando la señora se acercó a la ventanilla del lado del pasajero pero no se subió y el taxi arrancó, así que me orillé pensando que tenía mucha suerte, me detuve frente a la doña, que no era tan doña o ¿sí?, no sé, porque se veía como cuando las mujeres están maduritas que no se sabe si tienen treinta o cuarenta años: aunque no era un cuero estaba bien formada, pelo largo y negro, con un vestido azulito, ligerito ligerito, donde más que adivinar se le veían las curvas. ¿A dónde?, le pregunté y ella me dijo con una voz musical: por aquí derecho a unas veinte cuadras y después yo le digo por dónde se vaya. Pos me arranqué y empecé a hacerle la plática, pero no me contestaba, mejor me quedé callado y le eché un lente por el retrovisor, me quedé todo botarate porque ya estaba vestida de negro, incluso traía uno como chal enredado en la cabeza. No es cosa rara que algunos pasajeros se cambien en el taxi, lo que se me hizo raro fue que se cambió de volada. Unas cuadras antes de llegar a la calzada de Tlalpan, donde me dijo que diera vuelta a la derecha, se escuchó la sirena de una ambulancia y como lo manda la decencia vi por el retrovisor para saber si me orillaba para dejarla pasar y lo que vi me dejó idiotizado, no por la ambulancia que pasó como rayo sino porque al mismo tiempo le eché una mirujiada a la doña: su cara estaba blanca y ojerosa, parecía un cadáver. Aceleré para llegar más rápido a dónde fuera que ella iba, no se me fuera a morir en el carro. Me puse

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muy nervioso, si chupaba faros en mi taxi iba a ser un cuete. Solo de pensar en los abogangsters que le sacan a uno hasta el intestino me dio escalofrío, pero me calmé porque luego se me prendió el foco, de seguro se había maquillado, tal vez iba a alguna fiesta de disfraces. Quería voltear otra vez pero yo mismo me decía: no te metas en lo que no te importa, qué tal si la seño se enoja. Pero no me aguanté, al llegar a la calzada, antes de doblar en la esquina que me indicó con una voz ronca, esperé el siga y la volví a ver, ya no estaba blanca y ojerosa, era una calavera. Tal cual, puros huesos. ¡Pa su mecha! Y ahora, ¿qué hago?, pensé, y como que se me trabaron las velocidades al ver aquel cráneo envuelto en la chalina, con los dientes pelones que se movía como monito de alambre por los brincos que daba la suspensión. Un poco antes de llegar al metro Viaducto, me dijo que me detuviera. Me estacioné, no quería voltear a ver aquel esqueleto y para no hacerlo le dije: ahí muere seño, no me debe nada. Pero ella me respondió con voz cavernosa: soy igual a cualquier pasajero, me tienes que cobrar. De reojo, vi que metió los huesos de su mano a la bolsa y sacó un puño de billetes. Después sentí sus huesos en mi brazo que estaba como pegado al volante, me jaló y me puso el dinero en la palma de la mano. Lo peor fue que tuve que voltear y la vi a los ojos, más bien, a los hoyos de los ojos. Después se bajó y vi cómo se fue caminando, eran puros huesos enfundados en un vestido largo y negro, ligerito ligerito que dejaba ver su esqueleto. Me quedé todo temblorino, hasta pensé que si me veía algún mordelón de seguro me mandaba al Torito porque parecía que estaba borracho. No sabía qué hacer con el dinero, era mucho más de lo que marcaba el taxímetro. Después de un rato pensé, pos qué se le va a hacer, si ya había pasado el susto y no me pasó nada, a volar gaviotas, así que arranqué. Pero la circulación estaba prácticamente detenida, solo avanzábamos en fila india; la ambulancia, la vi casi luego luego, estaba detenida frente a la estación del metro y cuando la rebasé vi a dos socorristas que se levantaban del suelo, junto a ellos estaba un cuerpo tirado. Fue cuando vi a la señora calaca frente al atropellado, me persigné y recé un Padre Nuestro ya que tuve la seguridad de que había transportado a la muerte en mi taxi. Por si las moscas, nomás me gasté lo de la dejada, no vaya siendo que un día de estos regrese y me pida su cambio o lo que es peor, me quite mi tarjeta de circulación.

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CÁNCER POR ELECCIÓN HÉCTOR HUGO ACOSTA Para mis hermanos. El que por su gusto se muere, hasta la muerte le sabe. Dicho popular

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ener cáncer combina el miedo con la ilusión. Si fuéramos conscientes de la capacidad creadora de nuestros pensamientos, tendríamos más cuidado con las proyecciones que formamos en nuestra cabeza. Te cuento esto porque Rodrigo, un amigo mío, de tanto pensar pendejadas se provocó cáncer de próstata. Nos vimos el catorce de noviembre en la cenaduría que está frente al templo de Santiaguito, fue cuando la luna llena tuvo un tono colorado. Se le veía bien, alegre como siempre. Durante dos horas me platicó lo orgulloso que estaba de sus hijos; del esfuerzo que hacía a diario por mantenerse enamorado de su esposa con quien llevaba casado diecinueve años; y las depresivas y angustiantes ocho semanas que vivió enclaustrado por una fractura de tibia y peroné en un accidente de moto, al regresar de la Huasteca Potosina en la GS que se regaló con el afán de atenuar su crisis de la mediana edad. Rodrigo y yo fuimos compañeros durante cinco años en la clínica ISSSTE de Querétaro, y antes de eso, también estuvimos juntos en la especialidad que cursamos en el Hospital Regional de Alta Especialidad, en León. Rodrigo en urología, yo en ginecología. Tenía casi seis años de no verlo, pues se fue a vivir a Pachuca y yo me quedé en León, pero te digo, se veía bien. Nunca me hubiera imaginado que tenía casi dos años luchando contra el cáncer si no es porque me lo platica. Rodrigo asegura que él se provocó el cáncer. Dice que hubo un tiempo que no sabe por qué, pero comenzó a imaginar su muerte, con noticia de enfermedad, velorio, sepelio y todo. Me describió cómo se figuraba escuchar: lo siento mucho, pero tienes cáncer. Elucubró que llegaría con su mejor amigo a decirle con una sonriente serenidad, y mirándolo a los ojos: me voy a morir, siempre sí tengo cáncer. Que su amigo le contestaría: pues yo pido tu Mustang, y se reirían juntos al calor de un tequila. Que se veía dándole la noticia a su familia, y a raíz de eso se unirían más que nunca. Planeó cómo cerraría su

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consultorio para aprender a tocar la guitarra, y con la dignidad de una honorable víctima, emplearía su tiempo en soportar los dolores a base de mariguana orgánica. Enlistó los libros que leería en el sillón reclinable que se empecinó en cotizar por diferentes tiendas departamentales. Se prometió, que antes de morir aprendería a escuchar: a la música sin juzgarla; a su mujer sin aconsejarla; a sus amigos sin condescendencia; y conversaría con sus hijos. Incluso, hizo una lista de reproducción con todas las canciones que pediría para su funeral; un fandango con son jarocho zapateado, mezcal y declamaciones, haciendo honor a sus orígenes veracruzanos. Es que Rodrigo es del Puerto, pero vivió gran parte de su juventud en Xalapa. De verdad, bien loco todo aquel asunto. Me platicó que cuando escuchaba el primer huapango con el que le hubiera gustado que se iniciara la celebración de su muerte, se le erizaba la piel de tal forma, que entre tristeza, júbilo e impotencia al mismo tiempo, el espejo retrovisor le sorprendía llorando y riendo. Esto, dijo, fue el punto inflexivo que materializó su enfermedad: combinar imaginación con sentimientos reales. Sé que suena como augurio trillado de escritor motivacional, sin embargo, cuando inició con los síntomas, no pudo evitar sentir una especie de felicidad con la idea de vivir la novela que se había inventado, pero la culpa le hacía regresar a lo racional. Después comenzó a juzgarse sin piedad. Se deprimió a tal grado, que para cuando confirmó que tenía cáncer, miedo y arrepentimiento le habían arrancado de tajo el sobrepeso que llevó consigo desde que terminó la carrera. Lo chistoso de la historia, es que Rodrigo y yo tuvimos un maestro en común durante la especialidad, el doctor Fidel, un reconocido oncólogo regordete y bonachón, cuyas cátedras y praxis le dieron frescura a la vida de sus aprendices. El doctor Fidel, además de su sabiduría y experiencia, tenía muy buen gusto para vestir; salía a convivir con todos nosotros, era soltero, y la estabilidad económica


Foto: Transformaciones. Coco Arredondo

le llegó a temprana edad, cuando su padre, que también era oncólogo, falleció legándole una respetable cantidad de propiedades y un cuantioso seguro de vida que le permitió concentrarse en su mayor pasión: la medicina. Cuando Rodrigo se enteró de que tenía cáncer, olvidó tequila, mariguana orgánica y toda la madurez emocional que se había propuesto. Aterrado, comenzó a luchar por su vida, así que lo primero que hizo fue localizar al doctor Fidel. Dice mi amigo, que gracias a él recuperó la ilusión de vivir, pues además de ser un gran médico, también tenía el don de la palabra que consuela y brinda esperanza. Por fortuna, el cáncer le fue detectado a tiempo, y Rodrigo comenzó a sobrellevar los tratamientos con inigualable entereza. Incluso me dijo que al principio no consideró necesario contarle a su familia lo que estaba viviendo, de plano se los tuvo que decir, porque tanto viaje a León comenzó a dibujar en la mente de su esposa una segunda familia.

Lo curioso del caso fue que a la mitad del tratamiento, el doctor Fidel también tuvo síntomas de cáncer de próstata, y con tanta intensidad, que se hizo unos estudios de medicina nuclear para determinar la gravedad de la situación. Se dice que el doctor Fidel recibió los resultados, se encerró en su consultorio a contemplarlos y, sin mediar tratamiento, se incrustó en la sien una bala de nueve milímetros corto, disparada con la Browning que también le legó su padre. Así, evitó el sufrimiento que los años le habían permitido atestiguar en su progenitor y el de los incontables pacientes a quienes ayudó a resignarse con una especie de tanatología esotérica. —No manches, qué fuerte. ¿Y qué más te dijo Rodrigo? —Pues aparte de eso, que si podíamos ser padrinos de su hija Erika, que va a cumplir quince años en febrero. — ¿Y qué le dijiste? — Pues le dije que sí.

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BIBLIOTECA

Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Octavio Paz

BIBLIOTECA DEL ARGONAUTA

CUANDO LA MUERTE SE APROXIMA Arnoldo Kraus La

Ciriquiciaca, la Igualadora, la Comadre, La Segura, La tía Quiteria, la Dama de negro o de la guadaña; los nombres para referirse a ella abundan tanto como el deseo de muchos de escapar de sus garras. Sabemos, desde que la humanidad existe, que pertenecer a ella significa ser mortal. Cuando la muerte se aproxima (Almadía, 2012), escrito por el eminente médico mexicano Arnoldo Kraus, nos asoma a casos extremos donde la vida, dado el sufrimiento por las enfermedades o el vacío mismo de la existencia, pareciera no tener más sentido que refugiarse en una muerte tranquilizadora y voluntaria. Apoyado por experiencias a lo largo de décadas de práctica médica, Kraus abunda sobre los conceptos de eutanasia activa y pasiva, en defensa de la soberanía absoluta del individuo para decidir sobre su cuerpo y espíritu. Comparte casos emblemáticos y maneras en que en diferentes latitudes se han pronunciado sobre el tema, que, en México, a casi diez años de su escritura, aún son muy poco discutidos, muchos menos, legislados. La primera parte constituye una alegato bien fundado, aunque reiterativo, sobre las malas prácticas e interpretaciones médicas, en busca de humanizar esa despedida de la vida y devolverle la dignidad al paciente. También emprende una cruzada a favor de la escucha atenta a los sufrimientos y sentimientos de los enfermos, “reestablecer la clínica”, lo llama. Kraus arremete contra la medicalización de la vida, mediante la cual, la industria de los medicamentos convierte “a los sanos en enfermos, a los poco enfermos en muy enfermos y a los síntomas en patologías.” Es difícil sustraerse anímicamente a la descripción de casos y argumentos validados a lo largo y ancho del planeta; como bien hice en comentar al inicio, no existe nadie que pueda sustraerse a ese trance que también recibe epítetos diversos, como entregar el equipo, pasar al otro barrio, colgar los tenis o quedarse tieso. JP

GILGAMESH Poema fundacional de la literatura del mundo, pueden adjudicársele más de 4.000 años de antigüedad, aunque permaneció desconocido por milenios hasta encontrarse en una biblioteca de la ciudad asiria de Nínive, excavada por Austen Henry Layard hacia 1847. A partir de entonces, pudimos conocer no sólo la historia del rey Gilgamesh y su amigo Enkidu, sino también el primer relato del Diluvio Universal, que contendría también la Biblia. Según las crónicas antiguas, hacia el 2.750 a.C., Gilgamesh fue tirano de Uruk, una de las grandes ciudades sumerias. El poema lo presenta como un gigante, de origen dos tercios divino y un tercio humano. El pueblo que sojuzgaba con particular crueldad clama a los dioses que atemperen al monarca. La respuesta llega en forma de otro héroe, el primer buen salvaje, Enkidu, quien tras ser seducidodomesticado se convierte en el gran amigo y compañero de aventuras de Gilgamesh. Sus hazañas ofenden a los dioses, quienes siegan la vida de Enkidu por medio de la peste. El resultado en Gilgamesh devastador pues, al igual que Buda unos dos mil años después, el poderoso rey nunca había reflexionado sobre su muerte. El escape hacia adelante lleva Gilgamesh a un viaje de descubrimiento hacia las profundidades del averno sumerio, tras la cura para la muerte. La receta proviene de Utnapishtim o Ziusudra, único sobreviviente del gran diluvio, quien narra la forma en que pudo salvarse (un arca, por supuesto) y le entrega una planta con la cual podrá conservar la juventud de forma eterna. Como pueden imaginarse, la planta se pierde en el camino de regreso y Gilgamesh vuelve a la resplandeciente Uruk con las manos vacías, pero transformado por la aceptación del destino que todo mortal debe enfrentar. La versión de Stephen Mitchell compila las diversas versiones encontradas del mito y armoniza la forma y poética sumeria con el lenguaje de nuestros días. Bien vale la pena acercarse a este mito donde “La búsqueda demuestra la inutilidad de la búsqueda. No hay forma de vencer a la muerte; no hay forma de controlar la realidad.” JP

LA TANATOLOGÍA Y EL SANTORAL CATÓLICO

La tanatología es, desde el punto de vista etimológico, la rama de la psicología que trata a la muerte. En términos generales, su razón de ser, su objetivo principal, puede resumirse de esta manera: coadyuvar a la preparación, al trance y a la superación de ésta, la cual no es otra cosa, dicho sea de paso, que un fenómeno biológico. Además de proveernos de nombres propios, mayoritariamente de origen hebreo, griego o latino, el santoral católico tiene una valiosa propuesta para recordarles a las sociedades contemporáneas: que la muerte, más que el fin de la vida terrenal, supone el principio de la vida celestial (o, si se prefiere, de la eternidad o del cero psíquico). De acuerdo con este postulado, las festividades de san Francisco de Asís, de santa Teresa de Jesús y de san Martín de Porres, por ejemplo, se verifican el 4 de octubre, el 15 de octubre y el 3 de noviembre de cada año, las fechas, respectivamente, en las que exhalaron su último suspiro. El tercero de esta breve nómina, el santo limeño, a quien Ricardo Palma retrata en sus Tradiciones peruanas (1872) enseñando a los roedores de su convento a realizar labores domésticas, solía declarar que no le cabía en la cabeza por qué la gente le teme a la muerte, si ésta rompe el último hilo que nos ata a esta dimensión, donde imperan el dolor y la enfermedad, la tristeza y la angustia, liberándonos por completo. Lo mismo para creyentes que para no creyentes, el tradicional santoral católico, al menos nominalmente, se alínea, así, con la tanatología moderna, toda vez que dignifica a la muerte y la despoja de su hálito de miedo y de negatividad. FG


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