Argonauta Revista Cultural del Bajío, Año 2 Nro 8

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Revista cultural del Bajío

La sal y las letras Fomento Cultural Irapuato A. C. Edición Trimestral • Irapuato • Febrero -Abril • 2018 • Año 2 - Edición No. 8 - Ejemplar Gratuito




COLABORADORES Alejandro Palizada Sánchez (Irapuato, 1982). Es autor de Videns (Plataforma, 2011) y Fantasmas (Azafrán y Cinabrio, 2012). Baudelio Camarillo (Tamaulipas, 1959). Poeta. Radica en Celaya, Guanajuato. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1993 por En memoria del reino. Premio de Poesía San Juan del Río 1996 por Huerto infantil. Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2004 por La noche es el mar que nos separa. Su poemario En memoria del reino se incluye en la compilación Premio de Poesía Aguascalientes 30 años, 1988-1997, Joaquín Mortiz/Gob. del Edo. de Aguascalientes/ inba, 1997. César Tejeda (CDMX, 1984) es narrador y guionista. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, del Programa Jóvenes Creadores del FONCA y del Instituto Mexicano de Cinematografía. Es autor de las novelas Épica de bolsillo para un joven de clase media (Planeta, 2012) y Mi abuelo y el Dictador (Caballo de Troya, 2017). Fue director de la revista Los Suicidas y forma parte del equipo editorial de Ediciones Antílope. Emma Aguado (CDMX, 1979) Comunicadora, locutora y reportera, se ha dedicado al rescate de las tradiciones en Acámbaro y zonas vecinas. Entre sus publicaciones destacan: El pan de Acámbaro, Puro corazón ferrocarrilero, Historias de mi pueblo, Chupícuaro, Gto., y Los mandalas de Javier Servín. Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969). Es docente y forma parte de grupos de investigación en Literatura argentina, Literatura latinoamericana y en Literatura y Mística. Es autor, entre otras obras, de Signos Oscuros (Último Reino, 1995), El Lugar del Principio (Proa,1998), Jardín en Movimiento (Fundación Honorarte, 2003), Noche de San Juan (Ediciones del Dock, 2008), El gruñido y otros poemas, Antología poética (Ruinas Circulares, 2011), Corazón Sagrado (Viajero Insomne, 2014), Barcas sobre la zarza ardiente (Ediciones del Dock, 2016) y en narrativa: La muerte y su conversación (cuentos, 2007). Gwenn Aëlle Folange Téry (Ciudad de México, 1967). Escritora y pintora franco-mexicana-bretona, con libros publicados tanto en Francia como en México, y publicaciones diversas en periódicos y revistas. Expone su obra plástica de manera colectiva o individual. Productora General del disco Poetas por Ayotzinapa. Jaime Panqueva (Bogotá, Colombia, 1973). Premio Juan Rulfo de Primera Novela 2009 por su obra La rosa de la China (Planeta, 2011). Autor de El final de los tiempos (NortEstación, 2013). Ha sido ganador del concurso literario del 9° Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014; becario de la Asociación de Escritores de Shanghái para las residencias literarias 2014 y tutor del PECDA y del Seminario para las letras guanajuatenses. Jeremías Ramírez Vasillas (Ciudad de México, 1953). Estudió Comunicación en la UNAM. Escribe cuentos, minificciones, y hace cine. Además de una docena de libros y antologías, cuenta con varios cortometrajes y documentales. Su libro, La doncella, el guerrero y otras estatuas, obtuvo

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el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2013. Es colaborador habitual de Argonauta. José Antonio Banda (Coatzacoalcos, 1982). Premio Nacional de Poesía Bartolomé Delgado de León 2014 y Premio Ramón Figuerola 2016. Becario del PECDA en el 2013. Autor de Cuaderno en ruinas (Plataforma, 2011), Teoría de la desolación (Azafrán y Cinabrio, 2012), El Pozo abierto (Cartonera La Cecilia, 2014; Quemar las naves, 2016 y Río interior (Ediciones Atrasalante / ISC, 2016). Karla Barajas (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 1982). Ha publicado los libros Valentina y su amigo pegacuandopuedes y La noche de los muertitos malvivientes (Imaginoteca, 2016); Neurosis de los bichos, (La Tinta del Silencio, 2017); Esta es mi naturaleza, (Surdavoz, 2018). Karla Portela Ramírez (CDMX, 1975). Actualmente estudiante del doctorado en Filosofía, por la Universidad de Guanajuato y Coordinadora de Fil(m)osofía “La Mina”; maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma de Querétaro. Con experiencia docente dentro del nivel medio superior en sistema abierto y escolarizado. Marco Vanzzini Castellanos (México DF, 1952). Radica en Irapuato desde hace 60 años, es Químico Farmacobiólogo por la Universidad de Guanajuato con diplomados dentro de su area de Inmunología, Hematología, Microbiología, además de diplomados de Historia y Apreciación del arte, Divulgación científica, análisis del pensamiento religioso, cursos de creación literaria. Ha publicado las novelas; Emigrantes, Viajes callejeros, Círculo del agua, Amahata (el viaje que todos haremos), Pintor; y el poemario Rinoceronte. Patricia Bañuelos (Guadalajara, 1971) Mexicana renegada, pero con esperanza, de corazón cinéfilo y alma gourmet. Columnista independiente en revistas culturales y de crítica cinematográfica. Colaboró en el Anuario de Literatura Breve 2017 Al Gravitar Rotando y en la Antología Cortocircuito de la BUAP, así como en las revistas Jaliscocina y Agora127. Salvador Barrera (Acámbaro, 1990). Estudió la Licenciatura en Psicología Clínica en la Universidad de Guanajuato. Profesor de tiempo completo. Ha participado en actividades de fomento a la lectura y diversos talleres de escritura en la ciudad de Celaya. Participó en el Seminario para las Letras Guanajuatenses Efrén Hernández (Cuento) 2015 con el libro La letra itálica. Verónica G. Arredondo (Guanajuato, 1984). Maestra en Filosofía e Historia de las Ideas por la UAZ. Ha publicado Desparpajados (libro de artista, 2013); Verde fuego de espíritus (2014), Ese cuerpo no soy (2015); Voracidad, grito y belleza animal (ensayo, 2014). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2014 y el Premio Dolores Castro de Poesía 2014. Wilberto Palomares (Colima, 1985). Autor del libro de cuentos Supervisor de nubes, publicado por CONACULTA en 2016 y del poemario De semáforos, trenes y galaxias. Editor de la revista cultural digital Avión de Papel. Colaborador de los suplementos culturales Ágora de Diario de Colima y El Comentario Semanal de la Universidad de Colima. Actualmente trabaja en su primera novela La noche amarilla.


DIRECTORIO Director general Jaime Panqueva

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Director Editorial Alejandro Palizada Sánchez

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Diseño Paola Andrea Moreno Franco

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Consejo Editorial José Antonio Banda, Francisco Mac-Swiney Salgado, Marco Vanzzini.

Contacto para publicidad contacto@argonauta.com.mx Cartas de los lectores y colaboraciones edicion@argonauta.com.mx Página web www.fomentocultural.org www.argonauta.com.mx Argonauta Revista Cultural del Bajío Números anteriores disponibles en: https://issuu.com/fomentoculturalirapuato ARGONAUTA es una publicación de Fomento Cultural Irapuato A. C., sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de los textos bajo autorización previa del autor. Las opiniones expresadas son responsabilidad única del autor y no reflejan necesariamente la opinión de la publicación. Registro de nombre y licencia de contenido en trámite.

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Argonauta. Año 2 número 8. Irapuato, Gto. 2018.

29 30 31 33 35 Portada: Paola Andrea Moreno Franco

NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO:

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DOSSIER BON APPÉTIT PATRICIA BAÑUELOS ¡MANOS A LA MASA! EL PAN DE ACÁMBARO EMMA AGUADO QUIEN ESTÁ EN LOS DETALLES CÉSAR TEJADA REFLEXIONES EN TORNO A UNAS BOTELLAS SIN ABRIR JUAN CARLOS GALLEGOS EN LA COCINA SIN EL CHECO GWENN-AËLLE FOLANGE TÉRY INTERVENCIÓN POÉTICA INFIERNO CIELO VERÓNICA ARREDONDO PALABRAS DE SAL SALVADOR BARRERA TRIGO MARCO VANZZINI EDITH MIRÓ HACIA ATRÁS KARLA BARAJAS ARPEGIOS BAUDELIO CAMARILLO EN LA FALSA RIBERA ENRIQUE SOLINAS P O R TA F O L I O PAULINA NIÑO ALIMENTANDO EL ALMA A RT Í CU LOS FIL(M)OSOFÍA, EL CINE EN SU CAPACIDAD FORMATIVA KARLA PORTELA RAMÍREZ MONTAÑAS DE SAL WILBERTO PALOMARES FUNDACIÓN CALOSA UN AÑO CONTEMPORÁNEO EN IRAPUATO ARGONAUTA DOS AÑOS JAIME PANQUEVA TODO FUTURO SERÁ MEJOR JEREMÍAS RAMÍREZ VASILLAS BIBLIOTECA

Dios es redondo - Futbol

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foto: Coco Arredondo

APERITIVO Imposible desligarnos de la impronta que tienen en nuestras culturas los alimentos. Desde aquel pecado primigenio del fruto prohibido, hasta la cocina molecular que aúna la ciencia más avanzada a la mortal necesidad de llenar nuestro estómago, decimos sin pudor y ahítos de razón que somos lo que comemos. En su Biografía del hambre, Amélie Nothomb relata la tragedia de los hombres de la isla de Vanuatu que no saben qué es el apetito porque jamás han padecido hambre, dolencia generadora del sentido de la búsqueda y refinadora de las culinarias mundiales. Los pueblos que han conocido la fuerza arrolladora del hambre, afirma, tienen historias que contar. Para este octavo número de Argonauta, que redondea además dos años de encuentros alrededor de muy diversos temas, convocamos a nuestra mesa a plumas que sabemos podrán saciar las apetencias de nuestros lectores. Buen provecho.

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EDITORIAL


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BON APPÉTIT por: PATRICIA BAÑUELOS

¡Cómetelo! No es un susurro, es una orden, la voz en mi cabeza suena como un comando armado apuntándome a la sien. Me lo comí. Soy cobarde, lo sé. Quizá no pase nada si alguna vez digo no, pero no me atrevo a contradecirla. Esa voz no da margen de negociación, no acepta pretextos, mucho menos falta de apetito. ¿Qué no tienes hambre? Eso déjaselo a las nenitas anoréxicas, tú eres de otra especie, recita con tono cínico burlándose de mí. ¿Soy otra especie de qué?, pregunto, seguro da por hecho que soy un monstruo.

Esa voz es igual a mi madre, autoritaria sin piedad a la hora de la comida. Recuerdo la manera en que me presionaba a ingerir cosas que no quería, o a comer más de la cuenta. ¡Te lo comes! Quiero ver ese plato limpio, no te levantas de la mesa hasta que termines todo. Se me podían gangrenar las piernas colgadas de la silla, mientras contemplaba el sebo flotando en el caldo helado, apelando a la misericordia que rara vez conocí en ella. Alguna vez me quedé dormida sobre el plato; desperté una hora más tarde para enterarme de que ya se había acumulado la comida con la cena y yo seguía sin poder comer nada más.

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Una no sale ilesa de una infancia así. Se volvió una obsesión obedecer al pie de la letra sus mandatos alimenticios. Muchas veces logré engañarla, o al menos eso creí. Fertilicé las macetas alrededor del comedor vertiendo en ellas los chayotes y las calabacitas sobrecocidas que tanto odiaba. Hice lo mismo con el agua de alfalfa que alguna vez se le ocurrió preparar. Resistí hasta donde pude con tal de no comer, tapé la taza del baño con aquello que no podía tragar y escondí detrás de la cómoda ese bistec entero que ella encontró meses después enmohecido y pegado a la pared. ¡Ahora te lo comes así! Gritaba furiosa mientras servía el filete verdoso en un platón colocando los cubiertos a mi derecha. Fue la única vez que desistió de sus amenazas y lo hizo hasta que corté el primer bocado llorando desconsolada, pensando que no tendría escapatoria. Mamá salió airosa de su misión, aprendí a comer de todo sin chistar, dejé siempre el plato impecable, sin sobras de comida. Más adelante tuve que lidiar con el protocolo estúpido que dicta dejar algo a la educación, lo cual va en contra de mi filosofía. A pesar de que mi madre quiso enmendar su error cuando se dio cuenta de que empecé a comer de más, ya era demasiado tarde. Su conteo de calorías no importaba, aunque me arrebatara el pan de la boca o señalara despectiva los efectos antiestéticos de la alimentación sobre mi fisionomía. Hizo de todo con el fin de apaciguar mi compulsión; pero fue inútil, no pudo revertir el daño que ella misma causó. Lo he intentado, no puedo detenerme. La voz que sembró en mi cabeza no me deja en paz, insiste, presiona sin piedad, ordena: ¡Anda, pide más!, eso no lo has probado nunca. Titubeo un poco, ya ni siguiera pienso en los estragos del sobrepeso y en lo urgente de una dieta. Esa vocecita me sigue a todas partes susurrando hasta en sueños que me atragante. La pesadilla se ha vuelto recurrente, tal vez no le falta mucho para hacerse realidad. En ella me veo traicionada por los esfínteres y las válvulas al mismo tiempo, un Big Bang intestinal explotará dentro de mí, arrojando al exterior comida sin digerir por la boca, ojos, nariz y oídos, si es que me atrevo a

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dar una mordida más. Y, sin embargo, lo consigo. Un bocado y luego otro, suprimo el reflejo de la náusea al momento que siento expandirse mi capacidad estomacal. Con el paso de tiempo seguí comiendo sin parar, desde tacos callejeros, hasta los menús de costosos restaurantes. Me volví una comensal exigente, demandando platillos ancestrales o fusiones innovadoras. Aprendí a desentrañar los misterios que encierran los esnobismos gastronómicos, solo para caer en cuenta de que puedo comer una garnacha por la tercera parte del precio en la cenaduría, sin pedantes dramaturgias. Llegué al límite de alimentarme de lo prohibido. Comencé a probar especies en peligro de extinción. Las vísceras ya no estimulan mi paladar, ojos, testículos y médula de cuerno, dejaron de ser excitantes cuando probé los insectos, opacados en su gloria cuando los animales exóticos y venenosos llegaron a la mesa en una vajilla nueva para celebrar la ocasión. La voz no ha dejado de animarme, ¡vamos, tú puedes!, sabe a pollo, ya verás. Así recita melosa cuando está de buen humor, cosa inusual últimamente. Ahora demanda, exige. Siento que abandono mi humanidad, presionada a seguir comiendo. ¡Cómetelo! Grita de nuevo devolviéndome a la realidad. Me doy cuenta de que sigo con el primer bocado en la boca. ¡Trágalo de una maldita vez que no tienes todo el día! La mandíbula se mueve como autómata, pero la carne humana es muy difícil de masticar. Paso el trozo casi entero, en realidad no puedo percibir el sabor, pese a que la sangre todavía está tibia. Lágrimas de felicidad escurren por mi rostro, ahora soy consciente de que no hay vuelta atrás. ¿Ves que sí podías? Tú siempre puedes. La muy maldita tiene razón, me conoce a la perfección. Seco mis lágrimas y destapo la botella del Vega Sicilia reservado para esta epifanía. Lleno la copa hasta la mitad, aspiro la jubilosa intimidad de sus taninos dejando escapar un suspiro de placer, mientras una sonrisa mal disimulada se dibuja en mis labios. Bon appétit, susurra orgullosa.


¡MANOS A LA MASA! EL PAN DE ACÁMBARO por: EMMA AGUADO

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ay mucho de ficción en lo que hemos aprendido del origen del pan de Acámbaro. Sin embargo, esta falta de precisión nos permite corroborar la necesidad que tenemos de explicarnos lo que somos, inventando mitos y leyendas para aminorar nuestro desasosiego, cuando no podemos echar mano de cifras corroboradas por la ciencia. Hay, entre los protagonistas de esta historia, coincidencias que no podemos ignorar y que invocaremos con asombro en este trabajo, porque siempre es preciso comenzar por el principio. Los abuelos cuentan de una mujer de nombre Guadalupe Loeza Novoa, que inició una de las muchas travesías que confluirían en lo que más tarde se llamará el pan acambarense. Proveniente de los rumbos de Janitzio, Michoacán, y nacida a finales del siglo XIX, residió un tiempo en la ciudad de Morelia, donde aprendió de las religiosas el amor a la cocina, especialmente el que se prodiga a la panadería1. Era principios de siglo y era sabido en ese entonces, en medio de la miseria provocada por las revueltas revolucionarias, que el pan era suficiente para mantener a las familias, a pesar de que las rutas, recientemente trazadas por el ferrocarril, orillaban a algunos pueblos a la miseria. Empujados por la necesidad, decidieron emprender el rumbo por el camino real hasta Acámbaro, junto con otros comerciantes de la zona, trayendo en el lomo de su único burro el pan que entonces se hacía por los rumbos de Zinapécuaro y Queréndaro. Era un pan apodado de carreta, por su modo de transportarlo, o pan grande, debido a su tamaño y consistencia, hecho a base de trigo, grasa animal, azúcar y pulque. Ese pan había adoptado el nombre del pueblo que le dio origen, por eso se le llamó pan de Bocaneo, nombre que mantiene hasta la actualidad. Por aquel tiempo los comerciantes se apostaban en el centro de la ciudad a vender sus productos. Acámbaro lucía entonces esos desaparecidos portales y casas al estilo colonial de los que poco podemos presumir en estos años. Doña Lupita Loeza Novoa se quedaba a vender junto con su esposo muy cerca del santuario de Guadalupe y, pasado el

tiempo, les fue tan bien que pudieron comprarse una mula. En 1928 adquirieron una casa en la calle de Las Carretas, después Calle Ancha. Era el número 7972 de lo que hoy conocemos como la avenida 1º de Mayo, la que más tarde fue una de las primeras y más importantes panaderías de entonces, La Espiga de Oro, donde instaló su primer horno. Tan prometedoras eran las ventas de pan en aquel tiempo que doña Lupita logró instalar un horno más y logró traerse a sus hermanos: José, Natividad y Francisca, o Pachita, junto con su esposo, don Abraham Silva, quien también era descendiente de panaderos y cuyos orígenes se remontan hasta Taimeo y Ucareo. Todos ellos, junto con los panaderos de entonces, de apellidos Navarrete, García, Espino, y otros tantos que a la memoria faltan en este momento, fueron los primeros en componer la receta que después se convertiría en el pan grande de Acámbaro. Empezaron con lo que sabían hacer, que era el pan de su tierra michoacana: que si las empanadas, o aquellos picones miniatura, que los huesos de mamey y las conchas o los torcidos, el español o pan floreado, entretantos y tantos otros, pero sobre todo hacían aquel pan de Bocaneo, que muchos2 apodaban como pan corriente o de migajas porque no tenía ni huevo, ni siquiera leche, con un sabor levemente agrio al paladar muy característico debido a su fermentación con pulque. Éste es sin duda el primer momento en la historia de nuestro pan. A la muerte de doña Pachita, Lupita Loeza se hizo cargo de sus tres sobrinos: Samuel, Carlos y Heriberto, quienes aprendieron el oficio. Los tres hermanos conjugan entonces dos apellidos que marcarán por siempre la historia del pan de Acámbaro: Silva y Loeza. Con ellos nacerán otras panaderías, y con cada uno de ellos se irán perfilando distintas formas de trabajar el pan. Al mismo tiempo, el hermano de Lupita, José Loeza Novoa, ya daba señas de que se convertiría en uno de los mejores maestros panaderos de aquella época, lo que influirá en por lo menos dos generaciones más y cimentará el nacimiento del pan de Acámbaro.

1 Esta versión fue compartida por uno de los descendientes de Guadalupe Loeza, el señor Gustavo Maldonado, quien en un tiempo también fue panadero encargado de La Espiga de Oro, hoy desaparecida. 2 El pan grande de Acámbaro refiere a tres formas de pan principalmente: el tallado, el picón y el ranchero, cuya particularidad, además de su sabor y aroma, es su tamaño, que ronda los veinticinco centímetros, incluso más

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QUIEN ESTÁ EN LOS DETALLES por: CÉSAR TEJADA

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ago retratos desde que me dedico a la fotografía. Los hago porque me gustan, pero sobre todo porque puedo vivir muy bien de ellos. Trabajo en una revista que hace semblanzas de empresarios, a veces políticos, y en los dos años que llevo fotografiándolos he aprendido cómo debo tratarlos. Llego a una sesión, me presento y los tuteo, eso los desequilibra; están demasiado acostumbrados a las reverencias de sus empleados y yo me acerco a ellos con mis pantalones de mezclilla y un par de arracadas en la oreja a decirles “¿Cómo estás?”. Allí, en el set, el poderoso debo ser yo. La cámara tiene una cualidad única: hace dudar a las personas sobre su propia expresión. He visto a las mayores prepotencias desvanecerse enfrente de un teleobjetivo medio. No les queda más que respetarme; hay que tratar bien al tipo que va a inmortalizarte en la portada de una publicación de distribución nacional. Un día el jefe me llamó. Ésa es la dinámica: debo estar disponible cualquier día de la semana a cualquier hora y, a cambio, trabajo relativamente poco. Emocionado, mi editor dijo: “mañana entrevistamos al pelón”. “¿Cuál pelón?”, pregunté. Era Carlos Salinas de Gortari y las fotos serían mías. “Me cae que cuando lo vea le voy a azotar el tripié en la cabeza”, pensé. La cita era a las diez de la mañana en el fraccionamiento Jardines de la montaña que está en el Pedregal. Llegué puntual; disculparse por la hora siempre pone en desventaja. Pacientes.

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foto: Coco Arredondo


Al centro de la biblioteca había una sala con tres sillones, dos biplazas y otro de tres. Salinas, solo, ocupó el último y en ese espacio se llevó a cabo la entrevista. Mientras tanto, Bruno y yo buscamos el lugar idóneo para tirar las fotografías. Un buen retrato debe ocurrir en una locación que hable del carácter del personaje y por eso escogí una silla pequeña de lado a un escritorio. Parecía un lugar íntimo, el espacio donde Salinas pasaba sus tardes de lectura. Monté el equipo lo más rápido que pude, no quería perderme la oportunidad de escuchar al polémico ex presidente, y regresé a la sala para sentarme en el único sillón que quedaba vacío, enfrente de Salinas. Con un gesto invité a Bruno; no aceptó. Se quedó resguardando el equipo fotográfico, como si alguien fuera a robárselo.

Dejé el auto afuera y decidí que Bruno, mi asistente, cargara el equipo. No fue por crueldad, ni temor a que no me dejaran pasar en coche, sino que tenía que entrar en atmósfera: ver a los vecinos de Salinas saliendo de sus palacetes setenteros, observar el andar de la servidumbre asustada y sufrir la soberbia de los guardaespaldas. En suma, entrar en la atmósfera de la situación. Afuera de la privada nos recibieron ocho guardias presidenciales. Uno de ellos se acercó para preguntarnos a dónde íbamos, se lo informé y le expliqué las razones de nuestra visita. Dudó un instante; el tripié, los reflectores, el flash y mi Canon 5-D, guardados en bolsas negras, siempre generan desconfianza. “Vamos, un grupo terrorista no tocaría el timbre, y mucho menos si está compuesto por dos personas”. No me hizo caso y pidió autorización a través de una radio. Al dejarnos entrar, preguntó: “¿Saben cómo llegar al Señor?”, esas fueron sus palabras, escuché la ese mayúscula. “Al Señor se llega con buenas acciones, ¿no?”, respondió mi asistente. El guardia volvió a ignorarnos y desistimos de aceptar su ayuda. “Ya averiguaremos cómo llegar”, dije. Nos bastó con recorrer el camino de guaruras, de punto negro a punto negro, como un lápiz que completa la figura. Mi editor y el director de la revista ya estaban adentro; ajustaban los últimos detalles de la entrevista. El mayordomo salió por nosotros para conducirnos a una sala. Cinco minutos después, el mismo intendente nos llevó a una biblioteca en donde ya estaba Salinas, sentado con soltura informal, como si llevara en esa postura mucho tiempo, como si hubiera sido él quien nos había estado esperando a nosotros y no al revés. Con una sonrisa se levantó. Permanecía erguido, aunque mantenía cierta laxitud en los hombros que lo hacía parecer confiado. Saludó en orden jerárquico: director, editor, fotógrafo

y asistente, pero a todos con el mismo gesto amable. Tanto me impresionó su personalidad a primera vista, que no puse atención en su enorme biblioteca estilo inglés con dos pisos de alto, unos 12 metros de largo por 6 de ancho y grandes libreros de madera pulida. “Una de las colecciones privadas más grandes del país”, dijo el director de la revista. “10 mil ejemplares”, continuó mi editor. Yo no encontré otro comentario lisonjero; lo hubiera hecho en ese caso.

La entrevista estaba en su punto álgido; a mi editor le gusta confrontar a los personajes que cuestiona con preguntas incómodas, pero Salinas, que para ese momento estaba sentado con las piernas cruzadas, casi paralelas, y uno de los brazos por encima del respaldo, se defendía de todo sin perder la compostura; con una inquietante mezcla de provocación, que se reflejaba en el movimiento vigoroso de su brazo libre, y sosiego, manifestado en el tono de su voz. Cuando le preguntó que si creía que las fallas del Tratado de Libre Comercio habían tenido repercusiones en la crisis actual, don Carlos se limitó a responder: “¿Fallas? ¿A cuáles fallas se refiere? ¿Enumérelas, por favor?”, invitando a la respuesta con una mano, casi cerrada, a la altura de la cara. Ademanes sutiles y totales, respuestas rápidas y claras; a mi editor no le quedó más que cambiar el tema. Fui seducido por el personaje y perdí la atención de sus palabras. Recuperé el hilo de la plática en la última pregunta. Mi editor dijo que consideraba incongruente que por un lado se reformaran las leyes agrarias para abrir

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foto: Dimitri DF

a los campesinos el camino hacia las virtudes del libre mercado, y que por otro se entregaran 700 millones de pesos al programa de Solidaridad para ayudas asistenciales. En el segundo exacto en que mi editor terminó el comentario, Salinas le hizo una pregunta: “¿Sabe usted cuál fue el porcentaje de migración del campo a las urbes en esos años?”. Mi editor no supo qué responder, y así, don Carlos, remató: “Recuerde: el diablo está en los detalles”. Con siete palabras había abreviado una entrevista y no había nada más que preguntarle. Pasamos a la sesión fotográfica. Sólo tenía quince minutos para hacerla, y cuando don Carlos se sentó en la silla que le había elegido resultó que el saco se le doblaba a la altura del vientre; un pormenor que estropeaba todo. Fue ese detalle y también que me sentía incómodo arrodillado frente a él; debía asumir esa postura para conseguir que la cámara estuviera a la misma altura de sus ojos, lo que me desequilibró. Ya no podía cancelar esa locación así que seguí tomando fotos, consciente de que no servirían. Con un ojo fotografiaba y con el otro buscaba el espacio ideal. Vi la escultura de un águila de madera enfrente de un ventanal de vidrios emplomados con la bandera de México. Me pregunté si esos símbolos significaban lo mismo que el reloj de la compañía que tiene en su cocina el gerente de la Coca-Cola. Ése era el lugar; le pedí que nos dirigiéramos hacia allá y, aunque sus asistentes lo interrumpieron recordándole algún otro compromiso, él aceptó gentilmente. Una vez en el nuevo espacio dirigí sin ningún éxito la sesión. Don Carlos hacía lo que le daba la puta gana. Le pedí

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que se relajara, le dije que lo iba a cuidar. No porque lo necesitara, el señor ha aprendido mucho de algún asesor de imagen, pero en mi experiencia las personas confían cuando uno les ofrece protección profesional. Él, receloso, ignoró mis palabras y le pidió al editor que lo cuidara de mí: “Cuiden que este muchacho me cuide”. “Si se lo estoy diciendo es porque lo vamos a cuidar”, pensé. Sólo lo pensé. Cuando terminamos, supe que no cumpliría lo del tripié en la cabeza, al contrario: “Un gusto, don Carlos”, dije. “Fue un gusto para mí estar rodeado de gente profesional”, respondió. Salí orgulloso de mi trabajo. En una sesión fotográfica importan dos cosas: el manejo de la luz, que es la técnica, y el manejo del personaje. Fallé en lo último, pero don Carlos había hecho lo suficiente para que las fotografías no fracasaran. Afuera, mi editor me dijo que el trabajo debía estar listo esa misma noche, así que Bruno y yo tuvimos que regresar a mi departamento para cumplir con la entrega. En el camino, mi asistente dijo que aunque nunca había escuchado eso de que el diablo estuviera en los detalles. Le había agradado escucharlo, le pareció que debía ser un axioma para los fotógrafos y, aunque es común que los estudiantes siempre busquen máximas y que sus mentores se las tiremos al piso, estuve de acuerdo. Trabajamos toda la tarde en Photoshop; tenía buenos retratos, así que sólo era cuestión de realizar algunos ajustes. Me gustó especialmente

una fotografía en la que se veía a don Carlos en un plano americano (de la parte inferior de los muslos hacia arriba), parado con una rectitud casi militar, aunque con un gesto afable sostenido en una sonrisa franca que le empequeñecía los ojos. La guardé en el archivo de las favoritas. Terminamos ya de noche. Bruno fue a su casa y yo, que no había comido nada, bajé para buscar algo que cenar. Vivo en Mixcoac, muy cerca de avenida Revolución. Caminé al parque Rosendo Arnaiz donde una señora, que con el tiempo se ha hecho amiga mía, tiene un puesto de quesadillas. Nuestra amistad sólo ha sido posible gracias al trato frecuente: ella es una mujer dura, de pocas palabras. En el barrio es una leyenda y su salsa es mítica; la señora por su presencia fuerte y la salsa porque todos nos preguntamos sin éxito cuál es el ingrediente secreto. La seño estaba sentada en un banco pequeño justo a la altura del comal, con los pies descalzos y los zapatos sobre la acera a unos centímetros de distancia. Le pedí la orden y aproveché que estábamos solos para preguntarle el secreto de su salsa roja. “Será la prueba de que por fin somos amigos”, dije. La señora sonrió y me vio con empatía. Asintiendo, aceptó revelarme el misterio con la condición de que no fuera a decírselo a nadie. “Joven, sólo hace falta freír los chiles.” La miré con desconfianza, no podía ser una revelación tan sencilla. “No le creo, doña, ya cuénteme”, dije. Frunció el ceño y perdió la mirada en el parque. Tanto tardó en responderme que por unos instantes creí que el ingrediente secreto iba a ser algo como cianuro. Su confirmación me cautivó: “Ay, joven, le digo que basta con freír los chiles. Recuerde que el buen dios está en los detalles”. La frase y la coincidencia me hicieron sonreír. “Estoy de acuerdo, doña. Aunque hay quien opina, sino lo contrario, lo opuesto”. Ella asintió y siguió con la preparación de mis alimentos. Fue una lástima que hubiera dejado la cámara en el estudio.


REFLEXIONES EN TORNO A UNAS BOTELLAS SIN ABRIR por: JUAN CARLOS GALLEGOS

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engo una cava en casa. Bueno, no una auténtica, no una habitación cuyo único propósito consistiera almacenar recipientes para conservar en buen estado tantos litros de vino como sea posible. Lo que poseo es tan sólo un puñado de botellas sin abrir. Dentro de ellas, diversas bebidas alcohólicas han ido acumulando tanto tiempo como polvo sus envases. Esa es mi cava. Y la llamo así por una especie de cariño no ajeno a influencias ajenas, con origen perdido en algún momento del pasado. Un tequila que llegó como regalo en un cumpleaños, un licor de café cortesía de la Dama Fortuna, en un sorteo organizado en un antiguo empleo poco antes de Navidad, uno de los

dos rones adquiridos por medio de una oferta “dos por uno”, en aquellos días cuando trataba de virar el sabor de las reuniones hacia los mojitos. No son tantas botellas, en realidad. Ni siquiera puede contarse la docena. De todas, sólo han sido compradas las de mezcal, pues las demás llegaron junto con las mejores intenciones de alguien, sólo para ser almacenadas en posición horizontal durante más de media década. Por qué no beberlas si no soy abstemio, me pregunté al verlas ahí, en espera de su momento. Porque cuando bebo no lo hago solo, me respondí. Alguna vez, cuando estaba en la universidad, alguien me dijo que beber en soledad es alcoholismo, pero hacerlo en compañía, así acabe todo mundo

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en el piso, es alegría. Creo que esa frase explica muy bien mi relación con el alcohol. Soy de los que comparten. Bajo casi todos esos ocasos y cielos estrellados en que la bebida fue liberada del cristal hubo al menos un amigo, un compañero de trabajo, un colega con quien hablar de tantas cosas. Quizá por asociación, porque alguien con quien tenía amistad utilizó el destapador en aquella primera noche larga entre tragos, o porque el alcohol ha sido elemento presente en buenos y malos momentos propios o ajenos, es que relaciono el acto de beber con la compañía.

exista. Y entonces me hago otra pregunta: ¿cómo es que no he obtenido la ayuda de alguien para acabar con esas botellas, que ni siquiera son tantas? Porque en los últimos tiempos los encuentros han sucedido en el ámbito público, y no en el privado o doméstico. Cafés o bares, pero ningún domicilio particular. En otras épocas no resultaban tan infrecuentes las visitas, las invitaciones a reuniones o fiestas, ahora toda convivencia requiere de meseros, horarios, menús, propinas. Sitios a los que se acude para consumir lo que ahí se vende, sitios a los que no se podría llevar nada ajeno a lo allí ofrecido.

Todas esas horas que he bebido junto a otros me han dejado la claridad de que para algunas personas llenar el vaso o la copa no sólo se hace como parte de la convivencia, sino por otras razones complementarias muy concretas. Un par de ellas, en mi experiencia, resultan las más frecuentes. Más aún, ese par de razones las siguen los solitarios para vaciar sus botellas: el disfrute del abanico, notas y matices de sabores propios de la bebida en cuestión, o bien, la capacidad que tiene ésta para producir embriaguez, dado su contenido alcohólico. Degustar o emborracharse. Una u otra acción, porque la segunda impide realizar a cabalidad la primera y, a la inversa, la primera requiere de un consumo lento, tanto como para evitar todo efecto propio de la ebriedad moderada.

¿Y por qué la montaña no viene a mí? Porque no podría invitar a nadie al cuarto de azotea en que vivo. Lejanía, que no me parece tanta –pero a los demás sí– si tras treinta minutos en el transporte público ya se está en pleno centro de la ciudad, y falta de espacio entre estas paredes contribuyen en ese sentido. De cualquier modo, la época en que visitar era un acto frecuente ha quedado atrás. Tampoco puedo ir tan fácil a la montaña. Ir al hogar de los amigos en busca de su mesa sólo sería posible tras viajes urbanos que, además de llevar hasta más allá de la línea del periférico, requerirían de más de una hora o dos, tan sólo para encontrarse con circunstancias que recuerdan mucho a la adolescencia: en aquellos tiempos juveniles ir a la casa de algún camarada implicaba hacerlo en ciertos horarios, cuando sus padres y otros familiares estuvieran ausentes, para así disponer más de todo el domicilio. En tiempos más recientes, las infrecuentes visitas debían hacerse a ciertas horas, cuando la esposa y los niños no estuvieran –a veces parece que la vida no cambia tanto-, todo esto sin contar el encierro de los perros en el baño o los escapes a la azotea, a manera de huida de los familiares para buscar un espacio, una tranquilidad cada vez más escasa. Por todo ello que ahora lo más normal sea buscar la tranquilidad fuera de los domicilios de cada quien, la comodidad de no tener que recoger ni lavar nada, sólo pagar una cuenta en algún lugar lo más céntrico posible.

Tres motivos para beber alcohol. Convivencia, degustación y borrachera. Me inclino por el primero: las botellas de mi cava tienen un valor simbólico más que pragmático, pues cuando se abran no será por los sabores o grados de alcohol que contienen, sino por la ocasión en que puedan ser compartidas, ya sea para celebrar algo en concreto o tan sólo por el gusto de estar reunidos de nuevo. Después de todo realmente no soy buen bebedor. Suelo consumir con algo de lentitud y, además, tan sólo identifico sabores generales, una cerveza oscura de una clara, el tequila con respecto al mezcal, así como se puede diferenciar el verde del azul, sin que se puedan nombrar con precisión cada una de las variaciones de ambos colores. Esas botellas contienen, al recordar aquella frase que escuché una vez en la universidad, alegría acumulada, cautiva. Antes y durante la escritura de estas líneas me doy cuenta de que, como resulta obvio, toda esta reflexión, ahora convertida en palabras, se debe nada más al hecho de que mi cava

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Alguna vez, cuando mi cava apenas nacía, varias de las que podrían haber sido sus primeras botellas sucumbieron en más de una reunión con amigos. Por qué no repetir este tipo de experiencias, ahora ausentes, me he preguntado. Porque quizá ahora a quienes estaban presentes en esos momentos infinidad de razones les demandan tiempo, porque hay más distancia entre ellos y yo –entendida ésta en más de un sentido–, me respondo.


Observar las botellas en su sitio de siempre, como congeladas en el tiempo, parecía algo un poco absurdo, y al recordar la frase aquella de la alegría, también algo triste. Alegría cautiva que podría dejarnos en el piso si el consumo no fuera moderado. Hablar con esas antiguas amistades sobre las bebidas que podría compartirles ha causado diferentes reacciones. Una de ellas es el peculiar hecho de que no resulta igual hablar de la posibilidad de hacer una reunión que una fiesta. Ante esta última palabra todo mundo parece rehuir, porque una reunión no requiere un motivo, ni mayor gasto, ni una tarea de limpieza más prolongada, entre otros factores. O también porque algunos de los compinches han vivido fiestas muy desgastantes, plenas de excesos, tanto así que incluso mencionan que no hacer fiestas es signo de madurez. Tienen mucha razón. Recuerdo que los conocí después de esa época de juventud salvaje, llena de pachangas espontáneas, donde había botes de basura cuya única función consistía en recibir el vómito u otras secreciones, e incluso, en alguna plática se habló de motocicletas que subían escaleras, quema de muebles, danzas alrededor de una roca enorme llevada quién sabe cómo dentro de una casa. Si semejantes aquelarres eran reales, se entiende que quienes los hayan abandonado estén ahora en una etapa de madurez. O de rehabilitación alcohólica. Es claro que la cava no será consumida en fiesta alguna. Mejor así, en una fiesta las botellas no durarían ni cinco minutos, consumidas por extraños que tal vez no resultarían ni siquiera ser amigos de los amigos de los amigos. Será posible hacer alguna reunión entonces, me pregunto. Algo más privado, en donde cada bebida tenga el valor simbólico –ser vínculo– que he descubierto. Quizá no, me respondo. Al menos para aquel grupo de amigos, con quienes se compartió el espacio doméstico alguna vez, parece que beber tiene una función más pragmática –así como la acción de comer se puede tomar como el mero acto de saciar el hambre, y no como un motivo de reunión, como cuando se asiste a un restaurante con amistades–, que a la vez rehúye de aquel pasado pleno de consumo alcohólico. La mención de la cava, que hace unos diez años pudo haber sido considerada un tesoro, ahora pareciera no causar el menor interés. Si han de beber, varios de los camaradas se repliegan hacia el consumo muy específico (whisky y tres marcas de cerveza caras) o a algo

más accesible, sin dejar de ser una selección reducida (tequila blanco y cerveza). De qué se trata todo esto, me pregunto. Acaso he sido tan mal bebedor que aún consumo de todo sin poder decantarme por una o dos marcas de cierto tipo de destilado. Quizá en esos antiguos amigos que bebían sin restricciones –de entre éstas me llama más la atención la selección actual de su consumo que la poca cantidad del mismo– todas sus reacciones y nuevas costumbres con respecto al alcohol se deban a los efectos de la acumulación, a los excesos. A la alta cantidad de ese tipo de fiestas que han mencionado, de horas y horas bajo los efectos de la bebida, tanto en la embriaguez como en la resaca, de la variedad de los efectos nocivos que las bebidas tuvieron en sus vidas, y esto no sólo en cuanto a una cuestión corporal. Y también a la acumulación, más que de la edad, de una especie de cansancio o tedio, que los hace decir a sus treinta y tantos años que se sienten personas viejas. A la acumulación de ideas muy particulares: una fiesta equivale a una especie de pequeño carnaval orgiástico de gente inmadura, o que una fiesta no puede ser planeada por personas responsables que pueden beber sin embriagarse. Tal vez esta recopilación de bebidas puede ser un símbolo, un indicador de varias circunstancias, una oportunidad en espera de llegar, o quizá sólo signifique lo que uno quiere que sea. Sólo se conocen los hechos, mas no las razones. Las declaraciones recientes de algunos amigos con respecto a su consumo muy selectivo de alcohol fueron un hecho, pero el porqué de ese tipo de consumo permanece en la sombra, sólo puede imaginarse. Un conjunto de botellas no abiertas genera reflexión y reflexión sobre la reflexión. Ideas que al ser escritas provocan ciertos destellos de luz reflejados en el cristal que almacena esa alegría en espera de ser liberada. Un poco de conocimiento propio y ajeno que se vierte desde envases mentales que ya no están intactos. La soledad que demanda la hoja en blanco me hace preguntarme sobre el sabor de este texto, si será posible que sea degustado por lector alguno, si no será tanta reflexión un camino a la borrachera mental con ideas. Será mejor hacer lo mismo que con el alcohol: compartir y moderarse.

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foto: Monica Salazar

EN LA COCINA SIN EL CHECO por: GWENN-AËLLE FOLANGE TÉRY

Nota preliminar: En julio de 2014 el conocido piloto de autos Sergio "Checo" Pérez declaró en una entrevista casual que prefería ver a las mujeres en la cocina que manejando coches.

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ace años, muchos, mi hija regresó muy triste de la escuela. En clase de deportes, el maestro había establecido que los niños jugarían futbol y las niñas no. No recuerdo qué iban a hacer las niñas, si bailar jarabe tapatío o jugar matatenas; el caso es que futbolistas no iban a ser. Mi hija, obvio, quería jugar futbol. Y obvio, su madre feminista y ocurrente le sugirió qué decirle al profe en cuestión: “Maestro, dice mi mamá que el balón de fut se patea con los pies, no con el pene.” Al mes, acompañamos a nuestra enana a su primer partido de futbol. Igual este chavo, el de las carreras automovilísticas es pariente de aquel maestro… O se criaron juntos… O leyeron las mismas revistas mientras esperaban en la peluquería. No sé… Pero eso de mandar a su contrincante en la carrera de Silverstone a la cocina porque era mujer, me recordó mucho el rollo de que si el balón se patea con los pies o con el pene. Pobre niño.

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Creo que lo que le hace falta saber a este chavo es lo que se hace en una cocina. Sí, se hace la comida… La cebolla se rebana con filosos cuchillos, el chile se asa a fuego vivo, la carne se golpea con un mazo de metal para ablandarlo y a los peces se les sacan las entrañas de un jalón. Digo, por si pensaba que los entes que habitan las cocinas son débiles o desarmados. Luego… Los platos se lavan con agua hirviendo, las manos enrojecen de tanto vapor, las ollas se tallan con fibra de metal y se les echa sosa; sangra la piel de tanto ardor. Por si pensaba que los guantes de hule son de adorno. Claro, no falta la cubeta llena de agua y de cloro, del que pica los ojos, y el trapeador, pasado y vuelto a pasar sobre las losas, no se vaya usted resbalar, señorito… Por si creía que el piso está resbaloso por sucio. Y de esas mismas cocinas de donde sale la comida del cuerpo, la que nutre a la familia y a los amigos, sale la

comida del alma, con los frijolitos de la olla, los que se limpian desde el día anterior y se ponen a remojar toda la noche. Sale la salsa pa´los tacos, las de molcajete y de sudor. Sale la carne hecha con la receta de la abuela, de la tía, de la vecina. En su alacena, la de la izquierda, se enfilan los libros de recetas de la bisabuela, con su letra y sus manchas. En la de la derecha, entre el azúcar y el café, está la olla del atole, la chiquita de peltre. El delantal que trae hoy la señora de la casa lo hizo Toñita, la del primer puesto del mercado, ¿sí la ubican verdad? A esa cocina se mete toda la familia cuando hay comida para el abuelo, ahí platican todos, entran y salen los niños, más fuertes al salir claro, porque llevan con ellos la sonrisa del tío, la mirada de la prima, el aroma del amor… Una casa sin cocina es un cuerpo sin alma, un coche sin motor. Pobre el Checo, cree que en la cocina no pasa nada…


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INTERVENCIÓN POÉTICA

INFIERNO CIELO VERÓNICA ARREDONDO

cierro los ojos sin distinguir el infierno alguien metió mi cabeza en la tierra el cielo es ahora otra fosa abierta una más y otra sobre unas otra debajo unas con otras encontradas nosotras espasmo alguna se mueve intenta desenterrar su cabello sacudirlo al viento girar la cabeza uñas púas urnas comezón en la espalda intento rascarme arañando piedras la sal del sueño a dos metros de profundidad se vierte cal viva llueve descompone lengua habla identidad confunde

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signos: humedad en la piel labios diagnóstico: al contacto con el incendio de rocas todo llaga un cuerpo rostro labios enterrado bajo sal: nuestro nombre otra vez ese olor no me deja dormir calla son rocas hirvientes frotándose entre sí duerme cobíjate con la sal que nos inunda una serpiente viene a mudarnos la piel nos deja nada más el zurrón una muda de piel en la espalda de mi lengua florece un nido de cabezas rojas aletean la marabunta arde en hileras por los cuencos de mi tierra entran y salen a destiempo agrietadas roen […]

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PALABRAS DE SAL SALVADOR BARRERA

-Mis palabras están hechas de sal, por eso no hablo. Apenas las digo se me seca la boca y me ahoga la sed. Intento calmarla con los labios de algún incauto y aminora. Pero el deseo una vez encendido no puede ser apagado. Entonces le pido a una boca, a cualquiera, que me quite la sed de labios. Cuando lo pido las palabras me secan la garganta, y arrastran, a quien me quita la sed, a las profundidades del silencio. Por eso no hablo -respondió la sirena al náufrago, tras preguntarle por qué ya no cantaba para arrastrar a los hombres a la muerte, como contaban las historias de los marineros. Una profunda tristeza embargó al hombre al oír esto. Entonces le preguntó cómo podía ayudar y, sediento por saber la respuesta, guardó silencio para escucharla, un silencio tan grande como el mar.

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TRIGO MARCO VANZZINI

Trigales de la primavera ondulantes bailarinas que mece Eolo al ritmo del mar y les silba canciones nuevas, ora bullangueras a veces como un vals. Danzan las espigas en singular compás, ninguna queda sin bailar. Y su tez se dora hasta madurar como oro, oro de verdad Sus granos aguardan al gambusino que las pueda cosechar Y bajo la roca se desharán en blanca harina para hornear el pan. Verde, oro y blanco: los colores del trigal sobre mi mesa los degusto, pues comparto con los amigos la risa, el vino y la sal.

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EDITH MIRÓ HACIA ATRÁS KARLA BARAJAS

Se que sus nietos fueron producto de un incesto por un guía de turistas que ventila su historia familiar. Su castigo consiste en ver y escuchar sin dar su opinión o preguntar. Ser expuesta por los siglos de los siglos como la desobediente Mujer de Lot. A veces piensa en el castigo por su desobediencia, por su falta de fe: convertirse en un Pilar de sal, perder su nombre e identidad. Quisiera corregir a cada persona que dice: ahí está la Mujer de Lot. Mi nombre es Edith. A veces escucha las pláticas de los turistas y no entiende por qué algunas mujeres se castigan a sí mismas diciendo: Soy la esposa o viuda de éste o aquel, tampoco dicen su nombre, también ellas perdieron su identidad, y se pregunta si también miraron hacia atrás.

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ARPEGIOS BAUDELIO CAMARILLO

Una noche tus muslos se abrirán como un libro para mí. Y como un libro te leeré, como un poema con olor a deseo, deleitando pausado las sílabas de luz que guardas al vestirte. Y una noche también conoceré la música que llevas, el pentagrama de tu cuerpo cuando te acerques vestida solamente del color de tu piel y el deseo encienda un aire de orquesta entre tus pechos. Y haremos el amor como boca y palabra, como el violín y el arco iluminados por el genio, como la ola y la arena hasta dejar un cúmulo de espuma caer en nuestros nombres. Sí, una noche tus muslos o tu libro o tu música se abrirán para mí. Embestirás frenética mi destello unicorne, sembrarás el silencio con gemidos dorados y yo descansaré por fin sobre tu sueño y arrojaré largas noches al cesto de basura.

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EN LA FALSA RIBERA ENRIQUE SOLINAS

Porque no hay agua dulce en tu cuerpo sino amargura y mentiras. Y navegué hasta donde me llevaste para hacerme mal sin sentido. Por eso rezo en la mañana para que huyas de mí y que además se vaya tu oscuridad alcoholizada; tu enfermedad en las palabras por tu violencia cotidiana. Y digo basta, ya no quiero.

del libro Corazón Sagrado

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PAULINA NIÑO ALIMENTANDO EL ALMA por: JAIME PANQUEVA

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a la naturaleza humana anhelante de armonía y equilibrio. Las imágenes femeninas travesía transitan por los derroteros de los sueños, el color y las artes en una alusión constante a la intimidad desde donde surgen sueños y emociones.

La obra de Niño, sobre diversos soportes y con una personal experimentación de técnicas mixtas que combinan acrílico, pasteles y óleo a papel, entre otros, invita a reflexionar en torno

En palabras de la pintora, Alimentando el alma está inspirada en los colores de nuestro país, en los territorios de la magia y la luz. Su propuesta busca transportar al espectador a lo sublime, conectar con las fibras íntimas para restaurar el interior con la levedad del vuelo de una mariposa o apuntalarnos en los momentos difíciles con la seguridad de una equilibrista en marcha sobre su cable.

ace dos años, en el día de la Candelaria, Fomento Cultural Irapuato AC inició sus actividades mediante una exposición plástica del colectivo local Pincel en su tinta. El pasado 19 de enero, en colaboración con el Instituto Municipal de Cultura Arte y Recreación, IMCAR, regresamos a la sala principal del Museo de la Ciudad con la presentación por primera vez en Irapuato de la pintora Paulina Niño.

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Foto: CortesĂ­a El Sol de Irapuato


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FIL(M)OSOFÍA, EL CINE EN SU CAPACIDAD FORMATIVA por: KARLA PORTELA RAMÍREZ

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sualmente, al hablar de cine pensamos en un espacio, un momento para relajarse, para divertirse o al menos distraerse. Sin duda una película puede tener esos efectos; pero, además, o más allá del entretenimiento, el cine presenta otras posibilidades, incluso contradictorias entre sí: como objeto artístico o mercancía, como arma ideológica o herramienta para la formación del individuo. Lo cual evidencia la versatilidad y riqueza del fenómeno cinematográfico, debidas quizá “[…] a su manera misma de operar, sus medios de expresión y las facultades múltiples para generar sensaciones, no sólo externas a través de los sentidos, sino internas, como sentimientos.” (Quezada, 2015: 16) Sin negar otras posibilidades del cine distintas a las aquí mencionadas, y en el reconocimiento de que todas ellas coexisten y aportan de diferente manera a la realidad humana, importa aquí resaltar la capacidad formativa del cine, entendida como la contemplación de un filme, que puede detonar en el individuo el desarrollo de un espíritu reflexivo, analítico y crítico, que no se limita a recepción y reacción, sino que, por lo contrario, da y actúa, construye y transforma tanto su interior como el exterior. Desde esta perspectiva, el objeto cinematográfico presenta una posibilidad formativa que se desdobla en tres dimensiones o aristas: de-formación, autoformación y trans-formación; la primera, cuando el individuo cuestiona su entorno y principalmente a sí mismo, las ideas y valores predominantes, habituales, los hechos acaecidos y sus causas, con base en lo cual surge la auto-formación, cuando la persona se autoconfigura, delibera, elige y decide su forma de ser y de actuar, consciente de las implicaciones y con responsabilidad; desembocando ambas, de-formación y auto-formación, en la trans-formación de la realidad personal y colectiva, deseablemente en algo mejor, un mundo en mayor armonía. Pero, ¿en qué se sustenta esta afirmación del cine como herramienta de formación humana? Básicamente en su propia naturaleza, específicamente en su cualidad de espacio lúdico.

El ser humano es activo. Frente al objeto cinematográfico no guarda una actitud pasiva, no se limita a la recepción del cúmulo de imágenes que le son presentadas. Antes bien, juega con ellas y las manipula mediante su reflexión, haciendo de las películas un juego cinematográfico en que el creador, la obra misma y los espectadores, son igualmente esenciales para que exista dicho juego, de ahí que a estos tres elementos correspondan precisamente sus partes constitutivas: juego creativo, que se refiere a la creación del objeto, de la película, y que se encuentra en aquellos que la hacen posible; el juguete, la película misma como objeto finalizado que contiene el material a partir del cual se reflexiona y que media entre el realizador y el espectador; el juego interpretativo, cuando el sujeto mira el producto terminado, en su acción como espectador de un filme y en su relación con el mismo a partir de la propia carga ideológica-cultural, así como en su posible construcción fuera de ella (Quezada, 2015: 18 y 45). En otras palabras, la capacidad formativa del cine radica en su dimensión lúdica, como espacio para la reflexión, deconstrucción del filme y construcción reflexiva de propuestas que se concretan en la transformación de sí y del entorno. El cine representa, así, un punto de convergencia entre teoría y práctica, reflexión y acción; y es en esta concepción-vivencia del cine que ha nacido Fil(m)osofía*, café filosófico que, a partir diversos temas tomados de material fílmico, abre un espacio de diálogo para el público general, y cuyo objetivo fundamental consiste en la transición del llano espectador cinematográfico a espect-actor, activo contemplador en la transformación de la realidad. Referencias Quezada, Figueroa Alan (2015). Miradas Filosóficas. Estética del Cine en México. Publicaciones Académicas CAPUB. México. * Para mayor información: fb – Filmosofía “La Mina” / blog – karlaportela.blogspot.mx

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MONTAÑAS DE SAL por: WILBERTO PALOMARES

–¿Y bien? –me pregunta sin levantar la mirada de un pequeño cuaderno en el que garabatea–. ¿Tomaste tu medicina hoy?

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xiste allá, bañada por las aguas del Pacífico, una playa que no aparece en ningún mapa. Una playa con la que sueño cada noche. Al despertar por la mañana, entre apagar el despertador y restregarme el cuerpo con jabón, podré oler el mar, escuchar las olas ir y venir a un ritmo invisible y sentir en mis manos los dientes filosos de la arena. Cuando camine a la cocina, ya vestido y luchando contra la corbata escucharé el suelo crujir, como si estuviera en aquel muelle carcomido por cangrejos y el padre tiempo. Siempre he creído que un muelle es el lugar más triste del mundo; ahí termina la tierra, ahí llega el mar a morir. Mientras desayuno cereal –extra crujiente con malvaviscos– parece que el sol quiere entrar por mi ventana, pero no es él. El resplandor, blanco y lechoso viene de aquello que mis ancestros me han prohibido tocar. Pero, ¿cómo puedo resistirme a las montañas de sal bajo cuya sombra mi familia ha echado raíces? Ninguna advertencia, maldición ni conjuro es suficiente. El plato vacío al fregador. Me ato los zapatos, una última mirada en el espejo para asegurarme no haberme saltado ningún botón esta vez. Salgo corriendo al trabajo. El primer semáforo en el camino me detiene y una muchedumbre se apresura a llegar a la otra acera. Niños uniformados arrastrando gigantescas mochilas,

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hombres con trajes y teléfonos celulares que parecen más una extensión de su brazo que un aparato electrónico desechable, mujeres en tacos altos y peinados firmes con vasos de café pretenciosos y desechables, hombres descalzos y sin camisa cargando pesadas cestas llenas de pescados y vísceras marinas. Sigo a éstos con la mirada hasta que han cruzado por completo y se pierden detrás de un edificio de cristal brillante que parece acariciar las nubes. El auto detrás de mí suena la bocina, una, dos, tres veces. Arranco y sigo mi camino. Al mediodía, sentado en mi diminuto cubículo nada recordaré del sueño. Ni el crujiente muelle, ni los hombres de piel curtida y sin camisa, ni las escandalosas gaviotas que se aventuran a robar un putrefacto bocado de aquellas cestas gigantes. El jefe me llama a su oficina. Una habitación con las paredes cubiertas de diplomas, reconocimientos y fotos familiares. La enorme ventana de nada sirve, tiene una vista terrible hacia un edificio abandonado lleno de gatos callejeros y grafiti de dudosa interpretación. Cuando me siento frente al escritorio, mi jefe no es mi jefe. Es un hombre envuelto en una bata blanca que me da los buenos días y me pregunta cómo me siento. No lo recuerdo a él ni su nombre –Dr. Mario Olivera, dice la pequeña placa metálica–.

–¿Mi qué? –no entiendo qué está pasando–. Debo regresar a mi escritorio, tengo mucho trabajo y no creo… –¿Tomaste tu medicina hoy? –mi “jefe doctor” insiste, esta vez mirándome por un instante. –Debo regresar a mi escritorio, tengo mucho trabajo…– No termino la frase. Dos hombres vestidos de verde mar, altos y de piel curtida me flanquean, me toman por los hombros, me levantan y me encaminan a la puerta. –Sabes que no podemos hablar si no sigues el tratamiento, Sergio, –me grita mi “jefe doctor” que ahora me da la espalda– te sentirás mejor después de tomar tu medicina. Uno de los hombres altos empuña una gruesa jeringa. Mientras me llevan por el pasillo miro hacia todos lados, no me atrevo a mover más que mis pies. No hay oficina, no hay cubículo, no hay traje ni corbata. Y mientras mis guardias abren una pequeña puerta y me empujan dentro, me doy cuenta que no traigo encima más que una delgada bata. Forcejeo un poco al ver las correas sobre la cama, que es el único mueble que adorna la pequeña habitación sin ventanas, tan pequeña como el cubículo que acababa de imaginar. Y mientras desenfundan la jeringa un sabor invade mi boca, un sabor a sal que se quedará conmigo hasta la noche, cuando llega de nuevo la hora de dormir.


FUNDACIÓN CALOSA

UN AÑO CONTEMPORÁNEO EN IRAPUATO

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undación CALOSA abrió sus puertas en noviembre de 2016 bajo la premisa de generar un cambio en el desarrollo cultural y artístico de la región Bajío (principalmente en su sede, Irapuato) a través de la difusión y promoción del arte contemporáneo, con interés primordial en el arte mexicano. Con un año de existencia y tres exposiciones en su haber, Fundación CALOSA ha contado con la participación de artistas con reconocimiento internacional como Santiago Sierra, Gonzalo Lebrija, Cynthia Gutiérrez (57 Bienal de Venecia) y artistas con trayectoria media y emergentes como Iván Puig (Sistema Nacional de Creadores de Arte FONCA), Adela Goldbard, Joaquín Segura (SOMA) y Javier Barrios.

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La Fundación busca desarrollarse en tres vertientes: · Colección CALOSA: acervo que incluye obras de artistas tanto nacionales como internacionales · Espacio CALOSA: lugar abierto al público de manera gratuita y sin fines de lucro, donde se encuentran nuestras exposiciones, pequeño acervo bibliográfico especializado; además de llevarse a cabo actividades y talleres. · Proyectos CALOSA: colaboraciones con agentes de cambio (artistas, gestores, curadores) enfocados en el quehacer artístico y cultural, desarrollando producción de obra o actividades que beneficien a la sociedad. La galería está situada en Av. Manuel Gomez Morín 3377-3 Col. Ejido, Irapuato. Su horario de atención es de lunes a viernes de 11:00 a 19:00 hrs, sábados de 11:00 a 15:00 hrs. Los invitamos a visitarla, la entrada es gratuita. Sitio web: /calosa.mx Instagram: /fundacioncalosa Facebook: /calosamx Teléfono: 462 225 52 74 32

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ARGONAUTA DOS AÑOS por: JAIME PANQUEVA

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ace dos años zarpamos en el primer número de Argonauta con la esperanza de realizar nuevas navegaciones en torno a diversos temas de nuestro entorno cultural. Con gran fortuna hemos embarcado artistas de nuestra ciudad, del estado de Guanajuato y de latitudes más lejanas. La lista sería larga y correríamos el riesgo de omitir nombres. En estos meses la nave ha tocado muchos puertos, durante even-

tos internacionales como la FIL de Guadalajara, la FENAL de León, el LITFEST de Pasadena, California, o el Festival de Escritores de San Miguel de Allende. Hemos sido acogidos por instituciones educativas como la Universidad de Guanajuato, el ITESI, la Universidad Autónoma de Querétaro, o la UTL de Acámbaro, entre muchas otras. Las presentaciones de Argonauta, donde buscamos integrar a la literatura, la plástica, la música o el cine, nos

han llevado a ciudades como Morelia, Guanajuato, León, Aguascalientes, Salamanca, Celaya, Marfil, Acámbaro, Salvatierra, Guadalajara, Los Ángeles, Lagos de Moreno y Manizales. Además de los conciertos, exposiciones y presentaciones de libros realizados junto con las actividades de Fomento Cultural Irapuato AC. Gracias a los patrocinios recibidos por nuestros benefactores, hemos conseguido mantenernos a flote este tiempo sin sucumbir tampoco a los afanes

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comerciales que nos obligaran a modificar los contenidos o saturar a nuestros lectores con anuncios publicitarios. Argonauta se mantiene como una guía cultural sin fines mercantilistas. La acogida de nuestro proyecto impreso ha dado pie para acometer nuevas aventuras, como el programa de radio por internet La nave de Argos,

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transmitido desde noviembre del 2017 todos los jueves a las 16:00hrs en la página argonauta.com.mx y cuyos episodios pueden oírse y descargarse posteriormente en Spreaker: https://www.spreaker.com/show/ la-nave-de-argos Con las velas a punto y una carta de navegación que indica dos derro-

teros próximos (Futbol, mayo-julio; Medio Ambiente, agosto-octubre 2018) agradecemos a todos nuestros colaboradores, lectores, tripulación y donantes por hacer de Argonauta un espacio para la convivencia, el intercambio de ideas y la difusión de proyectos culturales tan necesarios en estos momentos en nuestra región. Buen viento y buena mar.


TODO FUTURO SERÁ MEJOR por: JEREMÍAS RAMÍREZ VASILLAS

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i las persecuciones religiosas, ni los exorcistas, ni los cazadores de vampiros habían podido exterminarlos, pero la industria alimentaria lo estaba haciendo. Con humanos y animales nutridos con productos infestados de sustancias tóxicas, su sangre se convertía en una sustancia peligrosa. En poco tiempo sería tan letal como una estaca en el pecho o una bala de plata en la frente. “¿Habrá esperanza en el futuro?” Preguntó el más viejo de los vampiros. “Tal vez no, —contestó un vampiro enano con cara avinagrada— pero muy pronto este mundo no será habitable para nosotros”. Se levantó quien parecía ser el jefe: “Ha llegado el momento de usar nuestra nave de escape”. Todos se levantaron de la mesa, y uno a uno accionaron sus mandos a control. Uno por uno, de gavetas empotradas en la pared, salieron sendos féretros de alta tecnología. Los programaron para despertar dentro de una centuria: el futuro tendría que ser mejor en el siglo XXII. “Nos vemos dentro de 100 años, hermanos”, se dijeron para despedirse. Nunca se enteraron de que las cosas se pusieron peor. Poco después, una lluvia de bombas atómicas puso punto final a su optimismo futurista.

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BIBLIOTECA

BIBLIOTECA DEL ARGONAUTA

¿Pero existe realmente eso de tener sólo hambre de alimentos? ¿Existe un hambre de estómago que no sea el indicio de un hambre generalizada? Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo. Amélie Nothomb – Biografía del Hambre

LA CULTURA SE COME

COCINA PARA POBRES

BRUNO ARPAIA Y PIETRO GRECO

ALFREDO JUDERÍAS

El domingo pasado leí un artículo del escritor español Javier Cercas donde criticaba a España y a sus autoridades culturales por su miopía y mezquindad. No somos pobres, somos estúpidos sostenía al comparar el poquísimo aprovechamiento que se hace este año del 400 aniversario de la muerte de Cervantes, con la difusión que ha recibido Shakespeare por los angloparlantes. De igual forma, comentaba sobre la paupérrima imaginación para detonar proyectos culturales de impacto global. El artículo también menciona un libro escrito por los italianos Bruno Arpaia y Pietro Greco titulado: ¡La cultura se come! (La cultura si mangia!, Guanda, 2013) publicado como respuesta muy inteligente a los comentarios del ministro de finanzas de Berlusconi, Giulio Tremonti, que afirmaba exactamente lo contrario para justificar los recortes a la inversión estatal en este ramo. Soy muy necio y me puse a la búsqueda de alguna traducción al español. Al no encontrar ninguna, tuve que recurrir al internet para poder leerlo (ahimè) en su idioma original. De allí viene esta recomendación por partida triple. Por una parte, a los lectores que deseen aventurarse a leer en italiano; encontrarán un ensayo bien documentado sobre el papel fundamental de la cultura en la sociedad del conocimiento, con algunos ejemplos sobre cambios de paradigmas impulsados desde el ámbito cultural en Europa y países considerados del tercer mundo. Por otra, para los editores mexicanos una oportunidad para traducir este texto que nos permitirá también vernos reflejados en el caso italiano. La tercera, para los ensayistas e intelectuales de la cultura, pues el análisis estadístico y estructural que realizan estos dos escritores podría realizarse para México y/o América Latina incorporando sus peculiaridades. Cierro estas líneas con la cita también del artículo de Cercas para reflexionar sobre sobre nuestra condición cultural (FeNaL incluida): “Ser pobre porque no se dispone de recursos es una forma de la desgracia; ser pobre porque no se sabe o se quiere explotar los recursos de los que se dispone es una forma de la estupidez.” JP

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FEBRERO * ABRIL 2018

Como el buen Ricardo de Bury, que le cantaba a sus ejemplares en su Filobiblión, yo aprovecho para contar sobre un formidable compendio gastronómico que compré en mi primer viaje a España, y que arrastré durante años de mudanzas hasta tenerlo cómodamente instalado en mi biblioteca. En Sevilla, por ahí por la Pascua de 1999, cuando era un estudiante pobre y apachurrado por los calores que ablandaban el asfalto de las calles, entré en una librería que además de sombra ofrecía el refresco de los libros. Me atrevería a decir que fue amor a primera vista. Tras picar aquí y allá, indeciso, el título, Cocina para pobres, y la portada con dos indigentes cocinando sonrientes bajo un puente, fueron el golpe de rayo del que hablan los franceses. Al hojearlo y encontrar recetas escritas a mano, con términos en tan perfecto castellano como los caldibache, los hartalunos, el zaranguillo, la pepirrana, o las collejas enchorizadas; potajes rescatados de mesones del siglo XVIII; o postres de los conventos de franciscanas clarisas, confirmé que aquella debía ser la primera piedra de algo que podía devenir en una biblioteca del paladar. Lo compré sin considerar que todavía debía mochilear buena parte de la península, y todavía no me arrepiento, pues sus recetas han sido luz en tierras inhóspitas y espero sean legado para las tripas de mis hijos. Aún derramo bendiciones sobre su autor, Alfredo Juderías, de quien leí a posteriori que era médico eminente y amigo entre otros de García Lorca, y compilador de la obra de otro célebre médico, pensador e historiador, Gregorio Marañón, que también fuera su maestro. Por aquel año de su compra, el libro, publicado originalmente en 1980, llevaba once ediciones. Hoy, compruebo que Casa del Libro de Madrid aún lo ofrece en una edición del 2010. Para cerrar y con el ánimo de contrastar las opiniones de algunos entendidos sobre el autor y su “excursión por la gastronomía marginal [que] le ha dado posteriormente gran fama”, incluyo este fragmento de Camilo José Cela publicado en su columna del diario ABC por el año del primer tiraje: “Cocina para pobres es un generoso y nutritivo monumento de sana y muy honesta literatura capaz de sacar la panza del mal año y el espíritu de la mala conciencia.” No sé, creo que de pocos libros se pueden escribir tan acertadas palabras. JP

TRATADO DE CULINARIA PARA MUJERES TRISTES HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Podemos hablar de la culinaria, o el culto a los alimentos, como la forma exquisita de perfilar y potenciar los diferentes caracteres del alma humana. Para Héctor Abad Faciolince constituye este libro una excusa perfecta para desnudar y tratar las dolencias sentimentales. En la cultura del fastfood, de la chatarra globalizada y los suplementos alimenticios encapsulados, qué mejor antídoto que una sutil combinación entre recetario, vademécum literario y diario sentimental. Se echa mano de la nostalgia, de la tristeza que ronda el vacío existencial y el gástrico para traer recetas ficticias, con carne de mamut o de celacanto, por ejemplo; evocar Las partidas de Alfonso El Sabio, las enseñanzas de los epicúreos, de Quevedo a Ovidio, o, ¿por qué no? resucitar el pacato Manual de Higiene de Fleury. Dedicado a su madre y hermanas, Abad Faciolince agasaja a las mujeres no sólo tristes, también a las melancólicas, a las indecisas, a las oprimidas, a todas aquellas que deseen transformar la cocina de bastión de defensa a una plataforma de asalto contra el machismo tan atávico como finisecular. Desconozco el efecto que este libro ha podido tener en las lectoras desde su publicación, hace poco más de veinte años, pero es uno de sus textos más traducidos a otros paladares. Cerrar conviene con las frases empleadas por el autor para develar su intención: “Mi ambición es buscarle solución a tu melancolía y el camino verdadero me lo dio un poeta de Inglaterra, aquel que hizo decir a uno de sus personajes, casi loco de exceso de cordura: «Dame una onza de almizcle, buen boticario, para perfumar mi imaginación». Yo no quisiera ser nada distinto a eso, un buen apotecario, un farmaceuta, el dueño de las recetas para perfumar tu fantasía”. JP




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