Argonauta 9 Esa extraña maravilla: el futbol

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Revista cultural del Bajío

¡GOOOOOL!

Fomento Cultural Irapuato A. C.

Edición Trimestral • Irapuato • Mayo - Julio • 2018 • Año 3 - Edición No. 9 - Ejemplar Gratuito






COLABORADORES

Alfredo Contreras se encuentra recluido en Santa Martha Acatitla. En el reclusorio ha sido alumno de Eusebio Ruvalcaba y de Florina Piña. Alberto Mendoza (Guadalajara, 1984). Maestro en Estética y Arte por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Editor y corrector de estilo. Ha impartido talleres de creación literaria y participado en gestión y periodismo cultural. Fernando Jiménez (Querétaro, 1990) Psicólogo clínico egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro. Beneficiario del PECDA Querétaro 2015. Ganador del primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2015 con Combatir al Pecado; y del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2015 con el libro de cuentos Ensalada Western. Versador del proyecto de poesía decimal Son de Abajo. Becario del Fonca 2017-2018 en la categoría de Jóvenes creadores. Francisco MacSwiney (Acámbaro, 1941) Promotor cultural. Columnista y coordinador de la sección cultural del diario AM Desde el Bernalejo. Es presidente de Fomento Cultural Irapuato AC. Jaime Panqueva (Bogotá, Colombia, 1973). Premio Juan Rulfo de Primera Novela 2009 por su obra La rosa de la China (Planeta, 2011). Autor de El final de los tiempos (NortEstación, 2013). Ha sido ganador del concurso literario del 9° Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014; becario de la Asociación de Escritores de Shanghái para las residencias literarias 2014 y tutor del PECDA y del Seminario para las letras guanajuatenses. Es hincha de Millonarios. Jorge Olmos (Irapuato, 1963) Docente, escritor y editor ha desarrollado una trayectoria de varias décadas en la literatura y cultura del centro del país. Es autor de los libros: Amor de arena (1993), En la propia tierra (2001), Tierra del corazón (2002), Música negra el enunciado (2005), Baladas un poco tristes (2006) y Duelos de costumbre (2015). Es co-autor de Prodigios y maravillas de Guanajuato. Leyendas y relatos (1998) y co-editor de la antología Rana de los ríos celestes. Guanajuato en su literatura (1999); con el fotógrafo Antonio Galindo publicó Luz a paso lento. Visiones del paisaje de Guanajuato (2005) y con el también fotógrafo Gustavo López, Alabanza del hermoso encierro (2006). Juan Villoro (CDMX, 1956) Escritor. Como ensayista futbolístico ha publicado Los once de la tribu, Dios es redondo y Balón dividido. Autor de las novelas El disparo de argón, Materia dispuesta, El testigo, Llamadas de Ámsterdam, Arrecife, Apocalipsis (todo incluido), Conferencia sobre la lluvia, y El libro salvaje. Es autor también de una larga lista de libros de ensayo y cuento. Entre los premios que ha recibido destacan el Xavier Villaurrutia por La casa pierde. Premio

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Mazatlán de Literatura por Efectos personales; Premio Herralde por El testigo; Premio Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por Dios es redondo; Premio Antonin Artaud en México, por Los culpables; Premio Ciudat de Barcelona, categoría Prensa; Premio Internacional de Periodismo Rey de España, categoría Galardón Iberoamericano; Premio Iberoamericano de Letras José Donoso; Premio al Mérito Literario Internacional FILZIC Andrés Sabella. Juan Manuel Ramírez Palomares (León, 1957) Poeta. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Guanajuato. Algunos de sus títulos: Asuntos de la Lluvia; La pesadumbre, El olor de la fruta; Aire en vendaval, Hábitos humanos, Saltimbanquis, 12 poemas de amor, Hora sin tiempo, Miro la tarde, Aldebarán, Estampas, Palabras (poesía para niños), Mezcal, Postales, La poesía es ¿una cosa?, y A cierta distancia. Durante 35 años, ha sido un incansable promotor del libro y la lectura en diversas instituciones del estado de Guanajuato. Juan Pablo Torres (León, 1982) Ha publicado las novelas Despídete del destino (ICL, 2010); Los de arriba (Díseres, 2011 / ICL, 2012); Zorros urbanos (Artiva, 2016); y Bien bajado ese balón (Kuna, 2018). Luis Felipe Pérez Sánchez (Irapuato, 1982) Escritor. Premio Nacional de cuento Efrén Hernández. Es autor de Yo fui un chico cursi y Eufemismos para la despedida, libros de relatos. Miembro de las generaciones 2011-2012, 2012-2013 de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo. Marco Ornelas. (León, 1978) Escritor. Fue seleccionado para la antología: Ocho voces de Guanajuato, publicada por la Universidad Iberoamericana, plantel León (2000). Becario del Instituto Estatal de la Cultura de Gto., en el área de literatura, jóvenes creadores (2001). Ha publicado los libros, El mito de Proteo (Azafrán y Cinabrio, 2008); El concierto Reconciliatorio (San Roque, 2011); Variaciones (y dispersiones) de la voz alcanzando el tono (La rana, 2013), Aquí no es Neverland (Ediciones sin nombre, 2017). Ha colaborado para las revistas nacionales: Replicante, Periódico de poesía y Punto de partida en línea (UNAM). Fue editor de la revista Cosido a mano. Omar Rivera Montero (CDMX, 1979) Escritor. Estudió la licenciatura en Filosofía en el Centro de Estudios Filosóficos Tomás de Aquino. Autor del poemario El Ser del sur (Editorial Página, 2003). Ha colaborado en diversas antologías de cuento y en diferentes revistas. Ha impartido cursos y coordinado talleres de creación literaria. Coordinó la antología de microficción guanajuatense El tótem de la rana (BUAP,2017) Patricia Bañuelos (Guadalajara, 1971) Mexicana renegada, pero con esperanza, de corazón cinéfilo y alma gourmet. Columnista independiente en revistas culturales y de crítica cinematográfica. Colaboró en el Anuario de Literatura Breve 2017 Al Gravitar Rotando y en la Antología Cortocircuito de la BUAP, así como en las revistas Jaliscocina y Agora127.


DIRECTORIO Director general Jaime Panqueva Director Editorial José Antonio Banda Diseño Paola Andrea Moreno Franco Consejo Editorial Alejandro Palizada Sánchez, Francisco MacSwiney Salgado, Marco Vanzzini.

Contacto para publicidad contacto@argonauta.com.mx Cartas de los lectores y colaboraciones edicion@argonauta.com.mx Página web www.fomentocultural.org www.argonauta.com.mx Argonauta Revista Cultural del Bajío revista_argonauta

Números anteriores disponibles en: https://issuu.com/fomentoculturalirapuato ARGONAUTA es una publicación de Fomento Cultural Irapuato A. C., sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de los textos bajo autorización previa del autor. Las opiniones expresadas son responsabilidad única del autor y no reflejan necesariamente la opinión de la publicación. Registro de nombre y licencia de contenido en trámite. Argonauta. Año 3 número 9. Irapuato, Gto. 2018.

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DOSSIER ESA EXTRAÑA MARAVILLA: EL FÚTBOL JUAN VILLORO SIN CÁBALA NI RITUAL JUAN PABLO TORRES CONTRA PUMAS FERNANDO JIMÉNEZ EL SILBATO FRANCISCO MACSWINEY PORTERO LUIS FELIPE PÉREZ INTERVENCIÓN POÉTICA POEMAS JORGE OLMOS FUENTES CONTRAPUNTOS OMAR RIVERA CUMPLEAÑOS JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES NOTA PÓSTUMA MARCO ORNELAS GUERRILLA ALBERTO MENDOZA P O R TA F O L I O CHANO BARRERA VIGOR E INTUICIÓN A RT Í CU LOS HIJOS DE LA MERMELADA: FRESEROS HASTA LOS TANATES JAIME PANQUEVA BUSCANDO EL GREEN IRAPUATO EN EL GIFF 2018 EL CARPINTERO ALFREDO CONTRERAS LA RAZÓN NO ENTIENDE PATRICIA BAÑUELOS

BIBLIOTECA

Portada: Chano Barrera

NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO:

Medio Ambiente

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ESA EXTRAÑA MARAVILLA: EL FÚTBOL por: JUAN VILLORO

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l fútbol es el espectáculo más popular y mejor repartido en el planeta. Baste recordar que la FIFA tiene más agremiados que la ONU (y además le hacen caso).

Cada cuatro años, el planeta se paraliza en nombre del fútbol. Conviene mencionar a este respecto que Eduardo Galeano, escritor aquejado de la pasión por los goles, en temporada mundialista ponía un letrero afuera de su casa: CERRADO POR FÚTBOL. Cuando el partido comienza, el hincha cae en trance de futbolitis aguda. El fútbol deja de ser un reflejo del mundo para convertirse en el mundo. ¿De dónde viene el gusto atávico por el deporte de las patadas? El poeta Antonio Deltoro lo define como “la venganza del pie sobre la mano”. La especie que se desarrolló gracias al cerebro, al ojo y al pulgar oponente vuelve al origen pateando una pelota. Esta regresión en el tiempo atañe a lo que fuimos como especie, cuando los pies eran decisivos para subir a los árboles, pero también a lo que somos como individuos: los partidos nos remiten a la infancia en la que juzgamos que los dioses son posibles y que la balanza del mundo se puede dirimir en un juego. Otro de los atractivos del fútbol es que se trata del más democrático de los deportes. Si mides 1,55, jamás serás basquetbolista; en cambio, tal vez podrás jugar en la media del Barça. Si pesas menos de 80 kilos, difícilmente estarás en la línea de golpeo de un equipo de fútbol americano, pero sin duda podrás oficiar de delantero. El fútbol se opone a la tiranía anatómica y repudia la idea del jugador “completo”. Como los héroes homéricos, los futbolistas deben dominar una destreza que los singularice (el tiro de Beckham, 8

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la tijera de Hugo, la marca de Maldini, el remate de cabeza de Bierhoff). Si en La Ilíada Aquiles es el de Los Pies Ligeros y Héctor el Domador de Caballos, en las canchas los jugadores destacan por virtudes equivalentes, perfectamente definidas. Ningún otro deporte admite tal variedad de picardías para ser ejercido. Otra virtud de esta desaforada actividad es que tiene la peor jurisprudencia del mundo. Estamos ante un mérito que no todos aquilatan y que parece tener los días contados. El fútbol se asemeja a la vida porque muchas de sus recompensas y muchos de sus calvarios resultan inesperados. De pronto, en la misteriosa vida cotidiana, ganas la lotería o te descubren un cálculo en el riñón. Eso no depende de tu conducta moral y sin embargo cifra tu destino. Lo mismo sucede cuando el árbitro se equivoca a favor o en contra de tu equipo. Sobre el césped, veintidós jugadores tratan de ser semidioses y sólo una persona trata de ser hombre. Es el árbitro, custodio del error humano. Por desgracia, la FIFA promueve ahora el videoarbitraje, eliminando las fatales centellas de los juicios arbitrales, que han otorgado interés adicional al juego. La lengua castellana se ha modificado con el impulso del fútbol, incorporando el verbo “chutar” al diccionario. Ciertas expresiones del balompié definen situaciones existenciales. Mencionemos tan solo tres ejemplos, que usamos en circunstancias alejadas de los estadios: “fuera de lugar”, “autogol”, “ponerse la camiseta”. Otras frases hechas dependen de épicos sucesos en la cancha. Gracias al fútbol, “la mano de Dios” pasó de la teología a la picardía. Por último, estamos ante una de las pocas formas de la épica que en un día de gloria puede terminar 0-0. En otros deportes eso equivaldría a un performance de la nada. En el fútbol, un gran partido puede terminar no sólo sin ganador sino sin goles. Ningún otro deporte, y acaso ninguna otra actividad, admite esta forma no cuantificable de la gloria.


SIN CÁBALA NI RITUAL Fragmento de la novela de Juan Pablo Torres Agradecemos la cortesía del autor y de Kuna Ediciones por permitirnos publicar un fragmento de esta novedad editorial.

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s sábado, hay futbol y se juegan los cuartos de final. Bajo al sótano del hotel para recoger mi uniforme de futbol en la lavandería. Nunca uso el elevador, prefiero las escaleras. Toco la campanilla del mostrador, Edu sale concentrada, con un libro en la mano, ni siquiera me pregunta qué necesito, sabe que si estoy aquí es por mi uniforme. Ella vuelve al lugar de donde acaba de salir, una pequeña bodega de donde guarda las sábanas y la ropa limpia de los huéspedes. Regresa con mi uniforme en una bolsa de plástico sellada. Me entrega el paquete, rompo la bolsa enfrente de ella para checar que el yersi, el short y las calcetas estén ahí. Me ve con fastidio, esperando a que termine para volver a su bodega y seguir con su libro. Edu es de

un pueblo cercano, de la USA, que significa la Unión de San Antonio, pero vive en el sótano del hotel, es estudiante de derecho y varias veces me ha dicho que será la mejor abogada ambientalista de México, o al menos de su estado, aunque para no errar, de su universidad, y más concretamente de su salón. Nos despedimos, ella vuelve a su bodega y yo subo a mi cuarto para preparar mis cosas y pelearme con mi hermana por el coche. Desde mi celular mando un mensaje al grupo de la familia en Whatsapp, preguntándole a Tana si va a usar el coche. Mi hermana vive en la habitación 710 y mis papás en la habitación 810, con vista al estacionamiento de un Home Depot. El smartphone de mi hermana es una extensión más de su cuerpo: <<Te llevo salimos en 10>>, responde Tana aperrándose el coche desde primeras horas de la mañana.

<<Va>>, no me queda de otra. Si alego me va a decir que para que quiero el coche dos horas estacionado si ella tiene muchas cosas qué hacer. Ajá. <<Hay que ver lo de tu coche>>, vuelve Tana para presionar a mis papás. <<Va>>, le digo, aunque yo no quiero ver lo de mi coche, a mí me gusta el que comparto con ella, aunque el único problema es, en realidad, ella. El coche es un Mustang 1970 color amarillo con una franja negra en el cofre. El coche nos lo heredó mi abuelo, y Tana descubrió que, bien lavado, le podía servir para sus fotos en Instagram. Desayuno un twix en mi cuarto, salgo con una manzana en la mano y mi kit de futbol. Mi hermana está escuchando <<She pretends>> de Issac Delusion en el coche, algo desesperada y pisando el acelerador para que yo corra. Ella hace

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muy bien eso: apurar a la gente para lograr cosas. Camino al colegio no deja de hablar con su exnovio sobre un viaje que tenían planeado y que ahora quieren cancelar, mientras la ciudad se reproduce afuera como un documental en mute, con la misma gente de siempre vendiendo mazapanes, pidiendo dinero para la diálisis de sus hijos o haciendo algún espectáculo con piedras y bastones de fuego. Tomamos el Libramiento, tomamos dos puentes y, en el tercero, hay un hombre parado en el barandal de contención, agarrado de un poste de luz y a punto de tirarse a la calle que cruza por abajo. Tana ni cuenta se da, por más que haya patrullas y gente alrededor grabando con sus celulares el momento del acto suicida, ella sigue hablando con su exnovio. Pasamos por un costado y ella le pita a la gente que cruza para rodear al protagonista, es increíble lo que un celular puede hacer con la especie humana. Por eso es importante el periodismo, porque ante nosotros pasan cosas de las que nadie se entera. Por ejemplo, de ese hombre no sabemos su nombre ni edad ni equipo de futbol. No sabemos si se quiere tirar porque le debe su vida al banco, o porque en algo lo han cachado, o porque lo trolean sin piedad. No es que sea importante meternos en la vida de esa persona, pero sí es importante que la gente sepa que no vale la pena morir por su equipo de futbol, y para eso se necesita que alguien investigue y cuente lo que le ha ocurrido. Decía mi abuelo: <<Las noticias tienen su momento, y si las dejan pasar se convierten en fruta podrida>>. Veo por el espejo retrovisor y el hombre sigue de pie, abrazado con indecisión al poste de luz. Un policía está cada vez más cerca de él, y presiento que si intenta agarrarlo, el protagonista se caerá. Bajamos el puente, la imagen va desapareciendo y me quedo sin un desenlace. A

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unos metros hay un Oxxo, y me alegra que, de entre los trescientos que acabamos de pasar, haya uno exactamente ahí, desde donde puedo ver lo que va a pasar. Le pido a mi hermana que se detenga para comprar un suero sabor coco. El hombre sigue parado en el barandal del puente, mientras en la calle de abajo la gente le pide que no se aviente, le dice que no vale la pena y que todo se puede solucionar. Entonces no es por su equipo de futbol que el individuo se está poniendo en riesgo, se trata de una deuda, o de un asesinato, o de una infidelidad. Una señora llega corriendo y le grita: <<¡Mira, Rayan, no tiene caso! ¡Bájate de ahí, no seas así!>>. Un policía le pide que tenga más tacto y que se calme un poco para no alterar al hombre, o al menos eso me imagino, porque no alcanzo

a escucharlos bien. <<¡Rayan, bájate de ahí!>>, le vuelve a gritar la señora que se ha salido en pijama de su casa y va en chanclas. Me quedo parado a la puerta del Oxxo, viendo a Rayan y a la señora, a los policías, a la gente que graba. Hay tensión y Rayan parece un zombi. La bola de gente crece en el estacionamiento, en la calle, en la banqueta. Tana toca el claxon para que me apure, pero no quiero hacerle caso, el momento de Rayan es más importante y la línea entre la vida y la muerte se llena de curiosos. Un hombre que está entrando al Oxxo comenta para que la pequeña multitud escuche: <<Otra vez el Rayan. ¡Chale!>>. Esa frase le quita el entusiasmo a unos cuantos, como si el Rayan estuviera ahí para burlarse de todos. <<El chavo es chemo>>. Otros se desaniman y se van, como si inhalar cemento no diera para tirarse de un puente. Tana vuelve a tocar el claxon y también me desanimo, entro por un suero y una barra de granola, redondeo mis centavos, me dan el ticket, salgo de la tienda y escucho a un grupo de güeyes gritar como porra: <<¡Rayan! ¡Rayan! ¡Rayan!>>. En lo alto Rayan se motiva, levanta los brazos como si hubiera metido un gol y sus ojos rojos iluminan el pavimento. Despierta de lo que supongo era un sueño chemo, se espanta al ver el precipicio y se agarra del poste con miedo. Es muy probable que Rayan pensara que estaba en la puerta de su casa. Ahora lo bajan los policías y yo tengo mi desenlace. —Cómo tardas, güey. —Vámonos —, le digo mientras meto las cosas en mi mochila—. Ya deja tu celular, nos vamos a dar en la madre. Al llegar al colegio mi hermana termina su llamada y me dice que vendrá a verme jugar el siguiente partido. La última vez que vino casi se lía a golpes con el papá de un rival por una patada que me dieron en un tiro de esquina.


—¿Ya tienes cábala? —me pregunta finalmente por la ventanilla. Niego con la cabeza y encojo los hombros, no tengo cábala ni ritual, no entro al campo con el pie derecho ni me persigno, no me pongo primero la calceta derecha ni hablo con los postes de la portería, no pongo música motivacional ni uso brazaletes y no entiendo cómo uno debe hacerse de una cábala o de un amuleto, aunque Burru el entrenador me diga cada sábado que debería de tener uno por mi posición. Los porteros somos seres extraños en el futbol: tenemos nuestra propia área; tenemos que proteger lo más preciado; nuestro trabajo es milimétrico y a la vez salvaje; usamos las manos; y nuestro rendimiento se mide por momentos particulares del partido, porque de alguna forma estamos apartados de lo que sucede en tres cuartas partes de la cancha aunque podamos arriesgarnos a salir del área y rematar en el área rival, que es como un tipo de invasión a la privacidad del otro portero, es una falta de respeto a su autoridad y es válido, por eso es tan atractivo intentar quebrarla y dejarla en duda. Me despido de mi hermana y corro al vestidor, donde ya está Burru meditando sobre la estrategia, observando a sus jugadores, a los que ya están cambiándose y a los que van llegando con sus audífonos y que no le hacen caso todavía. Líneker saca de su mochila una bocina del tamaño de un celular y pone música de Laura Pergolizzi. La bocina suena como si aquello fuera un antro y por eso mismo sirve para despertarnos a todos. Mis guantes ya necesitan reemplazo, pero me acomodan de tal forma que no he querido tirarlos a la basura. Burru me dice que quizás ellos son mi amuleto, pero en realidad no, solo es por comodidad que no los tiro a la basura. El elástico con el que se sujetan a la muñeca ya no es elástico, está prácticamente tieso. Me pongo vendaje en las muñecas y en los tobillos, me pongo el uniforme todo rojo, los tachos negros y mis guantes también negros, que a la vez aprieto con cinta masking. Burru empieza su discurso, nos dice que ya llegamos hasta cuartos de final por nuestro esfuerzo y por nuestra disciplina, que el objetivo inmediato es ganar hoy

para meternos a las semifinales. Chacarita se ve desvelado y crudo, es nuestro goleador y su aspecto le crea un poco de malestar al entrenador, aunque en general hay motivación y el vestidor se va calentando, como si algo importante estuviera por pasar. Hasta Burru se ve nervioso y le pide a Líneker que le baje a la música. —Púlitzer en la portería —me señala, se acerca al pizarrón colgado en la pared y dibuja un círculo en mi posición—: igual que cada partido, y vas de capitán. Kekas y Sapiens en la central: que no les ganen la espalda, ellos traen a un delantero rapidísimo, ¿verdad? Abajo y por derecha va Pisco: te quiero por toda la banda, mandando centros, ¿verdad?, necesito que canses a su carrilero. Por izquierda va Líneker: más puesto, cubriendo a tus centrales si tienen que recorrer, aventándole pelotas a tus delanteros, usa esa zurda. En la contención va Pibe: no te quiero parado, quiero que te sientan, mete la pierna desde la primera, que vean que eres duro, ellos no saben que tienes dos pies izquierdos. Acompañando a Pibe va González: tú agarra la pelota, pídesela a los centrales y a Pibe, distribuye, no regatees muy abajo, acuérdate que nos pueden agarrar mal parados. De carrileros van Guacamole por izquierda y Takumi por derecha: hagan sus recorridos, no aflojen —Takumi es japonés y aprendió español en tres meses—. Arriba nos vamos con Rigoberto y Lucho. Tú, Chacarita, no puedes llegar crudo a un partido de estos, mano, ya ni jodes —le dice bajando el tono de voz y con cara de tristeza. Burru es un hombre alto y pelón. No es mal entrenador, pero tampoco tengo mucha experiencia en entrenadores como para rankearlo. Solo sabemos de él que debutó con los Brujos de San Pancho, no pudo con la popularidad que le dio la tercera división y se dio a la fiesta, así que lo retiraron pronto. Salimos trotando del vestidor. En la otra orilla de la tribuna está Júligan, que se llama Julio pero aspira a ser hooligan. Viste como alguien traído de los ochentas, con chamarra de mezclilla y camisas estampadas con rombos de colores, además de usar cortes de pelo anárquicos y medio punks. A un lado ha extendido una manta con la leyenda: <<JUSTICIA PARA LOS REPROBADOS>>. Dice que los reprobados existen por una inconsistencia

en el sistema educativo que reprime a los menos dotados de masa gris, para que las altas esferas puedan mostrar poder, autoridad y supremacía. Es un tipo flaco y alto, de los más altos de la escuela, y sus notas son de las mejores. El clima es cálido con amenaza de que nos derritamos en pleno partido. El equipo trota, salta y estira, y yo hago mi calentamiento en la portería, por separado. Me acompaña Chabelo, el portero reserva, que lanza el balón para que yo adivine su trayectoria, es un entrenamiento de reflejos, el más divertido por ser impredecible. Mientras Chabelo avienta el balón sin patrón alguno, pienso que la vida es un poco así, y que cuando uno piensa que va en la dirección correcta, es lo contrario. Al otro lado del campo está el equipo femenil, que va a jugar después de nosotros un partido de torneo regional. Los torneos regionales tienen más adrenalina, crean esas rivalidades de la proximidad, son incómodos, se juegan más por orgullo que por otra cosa. Busco entre las jugadoras a Cecilia Saravia, que estudia el último año de preparatoria, es la entrenadora del equipo y, siendo objetivo, es una diosa y hay que dar gracias a la vida por tenerla aquí. La veo, me distraigo y Chabelo casi me vuela la cabeza con un tiro. —¡Métete! —me grita. Chabelo es de último año y ha tratado de ser mi mentor. No lo hace mal, pero es un poco exagerado y está lejos de serlo. Me da buenos consejos, como cuando me dijo que con ciertos delanteros convenía levantar la rodilla de más para aflojarlos desde la primera llegada. Vuelvo al calentamiento más concentrado y me enfoco en los delanteros rivales que ensayan al otro lado: uno tiene buena pegada de balón y el otro es rematador de cabeza. La cancha se llena de un olor a árnica y a pasto recién cortado, la humedad del riego se evapora y el sol se coloca detrás de la tribuna. Todo listo, los jugadores se ponen en sus posiciones y el árbitro pita el inicio. A partir de ahí el mundo se reduce al campo, no puede haber otra cosa, es como la conexión del pintor con el lienzo. No sé si los demás lo vean así, pero en mi mente la cancha se cubre con una burbuja de vidrio, los ruidos se acaban y el rayo de sol se calma, la cancha toma un clima propio, no hay calor ni frío, solamente noventa minutos para estar aislados. DOSSIER

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CONTRA PUMAS por: FERNANDO JIMÉNEZ

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a historia del Necaxa contra el equipo universitario, en lo que se refiere a este fanático, comienza en la tienda de abarrotes Santa Mónica, a setenta y ocho metros de mi actual domicilio. Yo tenía siete años y uno de mis bienes más preciados era un par de calcetines del Necaxa que mi mamá me compró en el tianguis. Fui un deportista pésimo, pero siempre disfruté disfrazarme de futbolista cuando salía a la calle a jugar con los vecinos. El short rojo, la camiseta rayada. Algunos vecinos se reían de mí. Apenas alguien decía “Vamos a jugar futbol”, yo corría a mi casa. Cruzaba a toda velocidad la sala y llegaba a mi cuarto. Abría el cajón de la ropa y encontraba el uniforme listo. Me cambiaba lo más rápido que podía. Eran tiempos interesantes para el equipo. Mi corazón se había partido a la mitad: Luis Hernández, el matador de cabello oxigenado que cada que anotaba un gol importante se arrancaba de la frente la cuerdita con la que amarraba su melena y extendía los brazos; la otra mitad le pertenecía a Pedro Pineda, quien apenas permaneció un año en el club y anotó poco más de una veintena de goles. Aunque Aguinaga era el referente, el Messi, el Beckenbauer, no trataba de ser él. No me parecía adecuado. Ni siquiera frente a las porterías de tabique me podía dar el lujo de jugar a ser el mítico número siete. Mi personalidad no daba para eso, pienso hoy. Algunos días decidía ser Luis Hernández y buscaba una cuerdita, la que fuera. Una agujeta, un trozo de mecate, hilo de goma. Me lo amarraba alrededor de la frente, me veía en el espejo y salía a jugar. Otros días prefería ser Pedro Pineda, quien en muchos partidos utilizaba una tira nasal para respirar mejor. Yo no sabía que existían las tiras nasales ni que servían para respirar mejor. Pensaba que eran curitas y yo utilizaba curitas. Una ocasión dudé si era prudente convertirme en Pedro Pineda, dado que las únicas curitas que teníamos en casa eran de dinosaurios y no lucían tan deportivas como las de Pedro Pineda. En fin, elegido uno de mis disfraces deportivos, salía a la cancha. Mi hermano siempre era el primero que elegían. Era portero. Valiente. Burlón, retador. Recuerdo muchos de sus lances, de sus partidos. Quizá por mera filiación sanguínea pero a la fecha sigue siendo mi arquero favorito. Mi caso era diferente. El futbol vivía en mis fantasías pero aquel mundo de celebraciones, de colores, de copas, nunca logró sincronizarse con mi cuerpo. Me ponían de defensa porque era el lugar en el que menos estorbaba. Yo me moría de ganas de meter un

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gol, uno. De correr a la mitad de la cancha y arrancarme la cuerdita de la frente, de gritar y abrir los brazos. Me moría de ganas pero no sabía cómo conseguirlo. Para empezar no me atrevía a decirlo. No quiero ser defensa, quiero atacar.


Hubiera sido fácil decirle a los otros niños “oigan, voy a subir tantito, que alguien se quede abajo”. Hubiera. Nunca lo fue. Mi lugar estaba junto a la portería. A la fecha no he resuelto si mis vecinos eran muy buenos o mi nivel estaba muy por debajo del promedio de un niño mexicano de siete años. Recuerdo un gol, sí. Estaba a unos metros de mi hermano, portero de mi equipo, y empecé a avanzar discretamente. Abandonar la posición era el único pecado de un defensa. Mi hermano me descubrió. No sé qué cara puse. Él, que entendía más que yo de futbol, me dijo, “córrele, sube”. Subí. Caminé sobre tierras desconocidas. El balón se revolvía entre las piernas de una decena de niños. Quise pedir el balón. “Por acá”, “échamela”, “estoy solo”. No pude decir ninguna palabra. Me coloqué a unos metros del bullicio. Levanté la mano. Nadie me vio. Un rebote dejó el balón junto a mis pies. Marqué. Un gol normal. Un tiro de poca calidad que por mera física y probabilidad atravesó la portería rival. Íbamos once a siete o algún marcador de esos que sólo existen en las calles. Nadie sabía que era el primer gol que anotaba en mi vida. Corrí hasta mi hermano con la cuerdita revoloteando, abrí los brazos y, por ese segundo nada más, me convertí en el matador Luis Hernández. Un sueño cumplido, el primer sueño que se cumplía en mi vida. Pasada mi celebración, perdimos el partido y mi carrera deportiva continuó con su insípido paso. Mis vecinos no me tomaban en serio, aunque quizá es una declaración injusta cuando hablamos de niños que no pasaban los doce años. Les divertía verme disfrazado. A veces decían que querían jugar futbol y se reían al verme correr a casa. Regresar con el short, con la playera del Necaxa, con los benditos calcetines. Cuando llegaba corriendo, listo para el partido, decían que habían cambiado de opinión y que querían jugar a cualquier otra cosa. Eso pasó una decena de veces. Quizá más. Yo a veces fingía que tenía que ir al baño, pero me iba a llorar con mi madre. Ella me abrazaba y trataba de entender cómo era que eso me afectaba tanto. Abandoné el asunto del disfraz después de una burla de esas. Un sábado fui a la tienda. Llevaba la playera del Necaxa. Era día de partido. Don Toño me recibió tan caluroso como siempre. “Fernandito, ya no le vayas a esos”. Yo sonreí y tomé los cuatro bolillos que me habían mandado a comprar. Al momento de pagar, don Toño me dijo “ni sabes contra quién están jugando, ¿verdad?”. Negué con la cabeza. “Contra

Pumas. ¿Qué vamos a apostar?”. El universo, el pequeño universo de mi cabeza explotó. No sabía qué responderle, ni sabía dónde acomodar todo lo que sentía en ese momento. Él notó mi desconcierto y añadió “¿una coca de dos litros?”. Acepté. Sonreí toda la tarde. Sonreí cuando el Necaxa perdió ese partido, dos a uno. Le pedí dinero a mi mamá y regresé esa misma noche a la tienda. Le pagué el refresco a don Toño y así se inauguró una tradición que duraría por lo menos ocho años. Esperaba el partido y le apostaba a don Toño. Casi siempre eran cocas de dos litros. Me tocó cobrar varias, me tocó pagar varias. No es algo que uno busque inculcarle a los niños, pero don Toño me enseñó el invaluable arte de apostar y es una de las cosas que más le agradezco, además de ser la primera persona que me reconoció como un aficionado más, como un similar, alguien con quien se puede apostar un refresco de dos litros, alguien para tener en mente durante el juego. La apuesta, la idea de apuesta, se convirtió en un antídoto contra el mal futbol, contra el deporte acartonado de los jugadores que no quieren jugar. Una apuesta transforma un partido aburrido, imposible de mirar, en algo diferente. Situación hipotética: Dos equipos que se pelean a muerte el derecho de vivir en el sótano de la tabla, se ven las caras. Equipo uno: sin afición, sin fichajes, no ha metido ningún gol en la temporada. Equipo dos: recién ascendido, liga siete derrotas consecutivas y es candidato a regresar a segunda. Le añadimos una apuesta común. Digamos, el perdedor deberá utilizar la playera del equipo rival por una semana entera. Así, la letra escarlata. La humillación pública, absoluta. El equipo uno y el equipo dos tienen en sus manos la dignidad de una persona. No es poco. Resultado: El partido aburrido alcanza cumbres dramáticas que envidiarían las mismísimas tragedias griegas. He apostado de todo. Aposté un control de Xbox. Perdí. No tenía dinero para pagarlo. Tuve que entregar el mío. He apostado refrescos, papas fritas. Tacos, six de cerveza. Idas al cine. Una vez gané una playera original del Necaxa que no me quedó. Descubrí que la apuesta es un acto de cariño entre dos aficionados. Un don Toño con un Fernandito, un necaxista con un puma. Dos personas heridas por un fanatismo similar,

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si no en magnitud, por lo menos en apariencia. Mi hermano, a su vez, ganó el derecho de rapar a su mejor amigo en una de las mejores finales que ha visto el futbol mexicano, América contra Cruz Azul. Las personas apuestan porque se respetan y reflejan algo de sí sobre el rival. En tiempos donde los ultras de algunos equipos persiguen a sus rivales, los apedrean, les dicen que son una mierda, queman las playeras, se golpean a las afueras del estadio, la apuesta es un bien preciado y un depósito de lo mejor que tiene el futbol. El partido pasado del Necaxa contra Pumas aposté con un amigo. A los dos nos gusta leer. Escribir, también. Yo había estado leyendo un libro de futbol hermosísimo y se me ocurrió que, como no era posible ver el partido juntos, una apuesta podría darle un toque de emoción al asunto. Apostamos un libro de futbol que el ganador no hubiera leído. El partido comenzó. Cuartos de final de una copa que a pocas personas le interesa. El Necaxa de visitante. El estadio olímpico de la UNAM, una cancha difícil para los visitantes. Al minuto tres, Pumas anotó un gol. Fue rápido, de esos para los que uno nunca está preparado. Uno espera los goles después. Al final, cuando se vuelven imprescindibles. Empecé a pensar en la apuesta, en el libro que tendría que regalar. Al minuto veintiocho expulsan a Dieter Villalpando, uno de los mejores jugadores con los que cuenta el equipo en la actualidad. No me voy a detener en eso, pero la expulsión me pareció excesiva. El Necaxa se echó atrás, esperando que no le anotaran más goles. ¿Quién podría juzgarlos? En treinta minutos el partido se había derrumbado frente a sus ojos. Pumas aguijoneaba la defensa. Centros rechazados de milagro. Ni siquiera estaba en el arco el portero titular del Necaxa. Pumas se cansó de fallar. Fin del primer tiempo. El futbol se trata de la esperanza un poco. La esperanza que se rompe, la esperanza que desciende, la esperanza que es goleada de local, pero siempre es la esperanza de que ocurra algo. Otra cosa. Algo que casi nunca ocurre. Casi. Salvarse, ganarle al líder de la competencia, meter un gol de chilena, empatar al Pumas con un jugador menos.

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Inició el segundo tiempo. Pumas acumulaba unos diez tiros a puerta. Necaxa uno muy desviado. Más centros, balones largos hacia las esquinas, piques hacia el centro del área. Nada. Mi equipo se defendía de manera desesperada. Se les veía en los ojos. Corrían de un lado a otro. El defensa Mario de Luna se lanza para bloquear el disparo de un rival. El balón le golpea la cabeza y sale desviado por un lado del arco. Pumas toreaba sin poder convertir el dominio en otro gol. Tiro libre a favor de Necaxa. Junto al balón se coloca Matías Fernández, Mati, dice su playera. Una estrella chilena que juega sus últimos años deportivos en el club. Tira por debajo de la barrera: un tiro de ingenio, la inteligencia contra la fuerza y el talento. El balón pasa junto a las piernas de varios defensores y el portero mira absorto cómo el balón entra por un costado del arco. Locura. Festejo. Matías envía un beso al cielo. El empate imposible llega. Nadie se lo cree. Ni los comentaristas, ni los jugadores de Pumas, ni Mati, ni yo. El partido se transforma a partir de ese momento. Faltan treintaicinco minutos. Seguimos con un jugador menos (primera persona del plural). Pumas se ve desorientado y se lanza al ataque con más ímpetu. Fallan un disparo más. Otro y otro. Algo ocurre en los jugadores del Necaxa. Se defienden con más determinación. Intentan avanzar aunque no lo logran. Intentan. A quince minutos del final, Dávila pica un balón que es recibido por Luis Ernesto Pérez antes de que toque el suelo. Un tiro extraño, de manufactura complicada. El efecto del balón vuelve incalculable el resultado. El balón rompe contra las redes. La explosión me alcanza. Gritos. El empate imposible fue rebasado por algo más imposible, la victoria con uno menos, con un gol en contra al minuto tres. Los últimos diez minutos tardaron una hora en terminarse. Fin del partido. Los Pumas de don Toño, además de enseñarme a apostar, me aseguraron un libro y las ganas de escribir esto. Una vez más, otra vez, volví a ser el Matador Luis Hernández con la cuerdita en la mano, corriendo con los brazos abiertos.


EL SILBATO por: FRANCISCO MACSWINEY

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l silbato suena al inicio de la justa deportiva y el paroxismo surge de cada aficionado que, como goce semanal o quincenal, ocupa una butaca del estadio en donde el equipo de fútbol de sus amores dirimirá, tras ese primer silbido, la victoria. El momento épico donde todo se asemeja a las gestas recordables de griegos y troyanos frente a los muros de la antigua ciudad de Troya, en el Asia Menor. Bueno es decir que al término del encuentro no habrá adobes caídos ni llantos de Casandra ni talones flechados, pero el ánimo del fanático, dulce o agrio, perdurará los cinco, seis o siete días futuros, hasta llegar la novedad de una próxima jornada. Pero no vayamos tan aprisa, empecemos por decir que el silbato que abre cada contienda debe de ser conocido como un instrumento musical de viento de una única nota, emitida a través de un flujo forzado de aire hecho por el nazareno en turno (el término nazareno se derivó por la vestimenta negra usada por los réferis de un tiempo monocromo que ya pasó). Y hay que agregar, que para lograr una patente sonoridad del artefacto, desde antaño, su diseño incluía un garbanzo o una bolita de corcho suelta en el interior de la clásica estructura de latón niquelado. La citada bolita del ahora obsoleto dispositivo, entrecortaba de manera intermitente la única y estridente nota que otorgaba significado a esa herramienta arbitral. Sin embargo, el garbanzo o la bolita de corcho, sujetas, como todo, a condiciones ambientales húmedas o alientos acuosos del propulsor, impedían, en ocasiones, que el silbante evidenciara una notoria falta al reglamento en medio de la

algarabía deportiva. Pues la famosa bolita crecía hasta impedir su movilidad dentro del hueco diseñado para llevar a cabo su función. En consecuencia, el silbato moderno tuvo una obligada evolución técnica que nos ha llevado a olvidar los saltos de la bolita. Los líos del instrumento, analizados a fondo por Ron Foxcroft, árbitro profesional, le hicieron voltear su atención a la fabricación de una carcasa plástica sin partes móviles que atascasen el binomio de aliento y sonido, hasta llegar a la infalibilidad de un aparato armónicamente afinado. La nueva herramienta apareció de manera exitosa en los juegos panamericanos en Indianápolis, Indiana (1987). El silbato Fox 40 superaba las dificultades del anterior artefacto y dejó en el pasado los crueles y destemplados pitidos que al intercesor profesional le eran vergonzantes. Sin embargo, hay que reconocer que el ya fiel sonido del aparatito seguirá supeditado a las interpretaciones anímicas del hombre que sopla en la boquilla del pito, chiflo, silbo o sirena (como algunos le llaman) y sus yerros, como es costumbre, sólo serán una pesada carga sobre los hombros de quien sentencia. Pero bueno, terminada la divagación, con las pasiones arropadas por coloridas camisetas y acompañado por cervezas heladas, el fanático clama por el triunfo de su equipo desde aquel primer momento comentado, cuando la tensión se desata por el prolongado silbatazo que se remonta del campo de juego hacia el universo conocido.

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PORTERO por: LUIS FELIPE PÉREZ

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i papá apostaba al perdedor con tal simplicidad que pensarlo hace que parezca virtud la derrota. Yo podría pensar, si hubiera sido mayor, y si entendiera lo que hace un padre frente a sus hijos, que lo hacía por condescendencia, por dejarse ganar una. Posiblemente hemos visto nosotros mismos a esos padres que, con el miedo al Edipo futuro en la todavía inocente mirada de sus críos, se encargan de preservar para sí todas las victorias hasta donde les sea posible, escondiéndolo tras la máscara de estar dando una lección de competitividad y triunfalismo. Mi padre le apostaba a Tecos, el equipo de la Universidad Autónoma de Guadalajara que ahora navega en la división de ascenso del fútbol mexicano, cuando Pumas, los de la UNAM, los goleaban. Lo hacía sin titubear. Pero no era por nosotros, era por él o por su nostalgia del perdedor posiblemente. Porque nunca me llamó campeón ni me empujó a ser el capitán ni a ser escogido entre los mejores. Es un ludópata que encuentra el placer en jugar. Es un niño. Su inocencia es a veces ideosa. Apostaba por los Tecos cuando Pumas era superlíder y la goliza era un trámite, lo mismo que esperaba que el Irapuato por fin ganara o empatara en esas temporadas de ser quien iba a descender a la segunda división. Quizá estoy hablando de un ya lejano 1991. Y, en el campo, a la hora de jugar nosotros, igual. Elegía aquello de lo que casi todos querrían escapar. En las cascaritas y en la gloria de este juego nadie quiere ser portero. Él elegía. Yo creo que imité esos gestos ahora que lo medito. Soy o fui portero durante años. Los que solemos serlo somos siempre los

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menos hábiles, los aficionados a la soledad o al masoquismo de ser regañado por todos; los gorditos, los más pequeños, los que obedecen con tal de ser incluidos, los dispuestos a atajar a quemarropa los penales y los ataques porque todos, unos porque meter gol es lo fundamental, otros porque han visto que tirar a la portería es divertido, mandan el balón hacia el portero, el tipo más solitario de este juego. Mi padre era buen atajador. Quizá sea una vocación de Marga López, una afición por el martirio la del portero. Sin embargo, tanto silencio y tanta orfandad podrían levantar sospechas. El portero podría ser el equivalente al poeta o al adolescente que siempre busca algo que lo marque como singular, que le reitere como un incomprendido. Ser portero puede que tenga mucho más de artístico que cualquier otra posición. Mira la mayor parte del tiempo, espera el momento justo para actuar. Mientras que el defensa suele ser una aplanadora, un mazo que destruye, que abre o cierra caminos para otros; un zapapico que taladra, los laterales suelen hacer la labor de unos topos que horadan las bandas, que cubren una franja como gusanos subterráneos. Existe el escudero, que es la sombra o el pivote para que los volantes dirijan la nave: tienen los torpedos listos para ser lanzados. Los de adelante son eso, la vanguardia. Todos son parte de una estrategia que, secretamente, el portero dirige como el baterista de una big band desde la discreción del ritmo contenido. Podría ser considerado como el director técnico en la cancha, el que orquesta y da voces, la batuta para que todos los otros interpreten esa pieza que ha imaginado.

Qué engañoso es el sitio ése del que se viste diferente a los demás. Quizá fui portero por gordo o por maleta, por defensor de las causas perdidas o por buscar la aceptación de los demás. O porque me sentía artista desde morro, incomprendido y preadolescente. Quizá porque era el más pequeño de los de la cuadra y siempre al menor le toca ser portero. Aunque dramatizo. Posiblemente lo que me interesa es decir que el fútbol para mí es el lenguaje para entender y hablar y tener una relación con mi padre. Lo que para alguien más es la pesca o los libros. Para nosotros el lenguaje que lo aclara todo es hablar de un partido. Tomamos acuerdos como si fuéramos parte de una mesa de comentaristas de cualquier canal deportivo. La vida la medimos en años mundialistas y las épocas en los tiempos de tal o cual jugador que no vimos hacer poesía en la cancha pero él sí, éste o aquel kaiser de la defensa que vino a México en algún mundial, la singularidad de un extremo izquierdo o las décadas de un arquero bajo los postes de un equipo como los muchos años del “Conejo” Pérez o de Oswaldo Sánchez; de cuál es la herencia de Jorge Campos, ese homenaje al mal gusto de los noventas en moda deportiva al que fui devoto con toda la conciencia de un niño que se hizo adolescente utilizando uniformes de portero de colores chillantes atribuyéndoles algo de gracia, otro tanto de superstición , como una especie de armadura o de ritual sagrado para antes de jugar. “Portero” es uno de los relatos que se incluyen en el volumen Yo fui un chico cursi publicado por El viajero Inmóvil en 2018.


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POEMAS JORGE OLMOS FUENTES El tren hace un salto peligroso y rebota sobre las ruedas. BLAISE CENDRARS

I Hay miel en tu boca miel blanca en lo profundo de la cueva donde se oculta tu lengua que mi lengua intenta sacar de su recato. Agazapada, tímida, recóndita tu lengua me deja sin embargo que hurgue, que toque a palmos su cuerpo, el frenillo, su vena oscura. Miel, saliva, alberca de espuma agua dulce, agua tóxica, fuego. Anguilas al fin las lenguas liberadas de su letal presidio electrizan desde ahí las manos que devoran en el otro cuerpo lo que tocan —Los ojos incandescen pecho adentro y al incendio del otro cuerpo los dos se arrojan: besos, manos, rumores, saliva derramada, uñas brillantes en el pecho, más rumores, voces inauditas en el cuello, miel, saliva, agua dulce, líquido singular, bendito veneno. II Me gusta el sabor de tu saliva dulce, dulzona, sobre todo contrita. La actitud de tu lengua me cautiva: me ofrece mieles y en seguida se me aparta. Me hundo así en el mar bipartito de tu boca decidido a conquistar la carne que me aturde. Busco la calidez de tus manos, queriendo sentir qué tu cuerpo a través de ellas dice. Tu aliento, tus ojos entrecerrados, tus labios apenas abiertos se confabulan, me atrapan, hacen que salte las trancas. En tus senos mis dedos se posan como sin querer tocarlos a pesar de la urgencia de volver a comprobar que son tibios.

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Mi boca en tu pezón a propósito se demora en su afán de grabar en los labios los pliegues de esa adictiva protuberancia. Mis manos están perdidas en el relieve de tu pecho, mi cara quiere hundirse en el valle displicente abierto entre tus senos. Cerrar los ojos, perderme en el silencio cálido de ti siguiendo el compás del aire que inhalas y exhalas. Dócil, con tus manos en mi espalda, yago, diciendo permanece así conmigo lejos de la gente y de su prisa, en este día sin fecha en este abrazo. Háblame, no guardes silencio así.

III Al cabo de todo y de nada, el aire mundano las cosas como son de nuevo. Al sonreírte me sonríes, desde tu intimidad me contemplas. ¿Por qué tu cintura en mi mano complacida la tarde rompe? Mi voz desde mi corazón quiere volver a decirte preciosa mía. Vamos saltando de uno a otro instante: abrazos largos, beso tras beso, caricias mansas, entrecerrados los ojos, los dientes húmedos, besos extraños, a veces absurdos: mujer y hombre desnudos en la secreta hora en la gana de tragarse sin piedad al otro y poder de nuevo en el instante siguiente besarle de nuevo. Las manos se han quedado tensas, asidas en las tuyas las mías, los cuerpos por instantes se mueven sin que la voluntad lo quiera, espasmos apenas visibles en el núcleo del silencio anómalo en que mi pensamiento vuelvo a decirte preciosa mía. IV Háblame, no guardes silencio así lejos de mis manos, lejos de mis ojos de mi corazón en el anhelo de encontrarte al paso en la embocadura de una calle casual, sin forma el encuentro. Háblame no dejes que pase sin verte, no dejes que me vaya jala mi camisa de una manga, deja caer al piso una de tus miradas párate en la sombra para mirar tu luz radiante. Por favor háblame, aplaca mi ansia de saberte cerca, mi sed de ti mitiga con tu voz incluso retraída. En el camino deténme, por favor háblame, es urgente, no quiero de ser quien soy la mengua.

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CONTRAPUNTOS OMAR RIVERA * La musicalidad humana es inevitable y universal: no es una elección. Es manifestación y representación del movimiento: principio de vida. * El más universal y primitivo de los instrumentos es el tambor. Su ritmo predispone al cuerpo y éste reacciona ante los estímulos sin poder resistirse: la piel se eriza, el corazón se sobresalta, los pies buscan seguir el compás. El tambor incita a lo primitivo que habita en nosotros. Los ritmos rituales, repetitivos y cíclicos, estimulan sin necesidad de racionalización; buscan llevarnos a un trance que permita crear un puente en las fronteras entre lo humano y el cosmos; no es extraño encontrar melodías que reproducen la dinámica del universo: el paso de un cometa, la furia de la tormenta, la gracia del venado, la constancia del mar. Desde hace miles de años, se han creado ritmos que buscan inducir al hombre en un trance que le permita iniciarse –o desarrollarse– en ese reconocimiento no ordinario de la realidad. Aunque primitivo, éste implica una especial predisposición consciente –que puede venir por un impulso de la sociedad o del hombre mismo– y, a pesar de que no siempre se sabe a dónde llevará, se tiene la certeza y en ocasiones la esperanza de modificar el vínculo del individuo con su universo. El ritmo se convierte así en encantamiento. Y el encantamiento, dice Michel Butor, es la música de la superstición. * La música nos enajena. Así como el ritual induce al trance, la música industrializada nos lleva a la enajenación. Con la reproducción masiva del arte vinieron los estereotipos, las modas, la estandarización: los prejuicios. La enajenación no requiere conocimiento ni motivo ni expectativa; sólo pretende homogeneizar. La creciente masificación mundial facilita el trabajo a las disqueras. En casi todos los lugares donde se vende algo, hay música. Los medios de comunicación –en su mayoría impulsados por intereses capitalistas— promueven, fomentan y distribuyen las obras que puedan ser más redituables sin importar la calidad, interpretación ni ejecución. La música se convierte en un instrumento de alienación que puede aparecer en cualquier momento, por absurdo que parezca. “Cuando suena esta música sabemos que nuestros compañeros, afuera en la niebla, salen en formación, como autómatas; tienen las almas muertas y la música los empuja, como el viento a las hojas secas, y es un sustituto de su voluntad”, cuenta Primo Levi del campo de concentración en Si esto es un hombre. * La música nos divide. Existe una segregación musical que surge por los estereotipos atribuidos a los géneros musicales. Me sigo sorprendiendo cuando escucho lo ofendida que se encuentra una persona por la misoginia en las canciones de bachata o banda, pero esa misma persona canta Perra arrabalera o La planta. Es muy común que esa persona también sea activista de la tolerancia. Se da una constante y violenta crítica entre quienes prefieren algunos géneros musicales frente a otros. Atribuyendo juicios de valor se hacen críticas que, si bien no siempre carecen de verdad, casi siempre carecen de universalidad. La segregación nos acostumbra a los discursos intolerantes y excluyentes. * La música nos une. Antes de aprender a leer y escribir aprendemos canciones. Todos los pueblos del mundo tienen música. Cantamos por igual a los recién nacidos que a los muertos, a la felicidad que a la desgracia. Sin fines rituales, cada civilización ha creado canciones sin pretensiones de llegar a ningún trance ni conectar con nada; obras que son pura manifestación emotiva, sentimental o narrativa. El ritmo nos impacta sin importar nuestra disposición, convicción o interés. Caminamos por la calle o encendemos la radio y, sin aviso, una melodía nos llega a la médula. Claro, no siempre es grata esa invasión auditiva, pero es innegable su poder. * La música nos salva. Usamos audífonos para aislarnos porque no podemos o no queremos comprender lo que nos rodea: la sociedad, la familia, la pareja, a nosotros mismos. No es necesariamente, como afirmaba Octavio Paz, que seamos incapaces de comunicarnos con los otros o con nosotros mismos. Es simplemente una manera de resguardarnos. Ya que no podemos arrancarnos del mundo, al ponernos los audífonos creamos una coraza que nos separa de él, al menos por un rato. No es un deseo de desaparecer; es tan sólo un respiro que permite volver con fuerza para afrontar el mundo tal como es; para desafiar la obscenidad de la realidad. Cantamos para encantar nuestra existencia.

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CUMPLEAÑOS JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES

Podría perder la memoria, los datos de mi nombre, pero no la raíz de la sangre. No la voz con que canto y lloro la existencia :

Hoy nací sin saber lo que sería de mí un sueño volcán en ascuas agua de pozo acertijo rueda de carreta Y todo lo he sido polen y alumbre Segundero de lo eterno olvidé mi origen al contacto con la sombra Respiré mar adentro la sal de sus relámpagos Me hice uno con el olvido y para recordar florezco como aquel árbol viejo

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NOTA PÓSTUMA (De la serie, grandilocuentes) MARCO ORNELAS

A Vitaly Lavrenjkov (Poeta suicida, 1978-2008) Si Dios ha muerto sólo me queda la literatura. Esta frase constituyó mi obsesión después de haber perdido mi religiosidad, así como también, los rieles de mi vida. Mutilé las frases de Así habla Zaratustra e Iván Karamazov, y estas se convirtieron en mi postura existencial −Jaspers ya lo había meditado, y coherentemente afirmó: “Sin Dios sólo hay ídolos”−. II Esta noche me abandonó mi novia, la última nota armónica en mi cabeza, y yo, después de su partida, quedé como una guitarra con una sola cuerda a punto de romperse. III (Perdóname hermana por dejarte sola, por no cumplir con la promesa de jamás irme de tu lado después del fallecimiento de nuestro padre. ¡Perdóname!) IV Después de mi terremoto religioso, mi oficio de escritor me estabilizó. Tomé la literatura como centro de mi vida, de mi universo (y la mujer que estaba conmigo, finalmente esta noche, por eso me dejó). Literario − céntrica fue mi cosmovisión hasta hoy. Lo hice, transformé mi literatura en ídolo −cuando tenía fe todavía, me asombraba pensar cómo los librepensadores del siglo XVIII habían ido lejos al coronar a la Razón como la única diosa venerable; pero,

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nunca me pude percatar de que estaba yendo más lejos que ellos; yo mismo había transformado la literatura en mi diosa−. De pronto, sin considerarlo, estaba ya en la otra orilla, no había regreso, había incendiado mi barca (esta noche las súplicas de mi mujer me arrojaron una cuerda, de la cuál ya no pude asirme; por mi neurosis, por mis gritos y por mis insultos, dejé ir mi última oportunidad para siempre). V Elegí estúpidamente la literatura y me traicionó. Aposté todo por ella. Todo. Perdí mi fe, mi trabajo y hoy, hasta mi mujer. Ninguna vez me develó un solo verso, una sola estrofa bien escrita. No, no quiso revelarme sus secretos; me privó de la poesía que le brindó a Dante, de la dramaturgia que le concedió a Shakespeare. La prostituta ha fornicado a lo largo de la historia literaria con infinidad de escritores y a mí, en ningún tiempo me descubrió nada, ni un simple estribillo; nunca me dedicó una sola caricia que me hiciera escribir una frase artística. Jamás me dio belleza, sólo tortura con su desdén. VI Esta noche me vengaré de ella destrozando su poesía en mis libreros; patearé hasta destruir La Divina Comedia; quemaré hoja por hoja el Quijote… VII Cargarás para siempre con esta culpa, maldita. VIII Un disidente religioso, un abandonado, y hasta hoy, y nunca más, un escritor fracasado…

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GUERRILLA ALBERTO MENDOZA Anda, Pelón, pásame la bola. No tarda en llegar el General. Aún puedo anotar mi gol. Te cargaste cinco esta semana. Deja que también yo festeje por algo. Un gol cebado no es nada. Vamos arriba por seis. Hay oportunidad. Cinco de esos son tuyos, como los cinco a los que pusiste pies por delante y no porque hayan querido barrerse. Ahí lo tienes, un tanto por cada uno de tus muertos. ¿Lo ves? Estás a mano. No necesitas otro. ¿Para qué quieres desequilibrar los números? Mañana volveremos a bajar, podrás anotarte otros cinco a la lista. Dame la bola, Pelón, de aquí sólo falta un toque; la empujo a la portería y entra solita. El portero está vencido desde el cuarto gol. Reconozco su mirada, está nervioso. Todos lo estamos. El General dijo que estaría aquí pronto. Nos ha hecho encargarnos del trabajo sucio. Nos merecemos echar una cascarita al menos, ¿no lo piensas así? Se ha tardado, seguro no regresa ahora. Aún podemos llegar a los nueve. Tobías falló dos, yo sólo me equivoqué con uno; una pena el puntazo tan bestia y estando así de cerca. Fueron las botas, no pude acomodarme bien. He tenido que quitármelas. Se siente helada la tierra y además están las piedras, pero se controla mejor el balón. Te lo pruebo ahora. Si el General me ve con el uniforme incompleto me manda fusilar. No tendría derecho, no somos sus soldados; pero puedes ver lo que me estoy jugando. Rufino ya metió otro. Te lo digo, el portero ya no se esfuerza. Tú eres el capitán, deberías permitir que todos entremos en el partido. Te confiamos la vida a diario. Tampoco es que vayas a salir en la tele, las únicas cámaras son las que les arrebatamos a los periodistas. No querían soltarlas. Eran ellas o ellos. Qué susto les hemos dado. Tenían que llevar el mensaje de algún modo. Así se manda un pase, ¿lo viste? Se la puse a Rufino en los pies. Ésas no las hacen ni en la Nacional. Es una vergüenza, Pelón, ni un crack en diez años. El viejo me llevaba al estadio a ver jugar a Rubem Antunes, al Conejito Ayala y a la Tota; todos arietes. Fue la época en que la azul fichó a Morelli. El viejo no quisiera verme ahora acá trepado. Lo que tenemos que hacer para que haya comida. También tiene sus buenos ratos. Le digo a Rufino que luego sigue mi gol. Se hace el sordo, corre y abraza a Tobías; se le monta como si fuera su bebé. Yo no he visto a mi familia en nueve meses. Desde que estamos metidos entre las montañas. El General dice que nos escondamos, esperar a que no haya represalias. Aquí ya nos anotaron otros dos goles, ambos desde la media. Sé que no es una cancha de verdad, no por eso hay que aflojar. Deja te ayudo adelante antes de que nos den la vuelta. Hay que pegarles el tiro de gracia ahora que podemos. Ves lo que pasa por dejarlos respirar. Manda a Tobías atrás, no hace nada. Se quiere clavar en todas. Ésas no las resuelve ni el Chico López. No tienes que ir tan lejos, podemos salir juntos. Tobías y Rufino que nos asistan. Es como nos movemos, en parejas. Las filas son cortas, no se puede avanzar bien. El terreno está accidentado, debemos descender con cuidado. Además, tenemos que estar prevenidos. No sabemos cuántos habrá ocultos. El General nos enseñó el camuflaje, dice que para reconocerlo. Pero cómo, si se ve un carajo entre las matas. Han pedido cambio. Quieren enfriarnos. Nosotros seguimos los mismos. No hace falta. Esta mañana caminamos seis horas. Esto no es nada, te digo. Deja que se acerquen. Rufino ya tiró a uno. Le ha estrellado el balón en la cara. Se están calentando. Eso es bueno. Mañana volvemos a bajar. Debemos sentir los tanates bien puestos. No sabemos qué nos espera. Tenemos que sacarlos a como nos toque, lo dijo el General. Se necesitan más hectáreas para seguir cultivando. Por eso nos buscó, y por eso nos hemos ganado este tiempo libre. Hay que buscar la victoria donde se pueda. Pidió que estemos al tiro por si aparecen los guachos. Si suben no podrá protegernos. Se acabó el trato para nosotros. Ahora pensemos solamente en ganar. ¿Has visto qué linda comba, Pelón? A qué no te la esperabas. Con el pie desnudo es más fácil. El casquillo revienta la bola sin que se le pueda dar dirección. Mañana no podré ni caminar, no importa. Ahora soy yo quien abraza a Tobías. Se va al piso. Un piquete en la pantorrilla, dice. Intenta sobarse, aparece sangre en su mano. Otra bala más le desbarata la rodilla. Te dije que el General no llegaba. Tres a uno a que apostó por el otro equipo. Nos ha vendido. ¿Cuántas veces van a caernos encima? Ya ni siquiera puedo contar a los que se han quedado de nuestro lado. Rufino ya está también en el piso. Apunta bien, Pelón. Déjame unos. Ya llevas cuatro y aún siguen subiendo a buscarnos.

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P O R TA F O L I O

VIGOR E INTUICIÓN CHANO BARRERA por: JAIME PANQUEVA

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o es fanático del futbol, pero se lanzó a pintar en exclusiva la portada del nro. 9 de Argonauta. No es un balón cualquiera; Chano Barrera lo propone con una de las marcas esenciales de su pintura: los ojos. Cada uno refleja un carácter, una posibilidad. “La luz que proyectas sobre los ojos y los detalles del párpado son esenciales para lograr su expresividad”, comenta. Su pintura surge como un destello visceral, relámpagos de tonos y luz. En la charla que tuvimos resume uno de los postulados de su trabajo: “Entre menos pinceladas aplico, pienso que soy más sincero con lo que quiero hacer. Entre menor sea el tiempo entre el pincel y el lienzo más sincero. Entre menos trazos, mejor.” Reconoce que ha llegado a este punto tras veinte años de carrera. Pero no todo es economía, tensión y disparo, Barrera también concluye que puede oscilar entre la planeación y la elaboración detallada, a lo largo de la cual no descarta replantear el proyecto, “Mi obra a lo largo de diez años puede ser muy cambiante, pero mantengo el estilo con las pinceladas vigorosas”.

Mantiene la disciplina del trabajo diario, “te juro que así van saliendo las cosas. Nunca vas a estar realizado al 100%, pero aprendes y sientes la diferencia.” Junto con los pintores Omar Iván Padilla Hidrogo, (Argonauta 3) y Pavel Eudave (Argonauta 6) completamos con Chano Barrera esta tríada de pintores fundadores del Taller Café de todos, un experimento colectivo que sigue dando frutos también en otras técnicas. “Me salí de Café de todos por propuestas que recibí para hacer exposiciones individuales, y lo siguen llevando otros, sigue vivo. Fue una época muy bonita.” Durante toda la charla, ha mantenido encendida la computadora con música de Youtube, “A mí lo que más me inspira es la música, siempre la estoy escuchando.” Su playlist es muy diversa. Antes de despedirnos hacemos un intercambio musical entre Pastor Cervera, Mike Laure y los Carrangueros de Ráquira. “Soy mucho de socializar, charlar, me nutren mucho las amistades.” Creo que su trabajo y trayectoria dan muy buena cuenta de ello. PORTAFOLIO

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HIJOS DE LA MERMELADA: FRESEROS HASTA LOS TANATES ENTREVISTA CON EL CHIVO MEDINA por: JAIME PANQUEVA

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e le enchina la piel al recordar ese 19 de junio de 2003. Estoy frente al Chivo Medina en la cafetería de la nueva librería Emma Godoy del Fondo de Cultura Económica. Él evoca su infancia, cuando su papá y su abuelo lo llevaban a la Puerta 1 y 2, Sombra general, del estadio Sergio León Chavez para ver a sus ídolos: Juanito Morales, Atilio Ramírez, Félix Madrigal, Jorge Tapia, Pepe Ledesma, Jorge Gabrich (un jugadorazo), Arnaldo Sialle “la torre del Bajío”. En el medio tiempo los niños brincaban al campo hasta que los sacaban... Así nació la pasión, el gusto por los colores vivos: las banderas, los tambores, el uniforme, las gradas, el estadio pintado. En 1995, cuando tenía quince años, “mi tío Guillermo López Reyes, dueño de la taquería Los gansos, patrocinaba un equipo que jugaría en el Parque de Convivencia, hoy Irekua. Me pidió que lo acompañara con mis amigos para apoyar al equipo, porque sabía que yo tocaba la batería. Nos invitaba luego los tacos se ganara o se perdiera. Del barrio del Fovissste me llevé como 15 cuates”. Le pusieron ambiente al partido y ganaron, “hicimos un despapaye con el tambor, bombas de humo, nos colgamos de la malla ciclónica. Al salir de allí nos fuimos haciendo ruido a ver un partido de la Trinca que se jugaba en el estadio de junto. Al vernos llegó el

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presidente, Jorge Ortiz Borrell, y nos invitó a echarle porras al Irapuato.” Aquella tarde nacieron Los hijos de la mermelada. “El nombre lo improvisé cuando me preguntaron cómo nos llamábamos.” Con excelentes maneras y vocabulario, el Chivo me explica la asociación entre el nombre de la porra y “la tradicional frutilla”; me confirma que estoy ante una persona con una inteligencia poco común, de aquellas que labran su propia ruta: “La mayoría de los papás nos impusieron cuatro equipos: América, Chivas, Cruz Azul y Pumas. Pero los rebeldes escogimos tener nada más nuestra Trinca Fresera.” Y continúa con el relato sobre sus inicios: “Primero nos pusieron en la tribuna familiar de la puerta 7. Luego nos mandaron a la tribuna de sol, la zona más brava. Nos tocó aguantar de todo, ya puedes imaginar cuando hablamos de un estadio de fut, y eso nos formó un carácter. A cachetada guajolotera nos ganamos el respeto de la tribuna. En esa época el Irapuato estaba en segunda pero siempre era protagonista, nadie iba al estadio por menos de tres goles, y el equipo respondía. Los futbolistas que han venido a jugar a esta ciudad son gente con ahínco, con ganas, que conecta con la tribuna”.


¿Y sí se llenaba el estadio? Claro, que sí, la burra no era arisca... la gente no tiene la culpa. La gente era muy apasionada, algo que contrasta con lo que vivimos ahorita por los malos manejos y falta de planeación de los dueños de la marca del club, y de las empresas que no han hecho buena sinergia con los aficionados. ¿Cómo es esa comunión entre el equipo y la porra? Es una relación que cuando hay espectáculo y hay futbol se aviva la llama, la brasita. Pero si no hay futbol... la gente no es tonta. En la actualidad, no puede haber buena relación con una administración que no mostró ni un gramo de respeto por la afición en su momento. Yo ya no soy integrante activo de la porra, pero estoy en sintonía con quienes están a cargo. Cuando haya un proyecto que quiera permanecer no sólo por el beneficio económico, sino que quiera contribuir con la historia del futbol de Irapuato, para tener un equipo digno representativo de la ciudad, ahí les echamos la mano. Mientras tanto, no.

Feliz... feliz... Por ser fresero; lo que más quiero, es que seas campeón. ¡¡No me arrepiento de ser fresero porque mi padre me lo heredó!!

Hablamos sobre las aficiones de otras latitudes, el Chivo es enfático en afirmar que Los hijos son una porra, reconoce que han tomado en préstamo cánticos y algunas maneras de las barras de Chile y Argentina, pero sin perder el toque mexicano. Menciona la adaptación, por ejemplo, del clásico local de Viento y Sol, Dos anillos. ... entraremos al estadio, para compartir un sueño, llevaré el bombo y los trapos y las banderas ondeando, tristes estarán llorando los verdes que son 4marg0s...1 Desde que era niño la trinca ha estado a mi lado... y ahora que he crecido llevo su escudo tatuadooooo!! Y regresamos a esa tarde del 19 de junio. “Ni las barras en Argentina, ni los hooligans, ni los tifossis han recuperado su estadio como lo hicieron Los hijos de la mermelada en el 2003. Queda como una muestra del arraigo que tiene la trinca fresera para quienes somos de Irapuato.” Sin instagram y sin redes sociales convocaron a la afición entorno al inmueble tomado por pistoleros. “No era una cuestión legal: te estaban arrancando un ojo, un dedo, una oreja. El León no quería que el partido se jugara en Irapuato. Marrullero el Sr. Ahumada por dónde le quieras ver. La administración municipal quiso dispersar a la gente diciendo que venderían los boletos para la final en diferentes lugares. Falso. Yo empiezo a decirle a todos a través de mi gente que los boletos los empezarán a vender en el estadio en dos horas. Mentira también, pero para perros, coyotes.”

do muy celosamente. El maestro me dijo que en Francia vio en un noticiero la recuperación del estadio, y dijo: esa es mi raza...” “Tomamos el estadio, se lo entregamos a la autoridad para que salvaguardara... no sé qué; el helicóptero se retira, no bajan las armas largas y empieza a llover... Si le pones la cereza en el pastel: le ganamos la final y el ascenso al club León. Quiero preguntarle a todas las aficiones del mundo dónde han vivido algo tan bonito como lo que vivimos aquí en ese junio del 2003.

De aquello le queda un trofeo de gran valor emocional: “Jazzamoart nos regaló un bastón de mando, una obra que guar-

Alude al 4-0 con que Irapuato derrotó a León en su estadio el 14 de septiembre del 2008.

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Es el guión de una película. Sí, es un guión.”

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BUSCANDO EL GREEN IRAPUATO EN EL GIFF 2018

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l Concurso de Documental Universitario Identidad y Pertenencia del Festival Internacional de Cine de Guanajuato tendrá dentro de los finalistas de su edición 2018 un grupo conformado por estudiantes del Instituto Irapuato. El equipo es uno de los 6 que llegó a la fase final, entre una selección de 40 proyectos. Buscando el green relata la vida de San José del Bernalejo a través de los ojos de Beto y su abuelita. Esta comunidad posee una particularidad: los niños juegan golf en las faldas del Cerro del Piloncillo en Irapuato, Guanajuato, en las cercanía del club de golf Santa Margarita, ubicado en la zona con mayor ingreso económico de la región. Fomento Cultural Irapuato AC y Argonauta, revista cultural del Bajío se encuentran entre los auspiciadores y tienen el gusto de presentar en exclusiva algunos fotogramas del rodaje. En nuestro próximo número de Medio Ambiente presentaremos un reportaje más detallado, una vez finalizado y exhibido el documental en el GIFF. El trabajo de los jóvenes que han participado en este concurso logra traspasar fronteras con la exhibición 32

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de los documentales en festivales y plataformas internacionales. El equipo está conformado por: Director: José Manuel Campos Ventura Asistente de dirección: Enrique Quintero Productora: Natalia Zamora Coordinadora de producción: Carmen González Directora de fotografía: Arantxa Rojas Campos, Asistente de fotografía: Emmanuel Serna Sonidista: Hugo Ramírez Relaciones Públicas: Belinda Gutiérrez Logística: Mónica Monterrubio


EL CARPINTERO por: ALFREDO CONTRERAS

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quella mañana, después de levantarme, me duché con un agua fría que alejó de mí los más ardientes pensamientos. Tomé una zanahoria de la mesa y la mastiqué mientras salía de mi estancia por el angosto pasillo. Serían las 7:30, pues el custodio cuadraba su lista cuando pasé frente a la caseta. - ¿A dónde vas, Ramírez, con tanta prisa? “Al módulo 12. Un trabajo de carpintería me espera”, le dije mientras me cuadraba para que se sintiera importante; llevé mi mano a mi frente. “Al regreso le traigo una latita para la sed”. Él contestó encajosamente clavando el colmillo: “Mejor un Boing de a litro y un agua Bonafon, por favor”, aclaró para no verse mal. La extorsión estaba de moda en esos tiempos. Mientras salía por la rampa sucia levanté mis ojos al cielo. Pude ver la neblina espesa rebotando en la cima de los cerros, como un algodón de dulce. Pensaba en mis seres queridos, sagrados por siempre. Caminé por el kilómetro, un pasillo estrecho y largo que se estiraba entre rieles de acero y sostenía un techo de concreto. Por esos tiempos el módulo 12 era la nueva “carnicería”, por albergar a tipos dispuestos a todo con tal de sumar puntos, según el lenguaje canero. Recuerdo muy bien que decían que no podía navegar contra la corriente. Yo pensaba en escribirle un poema a mi mamá. Llegué a la entrada del módulo, flanqueada por una malla ciclónica. La serpentina tan filosa como estos días fríos, me miraba como si tuviera vida. Un olor agrio se percibía aunque todos dormían. El sitio tenía la fragancia de un cementerio. Le grité al custodio y rompí el silencio. Al fondo, apareció El Banano, un sujeto de rostro chacalesco. Al caminar hacia mí sus lonjas se columpiaban lentas, pausadas. Llegó a la puerta y me dijo desafiante: “¿A dónde, mi carpintonto?”. Balbuceé “A la 43, con el Tío Brutus… Un trabajo de carpintería me está esperando, un mueble y una pared”.

Él contestó adormilado “espérame unos minutos”. Llegó como se fue. Con una sonrisa revisó mi mochila, tirando al piso martillo, clavos y metro -pesa mi niño-. Todos dormían excepto el Brutus, joven alto y gordito que llamaba por teléfono amenazante. El custodio me abrió la reja. “Regreso en un rato. No hagas ruido, todos duermen aún”, dijo. El Brutus se paseaba sin camisa, mientras amedrentaba a su víctima. Me senté en el camarote de aquella enorme celda. Él hablaba lleno de rabia mientras se rascaba los huevos. La llamada se cortó. Él continuó hablando conmigo como todo un empresario. Aquel sitio tenía una fragancia a humedad y olvido. Me señaló lugares donde quería una puerta, no quería que nadie aprendiera su arte de extorsión. Hasta me pidió que le elaborara un escritorio de caoba con dos cajones. Después de un silencio, me dijo: “Tengo pedos; me quieren matar con el Trivi y el Aceites”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, me dije “qué pedo, yo aquí y a este cabrón lo quieren matar. Lo van a matar”. Saqué el metro, tomé algunas medidas. Mientras le hacía el presupuesto, él hablaba con tranquilidad. Me caía bien. Reímos unos instantes. Me pidió que le consiguiera una solera. Me quería pagar la chamba por adelantado. Sacó de su bolsa un fajo de billetes de a mil, los conocí por el color. Sonriente, me dijo: “Compra el material y consígueme la solera. Sé que no eres de pedos”. En mis pensamientos me dije “pobre tipo; si le consigo la solera matará a alguien y si no, lo matarán a él. Bonito dilema: como para morirme con ellos”. Le gritamos al custodio, yo quedé de conseguirle algo para que defendiera su vida. Llegó el custodio, nos miró y dijo “¿quién es el precoz?”. El Brutus contestó “Ora qué, mi jefe”, mientras le daba un billete de a doscientos pesos. Él abrió la reja y yo salí a gran prisa. Todavía alcancé a escuchar su voz en eco “por favor, tira paro”. Por mi mente corrían miles de pensamientos: comprar el material, la pinche solera… A mí no me gustaban los pedos. ARTÍCULOS

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Salí del módulo. Cuando me di cuenta, ya estaba en el dormitorio 2. Subí por la rampa, después las escaleras, el mirador que estaba en la entrada para la zona 5, un sitio solitario que llaman el Jarocho. La Waca afilaba con una lija una solera; un pedazo de metal en forma de astilla. A un costado le amarró una venda, como una especie de cacha. Me miró y me dijo: “Barata, mi niño. La estoy rematando. Tiene punta buena para que no les duela. Está curada con mierda. Si no se muere del piquete, de la infección no creo que se salve”, y siguió lijando. Yo me retiré unos metros y le grité “¿cuánto?”, él sonriente me dijo “dame un cien”. Sólo le dije “bien, ahorita regreso. Compro unas cosas y regreso”. El tiempo pasó veloz, como suele pasar. A las 12:30 vino el Waca con la solera. Puse una bolsa de rafia, ahí colocó el metal oxidado. Caminé aprisa, me metí al dormitorio 3 por una reja que da al 12 y le grité al Tío Brutus. Él despedía a su esposa y a sus hijos pequeños, de tres y cuatro años, más o menos. Después de dejarlos, se acercó a mí, la observó y, en un gesto de vanidad, la tachó de culera. “Consígueme algo más bonito”. De risa, como si para morirse se necesitara de eso. No me la recibió y se dirigió a su celda. Todavía me dijo algo chido: “Soy yo, carnal”. Lo miré y le dije “voy, vengo”. Mi cabeza estaba en caos. “Este cabrón ya me subió al camión”, pensé. Tiré la bolsa en un tambo de basura. Los gritos del Brutus hicieron regresarme a la reja. Me quedé mudo ante el espectáculo. “¡Aguanten, putos!”, gritaba encolerizado tirando manotazos. No pude hacer nada. De donde quiera salían jóvenes tirando solerazos. El se quitaba unos y otros se hundían como agujas en esponjas. Un sujeto delgado, como de un metro veinte centímetros, brincó clavando su solera en el pecho en una estocada final. Él cayó al piso, su cabeza tronó como un coco. El sanguinario sujeto pisó su pecho para desenterrar su arma y otros dos chavos llegaron a rematarlo. La boca se me secó. Mi rostro se tornó amarillo. Un silencio invadió el lugar. Se escuchaba el volar de las moscas. El olor a sangre llegó a mí. Salí caminando despacio, cuando pisé el “kilómetro” los custodios corrían al sitio de la tragedia. Estaba por llegar al 2 cuando pude ver que cuatro chavos cargaban en una cobija el cuerpo agonizante. El Brutus miraba incrédulo su muerte. Kiros, su chavo fiel, lloraba mientras corría al ritmo de los que cargaban y tapaba con sus dedos la herida del pecho. Yo me acerqué tomando un costado de la cobija. El peso era enorme. Sólo le dije “no cierres los ojos, ya llegamos; no

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los cierres, ánimo, no pasó nada”. Pero yo sabía que ya nada se podría hacer. Chorros de sangre caían al piso. El Brutus me miraba como queriendo decirme algo. Llegamos al médico y la puerta se abrió. Entramos al pasillo de Urgencias. Las enfermeras tomaban café mientras platicaban sus aventuras del día anterior. Los gritos del Kiros las levantaron. Con toda calma lo subieron a la camilla. “Pónganle suero”. “No te mueras”. Lloraba como un niño. Ahí pude ver la hermandad carcelaria. Kiros tapaba con sus dedos aquel orificio, como si por ahí se le fuera la vida. Ya afuera, se recargó en la pared y lloró inconsolable. Lo abracé, miré un niño en su rostro. Sus manos manchadas de sangre quedaron en mi espalda… “Échale huevos, Kiros, se va a salvar. No llores, tranquilo; relájate, va a estar bien”. Explosivo contestó “¡Hijos de su puta madre! Si yo hubiera estado no lo habrían matado. Era mi carnal…” El llanto se mezcló con su saliva y caía al piso en gotas. Se recargó en la pared, yo lo tomaba por la nuca, como a un niño. Sentía cómo se desvanecía en mis manos y le dije que se sentara en el piso. Los custodios salieron furiosos con el radio en la mano. El Brutus estaba muerto. Ellos buscarían a los asesinos. El Kiros estaba al borde del desmayo. Sin palabras en la boca, me retiré del lugar. Necesitaba un café. Me sentía culpable y a la vez pensaba que el destino te atrapa si no tienes cuidado. No volvería a trabajar la carpintería para los módulos.


LA RAZÓN NO ENTIENDE por: PATRICIA BAÑUELOS

"El corazón tiene razones que la razón no entiende" Blaise Pascal

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a Razón del neocórtex juega la final por la copa de la “Supremacía Neurológica” en cascarita pambolera contra Los Primitivos del sistema límbico. Jugadores de ambas escuadras se alinean por color en cada barra del futbolito de madera estufada medidas reglamentarias. Al silbatazo la bola corre vertiginosa, los defensores del arco neocórtex juegan de color rojo, y acomodan pases cortos de múltiples conexiones. Los Primitivos casaca albiazul, se mueven a muñequeo veloz en tonos de insolentes decibelios. Marcador uno-cero favor del equipo de La Razón por un tiro de precisión matemática. Los ánimos se calientan en la banca celeste, regresan del descanso crecidos para vencer al arquero escarlata con un cañonazo de testosterona bajado con el pecho por su capitán.

Límbicos mantienen la posesión del esférico. Neocórtex recupera el balón e intenta acomodar por la banda derecha. El cancerbero de la portería de Los Primitivos retiene la bola antes de que el equipo de La Razón pueda rematar con la cabeza. El saque de meta lo gana el jugador de jersey rojo número diez. Intenta una jugada de pizarrón que choca en el travesaño. Recupera de nuevo y se descuelga inteligentemente hasta la portería contraria. Una chica en minifalda pasa junto a la banca de la defensa neocórtex, el delantero carmesí en un arrebato de libido anota en su propio arco. Los Primitivos festejan el triunfo cual cavernícolas, asegurando que, aunque Pascal está en lo cierto, la causante del autogol ni estaba tan buena.

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BIBLIOTECA

BIBLIOTECA DEL ARGONAUTA Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad. Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra

PELOTA DE TRAPO ADALBERTO AGUDELO DUQUE

Miró alrededor. Cerca de donde se sentaban los artistas, una brisa de mediodía agitó varios faldones de papel grueso. Fue hasta allí a recogerlos. Buscó pedazos de dulceabrigo, hilazas, telas viejas, gantes. Cortó varias tiras y en segundos obtuvo un gran balón atándolo con los cordeles que cierran los bultos de cemento. A pesar de la pierna enferma logró cierto dominio en la treintaiuna levantándolo además hasta el pecho, bajarlo hasta el muslo, dispararlo a un arco invisible y simular el gol para enmarcar que gritó con entusiasmo. Así, a los pies de la construcción de una carretera, en medio de los gélidos páramos colombianos nace una pelota destinada a los pies de la cuadrilla que abre el monte. La pausa que los gariteros y picapedreros dan a la pala y a la maceta se emplea para armar los equipos y jugar un picadito. Allí los nombres no importan sino la posición que cada uno ocupa sobre el terreno. En la novela de Adalberto Agudelo Duque los protagonistas son el volante mixto, el de armada, el arquero, el puntero izquierdo. Y, en el ecuménico idioma del fútbol (o futbol, qué importa), hay un win derecho y un bac central. El lenguaje se recrea también en las narraciones de los encuentros, hijas de la pasión, la verborrea y la jaculatoria; en las historias del monte y en las leyendas que cuenta la gente del campo. En Pelota de trapo (Caza de libros, 2014) el balompié permite alejarse de la dura vida cotidiana para alcanzar por unos minutos una dimensión de ensueño, de festejo. El autor lanza también sus pases para palomita y saluda a las gradas, al público, recorre los años juveniles con un caleidoscopio de textos que nos hablan del barrio, las calles, los bares y las escuelas. Los capítulos que conforman La nómina del equipo sorprenden y a la vez es posible regocijarse con el juego literario que representa personajes a través de una partitura o de un test por responderse salpicado de signos de admiración e interrogación. Novela experimental, bien lograda que, me atrevería a decir, clasifica a Libertadores y sería capaz de jugar en cualquier estadio. JP

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LOS DE ARRIBA JUAN PABLO TORRES

El fútbol, motor de las pasiones, analogía de la sociedad, espejo, sueño y cruz de los pueblos. ¿Reemplaza en realidad las viejas gestas épicas donde dánaos y troyanos luchaban por la más bella? ¿Resistirá la épica desarrollada sobre la grama la huella del tiempo? ¿Cómo presentar las diferentes facetas de un partido? Pero no de cualquiera, ¿el de un equipo a punto de ascender de una división inferior a la máxima instancia del balompié nacional? La respuesta de Juan Pablo Torres puede leerse en Los de arriba (Instituto Cultural de León, 2013) una novela multifocal que transcurre en su ciudad natal, León. Los panzas verdes tras años en la segunda (para no usar ese terrible eufemismo de primera B) se encuentran a las puertas de lograr el anhelado ascenso. Torres conjuga el fervor religioso, la superstición, la pasión ciega, los rincones oscuros de las dirigencias deportivas, la adrenalina de los jugadores en una novela que dura los noventa minutos más lo que determine el juez. Asistimos a una novela coral que reproduce los cánticos de la barra, los rezos en el vestuario, los tweets de los aficionados, la cancha, la gradería y los alrededores del estadio. El fútbol es un juego que permanentemente juega a no serlo, a trascender lo lúdico para engarzar los anhelos y ambiciones de los espectadores. Torres, consciente de ello, asciende y desciende sin pausa a lo largo del partido desde las barras bravas (Los de arriba) hasta los ergástulos donde se preparan los gladiadores. Como segunda novela anticipa a un escritor comprometido con su entorno que regresará años después al tema futbolero con su novela Bien bajado ese balón (Kuna Editores, 2018). JP

PURO FÚTBOL Quizás no baste decir que Roberto Fontanarrosa era argentino, también sería imperativo aclarar que era hincha de Rosario Central, equipo de su ciudad natal. Conocimos al Negro fuera de su país por su vasta obra gráfica, en particular su matón Boogie, el aceitoso, o su ácido Inodoro Pereyra acompañado de su perro Mendieta. A través de un humor oscuro y sin concesiones, Fontanarrosa forjó una leyenda donde siempre se colaba algo del fut. De sus tres novelas, El área 18 está dedicada por completo al deporte de las patadas donde se narra los prolegómenos y el desarrollo de un partido épico en una nación africana. Pero quizás sus cuentos cortos sean más conocidos, en particular 19 de diciembre de 1971, considerado por muchos como el mejor relato de futbol que se ha escrito en castellano. Ante el decisivo partido de semifinal que jugarán Central contra Newell’s Old Boys, el otro equipo de Rosario, un grupo de hinchas, por aquello de las cábalas, decide llevar al viejo Casale a ver el partido en el Monumental contra su voluntad. En este relato se condensan la superstición, la pasión y la épica deportiva en la voz de las calles con la chispa humorística propia del Negro. Este cuento, junto con toda la producción de relatos alrededor de la pecosa, se encuentra reunida en Puro Fútbol, un recopilatorio donde explora con el lenguaje del Cono Sur, permeado aún por el lunfardo del arrabal, la cancha, las gradas y hasta esa particular raza conformada por los comentaristas deportivos. Una de sus citas más conocidas sobre el fútbol es: Si hubiera que ponerle música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol. Tras leer a Fontanarrosa uno puede llegar a preguntarse ¿Existirá vida lejos del balón y del rectángulo de pasto o tierra donde se gesta la gran épica de nuestro tiempo? Es posible, pero con seguridad ésta late mucho más lento. JP






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