Argonauta, revista cultural del Bajío Año 2 Nro. 5

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Revista cultural del Bajío

Infancia Fomento Cultural Irapuato A. C. Edición Trimestral • Irapuato • Mayo - Julio • 2017 • Año 2 - Edición No. 5 - Ejemplar Gratuito






COLABORADORES

Alejandro Palizada Sánchez (Irapuato, 1982). Es autor de Videns (Plataforma, 2011) y Fantasmas (Azafrán y Cinabrio, 2012). Bernardo Govea (León, 1982). Narrador oral escénico y escritor de Literatura Infantil y Juvenil – LIJ. Cinthya Franco (Tijuana, 1988). Subdirectora y Coordinadora de talleres en Centro Transdisciplinario Poesía y Trayecto, A.C. Poeta interdisciplinaria. Licenciada en Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California. Coordinadora del programa dirigido a mujeres Voces Visibles, y del proyecto Haz un libro y Haz Barrio. Performer en Casa de Huéspedes (CCU Tlatelolco, 2014). Beneficiaria del FONCA-CONACULTA en el proyecto Circuito Nacional Poetry Slam MX (2016-2017). Colabora como performer dentro del proyecto binacional Donde dos verdades se encuentran (2016) apoyado por la Secretaría de Relaciones Exteriores, dirigido por la artista Estadounidense Kate Saunders. Está próxima a publicar su libro Hatsí. Eric Bolívar (Irapuato,1975). Fotógrafo y abogado especialista en Derechos Humanos. Gilberto Rendón (Cuautla, Morelos, 1946) Escribe literatura para niños y jóvenes desde 1973. Colaborador y coautor de los libros de texto gratuitos de geografía de cuarto y sexto grados. Sus cuentos han aparecido en diversas antologías. Sus relatos El códice del muchachito encantado, Tuiiii el murciélago y El misterio de la cajita de ópalo han sido adaptados al teatro. Premio Castillo de la Lectura 2003 por La saga de los jugadores de pelota. White Ravens 2000 por Los cuatro amigos de siempre y en 1991 por Cuentos para dormir, soñar y despertar. Lista de Honor IBBY México 2000 por Los cuatro amigos de siempre. Premio El Barco de Vapor 1998 por Los cuatro amigos de siempre. Premio Gran Angular 1998 por El almogávar. Premio Miscaltia por su trayectoria en el ámbito de la cultura para la niñez 1997. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1982 por Pok a tok, el juego de pelota. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1981 por Cuentos del hierbazal. Premio Casa de las Américas en el género de Literatura para Niños y Jóvenes 1981 por Grillito Socoyote en el circo de pulgas y otros cuentos de animales. Ivonne Mancera García (Irapuato, 1986). Reportera en Periódico A.M., Irapuato. Fue directora de revista El Muro. Colaboradora de la revista Ágora. Jaime Panqueva (Bogotá, Colombia, 1973). Ganador del Premio Juan Rulfo de Primera Novela 2009. Autor de La rosa de la China (Planeta, 2011), y El final de los tiempos (2013). Ganador del concurso literario del 9° Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014. Beca de la Asociación de Escritores de Shanghái para las residencias literarias 2014. Ha sido tutor del PECDA y del Seminario para las letras guanajuatenses. Javier Carbajal Baranda. Es escritor. Su Twitter es @ShyTurista Jesús Abraham Suárez Noriega (Zapopán, 1991). Es egresado del programa de Licenciatura en Filosofía por la Universidad de Guanajuato. Ha participado como ponente en congresos organizados por universidades nacionales. Es colaborador de la sección cultural Desde el Bernalejo, del Periódico A.M. Irapuato. Joaquín Pérez Chico (Irapuato, 1951). Licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, con estudios en Sociología Médica en el

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Colegio de Sociólogos de México (1984). Profesor fundador de la ENEP-Iztacala, hoy Facultad de Estudios Superiores FES Iztacala. Reconocido con el mérito académico UNAM 2005. Autor de antologías de uso académico. Asesor de textos y coordinador de seminarios. Escribe poesía. José Antonio Banda (Coatzacoalcos, 1982). Recibió el Premio Nacional de Poesía “Bartolomé Delgado de León” en 2014 y el Premio Ramón Figuerola en 2016. Autor de Cuaderno en ruinas (Plataforma, 2011), Teoría de la desolación (Azafrán y Cinabrio, 2012) y El Pozo abierto (Cartonera La Cecilia, 2014). Luis Felipe Lomelí (Etzatlán, Jalisco, 1975). Narrador. Ingeniero físico, ecólogo y candidato a doctor en filosofía. Ha sido becario de diversas instituciones: ITESM, Organización de Estados Americanos, Centro de Escritores de Monterrey, FOECA de Jalisco, Jóvenes Creadores del Fonca, Fundación para las Letras Mexicanas y del CONACyT. Miembro del SNCA del Fonca desde 2012. Premio Nacional San Luis Potosí 2001 por Todos santos de California. Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés por El Cielo de Neuquén. Sus textos han aparecido en diversas antologías, revistas y periódicos nacionales e internacionales. Su novela más reciente es Indio borrado (Tusquets). Macaria España (Celaya, Gto, 1980) Narradora, periodista independiente y guionista. Forma parte de diversas antologías publicadas por la Universidad de Guanajuato, además de Una cierta alegría en no saber a dónde vamos (Instituto de Cultura de León, 2009) y Cuentos del Sótano (Endora, 2010). En solitario ha publicado La Generación del Desencanto (Pictographia, 2013). Fue finalista del concurso de cuento Palabras Malditas 2007 y obtuvo mención honorífica categoría cuento en el Premio de Literatura León 2010. También fue becaria del Instituto de Cultura de Guanajuato en 2005 y 2008. Becaria del FONCA con el proyecto Las esquinas del mundo. Octavio Manríquez (Irapuato, 1997). Escritor, editor y fotógrafo. Colaborador de la sección cultural Desde el Bernalejo, del Periódico A.M. de Irapuato. Roberto Omar Román (Ciudad de México, 1965). Cofundador del Grupo de Creación Literaria Urawa en Toluca, iniciado en mayo de 1993. Ha publicado cuentos y poemas en las antologías colectivas La semana comienza los sábados, Gambusinos, Átomos literarios y Alebrije de palabras. Labora en la Secretaría del Medio Ambiente del Gobierno del Estado de México. Ximena Sánchez Echenique (Ciudad de México, 1979). Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM. Su novela Sobre todas las cosas ganó el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2003. Ha publicado El ombligo del dragón (Tusquets, 2007), y (Por cielo, mar y tierra, Tusquets, 2010). Ha colaborado en las revistas: La experiencia literaria, Luna Córnea. Zyanya Mariana. Nació un día lluvioso en la Ciudad de México; por lo menos eso le dijeron. Ha participado en las antologías de poesía femenina Hechiceras de la palabra, 2009, y Las voces de las mariposas, 2011. Con el sello nicaragüense 400 elefantes, su primer poemario De las cosas que vienen de la nada y otras inmediateces. Ha publicado también el libro Linajes y Anarquías, y obtuvo el premio Dolores Castro en 2013 con Cuentos y bollitos para una niña, publicado el año pasado por Elefanta Ediciones. Suele dividir su vida entre la escritura, la academia y la maternidad.


DIRECTORIO

EDITORIAL

Director general Jaime Panqueva Director Editorial Alejandro Palizada Sánchez Redacción José Luis Zorrilla / Octavio Manríquez Diseño Paola Andrea Moreno Franco Consejo Editorial José Antonio Banda, Jaime Panqueva, Francisco Mac-Swiney Salgado, Marco Vanzzini.

Contacto para publicidad contacto@argonauta.com.mx Cartas de los lectores y colaboraciones edicion@argonauta.com.mx Página web www.fomentocultural.org Argonauta Revista Cultural del Bajío ARGONAUTA es una publicación de Fomento Cultural Irapuato A. C., sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de los textos bajo autorización previa del autor. Las opiniones expresadas son responsabilidad única del autor y no reflejan necesariamente la opinión de la publicación. Registro de nombre y licencia de contenido en trámite. Argonauta. Año 2 número 5. Irapuato, Gto. 2017.

Foto: Mónica Salazar

Búsqueda. Sí, el termino que se antepone al desarrollo humano es, justamente, el de la “búsqueda”. A través de esa mágica palabra se dominó el fuego, se creó la rueda, se atravesó el estrecho de Bering, los tripulantes de la nave Argos fueron tras el vellocino de oro, carabelas rudimentarias cruzaron el océano Atlántico, nació el automóvil y llegó la tecnología al nivel que ahora conocemos. Sin embargo, cabe preguntar: ¿hay modelos a seguir para encontrar las rutas claras de la indagación? Anotemos que sí, pero agreguemos que no son precisamente los de personas distantes y representativas como Steve Jobs, Pablo Picasso, Bertrand Russell o Carl Orff; no, el mejor ejemplo lo tenemos en la familiar cercanía de nuestras vidas: en los infantes, en la niñez. Podemos agregar dos ejemplos que aportan sentido y valor a este último concepto. El primero procede de una entrevista al poeta William Stafford. A la pregunta, cuándo resolvió Ud. ser poeta. Éste respondió: “Todo el mundo nace poeta, después uno descubre de a poco el modo como suenan y funcionan en conjunto las palabras y gusta de ellas. La pregunta a hacer sería: ¿Por qué las otras personas dejaron de ser poetas?” El segundo, de una escena cotidiana: un chico de cinco años (muy aficionado al futbol) que, en ausencia de medios apropiados para la práctica de su deporte, dibuja sobre una hoja blanca, claro, bidimensionalmente, un balón; acto seguido lo recorta y, con entusiasmo deportivo propio de su edad, empieza con una percepción tridimensional a patear el pedazo de papel por todo el cuarto. Vaya pues, desde este quinto número de Argonauta, un merecido reconocimiento para los chiquitines que, en la continua vecindad nuestra, muestran, quitados de la pena, su insaciable sed de saber y ser.

Portada: Foto Eric Bolívar

Fomento Cultural Irapuato, A. C.

NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO: Música para salvar al mundo.

EDITORIAL

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COLABORADORES DIRECTORIO - EDITORIAL

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DOSSIER CUANDO EL NIÑO ERA NIÑO ALEJANDRO PALIZADA

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SER NIÑO EN MÉXICO ERIC BOLÍVAR ALONZO

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LA MUERTE EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL BERNARDO GOVEA

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(PARÉNTESIS DESDE EL PARAÍSO DE LA INFANCIA DE MIS HIJAS) XIMENA SÁNCHEZ ECHENIQUE

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INTERVENCIÓN POÉTICA CAPITALISMO LATINOAMERICANO

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18 DE MARZO

LUIS FELIPE LOMELÍ IVONNE MANCERA

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ME BUSCO JOAQUÍN PÉREZ CHICO

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ELIMINACIÓN MACARIA ESPAÑA

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¿QUÉ TIENE DE TEMBLOR SER MORENA? CYNTHIA FRANCO

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LA MALA TIERRA ROBERTO OMAR ROMÁN

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MICRORRELATO JAVIER CARBAJAL BARANDA

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P O R TA F O L I O MONXERRAT GARTCE: DE NIÑO ME PROHIBÍAN JUGAR CON BARRO Y TIERRA

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A RT Í CU LOS ANTOJOS DE MAMÁ GILBERTO RENDÓN

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SEXTA ENTREGA DE XOCONOSTLES Y DRAGONES ZYANYA MARIANA

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EL CAZADOR OCTAVIO MANRÍQUEZ

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BIBLIOTECA

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DOSSIER

CUANDO EL NIÑO ERA NIÑO por: ALEJANDRO PALIZADA

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ay una belleza del recuerdo: una belleza insumisa que sorprende al surgir de improvisto; el recuerdo en sí mismo es a veces doloroso, a veces feliz. Es la magdalena remojada en el té, el ruido de una cucharilla que choca la porcelana, o el contacto tibio de las manos que toman la taza con delicadeza; este célebre episodio de En busca del tiempo perdido nos presenta el hallazgo, el desvío de la mente a través de la memoria involuntaria. Una experiencia banal da pie a un estado de inmensa felicidad, algo que a todos nos es común; una sensación imprevista nos precipita en la búsqueda del pasado. ¿Quién no ha experimentado el tiempo perdido a partir de un olor, un ruido, un objeto observado? Si la parte consciente de nuestra inteligencia nos permite reconstruir algunos recuerdos, otra, la parte oscura, arroja desde sus abismos fragmentos fortuitos del pasado, conduciéndonos hacia encuentros inesperados con aquello que es sombra de nuestra existencia. Esta vida fragmentaria –que no fragmentada– que nos engulle en un instante de la percepción, se desata como memoria involuntaria: espontánea, ambivalente; capaz de provocar sentimientos contradictorios de pérdida y recuperación. Este choque emocional es, sin duda, lo que vuelve al tiempo uno de los principales temas literarios. Ya sea en el ejemplo citado de la magdalena de Proust, pero también en la imagen de la estrella marina y el cuerpo mutilado de Farabeuf de Salvador Elizondo; la mirada a sus apuntes que hace Alexei, el personaje de Dostoiesvki en El Jugador, hacia el final, cuando se pregunta por las malas decisiones que ha tomado; la inscripción en la piedra que atrae la atención de Hugo y que le sirve como motivo para la escritura de Nuestra señora de París; o la llamada telefónica de Joe Bell que desata

en el narrador el recuerdo de Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote; en fin, la memoria está presente en todo momento en la literatura, pues permite conducir el flujo de la narración hacia otros periplos, o fragmentar el tiempo –y el discurso que lo enuncia– en secuencias que pueden alternarse –por ejemplo, las historias paralelas que hace George Perec en W o el recuerdo de la infancia–, recuerdos que se complementan, como en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, o bien, recuerdos que se contradicen y se reconfiguran, como en En un bosquecillo de Ryunosuke Akutagawa. De la memoria aleatoria a la memoria selectiva, la infancia ocupa un lugar especial entre los escritores. Es el escenario de los momentos privilegiados, con frecuencia asociados a la madre. Es el tiempo en que se construyen los traumas, las obsesiones. Y es también el marco de experiencias trascendentales, las cuales provocan el choque de tiempos presente y pasado, que llevan al héroe a descubrirse en el reconocimiento convulsivo de lo que es, lo que fue, lo que no fue y lo que pudo ser. La infancia es abordada en numerosas obras, con personajes icónicos que han dado lugar a un subgénero, la Bildungsroman, en donde asistimos a la transformación del protagonista a través de numerosas aventuras que tienen en común el sentido de aprendizaje. Desde el instante en que un niño comienza a cobrar consciencia de las modificaciones de su espíritu, el tránsito de la infancia a la madurez adquiere aires pedagógicos. La vuelta a la infancia ocurre como una búsqueda edénica, nostálgica. En la literatura mexicana un ejemplo es la novela de José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto. En

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estos casos el “tiempo recobrado” es en sí mismo el objeto del deseo, un mundo imperfecto que es –que fue, que sigue siendo– el mejor de los mundos posibles. De ahí la importancia de indagar en uno mismo, en los pensamientos y las emociones, en el origen. Inversión singular donde las vidas, maduradas en el caos, tienen como raíz el orden de la inocencia. En ocasiones, la infancia trae consigo reminiscencias bastante amargas, como es el caso en Desgracia impeorable, de Peter Handke, donde la muerte de la madre conduce al narrador a reconstruir a la persona detrás del rol materno, intentando comprender, por ejemplo, la filiación nazi de la madre. A veces no se trata de una niñez indiscutible, sino de esa edad inasible de la adolescencia. Andrés Barba, por ejemplo, es autor de una breve novela exquisita, Agosto, octubre, donde Tomás –¿niño o adolescente? – participa de una violación entre adolescentes en el paréntesis de unas vacaciones familiares. Así como en esta historia de Tomás, en la vida hay acontecimientos que son un viraje irreversible. El fin de la infancia y la entrada a la adolescencia no se integran de forma homogénea, colisionan en un golpe de hormonas y de nuevos deseos: todo cambia definitivamente y nada puede volver, salvo el recuerdo: A veces el recuerdo comienza allí, en la última sombra iluminada del paseo, sobre las losetas blancas como placas de hielo, como si no hubiera un muelle, sino decenas, cientos de hileras de muelles, todos rectos y esmaltados en blanco por la luz eléctrica de las farolas del paseo. Otras veces el recuerdo comienza más tarde, cuando ya están caminando hacia las dunas […] En la mayor parte de las ocasiones el recuerdo no está compuesto por imágenes sino por sensaciones […] En el recuerdo sigue llegando el sonido del mar a lo lejos, se escucha a intervalos rítmicos. Ella no emite ningún sonido. El horror no se evapora en el recuerdo, es en realidad la única imagen fija, un horror congelado e impotente.

En este caso, el recuerdo es una herida, y la infancia una pesadilla que no hila satisfactoriamente su justificación. De ahí que, con frecuencia, la niñez arrastre consigo una pesada carga emocional que nunca acaba por purgar sus secretos. Al respecto, Pierre Michon propone una forma de reconstruir el pasado de Arthur Rimbaud a través de un entramado de

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Rimbaud 1871

momentos circunstanciales: al margen del mito del enfant terrible, hubo un niño del que no se sabe nada, porque “nunca se sabe nada del pasado, se inventa”. Michon escribe sobre dos célebres fotografías que Étienne Carjat hizo a Rimbaud en 1871, cuando éste tenía 18 años. Una de ellas muestra a Rimbaud un tanto más joven, porque –corresponde a una fotografía realizada tiempo antes de que el niño se mudara a París–, tal y como ha investigado Jacques Lefrère. Entre una y otra, el niño parece haberse metamorfoseado en algo diferente; en una, Rimbaud luce tímido, pueblerino, en otra, parece encarnar ya al vidente, al creador de las vocales. Michon persigue a Rimbaud niño en la casa y en la escuela, a través de la madre y del profesor Georges Izambard. ¿Es porque se trata de un niño que la poesía de Rimbaud fascina? En la fotografía sin corbatín, el niño mira de frente al objetivo; en cambio, en la fotografía con el corbatín inclinado, la mirada de Rimbaud se fuga con desenfado. Ese gesto distraído se antoja como un gesto de liberación. De manera similar a la imagen de Rimbaud, en una fotografía de Robert Doisneau, Le cadran scolaire (1956), vemos una escena que a todos nos fue familiar. Se trata de un salón de clases. La imagen concentra nuestra atención al centro, debido a su diseño bien simétrico. El elemento principal que guía la mirada del espectador es el niño que observa el reloj. Su mirada en diagonal desentona con la rigidez del resto de las líneas. Incluso sin existir de manera gráfica, la mirada impaciente del niño tensa el tiempo, sin lograr quebrantarlo. Este pequeño anónimo comparte con las fotos de Rimbaud la mirada fija en un objetivo –el reloj– y al mismo tiempo la necesidad de esa liberación debido a la conexión con lo que ese reloj representa. A diferencia de los otros niños, que miran al frente de la clase, el más pequeño pone de manifiesto este


texto que habla de ella. El poema, sin título ni referencia obvia, ilustra uno de los raros momentos de felicidad que Baudelaire recuerda de su infancia, en ese periodo que va de la muerte de su padre al segundo matrimonio de su madre, con el coronel Aupick. La dulce infancia de Baudelaire transcurre, como lo dice el poema, en una casa blanca de Neuilly, entre cenas largas y silenciosas, mientras un sol extraño arroja sus últimos rayos sobre la mesa, a través de las cortinas. Robert Doisneau – Le cadran scolaire 1956

carácter rebelde innato de la niñez: la experiencia de vida corre el riesgo de volverse “aburrida” en cualquier momento. Un tedio que en el niño se dirige hacia el ensueño. Conozco muy bien esa sensación, la de mirar hacia otro lado, pues yo también fui una vez ese chico que se aburre en el salón. Tan largo se vuelve el tiempo esperando a que termine la clase, que inevitablemente es seguida por otra y luego otra, y así, hasta el marasmo, día tras día, entre discursos que se funden y se confunden en un sentido que (ya) no entusiasma. En la infancia el tedio es un momento para pensar más allá, para matar el tiempo. El saber del infante se convierte en interrogación de sí mismo, y del tiempo que lo devora, como en el poema de Peter Hadke, Lied vom Kindsein: Cuando el niño era niño era el tiempo de preguntas como: ¿Por qué yo soy yo y no soy tú? ¿Por qué estoy aquí y por qué no allá? ¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio? ¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño? Lo que veo oigo y huelo, ¿no es sólo la apariencia de un mundo frente al mundo? ¿Existe de verdad el mal y gente que en verdad es mala? ¿Cómo es posible que yo, el que yo soy, no fuera antes de existir; y que un día yo, el que yo soy, ya no seré más éste que soy?

De los textos que recuperan la infancia, uno en particular llama mi atención. Un poema de Baudelaire incluido en Las flores del mal. En su correspondencia, Baudelaire le escribe a su madre, Caroline, para reprocharle haber pasado por alto ese

Yo no he olvidado, vecina de la ciudad, nuestra blanca morada, pequeña mas tranquila; su Pomona de yeso y su vieja Venus en un bosquecillo insignificante escondiendo sus miembros desnudos, y el sol, por la tarde, radiante y soberbio, que, detrás del cristal en que se quebraban sus rayos, parecía, gran ojo abierto en el cielo curioso, contemplar nuestras cenas largas y silenciosas, derramando generosamente sus bellos reflejos de cirio sobre el mantel frugal y las cortinas de sarga.

No hay otro recuerdo de la infancia más privilegiado que el de la madre. Y en Baudelaire es el único texto –salvo una carta de 1861– en que rememora de tal manera la felicidad sencilla de la vida. ¿Qué otra cosa puede amar el niño, si no el afecto materno del día a día en casa? Y, no obstante, si la madre no reparó en este poema, seguramente fue debido a ese otro poema –mucho más conocido–, Bendición, en donde el nacimiento del poeta representa una maldición para la madre: “¡Maldita sea la noche de placeres efímeros / En que mi vientre concibió mi expiación!”. ¿Cómo no imaginar el disgusto de la madre al leer tales palabras de su hijo? La madre de Baudelaire veía con malos ojos el deseo de su hijo por dedicarse a la literatura. Su matrimonio con el coronel Aupick, a quien Baudelaire detestaba, sólo hicieron más difícil la relación. Los conflictos del poeta con su madre nunca cesaron, incluso hasta sus últimos días, cuando Baudelaire cayó enfermo; sin poder hablar, el adulto deviene otra vez como un niño para su anciana madre: dócil, inofensivo y completamente dependiente. La madre dejará a Baudelaire en un asilo y regresará a su casa, imposible recuperar el tiempo perdido, mucho menos, ante un hombre desahuciado. He ahí el doble filo del recuerdo de infancia: si alguna vez fue paraíso, no lo es más.

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SER NIÑO EN MÉXICO por: ERIC BOLIVAR ALONZO

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ormalmente decimos que a los niños les gustaría ser adultos y a nosotros nos gustaría volver a ser niños. Es cierto nunca destaqué por ser un niño con mala conducta o problemático, pero la escuela y yo nunca fuimos los mejores amigos. Quiero creer que no he sido el único en mostrar aversión por las aulas, uniformes, mochilas y cuadernos forrados. El día más feo para mí era el domingo sólo por saber que al día siguiente debía ir a la escuela. De niño, muchas veces llegué a la conclusión “razonada y justificada” de que lo mejor para mi vida sería no ir al día siguiente, y al siguiente, y así sucesivamente al colegio. Deseaba como medicina a mi dolor de estómago (a los niños no les duele la cabeza), -todo se manifiesta en el estómago; mariposas, amor del bueno y verdadero, dolor seco como de golpe cuando la maestra entrega calificaciones y/o exámenes, ardor en el estómago cuando se nos pasaba la mano con la salsa valentina a los doritos-; que al día siguiente a mi maestra se la comiera el monstruo que habita nuestra cama. Mis peores enemigos y mis miedos más recónditos eran el coco y el policía parado siempre en la puerta de cualquier tienda donde yo estuviera haciendo algún berrinche, y que según mi mamá, me llevaría con él. Uno crece y el miedo “irracional” se convierte en miedo “racional”. Nos damos cuenta que el verdadero temor no reside en “el coco”, sino en las cosas y situaciones sin control o incidencia sobre lo que pasa o puede pasar. Ahora nos preocupa tener trabajo y el dinero suficiente para darle acceso a mejores condiciones a nuestra familia. Nos aterra imaginar a nuestros hijos cayendo en el mundo de las drogas. Nos dan miedo los doctores y los hospitales. Nos preocupa la inseguridad. Queremos ser niños pues es mejor enfrentarse “al coco” en lugar de a un asaltante. Foto: Eric Bolívar

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Pero eso es una falacia. Yo pregunto: ¿verdaderamente queremos volver a ser niños?. Los infantes son el grupo más vulnerable por encima de cualquier otro. Los niños de hoy cada vez tienen una vida más parecida a la de los adultos sin vivir acorde a su edad y circunstancias. La dificultad de ser niño pasa por varias situaciones, mucho por culpa de la dinámica social y económica de nuestro país y del mundo en general. Mucho provocado por nosotros los adultos, que queremos en nuestros hijos un adulto en cuerpo de niño. En general, los niños de nuestro país conviven cada vez con más frecuencia con la violencia, marginación, explotación laboral, explotación sexual, desplazamientos forzosos y migración, hambruna, drogas. Nubes negras en sus horizontes. Lo grave es que los niños de hoy cada vez están menos seguros. Esta inseguridad o falta de protección cada vez es mayor dentro de su propio hogar. Hoy lo más cercano que tiene un niño, entiéndase su casa y familia, así como la escuela, no son sinónimo de fortaleza y seguridad. México tienen el nada honroso primer lugar mundial en bullying o violencia escolar de acuerdo a datos de la OCDE y la UNICEF. Según esto, en nuestro país al menos el 62% de la población infantil ha recibido algún tipo de violencia o maltrato en su vida.

en México 3.6 millones de niños de entre 5 y 17 años realizan actividades económicas para complementar el ingreso familiar. Volvamos a la pregunta: ¿en verdad queremos volver a ser niños? Si un adulto se siente en peligro, tiene muchos argumentos de defensa. Podrán funcionar o no, pero tenemos un abanico de posibilidades. Pero, ¿cómo se defiende un niño? Su fuerza, sus capacidades de comunicación, su raciocinio… Tienen limitantes serias respecto a un adulto. Hoy la esperanza de vida en México se sitúa arriba de los 75 años. Ha pasado de 55-60 a 75 en tan solo 30 años. El aumento en la esperanza de vida ha venido acompañado de un aumento en la marginación. Es decir, hoy la calidad de vida, incluyendo por supuesto a los niños, ha disminuido considerablemente. ¿Qué tenemos que hacer para regresar a los niños la sonrisa? ¿Qué hacer como gobierno, familia, escuela para proteger a la infancia?

México requiere un esfuerzo fuerte y entrelazado; hace falta una verdadera política de Estado para articular los esfuerzos, donde se enlisten las responsabilidades de cada uno de los niveles de gobierno y se establezcan acciones desde la sociedad civil organizada. El gobierno debe cambiar de una política asistencialista a una de coinversión social, donde se vea a los niños y a la juventud como un activo no del mañana sino del presente. El gobierno deberá trabajar sin descanso para garantizar el goce irrestricto a los derechos fundamentales en los niños y jóvenes. Alimentación, vestido, educación, no trabajar mientras sean menores de edad, etc.. Pero lo más importante: nosotros como padres debemos ver en nuestros hijos a los niños sonrientes y juguetones que deben ser; debemos procurar sobretodo que nunca pierdan la alegría, característica primordial de la niñez. Hacer todo lo posible para que puedan buscar y encontrar el sentido de su vida y por ende su felicidad. Debemos hacer las cosas pensando en que algún día como adultos en verdad querramos ser niños otra vez.

Cifras de la Secretaría de Salud Federal nos dicen que cada año 400,000 nacimientos son de madres menores de edad, lo que representa un 20% de los nacimientos anuales en nuestro País. Por otra parte el Consejo Nacional contra las Adicciones señaló en un informe de 2016 que casi 2 millones y medio de niños y jóvenes menores de edad requieren de algún tipo de atención y rehabilitación por consumo de drogas licitas e ilícitas. Para rematar, la UNICEF señaló que Foto: Eric Bolívar

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LA MUERTE EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL por: BERNARDO GOVEA

es una analogía entre un juego de niños y la muerte. La diversión excluye todo dolor, pues la muerte que se presenta en el relato siempre es en tercera persona, un anónimo muere, ya sea un coyote, un conejo, un sapo o un lagarto. Nunca muere un personaje que le importe a alguien. En este sentido la muerte carece de sufrimiento.

¿Puede ser divertida la muerte? En nuestro país la tradición del día de muertos parece indicar que sí, que la muerte puede ser vista con alegría. No es así. La muerte ajena, la idea en general del más allá y su misterio, puede ser interesante e incluso atractiva, no obstante, la pérdida de un ser querido o la sensación angustiante de que moriremos pronto se aleja de ser algo emocionante. Sabemos que todo mundo muere, pero no necesariamente nosotros o nuestros seres queridos deben ser los siguientes en la lista. Según Vladimir Jankélévitch hasta que la muerte toca a la puerta deja de ser anónima y lejana, al encarnarse en un tú surge como una revelación y un futuro cercano. Entonces la muerte no es divertida. Un aspecto actual dentro de la literatura infantil y juvenil es desarrollar temas complejos; por ejemplo, la muerte es abordada con un tratamiento que implica el juego, pero también con la solemnidad y el dolor de perder a alguien cercano. Gianni Rodari señala que dentro de la LIJ1 puede abordarse cualquier tema, del mismo modo que en los juguetes se hace referencia al mundo de los adultos. Los libros para niños y jóvenes, al igual que los juguetes, deberían abordarlo todo, incluso temas complejos. A lo que apela Gianni Rodari es a desarrollar cualquier tema desde un enfoque atractivo para el lector. Se trata de configurar un cuento como si de un juego se tratara. La muerte puede ser divertida si pensamos en un texto de Natalia Toledo que lleva por título La muerte pies ligeros. En este cuento ésta es representada, como suele suceder en la mayoría de los casos, como una calavera cuyo trabajo consiste en llevarse a todo mundo al más allá. Pero sin duda, esta

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Literatura infantil y juvenil.

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acción puede realizarse de forma creativa. La muerte posee un mecate y hace que todos los animales salten sobre él y cuando estos se cansan y se detienen, ella se los lleva consigo. En este caso la muerte es representada mediante un juego tradicional. Recordemos que este juego consiste en, saltar una cuerda que sube y baja de forma rápida produciendo círculos. Dos niños en los extremos de la cuerda crean el movimiento y un tercero intenta brincarla, si este no lo logra, pierde. En el caso del cuento de Toledo, si un animal no lo consigue, muere. Lo que se presenta

Otro ejemplo está en el cuento Lo que desaparece, de Antonio Ramos Revillas, que alude a la muerte de una forma divertida. En el texto los objetos de la casa de la protagonista se esfuman sin explicación alguna, como si tuvieran vida propia. Pero no sólo desaparecen las cosas, también lo hacen las personas, primero la abuela y después los padres. La noche en que se desvanece su madre, la niña sueña con un monstruo que traga cosas y personas, con la diferencia de que tiene en sus manos una lámpara y al usarla recupera los objetos que devoró el monstruo. Cuando la niña despierta recuerda que en su casa se encuentra una vieja lámpara; al encontrarla trata de alumbrar algunos espacios para hacer volver a sus familiares sin obtener resultados. La protagonista decide alumbrarse a sí misma y conforme lo hace aparece en un espacio alterno, que es igual a su casa y contiene todos los objetos perdidos, también están su abuela y sus padres. Todos ellos habitan la casa, como especie de fantasmas. Al final del cuento la niña confiesa que, de vez en cuando, le gusta hacer pequeñas travesuras a los nuevos inquilinos. En el cuento Las brujas de Roald Dahl se narran las aventuras de un niño que fue convertido en ratón, porque escuchó información valiosa que podría perjudicar a un grupo de brujas que se encontraban reunidas en un hotel durante su convención anual. Pero


el niño-roedor pudo vencer a las brujas y destruir su plan malvado, claro, fue ayudado todo el tiempo por su abuela. Sin embargo, al final no logró encontrar un remedio para su situación y nunca volvió a ser un niño. En uno de los últimos capítulos, el chico le pregunta a su abuela cuánto tiempo viven los ratones y cuánto más vivirá ella. Al saber la respuesta el niño no se preocupa, pues le agrada la idea de morir casi al mismo tiempo que su abuela, pues le dolería mucho quedarse solo en el mundo. El niño deja en claro que no le gustaría vivir después de que su abuela muriera, pues para él la vida sólo vale la pena si está al lado de su ser querido. La muerte sería un dolor muy grande si se quedara solo, por fortuna, los años que le quedan son casi los mismos que a ella. Situación similar sucede con la protagonista de Los que desaparecen, pues la vida cobra sentido sólo si está junto a los suyos, aunque sean fantasma. El chico es un ratón y la niña un fantasma, sus cuerpos han quedado de lado porque lo importante en la configuración de ambos personajes son los sentimientos. Para estos niños no hay cariño mayor que aquel que proviene de sus familiares. Sin embargo hay un elemento que es parte de la muerte, de la pérdida de un ser querido y que no se incluye en ninguno de los textos mencionados, me refiero al duelo. La protagonista en Lo que desaparece experimenta preocupación al saberse sola, al darse cuenta que ya nadie está a su lado, pero niega el duelo. El no hacer consciente el hecho de la muerte, de que ya no los volverá a ver, la salva del sufrimiento. Se sabe sola, pero sólo por un tiempo. Ni siquiera piensa en despedirse, no hay nunca un adiós. El duelo sería aceptar la pérdida, sobreponerse a ella y tratar de seguir adelante. No, la niña no

futuro incierto que el niño sopesa al preguntar sobre los años de vida de un ratón. Aunque no llegará la soledad porque él y su abuela morirán más o menos al mismo tiempo, lo cual es un gran consuelo para el chico, para ambos. El duelo está ausente en , pues el sufrimiento sólo aparece cuando la madre se pierde, y se diluye dentro del relato porque encontrarla es divertido, claro, si se cuenta con la ayuda de una lámpara mágica. Dentro de la LIJ, la muerte puede tener un tratamiento lúdico, sin dejar de lado constantes referencias al sufrimiento humano y la complejidad de un mundo que puede ser cambiante y agresivo, en especial, visto con los ojos de un protagonista infantil.

busca eso, ella no va a crecer, no será nunca un adulto, cualquier cosa será mejor que enfrentarse a la idea de que no volverán. Ella puede ser un fantasma y hacer cosas divertidas como travesuras a otros niños, eso sin duda, es mejor. El duelo tampoco está presente en La muerte pies ligeros, después de todo, ¿a quién le importa un chango viejo? Nadie llorará por él. En Las brujas el duelo por la abuela se menciona, se presenta como una sombra de inquietud, la angustia de un

Se hablará directamente de la muerte en el momento que se aborde el duelo y todos sus procesos afectivos. El tratamiento del duelo, en muchos de los textos, se deja de lado y al hacerlo, en realidad se evade el tema. Pero se preguntarán, ¿por qué hablar de todo esto a los niños? La respuesta es fácil: porque ellos lo piden. El mundo en que vivimos es tan nuestro como de ellos y, al igual que nosotros, o probablemente a diferencia de nosotros, ellos buscan descubrirlo y entenderlo. ¿Qué niño quiere vivir en una realidad ordinaria? No fue justo eso lo que atormentaba a Alicia, que los días eran largos y aburridos. Es una tradición en la literatura infantil y juvenil mostrar a personajes que adolecen por lo cotidiano de la vida. Al parecer nada resulta más espantoso para un espíritu joven e inquieto que la monotonía. He mencionado Alicia, pero también están Nils Holgersson, el Pequeño Nicolás, Matilda o el niño que lleva a un pingüino al Polo sur en el cuento Perdido y encontrado de Oliver Jeffers. Siempre hay algo terrible y maravilloso en los relatos.

DOSSIER

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DOSSIER

(PARÉNTESIS DESDE EL PARAÍSO DE LA INFANCIA DE MIS HIJAS) por: XIMENA SÁNCHEZ ECHENIQUE

E

n qué momento me pasó por la cabeza ser madre. Mis primeros juegos los revivo empujando una carriola de juguete junto a una de mis hermanas, dentro un borrego de estambre, o en el jardín del colegio junto a mis compañeras meciendo cada una a su propia muñeca hecha con el sweater del uniforme (las mangas anudadas en una especie de rostro y el resto completamente enrollado). Ahora, cuando voy por las niñas a la escuela, observo a otras mujeres que también son madres y me pregunto en qué momento se les ocurrió a ellas. Habrá sido también en esos primeros años. Supongo que algunas, las más prolíficas, crecieron en una casa que fue estirándose, igual que sus vientres de ahora, con la llegada de cada nuevo hermanito, mientras veían a sus madres embarazarse y parir casi en la intimidad de su habitación. Yo fui la menor, así que nunca vi a mi madre en los menesteres de gestar, dar a luz ni lactar. Sé que pasé directamente del pecho al vaso, pues conmigo, mi mamá cometió un acto de rebeldía. Me destetó al año porqué así lo deseó; a mis hermanas a los seis meses por instrucciones médicas. Las modas. Los médicos de entonces –como todavía unos cuantos pediatras infames de ahora– afirmaban que la fórmula era mejor que la leche materna. Las absurdas modas. De las tres soy la única que nunca ha fumado. Hoy la OMS recomienda la lactancia prolongada. Aunque mi madre me dio pecho un año sólo porque lo disfrutó. Igual que mi parto. Cuenta que estuvo a punto de parirme en el coche y que mi padre tuvo que meter reversa en la lateral del Viaducto para llegar a tiempo a la clínica. Nací tan rápido que no hubo tiempo de una epidural. Lo mejor: ella recuerda que mi descenso a este mundo no fue doloroso. Se siente bien, después de todo, saber que una empezó la vida sin haber causado dolor. Así, gozo cada vez que doy a luz, y ahora, conforme se acerca el momento de mi tercer parto, mi introspección aumenta, al ritmo que mi matriz se ensancha. Parir es el mayor acto de libertad que he experimentado. Ese momento en el que mi cuerpo se abre más y más con cada contracción, hasta que mi bebé toca mi vagina con su cabeza y mi inmenso vientre de ballena comienza a achicarse para dejar salir al tan anhelado fruto de mi ser y del de mi amado. ¿Y en qué momento me pasó por la cabeza ser escritora? Aprendí a leer precozmente, es decir, poco antes de cumplir cuatro años y de ingresar al kinder. Leía vorazmente. Los cuentos, los cómics, los periódicos, los espectaculares montados en las azoteas de la ciudad, los anuncios de la calle, las letras escritas en cualquier muro; hasta que, después de la adolescencia, la miopía de toda buena estudiante de Letras me enclaustró en la letra impresa en papel y en la pantalla de la computadora.

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Foto: Eric Bolívar

Escribir había sido el mayor acto de libertad que había experimentado hasta que di a luz a mi primera hija. Las letras galopando una tras otra sobre la hoja en blanco, diciéndome, diciendo, diciéndote, diciéndonos, diciéndoles que es posible inventar otro mundo de palabras. “La tierra de los sucesos triviales”, me gustaba llamar a ese mundo. Luego descubrí la verdad. Atroz. Que no hace falta inventar otro mundo. Que este mundo hecho de tierra y agua, de carne y de fuego, de cristales y estalactitas, de ríos y nardos, de montañas, sangre y pedruscos, que brotan silenciosamente de subterráneos manantiales como la leche materna, (flora y fauna aún sin nombrar) es perfecto. Igual que mi cuerpo que sabe dar vida, este planeta irrepetible me habla. Y en su voz de hojas vivas que ahora traduzco garabateando esta hoja muerta, me siento de nuevo. Ser madre y continuar llamándome a mí misma escritora es difícil, a veces innecesario. Ya no vengo a la palabra para escapar. Requiero presencia. Presente. Porque la infancia es tiempo presente. Y ahora que he vuelto a ese paraíso del instante, mientras comparto con mis hijas su brotar, escribo por las mañanas y por las noches como dentro de un paréntesis, sin saber si volveré a formar parte algún día del “canon literario”. Tampoco me importa. Escribiré cuando tenga algo más que decir. Por ahora, guardo silencio.


intervenciĂłn poĂŠtica

Reflejo / Mariana Ajo

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INTERVENCIÓN POÉTICA

CAPITALISMO LATINOAMERICANO LUIS FELIPE LOMELÍ

Cuando tenía siete años mi padre llegó a la casa con una caja de mazapanes. Una caja completa. Una caja de cajas, de cajitas rellenas con mazapanes cubiertos de celofán, y yo supuse que tenía el mejor padre del mundo hasta que me dijo: Me debes tanto y lo quiero dentro de una semana. Así que me puse a dividir el costo total de la caja entre el número de cajitas y, luego, entre el número de mazapanes de cada caja. Era bueno para las matemáticas. No me costó trabajo saber en cuánto tenía que vender cada golosina para salir tablas (hice tres veces el cálculo para estar seguro). Pero luego me pregunté lo obvio: ¿Y si me como algunos? De modo que fui a la tienda. Vi que el precio al público de los mazapanes era más del doble del que yo había calculado y salí con mi mochilita feliz a vender casa por casa. Tenía siete años pero parecía de cuatro, siempre he sido chaparro y flaco y, además, estaba güerito, así que les he de haber caído muy en gracia a las señoras del barrio pues en dos tardes ya había acabado con toda mi dotación y me sentía millonario. Supongo que mi padre quería enseñarme el valor de la plusvalía y el ahorro y hasta me regaló una alcancía de cochinito que le habrían regalado a él en un banco. Por sugerencia suya guardé ahí toda mi ganancia. Cuando tenía ocho años mi tío Armando pasó de ser veterinario a vendedor de productos farmacéuticos, luego a taxista y después a fontanero. Mi tío Pepe pasó de vender seguros a vender balones de futbol y compuestos químicos y calcetines y se la pasaba por las carreteras tratando de colocar su mercancía (mis primos, a la fecha, le siguen reclamando su ausencia). Mi mamá ocupó tres empleos: por la mañana y por la tarde era secretaria en la Alianza Francesa, a medio día llevaba la contabilidad de una mueblería y, por las noches y los fines de semana, se dedicaba a su pequeña industria del ramo textil. Yo seguí vendiendo mazapanes y dulces de Chapala, ayudando a mi madre a coser etiquetas, lavar chambritas, teclear facturas en la Olivetti, acomodar la ropa en las cajas para enviarlas a los compradores y apareció una nueva comisión: hacer los pronósticos de cuánto se devaluaría el peso para que la próxima temporada sí nos alcanzara para comprar la materia prima. Mi padre estaba feliz porque decía que todo tiempo de crisis era tiempo de oportunidades. Él no tuvo, claro, que andar buscando una casa dónde vivir cuando le pidieron que desalojara donde vivía. A él nunca lo desalojaron porque era propietario. Cuando cumplí nueve años mi tío Armando laboraba de albañil. Mi tío Pepe intentaba vender más cosas y sonreía mucho menos. Por la ciudad pululaban las inscripciones que decían “Abogado penalista Se hacen trabajos a mecanografía”, “Médico cirujano Se venden empanadas”, “Trabajo en lo que usted diga”. Mi madre estaba avejentada pero mantenía los tres empleos aunque ya no era suficiente. Así que decidí romper el cochinito que me había dado mi padre. Y se lo di a ella. Me dijo:

“Vamos a guardar unos, como recuerdo.”

En ese momento me di cuenta de lo que ya debía de haber sabido: la mayoría de esos billetes y monedas eran ya insignificantes, ya no estaban en circulación. Habían desaparecido y el ahorro era eso: un mero recuerdo. Salí a vender más mazapanes.

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18 DE MARZO IVONNE MANCERA

Los pequeños danzan alterados. Entierran en el polvo las puntas de sus tenis con las agujetas medio desatadas porque apenas aprenden a amarrarlas. Rodean al más alto de ellos, que sonríe mientras los mira y se siente el más importante. Lo delata su sonrisa. La tierra de la calle sin pavimentar se levanta mientras ellos brincan sobre el suelo. Los tenis, heredados por los hermanos mayores, absorben el polvo. Parece una danza ritual; algunos llevan el torso desnudo, el sol les baña la piel morena y los pantalones se escurren por ser unas tallas más grandes. El más alto les pide que esperen. Mientras sostiene un botella con thinner en la mano derecha, una bola de algodón se le escapa de la bolsa rota; los más abusados, alcanzan a ganar un pedazo. "Hay para todos", dice el grande para tranquilizarlos. Y les reparte la 'mona' a las 10 de la mañana, en una colonia olvidada por la urbanización y la ley de sus padres. Quienes probablemente están consumiendo su propia 'mona'. Están inquietos, ansiosos por inhalar un poco de sus vapores, quieren alcanzar un pedacito de algodón para pegarlo a su nariz que aún no saben limpiar. Giran alzando los brazos. Los más pequeños de 6 u 8 años, los más grandes de 12 tal vez. Siento que exagero si al rey de esa botella tan deseada le pongo unos 16. Reparte y todos escapan corriendo, como cuando pasa la patrulla y tienen que encontrar un

escondite, entre los coches, en los baldíos, o con los vecinos que se hacen de la vista gorda. Percibo un hueco en el estómago que sube por la garganta, de pronto me sorprendo aguantando la respiración. Cuando me encuentro con una imagen así, contengo tanto el aliento que luego debo suspirar bien profundo, como para recuperar algo que siento perdido. Otro día, que pasé por ese baldío, los pequeños admiraban un arma hechiza, pertenecía a uno de sus papás. Todos querían tocarla. El que la llevó presumía que la había sacado de casa, que la había usado su papá para 'trabajar'. Ahora, el padre estaba en la cárcel. 'Al rato sale', dijo otro de los pequeños para tranquilizar al grupo, que hizo un breve silencio. En ese momento, callaron las carcajadas, porque se dieron cuenta en qué trabaja ese papá. Cesaron los jaloneos para verla más de cerca, para por lo menos tocarla un poco, con alguno de los dedos. Un día tuvieron que defenderse; un fuereño quería quitarle los tenis a uno de ellos. Lanzaron piedras, pedazos de ladrillo, botellas. Se protegieron ellos mismos. Son su única familia. Aún así, mientras inhalan la mona a los 8 años, disfrutan jugar al fútbol, a veces a las canicas. Algunos practican el vals para ser chambelanes, también les divierte brincotear mientras llueve.

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ME BUSCO (CALLE CHAMBÓN) JOAQUÍN PÉREZ CHICO

Me busco en la infancia perdida. entre aquellos breves prados y anchos horizontes, donde soñaba más allá de las playas en que atracaban los piratas. O en la luna, donde llegaban los sueños que a partir desde el centro de la tierra, disparaban balas del Oeste que robaban palabras de honor en una ciudad perdida, donde corazones solitarios pedían limosna de un poco de amor sobrante, mientras enfrentaban a pérfidos y truhanes. Me busco, entre las páginas ajadas, de libros que hablaban de espadas cruzadas por el honor de una dama, y de la palabra empeñada. Me busco, en los mares y en la noche callada

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en la venganza, del conde venido así desde el encierro, sin esperanza. Encuentro mi rostro en la orilla de esa luz que deserta de la niebla y regresa el tiempo…. Mendigo de aquel niño que soñaba entonces lo que con otra piel mantengo ahora. Levanto de la neblina del tiempo, entre brumas y cansadas luces, y el espejo con la mirada que imaginaba, más allá en los restos de esta noche en ruinas, de estos huesos, como goznes desvencijados, en espera de un final feliz como en aquel entonces, de niño, las historias contaban.


ELIMINACIÓN MACARIA ESPAÑA

La Secretaria de Salud anunció a los medios de comunicación, su más reciente logro: la eliminación del virus del amor. Gracias a una intensa campaña de vacunación en la población se logró la meta esperada. Los televisores en cada hogar proyectaban la noticia, ante el beneplácito nacional. El año pasado se dieron varios brotes de este virus mortal en diversos estados del país, lo que originó una alerta sanitaria. Aunque algunos municipios acordonaron sus límites territoriales para evitar el contagio, fue imposible. La gente sucumbía enferma debido a la epidemia de amor. Los hospitales se vieron rebasados en su capacidad, faltaban camas para tanto moribundo. Las cifras ascendieron a los 2 millones de infectados y miles de decesos. Los síntomas de alerta eran sudoración, nerviosismo, irritabilidad, ansiedad, insomnio, cefaleas, náuseas que algunos llamaban “mariposas en el estómago”, taquicardia, pérdida de peso, anorexia, entre otros padecimientos, que de no ser tratados oportunamente, podrían desencadenar una falla orgánica múltiple que conducía a la muerte. La ciudadanía se encontraba alarmada ante esta enfermedad incurable, por lo que se dio un ausentismo a nivel nacional en los centros laborales y de estudio. La poca gente que se atrevía a salir a la calle a comprar víveres, lo hacía con todas las precauciones necesarias: cubreboca, gafas de seguridad, guantes de látex, traje antibacterial y botas de plástico aislante. Y por si eso fuera poco, cada cinco minutos se desinfectaban las manos con gel antibacterias. La economía se vio severamente perjudicada por lo que se planeó una estrategia de urgencia: crear una vacuna y aplicarla a cada uno de los habitantes. Los científicos más destacados trabajaban las 24 horas con tal de conseguir el antídoto para el virus. Después de semanas sin dormir y de experimentación e intentos fallidos, lo lograron. La primera vacuna contra el amor era una realidad. La distribución y aplicación se dio por medio de una campaña intensiva en cada uno de los centros de atención sanitaria a lo largo y ancho del país. También se contó con el apoyo de cuadrillas de enfermeros capacitados que iban casa por casa buscando a la población y vacunarla en su mismo domicilio. La erradicación fue un éxito.

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Ganadores del Concurso Literario FELISMA 2017

POESÍA

¿QUÉ TIENE DE TEMBLOR SER MORENA? CYNTHIA FRANCO Ena: Uka haramara ene/Escucha: Mujer mar, sembrando Lengua wixàrika

¿Qué tiene de temblor ser morena? Canela, maíz prieto, tostado y molido, pinole del bueno mestiza de corazón hambriento, mexicoamericana mitad chola, pocha, norteña, chilanga, huichola, cumbianchera, Chorreada, de la calle, tirando barrio Soy, una chela tamal de piña y de elote, del chulo color de los camotes de la textura que tiene la tristeza sólo perceptible por las mamás migrantes que no vuelven a vestir a sus hijos del lienzo que se entreteje al partir, de una trenza que perdura en sabiduría del petate que deja flor abierta para dejar ver la palma de quien lo trabaja naiden detiene la buena hierba que traigo en mis genes ¿Qué tiene de temblor ser morena? Albureando a quien me pone el ingrediente en el punto emergente mística cuando se ofrezca pasar desapercibida, bestia si lo piden mis chakras pa´ llegar a la border de un cuarto encendido Corriente cuando se viene el río y se desbordan los cuerpos Colonizada sin vergüenza brown mexican with broken english lujuriosa donde brota el horizonte de mis senos, con brama cuando se me cruza la luna llena y no lo puedo controlar amorfa si de lejitos se anda guiñando el ojo Ladrona abro el centro y si se me antoja el chilaquil, dejo que nade el charal me sobra el nopal en la boca y el amor desemboca ¿Qué tiene de temblor ser del color de la tierra? Danzar a la hora que se apetece si ella así lo requiere cantar con el corazón pleno los presagios de las aves, tsituí* un volcán en erupción se mece en nuestra sangre, un ritual nos habita y palpita cada que los cuatro elementos emergen nos reconocen el fuego se aviva y un cenzontle aúlla al corazón parimos juntas de esta cosecha los ancestros llaman y reconocen su raza Política porque del color de mi piel he visto fosas comunes sobreviviente y sobre vivo al viento de la poesía me devoro el condimento lo traigo en el acento que no puedo negar del vientre: takutzi nakawe* a mi madre le quité una lágrima para poder dar luz la deposité en mi pecho, aitsarie* de su rebozo, cobijo el carisma traigo el atole de la abuela en la memoria plantas que sanan entre las yemas de mis dedos dispuestas a untar su eucalipto cruzo, arriesgo, con el sombrero puesto, tortilla con sal mi alimento mis pies bailan porque se entienden con las montañas francamente, dime Ser morena, ¿qué tiene de temblor?

*Tsituí: Pájaro azul de la sierra *Takutzi nakawe: Cosmos, tierra y firmamento *Aitsarie: Lugar sagrado

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Ganadores del Concurso Literario FELISMA 2017

CUENTO

LA MALA TIERRA ROBERTO OMAR ROMÁN

Hoy no es miércoles ni sábado, hoy no viene a verme Gonzalo; eso me entristece, y siento más tristeza al mirar la calle y ver que no pasa nadie. Todo es triste en este pueblo, hasta su nombre. Todo nos sale mal por acá, y eso es para poner de malas a cualquiera. Sería en mayo o junio de hace dos años cuando vino mucha gente de fuera con el único propósito de recoger una tierra finita como el azúcar, pero color ladrillo, a razón de que a un abusado de aquí se le ocurrió ir pregonando a los pueblos cercanos que tenía virtudes curativas de males del hígado, páncreas y riñón, si se bebía hervida con hojas de elote. Esta tierra colorada abunda en todo el pueblo. A donde se mire se le encuentra, pero tiene preferencia en amontonarse en las azoteas, y de ahí irse colando para dentro de las casas, aprovechando cualquier hueco que halle; lo que ocasiona que tengamos que estar encerrados a trancas y a oscuras, porque también la luz la alborota, y comienza a brincotear de un lado a otro sin reposo. Si por alguna urgencia tiene uno que salir de la casa, hay que hacerlo como chiflido y cerrar con la misma rapidez la puerta. Pero aún, con todas las precauciones, se mete mucha tierra, y cubre todo lo que encuentra al paso, como si echaran puñados de canela molida sobre un mantel blanco recién lavado. Es enfadoso pasarse el día a barre y barre, y eche y eche la tierra en costales para que a la noche, cuando ya está algo aplacada la maldita, ir a vaciarla adonde Dios dé a entender, porque a todos se nos ocurrió esa hora para salir a tirarla. Las peleas por hacerse de un lugar para dejar la tierra son comunes. Y todo para que a la mañana siguiente volvamos a tenerla en la casa. Por eso, algún listo se dio a la tarea de correr la voz de las bondades medicinales de esta tierra. Llegó mucha gente que hablaban otras lenguas. Nosotros a puras señas les hacíamos entender que se llevaran toda la que quisieran. Nos dejaron unas calles limpiecitas que daba alegría mirar su color verdadero, cuando ya no recordábamos cual era. Locos de alegría muchos nos pusimos a correr; otros, se fueron de rodillas hasta la iglesia a dar gracias a Dios. Abrimos puertas y ventanas de par en par para mirar a gusto a los fuereños llevarse la tierra.

Foto: Coco Arredondo

Lo malo del asunto fue cuando empezó a llegar cada vez más gente, y a toda hora. Nos venían a incomodar el descanso con tanto alboroto, ya teníamos varias semanas de mal dormir. Y

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a decir verdad, las ganas de correr y contemplar el color de las calles se nos habían ido, y lo que ahora queríamos era encerrarnos. A otro vivo, se le ocurrió el modo de correr a la gente. Cada quien en su casa puso a cocer frijoles negros, y a la mañana siguiente juntamos a todos los chiquillos del pueblo, encuerados, en el kiosco. Cuando los fuereños curiosos se acercaron a mirar, rociamos la cabeza de los escuincles con insecticida y les fregamos el cuerpo y la cabeza con escobetilla, dejando caer disimuladamente los frijoles. Se comenzó a correr la voz que había una plaga de chinches. Los forasteros se largaron. Al quedar de nuevo solos, nos encerramos a dormir los primeros días, y luego a seguir batallando con la maldita tierra que se fue amontonando de nueva cuenta para mal nuestro. Nos llegaron rumores de que nos apodaban los podridos; según que por pecadores Dios nos castigó con tanta peste. Eso lo recalcó, haciéndonos más grande la fama, la desgracia de un joven mensajero que vino a entregar un paquete de ropa interior para una muchacha casadera. Al pobre lo asaltaron, y como los rateros no quedaron conformes con el dinero que traía, de ribete lo amordazaron y asfixiaron con los calzones que venía a entregar. A eso del quinto día hallaron el cadáver casi hecho piedra por la tierra que lo cubrió. El pueblo acordó oficiar una misa de cuerpo presente, por lo que fuimos a casa del carpintero para encargarle la caja, pero éste ni siquiera se dignó en asomarse, sólo se oyó de adentro una voz de borracho que nos mandó mucho a la tiznada. Me quiero ir por eso de este pueblo desdichado, donde esta maldita tierra nos ha envenenado también el corazón. Los labios nos pesan para sonreír y la lengua la movemos con dificultad, sea para bien hablar o maldecir. Las palabras son difíciles de oír porque también las orejas se nos han ido tapando. Lo único bueno para mí es que siempre me ha gustado asomarme a la calle, y en una de esas conocí a Gonzalo. Primero platicamos: él afuera, yo, dentro de la casa; luego me causó lástima que el pobre se estuviera bañando de tierra todo el tiempo, y una noche que mi tía dormía lo hice pasar. Desde esa vez quedamos de acuerdo en que me viniera a visitar los miércoles y sábados por la noche. Me dio unas pastillas para que bien molidas se las echara al té de mi tía para cuando él viniera. Mi tía dormía a ronquido suelto. El miércoles pasado, Gonzalo se estaba subiendo la bragueta cuando me preguntó quién me había moreteado la nalga. Le respondí quién más, si en la casa sólo vivimos mi tía y yo. Le tuve que explicar que en la mañana mi tía se enojó mucho porque abrí la ventana para darle un taquito a una mujer que andaba cargando a la espalda a un niño que chillaba de hambre. No sé si por darle el taco o por abrir la ventana, me zumbó el pellizco. Cuando terminé de platicarle, Gonzalo dijo la grosería que acostumbra cuando algo lo contraria o le cae en gracia. Su barriga que a duras penas cabe en su camisa, se inflaba de risa como si hubiera tragado sapos. Al mirarlo así, me di cuenta de algo que venía pensando: que no lo quiero, que más bien me molesta cuando me desviste con sus manos gordas y callosas, y al sentir su barba rasposa por mi cuerpo deseo empujarlo. Su sudor huele a meados de asno, y para no dar a entender mi asco de mirarlo encuerado encima de mí, cierro los ojos.

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Lo que me anima de Gonzalo es que trabaja de ordeñador en un establo muy grande donde, a decir de él, todo es un mirar de pasto verde y parejito, en donde crecen amapolas y orquídeas. Me gusta que me hable de eso y otras cosas bonitas que dice hay en aquel lugar. Ya me imagino tumbada en esos pastos, bebiendo debajo de las panzas de las vacas la leche tibia, mientras él se entretiene tejiéndome una corona de amapolas. Gonzalo dice que nos casemos en la iglesia de aquí, porque en su pueblo apenas la están construyendo. Me prometió un vestido blanco, pero yo entre bromista y seria le di a entender que no era necesario tanto lío, si nada más iba a tener la ilusión de mirármelo blanco un minuto, porque luego luego se iba a empuercar de tierra. Al oírme decir esto, se quedó pensativo, comenzó a sacudirse los hombros porque allí es donde más coraje siente de cargar la tierra. Yo, nerviosa, no sé si por el temor de que mi tía fuera a despertarse o por que ya había mucha tierra que recoger en los costales, me quedé callada. Cuando Gonzalo está de buenas se ríe de cualquier cosa. Una vez se me ocurrió decir que esta tierra no conoce la vergüenza porque tiene su mismo color. Y tanto celebró el disparate que, le tuve que tapar la boca con las manos para que no fuera a despertar con sus carcajadas a mi tía. La otra vez me miró con seriedad y me dijo: “Tienes razón, total, a quién carajos va a importarle si te saco o no de blanco, cuando de ese color ya ni se acuerdan en este lugar”. Yo me sentí más tranquila al oírlo, porque estoy ganando tiempo antes de tener que decirle que las puertas de la iglesia tienen meses de estar cerradas por la tierra que nadie quiere ir a quitar.

Ganadores del Concurso Literario FELISMA 2017

MICRORRELATO

JAVIER CARBAJAL BARANDA

Hace tiempo me dijeron de un país sin fronteras. Llamé a su embajada para pedir informes.

ARTÍCULOS

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P O R TA F O L I O

MONXERRAT GARTCE: DE NIÑO ME PROHIBÍAN JUGAR CON BARRO Y TIERRA

S

u estudio es una admirable mezcla de vivero y taller artesanal donde combina sus técnicas y exploraciones. Artista autodidacta, Monxerrat Gartce (Ciudad de México, 1971) radica en Irapuato desde hace casi treinta años. Su pasión por el bonsái y el arte plástico hizo que arribara a la escultura en barro, de la cual ha realizado exposiciones colectivas e individuales, además de ser instructor para quienes sufren discapacidad visual total o parcial. Sus piezas antropomorfas están impregnadas del equilibrio de la técnica oriental, se abre y cierran para brindar además perspectivas muy diferentes desde cada ángulo que se aborden. Su preocupación constante por el ser humano y sus problemas se plasman en cuerpos y rostros que surgen del barro o las resinas. Durante la charla afloran de forma constante las palabras experimentar y jugar. La búsqueda de Gartce se condensa a través de estos dos conceptos. Buena parte de su trabajo parte de la negación de la vista; Monxerrat se venda los ojos durante la fase de moldeado, desarrolla una intimidad táctil única. En consonancia con esta técnica, la escultura Mujer alcatraz fue realizada por completo a ciegas. JP ¿Cómo se relacionaron la escultura en barro y el bonsái? MG: Cada árbol requiere una maceta particular para conformar una unidad armónica. La planta envejece con ella. Como no conseguía las adecuadas, busqué hacer mis propias macetas y me acerqué a Daniel Ramos. Él fue mi maestro, con él y con otros, como Omar Iván Padilla, fuimos los fundadores del colectivo Café de todos. Ahí me inicié en el modelado, aunque he hecho de todo menos macetas (ríe). A pesar de que el taller se ha dispersado, nos reunimos ocasionalmente para compartir y comentar nuestros trabajos. JP ¿Qué exige la maceta de bonsái? MG: Es individualizada, cada árbol tiene una maceta especial de acuerdo con sus características. Todas las macetas tienen unas pequeñas patas, y orificios grandes en la base que permiten a las raíces oxigenarse. Además, cada árbol está anclado con alambre. Los acabados también son muy importantes, colores sobrios que no le quiten vista al bonsái. En el arte bonsái la armonía es fundamental. JP ¿Cómo te convertiste en instructor de las técnicas de barro para discapacitados visuales? MG: Marco Nieves, un gran ser humano, me introdujo a dar cursos. Esto me ayudó a comprender mi problema visual y me ha dado otro concepto de la vida. Desde que recuerdo he tenido problemas Dualidad

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con la vista, de joven un doctor me dijo que me quedaría ciego, pero sigo viendo. Me aterraba pensar en la ceguera, pero cuando conoces su mundo, cuando ves cómo trabajan los ciegos, pierdes el miedo. Cuido mi vista, tengo un problema de fisura en la retina, pero aprendo esta otra parte de ver con las manos como lo hacen ellos. Yo fui a enseñarles, pero aprendí más de ellos. JP ¿Cuál es la reacción de tus alumnos después de su primera vez en el taller? MG: Están contentísimos, los motiva mucho. Para ellos el tacto es su vista, lo tienen muy desarrollado. He intentado aprender el Braille, pero voy muy lejos. También, he practicado con ellos sus deportes, como el goalball, que es exclusivo para invidentes. Es muy difícil, admiro su sentido de orientación. JP ¿En qué trabajas actualmente? MG: Me encanta trabajar el cuerpo humano, y estoy elaborando en una serie de rostros de aborígenes de todo el mundo, maorís, apaches, masáis, tarahumaras, mayas, piezas muy pequeñas. Cada pieza es única, varían las facciones del rostro, los maquillajes, los tonos del barro. JP ¿Tiene alguna relación tu trabajo con tu infancia? MG: De niño me prohibían jugar con barro y tierra. Ahora, es lo que hago: escultura y bonsái.

Proyecto fallido

Mujer Alcatraz

Venus negra

Inconsciencia oscura

Tzompantli / Resina PORTAFOLIO

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P O R TA F O L I O

Autodestrucciรณn

Mujer azul

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Caballero รกguila

Afrodita y la bestialidad del hombre


A RT Í CU LOS

ANTOJOS DE MAMÁ Por: GILBERTO RENDÓN

En septiembre de 2013, Gilberto Rendón nos visitó en Irapuato, en el marco de los talleres auspiciados por el FONCA y CONACULTA. Con motivo de esa visita escribió este cuento que hasta ahora permanecía inédito. Argonauta agradece al maestro Rendón por autorizar su publicación en este número.

T

odo comenzó la noche en que escribía en mi diario: El paseo es en honor de mamá. Cuando estaba esperando a la cigüeña tuvo antojo y a esas horas de la madrugada papá nunca pudo encontrar fresas con crema. Por eso su hijo, o sea yo, salió… —Con cara de fresa…—completó el pequeño vampiro que de pronto apareció a mi lado. Primero salté asustado, pues me tomó de sorpresa. Al reconocer a Kalibán, se me quitó el susto, pero me molestó que anduviera fisgoneando mi escrito. —Mira, enano —le dije—. Estoy escribiendo mi diario de viaje. Es secreto, de modo que no debes meter la nariz. —¿Diario de viaje? —Exacto. Pienso escribir en él todo lo del paseo. Ahora el que saltó de sorpresa fue el vampirito. —¿Viaje? ¿Cuál viaje? ¿Cuándo? Y sin esperar respuesta gritó:

—¡Yo soy el último en enterarme de lo que pasa en esta casa! ¡Nunca me toman en cuenta!

El berrinchito de costumbre. Cerré el cuaderno y me encogí de hombros a la espera que se tranquilizara. Cuando lo hizo preguntó: —¿Y a dónde se supone que vamos? Apreté los labios. Lo menos que quería yo era cargar con un vampiro en esas vacaciones. Ya había dicho sin querer lo del viaje, pero no diría más. Ante el silencio, Kalibán de Garimori, el pequeño vampiro de Transilvania, se hizo el ofendido y corrió a colgarse, cabeza abajo, en el ropero. ¡Pas!, hasta salté del portazo. ¡Uf, por poco se me salía decir que íbamos a la capital mundial de las fresas! El caso es que del berrinche que hizo el pequeño vampiro, esa noche no salió a chupar sangre o siquiera a comer hongos venenosos. Nada de eso, se guardó en el ropero y no salió de ahí sino al día siguiente. Precisamente cuando el auto de papá tomaba la autopista a Querétaro y estábamos lejos de casa. Irapuato, nuestro destino, se encuentra a poquito más de tres horas de viaje en automóvil partiendo de la ciudad de México. Íbamos a cumplirle sus antojos a mamá. No es que estuviera de nuevo a la espera de la cigüeña, sino que tanto ella como papá tenían una espinita clavada en alguna parte de su ser. Yo,

Dibujo: Pavel Eudave

sin querer, se los recordaba cuando me veían. No, no; no piensen que tengo cara de fresa. II Cuando Kalibán se despertó descubrió que no había nadie en casa. Salió del cuarto y exploró de arriba abajo en busca de una pista nuestra. Se puso a oler ropa, calcetines, papeles, tal como había visto hacer a los perros en las películas; pero su olfato no es tan bueno como el de Rin tin tín y de nada le sirvió. Lo malo es que encontró una nota que mamá dejó a la señora que hace la limpieza y… se enteró de todo. Ya que Kalibán hizo su aparición en esta historia, tendré que confesar que comparto mi cuarto con un niño como de mi edad, aunque más chaparro, que es vampiro. Bueno, no tiene diez años, en realidad pasa de los ciento cincuenta. Lo que ocurre es que tenía diez años cuando se volvió vampiro y así se quedó. Física y mentalmente. Es un niño vampiro. Vive en el ropero en lo que le arreglan un nuevo ataúd. Pero no se asusten: los vampiros ya no son los de antes. Han tenido que evolucionar en vista de que se hallaban en peligro de extinción. Ahora tratan de pasar inadvertidos ante la gente. Y lo logran porque nadie sabe que tienen el poder de convertirse en insecto. Kalibán se vuelve lo mismo mosquito que murciélago; su tía Kroka puede convertirse

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además en mariposa de lindos colores. El caso es que siguen siendo unos chupa sangre de primera. III —¿Creyeron que podían escapar de mi? —dijo el pequeño vampiro después de leer la nota—. ¡No contaban con mi astucia! ¡Ahoritita mismo los alcanzo! Cobró figura de murciélago y ¡zuuummmm! salió volando por la ventana. Mejor dicho: ¡cuas!, se estrelló en el cristal. Olvidó que la ventana estaba cerrada. Tardó unos minutos en reponerse y sólo después salió volando en nuestra búsqueda. Ahora, estos vampiros evolucionados, pueden andar lo mismo de día que de noche. De día no tienen sus poderes de vampiro y por eso Kalibán no pudo localizarnos al arribar a Irapuato. Con la lengua afuera de cansancio, aterrizó en el campanario de la Catedral metiendo gran susto a las palomas que abandonaron el lugar alborotadas. Se colgó cabeza abajo, como era su costumbre, y se quedó dormido. Don Marcelo Vélez, fue la única persona que se dio cuenta del alboroto que armaron las palomas al salir del campanario. Admiraba las columnas labradas, los nichos y grandes racimos de frutas de una de las tres portadas del vetusto edificio de la iglesia, cuando notó que algo raro pasaba en lo alto de la torre. Apuntó su cámara fotográfica e hizo una toma de las palomas asustadas y otras más del campanario. Una hora después echó a caminar a su hotel en donde su esposa e hija lo esperaban para salir a comer. Ellas habían pasado toda la mañana en el zoológico, mientras él recorría el Centro Histórico con su cámara. —De lo que te perdiste, papá —dijo Tania, la niña—. Mamá y yo anduvimos en lancha, pescamos. paseamos en el trenecito y vimos toda clase de animales… —Yo también la pasé en grande —sostuvo don Marcelo—, las plazas y jardines de Irapuato están llenas de atractivos que nos permiten comprender el arte y conocer la Historia. —Qué aburrido —contestó la niña. Sin embargo, cuando regresaron del restaurante, vio con gusto las imágenes que examinaba su papá en la pantalla de la tableta. No tenían nada de aburrido, por el contrario había cosas tan interesantes como un viejísimo reloj de sol, una fuente con delfines, un kiosco precioso y unas esculturas modernas. —Fíjate cómo todas las iglesias antiguas de Irapuato tienen una sola torre —explicaba el papá—. Son muy antiguas, del siglo XVI y XVII. Tina se fijó precisamente en la torre en la que volaban palomas asustadas y luego… —¡Un murcielaguito! El papá detuvo la imagen. —Eso parece —respondió y volvió a adelantar sus tomas fotográficas. —Regresa esa foto, papá —pidió la niña—. El murcielaguito tiene cara de niño. Retrocedió a las fotos del campanario. —Es tu imaginación —dijo el papá. En efecto, el murciélago tenía toda la facha de un murciélago común y corriente. Nada de niño. Qué extraña confusión, pensó Tania.

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IV Kaliban de Gorimori, el pequeño vampiro de Transilvania, despertó de su letargo sin muchas ganas de despertar. Con trabajos abrió un ojo. La tarde se iba poco a poco. Bostezó, acabó de abrir los dos ojos y tuvo entonces una vista espectacular de todo el centro de Irapuato. Desde el templo de San José que está a un lado de la Catedral, hasta el Jardín Hidalgo con sus laureles de la India, su kiosco y la Presidencia Municipal con uno de los patios más grandes del país. Había mucho que ver, pero por estar de mirón, ¡huy, huy, huy! Alguien lo estaba mirando. En efecto, una niña güereja de trenzas lo observaba con sus binoculares de teatro. El quiróptero batió las alas y echó a volar hacia el otro templo.

¡Zumzum zumzum, cuas patacuas zum!

Llenas de espanto las palomas salieron con gran alboroto del campanario. Y Tania, que no era otra que la niña güereja con trenzas, confirmó su sospecha: —Pasa algo raro con ese animalito. Fue ella quien haló a su papá hacia el templo de San José. —Es muy antiguo, un bello ejemplo del arte indígena —empezó a contar don Marcelo—. El pórtico es de estilo churrigueresco… Tania no lo escuchaba; notó que el murciélago, tras espantar a las palomas, en vez de colgarse de nuevo en lo más alto del campanario, voló hacia abajo de la torre. Entonces corrió al interior del templo, sin importarle que su papá se quedara hablando solo. Encontró la puerta al campanario y entró por ella sin detener su carrera; al mismo tiempo un niño con capa negra de Batman salía corriendo de ahí. Tania, sorprendida, no pudo detenerse. ¡Púmbale! se estrelló contra el niño. Tania rebotó, el niño cayó de sentón. —Lo siento —dijo la niña. —Yo lo siento más —dijo el otro sobándose el trasero. Tania lo ayudó a levantarse. Era una niña bien educada, pero no pudo dejar de mirar una y otra vez la facha de aquel niño. —Qué raro —pensó—. Primero un murcielaguito con cara de niño y ahora un niño con cara de murciélago. Luego se fijó bien y vio que el niño era feo, el más feo del mundo, pero que su cara era de niño, nada que ver con animalitos. Tania se había confundido por segunda vez. —Qué extraño —pensó. No imaginó que había tropezado con un pequeño vampiro. V Afuera su papá, rodeado de gente que lo escuchaba, seguía explicando los detalles ornamentales de la iglesia. Vio a su hija en compañía de un niño de su edad y se alegró. Era bueno que hiciera amistad con otros niños. En ese momento se encendieron las luces de la cercana Fuente de Aguas Danzarinas, estalló una alegre música y el agua empezó a saltar en chorros que bailaban al compás de las alegres notas. Don Marcelo se hubiera quedado de nuevo hablando solo,


pero también corrió al lado de su hija y su nuevo amigo a ver el espectáculo. ¡Qué bonito! Los chorros saltaban, giraban, hacían piruetas y reflejaban todos los colores del arco iris. Ahora Kalibán y Tania eran amigos. Se habían caído bien. Extraño; pero Tania gustaba de lo extraño. Y ahí mismo, en la plazuela de las aguas danzarinas, ocurrió algo todavía más extraño: Tania llevaba consigo un paquetito de fresas cristalizadas. Le encantaban. Le ofreció a su amigo y éste, sin pensarlo, se echó un par de fresas a la boca saboreándolas. ¡Deliciosas! Mil veces mejor que los hongos venenosos. —¿Me regalas otra? Y cuando engulló la tercera fresa, algo estalló dentro de su cuerpo que lo hizo estremecer y luego saltar y brincar frenéticamente. Se le erizaron los cabellos, de sus ojos saltaron chispas eléctricas y él se puso más verde y luego amarillo, blanco y de todos los colores. —¡Qué simpático baila! —exclamó una señora pensando que imitaba a los chorros danzarines. Pero no bailaba, sino que en su cuerpo se producía una terrible transformación: cuando acabaron tantos brincos y sacudidas, Kalibán de Garimori el pequeño vampiro de Transilvania, se había convertido en un niño de verdad. —¡Órale! —exclamó Tania—. Qué forma tan rara de quitarte el disfraz. Kalibán de momento no se dio cuenta del cambio operado. Solo se sentía raro, sin poderes, sin ganas de chupar sangre, ni nada. Pero poco después se vio en un espejo y se llevó el susto de su vida. Casi se desmaya. Era lo peor que le podía pasar a un vampiro. VI A esas horas yo andaba muy quitado de la pena chapoteando en la alberca nocturna del hotel. Esa vez paramos en un hotel muy elegante, muy alto y lleno de atracciones. Era una ocasión especial, pues papá prefiere hoteles más económicos. El caso es que todo el día anduvimos para arriba y para abajo, pues en Irapuato hay muchas cosas que ver. Yo quería ir al zoológico, dicen que es fabuloso. Hasta puedes andar en lancha y pescar. Pero mamá escogió un Paseo Mágico por el Centro Histórico, que es un recorrido guiado por hermosos templos, conventos y calles antiguas cargadas de historia. Luego comimos en el mercado y mamá nos volvió a llevar a un recorrido guiado que me gustó más que el primero: el Paseo Mágico de la Fresa, que termina en La Cristalita, una tienda llena de toda clase de dulces de fresa. ¿A eso habíamos venido a Irapuato? Estábamos en la capital mundial de las fresas y en distintos lugares compramos fresas de todas las formas, olores y sabores: fresas cristalizadas, confitadas, con chocolate, con chile; mermelada de fresa, jarabe de fresa, varitas de fresas cubiertas con chocolate, rollos de fresa rellenos de cajeta. Y también probamos la fresa natural con crema, rompope, chocolate y otras combinaciones. Pensé que con esto mamá y papá se tranquilizarían por fin, pero no: seguían misteriosos. Todavía dio tiempo de pasear en la Plaza de los Fundadores. Es un lugar precioso. Un señor dijo que es una de las plazas

más bellas de la república, y seguramente tiene razón. Hay un conjunto escultórico moderno que contrasta con el Templo de la Soledad que se haya al fondo y con el edificio de la Presidencia Municipal, que está al lado. Después de andar por ahí, regresamos al hotel y yo aproveché para meterme a la alberca. Por primera vez en los tres meses que Kalibán vivía en el ropero, yo disfrutaba de paz y tranquilidad. No sospechaba para nada que mi amigo vampiro pasaba en ese momento la peor pesadilla de su vida. VII A pesar de la capa negra y la ropa oscura, Kalibán era ahora un chico muy guapo. Cuando se miró al espejo, dio un grito de espanto y luego se puso a llorar. Tania trató de consolarlo. —Tu no entiendes —entre sollozos, lágrimas y mocos, decía Kalibán—, yo no soy un niño común y corriente. —Ya lo sé: todos somos especiales —respondía Tania comprensiva—. Todos los niños somos extraordinarios. —Te digo que no entiendes: yo no soy como tú. —Claro que no: yo soy niña y tú niño. —¡Te digo que no entiendes! —dijo desesperado y soltó un tremendo grito: —¡Soy un vampiro de verdad! La gente volteó a verlo. —Otro pequeño perdido por la televisión —dijo una señora bajita. Un niño de diez años se acercó a decir: —No seas sonso: Batman significa “hombre murciélago”, no vampiro. Sólo Tania, que tenía una percepción especial para lo misterioso, comprendió que algo de verdad había en las palabras del extraño chiquillo. Para empezar ese nombrecito: Kalibán de Garimori, era bien sospechoso. Bueno ella se llamaba Tania Vélez Veloz, pero eso sólo provocaba sonrisas y no sospechas. —Está bien, te creo, pero te juro que te ves mejorcito que antes. —¿Qué me pasó? —lloriqueaba el ex vampiro. —No seas chillón, te ves bien. —Ayúdame, no me puedo quedar así. —Qué raro, ni siquiera en los cuentos pasan estas cosas. ¿Será culpa de las fresas? —Claro que sí —dijo Kalibán mientras se limpiaba la nariz. El cerebrito de la niña empezó a trabajar a todo vapor y no tardó en pensar que debería haber alguna sustancia que sirviera de antídoto a las fresas cristalizadas. Era un buen comienzo. Pero, ¿qué podría ser lo contrario a las fresas? ¿Un aguacate? ¿Un chicharrón? Tania suspiró: era cosa de probar. ¿Por dónde empezar? VIII Apenas se hizo de noche Tania se despidió con mucha pena del niño que entonces era Kalibán de Garimori. Aunque se pusieron de acuerdo en verse al otro día en la Fuente de los Delfines, el futuro inmediato del ex vampiro era incierto. Empezó a deambular por la ciudad hasta caer entre la gente que se juntaba ante el Mural de las Revoluciones, en la escalinata

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del palacio municipal para asistir a un vistoso espectáculo nocturno de luces multicolores y sonido. A Kalibán la explicación de los orígenes de Irapuato y su evolución, no le interesaba en absoluto, de modo que se abrió paso entre la gente para escapar de ahí. Él lo que buscaba era un lugar para pasar la noche. No podía dormir colgado en el campanario de la Catedral. Su instinto animal lo encaminó sin darse cuenta al Hospitalito, un templo pequeño de gran valor arquitectónico, llamado así por haber sido la capilla anexa al Hospital de Indios en los primeros años de la Conquista española. Se sintió atraído primero por las gárgolas de cantera en lo alto y luego por la presencia de los dioses tarascos del día y la noche esculpidos en la mera fachada, acompañando a la Purísima Concepción. Estaban cerrando el templo, pero Kalibán logró colarse y pasar inadvertido por el sacristán que apagó las luces y atrancó el portón. Dormiría en una banca, pensó, pero al hallarse solo empezó a recorrer el lugar. Su instinto seguía guiándolo. Creyó que lo llamaba un precioso candil, que es uno de los más grandes del país. Pero, no; tampoco el cristo de caña de maíz, ni la preciosa escultura del Señor de la Misericordia. No, lo que lo llamaba se encontraba en la sacristía. Sí, exacto: ahí mismo descubrió la entrada secreta a un túnel. ¡Qué dicha si fuera vampiro de nuevo, meterse a un túnel oscuro, tenebroso! Pero, ay, era sólo un niño. Se internó en el túnel. A oscuras, sin ojos de vampiro sino de niño, avanzó trompicándose a veces con escombros y topando otras veces con techos bajos o salientes de piedra, hasta alcanzar un espacio amplio lleno de criptas. A tientas examinó el lugar y fue reconociendo las tumbas. Ahí se quedó dormido. Sin saberlo pasó la noche sobre la tumba fría de un viejo vampiro irapuatense en estado de hibernación. IX ¿Lo contrario a las fresas cristalizadas?, Tania pasó la noche pensando y pensando en el antídoto. ¿Antídoto? ¿No es lo mismo que vacuna? Seguía pensando, y pensando acabó por dormirse. Se despertó con una idea y apenas se levantó de la cama ya quería salir corriendo a la Fuente de los Delfines. Su papá no le dio permiso ya que tenía programado un paseo en autobús turístico por los principales atractivos de la ciudad. Tania, pues, no pudo llegar a la cita. Tampoco Kalibán acudió a la Fuente de los Delfines, ya que anduvo perdido horas enteras en los túneles secretos hasta que dio con una secreta salida en la presidencia municipal. Para entonces pasaba del mediodía y se moría de hambre. Como vampiro se alimentaba de hongos venenosos y de chupar sangre en forma de mosquito, pero como niño, ¿iba a comer esas cosas raras que comen los humanos? Guacara. De pronto su corazoncito dio un salto de alegría: allá en la mera esquina vio a un niño idéntico a mí. Era yo, pero Kalibán no estaba seguro, pues los ojos de niño ven muy distinto a los ojos de vampiro y él me conocía con ojos de vampiro. Por mi cuenta, noté que se acercaba un niño con capa de Batman. No me extrañó. Las capas negras estaban de moda. No le presté atención porque mamá y papá habían encontrado al fin la casa de Los enamorados que tanto andaban buscando. Para encontrarla hicimos el Paseo Casonas con Historia y todos los demás recorridos turísticos para ver si encontrábamos de casualidad la casa donde se filmó esa película en donde 32

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Dibujo: Pavel Eudave

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Jacqueline Andere y Ricardo Blume se descuelgan de una ventana para escaparse. ¡Estaba a punto de cumplirse el antojo de mamá: unas fresas con crema frente al balcón de Los enamorados! Ya sé que parece una tontería, pero, papá dice que así son los antojos de las futuras mamás. Y si no se les cumplen, su retoño puede sufrir las consecuencias. A veces se pueden arreglar las cosas diez años después. Otras veces, no. En la escuela dicen que tengo cara de bobo. Mamá dice que tengo cara de enamorado, que así se pone uno cuando se enamora. Y que la culpa es de ese viejo antojo. Esperan que de regreso a casa mi expresión sea más inteligente.. X En el momento preciso en que mamá gustaba sus fresas con crema ante el dichoso balcón, una niña güereja de trenzas casi me atropella en su carrera. —¡Kalibán! —llamó a gritos. ¿Kalibán?, me dije yo. ¡Qué curioso! Presté atención a la escena que se desarrollaba a unos pasos. La niña alcanzó al niño de capa negra, un rapaz guapetón igual de güerejo que la niña. —Toma esto, es el antídoto. —¿Fresas? —Fresas frescas es lo contrario a las fresas cristalizadas. —¿Fresas fósiles contra fresas frescas? —¡Anda, no seas payaso! Y el payaso, digo el niño de capa negra, se echó a la boca una fresa, luego otra y otra más. Entonces ocurrió algo extraño. La capa negra se alzó como si flotara y el niño empezó a sacudirse y a bailar alocado sin poderse controlar. De pronto se detuvo y ahí frente a mis narices, en lugar del niño güerejo, estaba mi viejo amigo, el pequeño vampiro de Transilvania. XI Tania resultó ser una niña encantadora. Nos hicimos amigos y los tres, o sea con Kalibán, nos divertimos todo el fin de semana. Mamá y papá al ver que tenía amigos, me dejaron andar solo con ellos. Lo mismo ocurrió a Tania. Irapuato es una ciudad tranquila y segura, pero nunca nos alejamos mucho de los ojos vigilantes de nuestros padres. Hay mucho que ver y conocer. Mucho vimos y conocimos, pero no quieras que cuente todo eso. Tu tienes que verlo con tus propios ojos. Escribo esto en casa mientras Kalibán duerme colgado en el ropero. Pero lo mas curioso que ocurre es que a veces mamá y papá me observan disimuladamente, a ver si ya se me quitó la cara de enamorado. Yo creo que sí, pero cuando me doy cuenta que me miran, pongo cara de sonso, a ver si pronto regresamos a Irapuato.


SEXTA ENTREGA DE XOCONOSTLES Y DRAGONES por: ZYANYA MARIANA

Tomado de Cuentos y bollitos para una niña Editorial Elefanta 2017

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ice mi madre que para conquistarla se necesita desear el tesoro, encontrar la cueva, matar al dragón, y regalarle un platón de xoconostles. Dice que por eso se enamoró de Rilke. Cual héroe, Rilke aún siendo un niño, se internó en el bosque negro, descubrió la cueva donde mi madre anidaba; mató lentamente al dragón, escama por escama, palabra por palabra y, antes de que el monstruo muriera, le regaló un platón con abundantes corazones de espinas blancas. Antes y después, otros intentaron conquistarla. Hombres de piel obscura, conquistadores barbados venidos de tierras lejanas. Todos encontraron la cueva pero ninguno pudo matar al dragón. Nadie traía, entre espadas y celulares, un platón de xoconostles. Foto: Quien / Hernán González

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EL CAZADOR por OCTAVIO MANRÍQUEZ

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a nieve caía como imitando los pasos de un vals. Un manto blanco cubría hasta donde alcanzaba la vista, lo único audible era la sinfonía del viento que estremecía los árboles. El cazador se encontraba en su escondite. Inmóvil, aguardaba el momento ideal con absoluta resignación. El aire frío entraba en sus pulmones, tiritaba, pero mantenía su pulso firme sobre su rifle veintidós. El ciervo removía la nieve en busca algún arbusto bajo esa tumba helada. Muchos pensamientos venían a la mente del cazador, pero sólo uno imperaba. Sólo dos municiones. Una en la recámara. No podía permitirse errar el tiro. No recordaba la última vez que había comido, sus pies le traicionaban. Hacía bastante tiempo no veía animales en el bosque. Su único compañero había sido un zorro que solía merodear por su cabaña y repentinamente había desaparecido. Se arrepentía de haber desperdiciado tantas balas intentando darle caza; el zorro, ágil y obstinado, parecía burlarse de él y al mismo tiempo compadecerse de su miseria. Sin embargo, el cazador añoraba su compañía y sufría su ausencia. Después de horas de espera un estruendo inundó las montañas. El cazador abandonó su nido y fue en busca de la presa. Ningún cuerpo había caído, pero unas manchas escarlatas en la nieve le auguraban éxito en la empresa. Un fragmento había alcanzado al ciervo y éste huyó al instante. Observó un momento las huellas y casi esbozó una sonrisa. Cada día le parecía más frío que el anterior, sus uñas parecían hojas secas, su semblante era raquítico. Permaneció un momento inerte; deliraba. Síntomas de inanición. Una lágrima resbaló por su mejilla. Salió de su ensimismamiento y se dio a la tarea de rastrear al ciervo. Caminó lentamente por el bosque siguiendo la estela de sangre en la nieve. Se detuvo delante de un pequeño arroyo y bebió un poco de agua. Le sabía a la ceniza con la que frecuentemente curaba sus heridas. Escupió de inmediato. No recordaba cómo había llegado ahí pero tampoco le importaba. No había podido abandonar el bosque. Siguió caminando por un sendero rocoso, los pies le sangraban y sus músculos temblaban pero no apartaba la vista del rastro. Aunque el sol brillaba con intensidad, era bastante tarde, nunca logró acostumbrarse a semanas de luz y luego otras de total oscuridad. Pensaba en los vagos recuerdos que le quedaban. Ninguno era agradable. Resolvía pensar, en lugar de los tristes recuerdos, en la fogata que a diario encendía en su cabaña. Algunos días, sentado junto al fuego, incluso lograba sentir su cuerpo tibio. Siguió andando y en la nieve había más sangre que antes. Se reconfortó. Por fin saciaría el hambre desmesurada que padecía. De repente la fatiga lo hizo hincarse. Un par de sombras se percibían

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entre la boira. Se arrastró dificultosamente hasta que finalmente se desplomó apenas unos metros después. El zorro había dado muerte al ciervo y le devoraba ávidamente. El cazador se puso de rodillas y comenzó a gritar. Más bien farfullaba. Sus palabras resultaban incomprensibles. Enloquecido y totalmente abandonado a su desesperación, tomó su rifle y cargó la última bala. Apuntó hacia el zorro. No era capaz de mantener el rifle inmóvil. Totalmente enfurecido, introdujo el cañón en su boca y jaló el gatillo. Nada sucedió. Sintió como su mandíbula explotaba. Un dolor lacerante en su cabeza, incluso un escozor en todo su cuerpo. Pero no estaba muerto. No podía entenderlo, ¿cómo concebir la idea de no morir de un disparo en la cabeza? Aun sin munición, la fuerza de la explosión habría bastado para terminar con su existencia. El zorro apareció dejando huellas carmesíes. Tenía la mandíbula ensangrentada y la misma mirada burlona que aquel hombre reconocía y tanto le apabullaba. Se acercó sin mayor preocupación. El cazador aún tenía el cañón entre los labios, el zorro enunció -¡Que patéticos pueden llegar a ser los hombres que incluso se quedan sin motivos para vivir! Su ridícula pasión supera a su propio instinto de preservación. Eres incapaz de aceptar que todos los días que has vivido son siempre el mismo. Has estado en este bosque por más tiempo del que puedes recordar y no te das cuenta de dónde estás en realidad. Hace tiempo decidí dejar de visitarte, estaba harto de tus vómitos, tus llagas en las piernas, tu repulsivo hedor, ¿acaso crees que comería la magra piel pegada a tus huesos? Estaba harto de tus gritos, tus incansables reproches, tus absurdas lágrimas. Lo único que me deleitaba era ver como todos los días reaparecía tu esperanza, o acaso tu voluntad para luego romperse como el hielo delgado, ahogándote el agua helada, ¡cómo te gustaría hacerlo ahora!– El zorro interrumpió su monólogo e inmediatamente se echó a correr hacia el interior del bosque. La silueta inconfundible de un par de lobos se precipitaba hacia el cadáver de lo que alguna vez fue el ciervo. El cazador se quedó ahí tumbado, contemplando la escena con los ojos hinchados por el llanto desaforado. Le parecía hermoso. Los incontables dientes, afilados como cuchillos blanquecinos, cortaban la carne, trituraban los huesos. Las fauces entraban y salían frenéticamente del cuerpo. Lo único que no toleraba era el tétrico sonido que parecía acrecentarse cada segundo. Sentía despedazarse al escucharlo como si fuese una muralla asediada por las trompetas en Jericó. Consiguió arrancarse las orejas pero el sonido estaba incrustado en su mente. Los lobos lo miraban de soslayo. El cazador los miraba fijamente con la cabeza ensangrentada y sacudiendo las manos sin control, se echó a reír.


BIBLIOTECA

BIBLIOTECA DEL ARGONAUTA A child wants to see. It always begins like this, and it began like this then. A child wanted to see. Un niño quiere ver. Siempre empieza así, y así empezó entonces. Un niño quería ver. Frase inicial de Arthur & George de Julian Barnes

POESÍA PARA NIÑOS MAX SANTOYO Y RODRIGO PÁMANES Cada 30 de abril se celebra el día del niño, otra de las detestables fiestas calendarizadas en un año que con sus 365 jornadas da para festejar lo que sea. No nos salvamos ni de las fotos infantiles que se siguen colgando religiosamente en los perfiles de Facebook, ni de las promociones de juguetes y golosinas. Como si los niños no fueran en la mayor parte de los hogares amos, tiranos y señores, además, hay que celebrarlo. Pues bien, si usted, apreciado lector, tiene en su hogar alguna de estas adorables criaturas, aquí algunos títulos con los que podrá agasajarlas como se merecen. Y es que en la literatura española existe una larga tradición de poesía infantil, pienso en Rubén Darío, Lorca, Mistral, Jiménez, y una lista de nombres que se engrosa en la medida en que nos acercamos a nuestro tiempo. Fieles a esta tradición me encontré con Max Santoyo (León) y Rodrigo Pámanes (Torreón), a quienes la paternidad les ha inclinado a volcar sus versos en este ámbito. Santoyo escribió Un grillo da la hora exacta (Ediciones La Rana) versos acompañados por las cálidas ilustraciones de la irapuatense Laura Fátima Badajoz. Un libro bordado con ternura que despierta las inquietudes nocturnas y desata aventuras infantiles: La noche guarda su secreto, lo enseña a los niños que no olvidan cómo volar entre sueños, lo esconde de los adultos que todo lo explican. De Rodrigo Pámanes, brotaron los Poemas para niños que se portan mal (Abismos, 2014); un bestiario infantil donde desfilan jirafas de cuello corto, cuervos nocturnos, hormigas, cebras obreras, tortugas vengativas, entre otras con versos muy visuales, llenos de imaginación. Un ejemplar con textos muy atractivos cuya presentación, es lamentable, no le hace justicia al contenido. Por fortuna, su segundo libro, Una semana en mi pueblo (Viernes Editores, 2016), fue concebido como un poema ilustrado de gran calidad con los dibujos de Ari Ibarra Ruiz. Aquí un fragmento de esta última publicación: El domingo es un día en que todos comemos atún y nos lavamos el cabello con aceite de sardinas, es por eso que es imposible salir a la calle pues siempre a las seis llueven gatos bigotones y de vez en cuando un delfín. Nuestros hijos recibirán mucho mejor el mundo que les dejamos, si, además de mejorarlo, lo llenamos con poesía. JP

RELATOS Y POEMAS PARA NIÑOS

Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades es título de una de las mejores antologías de la literatura infantil, compilado por el afamado crítico literario Harold Bloom, contiene más de ochenta poemas y cuarenta relatos seleccionados según las estaciones del año. Entre sus páginas podemos descubrir maravillosas historias, ideales para contar junto a una chimenea y activar la imaginación. El mencionado libro presenta fragmentos encantadores, elegidos con singular aprecio, de tal manera lo mismo aparecen fabulas de Esopo que narraciones provenientes de Las mil y una noches, logrando con una variedad de temas fascinar a los lectores más pequeños. Del mismo modo hay textos provenientes de las mágicas plumas de Oscar Wilde, Stevenson, Kipling, Walt Whitman, Chesterton, Shakespeare, Emerson, Edgar Allan Poe, Tolstoi, Los hermanos Grimm, Arthur Conan Doyle, Saki, John Keats, Herman Melville, H.G. Wells, Nikolai Gogol, Hans Christian Andersen, Charles Dickens, y muchos más. Por su ingenio y belleza destacan Historia de un cerdo y La caza del Shark de Lewis Carol, El mercado de los duendes poema fantástico de Christina Roseti, Periodismo en Tennessee de Mark Twain, entre otros. En palabras de Harold Blom la presente selección ofrece y confiere deleite, haciendo que incluso el lector más solitario se sienta acompañado. Publicado por editorial Anagrama, es un excelente libro para compartir en familia. Para mayor información visita la página oficial: http://www.anagrama-ed.es/libro/ compactos/relatos-y-poemas-para-ninosextremadamente-inteligentes-de-todas-lasedades/9788433972859/CM_431 JASN

JULIAN BARNES: EL SENTIDO DE UN FINAL

La pregunta clave es: ¿podemos confiar en nuestra memoria? ¿Podemos confiar, con esa seguridad de quien escucha un consejo sabio del padre? Según Barnes, hay un significado oculto en la expresión del “sentido de un final”, la sensación, la intuición de un fin, de un objetivo, algo a lo que apunta la infancia. En cierta forma, esta obra es una especie de búsqueda del tiempo perdido, a través de su personaje Tony Webster, un hombre que rebasa los sesenta, está divorciado y vive solitario, recordando la época del liceo: En esa época, las cosas eran más simples: menos dinero, ningún aparato electrónico, era mínima la tiranía de la moda, nada de novias. No había nada que nos distrajera de nuestra labor humana y filial, que era estudiar, pasar exámenes, usar esas calificaciones para encontrar un empleo, y luego reunirlo todo en una forma de vida mucho más plena que la de nuestros padres, que ellos aprobarían, mientras en privado compararían con sus propias vidas de jóvenes, que habrían sido mucho más simples, y por lo tanto superiores. Nada de esto, desde luego, era evidente: el elegante darwinismo social de la clase media inglesa siempre quedaba implícito. Parece lugar común que el pasado fue mejor que el presente. En este caso, el encanto radica en la simpleza, pues ¿qué diferencia hay entre el niño y el adulto si no es la mirada edénica que descubre y admira la sencillez magnífica de la creación? En otro momento dirá Tony: “Estábamos hambrientos de libros y de sexo, meritocráticos y anarquistas”. La pluma de Barnes es melódica; sus tramas, exquisitas. Se desgajan lentamente con el placer de ir intercalando entre la aventura (Julian Barnes comenzó como autor de novelas policiacas), y la emotividad (el destino del personaje Adrián se cuenta con una frialdad que resulta incómoda). La chica linda de la juventud se convierte en algo completamente opuesto. Todos los clichés están aquí, en esta breve novela: el mundo idealizado de la infancia, los amigos, los enemigos, el amor y la amistad… ¿qué vida no las entremezcla? Y sin embargo, el libro tiene el mérito de esquivar la cursilería de estos recuerdos. La nostalgia, ya se sabe, a la larga se vuelve empalagosa. No es el caso de esta novela, donde el protagonista, al igual que el lector, aprende a dudar (o desaprende a confiar). Barnes logra una novela sin fisuras, con una gran profundidad en algunas reflexiones. Una novela de lectura indispensable. AP BIBLIOTECA

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