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Fiestas y ceremonias

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Créditos

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A la obvia amenaza que significaba la proximidad de flotas piratas, se sumó el hecho de que sus tripulantes fuesen "herejes luteranos". No sólo eran contrarios a la autoridad del rey, sino "enemigos de la fe". Esto constituyó un argumento adicional para los predicadores religiosos y, sobre todo, para el Tribunal del Santo Oficio que enjuició y condenó a varios de ellos.

Dadas estas circunstancias, las rogativas públicas fueron consideradas un instrumento particularmente eficaz contra lo que era percibido como pesadilla ominosa. En la mentalidad popular las manifestaciones de fe colectiva podían contribuir a ahuyentarla. Dentro de un clima así, el protagonismo de personajes como Rosa de Santa María resultaba providencial para el reino. Por el mes de julio de 1615, cuando Lima era amenazada por la flota del holandés J orís van Spielberg ( o Spielbergen), (Fig. 16) la beata dominica logró congregar a un número importante de personas y orar ante el altar de la Virgen del Rosario; poco después, el peligro había quedado conjurado. Como era previsible, este acontecimiento acrecentó su fama de santidad y fue motivo de gratitud constante hacia quien fue considerada la auténtica salvadora de la ciudad en un momento crucial42.

Las fiestas y el mundo ceremonial fueron una constante en la vida de Lima, al parecer desde aquella lejana victoria militar del Pacificador La Gasea (1548), acontecimiento celebrado aquí con música y bailes. Dado el carácter corporativo de la organización social, los festejos tendían a representar simbólicamente a sus distintos estamentos, convocando en preciso orden jerárquico a las autoridades civiles y eclesiásticas, las instituciones administrativas y los gremios. Era un modo de reafirmar la cohesión de todos estos grupos en torno de la Iglesia y la monarquía.

Al producirse entradas de virreyes, ascensiones al trono, nacimientos de príncipes o durante las conmemoraciones religiosas -en particular el Corpus Christihabía un despliegue concertado de actividades artísticas. Iban desde la construcción de estructuras arquitectónicas efímeras hasta la quema de fuegos artificiales, pasando por el teatro, la música y la danza. Dentro de estas últimas manifestaciones, las cofradías de indios y negros habían ido cobrando, progresivamente, mayor importancia. Fue debido a ello que las autoridades eclesiásticas se vieron obligadas a ordenar mecanismos de control, con el fin de evitar los "excesos" suscitados en las funciones de carácter burlesco promovidas por dichos estratos populares. Así lo dispusieron, sucesivamente, los arzobispos Loayza, Mogrovejo y Lobo Guerrero.

Durante las fiestas por la proclamación de Felipe III, en setiembre de 1599, hubo una llamativa participación de músicos negros. También se produjo el paseo solemne del pendón y, después, los tradicionales juegos de cañas y alcancías. Similares demostraciones, además de cabalgatas, hubo en 1602 y 1603, al conocerse el nacimiento de las infantas reales. En honor del futuro Felipe IV, se vieron grandes luminarias nocturnas y desfiles musicales en las calles principales de Lima.

A su vez, las exequias reales dieron lugar a ceremonias luctuosas de gran brillo, dada la incidencia simbólica de la muerte y de los temas fúnebres en la ideología imperante. Tras el deceso de Felipe II, que cierra el siglo XVI -cuyas repercusiones en Lima todavía son poco conocidas-, en 1612 llegan noticias sobre el fallecimiento de la reina Margarita de Austria. Para sus honras fúnebres, el arquitecto Juan Martínez de Arrona erigió un túmulo de proporciones monumentales en la catedral (Fig. 17). Su aspecto permanece registrado en la primera estampa que salió de las prensas de Lima, firmada por fray Francisco Bejarano e inserta en la relación ceremonial43. Prestigiosos ensambladores y arquitectos de la época fueron encargados, en cada caso, de construir aquellas arquitecturas efímeras de madera y yeso. Sus labores decorativas incluían esculturas alegóricas, cartelas alusivas en verso y toques de pintura ilusionista que imitaban el mármol o el jaspe. Así lucía, en 1614, el monumento pascual erigido por Martín Alonso de Mesa durante las ceremonias de Jueves Santo en la iglesia mayor. O el túmulo de Felipe III, que Luis Ortiz de Vargas diseñó en 1621. La frecuencia de las celebraciones religiosas fue evidentemente mayor. Al calendario litúrgico se sumaba un santoral cada vez más apretado, si se consideran las constantes canonizaciones dispuestas desde Roma. Una de ellas fue solemnizada con pompa por la orden dominica: la de San Raimundo de Peñafort, que el 19 de octubre de 1602 congregó a una nutrida procesión desde la iglesia del Rosario, junto con luminarias, danzas y mojigangas de gigantes. Es del todo probable que, en el ceremonial devoto, participara personalmente la futura Santa.

Pero los júbilos religiosos que dejaron mayor huella, así por su duración como por el esplendor suntuario, fueron las "fiestas triunfales" que en honor de la Inmaculada Concepción ocuparon varias veces las calles limeñas entre 1616 y 1619. Desde que el cabildo eclesiástico acordó solemnizar la fiesta el 8 de diciembre de 1616, no dejaron de sucederse las celebraciones. Al año siguiente, los grandes mercaderes organizaron una solemne fiesta con certámenes poéticos y altares callejeros; e incluso se llegó a fabricar un teatro para la representación de comedias alusivas. En junio de ese año vinieron a sumarse los plateros, congregados en el poderoso gremio de San Eloy. El propio Príncipe de Esquilache presidía el desfile procesional, enmarcado por un altar callejero de cinco cuerpos y varios arcos triunfales en los que abundaba el metal. Todo ello debió ocurrir en momentos en que la beata Rosa de Santa María sufría los padecimientos que precedieron a su muerte. Acaso por su condición

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17. TUMULO PARA MARGARITA DE AUSTRIA Juan Martínez de Arrana. 1612. Grabado sobre papel. Biblioteca del Congreso de los Diputados de Madrid.

18. PORTADA DEL LIBRO DE EXEQUIAS DE MARGARITA DE AUSTRIA EN LIMA Fray Francisco de Bejarano. 1612. Grabado sobre papel. Biblioteca del Congreso de los Diputados de Madrid. de dominica tuvo, además, que mantenerse un tanto apartada de las celebraciones inmaculistas. Es sabido que tanto jesuitas como mercedarios, franciscanos y agustinos participaron en ellas con decidido fervor. En cambio la orden dominica, por razones de orden doctrinario y teológico, se oponía aún al dogma, lo que habría de provocar, años más tarde, tumultos y enfrentamientos con las otras órdenes y con la población misma.

Las solemnidades inquisitoriales solían atraer multitudes. Ante todo, el Auto de Fe era una ceremonia religiosa de gran aparato. Se trataba de un "acto de fe" público, al cual concurrían los virreyes y su corte. Testigos de diversa condición han descrito estos acontecimientos (Vázquez de Espinosa, Montesinos). Entre 1587 y 1612 hubo cinco Autos de Fe públicos y uno privado. Primero, una interminable procesión, presidida por las autoridades civiles y eclesiásticas, recorría la ciudad desde el local del Santo Oficio hasta el lugar designado, que por lo general era la Plaza Mayor. Allí se pronunciaba el sermón, los herejes confesos eran "reconciliados" solemnemente en el seno de la Iglesia ante una enorme muchedumbre, que participaba de la ceremonia rezando, cantando, llorando. Todo hacía de la puesta en escena un espectáculo impresionante: los redobles de tambores y sonidos de trompetas, los hábitos de los penitentes que mostraban los signos de su infamia. Había para ello un código establecido y familiar: capirotes, mordazas, cuerdas, efigies y sambenitos. E incluso ataúdes.

Era difícil sustraerse a la fuerza de sugestión de tales espectáculos, donde. los sonidos y los olores perturbaban los sentidos 44. El Auto de Fe celebrado el 5 de abril de 1592 duró desde la seis de la mañana hasta las doce de la noche. De acuerdo con el testimonio de los inquisidores acudieron el virrey, la Audiencia, la Universidad, el clero catedralicio y la virreina con sus damas y "señoras principales [ ... ] y miróse mucho que en todo el tiempo que duró el aucto [ ... ] no se menearon de los asientos [ ... ]"45.

Los suplicios venían después y movilizaban a otros actores, en distintos escenarios. Entonces la muchedumbre se burlaba y divertía frente al terror o la resignación de aquellos reos46. La hoguera o "quemadero", lugar donde se aplicaba la pena a los condenados a la "relajación", quedaba al otro lado del Rímac, en una zona próxima a donde posteriormente se construyó la plaza de toros.

Otro espectáculo con enorme concurrencia pública era la oratoria sagrada. Numerosos testimonios coloniales aluden a los predicadores que hacían gala de su elocuencia en los púlpitos de Lima (Suarda y Mugaburu). Hoy día resulta difícil entender tal fenómeno, más aún dado el carácter del sermón, que solía exhibir un estilo poetizado y una carga de citas eruditas procedentes de la literatura clásica. y religiosa .. Surge entonces la interrogante: ¿qué podían entender del sermón barroco las masas de feligreses que provenían de sectores no precisamente cultivados? Una hipótesis reciente señala que la participación del espectador era similar a la del acto litúrgico celebrado en latín. No estaba en condición de entender lo que se decía, pero presentía un mensaje espiritual que no siempre llegaba a través de la razón sino de la emoción47 .

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