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La corona de púas
de llevarla al templo para darla sepultura ...... Entre el tropel confuso de los unos, que daban prisa pidiendo una guirnalda para que saliese el féretro de la pieza, y de los otros que se detenían perplejos, sin hallar a mano flores con que tejerla; sin duda por instinto divino se vieron finalmente obligados a acudir a la imagen de Santa Catalina de Sena, que con tanto desvelo y curioso aliño había acostumbrado Rosa a vestir y adornar con flores, cuando vivía. Quitáronle la guirnalda a la santa imagen y trasladáronla a la cabeza de su discípula. Con ella la sacaron de la casa del contador para el sepulcro; ...... siendo una misma la guirnalda que ciñera las sienes de ambas" (Ob. cit., p.92).
Queda así explicado el porqué su retrato póstumo, pintado por Medoro, lleva corona de rosas. De allí que las imágenes posteriores la lleven también. Esta obra ha sido copiada y reproducida varias veces; y una copia suya fue enviada a Roma, a raíz de iniciarse· el proceso de su beatificación.
La corona de púas
Entre los atributos más constantes que acompañan su figura, independiente del brillo de luces23, del ocasional nimbo o aureola y de la guirnalda o corona de rosas, están la semioculta corona de púas, el ramillete con la efigie del Niño Jesús, representación en talla de madera reemplazada luego con el divino Infante ya como realidad corporal y cargado en brazos, una de cuyas primeras versiones lo documenta el grabado del año 1671 por G.A. Wolfgang y, finalmente, la palma, el ancla y la maqueta.
El despropósito es tanto más saltante en Rosa cuando se sabe, por estar documentado en los procesos abiertos por la Iglesia, que la sierva limeña por decisión propia y no autorizada hizo uso de corona cilicial en secreto, colocada directamente sobre las sienes y ocultándola bajo el griñón, de manera que no fuera visible para los demás. Pese a ello se evidencia una vez más que los artistas, al amparo de permitidas licencias, una de ellas hasta por viables razones de impresionar y conmover particularmente en las obras destinadas al culto, convierten un objeto de tormento en adorno. Conforme lo hicieron con las propias Mantellate, hijas de Siena, Giambattista Tiépolo, en dos obras, Ventura Salimbeni y Guido Reni, entre otros. Con ello se cumplía, es verdad, con las exigencias contrarreformistas dictadas por el concilio tridentino: conmover el corazón del creyente mediante las imágenes devotas. Aspecto este en el que la orden jesuita era la gran promotora del poder de persuasión de la imagen.
Para concluir este parágrafo diremos que no es un acierto sino un evidente contrasentido representar a un ser bienaventurado llevando puesta sobre la cabeza, previamente cubierta por toca y velo, corona de espinas o algún otro instrumento de tortura y sufrimiento parecido, como ocurre con la escultura yacente por Caffá; el tradicionalmente considerado, y, que nosotros cuestionamos, retrato del monasterio capitalino de las catalinas ( tal como lo apreciamos hace media centuria); uno de los dos lienzos de Murillo existentes en el museo madrileño Lázaro Galdiano; y el óleo por Vázquez Díaz, incluyendo los primigenios grabados de Barbe y Marinari, para citar sólo algunos ejemplos.
30. SANTA ROSA DE LIMA Anónimo cusqueño. Siglo XVIII. Oleo sobre lienzo, 152 x 94 cm. Monasterio de Nuestra Señora del Carmen, Lima.