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3. Muerte y vida de la región
al final de su obra (1917), cuando considera que los límites de las regiones son fluidos 19 y la industrialización es la principal responsable de la configuración regional, 20 como se señala en su artículo “Régions Françaises”. (Vidal de la Blache, 1910)
Si, como hace Yves Lacoste, enfatizáramos el carácter geopolítico de la última gran obra de Vidal de la Blache, La France de l’Est (1994 [1917]), podríamos decir que también allí se explicita la relevancia del tratamiento regional a partir de la formación de los regionalismos, o sea, tomando en cuenta su dimensión política. Para finalizar, si consideramos con alguna concesión que la cuestión de la identidad regional ya estaba presente también en el tratamiento dado por Vidal a los pays franceses, el autor acaba, de alguna forma, recorriendo todas las grandes dimensiones abordadas por las concepciones geográficas básicas de región que aún hoy son materia de discusión. Es decir, el carácter pionero de La Blache va mucho más allá de las interpretaciones que normalmente se hacen de su obra. En general, estas se dividen entre un Vidal “nostálgicoruralista”, tradicional, enfatizado por tantos (aun autores de renombre como Jacques Lévy [1999] y Nigel Thrift [1996]), y uno “modernista”, “urbano-industrial”, vinculado a la planificación estatal o también a la geopolítica.
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3. MUERTE Y VIDA DE LA REGIÓN Por medio del rico y múltiple legado de Vidal de la Blache, es posible constatar que la región nace ya condenada a idas y vueltas, desconstrucciones y reformulaciones. La historia del pensamiento geográfico, desde una aproximación bastante amplia, nos permite afirmar que la región “muere” y “resucita” (obviamente bajo “cuerpos” un tanto distintos) a través de los diferentes abordajes asumidos y/o propuestos por los geógrafos. Desde luego esto no quiere decir que estemos
de considerar el hinterland de una ciudad importante y sus relaciones con las aldeas tributarias” (1974 [1967]: 31). 19 “Lorsqu’il s’agit de région, il ne faut pas trop chercher des limites. Il faut concevoir la région comme une espèce d’auréole qui s’étend sans limites bien déterminées, qui encercle et qui s’avance” [“Cuando se trata de la región, no es preciso buscar mucho los límites. Es necesario concebir la región como una especie de aureola que se extiende sin límites bien determinados, que circunda y que avanza”] (La Blache, 1917, citado en Ozouf-Marignier y Robic, 1995: 52; traducción libre). 20 “L’idée régionale est sous sa forme moderne une conception de l’industrie: elle s’associe à celle de metrópole industrielle” [“La idea regional, en su forma moderna, se vincula a una concepción de la industria: se la asocia a la metrópolis industrial”] (La Blache, 1917, citado en Ozouf-Marignier y Robic, 1995: 52; traducción libre).
defendiendo un proceso histórico lineal o “cíclico”, pues bien sabemos que, mientras se están proponiendo diferentes concepciones, las más antiguas no desaparecen, sino que conviven o se cruzan con estas nuevas creaciones –que, de este modo, nunca son completamente “nuevas”–. Así, cuando nos proponemos hablar de la “vida y muerte” de la región queremos reconocer que los grandes procesos o el telón de fondo sobre el cual se van rediseñando paradigmas y teorías, se fundamentan en nuevas bases o composiciones filosóficas.
En estas últimas dos (o tres) décadas, algunos han hablado de “muerte de la región”, 21 en el marco del mismo flujo de discursos que incluyen el “fin de los territorios” o el “fin del espacio” y, con él, una visión extremadamente simplificadora de la propia geografía (O’Brien, 1992; Virilio, 1997). Mientras que la idea del fin de los territorios se encuentra acoplada a la de la crisis del “sujeto territorializador” por excelencia o clásico que es el Estado-nación, el fin de las regiones se asocia a la creciente homogeneización (“capitalista”, “globalizadora”) que estaría llevando a la estandarización del propio espacio geográfico. Ello impediría o dificultaría el reconocimiento de singularidades “regionales” en un mundo cada vez más unificado por las redes comerciales de una sociedad culturalmente mundializada. Se trata de una perspectiva ya suficientemente analizada y criticada por diversos autores (entre ellos nosotros mismos, sobre todo en Haesbaert, 1998a).
Cabe aquí enfatizar, principalmente, el carácter epistemológico de la cuestión y destacar las idas y vueltas del concepto a lo largo del pensamiento geográfico. Esto no significa evidentemente ignorar su indisociabilidad de las transformaciones del contexto geo-histórico en el cual emerge y/o al cual aparece articulado. Este recorrido sugiere igualmente que, aunque aceptemos que la región está “muriendo”, debemos reconocer que este no es un hecho inusitado en la medida en que, en otros momentos en el pasado, también se decretó su “muerte”. Lo sorprendente es que, a veces, un mismo autor sostiene, al mismo tiempo, su “eliminación” y su “resurrección”.
De esta manera nos preguntamos ¿cuál es el sentido de decretar hoy el fin de las regiones? Nuestra problematización incorpora la idea de que la “muerte” de la región no es un hecho reciente. Su historia muestra ires y venires, “muertes” y “resurrecciones” recurrentes que, en últimas, manifiestan su firme resistencia. La mejor prueba de esto es que, paralelamente a los discursos de su “muerte”, aparecen
21 Véanse por ejemplo Gregory (1978: 171) y Smith (1988). Agnew (1999) habla de un “período de ‘extinción’ regional” en la década de 1990, especialmente alude a las regiones de la “metageografía” global.
casi concomitantemente y con idéntica frecuencia los discursos de su permanencia o de su renovación. Solo para citar algunos ejemplos: se habla de la “reconstrucción” de la geografía regional (Pudup, 1988; Thrift, 1983); del revival de la geografía regional (Paasi, 1986) y de una “nueva geografía regional” –anglo-francesa (Gilbert, 1988, ya citada aquí) o sin especificación nacional (Thrift, 1990, 1991)–.
Podemos identificar tres grandes momentos en los que se decretó la “muerte” de la región en geografía: el neopositivismo, el marxismo y, a falta de una expresión mejor, el “globalismo posmoderno”. A partir de allí, delinearemos los principales caminos que señalan su “resurrección” en las últimas dos décadas. Así, visualizamos, por lo menos, tres grandes vertientes interpretativas: el posestructuralismo en un sentido estricto, tanto desde una perspectiva materialista como idealista (o “discursiva”), la teoría de la (estructur)acción, especialmente aquella inspirada en Anthony Giddens, y las nuevas corrientes materialistas ligadas, sobre todo, a un marxismo bastante abierto y renovado –sin ignorar las posibles formas de amalgama entre esas diversas perspectivas–. Si consideramos la trayectoria de la región a lo largo de la historia del pensamiento geográfico, fácilmente identificamos fases en que tiene lugar un rico proceso de construcción, destrucción y reconstrucción del concepto. Geógrafos brasileños como Corrêa (1986), Gomes (1988; 1995), Lencioni (1999) y nosotros mismos (Haesbaert, 1988, 1999, 2003), realizaron síntesis importantes de este recorrido conceptual. Nuestra intención aquí es retomar de manera sucinta este debate y priorizar sus momentos de manifiesta ruptura, esto es, los momentos en que, de alguna forma, se decretó la “muerte” de la región.
Ya hemos visto que la distinción entre una geografía general, sistemática o temática, y una geografía regional o “especial” nace con la geografía como un todo, pues, desde los antiguos griegos podemos distinguir una perspectiva con reflexiones más generales y otra de carácter más sintético y particularizado. Aún hoy, nuestros currículos universitarios reproducen claramente la dicotomía general-regional. A lo regional corresponde siempre el papel efectivo de la llamada “síntesis” geográfica, traducida en el estudio de áreas específicas donde se manifestaría la unidad entre lo físico y lo humano, entre lo urbano y lo rural, entre lo general y lo particular. Esta tarea rara vez se ha alcanzado con éxito; es probable que solo haya sido visibilizada por el trabajo de algunos autores, empezando por la citada obra precursora de Paul Vidal de la Blache, quien reconocía lo inadecuado de esta división:
No se puede cuestionar más [...] una antinomia de principio entre dos especies de geografía: una que, bajo el nombre de geografía general sería la parte verdaderamente científica; y la otra, que se aplicaría teniendo como hilo conductor solo una curiosidad superficial por la descripción de regiones. Cualquiera que sea el enfoque, son los mismos rasgos generales, en sus encadenamientos y en su correlación, que llaman la atención. (Vidal de la Blache, 1982 [1913]: 41)
A su vez, Hartshorne, después de las críticas recibidas por priorizar la geografía regional en detrimento de la sistemática en The Nature of Geography, décadas más tarde afirma explícitamente haber cambiado de posición y concluye:
La geografía no puede ser considerada dividida en estudios que analizan elementos individuales a través del mundo, y estudios que abordan complejos totales de elementos por áreas. Aquellos primeros constituyen, lógicamente, parte integrante de las ciencias sistemáticas respectivas, al paso que estos últimos son simplemente irrealizables. Todos los estudios de geografía analizan las variaciones espaciales y las conexiones de fenómenos en integración. No existe dicotomía o dualismo. [...] todo y cualquier estudio verdaderamente geográfico involucra el empleo de ambos criterios, lo temático y lo regional (pp. 128-129). Los estudios geográficos no se dividen en dos grupos, sino que se distribuyen a lo largo de un continuum gradual, desde los estudios temáticos de integración más elemental, en un extremo, hasta los estudios regionales de integración más completa, en el otro. (Hartshorne, 1978 [1959]: 152)
Otro sentido que muy comúnmente se asocia a la geografía regional tiene un carácter menos teórico-conceptual (o de método de interpretación) y más pragmático, como método de investigación en el sentido instrumental. Este siempre se refiere a los procesos de regionalización concebidos como procedimientos metodológicos efectuados por el propio investigador. Esta vertiente pragmática de lo regional deriva de la fuerte y ya antigua relación del trabajo del geógrafo con el aparato de Estado y con la economía, específicamente con los órganos de planificación territorial (incluida allí, desde luego, la planificación regional).
Para terminar, es interesante recordar que la fuerza de la geografía regional llegó a tal punto que se erigió en el fundamento paradigmático de la disciplina, principalmente de la llamada geografía clásica de tradición francesa y también, en parte, de la geografía alemana. La influencia de la geografía alemana alcanzó a la geografía norteamericana de Carl Sauer y, posteriormente, a la de Richard Hartshorne y Derwent Whittlesey. En este período existe al menos una visión de la geografía regional como núcleo-clave de la geografía. Por tal motivo
se otorga énfasis a la influencia de este abordaje en el pensamiento geográfico como un todo. De allí el hecho de que la región se hubiera transformado, podríamos decir, en el concepto más pretencioso de la geografía, “síntesis” de los múltiples componentes del espacio geográfico. Se buscaba así dar cuenta de todas las dimensiones del espacio, como si para muchos la región condensara de forma más coherente, o incluso más profundizada, una concepción de la espacialidad acorde con el trabajo del geógrafo.
El ir y venir de los conceptos a lo largo de la historia de un campo de conocimiento es revelador, no tanto de la búsqueda de nuevas expresiones, de nuevas palabras, sino, sobre todo, de los nuevos contenidos que estas palabras conllevan. Estos contenidos son capaces de expresar las transformaciones de la realidad. Como afirmaba ya en 1978 Milton Santos:
Los progresos realizados en el dominio de los transportes y de las comunicaciones, así como la expansión de la economía internacional –que se “generalizó”– explican la crisis de la noción clásica de “región”. Si aún pretendemos mantener la denominación, estamos obligados a redefinir la palabra. (2008 [1978]: 9-10)
En la actualidad, la hegemonía que adquiere el concepto de territorio en geografía –por lo menos en las geografías latinas (y sobre todo en América Latina), ya que en la anglosajona domina el concepto de lugar– se aproxima a aquella que revestía el concepto de región a inicios del siglo xx. Desde nuestro punto de vista, esto no significa que tengamos que sustituir el concepto de región por el de territorio, como, directa o indirectamente, terminan haciendo algunos autores. Más bien se trata de verificar de qué perspectivas o de qué cuestiones ellos (aún) son capaces de dar cuenta. 22 Veamos entonces, aunque de forma sucinta, cómo el concepto de región fue presuntamente suplantado y rescatado una y otra vez en aquello que denominamos, de modo simplificado, sus tres “muertes” a lo largo de la historia del pensamiento geográfico. Reflexionar sobre estos momentos ayuda a entender por qué creemos que su rehabilitación permite, al menos en parte, dar cuenta de la dinámica socioespacial contemporánea.
22 Sobre la relación de “atracción y repulsión” entre los conceptos de territorio y región, véase el capítulo 3 de este libro, “La región en una ‘constelación’ de conceptos: espacio, territorio y región”.