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3.3. Muerte y vida de la región bajo el “globalismo posmoderno
3.3. MUERTE Y VIDA DE LA REGIÓN BAJO EL “GLOBALISMO POSMODERNO” La última “muerte” de la región es prácticamente una continuación del abordaje anterior. Incluye algunas posiciones del materialismo histórico, en especial la de quienes creen que los procesos de globalización van a imponer cada vez más una “sociedad en red”, en detrimento de una sociedad “territorial” (Badie, 1996) o claramente “regionalizada”. Desde esta perspectiva se parte generalmente de una visión dicotómica de la organización del espacio, como si nos encontráramos, por un lado, con una lógica zonal o areal que define territorios y/o regiones y, por el otro, una lógica reticular o definidora de redes. Se trata de un debate claramente situado en la década de 1990. Milton Santos, en un apartado de su libro A natureza do espaço, sintomáticamente denominado “Universalidade atual do fenômeno de região”, afirma:
Así como hoy se proclama que el tiempo anuló al espacio, también se afirma en las mismas condiciones, que la expansión del capital hegemónico en todo el planeta ha eliminado las diferencias regionales, e incluso, ha impedido seguir pensando en la existencia de la región [...] por el contrario, pensamos que [...] el espacio se convierte en mundial, el ecúmene se redefine, con la extensión a todo él del fenómeno de la región. Las regiones son el soporte y la condición de relaciones globales que, de otra forma, no se realizarían. Precisamente ahora no se puede dejar de considerar la región, aunque la reconozcamos como un espacio de conveniencia y la llamemos por otro nombre. 31 (Santos, 1996: 196)
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A las dicotomías fijación-fluidez, lentitud-rapidez viene a sumarse aquella entre mayor y menor estabilidad o larga y corta duración en el tiempo. Santos también cuestiona el presupuesto de la “construcción regional estable” en términos temporales:
[...] lo que constituye la región no es la longevidad del edificio, sino la coherencia funcional que la distingue de las otras entidades vecinas [contiguas] o no. El hecho de tener vida corta no cambia la definición del recorte territorial. Las condiciones actuales hacen que las regiones se transformen continuamente, otorgando, por lo tanto, una menor duración al edificio regional. Pero esto no suprime la región, únicamente cambia su contenido.
31 Algunos geógrafos, como Moreira (2006: 158-163), parecen señalar también este cambio, al proponer el paso de los espacios regionales a los “espacios en red”. La región es vista como “una mirada sobre el espacio lento”, espacio necesariamente bien delimitado y contiguo –“[...] contigüidad, condición sin la cual la región [...] no se conforma” Moreira (2006: 163)–. Desde una perspectiva distinta, ya en 1994 propusimos la configuración de la región como “región-red”, moldeada por la discontinuidad y por los flujos (Haesbaert, 1994).
La espesura del acontecer se ve aumentada, ante el mayor volumen de eventos por unidad de espacio y por unidad de tiempo. (Santos, 1996: 197)
Además del discurso acerca del dominio inexorable de la globalización en red y de la movilidad que haría desaparecer las regiones en cuanto recortes espaciales continuos dotados de cierto grado de estabilidad, singularidad y homogeneidad interna –y, consecuentemente, con una diferenciación más pronunciada en relación a otros subespacios o regiones–, surgen también los discursos sobre “hibridación” del mundo, sobre su creciente complejidad, sobre las “microfísicas” (que valorizan la escala micro en detrimento de la meso, típica del abordaje regional), sobre la relación continua entre conexión y fragmentación. En teoría, se trata de lecturas que no representan obligatoriamente una ruptura con el espíritu crítico del marxismo; no obstante, aparecen en el seno del “giro” promovido por las llamadas políticas de la diferencia. Estas visualizan un mundo mucho más híbrido, complejo, multifacético y, al mismo tiempo y de modo contradictorio, más fragmentado y más conectado.
La denominación “globalismo posmoderno”, utilizada para caracterizar este momento, puede parecer un contrasentido ya que contiene términos antinómicos, pero justamente queremos destacar este carácter ambivalente de las prácticas sociales y del pensamiento filosófico en las últimas décadas. De alguna forma se alían la homogeneización (siempre relativa) globalizadora por el padrón mercantil de la desigualdad y el énfasis “posmoderno” en la diferenciación/fragmentación, especialmente a partir de la promoción de las llamadas políticas de la diferencia.
Del mismo modo que el discurso “globalista” puede abusar de la interpretación unilateralmente globalizadora de los procesos sociales, sin hacer referencia a su contrapunto indisociable, las distintas formas de “fragmentación”, el llamado movimiento posmodernista muchas veces peca por otorgar un exagerado énfasis en las subjetividades, en el movimiento o la fluidez, y en la consideración de las diferencias y/o singularidades (en donde pueden insertarse las especificidades regionales, aunque reveladas en escalas de mayor detalle). Mientras que, de algún modo, puede sobrevivir el pensamiento sistémico totalizante (aunque mucho más abierto que en el pasado), como ocurre en la teoría del “sistema-mundo”, cuando el discurso posmoderno se radicaliza puede proliferar el pensamiento fragmentador y subjetivista. 32
32 A partir de una crítica contundente, Castoriadis busca superar este sistemismo totalizador y propone una dialéctica, al mismo tiempo no-idealista y no-materialista, que elimine “el cierre y la totalización”, rechazando así “el sistema completo del
De cualquier forma, no hay duda de que el pensamiento llamado posmoderno, desde por lo menos el final de la década de 1980, acarrea en su interior un claro “potencial” para estimular la geografía regional. Como bien sintetiza Josefina Gómez Mendoza et al. al defender también un nuevo lenguaje o narrativa regional:
Con el progresivo derrumbamiento de las grandes certidumbres [...], con el desdibujamiento de fronteras científicas que hasta hace poco parecían inamovibles, y con la convicción de la necesidad de reintroducir la subjetividad en todo proceso de conocimiento, reaparece también en la geografía la preocupación (casi prohibida en los años sesenta y setenta) por lo particular, por la diferencia, por tornar inteligible y conferir significado a un mundo complejo y plural. De modo que hablar de nuevo de geografía regional, de paisajes, de lugares, de territorios, se encuadra de lleno en la discusión sobre la crisis de la modernidad, en lo que, tan equívoca como intencionadamente, se ha bautizado como posmodernidad. (1989: 101)
Intentaremos aquí reunir las propuestas que, de alguna forma, en los últimos veinte años, “resucitan” el concepto de región por su capacidad de dar cuenta del des-ordenamiento socioespacial de este cambio de siglo. Al hacer una especie de mapeo preliminar de los autores que rescatan la geografía regional en ese período, se percibe la convivencia de múltiples líneas de abordaje asociadas a una gran pluralidad teórico-filosófica.
Un intento de sistematización preliminar permite identificar dos grandes grupos de perspectivas teóricas de acuerdo con el grado de ruptura con posiciones anteriores y/o con la opción epistemológica que representan:
- El primer grupo de alguna forma abraza el llamado posestructuralismo, tanto desde una postura materialista y “local” –como es el caso, en parte, de la perspectiva llamada “no-representacional” del geógrafo inglés Nigel Thrift– como desde una visión idealista y típicamente “regional”, como la que ofrecen quienes realizan una lectura renovada de la “invención” (discursiva) de las identidades (meso)regionales. - El segundo grupo corresponde a aquellos que no realizan una ruptura tan pronunciada con las propuestas anteriores. Al recuperar las “grandes narrativas”, las renuevan. Este grupo se puede subdividir en dos: el primero se vincula a la teoría de la
mundo” (1982: 70). Inspirado en este autor, Marcelo Souza trabaja con una idea de la “totalidad abierta y radicalmente dialéctica” (1988: 35).