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4.1. Abordajes “realistas”: la región/regionalización como hecho y/o evidencia empírica
En un sentido amplio, proponemos entonces identificar tres grandes caminos de referencia en el tratamiento de la región y/o de la regionalización que, a pesar de estar encajados, pueden (y muchas veces deben) ser reconocidos en su especificidad, ya que no son reducibles uno al otro:
- Un abordaje más “realista” de la región como hecho, en el sentido epistemológico más tradicional de la región como un dato, evidencia empírica externa al sujeto conocedor (al que corresponde entonces “reconocerla”), así como en el sentido más ontológico de la praxis que, a partir de allí, propone trabajar con la interacción sujeto-objeto, teoría-práctica; - Un sentido en una línea más estrictamente epistemológica, en un abordaje racionalista de la región como artificio o constructo que, en cuanto instrumento metodológico, responde a cuestiones analíticas, de manera que se vuelve “operacional” para los requisitos y/u objetivos del investigador. - Un sentido más normativo o pragmático-político (de lo que la región “debe ser”), de la región como instrumento de acción y/o proyecto de intervención en lo real, o sea, de alguna forma vinculada a mecanismos de planificación y acción.
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Finalmente, al lado de estas tres grandes formas de abordaje defenderemos, más adelante, la región/regionalización como arte-facto –una expresión que busca conjugar, al mismo tiempo, el carácter “factual” o, en un sentido más amplio, fenoménico (y que extrapola la dimensión material, tan frecuentemente priorizada, extendiéndose por la concepción de lo simbólico y de lo “vivido”)–, y el carácter “arti-ficial” o, en una perspectiva no-dicotómica, constructivo/constructivista de la región. Consideramos que el término arte-facto (o, si queremos, artefacto) consigue sintetizar bien esta ambivalencia o, de otra forma, este carácter relacional del espacio regional.
4.1. ABORDAJES “REALISTAS”: LA REGIÓN/REGIONALIZACIÓN COMO HECHO Y/O EVIDENCIA EMPÍRICA Utilizamos el término “realismo” entre comillas para enfatizar uno de sus sentidos, bastante amplio, sin entrar, así, en la gran polémica que el término involucra en sus diferentes manifestaciones histórico-filosóficas. Nos centraremos en aquello que algunos llaman “realismo científico”, el cual reconoce que nuestros objetos de conocimiento son absoluta (mucho más en las ciencias naturales) o relativamente (mucho más en las ciencias sociales) “independientes
de la investigación o, de modo más general, de la actividad humana” (Bhaskar, 1996: 647). 48 En su sentido más amplio, en la historia de la geografía regional encontramos varias posiciones que podemos considerar de forma genérica como “realistas”, desde las más “naturalistas” correspondientes a la primera mitad del siglo xix, hasta otras más culturales, por ejemplo, en “un cierto” Vidal de la Blache, a comienzos del siglo xx. No obstante, debemos tener cuidado en no generalizar, pues, como ya vimos, hay diversos Vidal de la Blache. En uno de sus primeros textos sobre regionalización, “Las divisiones fundamentales del territorio [o del suelo] francés” (Vidal de la Blache, 1888), trata explícitamente la región como un dato, “algo vivo que el geógrafo debe desear y reproducir”. La base empirista allí implícita, lo real como un dato por “reflejar” en nuestro pensamiento, es clara, y se sobreentiende también la lectura del mundo, de las “regiones” como una realidad evidente.
Así como hay diversos La Blache, hay además un número mayor de lablacheanos. Por ejemplo, si consideramos a Camille Vallaux, un autor que recibió su influencia, es curioso observar que Hartshorne lo utiliza justamente para corroborar la idea contraria de que la síntesis regional no pasa de ser un “artificio lógico y un método de enseñanza [o de instrucción]” (Vallaux, citado en Hartshorne, 1939: 461). Hartshorne criticaba el concepto de región a partir de “unidades definidas, concretas, cuando no naturales” (1939: 426), que reaparecerá en la transición del siglo xix al xx, argumentando la hipótesis de que la región no era ni evidente ni un producto de la investigación geográfica.
Algunas lecturas positivistas clásicas, más directamente fundadas en el empirismo, en la experimentación y en los “hechos”, pueden ser tomadas como realistas en el sentido de que defendieron “reflejar” o “representar” fidedignamente la realidad por medio de sus conceptos, siempre susceptibles de verificación, 49 como si fueran sus “dobles”. 50
48 El Diccionario Cambridge de filosofía (Audi, 1999) identifica también un “realismo metafísico” referido a la existencia de la “realidad” (o del “ser”) del mundo exterior, independientemente de la experiencia o de la idea/conocimiento (para muchos, del sujeto). 49 “Aunque no todos los positivistas restringieran tan claramente el significado de las formas de experiencia que los empiristas tenían en mente, ellos estaban convencidos de que una acepción contingente genuina sobre el mundo debía ser verificada a través de la experiencia o de la observación” (Audi, 1999: 514). 50 En una posición diferente y más estricta del realismo, como el realismo crítico, que reconoce la distinción entre el mundo y su pensamiento, más allá de la díada verdad absoluta-relativismo, Sayer (2006) defiende justamente el “no-realismo” de los positivistas al imaginar el conocimiento como simple reflejo de nuestro mundo.
Ciertos neopositivistas (o positivistas lógicos), como bien sabemos, terminaron sin embargo, sobrevalorando modelos a priori y concentrando su atención en el sujeto del conocimiento, en la razón, en los modelos teóricos. En este caso, la región aparece no como un hecho, realidad empírica, sino como simple artificio, instrumento analítico del investigador. Este enfoque será tratado en el próximo apartado.
La dialéctica marxista, en su crítica a la lógica formal neopositivista, de cierto modo reubica el realismo sobre bases fundamentalmente nuevas, en el centro de la arena geográfica, valorizando la praxis geográfica e históricamente producida. La región, mucho más que un mero recurso analítico aparece como realidad social e histórica, construida permanentemente a través de la dialéctica sociedad-espacio y/o cultura-naturaleza. Las reacciones más subjetivas de diversas corrientes ligadas a la llamada geografía humanista, enfatizando, por ejemplo, la región como “espacio vivido”, correrán paralelas en una crítica tanto al idealismo objetivista de los neopositivistas como al estructuralismo materialista de muchos marxistas.
Murphy (1991), en un intento de realizar la interacción entre perspectivas estructuralistas (o “estructuracionistas”, en los moldes teóricos de Anthony Giddens) y humanistas, argumenta que el efectivo carácter (realista) de las regiones debería ser considerado en la concepción de los procesos sociales que allí tienen lugar:
Esto, a su vez, requiere una teoría social en la que composiciones regionales [regional settings] no son tratadas como simples abstracciones o datos espaciales a priori, sino como resultado de procesos sociales que reflejan y moldean ideas particulares sobre cómo el mundo está o debería estar organizado. (1991: 24; traducción libre)
Gregory (2001), en una lectura más estrecha del realismo, lo afilia, sobre todo, al materialismo histórico y a la teoría de la estructuración a partir de la vinculación entre realismo y práctica. A pesar de la fuerza que estas corrientes tuvieron, como ya vimos, en la renovación del pensamiento regional, especialmente en el tratamiento de la región como producto del desarrollo capitalista desigual y combinado y de las diversas formas de división espacial del trabajo, el autor reconoce que
El realismo era una presencia poderosa en la geografía humana de los años 1980, pero su estrella parecía declinar en la década de 1990. En parte, tal vez, como parte del resultado de las conexiones establecidas entre el realismo y el materialismo histórico, y entre el realismo y la teoría de la estructuración. La retirada (o el avance más allá) de estas formulaciones parece haber ocurrido paralelamente al desplazamiento del realismo de la posición central que había asumido en la geografía humana pos-positivista. En parte, tal vez, también como resultado de una profunda incertidumbre