Cuadernoantologcompleto

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CUADERNOS POR UNA NUEVA INDEPENDENCIA Julio, 2015

Pensar la Argentina entre Bicentenarios

Antología

• Pensar la Argentina desde la región Carlos Fernando Leyes María Beatriz Gentile Silvia S. Morón Patricia Slukich Fabiola Orquera • La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas Eduardo Jozami Javier Trímboli Ernesto Villanueva • Pueblos indígenas Daniel Ricardo Fernández Juan Chico Lorena Cañuqueo • Derechos humanos y memoria política Remo Carlotto María Sonderéguer Jorge Eduardo Auat • Rol de la mujer y luchas de género Dora Barrancos Marta Dillon Pedro Mouratian • Voces regionales por una Nueva Independencia NEA, Patagonia Norte, Córdoba, Cuyo y Entre Ríos • Soberanía política y económica Ricardo Aronskind Alejandro Rofman Guillermo Wierzba • Cultura y comunicación Juan Raúl Rithner Alberto Recanatini Méndez María Iribarren • Arte y pensamiento estético Ana Longoni Noé Jitrik Alejandro Kaufman • Otros debates Esteban Branco Capitanich Víctor Bronstein Alberto Calabrese Valeria Sardi Francisco "Tete" Romero


Antología

CUADERNOS POR UNA NUEVA INDEPENDENCIA Pensar la Argentina entre Bicentenarios

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Pensar la Argentina desde la región

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La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas

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Pueblos indígenas

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Derechos humanos y memoria política

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Rol de la mujer y luchas de género

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Voces regionales por una Nueva Independencia

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Carlos Fernando Leyes María Beatriz Gentile Silvia S. Morón Patricia Slukich Fabiola Orquera

22 Eduardo Jozami 24 Javier Trímboli 26 Ernesto Villanueva 28 Daniel Ricardo Fernández 30 Juan Chico 33 Lorena Cañuqueo 36 Remo Carlotto 38 María Sonderéguer 40 Jorge Eduardo Auat 42 Dora Barrancos 44 Marta Dillon 57 Pedro Mouratian 46 NEA, Patagonia Norte, Córdoba, Cuyo y Entre Ríos

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60 Ricardo Aronskind 62 Alejandro Rofman 65 Guillermo Wierzba

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68 Juan Raúl Rithner 71 Alberto Recanatini Méndez 74 María Iribarren

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76 Ana Longoni 79 Noé Jitrik 82 Alejandro Kaufman

Soberanía política y económica Cultura y comunicación

Arte y pensamiento estético

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Otros debates

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Esteban Branco Capitanich Víctor Bronstein Alberto Calabrese Valeria Sardi Francisco "Tete" Romero


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Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner Vicepresidente de la Nación Amado Boudou Ministra de Cultura Teresa Parodi Jefa de Gabinete Verónica Fiorito Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional Ricardo Forster Director Nacional de Pensamiento Argentino y Latinoamericano Matías Bruera Director de Asuntos Académicos y Políticas Regionales Francisco "Tete" Romero Coordinador de Políticas Territoriales Homero Koncurat

Cuadernos por una Nueva Independencia Coordinación de la edición Giuliana Mezza Contenidos Francisco "Tete" Romero Julia Narcy Diseño de tapa Carlos Fernández Diseño de interior Mario a. de Mendoza F. Corrección Juan Rosso

Los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no expresan necesariamente la opinión de los editores. Se permite la reproducción total o parcial de esta publicación por cualquier medio a condición de la mención de la fuente y previa autorización de los editores. Se agradecerá el envío de copias.


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Geografías heterogéneas IMPULSADO POR LA POTENCIA DE UNA CULTURA CON ECOS LOCALES, nacionales y regionales, el Gobierno llevó adelante el necesario desafío de volverla protagonista de la etapa de transformaciones que atraviesa el país. Se trata, ni más ni menos, de hermanar la cultura con todas aquellas tradiciones políticas, estéticas y filosóficas que definen lo que somos, comprendiendo que no existe la una sin las otras. Se trata de crear espacios contundentes que apunten hacia la construcción del futuro con la memoria del pasado. Precisamente, estos foros –bisagra del pensamiento entre el Bicentenario de 1810 y el de 1816– se proponen revisar los idearios, los procesos y los actores que han configurado una serie de discursos a lo largo de doscientos años de vida soberana. Porque el momento actual de la Argentina requiere poner en palabras, que hablen el lenguaje de la pluralidad, de las geografías heterogéneas, el país que deseamos ser. Con los Foros por la Nueva Independencia, ampliamos los temas de discusión y las perspectivas para abordarlos. La riqueza de una cultura, justamente, anida en el entrecruzamiento de miradas y puntos de vista. Por eso, como ministra de Cultura de la Nación, me enorgullece abrir aquí este espacio federal de debate, guiado por los lemas emancipatorios del pasado, que resuenan, aún hoy, cuando el pueblo latinoamericano pronuncia con esperanza la palabra “futuro”. T ERESA PARODI Ministra de Cultura de la Nación

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Introducción a los Foros por una Nueva Independencia >> Ricardo Forster Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional

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EL NUESTRO HA SIDO, DESDE SU FUNDACIÓN, UN país de permanentes controversias entramadas, la mayoría de ellas, con la política; como si cada segmento de la vida pública y privada viniera a expresar una manera de posicionarse ante los modos, distintos, de pensar y construir la Nación. Ya en el amanecer de Mayo se pusieron en juego no sólo alternativas políticas enfrentadas entre sí, sino que también se abrió una clara confrontación cultural que irradió sobre las decisiones económico-políticas hasta definir los proyectos de país que fueron desplegándose a lo largo de nuestra historia. Herencias, tradiciones, debates, conflictos, escrituras y libros estuvieron, desde el comienzo, en el centro de la política, allí donde las identidades nacientes requerían de apropiaciones simbólico-culturales legitimadoras. Pocos gestos más elocuentes y fantásticos como aquel de Mariano Moreno traduciendo el Contrato social de Jean-Jacques Rousseau y convirtiéndolo en el núcleo de su visión política, en el sueño de transformar a esa aldea arrojada en los confines del mundo en una sociedad jacobino-republicana; como si allí, en la aurora de nuestra historia, se hubieran cruzado los caminos de la invención cultural con los de la utopía política. Anticipar narrativamente la Nación sería una constante de nuestro complejo y laberíntico derrotero a lo largo de estos dos siglos de vida independiente. Pero en esos relatos construidos con diversos retazos, lo que se buscó, desde el inicio, fue la solidificación de identidades políticas fuertemente sostenidas sobre pilares legítimos, culturalmente sobresalientes y capaces de inventar identidades arraigadas en venerables tradiciones allí donde poco tiempo antes no había nada, apenas el esfuerzo de sobrevivir en estas geografías lejanas e inhóspitas. Por eso, aunque no exclusivamente, la política en la Argentina se desplegó no sólo como construcción de instituciones o como forma de gestión gubernamental sino también, y de modo decisivo, como espacio de identidades culturales capaces de dar el salto por sobre la racionalidad del relato de origen para arraigarse en sentimientos míticos. En esa narración fundacional y extraordinaria que emerge del Facundo, lo que


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viene a poner en evidencia la pluma de Sarmiento es la convicción de que el combate político sería, fundamentalmente, un combate por los símbolos, es decir, que los lenguajes culturales, su capacidad de generar mitos e identidades colectivas, serían el centro controversial del país, el punto de inflexión para elegir, desde la mirada sarmientina, el camino de la civilización y/o el de la barbarie. Aunque también nos permitió descubrir las imbricaciones y deudas sorprendentes entre visiones y tradiciones intelectuales opuestas y en litigio permanente. Como si no pudiéramos eludir, y esa sea quizás una de las búsquedas secretas de estos foros, la necesidad de interrogar las genealogías compartidas y los caminos cruzados de quienes pensaron el país desde visiones enfrentadas. Una riqueza inesperada nos sale al paso cuando somos capaces de romper los dogmatismos y las miradas unilineales. Poner a dialogar diferentes miradas e interpretaciones constituye un ejercicio de fecundidad democrática que no anula las discrepancias, las querellas y los conflictos que nos siguen atravesando. Simplemente nos permite ser más agudos y comprensivos. Desde aquellos días fundacionales de un país que todavía no se sabía a sí mismo y se buscaba con intemperancias y violencias, con esperanzas y frustraciones, con agudezas teóricas e invenciones poéticas, la política se entrecruzó con lo identitario cultural generando las condiciones de un arraigo que, con matices, continúa hasta el presente: unitarios y federales, alsinistas y mitristas, liberales y radicales, anarquistas y socialistas, peronistas y antiperonistas, han sido algunas de esas cristalizaciones que vuelven muy difícil separar el discurso de la política de ese otro que se entrama con las oscuras amalgamas que definen las identidades y sus mutaciones a lo largo del tiempo. Hoy, cuando las identidades políticas y culturales ya no pueden ser concebidas desde una perspectiva esencialista y cuando los cambios y el flujo constante que caracterizan a las sociedades del capitalismo contemporáneo las debilitan, se vuelve fundamental seguir indagando por sus cristalizaciones y transformaciones a lo largo de nuestra historia. Claro que esas divergencias político-culturales no se dirimieron, por lo general, • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

en ámbitos académicos o en espacios democráticos; más bien abrieron el camino para distintas formas de guerra civil que atravesaron parte de nuestra historia y que siempre volvieron difícil, por no decir casi imposible, la construcción de una democracia capaz de amparar la diversidad. La violencia, y los sueños de otro país dentro de un país carenciado de justicia y de igualdad, han recorrido como un hilo rojo el laberinto argentino y han definido la compleja urdimbre de las identidades políticas y de los lenguajes culturales sostenedores de esas identidades. Tal vez una de las más significativas, y que todavía sigue actuando en los imaginarios sociales, es la antinomia peronismo-antiperonismo, antinomia que ha sufrido mutaciones significativas a lo largo de más de medio siglo y que hoy vuelve a emerger en la escena política aunque metamorfoseada por la forma kirchnerista del actual peronismo. Han sido esos antagonismos y la virulencia con la que se han ido manifestando los que, en gran medida pero no únicamente, debilitaron la construcción de una genuina práctica democrática, transformando por lo general a la política en un campo de batalla del que sólo se podía salir venciendo al enemigo (o aniquilándolo, como hiciera la dictadura videlista que, cómo olvidarlo, reclamó para sí toda la suma del poder político-militar para “devolverle” al país “la democracia contaminada por la corrupción y las ideas subversivas y extranjerizantes”, de acuerdo al léxico espantoso de la jerga dictatorial). Discutirnos críticamente significa, también, penetrar sin complacencias en los usos del lenguaje, en su profundo impacto en las diferentes construcciones políticas e ideológicas. Pero también significa darles su lugar complejo a los antagonismos ideológicos y económicos como expresión genuina de la democracia y como evidencia de lo no resuelto y de las desigualdades de nuestra sociedad, impidiendo que se conviertan en excusas para violentar la diversidad política y cultural. El saldo de cuentas, al menos desde 1930 en adelante, no ha sido auspicioso a la hora de generar las condiciones para una genuina solidificación de las instituciones democráticas, en especial allí donde algunos de los gobiernos que intentaron beneficiar

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Introducción

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no a los poderes del establishment sino a los sectores populares, fueron desbancados no sólo por el accionar golpista de los militares y de los grupos concentrados del poder económico sino por el deseo, claramente manifestado, de sectores medios que han sospechado –y lo siguen haciendo– de la política y del Estado como máquinas de recaudación y de saqueo. Una poderosa tradición antipolítica recorre los subsuelos de la historia argentina; una tradición que desde los lejanos años treinta hasta alcanzar también nuestra contemporaneidad ha venido, con movimientos espasmódicos, a confluir con aquellos imaginarios político-culturales inclinados, de distintos modos, hacia lo destituyente de esa misma democracia que sólo puede desplegarse allí donde se afirme la presencia de lo político como forma persistente del litigio y del conflicto, en especial aquel que gira alrededor de la cuestión, siempre insatisfecha, de la igualdad. En todo caso, cuando en algunos de los mojones de nuestra historia ese ha sido el núcleo del conflicto –la visibilidad del litigio por la igualdad, la exigencia de los incontables por ser contados en la distribución tanto de los bienes materiales como de los simbólicos–, lo que inmediatamente fue atacado por algunos de los portadores de la “genuina” gramática republicana ha sido, precisamente, la imperiosa necesidad, convertida en derecho y en afirmación identitaria, de esos incontables por dirimir los lenguajes con los que se iría a nombrar esa misma República. No resulta menor, de cara al Bicentenario de Julio y a la necesidad de interrogar, al mismo tiempo, nuestro recorrido como nación y las perspectivas que se abren en el presente –que suele ser el lugar donde se dirime el futuro–, continuar indagando en esos modos del decir, en esas tramas del lenguaje que han guardado, ayer y hoy, acá, entre nosotros, las claves de una historia atravesada de lado a lado por la querella de los significados. La dictadura iniciada en marzo del 76 profundizó la proliferación del sesgo antipolítico, algo sordamente arraigado en el sentido común de amplios mundos sociales, en especial de las clases medias, que venía a apuntalar la sospecha, nunca disipada, hacia la política y hacia los políticos Cuadernos por una Nueva Independencia • Antología

en beneficio de diversos experimentos autoritarios y relacionados con prácticas que viniendo de otros lugares (los cuarteles, los grupos corporativo-económicos, la Iglesia, etcétera) pudieran escapar de la “maldición” política. La frustración alfonsinista, golpeada ella también por las acciones destituyentes que recorrieron y recorren el hilo de la democracia argentina desde Uriburu en adelante y con diferentes modalidades, dejó abierta nuevamente la compuerta para que esas aguas antipolíticas vinieran a inundar las conciencias ciudadanas dispuestas, una vez más, a elegir una opción que les permitiera sumergirse en las aguas puras de una renovación virginal que acabaría, como las otras, arrasando con derechos y patrimonios del conjunto de los argentinos en nombre del progreso y de la regeneración de la vida republicana, eufemismos que escondieron y esconden el deseo de los pocos de seguir usufructuando las riquezas creadas por los incontables. Extraña paradoja la nuestra, que aquellos mismos que siempre hablaron, y lo siguen haciendo impunemente, de calidad institucional y de recreación de la República sean los que, cuando tuvieron la oportunidad, se dedicaron a rapiñar a esa misma República que tanto reclaman y admiran. En nuestra historia ha habido una distancia, a veces infranqueable, entre las palabras y las cosas; distancia multiplicada allí donde la retórica pareció desplegarse con independencia de los acontecimientos generando las condiciones fantasmagóricas de una realidad en absoluta oposición a esa misma trama discursiva que venía supuestamente a legitimarla. Ya no se trató de aquellas escrituras (como las de Moreno o Sarmiento, por citar a estos dos paradigmas que atraviesan nuestra memoria histórica) que se anticipaban a lo todavía por acontecer o que eran portadoras de una potencia que lograba capturar, desde una determinada perspectiva que acabaría por volverse hegemónica, las corrientes profundas de un país en vías de construcción; ni tampoco de aquellas otras (como las de José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Carlos Astrada, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Romero, John William Cooke, Silvio Frondizi,


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Nicolás Casullo, León Rozitchner, David Viñas, entre otros) que desde el ensayo político, filosófico y literario buscaban auscultar los latidos de una sociedad indescifrable o definitivamente perdida. Se trató, y se trata, de ciertos relatos que proyectan sobre los otros el daño que ellos mismos han contribuido a infligirle a la Nación; relatos que se escudan en la pureza de un republicanismo supuestamente virginal e incontaminado que suele esgrimirse contra todas aquellas experiencias políticas populares, arraigadas en las napas más profundas de la memoria colectiva que, atravesando de diversos modos la historia nacional, tendieron a hacer visibles a los invisibles de esa misma historia. Por eso se trata, en estos tiempos de debates impostergables, de hincarle el diente no sólo al sentido de las palabras, a los modos del nombrar sino, también, a los entrelazamientos efectivos entre esas mismas palabras y las intervenciones materiales en los destinos del país. La experiencia de la década del noventa (hegemonizada por lo que se ha llamado el “menemismo”) ha sido, más cercana a nosotros, el eje de un nuevo giro antipolítico de amplios sectores sociales; una época caracterizada por el dominio abrumador de la ideología de mercado entramada, ahora, con la retórica de un movimiento de raíz popular que vino a deshacer, a través de algunos de sus principales referentes, aquello mismo que había contribuido, décadas atrás, a construir. El menemismo (la forma que entre nosotros asumió la ideología neoliberal), sobre todas las cosas, vació la relación entre política y bien común, devastó la trama entre política e identidades culturales transformándola en una retórica hueca y cínica. Agusanó hasta pudrirla la relación entre democracia, espacio público y Estado, multiplicando el mito, tan argentino, de lo que Horacio González ha llamado la ideología de la “emboscadura”, aquella que cuestiona y sospecha de todo a partir no de una diferenciación ideológica y política sino a partir del amarillismo mediático que siempre “desnuda” lo que hay detrás; la certeza, tan enquistada en la cultura nacional y con fuerte presencia en las clases medias, de que todo se hace

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en función de un cierto negocio. Ya no se trata de discutir ideas, de entender la relación compleja entre política, cultura y economía; lo que se busca es reducir esa dimensión a una cuestión de “caja”, llevando la política hacia ese eterno lugar de sospecha que, entre nosotros, constituye todo un gesto cultural. En estos Foros que buscan indagar los caminos de una nueva Independencia se tratará –esa es nuestra aspiración– de poner en juego las diversas tradiciones argentinas como lenguajes y prácticas sin los cuales no es posible imaginar caminos emancipatorios. Se trata, si intentamos colocarnos en la estela del Bicentenario, de regresar sobre las antiguas querellas, no para cristalizar aquello que nos remite a otro país, sino para reafirmar la convicción tallada intensamente en el cuerpo de nuestra joven democracia de que no hay posibilidad alguna de recrear la Nación, de refundar la República, “olvidando” los caminos recorridos, dejando atrás y sin desatar los nudos de nuestros litigios. Los relatos del pasado siguen siendo un campo de genuina disputa cultural-simbólica no sólo porque ello responde a las necesidades del gremio de los historiadores, sino, fundamentalmente, porque no hay, no puede haber, un proyecto de país más justo e igualitario sin redimir la memoria de los que contribuyeron a hacer visibles a los invisibles: el litigio por la igualdad sigue siendo el eje de nuestras controversias. Buscar la confluencia de los idearios que se vienen desplegando desde los días de Mayo sabiendo que, cada época, enfrenta sus propios espectros y sus propias deudas; pero saber, a su vez, que se vuelve indispensable hacer cruzar las gramáticas de la libertad con los lenguajes de la justicia y la igualdad social. En ese cruce, frustrado una y otra vez por aquellos que en nuestra historia han buscado, con diversas suertes y de modos brutales y homicidas, impedirlo apelando a la violencia y al cercenamiento de los derechos, se juega el destino del país; un destino, insistimos, en el que debemos ser capaces de pagar algunas de las deudas que desde hace más de 200 años no hemos dejado de contraer con los incontables de nuestra sociedad. •

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Pensar la Argentina desde la región

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Navegación en tiempos Bicentenarios

Los timoneles culturales del Noreste Argentino >> Carlos Fernando Leyes

Desde el margen hacia el centro. Las identidades locales piden pista El Imperio tiene y ha tenido variadas estrategias de dominación. Rita Laura Segato1 menciona a la política de estrategias globalizadas como una de ellas, la cual le ha permitido intervenir y participar a través de sus agentes (muchos de ellos académicos) en los asuntos internos de los países de Latinoamérica. Políticas sobre libertad religiosa, mujeres, pueblos originarios, por ejemplo, se transformaron en eficientes y punzantes maneras de entrometerse, de direccionar, en fin, de intervenir, tras fachadas de derechos humanos. Y esto es así, porque tales

>> Carlos Fernando Leyes cfleyes@yahoo.com.ar Abogado, actor, director, dramaturgo. Representa al INT en Formosa, y coordina el Instituto Cultural de la UNaF. Con artículos publicados, posgrados en gestión cultural, ciencia política y cultura pública, da conferencias en el país y en el exterior.

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políticas no cuidan las especificidades de significado que cada una de esas categorías asume en su contexto histórico y geográfico. En la región, la “oenegeización” de la temática indígena y ecológica es apenas un ejemplo de estas operaciones. Una intromisión que despreció el trabajo de revalorización e inclusión de los pueblos originarios dentro de las políticas de Estado de nuestras provincias, el respeto a sus lenguas y tradiciones, o el otorgamiento de la propiedad de la tierra. Siempre fuimos sus “otros”, bajo el signo de su “superioridad moral”, como la llama Segato. Y por ahí y por aquí anduvieron, y andan, “moralizando” al mundo, invadiendo Afganistán e Irak, bombardeando Palestina, o ahogando con la usura del mercado a los países emergentes, extorsionándolos, exprimiéndolos, en nombre del discurso de los derechos humanos, de la ética de los negocios, y otras pantallas que disfrazan su verdadera intención de dominación y control mundial. Nuestra región, que ha batallado culturalmente desde siempre, fue capaz de advertir una verdadera dimensión progresista de los derechos humanos, de la ecología y de la tecnología, que insiste en la defensa de las autonomías culturales, y en la expansión de derechos a pueblos originarios, mujeres, niños, en fin, a toda la población, ya no como resultado de ese intervencionismo eurocentrista occidental imperialista, sino a partir de un “horizonte autónomo de las culturas”.2 La recuperación de la autoestima norestiana es, en ese escenario, vigorizante y contestataria, en un momento en el cual ciertos sectores de la academia cuestionan fuertemente los discursos de identidad. Latinoamérica toda ha tomado como bandera valiosas reivindicaciones históricas, en contra del culto al dios mercado, el individualismo, la concentración de la producción y la pérdida de lazos comunitarios. En Formosa, el más reciente pensamiento cultural y político propone que las heterogeneidades no nos definen desde ciertas “costumbres tradicionales, cristalizadas, inmóviles e impasibles frente al devenir

Segato, Rita Laura, La Nación y sus otros: raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad, 1ra ed., Buenos Aires, Prometeo, 2007. 2 Segato, Rita Laura, op.cit. 3 Segato, Rita Laura, op.cit.

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histórico, sino como diferencia de meta y perspectiva”3 de nuestra comunidad, en oposición a visiones disneyficadas. Las políticas culturales impulsadas por el gobernador Gildo Insfrán para entrar al siglo XXI propusieron una conducción política “de toda la sociedad desde abajo”, como la llama Segato. Era preciso pararse en la crítica de las políticas de identidades globalizadas, para contestar a la presión “otrificadora” del poder de las metrópolis y de sus agentes locales, desde el reconocimiento de la densidad de nuestras diferencias culturales, nacidas de nuestros propios procesos históricos complejos.

Nuevo pensamiento, nuevos paradigmas, cultura como política Esa deconstrucción, o descolonización, nos permite el armado de bitácoras de navegación, partiendo desde nuevos “centros”. Más aún cuando estar en el “centro” es considerado un atributo para el discurso homogeneizante globalizador. Quien está en el centro tiene rutas, caminos, infraestructura, tecnología, educación. No precisa desplazarse al “interior”, concepto que parece así una categoría “adolescente”.4 Ser “otros del interior” mirados desde el centro, atribuye portar disvalores para alcanzar lo que el desarrollo centralista tiene, y es hasta obligatorio migrar en busca de oportunidades y una identidad superior. Nuestros jóvenes se fueron durante años, tras el discurso hollywoodense, buscando salir de la “Fosa”.5 El NEA fue durante años relegado de los beneficios de las políticas centrales. La última década modifica el paradigma anterior (en algunas provincias como Formosa,

esa modificación había comenzado antes, batallando la peor crisis institucional, política y cultural de la Argentina en el 2001), en contradicción con la hegemonía de la interpretación centralista del país, que operaba como dispositivo de control social y cultural sobre un ciudadano que “está siendo sin ser” argentino. Ese discurso moralizante perdió espacio, para dar lugar a otros, basados en las diferencias autónomas y la tradición histórica. Ser formoseño, chaqueño, correntino o misionero, no es ser “otro” de ninguno. Nuestros pueblos norestianos han tenido que enfrentar los embates culturales como una “globalización desde abajo”, inscribiendo su identidad, tornándola visible, asociándola a través de las fronteras nacionales –región compartida con Paraguay y sur de Brasil– y ofreciendo resistencia directa a las presiones externas y a las centralistas argentinas. Esta alternativa a la homogeneización nace como la producción de nuevas formas de heterogeneidad y el pluralismo que resulta de la emergencia de identidades, a través de procesos de etnogénesis o de radicalización de perfiles de identidad ya existentes. Como se sabe, el beneficio de introducir estas identidades políticas consiste en que, a partir de la pertenencia y el reconocimiento, es posible reclamar acceso a recursos y garantías de derechos.6 En el año 2003, recién comenzado el gobierno de Néstor Kirchner, el entonces presidente concurrió a Formosa a firmar un “Acta de reparación histórica”, en la que se repudiaban los años de exclusión a la provincia de los beneficios del desarrollo nacional. Fue un hecho político relevante, y por supuesto, cultural, fundante de una épica provincial. Reforzó la idea de que este “nuevo hombre” formoseño ahora era

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Nos pareció muy enriquecedor hacer un paralelismo entre la mirada que describen Mariana Acevedo, Susana Andrada y Eliana López sobre los jóvenes y su caracterización como sujetos de intervención pública, y las “adolescencias” de nuestras provincias juzgadas desde un centro de desarrollo “adultocrático”. Véase “La implicancia de la concepción de sujetos en la investigación y la intervención con jóvenes”, en Alejandro Villa, Julieta Infantino y Graciela Castro (comps.), Culturas juveniles, disputas entre representaciones hegemónicas y prácticas, 1ra ed., Buenos Aires, Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2012. 5 “Fosa” fue una expresión de moda en los noventa para nombrar a Formosa, que se abrevia “Fsa”, usada por cierto sector de la sociedad que veía en la migración, la salida del “hueco” de una provincia del margen de la Argentina. El desafío fue importante: dejar de ser margen, volverse centro. Deconstruir ese discurso despectivo, a través de una nueva imagen y realidad de Formosa, plena de oportunidades y definida frente a los discursos globalizadores. Hoy, todas las provincias del NEA tienen universidades públicas y privadas y la oferta académica es variada e importante. 6 Segato, Rita Laura, “Identidades políticas y alteridades históricas. Una crítica a las certezas del pluralismo global”. Ensayo publicado para una lectura especializada, en Anuario Antropológico 97, Río de Janeiro, Tempo Brasileiro, 1999.

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visible, y tenía características propias, diferenciadas, que formaba parte de una Nación que ya no lo marginaba. Pero este “nuevo pensamiento” no tan nuevo, se emparenta al dueto “cultura-política”, autopista de doble vía que da fundamento a aquellos procesos de etnogénesis. Ya sea que los conceptos estén siendo desplegados por antropólogos directamente involucrados en influenciar y redactar políticas o que las ideas estén siendo atribuidas a la antropología para su legitimación, en todos los casos, esta está implicada en la politización del término ‘cultura’.7 Y es un resorte potente para desplegar los posicionamientos necesarios ante las políticas centralistas que nos han otrificado por años.

Los viajeros sin fronteras y el contacto cultural en el NEA Dice Esteban Krotz: “Una forma del contacto cultural como lugar de la pregunta antropológica (…) es el viaje”.8 Formosa y la región vienen abriendo sus puertas a numerosos “viajeros” que antes sólo esta-

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ban de paso por territorios olvidados. Hoy, tantas situaciones de contacto cultural se convierten en lugar para la ampliación y profundización del conocimiento “sobre sí mismo y su patria-matria” (Krotz). Reconocerse, para integrarse. Este viaje sin fronteras desde el NEA, ríos arriba y abajo, navega hacia el Bicentenario de la Independencia, con autoestima y conciencia de una identidad propia. Descentramientos, nuevos paradigmas, soberanía territorial, cultural y económica, viajes de reconocimiento y exploración, integran esa bitácora. En este nuevo escenario dialéctico, nada hará cambiar a nuestros duendes, a nuestras alegrías, o a nuestras leyendas. Sino más bien, son nuestras “culturas” las que seguirán impulsando los cambios económicos, tecnológicos y socio-políticos. Parece ser que el canal del río es profundo y seguro, y que nuestras sociedades norteñas se encuentran asociadas en autonomía, para llegar al Bicentenario de nuestra Independencia, refundándola, revisitándola, completándola con la inclusión, la identidad y la reparación que no tuvo en 1816. •

Wright, Susan, “La politización de la ‘cultura’”, en Anthropology Today, Vol. 14, Nº 1, febrero de 1998. Krotz, Esteban, “Alteridad y pregunta antropológica”, en Revista Alteridades, 4 (8), 1994.

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Del Puelmapu a la Patagonia saudí: de ausencias y peculiaridades >> María Beatriz Gentile

SI ANTES DE 1492 AMÉRICA NO FIGURABA EN ningún mapa, la Patagonia tampoco. Fueron los españoles quienes denominaron así al Puelmapu, el extenso territorio habitado por las parcialidades mapuche y gününa küna, nos dice Adrián Moyano. Llamada “tierra de gigantes” por un cronista de Magallanes, definida como “árida y hostil” por el científico Darwin y sentenciada a formar parte del desierto generador de barbarie por Sarmiento, la Patagonia apenas encontró un lugar redentor en el mito como última frontera. Pensar la Patagonia desde la Nación evoca casi siempre a un pensar desde las ausen-

>> María Beatriz Gentile Doctora en Historia y profesora regular de la UNCo. Integra el Comité Académico del Instituto de Pensamiento y Cultura de América Latina (Ipecal), con sede en México D.F. Actualmente es decana de la Facultad de Humanidades.

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cias. Un pensar donde aquello que no existe en nuestra sociedad ni en nuestro imaginario, es producido activamente como no existente. ¿Qué mejor ausencia que el ícono del desierto? Imagen poderosa y fecunda para producir otras ausencias: ausencia de orden, de progreso, o de civilización por sobre todas las cosas. Ausentes en el relato histórico fundador de la Patria, ajenas a las luchas civiles por la institucionalización del Estado, las tierras al sur del río Negro no formaron parte de esa historia nacional que se fue modelando al ritmo de la guerra y del puerto. Difícilmente los pobladores originarios percibieron la extensión y menos aún la riqueza de la región que habitaban. Tampoco lo hicieron los exploradores del siglo XVII ni los soldados de Julio A. Roca en 1879, aunque estos últimos sabían que aquello no era un desierto. De aquí en adelante el remington y el fiscal se encargaron de su hostilidad mientras el ferrocarril y el ganado convirtieron ese extenso mar de tierra en promesa exportadora. Fundar ciudades para “tomar de la garganta a la barbarie patagónica” escribiría en 1904 un hombre del Progreso como Eduardo Talero. La Patagonia sin pasado, se convertía ahora en tierra de futuro. Por el contrario, pensar la Nación desde la Patagonia ha sido una forma de elaborar la peculiaridad. Peculiaridad que se afirma en la diferencia con el resto de las regiones que la componen. Escasamente valorada en sus orígenes, la trayectoria histórica de la Patagonia se revela en tensión permanente con ese Estado-Nación consolidado y poderoso. Esa peculiaridad fue en parte cimentada en la idea del desierto: frontera y pioneros, dos conceptos que delimitaron rasgos identitarios que forjaron el carácter defensivo con que percibió su vínculo con el conjunto nacional. Su particularismo se alimentó también de la sospecha de poseer una riqueza sin precedentes a la espera de ser descubierta y explotada, casi como evocación de aquella leyenda sobre la “ciudad de oro” buscada incansablemente por los conquistadores españoles. Hoy, la promesa de estas tierras es su principal recurso: petróleo, el oro negro. De esta forma, un federalismo cuasi autonomista ha expresado la relación con una Nación que se asocia, en más de una oca-


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sión, al aparato administrativo del Estado y a los intereses del gobierno de turno. Una Nación percibida a veces como madre protectora de estos nuevos territorios que tardaron medio siglo en alcanzar su independencia política para constituirse en provincias. Otras veces, vista como la madrastra cruel que explota el trabajo y la riqueza sin dejar nada a cambio. Imaginarios y prácticas políticas se han forjado en el cruce de estas configuraciones. Un particularismo desafiante se expone hoy con mayor rigor frente a la promesa económica de la Patagonia saudí. “Vaca Muerta, la nueva frontera del desarrollo” han llamado al descubrimiento de uno de los yacimientos más prolíferos del mundo en gas y petróleo no convencional: “Cuando la producción de Vaca Muerta alcance a 1.000 pozos explotados, el producto bruto geográfico tenderá a crecer entre 75 y 100 por ciento en la provincia de Neuquén y eso impactará en el producto interno bruto del país”, han dicho. También es cierto que por la baja permeabilidad de la roca generadora, será necesario apelar a la tecnología de la fractura hidráulica, también conocida por el término inglés de fracking, y ello –según los ambientalistas– acarreará problemas ambientales. Desierto, frontera, progreso, desarrollo, imágenes inconfundibles del paradigma de la Modernidad con que aquella Argentina pretenciosa del siglo XIX creyó haber inventado la Patagonia, generando ausencias criminales como la de sus pueblos originarios. Para estas comunidades, aceptar esa novel existencia ha sido la marca de su peculiaridad: nuevos territorios, nuevas provincias, nuevos horizontes de realización. Sin deudas con el pasado, sin coparticipación del “granero del mundo”, la región se afirmó

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en la convicción de que sus recursos económicos y su posición de frontera austral son sus ventajas comparativas para negociar su despoblamiento y su extensión inabarcable con una Nación que en ocasiones es percibida como un rival. Habrá que superar estas configuraciones. El paso del capitalismo globalizado no ha sido en vano y los efectos de una comunicación también global han creado la ilusión de cercanía con un mundo de posibilidades para quien posea los recursos. Mientras esto suceda, el sentido de Nación se irá debilitando en la medida en que esta parezca ser cada vez menos necesaria para los particularismos que se pretenden soberanos. Pensar la Nación como problema y no como un presupuesto sería una buena forma de comenzar; entenderla como construcción histórica y no esperar verla crecida y madura con atributos invariables. Incorporar al debate también lo aleatorio, lo contingente, para sobrepasar los condicionamientos que ha establecido como definición de Nación una filosofía de la historia –y no tanto la historia misma. Habrá que repensarla en clave de comunidad política, y en ese sentido volver a vincular la idea de Nación con la de participación y representación. Será necesario restablecer las relaciones de reciprocidad pero sin que las diferencias regionales/provinciales/locales escondan jerarquías que indiquen el reparto inequitativo de la riqueza. Recuperar la dimensión plural en el diseño de las políticas públicas sin convertir la demanda sectorial y/o regional en absoluta, también es un desafío. Por último, nos urge pensar la Nación en base a la unidad en la diversidad y en sintonía con un horizonte más amplio en el que América Latina comienza a encontrarse. •

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Tradiciones históricas y aportes de la economía política para repensar Córdoba >> Silvia S. Morón

USINA DE INTELECTUALES Y EXPERTOS, CÓRDOBA, la Docta, aún se enfrenta al desafío de explicar y explicarse las razones por las que la última experiencia de un gobierno popular, que sintetizó una nueva conciencia política democrática, popular y revolucionaria a la vanguardia del propio proceso nacional, fue la de Obregón Cano y Atilio López (25 de mayo de 1973 - 27 de febrero de 1974). Esta tradición fue interrumpida no sólo por el golpe institucional llevado a cabo por el Navarrazo (el anticordobazo, lo llama Blas García), y por el golpe cívico militar de 1976, sino además por las concepciones económico-sociales de los programas de los sucesivos gobiernos provinciales desde la recuperación democrática. A la zaga o a contracorriente de la vida nacional, el modelo cordobés del angelocismo, el mestrismo y el delasotismo expresan, a nuestro entender, la contracara de la forma política en que el programa económico del gobierno popular de Obregón Cano pretendía ser implementado. Consideramos que una relectura actualizada de la categoría Régimen Social de

>> Silvia S. Morón Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Ciencia Política. Profesora titular de Economía Política y directora del proyecto de investigación “La dinámica del Régimen Social de Acumulación en Córdoba en 30 años de democracia (1983-2013)”. Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad Nacional de Córdoba.

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Acumulación (RSA), introducida por José Nun en el contexto de discusión de la transición democrática en los años ochenta,1 puede ser una herramienta de análisis fecunda para ingresar a la compleja trama de relaciones económicas y políticas de la provincia de Córdoba y su vinculación con el Estado nacional. Lo que este concepto quiere enfatizar, contra todo tipo de reduccionismo economicista, es que la política o la ideología son siempre constitutivas de la economía y no meras superestructuras que se fundan en una estructura económica ya dada. Hablar de régimen revela entonces el hecho de que en la relación entre Estado y economía están entrelazados sistemáticamente un complejo de rasgos legales y organizativos, factores territoriales y demográficos, de instituciones y de prácticas que inciden en el proceso de acumulación capitalista. 2 Como síntesis económico política que articula la compleja trama de relaciones que se establecen entre Estado y economía, esta categoría ayuda a dirigir nuestra mirada hacia la historia reciente de Córdoba, caracterizada por un ininterrumpido proceso de reformas neoliberales que ha tenido y tiene profundas implicancias políticas, económicas, sociales y culturales. El proceso de reformas del Estado en Córdoba –que comienza con el gobierno 1

Morón, Silvia y Caro, Rubén, “Régimen Social de Acumulación: historia política y económica de un concepto”, en Silvia Morón y Susana Roitman (comps.), Procesos de acumulación y conflicto social en la Argentina contemporánea: debates teóricos y estudios empíricos, Córdoba, Edit. Universitas, 2013. 2 Saiz, Sergio, “Estado y lucha de clases: ¿instrumento, sujeto o territorio? Una aproximación a la articulación de lo económico y lo político desde la categoría Régimen Social de Acumulación”, en op. cit.


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de Angeloz a través del plan de modernización del aparato estatal y se profundiza con De la Sota con la aprobación e implementación de la “Ley del Nuevo Estado”, que significó la incorporación de capital privado, una nueva modernización del Estado y la Carta al Ciudadano– tuvo como lineamientos fundamentales la concepción ideológica de la Fundación Mediterránea. En este sentido, la usina de pensamiento de la Fundación, a través del IERAL –Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana– logró influir de manera progresiva durante los primeros años de la democracia y de forma más sistemática a partir del año 2000 en un marco nacional que atravesaba la última etapa del llamado régimen de acumulación de valorización financiera. De esta manera, a un año de la crisis del 2001, producto entre otros factores de la ejecución de políticas recomendadas por el IERAL y el Consenso de Washington, Córdoba pretendía convertirse en corazón del país implementando las mismas medidas que llevaron a una de las crisis más importantes de nuestra historia.3 Más cerca en el tiempo, un crecimiento sostenido de la deuda provincial, una estructura impositiva crecientemente regresiva –que se intensifica con la creación de la “tasa vial”– y el empleo sistemático de dispositivos de disciplinamiento social de los sectores marginados como el Código de Faltas, son algunos de los rasgos sobresalientes de la provincia. Ahora bien, resulta interesante entonces avanzar en el análisis de la coyuntura económico política cordobesa, teniendo en cuenta que, como diversos autores lo muestran (Rofman y Torrado, entre otros), la trayectoria nacional en un determinado período –delimitado a partir del RSA vigente– está lejos de ser homogénea en los distintos sub-espacios, cada uno de los cuales, en efecto, experimenta una dinámica de cambios que se acerca más o menos a la del promedio nacional. Así, si bien las características que asume el RSA en una región son fundamentalmente resultado de la orientación que induce aquel dominante a nivel nacional, también lo son de causas internas referidas a su evolución histórica anterior y al juego de las fuerzas 3

político-sociales locales entre sí y en su vinculación con el bloque de poder dominante a nivel central. Por otra parte, el abordaje de estos fenómenos sitúa de lleno al observador en la compleja discusión −teórica y empírica− relativa a la delimitación de unidades espaciales homogéneas (económica, social y/o políticamente) dentro del territorio nacional, cuestión altamente polémica en la bibliografía especializada argentina pero imposible de ser soslayada en un diagnóstico serio. Es imprescindible, por lo tanto, explorar la dinámica de la relación entre los gobiernos provincial y nacional para determinar cómo se configura el espacio social y político cordobés. El desafío, a nuestro entender, es indagar sobre la dinámica particular que asumió el RSA en la provincia de Córdoba, a través del abordaje articulado, tomando como referencia a Eduardo Basualdo, del comportamiento de variables económicas de la provincia, las intervenciones estatales y el modo en que se reconfiguraron y consolidaron los grupos de poder locales, en el ámbito económico-productivo y político-social, a partir de su relación con el Estado de la provincia de Córdoba desde 1976. Para ello, algunas de las preguntas tentativas para este análisis podrían girar alrededor de los siguientes interrogantes: ¿qué características asumió la estructura de ingresos y gastos del estado provincial durante el período? ¿Cuáles fueron los principales sectores económicos dinamizados por la política fiscal provincial en su estrategia de percepción de ingresos y asignación de recursos? ¿Qué transformaciones ocurrieron, a niveles agregados y sectoriales, en relación con la dinámica salarial y la estructura ocupacional en la provincia de Córdoba? ¿Qué características presentaron la estructura productiva y el mercado de trabajo en nuestra provincia? ¿Cómo se articuló la trayectoria provincial al interior del RSA vigente en nuestro país? Para finalizar, sostenemos que avanzar en esta dirección permitirá repensar Córdoba desde una perspectiva crítica y encontrar claves interpretativas para desentrañar las lógicas sociales actuales de la provincia en vistas a su transformación. •

Schuster, Erika y Fantin, Ivana, “El IERAL y las reformas estructurales del Estado en Córdoba”, en op. cit.

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Comunicación “alterativa”, una trama a construir en la región cuyana >> Patricia Slukich

PENSAR EN LAS SOCIEDADES ACTUALES REQUIERE de una reflexión en torno a los medios de comunicación. Pues hoy la información, como mercancía, se ha adueñado de todas las instancias relacionales y simbólicas entre sujetos. En Cuyo, hablar de cultura e identidad, y de su desarrollo de cara a la nación, impone un análisis sobre cómo los medios dan cuenta de nuestras prácticas: quién se apropia y reconstruye la información, quién la controla, cómo circula y qué papel juegan los consumidores. Aclaremos que la incidencia de los medios en la formación de la opinión pública, y la construcción de sentido, hacen pie en dos lógicas interdependientes y contrapuestas: la información (el dato) y la comunicación (lo que en él hay de vínculo, de relación). Estas dos culturas se articulan de tal modo que la comunicación está doblemente pri-

>> Patricia Slukich Es licenciada en Comunicación Social (especialista en cine y teatro) y jefa de Cultura en Los Andes. Colabora en revistas nacionales e internacionales. Fue docente de cultura mediática en UNCuyo y dicta cursos en periodismo y crítica.

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mero que la información: porque llega antes a nuestro organismo y, para que nos apropiemos del dato, es precisa una dosis de emoción que lo ablande. El exceso de vínculo asfixia la información y la fuerza a desaparecer: los telediarios son un ejemplo. Pero el presente nos encuentra en un cambio paradigmático del sistema informativo, debido a la irrupción del multimedia y el predominio de lenguaje audiovisual. Nuestros escenarios culturales y mediáticos han cambiado, también en Cuyo: casi todo contenido es espectáculo del acontecimiento. Sumemos a esto que la veracidad de la información cedió ante la verdad de la emoción, la actualidad ante la instantaneidad, la inserción del receptor como productor de contenidos ha puesto en crisis la tarea periodística y la superabundancia de informaciones funciona como censura. Así, información ya no es poder: el poder lo tiene quien controla su circulación. En este escenario, la historia de los medios cuyanos es compleja: existe entre ella y nuestras actuales prácticas culturales una relación de estrecha interdependencia. En la zona oeste, Mendoza fue la provincia que tuvo el mayor desarrollo mediático. Desde 1820, durante el gobierno de Tomás Godoy Cruz, fue territorio de encuentro con la palabra y el teatro; dos herramientas que la convirtieron en un polo vital para el crecimiento de las industrias culturales y sus prácticas identitarias en el oeste argentino.1

Fue José de San Martín quien en 1817 acercó la primera imprenta a la zona. Al poco tiempo se publicó La Gaceta de Mendoza, surgida de esa imprenta, que se convirtió en el primer periódico que conoce la región. Un dato curioso, en nada menor a la hora de pensar cómo se fue gestando la sumisión de los contenidos informativos de Cuyo respecto de los del centro del país y el continente, es el lugar donde está guardada la colección completa de este periódico local: en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (Brasil), antigua biblioteca personal del emperador Pedro II.

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Es en la prensa escrita, más que en la radio o la televisión, donde se expresa la voluntad cuyana de difundir y resignificar sus prácticas; pues los diarios en Mendoza fueron desde sus inicios escenario de luchas políticas y culturales. Con la aparición de Los Andes, en 1882 (el primero que logró la penetración en el país y en Chile), y sostenida en los conceptos de la Ilustración que alentaban a la prensa gráfica, se construyó la matriz ideológica y productiva de nuestros medios. Pues recién en 1969 llegaron dos nuevos diarios masivos: Mendoza (del grupo Greco, intervenido en 1980 por el gobierno militar) y El Diario (dirigido por Jacobo Timerman, que marcó una impronta de periodismo de calidad en la región). En 1993, con el arribo del grupo UNO Medios (de Vila-Manzano) el panorama de la prensa escrita replicó la fisonomía del resto de regiones argentinas (excepto Córdoba y Rosario), respecto de la noción centro-periferia: una sumisión casi total a los contenidos surgidos de la Capital, que fue creciendo cuando la globalización y los procesos de concentración mediática cooptaron el territorio, real y simbólico. Pero la construcción de la cultura mediática en Cuyo es más compleja aún. Es que Mendoza, durante el siglo XX y con FilmAndes (1944-1958), fue el único centro de producción cinematográfico nacional además de Buenos Aires. Esta fuerte producción dejó miles de horas en documentales y noticiarios (y trece películas que son parte de la historia del cine argentino). La televisión, hasta la aparición en 2014 de dos canales estatales (Acequia y Señal U), no supo –ni quiso– retomar y reconstruir esta trama audiovisual. Pese a esta base riquísima en materia de cultura mediática, y de sólidas prácticas artísticas locales, el proceso de sumisión a los contenidos de Buenos Aires llegó en Cuyo por vía de la televisión. La reproducción y circulación de la información, y las consecuencias a nivel de la industria cultural, han sido la homogeneización y transculturación de doble vía en los discursos mediáticos: a través del circuito internacional y de los que se producen en el centro del país (retrans-

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mitidos en Cuyo sin reinterpretación). Esta doble concentración, en tanto superabundancia, opera como censura y asfixia hacia las prácticas regionales, la industria y el reconocimiento de los ciudadanos en sus identidades de origen. Sólo los rituales populares masivos, como la Fiesta Nacional de la Vendimia, nos reúnen ante el espejo trizado de nuestras raíces; mientras que infinidad de subculturas y hábitos, vivos en el seno social, permanecen casi invisibles. Algunos motivos en la fisonomía de este sistema mediático cuyano surgen del incumplimiento de la Ley 26.522, de Servicios de Comunicación Audiovisual, por parte de multimedios provinciales, y de la ausencia de productores y gestores que sean nexos entre estos y nuestras matrices culturales. No obstante, la producción artística cuyana resiste, con una presencia sostenida en las carteleras y espacios de arte. Esa voluntad de hacer es la que permite que los medios (a excepción de la TV) no cierren totalmente el espacio a los contenidos locales. Es importante destacar el rol, en la última década, que han ocupado las políticas culturales nacionales en la articulación, fomento y formación relativa a prácticas culturales; y la existencia de las universidades cuyanas: la masa de artistas que surge de ellas es cuantiosa y calificada, y capaz de gestar obras de nivel, contemporáneas y vinculadas con la identidad de la zona. La formación de espectadores, en tanto sujetos activos en el campo mediático, es imprescindible. Desde la perspectiva del sistema de información, el cumplimiento de nuestra Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la demanda de una recepción crítica y el surgimiento de espacios destinados a la construcción de una comunicación alterativa (promotora de transformación en las relaciones de poder en el dominio de las culturas) pueden ser herramientas eficaces para direccionar el flujo de las informaciones desde una perspectiva federal, inclusiva y promotora de las industrias culturales, de cara a la construcción de una cultura mediática que dé cuenta de nuestras realidades regionales, insertas en la nación plural. •

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Tucumán y el Noroeste en la cultura nacional >> Fabiola Orquera

>> Fabiola Orquera Es PhD, Duke University, investigadora del Conicet-ISES. Premiada como ensayista, publicó artículos destacados y editó Ese ardiente Jardín de la República. Formación y desarticulación de un “campo” cultural: Tucumán, 1880-1975.

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Construcción, duelo y recuperación A diferencia del Noreste y la Patagonia, regiones conformadas después de conquistas y a costa del aniquilamiento de la población autóctona, el Noroeste reúne a varias de las provincias que el santiagueño Ricardo Rojas llamó “históricas”: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja. Sin embargo, estas provincias sufrieron los embates de la ideología positivista, expresada en la oposición entre civilización y barbarie, que legitimó el dominio de Buenos Aires y la Pampa húmeda por sobre el resto del país. Aun cuando Rojas a comienzos del siglo XX propusiera una concepción multipolar de la nacionalidad, organizada en torno a zonas geoculturales definidas por la selva, la pampa, el Ande, Chaco y Patagonia, esta perspectiva no llegó a modificar el peso de la visión dualista. El triunfo de la idea de “civilización” inspiró el reemplazo de la población autóctona por la europea, haciendo que el basamento social del Noroeste, entretejido hasta entonces por lo calchaquí y lo español, recibiera el influjo de nuevos inmigrantes. Al mismo tiempo, la construcción de ferrocarriles y el surgimiento de la industria azucarera generó, desde Jujuy a Santiago del Estero, lo que se conoce como “llano zafrero”, espacio caracterizado por cañaverales, chimeneas, pueblos azucareros y carros conducidos por “obreros golondrina” –a menudo de origen indígena–, que viajan con sus familias para trabajar en la zafra. Este paisaje dio lugar a todo un sistema de representaciones literarias, musicales, visuales y teatrales centrado, más que en una mirada costumbrista, en la reflexión sobre la complejidad ideológica y afectiva de ese universo. La economía azucarera generó, por otro lado, una élite ilustrada, de cuño conservador y católico, interesada en el fortalecimiento de la región con respecto al centralismo porteño. A tono con el movimiento nativista y criollista que impulsaban el riojano Joaquín V. González y Rojas en Buenos Aires, los tucumanos de la generación del Centenario –entre ellos Juan B. Terán, Ernesto Padilla y Alberto Rougés– sentaron las bases para el desarrollo de una cultura moderna que estuviese arraigada a prácticas que consideraban autóctonas. Así nació en 1914 la Universidad Nacional de Tucumán, que desde la década de 1930


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se constituyó en un importante centro intelectual y científico, albergando investigaciones como las del etnólogo Alfred Métraux, la etnomusicóloga Isabel Aretz y el maestro y recopilador de cantos populares Juan Alfonso Carrizo. Al mismo tiempo, el folclorista Atahualpa Yupanqui decidió residir en Tucumán para hacer del Ande el sustrato simbólico de un nuevo perfil nacional, criollo e indigenista. Recorrió los caminos incas desde Jujuy hasta La Rioja, aprendió antiguas melodías y representó en sus zambas al habitante del cerro que trabajaba en la zafra. Introdujo así en el imaginario nacional al paisano andino, versión norteña del gaucho pampeano, revivificando el nativismo desde un interés étnico y social. En los años cuarenta, Leda Valladares estudia filosofía con destacados profesores emigrados de Europa, pero al escuchar por primera vez una baguala decide cambiar los libros por el canto con caja. A la vez, incursiona exitosamente en la poesía, género que se había hecho notar desde la experiencia santiagueña de La Brasa, prohijada por Bernardo Canal Feijóo, y seguiría destacándose con las publicaciones del grupo “La Carpa”, en Tucumán –integrado, entre otros, por el jujeño Raúl Galán y el salteño Manuel J. Castilla– y Tarja, en Jujuy. Ya después de la Revolución Cubana, reverdece el latinoamericanismo y la creencia en la utopía social. Yupanqui se constituye en referente de una generación de folcloristas liderada por Mercedes Sosa y los salteños Pepe y Gerardo Núñez, Ariel Petrocelli y César Isella. Mientras, el documentalista tucumano Gerardo Vallejo, formado por Fernando Birri en Santa Fe, filma la vida campesina junto al Grupo de Cine Liberación, y Jorge Prelorán registra oficios criollos en una serie musicalizada por Leda Valladares, quien toma la ocasión para elaborar un “mapa musical de la Argentina”. Escritores como Tomás Eloy Martínez, Juan González, Juan José Hernández o Julio Ardiles Gray, artistas como Joaquín Linares y Ernesto Dumit o teatristas como Horacio Quiroga apelan a estéticas que les son contemporáneas para hablar del espacio político, económico y social que ha-

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bitan, cuyo entramado ha entrado en crisis. En la década de 1970 esa crisis se agudiza y el breve regreso de Perón es interrumpido por la última dictadura militar. El intenso ambiente cultural es suplantado, al decir del guitarrista Juan Falú, por “un gran silencio”. El retorno democrático enfrenta a exiliados y sobrevivientes con vacíos y ausencias; pero a pesar del quiebre irremediable, la transmisión intergeneracional, la reconstrucción colectiva de la memoria cultural y el aporte de los estudiosos –David Lagmanovich, Octavio Corbalán, Gaspar Risco Fernández y una serie de investigadores formados en los años más recientes– permiten reconectar con lo que hasta 1976 se había construido.

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Por un nuevo modelo de cultura nacional El desafío actual pasa por elaborar, a partir de las tradiciones locales y sin desconocer los lineamientos globales, un perfil que permita atravesar las murallas del canon nacional. Ese perfil supone el diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo, lo letrado y lo oral, lo hegemónico y lo subalterno, aun desde distintas tradiciones políticas, en la medida en que se comparta ese mismo objetivo. A doscientos años de la declaración de independencia, el atributo de “barbarie” puede ser asumido como matriz de una creatividad distintiva, multiforme y en constante rebeldía con el centro. En ese sentido, la demanda de igualdad y emancipación lleva a pensar en un modelo de cultura nacional caleidoscópico, multipolar y pluridireccional, capaz de tomar en consideración, además de las corrientes estéticas dominantes, las representaciones analíticas y críticas, a veces sencillas y a veces geniales, del mundo del azúcar, el quebracho, la manzana, el algodón, la yerba mate. Para ello hace falta diversificar el financiamiento del Estado, asegurando la participación equitativa de cada región y la discusión profunda sobre los núcleos simbólicos que definen el perfil nacional. •

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La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas

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Pasado y presente de la tradición nacional popular >> Eduardo Jozami

ES CORRIENTE ASIGNAR A LA TRADICIÓN UN sentido conservador. La idea se vincula con la herencia cultural, la afirmación de legados, el rescate de momentos y figuras del pasado: todo ello podría considerarse a contramano de la tendencia dominante desde la emergencia de la Modernidad que afirmó la creencia en un progreso ilimitado como norma del desarrollo de las sociedades. Sin embargo, a pesar de que allí se generaba una mirada optimista hacia el futuro, desde entonces los cambios más radicales han buscado siempre su anclaje en el pasado. La Revolución Francesa que quiso fundar de nuevo la historia, instalando un nuevo calendario, inspiró su liturgia en la república romana y, también, en los escritos de Mariano Moreno, que están en el origen de nuestro proceso emancipador, donde las referencias a Rousseau y a otras novedades del pensamiento de la Ilustración se acompañan con citas de la más antigua legislación foral española.

>> Eduardo Jozami Doctor en Ciencias Sociales y profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Profesor del Posgrado en Historia de la Untref. Hoy dirige el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en el predio que ocupara la ESMA.

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Toda tradición se construye y redefine a partir de las necesidades del presente. La llamada “tradición nacional popular argentina” no constituye una excepción. Múltiples expresiones de resistencia de los caudillos provinciales a la hegemonía porteña jalonaron las primeras décadas de vida independiente, hasta que se consolidó el proyecto de inserción dependiente del país en el mercado mundial. El radicalismo, en su lucha por la reivindicación del sufragio, retomó esas tradiciones del federalismo como movimiento popular del siglo XIX. Sin embargo, Hipólito Yrigoyen se cuidó de poner límites a esa filiación, en la medida en que pudiera excluir el legado del liberalismo argentino: en un país donde el fraude y la violencia política que excluía a las mayorías reinaban de hecho pero cuya Constitución Nacional no establecía restricciones al voto universal masculino, este derecho a la participación electoral podía fundarse también en la norma liberal de 1853. Más tarde, la tarea realizada por Forja, en la década de 1930, profundizó el legado radical acentuando sus aspectos más populares y generó un discurso nacionalista en lo económico que trascendía el pensamiento de Yrigoyen. Más allá de las complejidades de la relación entre Perón y los forjistas, no caben dudas de que el de Arturo Jauretche y sus compañeros sería el principal aporte doctrinario al peronismo, movimiento al que se incorporarán muchos dirigentes radicales. A izquierda y derecha del espectro político, también otros grupos se incorporaron al nuevo movimiento. Perón retomará desde la Secretaría de Trabajo los proyectos de leyes laborales presentados, en su momento, por los diputados socialistas y, a pesar de la oposición cerril de los dirigentes del PS, ingresarán al peronismo muchos dirigentes sindicales del socialismo, junto a intelectuales nacionales como Manuel Ugarte, que siempre enfrentaron la línea liberal dominante en el partido. En cuanto al Partido Comunista, Rodolfo Puiggrós, principal de las figuras escindidas a comienzos del gobierno de Perón, se convertirá en una de las fundamentales referencias intelectuales para el peronismo setentista. En la formación del discurso del peronismo de la resistencia también ten-


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drían gran influencia intelectuales de origen trotskista y de la izquierda nacional, entre los cuales Jorge Abelardo Ramos fue el más notorio. Luego de los intentos frustrados por constituir tradiciones de las llamadas “terceras fuerzas”, que no llegaron siquiera a consolidarse como identidades políticas, la emergencia del kirchnerismo abre a comienzos del nuevo siglo otra etapa del movimiento popular. El tronco principal de esta experiencia, que rescata al movimiento creado por Perón de la ciénaga menemista, proviene del justicialismo, pero la presencia de otras vertientes es, sin embargo, significativa. Esta composición plural se suma a la originalidad del discurso kirchnerista y al dato cierto de que muchos dirigentes provenientes del Partido Justicialista –que siguen expresando el giro neoliberal de los años 90– militan en contra del actual proceso político, para advertir que el kirchnerismo constituye claramente un momento político diferenciado en relación con el peronismo originario. Un recorrido tan sumario y elemental por nuestra historia política sólo se justifica por la necesidad de enunciar algunas conclusiones. Resulta evidente que las fuerzas asociadas a la tradición nacional popular –en la que incluimos al radicalismo yrigoyenista– han ocupado siempre el centro de la escena en los momentos de transformaciones profundas en la vida política y en la sociedad argentinas, pero también es cierto que, en cada caso, se han constituido nuevos alineamientos que modificaron el cuadro político preexistente, y que el discurso de las nuevas fuerzas recepta contenidos y formas del lenguaje y la acción política que provienen de diversas corrientes ideológicas y tradiciones culturales. Nada más lejos de reflejar este proceso rico y contradictorio que la postulación de una tradición nacional compacta, un pasado ya plenamente configurado en el que poda-

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mos encontrar soluciones a todos los interrogantes. En consecuencia, la referencia al revisionismo histórico –aporte fundamental hace más de un siglo para cuestionar la visión liberal de la historia argentina– mal puede agotar la consideración de los problemas que hoy plantea la cuestión nacional popular. En principio, porque no se trata de afirmar una línea única que en cada circunstancia haya expresado la posición nacional sino de recoger todos los aportes que, muchas veces desde trincheras diferentes y hasta enfrentadas, se han hecho para la construcción de la memoria popular y el proyecto emancipador. Por otra parte, por razones de época, poco encontraremos en el revisionismo sobre muchas cuestiones que interpelan hoy a la cultura nacional popular: la historia de los trabajadores y las mujeres, el pasado de las izquierdas o los nuevos temas vinculados a la expansión de derechos, a una igualdad más plena y al reconocimiento de la diversidad sexual. En suma, concebimos una tradición nacional popular renovada y abierta a recibir todos los aportes, un texto que está siempre reescribiéndose, antes que el Gran Libro en el que ya se encontrarían todas las respuestas. Una cantera de pensamientos y experiencias en la que debemos sumergirnos con la pasión del coleccionista o el buscador de perlas –como quería Walter Benjamin– para recoger otras voces y recuperar episodios menos frecuentados. La historia oficial construida desde el poder, la de quienes siempre han triunfado, tiene una coherencia, una linealidad, a la que no podemos aspirar quienes queremos recuperar la memoria de los vencidos, que es necesariamente fragmentaria. Cada avance que logramos hoy en el camino de la expansión de derechos, de la justicia social y la afirmación latinoamericana convoca necesariamente esos momentos del pasado. Hay que tener la disposición para recibirlos porque en este presente también ellos encuentran un nuevo sentido. •

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La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas

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Bajo tu influencia. Una aproximación a la cuestión del pensamiento nacional >>Javier Trímboli

PORQUE ES PARTE CENTRAL DEL ASUNTO, Y también del problema, empecemos con Sarmiento. En Facundo, da cuenta de la mirada que Europa dedica a lo que entre nosotros ocurre y que los lleva a no entender “nada de lo que sus ojos han visto”: “Al ver las lavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocan bramando en este gran foco de lucha intestina (…) han dicho: ´Es un volcán subalterno, sin nombre, de los muchos que aparecen en América: pronto se extinguirá´; y han vuelto a otra parte sus miradas, satisfechos de haber dado una solución tan fácil como exacta, de los fenómenos sociales que sólo han visto en grupo y superficialmente”. No alcanza con decir que esta afirmación de la particularidad argentina es sólo un lugar común del romanticismo. Pone en

>> Javier Trímboli Profesor de Historia y ensayista. Desde 2009 es asesor historiográfico de la Televisión Pública. Participó en la realización de Belgrano. La película, de la serie Huellas de un Siglo y del programa Borges por Piglia. Espía vuestro cuello es su último libro.

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palabras, con crítica e ironía, lo que ya habían percibido Moreno, Belgrano, el mismísimo San Martín y también Rosas: que la vida en común en la Argentina tiene una cuota no menor de singularidad. Como en cualquier otra nación, agreguemos, hecha de influencias y acontecimientos, y aunque el mundo tomado por la Modernidad se haya vuelto más pequeño y homogéneo. Se dijo enigma y misterio: si queremos dar con las claves más propias de la vida argentina es porque nuestra suerte está afectada por las fuerzas que atraviesan este lugar en el que nacimos y vivimos. Antes de que Edipo Rey de Sófocles pasara a ser leída como el drama de una familia burguesa urgida de psicoanálisis, era también una reflexión sobre la influencia duradera del origen, de la tierra y la sangre. Al decir “pensamiento nacional” nos referimos entonces a un conjunto de artefactos –libros, canciones, imágenes– que, en su desvelo, nos acercan pistas, a veces interpretaciones o incluso bocetos de mapas, para entender la especificidad de este volcán argentino que, aunque se parezca en especial a los de nuestro continente, es único también. ¿Es el pensamiento nacional una empresa de conocimiento? Un poco más. Libros con manos, anhelaba el poeta alemán Heinrich Heine por los años del Facundo, que apuntalen tareas comunes. Lo contrario de la cultura como ostentación ociosa de los poderosos. Una puntada más con Sarmiento, para no renguear. En una de sus últimas páginas autobiográficas, señala que lo mucho que hizo fue en pos de que “todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas”. La Argentina toma su nombre de un poema y es, desde un vamos, una promesa que será reinterpretada una y otra vez. En el pensamiento nacional, que nace del mundo y vuelve a él en tanto acción, además de rastros y mapas, se deja entrever el “festín de la vida”. También las pesadillas de su reverso. Ahora bien, el “festín de la vida” de Sarmiento –la civilización– no es el de José Hernández. Tampoco, por supuesto, el que subtiende, con variantes, a la obra de Rodolfo Walsh o a la trama fundamental de revistas que acompañó los años posteriores a la dictadura militar. Los mapas


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están lejos de ser idénticos y no sólo por el paso del tiempo, sino por las ideologías y las empatías políticas y de clase en las que se enlazan esos artefactos. Además de la pericia del baqueano o del cartógrafo, el resultado depende de cómo se entienda ese festín de la vida, a quiénes se invita a la mesa y a quiénes se deja afuera. El pensamiento nacional abarca la complejidad de un arco de diferencias. No obstante, si entendemos que tratamos con una materia viva, nos vemos obligados a evitar la ecuanimidad y a preguntarnos cuáles de esos mapas heredados no hacen más que perdernos. Porque también son parte del pensamiento nacional los textos que nos empujaron a nuestras horas más críticas, las de mayor tristeza para las clases populares. La tentación es expulsarlos, dejarlos por fuera de la vida en común que quiere refundarse, como si diéramos por seguro que incluso las fuerzas sociales con las que hicieron alianza están extintas. Sería un engaño y un error, porque esas astillas de pensamiento que alentaron la muerte de caudillos y montoneras, la derrota de las tribus y del desierto en 1879, los bombardeos de 1955 o el 76, son expresiones de formas reaccionarias de lo nacional que se alimentaron, y lo siguen haciendo, de las fuerzas más estridentes del capitalismo. También de sus fórmulas ideológicas deshumanizadoras, que proliferarán transmutadas mientras este exista. Así y todo, es inevitable agregar que hay algo declinante, porque para propiciar las soluciones políticas reaccionarias de 1955 y de 1976 no se escribieron libros ya no de la estatura difícil de igualar de Facundo, sino de La conquista de quince mil leguas de Estanislao Zeballos, casi un encargo del ministro de Guerra Roca antes de emprender su última incursión hacia el río Negro. Como si, refractarias a la vida y a su festín –al “alma matinal” podríamos decir con el peruano José Carlos Mariátegui–, las posiciones antipopulares hubieran sido abandonadas también por el pensamiento. Su lugar lo ocupó la conjugación entre la fuerza, el pragmatismo y la propaganda, con Sarmiento de fondo, bastardeado y disminuido. ¿Qué es una tradición? Con la ayuda de Hannah Arendt decimos que es el pasado • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

revestido de autoridad. Aunque de manera desigual, las distintas tradiciones del pensamiento argentino no han salido indemnes del siglo XX. La dictadura militar, la guerra de Malvinas, el desvanecimiento de la primavera democrática y el capítulo del neoliberalismo de los noventa fueron sus últimas y fatigosas pruebas. Aunque no haya habido ni muerte de las ideologías ni final de la historia, la autoridad de las tradiciones quedó mellada. Por eso, hoy moverse en su terreno es hacerlo con paso dudoso, sobre un tembladeral. Cosa que, en su contracara, permite ver más allá de lo que cada tradición obligaba a recortar con demasiada vehemencia. Por ejemplo: el escritor y diputado radical Alcides Greca realiza en 1917 el documental El último malón. Se sostiene en la tensión entre civilización y barbarie, pero lo que une su mirada con el rostro de los indios mocovíes es mucho más relevante que las ideas enunciadas. Las opiniones de Borges a favor de la Revolución Libertadora, aunque imposibles de olvidar, no opacan el valor de su literatura, en la que destella la añoranza por una forma de nuestro siglo XIX y la inquietud por los laberintos argentinos. Leonardo Favio nada tenía de socialista avant la lettre pero produjo una obra cinematográfica en la que resuenan como en pocas otras los sinsabores de la vida popular argentina y sus apuestas de emancipación. Un artículo en minoría en la revista Punto de Vista, firmado por Emilio de Ípola en 1997, señala que la eficacia con la que penetró el neoliberalismo en la Argentina se debe también a que se había hecho abandono del vigoroso texto del pensamiento argentino. Reafirmamos que el pensamiento y la cultura pueden oficiar de poderosos anticuerpos, ya que otorgan el carácter necesario para limitar las ofensivas de la globalización y del gran capital que, a través del mercado y en alianza con el entretenimiento y las pantallas, ofrecen una vida que nada tiene que ver con ese festín que, incluso en Sarmiento, tenía el aliento de lo común; y nos pierden respecto del significado de haber nacido en estas latitudes y no en otras. Así, el pensamiento nacional en toda su complejidad resiste y mantiene viva la chispa. •

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La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas

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Notas sobre la vigencia del pensamiento nacional >> Ernesto Villanueva “Somos un episodio en la larga lucha por la Liberación integral del país. Si caemos, otros nos sustituirán. Nada se pierde del todo. La memoria de los Pueblos tiene recovecos muy recónditos.” RAÚL SCALABRINI ORTIZ “Hay momentos en la historia en que los que saben escribir no tienen nada que decir y los que tienen algo que decir no saben escribir.” CESARE PAVESE

NO RESULTA SENCILLO ENCONTRAR LAS HUELLAS del pensamiento nacional en las más calificadas esferas de la política, la ciencia, la filosofía, o en las universidades. Sin embargo, estamos convencidos de que las transformaciones acontecidas en los últimos once años en la Argentina serían impensables sin este horizonte emancipador. Porque más allá de matices y contrastes inherentes a una tradición heterogénea y prolífica, el pensamiento nacional aportó un diagnóstico certero del problema de la dependencia y ofreció resoluciones concretas a los problemas de la Nación en el difícil tránsito de, como afirmaba Don Arturo Jauretche, “ver desde aquí lo universal”.

>> Ernesto Villanueva Sociólogo de la UBA, especialista en temas de educación superior. Tuvo a su cargo el Rectorado de esa Universidad, fue director del Conicet y vicerrector de la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, es rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

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Las sucesivas cristalizaciones del pensamiento nacional fueron siempre –aunque en grados variables– emergentes intelectuales de proyectos históricos libertarios que intentaron dar respuesta a la subordinación del país y a la exclusión política y material de nuestro pueblo. De hecho, el énfasis puesto menos en la inscripción geográfica de la producción intelectual que en el modo de abordaje –el debate sobre la Nación–, distingue esta corriente de ideas de la tradición del pensamiento argentino en sentido amplio. En su multiplicidad de expresiones, y sin ánimo de agotar otros modos posibles de historizar su desarrollo –atendiendo, por ejemplo, a aspectos cronológicos de la producción, a la adhesión a escuelas de pensamiento y/o a proyectos políticos específicos (artiguismo, rosismo, yrigoyenismo, peronismo, etc.), al ámbito disciplinar de la producción (Epistemología, Filosofía, Historia, Arte, etc.)–, nos interesa mencionar brevemente su carácter multifacético, ligado al diálogo con gran parte de las tradiciones, doctrinas y corrientes intelectuales que fueron expresión de la vida política del país a lo largo del siglo XX. En este sentido, abrevaron en sus fuentes figuras provenientes de la diversidad propia del movimiento nacional. El inventario demandaría páginas enteras, con lo cual, invitamos a visualizar aunque más no sea esquemáticamente lo antedicho. En las variantes del nacionalismo, podemos mencionar a figuras vinculadas al nacionalismo de derecha como Julio Irazusta; provenientes del nacionalismo de izquierda, expresiones como Forja y figuras como la de Rogelio García Lupo, Arturo Jauretche y John William Cooke. De un nacionalismo ligado al revisionismo histórico en su variante rosista, podemos mencionar a Fermín Chávez, José María Rosa y Ernesto Palacio; en su vertiente federal, a Rodolfo Ortega Peña y a Norberto Galasso. Vinculados a la doctrina social de la Iglesia, a Guillermo Gutiérrez, Arturo Sampay, Conrado Eggers Lan y Amelia Podetti. Al marxismo nacional de orientación trotskista, a Abelardo Ramos; de orientación peronista, a Juan José Hernández Arregui y John William Cooke; de orientación no peronista, a Ismael Viñas y Silvio Frondizi. La conexión entre pensamiento nacional,


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proyectos emancipadores y pueblo, no obstante, aparece muchas veces de manera subterránea o más o menos invisible. Es un hecho que el devenir de las ideas dominantes es siempre más sencillo de reconstruir. Las razones son varias. En principio, es innegable que las tradiciones culturales y políticas de nuestro pueblo han sido frecuentemente soterradas por el pensamiento colonial, cuando no lisa y llanamente confinadas al olvido. Además, ha pesado a lo largo de nuestra historia una sucesión de ofensivas sobre los movimientos populares que han debido resistir la violencia de los bloques de poder. Hace años Rodolfo Walsh escribió casi como una premonición: La dignidad y el coraje de nuestro Pueblo florecen y marcan una página histórica que no se borrará jamás. (…) Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.

A pesar de aplazamientos, avances y retrocesos del movimiento nacional, el pensamiento nacional permaneció en el subsuelo de la patria, agazapado, esperando la oportunidad para sublevarse nuevamente. Y resurgió en la tendencia actual de forjar un porvenir compartido para profundizar una democracia inclusiva con justicia social integrada a nuestra América. Renació en las políticas de reparación nacional y de avance en la formación de nuestra conciencia para entregarnos un espejo donde mirarnos y reconocernos en nuestros aciertos y contradicciones, pero abandonando definitivamente toda la serie de complejos de autodenigración que coadyuvaron a que se apaguen tantos sueños en los argentinos. En este punto, es dable pensar que el pensamiento nacional en toda su complejidad ha logrado entrar en los intersticios más recónditos de nuestra memoria colectiva. Sabemos que tenemos por delante múltiples desafíos para el pensamiento nacional y los movimientos populares actuales. Quizá, uno de los más urgentes tenga que • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

ver con contribuir a la propagación del ideario nacional hacia el interior de la comunidad y mermar las distancias originadas, las más de las veces, por lo que consideramos caro a la tradición antiintelectualista de ciertos sectores de nuestra cultura política que han predicado, ayer y hoy, cierto recelo y/o desconfianza hacia lo intelectual. Sortear este problema nos permitirá atraer a los sectores vacilantes e imponer los compromisos sociales y políticos al momento de construir una visión estratégica asentada en los trabajadores, en las clases medias y en los sectores políticos más consecuentes de un país en tren de emancipación. La herencia del pensamiento nacional resulta un aporte fundamental en el proceso de autoconocimiento cultural de las clases populares y en la clarificación del peligro constante del designio neocolonial del Norte, sus buitres y sus operadores internos que pretenden retrotraer el país al pasado con el recorte de la soberanía nacional y la entrega de nuestro patrimonio. La Argentina no concretó aún la conquista de su plena autodeterminación nacional y esa es todavía una lucha general de Latinoamérica. Hurgar entre los recónditos recovecos de la memoria popular, como quería Scalabrini Ortiz, y avanzar en la resolución del desencuentro enunciado por Pavese entre los intelectuales y el pueblo, son tareas que nos comprometen a todos aquellos hombres y mujeres consustanciados con el país y que entendemos, con la característica humildad de Jauretche, que es momento de emprender la tarea: Yo no me atrevería a decir estas cosas si no creyese que hay en los oyentes una predisposición para entender, si yo creyera que estoy hablando a un auditorio encerrado en lo que sabe como en una torre. No. Yo creo que estamos en un momento de gran curiosidad y que esa curiosidad está construida por muchas dudas. La curiosidad puede llevar al escepticismo, pero también a la fe. Tenemos que procurar que nuestra curiosidad nos lleve a que cada uno se convierta en promotor del descubrimiento de nuestra realidad.

A celebrar este tiempo colmado de conquistas y a trabajar por lo que falta. •

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Caminemos juntos por una nación con igualdad e identidad >> Daniel Ricardo Fernández

>> Daniel Ricardo Fernández Es abogado especialista en derecho laboral y social, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. El 24 de agosto de 2009 fue nombrado presidente del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, cargo que desempeña actualmente.

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LA TEMÁTICA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS DE nuestro país viene suscitando creciente interés, a pesar de la existencia de importantes niveles de desconocimiento o confusión al respecto. Es por ello que resulta necesario, como un primer aporte a las discusiones de los foros, esbozar los grandes trazos de las distintas miradas existentes sobre la temática en la actualidad. Se pueden distinguir tres visiones sobre la cuestión indígena, que coexisten en nuestro país: la más antigua y tradicional es la que identifica la cuestión como perteneciente al pasado, caracterizando lo indígena como sinónimo de atraso. Contrapone la figura del inmigrante y el capital extranjero como “progreso” proveniente de Europa. Llega a justificar plenamente el empleo de la fuerza, como las campañas militares en nuestro centro sur pampeano y sobre el gran Chaco, durante los siglos XIX y principios del XX, dirigidas contra la población indígena para despojarlos de sus tierras. En el plano cultural educativo reivindica y difunde la dicotomía planteada por Sarmiento, de “civilización o barbarie” negando el aporte y la presencia actual de los pueblos, considerándolos como rémoras a las que hay que terminar de asimilar en el presente. Esta corriente es la que dio sustento, luego de Caseros, a la Constitución de 1853 y su art. 67 inciso 15, que dentro del capítulo de fronteras, le atribuyó al Congreso la obligación de “conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Esta norma monocultural, que considera lo indígena como un hecho externo a la nación, tuvo vigencia durante 136 años. Uno de sus voceros históricos más consecuentes es el diario de los Mitre La Nación y la representación simbólica que mejor la expresa es el emplazamiento del monumento del conquistador Colón en el patio mismo de nuestra Casa de Gobierno, dándole la espalda a la ciudad y sus habitantes. ¿Hasta cuándo los argentinos nos seguiremos considerando hijos de los barcos? Otra mirada, que podría caracterizarse como indigenista-global, es la originada en Europa en las décadas de los 80 y los 90 del siglo que pasó. Es resaltada desde lo simbólico y exhibida como un ejemplo de las consecuencias de la explotación capitalista. Como una metáfora que se am-


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plifica con la utilización de redes sociales y nuevas tecnologías a través de denuncias a escala global. Han procurado sumar solidaridades y “sensibilizar” a los organismos internacionales como la ONU y la OEA en cuyas resoluciones normativas y fallos confían. Se caracterizan también por cuestionar fuertemente al “Estado-nación” descalificando los proyectos nacionales surgidos en los últimos años en Sudamérica. Promueven en cambio la constitución de regiones “autonómicas” o “naciones” indígenas, teniendo en la experiencia del zapatismo una referencia. En nuestro país la impulsan diversas ONG y fundaciones que denuncian sistemáticamente violaciones de derechos y cuestionan el aprovechamiento y la explotación de los recursos naturales. ¿Hasta dónde es preocupación real o se trata de oportunismo imperial? Finalmente, y en consonancia con la época que nos toca transitar, rescatamos la tradición surgida desde la profundidad de la prePatria y que fuera por muchos años omitida y olvidada: la nacional y popular. Resurge en el presente a partir del año 2003, teniendo su manifestación más importante en la conmemoración del Bicentenario, con protagonismo de las organizaciones indígenas.

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Esta mirada incorpora una visión revisionista y democratizadora de la historia nacional, revalorizando los componentes tanto sociales como culturales de los pueblos “preexistentes” a la conformación de la nación: los indios, los gauchos y los negros. Considera a los pueblos originarios como parte constitutiva de la Nación, y al Estado como un instrumento en disputa política, por lo que brega por unir fuerzas. Asume la deuda histórica del despojo de las tierras en gran parte del violento siglo XIX y principios del XX, impulsando en el presente importantes leyes en materia de posesión y propiedad comunitaria, de enseñanza intercultural bilingüe, y la democratización de medios de comunicación. La reciente restitución en la Casa de Tucumán de las actas de la Independencia impresas en lengua quechua y aymará en 1816 y el emplazamiento próximo del monumento de Juana Azurduy en la Casa de Gobierno ratifican esta voluntad emancipadora y multicultural de la nueva independencia sudamericana del siglo XXI. ¿Cómo debiera ser la nueva vinculación de los pueblos originarios con el Estado y los sectores populares para afirmar el camino de la segunda independencia? •

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Los pueblos indígenas en la Argentina

Pasado, presente y desafíos >> Juan Chico

>> Juan Chico Nacido en Napalpí. Historiador, docente y escritor del pueblo qom. Escribió en castellano y qom junto a Mario Fernández La voz de la sangre, investigación sobre la Masacre de Napalpí.

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UNA VEZ DECLARADA LA INDEPENDENCIA, AL consolidarse el Estado argentino, se dejaron de lado las ideas revolucionarias de Mayo y se propuso exterminar a los pueblos indígenas usando varios métodos, ya sea por las armas como por el etnocidio. Si bien nos alegramos mucho cuando Néstor Kirchner bajó los cuadros de los genocidas Videla, Bignone, etc., al mismo tiempo nos hizo reflexionar acerca de por qué los cuadros de otros genocidas de la historia siguen en lo alto de los lares argentinos; como Roca, que hasta hace poco estaba firme montado en su caballo en el billete de cien pesos, o Sarmiento, que sigue siendo venerado por los educadores argentinos cuando en realidad para muchos de nosotros, los pueblos indígenas, fue y seguirá siendo un racista y genocida. Más allá de algunas cosas positivas que pudieron haber hecho en su vida, nada puede devolver la vida ni justificar tanta barbarie. Muchos argentinos justifican a Roca diciendo que fue necesario ocupar la Patagonia y matar a miles de indígenas y que gracias a ello Argentina es dueña de la Patagonia, porque de lo contrario hoy sería chilena. Sin embargo se olvidan de que 30 años antes el genocida Sarmiento desde su diario de exiliado en Chile alentaba al gobierno chileno a ocupar la Patagonia. Además de que todavía hoy hay colegios, ciudades y monumentos que honran a muchos de estos asesinos, en nuestros establecimientos educativos se sigue enseñando la historia de otros pueblos, otras memorias, para que conozcamos otros héroes, mientras que a los nuestros los tenemos olvidados y condenados al silencio. Y la verdad, celebramos que en este período de la democracia haya una política de derechos humanos que está logrando que muchos genocidas estén siendo juzgados y condenados, y nos alegra porque eso nos genera la esperanza de que llegará un día donde también se pueda juzgar a los responsables del genocidio indígena. Tenemos que empezar a visibilizar y que se conozca nuestro pasado, porque para construir nuestro futuro tenemos que reconstruir parte de nuestro pasado. Muchos no quieren que se conozca nuestra historia pasada, para que no quede al descubierto su barbarie; alguien dijo una vez: “El opre-


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sor jamás estará de acuerdo en que los oprimidos se liberen”. Escribir nuestra historia es empezar a liberarnos de tantas mentiras, del cuento de que la invasión y el asalto fueron la civilización. La generación conocida como “generación del 80” fue sin dudas la que impuso una ideología y política racista y de exterminio contra los pueblos indígenas con esto de “civilización y barbarie”; lo rural era lo atrasado y lo urbano por supuesto, con la mirada puesta en Europa, lo civilizado y el progreso. En su proclama contra el Chacho Peñaloza, Sarmiento decía: “Salvar la civilización amenazada por estos vergonzosos levantamientos de la parte más atrasada de la población (…) que siguen sus instintos de destrucción (…) Conciudadanos a las armas, y que San Juan sea un ejército, un baluarte contra la barbarie y un ejemplo para todo el pueblo argentino”. Él mismo encabeza la persecución contra el Chacho, defensor del federalismo y que se pronunciaba contra el gobierno de Mitre. Vemos cómo sobresalen las palabras “instinto” y “barbarie” como venimos mencionando; para él no hay término medio, o eres civilizado o bárbaro y por supuesto él representaba la civilización, y como “civilizado” no descansó hasta que por fin vio la cabeza del Chacho –el bárbaro– incrustada en un palo para lección del resto de los bárbaros. En un escrito a Mitre comenta: “No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho. Yo, inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí, he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla en la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”. Tenemos que recordar que muchos de los que seguían al Chacho Peñaloza eran indígenas. Es admirable la caradurez de Sarmiento, que justifica y dice que como hombre honrado y pacífico lo celebraba. Imaginemos por un momento al padre de la educación argentina aplaudiendo mientras la cabeza del Chacho era expuesta por varios días en la plaza. Condenaba la barbarie y el salvajismo con la misma energía con que los ejercía. Esto dejó secuelas profundas en la memoria e historia de nuestros pueblos hasta el pre• Pensar la Argentina entre Bicentenarios

sente. Hoy, de a poco se está empezando a romper, pero recomponerse de haber estado como pueblos en situación de exterminio, muchas veces se torna difícil. Al consolidarse el Estado argentino lo hizo sobre el intento de exterminio de los pueblos indígenas. Esto fue una política de Estado, por lo que sólo una política de Estado puede revertir o intentar revertir esta situación que viven miles de indígenas a lo largo y ancho del país. Por eso sostenemos que la liberación tiene que ser cultural para que dé como resultado un fuerte lazo de convivencia entre los que pensamos y queremos refundar una nueva Argentina tal como soñaron los revolucionarios; una Patria Grande donde no sólo haya lugar para una Argentina plurinacional sino una Abya Ayala unida, defendiendo lo nuestro, nuestra cultura milenaria, nuestros recursos naturales y nuestra soberanía territorial, que es el espacio donde se desarrollará nuestro futuro; sin territorio es imposible pensar un futuro mejor. Seguiremos sosteniendo que en primer lugar la descolonización es en el terreno cultural para que dé como resultado una independencia política, económica y territorial. Como decía nuestra presidenta: “La peor colonización no es la territorial, sino la cultural”; hoy podemos decir que estamos viviendo un proceso de descolonización cultural que hace que los pueblos empiecen a sentirse orgullosos de su pertenencia étnica y cultural, sea indígena, criolla, afrodescendiente o inmigrante. Conocer nuestros orígenes nos hará más fuerte como sociedad y nos ayudará a respetar al otro, que es diferente, pero que en realidad es igual, porque pertenecemos a una misma raza que es la raza humana y no, como se sigue sosteniendo en algunos sectores conservadores, que algunos pertenecen a una raza superior, cuando eso no tiene un sustento científico sino sólo ideológico político para seguir favoreciendo sus intereses en detrimento de la gran mayoría. Pero sin dudas los tiempos históricos y políticos que hoy vive la Argentina y Latinoamérica son alentadores, y los avances que hemos tenido en materia de reconocimiento de derechos pueden verse también en la provincia del Chaco. Estos reconoci-

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mientos son sin duda resultado de la lucha del movimiento indígena y una fuerte apertura del Estado provincial. Pero también como indígenas tenemos que hacer una fuerte autocrítica porque hay muchos líderes que no se están dando cuenta de los tiempos históricos y políticos que hoy atraviesa nuestro país; ¿qué nos está pasando?, ¿será que aún no estamos preparados para dar esta discusión política? Somos conscientes de que la memoria tiene una dimensión política y en ella se dirime una lucha de poder y una lucha ideológica. Porque si la memoria es el recuerdo o la representación de lo vivido en el pasado, necesariamente en el presente va a tener una implicación política y muchos no quieren tratar estos temas, imponiendo un discurso que sostiene que el pasado es sólo pasado; unos ganaron y otros perdieron y eso tiene que quedar así. Pero ¿de dónde viene ese discurso?, ¿quiénes son los que trabajan para instalarlo? Nosotros los pueblos indígenas que-

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remos romper con ese discurso por el solo hecho de que afecta nuestra memoria y nuestra historia viva, y principalmente desvirtúa nuestra lucha. Ese relato oficial todavía es muy fuerte y los que lo siguen continúan alimentándose de ese pasado, de ese relato único que todo lo justifica. Esto va a continuar si nosotros los indígenas nos seguimos manteniendo en silencio y lo más triste es que hoy muchos de nosotros reproducen el relato oficial, un relato colonizador, donde incluso el genocida es considerado un civilizador. Por esto es necesario que nosotros los indígenas empecemos a escribir nuestra historia, todos los hechos del pasado, aunque en muchos de los casos sea triste, doloroso y requiera una acción política de nuestra parte. La tarea es ver cómo concientizar a la sociedad con otro relato distinto del relato oficial contra los pueblos indígenas, y no seguir con esto de que unos pocos hicieron de la historia argentina, la HISTORIA. •


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El Bicentenario: repensando el Estado >> Lorena Cañuqueo

>> Lorena Cañuqueo Comunidad mapuche Newen Ñuke Mapu, licenciada en Comunicación Social, becaria doctoral del Conicet.

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SI BIEN LA CELEBRACIÓN DE LOS 200 AÑOS DE la fundación del Estado nacional argentino retomó un hito histórico particular que reivindica una serie de valores y programas políticos, en el marco de la propuesta de pensar la propia historia es necesario reflexionar sobre un momento posterior que determinó la configuración actual de Estado nacional: las campañas militares al sur o “Campaña del Desierto” de fines del siglo XIX. Desde la perspectiva socio-histórica, esas campañas representan un momento de quiebre en las sociedades indígenas y la reafirmación de un proyecto político particular. El proyecto que impulsó la conquista de los territorios del sur bonaerense y del sur del río Colorado tuvo como propósito incorporar un extenso número de hectáreas de tierra que fueron distribuidas entre pocas familias, originando un proceso de concentración de la tierra. Por medio de distintas leyes sancionadas con posterioridad a la finalización de las campañas, se remataron y entregaron como premio más de 40 millones de hectáreas de tierra, a algo más de 1800 terratenientes y otros especuladores. Al mismo tiempo, el objetivo del programa político aplicado por las élites porteñas que conformaban la denominada “Generación del 80”, tenía la finalidad de fragmentar los núcleos familiares indígenas. El traslado masivo de población mapuche hacia centros de concentración para su posterior aniquilamiento o reparto hacia los centros azucareros, las estancias y los polos urbanos emergentes, forma parte de la continuidad de los objetivos del programa de la “Campaña del Desierto”, cuyas acciones lo encuadran como un

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genocidio, es decir, como actos “perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, Art. 11° de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU. En tanto, aquellas poblaciones mapuche que pudieron negociar espacios fueron confinadas a espacios marginales de tierra. En la actualidad, un gran número de comunidades permanece en conflicto por la tenencia de sus territorios. Sin embargo, aun avanzado el siglo XXI, este proceso sigue siendo silenciado y soslayado en los círculos académicos y políticos.1 Reflexionar sobre la denominada “Campaña del Desierto” permitirá entender que

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es un proceso que tiene consecuencias en la actualidad y que no sólo ha afectado a los indígenas, sino que involucra al conjunto de la sociedad. Las políticas de distribución de la tierra, la aplicación de un modelo económico profundamente desigual, así como los valores racistas y los fundamentos autoritarios que guiaron a los ideólogos de las campañas militares, explican en parte el origen de los principales conflictos territoriales y socio-políticos en la Patagonia. Comprenderlos en su real dimensión, abre una puerta hacia la posibilidad de generar cambios profundos que desanden más de un siglo de injusticias y reparen integralmente a toda la sociedad. •

Pese a su escasa visibilidad, son numerosos los trabajos de académicos argentinos que, desde la historia y la antropología, vienen trabajando este período histórico y sus consecuencias actuales. Entre otros, véanse AA.VV., Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios (O. Bayer, coord., Buenos Aires, Ediciones El Augurio, 2010, reimpresión); Delrio, W., Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia (1872-1943) (Bernal, UNQ, 2005); Escolar, D., El repartimiento de prisioneros indígenas en Mendoza durante y después de la Campaña del Desierto (Actas de las III Jornadas de Historia de la Patagonia, Univ. Nac. del Comahue, 2009); Lenton, D., De centauros a protegidos. La construcción del sujeto de la política indigenista argentina desde los debates parlamentarios (1880-1970) (tesis doctoral, UBA, 2005); Mases, E., Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910) (Buenos Aires, Prometeo, 2002); Nagy, M. y Papazian, A., De la Isla como campo. Prácticas de disciplinamiento indígena en la isla Martín García hacia fines del siglo XIX (XII Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia, Univ. Nac. del Comahue, 2010); Pérez, P., Estado, indígenas y violencia. La producción del espacio social en los márgenes del Estado argentino. Patagonia central 1880-1940 (tesis doctoral, UBA, 2014).

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Noam Chomsky EE.UU. Cuauhtémoc Cárdenas México Constanza Moreira Uruguay Emir Sader Brasil Piedad Córdoba Colombia Iñigo Errejón España Ignacio Ramonet España Álvaro García Linera Bolivia Nicolás Lynch Perú Gabriela Montaño Bolivia Gabriela Rivadeneira Ecuador Leonardo Boff Brasil Gianni Vattimo Italia René Ramírez Ecuador Paco Taibo México Ticio Escobar Paraguay Tania Sánchez España Martina Anderson Irlanda Íñigo Errejón España Camila Vallejo Chile Nidia Díaz El Salvador Marisa Matias Portugal

El Ministerio de Cultura de la Nación, a través de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, convoca a los principales intelectuales y referentes políticos de América Latina, América del Norte y Europa a reflexionar y debatir acerca de los procesos políticos populares y progresistas que atravesaron nuestra región en los últimos años así como sobre la crisis económica y social que sufre Europa como consecuencia del imperio de la especulación y la financiarización de las economías por sobre la producción y el trabajo. En este sentido, este Foro Internacional busca poner en el centro del debate la dignidad del hombre y de los pueblos de nuestra región y el mundo, destacando el valor de la política como verdadera herramienta de emancipación democrática. Atravesamos un cambio de época. Una transformación profunda de las realidades materiales y simbólicas del mundo ha hecho que este nuevo siglo sea escenario de luchas y disputas por los caminos que debe seguir la humanidad. Hoy más que nunca la historia y las ideologías están vivas y plenas, desplegándose a lo largo y a lo ancho del planeta en constantes debates. Es por eso que dirigentes sociales y políticos, intelectuales y líderes de dos continentes se reúnen para decir NO a las amenazas de restauración neoliberal, buscando fortalecer los horizontes de emancipación e igualdad que deben guiar la vida de nuestros pueblos. Entre los días 12 y 14 de marzo de 2015, el Teatro Nacional Cervantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires será el escenario en que se llevarán a cabo mesas redondas, diálogos y clases magistrales de figuras connotadas del ámbito académico y político. Asimismo, durante esos días se realizarán actividades complementarias y entrevistas públicas en la TV Pública de Argentina.

Reviví las mesas panel en www.foros.cultura.gob.ar


Derechos humanos y memoria política

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Derechos humanos como política de Estado >> Remo Carlotto

DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA LAS POLÍTICAS PÚblicas nacionales han reflejado las demandas del movimiento de derechos humanos de memoria, verdad, justicia, reparación y no repetición. Esto se ve reflejado en la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad, el conocimiento de la verdad sobre la acción criminal del Estado, las acciones activas para la recuperación de la verdadera identidad de los cientos de niños y niñas apropiados durante la dictadura cívico militar, y la recuperación de sitios de la memoria y su señalización en el marco de acciones efectivas para que las nuevas generaciones sepan qué sucedió, entre otras. Asimismo, desenmascarar el rol del Estado terrorista, como basamento del modelo de expoliación económica, destrucción del aparato productivo y endeudamiento externo para la dependencia, reflejada en la complicidad civil y los beneficios palpables que los grupos económicos concentrados y transnacionales recibieron durante ese >> Remo Carlotto Diputado nacional (FPV – Buenos Aires) y presidente de la Comisión de Derechos Humanos. Ex secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires y coordinador del equipo de investigación de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) y de Abuelas de Plaza de Mayo.

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período, desarticula la interpretación impulsada por la teoría de los dos demonios, su mirada ahistórica y descomprometida de aquellos años. Esta interpretación política, jurídica e histórica es base fundacional para la recuperación del Estado Social de Derecho que se ve reflejada en la consolidación de políticas públicas nacionales en la construcción del presente. La centralidad en las políticas de empleo, como dignificador de derechos, la reconstrucción del sistema previsional inclusivo para los adultos mayores, la asignación universal por hijo como reconocimiento de los derechos de los trabajadores desocupados o en informalidad, son algunos ejemplos de la recuperación cultural del rol del Estado. La inclusión, entendida no sólo como un proceso de carácter económico y de distribución equitativa de la renta, se ve reflejada en las políticas de género, los derechos de los grupos como los LGBT, el matrimonio igualitario y la identidad de género, la ampliación del concepto de familia y la mirada multicultural de nuestra sociedad. De la misma manera en que el Estado democrático debe reparar las acciones criminales del Estado terrorista, el Estado Social de Derecho debe revertir las acciones del modelo neoliberal que eclosionó en la crisis del 2001. Ahora bien, ¿todos los habitantes de la Argentina gozan plenamente de los mismos derechos? La Argentina como Estado federal no impide el desarrollo de las políticas públicas en materia de derechos humanos en todo el país, pero la permeabilidad de los Estados provinciales es dispar y es parte de la agenda en discusión. Desde las acciones de los Estados provinciales (en sus tres poderes) no observamos la misma concurrencia de derechos en materias tan diversas como los derechos de los pueblos originarios, el corrimiento de la frontera sojera y el avasallamiento de derechos de las comunidades campesinas y la agricultura familiar; la creación de policías en el marco de una seguridad democrática y ciudadana no está expresada en la modificación de las legislaciones con reminiscencias de la doctrina de la seguridad nacional,


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la permanencia de códigos contravencionales que violentan la Constitución nacional con contenidos discriminatorios, estigmatizantes y de control policial del Estado, junto con una mirada que busca “prisionalizar” a sectores de nuestra población, particularmente jóvenes pobres de las periferias de nuestras ciudades, bajo el pretexto de una política criminal que persigue al vulnerado; estos son sólo algunos de los temas transversales en el proceso de integración de políticas públicas a nivel federal. La última reforma constitucional, de la cual se cumplen 20 años, ha incorporado con jerarquía constitucional y supralegal, en su caso, declaraciones y tratados internacionales en materia de derechos humanos que indican los estándares mínimos que deben ser respetados por el Estado nacional y los Estados provinciales. Estos instrumentos, al tener un rango superior, no limitan sino que enmarcan los contenidos legislativos, instrumentos que deben implicar la consolidación de las políticas públicas en todo el territorio nacional. Sin duda, la construcción de políticas públicas en materia de derechos humanos durante la última década estuvo basada en la voluntad de los conductores del proceso político en marcha. Hoy la disyuntiva está en si podemos consolidar esa voluntad como una acción permanente y transversal, lo cual depende de dos factores críticos a desarrollar: en primer lugar el empoderamiento cultural de los derechos para impedir cualquier intento de retracción de los mismos; el segundo, la exigencia a los líderes políticos de definiciones

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precisas sobre la continuidad y profundización de las políticas en marcha. No se debe escindir la discusión del rol social del Estado de las pujas existentes con respecto a nuestra soberanía territorial y económica, cuya definición afecta los derechos de los habitantes en forma inmediata. El destino de los recursos económicos de todos tiene implicancias directas en el desarrollo de políticas públicas igualitarias. No está escindido el desendeudamiento económico o la renegociación de la deuda del desarrollo de políticas activas de inclusión. De la misma manera que observamos el proceso de integración nacional en materia de derechos, debemos pensar que la construcción es también un desafío regional. La integración sobre el eje Mercosur, Unasur, Celac planteando como precepto fundacional la defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos, nos invita a incluir y debatir conceptos propios de la región, como el del “buen vivir” y el constitucionalismo social expresado históricamente en nuestro país en la Constitución de 1949. Los derechos humanos son la expresión de las luchas permanentes de nuestros pueblos, y la construcción de un Estado garante de derechos es un desafío permanente. Nuestro país, inspirado en la histórica lucha de resistencia a la dictadura cívico militar, está construyendo todos los días el verdadero y definitivo Nunca Más, posible solamente donde impere un respeto genuino e irrestricto a los derechos humanos en todas sus dimensiones. •

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Género, memoria y políticas de justicia >> María Sonderéguer

>> María Sonderéguer Profesora UNQ/UBA, investigadora de la UNQ y docente de posgrado en varias universidades argentinas. Fue directora nacional de Formación en DDHH de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. En 2012 publicó Género y Poder: violencias de género en contextos de represión política y conflictos armados

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EN NUESTRO PAÍS, LA LUCHA POR LA DEFENSA de los derechos humanos y los reclamos de justicia, castigo y verdad respecto de los crímenes del terrorismo de Estado han ocupado, desde los inicios de la postdictadura, un lugar central en la construcción de la institucionalidad democrática. En torno a la demanda de memoria, verdad y justicia se articuló una trama compleja, en la cual la problemática de género operó como una de sus determinaciones estructurales, aunque estuvo invisibilizada. La caracterización de la violencia sexual como un crimen específico atravesado por la condición de género de las víctimas en el marco de prácticas sistemáticas de violencia durante el terrorismo de Estado en la Argentina fue un proceso largo y complejo, que presentó y presenta múltiples resistencias. En su reconocimiento han incidido tanto los avances en la jurisprudencia regional e internacional y la incorporación del enfoque de género a las indagaciones sobre pasados represivos, como las reivindicaciones de los movimientos feministas y algunos temas clave como la trata y tráfico de personas. Este proceso permitió interrogar desde nuevas dimensiones las lógicas represivas y, en ese recorrido, se han ido modificando las preguntas que le hacemos a ese pasado y la delimitación de los hechos investigados. Con la reapertura de los procesos penales por las violaciones a los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, luego de la declaración de inconstitucionalidad de las llamadas “leyes de impunidad” (la ley de Punto final, la ley de Obediencia debida y los indultos), algunas mujeres que sufrieron distintas formas de violencia sexual en los campos clandestinos de detención comenzaron a narrar una historia que había permanecido obturada hasta el presente. En los años ochenta, en el Juicio a las Juntas, la apelación a la ley supuso el restablecimiento de la vigencia de un código común, y el relato de las víctimas, sometido a la transformación de la escucha legal, redefinió la tragedia vivida en un testimonio ordenado según las normas de producción de la prueba jurídica. Ese relato, en el que los y las testigos devenían sujetos de derecho, se construyó sobre la imagen de un ciudadano abstracto que les escamoteaba


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su condición de varones y mujeres concretos. En ese entonces, las denuncias de prácticas de violencia sexual hacia las mujeres –o hacia los varones– quedaron subsumidas en la figura de los tormentos y de las distintas vejaciones. E incluso quedaron relegadas ante el crimen de la desaparición forzada, que se consideró el elemento central dentro del plan sistemático de represión y exterminio. Sin embargo, en los años noventa, la incorporación de la perspectiva de género en la investigación de violaciones masivas a los derechos humanos en el mundo (en situaciones de conflicto armado o en procesos represivos internos) permitió identificar una práctica reiterada y persistente de violencia sexual hacia las mujeres. El debate jurídico a nivel internacional pudo entonces caracterizar la violencia sexual en el contexto de prácticas sistemáticas de violencia como una violación específica de los derechos humanos y en 1998, el Estatuto de la Corte Penal Internacional la tipificó como crimen de lesa humanidad. En los juicios actuales en la Argentina, los nuevos testimonios sobre violencias sexuales hicieron posible visibilizarlas y esa consideración comenzó a reflejarse en la conformación de las pruebas y en las interpretaciones dadas a los tipos jurídicos existentes. Desde este punto de vista, además de identificarlas como un delito autónomo diferenciado de los tormentos, la jurisprudencia avanzó respecto de la caracterización de los delitos sexuales como delitos de “mano propia”, al señalar la responsabilidad de quienes, aun sin ser sus autores materiales, consintieron desde sus cargos y funciones jerárquicas la práctica de violencia. Desde el año 2010 –con la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata a Gregorio Molina– hasta el 2014, se han producido varias sentencias que establecieron las violencias sexuales como un delito de lesa humanidad y en las que se ha ido ampliando el criterio de imputación a sus autores “mediatos”; los autores indirectos. En las intersecciones entre el género, la memoria social y las políticas de verdad y justicia en nuestra historia reciente, se develan relaciones de poder y una mirada

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sobre la condición humana para la cual los derechos humanos constituyen el horizonte de referencia. En ese sentido, las violencias sexuales ejercidas en los campos clandestinos de detención nos presentan una experiencia paradigmática en la que es posible observar cómo la estructura de género reafirma el sistema hegemónico masculino y permite que esas violencias hayan permanecido invisibilizadas durante casi tres décadas. La impunidad con que se ejecutó la violencia sexual durante el terrorismo de Estado pone de manifiesto los prejuicios sexistas que subyacen en la valoración de los delitos sexuales. Al dirimirlo en el campo de los derechos humanos, la inculpación construye una versión normativa que, en los tribunales de justicia, establece quién es el responsable de los crímenes cometidos y delimita el sentido de los acontecimientos. La narrativa legal expresa una moralidad compartida, sustentada en creencias y expectativas comunes respecto del bien, lo correcto, lo deseable. Sin duda, es necesario seguir avanzando en la incorporación de la perspectiva de género a la interrogación sobre el pasado reciente y ampliar la reflexión a los múltiples aspectos que conciernen al impacto diferenciado de la violencia represiva sobre mujeres y varones. Tenemos que construir protocolos de investigación que permitan a las mujeres reconocer las distintas formas de violencia sexual a las que fueron sometidas (desnudez forzada, manoseos de carácter sexual, penetración con objetos, picana en los pechos y genitales, violaciones sexuales) como un crimen específico marcado por el género. También es indispensable repensar la reparación. Tal como la conocemos, las categorías de la reparación no resuelven la cuestión de violencia sexual que sufrieron las mujeres durante el terrorismo de Estado porque esa violencia no es excepcional. Esa violencia es un continuum en la vida de las mujeres. Es preciso preguntarnos por qué se privatiza la violencia sexual, interrogarnos acerca de cómo –a contrapelo del profuso aparato normativo que la aborda, la tipifica y la judicializa– la sociedad consiente o autoriza la violencia de género. •

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La memoria, ese testigo implacable >> Jorge Eduardo Auat

>> Jorge Eduardo Auat Abogado, Universidad Nacional de Córdoba. Fiscal general. Titular de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.

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LA DECISIÓN POLÍTICA DE DERRIBAR LOS CEPOS de impunidad, que como un “anillo de Saturno” cercaban los crímenes más atroces de nuestra historia, ha sido quizás el gesto moral más profundo de un gobierno democrático. Sólo desde la comprensión del dolor de las víctimas se podía terminar con el oprobio del olvido. Los juicios por los delitos del terrorismo de Estado eran una deuda impostergable de la democracia. Marcaron un antes y un después. Trajeron una nueva voz a la cultura jurídica y a la sociedad toda, la voz “Derechos Humanos”. Permitieron la transmisión del horror en su cabal dimensión y su principal efecto terapéutico es sin duda mirar al futuro para prevenirlo. De modo que no es cierto como se dice livianamente que con los juicios se mira al pasado. Esa idea es un fraude intelectual. Está claro que los hechos ocurrieron en el pasado, y que en los juicios lo que ocurre es una reconstrucción de ese pasado, pero desde la memoria de las víctimas y de cara al futuro. En palabras de Theodor Adorno, se trata de “reordenar el pensamiento para que la barbarie no se repita”. Está claro que el discurso de “no mirar al pasado” es estratégico y es la expresión de un proyecto político de olvido con la impunidad como centro de impacto. Pero lo fundamental, su consecuencia más dolorosa, es que banaliza el crimen pensando en la víctima como costo; al decir de Walter Benjamin, restarle importancia y desconocer lo que ocurrió representa una segunda muerte, la muerte hermenéutica. Ese es el olvido. Los juicios en rigor son algo más que un proceso judicial, son la reedición del pasado pero desde la memoria. Como dice Manuel Reyes Mate, en el testimonio está la anécdota como sustancia; y en los juicios el relato está plagado de anécdotas y esto es lo esencial. De eso se trata la memoria, de evidenciar lo que pasó. Una estrategia para romper la lógica de la construcción del pasado sobre los vencidos a partir de la visibilización de la víctima. Esto último, señala el autor, fue el gran mérito de Benjamin. Esa fue la clave de bóveda para desmontar el andamiaje de la impunidad y el proyecto de olvido. En definitiva, como genialmente lo expresa Adorno: “La condición de toda verdad es dejar hablar al sufrimiento”. Esa


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visibilización de las víctimas trajo consigo su resignificación y así operaron en definitiva como prenda de paz. Queda claro que los juicios son mucho más que un espacio jurídico o judicial. Allí se terminan las coartadas, se revela y se actualiza la injusticia pasada y se le otorga legitimidad a la demanda de justicia. Sin duda fue trascendental el protagonismo de los organismos de derechos humanos que no sólo militaban por un proceso de memoria, verdad y justicia sino –y quizás sea lo más importante– por un cambio de paradigma en la sociedad. Entonces, si los juicios fueron una bisagra en la historia porque derribaron los muros de la impunidad, ¿qué viene después? ¿Alumbraron una nueva realidad? La respuesta es evidente: hay sin duda una toma de conciencia o, mejor aún, una alarma encendida frente a un enemigo que no abandona su posición rampante. Es decir, ¡estemos alertas, la barbarie puede volver! A partir de allí se abre un espacio para repensar la sociedad con un nuevo punto de partida: la dignidad. Pero retomando la cuestión del olvido, no son sólo los responsables de los crímenes los que pretenden borrar lo que pasó. En el caso de estos grupos, es evidente que el objetivo no es otro que la impunidad (sin arrepentimiento); pero en esa estrategia también están empeñados sectores ideológicamente afines cuya finalidad es otra; la destrucción del nuevo escenario. El anticuerpo que dejó la barbarie los inquieta, una nueva sociedad reconstruida desde la memoria, sobre el valor dignidad, implica hablar de justicia y esto no es gratis, hay una nueva moral social, que emerge desde el propio protagonismo de la sociedad toda, pero fundamentalmente desde los oprimidos que reclaman. Nos dice Michel Foucault: “La justicia no es la misma para el opresor que para el oprimido: para los primeros es legitimación; para el oprimido, reivindicación”. Ahora bien, ¿en qué se traduce, o cómo se concreta ese protagonismo? A mi juicio, en la interpelación o, mejor aún, en “la pregunta” de los que estuvieron callados y sojuzgados. Es eso lo que les alborota el gallinero. “La pregunta es como un cuchillo que rasga el lienzo de la decoración pintada para que podamos ver lo que se • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

oculta tras ella” (Milan Kundera, La insoportable levedad del ser). En definitiva, se trata del cambio de paradigma del que hablé antes. Los espacios de discusión se desparraman por la sociedad pese a los esfuerzos incansables de los grandes medios y de los sectores dominantes en su negación. Con el discurso perverso de que el Estado de derecho desprotege a la sociedad, se construye un enemigo del que hay que protegerse, para lo cual se hace impostergable su destrucción. Es decir, la estrategia es instalar la necesidad de la violencia represiva. Hay un prestigio de la violencia. Esa estrategia, desde luego tramposa pero ingeniosa, impacta de lleno en la conciencia social. Transmite un mensaje que es patético: “olvídense de los derechos humanos, el ‘otro’ es un enemigo”. La amenaza criminal –siguiendo a Foucault– opera como coartada para endurecer más el control social. Así como las brujas justificaron la Inquisición, el delincuente justifica el aparato de policía. Ahora, ¿qué hay detrás de ese discurso del miedo? Indudablemente, el que lo sustenta no puede ser otro que un proyecto que propugna la vuelta al pasado, es decir, hacia una injusticia sin demanda, hacia su naturalización y en tal sentido surge con claridad que la desmoralización del cuerpo social es su viga maestra. El objetivo es que todos clamen por un Estado policial que garantice un modelo de exclusión sin sobresaltos. Así, el contenido moral de la justicia desaparece con la negación del “otro” como sujeto imprescindible de esa nueva sociedad nacida del aprendizaje del dolor. En síntesis, este escenario agonal nos está indicando que no podemos desactivar los sensores de la alarma, porque si sucediera la vuelta del horror, todo habría sido en vano. A modo de conclusión, pienso que los derechos humanos son la voz de la década y su paradigma es la consideración del “otro”. Allí está el mojón de la historia. Pero igualmente hay que tener presente un deber de memoria, porque, como dice Reyes Mate en Medianoche en la Historia invocando a Benjamin, “mientras el enemigo ande suelto los muertos no estarán seguros porque ya se encargará él de que no salgan de sus tumbas”. •

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Rol de la mujer y luchas de género

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Patriarcado, sexo y género

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>> Dora Barrancos

LA CREACIÓN DEL PATRIARCADO HUNDE SUS RAÍCES en épocas remotas, allá donde la incipiente humanidad abandonó el sedentarismo, creó formas societales más complejas, expandió los cultivos y otros modos de subsistencia, y comenzaron a distinguirse funciones que dieron supremacía a los varones. A estos les fue garantizado, con el correr del tiempo, el ejercicio del poder y las tareas trascendentes; las mujeres fueron marcadas por la incumbencia de la crianza y del cuidado doméstico. No hay nada sobrenatural que pueda explicar el “natural” sojuzgamiento femenino a lo largo del tiempo bajo el sistema patriarcal. Y aún en nuestros días, lo que se piensa como Naturaleza, es en verdad una notable construcción realizada por las sociedades humanas. De ahí que sea imprescindible minar la ideología patriarcal basada en el supuesto de que la biología determina las diferencias jerarquizadas entre varones y mujeres. Se debe al feminismo teórico, que se abrió paso en las décadas de 1960 y 1970, la dis-

>> Dora Barrancos Socióloga y doctora en Historia por la Unicamp (Brasil), profesora consulta de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, investigadora principal del Conicet y directora del Conicet en representación de las Ciencias Sociales y Humanidades desde mayo de 2010.

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tinción entre “sexo” y “género”. Se trató de la segunda ola –la primera ola tuvo lugar desde mediados a fines del siglo XIX, cuando emergió el feminismo, hasta mediados del siglo XX. Los cambios, de los años 1980 en adelante, resultaron aún más notables. El concepto de género se ha extendido en las últimas décadas a través de una notable cantidad de estudios. Simone de Beauvoir, en su ensayo El segundo sexo,2 puso en evidencia que la inferioridad femenina se debía al largo desarrollo histórico del patriarcado y no a las determinaciones naturales. Beauvoir inscribió un principio de enormes consecuencias teóricas y políticas: “No se nace mujer, se hace”. Debido a la dificultad para erradicar la determinación biológica asociada a la identidad de cada uno de los sexos, la crítica feminista de las últimas décadas del siglo pasado distinguió entre sexo y género. Sexo pasó a ser el vocablo que daba cuenta de las características anatómicas y fisiológicas correspondientes a varones y mujeres, esto es, lo que se atribuye a la biología. Género se empleó cada vez para señalar los condicionamientos sociales y culturales –históricamente forjados–, que creaban los estereotipos femeninos y masculinos. El género hacía visible la construcción histórica de los sexos, toda vez que cada cultura indicaba las funciones, las actividades y las expectativas de comportamiento relacionadas con cada uno de ellos. Se convirtió en el vocablo privilegiado de las feministas anglosajonas, y aunque encontró mayores dificultades de adopción en otras sociedades, se incorporó a nuestros usos latinoamericanos entre 1980 y 1990. Pero no fueron pocas las voces que advirtieron sobre el carácter provisorio del término, y no faltaron quienes reclamaron sobre la incorrección de su empleo. Hace ya algún tiempo, dos vertientes del debate feminista relacionado con el concepto “género” han venido a tono. Una está representada por las feministas que recriminan que con él se pierde la especificidad de las mujeres y su historia; la otra vertiente exhibe un punto de vista radical, y en ella ha sobresalido Judith Butler, quien ha

Este trabajo se basa en buena medida en el libro de la autora Mujeres, entre la casa y la plaza, Sudamericana, Buenos Aires, 2008. 2 De Beauvoir, Simone, El segundo sexo, Buenos Aires, Siglo Veinte Ediciones, 1968.

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desarrollado, sobre todo en su libro El género en disputa,3 que el “sexo” tampoco remite al orden biológico, sino a una creación sociocultural. El lenguaje constituye la gran operación simbólica y ha respondido a las convenciones de la “sexualidad normal”. Por su parte, la resistencia conservadora no quiere abandonar la idea de que los sexos están fundados exclusivamente en la naturaleza y sostiene que el término género representa un desvío de las funciones fijadas a varones y mujeres. De ahí que este término haya sido una suerte de arma de combate para la agencia feminista y no sólo en nuestro medio, ya que si las fuerzas conservadoras defienden el punto de vista de la verdadera “naturaleza humana” con el vocablo “sexo”, entonces género adquiere una dimensión política significativa para contrarrestarlas. Debe subrayarse que lejos de lo que pueda creerse, no existe sólo la polaridad de los géneros, femenino/masculino. Existen varios géneros, o mejor, actos performativos de género –esto es, formas del lenguaje que se reiteran hasta “hacer un tipo de género”, como ha sostenido Butler–, toda vez que las negociaciones de la sexualidad son diversas y dan lugar a múltiples adopciones de identidad, o de identificación, que no pueden originar categorías rígidas e intrasponibles. Debe subrayarse que el sistema patriarcal también originó la cantera simbólica y política de la heterosexualidad obligatoria. Hoy día, gracias a los grados ampliados de libertad que se han conquistado, al avance en materia conceptual y aplicativa de los derechos humanos, a las reivindicaciones de las personas afectadas por discriminación por razones de sexo/género, el arco

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se extiende desde la heterosexualidad a la diversidad constituida por quienes se identifican como lesbianas, homosexuales, transexuales, intersexuales, transgéneros. La identidad –es necesario insistir– está en perpetua negociación, y los seres humanos sólo pueden resultar “sujetos nómades”, esto es, en condición subjetiva migrante, como propone Rosi Braidotti,4 una singular teórica feminista inspirada en buena medida en su maestro, el filósofo Gilles Deleuze, un amigo de la causa de las mujeres. Los feminismos teóricos latinoamericanos –conviene el empleo del plural– evidencian actualmente notable renovación conceptual. Pero seguramente lo que más impacta es la procura de derechos por parte de las mujeres en todas nuestras sociedades, sean o no feministas. Como consecuencia de los cambios sociales y culturales de la última década, la Argentina avanzó en materia legislativa con la sanción de dos leyes que han redistribuido también los derechos civiles, la que se refiere al matrimonio entre personas del mismo sexo y la de identidad de género. Esta última se ha apartado de cualquier fijación sexual esencial y confiere a todas las individualidades, desmarcadas de las formas polares de géneros, iguales derechos de ciudadanía, la prerrogativa de exhibir –sin ambages– un cuerpo y un nombre propios. En conclusión, el patriarcado es un sistema sociocultural de larga data responsable de la jerarquización de los sexos, de la obligatoriedad mandataria de la heterosexualidad, y de haber creado sistemas de justificación para sostener ambos fenómenos. Una vida por entero democrática sólo es posible revocando el sometimiento simbólico y material a los valores patriarcales. •

Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Buenos Aires, Paidós, 2007. Braidotti, Rosi, Sujetos nómades, Buenos Aires, Paidós, 2000.

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Las imágenes que faltan >> Marta Dillon ES UN DÍA FERIADO MIENTRAS ESCRIBO ESTAS líneas. A mi lado, entre revistas y diarios desparramados por el piso, mi hijo de cinco años recorta y pega imágenes en un collage que acumula páginas y que viene a mostrarme, orgulloso de su propia revista. Ha mezclado torsos, piernas y cabezas de distintas figuras, fragmentos de cuerpos, en su mayoría femeninos. Me impresiona el resultado, es como si supiera sobre qué me propongo escribir: las piernas desnudas son de mujeres, los ojos que miran a cámara y por tanto a quien lee son de mujeres, los labios entreabiertos, los ombligos chatos, la ropa interior expuesta; todas representaciones de lo femenino que no sorprenden porque son el paisaje acostumbrado en los medios en papel, en los carteles de la calle, en la televisión. Mujeres en poses lánguidas de cuerpos abandonados a la mirada, mujeres que no hacen sino que ofrecen: electrodomésticos, autos, ropa y calzado, tecnología, procedimientos para conseguir “ese” cuerpo, viajes en cómodas cuotas, alimentos o colchones; todos los pequeños paraísos del consumo parecen incluir un cuerpo femenino disponible. No hay novedad en esto, se viene registrando y denunciando con voz cada vez más fuerte y clara (y casi siempre también de mujeres). Sin embargo, ahí están las imágenes operando como una plomada que pugna por mantener sumergidas otras imágenes po-

>> Marta Dillon Periodista y escritora. Dirige el suplemento de mujeres del diario Página/12, Las 12. Ha recibido, entre otros, el premio Lola Mora a la trayectoria. Publicó Vivir con virus (Norma, 2004), sobre la experiencia de vivir con VIH, y Corazones cautivos, la vida en la cárcel de mujeres (Aguilar, 2008).

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sibles y concretas de las mujeres en la vida pública y cotidiana, que podrán ser lo que quieran pero lo que deben, según el orden patriarcal que todavía organiza la convivencia, está ahí en grandes carteles: sumisas, amantes de la casa, de los hombres y de los hijos, delgadas y preocupadas por la belleza convencional, trabajadoras rentadas de tiempo parcial porque su prioridad está siempre en lo doméstico que no tiene precio. La felicidad está para ellas, entonces, en cocinar rápido lo que le guste a la familia, limpiar el inodoro con eficacia, usar toallas íntimas que borren cualquier rastro de su ciclo menstrual, eliminar gérmenes que amenazan a los niños y niñas, y tener siempre la sonrisa dispuesta y el cuerpo listo para las demandas de los otros. Y esto no aparece sólo en la publicidad, que a pesar de ofrecer productos cada vez más modernos, mantiene su discurso anquilosado en modelos completamente fuera de tiempo. La prensa dedicada a las mujeres, la primera especialización del mercado de medios que aparece cerca del año 1830, conserva una particularidad que, salvo excepciones, se cumple siempre: no se trata de medios dedicados a registrar los hechos contemporáneos sino a dar fórmulas; consejos para la cocina, para el maquillaje, para el sexo, para retener al marido, para bajar de peso, para resolver un problema sentimental. Basta darse una vuelta por el quiosco de la esquina, mirar las tapas de las revistas para mujeres o adolescentes y registrar cómo se tutela la vida de las mujeres desde allí, cómo se las devuelve una y otra vez a ese ámbito que se supone propio de ellas; lo privado, el adentro, lo doméstico, la crianza, el placer para otro, para el guerrero que llega cansado de las contiendas públicas en las que ahora ellas participan siempre que se hagan el tiempo para mantener la alegría del hogar. ¿O acaso no es una pregunta que se repite, la que indaga sobre cómo se arregla tal o cual diputada, la presidenta de una empresa o una científica galardonada para realizar su tarea pública y atender las necesidades del hogar? ¿A los hombres se les pregunta lo mismo? Las mujeres reales –que no son siquiera esas que muestran el jabón de turno en ropa interior y con apenas un par de kilos más que el resto de las modelos– se rebelan frente a estos mandatos, aunque la persis-


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tencia de estos modelos sea tan fuerte y permanente que muchas veces haya que hacer un ejercicio consciente para entender qué clase de paraíso inútil es ese de la panza chata o el multiorgasmo conseguido con los diez consejos de la revista más piola. Participan de la vida pública, desoyen el mandato de sumisión, reivindican el placer para sí, trabajan con otras contra el supuesto de que sólo los varones saben de fraternidad, denuncian las violencias, deciden por sí mismas y reclaman el derecho a decidir sobre sus cuerpos a la hora de tener hijos e hijas o no tenerlos y con quién, buscan lugares de poder y lo ejercen, viajan al espacio, construyen sus propias casas; tres presidentas mujeres en América Latina hablan claramente de que ya no hay techo para las aspiraciones de las mujeres. Pero nada de esto ocurre sin costo y el disciplinamiento no tarda en llegar, aunque cada vez pierda más su eficacia. A la mujer que ejerce el poder se la tilda de “yegua” y se explican sus actos por su deseo sexual desenfrenado. O se la muestra en tapas de revistas con moretones y semidesnuda para exhibir sus debilidades. Con la boca amordazada o de rodillas frente a otros poderes. Se las desacredita por locas o frágiles emocionalmente (“locas de la plaza” se llamó a las Madres de Plaza de Mayo para denostar una lucha que cambió la historia). Los medios dan cuenta de esto, son escenarios privilegiados para reproducir estos discursos impotentes que sin embargo siguen tallando la subjetividad de tantas. Tal vez la operación más cruel de la que hemos sido testigos en el último tiempo es aquella que pone la responsabilidad de lo que les ha sucedido en las víctimas de la violencia sexista. No es una operación nueva. Si el lugar de la mujer está entre las cuatro paredes de la casa, siempre se ha mirado con sospecha a quienes desafiaron ese mandato y si su suerte es ser violentadas, en el relato casi aparece como una consecuencia lógica de su rebeldía. Así fue que por años –por siglos– la voz de las víctimas fue inaudible públicamente tanto como fue desoído su “no” en la intimidad. Sin embargo, ahora el ensañamiento parece directamente proporcional a los logros conseguidos. En nuestro país cada treinta horas una mujer aparece muerta por el hecho de ser mujer. Ya casi no se escuchan descripciones como • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

la del crimen pasional –que pone al victimario como víctima de sus pasiones y no como responsable–, se habla de femicidios para dar cuenta de los crímenes en cuyas causas se encuentran razones de género. Pero la sospecha recae sobre la víctima; ¿qué hacía tan tarde fuera de casa? Si no quería tener sexo, ¿por qué se fue con ese hombre? ¿Por qué vestía con pantalones cortos o mostrando el ombligo? ¿Por qué la madre de esa chica no la cuidó lo suficiente? Los medios plantean estas preguntas como si fueran inocentes, interrogantes que cualquiera se formula. Pero detrás de ellas está el disciplinamiento, la intención de volver las cosas al lugar tradicional, la amenaza para todas las mujeres. La vida sexual de Nora Dalmasso, asesinada en Córdoba, fue más importante que encontrar un culpable y mereció ríos de tinta. De una niña de once, Candela, asesinada en el conurbano, se llegó a decir que tenía marcas de “relaciones” sexuales de larga data –a esa edad no hay relaciones sino violaciones–, de Ángeles Rawson se dijo en los medios que podría haber tenido prácticas sadomasoquistas consentidas. De Melina Romero se abundó en su vida “disipada” como si eso explicara el horrible final de su vida. Ejemplos del último tiempo, ejemplos que pueden replicarse en otros según las noticias de cada región dan cuenta del doble movimiento que se propone a las mujeres desde los discursos públicos, mediáticos: por un lado se las muestra disponibles, se las quiere bellas y calladas, amorosas con los suyos y siempre heterosexuales. Por otro se les exige recato, que estén disponibles sólo hacia adentro de sus casas, como si a cada una le correspondiera un dueño, porque si salen, ahí estará esperando el escarmiento. Que sufre una pero le habla a todas, yeguas, locas, desalmadas. El collage de mi hijo está terminado. Una de las imágenes me tienta de risa: es una cara masculina con barba, con un torso de mujer amamantando y las piernas de un futbolista. Debajo del barbudo hay otras caras recortadas, de mujeres y varones, “para que elijas”, me dice, y pienso: cuántas más imágenes dislocadas todavía hacen falta para que todas y todos podamos elegir, decidir sobre nuestras propias vidas. •

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Voces del capítulo NEA

¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR LA ARGENTINA ENTRE Bicentenarios? ¿Qué significa pensarla desde la región nordeste, corazón geográfico de la América del Sur, antaño conocida como el Gran Chaco Americano o región guaranítica, que incluía el nordeste argentino pero también el Paraguay y el sudeste de Bolivia y de Brasil? Riesgos, desafíos, conflictos, es decir, culturas en su despliegue de dinámicas y tensiones cuyas disputas políticas son, sobre todo, por el sentido común de nuestros modos de vivir comunitarios. “Habremos de ser lo que hagamos con aquello que han hecho de nosotros”, escribía Jean-Paul Sartre en su célebre prólogo de 1964 a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon. Cómo resplandece esta idea sartreana en la memoria nordestina de cómo fuimos percibidos y definidos por el poder hegemónico, material y simbólico, del pensamiento único del nuevo orden internacional, las mujeres y los hombres nacidos en las tierras del norte grande argentino. Porque fuimos ayer nomás los inviables condenados de nuestras tierras. Porque las fundaciones del pensamiento mercantilista de la banca extranjera, militante orgánica de la valorización financiera, nos grabó en el corazón y el cerebro, cual código de barras y estrellas, la maldita sigla UGI, Unidad Geoeconómica

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Inviable, a todas y a cada una de las provincias del norte argentino. Inviables e invisibles, condenadas por la hora de los tecnócratas y el retiro de la política a no ser, es decir, a ser refuncionalizadas como “esquemas de regiones integradas por debilidad estructural de las partes que las componen”. De esa trágica desventura venimos. Somos sus hijos. Somos, entonces, lo que como sujetos colectivos fuimos capaces de decidir ser a partir del 25 de mayo de 2003. Por eso, en este primer Foro por una Nueva Independencia, que hoy está llegando a su fin, un sábado 13 de septiembre aquí en Resistencia, en el Nordeste, en la Facultad de Humanidades y el Aula Magna de la Universidad Nacional del Nordeste, hemos puesto en valor las cuestiones fundamentales que conmueven, abrazan y promueven los distintos colectivos que han participado en este espacio plural, diverso y profundamente democrático. Porque fueron muchas las coincidencias en los puntos de acuerdo alcanzados, luego de debates tan intensos como respetuosos que se dieron en las siete comisiones del Foro, y que, notablemente, esbozaron ideas que se complementan y convergen. Del mismo modo que se reconoce enfáticamente la ampliación de derechos gene-


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rada en la Argentina reciente, que tiene por protagonistas a sujetos colectivos otrora acallados, silenciados e indecibles, en el desarrollo del debate se puso en evidencia también la necesidad de no caer en discursos autocomplacientes, en el posibilismo o en la conformidad, señalando en cambio, con claridad y coraje, las deudas y las asignaturas pendientes de los derechos que nos faltan o las dificultades en la aplicación de esos nuevos derechos, aun no concretados en la realidad social de la región nordeste. En este sentido, vale la pena decir que en el nordeste, la tenencia de la tierra y los modelos de desarrollo son problemas acuciantes todavía no resueltos, cuya solución nos interpela, urge y compromete. Pensar la Argentina desde esta región es reflexionar que la cuestión de la tierra se une a una necesaria y profunda transformación cultural, a la necesidad de una democracia dinámica. Porque la tierra es nuestra casa y ella debe ser compartida por hombres y mujeres de todos los pueblos que la habitan, en el máximo respeto de unos por otros. El Estado debe constituirse, por lo tanto, en garante de ese derecho inalienable, cuyo sentido, búsqueda y cumplimiento nos llevará a una nueva independencia, con nuevos sustentos filosóficos, emancipatorios, desde una concepción integral,

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siempre pasible de reinvención, de la soberanía y la redistribución de la riqueza material y simbólica. Somos, entonces, porque venimos decidiendo serlo, las culturas del nordeste, en cuyo seno los pueblos indígenas son parte fundamental de nuestra historia a la vez que sujetos importantes de nuestro presente, la diversidad cultural, étnica y lingüística que lejos de pensarnos como carencia, vergüenza, inviabilidad o invisibilidad-marginación, empezamos a sentirnos y pensarnos como potencialidad, riqueza, orgullo, dignidad y horizontes abiertos. Somos, por ende, como indica una de las acepciones del Chacú quechua original que nos nombra y funda, la unidad de lo diverso para la búsqueda del horizonte colectivo. No un crisol de razas, no una monoidentidad, no una cristalización de una tradición cultural concebida como única, esencial y para siempre. Porque somos tanto la sangre inmigrante que nos puebla, como la profunda vertiente indígena que nos habita, como el criollo que llevamos dentro. Porque somos esa notable mezcla, y todas sus reinvenciones posibles. También somos la vieja utopía guaraní cuyo horizonte de realización colectiva era –y sigue siendo en nosotros– la búsqueda incesante de la tierra sin mal. •

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Voces del capítulo Patagonia Norte ¿CÓMO REPENSAR LA ARGENTINA DESDE CADA una de sus regiones? ¿Cómo imaginar una nueva independencia situando a nuestra Nación desde cada una de ellas? ¿Cuál será el rol de la región Patagonia Norte, el más amplio espacio de frontera que comunica el centro y extremo sur del país? ¿Cuáles son los desafíos y las encrucijadas de este territorio argentino que se recuesta entre la gran cordillera y el extenso litoral atlántico? ¿Cómo pensarnos y reinventarnos hacia el segundo Bicentenario dejando atrás para siempre el mito fundante del desierto como matriz negadora de culturas, justificadora del genocidio de la campaña militar que llevó su nombre y que todavía sigue operando como excusa obstáculo de aislamiento, como ocultador de la identidad de los pueblos indígenas? No fuimos ni somos desierto, pero tampoco sólo tierra-isla de extraordinarios recursos naturales, otra forma de definirnos como objetos, como pura naturaleza definida en términos mercantilistas. Debemos y queremos pensarnos y asumirnos como sujetos sociales, culturales y políticos desde la diversidad que nos constituye. Por eso pensar la Argentina desde la Patagonia Norte permite, en primer lugar, revelar las tensiones existentes con nuestra identidad y orígenes, con una historia de desigual apropiación de los recursos, con los discursos legitimadores de las violencias institucionales que fundaron e hicieron posible esos despojos. Por ello un nuevo punto de partida es el reconocimiento de esas violencias de origen: la cultural, la simbólica, la del discurso invisibilizador del desierto, y la material, la de la fuerza militar de un Estado gobernado por y para una oligarquía que reconfiguró el “desierto” en grandes latifundios. Nos urge entonces pensar la Patagonia Norte y nuestra relación con lo nacional, desde la necesidad de una planificación de desarrollo estratégico, en la que el despliegue económico y su crecimiento tengan como horizonte de sentido el desarrollo humano de todos los norpatagónicos, es decir, nuestro desarrollo social y cultural. En la que el federalismo sea una reinvención política, es decir, una nueva forma de hacer política; en la que ni nos pensemos como islas de riquezas que no necesitamos de una Nación que sólo nos viene a despojar de nuestros recursos, ni dejemos de plantear y emprender las tareas que posibiliten construir tanto un proyecto de desarrollo integral de la Patagonia Norte, como proponer un federalismo integrador de toda la diversidad que somos como

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Argentina en un proyecto común de Nación. Asimismo, debemos aportar para la profundización de la federalización de las políticas públicas nacionales. Porque sin esa planificación del desarrollo integral y estratégico, sin revisar nuestro modelo de desarrollo regional y su dimensión social y cultural –las más de las veces ausentes–, las discusiones sobre cómo explotar los recursos naturales, sobre cómo preservar nuestro medio ambiente, se convierten en miradas reduccionistas que nos alejan tanto de las posibles soluciones como de los encuentros que propician su comprensión profunda. Desde esta perspectiva, entonces, plantearnos la soberanía energética, la seguridad energética y el autoabastecimiento, adquiere un sentido diferente. Porque si la soberanía es la capacidad de un pueblo de decidir sobre su propio destino, los interrogantes de para quiénes y entre quiénes construir soberanía hallan en las narrativas libertarias que forjaron nuestra historia, y en su indispensable reactualización, en sus discursos y prácticas culturales, el campo de disputa central, político y cultural, en clave epocal emancipatoria, para enfrentar los desafíos de un desarrollo integral. Necesitamos quebrar el ciclo de sometimiento a la suerte del empresariado del capitalismo globalizado que ahondó las desigualdades sociales y regionales. Por ello hay que ampliar el debate por la apropiación de la renta petrolera para así favorecer la soberanía energética que hará a la reafirmación de nuestra comunidad nacional. La soberanía también se define en discutir la apropiación personalizada y comunitaria de la tierra habitable y productiva. Las universidades nacionales de nuestra Patagonia tienen, en tal sentido, un rol fundamental que cumplir, en su misión de estudio, investigación y puesta en práctica de experiencias de desarrollo local y regional en articulación con los actores y espacios sociales y productivos y de los estados provinciales y municipales. Proponemos, por consiguiente, una red de universidades patagónicas, con un banco de datos de tales experiencias, así como también una incubadora de proyectos. “Somos parte de la tierra, no sus dueños”, dicen nuestras voces mapuches. Y lo puso en escena en un monólogo teatral Luisa Calcumil. No nos alambraron el pensamiento. La colonización existe, es real, impregna una parte de nuestro sentido común. Pero no mató ni mata nuestro pensamiento. No nos hizo ni hace desaparecer nuestra cultura, nuestro modo de ser y estar en el mundo. Persistimos.


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Estamos. Las diferencias culturales no nos tienen que separar sino que deben propiciar encuentros y mutuos aprendizajes. Es esa identidad profunda la que brota, se rebela contra las estructuras que dominan y aprisionan, y construyen categorías descalificadoras y reduccionistas. Es esa voz originaria que se eleva clara para presentar su verdad, su modo de entender el mundo. Es la diferencia lo que nos enriquece, nos oxigena, nos llena de vida, nos hace crecer. No queremos que trabajen para nosotros sino con nosotros, nos dicen esas voces. Y si la educación es un campo de constitución de subjetividades, la escuela que fue sojuzgadora de esas diferencias e identidades puede y debe ser espacio de reparación histórica y cultural, de restauración de sentido para la creación de diálogos interculturales que enriquezcan nuestras vidas individuales y sociales. Desde mayo de 2003 hemos vuelto a ser una Nación porque recuperamos la memoria. Por eso tenemos futuro. Porque recuperamos al Estado como garante indelegable de los derechos de los 40 millones de compatriotas. Pero es necesario decir que se requiere en la Patagonia un Estado más emprendedor y mejor provisto en capacidades. Su presencia es fundamental para saber responder a las pasadas y presentes multiplicidades de demandas. Se reafirma la urgencia de continuar y profundizar las tareas de construcción del Estado Reparador de los daños del pasado y las desigualdades del presente con los pueblos indígenas y los sujetos sociales que aún continúan siendo vulnerados en sus derechos. Resulta fundamental sostener políticas públicas de promoción de los derechos humanos, concebidos en forma integral. Porque si bien es cierto que existen importantes avances, impensables una década atrás, no son menos ciertas las deudas y asignaturas pendientes que todavía nos quedan. Porque existe violencia institucional, criminalización de la pobreza –particularmente de los jóvenes de bajos recursos– y es imprescindible revisar en profundidad la situación en las cárceles. Porque es crucial que las conquistas plasmadas en una legislación de avanzada en materia de derechos humanos y de reconocimiento de nuestras diversidades, se plasme en políticas públicas que las conviertan en realidades plenas, en la construcción de nuevas matrices culturales y educativas que se constituyan en sus condiciones simbólicas de posibilidad.

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En materia de políticas culturales, proponemos articular la autogestión con las políticas públicas, produciendo así encadenamientos que faciliten la visibilidad de la producción, apoyándose a su vez en los espacios promovidos por los medios públicos, alternativos o socioeducativos. Proponemos la participación activa en el proceso de debate y conformación de la Ley Federal de las Culturas, a través de la elaboración participativa de normas que hoy propone el Ministerio de Cultura de la Nación. Porque debemos atender a la protección y promoción tanto de los bienes culturales tangibles como de los intangibles y los derechos culturales de todos los habitantes de la Patagonia. Llegamos así al final de este segundo Foro por una Nueva Independencia, capítulo Patagonia Norte. Estamos en el Aula Magna de la Universidad Nacional del Comahue, universidad que abarca un territorio de más de 900 kilómetros, dos provincias, desde localidades que miran al mar Argentino, tanto a los núcleos urbanos de los valles rionegrino y neuquino, como a los asentamientos de ciudades de lagos próximos a la Cordillera de los Andes. Las voces de toda nuestra diversidad nos atraviesan. Están presentes en el símbolo que da nombre a esta Aula Magna. Salvador Allende. Nos abre un horizonte de sentido desde el cual sentirnos sudamericanos, latinoamericanos en Neuquén, en Río Negro y La Pampa. “…de las provincias unidas de Sud América”, se lee en el Acta de Declaración de Independencia del 9 de julio de 1816, escrito en español, aymará y quechua. Las épicas emancipatorias, las pasadas, su legado, las que estamos forjando, porque somos y queremos ser sus herederos, se fundaron y fundan sobre el magma vital de la diversidad de sujetos políticos, culturales y sociales; lejos de las prédicas del posibilismo y la resignación, sabemos que para existir debemos elevar todas nuestras voces y tender todas nuestras manos para crear los puentes que precisamos para cruzar junto con los humillados y ofendidos de nuestra historia por sobre los agujeros negros de las desigualdades que la realpolitik define como los daños colaterales de sus políticas neoliberales. En eso estamos desde hace once años. Hemos avanzado mucho. Nos falta bastante. Porque como decía nuestro inefable Macedonio Fernández, hay que emanciparse de los imposibles, de todo aquello que nos dijeron que no existía o peor aún, que no se debía buscar. •

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Voces del capítulo Córdoba Historia y modelos de desarrollo político, económico, social y cultural. Encrucijadas y desafíos en el camino al segundo Bicentenario ¿CÓMO PODEMOS PENSAR LA ARGENTINA DESDE Córdoba? ¿Podremos pensar esta Córdoba como espacio geocultural? ¿Como la construcción de un territorio a partir de su construcción simbólica? Las comunidades humanas adquieren sentido a partir de esa construcción. Córdoba ha experimentado oscilaciones determinantes a lo largo de su historia: entre el puerto y el norte –Córdoba del Tucumán–; entre el Litoral y el aislamiento mediterráneo; entre el protagonismo ante el ascenso de las masas a la vida política y el anhelo de autonomía en la Reforma Universitaria y sus consecuencias abortadas, y la restauración conservadora más reaccionaria –Revolución del 55–; entre la Córdoba rebelde de los obreros y estudiantes del Cordobazo y el campo de concentración más grande después de Auschwitz, símbolo siniestro del genocidio en nuestra provincia, como fuera el campo de La Perla. Entre la Isla angelocista, el aislamiento cordobesista y las dificultades para integrar a Córdoba en un proyecto nacional y continental. Córdoba, ciudad de fronteras, según la expresión de José Aricó, atravesada por múltiples proyectos identitarios que la tensionan entre su hora americana y su aislamiento mediterráneo. Pensar un modelo de desarrollo nacional desde esta Córdoba supone no invisibilizar la complejidad de sus concreciones locales y regionales y las disputas que eso implica. No se puede pensar desde las particularidades sin tomar nota del proceso de una nueva división social del trabajo a escala internacional que incluye la reprimarización de nuestra economía. Es necesario incluir voces y saberes no convocados en la discusión en torno a los modelos de desarrollo: habitantes ancestrales de los territorios, pequeños productores, campesinos desplazados por el agronegocio

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y el desarrollo del mercado inmobiliario, etc. Podemos incluso decir que el concepto de desarrollo tal como es asumido en contextos como los grandes centros urbanos se presenta como muy problemático e insustentable desde la percepción de poblaciones rurales y semirrurales de Córdoba. Los recientes desastres medioambientales en Sierras Chicas y en otras poblaciones de la provincia no permiten que desviemos nuestra mirada de las implicancias de un modelo de desarrollo basado en el monocultivo y en la expansión del negocio inmobiliario. Los mismos interrogantes persisten frente a la sustentabilidad de la minería a cielo abierto. La tecnología no es una potencia neutra, meramente instrumental; configura una voluntad; las tecnologías también son políticas. Interrogación que no implica una apuesta regresiva, pero sí política en torno a las implicancias de los procesos de colonización/colonialidad de la zona rural por formas de vida procedentes de las grandes metrópolis, formas que demandan la imposición de un modelo de desarrollo ajeno a la historia y la cultura locales. El aumento de la densidad demográfica por esos procesos genera nuevas formas de división social del trabajo y de desplazamiento de pobladores originarios o ancestrales, invisibles desde las perspectivas del centralismo de los grandes centros urbanos. Es necesario intensificar la presencia y extender las políticas de la Secretaría de Agricultura Familiar para enfrentar estos problemas. Lo mismo debe decirse en relación con la promoción de economías solidarias orientadas a la soberanía alimentaria, al trabajo, a la producción sustentable de servicios, etc. La provincia de Córdoba carece de políticas al respecto y el Estado nacional las tiene pero son ineficaces. Es necesario complejizar la


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participación de los actores en las tomas de decisiones orientadas a planificar el desarrollo, aun tomando debida nota de la inserción de la Argentina en la economía mundial y en las nuevas matrices de acumulación. Es preciso también que esa participación no se reduzca a discutir el modelo sino que posea también incidencia en la definición de estrategias para su implementación efectiva. Otro eje sensible para pensar la realidad cordobesa y nacional de cara a una Nueva Independencia ha sido también la problemática de la inseguridad. Para desestimar los debates anclados en la construcción mediática del término, hemos optado por reflexionar a partir de la noción de seguridad democrática, noción que aporta los elementos suficientes para el diseño de una política pública que se construya desde un marco integral de respeto por los derechos de todos. Sostenemos que el modelo represivo, selectivo, militarista y autoritario que se aplica en nuestra provincia, pero también en el mundo y en Latinoamérica, restringe derechos (no sólo a la libertad ambulatoria, sino también laborales, sociales, etc.) y contiene estructuras represivas con resabios de la dictadura. Sostenemos que es una deuda de la democracia y que tenemos que pensar en el rol de estas agencias del sistema penal en los sistemas democráticos. En ese sentido, reconocemos que en nuestro continente se verifica un proceso de abandono del modelo neoliberal y la recuperación del papel del Estado. Se puede observar un avance en el reconocimiento de derechos en diferentes planos en general y en particular para los jóvenes pero sin embargo todavía existe una gran deuda de la democracia en torno a los sistemas penales. El desafío, entonces, es generar reflexiones locales capaces de dar cuenta de la complejidad del proceso al que asistimos.

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En este marco, reconocemos que es necesaria una reforma amplia, que tenga en cuenta desde la modificación de la formación de los operadores jurídicos hasta una reforma de prácticas en el sistema judicial y policial. Sólo así lograremos salir de la encrucijada en la que nos encontramos. Para aproximarnos a estas transformaciones económicas, normativas y culturales también evaluamos fundamental la participación de las universidades públicas, la creación de una nueva ecología de los saberes que permita instituir los debates en los ámbitos adecuados potenciando las voces de los sujetos implicados en estos procesos. Necesitamos reformular las políticas de producción de conocimiento. Lo cual implica también discutir la necesidad de un nuevo federalismo, que a su vez requiere el debate por una reforma constitucional que nos permita salir de la trampa de pactar con las élites provinciales para sostener en el tiempo un proyecto nacional de alcance y efectividad limitados en los mismos territorios provinciales. Reforma constitucional que no puede ser dejada sólo en manos de abogados o especialistas en derecho sino que debe convocar la participación de una multiplicidad de fuerzas, organizaciones y movimientos sociales. Pensar el federalismo, por ejemplo, desde el potenciamiento de lo comunal, una tradición cordobesa fuerte y solapada en el presente o instrumentalizada por las mismas élites que usan el federalismo para oponerse a toda estrategia de emancipación. Pensar un nuevo federalismo implica también repensar la integración regional, la relación estratégica con otras provincias vecinas para pensar Córdoba como parte de América Latina y de los organismos y programas de integración sudamericana. •

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Voces del capítulo Cuyo Tras las huellas de Sarmiento ¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR LA ARGENTINA ENTRE Bicentenarios, repensar la Nación Argentina desde Cuyo? ¿Qué significa pensarnos a través del ideario de Sarmiento e ir tras las huellas de sus legados situándonos en Cuyo, desde San Juan, su tierra natal? Noé Jitrik acuñó en su estupenda intervención una metáfora tan bella como iluminadora: leer o releer a Sarmiento nos deja o mantiene insomnes, intranquilos, nos inquieta. Su Facundo, en especial, es una Obra Insomne, porque está despierta, sigue estando despierta, viva, vigente, porque su efecto central es el de mantenernos despiertos, con la atención, la mirada y los sentidos al acecho. Por eso, precisamente, como toda lectura despierta implica un ejercicio del pensamiento crítico, este no puede ni debe erigir panteones o monumentos esencialistas, ahistóricos y acríticos. Porque ser baqueanos de las huellas sarmientinas, en el siglo XXI, no puede quedar circunscripto a los previsibles mapas, códigos cerrados o guiones binarios de ensalzadores o detractores. Porque como escribía Walter Benjamin, citado tanto por Noé Jitrik, como por Roberto Follari y Ricardo Forster, todo acto o documento de civilización es también un documento de barbarie. Pero también nos advierte Forster que para Benjamin el concepto de barbarie no es unívoco –es decir, sólo negativo– y por eso postulaba que tal vez fuera tiempo de que irrumpiera una nueva barbarie (lo decía en la Alemania de fines del veinte y principios del treinta del siglo pasado). Entonces, si es cierto que la historia es la política del pasado y su reescritura –o reinterpretación– es una tarea del presente, cabe que nos preguntemos: ¿quién o quiénes reescriben nuestra historia, quién o quiénes descubren o redescubren sus sentidos más profundos u ocultos? Y ¿cómo y desde qué paradigmas e intereses lo hacen o hacemos? Por honestidad intelectual, o bien, como diría Patricia Slukich, porque los medios en la época de la multimedia globalizadora desconfiguran, desarticulan los sentidos de las identidades y prácticas locales y constituyen nuestras subjetividades, y son,

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en palabras de Horacio González, máquinas de captura de las palabras. Despojarnos de los viejos sistemas de prejuicios, tanto de los que exacerban acríticamente los elogios, como de aquellos que defenestran a Sarmiento per se, es una tarea fundamental, cultural y por lo tanto política, para acercarnos a uno de los escritores, intelectuales y políticos más brillantes que dio América Latina. Y aprender de él, disputar la batalla cultural para sacar a Sarmiento del panteón del pensamiento conservador, neoliberal, que nada tiene que ver con el liberalismo ilustrado de Sarmiento ni de la generación del 37, quienes nos legaron los conceptos de Estado nación, lengua y literatura nacionales, así como también, en el caso de Sarmiento, el de Nación cívica y muy especialmente el de la escuela y educación pública, en un tiempo y en un continente en el que, como en tantos otros aspectos, fue vanguardista. Y a él le debemos una de nuestras señas de identidad muy distintiva: la educación pública –y el valor de lo público– y el Estado como garante de ese derecho social inalienable. Sacarlo del campo semántico cerrado en el que el sector más reaccionario del poder concentrado quiso enclaustrarlo para que no respire su pensamiento irreverente, para que los deje dormir el “loco Sarmiento”, para que la potencia de sus ideas no nos mantenga despiertos. He ahí una de las tareas que debemos asumir para reescribir nuestra historia desde un pensamiento nacional emancipatorio. En tal sentido, creemos imperioso recuperar lo que Sarmiento escribió y dijo acerca de la tenencia de la tierra y el proceso de concentración latifundista que la generación del 80 produjo luego de la Campaña del Desierto, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca, cuyos negociados denunció, a tal punto que acuñó un neologismo para definirlos, “atalivar”, en alusión al hermano menor del Presidente Roca, que desde ese momento pasó a ser sinónimo de corrupción referida a la apropiación indebida de la tierra


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que pertenecía a los pueblos originarios. Sarmiento, un formidable hacedor, como resaltó Araceli Bellota –y lo confirmaron los sanjuaninos Eduardo Carelli, Luis Garcés, Juan Mariel y Edgardo Mendoza–, tanto en la gobernación de San Juan como en la Presidencia de la Nación. De su dimensión de estadista también dieron cuenta, sobradamente, las exposiciones de la Comisión “Pensar la Argentina desde Cuyo”, que se realizó en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Arte de la Universidad Nacional de San Juan. Sus obras de gobierno, su visión y acción como estadista y el rol que le asignó al Estado, así como su concepción sobre el trabajo agrícola, la industrialización y el papel de las regiones en dicha industrialización, la sanidad, el urbanismo y hasta el medio ambiente, la infraestructura que legó, son hoy experiencias abiertas de las que debemos abrevar desde una mirada crítica pero libre de anteojeras cuyo paisaje a priori es el de los fáciles reduccionismos o corset de prejuicios. Entre otras cosas porque son obra de un hombre político e intelectual heterodoxo. Por eso es importante releer a Sarmiento en momentos en los que vuelven a sonar desde ciertas usinas del pensamiento único que necesitamos menos Estado para agrandar la nación, menos política, menos intervención intelectual y más mercado, libertad de empresa y el predominio de las voces expertas de los gurúes tecnócratas. “Soy porteño en San Juan y provinciano en Buenos Aires”, escribió Sarmiento y he aquí una interesante vuelta de tuerca para repensar la noción de federalismo y la relación de tensión siempre presente entre Buenos Aires y las provincias. Y para interrogarnos acerca de qué significó y significa el federalismo en nuestro país. Pero no es menos cierto que ese documento de cultura tiene otro pliegue, el de la barbarie. Es por eso que no podemos soslayar ni esconder que la guerra de la Triple Alianza fue un genocidio –precedido por un discurso legitimador– y que Sarmiento tuvo una responsabilidad fundamental en esa guerra. Que sus concepciones de determinismo geográfico y biológico, en boga en su tiempo, no pueden ni deben servir de artillería argumental para quienes en nombre de Sarmiento

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buscaron y buscan impugnar la inclusión educativa o social, planteando que promueven la vagancia, la haraganería o el embarazo para cobrar la Asignación Universal por Hijo. O que Tecnópolis es en realidad Negrópolis. Tampoco para que desde un tiempo histórico tan diferente, condenemos a Sarmiento a ser la foto excluyente del racismo y el genocidio sin película histórica que dé cuenta de su singular y compleja heterodoxia. Hay que recuperar, por ejemplo, cómo se reescribió en los años noventa en nuestro imaginario social la obra de Sarmiento, en los fundamentos de la nefasta Ley Federal de Educación y en la justificación de la segunda ley de transferencia de las escuelas nacionales a las provincias sin fondos para solventarlas (la primera la había producido la dictadura cívico militar del 76), donde se apelaba a Sarmiento, se lo invocaba en abstracto, apócrifamente. Y en los más de mil días de la Carpa Blanca docente la imagen de Sarmiento amordazado aparecía como símbolo máximo de la gran tradición de lo público que se pretendía silenciar en la política educativa argentina. Ahí estuvo la figura de Sarmiento recobrada social, popularmente, ante los peligros de privatización y pérdida del sentido de la escuela pública en la Argentina de los 90. No en el nombre del palacio Pizzurno aunque este ya llevaba el nombre de Sarmiento. Como acto de resistencia. Y vuelve a estar presente en el nuevo sentido común de un Estado nacional que repatrió a más de mil cuatrocientos científicos que se habían ido del país. En la Asignación Universal por Hijo. En las 19 vacunas que hoy son obligatorias. En los 90 millones de libros y 5 millones de netbook concebidos como inversión central para la formación de ciudadanía. En el satélite ARSAT. Y permanece desde luego también como conciencia insomne ante lo que nos falta, las asignaturas y deudas pendientes. La tarea de reescribir cotidianamente en las texturas, tramas y telares siempre mutantes del pensamiento nacional es una construcción colectiva y heterodoxa. Cómo prescindir entonces de Sarmiento. •

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Voces del capítulo Entre Ríos Tras el legado de Artigas “Nuestras clases dominantes han procurado que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como una propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.” RODOLFO WALSH

Evocamos este texto de Walsh como potente haz para orientar la tarea colectiva que nos hemos impuesto hace tiempo: reescribir la historia de Artigas, resignificar su ideario revolucionario emancipatorio para restituir su legado que no es otro que el de la Liga de los Pueblos Libres. Para echar luz sobre los desafíos y encrucijadas del presente, porque sólo se pueden abrir los horizontes de futuro si restauramos los sentidos de la experiencia histórica de los vencidos y acallados de nuestra historia, para que convertida en memoria interpele el presente. Para que levantándose de su derrota y del osario sin nombre al que lo confinaron los vencedores profetas de la historia única, recuperemos a José Gervasio Artigas y al sujeto histórico que lo hizo posible, el pueblo de criollos, indios, negros, zambos, mestizos, mujeres y hombres que supieron forjar su libertad, como los hechos malditos de la Historia Nacional. Por eso, precisamente, el “Caso Artigas” fue –y en buena parte todavía lo es– una zona de la experiencia nacional rigurosamente vedada a la memoria. Porque de abrirse su expediente, de reabrirse su caso reactualizándose política e ideológicamente reaparecería como un proyecto político e ideológico en pugna desde nuestros orígenes. Como proyecto sudamericano de Patria Grande, de soberanía política y económica, de igualdad y justicia social. Reaparece como fuerte sustrato de las mejores políticas públicas que hemos sabido gestar tras los estallidos de diciembre de 2001 que nos dejaron al borde de la disolución nacional y que marcaron el fin del consenso social del que gozó el neoliberalismo durante más de una década.

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Pero reaparece también como interrogantes inquisidores ante todo lo que nos falta, las asignaturas y deudas pendientes, lo no hecho y lo que resulta imprescindible hacer para ser un pueblo libre, justo y soberano. Interpelémonos entonces bajo el ideario de Artigas. ¿Por qué los entrerrianos no participamos del Congreso de Tucumán de 1816? ¿Por qué el programa de Artigas y sus congresales no tuvieron lugar en ese Congreso? ¿Por qué tuvo que marchar al exilio junto a su pueblo el argentino que más bregó por la unidad de las que hoy son repúblicas sudamericanas? Porque el Congreso de Oriente celebrado en Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, un 29 de junio de 1815 declaró por primera vez nuestra Independencia en el marco de un auténtico programa revolucionario que no podía ni debía ser aceptado por el proyecto de país sólo concebido desde y como ciudad puerto aduana, luego complejo agro pampeano cuya doctrina económica se fundaba en el libre mercado. Allí, en ese Congreso, estaban los delegados de la Banda Oriental, Santa Fe, Corrientes, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. Ocurre que cuando se produjo la convocatoria al Congreso de Tucumán, Artigas llamó a su vez a un Congreso de los Pueblos Libres, para discutir democráticamente con su gente –la nuestra– los mandatos que llevarían los diputados a Tucumán. Se anhelaba la unidad de todas las provincias. ¿Qué sucede mientras tanto en Buenos Aires? Se sanciona el Reglamento del Tránsito de individuos, que decía: “Todo individuo que no tenga propiedad legítima será reputado en la calidad de sirviente y será obligatorio que se muna de una papeleta de su patrón visada por el juez. Los que no tengan estos papeles serán reputados como vagos y detenidos o incorporados a la milicia”. Para la patria de la pampa húmeda sólo se es ciudadano si se es propietario. El poder es para quienes tienen la tierra. ¿Y qué clase de leyes propicia Artigas? Ya en las instrucciones para la Asamblea del Año XIII ese documento proclamaba la independencia absoluta, la organización republicana y el pacto federal. Abogaba en 1815 por la unidad y contra la fragmentación en múltiples “republiquetas” débiles.


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Rechazaba la propuesta de una Banda Oriental independiente, y pretendía su integración en una Confederación con las otras Provincias Unidas del Río de la Plata, bajo el sistema democrático y el igualitarismo. Dispondrá la gratuidad de la justicia, la protección de la industria local, en base al cobro de impuestos entre las provincias, defendiendo nuestras artes y fábricas y el control de los puertos en Montevideo, Colonia y Maldonado. Su noción de federalismo aseguraba a las provincias la soberanía particular de los pueblos y el gobierno general donde las provincias de la Liga Federal pasarían de un sistema de alianza o pacto político para la guerra común, a una compleja unidad económica. Hubo proteccionismo económico en las leyes de exportación y de importación, logrando una integración regional y americana en los documentos firmados por los ingleses en los cuales se limita el comercio con estos. Entre sus principales medidas estuvo la preocupación por recuperar la economía de un territorio empobrecido y devastado por la guerra, las invasiones y el sistema colonialista que tanto dañó a los futuros Estados americanos. Estas medidas son altamente proteccionistas al diferenciar mediante los impuestos los productos comprados a Europa de los netamente americanos. Se frenaba así, por ejemplo, la competencia que las manufacturas inglesas abaratadas por su potencial industrial ejercían sobre la industria textil regional. Para una revolución triunfante eran imprescindibles los recursos materiales que lograran asentar un proyecto nacional hacia la fundación de los pueblos soberanos. Se fomentó la agricultura, previa realización del primer censo de la propiedad urbana y rural de la Provincia, así como también se procuró la recaudación de impuestos tales como los de Aduana y la regularización del comercio interior desde la definición de que este quedara en manos de los hijos del país, mientras los extranjeros sólo podrían comerciar en los puertos establecidos. Proclamaba además en septiembre de ese mismo año su Reglamento de tierras para el Fomento de la Campaña, que establecía la expropiación de tierras de “emigrados, malos europeos y peores americanos” y su reparto entre los despo-

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seídos del país para “fomentar con brazos útiles la población de la campaña”. Velaba porque “los más infelices sean los más privilegiados”; así los negros, zambos, indios, criollos de a pie podrán tener estancias, porque a estos se les daría lo que necesitaran y si les sobrara estaría disponible para otros. De esta forma, en el programa artiguista se concibe una política integradora con el indio, una lucha por la unidad nacional, la igualdad social irrestricta (la Asamblea del Año XIII había decretado la libertad de vientres para los nacidos a partir de ese año, pero no había abolido la esclavitud); el fomento de la industria y el cuestionamiento de la propiedad de la tierra, pues propiciaba una incipiente reforma agraria. Esta división del trabajo y asentamiento en la tierra de acuerdo a un orden prioritario de los “agraciados” estaba en estrecha relación con los principios de justicia social, de defensa de la revolución y como base de unión indispensable de los pueblos libres de las provincias. La repuesta del proyecto político-ideológico en pugna, el del país sólo concebido como puerto aduana neocolonial fue la alianza con el Imperio de Portugal para que un ejército portugués, llamado “pacificador”, con el apoyo del viejo conocido mariscal inglés Bereford, perpetrara en 1816 la invasión de la Provincia Oriental con la colaboración también de no pocos orientales. Buscaba la aniquilación del artiguismo, para hacer desaparecer “la hidra del federalismo”. Tras una heroica resistencia se irá consolidando la conquista de la Provincia Oriental. Pero no serán derrotados así los pueblos artiguistas, pues vencerán finalmente en la batalla de Cepeda al ejército unitario del gobierno directorial porteño. Otra traición gestada en la propia Entre Ríos y Santa Fe, en alianza con el nuevo gobierno unitario de Buenos Aires, confinará a Artigas en abril de 1820 y su pueblo en armas al destierro.

Vigencia de Artigas en nuestro siglo XXI Recuperamos nuestra soberanía política porque estamos descolonizando nuestra memoria histórica. Aquí en nuestra Argentina y en buena

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Voces del capítulo Entre Ríos

parte de nuestros países sudamericanos. Por eso podemos y debemos recuperar desde el ejercicio del pensamiento crítico el ideario artiguista. No para sustituir un panteón de próceres del poder hegemónico –los propios o los apropiados por la cultura y pedagogía colonialista hegemónica–, por otros que podríamos llamar emancipatorios, desde una concepción binaria de mausoleo. Hay que devolver a Artigas al barro de la historia, para que la política nuestra de cada día, que no es otra que la historia del presente, sea escrita en clave de soberanía, de emancipación e igualdad, de integración sudamericana y latinoamericana. Porque Artigas es nuestro contemporáneo. Estuvo presente en el No al ALCA, del que este año se cumplen 10 años (noviembre de 2005 en Mar del Plata). En las realidades de nuestras integraciones regionales, UNASUR, ALBA y CELAC. En lo hecho y en lo que todavía no hicimos. En la ardua y laboriosa lucha por nuestra soberanía nacional. En la disputa por la soberanía económica con los fondos buitre y sus socios locales, cipayos. En la distribución más equitativa de la riqueza y en las políticas públicas de inclusión e integración social, de restitución del rol del Estado como garante indelegable; en la ampliación de los derechos en términos de democratización de nuestra vida social y reconocimiento de la diversidad cultural. Pero Artigas debe estar presente, sobre todo, en lo que nos falta, en nuestras llagas aún abiertas o deudas internas. Porque si pensar su ideario es poner en primer lugar la democratización del poder, más allá de distinguir entre el Estado y los poderes fácticos, la cuestión clave sigue siendo la construcción del poder popular –de democracia participativa– para empoderar a un sujeto social y político múltiple, plural y diverso, de conciencia, propuesta y herramientas para sostener las mejores políticas públicas y militar por las que nos hacen falta, las que conviertan las injusticias y desigualdades en nuevos derechos y justicia social. Pero también para que la política profundice en todo nuestro territorio la participación protagónica del pueblo. Porque hablar hoy de federalismo no sólo supone

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repensar las relaciones entre todas las partes que conforman la Nación, el Estado que las exprese, sino también la búsqueda de una integración sudamericana más plena, más profunda, más estratégica, más cultural y de pueblos. Porque la cuestión no resuelta de la tenencia de la tierra, de la no concepción de bien social o propiedad colectiva –todavía sojuzgada bajo las consecuencias de la matriz del país agroexportador que aún no hemos dejado atrás–, de la vieja siempre postergada discusión de una reforma agraria, reactualizada a las necesidades y demandas del campo siglo XXI, desde luego, evocan e invocan el ideario artiguista. Norberto Galasso dijo hace tres años, en Concepción del Uruguay, que los proyectos del Plan de Operaciones de Moreno y Belgrano, los de San Martín, Artigas y Bolívar están presentes en nuestra hora sudamericana. Por eso mismo en este tiempo que es el nuestro, el de los Bicentenarios de la Patria, evocar e invocar el pensamiento artiguista es sobre todo advertir las amenazas y peligros que nos acechan. Pensar desde Artigas es y debería ser comprender que si desestabilizan o derrotan a los gobiernos de Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay o Chile nos desestabilizan y derrotan también a nosotros, porque sus vencedores son los profetas del neoliberalismo que propician achicar nuestros Estados para agrandar su concepto de nación colonia a manos del libre mercado. Pensar desde Artigas es, como señaló Galasso, anclar su ideario en nuestro presente y entender que el destino de todo gobierno democrático popular es transformar las matrices políticas, económicas, productivas, sociales, culturales, pedagógicas, científicas y tecnológicas. Porque hoy también disputan el sentido común de nuestras vidas individuales y colectivas dos proyectos en pugna. Pensar en y desde los pueblos artiguistas es definir, por último, que la política no es sólo el arte de lo posible, sino sobre todo, la tarea colectiva de transformar lo imposible en posible y deseable. En conquista de nuevos derechos. Porque lo imposible sólo es el límite-muro que los poderes fácticos establecen a nuestras mayorías para conservar sus privilegios. •


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Rol cultural y político de las mujeres y luchas de género en la historia y el presente de la Argentina >> Pedro Mouratian

>> Pedro Mouratian Es interventor del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y miembro del Consejo de Presidencia de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). En agosto de 2014 fue elegido presidente de la Red Iberoamericana de Organismos y Organizaciones contra la Discriminación (RIOOD).

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EN UN BREVE REPASO POR EL ROL DE LAS MUjeres y las luchas de género en el siglo XX, podemos destacar algunos momentos y situaciones que trascienden la coyuntura específica y se inscriben en lo más significativo de la historia de nuestro país. La Argentina de comienzos del siglo pasado estuvo signada por profundas transformaciones. En ese marco, los debates en torno a los derechos civiles, sociales y políticos de las mujeres se dieron sobre trasfondos múltiples donde la división sexual del trabajo en la sociedad funcionaba como hilo conductor de diversas luchas y reivindicaciones de género. El capitalismo estableció un modelo de sociedad en el que el varón cumple el rol de “productor”, ocupando el espacio público; y la mujer de “reproductora”, relegada a la esfera íntima para ocuparse del cuidado de personas y el trabajo doméstico no remunerado. Sobre la base de diferentes funciones biológicas, como el embarazo y la lactancia, esta división se apoya fundamentalmente en una construcción cultural que se impone sobre el cuerpo y la función de la mujer en sociedad. El peronismo, con su enorme potencial político, implicó importantes avances para las mujeres: Evita, figura central de esta construcción, reivindicó el derecho de las mujeres a ocupar la arena pública. Gracias a su esfuerzo y lucha incansable, concretó una de las más importantes reivindicaciones en materia de derechos políticos: el sufragio femenino. La impronta del pero-

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Rol de la mujer y luchas de género

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nismo es innegable: además de sancionar leyes y redefinir las políticas públicas a favor de las clases trabajadoras, generó las condiciones para la redistribución del ingreso. Esta etapa significó un ciclo de bienestar material y de cambios en la vida de toda la población. Los trabajadores se imponen en la escena política y los jóvenes y las mujeres toman un rol más visible en la vida pública. Los años sesenta ven una profunda revolución en las costumbres y hábitos sociales, tanto en la esfera pública como en la vida privada. Las mujeres, además de ser sujetos políticos, reivindican sus derechos en todos los espacios de la vida pública y privada. Dos factores son de gran influencia en este sentido: por un lado el acceso de las mujeres a la educación y formación en todos los niveles del sistema educativo. Por el otro, se produce un cambio más silencioso, pero igualmente importante: la extensión del uso de anticonceptivos implica que, por primera vez, pueden ejercer con libertad su sexualidad, escindida de la reproducción. En el marco de la apertura democrática, la lucha de las mujeres se relacionó con la democratización de diferentes esferas de la vida cotidiana de las personas y con una herencia de resistencia a la dictadura militar y la lucha por los Derechos Humanos. La democracia emerge con el protagonismo central de la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes politizaron su rol familiar y salieron a la calle a reclamar por sus hijos/as y nietos/as. En un contexto de incorporación plena a la vida política y social de nuestro país se entrelazaron logros como el divorcio y la patria potestad compartida, y se irán conquistando mayores niveles de igualdad en lo que se refiere a la representación social, sindical y política. Los años noventa presentarán las luchas de las mujeres conquistando mayores niveles de igualdad en lo que se refiere a la representación social, sindical y política. Se sanciona la ley de cupo en 1991, la cara faltante de la moneda del voto femenino. A partir de este momento, las listas de candidatos deben tener al menos un 30% de mujeres en lugares con posibilidad de resultar electas. La reforma de la Constitución Nacional en 1994 es otro aporte significativo a la igualdad ya que otorga jerarquía constituCuadernos por una Nueva Independencia • Antología

cional a los tratados de derechos humanos, entre ellos la Convención para la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer (CEDAW). Además, hay un reconocimiento de la igualdad de género, de la discriminación como problemática social y se fijan metas de igualdad y participación política. Frente a estos avances en la vida pública, hay un fuerte retroceso en temas de salud sexual y reproductiva. Carlos Menem llevó adelante el mayor plan de ajuste de la historia argentina en democracia, con costos sociales devastadores. El mundo del trabajo fue desarticulado; el desempleo y la pobreza crecieron exponencialmente. En ese contexto, las mujeres acuden masivamente al mercado laboral, como sostén de familia, en una situación de por sí desventajosa para cualquier asalariado. Al interior del hogar, se producen cambios en los roles de género. Frente a la inacción de los sindicatos cooptados por el gobierno menemista, los piquetes y los cortes de ruta, muchas veces encabezados por mujeres y madres de familia, surgen como nuevas formas de resistencia. Este ciclo económico, que comenzó con la dictadura y se profundizó en las décadas siguientes, ya en democracia, culminará con el estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, el neoliberalismo reinante en nuestro país y buena parte de Occidente, dejará huellas difíciles de borrar en las formas que adoptan las relaciones sociales, tanto en el ámbito laboral, como así también en la constitución de los propios núcleos familiares. En esta reconfiguración, un nuevo rol de las mujeres ganará espacio en forma directa a la fragilidad que adopta el vínculo social. El año 2003 señala el comienzo de una nueva etapa con la elección de Néstor Kirchner como presidente y los dos períodos de Cristina Fernández de Kirchner que le sucedieron. Los niveles de pobreza, indigencia y desempleo fueron reducidos significativamente y se avanzó en la ampliación de derechos y la inclusión social de un porcentaje creciente de la población. En la última década, las mujeres adquirieron un inédito protagonismo político. Por primera vez en la historia del país, una mujer es electa por voto popular. Hay mujeres al frente de carteras y cargos tradicionalmente ocupados por varones, se


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aprueba una ley contra la violencia hacia las mujeres, contra la trata, una ley de trabajadoras/es de casas particulares, el femicidio es incorporado al Código Penal, además de la consagración de derechos como la Asignación Universal por Hijo, entre otras leyes y políticas públicas.1 Es evidente que los avances desarrollados a lo largo de la historia son producto de un largo proceso de luchas y conquistas políticas y sociales, con momentos importantes de legitimación de las mismas desde el propio Estado. Aun así, quedan tareas pendientes a desarrollar y profundizar. Persiste la violencia contra las mujeres, a la que nos enfrentamos a diario, con asesinatos de mujeres y niñas en distintas partes del país, y a su vez con la violencia simbólica que culpabiliza sus hábitos y modos de vida. Asimismo surgen nuevas necesidades a las que hay que responder con nuevos derechos. La agenda de las organizaciones de las mujeres recoge las viejas tradiciones de lucha que se combinan con las nuevas realidades que imponen los cambios sociales. Así, la legalización del aborto seguro y gratuito, especialmente para las mujeres de sectores populares que se ven expuestas a prácticas de riesgo para interrumpir embarazos no deseados, conviven con una nueva redistribución de las tareas de cui-

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dado en el hogar, donde actualmente existe una fuente de desigualdad social y de reproducción de la pobreza. Para encaminarse hacia una igualdad efectiva entre hombres y mujeres, se requieren políticas que reconozcan las tareas de cuidado como un bien público, asumiendo que requieren de responsabilidades sociales colectivas, tanto de mujeres y varones, como del Estado y el mercado. En conclusión, se puede observar en las luchas de las mujeres una tensión constante entre lo privado y lo público, entre los aspectos biológicos y aquellas desigualdades que son impuestas culturalmente. Si bien en el largo camino recorrido las mujeres han adquirido derechos políticos y sociales, desde el derecho al voto hasta tener una presidenta mujer, aún falta mucho por hacer. Los desafíos que tenemos por delante como sociedad tienen que ver fundamentalmente con desanclar a las mujeres de sus atribuciones biológicas para avanzar en el camino cultural y político de la igualdad, la libertad y la justicia social. Sólo será posible profundizando y fortaleciendo la democracia, los derechos humanos y un proyecto político que con decisión garantice una plena e igualitaria participación de la mujer en la vida social, política, económica y cultural del país. •

Ley 26.485, Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Ley 26.364, Prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas. Ley 26.844, Régimen especial de contrato de trabajo para el personal de casas particulares. Ley 26.791 que prevé ciertas reformas al Código Penal, incorporando el femicidio en el cuerpo normativo, como figura agravada del delito de homicidio simple.

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Breve panorama de la economía internacional >> Ricardo Aronskind

EL ACTUAL SISTEMA ECONÓMICO MUNDIAL SE configuró en torno al surgimiento y expansión del capitalismo industrial, desde el norte de Europa hacia todo el planeta, hace más de 500 años. En ese proceso, para ampliar su producción y riqueza, las potencias europeas centrales fueron conectando todas las regiones a sus economías, aprovechando todos los recursos (materias primas, fuerza de trabajo) que encontraban en las “áreas periféricas” en función de sus propios objetivos de acumulación. El desarrollo científico tecnológico se vinculó en forma cada vez más estrecha con el mundo de la producción, sirviendo para multiplicar las capacidades humanas para modificar la naturaleza, pero fue generando, al mismo tiempo, crecientes disparidades entre las zonas más avanzadas del mundo y aquellas que tenían escaso o nulo desarrollo de esos saberes. Progresivamente se fue configurando un sistema en el que unas pocas naciones crecieron vigorosamente, mientras la mayoría de los países y regiones coloniales trataba de adaptarse a las necesidades de las economías dominantes. >> Ricardo Aronskind Economista, magíster en Relaciones Internacionales. Investigador y docente en la UNGS y la UBA. Autor de los libros Controversias y debates en el pensamiento económico argentino y Riesgo país. La jerga financiera como mecanismo de poder.

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Europa, y posteriormente Estados Unidos, ocuparon el centro del sistema, utilizando su poder económico, diplomático y militar para crear un conjunto de reglas de juego económico que los favorecían. Las potencias centrales contaron con diversos instrumentos de dominación: en el terreno de las ideas, difundieron a nivel internacional el pensamiento de Adam Smith y David Ricardo, economistas que sostenían que el libre mercado –economía sin regulación estatal– era la forma más eficiente de organización económica interna, y que la división internacional del trabajo era la forma más eficiente de repartir la producción entre las naciones. Ricardo afirmó que si cada país se especializaba en producir aquello que podía hacer mejor, y si intercambiaba libremente –sin poner trabas– con el resto, su bienestar alcanzaría los más altos niveles posibles. Esta teoría fue adoptada por numerosos países periféricos –el nuestro entre muchos otros–, pero fue rechazada, en la práctica, por Estados Unidos, Alemania y Japón, que siguieron sus propios caminos hacia la industrialización y el desarrollo científico y tecnológico. Otro de los recursos con los que contaron los países centrales para organizar el sistema global fue la creación de instituciones económicas globales que, luego de la Segunda Guerra Mundial, les permitieron ordenar la economía mundial en función de sus intereses particulares. Así surgió el Fondo Monetario Internacional, que debía ocuparse de ayudar a países que tuvieran situaciones problemáticas en materia de divisas, pero que terminó convirtiéndose en un instrumento de injerencia sobre todas las políticas económicas de muchos países periféricos. También se constituyó en la posguerra el Banco Mundial, que debía ayudar a reconstruir la economía de los países devastados por la guerra, pero que con el tiempo se constituyó en un impulsor de las reformas neoliberales en nuestra región. Los Estados Unidos lograron, desde aquel entonces, un privilegio único: que su moneda nacional sea, al mismo tiempo, la moneda utilizada para las transacciones internacionales. Ese país emite la moneda con la que paga los bienes que importa y las deudas que contrae, lo que constituye un privilegio excepcional.


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Entre la Segunda Guerra y los años 70, la economía mundial siguió un sendero de expansión notable, con elevados índices de crecimiento, buenos niveles de empleo y mejora de los indicadores de bienestar social. Esta tendencia comenzó a mostrar crecientes dificultades, y a partir de los años 80, se abrió un nuevo capítulo de la economía mundial, con la creciente preponderancia del capital financiero sobre la actividad productiva. Esto significa que las actividades vinculadas a las operaciones de crédito, operaciones bursátiles de compraventa de divisas, acciones y títulos públicos y otras nuevas inversiones financieras que fueron surgiendo, comenzaron a mostrar rentabilidades muy superiores a las que se obtienen en la producción de riqueza genuina. Los sectores financieros fueron ganando creciente influencia política e institucional, adaptando las reglas de juego globales a las necesidades de sus capitales. También en esta etapa, los países predominantes fueron Estados Unidos, el norte de Europa y Japón, quienes contaban con enormes fondos provenientes de sus ingresos y rentas globales para poder colocar en las diferentes economías periféricas. La deuda externa latinoamericana que estalló en los años 80, y que hasta hoy nos afecta, fue la consecuencia de la abundancia de los créditos que le ofrecieron a la región desde los grandes bancos de los países centrales. Al mismo tiempo, los nuevos saltos tecnológicos en las telecomunicaciones y la informática permitieron significativos cambios en la organización de la producción de las grandes firmas multinacionales. Usando las nuevas tecnologías dividieron sus procesos productivos a lo largo del planeta, aprovechando en cada localidad los recursos que necesitaban: abundancia de materias primas, energía barata, mano de obra con bajos salarios o altas calificaciones, mercados con altas capacidades de consumo, etc. Si bien la palabra “globalización” no tiene una única definición, podemos afirmar que involucra tanto el proceso de difusión mundial del capital financiero, como las nuevas formas operativas de las firmas multinacionales, que adquirieron dimensiones gigantescas y una enorme influencia política. Para los países periféricos, la “globalización” representó la compra, por • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

parte de los capitales provenientes de los países centrales, de parte de sus empresas productivas públicas y privadas (privatización y extranjerización económica) y un mayor grado de dependencia financiera, tecnológica y comercial en relación a los países dominantes del sistema. La globalización fue acompañada en el terreno de las ideas por la difusión mundial del pensamiento neoliberal, cuya principal premisa es la primacía de los intereses privados sobre los intereses públicos o colectivos, bajo el supuesto de que de esa forma se generará más riqueza y prosperidad. La realidad económica global, sin embargo, desmiente terminantemente tal creencia. Desde los años 80 la economía mundial ha crecido menos que en el período previo, se han acentuado las inestabilidades macroeconómicas (expresadas en diversas crisis locales y globales), y se ha incrementado fuertemente la disparidad de ingresos tanto entre los países como al interior de cada una de las sociedades. La idea neoliberal de la “autorregulación” de los mercados, es decir que el Estado renuncie a su papel de regulación y control y lo delegue en las propias empresas, condujo a que en Estados Unidos, en el año 2008, estallara una grave crisis financiera, que tuvo una fuerte repercusión en Europa y en menor medida en el resto del planeta. Las grandes corporaciones financieras, protagonistas principales del derrumbe global, han salido impunes y fortalecidas de la crisis, en tanto países enteros se mantienen en el estancamiento, sin esperanzas de progreso para la mayoría de sus ciudadanos. En las últimas décadas, nuevas regiones económicas han comenzado a fortalecerse, en especial China y el sudeste asiático. La expansión de Asia, y la parcial recuperación de Rusia, han creado nuevos polos económicos que debilitan la hegemonía de los tradicionales países centrales en el escenario mundial. América del Sur, gracias a las políticas protectivas que aplicaron sus gobiernos, ha sido menos afectada por las crisis financieras recientes, aunque mantiene una fuerte dependencia del mercado global debido a su falta de integración regional, su escaso desarrollo científico tecnológico, y la fuerte fuga de capitales locales –que podrían promover el desarrollo– hacia otras guaridas fiscales. •

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La economía solidaria en el actual contexto socioeconómico argentino >> Alejandro Rofman

>> Dr. Alejandro Rofman Investigador principal CEUR/Conicet. Director del Programa de Formación e Investigación sobre Economía Solidaria. Universidad Nacional de San Martín.

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1. Conceptos generales La economía solidaria da cuenta de numerosas experiencias de hacer economía –en sus diversas fases de producción, distribución, consumo y acumulación– que se caracterizan por movilizar recursos y establecer relaciones económicas, sociales y políticas a través de un sistema de valores alternativos a los que hegemonizan el mercado capitalista. Estas experiencias reconocen formas tradicionales –como las cooperativas y las mutuales– y numerosas modalidades alternativas de organización: grupos asociativos y empresas recuperadas, empresas autogestionadas, iniciativas de comercio justo, de microcrédito y de comercialización por parte de los mismos productores en mercados y ferias populares. Estas prácticas proponen un modelo de desarrollo en el cual el reparto del excedente se da en función del aporte personal y no del capital, y en el que se excluye toda forma de explotación social y jerarquía en el sistema decisional interno de las unidades productivas. La solidaridad responsable, la participación, la cooperación y la equidad de la economía solidaria reemplazan los principios que rigen en el capitalismo: competencia despiadada, egoísmo, búsqueda del lucro individual por la inversión de capital y creciente concentración monopólica y oligopólica con un manejo piramidal y autoritariamente rígido de la empresa, sin participación de los trabajadores. Existe un rico historial en la Argentina desde fines del siglo XIX a través de la creación de cooperativas y mutuales de diverso tipo. Tales iniciativas fueron muy valiosas y antecedieron a las que desde fines del siglo XX, por la crisis del capitalismo neoliberal, surgen desde los actores sociales comprometidos que rechazan la continuidad de tal modelo. Para ello conjugan la acción política, demandan y obtienen un creciente compromiso estatal y despliegan innovadoras formas de organización bajo los principios de la economía solidaria. Se crean así numerosas modalidades de intervención en el mercado con otro paradigma: el de la solidaridad, la autogestión igualitaria y el compromiso político. Los casos de empresas recuperadas


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por los trabajadores, el fortalecimiento de unidades familiares productivas y de emprendimientos sin fines de lucro para hacer frente a las necesidades básicas de la población y la comercialización sin intermediarios en ferias y mercados populares, se reproducen con masividad. Este nuevo y emergente escenario se fue consolidando, a partir del año 2003, con estrategias estatales de decidido apoyo al proceso de gestión social con el propósito manifiesto de volver realidad la consigna de que “otra economía es posible”.

2. Economía solidaria en el territorio y los programas vigentes El territorio en que se asientan las experiencias de economía solidaria constituyen recintos de muy cambiante formación económica-social, política, ambiental y física. El proceso seleccionado transforma el espacio en función de los impactos que sobre él se producen. La construcción social del territorio está directamente vinculada a la forma de su utilización integral por parte de la sociedad. Si se trata de proyectos rurales, el uso y la conservación de la tierra es fundamental para la gestión a futuro y ese uso no sólo comprende su aptitud ecológica sino también problemas jurídico-institucionales básicos como el régimen de división de la tierra, y de la tenencia y propiedad de la misma. Si el espacio respectivo es un ámbito urbano, las relaciones sociales y técnicas varían fundamentalmente y otros factores productivos asumen un rol determinante, como el tipo y dimensión del mercado, la fuerza de trabajo disponible y el acervo tecnológico para operar en una sociedad altamente urbanizada. Las políticas públicas, por lo tanto, dependen de cuáles son los márgenes de maniobra para avanzar en iniciativas que disputan –en cada sociedad local– un lugar concreto para desarrollar procesos en oposición a la lógica de acumulación dominante. Todo lo expresado atraviesa el contenido de las políticas públicas de acompañamiento que se implementaron desde el 2003 en adelante. A modo de ejemplo, pueden destacarse los siguientes programas: • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

1. Plan Nacional de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra” (2004) lanzado para promover iniciativas solidarias de desarrollo socioeconómico local. 2. Plan Argentina Trabaja (2009), que propone la creación de cooperativas de trabajo para la realización de obras de infraestructura y hábitat. 3. El Registro Nacional de Efectores de Desarrollo Local y Economía social (2003) permitió la creación del Monotributo Social, que posibilita operar en el mercado a miles de pequeños productores familiares. Hay más de 500.000 monotributaristas sociales con subsidio estatal para reducir el monto de la contribución mensual. 4. Programa de Financiamiento a las pequeñas unidades productivas de la economía solidaria a nivel rural y urbano (Ley 26.117/2006). Esta iniciativa ha beneficiado con créditos a 330.000 microemprendimientos por un monto de cerca de 900 millones de pesos a través de la Comisión Nacional de Microcréditos (Conami) del Ministerio de Desarrollo Social. Los créditos tienen una reducida tasa de interés, sin garantía real. 5. La Marca Colectiva (ley 26.355) distingue los productos y/o servicios elaborados o prestados por los emprendimientos de la economía social. 6. La Promoción de la Agricultura Familiar abarca a más de 250.000 unidades de la pequeña producción rural y del campesinado de todo el país (el 70% de los productores del campo argentino) que se componen de productores que viven en su pequeña finca junto a sus familiares y obtienen bienes –en especial alimenticios– para su manutención, vendiendo sus excedentes al mercado. Respaldan estas políticas el Centro de Investigaciones para la Agricultura Familiar (Cipaf) del INTA, la Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación y programas como el de Comercialización del INTA, que ha colaborado para establecer más de 300 ferias a fin de favorecer el consumo popular. En el marco general de esta estrategia opera el INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social), que ha tomado especial auge a partir del año 2002.

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Soberanía política y económica

3. Visión a futuro Lo emprendido en este muy rico espacio de construcción de una sociedad alternativa a la dominante es mucho y muy variado. Pero lo pendiente es un gran desafío que no tiene techo. Por ello, parece oportuno avanzar en esta triple dirección: 1. Intensificar los esfuerzos en la formación de nuevos especialistas y en la capacitación de todos aquellos involucrados en la consolidación de la economía solidaria. Hay maestrías de Economía Social y Solidaria y diplomaturas y tecnicaturas de creciente dimensión y cobertura. El espacio para seguir profundizando la temática es muy amplio. 2. Las políticas públicas de apoyo a las iniciativas colectivas han estado recorriendo fructíferos caminos jalonados por gran cantidad de experiencias. Pero todo el empeño puesto exige un proceso de ordenamiento y planificación a partir de iniciativas legislativas y ejecutivas concertadas entre todos. Este

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Programa está pendiente, aun cuando ya tiene pasos firmes dados al respecto en Río Negro y Entre Ríos. 3. La presencia de iniciativas solidarias en los campos de la producción, distribución, financiamiento y desarrollo tecnológico coloca al Estado en una función insoslayable y protagónica. Es permanente la incorporación de nuevos esfuerzos colectivos emanados del seno profundo de la sociedad para reemplazar la trama socio-productiva basada en el egoísmo individual y la competencia despiadada del capitalismo por esfuerzos que reconozcan la tarea solidaria, el asociacionismo, la democratización en las relaciones de trabajo y la igualdad en el manejo de tales unidades. El acompañamiento de este despertar de una Nueva Sociedad, como ideal utópico, se debe convertir en tarea prioritaria en los años por venir para afirmar el proceso de profundización del modelo de desarrollo con inclusión social en marcha. •


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Economía y política >> Guillermo Wierzba

>> Guillermo Wierzba Licenciado en Economía, Universidad de Buenos Aires. Posgrado en el Instituto Di Tella. Director del CEFID-AR (Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina). Profesor de la UBA. Miembro del Plan Fénix. Integrante de Carta Abierta. • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

AL SURGIR EL CAPITALISMO, EL DEBATE DE IDEAS respecto de la cuestión económica era de orden público y reflejaba abiertamente intereses antagónicos, proyectos nacionales y conflictos de clases. Hacia fines del siglo XIX, con la consolidación de estructuras monopólicas en los países centrales, se pasa a un paradigma de organización económica predominante que ya no compite con sistemas jerárquicos previos y comienza a ser criticado por quienes develan una contradicción central del mismo: la igualdad formal frente a derechos civiles y políticos para toda la ciudadanía contrastaba con una creciente desigualdad real frente al acceso a bienes y derechos sociales gozados. Hubo un giro en la economía dominante, que se repliega al ámbito académico, y adopta un discurso apologético del capitalismo liberal, asumiéndolo como único régimen económico, naturalizado. La corriente marginalista, popularizada como neoclásica, es la que asume este cambio regresivo en el pensamiento económico. Será el sustento teórico del proyecto de globalización neoliberal que fue impuesto en el último cuarto de siglo pasado y que alcanzó su auge en los noventa. Fue la dictadura terrorista su introductora en la Argentina para interrumpir una política de desarrollo que con épocas más intensas –los períodos democráticos– y otras de retroceso –dictaduras militares– se había sostenido casi medio siglo. La idea de la unión entre política y economía conlleva la concepción de que los regímenes económicos pueden modificarse, que la participación ciudadana es decisiva en el diseño del futuro para los sectores menos poderosos de las naciones. Es decir, que la política puede cambiar la vida. Esta mirada entiende que las decisiones fundamentales, incluyendo las económicas, se definen en la lucha política. Allí cada ciudadano es igual a otro, y las mayorías populares tienen la fuerza para cambiar la historia. En cambio, los conservadores que adoptan el criterio de la escisión entre economía y política, promueven que la primera es un ámbito que definen los mercados, lugar donde manda el poder del dinero. La lucha entre liberales y nacionalpopulares se asienta en la puja por cuánto poder se da al mercado y cuánto a la política.

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Para los primeros la democracia es la protección del derecho de las minorías, y así defender la propiedad concentrada de estas requiere de poco poder por parte de los gobiernos. A estos se los remite a administrar bien y sostener el orden neoliberal. Los segundos subrayan que la economía debe subordinarse a la política, que los mercados son un instrumento útil, pero en el marco de la regulación e intervención del poder soberano. Aquí está la diferencia entre la democracia capitalista neoliberal y la democracia participativa nacional y popular. El kirchnerismo significó el reencuentro con la tradición nacionalpopular en un mundo que todavía es hegemonizado por el neoliberalismo. En este sentido, podemos destacar: • Las negociaciones colectivas: recuperación del salario y aumento del empleo, permitiendo un avance en la desmercantilización de la relación capital-trabajo. • Políticas de administración de precios, ahora sistematizadas por el programa “Precios Cuidados”. Significa inducir a la participación popular y a la presencia estatal en la atención sobre el margen de ganancia empresaria y la racionalidad de los precios. • Desendeudamiento con el FMI para autonomizarse de sus condicionamientos y planes. ¿Para qué? Porque esta institución exigía medidas universalizadas de imperio de una única política: la del neoliberalismo, y Argentina eligió los enfoques heterodoxos que reñían con esos dictados: aumentar el gasto público –especialmente el social–, flexibilizar la lógica pura del equilibrio fiscal en pos de mayores niveles de crecimiento, fijar subsidios a bienes básicos para impedir el impacto de la inflación sobre las tarifas. • Reestructuración de la deuda externa. Significó una quita inédita sobre la misma que permitió avanzar en el crecimiento, aumentar el peso de la industria, dinamizar el consumo, disminuir el desempleo, luchar contra la pobreza y la indigencia. • Nacionalizaciones de empresas de servicios públicos, como Correos, Aguas y Aerolíneas que recuperaron la opción de la participación del Estado como empresario. Cuadernos por una Nueva Independencia • Antología

Especialmente, pueden señalarse cuatro políticas de Estado fundamentales que configuran el tronco del kirchnerismo: • Desarticulación del ALCA. Esta decisión regional encabezada por Kirchner, Chávez y Lula constituyó un momento de ruptura con el principal peligro que acechaba al país y la región: la destrucción de un proyecto de desarrollo integral con un papel destacado de la industria en el marco de un progreso de la integración regional. El ALCA era una opción que atacaba la profundización del Mercosur y fomentaba la subordinación a una lógica comercial sustentada en intercambios abiertos y sin restricciones entre países de desarrollo asimétrico. Esta decisión fue la simiente sobre la que luego se construiría el nuevo proyecto de unidad latinoamericana con la fundación del Banco del Sur, de la Unasur, de la Celac, del Consejo Sudamericano de Defensa, del proyecto de un Fondo Regional de Reservas; instrumentos políticos, económicos y militares en pos de la segunda independencia latinoamericana. Aun así quedan interrogantes; ¿por qué la irrupción de la nueva institucionalidad no devino en la rápida construcción efectiva de articulaciones económico-financieras más profundas? Los riesgos de un fracaso o retroceso de estos proyectos son grandes. Hay ejemplos históricos de que hubo intentos no concretados en este sentido (la Alalc, por ejemplo). Hoy es necesario poner toda la atención porque preside las ideas del nuevo intento la unidad política y no la lógica de coincidencias de intereses económicos. Los retrasos merecen encender por lo menos una luz amarilla. • Nacionalización de las AFJP. Esta decisión fue central en la recuperación de la autonomía financiera. Pero también en la recuperación de la concepción de un régimen previsional de solidaridad intergeneracional y entre sectores de distintos ingresos. La medida en sí desafiaba los pilares y recursos de los agentes beneficiarios de la financiarización y permitió la participación del Estado como accionista en el control de la gestión de importantes grupos económicos. Fue una medida clave para estabilizar la ma-


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croeconomía en el escenario del peor momento de la crisis internacional. • Nacionalización de YPF. Fue la recuperación de la empresa estratégica para un proyecto nacional autónomo y con objetivos de industrialización. Significó la adopción de un enfoque planificador sobre un recurso que permanecía bajo lógicas mercantiles que provocaron debilidades en el sector externo. • Carta Orgánica del Banco Central. Recuperando la facultad de hacer política crediticia, quitando la lógica de mutilación de la política monetaria a las autoridades elegidas por el pueblo, mutilación que debilitaba el poder ciudadano y fortalecía el peso del lobby de las finanzas internacionales. Para concluir, en pos del desarrollo, el tema central es establecer políticas que enfrenten la restricción externa. Se debería evitar en el futuro la cesión de jurisdicción –que ha acarreado la grave ofensiva de los fon-

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dos buitre– para nuevas deudas e inversiones, adoptando el criterio de que las operaciones financieras que se desenvuelvan en nuestro territorio deben estar sometidas a nuestra Justicia. Además se requiere denunciar los tratados bilaterales de inversión que agregan otros condicionamientos que recortan aún más la capacidad de definir políticas nacionales. Estos tratados son firmados entre países de desarrollo asimétrico y construyen relaciones subordinadas a los intereses de las empresas de los países centrales, mientras establecen arbitrajes hechos por el Ciadi –del cual habría que evaluar nuestro retiro–, ámbito del Banco Mundial, identificado con los objetivos de la liberalización. En este plano habría que sancionar una nueva ley de inversiones extranjeras afín a una matriz industrial integrada menos demandante de divisas. Otra clave es avanzar en la nacionalización del comercio exterior de granos y en otras medidas que atiendan a la reducción sustantiva de la fuga de divisas. •

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Vecindades >> Juan Raúl Rithner

>> Juan Raúl Rithner Escritor, comunicador, cuentista para niños y adultos, autor de teatro, guionista de TV y cine, profesor titular regular e investigador de la Universidad Nacional del Comahue. Especialista en Planificación y Gestión Social. Obtuvo más de veinte premios a nivel regional y nacional. juanrithner@gmail.com / www.juanrithner.com.ar

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MILENARIAS CULTURAS INTANGIBLES “BAJARON de los barcos”. Atrás: hambre, miedo y muerte. Ahora: la esperanza en un lugar para vivir en paz y con dignidad. Pero ¿y aquí, quiénes, qué? Los criollos, ocupados en la ilusión de independencia aunque atentos al mandato europeo en lo político, social, estético, arquitectónico, estilo de vida… Y algunos, ya jugando a favor de las potencias de turno con la miope y soberbia visión del entreguismo que cree, además, estar haciendo favores a la Patria. Hacía más de tres siglos que Europa había invadido y saqueado Abya Yala, rebautizándola América y alterando el sentido de sus espacios, rituales y figuras modélicas. Ya próximo, el inicio de la segunda conquista genocida ocurrida al sur, en la mitad de abajo del “maldito” –diría Darwin– sur de nuestro país… A dos décadas de iniciado el siglo XX, la matanza salvaje de los obreros (muchos de ellos, “llegados de los barcos”) que reclamaban derechos y, paralelamente, la silenciosa y cruel matanza del pueblo tehuelche mediante cazadores a quienes se pagaba por oreja, y por un par de testículos. Doble exterminio a cargo de los representantes del poder y de la oligarquía con intereses puestos en el sur que necesitó de historiadores distraídos y maestros ingenuos modeladores de nuevos obreros y ciudadanos al servicio del orden y organización del país. Como estrategia se califican reuniones abiertas y asambleas como desorden y tiempo perdido. Se desvaloriza lo grupal y también los saberes y la lengua de las culturas pisoteadas hasta solidificar el mandato familiar de no transmitir la lengua a los hijos y prohibirles hablar de su origen para que puedan aspirar a integrarse a la sociedad dominante. ¿Adónde los saberes de las otras culturas reinantes en estas tierras? ¿Adónde sus fiestas y su por qué? ¿Adónde la cosmovisión propia de esas naciones? ¿Adónde la manera de entender la vida y la muerte y el amor y el para qué estamos en este planeta? ¿Adónde los espíritus que suelen aparecerse y contarnos y advertirnos y aconsejarnos? Nada de ese caudal cultural servirá para la educación hegemónica que busca sólo hacernos útiles para la sociedad imperante. Se desconoce, descalifica, sinonimiza con prototípico de lo vulgar e ignorante a todo


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lo que hace a imaginario popular, universos míticos y canonizaciones populares. No se ve la afirmación callada de los pueblos cuando amplían el territorio de culto a su correntino Gauchito Antonio Cruz Gil Núñez. ¿Por qué? ¿Fue casualidad que esta amplificación masiva y espontánea de un santo sanador de una región se inicie, calladamente, al decretar Alfonsín el “todo está bien, amnistía y olvido”? ¿Por qué nuestros tantos y vigentes bandoleros sociales latinoamericanos fueron apoyados por las clases sociales más disminuidas y luego santificados por el pueblo fuera de los templos? ¿Por qué las víctimas de la injusticia (niños que trabajan, niños maltratados por los patrones, mujeres golpeadas…) alimentan la aparición de otros modelos? ¿No será el momento de detenerse, y desde una mirada más amplia, reflexionar grupalmente acerca de las vecindades entre cultura y comunicación? ¿Pensamos qué iniciativas de esta vecindad estimulamos desde el centro, los barrios, clubes sociales, centros profesionales, Casas de Cultura pero también desde los fogones, las villas, las tomas, y hasta de las esquinas con cerveza y otras yerbas? ¿Por qué no abunda el diseño de políticas culturales que promuevan encuentros y expresión, a la inversa de lo vivido en tiempos de la dictadura ¡perdón! del Proceso de Reorganización Nacional? ¿Por qué no estimular la poesía y el teatro entre quienes tal vez no sepan de Proust, Enrique Molina o Saint-John Perse pero sí de estremecerse ante una amanecida junto al río, o de gozar del beso de la llovizna cuando, calma, recién se inicia? ¿Por qué no estimular la creación musical no sólo desde auditar a un maravilloso concertista de piano sentado en su butaca sino desde ensayar sonidos con la garganta hasta poder crear uno que entienda la calandria para que, desde entonces, empiece a venir siempre a la terraza? ¿Qué función tiene el arte además de la expresión y la producción de algo bello o conmocionante? ¿Por qué tan pocos zapateros, camioneros, comerciantes, médicos e ingenieras, además de ejercer seriamente sus profesiones y oficios no cantan, escriben, pintan, esculpen, hacen música, bailan y se reúnen para escuchar • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

las canciones de sus abuelas para luego cantárselas a esos niños que ahora están en sus brazos? ¿Nos detenemos a discutir con profundidad en lo pertinente a la concepción del cuerpo como soporte y modo comunicativo? ¿Nos detenemos a reflexionar acerca de la jerarquización de lo lúdico como factor liberador y de desarrollo de la creatividad? ¿Ana li za mos cuán saludable es promover la ejercitación de los cinco sentidos para ampliar el rasgo perceptual de estudiantes y docentes, incrementando la receptividad de toda manifestación universal que busca conectarse, reciclarse, expandirse? ¿Tenemos en cuenta que la percepción nos vincula con nosotros mismos y con los otros? ¿Y que la creatividad transforma desde uno hacia los otros? ¿Seguimos promoviendo el “para qué” aún vigente de la Educación (que el ser humano sea educado para llegar a ser lo que no es y se adapte a un ideal predeterminado por lo instituido de una sociedad a la cual nos hemos incorporado involuntariamente) o al otro saludable para qué, instituyente: cada persona tiene potencialidades individuales y diferentes, y el ser humano debe ser educado para ser lo que naturalmente es y poder insertarse en una sociedad “que permita una variedad infinita de tipos” (H. Read)? ¿Cuál de las dos concepciones promovemos al valorizar la participación, el autorreconocimiento y la independencia? ¿Sólo los saberes adquiridos y la capacidad de postular conceptos son garantía de un profesor eficaz? ¿Es con la metodología educativa tradicional con la que hay que formar a profesores y maestros? Al pensar conceptualmente todo proceso comunicativo interpersonal y grupal, además de Herbert Read, Buber y Lowenfeld, Ander-Egg, Juan Díaz Bordenave y Mario Kaplún, entre otros, surge un concepto que aporta más a este pan de la “común unión” (Uranga): la “autocalificación cultural” de Daniel Prieto Castillo. Su “autocalificar” es quererse y valorarse –barro y cielo, fango infecto y alas translúcidas–, para querer y valorar al otro y no sólo aceptarlo. ¡O tolerarlo! “Autocalificar” y “calificar” es respetar diferencias, potenciar lo singular propio y ajeno (géneros,

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actitudes, saberes, opciones, percepciones, racionalidades), potenciar lo singular desde la integración. La autocalificación se vincula con la identidad cultural de cada persona, grupo, comunidad… Es identidad cultural entendida como conciencia de sí mismo en un universo de significaciones interactuantes. El aprendizaje de la calificación cultural demanda una mirada amplia fuertemente vinculada a la memoria personal, familiar, grupal y comunitaria que contiene el proceso de autoafirmación de ese ser humano. Este ejercicio cotidiano de mirar al otro, y de mirarse a través de los otros, permite autocalificarse (Prieto Castillo), poder valorizar lo singular de la otredad. Estos conceptos se vinculan estrechamente en los espacios públicos, “espacios (…) para practicar el ejercicio de la ciudadanía” (López de Lucio); allí se hilan. ¿Con quiénes? Con los inmersos en promover el “volar en bandada” (Tejada Gómez): psicólogos, agentes sanitarios, educadores, trabajadores sociales, comunicadores, bibliotecarios, animadores y artistas que apuestan a la diversidad y no a la tolerancia: Juan Núñez (porteño, 42 años): “Perdí mi familia, dos casas y empecé a vivir en la calle. Fui a parar al Hospital Rawson y al

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Hogar Monteagudo. Me esforcé por estudiar computación y jardinería. Estuve en un taller de dibujo para gente de la calle. Ahora soy pintor. El arte me devolvió la dignidad”. “Y mire, señora, el Óscar empezó a tocar la guitarra con el Menduco ahora. ¡Cómo voy´aflojar ahora! Vale la pena todo. El Óscar canta también ¿sabe?” (Vecina a la nutricionista Beatriz Llórens; “Menduco” Araujo, músico, General Roca, Río Negro). “Si te metés en el sindicato para pelear de adentro o te metés en la sucia política, seguro que terminás crucificado. Y traicionando. Con el arte sos libre, hermano… ¿Quién me para acá? ¿Quién me pone en duda?” (Juanjo, changuista, 20 años).

¿Podremos construir y fomentar la aparición de espacios públicos ocupados por locutores y oyentes, por interlocutores (Kaplún), por plataformas de juegos y encuentros, y (como propone Augusto Boal desde una dramaturgia social y política latinoamericana) promover la gestación de “espect-actores” y ambicionar receptividad, creatividad, diálogo y participación mediante la gestación de “espect-actores” y “espect-autores” de una realidad en transformación? •


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Pasar de la táctica a la estrategia >> Alberto Recanatini Méndez “El arte de la estrategia es de importancia vital para el país. Es el terreno de la vida y la muerte, el camino a la seguridad o la ruina.” SUN TZU

“La conquista del poder cultural es previa a la conquista del poder político.” ANTONIO GRAMSCI

>> Alberto Recanatini Méndez Doctorado UNLP, licenciado en Comunicación UNSAM. ETER. Director de Comunicación Institucional de la Defensoría del Público. Director revista Kranear. Premios Rey de España, FNPI y Bienal de Radio. Becario FONCA. Es docente, guionista, productor audiovisual y publicista en Argentina y Latinoamérica.

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¿DE DÓNDE PROVIENEN LAS CERTEZAS CATEgóricas con las que suelen despacharse los habitantes de los principales centros urbanos de nuestro continente cuando tienen un micrófono delante? ¿Por qué el “sentido común” suele ser conservador, de derecha, reaccionario, xenófobo, machista y neoliberal? ¿Por qué Cuba es “mala” y Francia “buena”? Puesto en términos gramscianos, ¿por qué la hegemonía político-ideológico-cultural reproduce la batería de sentidos de la clase dominante aun en contextos políticos de avance popular? No es difícil la respuesta. La existencia misma de las grandes ciudades, sumada a los procesos económicos expansivos y la proliferación acelerada de puntos de acceso a la información, hacen que el mundo percibido por los individuos nucleados en las orbes esté cada vez más intermediado por un otro que modela esa percepción según los intereses de quien proyecta esas imágenes y no de los intereses de quien las recibe. La subjetividad es colonizada por un discurso cuyos objetivos estratégicos son diametralmente opuestos a los de ese sujeto que es asaltado en forma permanente por estímulos, imágenes, conceptos, sonidos, definiciones y eslóganes que brotan como ráfagas de ametralladora desde las pantallas de televisión de su casa, del bar, del monitor del lugar de trabajo, de su celular, su tableta, la pantalla del subterráneo, la del ascensor y la lista sigue al infinito. Basta un dato para comprender la presencia del

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discurso mediático en nuestras vidas y es que el 95% de los hogares argentinos tienen al menos un televisor, y el 65% cuenta con servicio de cable pago.* Desde fines de los años 80, un cambio radical en las estructuras económicas y legales de nuestros países permitió que los medios, históricamente ligados a un puñado de familias de la oligarquía, se expandieran a todos los soportes y recibieran capital financiero y conceptual sin ningún tipo de fiscalización ni ley antimonopólica que lo impidiera. En esa primera etapa, el mapa mediático de nuestros países quedó concentrado de la siguiente forma. En Brasil las familias que se apropiaron del monopoplio de la palabra fueron: Marinho, Frias, Mesquita, Saad Abravanel, Sarney, Magallhaes y Collor. En Chile, Claro, Mosciatti y Edwards. En Colombia, Ardila Lulle, Santo Domingo y Santos. En Argentina, Noble, Saguier, Vigil, Mitre, Fontevecchia. En México, Azcárraga y Slim. En Venezuela, Cisneros y Zuloaga. Sólo por nombrar algunos casos. De esta forma, y a caballo del avance veloz de las tecnologías de la información y la comunicación, estos grupos mediáticos (originalmente de prensa escrita) se fueron quedando con todas las licencias de radio AM, FM y televisión abierta que pudieron o quisieron. En ese primer proceso se consolidaron como grandes corporaciones que actuaban dentro de los límites de los propios países donde habían nacido, y desplegaban sólo fronteras adentro su capacidad de modelar la percepción de lo bueno y de lo malo de sus conciudadanos. No es casual que la primera privatización que se realizó en la Argentina durante la década neoliberal (22 de diciembre de 1989) haya sido la de Canal 13, que pasó a manos del Grupo Clarín. Claramente el despojo que vino después no hubiera sido posible –o al menos hubiese sido mucho más dificultoso– sin la colaboración procaz del aparato mediático-ideológico. Vemos cómo, a diferencia de tesis anteriores, la superestructura comenzaba a tener la capacidad de modificar la estructura de un país y una región. Una vez que estos grupos locales consolidaron ampliamente su posición hegemónica –discursiva y económicamente hablando–, en los primeros años del siglo

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XXI se da un proceso de fusiones, adquisiciones y cruces societarios entre las empresas y con capitales foráneos que acompaña procesos similares que se estaban operando en los países centrales. Es la época de la emergencia de los grandes holdings mediáticos, tecnológicos y financieros principalmente en los Estados Unidos y Europa. En el caso de EE.UU., de esas fusiones quedaron hoy sólo seis megaholdings constituidos por ABC, CBS, CW, FOX, NBC y Time Warner, que dominan el 90% del mercado de noticias y entretenimiento. Al igual que sus pares del Norte, las corporaciones familiares de América Latina se reconfiguraron en grandes sociedades mediáticas de carácter oligopólico que comenzaron a fusionarse con las grandes cadenas estadounidenses, a vender parte de su capital accionario o directamente a encarar negocios conjuntos con multinacionales extranjeras en los más diversos rubros, la mayoría de las veces ajenos a la actividad periodística. Esta confluencia de intereses económicos entre el capital extranjero y el local fue decantando en una unidad de acción política donde las necesidades de Wall Street, Washington o Londres se convirtieron en las mismas que las de los propietarios de los conglomerados mediáticos de nuestros países. Esta circunstancia ha dado lugar a que la agenda de intereses de la oligarquía mediática de una ciudad, de un país o hasta de una región entera coincida con los intereses estratégicos de potencias extranjeras. De este modo, los contenidos internacionales de las cadenas de los grandes holdings son producidos, ofrecidos y distribuidos a escala nacional, continental y global; los contenidos originados en Argentina van del canal de noticias TN a O Globo de Brasil, de ahí a Globovisión en Venezuela, cruzan a RCN en Colombia, siguen su viaje a Maya TV en Honduras, de ahí a Televisa en México y, sin muro de por medio, directo a CNN en español, EE.UU. El sistema funciona exactamente igual a la inversa. Esta capacidad de plantear estratégicamente una agenda regional es lo que continúa dotándolos del poder enorme del que aún gozan para manipular las subjetividades según sus intereses. En el plano

* 2014, Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA).

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de los derechos individuales, las legislaciones sobre medios de comunicación que se encuentran vigentes en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina o en discusión en Brasil, Uruguay y Chile se preocupan en dotar a la ciudadanía de herramientas frente al accionar de las megaempresas mediáticas. Las Defensorías del Público son una herramienta fundamental para el empoderamiento de las audiencias, y la intervención de estos organismos resulta vital para el cumplimiento efectivo de los derechos de los ciudadanos. Un ejemplo a destacar es el de la Defensoría del Público argentina que funciona desde 2012 canalizando y dando respuesta a los reclamos de los usuarios de medios de todo el país, y que es considerada un ejemplo por las defensorías del mundo entero. En el plano macro, el campo de lo público-nacionalpopular-democrático, en su disputa de sentido con las corporaciones, ha dado un paso fundamental con las iniciativas de desmonopolización y creación local de contenidos. Por su parte, la creación de espacios pan nacionales como Telesur resulta un avance inestimable en el camino de brindarnos en América Latina (y al resto del mundo) una mirada propia de los acontecimientos, sin el lucro como objetivo, ni la tergiversación a la que los hechos cotidianos son sometidos constantemente por las corporaciones mediáticas. Algunas otras iniciativas, como la de micros elaborados con contenidos de las radios públicas de varios países van también en esa dirección. Pero a pesar de los esfuerzos que muchos de los gobiernos nacional-populares han emprendido para generar otras voces y otras formas de percibir el

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mundo, podemos observar que aún persiste un grado demasiado alto de descoordinación, de falta de atractivo estético y, sobre todo, de escasez o ausencia de estrategias nacionales y regionales que permitan una disputa real de hegemonía discursiva con el conglomerado corporativo. La diferencia es demasiado amplia aún respecto de la capacidad de instalación de ciertos temas, de unidad de discurso frente a situaciones complejas, de capacidad real de fijación de agenda. Resta multiplicar las reuniones, encuentros, debates y mesas permanentes de trabajo entre directivos, secretarios, ministros y trabajadores de la comunicación, dentro y fuera de los respectivos países, dando lugar así a espacios de colaboración y elaboración conjunta y permanente, y a la definición de líneas estratégicas generales que nos permitan pasar de una situación de asedio y desgaste mediático constante, a una de avance y consolidación de una nueva hegemonía comunicacional-cultural, esta vez de carácter emancipador, democrático, integrador, que promueva la justicia social y la soberanía política. El tacticismo en el que se encuentra el bloque no neoliberal no se puede sostener indefinidamente en el tiempo y menos con resultado favorable. Afortunadamente, hoy el campo popular cuenta con recursos económicos, materiales e intelectuales que le pueden permitir ir motorizando un vuelco en el resultado de la confrontación. No hay tiempo que perder, es viable, es factible, es cuestión de inteligencia, decisión y voluntad pasar de la táctica defensiva a la estrategia victoriosa. El desafío está planteado y el momento del cambio es ahora o nunca. •

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Cultura y comunicación

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Representación audiovisual: una violencia de tres grados >> María Iribarren “En cualquier ámbito de la prensa escrita, radiofónica o televisiva en que haya montaje, cortes, recontextualización, cita incompleta, hay una falsificación en curso.” JACQUES DERRIDA1 “Preguntarse si el ver puede tener alguna relación con el saber y el hacer, no solamente como indignación o compasión sino también como responsabilidad de la mirada, como respuesta ética a lo que quizás nos “pidan” esas imágenes, aun en el exceso traumático de su repetición.” LEONOR ARFUCH2

I Es necesario insistir en lo siguiente: lo que llamamos “la televisión” se constituye entre el productor del contenido, el que lo pone en circulación y el que lo hospeda (lo goza) en (a través de) dispositivos transmisores. Sin embargo, esa dinámica no alcanza para abonar la coartada del “espectador pasivo”. Sabemos que, en la sociedad de la información (acaso, el estadio tardío de la socie-

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María Iribarren Nació en Buenos Aires (1957). Es periodista y docente. Desde 2010, escribe en el diario Tiempo Argentino. Además, se desempeña como coordinadora en la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional del Ministerio de Cultura de la Nación.

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Derrida, Jacques y Stiegler, Bernard, Ecografías de la televisión. Entrevistas filmadas, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 67. Arfuch, Leonor y otros, Educar la mirada. Políticas y pedagogías de la imagen, Buenos Aires, Manantial, 2006, p. 84. 3 Comolli, Jean-Louis, Cine contra espectáculo, Buenos Aires, Manantial, 2010, p.13. 4 Comolli, Jean-Louis, op. cit., p.131. 2

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dad del espectáculo), “el espectador es actor de la representación por el hecho mismo de que participa sensible e imaginariamente en ella”.3 Así, la abolición de la distancia entre lo que hay para ver, el que mira y lo que es mirado, es el dato de época que devela un primer grado de violencia en la representación audiovisual televisiva. Y es una paradoja: en tanto actor de la representación, el espectador se desvanece como conciencia, para emerger como objeto de su propia mirada. La otra coartada que de inmediato también quedará derogada es la de que “la televisión es el reflejo de la sociedad”. En el estatuto actual de formalización de la televisión, por el contrario, el telespectador queda “atrapado en una serie convulsiva de ‘pasajes al acto’: beber cerveza, llamar por teléfono, votar por ‘su’ candidato”.4 A lo largo de la programación diaria, y según el énfasis característico de los distintos géneros noticiosos, esa serie de pasajes puede instigar actos abyectos como ejercer la violencia de género o practicar la xenofobia.

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Esta segunda dimensión de la violencia instrumentada por el audiovisual televisivo (servirse de la “realidad” para reformatearla mediante inducciones valorativas, prescriptivas, disciplinarias, etcétera), ya no es formal sino, estrictamente, programática. Es decir, ética. Por lo tanto, va a derramar sobre las tres circunstancias (el productor, el emisor y el receptor).

II Cuando la consigna #NiUnaMenos5 agitó las redes sociales, se multiplicaron las alusiones a la representación o la verbalización de la violencia de género en la TV. “Que Tinelli,6 Macri,7 Legrand8 o Giménez9 se cuelguen el cartelito no es más que un intento de lavar culpas, de desmarcarse de la cultura hétero patriarcal en la que han fundado su fortuna y su miseria”, escribió la cineasta Albertina Carri, en el marco de una reflexión más amplia contra la Iglesia Católica. “Me sorprende la cantidad de comunicadores que se suben al #NiUnaMenos siendo los primeros que buscan el grado de ‘atorrantez’ de las víctimas porque ‘cuanto más inocente más vende’…”, apuntó una colega del diario Clarín. “El día que una publicidad me muestre un chabón preocupado porque no puede sacar una mancha de la ropa, o un flaco maravillado por cómo el detergente remueve grasa de la vajilla, estaremos un paso adelante”, leí en el muro de una narradora infantil. De una manera u otra, los tres comentarios pusieron en primer plano la lógica mercantil que articula el artificio televisivo. Según ese patrón, durante doce minutos por hora, las agencias de publicidad tienen vía libre para difundir estereotipos de belleza (masculinos y femeninos), un modelo único (desde luego,

sexista) de distribución del trabajo y de acceso al consumo (la mujer compra desinfectantes, perfumes y yogures; el hombre, autos, seguros y cervezas), entre otros mensajes que ajustan el “mundo real” al ideario conservador que cautiva a las clases medias.

III Una abultada colección de prejuicios en relación con la violencia física y/o psicológica ejercida contra la mujer, también sale a la luz en el “mundo real” recortado y espectacularizado en los noticieros, los programas de chimentos, los híbridos de debate, matutinos o nocturnos. Sin embargo, una de las formas más pregnantes de violencia en la formalización audiovisual televisiva (he aquí, un tercer grado) es la utilización recurrente de efectos (subliminales) que connotan “lo real”: la fragmentación y aceleración del ritmo de edición, el reemplazo del sonido directo por la musicalización melodramática de la noticia, la ficcionalización del acontecimiento periodístico. Manipulaciones que, al invisibilizarse bajo la apariencia de la plena objetividad, agudizan su repercusión en la desubjetivación de la conciencia. “Ningún saber crítico se impone a la inmediatez de la ‘noticia’, su carácter súbito, su obligada demanda de visualización”.10 Sin embargo, el enunciado #NiUnaMenos tuvo la potencia sorprendente de invertir la lógica discursiva (mercantil) de la televisión. En lo inmediato, este aspecto de la reivindicación implica emprender una batalla contra la voluntad totalitaria del audiovisual televisivo en lo que hace a la representación de la violencia. Implica también, recuperar lo visible como fuente de conocimiento. Sobre todo, implica “librar un combate vital para salvar y poseer algo de la dimensión humana”.11 •

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Nombre del colectivo de periodistas, artistas y activistas que convocó a una movilización el 3 de junio de 2015 en los principales centros urbanos de la Argentina, con el propósito de hacer público un documento de nueve mociones tendientes a la erradicación de la violencia contra la mujer, la protección de víctimas y menores de edad, y la ejecución y publicación de estadísticas oficiales donde se incluyan los femicidios. 6 Marcelo Tinelli es productor y conductor televisivo del reality show Bailando por un sueño. 7 Mauricio Macri es jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 8 Mirtha Legrand es actriz y conductora de TV. 9 Susana Giménez es actriz y conductora de TV. 10 Arfuch, Leonor, op. cit., p. 77. 11 Comolli, Jean-Louis, op. cit., p.12.

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Potencias del arte

>> Ana Longoni

>> Ana Longoni Escritora, profesora de grado y posgrado, investigadora del Conicet y miembro fundador de la Red Conceptualismos del Sur. Doctora en Artes (UBA). Su último libro es Vanguardia y revolución. Coordinó la exposición “Perder la forma humana” (Museo Reina Sofía, MALI y Muntref).

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RESULTA CADA VEZ MÁS EVIDENTE QUE, A LO largo de las últimas décadas, en la fase que ha dado en llamarse “capitalismo cultural” o “capitalismo cognitivo”, el arte (en particular, el arte contemporáneo) ha pasado a ocupar un lugar central en los renovados mecanismos de acumulación de capital. Como nunca antes, la especulación se concentra en operaciones millonarias de compra y venta de obras de arte, generando enormes diferencias en muy poco tiempo. El mercado del arte se expande por todo el mundo, especialmente en contextos geopolíticos antes marginales como América Latina, Europa del Este, India o China. La apertura de nuevos museos de arte, bienales, ferias, megaexposiciones y otros eventos espectaculares configura un vasto y activo circuito, fuertemente asociado a los flujos del turismo y funcional a los procesos de gentrificación urbana, desbordante de prestigio y sofisticación, glamour y champagne.1 En medio de este inquietante panorama, ¿qué queda de la potencia disruptiva del arte, su filosa condición crítica ante lo existente, su capacidad insumisa de sacudirnos e inventar nuevos mundos? Es innegable que ideas y prácticas artísticas de signo antagonista frente al orden (artístico y social) existente han sido incorporadas rápidamente dentro de los aceitados mecanismos del sistema del arte. Si el urinario de Duchamp, por mencionar un ejemplo bien conocido, significó en su tiempo uno de los más demoledores actos de provocación y desafío contra la institución arte, hoy está bien resguardado en el Centro Pompidou (en París) para ser contemplado extáticamente por miles de personas como “obra de arte”. La pensadora brasileña Suely Rolnik lo señala con agudeza, cuando habla del ejército de zombies que pueblan el mundo del arte en su país –y no sólo allí–, trabajadores creativos, flexibles e hiperactivos que apelan al legado del movimiento antropofágico2 y sus nexos con el tropica-

Cabe señalar que este estado de situación empieza a resquebrajarse en medio de la profunda crisis y el estallido de un modelo de acumulación que en Europa se traduce –entre otros graves aspectos– en la clausura o vaciamiento de muchos museos. 2 El Manifiesto Antropofágico de 1928 se remonta como escena inaugural de la cultura brasileña a la deglución del primer obispo. Pero Fernandes Sardinha, devorado por los indios caetés, subvierte la convención unidireccional del vínculo entre centro y periferia al proponer una “digestión cultural” capaz de nutrirse del otro y a la vez transformar lo ingerido.

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lismo3 cuyas energías resultan ser “el principal combustible de la insaciable hipermáquina de producción y acumulación de capital”.4 Las fuerzas gestadas en los movimientos (políticos y poéticos) de signo emancipador y antagonista y su libertad experimental han resultado funcionales e incorporadas, son bien percibidas y aplaudidas, celebradas y recompensadas. Y su orientación principal no es ya la invención de (otros) posibles, sino “la identificación casi hipnótica con las imágenes del mundo difundidas por la publicidad y por la cultura de masas”.5 Ahora bien, ¿es este estado de las cosas, esta posición subjetiva deslumbrada por el lujo y el reconocimiento, un hechizo imposible de romper? Reconocer(nos) dentro de este complejo panorama no supone cinismo ni derrota (sostenemos con Antonio Gramsci, “el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”). Implica terciar en medio del campo de batalla por activar las potencias y los sentidos atribuidos a experiencias artísticas que nos interpelan, nos conmueven y nos convocan. En este punto, algunos defienden la capacidad irreductible del arte de aparecer de maneras inesperadas, produciendo fisuras y desórdenes en el orden existente. Así, encuentran en cierta producción artística un modo de intervención política. Otros, en cambio, optan por prácticas activistas que –sin renunciar a los saberes específicos– se disuelven en la vida social y renuncian a autodenominarse como arte. Ya no se trata de reducidos grupos de choque o de avanzada, sino de movimientos sociales difusos y dispersos, cuyos recursos se disponen para ser apropiados por muchos. Un ejemplo paradigmático de este modo de hacer fue el Siluetazo, ocurrido por primera vez en Plaza de Mayo durante la III Marcha de la Resistencia, el 21 de septiembre de 1983. Por iniciativa de tres artistas, consensuada con las Madres de

El siluetazo. Una manifestante pone el cuerpo para trazar una silueta, la noche del 21 de septiembre de 1983, en Plaza de Mayo. Foto: Eduardo Gil.

Plaza de Mayo, se monta un enorme taller al aire libre donde cientos de manifestantes ponen el cuerpo para representar visualmente con siluetas vacías a escala natural el espacio físico que ocuparían los treinta mil desaparecidos. Cuantificar la presencia de la ausencia con una doble huella: la de quien ha sido secuestrado y la de quien prestó el cuerpo en un acto emotivo y solidario. A mediados de los años noventa, surgen los escraches impulsados por la agrupación H.I.J.O.S., buscando evidenciar la impunidad en la que vivían entre nosotros los responsables del genocidio perpetrado durante la última dictadura militar. Desde 1997 el GAC (Grupo de Arte Callejero) contribuyó a los escraches produciendo carteles que subvierten el código vial institucional, simulando ser señales de tránsito convencionales (por su forma, color, tipografía, tamaño y emplazamiento). Se usaron como estandartes en las manifestaciones con las que concluía cada escrache y sobre todo se colgaron en postes en medio de la trama urbana.

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Movimiento de música popular brasileña nacido en los años 60, que mixturó ritmos populares locales e internacionales y experimentalismo, y cuyo impacto llegó a las artes visuales, el cine y el teatro. Como afirma Caetano Veloso, uno de sus impulsores: “Estábamos comiéndonos a los Beatles y a Jimi Hendrix. (…) La antropofagia, vista en sus términos precisos, es un modo de radicalizar la exigencia de identidad, no de esquivarla”. Veloso, Caetano, Verdad tropical, Barcelona, Salamandra, 2002. 4 Rolnik, Suely, “Geopolítica del rufián”, en Félix Guattari y Suely Rolnik, Micropolítica, Buenos Aires, Tinta Limón, 2005 (pp. 477-493). 5 Ibíd.

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intento de atravesar México buscando trabajo y un futuro menos hostil en el norte. Existen grupos de bordadores en Nicaragua, Guatemala y Puerto Rico, Brasil, Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia, Mozambique y Japón. La acción también se sostiene desde Córdoba (Argentina).

Señal del GAC en el escrache a Donocik, Buenos Aires, 2002. Foto: GAC.

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Así, un peatón o automovilista podía toparse de repente con un cartel que lo alertaba sobre la proximidad de la vivienda de un ex represor, o el lugar adonde funcionó un centro clandestino de detención y exterminio, o una maternidad clandestina en la que nacieron muchos bebés apropiados por el régimen, o el lugar del que partían los llamados “vuelos de la muerte”, o el sitio donde ocurrió un fusilamiento ilegal o una masacre, etc. En 2011 el grupo mexicano Fuentes Rojas, ante la atroz violencia reinante, convocó a una acción colectiva que se propagó rápidamente: llamaron a bordar a mano sencillos pañuelos blancos, con el nombre, las fechas y demás datos de la historia de cada una de las víctimas. Cuando comenzaron esta titánica y paciente tarea, se hablaba de 40.000 asesinados y desaparecidos en los últimos años en México, como secuela de la guerra con el narcotráfico. Hoy, en 2014, ya se habla de 150.000. Con la consigna “Una víctima, un pañuelo”, dieron forma a la iniciativa Bordando por la paz, que se inició en la capital del país, y rápidamente se extendió a ciudades del interior afectadas por la violencia, donde se conformaron grupos de bordadores integrados por familiares de las víctimas o por ciudadanos solidarios. Los pañuelos se llevan a las marchas, armando pancartas móviles o precarias instalaciones al costado del camino por el que transitan los manifestantes. La iniciativa llegó muy pronto a Centroamérica, de donde provienen muchos migrantes, en su mayoría anónimos, masacrados en su Cuadernos por una Nueva Independencia • Antología

Bordamos por la paz Guadalajara. Uno de los pañuelos bordados.

Muchas de las bordadoras son mujeres que buscan a sus hijos, a sus hermanos, a sus parejas, o simplemente afectadas y comprometidas con el dolor ajeno. Emplean un saber antiguo tradicionalmente asociado al mundo femenino, pero lo socializan y lo sacan del ámbito doméstico y privado, para convertirlo en un potente recurso político para hacer memoria y devolver una inscripción pública a los crímenes borrados por el poder. Estos y muchos otros modos de hacer del activismo artístico conforman un repertorio de recursos disponibles para ser apropiados y resignificados por muchos, muy lejos del glamoroso y zombi mundo del arte. Desde mitad de los años noventa, los diálogos entre prácticas activistas dentro y fuera de América Latina vienen siendo intensos y dibujan una fluida red de intercambios y colaboraciones. Los recursos van y vienen, reaparecen en nuevos contextos, se cargan de sentidos inesperados. Las tácticas aquí mencionadas no pueden entenderse sólo como actos políticos ni tampoco como meras exploraciones artísticas. La revitalización del activismo artístico nos lleva a indagar en la reinvención de la acción política como fuerza creativa y articulada con distintos movimientos sociales. La potencia de lo poético en lo político, la irrupción de lo político en lo poético. •


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La redondez del globo >> Noé Jitrik

>> Noé Jitrik Profesor de Letras y DHC en varias universidades. Fue profesor en Córdoba, UBA, Besançon, Indiana, California, México, Uruguay, Chile, Puerto Rico, Colombia, en maestría y doctorado. Autor de poesía, ensayos teóricos y de crítica literaria, novelas, relatos y artículos, en revistas nacionales e internacionales. También periodista en México, en Argentina y en Uruguay. Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

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NO ES PARA NADA IMPROBABLE QUE EN UN Foro como los que se están programando se presente un tema largamente tratado: la “modernidad”, ligado a otro que al parecer le es inseparable: la “globalización” y, por detrás, “vanguardia”. Pareciera, también, que se sabe lo que se quiere decir con las tres palabras, que funcionan como paraguas aparentemente conceptuales que no protegen de la lluvia. Empiezo por protestar: no entiendo por qué, en lo que concierne a la “globalización”, se ha empezado a emplear desde hace algunos años; sus deficiencias saltan a la vista porque se trata, sobre todo, de una traducción literal que hace ambiguo lo que se quiere decir. Por cierto, no es lo mismo que “universalización”, palabra más modesta y desiderativa, ni que “occidentalización”, que implica una especie de fatalismo cultural –serás europeo o no serás nada–, que poseen, ambas, cierta claridad así sea porque suscitaban, hegelianamente, sus contrarias: localismo en el primer caso, peculiaridad regional en el otro. Globalización no. Producto de una presuntuosa jerga entre sociológica y cultural, “globalización” intenta designar un proceso histórico marcado por una irrefutable imposición tecnológica y cultural que oscurece o expulsa, entre otras, a la palabra desarrollo, que parecía tan clara hace tres o cuatro décadas, o dependencia, tan combativa sobre todo cuando venía acompañada de liberación o, en la cúspide verbal, la que lo aclaraba todo, imperialismo, todas las cuales han dejado de estar de moda desde hace varias décadas; ni hablar de nacionalismo, sobre todo económico, pues el cultural no está todavía del todo arrasado, al menos en lo simbólico. Vale la pena detenerse un momento en esta oscura palabra, que definiría un instante de la historia de la civilización: se supone que proviene de la palabra “globo” que, a su vez, convoca el adjetivo “terráqueo”. Pero el globo terráqueo está ahí y no se lo puede modificar aunque se puede, y lo ha hecho la humanidad desde que el hombre es hombre, hacerlo con lo que está en su superficie y en sus profundidades; también, desde luego, se lo puede destruir, y hay muchos que lo están intentando. ¿Qué será entonces el verbo que sale de ese sustantivo, o

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sea “globalizar”? Será, creo, la tendencia a redondear aún más lo que ya es redondo pero, por una metáfora descendente, podría aplicarse a lo que está en la superficie y en las profundidades; en suma, puesto que eso a lo que se aplica no es cuadrado, el verbo intentaría hacer más redondo algo que no termina de serlo. Pero hay otra metáfora más: el adjetivo “global” que no tiene que ver con lo esférico sino con lo total, un concepto o una categoría que, a la fuerza, podría ser, también metafóricamente, redonda. Y la globalización sería, a su vez, el resultado de la confluencia de una reunión de metáforas, como tendencia o voluntad de hacer que la realidad total sea tan redonda como el globo terráqueo mismo. Otra cosa es la palabra “vanguardia”. Por de pronto, tiene una historia remota y sólida, en el lenguaje militar pero sobre todo en el campo literario: es una experiencia concreta, datada, histórica, y es también una actitud, cuando no una posición, más o menos bélica. Es más, en un punto la palabra “modernidad” sería algo así como una prima hermana de la vanguardia, a punto tal que cuando empieza a ser usada –no practicada, puesto que lo fue mucho antes– ambas son casi sinónimos; es claro que si por vanguardia se entiende un comportamiento de avanzada, de ruptura, de agresividad, en un primer momento rechazado, por modernidad se entienden también muchas otras cosas, que son de ruptura agradecida pues sus efectos son entendidos como pasos que da la humanidad; son tantas que configuran otro paraguas: protegidos por él están los individuos llamados revolución industrial y máquinas a vapor, desarrollo fabril, diseño, luchas ideológicas francas, democratización institucional, cambios de costumbres, voto femenino, desarrollos científicos, avances médicos, en fin, todo lo que implicó un cambio importante en la civilización humana y, por consecuencia, en las formas culturales. En ese punto, sin esa configuración, la vanguardia histórica no podría comprenderse y hasta podría no haberse producido. Y, como para definir a grandes rasgos lo que fue, se diría que el primero de ellos es, en la apariencia, la voluntad de ruptura y el segundo la respuesta a lo que está pidiendo justamente la civilización, que requiere de Cuadernos por una Nueva Independencia • Antología

reinterpretaciones constantes, no es algo inerte, sólo un conjunto de rutinas. Es posible que la “globalización” haya sido vivida con más dramatismo en América Latina que en los lugares en los que el término se gestó. Para estos tratar de ocupar mercados y de adquirir materias primas era cosa natural y de siempre pero desde hace unos años empezaron, más astutamente de lo que habían hecho los colonialismos, a contraprestar otra clase de bienes, no totalmente materiales, en especial las comunicaciones, las tecnologías, además de, desde luego, o junto con ellas, los capitales y, por qué no, los modos de pensar y aun de comer. En pocas palabras, quizás globalización significa inversiones rentables en países no centrales y, a cambio, adelantos científicos aplicados y tecnológicos que parecen ya indispensables aunque las relaciones tradicionales de desigualdad siguen siendo en el fondo las mismas. Pero así como a principios del siglo XIX las adelantadas ideas filosóficas y sus consecuencias políticas eran impuestas o admitidas, puesto que las que podían ser propias no servían para el momento que se vivía, los extraordinarios adelantos científicos y tecnológicos que la modernidad en su etapa actual trae consigo permiten, con un empleo adecuado, hacer pensar en nuevas filosofías que deberían entender que en las últimas décadas la humanidad adelantó –si por “adelanto” se entiende mayores garantías de edad, más rápida comunicación, mayor velocidad en los cálculos científicos, mayor producción de mercancías, libros incluso– tal vez más que en los precedentes trescientos años y que, por lo tanto, se puede esperar que los países consumidores de tecnología y exportadores de materias primas, América Latina en particular, puedan encontrar nuevos caminos para segundas independencias, aunque no se sepa muy bien qué forma puedan tener. Tal vez por eso, teniendo en cuenta los avances científicos y tecnológicos, que en realidad son prolongaciones cualitativas de lo que definió a la modernidad, sea un tanto absurdo o intencionado hablar de “posmodernidad”, otra palabra que como “globalización”, forma parte de un diccionario usual, acotado y, en apariencia, puramente adjetival y de ningún modo conceptual.


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Las vanguardias políticas, a su vez, pueden o quieren desempeñar un papel central en esta especie de batalla, en la que lo nuevo parece ser la negación de la historia, en la medida en que enfrentarse con viejas estructuras puede incitar a pensar todo de nuevo y a poner en crisis sistemas de relaciones que parecen naturalizados. ¿Cómo son esas vanguardias políticas? Hubo intentos, desde luego, armados algunos, pacíficos otros; hay constancias en las propuestas de vanguardia, algunas anticuadas y de poca repercusión, otras más avanzadas (pero estas aún adolecen de la falta de un lenguaje que implique alguna forma de acción). Para no dejarse atrapar por el discurso de la globalización, podemos quedarnos en lo que eso significa para la literatura. El esquema sirve: las teorías que importamos desde siempre han repercutido, han sido adoptadas y han causado dos efectos contrapuestos; el primero es una parálisis del pensamiento que padecía de una crónica desnudez conceptual: es notorio el hecho de que hay una suerte de renuncia al pensar teórico filosófico y una ansiedad por consumir saber filosófico y teórico construido en otros lugares, al igual que lo que ocurre con los procesos tecnológicos; el segundo es una producción literaria y ensayística, no me atrevo a llamarla teórica del todo, de un valor impresionante. Mucho le debe, en este terreno, la literatura latinoamericana a las vanguardias, tanto las espontáneas como las llamadas históricas, y le sigue debiendo a las que no lo son pero que mantienen viva la actitud de vanguardia. Porque, si bien las vanguardias, unas y otras, parecen ya objeto del museo de la modernidad, subsiste una actitud que podemos considerar de van-

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guardia y que se definiría, al menos y en su base, por un deseo de no dejarse atrapar por lenguajes consabidos, implantados y regulados o autorregulados ya sea por una criatura mayor de la globalización, eso que se llama mercado, ya con lo que lo favorece, o sea un universo editorial que funciona como sistema inversionista y cuyo objetivo no es seguir haciendo de la literatura un arma sino un dato más en la competencia fiduciaria que caracteriza, justamente, lo que se autodefine como globalización. Es cierto que la tecnología es casi milagrosa en el campo de la robótica y las ortopedias médicas; es cierto que la comunicación por vías computacionales es más accesible y que los teléfonos funcionan casi perfectamente: la globalización parece abrir todas las puertas de la modernidad pero, al mismo tiempo, las va cerrando y confina a quienes creen que se nutren de las extraordinarias creaciones que tienen su sede en otros y más poderosos lugares. América Latina vive envuelta en estas temáticas u opciones; tentada por un vivir que parece exportable y de cuyos placeres podría, y así se desea, gozarse aun a riesgo de desaparecer simbólicamente para vivir el sueño del mundo brillante de los objetos de última generación, encuentra en la vanguardia las vacunas para no dejarse arrastrar por esa corriente que empieza por exigir la desaparición del Estado, admite el espíritu privatizador, hace de la política el instrumento de negociación de la entrega y obnubila o limita el derecho a pensar, en cuyo ejercicio la historia, las idiosincrasias, el desarrollo de las propias capacidades, imaginarias o materiales, se reencuentran consigo mismas y generan una imagen de un futuro posible. •

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La sociedad del espectáculo: sugerencias y ejemplos >> Alejandro Kaufman

LA ESPECTACULARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ES correlativa de la industrialización del mundo simbólico. Producción y recepción de sentido son integrados de manera progresiva –aunque no sin conflicto ni contradicciones– a circuitos de producción y consumo de mercancías. La mercancía no se limita a la distinción de un vínculo social/económico. Que algo sea mercancía define su identidad, características, naturaleza. Un automóvil, en cuanto mercancía, no es tanto ni solamente un medio de transporte, sino un símbolo, un relevo de la subjetividad, una posesión narrativa, una referencia identitaria, un pasaje transitorio por todo ello: cambiante, efímero y obsolescente. El consumidor recorre un trayecto vital, habitado por la relación capital/trabajo y su ubicación dentro de

>> Alejandro Kaufman Profesor UBA/UNQ. Fue profesor visitante en Bielefeld, San Diego, ARCIS (Chile) y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En 2012 publicó La pregunta por lo acontecido. Ensayos de anamnesis en la Argentina del presente (Ed. La Cebra).

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ella, trayecto durante el cual se producen transacciones mercantiles que, lejos de limitarse al proceso de producción y consumo, definen las tramas de la experiencia vital. A la vez, el lenguaje cotidiano, político y cultural de que disponemos para hablar de todo ello en el plano de lo público no nos habilita a un registro colectivo en el que identifiquemos en forma explícita el reconocimiento de lo que acontece. El lenguaje remite a formas preindustriales de la descripción, que nos limitan a pensar en el automóvil como una herramienta, un mero medio de transporte. Desde luego que el automóvil es inescindible de las articulaciones del deseo, los discursos publicitarios, los trasplantes de órganos (dado que disponemos de órganos trasplantables en relación –entre otras variables, sin duda– con los accidentes de tránsito). Hay un circuito parcialmente susceptible de descripción: accidente vialconvocatoria mediática a la solidaridad para salvar una vida-trasplante de órganos. El trasplante de órganos tiene como premisa la ocurrencia de accidentes viales proveedores de órganos. El automóvil es un objeto de consumo –entonces– ligado a la duración misma de la vida: la prolonga, al permitirnos abreviar el tiempo necesario para ir de un punto a otro, y la reduce en una proporción menor, vinculada con el costo en vidas que insume la contracción del tiempo que produce. En otro plano del reciclado, las vidas perdidas pueden salvar otras vidas. A su vez, todas las instancias del circuito ofrecen narraciones que estructuran las agendas mediáticas y ordenan a su alrededor nuestros sentimientos. El automóvil es cifra de la sociedad del espectáculo aunque no su matriz causal. Las formas ofrecidas por el diseño, las visiones imbricadas con la velocidad y las sensaciones reales o imaginarias vinculadas con el vértigo nos inspiran frente a la pantalla del televisor, el cine, internet y sus redes sociales e infinitos flujos de sentido. Las pantallas convergen como súper mente colectiva que nos caracteriza. La del automóvil podría ser en apariencia una forma inusual de enfocar la sociedad del espectáculo: podríamos hablar –por ejemplo– antes aun de llegar a referirnos a los medios de comunicación y sus anexos, de las ciudades y sus arquitecturas


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como relevos también de la sociedad del espectáculo. El punto de referencia es finalmente el cuerpo y sus demandas libidinales, la pregunta por los esfuerzos laborales o hasta los sacrificios a que está dispuesto un ser humano para obtener una retribución en términos de bienes de consumo, cualesquiera que sean. Cuando los economistas calculan el valor de las mercancías por las horas de trabajo necesarias para adquirirlas no están solamente empleando un método de mensura, sino que nos dicen algo acerca de las disposiciones de los trabajadores por intercambiar sus esfuerzos por las respectivas retribuciones. No es sólo qué poder adquisitivo tiene una hora de trabajo, sino también cuántas horas de trabajo estamos dispuestos a invertir en un consumo dado. Una revisión radical de la relación capital/trabajo desde el punto de vista de una crítica política del capitalismo va a requerir tarde o temprano discutir la índole misma de los bienes de consumo y las mercancías, algo cada vez más difícil siquiera de imaginar, en la medida en que nos constituyen como una segunda naturaleza. En tanto los colectivos sociales no asuman masivamente el cuestionamiento de la índole misma de las mercancías, antes que limitarse al debate sobre su distribución o regulación, la iniciativa seguirá perteneciendo al campo hegemónico. ¿Importa abordar automóviles y hasta ciu-

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dades en un breve texto sobre la sociedad del espectáculo como el presente? Ciudades y automóviles forman un sistema a través de sus relaciones recíprocas. Las tramas espectaculares de las sociedades contemporáneas incorporan todo aquello que atraviese los afanes y expectativas humanos a sus redes de producción e intercambio. Suponer que los medios de comunicación son todavía el relevo de la libertad de expresión y la referencia de la vida cultural y política corre cada vez más el riesgo de presentarse como una ingenuidad. La estructuración de los tiempos y los diseños mercantiles de la información y el conjunto de los contenidos simbólicos nos acunan en embriagadores arrullos que nos hacen olvidar el pasado y el presente, el orden de lo real y el vínculo social, nos resitúan en localizaciones ajenas al sujeto político cultural que aún nos imaginamos que somos, y requieren miradas radicales y descentradas para develar sus implicaciones. Lo que antes que nada no habría que olvidar es que en debates como estos son los oprimidos y explotados, los trabajadores ocupados o desocupados, expertos o legos, aquellos que obtendrán ganancia si incorporan a las agendas políticas, sindicales y culturales los interrogantes que necesitamos plantearnos sobre un mundo económico político, tan real como simbólico, cuya creciente complejidad requiere redoblar los esfuerzos por imaginar e impulsar luchas contraculturales. •

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Otros debates

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El debate sobre la propiedad de la tierra y los modelos de desarrollo en 200 años desde la perspectiva del nordeste argentino

>> Esteban Branco Capitanich

>> Esteban Branco Capitanich Oriundo de La Montenegrina, Chaco. Fue gerente general del Instituto de Colonización del Chaco, militante de las Ligas Agrarias, delegado provincial de Renatea y cofundador del Movimiento Rural Carlos Orianki.

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LA TIERRA HA GENERADO UNA DISPUTA CREciente con el paso del tiempo. Desde el fondo de la historia el hombre ha derramado su sangre por poseerla, por apropiarla, por acumularla. Se han cruzado mares en pos de su conquista y millones de vidas se han ofrendado en el altar de su deseo. Nunca como lo que es, la madre de todo y de todos, que merece respeto, ser compartida, sino como un factor económico, y luego, de poder. De América la historia dice que fue descubierta hace cinco siglos, como si se desconociera su preexistencia. Como si naciera la naturaleza a partir de la avanzada colonizadora que no tuvo otro espíritu que la apropiación con características de banda, saqueo, desplazamiento y exterminio de sus habitantes originarios. Lo que nace para América hace cinco siglos es el sangrado de la tierra y sus hijos, drenando sus recursos hacia un Viejo Mundo, también llamado viejo no por antigüedad sino como rango de autoridad planetaria y cultural con espíritu de dominio sobre lo nuevo. Con la independencia, Bernardino Rivadavia garantiza el pago de la célula madre de nuestra deuda externa con tierras públicas que quedan inmovilizadas en virtual hipoteca a favor de la Casa Baring Brothers. Entre 1822 y 1830 esas tierras –más de 8,5 millones de hectáreas– quedaron en manos de 538 propietarios, entre ellos, los Anchorena, Lynch, Álzaga y Alvear, entre otros de los apellidos más prominentes de la oligarquía terrateniente y hacendada, que ya tenía tierras desde la época de la Colonia y que acrecentaba su patrimonio a precios ínfimos, convirtiendo en millonarios a sus descendientes de tercera y cuarta generación como dueños de gran parte del suelo de la pampa húmeda. Viene de lejos la apropiación de las tierras públicas por intereses ajenos a los del conjunto y al desarrollo social de la nación, su puesta al servicio del imperio dominante en sus distintas formas y al siempre vigente modelo agroexportador. No habrá por lo tanto debate íntegro y conducente sobre la posesión, uso, disposición y formas de tenencia de la tierra sin la consideración, en el marco global, del rol que el sistema de gobierno mundial le ha dado a cada región y país.


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Aquella antigua pero –con nuevas formas– siempre vigente división internacional del trabajo se expresa con contundencia en la batalla que por estas horas da la Argentina soberana frente al poder financiero internacional. El voraz e insaciable capital especulativo, del que Paul Singer es sólo un mandadero, y el juez Griesa un ejecutor a medida de sus intereses, no trata de cerrar sus fauces sobre nuestro país por el dinero que estos carroñeros rapiñan. Lo que demanda el poder es obediencia, sumisión, pérdida de decisiones soberanas para retomar la dominación y el saqueo. Y el saqueo tiene sus raíces en la tierra. Manda el poder que la riqueza que de ella brota no debe ser compartida por sus hijos, por quienes la labran. La riqueza debe fluir con forma de deuda para que los labriegos vuelvan a ser el carbón que alimente las calderas que iluminan a un obsceno Primer Mundo que, no superando el 20% de la población, consume el 80% de los recursos en términos energéticos. Para ello, es imprescindible la concentración de la tierra en pocas manos, ya sea en propiedad, uso o disposición. Mucho se ha escrito sobre que la tierra es un recurso natural primario para la seguridad alimentaria, el crecimiento, la paz y la elevación social y económica. Mas, en la realidad, y en el caso de los países a los que nos ha tocado el rol de productores de commodities, como el nuestro, lejos está de cumplirse aquel destino. Los agricultores familiares han sido masivamente desplazados por la siembra comercial en gran escala que imponen los

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paquetes tecnológicos, produciéndose una creciente concentración de la tierra en cada vez menos manos, y la emigración de pequeños productores a los pueblos y ciudades. En el Chaco, la entrega de las tierras públicas productivas en propiedad ha sido un factor decisivo para la expansión de latifundios, ya que esas tierras, vendidas por el Estado a valores mínimos, rápidamente ingresaron al mercado inmobiliario y a manos de los propietarios con mayor poder de compra. La continuidad de este sistema y proceso lleva inexorablemente a una profunda crisis que afecta el acceso de nuevos agricultores familiares, la producción de alimentos y conduce a la superpoblación de pueblos y ciudades sin destino socialmente digno. La tierra como mercancía es incompatible con un desarrollo social y productivo sustentable. Es prioritario que el Estado asuma el rol –que nunca debió abandonar– de regulador de este recurso indispensable para la vida, y se evalúen formas de tenencia y uso que eviten la apropiación y concentración. Posibilitando además el acceso igualitario, la producción de alimentos, su transformación en origen por parte de los propios productores en el marco de las diversas formas de asociativismo que garanticen un sistema en el que el centro de la escena sea el hombre que trabaja la tierra y produce por sobre el actual, que ha puesto en lo más alto el derecho de propiedad de pocos y la exclusión de las mayorías. •

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YPF, inversiones extranjeras y soberanía energética >> Víctor Bronstein

LAS SOCIEDADES HUMANAS, SUS ORGANIZACIOnes políticas y su sistema productivo requieren de un continuo flujo de energía que establece las condiciones necesarias para su viabilidad. Al mismo tiempo, los mecanismos que utilizan estas sociedades para obtener y distribuir los recursos básicos para su supervivencia están condicionados e integrados dentro de instituciones sociopolíticas. Por lo tanto, el flujo de energía y las relaciones políticas y sociales son términos de una misma ecuación. En la actualidad, nuestras sociedades se sustentan en un altísimo consumo energético estructurado a partir de tres flujos que moldean y posibilitan nuestra forma de vida: alimentos, combustibles y electricidad. Sin ellos, se derrumba nuestra civilización. En este marco, el petróleo es el recurso crítico ya que es no renovable, está distribuido de manera desigual en el mundo y por el momento es irreemplaza>> Víctor Bronstein Ingeniero electromecánico y doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Director del Instituto del Gas y del Petróleo de la UBA. Coordinador de la licenciatura en Energética, Untref. Director e investigador principal del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (Ceepys). Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

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ble, por lo que los distintos países tratan de garantizarse su suministro. Los EE.UU. y los demás países desarrollados han establecido a partir de la crisis petrolera de 1973, una geopolítica de la seguridad energética con el objetivo de asegurarse la provisión de petróleo a largo plazo. Esta política explica muchos de los conflictos armados que sufre el mundo hoy. El petróleo participa con un 34% en la matriz energética mundial, pero lo más significativo es que el 95% del transporte se mueve con derivados de este hidrocarburo. Sin petróleo se para y colapsa el mundo. Por su parte, el gas participa con un 23% cuya disponibilidad es fundamental para la industria, los hogares y la generación eléctrica. En particular, nuestro país se caracteriza por una matriz energética altamente dependiente del gas, ya que el 51% de la energía que utilizamos proviene de esta fuente. Hoy, más del 90% de las reservas mundiales están en manos de los Estados, pero su producción requiere de inversiones y tecnología que aportan en buena medida las empresas privadas. En las primeras décadas del siglo pasado, las grandes empresas petroleras salieron al mundo a buscar reservas, y esta asimetría generó actitudes imperialistas que lesionaban la soberanía de los países. Es en ese momento cuando se crea YPF, bajo el impulso del general Mosconi, con el objetivo de defender el recurso, participar de la renta petrolera e intervenir en el mercado de combustibles que estaba dominado casi monopólicamente por las grandes empresas petroleras extranjeras. YPF fue más que una empresa. Era el brazo del Estado en los remotos lugares de nuestro país donde se encontraban los recursos petroleros. Así, construyó caminos, escuelas, hospitales y se ocupaba de tareas que eran propias del Estado. También tuvo que luchar contra la falta de recursos y las disputas políticas que impedían definir y ejecutar una estrategia clara para su desarrollo como empresa. La Argentina es un país con petróleo, no un país petrolero. Esta situación obligaba a desarrollar un nivel de eficiencia empresarial y de inversiones que YPF no logró alcanzar y que llevó a que el objetivo del autoabastecimiento, que era otro de los ideales del general Mosconi, sólo se lograra en breves períodos de su historia. Al


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fracasar en el logro del autoabastecimiento, su lugar como empresa estatal empezó a ser discutido en la sociedad y entre los distintos sectores políticos, generándose así un círculo vicioso que dificultó aún más el cumplimiento de este objetivo. En 1990, George Bush, preocupado por la creciente importación de petróleo de los EE.UU., presenta la “Iniciativa de las Américas”, donde, entre otras cosas, desarrolla la idea de facilitar el ingreso de las empresas petroleras de su país en el mercado energético de América Latina. Esta iniciativa tuvo una amplia e inesperada acogida por parte del menemismo, lo que llevó a la desregulación del sector hidrocarburífero y a la impensable privatización de YPF, símbolo de nuestra nacionalidad y empresa insignia de nuestro país. Nace así en 1993 una nueva YPF, que era en realidad una empresa mixta; ya que si bien no tenía mayoría accionaria estatal, tenía cierto control por parte del Estado. En esta nueva etapa, YPF consigue atraer capitales, se organiza como una empresa privada con gran capacidad de gestión y pone en producción muchas de las reservas que la YPF estatal había descubierto, pero que por falta de inversión no había podido explotar. De esta manera, en pocos años, la Argentina logra el autoabastecimiento e incluso se convierte en exportadora de hidrocarburos. Sin embargo, la concepción liberal de su gestión hace que no se tengan en cuenta las cuestiones estratégicas que hacen al manejo del recurso petrolero. Se esfuma así la empresa que ideó Mosconi y el país se queda sin una herramienta fundamental de política energética. En 2012, ante la caída de la producción y el aumento de las necesidades de consumo –producto del sostenido crecimiento económico– el gobierno de Cristina Kirchner decide un cambio radical en materia petrolera con el objetivo de recuperar el autoabastecimiento, que es la clave para nuestra soberanía energética. Pero para ello necesitaba una herramienta que permitiera llevar a cabo esa nueva política; y esa herramienta era YPF. Se retoma entonces el control de la empresa, expropiando el 51% de las acciones de Repsol y dando origen así a una nueva YPF, portadora de un desafío fundamental: lograr poner en producción los recursos no convencionales • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

que nuestro país tiene en abundancia. Para lograrlo, son necesarias grandes inversiones, y es en este contexto que debe entenderse el acuerdo de YPF con Chevron y los distintos acuerdos que se están firmando con otras empresas petroleras. Nuestro país fue el propulsor del llamado nacionalismo petrolero que asociaba la defensa del petróleo a la defensa de la soberanía, entendiendo como defensa del petróleo que sólo YPF pudiera explotarlo. Esta ideología era comprensible a principios del siglo XX, pero sería un error tomarlo de forma dogmática. Este error ha generado muchos desencuentros y ha dificultado el desarrollo económico de nuestro país. Así ha sido históricamente. El primer gobierno peronista sufrió una grave crisis energética, por eso Perón entiende que la soberanía petrolera no se ejerce declamando el monopolio estatal para la explotación del petróleo, sino estableciendo una política energética y abriendo la posibilidad de inversión extranjera, intentando firmar entonces el contrato con la Standard Oil de California para lograr el autoabastecimiento. Sin embargo, los “nacionalistas de opereta”, como los llamaba Perón, se oponen tenazmente y logran impedirlo. Uno de los grandes opositores en aquel momento fue Frondizi, quien luego, en 1958, comprende también que la defensa de la soberanía pasa por lograr el autoabastecimiento y firma contratos con varias empresas norteamericanas, logrando ese objetivo en poco tiempo. Esta tensión permanente que vivió nuestro país entre soberanía y autoabastecimiento, vuelve a repetirse en la discusión pública ante la necesidad que tenemos de desarrollar los recursos no convencionales. Lamentablemente, esta discusión se sostiene con falsas consignas propias del pasado y con muy poco conocimiento de la situación petrolera mundial. Hoy el mundo tiene dificultades para satisfacer la creciente demanda de crudo y esto genera importantes turbulencias geopolíticas. En este contexto, el petróleo será cada vez más crítico, y conseguir el autoabastecimiento nos va a garantizar la energía que necesitamos para nuestro desarrollo. Las petroleras extranjeras que vienen a asociarse con YPF no lesionan nuestra soberanía, la falta de autoabastecimiento, sí. •

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Breves consideraciones sobre la asociación delito-sector social-droga/s >> Alberto Calabrese EL HECHO DE LIGAR A UNA PERSONA CON LA delincuencia no ocurre de manera espontánea, natural. En realidad, el entorno donde se produce la calificación, y los distintos modos de tipificar en ciertos sectores sociales son elementos definitivamente significativos. En este caso nos referimos a aquel caratulado como “delincuente”, a quien se caracteriza como despiadado, desprovisto de afectos y falto de toda afiliación positiva, lo que lo deforma habitualmente en pernicioso, cruel, vago y capaz únicamente de conductas deleznables. Poco importan características que puedan disminuir la carga; por el contrario, las reacciones frente a semejante construcción estarán signadas por la automatización de las respuestas, los reclamos de mano dura y hasta la justificación de su muerte –si no es que se la pide explícitamente– como única forma de expiar su vida, corta e infame. Hemos sido testigos de este tipo de reacciones en aquellos actos de “justicia por mano propia” individual o grupal que dimos en llamar “ola de linchamientos”. Muy distinta es esa misma mirada colectiva cuando el delito es invisible por el silencio de los medios, o bien existe una verdadera imposibilidad de responsabilizar a los autores de delitos de magnitud como los de lesa humanidad, desastres económicos o estafas político/administrativas, en los que la complejidad dificulta esa forma simplificada de observar las cosas, establecer >> Alberto Calabrese Sociólogo, especialista en adicciones. Director de Adicciones, DSMyA, Ministerio de Salud de la Nación. Director de la carrera Especialización en Adicciones de la Universidad Nacional de Tucumán y profesor UBA. Asesor de programas y cursos nacionales y extranjeros.

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criterios y niveles de delito. Incluso frente a la noticia de que tal o cual persona logró algún tipo de ventaja a través de coimas, maniobras evasivas, contrabando y demás, nunca faltarán quienes lo defiendan con frases ampliamente difundidas como “supo hacerla”, o “con todo lo que hizo… qué querés”, etc. Es notable que esos individuos, luego de –en algunos casos– haber protagonizado grandes pseudo escándalos, pasen a formar parte del amplio club de los exculpados por exceso (de ingresos monetarios, por ejemplo). Entonces, ¿a qué tipo de delincuencia nos referimos cuando clamamos justicia y castigo? A aquella que ya por su previa exclusión, sirve al ser recluida taxativamente (cárcel, institutos de menores, instituciones cerradas, mecanismos atribuidos a la salud mental, etc.). Es fácil ver en esos sistemas de exclusión el predominio de una mayor cantidad de personas de origen humilde, portadores de escasas herramientas del conocimiento o medios de reconocimiento social formal o asimilado, con familias devastadas por la miseria, y tantos otros etcéteras. Es a partir de esta realidad que se construye el sentido de que con esa proveniencia es natural que se los vea con una mirada incriminatoria, en la que incluso muchas veces se anticipa la culpabilidad aun sin existir. Salvo para quienes, por un gesto de rebeldía o lucidez, pueden expresar algunos de los mecanismos de exclusión como reafirmación de su propio intento de incorporación al mundo, la mayoría queda circunscripto a un mundo aislado y sospechado en forma permanente. En cambio, expresiones como la “cumbia villera”, por caso, son formas más o menos exitosas de reconvertir las dificultades frente a las que se vive. Afirmar lo que aparece como negativo levantándolo como propio, expresivo y distinto, es una manera


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de reafirmar los propios sistemas de supervivencia e identidad. Ahora bien, con esto no hay que hacer desde lo razonado estereotipo alguno, como la asociación automática pobreza-delito, pero es usual suponer que a mayor grado de exclusión, se producen aumentos significativos de determinadas conductas que se ven como “peligrosas”. Basta como ejemplo ver las campañas contra los “trapitos” con extensos programas donde se habla de “amenazas”, “extorsión” u otros adjetivos. Habría que agradecer miradas similares y reacciones de esa medida, frente a otros grados de auténtico delito; por caso el asalto en un cajero (sin desmerecer a las víctimas), suele ser mucho menos significativo para la opinión pública, que el vaciamiento de una empresa con 4.000 empleados. Y es que en el tratamiento de este tema existe un manejo descarado de los medios y sus énfasis para destacar o esconder determinados hechos. En otras palabras, el delito se significa y se tipifica hacia el interior del común de la población (internalización del sentido del delito) según el prejuicio que exista sobre quien lo cometió. Lo mismo ocurre con los castigos que se piden frente a los mismos. Hay un ejemplo de la biología que ayuda a entender esto; cuando hacemos experimentaciones sobre animales indefensos frente al investigador, luego de ser manipulados o inyectados –es decir abusados en términos humanos– suelen traducir su dolor y frustración en confrontaciones y ataques, incluso mortales, entre sí. A este extremo se puede llegar, y es trasladable a muchas situaciones que deben padecer los individuos. ¿Y dónde entra aquí el tema de “la droga”? Recordemos que al simplificar una situación o un objeto, se lo suele singularizar si tiene excesiva importancia en el contexto; por ejemplo, si decimos “la belleza” en abstracto seguramente va a simbolizar una imagen previa de la misma, que suele estar inducida en las usinas de poder, de producción de moda, de otras circunstancias que hagan a esa cuestión en particular. Lo mismo pasa con las sustancias conocidas como “la droga”, que en realidad son miles y obedecen a tres grandes agrupaciones biológicas: estimulantes, depresores y alucinógenos, y que en realidad también incluyen sustancias que son legales. • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

Deberíamos puntualizar que a las mismas: a) se les adjudica siempre una cualidad de “adictiva”, cosa que es el último efecto y no para todos los consumidores; b) no se distingue el tipo de sustancia; c) no se visibiliza más que en los sectores sumergidos; d) es noticia en otros ámbitos sociales solamente cuando se produce algún accidente notorio (ej. “jarra loca” o fiesta rave); e) se le atribuye la posibilidad (independientemente del tipo) de impulsar a un individuo a cualquier tipo de exceso (que puede incluir el asesinato) y f) se le atribuyen extensión e incidencia mucho mayores de las que las estadísticas confiables le asignan, exhibiendo números sin sentido, hablando livianamente de “miles de casos”, la mayoría de las veces no comprobables. Obviamente esto es tendencioso y falaz. Las sustancias –entre otras cosas– llaman la atención en tanto y en cuanto quienes las consumen tengan una mirada social previamente asignada. El éxtasis (metanfetamina) tiene un uso extendido en los ámbitos bailables del país, donde nunca hay “razzias” o detenidos a la salida de los mismos. No es el caso de gente joven consumidora de marihuana o “paco” (pasta base de exagerados consumos que no coinciden con los estudios serios), hacia quienes la actitud de los organismos de control se manifiesta en situaciones de intervención, encuadramiento, presión, persecución, etc. Dicho de otro modo, las sustancias psicoactivas prohibidas –que además no están en esa situación desde hace milenios, sino apenas unas décadas– son también un agregado para esa tendencia a asociar delincuenciadrogas con los habituales candidatos a ser siempre los depositarios de los prejuicios y formas del rechazo social. En estos términos se incluye o excluye. Desde ya, lo que queda excluido es el debate, la reflexión, que permitirían asentar este problema más en el campo social y de la salud, brindando serias posibilidades de poder efectivizar activas maneras de prevención. Por el contrario, es llevado al peligroso y fracasado campo del supuesto control del narcotráfico, que hasta ahora ha acrecentado el negocio y decomisado bien poco; nada más que el 10% de lo que circula es sacado del circuito. El camino es otro y podemos transitarlo, sólo es necesario deconstruir prejuicios y comprender lo que está en juego en toda su complejidad. •

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Viajer@s entre culturas >> Valeria Sardi

>> Valeria Sardi Doctora en Letras y profesora ordinaria e investigadora de la UNLP. En el año 2012 ganó el Segundo Premio Nacional en la categoría Ensayo Pedagógico con su libro Políticas y prácticas de la lectura. Su último libro –en colaboración– se titula Cartografías de la palabra.

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PENSAR EN LOS/AS JÓVENES ME INVITA A IMAginarlos/as como viajeros/as que cruzan zonas culturales diversas, atraviesan fronteras, zonas liminares y en pugna, en busca de una política de identidad en lucha con ciertos discursos dominantes y adultocéntricos que los piensan desde la carencia y el déficit. Esos discursos donde los/as jóvenes “tienen sólo doscientas palabras”, “no están alfabetizados”, “no saben escribir”, “no les interesa leer”, entre otras frases, se dan cita no sólo en los medios de comunicación masiva sino también en ciertas miradas desde el campo educativo. Sin embargo, cuando ponemos la lupa en los modos en que los/as jóvenes se vinculan desde la escuela y desde sus trayectorias vitales con la lectura y la escritura podemos encontrar modos novedosos e irreverentes de vinculación entre culturas, discursos y prácticas en los que la cruza entre conocimiento académico y cotidiano, entre cultura letrada y de masas, entre los saberes escolares y los sociales es una marca de singularidad y riqueza. Escribo esto y recuerdo dos escenas en escuelas secundarias de la localidad de Berisso que me interpelaron, y hoy las traigo para compartirlas. La primera se desarrolla en la clase de Literatura en un quinto año, cuando el profesor, junto con sus estudiantes, estaba elaborando en el pizarrón un cuadro sobre la figura de escritor de Roberto Arlt. Un estudiante, Diego, tiene abierta la netbook y juega al Counter Strike y, a la vez, interviene con comentarios acerca de Arlt como periodista, luego escribe la consigna de trabajo en su carpeta. La segunda escena sucede en un cuarto año de una escuela secundaria a partir de la lectura compartida de El Mio Cid. El profesor, preocupado por no generar hastío en sus estudiantes, decide encarar la lectura desde la figura del héroe. Comienza enumerando distintas figuras de héroes, entre ellos los personajes de las películas 300 y Brave Heart, y un estudiante interviene para proponer la de Cipriano Reyes, uno de los protagonistas del 17 de octubre de 1945. A partir de allí los/as estudiantes comienzan a citar datos y refieren a distintas fuentes, entre ellas sus abuelos, tíos y conocidos. Todos/as tienen una historia para compartir sobre este héroe local. Así


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avanza la clase entre un saber letrado y los saberes sociales y culturales que aportan los/as estudiantes. Dos escenas que son interesantes para reflexionar. Una primera cuestión a plantear es cómo, a partir de la entrada de las netbooks en las escuelas secundarias gracias a la decisión gubernamental de implementar el Programa Conectar Igualdad, aparecen discursos en disputa. Por un lado, aquellos que apuestan a terminar con la desigualdad en términos de acceso a las nuevas tecnologías y consideran que el ingreso de la herramienta informática permite vincularse con los conocimientos desde otras experiencias poniendo en valor los saberes de los chicos y chicas y, por el otro, aquellos que desde un discurso apocalíptico piensan que su ingreso en la escuela trae problemas de escritura en los/as jóvenes, habilita usos no deseados de la tecnología o genera un desinterés por los contenidos escolares. En este sentido, la primera escena es esclarecedora. Diego aparenta no estar interesado en el tema de la clase por su atención puesta en un juego digital, sin embargo, no sólo escucha sino también participa oralmente y luego por escrito, y sus aportes son clave para vincular a Arlt con su figura como escritor periodista. Diego es un ejemplo de cómo los jóvenes ponen en juego la lectura multimodal donde un link lleva a otro, varias ventanas se abren en la pantalla y, a su vez, escucha la explicación del profesor, interviene haciendo aportes y resuelve la consigna propuesta. En su hacer hay algo de fragmentario, salteado, interrumpido que da cuenta de otro modo de vincularse con la lectura, la escucha, la escritura y el conocimiento escolar. De allí que es interesante observar cómo en esta escena se muestra el pasaje entre lo oral y lo escrito, entre el papel y la pantalla, entre la escucha y la actitud hacia el juego, el silencio y la toma de la palabra en una trama donde no deberíamos pensar en términos de correcto e incorrecto; sino, más bien, sería interesante leer esas prácticas de lectura, escritura y oralidad en términos de cruces discursivos y culturales. Es decir, creo que valdría la pena mirar cómo Diego –como otros/as tantos/as jóvenes–

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se relaciona con los saberes cuestionando los límites del discurso hegemónico para proponer otros modos de atravesar la experiencia de escolarización y, específicamente, las clases de Literatura. Lee de otro modo, aprende de otro modo. Y si hablamos de modos de leer y aprender distintos, es interesante la segunda escena presentada en tanto y en cuanto muestra cómo es posible leer un texto de la cultura dominante, legado del panteón literario, texto representativo de la cultura hispánica, desde otra mirada. Contra la marea de las lecturas institucionalizadas en la escuela que históricamente construyeron unos sentidos legítimos y unos modos de leer correctos, y establecieron una moral lectora de qué y cómo se tenía que leer –hoy esto se reactualiza en los discursos mediáticos que reproducen cierta mirada academicista acerca de que leer es sólo leer libros–, es posible pensar la lectura en otros términos. Leer puede ser una experiencia donde los/as jóvenes lean los textos de la cultura desde sus propias inscripciones culturales, desde sus propios itinerarios, vivencias, biografías. Y la escuela puede ser el espacio donde esto suceda, donde la lectura sea una práctica que posibilite el cruce entre lo escolar y lo no escolar, entre lo íntimo y lo público, en pos de la construcción de otros sentidos que atiendan a todos/as los chicos y las chicas que hoy están adentro de la escuela. Estas dos escenas dan cuenta de la complejidad que atraviesa los modos en que los/as jóvenes se vinculan con el conocimiento y, asimismo, las múltiples dimensiones que entran en juego cuando hablamos de lectura y escritura en jóvenes que asisten a la escuela secundaria pero que se vinculan con la cultura desde diversos recorridos que van más allá de la escuela y que requieren de una mirada detenida, sensible y analítica que supere los reduccionismos de los discursos mediáticos. De allí que me gusta pensar en los jóvenes como viajeros/as que cruzan fronteras, que traspasan los discursos instituidos para dar lugar a la experiencia de aprender desde sus propias historias e identidades. •

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Hacia una Ley Federal de las Culturas: las bases de un proyecto emancipador de soberanía cultural >> Francisco "Tete" Romero

Colonización o emancipación cultural No hubiera sido posible el triunfo del neoliberalismo en términos políticos y económicos si no se hubiera producido la colonización cultural que desde 1976 primero, con la dictadura cívico-militar-eclesiástica, y luego con la dictadura de mercado en la década de los 90, nos grabó en las mentes, cuerpos y corazones, a través de las diversas máscaras e instrumentos de la cultura del terror, del miedo y del entretenimiento sin fin, las letras del discurso de obediencia, del disciplinamiento social al pensamiento único de resignarse para sobrevivir. Ese consenso neoliberal se resquebrajó en mil pedazos junto con el país que éramos en diciembre de 2001. Pero así como hubo –y hay– letras, cuerpos, imágenes y voces para esa cultura del miedo, de la banalización y entretenimiento idiotizador, no es menos cierto que siempre hubo –y habrá– culturas de las resistencias que buscaron horadar la piedra del sentido común reaccionario construido a sangre y fuego, golpes de mercado, desempleo y terrorismos económico y mediático por el

>> Francisco "Tete" Romero Profesor en Letras, ejerció la docencia universitaria en la Universidad Nacional del Nordeste y la dirección del “Instituto de Investigación Juan Filloy” de la Fundación Mempo Giardinelli. Escritor de varias novelas, fue presidente del Instituto de Cultura, ministro de Educación del Chaco y presidente del Consejo Federal de Cultura. Es director de Asuntos Académicos y Políticas Regionales de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional del Ministerio de Cultura de la Nación.

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poder concentrado de los monopolios y las corporaciones. De ahí también venimos. De ahí sobre todo abrevamos como memoria y horizontes de sentido emancipatorios. Tenemos futuro porque recuperamos la memoria como hoja de ruta de nuestra vida cultural y política. Pero el neoliberalismo como ideología del poder y sus voceros no dejan de acechar en su afán de la restauración neoconservadora. La recuperación de sus privilegios perdidos entraña la pérdida de nuestros derechos conquistados. La batalla cultural que nos proponemos no se agota con la conquista de una ley ni con la coyuntura de una elección. Nuestra razón de ser es y debe ser la militancia cotidiana por la emancipación cultural que desoculte tanto las formas de sojuzgamiento de nuestras conciencias, a través del poder hegemónico de las corporaciones mediático-financieras y sus gerencias políticas, como la permanente reinvención de la política como el instrumento de dignificación de la experiencia humana.

¿Cómo pensamos cultural y políticamente nuestro presente? En la última década, construimos como Pueblo y Estado políticas públicas que generaron grandes avances en ampliación de derechos y en restitución de soberanía, en materia económica, social, cultural, educativa, en tecnología y ciencia. Recuperamos un Estado generador y promotor de bienes culturales, que complementa la gran producción independiente y autogestiva de todo el país, la circulación del pensamiento crítico, el impacto de las poéticas en la sociedad, los amplios imaginarios populares que se repro-


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ducen en la vida cotidiana, como parte del patrimonio cultural que debe también estimularse desde el Estado articulando las relaciones entre los artistas y trabajadores de las culturas con el conjunto de la sociedad. El 15 de mayo de 2014 se presentó en la Biblioteca Nacional el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas, un colectivo político cultural plural y diverso que sostenía que las herramientas fundamentales e indispensables para la tarea de la batalla cultural que nos proponemos requerían la creación de una Ley Federal de las Culturas y un Ministerio Nacional para consagrar como conquista material y simbólica los derechos culturales del pueblo argentino. En tal sentido, celebrábamos en mayo del año pasado –y lo hacemos ahora– la creación del Ministerio Nacional, como un paso fundamental para la profundización y el surgimiento de políticas públicas federales por parte de nuestros gobiernos democráticos. Promovemos la jerarquización de la cultura al más alto nivel de las políticas públicas, porque no sólo la consideramos un instrumento clave de transformación social, sino también fuente generadora de trabajo y riqueza genuinos. Pensamos en el Ministerio Nacional como continente que aglutine los distintos marcos institucionales ya creados y los que están en formación (o por crearse), y los coordine con sabiduría y creatividad democrática. E impulse la creación y fortalecimiento de redes culturales que estimulen políticas públicas solidarias desde la teoría y práctica de un Estado sensible e inteligente que actúe en y desde la trama viva de las culturas; porque no hay democratización de nuestra sociedad si no restituimos los tejidos y lazos sociales que tres décadas de neoliberalismo han dañado, fragmentado y/o destruido. Un Ministerio Nacional que atienda las experiencias de culturas comunitarias, independientes y autogestivas que se generan en la sociedad, para promover valores solidarios y cooperativos.

De los 21 Puntos por una Ley Federal de las Culturas a la creación colectiva del anteproyecto El 11 de junio el Frente presentaba en Boedo, en el Centro Cultural “Pan y Arte”, los 21 • Pensar la Argentina entre Bicentenarios

Puntos por una Ley Federal de las Culturas pensado como un texto borrador, articulado a partir de interrogantes, para promover un debate nacional. Su denominación no fue fruto de casualidad. Es un homenaje desde luego a la experiencia de los 21 puntos que derivaron en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y al sujeto social que junto al Estado la hizo posible, la Coalición por una Radiodifusión Democrática. Un mes después, el 18 de julio, la ministra de Cultura, Teresa Parodi, se reúne con la Mesa de Organización del Frente y asume como tarea propia del Ministerio impulsar la discusión por la Ley Federal de las Culturas en todo el país. Y el 25 de noviembre convoca, junto al Frente y el Consejo Federal de Cultura, desde el Teatro Nacional Cervantes, a la iniciativa de elaboración participativa de dicha ley. Fueron 46 foros los que se llevaron a cabo en toda la Argentina para debatir y sentar las bases de creación colectiva de la Ley Federal de las Culturas, enmarcados en la aplicación del Decreto 1172/03, que regula la creación participativa de normas. Foros que funcionaron con más de 12 mil participantes, en el que hicieron sus aportes más de 2 mil organizaciones artístico-culturales y sociales, con más de 2 mil expositores; con las participaciones de 23 universidades públicas nacionales, de bibliotecas populares, de los colectivos de culturas comunitarias, autogestivas y cooperativas; de los Consejos de Participación Indígenas del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas); de los de diversidad de género; de los afrodescendientes; de las dos grandes confederaciones de los sindicatos vinculados con las industrias culturales (CATE y Cosimetcos), la CGT y su mesa intersindical, la CTA, las sociedades de gestión cultural, artistas y referentes culturales de todo país. Singularidad de voces y socialización de miradas. En cuanto a los 21 puntos originales, estos fueron repensados, resignificados, ampliados y fundamentalmente enriquecidos porque viajaron a lo largo y a lo ancho de un país tan diverso como complejo y que afortunadamente es nuestro. Fueron atravesados literalmente por las diversas tramas de nuestras culturas, por sus voces singulares y colectivas. Nadie sale indemne de una experiencia social –las verdaderas experiencias son las comunitarias–, por eso es que feliz-

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mente hoy podemos decir que los 21 puntos han tenido el destino que se merecían, para el cual fueron pensados, ser modificados a partir de lo coral, como lo dijera la ministra de Cultura, Teresa Parodi, para transformarse en la polifonía que exprese nuestra diversidad cultural. Decimos destino que se merecían, porque nunca quisimos asumir el rol paternalista de ser la letra de los otros, nuestros semejantes. Siempre les planteamos a cada uno de los colectivos o sujetos sociales, sindicales, artísticos, culturales, que nos den la letra de lo que quieren ver expresado en la ley y lo discutimos. Y así, esos 21 puntos fueron dejando paso a las conclusiones escritas con aportes de la Argentina diversa que somos. Doble mérito entonces de este proceso de creación colectiva. Por un lado, los 21 puntos surgen de una iniciativa de la sociedad civil, del Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas. Por otro, convertidos en el texto desde el que se inician los foros de elaboración participativa de la ley, se transforman en otro texto cuyo autor es un sujeto múltiple.

Por los derechos culturales de todos los habitantes de la República Argentina El concepto de cultura en plural permite identificar la diversidad cultural, lingüística y étnica como la urdimbre polifónica constitutiva de las sociedades en general y del cultivo de la identidad cultural de la Argentina en particular. Esta es la definición crucial para la afirmación de nuestra autoestima nacional. Porque la “Patria es el otro”, como lo dijera la Presidenta. Porque en estos dos conceptos reside la posibilidad de superación de la antinomia civilización/barbarie, como lo postulara Hernán Brienza. Porque aspiramos a la unidad de lo diverso para la búsqueda del horizonte colectivo. Sólo a partir del reconocimiento de esta diversidad que nos constituye como Nación, es posible pensar en la plena vigencia de los derechos culturales de todos los habitantes de la República Argentina. Las culturas se construyen como estructuras

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Cuadernos por una Nueva Independencia • Antología

dinámicas, en procesos de permanente movimiento y transformación y están atravesadas por su vínculo con el territorio, la naturaleza, la política, el Estado, la Nación, las prácticas comunitarias y las diversas formas de organización social existentes. Sin embargo, es indispensable comprender esta diversidad dentro de la trama dinámica de un proyecto emancipador de soberanía cultural que se proponga abrevar de las grandes tradiciones políticas y culturales desde las que se pensó y se piensa la Argentina, en un horizonte de realización en el que la integración regional latinoamericana contribuya de manera vital al desarrollo integral de nuestra Nación y de las naciones de América Latina y el Caribe. Esta soberanía cultural, para aspirar a su realización dentro de una definición más abarcadora de soberanía política, económica y territorial, debe incluir las soberanías comunicacional y digital.

Lo que vendrá No se ama lo que no se conoce y vaya si es compleja y diversa nuestra Argentina como para pretender hablar en nombre de todos y todas y de ser su letra en la creación de una Ley Federal de las Culturas sin recorrerla, sin viajar a través de ella, para que sus voces y sus culturas, sus tensiones y conflictos, sus asignaturas pendientes, nos atraviesen como un rayo. Y así fue. Hoy creemos que quienes tuvimos el privilegio y la responsabilidad de coordinar los 46 foros somos mejores personas y sabemos más de nuestra Argentina y nuestra América Latina porque sus culturas entraron en nosotros. Nos alfabetizaron culturalmente. Nos habitan. Nos iluminan. Las conclusiones finales de los foros están siendo volcadas en la redacción del anteproyecto de Ley Federal de las Culturas. Estimamos que durante junio este texto estará concluido. La máxima expectativa es que este año sea enviado por el Poder Ejecutivo a Diputados para su tratamiento legislativo. Y que se convierta en Ley, es decir, en la consagración de los derechos culturales como derechos humanos de todos y todas quienes habitamos la República Argentina. •


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