Antología de Manifiestos políticos argentinos 1890-1956 / Leandro N. Alem ... [et.al.] ; edición a cargo de Mariana Casullo y Diego Caramés ; con prólogo de Teresa Parodi y Ricardo Forster. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nación. Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional , 2014. 516 p. ; 20x28 cm. ISBN 978-987-3772-04-7 1. Historia Política Argentina. I. Alem, Leandro N. II. Casullo, Mariana, ed. lit. III. Caramés, Diego, ed. lit. IV. Parodi, Teresa, prolog. V. Forster, Ricardo, prolog. CDD 320.982
AUTORIDADES NACIONALES
EDICIÓN
Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner
Dirección del proyecto Matías Bruera y Gabriel D. Lerman
Vicepresidente de la Nación Amado Boudou
Coordinación de la edición Mariana Casullo
Ministra de Cultura Teresa Parodi
Consejo Asesor Diego Caramés, Matías Farías y Adriana Petra
Jefa de Gabinete Verónica Fiorito Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional Ricardo Forster Director Nacional de Pensamiento Argentino y Latinoamericano Matías Bruera Director de Asuntos Académicos y Políticas Regionales Francisco “Teté” Romero Coordinador de Políticas Territoriales Homero Mario Koncurat Coordinador Técnico y Administrativo Gabriel Diner
Edición y guión Mariana Casullo y Diego Caramés en colaboración con Matías Farías y Adriana Petra Diseño de tapa y de interior Carlos Fernández Corrección Juan Martín Rosso Belén Domínguez 2014 - Ministerio de Cultura ISBN 978-987-3772-04-7 IMPRESO EN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
ÍNDICE Palabras previas, por Teresa Parodi Prólogo, por Ricardo Forster Presentación, por el Consejo Asesor y editores
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1890 Trabajadores. Compañeras. Compañeros: ¡Salud!
Somos la escoria de la sociedad Tapa del periódico Vorwärts Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890
Discurso de Leandro N. Alem en el Acto en el Frontón Fotografía de la Revolución del Parque
25 32 33 34 38 39
1896-1897 Primer Manifiesto Electoral del Partido Socialista
Logo de La Sociedad Luz Declaración de principios y Programa mínimo del Partido Socialista La voz de la mujer anarquista Tapa del periódico socialista La Vanguardia Proclama de trabajadores de la madera llamando a una huelga por las 8 horas
La fiesta del proletariado, por Leopoldo Lugones Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova Testamento político de Leandro N. Alem
43 45 46 48 49 50 52 53 54
1901-1902 I Congreso Obrero del 25 de mayo de 1901 Huelga general de 1902
El Senado de la Nación debate la Ley de Residencia El peligro yanqui, por Manuel Ugarte Tapa del periódico anarquista La Protesta Humana El Destierro (fragmento), por Julio Camba
57 59 68 72 77 78
1904 81 84 Fotografía de una manifestación de la FORA 87 Declaración de la UIA 88 Fotografía de manifestación por jornada de 8 horas 90 Primer discurso como diputado de Alfredo L. Palacios 91 Conclusiones del Informe sobre el estado de las clases obreras, por Juan Bialet Massé 94 Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños 104 Resoluciones del IV Congreso de la FOA Pacto de solidaridad
1909-1912 Proclama de la UGT, la FORA y sociedades obreras en la Semana Roja de 1909
Fotografía de la represión durante la Semana Roja 1909 – Radowitzky – 1917, por Emilio López Arango Fotografía de Simón Radowitzky Asalto a La Protesta (crónica) Himno argentino versión anarquista Discurso de José Figueroa Alcorta en conmemoración del Centenario
Fotografía de los festejos del Centenario Oración patriótica de monseñor Miguel de Andrea
La restauración nacionalista (selección), por Ricardo Rojas Grito de Alcorta
Fotografía del Grito de Alcorta Manifiesto de la UCR sobre las elecciones de 1912
Juan B. Justo y la polémica con el socialista italiano Enrico Ferri
107 108 109 110 111 113 114 118 119 121 128 133 134 140
1914-1916 Manifiesto de la UCR al pueblo de la República antes de las elecciones de abril de 1916 Discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación
Polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro C. Molina Si el pueblo pensara más, por Joaquin V. González Fotografía de las elecciones de 1916 Fotografía de asunción del presidente Hipólito Yrigoyen Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen por el embajador de España
151 152 153 166 170 170 171
El suicidio de los bárbaros, por José Ingenieros Mi beligerancia (prólogo), por Leopoldo Lugones En favor de la neutralidad, por Belisario Roldán Peregrinación a las ruinas, por Roberto J. Payró
172 174 178 181
1917-1919 La Revolución de Rusia, por Enrique del Valle Iberlucea
191
¡Rusia!, por Misha 194 La revolución rusa y su influencia moral, por Severo Bruno
Nuestro Congreso: el Partido Socialista frente a la Primera Guerra Mundial Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges Significación histórica del maximalismo, por José Ingenieros La revolución social que nos amenaza, por monseñor Zenón Bustos y Ferreyra Tribuna proletaria, de Abraham Vigo Mala sed, de Adolfo Bellocq Manifiesto Liminar, 1918
196 198 200 201 208 209 209 210
Discurso de Deodoro Roca en la clausura del primer Congreso Nacional Universitario 214 Discurso de Alejandro Korn, primer decano electo con el voto estudiantil 216 Fotografía de la Reforma Universitaria de 1918 219 Manifiesto de la revista Martín Fierro 220 Manifiesto de la FORA sobre la Semana Trágica, 1919 222 El pueblo está para la revolución (crónica) 223 Fotografías de la Semana Trágica 224
1921-1924 La masacre de La Forestal: denuncia en la legislatura de Santa Fe
No es un problema de policía ¿Hay que armarse?, por Doricio Tacuara Fotografías de La Forestal La Patagonia rebelde (fragmento), por Osvaldo Bayer Fotografía del acto del 1° de Mayo de 1921 en Puerto Santa Cruz Masacre de Napalpí, diario Heraldo del Norte Fotografía del campo de la Reducción de Napalpí En el Chaco y norte de Santa Fe los indios sublevados continúan cometiendo desmanes, diario La Nación Fotografía de hacendados del Chaco, 1924
227 231 232 235 236 249 250 250 251 252
Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica
Prédica de la “Gran Campaña de Pacificación Social”
253 255
1930-1932 Manifiesto de los 44 Manifiesto de la Junta Provisional, presidida por José F. Uriburu Proclama del presidente de facto José F. Uriburu
261 263 265
Acordada que legitima el Gobierno Provisional de la Nación encabezado por José F. Uriburu
La dificultad de la revolución, por Rodolfo Irazusta Fotografías del golpe de Estado de septiembre de 1930 El comicio cerrado
Debate entre Matías Sánchez Sorondo y Alfredo L. Palacios sobre la tortura Discurso del presidente de la FUA Aguafuerte Balconeando la Revolución, por Roberto Arlt Aguafuerte Orejeando la Revolución, por Roberto Arlt
267 269 270 271 273 277 279 281
1934-1937 285 Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional 288 América y su petróleo 293 Prólogo de J. L. Borges a El paso de los libres de Arturo Jauretche 294 Tapa de la primera edición de El paso de los libres 295 Lisandro de la Torre y el escándalo de las carnes: discurso en el Senado 296 La oligarquía en el gobierno, por Rodolfo y Julio Irazusta 299 Declaración de la Confederación General del Trabajo (7 de febrero de 1936) 306 Las brigadas de choque, por Raúl González Tuñón 308 Manifestación, de Antonio Berni 316 Manifiesto de la fundación de FORJA (fragmentos)
1943-1944 Documento GOU: “Situación interna” Proclama de las Fuerzas Armadas luego de la “Revolución de junio” Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires
319 325 327
Fotografía del Gral. Pedro P. Ramírez en la toma de mando La obra social que desarrolla el Coronel Perón, por Manuel Gálvez Fotografía de la proclama de junio de 1943 Nuestra actitud ante el desastre, por Oliverio Girondo Fotografía de las tropas pasando por avenida Leandro N. Alem Declaración AIAPE a favor de la Unión Democrática Volantes de Argentina Libre/Antinazi Son memorias (selección) de Tulio Halperín Donghi
338 339 341 342 349 350 351 352
1945-1946 Discurso de Juan Domingo Perón del 17 de octubre de 1945 Declaración de FORJA frente al 17 de octubre de 1945 Actas de la reunión del 16 de octubre de la CGT (fragmentos)
El subsuelo de la patria sublevada, por Raúl Scalabrini Ortiz Fotografías del 17 de octubre Al 17 de octubre, por Leopoldo Marechal Mujeres de la Villa Guillermina en contra de Perón Fotografías de El Malón de la Paz El Partido Socialista y el 17 de octubre de 1945 Manifiesto de los Tres
Manifiesto en apoyo al embajador norteamericano Braden Sobre el peronismo y la situación política argentina (fragmento), por Victorio Codovilla Fotografía de la “Marcha de la Constitución y la Libertad” Escritores argentinos definen su posición cívica democrática (Manifiesto)
Volantes antiperonistas El mito gaucho (selección), por Carlos Astrada Muerte y transfiguración de Martín Fierro (selección), por Ezequiel Martínez Estrada
361 364 365 376 377 378 379 381 382 383 391 392 394 395 398 399 404
1947-1949 Reynaldo Pastor contra el voto femenino
409 412
Feministas y la ley del voto femenino de 1947 • Entrevista a Alicia Moreau de Justo (fragmento) • Un grave contrasentido, por Alicia Moreau de Justo Fotografía de Julieta Lanteri
413 414 415
Eva Perón anuncia la ley del voto femenino 13.010
Fotografías de las elecciones de 1951 Testimonio de doña María, activista sindical de Berisso
416 417
Discurso de apertura de J. D. Perón de las Sesiones Constitución de la Nación Argentina de 1949: capítulos III y IV
424 432
Informe de la Comisión revisora de la Constitución (fragmentos), por Arturo E. Sampay Ilustración de la Constitución de la Nación Argentina de 1949 Lebensohn y las dos tradiciones argentinas Fotografía de J. D. Perón jurando la Constitución de 1949
437 446 447 449
de la Asamblea Constituyente
1951-1956 Discurso de Eva Perón en el Cabildo Abierto
Mi mensaje, de Eva Perón (fragmento) Fotografía del funeral de Eva Perón Eva Perón en la hoguera, por Leónidas Lamborghini (selección) Fotografía del funeral de Eva Perón Acción Católica de Córdoba (antiperonistas)
Actualidad de Echeverría (selección)
453 456 462 463 466 467 468
Proclama del general Eduardo Lonardi contra el gobierno constitucional de J. D. Perón Adhesión de la UCR al golpe de Estado del general Lonardi
471 473
Proclama de los generales J.J. Valle y R. Tanco al frente del Movimiento de Recuperación Nacional
Estrategia de la lucha por la liberación nacional y la justicia social, por Arturo Jauretche Carta abierta de Ernesto Sabato a Mario Amadeo, 1956 La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo, por Gino Germani (fragmento) La tarea desmitificadora, por Américo Ghioldi Fotografías tras el bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1955 Carta del “Che” Guevara a su madre tras el golpe de Estado a Perón Carta del general Juan José Valle al general Pedro E. Aramburu Aventura y revolución peronista, por Juan José Sebreli Eva Perón y la mamá de Juanito en su último paseo, de Daniel Santoro
474 475 482 486 496 499 500 501 503 515
Palabras previas por Teresa Parodi
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Esta etapa de profundas transformaciones sociales nos vuelve protagonistas de un momento histórico desde el cual podemos avanzar en áreas que por primera vez encuentran espacio en la agenda pública. Abrir ámbitos de discusión que permiten recuperar la verdadera potencia de las palabras como portadoras de sentido y constructoras de identidades compartidas es una señal de que podemos confluir en un proyecto común en el que las diferencias conviven y construyen diálogos propios de la práctica democrática. Este primer tomo de Manifiestos políticos argentinos, que abarca el período de 1890 a 1956, reúne por vez primera documentos que constituyen insumos imprescindibles para pensar la Argentina desde la enorme diversidad de sus tradiciones culturales. La compilación de los principales discursos, textos y proclamas fundantes de las corrientes políticas argentinas y de los manifiestos que dieron origen a episodios populares emblemáticos constituyen una verdadera puesta en valor de la historia del lenguaje político argentino. Estos textos de nuestra Argentina moderna presentan diversas maneras de decir, de referirse al conflicto social, a la lucha por el poder, al litigio por la igualdad desde un amplio espectro de tradiciones intelectuales que constituyen verdaderas genealogías de nuestro presente y de los debates, sueños e ideales actuales. Repensar la cultura política es una manera de reivindicarla como herramienta indispensable para expresar los reclamos, la alegría y la dignidad de un pueblo que ha sabido resignificarla con mucho esfuerzo. Desde el Ministerio de Cultura bregamos por ampliar los recursos para la participación plena de todos los argentinos y argentinas en la vida cultural de nuestro país. Estamos convencidos de que necesitamos valorar el ejercicio de la palabra como instrumento primordial de expresión de un pueblo que puede reconocerse a sí mismo como constructor activo y legítimo de una democracia capaz de amparar lo plural y lo diverso. Teresa Parodi Ministra de Cultura
Prólogo por Ricardo Forster 1. El pasado, el presente y el futuro no son simples formas verbales que nos sirven para describir la temporalidad de una acción; son, a su vez, los núcleos de un antiguo litigio que atraviesa la vida social allí donde los relatos que le dan sentido a nuestra travesía por el tiempo surgen de las distintas maneras, muchas veces antagónicas, de entender lo que nos ha pasado, lo que nos está pasando y lo que nos puede llegar a pasar. Así como no hay una mirada histórica neutra tampoco hay una intervención sobre los sucesos del presente que pueda ser despojada de su intencionalidad. Todo relato supone, lo diga o no, lo sepa o no, una elección y un recorte que redefine nuestra comprensión del pasado y nuestra imaginaria aproximación hacia el futuro. Una antigua batalla por el sentido atraviesa la vida histórica y se corresponde con la puja por la hegemonía cultural (derechas e izquierdas, y sus intelectuales, siempre lo han sabido). No hay proyecto de nación sin un relato que le imprima a su itinerario un desde dónde y un hacia dónde. El problema no pasa por aceptar o no este mecanismo cuasi literario sino por creer que el relato todo lo puede ante una realidad que nada tiene que ver con lo que ese mismo relato señala como supuestamente verdadero. No hay proyecto que se sostenga sólo y exclusivamente amplificando, a los cuatro vientos, una ficción histórica o una virtualidad que nada tiene que ver con la materialidad de la vida real. Es absurdo pretender sostener un modelo de país a través de una fábula, por más brillante que esta pueda ser, expuesta a los ojos de la opinión pública sin ningún correlato con la realidad y sin haber provocado cambios sustanciales en la sociedad. El relato puede darle espesura y sentido a una etapa histórica y habilitar los complejos y muchas veces enigmáticos mecanismos capaces de promover la empatía entre un proyecto político y amplios sectores populares, pero lo que no puede hacer es inventar aquello que no existe ni darle entidad verídica a lo que sale de la galera del mago. En todo caso, cada época busca encontrar el pasado que le resulta más verosímil y, políticamente hablando, más pertinente para sus necesidades y sus disputas. Diversas, antagónicas, conflictivas, concluyentes y litigiosas han sido las tradiciones político-intelectuales que se desplegaron a lo largo de ese itinerario que, en este volumen, arranca en 1890 y llega hasta 1956, ambas fechas que suponen giros y rupturas muy significativas en el interior de nuestra historia. Relatos nacidos de distintas canteras filosóficas e ideológicas que buscaron imprimirle sus sellos al país a través de muy distintas concepciones políticas, sociales, económicas y culturales. Algunas alcanzaron a marcar largos períodos de esa historia, otras se constituyeron como oposición pero dejaron su impronta y sus herencias. Tratar de comprender mejor nuestro presente, sus vicisitudes y sus conflictos, sus logros y sus dificultades descifrando las genealogías de nuestros sueños e ideales constituye un modo genuino de romper simplificaciones al uso. Tal vez por eso imaginamos que sería oportuno recobrar las diversas voces y escrituras que se agolparon en las luchas políticas de un país, el nuestro, siempre atravesado por intensidades y diferencias que no se han saldado. 2. La realidad histórica, se sabe, es objeto de permanentes y desencontradas interpretaciones. Litigios interminables han recorrido, y lo seguirán haciendo, la travesía de nuestro país, exacerbándose, esos conflictos, en aquellas épocas en que la problemática del pasado escapa de
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los límites de la vida académica para estallar, con toda su riqueza y virulencia, en el seno de un presente atravesado por nuevos desafíos que impiden, precisamente, que el relato de la historia, aquello que tiene que ver con las marcas decisorias y con las opacidades del comienzo (que se vuelve “origen” cuando adviene un relato legitimador poderosamente establecido en la escena nacional), se refugie en la calma del gabinete de trabajo del historiador. Señalar las diferencias y las rupturas, hacer eje en las continuidades o en las discontinuidades, establecer ciertas genealogías en detrimento de otras, priorizar tal acontecimiento para resaltar el peso específico de tal o cual decisión, imprimirle a la voluntad de un dirigente un sesgo excepcional o reducirlo a una suerte de equivalencia que lo vuelve intercambiable con otros personajes de su tiempo son, como el lector comprenderá, algunos de los ejes de estos debates interminables que han jalonado la historia argentina (y universal, para utilizar un viejo concepto hegeliano ya en desuso). Cuando esos debates se circunscriben a un período demasiado cercano al presente, la dilucidación de su “verdad histórica” constituye un complejo y grave acontecimiento político que poco y nada tiene que ver con el concepto de “objetividad” y, mucho menos, con el de “neutralidad”. La potencia de lo acontecido, su materialidad –que es algo más que lenguaje aunque siempre lo siga siendo cuando se vuelve objeto de interpretación–, no proviene, como si fuese un maestro de la prestidigitación o un soñador de ficciones, de la imaginación del historiador pero, y de eso también se trata, su manera de citarlo, su subjetividad interpretativa y los condicionamientos de su propia realidad, se ponen en juego alterando lo que ya ha sido irremediablemente colocado en el interior de la disputa por el relato. Pero así como no hay hermenéutica virtuosamente objetiva tampoco existe algo así como una realidad cristalina ni mucho menos procesos históricos en estado de pureza y alejados del barro de la vida. Trabajar con un material que responde a diferentes concepciones y perspectivas de país y de sociedad, internarse por la selva de documentos liminares y de debates que hicieron época, rescatar proclamas sepultadas en los archivos, recuperar los programas políticos de fuerzas muchas veces antagónicas constituye un desafío que hemos acometido con la convicción de abarcar al más amplio espectro de esas tradiciones político-ideológicas que han ido dejando sus marcas sobre el cuerpo del país y que, de diferentes maneras, persisten en nuestros lenguajes actuales y en nuestros litigios. Siguiendo esta perspectiva que hace del pasado un territorio de múltiples interpretaciones que no puede dejar de señalar la injerencia del presente y de sus conflictividades político-ideológicas a la hora de intentar dar cuenta de él y de sus diversidades, es que hemos abordado la elaboración de este libro de manifiestos políticos recorriendo la totalidad de las tradiciones políticas que se han expresado en nuestra travesía como nación. Autonomistas, anarquistas, socialistas, liberales, radicales, comunistas, conservadores, peronistas, nacionalistas de derecha y de izquierda, católicos, sindicalistas desfilan a través de sus manifiestos, proclamas y debates intelectuales a lo largo de estas páginas que intentan contribuir a una visión plural y compleja de ese vasto mundo que, siguiendo una selección que también constituye materia de controversia, les permitirá a los lectores descubrir y recuperar la diversidad de esas tradiciones. 3. Se trata de la memoria y de sus usos. Un viaje laberíntico en el que los márgenes se desdibujan y la bruma invade la comarca que recorremos; como si el itinerario que seguimos eligiese caprichosamente el camino. Pero también se trata de las astucias del olvido, de todas aquellas estrategias montadas para reescribir la historia. Mapa en mano nos lanzamos hacia un territorio previamente cartografiado en el que esperamos encontrar aquello que no venga
a cuestionar la biografía que nos supimos construir. El arte de la memoria supone la utilización recurrente, y a veces obsesiva, del bisturí del olvido. ¿Acaso no es necesario olvidar para recordar? ¿No ejercemos la tiranía de la memoria como un subterfugio para desplazar hacia lo evanescente aquello que nos interpela y nos conmueve? ¿Reivindicar la memoria no es un modo de seguir tejiendo en el telar del olvido? ¿Podemos recordar? Preguntas esenciales que involucran los modos de narrar un tiempo ido, que atraviesan con intensidad la percepción del pasado vuelto, a la vez, ficción, densidad material e interpretación. Porque de eso se trata. El pasado regresa como ficción e interpretación, como una querella que disputa la supuesta “verdad” de tal o cual comprensión. Su presencia-ausencia es convocada desde la lengua de la narración y en esa convocatoria ordenamos los claroscuros de nuestra biografía, la volvemos a escribir y le damos una nueva existencia que, lo sepamos o no, lo digamos o no, siempre constituye una política y se sostiene en una determinada matriz teórica e ideológica. Como individuos y como sociedad estamos permanentemente escribiéndonos, es decir, borrando y volviendo a narrar, hasta encontrar la historia que nos acomoda, aquella que nos permite vivir con el pasado sin experimentar el insoportable sufrimiento de lo vivido, de aquello que hicimos o dejamos de hacer. La ética de la memoria se construye como fortaleza de un presente que asume, o suele asumir, dos estrategias opuestas y complementarias: el rechazo del pasado recordado como tiempo aciago, o su reivindicación como tiempo ejemplar y heroico; ambas narraciones oscurecen la historia o la llevan hacia el campo de una ficción en la que los acontecimientos y las acciones se despliegan como parte de una estrategia. Aquello que se silencia regresa por caminos oscuros, impensados, caminos que nos vuelven a conducir, pese a nosotros, hacia esas comarcas que ya no deseamos experimentar como propias. Comarcas carcomidas por los desgarramientos que las ficciones de la historia han ido generando a partir de la necesidad, siempre recurrente, de tener que dar cuenta, de no poder, aunque lo deseemos fervientemente, vivir instalados en el hoy absoluto; como si una culpa secreta nos impidiese dejar en paz ese otro tiempo del que preferimos no hablar pero del que siempre estamos hablando a través de nuestras negaciones. Al hablar silenciamos lo inoportuno; al intentar construir lo que fue, desvelamos, sin quererlo, los fantasmas que invaden la fragilidad de una memoria que al fallar recuerda. Por eso, y no estamos haciendo teoría de la historia, todo viaje hacia lo acontecido involucra una puesta en cuestión del punto actual de partida; sólo alcanzamos a mirar lo que la atalaya de nuestro presente nos permite contemplar, o, también, sólo miramos lo que queremos ver, lo que nuestra época y nuestras necesidades nos exigen que veamos. La ingenuidad, o la mala conciencia, nos ofrecen sus narraciones como si en ellas pudiéramos captar la esencia destilada del pasado, de un pasado que puede ser interrogado hasta la extenuación por el saber de una mirada distanciada, incontaminada, curada de las viejas pestes. Desapasionamiento de la mirada que viaja hacia el ayer destituyendo los derechos de ese otro tiempo en el que lo experimentado se vuelve materia ajena, extranjera de nuestras propias acciones. Metamorfosis del pasado que se adapta, mejor dicho, que es adaptado a las demandas oscurecedoras y fetichizantes del presente. Volvemos para destituir; es decir, el regreso es ya una estrategia del olvido. No hacemos historia, la inventamos para adaptarla a nuestras necesidades y a nuestras virtudes. En esa reescritura, lo que desaparece es el sufrimiento de los que vivieron con sus cuerpos, de aquellos cuyas voces se cerraron con el plegamiento de su época, que fueron tragados por la vorágine de su tiempo y que perdieron la oportunidad de establecer las líneas de sus biografías. Su historia encuentra otra narración: se
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trata nuevamente de la ejemplaridad heroica o del despojamiento desapasionado y racional. Una historia epopéyica que monta su estrategia narrativa en la producción sistemática de mitos, de acciones ejemplares en las que los actores cobran la dimensión de lo puro; una historia para purificar la memoria de los muertos, una forma de la santificación que disuelve la tragedia en epopeya. Otra historia (que puede ser de rechazo o de interpretación despojada y objetiva, una historia que parte de la premisa de la necesidad de cortar los hilos entre el hoy y el ayer en términos de presencia conmovedora) que elige, por lo general, la atalaya de la buena conciencia, ese sitio desde el cual mirar sacándose de encima las tramas profundas que lo ligan, también, con aquella experiencia. No deja de ser inquietante que descubramos hilos secretos que nos unen con esos otros tiempos y que el pasado, sus tradiciones, siga insistiendo, a veces por caminos extraños, en nuestra actualidad. Manifiestos políticos argentinos es una contribución para que recuperemos, en el debate contemporáneo, aquellos otros textos, manifiestos e ideas que nos vertebraron desde sus acuerdos y sus antagonismos. No es necesario haber vivido una determinada historia para sentir, en nuestras palabras y en nuestras concepciones, la presencia de lo efectivamente desarrollado en aquel tiempo. El martirio, o el despojo de la condición trágica de toda experiencia histórica: en la Argentina hemos optado por alguna de estas dos versiones, como si el peso de una historia doblemente silenciada nos exigiese permanentemente tener que oscurecer sus contradicciones oscureciendo nuestras relaciones con ella. Opacamiento de la mirada que reduplica el inexorable opacamiento del ayer. Vamos al pasado para destituir sus derechos, no para ejercer el duro trabajo de interrogarlo/nos; nuestra visita se asemeja o a la del devoto que se postra ante el santo en la iglesia o a la del visitante de un museo que contempla desde la frialdad y la ajenidad aquello que también, aunque lo niegue, lo involucró y lo involucra. La historia argentina, especialmente la reciente, la que hoy amenaza con volverse efeméride, corre el riesgo de la santificación o del museo. Santificación de un pasado que derrama sobre las miserias contemporáneas la luz de los ideales incontaminados, rememoración mitologizante que impide un abordaje crítico y sin contemplaciones de aquellas experiencias y de aquellas conductas que marcaron a fuego a las distintas generaciones y que contribuyeron, no sólo a la elaboración de un relato fabuloso, sino a nuestras actuales carencias. Pero también visita al pasado para encontrar las marcas de nuestras propias concepciones y legados. Es por eso que nuestro esfuerzo al seleccionar los materiales que componen estos Manifiestos políticos argentinos tuvo como objetivo central eludir la tentación de la mirada sesgada, de la ortodoxia doctrinaria, del dogmatismo y, también, de la ceguera que muchas veces nace de la intolerancia principista. Buscamos rescatar escrituras y discursos, textos y programas, intervenciones intelectuales y octavillas de batalla, dejando que los diversos ríos de las tradiciones políticas argentinas fluyeran por las páginas de un libro-herramienta que nació a partir de la idea de constituir un instrumento capaz de reunir una diversidad que, por lo general, siempre se ha mantenido separada. En nuestro ánimo, que tiene que ver con el espíritu de la Secretaría a mi cargo, siempre estuvo, y así se trabajó, la intención de reunir lo que las duras batallas políticas han separado, no imaginando una imposible reconciliación entre corrientes que nada tienen en común, sino como un fresco de la riqueza política e intelectual argentina. Ricardo Forster Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional
Presentación por el Consejo Asesor y editores Esta Antología de manifiestos políticos argentinos reúne importantes documentos de la vida política y cultural argentina entre 1890 y 1956. Su objetivo no es ofrecer un inventario exhaustivo ni una interpretación global del período, sino reinscribir en el presente algunas “marcas” significativas de nuestra historia que contribuyan al actual debate público. Estas “marcas” se dejan leer a lo largo de toda la obra a través de materiales bien diversos, organizados en tres tipos diferentes de registros: manifiestos (que incluyen también proclamas y discursos públicos), intervenciones intelectuales (que se expresan en debates, polémicas, editoriales de diarios y de revistas) y artefactos culturales (que abarcan desde pinturas e imágenes de cuadros, folletos y fotografías, hasta poemas, crónicas y cartas, pasando también por testimonios y memorias). Ciertamente, en esta antología los manifiestos tienen un lugar destacado, puesto que en torno a ellos se organizan las distintas secuencias temporales o escenas que componen el libro. Ellos nos revelan la constitución de un sujeto individual o colectivo que se politiza con un gesto que es al mismo tiempo de compromiso y de ruptura con su situación, a la vez que remiten a una temporalidad histórica en conflicto, ya que intentan reunir en la misma práctica de su escritura el tiempo acuciante de la intervención política con el tiempo “lógico” de la argumentación de ideas; y finalmente, los manifiestos incluidos aquí nos permiten captar la tensión entre un sujeto que se identifica con la “novedad” histórica pero que, para hacerlo, debe recurrir en buena medida a lenguajes políticos ya disponibles. Zona de condensación de múltiples tensiones, esta antología es a su modo un homenaje a un género –el de los manifiestos– que, para intervenir en su tiempo, buscó decir y a la vez transformar la nación. Algunas importantes polémicas políticas e intelectuales del período también forman parte decisiva de esta antología. En ocasiones, los debates son recreados entre los actores involucrados; en otros casos, la polémica aparece representada a través de un documento que nombra a los interlocutores e ideas en pugna. Las polémicas seleccionadas tuvieron lugar en distintos espacios institucionales estatales, pero también en revistas y ensayos clásicos de este período. A veces en diálogo directo con los manifiestos, otras por la vía de una estrategia de intervención más oblicua respecto de la agenda dominante, las polémicas aquí recuperadas apuntan a recrear algunos fragmentos de la vida intelectual argentina, sobre todo aquellas cifradas en las figuras del duelo político y las batallas de ideas. Finalmente, los artefactos culturales, a su modo, dan testimonio directo o alusivo de algunos de los acontecimientos sobre los cuales se pronuncian los manifiestos o las polémicas. En algunos casos, estos objetos constituyen una huella con el suficiente poder evocativo como para renombrar aquello que se quiere designar en un determinado contexto de la vida política y cultural argentina; en otros, cuando entre la producción del material y el acontecimiento al que refiere media un lapso significativo de tiempo –como las memorias de Halperín Donghi sobre el golpe de Estado de 1943 o el poema de Leónidas Lamborghini sobre Eva Perón–, es la capacidad de resignificación, de habilitar nuevas aproximaciones a un hecho o a una figura, lo que la inclusión de determinado “artefacto” viene a iluminar. Como dijimos, la “gramática” que conforma esta antología (manifiestos, intervenciones y artefactos) no tiene pretensiones de exhaustividad, aun cuando reúne un corpus documental significativo. Tampoco busca establecer periodizaciones destinadas a consagrar teleológica-
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mente una interpretación acabada de la historia argentina; de hecho, rehúsa explícitamente a hacerlo para organizarse a partir de secuencias históricas signadas por un acontecimiento político que las memorias colectivas siguen preservando –como la Revolución del Parque, algunos momentos decisivos en la historia de la organización de las clases trabajadoras en la Argentina, el surgimiento del peronismo, etc.–, junto con otros acontecimientos –como la masacre de Napalpí, por ejemplo– que resultaron invisibilizados y por los que hoy distintos actores luchan para que sean reconocidos como parte de las memorias colectivas. En este sentido, quienes trabajamos en la selección y edición del material entendemos que el lector tiene el poder de reconstruir esta antología de diversas maneras, por ejemplo, ubicando nuevos documentos aquí no mencionados, deshaciendo las secuencias históricas y generando otras, etc. Si ello ocurriera, en buena medida el propósito de la antología estaría cumplido, ya que, como hemos dicho, su objetivo es propiciar nuevos “encuentros” (encuentros conflictivos, como los que signan la vida democrática) entre historia y política. Todo proyecto que busque la renovación cultural y política de una nación resultará enriquecido a través del cruce entre pasado y presente. Por último, si bien la selección no busca ningún tipo de estrategia tendiente a “esclarecer” al lector, sí está articulada sobre una serie de temas de interés o “manchas temáticas” que le confieren una impronta y que recorren los diferentes objetos del libro. En primer lugar, una marcada preocupación por incluir aquellos materiales en que puede leerse la articulación del conflicto político y de la conflictividad social, como es el caso, por citar un ejemplo, de la inclusión de muchos documentos provenientes de la cultura obrera urbana de la Argentina de fines del siglo xix y principios del xx. En segundo lugar, es reconocible en la Antología la invitación al lector a detenerse en documentos representativos de distintas culturas políticas argentinas, sin entender por ello un concepto uniforme y acabado de estas, sino más bien lo contrario, como lo muestra la publicación de la primera parte de la polémica que acontece al interior del radicalismo entre Pedro Molina e Hipólito Yrigoyen. En tercer lugar, entre los debates intelectuales no es menor el espacio que ocupa la querella por la identidad nacional entre el Centenario y el surgimiento del peronismo, pasando por el latinoamericanismo, el reformismo universitario, el antifascismo, hasta llegar a las polémicas abiertas por el golpe de 1955. En cuarto lugar, esta compilación también se detiene en determinados discursos emitidos en sedes con capacidad de asumir decisiones públicas y vinculantes, para mostrar los alcances, pero también los límites –en ocasiones trágicos–, de la autoconciencia pública institucional argentina, como lo prueba la publicación aquí del aval de la Corte al golpe de Estado de 1930 o la discusión en esta misma década entre Alfredo Palacios y Matías Sánchez Sorondo sobre la tortura. Finalmente, si bien esta obra recoge intervenciones de políticos, escritores, ensayistas, periodistas, poetas, etc., dedica un espacio importante a esos “intelectuales colectivos” que son las organizaciones y movimientos sociales, los partidos políticos e incluso las revistas culturales y políticas. Este libro condensa un importante trabajo de recopilación de documentos muy diversos y por ello agradecemos a los colegas e instituciones que nos facilitaron el acceso a distintos archivos. Tenemos un reconocimiento especial para Eugenia Sik y Juliana Turull, del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CeDInCI), y Cecilia Sagol, del portal Educ.ar del Ministerio de Educación de la Nación. También estamos en deuda con Florencia Ubertalli, por facilitarnos material de la Biblioteca Nacional, y con los trabajado-
res de la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina y del Departamento de Fotografía del Archivo General de la Nación. Asimismo, queremos agradecer a Héctor Palomino y a Gabriel Vommaro, con quienes discutimos los criterios formales y algunos de los contenidos de esta antología; y también a Alejandro Jasinski, quien nos compartió parte del material de su investigación sobre la masacre de La Forestal. Por último, agradecemos a algunos compañeros y compañeras que nos ayudaron en distintas etapas de la elaboración del libro: Francisco “Teté” Romero, Silvia Robles, Lucía Ulanovsky, Nicolás Sticotti y Violeta Rosemberg.
Diego Caramés, Mariana Casullo, Matías Farías y Adriana Petra
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1890 Hacia 1889 la Argentina vive las convulsiones de una prolongada crisis económica. Ese mismo año, desde el Viejo continente llegan las noticias de la fundación de la Segunda Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores). En su congreso inaugural en París, los trabajadores argentinos estarán representados en la figura de Wilhelm Liebknecht, un socialista enviado por el Club Vorwärts desde nuestro país. Este club, fundado por socialistas alemanes pocos años atrás, tendrá un lugar significativo y se contará entre las primeras asociaciones que trabajarán activamente en la organización del incipiente movimiento obrero argentino. Otra asociación de militantes activos, la Unión Cívica de la Juventud, inaugura en diciembre de 1889 un club cívico con un mitin organizado en el Teatro Iris. Discuten, entre otras cosas, la grave situación económica y política que atraviesa el país y las formas de resistir al “régimen de Juárez”. Pocos meses después, en abril de 1890, la Unión Cívica –partido que dará lugar al año siguiente a la Unión Cívica Radical– hace su aparición en la política argentina encabezando la insurrección conocida como Revolución del Parque.
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“Trabajadores. Compañeras. Compañeros: ¡Salud! Viva el primero de mayo: día de fiesta obrera universal” 1º de mayo de 1890. Manifiesto convocando a la primera celebración del Día Internacional de los Trabajadores realizada en Buenos Aires. La iniciativa es impulsada por el Club Vorwärts. A todos los trabajadores de la República Argentina: ¡1° de Mayo de 1890! ¡Trabajadores! Compañeras: Compañeros: ¡Salud! ¡Viva el primero de Mayo: día de fiesta obrera universal! Reunidos en el Congreso de París el año pasado los representantes de los obreros de diferentes países resolvieron fijar el primero de Mayo de 1890 como fiesta universal de obreros, con el objeto de iniciar de nuevo y con mayor impulso y energía, en campo ampliado y armónica unión de todos los países, esto es, en fraternidad internacional, la propaganda en pro de la emancipación social. ¡Viva el primero de Mayo! Pues este día la unión fraternal, fundada por los pocos de aquel Congreso, se debe aprobar por las masas de millones de todos los países para que a esta fecha de confederación conmemorada y renovada cada año, vuele por cima de los postes de límites de los países y naciones con un eco de millones y en los idiomas de todos los pueblos el ¡alerta! internacional de las masas obreras: ¡Proletarios de todos los países, uníos! Es esta la primera y grande importancia de la fiesta obrera del primero de Mayo de 1890, a cuya solemnidad os invitamos con esta hoja a todos los trabajadores y compañeras en la lucha por la emancipación. Compañeros y compañeras: para indicar a este movimiento internacional un camino recto y seguro al fin común, nuestros representantes en el Congreso de París han marcado ciertos puntos del programa, los cuales se deben tomar en consideración con particularidad para el proceder práctico e inmediato. En realidad, esas resoluciones son tan importantes que, aun publicadas ellas en el anterior manifiesto, nos parece conveniente, o más de urgente necesidad de proponérselas otra vez a los trabajadores, tanto más por deber ellas servir como fundamento para los primeros pasos positivos que las clases obreras de esta república quieran hacer en la lucha práctica de su emancipación.
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He aquí las resoluciones del congreso obrero de París: El Congreso resuelve y reconoce como de absoluta necesidad: 1° Crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo para todos los países, con producción moderna. Para fundamento de lo mismo considera el Congreso: a. Limitación de la jornada de trabajo a un máximum de ocho horas para los adultos. b. Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años y reducción de la jornada para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años. c. Abolición del trabajo de noche, exceptuando ciertos ramos de industria cuya naturaleza exige un funcionamiento no interrumpido. d. Prohibición del trabajo de la mujer en todos los ramos de industria que afecten con particularidad al organismo femenino. e. Abolición del trabajo de noche de la mujer y de los obreros menores de 18 años. f. Descanso no interrumpido de treinta y seis horas, por lo menos cada semana, para todos los trabajadores. g. Prohibición de cierto género de industrias y de ciertos sistemas de fabricación perjudiciales a la salud de los trabajadores. h. Supresión del trabajo a destajo y por subasta; i. Inspección minuciosa de talleres y fábricas por delegados remunerados por el Estado: elegidos, al menos la mitad, por los mismos trabajadores. 2° El Congreso reconoce y declara que es preciso fijar todas estas medidas por leyes o acuerdos internacionales, y pide a la clase obrera de todos los países del mundo el iniciar, por los medios que les sean posibles, estas protecciones y de velarlas. 3° Fuera de esto, el Congreso declara: es obligación de todos los trabajadores declarar y admitir a las obreras como compañeras, con los mismos derechos, haciendo valer para ellas la divisa: Lo mismo por la misma actividad. 4° Para lograr esto, el Congreso considera necesaria la organización de la clase obrera en todas las formas, como medio de conseguir sus pretensiones y para obtener la emancipación de la clase obrera, para lo cual reclama: La entera libertad de coalición y conciliación. Trabajadores: como veis, todas estas resoluciones tienen por objeto, no los fines últimos, sino los próximos de nuestras aspiraciones: disminuir la miseria social, mejorar nuestra suerte dura; resoluciones que se han tomado, sin duda, en la persuasión de que la emancipación social definitiva, por su dependencia de la evolución de la sociedad, de la inteligencia de las masas y de las fuerzas de nuestros adversarios capitalistas, precisará aún bastante tiempo de preparación y lucha, y de que el mejoramiento de la situación del proletario significa además una fortificación para la lucha y una garantía para la victoria definitiva. El Congreso obrero de París exhorta a los trabajadores de todos los países a pedir de sus respectivos gobiernos leyes protectoras al trabajo, fundando su proposición en el inmenso desarrollo de la protección capitalista y de la explotación, miseria y degeneración del proletariado, que son las consecuencias inmediatas y naturales de la primera. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890 La justicia y oportunidad de estas demandas son tan evidentes que hasta los jefes de los mismos adversarios se ven en la necesidad de reconocerlas públicamente y de tentar por su parte a mejorarlas. Este hecho significativo prueba hasta la evidencia la justicia y legitimidad de las quejas y demandas del mundo obrero en la actualidad. Extendiendo de día en día la protección capitalista su régimen en todas las regiones, viene a hacer igualmente siempre más universal la miseria en las masas obreras. Sólo este motivo bastaría para que también nosotros, los obreros de las repúblicas del Plata, hagamos las resoluciones del Congreso de París como nuestras propias. A ello nos induce aun más la situación actual de este país, tan penosa, en medio de la cual la clase obrera está labrando, viviendo y sufriendo. Ante el llamamiento del Congreso de París, ante el animoso ejemplo de los trabajadores de todos los países civilizados, en vista del creciente régimen capitalista, que cada día también a nosotros nos está amenazando más con su explotación y ruina, en vista, pues, de nuestra situación siempre más dura y triste, ¿hay que titubear en elevar nuestra protesta contra estas miserias de que somos víctimas y nuestra voz en demanda de nuestros derechos y de la protección de las leyes para nosotros? Si al fin y al cabo hoy nosotros, las masas del proletariado, levantamos nuestra voz por millares reclamando leyes protectoras a los trabajadores, cual hombres que tienen aún un granito de amor a la justicia en su pecho, ¿puede negarse la legitimidad a nuestras demandas, a las quejas de estas clases más pobres, más explotadas y sin el mínimo amparo? Por centenares se presentan los especuladores, los industriales, los grandes propietarios y estancieros y vienen continuamente a golpear las puertas del Congreso Nacional: los unos para pedir impuestos protectores; los otros subvenciones, garantías, leyes o decretos de toda clase en su favor. Todo el mundo, todas las clases de la población: empleados, profesores y literatos, especuladores y comerciantes, industriales y agricultores, todos, todos han golpeado esas puertas y vuelven atendidos y remunerados por leyes especiales en su protección, y por subvenciones y garantías en sinnúmero de millones. Únicamente nosotros, el pueblo trabajador, que vive de su pequeño jornal y tanto sufre de miseria, nos quedamos hasta ahora mudos y quietos con humilde modestia. Si al fin, ahora oprimidos por el duro yugo hasta besar el suelo, levantamos nuestro grito de dolor y angustia pidiendo ayuda y protección, ¿no estamos en nuestro derecho? ¿No se encontrará la suprema autoridad del país en el deber de oírnos y de atender nuestra voz, nuestras peticiones? Los pobres inmigrantes, careciendo de todos los medios de subsistencia, desconociendo las circunstancias del país, hasta el idioma, se encuentran expuestos, sin amparo y sin protección a tal explotación, en gran parte vergonzosa y desenfrenada, que raras veces se ve en otra parte del mundo. Respecto al salario, al tiempo del trabajo, a los accidentes, a los talleres y habitaciones antihigiénicas, a la falsificación de nuestros alimentos, quedamos completamente abandonados a la explotación sin límite, en realidad y prácticamente abandonados por la ley, la justicia y la autoridad.
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La crisis actual del país ha agravado y empeorado en mucho la situación de todas las clases sociales, pero en ninguna en grado tan sensible y desastroso como en las obreras que viven únicamente de su trabajo diario. En medio de esta situación, el pueblo trabajador de la República Argentina levanta por primera vez su voz potente, compuesta de millares de desheredados, en demanda de la protección legislativa al trabajo y a los obreros. Siguiendo el ejemplo de los obreros de los demás países, donde el proletariado está organizándose para su propia defensa, es también nuestra voluntad y deber dirigirnos a la suprema autoridad del país exponiendo al mismo tiempo ante la nación entera, en forma debida y legal, nuestras quejas y nuestras demandas. A este fin, el 30 de marzo último una asamblea internacional de los obreros de Buenos Aires resolvió, después de una extensa discusión, invitar a todos los trabajadores de la República Argentina a la petición que se hará al Congreso Nacional en demanda de una serie de leyes protectoras a la clase obrera. Estas leyes deben fundarse sobre las resoluciones del Congreso obrero de París, ya mencionadas como base. Además, esta legislación protectora tiene que extenderse a todos los puntos en que las circunstancias particulares del país demandan necesariamente el influjo protector de las leyes. Basta una mirada en la vida real de las clases obreras para convencerse nuestros legisladores de la legitimidad de nuestras demandas y de la urgente necesidad de tales resoluciones. Pedimos una jornada determinada por la ley, para impedir que el trabajador se arruine física e intelectualmente en edad temprana, debido a un duro trabajo de 11, 12, 13 y más horas. Pedimos la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas, para que no degeneren sus tiernos cuerpos, tengan tiempo de crecer y desarrollarse en las escuelas sus inteligencias, sus corazones y sus almas, en una palabra: para que crezcan y lleguen a ser ciudadanos robustos y valientes. Pedimos la prohibición del trabajo de mujeres en todos los ramos antihigiénicos, para evitar que la futura generación sea anémica por el germen de achaque que se infiltra ya en el vientre de la madre. Pedimos un día de descanso por semana, protegido por la ley, para proporcionar al pobre trabajador algunas horas de desahogo, las cuales reclaman el mismo sentimiento como un derecho hasta para los seres irracionales; reclamamos este descanso para que el pobre trabajador tenga por lo menos algunas horas para dedicarlas a su querida esposa, hijos o padres en el hogar doméstico, impidiendo así la descomposición, la ruina y degeneración de la familia, que es el fundamento de toda sociedad natural. ¿Tales proposiciones podrá rechazar un gobierno que desee un pueblo valiente para el trabajo, una juventud sana y bien desarrollada en su inteligencia, una familia moralmente robusta, cual plantel de todas las virtudes cívicas? ¡Imposible! Por consecuencia pedimos: una jornada normal determinada en su máximum por la ley; prohibición del trabajo de los niños en las fábricas y ejecución práctica de la ley obligatoria de instrucción pública; prohibición del trabajo de la mujer en los ramos de industria perjudiciales a su organismo, y prohibición del trabajo los domingos. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890 Estas demandas están en armonía con las de los obreros de todos los países civilizados. Y si reclaman los gobernantes de este estado republicano para su patria un puesto entre las naciones civilizadas, entonces no podrán tratar con menos seriedad y atención que aquellos otros gobiernos, en parte hasta monárquicos, las grandes cuestiones de cultura que aquí les proponemos para resolverlas. Además, consta en qué peligro permanente se encuentra la población obrera de esta capital por el estado completamente antihigiénico de las habitaciones; peligro ya demostrado por las mismas memorias oficiales. La misma suerte corren gran parte de nuestros talleres, cuyas instalaciones se burlan de toda regla de salubridad, amenazando y perjudicando continuamente la salud de los trabajadores e imposibilitándoles en caso de accidentes, de incendio, a toda salvación posible. Y lo mismo sucede con la vergonzosa y criminal falsificación de los alimentos, que se ha aumentado en tan enorme escala a causa de la crisis actual y de encarecimiento de todos los artículos. ¡Prueban todo esto las memorias oficiales; prueba esto una sola inspección de los conventillos y talleres; lo prueba la estadística de fallecimientos y lo prueba con horrible evidencia la enorme mortalidad de los niños! Pues bien, ¿cómo podrán los gobernantes del país que gastan anualmente millones de pesos del erario público para traer inmigrantes, dejar en olvido y sin atención nuestras quejas sobre circunstancias que están causando anualmente a miles de habitantes obreros una muerte natural? ¡Imposible! Por lo tanto pedimos: inspección sanitaria y enérgica de las habitaciones y talleres, vigilancia rigurosa sobre las bebidas y demás alimentos, ¡arresto y multas a los vergonzosos envenenadores, no al inocente consumidor! Innumerables son los accidentes que ocurren cada año en este país: en ferrocarriles, construcciones y empresas de todas clases, debidos en gran parte a la negligencia y avaricia criminal de los propietarios, a la de los contratistas y al descuido y corruptibilidad de los inspectores. Contra tales escandalosos abusos quedan completamente impotentes los trabajadores que caen en ellos víctimas, con sus vidas y sus familias expuestas entonces a la más triste miseria. Y estos escándalos, la enorme culpabilidad, de una parte, y de otra la desgracia, ¿podrá mirarlos cruzado de brazos con toda indiferencia un Estado que debe sus riquezas y cifra un gran porvenir del esfuerzo de los tan abandonados trabajadores? ¡Imposible! Y si fuese posible esto, no lo es para nosotros los obreros. Queremos defender nuestra existencia y queremos también jueces que nos protejan con la ley nuestra vida y nuestra familia. Por lo tanto pedimos: el seguro obligatorio para los obreros contra los accidentes, a expensas de los empresarios y del Estado. Pedimos, además, leyes protectoras, no que sean letra muerta en los Códigos, sino eficaces y reales en la práctica; y pedimos a la par que justas leyes, justos jueces: raros, en verdad, para los trabajadores de este país, sin duda porque nunca han sufrido la mala suerte de ser burlados en sus salarios por los patrones.
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También son raros los obreros que en estos casos han alcanzado una intervención eficaz de la justicia. Los lentos, largos y costosos procedimientos de nuestros Tribunales no están al alcance del pobre trabajador; de manera que no encuentra protección alguna ni aun en sus más justas quejas contra sus patrones, opresores, ricos e influyentes. En la gran República Argentina, país tan celebrado cual Eldorado del trabajador, ¿cómo en realidad no hay justicia ni jueces para los pioneros de la riqueza, de la cultura y de la civilización, ni protección de las leyes para los obreros? Si el Gobierno quiere salvar la honra del país, tiene que dar a los trabajadores una justicia verdadera, pronta, eficaz y barata, cuando no gratuita. Por esto pedimos tribunales especiales compuestos no tan sólo de jurisconsultos, sino que también de árbitros de la clase obrera y de los patrones, los cuales se dediquen a la solución de todas las cuestiones entre obreros y patrones. Para esta clase de pleitos no deben causarse costas de ninguna clase a los procesantes, como sucede en otros países de los más civilizados. Estamos en un país republicano cuya Constitución escrita garantiza a todos sus habitantes completa libertad de conciencia, de educación, de prensa y de reunión. En una palabra: todos los derechos y libertades que concede la democracia moderna a sus ciudadanos. Invocando estas garantías y el espíritu de los generosos legisladores que redactarán los sagrados renglones de esa suprema Ley de la nación, exigimos también los trabajadores, para nuestras opiniones y nuestros intereses, las mismas libertades y derechos que nos pertenecen como hombres y ciudadanos libres: leyes que no se pueden estropear ni robar sin destruir aquel mismo fundamento del Estado en su entera esencia y sin despedazar la suprema ley sagrada en su autoridad. Trabajadores: es, pues, un deber poner en juego todos los resortes que estén a nuestro alcance para que la Constitución de la República venga a ser un hecho para nosotros. Exijamos ante todo la libertad de nuestras opiniones, la libertad de nuestras aspiraciones y propaganda para mejorar nuestra situación y exijamos las mismas garantías para la persona del obrero como para la de cualquier ciudadano. Trabajadores, compañeros: estas son las ideas y los pedidos que pensamos proponer al Congreso Nacional en forma de petición; estas son las calamidades que pedimos subsanar a la suprema autoridad del país; esta es la protección que exigimos del Estado, a cuyas expensas contribuimos en gran escala nosotros, la masa de la clase obrera. Estas son las resoluciones que nos deben servir como el próximo fin de nuestra propaganda, por cuya realización lucharemos sin tregua ni descanso hasta la victoria. Este, trabajadores de la República Argentina, será nuestro programa, nuestro propósito para la gran festividad universal del 1° de Mayo. ¿Qué es lo que pedimos? ¿Es algo injusto, algo imposible, algo irrealizable? No. Son justos estos pedidos. Pues bien: unámonos todos, todos, sin que falte uno solo, en un acto unánime de unión, fraternidad, solidaridad para la mejora de nuestra dura suerte, para adelantar en el camino de nuestra emancipación. Cual sea la suerte de nuestra petición ante el Congreso, ella será una demostración franca y enérgica del pueblo trabajador de esta República, un grito potente dado en el momento de mayor sufrimiento y de menor amparo y esperanza. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890 “Ante todo –dijo un gran hombre, ilustre campeón por la causa del proletario–, ante todo, obreros, es necesario esto: que constatéis que lleváis cadenas y las sentís; por esto tenéis que mostrar el deseo de ser librados de ellas. Si esto no hacéis, somos impotentes. Si dejáis sacar con mentiras vuestros grillos, u os olvidáis tanto que las negáis vosotros mismos, en una palabra: si os abandonáis a vosotros mismos, seréis abandonados, y con razón, de Dios y del mundo entero.” Compañeros: unámonos al fin, levantemos en masa nuestra voz, manifestemos que estamos arrastrando grillos y cadenas y que las sentimos. Hagamos evidente ante todo el mundo que estamos oprimidos, explotados, sin amparo y sin protección de las leyes. Liguémonos como hombres pidiendo nuestros derechos, y como tales veréis cómo al fin, tarde o temprano, nos oirán, tratándonos con los debidos respetos. Esta petición a la cual os invitamos a todos los trabajadores de la República, a aprobar y firmar con su nombre en los respectivos pliegos, dirigida en tal manera por millares de habitantes a la suprema autoridad del país, debe ser el primer paso eficaz en la unión de nuestras fuerzas, en la ilustración de nuestras inteligencias y en la conquista de los derechos, de la posición política y social que merecemos como obreros y ciudadanos. ¡Viva el 1° de Mayo de 1890! ¡Viva la Emancipación Social! Orden de la festividad 1. El Comité Internacional en Buenos Aires invita a todos los trabajadores de la República a que festejen, en cuanto les sea posible, la festividad del día 1° de Mayo de 1890. 2. Se celebrará un meeting obrero internacional, en el que se discutirán las ideas del Manifiesto y creación de una Asociación Obrera Regional Argentina, el cual se anunciará por medio de la prensa diaria y carteles, indicando la hora y el local para el meeting.
Fuente: “Movimiento obrero y socialista”, en Almanaque del trabajo 1918, Buenos Aires, s/d, pp. 188-194.
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SOMOS LA ESCORIA DE LA SOCIEDAD
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osotros somos los vagabundos, los malhechores, la canalla, la escoria de la sociedad, el sublimado corrosivo de la organización actual. Aborrecemos el pasado porque es la causa del presente, odiamos el presente porque no es otra cosa que la imitación más intensa y más feroz del pasado. No tenemos estados de servicios que presentar, ni tenemos heridas que ostentar ni sufrimientos que explicar, pues no tenemos intención ni voluntad de impresionar a los ánimos débiles o cándidos. Somos hombres como los demás, sea cual fuere el país, raza o idioma que pertenezcan. Reconocemos que nuestro organismo tiene necesidades propias como tienen los otros, y que por lo tanto las queremos explicar y satisfacer, y por esta causa queremos ser libres. La libertad, hecho relativo por la igualdad. La libertad y la igualdad, hechos posibles y explicados por la solidaridad. Esta solidaridad, hecho necesario por la libertad y la igualdad. Esta es nuestra trinidad. Siendo esta la piedra angular de la civilización del futuro –verdadera civilización porque tendrá la misma densidad en la periferia como en el centro–, una civilización real porque cada centro en su turno será perfecto. Ninguna jerarquía, autoridad ni explotación, acá cada cual con
18 de mayo de 1890. Editorial del primer número del periódico anarquista El perseguido (1890-1897), escrito por Rafael Roca. Este periódico agrupa al sector individualista-antiorganizador, que por esos años hegemoniza las adhesiones de los anarquistas de Buenos Aires. Ya a mediados de la década, con la llegada de importantes anarquistas españoles como Antonio Pellicer Paraire o José Prat, cobrará impulso la fracción organizadora, que se nucleará en torno al periódico La Protesta Humana (1897). su propio cerebro, grande o pequeño que sea, pero cerebros de alquilar, ninguno. La estimación y el reconocimiento para el que quiera deben ser libres, mentó verdadero, no aparente. Sentimientos naturales y no hipócritas. Para conseguir nuestro objeto, rechazamos toda reserva, todo oportunismo, y nos declaramos abiertamente revolucionarios, es decir, promotor y ejecutor de todo acto que pueda tener efecto en desplomar el edificio del orden constituido. Nuestra divisa es la de los malhechores.
Fuente: Julio Godio, El movimiento obrero argentino (1870-1910), Buenos Aires, Legasa, 1987.
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El Club Vorwärts, cuyo nombre original es Verein Vorwärts, que traducido del alemán equivale a Club Adelante, es una de las primeras y más importantes agrupaciones socialistas en el país. Fundado en enero de 1882 por un grupo de inmigrantes alemanes, tiene por finalidad difundir en la Argentina las ideas del socialismo conforme al programa del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). El 2 de octubre de 1886 comienza, bajo la dirección de Adolf Uhle, la publicación de su órgano de prensa, de nombre Vorwärts, escrito en alemán y español.
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Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890 Publicado el 26 de julio de 1890. La Junta Revolucionaria está integrada por Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López.
Al pueblo: El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito del que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular; consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo del gobierno propio y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una Constitución, que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino. La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual. El país entero está fuera de quicio, desde la capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes; no hay república, no hay sistema federal, no hay MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890 gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa. El presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo, y con una falta de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas; ha envilecido la administración del Estado, obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas, prodigando favores que representan millones. Él mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocios ha mercado con la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo, ha llegado a la donación de bienes territoriales que el pueblo ha denunciado como la remuneración de favores oficiales. Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio. Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros. En el orden político ha suprimido el sistema representativo, hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva. El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; ha habido elección de gobernador que no ha sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien; hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del Norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.
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En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis los sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convertido sin necesidad en títulos a oro, aumentando inconsideradamente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los Bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado por medio siglo al yugo de una compañía extranjera que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado. Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para calmar propósitos de venganza personal, sino para consagrar un ejemplo y para dejar constancia de que no se puede gobernar la República sin responsabilidad y sin honor. Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande. El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890 en el mando; lo derrocamos porque no existe en la forma constitucional, lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires, que fiel a sus tradiciones reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas. El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la Constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de la nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un déspota. El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe. Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El Gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con mayoría de sufragios en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos. Por la Junta Revolucionaria
Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 121-125.
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DISCURSO DE LEANDRO N. ALEM EN EL ACTO EN EL FRONTÓN
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na vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires. Sí, señores; una felicitación al pueblo de las nobles tradiciones, que ha cumplido en hora tan infausta sus sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un derecho, no es solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es algo más todavía, señores: es el grito de ultratumba, es la voz alzada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuenta del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron. La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como esta, populares, o llámeseles partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes. Los grandes pueblos, Inglaterra, los Estados Unidos, Francia, son grandes por estas luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que es la ley de la democracia. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las
El 13 de abril de 1890 se celebra en el Frontón de Buenos Aires un importante mitin de la flamante Unión Cívica. En él se conforma su Comité General de la capital y se elige a Leandro N. Alem para presidir la Junta Ejecutiva. buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo. Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay libertad y donde impera una Constitución. ¿Y podemos comparar nuestra situación desgraciada con la de los pueblos que acabo de citar? Situación gravísima no sólo por los males internos, sino por aquellos que pudieran afectar el honor nacional cuya fibra se debilita. Yo preguntaría: en una emergencia delicada, ¿qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus destinos y entregado a gobernantes tan pequeños? Cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política, se identifica con la patria: la ama profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque en ella cifra las más nobles aspiraciones. Pero, ¿se entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta parte? Ya habéis visto los duros epítetos que los órganos del gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes ideales, befan a los líricos, a los retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión a entorpecer el progreso del país. ¡Bárbaros! Como si en los rayos de la luz pudieran venir envueltas la esterilidad y la muerte. Y ¿qué política es la que hacen ellos? El gobierno no hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país. Y ¿qué
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1890 mo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los ciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos (…). Tenemos que afrontar la lucha con fe, con decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas; nuestro culto, bastardeado; nuestro templo empezaba a desplomarse, y ya parecía que íbamos resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio. Hoy ya todo cambia; este es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades, y vamos a ser dignos hijos de los que fundaron las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 114-116.
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hacen estos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada, para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis la desastrosa situación a que nos han traído. Es inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándose en una frase vulgar: “¡Esto no tiene vuelta!” No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir respeto a los derechos; buena política quiere decir aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas. Pero para hacer esta buena política se necesitan grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo. Pero con patriotis-
Insurrección cívico-militar producida el 26 de julio de 1890 conocida como Revolución del Parque.
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1896 - 1897 El Partido Socialista Argentino fue uno de los actores políticos más importantes de la Argentina desde su fundación a fines del siglo xix, y su órgano de prensa, La Vanguardia, una de las experiencias de periodismo político obrero más longevas y significativas. En 1896, el Partido Socialista se presenta a elecciones por primera vez en su historia, al mismo tiempo que hace pública su “Declaración de principios y programa mínimo”, dando forma a una identidad política que lo acompañará por años. En el ámbito de las izquierdas, el anarquismo se mantiene alejado de las lides electorales pero ocupa un lugar fundamental en la conformación del naciente movimiento obrero argentino, aunque no solamente. La interpelación libertaria es asumida también por las mujeres, en una experiencia combativa y urticante como fue el periódico La Voz de la Mujer. Los intelectuales tampoco están ajenos al clima de contestación generalizada, modernización y profundos cambios culturales, políticos y económicos que ofreció el período del novecientos. Los jóvenes José Ingenieros y Leopoldo Lugones editan el periódico socialista revolucionario La Montaña, donde arremeten contra el “mundo burgués” desde una clave que cruza socialismo y modernismo estético, mundo intelectual y cuestión obrera. Por su parte, la UCR, después del fallido segundo levantamiento insurreccional de 1893, sufre divisiones internas –la principal, entre dos de sus figuras más representativas, Alem e Yrigoyen. El primer día de julio de 1896, el parlamentario y político radical Leandro N. Alem, ideólogo de la Revolución del Parque, decide poner fin a su vida dejando como testimonio una carta pública que se conocerá como su testamento político.
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Primer Manifiesto Electoral del Partido Socialista Publicado el 29 de febrero de 1896. El 8 de marzo de 1896 el Partido Socialista se presenta a elecciones por primera vez en la historia del país. Se trata de la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados de la Nación. Los candidatos socialistas son Juan B. Justo, Juan Schaefer, Adrián Patroni, Germán Avé Lallemant y Gabriel Abad.
Al pueblo Trabajadores y ciudadanos: Una clase rica, inepta y rapaz, oprime y explota al pueblo argentino. Los señores dueños de la tierra, de las haciendas, de las fábricas, de los medios de transporte, del capital en todas sus formas, hacen sufrir a la clase trabajadora y desposeída todo el peso de sus privilegios, agravado por el de su ignorancia y su codicia; y esta expoliación será cada día más bárbara y más cruel si el pueblo no se da cuenta de ella y no se prepara a resistirla. Hasta ahora, la clase rica o burguesía ha tenido en sus manos el gobierno del país. Roquistas, mitristas, yrigoyenistas y alemistas son todos lo mismo. Si se pelean entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa, ni por una idea. Bien lo demuestra en cada una de esas agrupaciones el triste cuadro de sus disensiones internas. Si el pueblo entra todavía por algo en esa farsa política, lo hace ofuscado por las frases de charlatanes de oficio, o vendiendo vergonzosamente su voto por una miserable paga. Todos los partidos de la clase rica argentina son uno solo cuando se trata de aumentar los beneficios del capital a costa del pueblo trabajador, aunque sea estúpidamente, y comprometiendo el desarrollo general del país. Inundando el país de papel moneda, han determinado la suba del oro, con la que ha subido enormemente el precio de los productos, y han bajado otro tanto los salarios. Han acaparado las tierras públicas, desalojado de ellas a los primitivos pobladores, los únicos con derecho a ocuparlas. No han sabido atraer la inmigración elevando la situación de la clase trabajadora, pero con los dineros del pueblo han costeado una inmigración artificial, destinada a disminuir aún más la recompensa del trabajo. Y para completar este bárbaro sistema de explotación, quitan al hombre laborioso en forma de impuestos de consumo, de impuestos internos y de impuestos de aduana, una gran parte de lo poco que gana. Un trabajador paga tanto impuesto por alimentarse y vestirse como un estanciero por ser dueño de una legua de campo.
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Así es como a través de la crisis, de los grandes robos sin castigo, de las revoluciones, de los fraudes y de las quiebras bancarias que se han tragado los modestos ahorros del pueblo, el país ha llegado al momento actual en que una opinión verdadera y genuinamente popular empieza a manifestarse. Fundamentalmente distinto de los otros partidos, el Partido Socialista Obrero no dice luchar por puro patriotismo, sino por sus intereses legítimos; no pretende representar los intereses de todo el mundo, sino los del pueblo trabajador, contra la clase capitalista opresora y parásita; no hace creer al pueblo que puede llegar al bienestar y la libertad de un momento a otro, pero le asegura el triunfo si se decide a una lucha perseverante y tenaz; no espera nada del fraude ni de la violencia, pero todo de la inteligencia y de la educación populares. El desarrollo de la agricultura, de la industria y del comercio, que cada día se hacen en mayor escala, tiene que conducirnos necesariamente a la propiedad colectiva de los medios de producción y de cambio. El pueblo no será libre, no disfrutará del producto de su trabajo, mientras no sea dueño de los medios con que lo hace. El Partido Socialista quiere la nacionalización de los medios de producción, lo que en la República Argentina será excepcionalmente fácil, porque la propiedad de la tierra está ya concentrada en muy pocas manos. Mientras esa nacionalización no se realice, el suelo argentino sólo será una ficción usada por la clase gobernante para infundir interesadamente al pueblo un falso sentimiento de patriotismo. Entre tanto queremos desde ya mejorar la situación de la clase trabajadora, y a ese fin presentamos un programa de reformas concretas, de inmediata aplicación práctica, que es la mejor respuesta a los que nos tachan de visionarios y utopistas. El Partido Socialista Obrero sostiene la jornada legal de ocho horas, la prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años, y el salario igual para las mujeres y los hombres cuando hagan un trabajo igual, medidas tendientes a mantener el precio de la mano de obra, a asegurar a los trabajadores el reposo necesario, a moderar la infame explotación de que son víctimas las mujeres, y a hacer posible la educación de los niños. El Partido Socialista pide la abolición de todas las gabelas, llamadas impuestos indirectos, que pesan sobre el pueblo. Pide que los gastos del Estado salgan de las cajas de los capitalistas, en forma de impuesto directo sobre la renta. Pide que se establezca por la ley la responsabilidad de los patrones en los accidentes del trabajo, para que las víctimas de esos accidentes no tengan que pedir limosna, ni dejen sus familias en la miseria, como premio de sus esfuerzos. Pide la instrucción laica y obligatoria para todos los niños hasta cumplir los catorce años. Como reformas políticas, el Partido Socialista lucha por el sufragio universal y la representación de las minorías, en todas las elecciones nacionales, provinciales y municipales. Quiere la separación de la Iglesia y del Estado, en homenaje a la libertad de conciencia, y para no privar a los católicos del gusto de costear ellos solos el culto en que ellos solos creen. Tales son las reformas inmediatas más importantes por que combate nuestro partido. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897 Ellas bastan para mostrar que los diputados socialistas no irán nunca al Congreso como los de otros partidos con carta blanca para hacer lo que más les plazca. Verdaderos delegados del pueblo, ellos irán con mandato imperativo a sostener ideas bien determinadas, cuya realización es de la mayor importancia para todos los que trabajan. Trabajadores y ciudadanos: por primera vez en la República, el Partido Socialista se presenta en la lucha electoral y reclama vuestros sufragios. Vais a dar la medida de vuestra capacidad política con la acogida que hagáis a nuestros candidatos y nuestro programa. Desechad toda opinión preconcebida, meditad sobre vuestros intereses bien entendidos, elevaos a la dignidad de hombres independientes, y en las elecciones del 8 de marzo votaréis por los candidatos socialistas.
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Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 29 de febrero de 1896.
“Educar al soberano” Domingo F. Sarmiento. Logo de la Sociedad Luz. Universidad Popular Socialista en Argentina, fundada en 1899.
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DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS Y PROGRAMA MÍNIMO DEL PARTIDO SOCIALISTA
El 28 y 29 de junio de 1896, un grupo de delegados de agrupaciones socialistas y gremiales se reúne en el local de la agrupación alemana Vorwärts y aprueba la Declaración de Principios y Programa Mínimo que funda en nuestro país la acción política independiente de la clase obrera.
Declaración de principios
Que, por consiguiente, o la clase obrera permanece inerte y es cada día más esclavizada, o se levanta para defender desde ya sus intereses inmediatos y preparar su emancipación del yugo capitalista. Que no sólo la existencia material de la clase trabajadora exige que ella entre en acción, sino también los altos principios de derecho y justicia, incompatibles con el actual orden de cosas. Que la libertad económica, base de toda otra libertad, no será alcanzada mientras los trabajadores no sean dueños de los medios de producción. Que la evolución económica determina la formación de organismos de producción y de cambio cada vez más grandes, en que grandes masas de trabajadores se habitúan a la división del trabajo y a la cooperación. Que así, al mismo tiempo que se aleja para los trabajadores toda posibilidad de propiedad privada de sus medios de trabajo, se forman los elementos materiales y las ideas necesarias para subsistir al actual régimen capitalista con una sociedad en que la propiedad de los medios de producción sea colectiva o social, en que cada uno sea dueño del producto de su trabajo, y a la anarquía económica y al bajo egoísmo de la actualidad sucedan una organización científica de la producción y una elevada moral social.
El Partido Socialista, representado por sus delegados reunidos en Congreso, afirma: Que la clase trabajadora es oprimida y explotada por la clase capitalista gobernante. Que esta, dueña como es de los medios de producción, y disponiendo de todas las fuerzas del Estado para defender sus privilegios, se apropia la mayor parte de lo que producen los trabajadores y les deja sólo lo que necesitan para poder seguir sirviendo en la producción. Que por eso, mientras una minoría de parásitos vive en el lujo y la holgazanería, los que trabajan están siempre en la inseguridad y en la escasez, y muy comúnmente en la miseria. En la República Argentina, a pesar de la gran extensión de tierra inexplotada, la apropiación individual de todo el suelo del país ha establecido de lleno las condiciones de la sociedad capitalista. Que estas condiciones están agravadas por la ineptitud y rapacidad de la clase rica, y por la ignorancia del pueblo. Que la clase rica, mientras conserve su libertad de acción, no hará sino explotar cada día más a los trabajadores, en lo que la ayuden la aplicación de las máquinas y la concentración de la riqueza.
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1896 - 1897 Que esta revolución, resistida por la clase privilegiada, puede ser llevada a cabo por la fuerza del proletariado organizado. Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos y los amplíe por medio del sufragio universal, el uso de estos derechos y la organización de resistencia de la clase trabajadora serán los medios de agitación, propaganda y mejoramiento que servirán para preparar esa fuerza. Que por este camino el proletario podrá llegar al poder político, constituirá esa fuerza, y se formará una conciencia de clase que le servirá para practicar con resultado otro método de acción cuando las circunstancias lo hagan conveniente. Por tanto: el Partido Socialista llama al pueblo trabajador a alistarse en sus filas de partido de clase, y desarrollar sus fuerzas y preparar su emancipación sosteniendo el siguiente programa mínimo.
Programa mínimo • Jornada de 8 horas para los adultos, de 6 para los jóvenes de 14 a 18 años y prohibición del trabajo industrial de los menores de 14 años. Descanso obligatorio de 36 horas continuas por semana. • A igualdad de producción, igualdad de retribución para los obreros de ambos sexos. • Reglamentación higiénica del trabajo industrial, limitación del trabajo nocturno a los casos indispensables, prohibición del trabajo de las mujeres en lo que haga peligrar la maternidad y ataque la moralidad. • Creación de comisiones inspectoras de las fábricas y de las habitaciones, nombradas por los obreros y pagadas por el Estado. • Creación de tribunales, nombrados mitad por los obreros, mitad por los patrones, para solucionar las diferencias entre unos y otros.
• Responsabilidad de los patrones en los accidentes del trabajo. • Abolición de los impuestos, y especialmente los de consumo y de aduana. • Impuesto directo y progresivo sobre la renta. • Extinción gradual del papel moneda y, en general, todas las medidas tendentes a valorizarlo y a darle un valor estable. • Reconocimiento legal de las asociaciones obreras. • Supresión de todo fomento artificial de la inmigración. • Abolición de las leyes de conchabo, vagancia, etc. • Instrucción laica y obligatoria para todos los niños hasta 14 años, estando a cargo del Estado, en los casos en que sea necesario, la manutención de los educandos. • Sufragio universal para todas las elecciones nacionales, provinciales y municipales. Voto secreto. • Autonomía municipal. • Jurados elegidos por el pueblo para toda clase de delitos. • Separación de la Iglesia y el Estado. Supresión de las prerrogativas del clero y devolución al Estado de los bienes cedidos por este al clero. • Supresión del ejército permanente y armamento general del pueblo. • Revocabilidad de los representantes electos, en caso de no cumplir el mandato de sus electores. • Abolición de la pena de muerte. • Reconocimiento de los derechos de ciudadanos a los extranjeros que tengan un año de residencia en el país.
Fuente: Celso Ramón Lorenzo, Manual de historia constitucional argentina 3, Rosario, Editorial Juris, 2000, pp. 28-29.
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LA VOZ DE LA MUJER ANARQUISTA Nuestros propósitos Compañeros y compañeras, ¡salud! Y bien: hastiadas ya de tanto y tanto llanto y miseria; hastiadas del eterno y desconsolador cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados hijos, los tiernos pedazos de nuestro corazón; hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida. Largas veladas de trabajo y padecimientos, negros y horrorosos días sin pan han pesado sobre nosotras, y ha sido necesario que sintiésemos el grito seco y desgarrante de nuestros hambrientos hijos, para que hastiadas ya de tanta miseria y padecimiento, nos decidiésemos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de lamento ni suplicante querella, sino en vibrante y enérgica demanda. Todo es de todos. Hasta ayer hemos suplicado a un Dios, a una virgen u otro santo no menos imaginario el uno que el otro, y cuando llenas de confianza hemos acudido a pedir un mendrugo para nuestros hijos, ¿sabéis lo que hemos hallado? La mirada lasciva y lujuriosa del que, anhelando cambiar de continuo el objeto de sus impuros placeres, nos ofrecía con insinuante y artera voz un cambio, un negocio, un billete de banco con que tapar la desnudez de nuestro cuerpo, sin más obligación que la de prestarles el mismo. Marchamos más adelante, siempre confiadas y con la esperanza puesta en Dios y en los cielos, y después de haber tropezado y caído por no mirar por donde caminábamos mientras fijábamos nuestra anhelante mirada en los
Editorial del primer número de La Voz de la Mujer, periódico comunista anárquico. cielos, ¿sabéis lo que encontramos? Lascivia y brutal impureza, corrupción y cieno y una nueva ocasión de vender nuestros flacos y macilentos cuerpos. Volvimos atrás nuestros ojos, ¡secos sí, muy secos ya!, y allá, a lo lejos, en lontananza, casi vimos a nuestros hijos, pálidos, débiles y enfermizos… y la brisa, caliginosa ya, nos traía la eterna melodía del pan. ¡Mamá, pan por Dios! Y entonces comprendimos por qué se cae… por qué se mata y por qué se roba (léase expropia). Y fue entonces también, que desconocimos a ese Dios y comprendimos cuán falsa es su existencia; en suma, que no existe. Fue entonces que compadecimos a nuestras caídas y desgraciadas compañeras. Entonces quisimos romper con todas las preocupaciones y absurdas trabas, con esta cadena impía cuyos eslabones son más gruesos que nuestros cuerpos. Comprendimos que teníamos un enemigo poderoso en la sociedad actual y fue entonces también que, mirando a nuestro alrededor, vimos muchos de nuestros compañeros luchando contra la tal sociedad; y como comprendimos que ese era también nuestro enemigo, decidimos ir con ellos en contra del común enemigo, mas como no queríamos depender de nadie, alzamos nosotras también un jirón del rojo estandarte; salimos a la lucha… sin Dios y sin jefe. He aquí, queridas compañeras, el porqué de nuestro periódico, no nuestro, sino de todos, y he aquí, también, por qué nos declaramos comunistas anárquicas proclamando el derecho a la vida, o sea, igualdad y libertad. La Redacción Fuente: La Voz de la Mujer (1896-1897), edición facsimilar, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2002.
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1潞 de mayo de 1897: tapa del peri贸dico socialista La Vanguardia, fundado por Juan B. Justo en 1894.
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Proclama de trabajadores de la madera llamando a una huelga por las 8 horas Publicado el 7 de septiembre de 1896. Volante redactado por las comisiones en huelga de los sindicatos de carpinteros, muebleros, silleros y torneros del puerto de la ciudad de Buenos Aires.
A todos los obreros carpinteros, muebleros, silleros, torneros, carpinteros del puerto y demás trabajadores en el ramo de maderas. Compañeros: Como todos sabréis, el gremio de trabajadores en madera se ha levantado en huelga en demanda de las 8 horas de trabajo y la abolición del trabajo a destajo. En contra de lo que han dicho creer algunos, la ocasión no puede ser más oportuna, puesto que en la actualidad, nuestro gremio atraviesa por un período de abundante trabajo y por lo tanto, es cuando los patrones precisan más que ninguna otra época de nuestros brazos. Demostremos a nuestros patrones por una vez tan siquiera, que no estamos dispuestos a ser por más tiempo máquinas de trabajo desde que aparece el sol hasta que se pone, sino que somos hombres, que somos seres humanos, que queremos dedicar parte de nuestra vida a disfrutar de los goces que la naturaleza nos ofrece, al mismo tiempo que demostraremos también a todos los trabajadores que luchan por mejorar su miserable situación, que también nosotros, aunque bastante tarde, hemos levantado nuestra humillada cerviz en busca de nuestras reivindicaciones. En estas favorables circunstancias, pues, el gremio de trabajadores en madera reunido en asamblea ha declarado la huelga total del ramo. Mas nuestros astutos patrones como el egoísta usurero que ve peligrar el interés sobre su renta, han buscado el medio (aunque sin lograrlo) de que este gran movimiento fracasara. A tal efecto, se amistaron con la comisión directiva de la presente sociedad de carpinteros, combinando una reunión de trabajadores en madera en la que sólo los capataces de los talleres y los aprendices, con raras excepciones, tuvieron entrada. La prueba de ello es que a más de 200 obreros carpinteros, algunos de ellos socios, se les impidió la entrada y cuando no bastó la fuerza de aquella ilustre comisión, la policía llamada a propósito por uno de los miembros de la comisión, se encargó de lo demás.
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1896 - 1897 Con una asamblea pues, compuesta en la forma que hemos indicado, esto es, de capataces, aprendices e individuos que seguramente viven de todo menos de trabajar la madera, el resultado de la votación sobre si debía adherirse la pretendida sociedad a la huelga, era de prever, negativo, máxime cuando no convenía indisponerse con los patrones porque en ello mediaban intereses particulares. A pesar de todos los chanchullos y coacciones ejercidos por la honorable comisión negando la palabra aun a los mismos socios, la idea de la huelga fue defendida por una gran minoría que bien puede decirse representaba la opinión de los verdaderos trabajadores en madera, de los que sufrimos lo excesivo de la jornada de trabajo, de los que somos víctimas de la desenfrenada explotación que reporta el trabajo a destajo. Compañeros, trabajadores del ramo de madera: al dirigiros el presente manifiesto, lo hacemos para poneros al corriente de los beneficios que nos puede reportar la práctica de ciertos procedimientos, que podrán ser muy políticos, pero muy poco obreros. Así pues, os invitamos una vez más a que abandonéis el trabajo para uniros a vuestros compañeros de huelga. Nuestra dignidad está empeñada: si esta huelga se pierde será por nuestro indiferentismo, por nuestra falta de energía, por nuestra imbecilidad, por nuestra estupidez. Tened presente que si esto sucede, los patrones se ensañarán como carnívoras fieras en nosotros y el poco respeto que aún se nos guarda en los talleres, se convertirá en sarcástico escarnio de nuestra cobardía. Compañeros: arrollemos a esas falsas comisiones que también saben acomodarse con nuestros explotadores, su denigrante proceder nos dará derecho a ello. ¡A la huelga! ¡Abandonad el taller los que todavía concurrís al trabajo y la victoria es nuestra! ¡Vivan las ocho horas! ¡Abajo el trabajo a destajo! ¡Viva la huelga! Compañeros: se os invita a la gran reunión que tendrá lugar el domingo 13 de septiembre, a las 2 de la tarde, en el jardín “Colonia Italiana” antes “Nogantino”, Cuyo 1526. Las Comisiones de Huelga
Fuente: Ricardo Falcón, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Biblioteca Política Argentina, nº153, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986.
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LA FIESTA DEL PROLETARIADO POR LEOPOLDO LUGONES
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a Canalla tiene sus días domingos. He aquí uno. Estamos ya tan distantes de la religión vieja, que hemos debido crearnos nuevos días de fiesta. No tenemos campanas para inaugurar estos días, ni flores para adornarlos, ni música para festejarlos. No hay día más triste que el domingo de un pueblo esclavo. Sin embargo, hay algo de inmensamente hermoso en este día de los oprimidos: la Esperanza. Harapientos, encallecidos, usados, extenuados, remendados, enfermos, parecemos un montón de jaulas des vencijadas, y que dentro de cada una hubiera un león. ¡Gran goce para el león es ver que está desvencijándose su jaula! ¡La Esperanza! He aquí nuestra Pascua de Resurrección. Cada uno de nosotros sabe que es depositario de una partícula de aurora. Sabe que de su miseria emerge como un árbol amenazador la Reivindicación. Sabe que algo le duele, y quiere que no le duela. Sabe que la fuerza de una cadena se mide por el grado de resignación de la víctima que la aguanta. Y bien: es por esto que va a haber Revolución. Nosotros, que sufrimos del dolor de la servidumbre, hemos proclamado la Libertad. ¡Queremos derribar nuestra cárcel, toda! Queremos que desaparezca el orden social que es nuestra cárcel. Y nuestra aspiración va desde el granero a la academia. Nuestra protesta no es pura cuestión de panadería, no es sólo un grupo de hambrientos. Es el clamor de protesta contra todas las
La Montaña es un periódico de intelectuales y universitarios socialistas que aparece el 1º de abril de 1897, dirigido y redactado por José Ingenieros y Leopoldo Lugones.
esclavitudes, es una apertura de horizontes para todas las esperanzas. Estar desnudo no significa siempre estar desvestido. ¡Nosotros lo que no queremos es estar desnudos! Gran cuestión, sin duda, la econó mica, base de todo el movimiento social. Protestamos de la tiranía económica, protestamos, pero quedan otras tiranías. Y protestamos también contra esas tiranías. Por eso es hoy más que nunca grande la protesta contra los amos y los serviles, hecha solamente por los servidores: como quien dice el Porvenir llamando a juicio al Pasado. Protestamos de todo el orden social existente: de la República, que es el Paraíso de los mediocres y de los serviles; de la Religión que ahorca las almas para pacificarlas (¡y cuán pacíficas se quedan en efecto: no se mueven más!); del Ejército que es una cueva de esclavitud donde vale más el hoci co que la boca, y donde está permitido ser asesino y ladrón, a trueque de convertirse en imbécil; de la Patria, supremamente falsa y mala, porque es hija legítima del militarismo; del Estado que es la maquinaria de tortura bajo cuya presión debemos moldearnos como las fichas de una casa de juego; de la Familia que es el poste de la esclavitud de la mujer y la fuente inagotable de la prostitución. Contra todas esas mayúsculas del convencionalismo social, contra todas esas cadenas protestamos nosotros que somos los encadenados. Y esa es la verdadera significación del movimiento que en este día se hace sentir a la faz de todos los pueblos; no tan sólo la jor-
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Fuente: Leopoldo Lugones, “La fiesta del proletariado”, La Montaña, Periódico Socialista Revolucionario, n° 3, 1897, edición facsimilar, Bernal, Universidad de Quilmes, 1996.
Museo Nacional de Bellas Artes
nada reivindicatoria del trabajo sino el grito de guerra de los oprimidos; no solamente la queja de los dolientes, sino la amenaza de los fuertes; no ya el razonamiento pacífico de los peticionantes, sino el reclamo imperioso de los enemigos; no ya la demostración de los elementos de labor sino la ostentación de los regimientos de la Reivindicación; no ya la lírica expresión de un canon de justicia, sino el programa máximo de la Revolución. Y por eso es como si la luz de una lámpara hubiera sido reemplazada por el Sol. Como si dentro del tubo de nuestra lámpara en vez de una mecha estuviera ardiendo ahora un astro. Hemos guardado la mecha. La mecha ha de servir para otras cosas. Estamos, pues, en el día domingo de la Canalla. Y la demostración de que la Cosa se acerca, es que los otros no saben en qué día están: creen estar en el día primero de mayo de 1897.
Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, presentada en 1894 en el segundo Salón del Ateneo en Buenos Aires.
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El 1° de julio de 1896 se suicida en Buenos Aires Leandro N. Alem, dejando una carta “para publicar” a sus colaboradores, en la que atribuía su acción a la traición de su partido: su testamento político.
He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble! He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña… ¡y la montaña me aplastó! He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir de un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado… ¡y para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir! ¡Entrego decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre, el resto de mi vida! Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha en general, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar. Ahí están mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo el que me dicta estas palabras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado en un solemne recogimiento. Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente. En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción en bien de la patria. Esta es mi idea, este es mi sentimiento, esta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso, y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales. ¡Adelante los que quedan! ¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores! ¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!
Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 219.
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1901 - 1902 Los primeros años del siglo xx son de intensa agitación proletaria, con huelgas que se multiplican en todos los gremios de la Argentina. Esta conflictividad acelera una idea que se venía macerando en distintos sectores del socialismo y del anarquismo: la de una central sindical que unifique y fortalezca la lucha de la clase obrera en su conjunto, idea que cobrará cuerpo hacia mayo de 1901 con la conformación de la FOA (Federación Obrera Argentina). Esta conflictividad también es percibida por los sectores dominantes con creciente preocupación. A pocos meses de transcurrir el segundo gobierno de J. A. Roca (1898-1904), la UIA, de reciente conformación, junto con sectores terratenientes, demandarán medidas más activas al gobierno para controlar la situación. Estas demandas son recogidas por el senador Miguel Cané, por cuya iniciativa se sanciona la ley Nº 4.144, conocida como Ley de Residencia. Esta ley habilitará al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo y será utilizada por sucesivos gobiernos argentinos para reprimir la organización sindical de los trabajadores, expulsando principalmente a anarquistas, socialistas y activistas obreros en general.
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I Congreso Obrero del 25 de mayo de 1901 En mayo de 1901 se funda la Federación Obrera Argentina (FOA), que nuclea a diversos gremios y sociedades obreras, en su mayoría anarquistas y socialistas. En su primer congreso establece una declaración donde sienta posición respecto de algunas cuestiones fundamentales que en ese momento son objeto de debate dentro de la clase trabajadora.
Principales acuerdos, declaraciones y resoluciones Descanso dominical El 1° Congreso Obrero Argentino declara que es preciso un día de descanso después de seis de trabajo y que le es igual que este descanso sea en domingo como en jueves o cualquier otro día. Arbitraje La FOA, afirmando la necesidad de esperar solamente de la solidaridad de los trabajadores la conquista integral de sus derechos, se reserva en algunos casos, el derecho de resolver los conflictos económicos entre el Capital y el Trabajo, en el juicio arbitral, aceptando sólo personas que presenten serias garantías de respeto para los intereses de la clase obrera. Legislación del trabajo El 1° Congreso declara que es necesario promover una enérgica agitación para obtener que los patrones sean responsables en los accidentes del trabajo: la prohibición del trabajo a las mujeres en lo que pueda constituir un peligro para la maternidad o un ataque a la moral; la prohibición del trabajo en los menores de 11 años. Considerando el Congreso que la ley es siempre adoptada en favor de los capitalistas y la pueden eludir, resuelve que los obreros deben esperar todo de su conciencia y unión, rechazando el recurrir a los poderes públicos para obtener cualquier mejora. Huelga general La Federación Obrera Argentina, reconociendo que la huelga general debe ser la base suprema de la lucha económica entre el Capital y el Trabajo, afirma la necesidad de propagar entre los trabajadores la idea que la abstención general del trabajo es el desafío a la burguesía imperante, cuando se demuestra la oportunidad de promoverla con probabilidades de éxito.
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1° de Mayo La FOA proclama la abstención general de los trabajadores en el 1° de Mayo como alta protesta contra la explotación capitalista y afirmación solemne de las reivindicaciones del proletariado. Al clausurarse, declara: El 1° Congreso Obrero celebrado en la República Argentina al clausurar sus sesiones, saluda al proletariado universal que lucha por su emancipación, se solidariza con sus esfuerzos y hace votos por la redención del género humano por medio de la Revolución Social.
Fuente: Edgardo J. Bilsky, La F.O.R.A. y el movimiento obrero, 1900-1910, tomo II, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985, pp. 191-194.
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Huelga general de 1902 Declaración del Partido Socialista Argentino mediante su principal órgano de difusión, el periódico La Vanguardia, donde se explica la postura partidaria frente a una huelga lanzada en noviembre de ese año, primero por el gremio de peones de las Barracas y Mercado Central de Frutos y a la que luego se sumarán varios gremios más. Asimismo, dejan allí expresada su posición crítica frente a la recientemente sancionada Ley de Residencia.
La Vanguardia. Órgano central del Partido Socialista Argentino Buenos Aires, 29 de noviembre de 1902 El Partido Socialista Argentino ha resuelto dirigir la palabra al pueblo para explicar el origen y naturaleza de la reciente huelga y la actitud que ha asumido en presencia de la misma. El punto de partida del movimiento huelguista lo constituyeron las justísimas reclamaciones de un gremio modesto y laborioso que con su actividad está vinculado a una de las fuentes económicas más ricas del país. Ese gremio es el de peones de las barracas y Mercado Central de Frutos que desde hace más de un año viene luchando para mejorar las condiciones tristísimas e inhumanas en que se encuentra. En efecto: hasta fines del año pasado la situación de este gremio no podía ser más deplorable: trabajaban más de 14 horas diarias en faenas pesadísimas y ganaban un salario insuficiente. Gracias a la iniciativa y ayuda de algunos compañeros del Centro Socialista de Barracas al Sur, pudo reunirse a los trabajadores de este gremio en una sociedad de resistencia, la cual, apenas constituida, obtuvo el primer triunfo, consiguiendo para sus asociados una reducción de las horas de trabajo y un ligero aumento del salario. Estas ventajas, reclamadas en un momento oportuno y obtenidas gracias a la unión de estos obreros, fueron bien pronto mermadas por la avaricia ilimitada y la inconsecuencia de los patrones. Por esta razón la joven y poderosa sociedad vióse obligada a iniciar de nuevo algunas gestiones, y al efecto, en el mes de octubre del corriente año, dirigió una nota a la Cámara Mercantil para que por su intermedio comunicara a los propietarios de Barracas, Mercado Central de Frutos, Exportadores, etc., las siguientes mejoras que solicitaba para los trabajadores del gremio: 1º Abolición del trabajo por un tanto y a destajo. 2° Cuatro pesos diarios como mínimum para los peones del Mercado y las Barracas. 3° Nueve horas de trabajo diario. 4º Dos pesos y medio de salario diario para los menores de quince años. 5° Reconocimiento de la sociedad por los patrones.
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Estas proposiciones aparecen con una justicia evidente para todo aquel que quiera meditarlas serenamente. Una jornada de nueve horas de un trabajo tan pesado como es el que realizan estos hombres, representa como gasto de energía muscular más de 16 horas de trabajo de otros gremios. El jornal de 4 pesos con el que hacen tantos aspavientos los señores exportadores y consignatarios, representa bien poca cosa cuando sólo se le gana en ciertas épocas del año. Las proposiciones hechas por la Sociedad Trabajadores de las Barracas y Mercado Central de Frutos a los patrones, no sólo no fueron atendidas sino que esos señores se negaron terminantemente a entrar en negociaciones con la Sociedad. Semejante conducta obligó a los obreros a tomar una medida extrema y el domingo 16 del corriente, reunidos en asamblea, resolvieron abandonar el trabajo con la intención de no reanudarlo hasta tanto los patrones atendieran y otorgaran las mejoras solicitadas. Como se ve, la huelga de los barraqueros estaba determinada por causas justísimas, y una vez declarada contó con la simpatía de todos los gremios y de la opinión pública, y habría triunfado completamente si el Gobierno, con su actitud improcedente y parcialísima, no hubiera pretendido ahogarla suministrando a los patrones peonada y tropa del Estado, para reemplazar a los obreros en huelga. Para contrarrestar la acción del Gobierno, dos gremios afines a los barraqueros resolvieron declararse en huelga. Esos gremios fueron el de estibadores y el de carreros, sin cuya actividad resultaba completamente inútil el apoyo que el Gobierno había prestado al capital para hacer fracasar la huelga de los barraqueros. La huelga de los estibadores y carreros fue un acto inteligente de verdadera solidaridad práctica, que mereció la aprobación y la simpatía de todos aquellos que se interesan por el movimiento obrero, y este acto de inteligente solidaridad habría asegurado el triunfo de los barraqueros, si nuevas causas de perturbación y de desquicio no hubieran venido a desbaratar todo el movimiento. Por una parte, en las esferas del Gobierno, arreciaban los rumores que atribuían al Poder Ejecutivo la intención de sancionar una ley de residencia, decretar el estado de sitio y adoptar otras medidas igualmente bárbaras y absurdas. Estos rumores, muy fundados como se verá después, tuvieron la virtud de exasperar enormemente los ánimos y de agravar la situación. Por otra parte, las federaciones Obrera Argentina, de Estibadores y de Rodados, creyendo que iban a poner al Gobierno en la necesidad de renunciar a los proyectos bárbaros que acariaba, lanzaron, con fecha 20 de noviembre, un enérgico manifiesto incitando a la huelga general. En presencia de estos sucesos, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista resolvió intervenir en el asunto a fin de obtener que tanto el Gobierno como las federaciones obreras mencionadas abandonaran el camino extraviado en que se habían colocado. Para este efecto, en su sesión del 22 de noviembre, nombró una comisión, compuesta de los compañeros Eneas Arienti, Francisco Cúneo y Celindo Castro, para que se apersonara al presidente de la república y le hiciera presente lo que sigue:
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1901 - 1902 1º Necesidad de que el Gobierno desautorice los rumores que han circulado atribuyéndole el propósito de dictar una ley de residencia y decretar el estado de sitio; rumores que han exasperado el ánimo de los trabajadores, impulsándolos a generalizar el movimiento huelguista. 2º Necesidad de que el Gobierno retire las tropas que ha puesto en reemplazo de los huelguistas, a fin de que el conflicto surgido sea resuelto exclusivamente por patrones y obreros. 3º Necesidad de que el Gobierno se penetre de la justicia que asiste a los cargadores de frutos en sus reclamaciones y que comprenda que la huelga de los estibadores y conductores de carros responde al propósito de asegurar el éxito de dichas reclamaciones. Esta resolución fue tomada en la tarde del 22, y antes de que la comisión pudiera apersonarse al presidente de la república, el Congreso sancionó, a las 12 de la noche de ese mismo día, la ley sobre residencia. A pesar de esto, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista insistió en el propósito de entrevistar al presidente, pensando que la palabra autorizada y sincera de esa comisión había de influir favorablemente en la marcha de los acontecimientos. El Comité Ejecutivo del Partido Socialista participaba de la indignación que había causado en la clase trabajadora la actitud parcialísima del Gobierno y la sanción de esa infame ley de residencia. El Comité Ejecutivo consideraba indispensable que la clase trabajadora realizara un acto, esencialmente político, para protestar y obtener la derogación de la mencionada ley. Pero el Comité Ejecutivo del Partido Socialista no podía, ni debía estimular, ni apoyar una huelga general que se hacía estallar para asustar al Gobierno, y que se mantenía después que el Gobierno había sancionado la ley de residencia. Si el Gobierno había cometido la brutalidad de sancionar esa infame ley cuando la huelga general se había iniciado, era lógico suponer que ese mismo Gobierno no la revocaría y que aplastaría brutalmente el movimiento, con toda la fuerza de que dispone aún la burguesía imperante. Los compañeros que componían la comisión emplearon todo el día del domingo 22 en hacer viajes repetidos a la casa del presidente, y a pesar de haberle dejado una tarjeta en la mañana de ese mismo día solicitando una entrevista, no pudieron obtenerla. En vista de esto, el Comité Ejecutivo tuvo que renunciar al propósito de influir sobre el Gobierno y resolvió definir claramente su actitud, cosa que hizo, publicando en los diarios de la mañana del lunes 24, las siguientes declaraciones: 1º El Partido Socialista apoyará moral y materialmente la huelga de los peones del Mercado Central de Frutos por considerarla justísima y oportuna, y apoyará también la huelga que para asegurar el éxito de la de los primeros han declarado los estibadores y los conductores de carros. 2º Protestar contra la conducta del Gobierno, que en lugar de observar una actitud prescindente pretende reemplazar a los obreros en huelga con soldados y marineros. 3º Deplora la actitud asumida por algunos gremios al declararse en huelga por simple espíritu de solidaridad hacia los barraqueros, estibadores y carreros, actitud que fue determinada por la propaganda anarquista y que es contraproducente, por cuanto
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la mejor manera de sostener la huelga de los gremios mencionados y cooperar a su triunfo, sería la de que los gremios restantes continuasen trabajando para entregar a los huelguistas una parte de sus salarios. 4º Deplora la actitud descomedida del presidente de la república, quien se ha negado a recibir una delegación de este comité, que debía hacerle conocer las verdaderas causas del movimiento huelguista y los medios de solucionarlo. 5º Condenar enérgicamente la ley de residencia sancionada por el Congreso argentino con inusitada celeridad e inspirada únicamente en el propósito de aniquilar el movimiento obrero en la Argentina, por cuya razón organizará una manifestación de protesta contra dicha ley, que tendrá lugar el martes 25 del corriente. 6º Lanzará un manifiesto explicando al pueblo lo que hay de verdad en el actual movimiento huelguista y la actitud observada por el Partido Socialista Argentino. En presencia de la ley de residencia, el Partido Socialista vio aparecer su más terrible enemigo, porque si bien es cierto que esa ley parece haber sido sancionada bajo la presión de elementos turbulentos, no es menos cierto que ella tendrá su mejor aplicación en los agentes inteligentes y eficaces del movimiento obrero argentino. La ley de residencia no es un freno provisorio para sofocar los ímpetus desordenados e intermitentes de los fanáticos de la violencia; es un torniquete definitivamente incorporado al bagaje opresivo del Gobierno, para aniquilar la obra eficaz, la única que socava los cimientos de la burguesía y realiza la revolución insensible del proletariado, la obra consciente, razonada, fruto de la inteligencia y exenta de las reacciones tumultuosas de un sentimiento mal dirigido. Y es por esta razón que el Partido Socialista se apresuró a organizar la protesta que exigía una ley semejante, y al efecto se dirigió al Comité de la Federación Obrera Argentina y al Comité de Propaganda Gremial, invitándolos a organizar una grandiosa manifestación en contra de la mencionada ley; he aquí la nota dirigida al Comité de la Federación Obrera Argentina: Buenos Aires, noviembre 23 de 1902. Al Comité de la Federación Obrera Argentina Compañeros: la ley que acaba de sancionar el Congreso Argentino es un golpe mortal dado a la organización obrera de este país. En presencia de este enorme peligro para la causa de los trabajadores, es necesario que todas las fuerzas obreras se aúnen en el propósito común de realizar una formidable manifestación de protesta contra esa ley infame que no tiene precedentes en ningún país de la Tierra. En frente del peligro común, tenemos que deponer todos los antagonismos para salvar a nuestros propagandistas extranjeros –que son los más numerosos– de una persecución que se inicia para aniquilar la obra que nos ha costado tantos esfuerzos y sacrificios. En consecuencia, hemos resuelto organizar una grandiosa manifestación de protesta contra la mencionada ley, que se realizará el martes 25 del corriente, a la hora que se publicará oportunamente. Pedimos a ese Comité que se sirva designar un MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902 compañero para que haga uso de la palabra en el acto mencionado y le pedimos también que nos acompañe a hacer la mayor propaganda para que en ese día todos los obreros de Buenos Aires, sin excepción, abandonen el trabajo y asistan a esa manifestación indicada. Con esta fecha enviamos al Comité de Propaganda Gremial pidiéndole su concurso en el mismo sentido. Os pedimos una resolución y respuesta rápida, pues de la celeridad con que procedamos depende en gran parte el éxito de la manifestación. Os saludamos cordialmente. Por el C. E. del Partido Socialista Argentino. N. Repetto, Secretario General (…) ***** El estado de sitio y el Partido Socialista La situación de fuerza creada por el Gobierno no alcanza a ahogar la protesta que se levanta del fondo de nuestros pechos. Si el Gobierno pretende sofocar nuestra voz y atar nuestras manos con esa brutal imposición de la fuerza que se llama estado de sitio, nosotros encontramos aliento suficiente para lanzar al rostro del Gobierno un puñado de verdades que, como angustioso nudo, aprietan nuestra garganta. No es posible callar cuando se pretende amordazarnos de una manera tan brutal e injusta. La protesta airada surge espontánea y la idea se afianza, porque se retemplan los espíritus que la sustentan y defienden. En medio del espantoso caos de los últimos días, creado por la actitud inepta del Gobierno y la fantasía revolucionaria de los anarquistas, se destacó la actitud serena, resuelta y sensata del Partido Socialista Argentino. Al febril y atropellado desconcierto del Gobierno, a la calentura roja de los fanáticos de la violencia, el Partido Socialista supo aplicar una oportuna ducha de buen sentido. Y si la ducha no surtió todo el efecto que de ella se esperaba, en cambio el Partido Socialista conquistó numerosas simpatías al revelarse como partido de pensamiento, de orden y de progreso. La ley de residencia y el estado de sitio no fueron sancionados con el propósito exclusivo ni principal de imponer silencio a los vocingleros de la turbulencia anárquica. Esas leyes fueron calculadas para impedir la realización de dos actos importantísimos, que significaban la incorporación definitiva del Partido Socialista a las luchas comunales y el triunfo de las reivindicaciones de los trabajadores agrícolas. Las acciones desordenadas, inconscientes y tumultuosas de los obreros pueden ocasionar algunas molestias al Gobierno, pero este no se alarma por ellas porque puede siempre aniquilarlas con toda facilidad. El Gobierno se alarma cuando ve venir hacia él a los trabajadores en actitud pacífica, conscientes de sus derechos y capaces de ejercitarlos, provistos de esa eficacísima arma legal que se llama voto.
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Las manifestaciones turbulentas de los obreros se sofocan con la fuerza de las armas, y no cuentan con la simpatía de la opinión. En cambio, el ejercicio ordenado y metódico del sufragio es una práctica que inspira a los gobiernos respeto creciente y que es generalmente considerada como una de las conquistas más fecundas y honrosas de la democracia. El Partido Socialista Argentino se aprestaba a hacer su debut en las elecciones municipales que tendrán lugar en la provincia de Buenos Aires el domingo 30 del corriente. Los centros socialistas de San Nicolás y Baradero habían preparado sus elementos con la anticipación debida, y era tan sustancial su programa y tan recomendables sus candidatos, que los más pesimistas se veían obligados a pronosticar un triunfo parcial. El estado de sitio ha venido a desbaratar completamente los trabajos de nuestros compañeros de Baradero y San Nicolás, por lo que se verán obligados a abandonar el campo a los burgueses de las respectivas localidades. El comisario de Baradero aprovechó la coyuntura que le ofrecía el estado de sitio para arrestar a diez de nuestros compañeros más activos y para clausurar el Centro Cosmopolita de Trabajadores. En estas condiciones los compañeros de Baradero no podrán presentarse a las elecciones y si lo hacen será con pocas probabilidades de triunfo. Los compañeros de San Nicolás no han sido tan maltratados como los de Baradero, pero como ya han sido notificados de que si se presentan a las elecciones les meterán balas es probable que los caciques nicoleños quieran ahorrarse esta última molestia encarcelando preventivamente a nuestros compañeros. Para eso tienen los comisarios de campaña el estado de sitio. Otra de las obras que se aprestaba a llevar a cabo el Partido Socialista Argentino era la de realizar una agitación entre los trabajadores agrícolas en la época que precede a la cosecha. Esta agitación debía tener por objeto divulgar entre los trabajadores del campo las resoluciones tomadas en el Congreso de trabajadores del campo que se realizó en Pergamino a mediados del corriente año. Según esas resoluciones, los trabajadores agrícolas, y especialmente los de las trilladoras, debían ponerse de acuerdo para exigir de los patrones o empresarios una serie de mejoras relativas a los salarios, condiciones de trabajo, alimentación, trato, etc. El estado de sitio viene también a desbaratar este proyecto, que había sido de fácil realización y de excelentes resultados. ¿Quién se atreve a salir al campo para dar conferencias, si la libertad y la vida están a la merced de los señores comisarios? ¿Dónde y cómo pueden reunirse los trabajadores para cambiar y uniformar ideas respecto de las condiciones que han de presentar a sus patrones? Estamos convencidos de que muchos comisarios de campaña aprovecharán del estado de sitio para imponer a los trabajadores las condiciones que deseen los patrones. La falta de garantías constitucionales puede ser motivo de que algunos patrones impongan salarios risibles. ¡Qué caro vamos a pagar el descomunal bochinche que acaban de armar los anarquistas bonaerenses! Cuando se trataba de justificar ante el público la adopción de medidas tan extremas, como son la ley de residencia y el estado de sitio, el Gobierno hacía referencia a los elementos que desquiciaban a la clase trabajadora inculcándole ideas subversivas. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902 Pero cuando las leyes fueron sancionadas, el Gobierno se apresuró a aplicarlas con mayor ensañamiento, no a los elementos desjuiciados y subversivos, sino a los que minan realmente sus cimientos con la acción reflexiva, ordenada y creciente. Y vimos que las cárceles se abrían para infinidad de compañeros nuestros, cuya participación en los recientes sucesos había consistido en condenar franca y enérgicamente los excesos a que era conducido el pueblo, por la acción combinada de los anarquistas, del Gobierno y de la masa. Para que quede constancia de los primeros atropellos y abusos que se cometieron con nosotros, ahí va una lista que será, con el tiempo, un documento de esta época. Buenos Aires –Han sido arrestados los compañeros Cúneo, Montagnoli, López, Lemos y Ceriani, y la policía ha ordenado la captura de muchos más. Todos los centros socialistas han sido clausurados. Se ha prohibido la publicación de los periódicos socialistas La Vanguardia y La Luz y el local de este último ha sido saqueado. La Plata –Ha sido arrestado el compañero Alfredo J. Torcelli enviado a la capital federal con la nota de sujeto peligroso. Los compañeros Meyer González, Torcelli (C.), Bolano, Tetamanti y Arrascaeta tienen un vigilante a la puerta de sus respectivos domicilios. Ensenada –El martes fueron arrestados y enviados a la capital federal una treintena de estibadores, entre los que se encuentran los compañeros Marsullo, Muro y Saurelli. Rauch –El compañero Luis Boffi fue arrestado el lunes cuando terminaba una conferencia ante numeroso público. Fue trasladado a la capital federal, y en el cuartel de bomberos le sacaron las esposas que le habían colocado en Rauch. Baradero –Ocho compañeros, entre los que se encuentran Bosio, Solari y Alvarado fueron prendidos por el comisario Stagnaro y enviados a La Plata con esta infame nota para Solari: propagandista de Baradero, Zárate y Campana. Se ha clausurado el C.-C. de T. Rosario –Los compañeros Ballerini (C.), Leoni, Ciattino y Feeselman han tenido que tomar precauciones para no caer en las garras policiales. ¡Abajo el estado de… barbarie! La Vanguardia debe circular profusamente y para ello es necesario que los socialistas se interesen en distribuirla entre los amigos, los indiferentes y los adversarios, pudiendo obtener todos los compañeros ejemplares para propaganda. Es bueno que amigos y enemigos nos juzguen después de conocernos. Ese debe ser el lema.
Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, del 19 al 23 de noviembre de 1902.
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La Protesta Humana. Periódico anarquista Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902 Las huelgas y la autoridad El papel repugnante que están representando las autoridades de la provincia con motivo de las huelgas de Campana y Zárate pone de manifiesto una vez más la parcialidad con que proceden los agentes del Estado cuando los trabajadores, usando de su razón y de su derecho, se disponen a defender sus intereses por los únicos medios que la ley, hecha por y para la burguesía, les concede: la asociación y la huelga. Apenas iniciado el movimiento obrero en esas dos poblaciones, hemos visto enseguida a la autoridad arrastrarse a los pies de los capitalistas causantes del conflicto por su imbécil orgullo y su egoísmo, y proceder a la represión de los trabajadores sin informarse, ni saber, ni querer conocer si esos esclavos del trabajo son exigentes o justos al pedir se aumenten sus jornales con unos míseros centavos, o si sus explotadores son una recua de miserables que proceden como negreros al negarlos, no obstante haber amasado su fortuna colosal con sudor de pobres. La autoridad, cuya misión según dicen es proteger al débil y garantizar el derecho de todos, la vemos una vez más en esta clase de conflictos concurrir con sus fusiles a sostener a los fuertes y poderosos contra las reclamaciones siempre cortas de los débiles y oprimidos. Lo que sucede en Zárate y Campana es inaudito y vergonzoso para un país libre. Han pensado los obreros pedir algo de lo mucho que diariamente se les roba, se han puesto en huelga para conseguirlo, y la autoridad, lejos de indagar de qué parte estaba la razón y la justicia, se ha puesto enseguida al lado del capital, y de golpe y porrazo llenado de fuerza armada ambas poblaciones, pronta a terminar hasta con el último de esos obreros que cometen el horrendo delito de pensar en no morirse de hambre y de fatiga. Y eso lo que parece se ha propuesto conseguir el Gobierno con sus factores de fuerza ya que no pueden conseguirlo las empresas explotadoras del frigorífico y de la fábrica de papel. ¿Pero es que acaso el obrero trabajando, produciendo para enriquecer a esas empresas de bandidos de guante blanco tiene la obligación de morirse de hambre? ¿Es que el obrero no tiene derecho a exigir a cambio de la fuerza muscular que vende junto con su sangre y su vida el precio que le da la gana? ¿Acaso esos obreros huelguistas de Zárate y Campana no tienen razón de exigir a las empresas de negreros a las cuales enriquecen, que su mísero sueldo sea aumentado en una miseria más? No la tienen para los capitalistas y no deben tenerla para el Gobierno que asocia su fuerza a la del capital y se presenta como una potencia invencible contra la débil organización de los obreros. Pero estos deben indicar a ambos enemigos que sí la tienen, y que si hoy se les desatiende, que si a sus humildes peticiones se contesta con la befa y el escarnio, y que si a sus demostraciones pacíficas se les responde con la violación de sus derechos, con el atropello y los fusiles, ellos, los trabajadores, deben demostrar que, si no hoy, mañana, poseerán elementos suficientes para hacer entrar en razón a capitalistas y gobernantes. Si los capitalistas desoyen las peticiones, por justas que sean, si la autoridad cierra los centros obreros, si disuelve las organizaciones por medio de sus esbirros, si manda MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902 sus escuadrones contra las manifestaciones pacíficas y si la huelga y el boicot y todos los medios pacíficos y legales fracasan hundidos por la arbitrariedad, los trabajadores harán saber que todo eso no les asusta puesto que poseen un medio de lucha para vencer a la burguesía superior a todos los nombrados y este es: la huelga general. Desde Campana 12 de noviembre. Compañeros de La Protesta Humana: Aquí la policía sigue cometiendo abusos. Llevaron varios compañeros presos por el único delito de pasear por la calle. Pararse en una esquina dos o tres obreros es causa de amenazas y atropellos. Los esbirros armados hasta los dientes ostentan insolentemente su fuerza. Anoche llegaron 25 soldados que se dice van a trabajar al frigorífico. Mejor; ¡ya verán lo que son estos explotadores de pobres que vienen a defender! A la Sociedad de Estibadores le robaron la bandera que tenía izada, un sargento y varios bandidos a sus órdenes. Posible es que se les condecore. Reina solidaridad inmensa entre los obreros, que se hallan exasperados por tanta brutalidad como aquí impera. Anoche hubo reunión en el Centro Obrero de Zárate, asistiendo a ella más de quinientas personas entre hombres y mujeres. Hablaron los compañeros Troitiño y Garfagnini de la Federación Obrera, y la compañera Virginia Bolten de Rosario. El mayor entusiasmo embargaba los corazones. Todos los gremios, inclusive la fábrica de papel, están allí en huelga, menos el frigorífico. Para vergüenza de nuestros explotadores voy a hacer públicos estos datos: En la fábrica de papel trabajan más de 70 muchachas menores de 15 años que ganan 50 centavos diarios por 10 horas y media de trabajo. En la clasificación del papel que mandan de esa extraído de las basuras, se emplean criaturas de corta edad, y se les retribuye con el espléndido sueldo de 35 centavos cada día. Esta labor es sucia, repugnante y antihigiénica. El total de los obreros de la fábrica es de 350 personas, de las cuales 150 son mujeres. Piden las 8 horas. Hay escuadrillas de adultos que trabajan alternativamente 6 horas, con otras tantas de descanso día y noche. Ya veis cómo se enriquecen nuestros amos. No se dirá que nos quejamos de vicio. En Campana, el foco de la huelga es el frigorífico, donde se ocupan unos 700 obreros que ganan de 2 a 3 pesos por día. Piden 50 centavos de aumento. ¡La ruina de la compañía! Hoy lanzamos un manifiesto denunciando los abusos de que somos víctimas y pidiendo a todos los trabajadores unión y solidaridad. Poco podremos o triunfaremos. Vuestro y de la R.S.
Fuente: La Protesta Humana, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902.
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EL SENADO DE LA NACIÓN DEBATE LA LEY DE RESIDENCIA
Intervención del senador Pérez Se trata de una ley eminentemente política, de una ley de excepción y de prevención, destinada a evitar que ciertos elemen tos extraños vengan a turbar el orden público, a comprometer la seguridad nacional; y digo que es una ley eminentemente política, porque no puede ser de otra manera, desde que se trata de tomar medidas ejecutivas, de carácter policial, para salvar la tranqui lidad social, comprometida por movimientos esencialmente subversivos; que no son los movimientos tranquilos del obrero trabajador, ni del extranjero honrado, que buscan en la huelga el medio de satisfacer justos anhelos; sino agitaciones violentas, excesos y perturbaciones producidas por determinados individuos que viven dentro de la masa trabajadora para explotarla, abusando así de la hospitalidad generosa que les brinda este país, donde el extranjero goza de tantas franquicias y disfruta de tanta libertad. No se trata de dictar una ley contra las huelgas, cosa que jamás habría pasado por
En la mañana del 22 de noviembre de 1902, el presidente Julio Argentino Roca envía al Senado el proyecto de Ley de Residencia, el cual es aprobado en menos de dos horas en sesión extraordinaria, y esa misma noche, el Poder Ejecutivo sanciona la ley. Estos son los tramos de algunas intervenciones en aquel debate. La primera, del senador por la provincia de Jujuy Domingo Pérez, en su calidad de miembro informante de la Comisión de Negocios Constitucionales; la segunda, del senador por Corrientes Manuel F. Mantilla.
mi mente proponer, porque ellas pueden ser saludables para resolver en un momento dado, en circunstancias especiales, esos graves problemas sociales, que se traducen en esa lucha entre el capital y el trabajo; se trata de evitar los abusos, de prevenir hechos criminales que se producen a la sombra de la huelga; se trata de salvar a la sociedad de esos estallidos anárquicos que comprometen tan graves intereses en un país debidamente constituido. Entonces, es natural que el Poder Ejecutivo esté armado de esta ley de defensa para conjurar esos peligros, asegurando en todo tiempo la tranquilidad y el bienestar de la comunidad. Todas las naciones, señor Presidente, están armadas de esta facultad; y los países, como Norteamérica, que tienen instituciones análogas a las nuestras, y que son un modelo de libertad, se han pronunciado ya por el órgano de sus poderes judiciales en el sentido de establecer la doctrina, de que esta facultad debe ser privativa y debe ser ejercitada por el Poder Ejecutivo.
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1901 - 1902 Conferirla al Poder Judicial, cuyos procedimientos lentos, cuyas tramitaciones morosas, pueden hacer ineficaz la acción de esta ley, sería simplemente buscar un remedio muy tardío para curar un mal que es necesario atacar rápidamente. Las circunstancias son graves; todos los señores senadores conocen lo que pasa en este momento en la Capital, lo que amenaza suceder en el resto de la República. Este movimiento de huelga, sin duda promovido por agitadores que explotan la buena fe de los gremios trabajadores, tiende a tomar proporciones tan graves, señor Presidente, que puede llegar a comprometer todas las ma nifestaciones de la vida comercial, industrial y económica de la Nación. El comercio está sufriendo serios inconvenientes con esta huel ga; la cosecha misma, señor Presidente, que representa la riqueza nacional, que tantas esperanzas despierta para mejorar nuestro estado financiero; la misma renta de aduana comprometida; todo, todo esto está amenazado, señor Presidente. ¿Por qué? ¿Porque el elemento obrero, el obrero honesto y trabajador, conscientemente se levanta para impedir todo tráfico, para impedir que se haga la cosecha, para evitar por medios violentos que trabaje el que quiere trabajar? No, señor Presidente; es porque hay, en el seno de ese elemento sano y útil, explotadores que viven de esta agitación; porque hay verdaderos empresarios de huelgas. Y es preciso decirlo bien alto –lo digo sin miedo– que viven de esta industria criminal, ocupados en impulsar estas oleadas de hombres a excesos que son la negación del derecho y de la libertad que invocan para proceder así. Agrupaciones de hombres que las más de las veces ceden a las amenazas con que se les intimida.
Intervención del senador Mantilla De improviso no es posible hablar con suficiencia completa, con el acopio de conocimientos y la madurez de juicio que han menester problemas de la naturaleza de los comprendidos en el proyecto. La ley belga sobre expulsión de extranjeros, de las últimas y mejores dadas en Europa, fue discutida, me parece, cerca de un mes; concurriendo a los debates lo más granado del Parlamento y oyóse en él, y también fuera de él, el máximum –si es permitido decir– de la sabiduría de los hombres de Estado de aquel país. Nosotros tratamos este proyecto sobre tablas, improvisando; la misma Comisión que le despacha declara espontáneamente que no está habilitada para informar con la extensión y madurez que habría deseado. Es natural, pues, mi situación desventajosa para exponer con amplitud mi tesis. El momento no es propicio a una cuestión tan grave como la promovida. Las medidas de excepción, las leyes de esta índole, deben ser estudiadas con espíritu absolutamente sereno y no tratadas y despachadas a la ligera, bajo la presión de circunstancias intranquilas y violentas, que la mayor parte de las veces perturban la serenidad indispensable del juicio y precipitan al error. (…) La Comisión de Negocios Constitucionales, se me antoja, impelida por una situación transitoria, que declara grave, encuentra ahora hacedero y fácil lo que antes le pareciera difícil y comprometedor, puesto que se pronuncia, con ligeras variaciones, por el proyecto del señor senador Cané; el Gobierno, a su vez, desestima de hecho su proyecto y ampara el que antes desaprobó. Aquellos antecedentes demuestran la gravedad de la cuestión planteada y evidencian que mi juicio sobre la manera de estudiarla es el mismo prudente de antes de la Comisión
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de Negocios Constitucionales y del Gobierno. Correspondería, pues, según ellos, no precipitarnos a improvisar. Pero, no es esta la opinión del Senado, y me someto a ella. Esta es una ley política de excepción –nos decía el señor senador miembro informante. ¿Por qué ley de excepción, la que debe ser permanente y normal? Sobre todo, ¿por qué ley política? El mismo señor senador agregaba: porque es de defensa contra un peligro público, que consiste en la acción de empresarios de huelgas, perturbadores de la tranquilidad de los trabajadores. Me explico y acepto el propósito de sancionar una ley de defensa pública, de defensa social, de naturaleza permanente, que consulte los intereses generales de la Nación y se armonice con los miliarios puestos en nuestra Constitución para que esta sea realmente efectiva en sus grandes fines; pero no comprendo, no es posible, una ley política de excepción sobre los extranjeros. Reconozco que el derecho de expulsar a los extranjeros deriva de la soberanía nacional; que el ejercicio de él debe responder a la selección de los elementos extraños; que el Congreso tiene atri buciones para hacer efectivo dicho derecho en defensa del orden público o del orden social, procediendo contra los perturbadores de ellos. Pero de estos principios no surge, no es lógico deducir, que tengamos que otorgar al Poder Ejecutivo las facultades extraordinarias consignadas en el proyecto, que son de las expresamente prohibidas por la Constitución. Esa concesión no se hará jamás con el voto consciente de este senador por Corrientes. No ha menester el Poder Ejecutivo de una ley agraviante para defender a la sociedad, para mantener el orden público. Si la conmoción perturbadora que ha esbozado el señor senador por Jujuy se parece en los hechos a alguno de los cuadros de la Divina Comedia,
venga el Gobierno con el pedido del estado de sitio, que es procedimiento constitucional de defensa, seguro de que será atendido. La ley no producirá la desaparición de las huelgas, que alarman, porque, según lo ha manifestado el señor miembro informante, no se da contra ellas. No es, pues, necesaria hoy; no responde, pues, a la defensa social ahora requerida. Como ley de defensa permanente, para todos los tiempos, el proyecto choca con los principios, libertades, garantías y derechos establecidos por la Constitución, al amparo de los cuales está abierta la República a todos los hombres de la Tierra. (…) Entiendo que el Gobierno y los tribunales, la policía sola disponen de medios suficientes para contener las irregularidades del día. Más facultades al primero, y estas hirientes al mecanismo de nuestras instituciones, extraordinarias, me parece innecesario, inconstitucional y peligroso. Nuestro Poder Ejecutivo, como todos los de Sudamérica, posee atribuciones y facultades mayores que el Presidente de Francia y el Rey de Inglaterra; las extralimitaciones (de toda la vida) las aumentan. El contrapeso de ellas es la división de los poderes del Estado. Esta barrera caerá ahora entregando al departamento judiciario, y él será omnipotente. Más tarde nos arrepentiremos de haber violentado tan profundamente nuestro equilibrado régimen político. Yo no tengo miedo a los extravíos de la libertad, porque los beneficios de ella son siempre grandes y reparadores; pero, sí, recelo constantemente de los abusos del poder, sobre todo en Sudamérica, donde hay inclinación al poco respeto de la ley. La previsión de los constituyentes argentinos amparó bien a la libertad poniendo muy lejos del Poder Ejecutivo la aplicación de las leyes por mano de la justicia. Cuando veo que esto se olvida, me alarmo y resisto.
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1901 - 1902 No pesa en mi espíritu la circunstancia o antecedente de que las facultades conferidas por el proyecto al Poder Ejecutivo están concedidas a los de la misma naturaleza en los países europeos; porque las condiciones políticas y sociales de la Europa son completamente diversas de las nuestras. En esta materia, lo regular en Francia, en Italia, en Alemania, no lo es en la República Argentina. (…) Las leyes sobre expulsión de extranjeros, que responden a un estado político y legal distinto del nuestro, no son aplicables aquí donde los extranjeros y los argentinos tienen garantías, derechos y tribunales iguales, de los que constitucionalmente no pueden ser privados los primeros. (…) Con lo dicho y cuanto pudiera agregar, no defiendo a los extranjeros bandidos a quienes se refería el señor senador. Tomo la denominación extranjero en abstracto o general, y digo: el que ha venido a la República Argentina atraído por la Constitución, bajo el amparo de las garantías que ella acuerda, y está sometido a las leyes comunes que protegen a los habitantes, tiene derecho indiscutible para no ser entregado al capricho del Poder Ejecutivo, por medio de una ley política de excepción.
El extranjero culpable, el perturbador del orden público pertenece a la justicia como el argentino de la misma condición. ¿Por qué quitárselo y entregarlo al Gobierno, para un castigo, cuando el último “no puede ejercer funciones judiciales”? Vamos rápidamente olvidando la seriedad de los contrapesos de los poderes, la separación sabia de sus funciones propias, y caminamos hacia un orden de vida diametralmente opuesto al de la Constitución. Más que de los huelguistas debemos preocuparnos de no incurrir en el olvido señalado. Contra los huelguistas están la policía, el Gobierno, los jueces, las leyes penales, que no imagino son impotentes; contra las desviaciones de los principios constitucionales nada hay, una vez producidas.
Fuente: Carlos Sánchez Viamonte, Biografía de una ley antiargentina, Buenos Aires, NEAR, 1956, pp. 31-41.
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EL PELIGRO YANQUI
POR MANUEL UGARTE
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ay optimistas que se niegan a admitir la posibilidad de un choque de intereses entre la América anglosajona y la latina. Según ellos, las repúblicas sudamericanas no tienen nada que temer y a pesar de lo ocurrido en Cuba, persisten en afirmar que los Estados Unidos son la mejor garantía de nuestra independencia. El carácter latino que por ser demasiado entusiasta y violento, sólo percibe a menudo lo inmediato, no cree más que en los peligros inminentes y se desinteresa de los relativamente lejanos, olvidando que en el estado actual las naciones están obligadas a observarse sin reposo porque todas preparan, aun a siglos de distancia, su destino. Pero sea lo que fuese, es curioso conocer la opinión de los europeos sobre este asunto.
Después de la intervención norteamericana en Cuba en 1898, Manuel Ugarte decide viajar a los Estados Unidos. Este viaje constituye un punto de inflexión en su vida. A partir de allí, el escritor y diplomático argentino realiza una fuerte denuncia a la política imperialista de ese país, que se enmarca en un contexto de repudio a la intervención norteamericana en la isla por parte de intelectuales tan disímiles como Groussac, Rubén Darío y Rodó. A su vez, esta denuncia del “peligro yanqui” habilita, por contraste, una indagación respecto de la identidad cultural de “nuestra América”. En octubre y noviembre de 1901 aparecen en el diario El País de Buenos Aires los dos primeros artículos antiimperialistas de Ugarte: “El peligro yanqui” y “La defensa latina”. Los diarios de Francia, por lo pronto, no ven el porvenir con tanta confianza. Le Matin decía días pasados, a propósito de la anunciada intervención en el conflicto de Venezuela con Colombia: “Los ciudadanos de la América del Norte tienen en el rico arsenal de su lenguaje una palabra de la cual se sirven frecuentemente no sólo en sus conversaciones particulares, sino también en las diplomáticas; es la palabra grabbing que sólo puede ser traducida por ‘expoliación’”. No sería imposible que este asunto se terminara por un land grabbing y que aquí o allá, hubiera un territorio usurpado. Es quizás por eso que Alemania, Francia y otras naciones siguen con tanta atención los sucesos que se desarrollan alrededor del istmo. Suponen que los Estados Unidos sólo esperan un pretexto para intervenir en esa región so-
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1901 - 1902 ñando renovar lo que hicieron en México. Basta un poco de memoria para convencerse de que su política tiende a hacer de la América Latina una dependencia y extender su dominación en zonas graduadas que se van ensanchando, primero, con la fuerza comercial, después con la política y por último con las armas. Nadie ha olvidado que el territorio mexicano de Texas pasó a poder de los Estados Unidos después de una guerra injusta. A las provincias de Chihuahua y Sonora les cabrá dentro de poco la misma suerte y si alguna duda quedara aún sobre tales proyectos se encargaría de desvanecerla el artículo publicado hace pocos días en el New York Herald de París. Entre otras declaraciones hace la siguiente: “Una nación de ochenta millones de habitantes no puede admitir que su supremacía en América sea impunemente comprometida. Sus intereses económicos y políticos deben ser defendidos, aun contra los consejos de una diplomacia de ruleta. Los Estados Unidos pueden emprender la obra de pacificación con la confianza absoluta de que es el derecho innato de la raza anglosajona. Deben imponer la paz al territo rio sobre el cual tienen una autoridad moral y proteger sus intereses económicos y políticos a la vez contra la anarquía y contra toda inmiscusión europea”. Sin caer en el alarmismo, se puede analizar una situación que presenta peligros innegables. El escritor venezolano César Zumeta lo decía en un folleto, un tanto exagerado y meridional, pero exacto en el fondo: “Sólo una gran energía y una perseverancia ejemplar puede salvar a la América del Sur de un protectorado norteamericano”. Quizás fuera esto un poco más difícil de lo que algunos creen, pero aun cuando fuera imposible es juicioso tratar de contrarrestar la influencia creciente de la gran república norteamericana, poniendo obstáculos en su marcha hacia el sur, porque si aguardamos a que la amenaza esté en la frontera, ya no será tiempo de evitarla. El
razonamiento infantil de que para llegar hasta nosotros tendría el coloso que atravesar toda la América, es un sofístico engaño que además del egoísmo regional que denuncia, contiene otros males. Si vemos que las repúblicas hermanas van cayendo lenta y paulatinamente bajo la dominación o influencia de una nación poderosa, ¿aguardaremos para defendernos que la agresión sea personal? ¿Cómo suponer que la invasión se detendrá al llegar a nuestras fronteras? La prudencia más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer atacado. Somos débiles y sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre los otros. La única defensa de los quince gemelos contra la rapacidad de los hombres, es la solidaridad. Sobre todo en el caso presente del que hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas modernas difieren de las antiguas, en que sólo se sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo período de infiltración o hegemonía industrial capitalista o de costumbres que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro invasor. De suerte que, cuando el país que busca la expansión, se decide a apropiarse de una manera oficial de una región que ya domina moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de sus intereses económicos (como en Texas o en Cuba) para consagrar su triunfo por medio de una ocupación militar en un país que ya está preparado para recibirle. Por eso que al hablar del peligro yanqui no debemos imaginarnos una agresión inmediata y brutal que sería hoy por hoy imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que se iría acreciendo con las conquistas sucesivas y que irradiará, cada vez con mayor intensidad, desde la frontera en marcha hacia nosotros. Nuestra situación
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geográfica, en el extremo sur del continente, nos pone momentáneamente al abrigo, pero cada vez que una nueva región cae en poder del conquistador, le tenemos más cerca. Es un mar que viene ganando terreno. La América Central es actualmente un frágil rompeolas. De no organizarse diques y obras de defensa, acabará por sumergirnos. Los que han viajado por la América del Norte saben que en Nueva York se habla abiertamente de unificar la América bajo la bandera de Washington. No es que el pueblo de los Estados Unidos abrigue malos sentimientos contra los americanos de otro origen, sino que el partido que gobierna se ha hecho una plataforma del “imperialismo”. De haber triunfado Bryan, no tendríamos quizá que lamentar el protectorado de Cuba, ni las masacres de Filipinas. Pero los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De ahí el deseo de expansión. Según ellos, es un crimen que nuestras riquezas naturales permanezcan inexplotadas a causa de la pereza y falta de iniciativa que nos suponen. Juzgan de toda la América Latina por lo que han podido observar de Guatemala o en Honduras. Se atribuyen cierto derecho fraternal de protección que disimula la conquista. Y no hay probabilidad que tal política cambie, o tal par tido sea suplantado por otro, porque a fuerza de dominar y triunfar se ha arraigado en el país esa manera de ver hasta el punto de darle su fisonomía y convertirse en su bandera. El conflicto entre Venezuela y Colombia, que ha sido fomentado, según los diarios de París y Londres, por los Estados Unidos, es una prueba. El telégrafo nos anuncia diariamente que la América del Norte está dispuesta a intervenir para proteger sus intereses y asegurar la libre circulación alrededor del istmo, basándose en viejos tratados que le abandonan cierto rol equívoco de vigilancia y de arbitraje.
¿Se prepara la reedición de lo que ocurrió en Cuba, Filipinas y Hawai? La maniobra es co nocida. Consiste en espolear las querellas de partido o las rebeldías naturales y provocar grandes luchas o disturbios que les permitan intervenir después, con el fin aparente de restablecer el orden en países que tienen fama de ingobernables. La política interior de algunos Estados de Centroamérica parece hoy dirigida indirectamente por el gobierno de Washington. La falta de capitales y de audacia industrial ha hecho que las minas, las grandes empresas agrícolas y los ferrocarriles caigan en manos de empresas yanquis. Ese es quizá el origen del protectorado oculto que aquella nación ejerce. Cuando un gobernante quiere sacudir la tutela, como el Gral. Castro en Venezuela o el presidente Heroux en Santo Domingo, nunca falta una revolución más o menos espontánea que lo derroca o una guerra exterior que pone en peligro su jerarquía. Hasta la política de México que por ser uno de los Estados más importantes de la América Latina parecería a cubierto de tales inmiscusiones, recibe su inspiración del norte. Sólo el extremo sur del continente está ileso. Y aun en nuestra región, donde los intereses industriales y comercia les de Europa hacen imposible un acaparamiento, han ensayado los Estados Unidos una manera de debilitarnos. Utilizando la viveza de carácter y la susceptibilidad nativas han creado o fomentado una atmósfera de mutua desconfianza u hostilidad que paraliza nuestro empuje. La guerra peruano-chilena y el antagonismo entre la Argentina y Chile son quizá el producto de una hábil política subterránea dirigida a impedir una solidaridad y una entente que pudieran echar por tierra los ambiciosos planes de expansión. Y como esta suposición parece aventurada es justo apoyarla con algunos datos precisos. Hace poco más de un año apareció un folleto que hizo alguna sensación. Trataba de la cuestión peruano-chilena y traía la
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1901 - 1902 firma de un peruano de origen yanqui, el señor Garland. Merece ser recordado porque arroja alguna luz sobre la política de los Estados Unidos. La idea fundamental del panfleto era que el Perú, amenazado por Chile y expuesto a perder una nueva porción de territorio, debía buscar el apoyo de la República del Norte. Y más grave aún que esta primera afirmación, eran los motivos que daba para enunciarla. Después de mencionar la protección indirecta prestada por los Estados Unidos al Perú durante la guerra del Pacífico, recordaba que aquella nación ha resuelto “no permitir conquistas en suelo americano”. (El derecho de conquista es un atentado pero lo es tanto cuando lo emplean los Estados Unidos, como cuando lo emplea Chile y mal puede resolver no permitir conquistas una nación que acaba de realizar algunas.) En otros párrafos hacía el señor Garland un cuadro terrible de los grandes imperios que se acumulan en Europa y aseguraba que dentro de poco, la independencia de América del Sur estaría amenazada, insinuando que sólo podía salvarla el apoyo de los Estados Unidos. (Así se nos ofusca con un peligro falso mientras nos escamotean el verdadero.) Todo el esfuerzo del señor Garland tendía a espolear el resentimiento de los peruanos, recordándoles la indemnización y asegurándoles que la conquista continuaría comiéndoles territorios hasta borrarlos del mapa. Y para convencerlos les pintaba el interés que los yanquis se toman por nuestra libertad y les ponderaba las grandes instituciones democráticas que rigen a aquel pueblo. Para imponer respeto añadía: “Los Estados Unidos, con sus sesenta y cinco millones de habitantes y su inmenso poder comercial y político, acre centado considerablemente después de su guerra con España, son ahora el árbitro de los destinos americanos”. Y después de proclamar que “es hacia Washington
hacia donde debemos dirigir las miradas”, citaba las ocasiones en que la América del Norte ha defendido a los países del sur contra las agresiones de Europa. El folleto del señor Garland fue una prueba del extravío a que pueden llevarnos las querellas internacionales. También es cierto que siendo el autor del panfleto de origen norteamericano, no es de extrañar que tratase de conciliar los intereses de su patria con los de la segunda. Pero, en conjunto, su trabajo ofrece una prueba de la peligrosa hegemonía que los Estados Unidos quieren agravar y el deseo de hacer pie en territorio sudamericano, para ocupar, a favor de un desacuerdo entre dos repúblicas, un punto cualquiera que serviría de base de operaciones. Por otra parte, en junio del año pasado se publicó en un diario bonaerense un artículo fechado en Chile, de un corresponsal especial que después de examinar el problema peruano-chileno y de halagar a la Argentina haciéndole entrever las ventajas que de él podría sacar, hablaba de guerra entre Chile y Estados Unidos y de protectorado de esta nación sobre el Perú. “La América del Norte –decía el articulista– aceptará la zona que el Perú le ofrezca y el protectorado que solicita, desde que uno y otro no causan gasto de sangre ni de dinero, desde que más necesitan una estación carbonera y un campo de ensayos industriales y comerciales en Sudamérica que cualquier colonia en Asia”. Chile, a pesar de que Perú y Bolivia “no caben en uno de sus zapatos” conoce la opinión de uno de los almirantes americanos que declaró que “la mitad de la escuadra empleada en Cuba tendría para tres horas en acabar con la vencedora de Huascar”. Esta correspondencia era quizá lo que se llama en Francia un globo de ensayo destinado a explorar las corrientes de la atmósfera. Pero de todos modos es un síntoma. Quizá hay algunos sudamericanos sinceros que desalenta-
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dos por las continuas reyertas y las luchas interiores, soñarían en normalizar nuestra vida facilitando la realización de un protectorado decoroso. Pero es incomprensible que, a pesar de los desengaños recientes, sigan creyendo en la primera interpretación de la doctrina de Monroe. Y está de más decir que juegan con armas muy peligrosas. Nuestros enemigos de mañana no serán Chile ni el Brasil, ni ninguna nación sudamericana, sino los Estados Unidos. Hace pocos días decía Charles Boss en Le Rappel: “Vamos a asistir a la reducción de las repúblicas latinas del sur en regiones sometidas al protectorado de Washington. La América del Norte va a encargarse de hacer de policía en la América Central, va a examinar la situación y no lo dudemos va a descubrir que el derecho está del lado de Colombia, cuyos intereses tomará en sus manos y colocará a Colombia ‘bajo su protección’”. Paul Adam sostenía al día siguiente en Le Journal: “Los yanquis acechan esperando el momento para la intervención. Es la amenaza. Un poco de tiempo más y los acorazados del tío Jonathan desembarcarán las milicias de la Unión sobre esos territorios empapados en sangre latina. La suerte de estas repúblicas es ser conquistadas por las fuerzas del norte”. El poder comercial de los Estados Unidos es tan formidable que hasta las mismas naciones europeas se saben amenazadas por él. Un solo trust, la Standard Oil, acaba de hacerse dueño de cuatro empresas de ferrocarriles en México sobre cinco y de todas las líneas de vapores y gran parte de las minas. Cuando un buen número de las riquezas de un país están en manos de una empresa extranjera, la autonomía nacional se debilita. Y de la dominación comercial a la dominación completa, sólo hay la distancia de un pretexto. Lejos de buscar o tolerar la injerencia de los Estados Unidos en nuestras querellas regionales, correspondería evitarlas y combatirlas, formando con todas las repúblicas igualmente amenazadas una masa impene-
trable a sus pretensiones. Sería un cálculo infantil suponer que la desaparición o la de rrota de uno o varios países sudamericanos podrían favorecer a los demás. Por la brecha abierta se desbordaría la invasión como un mar que rompe las vallas. Hasta los espíritus elevados que no atribuyen gran importancia a las fronteras y sueñan una completa reconciliación de los hombres deben tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la sajona. Karl Marx ha proclamado la confusión de los países y las razas, pero no el sometimiento de unas a otras. Además, asistir a la suplantación con indiferencia sería retrogradar en nuestra lenta marcha hacia la progresiva emancipación del hombre. El estado social que se combate ha alcanzado en los Estados Unidos mayor solidez y vigor que en otros países. La minoría dirigente tiene allí tendencias más exclusivistas y dominadoras que en ninguna otra parte. Con el feudalismo industrial que somete una provincia a la voluntad de un hombre, se nos exportaría además, el prejuicio de las “razas inferiores”. Tendríamos hoteles para hombres de color y empresas capitalistas implacables. Hasta considerada desde este punto de vista puramente ideológico, la aventura sería perniciosa. Si la unificación de los hombres debe hacerse, que se haga por desmigajamiento y no por acumulación. Los grandes imperios son la negación de la libertad. Vista desde Francia, la situación de las dos Américas es esa. Pero la prosperidad invasora de los Estados Unidos no es un peligro irremediable. Y en la opinión de muchos la América Latina puede defenderse. En otro artículo trataremos de decir cómo.
Fuente: Manuel Ugarte, “El peligro yanqui”, La nación latinoamericana, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 65-70.
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15 de noviembre de 1902: tapa del peri贸dico anarquista La Protesta Humana (luego, La Protesta), fundado en 1897.
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El escritor y humorista español Julio Camba es uno de los primeros expulsados por la Ley de Residencia. Describió la huelga de 1902 y su propia experiencia en un texto autobiográfico llamado “El Destierro” (El Cuento Semanal, Madrid, 1907). Así ha descrito Julio Camba el ambiente de la huelga general en la ciudad de Buenos Aires: La huelga fue terrible. Imagináos una gran ciudad, una gran ciudad cosmopolita, industrial, moderna; una gran ciudad cuyo cielo se halla turbado constantemente por el humo de las fábricas y por la voz de las sirenas que anuncian a los buques entrantes o que llaman al trabajo a los obreros; una gran ciudad, en fin, que es como una gran máquina funcionando al agua y al fuego; como una gran máquina compuesta de muchas máquinas pequeñas y en donde todo gira, todo chirría, todo palpita y se estremece sin cesar. Imagináos esta gran ciudad como esta gran máquina y, acostumbrados al movimiento y al ruido, ved que de pronto la máquina se para en seco. Tal sucedió en Buenos Aires. No rodaba un coche, no giraba una grúa, no gemía el pito de una fábrica; las altas chimeneas se elevan al cielo rígidas y siniestras; arriba no había humo y abajo no había brasa. Y el alma misma de la población, el alma inquieta, nerviosa y alegre del monstruo se llenó de frío y de espanto (“El Destierro”, p. 44). En el transcurso de la huelga se produjeron incidentes entre los huelguistas y los rompehuelgas y las fuerzas del orden. Cuenta Camba que en el puerto un oficial mandó a los soldados que dispararan contra un grupo de propagandistas de la huelga, pero se negaron. Se escriben manifiestos para enardecer el espíritu de la multitud –recuerda Camba, uno de los autores– y se imprimen panfletos en hojas sueltas que se fijan clandestinamente en paredes (p. 45).
Fuente: Fragmento de “El Destierro”, de Julio Camba, en Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino, Madrid, De la Torre, 1996, p. 351.
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1904 Hacia finales de enero de 1904, pocos días después de publicarse el decreto del Poder Ejecutivo que le encomienda la tarea, Bialet Massé, hombre de confianza del ministro del Interior, Joaquín V. González, se lanza a recorrer el amplio territorio nacional con el fin de relevar las condiciones de vida de los trabajadores de la Argentina. De su informe se espera que salga un material que sirva para la confección de un Código Nacional de Trabajo. Con esta iniciativa, el ministro González espera intervenir en la conflictividad social –agudizada en los primeros años del nuevo siglo–, y pretende hacerlo de un modo más comprensivo que la modalidad represiva que también alienta el gobierno de Julio A. Roca, como lo demuestra la Ley de Residencia, sancionada dos años antes. Esta última modalidad es denunciada por Alfredo Palacios, que en su primer discurso como diputado se manifiesta contra la fuerte represión policial sufrida por los trabajadores en el acto conmemorativo del 1° de Mayo. Las discusiones sobre cómo actuar en este horizonte de conflictos y lucha de intereses que atraviesan al conjunto social también se expresan en las propias organizaciones de los trabajadores. Estas vicisitudes se pueden ver en las sucesivas escisiones y transformaciones que sufre la Federación Obrera Argentina (FOA) en los primeros años del siglo xx, y que tiene como motor las discusiones entre socialistas y anarquistas respecto de cómo posicionarse ante la posibilidad de una nueva Ley de Trabajo.
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Resoluciones del IV Congreso de la FOA En 1902, a poco más de un año de fundarse, la FOA se divide en dos, por una parte la Unión General de Trabajadores (UGT), de orientación socialista, y por otra, la Federación Obrera Argentina, dominada por los anarquistas. En su IV Congreso de 1904, la FOA cambia su nombre por Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Allí, los anarquistas se manifiestan en contra del proyecto de Ley Nacional de Trabajo impulsado por el ministro Joaquín V. González, posición que también adoptan los sindicalistas revolucionarios. Los socialistas, sin embargo, presentan mayores matices, pues rechazan los aspectos más regimentadores y contrarios a la organización obrera, pero se muestran receptivos a los aspectos del proyecto que suponían un avance en materia de legislación laboral.
4° Congreso Obrero – Julio de 1904 Malos tratamientos en los hospitales y colegios El 4° Congreso de la FOA, considerando que todos los hospitales y colegios están monopolizados por los parciales del Capital, y que los primeros se basan en una vergonzosa especulación capitalista y los segundos no tienen más efecto que desviar el progreso intelectual, este Congreso declara que por lo que respecta a los hospitales para combatirlos se propague la solidaridad de todos a fin de evitar tengamos que recurrir a asilos del Estado y lo que respecta a los colegios se procure la constitución de escuelas obreras sostenidas por las sociedades de resistencia. Al mismo tiempo recomienda a todos los obreros hagan público por todos los medios, todo hecho relacionado con dichos abusos. Trabajo nocturno El 4° Congreso ratifica lo resuelto por el 2° respecto al gremio de panaderos. En cuanto a los demás gremios se les recomienda una activa propaganda a fin de impedir el trabajo nocturno a los menores de 14 años, como también a todos los gremios cuyos servicios no sean indispensables a la necesidad pública. Trabajo a destajo El 4° Congreso recomienda desterrar en absoluto en campos, fábricas y talleres el trabajo a destajo, porque entiende que esta forma de trabajo es perjudicial tanto a los que lo ejecutan, como a los demás trabajadores; para estos por ser arrojados al paro forzoso al faltarles en qué emplear sus brazos y para aquellos porque impulsados por el egoísmo, realizan doble labor de la que sus energías físicas le permiten, acelerando su muerte y contribuyendo directamente a la degeneración y deformación de la especie humana.
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Descanso dominical El 4° Congreso reconoce la conveniencia que habría en que los gremios conquistaran esta mejora y la Federación apoyara a los gremios que lo intenten, siempre que no afecten ningún servicio de necesidad social. Accidentes del trabajo El 4° Congreso aconseja a las sociedades gremiales, procuren la contratación anticipada con el patrón o contratista, responsabilizándolos de los accidentes que ocurran. Boicot a los vigilantes Considerando el cuerpo de policía un baluarte de defensa de la prepotencia capitalista y que su principal objeto es detener el avance emancipador de los obreros; considerando que sus componentes son hermanos de miseria y que sólo por ignorancia se prestan a ser instrumentos de los maquiavelismos del Estado, este Congreso acuerda se haga una activa propaganda en el hogar de los mismos, con folletos o individualmente a fin de hacerles conciencia y hacerles desertar de las filas mercenarias que los esclaviza en aras del capitalismo. Actitud de la Federación ante un conflicto político La FOA debe abstenerse de tomar parte en los conflictos políticos armados, hasta tanto pueda realizar por su cuenta un movimiento reivindicador que devuelva a los trabajadores el usufructo íntegro de su libertad económica, base de toda libertad. Ley de residencia El 4° Congreso declara: que para combatir la ley de residencia es necesario hacer una intensa agitación tanto en la república como en el exterior por medio de periódicos y conferencias públicas, considerando necesaria una gira por los países europeos que más corriente inmigratoria tienen con este, para dar a conocer a los trabajadores europeos la infame situación que les crea esta ley; recomendando también a todos los trabajadores que hagan conocer a sus familias radicadas en Europa, los abusos que la policía comete al amparo de esta ley. Medios de lucha El Congreso recomienda que las huelgas parciales sean lo más revolucionarias posible para que sirva de educación revolucionaria y de prólogo para una Huelga General que puede ser motivada por un hecho que conmueva a la clase trabajadora y que la FOA debe de apoyar. El 4° Congreso declara que la resistencia consiste en la más amplia concepción revolucionaria de los trabajadores, para hacerse respetar en los avances de la prepotencia capitalista prescindiendo por completo de la ayuda pecuniaria. Además reconoce que los carros y tráfico en general es un elemento necesario para los futuros movimientos reivindicadores.
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1904 Ley nacional de trabajo El 4° Congreso de la FOA rechaza el proyecto de ley nacional de trabajo por considerarla perniciosa para la clase trabajadora, porque lleva en el fondo el premeditado propósito de destruir nuestra actual organización. Llegando, si es preciso, en caso de ser promulgada, a la Huelga General para obligar a los poderes públicos a derogarla. Diario obrero El 4° Congreso reconociendo la necesidad de un diario obrero, acuerda apoyar resueltamente a La Protesta, porque llena cumplidamente las necesidades y aspiraciones de la clase trabajadora. En caso de que La Protesta –lo que no esperamos– llegase a desaparecer o las necesidades de la propaganda así le reclame, el Consejo Federal estudiará la mejor forma de que el diario obrero vuelva a salir a luz. Incremento de la maquinaria El Congreso reconoce como factor eficiente del progreso y bienestar humano el colosal desarrollo de la mecánica, pero recomienda a la clase trabajadora el estudio y organización de sus fuerzas para llegar en breve plazo a la expropiación de los instrumentos de producción, los cuales acaparados hoy por el capitalismo, son causa de la miseria reinante, pero entregados a los productores serán el más grande auxiliar de los mismos y los creadores de la gran riqueza social. Moralización y emancipación de la mujer El 4° Congreso declara que para combatir la prostitución sería necesario extirpar sus raíces profundamente arraigadas en la presente sociedad y para ello sería indispensable concluir con la misma, pero comprendiendo que para ir disminuyendo el mal es preciso que se eleve la intelectualidad femenina, siendo imposible encontrar otro remedio, y esta elevación intelectual sería la senda marcada que nos conducirá a su completa desaparición conjuntamente con las desigualdades sociales, base de la prostitución. Intromisión de los poderes públicos en los conflictos entre el Capital y Trabajo El Congreso resuelve aconsejar a las sociedades se coloquen en la mayor brevedad posible en condiciones de hacer respetar la clase trabajadora, su libertad violada por las autoridades en su descarada intromisión en favor del capitalismo. Clausura El 4° Congreso de la FOA al clausurar sus sesiones, declara que no puede olvidar a los compañeros que padecen en las cárceles la tiranía gubernamental y dedica a los presos un cariñoso saludo, proponiéndose los delegados llevar al seno de sus respectivas sociedades la decisión adoptada de trabajar por los medios más prácticos hasta conseguir su excarcelación; además saluda al proletariado universal y hace votos por su pronta emancipación. Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908.
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Pacto de solidaridad Si en el IV Congreso de 1904 la FOA cambia su nombre por Federación Obrera Regional Argentina (FORA), expresando así sus principios solidaristas e internacionalistas, un año después, en su V Congreso, la FORA declara su adhesión a los principios del comunismo anárquico a través del llamado “Pacto de solidaridad”.
Considerando: que el desenvolvimiento científico tiende, cada vez más, a economizar los esfuerzos del hombre para producir lo necesario para la satisfacción de sus necesidades, que esta misma abundancia de producción desaloja a los trabajadores del taller, de la mina, de la fábrica y del campo, convirtiéndolos en intermediarios, y haciendo con este aumento de asalariados improductivos, cada vez más difícil su vida; que todo hombre requiere para su sustento cierto número de artículos indispensables y por consiguiente, necesita dedicar una cantidad determinada de tiempo a esta producción, como lo proclama la justicia más elemental; que esta sociedad lleva en su seno el germen de su destrucción en el desequilibrio perenne entre las necesidades creadas por el progreso mismo y los medios de satisfacerlas, desequilibrio que produce las continuas rebeliones que en forma de huelgas presenciamos; que el descubrimiento de un nuevo instrumento de riqueza y la perfección de los mismos lleva la miseria a miles de hogares, cuando la razón nos dice que a mayor facilidad de producción debiera corresponder un mejoramiento general de la vida de los pueblos, que este fenómeno contradictorio demuestra la viciosa constitución social presente; que esta constitución viciosa es causa de guerras intestinas, crímenes, degeneraciones, perturbando el concepto amplio que de la humanidad nos han dado los pensadores más modernos basándose en la observación y la inducción científica de los fenómenos sociales; que esta transformación económica tiene que reflejarse también en todas las instituciones; que la evolución histórica se hace en el sentido de la libertad individual: que esta es indispensable para que la libertad social sea un hecho; que esta libertad no se pierde sindicándose con los demás productores, antes bien se aumenta por la intensidad y extensión que adquiere la potencia del individuo; que el hombre es sociable y por consiguiente la libertad de cada uno no se limita por la de otro, según el concepto burgués, sino que la de cada uno se complementa con la de los demás; que las leyes codificadas e impositivas deben convertirse en constatación de leyes científicas vividas de hecho por los pueblos y gestadas y elaboradas por el pueblo mismo en su continua aspiración hacia lo mejor, cuando se haya verificado la transformación económica que destruya los antagonismos de clase que convierten hoy al hombre en lobo del hombre y funde un pueblo de productores libres para que al fin el siervo y el señor, el aristócrata y el plebeyo, el burgués y el proletario, el amo y el esclavo, que con sus diferencias han ensangrentado la historia, se abracen al fin bajo la sola denominación de hermanos. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904 El IV Congreso de la Federación Obrera Argentina declara que esta debe dirigir todos sus esfuerzos a conseguir la completa emancipación del proletariado, creando sociedades de resistencia, federaciones de oficio afines, federaciones locales, consolidando la nacional para que así, procediendo de lo simple a lo compuesto, ampliando los horizontes estrechos en que hasta hoy han vivido los productores, dándose a estos más pan, más pensamiento, más vida, podamos formar con los explotados de todas las naciones la gran confederación de todos los productores de la tierra, y así solidarizados podamos marchar, firmes y decididos, a la conquista de la emancipación económica social. Organización de la clase obrera de la república en sociedades de oficio. Constituir con estas sociedades obreras las Federaciones de oficio y oficios similares. Las localidades formarán Federaciones locales; las provincias, Federaciones comarcales; las naciones, Federaciones Regionales; y el mundo entero, una Federación internacional, con un Centro de Relaciones u Oficina, para cada Federación mayor o menor dentro de estas colectividades. Lo mismo en la Oficina Central que se nombre para los efectos de relación y de lucha que los organismos que representan las Federaciones de oficio u oficios similares, a la par que serán absolutamente autónomos en su vida interior y de relación, sus individuos no ejercerán autoridad alguna, y podrán ser sustituidos en todo tiempo por el voto de la mayoría de las sociedades federadas reunidas por congresos o por voluntad de las sociedades federadas expresada por medio de sus respectivas Federaciones Locales y de oficio. En toda localidad donde haya constituidas sociedades adheridas a la Federación Obrera Regional Argentina, ellas entre sí se podrán declarar en libre pacto local. Sentados estos principios, base fundamental de nuestra organización, se procederá a la constitución de las Federaciones locales, sobre las bases de las ya existentes. La oficina de la Federación Obrera Regional Argentina, o sea, el Consejo Federal, constará de nueve individuos, los cuales se repartirán los cargos en la forma que tengan por conveniente. Además formarán parte de la Oficina Central, o Consejo Federal, un delegado por cada Federación local, los cuales tendrán el carácter de secretarios corresponsales, con voz y voto, y deberán entenderse directamente con el Consejo Federal. Todas las sociedades que componen esta Federación se comprometen a practicar entre sí, la más completa solidaridad moral y material, haciendo todos los esfuerzos y sacrificios que las circunstancias exijan, a fin de que los trabajadores salgan siempre victoriosos en las luchas que provoque la burguesía y en las demandas del proletariado. Para que la solidaridad sea eficaz en todas las luchas que emprendan las Sociedades Federadas siempre que sea posible deben consultar a sus respectivas Federaciones, a fin de saber con exactitud, los medios o recursos con que cuentan las sociedades que la forman. La sociedad es libre y autónoma en el seno de la Federación Local; libre y autónoma en el seno de la Federación Comarcal; libre y autónoma en la Federación Regional. Las sociedades, las Federaciones locales, las Federaciones de oficio o de oficios similares y las Federaciones comarcales, en virtud de su autonomía, se administrarán de la
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manera y la forma que crean más conveniente, y tomarán y pondrán en práctica todos los acuerdos que consideren necesarios para conseguir el objeto que se propongan. Como cada sociedad tiene el derecho de iniciativa en el seno de su Federación respectiva, todos y cada uno de sus socios tienen el deber moral de proponer lo que crean conveniente, lo cual una vez aceptado por su respectiva Federación deberá esta ponerlo en conocimiento del Consejo Federal para que este a su vez lo ponga en conocimiento de todas las sociedades y Federaciones adheridas, y lo lleven a la práctica todas las que lo acepten. Los Congresos sucesivos serán ordinarios y extraordinarios. Estos se celebrarán siempre que los convoquen la mayoría de las Sociedades pactantes, por sus Federaciones respectivas, las cuales Federaciones comunicarán su voluntad al Consejo Federal para los efectos materiales de la convocatoria. Para los primeros se fijará la fecha en la sesión de cada Congreso. En cuanto al lugar de reunión, lo fijará la mayoría de las sociedades pactantes, para lo cual serán consultadas por el Consejo Federal con dos meses de anticipación a la fecha acordada por el anterior Congreso, si se trata de los ordinarios. Los delegados podrán ostentar en los Congresos, todas cuantas representaciones les sean conferidas por sociedades de resistencia, conferidas en forma, pero sólo tendrán un voto cuando se trate de asuntos de carácter interno del Congreso. Para los de carácter general tendrán tantos votos como representaciones. Para ser admitido como delegado al Congreso será necesario que el representante acredite su condición de socio en alguna de las sociedades adheridas a este pacto, y no ejercer o haber ejercido cargo alguno político, entendiéndose por tales los de diputados, concejales, empleados superiores de la administración, etc. Los acuerdos de este Congreso que sean revocados por la mayoría de las sociedades pactantes, serán cumplidos por todas las federadas ahora, y las que en lo sucesivo se adhieran. En cada Congreso se determinará la localidad en que ha de residir el Consejo Federal, y la cuota que deberán abonar las sociedades adheridas, para la propaganda, organización y edición del periódico oficial. Este pacto de solidaridad es reformable en todo tiempo por los Congresos o por el voto de la mayoría de las Sociedades Federadas: pero la Federación pactada es indisoluble mientras existan dos sociedades que mantengan este pacto.
Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908, pp. 27-28.
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Huelga general: asamblea de los conductores de carros en el Sal贸n Jos茅 Verdi en el barrio de La Boca, enero de 1904.
Manifestaci贸n de la FORA.
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Declaración de la Unión Industrial Argentina (UIA) La Unión Industrial Argentina, fundada en febrero de 1887 con el objetivo de representar los grandes intereses industriales, desde sus inicios estuvo ligada a los sectores tradicionales y de elite. Su confrontación con los intereses de la pequeña y mediana industria provocó la renuncia de varios socios, algunos de los cuales impulsaron cámaras y asociaciones por sector. Esta sangría llevó a la dirigencia a impulsar una reforma de los estatutos, y desde 1904 modificó su tipo de asociación individual y aceptó el ingreso de representantes por cámara. En ese contexto, la UIA también manifiesta su rechazo al proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por Joaquín V. González, aunque por razones diferentes a las esgrimidas por el movimiento obrero.
La jornada de ocho horas. Las tituladas sociedades obreras de resistencia Buenos Aires, 1º de diciembre de 1904 A.S.E. el señor ministro del Interior Excelentísimo señor: La Unión Industrial Argentina, con motivo de las huelgas que perturban actualmente a varios importantes gremios industriales, ha resuelto dirigirse a V. E., haciéndole una exposición de las causas principales de este estado de cosas, para que V. E. pueda tener en cuenta la opinión de los patrones al arbitrar los medios por los cuales el superior gobierno, dentro de su esfera de acción, ha de procurar evitar en lo sucesivo la repetición de estas situaciones anormales. El pedido principal de los obreros, la jornada de ocho horas, no puede ser acor dada de una manera uniforme por todas las industrias, por razones elementales de índole económica que no es posible contrariar. La disminución de las horas de trabajo ocasiona, como consecuencia inmediata, una disminución de la producción y un aumento en el costo de la producción, pues no disminuyendo los gastos generales de los establecimientos y exigiendo los obreros que los salarios por la jornada de ocho horas sean por lo menos iguales y en muchos ramos superiores a los que se perciben por las jornadas de nueve y diez horas, queda recargado el costo de la mano de obra en un 20% como mínimum. Los industriales no pueden aumentar proporcionalmente los precios de venta de sus artículos, porque estos precios están reglados por diversos factores ajenos a su influencia y principalmente por la competencia de los artículos similares extranjeros, cuyos precios de venta la industria local no debe exceder, ni siquiera igualar, para poder subsistir. Existe, pues, un límite, MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904 que para numerosos artículos ha sido ya alcanzado a causa de las concesiones anteriormente hechas a los obreros y que a los industriales no les es posible franquear. Por otra parte, hay ya escasez de personal obrero. El mejoramiento de la situación económica del país ha determinado un aumento considerable de trabajo en todas las fábricas y talleres, y como ese mejoramiento se ha producido en cierto modo bruscamente, no ha dado tiempo al aumento proporcional del personal obrero. Para que muchos talleres y fábricas pudieran conceder las ocho horas de trabajo y cumplir los compromisos de venta contraídos en general con plazos fijos para la entrega, garantizados por fuertes multas, sería, pues, necesario que hicieran venir personal del extranjero, personal que no tardaría en quedar desocupado, porque, cumplidos esos compromisos, deberían cerrarse las fábricas por no poder ya competir con la industria extranjera, dado el recargo que la disminución de las horas de trabajo y el aumento de los salarios habría originado en el costo de la producción, sin contar con que cualquier crisis, que en este país sobrevienen y desaparecen en forma casi imprevista y repentina, daría lugar a que la mayor parte de los obreros existentes, aumentados por los que se habrían hecho venir, quedaran sin trabajo, ocasionando los trastornos consiguientes. Los salarios, cuyo aumento solicitan también los obreros en proporciones que varían desde un 10 hasta un 100 por ciento, son ya mucho más altos que en Europa, aun teniendo en cuenta la proporción del mayor costo de vida que en Europa, debido a la carestía de los alquileres y a la de los artículos de consumo, como la carne, el pan, etc. El aumento de los salarios no puede ser indefinido y, sobre todo, no puede producirse por saltos bruscos, como lo pretenden los obreros, que no tienen para nada en cuenta los factores económicos que intervienen en estos problemas. Por lo demás, la situación de los obreros industriales en la República es incomparablemente mejor que en Europa, como lo comprueba la fuerte proporción de estos obreros que llegan entre los inmigrantes. Los que hablan de miseria en nuestro elemento obrero, o no lo conocen, o deliberadamente se dedican a hacer literatura impresionista. Desgraciadamente, los poderes públicos, solicitados por otras preocupaciones, no han hecho hasta ahora un estudio especial de estas cuestiones, oyendo también la opinión de los centros de capital. Los estudios sobre al respecto existen, o son incompletos, o son parciales, como que sus autores, movidos por prejuicios de escuela, y deseando ante todo defender sus teorías económicas y sociales, lo han visto y reflejado todo a través del prisma de esas teorías (…). Creemos deber llamar muy particularmente la atención de V. E. sobre un punto que consideramos de capital importancia. Nos referimos a los agitadores profesionales, que desde un tiempo a esta parte abundan en la República, elemento ex tranjero eminentemente nocivo y cuya influencia es eficacísima por la libertad de acción casi absoluta de que disfruta. En general, operan por medio de las tituladas sociedades obreras de resistencia, agrupaciones anónimas, sin personería jurídica ni responsabilidad de ninguna especie y que por esta razón no tienen inconveniente en recurrir a los procedimientos menos lícitos para imponer sus resoluciones. Es pretensión constante de estas tituladas sociedades obreras, hacerse reconocer oficialmente por los patrones, y han llegado últimamente a prohibir que se tome
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otro personal que el que ellas mismas suministren “bajo pena” (textual) de un levantamiento en los establecimientos, o de un boicot, según los casos, y obligan a los obreros por medio de la intimidación a afiliarse a ellas y a acatar sus decisiones. Esto, excelentísimo señor, ha tomado ya todos los caracteres de una verdadera tiranía, tanto para los patrones como para los mismos obreros, y de una tiranía de la peor especie, anónima e irresponsable, que es urgente que los poderes públicos hagan desaparecer, sometiendo a esas tituladas sociedades a una reglamentación y a un contralor especiales (…). Alfredo Demarchi, presidente Julio L. Montarón, subsecretario
Fuente: Unión Industrial Argentina, Cuestiones obreras, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Buenos Aires, 1905, pp. 3-6.
Manifestación obrera por la jornada laboral de 8 horas en Rosario.
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Primer discurso como diputado de Alfredo L. Palacios El 9 de mayo de 1904, con motivo de la represión policial a las manifestaciones obreras del 1º de Mayo de ese mismo año, el militante socialista Alfredo L. Palacios estrena su banca de legislador con un firme discurso en contra de la repudiada Ley de Residencia.
Era mi ardiente deseo, que en la primera sesión de esta Cámara se trajera la expresión de agravios de la gente proletaria, que dando un alto ejemplo de civismo, me ha enviado hasta esta banca cuya posesión trae aparejada un sinnúmero de responsabilidades. (…) Pero antes permítaseme que exprese al solo objeto de desvanecer prevenciones, que a pesar de mi presencia constante en las asambleas tumultuarias donde siento las palpitaciones generosas del pueblo desde la tribuna de las arengas, que a pesar de mis afinidades marcadas con la plebe sufriente, como representante que soy de un partido cuyos principios están basados en las inducciones positivas de la ciencia, vengo con el espíritu sereno, sin sectarismos que empequeñecen, sin odios que mi doctrina repudia, y firmemente convencido de que es necesario hacer primar sobre las ardorosidades juveniles de mi espíritu, el razonamiento frío que me exige mi Partido, y que es indispensable en este recinto cuando se debaten cuestiones trascendentales para mi pueblo. (¡Muy bien! Aplausos.) He dicho que traía los agravios de la gente trabajadora, y toda la Honorable Cámara sabe perfectamente que me refiero a los acontecimientos luctuosos del 1º de Mayo, día nefasto, porque ha corrido sangre proletaria por las calles de la Capital. Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero que un régimen económico que se va ha convertido en el implacable enemigo del proletario, no rugía, el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza de trabajo se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. Disidencias más o menos fundamentales habían dividido a la clase laboriosa; de ahí esas dos manifestaciones distintas que se vieron en la ciudad, una dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores, y la otra por la Federación Obrera. Estaba dividida desgraciadamente la masa trabajadora, pero, a pesar de eso, señores diputados, un mismo sentimiento y una misma acción las impulsaban. Todos los obreros que parecía que debieran ser los doblegados, los vencidos, los caídos, iban como triunfadores, el paso firme, la frente alta, los ojos llenos de ideal, como si despidieran claridades infinitas. Es que ellos afirmaban que el trabajo debe ser redimido, para que no sea el trabajo maldito, ese trabajo que trae como secuela el robo, la miseria, la prostitución, la “carne barata de las mujerzuelas pálidas”, como ha dicho el maestro Zola. (…) La manifestación dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores fue un verdadero acto imponente, en el cual ni el más leve, ni el más insignificante choque
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se produjo. En la de la Federación Obrera, señor presidente, iban posiblemente algunos hombres exaltados, cuya presencia no es posible impedir en cualquier manifestación, máxime cuando ella está formada de veinte o treinta mil personas, pero lo que sí es necesario afirmar, es que ese hecho no podía nunca justificar una represión excesiva por parte de la Policía. No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan, y donde muchas veces hace frío. Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores; aun en ese caso, no es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verdadera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la espalda, señor presidente! (…) De la sala del Dr. Decoud tengo otro [certificado médico] en el cual consta que Menotí Bonfiglioli, calderero, está herido en la espalda; que Antonio Lencio, estibador, está herido en la parte posterior del muslo; que Adela Fernández, una pobre madre que llevaba un niño en sus brazos, está también herida en la parte posterior del cuello. Y en la sala del Dr. Aráoz Alfaro, donde hay una niñita de tres años, también he podido constatar que la herida es en la espalda. Es decir, señor presidente, que se ha fusilado a traición a la clase proletaria que no iba a provocar a la policía, que iba a hacer afirmación de sus principios y que iba a protestar contra todas las tiranías en el orden intelectual, material y moral. (Aplausos en la barra.) Presidente: Prevengo a la barra que el reglamento prohíbe toda clase de manifestaciones, y que estoy decidido a hacerlo cumplir si reincide en ellas. Palacios: Desgraciadamente, señor presidente, este no es un hecho aislado, es simplemente un eslabón de la interminable cadena de atentados policiales que se vienen cometiendo en esta Capital, y especialmente por la intervención de un escuadrón de granaderos que el pueblo ha llamado “de cosacos” y que da la alta nota del desprecio por el pueblo dentro de la institución que enfáticamente se llama guardadora del orden público. (…) Yo, señor presidente, he presenciado el 1º de mayo un espectáculo que era harto desgarrador. Después del atropello cometido por la policía, los obreros se dispersaron en distintas direcciones; luego, cuando volvieron del asombro, trataron de concentrarse, y se concentraron; levantaron a un muerto, lo envolvieron en una bandera roja que hacía un momento flameaba como símbolo de paz y ahora parecía símbolo de venganza, lo colocaron en una angarilla, lo llevaron en procesión y todo el pueblo, de los balcones, de las aceras, se descubría en señal de duelo y de protesta contra el atropello policial. Y entonces he visto cómo esos obreros iban amontonando odios y rencores en su corazón, y cómo esos labios que hacía un momento cantaban hossannas y entonaban himnos a la emancipación humana, eran los mismos labios que ahora lanzaban imprecaciones terribles, que laceraban el alma. (…) Pero aún hay más, señor presidente. La policía ha seguido extralimitándose en sus funciones: no se ha concretado a atropellar al pueblo, sino que, invocando órdenes del MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904 ministro del Interior ha cerrado locales obreros. Más, señor presidente: ha impedido manifestaciones que tenían objetivos perfectamente pacíficos. Tengo aquí una lista de todos los locales que se han cerrado el día 1º de mayo, alegando, como excusa, los acontecimientos que se habían producido en la vía pública: la fiesta que tenía proyectada la Unión General Femenina, a beneficio de los niños pobres, fue suspendida; se ordenó la clausura del Centro Socialista de La Boca y se colocó un vigilante en el patio de la casa de inquilinato donde se encuentra el Centro, vigilante que fue retirado después de la protesta que formuló ante la comisaría el dueño de la casa que he mencionado; se ordenó la clausura de la Sociedad de Estibadores; la Sociedad de Carreros, que hace poco fue asaltada por un piquete, fue también clausurada; y además de todo esto, fue también clausurado el local de la Federación Obrera. (…) Cinco días después de los acontecimientos luctuosos del 1º de mayo, el Centro Socialista de La Boca resolvió hacer una manifestación que acompañara a su diputado para entregarlo a las tareas legislativas. Esa manifestación ha sido suspendida. (…) Bien, señor presidente; en vista de todos estos hechos, yo creo que ha llegado el momento de que la Cámara, que ha inaugurado sus sesiones con un hermoso acto de libertad, que no ha permitido que se viole la Constitución por un precepto reglamentario “en plena barbarie”, según la expresión de un diputado, que no ha permitido que se extorsione la conciencia, tiene la obligación de llamar al ministro del Interior para que dé explicaciones respecto a los acontecimientos producidos para que explique la intervención de la policía en los acontecimientos del 1º de mayo, y al mismo tiempo diga en virtud de qué facultad ha restringido el derecho de reunión, impidiendo la manifestación socialista que se tenía proyectada para acompañarme hasta el Parlamento. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)
Fuente: Víctor O. García Costa, Alfredo L. Palacios, socialismo argentino y para la Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986.
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CONCLUSIONES DEL INFORME SOBRE EL ESTADO DE LAS CLASES OBRERAS POR JUAN BIALET MASSÉ 1. Necesidad de la ley reglamentaria. - 2. La ración mínima. - 3. Los accidentes del trabajo. - 4. El descanso dominical, la jornada comercial y las multas. - 5. En Cuyo suceden hechos parecidos a los de Tucumán. - 6. Necesidad de la instrucción práctica y de la educación del carácter. - 7. Necesidad de fomentar el patriotismo. - 8. Efecto producido por la publicación del proyecto de ley del trabajo. - 9. No hay la noción clara del fundamento fisiológico de la cuestión. - 10. Necesidad de la reglamentación total y armónica. - 11. Necesidad de procurar diversiones al pueblo trabajador. 1. Los hechos expuestos en el presente informe confirman las conclusiones para la ley del primero que tuve el honor de presentar a V. E., algunas de las cuales puede decirse que han pasado por el crisol de la experiencia. Había dicho a V. E. que la indolencia, la rutina, el maltrato que, en general, se daba al obrero en Tucumán, habían de producir algunas huelgas, que sacudieran la indiferencia de la mayoría de los patrones. La primera ya se ha producido, y si ella no ha ido más adelante en sus efectos inmediatos, he expuesto las causas que a mi ver lo han impedido. La huelga pasó sin actos violentos ni desórdenes, gracias a la actitud de las autorida-
En 1904, el abogado y médico catalán Juan Bialet Massé releva bajo el encargo de Joaquín V. González –ministro del Interior durante la presidencia de Julio Argentino Roca– la condición laboral y la población obrera en la Argentina en el Informe sobre el estado de las clases obreras. Este informe resultará un insumo significativo del proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por Joaquín V. González. des y del señor Patroni, que le dieron el tono de transacción pacífica, y tuvo la virtud de despertar del letargo en que vivían los dueños de la mayoría de los ingenios. Mucho temo que pasada la cosecha, que ofrece tan pingües utilidades, pase también el deseo de remediar, o mejor, el convencimiento de la necesidad de hacerlo; pero en el pecado irá la penitencia. Junto al cereal está el obraje, y la huelga que amenaza a Tucumán no hay poder público que pueda evitarla. O viene la ley reglamentando la jornada, los descansos y estableciendo el arbitraje, o los patrones organizan el trabajo racionalmente y hacen conocer por todos los medios de publicidad esa organización y las garantías aprenderán por los registros de caja. En Cuyo pueden suplir con el extranjero barato o caro; pero en Tucumán el criollo es insustituible. De todos modos, por efecto de esta huelga, la concentración y la asociación obrera han tomado gran impulso en Tucumán. 2. El hecho también ha puesto en evidencia la necesidad de preocuparse formalmente de la alimentación del obrero. Alguien me ha criticado que me haya ocupado de la ración mínima para otra cosa que para fijar el jornal mínimo.
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1904 La educación del obrero criollo, para que no precise la ración en sustancia, sin que la familia y el mismo sientan la miseria, está muy lejana; y si se trata de su interés y del de las industrias, es tan necesario ocuparse de este asunto como de la medida de seguridad más importante; y en los establecimientos de Campana, en los que no hay dónde proveerse, la ración es inevitable. De todos modos, es el seguro de la alimentación de la familia; es bueno y debe hacerse. 3. Los hechos que llamarán sin duda alguna la atención de V. E. son los relativos a los accidentes del trabajo. Todos los patrones que tienen la noción del deber, dan la asistencia y el jornal; la iniquidad del medio jornal de las leyes inglesa y francesa, no ha entrado en nuestras costumbres, y aun los patrones que no se creen obligados para con sus obreros a más que al pago del jornal, o no dan nada, o dan el salario y asistencia; el medio salario carece de sentido. Los contratos de seguros, que se extienden rápidamente, tampoco entran por las cicaterías y miserias de Europa; comprenden la asistencia y el jornal, y la indemnización total es por 1.000 jornales; que es mucho más extenso que el europeo y más racional. ¿Por qué vendría la ley a modificar irracionalmente costumbres tan equitativas en vez de fomentarlas? 4. El trabajo de la mujer y del niño se explotan con igual intensidad en Cuyo que en el resto de la República, y acaso más en la época de las cosechas. El descanso dominical es un anhelo en esas provincias; aquellas manifestaciones de los panaderos del Paraná, del comercio de todas partes, de que se sienten esclavos del negocio, de que no pueden entenderse entre sí, se repiten en San Luis, Mendoza y San Juan; en todas partes.
Apenas si hacen excepción algunos almaceneros al por menor que lucran con el vicio del pobre, y algunas empresas que estrujan a sus operarios; los demás no discrepan en pedir que la ley los ampare contra sus celos, rivalidades y codicia. Esto no es argentino, es universal. España acaba de darse la ley del descanso dominical. Los que protestan, los que hacen meetings y gritan fuerte que se ataca a la libertad, son los taberneros, que no quieren renunciar a enriquecerse explotando y fomentando el vicio del pobre; son los toreros, que no se resignan a perder el aplauso de los proletarios en ese espectáculo, que no puede dejar de ser reprobado por la civilización, aunque sea una sublime y heroica barbaridad, aunque sea menos bárbara que el box, y el del domador de fieras que concluye siempre por ser devorado por ellas ante el público; ya no es de nuestro tiempo, ni de los sentimientos generales que dominan. Lo mismo puede decirse de esa jornada comercial que empieza a las 7 a.m. o antes para concluir a las 10 p.m. o después; que no aumenta en un centavo las transacciones, que denota siempre un desorden social y doméstico. Ha bastado en Buenos Aires y el Rosario que algunas casas importantes cerraran a las 7 p.m. para que las que quedan abiertas permanezcan solitarias. ¿Qué señora de Buenos Aires, que no sea una cursi, dejaría para la noche hacer sus compras? Las multas patronales son en Cuyo desconocidas en el comercio privado; sólo las he encontrado en la Germania y en las empresas de ferrocarriles, y merece la pena de evitar que se propague tan pernicioso abuso. 5. En Cuyo se nota la misma ignorancia patronal que en el resto de la República; pero además son allí muy raras las personas que se dan cuenta de lo que es la cuestión social, ni siquiera de lo que es el obrero como ins-
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trumento del trabajo; sin embargo, algunos movimientos de huelga ocurridos en las tres provincias y el éxodo de los obreros hacia el Litoral debiera haberles llamado la atención. Al doctor Arata le ha bastado un solo viaje para darse cuenta de ese estado, y para ver el remedio que allí puede aplicarse, sin el cual, aunque en menor escala que en Tucumán, la industria vinícola está seriamente amenazada. ¿Lo oirán? 6. La rutina que lleva a todos los hombres de una comarca a emprender todos los mismos cultivos, las mismas industrias, son el efecto más inmediato de los malos sistemas de enseñanza; de esos métodos que quiebran el carácter, y enseñan a pensar con cabeza ajena, atando toda iniciativa propia, en vez de desarrollar y alentar las propias calidades; de ahí salen esos agricultores que siembran trigo y maíz, plantan caña o viña por la sola y única razón de que al vecino le ha ido bien, y una vez que la planta da porque la naturaleza es generosa, se ha llegado a la meta; no hay por qué ocuparse de nada más, ni de estudiar suelo, semillas, plantas, enfermedades y degeneraciones; de eso se debe ocupar el Gobierno, encargado de proteger la producción y de pensar por todos y para todos. No hay verdadero peón agrícola; el inmigrante, aunque se llame agricultor, es simplemente bracero, toma el arado y la sembradora como lo ha visto hacer en la primera chacra en que se conchabó y sigue la rutina, y si trae alguna idea, si ha sido agricultor, se empeña en que aquí se ha de hacer como en su país de origen, y que no es él el que debe adaptarse al país, sino que es el país el que ha de reformarse a su gusto. Ahí tiene V. E. lo que sucede en Cuyo con las viñas, como ha sucedido y sucede en el Litoral con los cereales. No se tiene en cuenta que el inmigrante no es lo selecto de su país, no es el propietario que tiene su pasar en la pequeña propiedad
que heredó de sus padres, y que la cuida y hace producir para mantener a sus hijos, sino el bracero que el exceso de población y las escaseces de retribución hacen salir en busca de una vida mejor. Los que estando bien vienen a buscar el modo de hacer rápida fortuna son los menos, las excepciones; y yo encuentro hasta ridícula la pretensión de que la inmigración ha de ser seleccionada, lo mejor, porque nadie se desprende para el vecino de lo mejor de su casa, que procura conservarlo y guardarlo para sí. El hecho continental desde el Canadá y los Estados Unidos hasta Chile y la República Argentina, es que el inmigrante viene más pobre que el reñícola, y que es inferior a este, al menos porque no conoce el país y tiene que adaptarse, y se adapta, no siguiendo antes de establecerse un curso de agricultura, sino conchabándose para ganar la vida, o si ha traído con qué comprar el lote imitando a su vecino, porque no tiene otro criterio. En Europa apenas hace algunos años que se están introduciendo las máquinas agrícolas que aquí son corrientes. La gran ventaja y la única ventaja que tiene el inmigrante es el hábito de ahorro; pero este mismo lo dirige mal; las facilidades de adquirir, en vez de llevarlo a la variedad de cultivos que le harían bastarse a sí mismo, que le darían trabajo todo el año, le llevan a la extensión, a las grandes zonas. No olvidaré nunca la satisfacción suprema con que me dijo un italiano: “Yo soy propietario de más del doble del terreno que posee el Rey de Italia”. Ese colono aprende a arar y a sembrar trigo, y de ahí no pasa; no cultiva una cebolla porque no sabe; mientras en el Interior, aun en las antiguas reducciones, hay muchos que saben y hacen, viviendo una vida mezquina, que podrían ser grandes elementos de progreso para el país sirviendo de ejemplos vivos de enseñanza práctica.
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1904 En tal sentido he hablado en mi informe anterior de colonias criollas en Santa Fe y Córdoba, para sacar a esos criollos de los rincones en que viven; no para crearles un hogar, que generalmente ya tienen, sino para mejorárselo y para que sirvan de ejemplo, para que induzcan al agricultor, que hoy pierde la mitad de su tiempo, a que lo aproveche en ocupaciones productivas, procurando el arraigo en cada comarca de las gentes necesarias para satisfacer las necesidades de la producción, dándole así bases estables. Así veo pensar al doctor Arata, al doctor Ramos Mejía, al doctor Gallegos y a todos cuantos se dan cuenta del estado del país y buscan su remedio con amor, ajenos a miras personales y políticas. 7. Pero no basta dar instrucción práctica y educar el carácter, es necesario de todo punto elevar el patriotismo; la depresión de este sentimiento es manifiesta; muchas causas concurren a debilitarlo. No hace muchos días decía un diario de esta capital, y por cierto no en son de crítica, que en las calles de esta ciudad cosmopolita los trajes más abigarrados no llamaban la atención de nadie; sólo el traje criollo era chocante y ridículo. En ese mismo diario, para ponderar un acto de injusticia, se decía: “Es un acto de justicia criolla”; y todos los días y a cada rato, los desaciertos de la política, los abusos electorales, los desmanes policiales, todo lo malo no encuentra calificativo más aplastante que el de criollo. Los vicios no son malos por sí mismos en lo que tienen de común en la humanidad, sino en lo que tienen de criollo. Los miembros de una nacionalidad se reúnen y se embriagan: eso está en sus costumbres, nada tiene de particular; pero se embriaga un criollo el sábado, ese es vicio criollo. Pululan por las calles cientos y miles de inmigrantes llenos de robustez y de salud implorando la caridad pública, en vez de ir a trabajar a las colonias que
los llaman; se explica como un inconveniente de la inmigración; no quieren ir a lo desconocido; pero si entre esos miles hay uno por ciento de criollos, es intolerable, este pueblo no tiene remedio, debe desaparecer víctima de la ociosidad y de los vicios. Esto lo oye, lo lee y lo ve todos los días el criollo, y lo que es peor, como lo he hecho notar en muchos capítulos de este informe, cuando en verdad es superior en calidad y fuerza, se le paga menos por su trabajo porque es criollo; así como no es posible que una mujer, aunque haga más y mejor trabajo que un hombre gane tanto como este, no es posible que el criollo gane tanto o más que el extranjero; su nacionalidad es una causa deprimente. ¿Es así como se eleva el carácter de los pueblos y se los estimula? Esto lo que produce es el menosprecio de sí y de lo propio; y no puede apreciar a los demás quien no tiene el aprecio de sí y de lo suyo. El amor de la humanidad, la fraternidad universal, no pueden existir sino como una sobreextensión del amor en la unidad elemental, en la familia. ¿Cómo amará la tierra entera y la considerará como la patria de todos los hombres, quien no tiene un especial y concentrado amor al suelo que dio la materia para formar sus huesos y sus carnes? ¿Cómo podrá decir que ama fraternalmente a todos los hombres quien no tiene la idea del amor y de la solidaridad de los que nacieron del mismo seno? ¿Cómo se extenderá lo que no existe? Esas fraternidades preconizadas por los que las utilizan de inmediato, a cambio de una reciprocidad que no se hará efectiva nunca, tienen todos los ribetes de una explotación más o menos hábil, pero no son sinceras. Y en verdad cada hombre lleva ese amor encarnado, a pesar de todo lo que el mismo quiera hacer para contradecirlo. En Tucumán como en Buenos Aires, en Mendoza como en el Rosario, después de uno de esos discursos que a fuerza de repetirse se han hecho ya tan
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comunes y necesarios, he tomado anarquistas catalanes, los más fanáticos, ya enfermos, y les he hecho ver los defectos o vicios que allí se padecen. La enfermedad hace alto: Barcelona es el paraíso de la Tierra, la ciudad ideal, el obrero catalán es el primero del mundo; el anarquista italiano, por enfermo que esté, por más que quiera destruir medio mundo, ¡ma l’Italia e bella! para el otro, la civilización y el progreso humano no pueden existir sin la Francia; y el inglés no es anarquista, porque el mundo es suyo, y todo lo que no es inglés no tiene más derecho que el honor de dejarse explotar por los ingleses. Nada diré del poder corruptor de las grandes empresas, ni tampoco del que labra su fortuna contando por los pesos que acumula los días que le faltan para dar la vuelta; y sería largo detallar tantas causas como concurren a enervar el patriotismo, sin el cual no hay pueblo grande posible. Hay, pues, que elevar ese sentimiento, dignificar al criollo, crearle el alto aprecio de sí mismo, para que aprecie y respete a los que vienen. Nadie puede creer que se le ha de tratar en una casa, por más que sea el día del convite, mejor que a los de la casa misma. La letra de la Constitución es hacer partícipe a los hombres de toda la Tierra del bienestar del pueblo argentino; supone que es ese el objeto primordial del gobierno: crearlo para participarlo. Y no me cabe la menor duda: la mejor propaganda, el mejor llamado para el extranjero, es el bienestar del hijo del país. 8. He tratado de darme cuenta del efecto producido por la publicación del proyecto de ley nacional del trabajo, tanto en los que, careciendo de los conocimientos necesarios para juzgarla, no tienen sobre ella más criterio que sus miras personales, sus prejuicios y sus rutinas, como en los pocos que son capaces de un estudio serio, con el criterio de la justicia y de la ciencia; y
como en los que encuentran, que buena o mala, la ley vendría a quitarles los medios de explotar el trabajo del hombre en las circunstancias que puedan aprovechar, y la rechazan sin querer ni tomar conocimiento de ella. Un distinguido profesor de finanzas, que ha hecho un estudio detallado de la ley y de este informe, a pesar de pertenecer a la escuela economista neta, me refiero al distinguido doctor don Félix T. Garzón, no encuentra sino pequeños detalles que corregir en la ley, y en materia de accidentes del trabajo acepta como justo lo proyectado por V. E., con excepción de las multas patronales, y encuentra que es excesivo lo que yo creo justo en algunos detalles; pero en lo que difiere esencialmente es en la naturaleza del contrato; él cree que es de locación, que esta palabra expresa la idea propia, pues la de conchabo equivale a la asociación más que a la compra de un trabajo o de un esfuerzo. El doctor Garzón, que es un hombre esencialmente bondadoso, y, por lo tanto, no puede dejar de sentir los sufrimientos de las clases obreras y la necesidad de remediarlos, está imbuido de ideas de la escuela economista, ha sido muchos años abogado de ferrocarriles y teme por el capital, sin el cual para él no hay vida industrial posible, y sobre todo cree imposible, lo afirma categóricamente, que el obrero venga a revestir el carácter de socio del capitalista. En una palabra, el doctor Garzón no se da cuenta de que si todos los capitales desaparecieran el trabajo los volvería a crear otra vez, mientras que si se pudieran unir todos los trabajadores y hacer una huelga general de un solo mes, los capitalistas se encontrarían como el Narciso de la fábula, tendrían que comer oro, o tierra, o carbón. Pero la verdad es que fatalmente el hombre es sociable, fatalmente, por más que griten todas las escuelas y quieran hacer del capital y del trabajo dos elementos antagónicos: ellos son y serán concurrentes, y el principio cris-
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1904 tiano como el principio democrático son tendencias que no permiten sacar de la ruta ascendente por la que la humanidad va hacia su destino; los más son y valen más que los menos, porque individualmente, para la ley y para la moral, todos son iguales, y no caben distinciones que no vengan del propio mérito. El trabajo creó el capital, y es justo que por lo menos tome el rango que la paternidad le asigna. He hecho esta referencia porque se trata de un estudioso sincero y leal, que por su posición en la enseñanza y en la política tiene un gran peso en la cuestión. Al inaugurarse la feria de la Sociedad Rural Argentina en Palermo, en el presente mes, su distinguido presidente, el doctor don Ezequiel Ramos Mejía, pronunció el discurso de apertura. En él viene a hacer la exposición sintética del socialismo de la tierra, anticolectivista, todo entero. Pocos días distante, el señor Van Prae pronuncia una conferencia en el Colegio del Salvador de esta capital, en completa conformidad con este orden de ideas; llegando a la conclusión de que estas reformas se imponen para todo hombre, cualesquiera que sean las ideas religiosas que profese. Mi conferencia en la Universidad de Córdoba, y el modo como fue acogida, así por los universitarios como por la prensa de todos los colores, indican que ello flota en la atmósfera, que en nuestro mundo intelectual son ideas que están latentes y que se despiertan con poco esfuerzo. He dicho y repetido que en los ingenios tucumanos no hay resistencias serias ni importantes, y las pocas que hay no lo son por la cosa en sí, sino por el celo y la rivalidad que impera entre los industriales. El señor Gobernador, en el mensaje de apertura de las cámaras legislativas, en estos mismos días, no ha podido menos de presentarles la cuestión, y es lástima que las divisiones políticas esterilicen tan buenas iniciativas.
“Recordará V. E. que por un acto de profunda previsión, que os hizo el más alto honor, derogasteis en mi gobierno anterior aquella famosa ley de conchabos, ley de verdadera esclavitud, que dictada en su tiempo con las mejores intenciones, se convirtió en un instrumento cruel de servidumbre para todos los trabajadores en general. ”Recuerdo que con aquel motivo se alarmaron las fábricas, creyendo comprometida su situación en sus fundamentos; los hechos demostraron posteriormente lo que era ya sabido en el mundo del trabajo: que el trabajo libre es más económico y proficuo que el trabajo servil, aparte de que aquella ley repugnaba a nuestras instituciones democráticas como atentatoria a la dignidad humana. ”Hace años que la cuestión obrera se agita en el seno del mundo civilizado, conmoviendo los intereses económicos de todas las naciones, y ha venido a golpear también las puertas del Litoral argentino en formas tan graves que motivan hoy las preocupaciones de nuestros hombres de Estado. ”Es por eso que en mensajes anteriores llamé la atención de los industriales de la Provincia sobre la necesidad de prever la solución de este problema, verdadero peligro ad portas. ”Al fin se hizo sentir este año el primer conflicto entre una fábrica de Cruz Alta y sus peonadas, en el que intervino la policía en la forma que cumplía a su deber, según los reglamentos que la rigen. ”Los hechos sirvieron de bandera política a algunos diarios locales, que clamaron contra la acción del gobierno, auspiciando con sus correspondencias a la prensa de la Capital el envío de un representante de la Unión General de Trabajadores, para que levantase en el terreno una información de los hechos producidos, que debía servir de cabeza de proceso en el Congreso argentino contra un gobierno inicuo que negaba a los obreros el derecho de reunión pacífica. Vosotros sabéis lo demás.
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Promovidas por este enviado produjéronse varias reuniones de obreros en Cruz Alta y otros puntos, amenazando generalizarse en toda la Provincia, en las que la policía se concretó a garantir en absoluto, como siempre, el derecho de reunión de cualquier carácter, limitándose a exigir el cumplimiento de las disposiciones que la reglamentan, y que no fuesen una amenaza contra las fábricas u otros intereses. De estas reuniones pacíficas resultó la huelga general en Cruz Alta, hecho gravísimo, puesto que los ingenios estaban en cosecha. ”En este estado de cosas, los fabricantes y el representante de los obreros buscaron una solución conciliadora con el concurso del Gobernador de la Provincia, y el conflicto se resolvió, ensayando el consejo de conciliación proyectado en la ley nacional del trabajo, y la huelga desapareció en cuarenta y ocho horas. ”Sin embargo, piensa, y es de mi deber declararlo que esta no es sino una solución transitoria; que el peligro de futuros conflictos subsiste, y que corresponde a los interesados y al Estado procurar una armonía estable entre los intereses de las fábricas, plantadores y obreros”. Ideas muy parecidas encontré en el señor Gobernador de Santa Fe y muchas otras autoridades. En Cuyo, aparte del establecimiento del señor Uriburu en San Juan, en verdad no hay ideas buenas ni malas; la cuestión no ha sido estudiada. Pero si se tomara individualmente la gran masa de la población argentina, cada uno encuentra bueno lo general; pero en ciertos detalles que les afectan particularmente, se siente, aunque no se entienda por qué, la necesidad de esta legislación. Por lo que hace a la masa obrera, fuera de las ciudades, no tiene tampoco nociones de la cosa, pero las percibe pronto, y es una masa maleable y amoldable, como acaso no hay
otro pueblo en mejores circunstancias para hacer de él un gran pueblo obrero. 9. Sin embargo, el número de hombres del país que se dan cuenta de la cuestión en sus verdaderos términos fisiológicos, económicos y políticos, son muy pocos, y menos los que alcanzan a ver lo productivo de las concesiones hechas al trabajador. La inmensa mayoría patronal sólo entiende esa aritmética burda que hace ahorrar sobre el pasto del caballo, haciéndolo trabajar más de lo que da como aparato mecánico, y son muchos los que creen que un movimiento que nace del estado de adelanto científico del mundo moderno puede contenerse con medidas de fuerza. Es admirable ver y oír cómo se tratan estos asuntos, todas las astucias y argumentos que se hacen para extraviarlos de sus cauces naturales, en vez de afrontarlos lealmente y con decisión patriótica. No es extraño que así suceda aquí, cuando en las naciones más adelantadas se ven tratar con argumentos de patanes y represiones brutales, dentro de los partidos mismos que se llaman a sí mismos defensores de las clases obreras. La noción fisiológica del trabajo y del descanso no entra todavía ni en el común de los médicos mismos, pareciendo reservada a la aristocracia de la ciencia. En nuestra época de vulgarización, esta parte de la ciencia permanece todavía en las alturas, entre nubes. No ha muchos días que un muy distinguido médico me decía que el descanso dominical no podía adoptarse sin que previamente se estableciesen instituciones que hicieran ocupar al obrero en sentidos determinados. La idea fundamental de romper por lo menos veinticuatro horas la orientación de las células nerviosas, mantenidas en tensión durante las seis jornadas, dejando una fatiga remanente, que no alcanza a remediar el descanso diario, ni ha llegado a entrar en los ele-
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1904 mentos que se toman de la cuestión, ni mucho menos la relación del gasto de energías con la alimentación que las produce. ¡Cosa admirable! ¡Los que darían al traste con todas las libertades y volverían al siglo xvi como a un ideal celeste, encuentran que la legislación obrera es atentatoria a la libertad! La brutalidad quiere que estas cuestiones sean una cuestión pura y simple de fuerza; los unos quieren fusilar ideas; en cambio, los obreros entienden que pueden imponer sus derechos a garrotazos. Y esto invade hasta el partido que parecía destinado a presidir en el mundo entero la evolución, y se decide por la revolución violenta en el congreso último de Ámsterdam, sin más que tres votos en contra: el de los dos delegados argentinos y el de Jaurés. Es decir, que una cuestión altamente científica y económica, no encuentra solución sino en la fuerza bruta, ni más ni menos que entre lobos que se disputan la presa. ¿Debemos desalentarnos por esto? De ninguna manera; al contrario, seguir luchando siempre en el terreno pacífico de las ideas; sobre todo los que habitamos este suelo, cubiertos con el manto de su Constitución. 10. No estaba vedado a este país, en que tuvo su cuna en la época colonial la perfecta legislación obrera que podía pretenderse en aquellos tiempos, que tratara la cuestión en su conjunto armónico y científico; y cualesquiera que sean los juicios críticos de detalle que puedan hacerse a la obra de V. E., nadie podrá desconocer que por primera vez se ha hecho algo que obedece a un plan metódico y racional, armonizando todos los detalles. Ciertamente en Europa las leyes del trabajo han nacido dispersas, unas tras de las otras, siempre como concesiones arrancadas por la fuerza, después de muchas lágrimas y desventuras; nunca, es preciso repetirlo bien alto, nunca como resultados de la convicción
científica ni del espíritu de justicia, y así son los resultados. Con todos sus pujos socialistas, el gobierno francés no ha podido evitar que el obrero viva en perpetuo malestar, sin que pase un día en que no haya uno o más gremios en huelga, y huelgas formidables, ruinosas, como la de Marsella, que aún no acaba, y antes de que concluya otras aparecen. ¿Por qué? Porque socialistas y burgueses marchan impulsados por el cosquilleo del malestar bajo el peso de las injusticias, de lo arbitrario y de la fuerza; y ya están empezando a ver claro; ya ven que las relaciones del trabajo requieren una legislación de conjunto, armónica, y no hay ni puede haber armonía en lo que es incompleto y deficiente. Es en vano que se quiera eludir la intervención del obrero en la formación de los reglamentos del trabajo, en los tribunales que han de decidir las contiendas; la personería del obrero ha conquistado su lugar, y tiene forzosamente que dársele. Es en vano que se quiera procurar la división maquiavélica del obrero fabril, haciendo de él una clase privilegiada y aristocrática, por lo tanto; ni los obreros artesanos aceptan esa distinción, ni la sana razón la admite; los obreros agrícolas son muchos más, ellos producen las materias primas de las industrias, y el servicio doméstico complementario de la vida es tan noble y tan importante como cualquier otro. Del ingeniero al albañil, del médico al enfermero, del gerente de un banco a su portero, del ministro al sereno de la aduana, todos los servicios son trabajo para y por otro, aunque guarden la subordinación y la escala relativa que la naturaleza y los fines establecen fatalmente, y el proletariado de levita va siendo ya tan grande y tan importante como el de chaqueta, pidiendo a la ley el amparo igual que a todos debe. No se trata de clases sociales, es una mentira, una mistificación; se trata del trabajo de todas las clases en las re-
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laciones entre los que lo prestan y los que lo adquieren u ordenan. Hay en este contrato, involucrados por la fuerza de las cosas, la existencia humana misma, el porvenir de las razas, la grandeza de los pueblos, y mal que pese a quienquiera, la solución se impone, el progreso de las ciencias y de las artes lo requieren; nadie tiene la fuerza suficiente para evitarlo. Entre nosotros el olvido de las leyes tradicionales, acaso la repulsión en masa que de ellas ha querido hacerse, pero que no se puede, de aquellas que son la expresión de las necesidades fisiológicas del hombre en la modalidad de suelo, clima y costumbres, nos ha llegado a formar la convicción de que podemos pasar al acaso de los sucesos, de que las riquezas naturales del suelo suplen a todo y son motivo bastante para atraer la inmigración en masa; pero al mismo tiempo que la experiencia va demostrando que tal cosa no es cierta, se siente que, aun cuando con caracteres más pacíficos y menos tumultuosos, los mismos fenómenos de Europa se reproducen, las huelgas crecen y la inmigración no viene. El Congreso no ha tenido a bien ocuparse este año de la ley del trabajo, ¿quién sabe si no ha sido para bien? Las huelgas pasadas y presentes no han tenido ni tienen quien decida equitativamente entre las pretensiones de obreros y patrones; la que se prepara para la próxima cosecha, con síntomas formidables, amenazando pérdidas mayores que la pasada, está produciendo el despertamiento del instinto de la conservación, que se manifiesta por la concesión de mejoras antes de que los hechos se produzcan. Pero de seguro las concesiones van a reducirse a los salarios, y acaso algún poco en la jornada; las demás se acallarán por lo pronto; la mujer y el niño seguirán siendo víctimas de la codicia, muchos accidentes no serán indemnizados; pero volverán con más
fuerza luego, para demostrar que no basta ni la buena voluntad de obreros y patrones, que es necesaria la legislación total y los medios de hacerla efectiva, dando a las aspiraciones legítimas del obrero el arbitraje como medio pacífico y legal de llenarlas. Así como no bastan en materia civil y comercial la buena fe ni la buena voluntad de las partes para llenar las relaciones entre ellas, porque intervienen las pasiones y los errores sinceros, así tampoco en las relaciones del trabajo pueden suplir las partes los dictados de la razón, de la ciencia y del derecho. Mirar la cuestión como una lucha de fuerza entre clases, y no como una cuestión de ciencia y de justicia, absoluta y general, es absurdo, tanto como si se quisiera encarar la patria potestad como una lucha entre padres e hijos, o la calidad de la cosa vendida como una lucha de clases productoras y clases comerciales. No se trata tampoco de una ley administrativa y transitoria, sino de reglas que arrancan de los principios fundamentales del derecho y de las ciencias antropológicas, porque afectan a lo más interesante para el hombre: su actividad, su libertad, su personalidad misma y su bienestar. No se trata, en fin, de dispensar favores, de hacer caridad a los proletarios, sino de dar a cada uno lo que corresponde en justicia, y de ello resulta un beneficio para todos. El día en que el vencedor dejó de comerse al vencido y lo hizo su esclavo, renunció a unos pocos kilos de carne, pero aprovechó su trabajo por toda la vida; y si en algo entró en la legislación obrera de Indias el sentimiento humanitario, es indudable que su objeto principal fue la conservación del brazo que a todos enriquecía. Los Estados Unidos prueban que donde mejor vive el obrero, allí la producción engrandece y los ricos son más ricos que en otra parte cualquiera.
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1904 ¿Por qué esta Nación, que tiene tantos e incomparables medios de riqueza, no daría al mundo el ejemplo de la mejor legislación obrera? ¡Cuánto más valdría que todas las agencias de propaganda! 11. Una observación general en el país, aunque ella no sea objeto de la ley del trabajo, es la despreocupación de las autoridades públicas respecto de las diversiones del pueblo trabajador. La acción civilizadora del teatro no cabe discutirla, ni tampoco la fuerte impresión que produce en las clases menos cultas, con mayor energía que en las más elevadas, porque aquellas separan poco lo que hay de ficticio y de real en la escena. Todo es vivo y existente para el pueblo que va al teatro, y la iluminación, lo bien vestido que allí se va, el silencio y la compostura, contribuyen a dar más vivacidad a las impresiones, que perduran a través del sueño que sigue a la representación. Ya dije al tratar de Entre Ríos lo que vi en el teatro del Paraná, y como medio de propaganda y de educación creo que vale más una representación de teatro que cien discursos, y la acción suavizadora de las costumbres, la elevación de sentimientos que produce la música en acción no puede ser por nada substituida. Pues bien, las clases obreras de la República están excluidas de estos goces y de esta acción civilizadora; porque no puede decirse que llene la necesidad el teatro chico y por secciones que está a su alcance en Buenos Aires, ni por su índole, ni por su extensión llena semejantes fines. Desde los egipcios y griegos a los romanos, desde los señores feudales a las sociedades modernas, todos los pueblos bien organizados se han preocupado de las diversiones del pueblo como una necesidad, como una función del Estado. Desgraciadamente nada se ha hecho entre nosotros sobre esto, y antes bien, las diversiones en que el pueblo desarrollaba su destreza, como la sortija y las
carreras, decaen cada día más, no quedándole sino la taba y la pulpería como recurso, y el bailecito que fomenta su vicio. Entiendo que podría mejorarse mucho si las municipalidades obligaran a las empresas a precios muy bajos para las localidades de paraíso y una mitad de la cazuela, dejándoles la libertad de precios en las demás, sobre todo para aquellas que ocupan en los teatros los que van allí más por ostentación de sus trajes y joyas, o por puro placer, pues tienen otros cien medios de ilustrarse. Ni gobiernos ni municipalidades debieran conceder subvenciones, ni contratar arriendos sin esa condición. Además, las fiestas patrias y patronales, las inauguraciones, se hacen para las clases elevadas, y hay ciudades en que ni siquiera fuegos artificiales se queman. Sin embargo, el 95 por 100 de lo que se gasta y de que el pueblo no goza, es él quien lo paga, sin que se piense en darle conciertos al aire libre u otras diversiones que lo solacen y liguen al movimiento general. Si se le da algo directamente, es siempre la carne con cuero y la empanada, que hablan al estómago y jamás a su espíritu. Las sociedades corales, que han sido un medio tan poderoso de civilización en Europa, aquí serían de muy fácil creación, dada la afición natural a la música. Ya dije cómo las leyes coloniales habían estimulado esa tendencia del indígena a la música, cómo en Tucumán una banda modelo da tan buenos resultados. Estos son los medios más seguros de sacar al obrero de las tabernas. Repito que esto no es de la ley del trabajo; pero es de la ley del patriotismo, y todos deben tender a darle lo que le corresponde. Saludo a V. E. con mi mayor consideración.
Fuente: Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de las clases obreras, vol. II, La Plata, Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, 2010, pp. 443-458.
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Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños, Centro Socialista Femenino, 1907.
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1909 - 1912 Avanzada la primera década del nuevo siglo, la conflictividad social, antes que cesar, se multiplica tanto en su intensidad como en los alcances de nuevas geografías. Si la “semana roja”, que comienza con la represión –devenida masacre– de trabajadores que conmemoraban el 1° de Mayo en Plaza Lorea, da cuenta del agravamiento de esa conflictividad en el universo urbano, la rebelión agraria de pequeños y medianos arrendatarios que estalla en un pueblo del sur de Santa Fe en junio de 1912 –que pasará a la historia como el “Grito de Alcorta”– es un indicador de cómo las luchas y los antagonismos se desplazan también al mundo rural. A pesar de los fastos, las recepciones de grandes personalidades mundiales y la gran cantidad de actividades, la mirada autocomplaciente de las élites gobernantes durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo no pueden ocultar lo evidente: la celebración se realiza bajo el “estado de sitio” decretado por el presidente Figueroa Alcorta. Sin embargo, las alianzas y consensos dentro de esas élites son menos estables y duraderos de lo que aparentan. Las fisuras entre los sectores “conservadores” del Partido Autonomista Nacional (PAN) y la “línea modernista”, encabezada por Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña y Figueroa Alcorta, entre otros, dará lugar a la sanción de la Ley 8.871, mejor conocida como “Ley Sáenz Peña”, en virtud de que el presidente homónimo fue su principal impulsor. Esta ley, que establecía el voto universal, secreto y obligatorio (para los ciudadanos argentinos varones), traerá importantes consecuencias en el mapa político de la época, entre las que se cuentan el retorno del radicalismo a las lides electorales de la Argentina.
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Proclama de la Unión General de Trabajadores (UGT), la FORA y diversas sociedades obreras en la Semana Roja de 1909 Esta proclama es una convocatoria a una huelga general en repudio a la brutal represión de los actos del 1º de Mayo en Plaza Lorea (a pocos metros del Congreso de la Nación). El ataque contra los obreros fue comandado por el jefe de policía Ramón L. Falcón y dejó un saldo de decenas de muertos y heridos.
Trabajadores: Otra vez la horda de asesinos instituidos en guardianes del orden burgués ha cumplido su misión: la sangre de nuestros hermanos ha sido derramada de nuevo… ¡El propósito criminal, cobarde, bien deliberado de nuestros enemigos, de nuevo se afirma sobre la matanza del pueblo obrero, pretendiendo ahogar con el crimen nuestros anhelos, nuestras obras revolucionarias, nuestro gesto libertario! ¡Es el signo de los tiempos burgueses: el asesinato colectivo! La cobardía, la traición, la muerte, el último estertor sanguinario y miserable, todas las pasiones decadentes; eso constituye la expresión típica del alma que palpita en las clases explotadoras. ¡Incapaces de crear la vida, se afirman sobre el mundo de la muerte, acechando en la celada traidora, la vida nueva que nosotros gestamos en nuestro esfuerzo doloroso y tenaz por conquistar la libertad! ¡Ya lo tenemos experimentado, ya debe haber penetrado bien en lo hondo del espíritu obrero: que nuestros enemigos eternamente sólo contestarán a cada acto de nuestra labor emancipadora con la hecatombe de la Comuna de París, con las horcas de Chicago, con las infamias de Montjuich, con las matanzas de los nuestros en la gran Patria Argentina! Y bien, camaradas, ¡por favor no haya miedo! ¡Si nuestra libertad sólo puede ser posible a través de esos sacrificios, armémonos de todos los corajes y persistamos en nuestra jornada marchando sobre los cadáveres y la sangre de los nuestros! ¡La violencia, la rabia impotente, el golpe asesino de nuestros enemigos no pueden ser contestados con la resignación y la retirada de las masas proletarias! Al contrario, que un grito unánime de ira y de venganza azote la sociedad de los tiranos. Que a su saña criminal responda el pueblo obrero insistiendo en la lucha con todos los impulsos trágicos y valientes, con todo el arremeter heroico que las circunstancias demandan y que merece el premio de nuestra libertad.
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1909 - 1912 ¡A la brecha, pues, trabajadores! ¡Por la venganza de los caídos, por nuestra dignidad y por nuestro porvenir! ¡De nuevo a la lucha, trabajadores, más decididos y más pujantes que nunca! Camaradas: En este grito y en este propósito firme, espontánea y unánimemente las distintas instituciones obreras que suscriben han acordado las siguientes resoluciones: 1º Declarar la huelga general por tiempo indeterminado a partir del lunes 3 y hasta tanto no se consiga la libertad de los compañeros detenidos y la apertura de los locales obreros. 2º Aconsejar muy insistentemente a todos los obreros que a fin de garantizar el mejor éxito del movimiento se preocupen de vigilar los talleres y fábricas respectivas, impidiendo de todas las maneras la concurrencia al trabajo de un solo operario.
Fuente: Antonio López, La FORA en el movimiento obrero, Buenos Aires, Editorial Tupac, 1998.
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La represión durante el acto del 1º de Mayo de 1909 convocado en Plaza Lorea deja decenas de muertos y heridos.
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1909RADOWITZKY -1917 POR EMILIO LÓPEZ ARANGO
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n año más. Han transcurrido ya ocho años desde aquel día, un 14 de noviembre como hoy, en que Radowitzky, erigiéndose en juez intérprete de la justicia popular, armó su brazo para vengar el ultraje inferido al pueblo por aquel asesino uniformado que se llamó Falcón. Entre los fragmentos de la bomba potente, se revolcó la hiena que tanto placer experimentara viendo brotar la sangre de los cuerpos que, en la masacre del 1° de mayo de 1909, quedaron tendidos sobre la gran avenida. Y fue quizás en ese momento supremo, que comprendió él, brutal y prepotente jefe de la horda policíaca, que había una justicia más equitativa, más compensadora, que no estaba legislada, codificada, ajustada a las prescripciones de la ley absurda y convencional. Todo el pueblo aprobó el acto justiciero de Radowitzky. La ley quiso amordazar las bocas que gritaban, estrangular en las gargantas las palabras de aprobación, y en cualquier reunión de trabajadores que se comentaba el hecho, no faltaba el alcahuete, el [ilegible] policíaco que denunciara a los apologistas del crimen que tenía en suspenso a la canalla dorada que había aterrorizado a los esbirros que oficiaban de gobernantes en esa República supeditada al poder de un Figueroa Alcorta reaccionario y brutal que había implantado el terror negro, dando carta
El 14 de noviembre de 1909, Simón Radowitzky, un joven activista de origen ucraniano, asesina al comisario Ramón L. Falcón al atacarlo exitosamente con una bomba en el cruce de las avenidas Callao y Quintana. En noviembre de 1917 el anarquista Emilio López Arango conmemora y reivindica ese acto en la primera página de La Protesta.
blanca a la policía para que diera caña a los anarquistas. Vergüenza causa recordar aquellos días y los que siguieron a la memorable fecha. La historia argentina tiene una página sangrienta, un folio bochornoso, escrita por los (…) que hicieron del poder el más ignominioso baluarte de sus odios. El glorioso centenario de la Independencia de esta nación culminó la era de la barbarie: la canalla dorada pudo, mientras festejaban con banquetes, desfiles y funciones de gala la independencia argentina, asaltar los locales y diarios obreros mientras las estrofas del himno argentino, “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”, se entremezclaban con los gritos salvajes de “¡Muera el extranjero! ¡Mueran los anarquistas!”. ¡Avergonzaos, argentinos! El delirio patriótico se exacerbó con el miedo, el terror que a la cobarde burguesía causaban las ideas innovadoras. Temblaron los prepotentes ante el tribunal de la conciencia popular, y en cada encrucijada les parecía ver un Radowitzky dispuesto a arrojar la bomba vengadora… ¡Y los cobardes aterrorizados fueron fieras, donde los instintos bestiales presidían todas sus acciones! En el mármol perpetuaron la ignominia, queriendo en el arte sintetizar la infamia. Un monumento grotesco exhibe la figura simiesca del bruto. Y para mayor escarnio se dice es erigido en “desagravio a la cultura nacional”.
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El presidio, el helado calabozo, huérfano de aire y de luz, sirve de alojamiento al mártir que cometió el horrendo crimen de vengar al pueblo. La sociedad hipócrita y convencional condenó al noble y generoso Radowitzky a una lenta agonía, descargando sobre él la justicia histórica su sanción infame. El mármol de la estatua enrojecerá de vergüenza y las eternas nieves de Ushuaia reflejarán en su blancura la noble figura del presidiario. ¡Enrojeceos vosotros, argentinos, mientras en el blanco azul de vuestro cielo aletea el bochorno! Ningún homenaje mejor que recordar al compañero que en el cautiverio purga su gran culpa, la culpa de haber recogido en su corazón el inmenso dolor del pueblo, vengando el ultraje inferido por los descamisados por el polizonte Falcón, eliminando al responsable
de la masacre de mayo, del cobarde asesinato perpetrado en plena vía pública sin que de los potentados partiera una sola voz de reproche. Su retrato de presidiario honra hoy las columnas de La Protesta, de este diario que es palestra de las ideas anarquistas, que son sus ideas, las ideas que le dan valor para seguir soportando la vida odiosa del presidio. ¡Salud, hermano: los anarquistas, al recordarte hoy, a ocho años del día que sacrificaste tu libertad por la causa del pueblo doliente, te enviamos nuestro fraternal saludo a la vez que anatematizamos a los verdugos que gozan torturándote, que sienten vesánico placer al ensañarse en tu cuerpo de rebelde! Fuente: Emilio López Arango, La Protesta, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1917.
Simón Radowitzky, 1935. Salvadora Medina Onrubia, anarquista, escritora y esposa del director del diario Crítica, Natalio Botana, fue una de las más firmes defensoras de la liberación de Radowitzky, quien permaneció en la cárcel de Ushuaia hasta 1930, cuando fue indultado y obligado al destierro. En Montevideo, es llevado a la cárcel nuevamente, esta vez en el penal de la Isla de Flores, desde donde le escribe a su amiga Salvadora.
Fuente: Fondo Salvadora Medina Onrubia/CeDInCI.
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ASALTO A LA PROTESTA
Tras el asesinato de Ramón L. Falcón, la represión se ensaña con el movimiento anarquista, con sus periódicos y con los sindicatos adheridos a la FORA. En el contexto de los festejos del Centenario, ante la posible declaración de una huelga general por parte de los trabajadores y la declaración del estado de sitio, un grupo de jóvenes de clases altas decide asaltar locales y perseguir a los militantes adheridos a dicha federación obrera. Aquí la crónica de los acontecimientos publicada días después por el periódico.
Día 14. Asaltos en las calles
los bomberos que habían acudido de antemano al mando del Comandante Armesto –¿a qué habrían acudido los tales bomberos?– mientras la policía permanecía impasible y sonriente.
Las turbas de “estudiantes” y patoteros de café, que durante todo el día habían paseado por las calles cantando como ener gúmenos las estrofas del Himno Nacional y apaleando a los transeúntes ignorantes de lo que pasaba, se habían reconcentrado en los alrededores del edificio de La Protesta –diario anarquista de la mañana– y a las 8 de la noche se encontraban reunidas unas mil personas, que aumentaban de vez en vez con grupitos procedentes de los principales clubs sociales. La turba se agitaba cada vez más violenta. Los gritos de “abajo la anarquía”, “mueran los gringos” se hacían cada vez más nutridos. De pronto llegan varios automóviles car gados de jovenzuelos conduciendo teas incendiarias y numerosas latas de nafta. Los manifestantes se arremolinaron alrededor del edificio abandonado –horas antes había sido clausurado y sellado por la justicia– y después, en un segundo, vertiginosamente se lanzaron contra las puertas, ar mados muchos de ellos con las mismas hachas de
Incendio de La Protesta Fue cosa de segundos. Una columna de humo blanco ascendió en la atmósfera calma hacia los cielos azules… y tras de ella las rojas llamaradas que cruzaron en breve todo el espacio. Era como si se hubiese conseguido una formidable victoria, como si se hubiese dado muerte a algún monstruo fabuloso desolador de pueblos. “La chusma paqueta” bailaba y cantaba alrededor de la inmensa hoguera que iba reduciendo a cenizas la imprenta de aquel diario, instalada a costa de miles de esfuerzos y de lágrimas obreras. –¡Se quemó! ¡Hemos vengado a Falcón! –¡Se quemó! ¡La Protesta se quemó! Y era como si se hubiera muerto una bestia fabulosa.
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Asalto a La Vanguardia
En los locales obreros
–¡A La Vanguardia! Cuando ya no quedaba sino el rescoldo de la hoguera, la muchedumbre sintió que sus deseos de exterminio y de destrucción no estaban saciados aún. –¡A La Vanguardia! –fue el grito de orden. Los más “razonables” quisieron contenerla. La Vanguardia no era anarquista y además habíase declarado abiertamente en contra de la Huelga General del Centenario… Pero no hubo forma de detener aquella masa inconsciente y corajuda de impunidad. Cincuenta soldados del Escuadrón de Se guridad y otros tantos bomberos estaban apostados frente al edificio de este diario y bajo su custodia fueron totalmente destrui dos las maquinarias, las bibliotecas, los ar chivos. Allí se le oyó al Comandante Armesto incitar a los incendiarios, diciendo “adelante, muchachos, que yo también soy argentino”; pero allí también fue dado presenciar la primera reacción pública contra el vandalismo patriótico. Numerosas señoras y niñas asomadas a los balcones increparon duramente a los asaltantes, que faltos de todo respeto a la vida y a la dignidad ajenas pretendían completar con un incendio su labor destructora… –¡A “La Batalla”! ¡A Méjico! ¡A Barracas! –gritaban ahora los energúmenos, agitando triunfalmente banderas, libros, documentos, retratos, todo lo que habían podido robar de los locales asaltados.
En el local obrero, sito en Méjico 2070, se renovaron las proezas narradas anteriormente. Empezaba la obra de destrucción, cuando un vigilante ajeno a los sucesos que se desarrollaban hizo dos disparos al aire con intención de intimidar al grupo de manifestantes, cuya procedencia era desconocida para él. Se produjo una confusión espantosa; en la fuga los revólveres donados por la Hípica se descargaban en todas direcciones. “¡Sálvese quien pueda!” era el grito de orden… Inmediatamente acudió la policía en bus ca de los “anarquistas” que debían haber causado aquel desorden; pero como no se encontró ningún herido, se pensó que aquello había sido una muchachada… Después de dos horas de deliberación inicióse nuevamente el asalto, hasta que las puertas del local abandonado cedieron, per mitiendo la irrupción de los bárbaros. Bibliotecas, archivos, periódicos, todo fue quemado en plena calle.
Fuente: La Protesta, Buenos Aires, noviembre de 1909.
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1909 - 1912 Letra con que los anarquistas cantaban el himno nacional al iniciar sus actos a principios del siglo xx.
Recitado Oíd mortales el grito sagrado de anarquía y solidaridad. Oíd el ruido de bombas que estallan en defensa de la libertad. El obrero que sufre, proclama la anarquía del mundo a través, coronada su sien de laureles, y a sus plantas rendido el burgués. El vil clero a la cara te escupe y el que manda te aplique su ley. Y el burgués tu sudor te arrebata y te matan la patria y el rey. Viva, viva la anarquía, viva el pueblo productor. Libertad, igualdad y armonía, arte, paz, justicia y amor. Recitado Pero así como luchan por la redención social, los anarquistas no olvidan la parte cultural: diarios, libros, conjuntos filo dramáticos, revistas culturales. E introducen una novedad: El payador anarquista que, cantando, lleva sus ideas hasta el rincón más olvidado de la Argentina.
Fuente: Osvaldo Bayer, Los anarquistas expropiadores, Buenos Aires, Tierra del Sur, 2004.
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Discurso de Figueroa Alcorta en los festejos del Centenario 25 de mayo de 1910. Discurso del presidente José Figueroa Alcorta en el acto de colocación de la piedra fundamental del monumento a la Revolución de Mayo de 1810.
Señores: La dirección superior que rige la evolución de las cosas humanas y vela sobre el destino de los pueblos ha prodigado sus auspicios misteriosos a la gloria del denuedo argentino por la libertad americana, estableciendo las bases de la soberanía internacional del Continente. ¡Ningún hecho más grande entre los que ha producido uno de los más grandes siglos de la historia! El punto de partida del esfuerzo emancipador precede a la inspiración ardiente del estallido mismo, viene de orígenes más templados y serenos, y tiene formación sedimentaria en anhelos y aspiraciones colectivas que agitaban el ambiente moral del mundo civilizado, trascendiendo a todos los ámbitos con poderosa repercusión. Ha de ser, pues, para esos ideales de sublime grandeza que han presidido la redención política de los pueblos, nuestro homenaje más alto en esa hora de las rememoraciones históricas y de la cívica expansión del regocijo público. Obra del sentimiento y de la acción popular, el esfuerzo por nuestra independencia, que fue en los hechos un drama intenso y glorioso, y es en las elevadas consagraciones del derecho el imperio del credo democrático, corresponde al pueblo argentino el primer galardón de la penosa jornada en la que conquistó con su sangre y su heroísmo, el escenario donde ganaría más tarde con su actividad y su inteligencia las batallas del trabajo y la civilización. Considérese entretanto, que en la trama de la gran epopeya se destacan entre resplandores y sombras, dominando la escena heroica los precursores y los próceres, que encauzaron las corrientes del impetuoso movimiento y dieron orientación y modalidad positiva a la idea redentora; y al evocarlos en este día que es todo de ellos, porque ellos fueron la encarnación viviente de la Patria, elevemos el espíritu hacia las inspiraciones de la verdad y la justicia, y rindamos a sus virtudes y sacrificios el tributo de veneración con que la posteridad los consagra inmortales en la historia. Honor, pues, a los grandes principios morales y políticos tutelares de la libertad y del derecho humano, que infundieron en el espíritu argentino el ideal de la patria soberana; honor a la acción cívica de un pueblo que se mostró tan digno de los viriles antecedentes de su raza, como de la suprema legitimidad de sus anhelos; honor, en fin, a los próceres ilustres que fueron en la inspiración y en los hechos actores eminentes del histórico drama y ofrendaron en el altar de la patria el holocausto del heroísmo y de la gloria. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Señores: La noche tres veces secular que sucedió a los resplandores de la conquista, gravitó sobre el continente sudamericano como un manto aislador y esterilizante, destinado a impedir la germinación de las ideas de progreso moral o político, y a dar estabilidad, en consecuencia, a la dominación colonial establecida. Una conjunción de circunstancias fortuitas estimulaba la subsistencia de aquel predominio de la inercia sistemaza [sic]: época de crisis universal determinada por múltiples factores, tenía su campo de adaptación más fecundo en la entonces lejana factoría, aislada, desierta, inculta, a donde no alcanzaban sino apagados por el tiempo, la distancia y la fiscalización restrictiva, los ecos del mundo civilizado. Aquella estagnación prolongada debía producir fatalmente los efectos y resultados que le son inherentes, y de ahí que a la esterilidad y penuria en lo material y económico, correspondiese en el mismo grado la depresión moral que bastardea los atributos de la raza, que anula los sentimientos de cohesión social, que suprime el ideal colectivo al libre ejercicio de la propia soberanía. No es que la colonización española hiciera al respecto ni más ni menos que los demás predominios conquistadores de aquellos tiempos; y no para atenuar el rigorismo extremo de la madre, que en dignísima representación recibe hoy el hijo con emoción cariñosa en el hogar engrandecido, sino para ser fieles a la verdad histórica, debemos considerar que los errores aludidos fueron productos del ambiente mundial de una época caracterizada por los principios y tendencias que han resistido en luchas seculares el advenimiento de las nuevas ideas. Pudo ser otra, en verdad, la actuación gubernativa de la Metrópoli en el régimen político de los estados que fundara su genio y su vigor; pero debió ser aquella, para corresponder a la inflexible lógica de las leyes históricas, y acaso para justificación providencial anticipada de ulteriores reivindicaciones en nombre de la libertad. La aptitud de expansión de las ideas, superior a toda coerción material, por grande que sea el poder que la determine, abatió en nuestro caso todas las barreras; y el aislamiento, la inacción y el desierto, resultaron en definitiva antemurales ineficaces a la propagación del verbo augusto que consagró la soberanía política de Sud América. No hay en los anales de la evolución histórica de las naciones un hecho trascendental preparado, en sus orígenes y antecedentes, con caracteres más acentuados que el movimiento libertador de Mayo, a tal punto que, si en vez del lógico desenvolvimiento de las acciones humanas, hubiéramos de admitir la intervención de secretos designios en el régimen de la historia, diríamos que aquella influencia misteriosa formó el encadenamiento de los sucesos, colocando eslabones sucesivos en los principios proclamados por la Revolución francesa, en el esfuerzo heroico de la reconquista de Buenos Aires, en la dominación napoleónica de la madre patria, y en las mil circunstancias de múltiple carácter que modelaron la conformación espiritual y material de la gran epopeya. Inconexa y sin virtualidad todavía bien definida, existía ya, sin embargo, una opinión pública, que asumiendo la dirección inicial de los acontecimientos, constituiría luego el alma y el brazo de la magna empresa; y fue en ejercicio del cometido de esa fuerza colectiva que los patriotas de Mayo desconocieron la existencia del poder origi-
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nario del Virreinato substituido por autoridad extranjera, y proclamaron la decisión de reasumir nuestro derecho y echar las bases del gobierno del pueblo que aspiraba a ser libre y soberano. Lo que fue nuestra revolución como acción militar, como actuación a la vez institucional y guerrera, como esfuerzo decisivo en los debates preliminares y en las contiendas de hecho, está consignado en anales que proclaman la nobleza y el heroísmo de dos pueblos: fue el choque de dos gallardías cumpliendo bravamente sus respectivos destinos, en jornadas guerreras tan gloriosas como las que más honran la abnegación de un pueblo y el valor de una raza; fue la lucha potente y decidida de principios políticos divergentes, que debatieron su predominio lo mismo en los cabildos y juntas deliberantes, que en los campos de batalla; fue al mismo tiempo resultado y antecedentes, acción y dirección, impulso inmediato y actuación directa y principal en el desarrollo de los sucesos que fundaron la independencia de los pueblos del Continente. Y cuando al término de la cruzada gloriosa, pudo su influencia indirecta en el régimen político de las nuevas naciones, suscitar desacuerdos y recelos, mantuvo incólumes los fundamentos de su prestigio, replegando su acción y consagrándola a consolidar en la patria la obra institucional emprendida con el vigor de las grandes inspiraciones. Altiva y noble como su credo, la revolución de 1810 no impulsó su acción en acto alguno del arduo proceso, al calor de pasiones y de sentimientos que no correspondieran a la grandeza de la causa; el odio, el rencor, la animosidad enconada de la guerra, no estuvieron en la índole ni en los hechos de aquellas campañas y combates que definieron destinos superiores sin desgarrar íntimas vinculaciones: de ahí que al término del lance viril y caballeresco, florezcan lozanos en el campo de la contienda los afectos perdurables entre los actores de aquel intenso drama de la historia hispanoamericana. Realizada la obra de la emancipación por el triunfo de los ejércitos patriotas, que de Tupiza a Ayacucho se cubrieron de gloria sin amenguarla de sus contenedores, y antes bien, confirmando las nobles cualidades de la estirpe, se inició para la nueva entidad incorporada al concierto de las naciones, el período más delicado y penoso: el de los primeros pasos en el escenario de la vida libre, el de adaptación de nuevos estatutos políticos, el de organización del régimen interno en sus bases fundamentales del gobierno institucional y administrativo, el del ensayo, en fin, vacilante y medroso unas veces, y otras decidido y violento, pero siempre eventual en los medios, e incierto y precario en los resultados. El soldado de los ejércitos libertadores, instituido tribuno y gobernante, en una democracia embrionaria, en un medio ambiente semicaótico, sin otro bagaje que sus prestigiosos militares y su amor a la libertad, emprendió la obra de la organización civil y política, sin orientaciones definidas, desprovisto de los principales factores morales del gobierno propio, apremiado a todas las soluciones, abocado a todos los peligros, inclusive el del naufragio mismo, en el desquicio y en la inercia, de lo que había fundado la gloria y el denuedo. En tales circunstancias, el problema se planteó, en el conjunto de sus complicaciones, superior a los medios de solución, y a medida que avanzó desprestigiada y maltrecha la actuación de los denominados gobiernos iniciales, fue condensándose aquel residuo sedimentoso de errores y de contiendas banderizas, hasta constituir la atmósfera vital del caudillismo, que fue a la vez causa y efecto, antecedentes y consecuencia de MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 la anarquía política, de la guerra civil, del despotismo cruento, de la crisis moral más intensa que un país haya sufrido en el proceso de su evolución orgánica. No armoniza con el medio ambiente de esta hora de patrióticas gratulatorias, el cuadro de aquel eclipse sombrío que detuvo en un largo espasmo de dolor y de amargura, el desarrollo de las aptitudes morales y materiales del país. Bástenos considerar que también hemos triunfado –y Dios ha de permitir que sea para siempre jamás– de aquella dura prueba, que fue en los hechos el crisol depurador de nuestras instituciones orgánicas; y hoy luce el sol de la libertad civil y política, el inmanente sol de Mayo, símbolo argentino de su credo y de su afán generoso por los ideales superiores de justicia y civilización; y hoy están abiertos al legítimo anhelo positivo y a las expansiones elevadas del espíritu, el vasto dominio territorial, hospitalario y fecundo, y el horizonte ilimitado del pensamiento y de la idea, donde se modelan todas las manifestaciones del ansia infinita por la felicidad humana. Ascendemos la cima con el ánimo fuerte y el paso a la vez acelerado y firme. Nos apremian poderosos impulsos, que están en nosotros mismos, en nuestra conformación moral y física, en las instituciones libres, en el suelo fecundo, en el clima benigno, en la amplitud generosa de la vasta heredad, en el robusto batallar afanoso de una estirpe nueva que se forma por selección de energías cultivadas en terreno propicio, sin amenguar la esencia de la cimiente originaria. En plena labor, en intensa faena de múltiple expansión en todos los órdenes de la vida colectiva, acaso pudiéramos afirmar que nos sorprende la declinación de la primera jornada secular de actuación soberana, y el advenimiento de una nueva centuria a recorrer en el camino sin término. Y suspensa un instante la tarea, para contemplarla, vuelta la mirada hacia el ocaso, se admira y se bendice el pasado, génesis de dolor y de heroísmo, de sacrificios y de gloria, que forjó en los principios de libertad y de justicia el pedestal de la Patria; mientras la orientación opuesta señala en la aurora de la era nueva, la obra actual consolidada y engrandecida en el porvenir por el esfuerzo de las generaciones sucesivas, acrecentadas y felices en la paz del trabajo, en la armonía del derecho y la justicia, en la solidaridad del ideal y de la acción, en la vinculación imperecedera de los destinos comunes y de los anhelos superiores. Alienta y fecundiza esta obra, que se manifiesta destinada a corresponder en sus resultados finales a la grandeza de sus orígenes, el tributo de vigorosa energía impulsada en progresión creciente de todas las naciones del orbe, en hombres e instituciones que buscan la radicación que les corresponde en la rotación incesante del progreso. De ahí el singularizado homenaje que debemos a los principios de redención humana que tienen por base la libertad y la justicia, que enaltecen el concepto del bien y la noción de la vida, que orientan los espíritus en el ritual del deber, que levantan los prestigios al nivel de los merecimientos, que estrechan en un vínculo fuerte de armonía y de paz a los hombres y a los pueblos, aproximándolos al ideal de la fraternidad imperecedera. Y bien, señores: en la representación simbólica que ha de dar la gráfica exteriorización del concepto modelado por la inspiración artística, el monumento que aquí consagramos a la conmemoración de nuestra emancipación política, tendrá el múltiple significado histórico que lo determina. Representará para nosotros y para nuestros sucesores en el porvenir, aquel esfuerzo heroico, impulsión soberana, arranque de energía genial,
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1909 - 1912 que decidió en un instante supremo de los destinos de la América Española; evocará el proceso evolutivo del país y del pueblo argentino, con sus afanes y quebrantos por la conquista de sus ideales y el desenvolvimiento de sus aptitudes orgánicas; y constituirá a la vez un símbolo y un exponente de gratitud y de esperanza, de veneración y de estímulo –de gratitud y veneración por el virtuoso heroísmo que nos dio patria–, de estímulo y esperanza para las generaciones sucesivas que perpetúen en los siglos la altiva tradición de Mayo, donde se inician los antecedentes históricos de nuestra incorporación al concierto de los pueblos libres. Elevemos, entretanto, el corazón y el pensamiento a la excelsitud de las inspiraciones grandes, y confiemos al auspicio del Dios de las Naciones, como voto supremo de esta hora, la grandeza de la Patria, la paz de los pueblos, la felicidad común.
Fuente: SEDICI, Repositorio Institucional de la UNLP. Disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/ 10915/21481.
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El presidente José Figueroa Alcorta y la Infanta Isabel de Borbón se dirigen al Tedeum en la Catedral Metropolitana durante los festejos del Centenario argentino.
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Oración patriótica de monseñor Miguel de Andrea El 2 de junio de 1910, monseñor Miguel de Andrea pronuncia una “oración patriótica” de acción de gracias por el éxito de las fiestas del Centenario. El obispo será nombrado dos años después como director de los Círculos de Obreros Católicos, desde donde mantendrá una fuerte prédica y participación a favor de la acción social de la Iglesia católica, disputando con los distintos partidos y agrupaciones de izquierda la influencia sobre la clase trabajadora.
Es muy cierto, señores, que han merecido bien de la Patria, todos cuantos han tenido la misión de cooperar al éxito de nuestro centenario. (…) Algo muy extraordinario ha pasado, señores, por el alma nacional. Algunos días atrás, la conciencia de todos era asaltada de amargas inquietudes. Vivíamos en un ambiente de indecisión. Un hálito helado congelaba en nuestras venas el naciente entusiasmo, inoculándonos los gérmenes de un espasmo indefinido. Dudábamos del éxito: la indecisión, madre del desaliento, era lo que respirábamos en la atmósfera. Los hijos de las tinieblas, sintiéndose por unos momentos dueños casi absolutos del terreno, creyeron llegada ya su hora: extremaron los recursos, llegaron a los excesos, ¡nos hirieron en la mitad del alma! Señores, yo no puedo agradecer el crimen. Pero siento tentaciones de exclamar, ante el recuerdo de aquellas siniestras amenazas: “¡Feliz provocación!” (…) Se había pretendido relegar a la oscuridad nuestra bandera: y nuestra bandera salió y salió llevando por pedestal el pecho de los niños y el corazón de las mujeres, porque se quiso hacer gala del valor, venciendo con la debilidad: y la bandera se enarboló sobre nuestras casas, como sobre otras tantas ciudadelas del sentimiento patrio y como si esto no bastase cincuenta mil manos viriles la enarbolaron haciéndola flamear sobre las anchas avenidas, de suerte que por algunas horas pudimos hacernos la ilusión de que la amplitud celeste y blanca de los cielos había abandonado las alturas en que se extiende, para bajar a envolver entre sus pliegues y venir a besar el suelo de la Patria. (…) Hemos arrojado los cimientos del templo de nuestra grandeza, son magníficos, son hermosos, pero nos hallamos casi al principio de la gigante obra y debemos continuarla en forma tal que los que tengan la dicha de celebrar la nueva centuria, tengan también la de colocar sobre su cúpula la bandera. Estamos por lo tanto en el deber de alejar toda causa de rémora. (…) Ya lo habéis comprendido, señores: me refiero a la prédica malsana de las doctrinas disolventes que vienen minando los sólidos principios de nuestra civilización. Yo no temo hablar, señores, temería más bien callar, porque con ello haría traición a mi Patria y a mi conciencia. El que no se siente con el valor necesario para denunciar al enemigo, no sólo es un cobarde, sino también un cómplice. (…)
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Así os hablo también ahora y sé que responderéis, haciendo desaparecer de nuestro suelo hasta el vestigio de aquellos que alientan la esperanza de imponernos alguna tiranía. La juventud ha respondido ya a ese llamado noble de la Patria: ha sido la primera porque es la que menos puede contener los entusiasmos. Pero no debe ser la única. La Patria espera la respuesta en primera fila de todos los que sois, bajo su amparo, la encarnación de algún poder. (…) Y yo quisiera, señores, disponer en esta circunstancia memorable, de bastante autoridad para levantar mi débil voz y pediros en nombre de la Iglesia, la eterna aliada de la Patria, que como último tributo de vuestro reconocimiento a los Divinos favores, formuléis el voto de no atacar jamás su religión. Economizad en adelante esas preciosas energías para aplicarlas allí donde imperiosamente se reclaman. (…) Seamos francos, señores, se puede disputar y aun si queréis, atacar a la verdad, porque desgraciadamente está abandonada en la Tierra a las disputas de los hombres; pero nunca se puede disputar, ni jamás es lícito atacar a la virtud. Brilla esta de una manera tal que no deja resquicio alguno a la injusticia ni a la tiranía y aun cuando el cristianismo no mereciese todo vuestro respeto a título de verdad, lo merecería a título de virtud. No lo ataquéis pues, y cuando de ello sintáis tentaciones, pensad que cada uno de los ataques que dirijáis contra sus verdades y sus principios, contra sus prácticas y su moral, será un nuevo golpe que descargaréis sobre los cimientos mismos del edificio social en que descansáis: y lo que es más todavía, pensad que si os empeñáis en conmover las columnas del templo, seréis quizá los primeros en quedar aplastados debajo de sus escombros. No nos ataquéis pues, puedo repetiros aun en nombre del patriotismo, de ese patriotismo que habéis visto surgir del corazón mismo de la Iglesia, como de la semilla surge la planta y como de la planta surge la flor. Esas preciosas energías que tan sin razón se dirigirían en contra de nosotros, aplicadlas resueltamente a contrarrestar la influencia demoledora de las doctrinas disolventes, cuya falta absoluta de razón de ser acabamos de ver una vez más en la gloriosa semana tan llena de gloria como fecunda en beneficios. (…) He aquí, señores, el precioso lema que os dejo como recuerdo íntimo de mis palabras de hoy: “Dios y Patria”. He dicho.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 183-184.
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LA RESTAURACIÓN NACIONALISTA
POR RICARDO ROJAS Capítulo I Teoría de los estudios históricos 3. Objeto de la Historia en las escuelas Constantemente se ha considerado que la Historia sirve para sugerir el patriotismo. Tanto se ha exagerado sobre ello que se ha llegado a desmonetizar el ideal patriótico falsificando con frecuencia la verdad histórica. Los viejos libros de pedagogía y los estudios más recientes –realizados durante el vivo debate actual de estas cuestiones– abundan en la ratificación de ese pensamiento. En 1897 se preguntó a los candidatos al bachillerato moderno en Francia: “¿Qué fin debe tener la enseñanza de la historia?”. Y el ochenta por ciento contestó: “Promover el patriotismo”. En los Estados Unidos, los autores del conocido Informe de los siete dan estas conclusiones de su encuesta en algunos estados: Nevada: “Encender el fuego del patriotismo y alimentarlo constantemente”. Colorado: “Desarrollar el patriotismo”. Carolina del Norte: “Hacer de nuestros niños verdaderos patriotas”. En Alemania esa tendencia se exagera más aún. Si la invasión napoleónica despertó en 1808 el sentimiento de la nacionalidad y sacudió a su sociedad corrompida, el impulso idealista de sus filósofos tuvo raíces históricas.
Los festejos del Centenario promueven reflexiones sobre la identidad nacional. En 1909, Ricardo Rojas publica La restauración nacionalista, exhortando a los argentinos a estudiar su pasado seriamente y a enseñarlo a toda la juventud. En los siguientes fragmentos el lector puede apreciar las ideas de las que se sirve Rojas para caracterizar la identidad nacional.
Se recordó a la remota Germania, y se dijo que el pueblo alemán tenía en el mundo el destino de salvar la civilización europea, equilibrando y completando la obra de los pueblos meridionales. El pueblo que no había cedido a la ocupación romana y que había invadido el imperio decrépito, debía resistir ahora el cesarismo y el sensualismo latinos, renacientes en Francia y en Napoleón. La lección histórica de Jena y Tilsitt, enseñada imperialmente en sus escuelas, los condujo a Sedán. El recuerdo histórico de Sedán continúa alimentando el prestigio de la casa prusiana y de la Prusia vencedora. El Hohenzollern emperador ha dicho en 1889 dirigiéndose al Rector de la Universidad de Gotinga: “Yo creo que es precisamente por el estudio de la Historia como debe ser iniciado el pueblo en los elementos que han elaborado su fuerza. Cuanto más asiduamente se enseñe al pueblo la Historia más tomará conciencia de su situación y será educado en la unidad de grandes ideales y para grandes acciones. Espero que en los años siguientes el estudio de la Historia cobre aún más importancia que hasta el presente”. Y desde luego ha llegado a cobrarlo, alcanzando el patriotismo en Alemania a asumir formas idólatras y antropomórficas. Hoy es en aquel país, gracias a la educación histórica, una poderosa religión primitiva.
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Las opiniones son unánimes al respecto; y la práctica del sistema ha dado excelentes resultados en algunas naciones. Pero a fin de no extraviar el camino, necesitamos definir en qué debe consistir ese patriotismo y cómo debe servirlo la Historia sin traicionar a la verdad, ni caer en la innoble patriotería. Cifro en esta parte de mi Informe la creencia de una concepción fundamental, y me permito reclamar sobre ella la meditación de los educadores. El patriotismo, definido de una manera primaria, es el sentimiento que nos mueve a amar y servir a la Patria. La patria es originariamente un territorio, pero a él se suman nuevos valores económicos y morales, en tanto los pueblos se alejan de la barbarie y crecen en civilización. Por consiguiente, a medida que el hombre se civilice, ha de ser un sentimiento que se razone. Su elemento objetivo, la tierra, varía también. Puede ser la pampa ilimitada, poseída en común por la tribu, tierra de siembra o tierra de pecoreos, que a los ojos del indio triste tiene por límites la aurora y la tarde. Puede ser el recinto amurallado de la ciudad antigua, la terra patria donde duermen los restos de los antepasados, donde arde la llama de las aras domésticas, donde el ciudadano se sabe libre, a la sombra de las divinidades tutelares. Puede ser, y acaso lo será algún día, toda la tierra, toda la humanidad, como la quieren los destructores de las patrias actuales, los imaginadores de ciudades futuras. En sus formas actuales, la patria se circunscribe a los límites de la Nación, con cuya concepción política se confunde. El desear una patria más amplia y una hu manidad más fraternal, no me impide decir que la idea moderna de nación es generosa; que las naciones ya constituidas van haciéndose cada día más homogéneas y fuertes; que aun por mucho tiempo, la historia de los continentes
nuevos será la formación de nuevas nacionalidades; y que la unidad del espíritu humano y la obra solidaria de la civilización aconsejan, precisamente, no destruirlas, sino crearlas y fortalecerlas. Una literatura plebeya y una filosofía egoísta, que disimulaba bajo manto de filantropía su regresión hacia los instintos más oscuros, ha causado algún daño, en estos últimos tiempos, a la idea de patriotismo. El in noble veneno, profusamente difundido en los libros baratos por ávidos editores, ha contaminado a las turbas ignaras y a la adolescencia impresionable. Y ha sido una de las aberraciones democráticas de nuestro tiempo y de nuestro país, que la obra de alta y peligrosa filosofía circulase en volúmenes económicos, más asequible que el libro nacional o que los manuales de escuela. Por eso se hace necesario proclamar de nuevo la afirmación de los viejos ideales románticos, y decir que, en las condiciones actuales de la vida, esa fórmula contraria a la patria, im plica sustituir el grupo humano concreto por una humanidad en abstracto que no se sabría cómo servir. En su doble carácter de esperanza y de irrealidad, esa patria futura se parece tanto a la patria celestial de los místicos, que permite como ella eludir la acción realmente filantrópica y efectiva, cargando todas las ventajas en favor del egoísta, que ni siquiera tiene, como los secuaces de la otra, la corona angustiosa del ascetismo. Y si la patria de ahora es la nación, veamos qué valores ella suma a la tierra, su elemento originario, habiendo dicho que en tanto el hombre se civilice, su patriotismo ha de ser un sentimiento que se razone. El móvil primordial de la defensa se enriquecerá, pues, con la agregación de nuevos valores, según la medida de su propia civilización. En efecto, el patriotismo es, en sus formas elementales, instinto puro. Manifiéstase, casi exclusivamente, cuando lucha con invasores extranjeros. Los indios de la pampa,
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1909 - 1912 guerreando por su territorio, mostraron un patriotismo elemental, pues sólo defendían el suelo que los sustentaba y las hembras en que perpetuaban su raza: en suma, los instintos radicales de la conservación personal y de la conservación específica. No sé que a esa resistencia se mezclaran supersticiones religiosas sobre el invasor. En todo caso, ese no era su núcleo, por eso llamo a ese estado el del patriotismo instintivo. Cuando los pueblos se instalaron en la ciudad antigua, el patriotismo avanzó un grado en su evolución. La terra patria era, en definitiva, la tierra de los padres, el suelo santificado por sus tumbas. Esto comportaba una estrecha solidaridad con las generaciones anteriores, y era la continuidad del esfuerzo. El patriotismo se ejercitaba diariamente, en la práctica de las instituciones o del culto. Manifestábase, pues, sin necesidad de la guerra, y cuando esta, se defendía la ciudad y sus campos, no sólo por instinto de conservación, sino también por solidaridad con sus dioses y temor a la esclavitud, consecuencia forzosa de la derrota. Agregábanse a la tierra y al instinto, valores éticos y económicos, y a este período llámole del patriotismo religioso. En la actualidad, la patria es un territorio extenso, la fraternidad de varias “ciudades” en la nación. Contiene la emoción del paisaje, el amor al pueblo natal, el hogar y la tumba de la familia. Une a sus habitantes una lengua o una tradición común. En caso de peligro nacional, defiéndese en la guerra lo mismo que los indios o los antiguos defendían. Pero el nuestro es, sobre todo, un patriotismo que se ejerce en la paz, no sólo por ser la guerra menos frecuente en nuestra época, sino por ser en la paz cuando elaboramos los nuevos valores estéticos, intelectuales y económicos, que hacen más grande a la nación. El patriotismo ejercítase así, en los tiempos normales, por la creación de nuevas obras que acrecienten el patrimonio nacional, por la solidaridad con
todas las comarcas del territorio común, por la devoción a los intereses colectivos, cuyo órgano principal es el Estado, todo lo cual constituye el civismo. Cuando esos nuevos valores agréganse a la tierra, el sentimiento que los crea y los defiende, llega al período que llamo del patriotismo político. Hénos ya en el momento en que el patriotismo se razona mejor. El hombre sale del egoísmo primitivo, para entrar en un egoaltruismo fecundo. Sintiéndose demasiado transitorio, busca un objeto a sus esfuerzos, y les da por objeto la nación que ha de sobrevivirlo. Sucesor de los antepasados, conserva el patrimonio que ellos le legaran, y confía en que después de su muerte, otras generaciones continuarán su esfuerzo en una labor solidaria. Si en lugar de conservar solamente, hubiese acrecentado ese patrimonio y su obra, intelectual o política, hubiera alcanzado magnitudes heroicas, aguardará sobrevivir, con póstuma vida en la memoria de su pueblo. En medio de una humanidad tan heterogénea y tan inmensa, mitigue el hombre su orgullo, pues ni su inteligencia es tan grande para preocuparla, ni su brazo tan fuerte para servirla toda entera. Confórmese en su filantropía con los hombres que le son más afines, y espere en su ambición la gloria que sólo ellos pueden darle. La fama o la gratitud universales sólo la han merecido ciertos seres de excepción, para quienes no se hacen la moral ni las leyes, y a veces les han venido en añadidura de un esfuerzo patriótico. Y si al otro, ese para quien hablo, las luces de su espíritu lo levantasen sobre el pobre gañán de los campos, esta fórmula de patriotismo tiene la ventaja de que su definición política es sólo la limitación del esfuerzo político; vale decir, todas las formas de la acción, sin que eso excluya la solidaridad intelectual con los otros hombres que, más allá de las propias fronteras, plasman la belleza en los mismos mármoles, buscan la verdad en una misma ciencia, o vierten su pensamiento en un mismo idioma.
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Esa concepción moderna del patriotismo, que tiene por base territorial y política la nación, es lo que llamo el nacionalismo. Y puesto que la ciudad definía el patriotismo para los antiguos, veamos ahora qué definiría el nacionalismo en su sentido patriótico, para los hombres modernos. La nacionalidad debe ser la conciencia de una personalidad colectiva. La personalidad individual tiene por bases la cenestesia, o conciencia de un cuerpo individuo, y la memoria, o conciencia de un yo constante. Al fallar cualquiera de estos dos elementos, debilítase la conciencia, llegándose hasta los casos de dos yo sucesivos y de cuerpos físicos deformes o dobles. Así la conciencia de nacionalidad en los individuos debe formarse: por la conciencia de su territorio y la solidaridad cívica, que son la cenestesia colectiva, y por la conciencia de una tradición continua y de una lengua común, que la perpetúa, lo cual es la memoria colectiva. Pueblo en que estos conocimientos fallan, es pueblo en que la conciencia patriótica existe debilitada o deforme. He ahí el fin de la Historia: contribuir a formar esa conciencia por los elementos de tradición que a ambas las constituyen. En tal sentido, el fin de la Historia en la enseñanza es el patriotismo, el cual, así definido, es muy diverso de la patriotería o el fetichismo de los héroes militares. La historia propia y el estudio de la lengua del país darían la conciencia del pasado tradicional, o sea del “yo colectivo”; la geografía y la instrucción moral darían la conciencia de la solidaridad cívica y del territorio, o sea la cenestesia de que hablé: y con esas cuatro disciplinas la escuela contribuiría a definir la conciencia nacional y a razonar sistemáticamente el patriotismo verdadero y fecundo. Para ello la Historia no necesitaría deformarse: bastaríale presentar los sucesos en la desnudez de la verdad. Los desastres merecidos de la patria, los bandidos triunfantes, las épocas aciagas, las falsas glorificaciones, todo
habría que contárselo a la juventud. En este afán por descubrir y decir lo verdadero, iría por otra parte implícita una admirable lección de moral. La lección de patriotismo fincaría, de por sí, en el solo hecho de pensar en el pasado y en el destino del propio país y de la civilización. Y como se preferiría en la enseñanza los elementos populares, recónditos, de la tradición y de la raza, para hacer ver cómo la nación se ha formado y cómo es en la actualidad, quedaría un margen para la historia biográfica y dramática, en la cual, tratándose de la nuestra, no habrían de faltarnos, a fe mía, algunas figuras ejemplares para ofrecerlas a la juventud.
Capítulo VI La enseñanza histórica en nuestro país 8. El nacionalismo de Sarmiento Es acaso esta la vez primera que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando nos llamaron americanos y quiénes cuando argentinos nos llamamos. ¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas nos desmienten! ¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta. ¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni argentinos querrían ser llamados. ¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello. Ejerce tan poderosa influencia el medio en que vivimos los seres animados, que a la aptitud misma para soportarlo se atribuyen las aptitudes de raza, especies, y aun de género. Así empezaba Sarmiento su Conflictos de las razas, libro caótico como su espíritu y
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1909 - 1912 americano como él; y esa era la teoría que desarrolló, acaso con demasiadas seguridades científicas que lo llevaron a errores; pero animado de un seguro instinto nacionalista que no se oscureció en su vida sino a ratos, y sólo en páginas fragmentarias. Bajo su propaganda cosmopolizante, Alberdi organizador, Sarmiento educador, Mitre biógrafo de los Héroes, defendieron siempre el espíritu nacional constituido por la emoción del paisaje nativo y por la tradición hispanoamericana que llegó a sus formas políticas en la guerra de la Independencia. El viejo bravo que guardó en los Recuerdos el aroma patriarcal de la colonia; que encerró en el Facundo el genio trágico de nuestra pampa en guerra y de la ciudad en despotismo; que entregó en Argirópolis el sueño de la organización civil y la cultura; alcanzó en el crepúsculo de su vida declinante, siguiendo en avatares sucesivos el curso de nuestra vida nacional, a vislumbrar en los Conflictos el problema moral que comenzaba para el espíritu argentino. Incipiente el problema y ya en el ocaso su mente genial, no logró ni plantearlo ni resolverlo; pero quizá vibraba una profunda angustia cívica en aquella pregunta postrera: “¿Argentinos? Desde cuándo y hasta dónde, bueno es darse cuenta de ello”. Antes de que la respuesta pueda ruborizarnos, apresurémonos a templar de nuevo la fibra argentina y vigorizar sus núcleos tradicionales. No sigamos tentando a la muerte con nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra escuela sin patria. Si lealmente queremos una educación nacional, no nos extraviemos, como nuestros predecesores de 1890, en la cuestión de las ciencias y del latín. No nos suicidemos en el principio europeo de la libertad de enseñanza. Para restaurar el espíritu nacional, en medio de esta sociedad donde se ahoga, salvemos la escuela argentina, ante el clero exótico, ante el oro exótico, ante el poblador exótico, ante el libro también exótico, y ante la prensa que refleja nuestra vida exótica sin conducirla,
pues el criterio con que los propios periódicos se realizan, carece aquí también de espíritu nacional. Predomina en ellos el propósito de granjería y de cosmopolitismo. Lo que fue sacerdocio y tribuna, es hoy empresa y pregón de la merca. Ponen un cuidado excesivo en el mantenimiento de la paz exterior y del orden interno, aun a costa de los principios más altos, para salvar los dividendos de capitalistas británicos, o evitar la censura quimérica de una Europa que nos ignora. Dos planas de anuncios de servicio reflejan en ellas la inmigración famélica que congestiona la Ciudad. Diez páginas de avisos comerciales reflejan nuestra anormal vida económica de especulaciones y remates. Dos planas de colaboración europea frecuentemente inferior a la propia y mejor pagada que esta, denuncia la superstición que rendimos a ciertos nombres extranjeros. Diez columnas de cablegramas, con noticias cuya importancia dura veinticuatro horas, publican aquí sucesos de aldeas italianas y rusas, tan minuciosas y sin trascendencia, que apenas si se publican allá en sus periódicos locales. Varias columnas de crónica social, que suele ser, en extensión e inocuidad, ni más ni menos que en los periódicos de Madrid su larga crónica de toros, estimulan la vanidad femenina, continuando la deliciosa educación del Sacre Cœur que Ellas reciben. Una página de carreras satisface la curiosidad de las muchedumbres que en la ciudad viven para ellas y dan a un caballo o a su jockey la admiración que otros pueblos dispensan a su gran poeta o a su primer trágico. Retratos frecuentes, del obispo de Burdeos o del sobrino de un hermano del Emperador de Austria, que murieron la noche anterior en Austria o en Burdeos, ocupan el sitio que corresponde al hombre admirado por la humanidad o al servidor del país, que muere olvidado en un rincón de provincias, sin retrato ni necrología metropolitanas. Quedan sólo las columnas restantes para los intereses nacionales; y eso es lo que constituye nuestra pren-
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sa, sin contar la revista que a fin de año publica el número almanaque, profuso de fotografías extranjeras, y por única producción americana, cincuenta páginas de mediocre literatura pedidas expresamente a los escritores de Europa. El cuadro no es halagüeño, sin duda; pero no he querido omitir sus detalles, porque aparte de ser un reflejo de nuestra vida actual, el periódico, y como él la revista y el libro, son la continuación de la escuela, interesándonos, por consiguiente, la obra de educación o de extravío que ellos realizan en la sociedad. La parte que nuestro mal sistema de educación, demasiado europeo, haya tenido en la formación de tal ambiente, es grande, sin duda; pero no es exclusiva. Causas geográficas, étnicas y económicas han colaborado con ella. Estas últimas han sido a la vez motivo de nuestros errores pedagógicos. Nuestra enseñanza fue producto de ese ambiente; pero ahora, ante los extremos a que el error ha llegado, dentro y fuera de la educación, debemos reaccionar a fin de transformar la es cuela en hogar de la Ciudadanía. Tal pensamiento cree contener la fórmula concreta de la educación nacional que venimos reclamando ha tantos años y que una vieja inquietud sentimental buscaba por caminos extraviados. Y una vez que para servir ese ideal hayamos restaurado la enseñanza de la Historia, la Geografía y el Idioma, deberemos unirlas en un solo cuerpo de Doctrina Moral. Me ha parecido, al estudiar la educación de los países visitados, que se podría definir en cada uno de ellos ciertos núcleos espirituales que los caracterizan. En Inglaterra, cultívase la personalidad y se hace reposar la conducta en las sanciones religiosas de la conciencia, más que en las sanciones externas del orden social. En Francia, cultívase la libertad de la crítica y se prepara al ciudadano para una democracia francesa, banderiza en el orden interno, pero generosa en su historia de trascendencia universal. Alemania cultiva sus alemanes, en la
extraña mezcla de metafísica y de imperialismo que constituye lo singular de su espíritu, encauzando en disciplinas militares las aptitudes con que cada uno contribuye a la victoria del ideal germánico. Italia, vibrante en la fuerza y la gloria de su tradición, cultiva la unidad cronológica de las sucesivas civilizaciones que han florecido en su suelo, pero consuma la unidad política, preparando a sus hijos para una nueva civilización italiana. Acaso cada uno de esos núcleos espirituales sean, más que puntos de partida, consecuencias de la raza homogénea y del pasado remoto. Careciendo nosotros de estos elementos, nos equivocaríamos al adoptar cualesquiera de ellos por deliberación. Esas naciones preexisten espiritualmente, y subordinan a su espíritu sus instituciones. En ellas el pueblo ha sido anterior a la nación. La peculiaridad de nuestra historia, desconcertante para cualquier estadista, consiste, por el contrario, en que constituida la nación, esperamos todavía poblar el desierto y crear el alma de un pueblo. Este es nuestro problema más urgente. A él debemos subordinar nuestra educación. Saber si hemos de preferir las disciplinas morales de los ingleses, las disciplinas intelectualistas de los franceses o las disciplinas militares de los alemanes, acaso sea imposible, por ser aún prematuro. Cualquiera de las tres realiza sus fines cuando brota del espíritu de una raza. Tratándose del actual espíritu argentino, que no ha revelado hasta ahora ninguna aptitud metafísica y que tiene una historia de desórdenes, las disciplinas alemanas difícilmente podrían adoptarse. Descendientes de españoles, de indios y de europeos meridionales, somos sensuales y realistas. Somos individualistas e intelectualistas además, de ahí que acaso nos conviniera, como ideal realizable, algo que participase de las disciplinas francesas y británicas a la vez. Pero, como antes dije, todo esto es prematuro. Quizá fuera mejor librarlo al tiempo y a la experiencia de los profesores, practi
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1909 - 1912 cando, entre tanto, una educación integral, de la inteligencia, de la sensibilidad y del carácter. Nuestro fin, por ahora, debe ser el crear una comunidad de ideas nacionales entre todos los argentinos, completando con ello la caracterización nacional que ya realiza de por sí la influencia del territorio. La anarquía que hoy nos aflige ha de ser pasajera. Débese a la inmigración asaz numerosa y a los vicios de nuestra educación. Pero el inmigrante europeo de hoy es como el de la época colonial: vuelve a su tierra o muere en la nuestra; es algo que pasa. Lo que perdura de él es su hijo y la descendencia de sus hijos; y estos, criollos hoy como en tiempos de la independencia, tienen ese matiz común que impóneles el ambiente americano. En cuanto a la educación, esperemos que sus vicios, ya señalados, han de subsanarse, por una intensificación de los estudios nacionales, pues conocer nuestro territorio, la vida de las generaciones anteriores que en él lucharon y cultivar el idioma histórico de un continente, es ya tener una pauta más cierta para el futuro. No constituyen una nación, por cierto, muchedumbres cosmopolitas cosechando su trigo en la llanura que trabajaron sin amor. La nación es además la comunidad de esos hombres en la emoción del mismo territorio, en el culto de las mismas tradiciones, en el acento de la misma lengua, en el esfuerzo de los mismos destinos. Y puesto que la propia fatalidad de nuestro origen nos condenaba a necesitar del brazo ajeno para labrar nuestra riqueza, todo nos conminaba a la cultura de nuestro patrimonio espiritual. Tal debió ser la preocupación moral de nuestra enseñanza, cuando apenas fundada, vimos iniciarse en el país la venal anarquía cosmopolita. Autorizábanos a ello, el ejemplo extraño y las propias necesidades. Y siendo la emoción del propio territorio, la tradición de la propia raza, la persistencia del idioma propio y las normas civiles del propio ambiente, elementos vitales de nacionalidad, abandonamos esas cuatro dis-
ciplinas a la bandería del manual extranjero y a la ciencia de la lección rutinaria, dejando que la Geografía, la Historia, la Gramática, la Moral, que respectivamente corresponden a aquellas en la enseñanza, se redujeran a ejer cicio mecánico, sin las sugestiones estéticas, políticas y religiosas que deben vitalizar esos estudios. Nuestro sistema falló también, según lo he demostrado, a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca manía de imitación, que nos llevara a estériles estudios universales, en detrimento de una fecunda educación nacional. Así se explica que estén saliendo de nuestras escuelas argentinos sin conciencia de su territorio, sin ideales de solidaridad histórica, sin devoción por los intereses colectivos, sin interés por la obra de sus escritores. Ante semejante desastre, y en presencia de la escuela nacional de otros países, que capítulos anteriores han procurado describir, he comprendido hasta qué peligrosos extremos falta a nuestra enseñanza el verdadero sentido de la educación nacional. Si naciones fundadas en pueblos homogéneos y tradición de siglos, lejos de abandonarla, tienden a fortificar la escuela propia según lo expone mi encuesta, esto es tanto más necesario en naciones jóvenes y pueblos de inmigración. Al pretender fundar la nuestra en una teoría de la enseñanza histórica y las humanidades modernas, creo haber encontrado el verdadero camino, abandonando la interminable cuestión de las humanidades antiguas, más europea que americana, para pedir a la Historia y la Filosofía una disciplina moral en el orden político, y en el pedagógico una conciliación de las letras y de las ciencias, cansadas de disputar sobre el latín, campo entre nosotros de estériles y artificiosas discusiones.
Fuente: Ricardo Rojas, capítulo I, punto 3: “Objeto de la Historia en las escuelas” y capítulo VI, punto 8: “El nacionalismo de Sarmiento”, en La restauración nacionalista, La Plata, UNIPE, Editorial Universitaria, 2010, pp. 59-63 y 216-220.
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Grito de Alcorta La huelga agraria que el 25 de junio de 1912 estalla en la ciudad de Alcorta, provincia de Santa Fe, marca la irrupción de los chacareros en la política nacional del siglo xx al dar origen a su organización gremial representativa: la Federación Agraria Argentina. En el año del 75º aniversario del Grito, don Antonio Diecidue, uno de sus dirigentes, condensó su historia en un libro. Lo que sigue son los prolegómenos y el manifiesto de la fundación de la Federación.
En Bigand estalló el primer explosivo Ocurrió en la tarde del 15 de junio de 1912. En la plaza del pueblo de Bigand se reunieron alrededor de mil personas. Allí estaban los agricultores y los hombres del pueblo en un gran mitin, donde se iban a tratar los problemas de los chacareros, especialmente en lo concerniente a los arrendamientos y plazo de los contratos. Ocupó la tribuna el joven agricultor Luis J. Fontana, quien, en una magnífica improvisación, trató la afligente situación de los agricultores y fustigó la avaricia de los terratenientes locales, terminando su enérgica arenga con un “¡viva la huelga!”, palabras que fueron recibidas por la multitud con delirantes gritos de aprobación y repitiendo: “¡A la huelga, a la huelga!” Se había roto el primer eslabón de una larga cadena que venía oprimiendo al agricultor desde hacía más de medio siglo. Restablecida la calma, aquella multitud se transformó en asamblea deliberativa, bajo la presidencia de don Manuel Márquez. Se hizo un examen de la situación imperante en el campo y se resolvió solicitar a los dueños de tierra, una rebaja en los arrendamientos y las aparcerías; disponer del 6 por ciento de la misma en forma gratuita, destinada al pastoreo de los animales de trabajo; libertad de trillar con la máquina que más conviniera al agricultor; que cesaran los desalojos y se hicieran por escrito los nuevos contratos. También se resolvió dirigir un petitorio en tal sentido a cada propietario y darles un plazo de 15 días para que contestaran. De no obtenerse una respuesta favorable, quedaría declarada una huelga general. Para atender las tramitaciones con los propietarios y mantener el estado de alerta, se nombró una comisión especial, integrada por las siguientes personas: Ramón Avilés (Presidente); Luis J. Fontana (Secretario); Vocales: Manuel Márquez, Tomás Boretto, Evaristo Franchini, Juan Lescano, Miguel Telesco, Cruz Palau y Felipe Hernández. Por último se resolvió realizar una nueva asamblea pública el día 30 de junio, para informar sobre las gestiones realizadas y tomar resoluciones definitivas. El principal terrateniente, Víctor Bigand, al ser notificado por la comisión de gestiones, contestó a sus colonos por intermedio de una carta abierta que publicó en el diario La Capital de Rosario. Entre otras cosas les decía en la carta “que no aceptaba imposiciones, pero que estaba dispuesto a tratar el pliego de condiciones, fijando el día 3 de julio de 1912 para celebrar una reunión conjunta”. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 Según opinión de Antonio Diecidue, y aunque en apariencia podría considerarse como un detalle sin importancia, en mérito a la verdad, se deja constancia que en el acto del 15 de junio en Bigand, como en los posteriores, la conducta del comisario de policía de dicha localidad, señor Jacinto J. Moreno, fue muy correcta, compartiendo la jornada con toda simpatía hacia la causa de los agricultores. Alcorta, aprestos para la jornada del 25 de junio Los agricultores de Alcorta actuaban aceleradamente, realizando una acción que abarcó toda la zona y adyacencias. Se había formado una comisión especial presidida por don Francisco Bulzani y que integraban los agricultores Menegildo Gasparini y Francisco Peruggini. El día 17 de junio se realizó la primera asamblea, para dar forma concreta a la campaña que venían efectuando y para establecer las condiciones básicas a fijarse en el petitorio que se elevaría a los dueños de campo y a los subarrendadores. El acto se llevó a cabo en el local de la Sociedad Italiana, bajo la presidencia de Bulzani. Las deliberaciones de la asamblea fueron importantes. Se puso de manifiesto la unánime decisión de exigir a los propietarios, rebaja de los arrendamientos y un contrato escrito por cuatro años de duración como mínimo y mayor libertad de acción. Se fijó la fecha del 25 de junio para la realización de una nueva asamblea, invitando a asistir a la misma a los propietarios y a los subarrendadores de tierra. Se confeccionó un acta conteniendo las causas principales que habían provocado la afligente situación de los agricultores, consignando a la vez, el propósito de mantenerse unidos y disciplinados, por ser la única manera de vencer la resistencia de los locadores. El diario La Capital de Rosario, con fecha 19 de junio, hizo un extenso comentario sobre esta asamblea; con fecha 22 de junio, anunció, con el título Mitin de agricultores la asamblea del día 25. El mismo diario, en su edición del 24 de junio, volvió sobre el tema diciendo: “Consideramos al problema agrario muy grave y opinamos que debe resolverse sobre el tapete de la realidad”. La acción de los agricultores de Bigand y Alcorta había, por fin, llegado a interesar al periodismo hasta alarmarlo, frente a la decisión de los hombres de campo, de paralizar las labores, declarando la huelga en señal de protesta y como medio de defensa de sus derechos a una vida digna. Diarios de la Capital Federal también se ocuparon de este tema. Se estaba produciendo en el país, al menos, una toma de conciencia sobre el aterrador problema de la familia agraria y se advertía a los poderes públicos que pusieran remedio al mal. (…) 25 de junio de 1912. “Grito de Alcorta” El paciente, metódico y eficiente trabajo de persuasión de los dirigentes, dio sus óptimos frutos en la jornada del 25 de junio de 1912, en la gran asamblea de Alcorta, donde se reunieron más de dos mil personas. En una carta escrita por don Nazareno Lucantoni, que actuó en aquellas jornadas, decía: “Los agricultores de las colonias La Adela y La Sepultura formaban una caravana de sulkys que cubría tres kilómetros del camino”. Además de los agricultores se hicieron presentes nutridos núcleos de productores de las colonias pertenecientes a los vecinos distritos de Bombal, Bigand, Casilda, Fuentes,
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Chabás y Paz. En esta última localidad actuaba el Cura Párroco Pascual Netri, hermano del sacerdote José Netri, de Alcorta. Ambos tenían mucho predicamento entre los colonos y, desde el comienzo, proporcionaron consejos prudentes. El Dr. Francisco Netri viajó desde la ciudad de Rosario, acompañado por un grupo de periodistas, siendo recibido en la estación por los miembros de la comisión organizadora y más de mil agricultores que vivaban su nombre y aplaudían su presencia con ferviente entusiasmo. De inmediato se trasladaron al salón de la Sociedad Italiana en cuyo lugar la concurrencia superaba las dos mil personas. Iniciación de la asamblea Con una sala colmada al máximo de su capacidad, se dio comienzo al acto, sin mayores preámbulos, previas improvisadas palabras de don Francisco Bulzani, en su calidad de presidente de la Comisión constituida. Con respecto a la presencia del abogado Francisco Netri, dijo que participaba en calidad de asesor, servicios que se le habían solicitado en previsión de que los propietarios de campo asistieran acompañados por sus respectivos consejeros. Se resolvió iniciar las deliberaciones con la total ausencia de dueños de campos y de los subarrendadores, quienes habían sido especialmente invitados. En los primeros momentos se escucharon severas manifestaciones, condenando la actitud de los terratenientes y los intermediarios expoliadores. Como fidedigna e histórica memoria de aquel evento, nada mejor que transcribir los principales conceptos de un periodista que presenció la asamblea y escribió la crónica de los actos, en el diario La Capital de Rosario, del día 26 de junio de 1912 y que decía: “Se ha celebrado ayer en Alcorta la importante asamblea de colonos de ese Departamento, en el cual, después de varias incidencias, entróse a tratar de lleno una cuestión de orden económica, de suyo eminentemente compleja y delicada, pero que fue abordada con serenidad y tino por los manifestantes, reduciéndola a los términos sintéticos de un principio elemental realizable prácticamente y cuya base reside en un fenómeno de independencia moral del trabajador de la tierra, que traería por consecuencia su mejoramiento económico. El colono se siente dueño absoluto de sus actos y se resiste a ejecutarlos bajo el imperio de contratos que restringen su libertad individual; se siente dueño absoluto de su trabajo y quiere percibir sus frutos. Es el principio latente del socialismo agrario de los antiguos romanos, el que alienta sus protestas, airadas si se quiere, pero que están exentas de los modernos sectarismos. Con la intuición perfecta de sus derechos y sus deberes, piden antes que todo, que una vez pagados los arrendamientos de sus cosechas que le dan derecho a cultivar las tierras ajenas, se les reconozca su soberanía absoluta para disfrutar del rendimiento de sus cosechas sin obligaciones posteriores, que no sean precisamente las que una razón de conveniencias entre patrones y colonos, aconseje. Ayer han declarado la huelga en forma oficial los agricultores de Alcorta, y al atraerse la simpatía y la adhesión de otras colonias circunvecinas, han planteado el primer jalón de un proyecto de resurgimientos individuales, en el terreno donde se agitan los esfuerzos colectivos de una pléyade de hombres, rudos de trabajo y sanos de alma, incontaminados por los resabios y refinamientos de los granMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 des centros urbanos, hasta los cuales llega, periódicamente, a través de las leyendas de nuestras grandezas, el grano abundante que los trigales rinden bajo el sudor fecundo de un millón o dos de honradas frentes. El aspecto era imponente, pues aquella gran masa de hombres acostumbrados a empuñar el arado, convertida en asamblea deliberativa, causaba una impresión casi exótica y semejante en algo a las que producen en el ánimo del observador, los grandes concursos populares en que se debaten cuestiones ideológicas, de índole política o doctrinaria, en pro del resurgimiento de las colectividades conscientes de sus derechos”. Deliberación y conclusiones Después de un breve cuarto intermedio para almorzar, los asambleístas continuaron las deliberaciones hasta las cinco de la tarde. El tema básico fue la discusión de un nuevo contrato de arrendamiento, en base al proyecto elaborado por la comisión organizadora con el asesoramiento del doctor Netri. Hechas algunas modificaciones, surgidas en la asamblea y debidamente discutidas y aprobadas, el proyecto de contrato de arrendamiento y aparcería a sostenerse ante los propietarios, en sus partes esenciales, contenía las siguientes condiciones básicas: 1º Contrato escrito y por un plazo mínimo de cuatro años. 2º Arrendamientos y aparcerías: en el primer sistema, pagar un máximo de $ 25.00 por cada cuadra y por año, con pagos semestrales; en aparcerías, abonar el 25 por ciento de la producción puesta en parva y troje y como salga. 3º Absoluta libertad de: trillar y desgranar con la máquina que el locatario disponga; vender, comprar, asegurar sus sementeras, donde más le convenga al agricultor. 4º Derecho de disponer gratuitamente del 6 por ciento del área total de tierra, destinada al pastoreo de los animales de trabajo y vacas lecheras. 5º Suspensión inmediata de todo juicio de desalojo y formal compromiso de no tomar represalias por la actitud de resistencia de los agricultores en la presente emergencia. Declaración de la huelga Aprobadas las condiciones contractuales fijadas y ante la manifiesta actitud de los locadores, al no contestar las solicitudes cursadas por los agricultores pidiendo la formalización de un nuevo contrato de locación, más equitativo en cuanto concernía a los derechos del agricultor y ajustado a los valores reales de los cereales y oleaginosos y a los costos de producción, la asamblea, por unanimidad, resolvió declarar la huelga por tiempo indeterminado, con la expresa declaración de invitar al resto de los agricultores del país a plegarse a la misma y hacer un movimiento nacional. Comisión de huelga Para integrarla, fueron designados los agricultores: Francisco Bulzani, como presidente; y como vocales, Francisco Peruggini, José Digiari, Alberto Abruccese, Menegildo Gasparini, Damiano Orfinetti, Luis Ricovelli, Domingo Giampaulo y Francisco Capdevila, con facultades de extender su acción a los lugares –fuera del distrito de Alcorta– donde los agricultores pidieran colaboración.
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Netri: asesor general El doctor Francisco Netri fue designado asesor general de todo el movimiento de huelga, además de prestar sus servicios profesionales al conjunto de agricultores plegados a aquel evento. La jornada del 25 de junio de 1912 fue algo más que una asamblea agraria; constituyó un importante e histórico acontecimiento nacional; por sus positivos e inmediatos resultados y por sus proyecciones, en los múltiples aspectos sociales del quehacer agrario del país. Declarada la huelga en alcorta, se echaron de inmediato las bases para organizar el gremio y uniformar sus aspiraciones, en una permanente acción sindical agraria evolucionista y constructiva. El manifiesto Federación Agraria Argentina: Al pueblo de la República Argentina. Constituida solemnemente la Federación Agraria Argentina, aprobados sus estatutos en la memorable y democrática Asamblea del día 15 de agosto, fecha que deberá esculpirse con caracteres de oro en los anales del progreso del gran Pueblo Argentino; nombradas las autoridades de la misma, estas entienden cumplir un deber ineludible, iniciando su misión de orden y justicia lanzando este manifiesto al pueblo de la República, manifiesto que es un trasunto fiel de los propósitos que animan a las referidas autoridades en momentos tan angustiosos y críticos para la economía nacional, que aún hoy, aunque atenuado por el buen sentir de los demás, sigue reclamando el concurso de todos los habitantes de buena voluntad para hallar en plazo breve y perentorio, la fórmula que conduzca a la más rápida solución del conflicto. Por las razones expuestas, el Comité que tengo el honor de presidir se dirige, no solamente a sus adherentes sino también a las autoridades nacionales y provinciales, a los terratenientes, a los intermediarios, a la prensa, a los ciudadanos honestos o influyentes, de todos solicita el concurso liberal y desinteresado que demanda la producción agrícola nacional amenazada y el estado precario e insostenible de los que riegan con el sudor de su frente la tierra argentina, destinada a cumplir, según los augurios de los grandes estadistas, Alberdi, Rivadavia, Sarmiento, un rol de primer orden en el progreso mundial, progreso del que ya podemos enorgullecernos y considerar como el punto inicial de una grandeza sobre la que se basamenta el progreso glorioso de la Patria Argentina. A fin de destruir perjuicios y versiones interesadas en torcer el verdadero significado de la Federación Agraria Argentina, en nombre de la misma y de los millares de colonos que representa, declaramos: 1º Que no existe espíritu de odio y de hostilidad contra terratenientes e intermediarios. 2º Que la lucha iniciada y a proseguir inspírase solamente en las conveniencias mutuas de humanidad y de justicia. 3º Que la intransigencia no es posible ni aconsejable ante los intereses colectivos e individuales en pugna mucho más cuanto que afectan hondamente a la riqueza nacional en general y en particular a la de las regiones en disidencia. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 4º Que el sectarismo, sea cual fuere, no tendrá influencias de ningún género en las deliberaciones del Comité Central Directivo, ni en ninguno de los actos de la Federación Agraria Argentina. 5º Que las autoridades de la Federación Agraria Argentina, lejos de cuanto en contra se ha dicho, hállanse dispuestas a demostrar el mayor grado de cultura y sensatez y a aconsejar en todo momento y ocasión la transacción honrosa, que no sea lesiva para ninguna de las partes contendientes, contribuyendo de este modo a solucionar el actual conflicto con la mayor rapidez y justicia. 6º Que el Comité Central de la Federación Agraria Argentina hállase dispuesto también, tanto por el espíritu de justicia que lo anima, tanto por mandato imperioso de los estatutos aprobados, a realizar todos los esfuerzos imaginables para conseguir los propósitos que se persiguen y que, a posteriori, redundarán en beneficios de todos. Por lo tanto: en nombre del Comité Central Directivo que presido, hago un sincero y cordial llamamiento a todos los hombres de buena voluntad, a los propietarios, explotadores de la tierra, intermediarios, y simples voluntarios de nuestra causa, para que cada uno en la medida de sus fuerzas y posibilidades, deponiendo toda actitud de intransigencia y concertando arreglos honrosos y justos con los colonos que aún no han podido conseguir mejoras, imitando con ello, el encomiable ejemplo de los que, dando una prueba de patriotismo y justicia, no han tenido inconveniente en escuchar las reclamaciones de los oprimidos, ense ñando el camino que ha de conducir a la normalización del estado actual de las cosas y a la terminación del conflicto latente, aspiración lógica de la Federación Agraria Argentina. Antonio Noguera, Presidente; Alejandro Segura, Secretario; Dr. Francisco Netri, Asesor Letrado
AGN
Fuente: Federación Agraria Argentina, El grito de Alcorta. Antecedentes, causas y consecuencias, Rosario, 1995, pp. 34-42 y 82-85.
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Manifiesto de la Unión Cívica Radical sobre las elecciones de 1912 La Ley Sáenz Peña o Ley 8.871, sancionada en 1912, establece el voto universal, secreto y obligatorio, exclusivo para ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados. Esta reforma en la legislación electoral inaugura un clima general de democratización y modernización de la política argentina. La Unión Cívica Radical pone entonces fin a su política de abstención electoral.
Al Pueblo de la República El Comité Nacional, ante la jubilosa esperanza de alcanzar por la paz, bajo los auspicios del derecho electoral, las reivindicaciones morales y políticas, ha sancionado una nueva reorganización general, con carácter de la más amplia convocatoria pública. Dadas las perspectivas que así se diseñan y que no obstante demandarán siempre grandes esfuerzos, la Unión Cívica Radical se dirige a todos los argentinos, incitándolos a incorporarse, para robustecer la acción de sus austeros principios, en pos de los superiores objetivos que encendieran su fe en la vasta y azarosa obra. Esos esfuerzos que supieron mantener y avivar el calor del espíritu nacional, reconcentrado bajo una enseña de noble y altiva resistencia, no decayendo jamás en la perseverante demanda, han traído como lógica resultancia derivativa, el comienzo hacia la realidad, de los grandes y justos anhelos, profanados por los gobiernos rebeldes a las consagraciones legales y a los comicios honorables y garantidos, por cuyo medio únicamente es posible el imperio de la verdad institucional y la morigeración de las prácticas subvertidas en el orden político. Impulsada siempre por las más patrióticas sugerencias y en mérito a la causa reparadora, la Unión Cívica Radical incita a concurrir a todos los ciudadanos que animados de un espíritu de perfeccionamiento moral y político, quieran solidarizarse con la ímproba pero honrosa tarea a que desde un cuarto de siglo está consagrada. Los hechos que ha producido, exclusivos por su alta índole cívica en los anales políticos de la nación, desde los comienzos de su vida y en su prolongada lucha, hablan con demasiada elocuencia a la compenetración de los espíritus sanos, que fijan su visión en los destinos de la república y piensan que no puede haber sendero más recto y seguro para el advenimiento de la justicia en el ejercicio de los derechos y libertades, que la unidad efectiva en el ideal del pueblo y del gobierno, plasmada en la solemne aspiración que significa la realidad de la democracia y de la patria constituida. Corresponde, pues, a los dignos hijos de la nación, engrosar con sus filas, para llevar a la cima la eminente obra definitiva de la reducción nacional. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 La Unión Cívica Radical plenamente vencedora en los principios que sustentara desde su constitución, y triunfante en los comicios que hasta ahora se han abierto legalmente por su impertérrita demanda y su vigoroso impulso, aspira como siempre para la soberanía argentina los beneficios que ha alcanzado en la inflexible fórmula de las condignas exigencias, blasonada por el ejercicio de la ciudadanía y la integridad con que se acentuó su constancia, en igual grado que su resistencia, a los regímenes de sojuzgamiento imperantes. En consecuencia, llama a todos los que se sientan con las energías cívicas suficientes para llevar a término la trascendental obra que fijara los caracteres legítimos de los gobiernos y los rumbos definitivos de la república. La Unión Cívica Radical surgió al embate poderoso de la opinión para derribar el predominio que en hora fatal se apoderó de los destinos del país, avasallando sus atributos y prerrogativas más sagradas. A su sombra se congregaron las valentías indomables que han esplendido en su historia y el pueblo argentino concurrió en todos sus exponentes, con las únicas excepciones del egoísmo, la prevalencia y el negociado. Y así como la patria naciente se homologó en el propósito de la independencia y en el ideal de las propias reivindicaciones, a su turno se agrupó nuevamente, unificada en la Unión Cívica Radical. Organismo del pueblo y para el pueblo, sus filas se nutrieron de sus filas, sus huestes se formaron de sus huestes, y cuando su bandera se alzó en la protesta armada, o se desplegó en el atrio, a su sombra gloriosa se le vio siempre con todos los prestigios de sus heroicas tradiciones. Movimientos de tal naturaleza se han sucedido indefectiblemente en el mundo, en análogas situaciones, recogiéndose y acallándose las tendencias y juicios singulares, para confundirse en la reacción inevitable y fecunda en que se agitan las naciones en trances anormales, cuando los gobiernos, derribando todo lo constituido, en el ansia insaciable y torpe de perpetuarse en las situaciones usurpadas, han violado los sólidos fundamentos de la moral y la justicia, posponiendo el interés propio al bien común y haciendo de los cargos, públicos puestos de aprovechamiento y de lucro. Sociedades trabajadas por tan hondas perturbaciones han sentido reavivada la savia de su virilidad, los imperativos del deber y los mandatos del honor. Cuando estas luchas se empeñan contra los que han olvidado las glorias y han renegado de las grandezas de la patria, el esfuerzo que se requiere para llevar a término empresa tan ardua es mucho más cruento, porque contra el enemigo extraño no caben ni disensiones ni excusas, que hay que soportar cuando se combate dentro de la propia nacionalidad. Servirá de ejemplo luminoso el concepto en que se ha planteado y se viene resolviendo una contienda de tan magnas proporciones, sin que nada haya rozado la limpidez de sus idealidades. El estudio psicológico que analiza las acciones humanas, discernirá el mérito que entraña consolidación tan fundamental, sin haber empleado en el fatigoso recorrido un solo recurso que no fuera el de la dignidad, un solo medio que no lo dictara el más acendrado patriotismo.
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La Unión Cívica Radical ha llenado la escena de la resistencia nacional y la ha culminado, conforme con la lógica de los sucesos y de los acontecimientos, exteriorizando a la nación en un orden tan superior, que nunca se vieron causas más austeras y denodadamente defendidas. Ha bregado instruyendo y dando ejemplos de estímulo y alientos incomparables, cumpliendo la misión grande y noble de realizar la absoluta solidaridad de la patria con el pasado y el porvenir, sin que consiguiera desviarla el aturdidor movimiento de los halagos ni la influencia fascinadora del medio ambiente. Desde el llano resistió a todos los gobiernos marcando con caracteres fijos y acentos irreductibles la senda que correspondía emprender para conseguir el restablecimiento moral e institucional de la república. Ha combatido del mismo modo que ha hablado y escrito, y ha hablado y escrito del mismo modo que ha combatido las ventajas y beneficios de los gobiernos y renunciado a todo bienestar, para afrontar riesgos y sufrimientos, agresiones y persecuciones implacables, como diatribas y maldades de todo genero, sin que nada haya podido doblegar su inflexibilidad ni sus virtudes, tan eminentes que no han tenido nunca modelo superior. La sublimidad del deber patrio, la ciencia política y la experimentación fundamental, son las que han inspirado una conducta tan elevada como absolutamente íntegra. Es la expresión más relevante del espíritu humano el espectáculo moral de una fuerza que va derecho a su fin, el más justo y el más demostrativo del progreso de las sociedades, acentuándolo y caracterizándolo en cada jalón que fija en su constante avanzar. Los acontecimientos que reparan, transforman y orientan la marcha de la humanidad hacia su perfeccionamiento, sólo se realizan impulsados por profundas inspiraciones, por análogos medios y por iguales sentimientos, porque tanto en los objetivos, como en los móviles y manera de ejercerlos, deben estar consignadas las calidades apropiadas que los harán eficientes y perdurables. Las acciones justas y generosas producen siempre soluciones condignas, cuando se mantienen con altura y se realizan con lealtad, y son ellas las que han levantado el templo común de la justicia universal. Es así que la obra de la Unión Cívica Radical simboliza el genio argentino, la irradiación de su espíritu y la demostración de sus decisiones superiores. Solemnemente convocada por la majestad de la nación para restaurarla en sus inmanentes facultades, a ello se encaminó impertérrita, y dejará cumplido el mandato y plenamente justificado su fundamento. Merced a sus gloriosas inmolaciones, la nación se verá libremente congregada en aptitud de pronunciar su voluntad soberana, y entonces no serán posibles ya los atentados de los gobiernos, ni necesarias las revoluciones de los pueblos, porque se habrá inaugurado la época feliz de la legalidad común. Son esos los verdaderos términos del programa de las redenciones, célebres en los anales del mundo porque resolvieron los problemas fundamentales de la soberanía de las naciones y abrieron amplios horizontes a la humanidad. La Unión Cívica Radical es la única representación pública que ha batallado con ese carácter, sin modificación ni retraimiento alguno, resistiendo las influencias dominantes y ejerciendo frente a ellas una extraordinaria acción, en viva protesta contra todo cuanto se opone o perturba la marcha regular de la nación. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 Ha guardado completa fidelidad a la revolución, cuyos principios fueron constantemente iluminados y acentuados por la luz de sus altas concepciones y de sus rectas actitudes, repudiando los acuerdos y connivencias, como la participación en los gobiernos y en los falsos comicios, porque todo hubiera sido igualmente indigno. Esa es la misión de la Unión Cívica Radical, no la de aprovechar los desconciertos que soporta el país, sino de librarlo de ellos y coronar la grandiosa obra de su redención. El fin reclamaba la ofrenda de tan caudales esfuerzos y vicisitudes, desde que restaurar la autoridad moral y reconquistar las instituciones absorbidas por un absolutismo sin reatos ni escrúpulos, ha sido siempre una de las empresas más difíciles y arduas, en la vida de las naciones. Por eso su misión será considerada la más grande y benéfica, llena de honor y de perdurables enseñanzas, que, unida a las tradiciones de la patria brillará en sus anales, salvándola en el presente y presidiendo el movimiento de transformación y de progreso que vendrá en pos de tan gloriosa revolución y de tan infinitas consagraciones. Siendo la Unión Cívica Radical la expresión genuina de la nacionalidad en sus más sagrados anhelos y aspiraciones, deben identificarse con ella todas las actividades y reunirse siempre bajo su bandera todos los ciudadanos bien intencionados, aumentando sus filas indefinitivamente hasta vencer cuantos obstáculos se opongan a libertar la república de tantos vejámenes y opresiones. Para alcanzar esos resultados, no habrá que desviarse por ninguna consideración, de la conciencia suprema del deber y de la razón superior del derecho, porque son las reacciones virtualmente ciertas las únicas que terminarán con un régimen de absolutismo en su aplicación y de oprobio en sus beneficios. Cuando se llega a un período de decadencia y declinaciones tan intensas, afianzado en el usufructo de la riqueza nacional, no se sale de ese estado de los propios elementos, sino por un cambio de medios y de factores; de lo contrario, las perversiones desbordándose cada vez ante la impunidad alejarán indefinidamente la solución. Basta analizar la magnitud de las subversiones y de los daños originados bajo las aspiraciones engañosas de una vida de falso progreso, que han inferido los más profundos agravios, para comprender que los gobiernos absorbidos en las logrerías y estrechados por su propia incapacidad, no se levantarán nunca por sí mismos a las idealidades superiores, y se opondrán siempre a la reacción cierta y verdadera, que no se concibe sino bajo los auspicios de la autoridad moral y del ejercicio legal de las instituciones. La reparación debe ser necesariamente fundamental, nacional en sus caracteres y radical en sus procedimientos. Sólo así responderá a la razón que la impone, al concepto irreductible con que ha sido planteada y a las esperanzas supremas del pueblo argentino. De otra manera la magna obra degeneraría con todos los derivados, rehusando a la nación el tributo y homenaje que le es debido, sombreando de nuevo sus horizontes que empezarán a esclarecer –y entonces ya no habría que esperar otra acción regeneradora que la de los designios prevalentes, en vez de llevar a la circulación de la vida nacional la savia vigorosa de la más fecunda y benéfica restauración. Las reacciones definitivamente saludables son las que llevan en sí el principio vital que repara las causas, sobreponiéndose a las influencias mórbidas. Es preciso, ante todo, permanecer fieles a los atributos morales que inspiraron a los fundadores de la
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nacionalidad y a los constituyentes de la organización política, y es deber de razón y de conciencia resistir cuanto viola esas consagraciones. Son las altas idealidades las que cimientan la grandeza superior de las naciones, y su vida política se ve conducida a su mejoramiento incesante si las generaciones que sucesivamente comparten la acción le imprimen ese carácter. Las aspiraciones que no tienen otro miraje que la ocupación de los gobiernos, son siempre facciosas y fatales para el bien público, y al fin mueren execradas, mientras que aquellas viven en sus obras ilustres. Todos los derechos y libertades serán ilusorios y contingentes, mientras no estén aseguradas por la autoridad de la nación, por el ejercicio de las instituciones y por el legítimo funcionamiento de sus gobiernos. Su estabilidad y mayor suma de garantías deben ser el pensamiento constante de una nación esencial y constitutivamente democrática, en la que todos tienen derechos incontestables a la igualdad legal. La república debe, por fin, encaminar su suerte combatida en tan dilatado tiempo por el más desastroso desconcierto. Sus males tienen que desaparecer al cuidado de la más legítima representación, utilizando todas las fuerzas vivas para solucionar en paz y decorosamente el problema de su reconstitución política. Cuando hayan desaparecido todos los gobiernos basados en las usurpaciones, y se levanten los legítimos cimentados por la opinión, se extinguirán con aquellos las últimas sombras de las corrupciones, perversiones y desdoros y aparecerán con estos los resplandores de una nueva época, cuyo cambio será visible desde sus comienzos mismos. Reorganizada la república sobre la más completa representación, los gobiernos ejercerán sus funciones con eximia autoridad y con el aplauso público, porque la veneración que profesan los pueblos a las magistraturas legítimas influye poderosamente en el realce de su investidura y en el respeto que se les tributa. Así quedará terminada una lucha sin igual, una obra sellada con los prestigios de su designio grandioso, en idealidades altamente generosas y emancipadoras, caracterizadas por la más absoluta solidaridad nacional, en el ejercicio de sus cardinales prerrogativas. La Unión Cívica Radical, que simboliza las grandezas de la nación, en sus obras inmortales, frente a las calamidades de los gobiernos en la más inaudita sucesión de delitos de Estado y de crímenes comunes, habrá finalizado su cometido dejando gloriosamente cumplidos los fundamentos de su convocatoria, en el monumento cívico más grandioso de que haya sido capaz el espíritu humano. Así resuelto, el problema fundamental, dejando abierto el más amplio escenario a los justos anhelos y a las aspiraciones legítimas, llegará entonces la hora de que en los certámenes públicos de todo orden, emergentes del ejercicio de la vida institucional, en diversidad de acciones y actividades, pero en unidad de miras y de sentimientos hacia el bien general, concurran con sus programas de tendencias partidarias y singulares los sistemas, principios y doctrinas, que comprenden los juicios de la razón humana. El poder y la prosperidad de la nación, dirigida por el voto y el concurso de todos, causará el asombro y la admiración del mundo; y no sólo colmará el bienestar de los que en ella habiten, sino de cuantos quieran venir a labrar honestamente, bajo los auspicios del pueblo argentino, su patrimonio, su porvenir y su felicidad. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912 La emigración se detendrá para dar paso a la inmigración, y las empresas, los capitales e intereses extranjeros, sabrán que ya no gravita sobre ellos, ni las trabas culpables ni la coparticipación dolosa. La república por tan largo tiempo ausente del mundo en lo que constituye y culmina su personalidad; en contradicción con las eminentes dignidades de sus luminosas tradiciones se mostrará de nuevo por un gran acontecimiento político de las más vastas proyecciones, reasumiendo en su verdadero concepto y en la unidad vigorosa de su acción, todos los factores y elementos de la vida argentina para elevarla al primer rango de las nacionalidades. Así libre y poderosa, retomará la marcha hacia sus inconmensurables destinos; ¡pero los profundos menoscabos morales y físicos que se le han inferido, no serán reparados en los siglos de los siglos! Por eso, en otra hora solemne, la Unión Cívica Radical ha dicho: “Que ante la magnitud de esos crímenes, de esa fatalidad sin reparo, sus causantes son más que reos de esa patria, son todo y no son nada, porque en presencia de la enormidad del agravio, sus responsabilidades son un sarcasmo, sus protestas de generación una blasfemia, y el progreso de que blasonan una iniquidad”. Igual condenación merecen los que al amparo del funesto acuerdo, traicionaron deberes patrióticos en cambio de posiciones oficiales, y malograron la reivindicación cuando estaba ya a punto de conseguirse. Nunca pensamiento más poderoso penetró en causa más santa, llevando a los unos a solidarizarse en la obra oprobiosa, e imponiendo a los otros el deber de la actitud inquebrantable en que hasta el presente se mantienen defendiendo causa tan sagrada. Ha existido un concepto tan cabal y absoluto de la obra a realizarse, de los esfuerzos y sacrificios que ella demandará en su trayectoria gloriosa, que todas las calidades del pueblo argentino se congregaron en la altiva demanda. Al par que los civiles, el ejército y la marina, en sus representaciones más brillantes y heroicas, han seguido la senda que marcaba el supremo deber, exponiendo porvenir, carrera, tranquilidad y la vida misma, afrontando expatriaciones, cárceles y las más dolorosas contingencias de sus valentías y de sus abnegaciones. Esos generosos y denodados argentinos que con la fortaleza de su carácter y de su ejemplo han levantado bien alto a la nación, que el despotismo, la turpitud y la depravación gubernamental desconceptuaron desde su seno hasta todos los centros del mundo, tan ilustres y dignos ciudadanos, vivirán en las páginas que corresponden a los más prominentes acontecimientos de la patria. Al concluir esta exposición de juicios y de sentimientos, la Unión Cívica Radical renueva sus votos por la presentación de la obra y se ratifica en todos sus términos. Buenos Aires, agosto 30 de 1912 Horacio A. Varela, Secretario - José Camilo Crotto, Presidente Fuente: Rubén Bortnik, Yrigoyen y el primer movimiento, Biblioteca Política Argentina, nº 258, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989.
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JUAN B. JUSTO Y LA POLÉMICA CON EL SOCIALISTA ITALIANO ENRICO FERRI
Partido Socialista Argentino Antes de venir a la Argentina yo conocía, a grandes rasgos, al Partido Socialista de aquí, por haberme hablado de él el amigo Ugarte en París, durante el congreso socialista internacional, y porque el doctor Palacios me había mandado a Italia cartas y después discursos parlamentarios. Llegado a Buenos Aires, viniéronme a saludar varios socialistas (a quienes había ya escrito que no venía aquí para dar confe rencias socialistas, porque me parecía que, después de 15 años de sacrificios dados al Partido y al proletariado en Italia y en Europa, tenía el derecho de proveer a las necesidades de mi familia).
El 26 de octubre de 1908, el criminólogo y político socialista italiano Enrico Ferri, de visita en el país, dicta una conferencia en el Teatro Victoria de Buenos Aires. Allí expone el argumento de que en un país sin desarrollo industrial y, en consecuencia, sin proletariado, como era la Argentina, la existencia de un partido socialista no tenía razón de ser. Juan B. Justo, principal dirigente y teórico del socialismo argentino, refuta sus dichos en el mismo acto y a lo largo de una polémica que se extenderá en numerosos escritos. Enfrentado a una disputa de interpretación de los textos de Karl Marx, Justo ensaya un sistemático análisis sobre la viabilidad del socialismo en países periféricos. Estos escritos serán editados en 1909 por el Comité Ejecutivo del Partido Socialista y reeditados en 1915 por Librería y Editorial La Vanguardia.
Yo los acogí fraternalmente, y al doctor Justo y al doctor Palacios di abiertamente mi pensamiento sobre el Partido Socialista Argentino –que está conforme con el de otros socialistas de Europa, miembros del “Bureau Socialiste International”, el cual se ha ocupado de este punto, modificando el criterio de votación en los congresos internacionales, siendo absurdo que el Partido Socialista de la Argentina tuviera igualdad de votos con el partido, por ejemplo, de Alemania. Y por eso se introdujo el criterio del voto proporcional. El doctor Justo me dijo que mi opinión le parecía equivocada. Yo le contesté que observaría bien los hechos, en estos tres meses, y después confirmaría o modificaría mi opinión.
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1909 - 1912 No tuve más el placer de verme con el doctor Justo en las varias veces que me encontré con socialistas argentinos en el hotel y en las oficinas de La Vanguardia. Los socialistas me pidieron una conferencia a total beneficio de La Vanguardia, a lo que accedí de todo corazón. Y así di la conferencia en el teatro Victoria, en la cual yo terminé con mis observaciones sobre el Partido Socialista en la Argentina, porque los hechos me habían confirmado en mi convicción. Que estas opiniones mías no gusten ahora a los socialistas argentinos (pero no a todos, porque sé que alguno de ellos, y de los más conocidos, es también de mi misma opinión) me disgusta también a mí. Pero eso no podía impedirme decir todo mi pensamiento, porque los métodos jesuíticos no pueden ser los de un hombre moderno. Yo pienso que los socialistas en la Argentina cumplen obra no sólo simpática y admirable por su coraje y su honradez política, sino también útil al país, porque constituyen el único partido que tiene un programa de cosas y de ideas y no de personas. Y esto dije también en el teatro Victoria. Pero pienso (y esto es el “abecé” de la sociología y del socialismo científico), que el Partido Socialista es, o debe ser, el producto natural del país en donde se forma. Aquí en cambio me parece que el Partido Socialista es importado por los socialistas de Europa que inmigran a la Argentina, e imitado por los argentinos al traducir los libros y folletos socialistas de Europa. Pero las condiciones económico-sociales de la Argentina, que se encuentra en la fase agropecuaria (aunque técnica), son tales, que hubieran evidentemente impedido a Carlos Marx escribir aquí El Capital que él ha destilado con su genio del industrialismo inglés. El “proletariado” es un producto de la máquina a vapor. Y sólo con el proletariado nace el Partido Socialista, que es la fase evolutiva del primitivo Partido Obrero.
Así, en Italia, las provincias meridionales, que están en la fase agropecuaria, tienen un Partido Socialista debilísimo, mientras que las provincias septentrionales, que están en la fase industrial, han pasado del “proletariado obrero” al “partido socialista”, que es allí muy fuerte. Así podría decir, en Europa, de la Suiza, etc. El ejemplo de la Nueva Zelandia, que el doctor Justo recogió en el teatro Victoria, confirma esta observación elemental. Allí no existe industrialismo mecánico, en el sentido real de la palabra, y allí existe un partido obrero que hasta ha llegado al gobierno, pero no existe un partido socialista. Pero, se dirá, en la Argentina existe un Partido Socialista. ¿Cómo entonces negar su razón de ser? He respondido ya en el teatro Victoria al doctor Justo con la doctrina de la “suplencia cerebral”, según la cual algunas circunvoluciones cerebrales substituyen en el trabajo psíquico las específicas circunvoluciones enfermas o desaparecidas, como para el lenguaje, la circunvolución de Broca –y puedo añadir ahora otra comparación, menos científica, pero más popular. Alguna vez suelo pedir en el restaurante un guiso de “liebre”. Y como en Europa las liebres son raras y caras, los mozos traen en lugar de guiso de liebre uno de conejo. Ahora bien, a mí no me desagrada el conejo, pero me desagrada que el mozo crea que soy tan “tonto” como para pasarlo por “liebre”. Y entonces llamo al mozo y le digo: “Usted dice que esto es guiso de liebre, pero le advierto que yo sé bien que esto no es sino guiso de conejo; lo como lo mismo con gusto, solamente deseo que sepa usted que yo sé lo que como”. Y bien; lo mismo sucede con el Partido Socialista Argentino. Se llama “partido socialista”, pero no es sino un “partido obrero” en su programa económico (8 horas, salarios altos, huelgas, trabajo de las mujeres y de los niños), y es un “partido radical” (en el sentido europeo de la palabra) en su programa político.
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Los radicales argentinos forman un partido del… mundo de la luna. Tienen un programa negativo (la abstención de la lucha polí tica) y uno positivo (la revolución… con relativo militarismo), y por eso falta aquí un partido radical positivo como existe en Francia (Clemenceau) y en Italia (Sacchi). Los socialistas argentinos cumplen la función específica de este partido radical que falta. Hacen obra simpática y útil, y por eso, como dije en el Victoria, han merecido justamente las simpatías públicas. Pero esto, si es bello y meritorio, ¡no es socialismo! Partido y doctrina socialista sin propiedad colectiva es un absurdo. Y me maravilló muchísimo oír en el Victoria de labios del doctor Justo que esto de la propiedad colectiva es un dogma no inseparable de la doctrina socialista. Ahora bien: yo pienso –y esto es la parte siempre viva del marxismo– que sin propiedad colectiva no hay doctrina socialista. Sin propiedad colectiva habrá un guiso de conejo, o también de gato, ¡pero no ciertamente un guiso de liebre! Cuando un país tiene todavía “tierras públicas” por individualizar, y por eso no está todavía en la fase industrial, es absurdo decir que aquí pueda existir un partido socialista que debe estar compuesto de proletariado (industrial y agrícola). Aquí existe la agricultura técnica. Pero los medieros o pequeños propietarios no son socialistas. Pueden serlo los braceros (“peones”); pero estos son en gran parte inconscientes o “golondrinas”, que es imposible moral y materialmente organizar en un partido socialista. Y los muchos obreros industriales que viven en Buenos Aires, no bastan para cambiar el carácter de la condición económica de la República Argentina, que está en la fase agropecuaria. Ellos son en realidad “trade-unionistas”… que son bien distintos de los socialistas.
Son estas mis ideas sobre el Partido Socialista Argentino, fruto de observaciones positivas y serenas. Y lo he dicho y lo escribo con agrado mientras dentro de una hora deberé tomar el vapor, porque para un hombre que tiene conciencia socialista, el primer deber es el de decir la verdad (o lo que a él le parezca la verdad, porque ningún hombre es infalible), de cir la verdad siempre, sobre todo, para todos, contra todos. Los socialistas argentinos sienten ahora el gusto amargo de mis observaciones, pero después se persuadirán, porque los hechos son más fuertes que los prejuicios o que las ilusiones. En cuanto a mí, estoy habituado en toda mi vida a pensar y a decir cosas que chocan con los hábitos mentales de adversarios y amigos. Pero estoy también acostumbrado a ver que el tiempo ha venido muchas veces a darme la razón. Enrico Ferri
El profesor Ferri y el Partido Socialista Argentino Cinco horas después de desembarcar en Buenos Aires, el profesor Ferri, espontáneamente, sin que le planteáramos la cuestión, nos decía que el socialismo en este país es una “flor artificial”. Asombrados de un juicio semejante, lanzado de improviso entre una consulta al empresario de su gira por una entrevista con el redactor de un diario oficial, dijimos al profesor Ferri que tal era la opinión de la burguesía criolla, pero que en él sentaba mejor reservarla para cuando hubiera conocido algo del país y nuestro partido. Ferri se puso entonces de pie, y nos dijo solemnemente: “Hablo como sociólogo, como hombre de ciencia”. Pasaron tres meses, durante los cuales el sociólogo buscó el aplauso de la prensa rica,
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1909 - 1912 admiró el lujo de Buenos Aires, fue recibido por lo más granado de la oligarquía y la más alta burocracia, oyó de los labios de un ministro el relato de la revuelta que lo había llevado al gobierno, cerró los ojos ante el insensato fraude electoral dirigido por sus amables huéspedes el presidente de la república y el jefe de policía, recibió el homenaje de universidades parásitas, anduvo mucho en ferrocarril, dio en todas partes conferencias miscelánicas, ganó dinero y evitó en lo posible todo contacto con el pueblo. Y después de esa vertiginosa gira, que ha puesto a prueba su simpática voz y su gran talento verbal, el profesor Ferri ha confirmado su sentencia de la primera hora: el socialismo argentino no tiene razón de ser. Para un observador imparcial y sobrio de juicio, este país ofrece el cuadro singular de una sociedad moderna, íntimamente vinculada al mercado universal, y cuya vida política está en manos de partidos políticos sin equivalentes ni afines en la política de ningún otro país moderno. Agrupaciones efímeras, sin programas ni principios, ni más objetivo que el triunfo personal del momento, los partidos de la política criolla, pasada la frontera, carecen de todo sentido. Pregúntese en la Asunción qué es un “autonomista” argentino, y será tan difícil obtener una respuesta como nos sería darla si nos preguntaran qué es un “colorado” paraguayo. Basta a veces pasar de una provincia a otra para que esas denominaciones ficticias pierdan todo significado. ¿Qué es en Corrientes un “conservador” de Buenos Aires? ¿Qué es en Buenos Aires un “liberal” correntino? Frente a ese caos de facciones y camarillas, cuya única palabra de orden y único vinculo interno es el nombre del condottiere que las guía al asalto de los puestos públicos, ha aparecido y se desarrolla el Partido Socialista, que, sin excluir a nadie de su seno, se presenta ante todo como la organización política de la clase más nu-
merosa de la población, la de los trabajadores asalariados. Representa una corriente de opinión, extendida por el mundo entero civilizado; está en relación regular con los partidos afines extranjeros; sus costumbres son las de la democracia moderna; tiene centros organizados en los principales puntos del país; es la única agrupación política de vida progresiva y permanente que sostiene un programa, celebra grandes asambleas y vota, despreciando por igual la inercia de la mayoría de los electores y las malas artes del gobierno. Es, en una palabra, para el observador sobrio e imparcial, el único partido que existe. Pues para el profesor Ferri, inconmovible en su preconcepto, es el único que no tiene razón de ser. Así, aquel famoso profesor de medicina, al encontrar sano y bueno a un paciente cuya muerte próxima había pronosticado, le dijo con aplomo académico: “¡Usted está muerto para la ciencia!”. En lugar de admirar en nuestro desarrollo la fecundidad de la idea socialista, capaz de inspirar al pueblo una acción buena e inteligente bajo todos los climas y en condiciones históricas relativamente distintas, en lugar de ampliar su propio concepto del Socialismo bajo la influencia de lo que aquí pensamos y hacemos, el profesor Ferri, con una ciencia de pacotilla, viene a decirnos: aquí no hay gran proletariado industrial, luego no puede haber Socialismo. No tenemos una industria como la de Inglaterra, donde escribió Marx El Capital; pero el último capítulo de este libro, titulado “La teoría moderna de la colonización”, expone y prevé con exactitud admirable lo que hace la “clase” gobernante para crear rápidamente un proletariado en países como este. No traen para eso los gobiernos de los países coloniales máquinas a vapor. Aunque lo diga el profesor Ferri, el proletariado no es un producto de esta. Apareció y se desa-
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rrolló en Europa varios siglos antes de que se generalizara el motor inventado por Watt, y alimentó de brazos en el siglo xvii la manufactura capitalista, y después las fábricas movidas por la fuerza hidráulica. El proletariado resultó de la disolución de la sociedad feudal, de la clausura por los convenios de la reforma religiosa, del desalojo de los campesinos por la transformación del dominio feudal de la tierra en propiedad privada estricta de los señores, por la usurpación de las tierras comunales, por la venta de los bienes de la Iglesia. Como relación política y jurídica de coerción, la de proletario y burgués fue en su principio obra del despojo violento, de leyes inicuas, no del progreso técnico. La máquina a vapor ha venido después a acelerar en el siglo xix la mecanización de la industria toda y la desaparición del antiguo artesano, a acercar y confundir a los pueblos revolucionando los transportes, a impulsar el aumento de la productividad del trabajo. Y al expandirse el capital en el siglo xix, junto con la población europea, a vastas tierras vírgenes despobladas, se planteó para la clase gobernante un problema nuevo: ¿cómo crear en las colonias la clase de trabajadores asalariados necesaria para la explotación capitalista? ¿Cómo improvisar un proletariado donde la abundancia de tierras libres y abiertas al cultivo permite a cada recién llegado convertirse en un productor autónomo? Se había visto a un capitalista desembarcar en Australia con un cargamento de proletarios europeos y un capital en provisiones y útiles de trabajo, inclusive varias máquinas a vapor, y quedarse al día siguiente sólo con su “capital”, sin la ayuda siquiera de su sirviente. El problema se resolvió teórica y prácticamente con lo que sus autores llamaron la “colonización sistemática”, y que ha sido realmente la implantación sistemática en estos países de la sociedad capitalista, la
colonización capitalista sistemática. Consiste en impedir a los trabajadores el acceso inmediato a las tierras libres, declarándolas de propiedad del Estado, y asignándoles un precio bastante alto para que los trabajadores no puedan desde luego pagarlo. Necesita entonces el productor manual trabajar como asalariado, por lo menos el tiempo preciso para ahorrar el precio arbitrariamente fijado a la tierra, especie de rescate que paga para redimirse de su situación de proletario. Y con el dinero así obtenido, el Estado se encarga de buscarle reemplazante, fomentando la inmigración, el arribo de nuevos brazos serviles. En las colonias latinoamericanas, la clase trabajadora, formada en gran parte por mestizos e indígenas, fue desde un principio excluida de la propiedad del suelo, adjudicado a los señores en grandes mercedes reales. Y desde que el progreso técnico-económico del mundo ha empezado a repercutir también aquí, la clase gobernante practica instintivamente, sin teoría alguna, sin más guía que sus apetitos de lucro inmediato y fácil, la colonización capitalista sistemática. Con circunstancias agravantes, porque no sólo acapara la propiedad del suelo todavía sin cultivo, y, por cuenta del Estado, provee de brazos a los empresarios, sino que, para intensificar la explotación del trabajador, recurre a procedimientos medioevales, como el envilecimiento de la moneda, y a un sistema de impuestos sólo comparable con la gabela y la capitación de la antigua Francia. De esta manera se ha formado en este país una clase proletaria, numerosa relativamente a la población, que trabaja en la producción agropecuaria, en gran parte mecanizada; en los veintitantos mil kilómetros de vías férreas; en el movimiento de carga de los puertos, de los más activos del mundo; en la construcción de las nacientes ciudades; en los frigoríficos, en las bodegas, en los talleres, en las fábricas.
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1909 - 1912 Y a esa masa proletaria se agrega cada año de 1/6 a 1/4 de millón de inmigrantes. Como muy exactamente dice el profesor Ferri, los peones de este país son en su mayor parte inconscientes. ¿Serán mejor tratados por eso? ¿Están por eso más cerca de hacerse propietarios? ¿No es la inconsciencia de los peones un motivo más para que los trabajadores conscientes redoblen la agitación? ¿Sería más normal y más rápida la evolución histórica de este país, si dejáramos crecer el proletariado sumido en la superstición de la propiedad y de la autoridad? Nos habla el profesor Ferri de los peones “golondrinas”. Y ese mismo ejército proletario de reserva, que cada año cruza los mares para trabajar en los miles de trilladoras a vapor que funcionan cada verano en este país, ¿no es la mejor prueba de que la agricultura argentina es a tal punto capitalista y está en tal grado vinculada a la economía mundial, que ya no puede engendrar las ideas políticas de los viejos pueblos de campesinos propietarios? Nos habla el pro fesor Ferri de que hay todavía aquí “tierras públicas a individualizar”. ¿Se ha preguntado cómo se hace esa individualización? ¿Ha encontrado aquí algún pioneer, como los que, armados de un hacha y un arado, se han posesionado del suelo norteamericano, para hacer cada uno su hogar y su chacra, no sólo reconocidos, sino favorecidos por la ley en su propiedad? Nos asegura que los medieros y los pequeños propietarios, tan escasos estos últimos entre nosotros, no son socialistas. ¿Lo serán más los millones de pequeños propietarios europeos, partidarios, desde luego, de los derechos de aduana sobre los granos y las carnes de América, derechos que el partido obrero quiere abolir? Si la situación agraria ofrece dificultades a la doctrina socialista, ellas son indudablemente mayores en Europa que aquí.
¿Qué quiere decir el profesor Ferri cuando objeta al socialismo argentino que estamos aún en “la fase agropecuaria”? ¿Acaso que la agricultura va a desaparecer para que advenga lo que él llama socialismo? ¿O que la sociedad comunista europea, ya próxima a establecerse, tratará mano a mano con el presidente Figueroa Alcorta, como jefe de esta oligarquía de terratenientes, el cambio de los granos, las carnes, las lanas y los cueros argentinos por los productos de la industria de aquella cooperativa continental? Toda la exposición de Ferri está impregnada de un dogmatismo estrecho, que le ha impedido comprender las objeciones más fundamentales, si no es que las ha entendido mal por no conocer la lengua. Yo no he dicho que la propiedad colectiva sea un dogma separable de la doctrina socialista. Yo también pienso que sin la propiedad colectiva –es decir, sin la hipótesis de la futura propiedad colectiva– no hay doctrina socialista. Pero esa hipótesis, tan fundada y tan simpática, no es fecunda sino en cuanto nos conduce a prepararnos para la propiedad colectiva, a realizar desde ya el colectivismo posible, capacitando a la clase trabajadora para la cooperación libre y la acción política. Y este es el método socialista, tan superior a ella en trascendencia histórica como la técnica y la experimentación modernas respecto de la teoría del éter. Por eso la parte más viva del marxismo no es la hipótesis de la futura propiedad colectiva, sino la práctica de la lucha de clases, moderna y actual. Ferri cree lo contrario, y de ahí su distinción trivial entre partido obrero y partido socialista, cuando hace sesenta años, en su inmortal manifiesto comunista, Marx y Engels decían ya lo siguiente: “¿En qué relación están los comunistas para con los proletarios en general? Los comunistas no son un partido especial frente a los otros partidos obreros. No tienen interés alguno
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distinto de los intereses del proletariado en general. No establecen ningún principio especial según el cual quieren modelar el movimiento proletario. Los comunistas se distinguen de los otros partidos proletarios sólo en que, por una parte, en las distintas luchas nacionales de los proletarios, proclaman y hacen valer los intereses del proletariado entero, independientes de la nacionalidad, y por otra, en que representan siempre el interés del movimiento entero en las diferentes etapas de la lucha entre proletariado y burguesía. Los comunistas son, pues, prácticamente la parte más decidida y propulsiva de los partidos obreros de todos los países; antes que la restante masa del proletariado, tienen la visión teórica de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario”. Hablé de Nueva Zelandia en el teatro Victoria para mostrar que la idea de la propiedad colectiva encuentra aplicación en ese país, en el proceso mismo de la “individualización” de las tierras públicas. Se las entrega al dominio privado con limitaciones de tiempo y con beneficio para el estado del incremento de su valor. Ferri dice que no hay en aquel país un partido socialista, sino un partido obrero. En realidad, el partido neozelandés, cuya gran obra social van a estudiar de todas partes, y Metin ha descrito como “el socialismo sin doctrina”, se llama partido progresista (Progressive Party), y cuenta indudablemente con la gran mayoría del voto obrero. Es en Australia donde hay un partido llamado obrero (Labor Party), que ha llegado ya alguna vez al gobierno, y propicia la misma política agraria, de tal manera las teorías modernas sobre la propiedad se imponen en la política práctica de esos países coloniales, donde los creadores de toda una legislación nueva no hablan para nada de socialismo. Hacen socialismo, pero no se llaman socialistas, y Ferri dice por esto que no lo son. Nosotros queremos hacer
socialismo, y nos titulamos socialistas, y Ferri dice que no debemos llamarnos así. Nos explicamos que el profesor Ferri esté ajeno a lo que sucede en países tan distantes en todo sentido del suyo, en los cuales asistimos a la formación de clases enteras de nuevos propietarios que, porque son nuevos, están tocados por el espíritu socialista, y, dígalo o no la ley escrita, saben que su derecho de propiedad es condicional, relativo, prescriptible. Pero la incapacidad, tal vez momentánea, del profesor Ferri para el método socialista, vale decir, para la obra socialista, se evidencia cuando él afirma que el alza de los salarios conseguida por la acción gremial se acompaña de una elevación de los precios, error propagado por los apologistas del capital para desorientar la acción obrera, y desautorizado por la estadística del último siglo, tanto en Europa como para América. La Vanguardia del 19 de mayo de 1906 publicó un diagrama norteamericano, de fuente oficial, que mostraba cómo el alza de los salarios y el acortamiento de la jornada han coincidido en las últimas décadas con la baja de los precios. Otros gráficos expuestos en la sección de Economía Social de la Exposición de París de 1900, como resumen de las investigaciones de todo el siglo xix, indican que durante este el costo de la vida subió de -46 a <56, mientras que los salarios en dinero subieron da 45 a <105, es decir, que casi se duplicaron los salarios reales. Habla el profesor Ferri con una ligereza estupenda de nuestro programa mínimo. Encuentra que nuestras aspiraciones del momento, las ocho horas, etc., son muy poca cosa. Le contestaremos con las palabras de Carlos Marx en el discurso inaugural de la Internacional: “Y por eso la ley de las diez horas fue no sólo un gran éxito práctico: fue el triunfo de un principio”. No sabemos si es por las circunstancias peculiares de su viaje a Sud América, pero el pro-
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1909 - 1912 fesor Ferri parece mirar al Socialismo como una promesa, como una creencia y, por otra parte, como una fórmula, como un teorema. Para nosotros, el Socialismo es la acción en bien del pueblo trabajador, ante todo la acción del mismo pueblo trabajador en su propio bien, y, para no equivocarse, en su bien mensurable. Chocan entre sí las doctrinas y las escuelas, y aun dentro del Partido Socialista internacional hay opiniones tan distintas como la de Ferri y la nuestra. Contar, pues, en el haber del pueblo un rótulo de partido, sería tan expuesto a error como contar sus esperanzas. Se ha de medir el resultado de la acción socialista, no por el número de los que se titulan tales, sino por la elevación material, intelectual y moral del pueblo, determinada por esa acción y registrada por la estadística. Y en este movimiento histórico, que sujeta a un contralor tan severo la realización de sus fines positivos, intervienen, junto con las necesidades fisiológicas del pueblo, los más altos ideales. El conferenciante que ha hablado en Buenos Aires “de Jesús al Socialismo” ante un auditorio mundano, si ha visto en Jesús el hombre y no el dios, si ha presentado el Socialismo como una nueva psicología colectiva, y no como una nueva Ciudad del Sol, debería ser el primero en comprender la propagación de los nuevos ideales en estos países. No nos basta la declaración de los derechos del hombre, hecha por los revolucionarios burgueses del siglo xviii. También aquí aquella pomposa fórmula nos resulta rancia y vana. En nuestra evolución técnica-económica nacional, la tahona y las corporaciones cerradas de gremio han tenido menos papel que en la de Europa. Nunca llegará tal vez la mayor parte de nuestro suelo a estar dividido, como el de Francia, en fracciones de menos de 40 hectáreas. Así también es infinitamente probable que en nuestra evo-
lución política no hay lugar para el partido radical a la francoitaliana que nos receta el señor Ferri. Si todavía no lo viéramos en este mismo país, el cuadro de los grandes pueblos modernos, con la centralización industrial, la acu mulación de inmensas riquezas en pocas manos, los monopolios, las crisis y la lucha de clases, nos señalaría nuestro propio porvenir. Y los ideales no se adoptan por temporada, como alquilamos una casa, previendo el plazo en que vamos a desocuparla. Necesariamente, se apoderan de nosotros los más universales, los más eternos que somos capaces de sentir. He aquí, pues, el ideal socialista propagándose entre nosotros, obreros numerosos que roban horas al sueño y sacrifican sus recursos precarios a la emancipación de su clase; mujeres que abandonan el confesionario para acudir a la conferencia o al mitin; hombres de ciencia que encuentran en la obra social, humilde y obscura, un campo incomparable de estudio y experimentación; artistas que buscan su inspiración en el drama inmenso de la vida del pueblo; algún patrón tal vez que aspira a hacer de sus obreros sus discípulos y asociados; algún propietario que hace de sus privilegios un bien social; todo un partido que acusa y amenaza a los explotadores y prepotentes. ¿No encuentra a todo esto explicación o disculpa el profesor Ferri siquiera en nuestra “latinidad”? Explíquese el retardo y la lentitud del desarrollo del Partido Socialista en Inglaterra, donde Marx escribió El Capital, y comprenderá entonces mejor la precocidad del Partido Socialista en este país, donde “no hubiera podido escribirlo”. Ha sido tan grande el estupor causado en algunos excelentes compañeros por las palabras de Ferri sobre el socialismo argentino, que consideran su viaje a estas tierras como una desgracia. Aparte de alguna ligera mortificación de amor propio de par-
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tido, no encuentro en su visita sino ventajas. Desde luego, la de haberlo conocido personalmente. Al ver de cerca a este eminente miembro del Partido Socialista, tiene que haberse fortificado nuestra convicción de que lo más firme y genuino del Socialismo está en la conciencia y la capacidad de la masa del pueblo. Hay hombres de grandes hechos y de grandes ideas; pero con harta frecuencia la admiración por su obra degenera en una superstición por sus personas o por sus fórmulas. Difícil se hace entonces distinguir entre la grande acción y el gesto artificioso, entre la idea grande y el sofisma pedantesco. Sólo están a cubierto de esa superstición y de este engaño los hombres estimulados a la acción constructiva por un sentimiento intenso. Ferri cree haber desautorizado el Socialismo en este país. Lo habrá robustecido, si reconocemos las medias verdades contenidas en sus temerarias afirmaciones. Dice que desempeñamos la función de un partido radical a la europea; pongamos entonces mayor empeño en llevar a su madurez de juicio a los radicales doctrinarios que haya en el país, hagámosles sentir y comprender que su puesto está en nuestras filas. Presenta como un obstáculo al Socialismo la actual economía agrícola argentina; dediquemos, pues, mayor esfuerzo a la política agraria, que ha de acelerar la evolución técnico-económica del país, y también su evolución política, enrolando en nuestro partido a los trabajadores del campo.
Nos excomulga Ferri, por fin, en nombre de la doctrina. Sea ello para nosotros una inmunización más contra la tendencia anquilosante de la doctrina. Clasifiquemos los hechos conocidos, escudriñemos lo que nos auguran, cultivemos la teoría que ha de iluminar nuestra marcha hacia el porvenir. Pero esa doctrina, obra nuestra, no la dejemos cristalizarse en boca de los charlatanes y de los epígonos, para que no se sobreponga a nosotros. Infundámosle siempre nueva vida, preñándola constantemente de hechos nuevos, haciéndola recibir en su seno todas las nuevas realidades, para que no degenere en un nuevo evangelio. ¡Que al prolongarse y extenderse nuestro movimiento y adquirir nuevas modalidades, se ensanche y enriquezca nuestra doctrina; que crezca eternamente, a diferencia de los credos, momificados apenas dados a luz! Y con todo eso nuestro partido será más grande, más fuerte, más socialista. Juan B. Justo
Fuente: Juan B. Justo, La realización del socialismo, Buenos Aires, Editorial La Vanguardia, 1947, pp. 236-249.
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1914 - 1916 El estallido de la Primera Guerra Mundial resulta uno de los acontecimientos más traumáticos del siglo xx: todas las promesas civilizatorias –el progreso, la paz y el bienestar perpetuos– se derrumban para siempre, y las décadas siguientes se organizarán bajo su impacto y sus secuelas. Para José Ingenieros, como para muchos otros hombres y mujeres de su generación, la Gran Guerra representa “el principio de otra era humana” y posibilita una reconsideración del legado europeo y una reapertura de los debates sobre la nacionalidad. La lejanía del teatro de operaciones no impidió que los trágicos sucesos europeos tuvieran un impacto inmediato en la Argentina, tanto a nivel económico como político e intelectual. El Estado argentino, primero bajo la administración conservadora de Victorino de la Plaza y luego bajo el gobierno radical, adoptó una postura neutralista, aunque la opinión pública se debatió entre una gran mayoría “aliadófila” y algunos sectores “germanófilos” y pacifistas. El 2 de abril de 1916, en las primeras elecciones celebradas bajo el amparo de la Ley de voto secreto y obligatorio, es elegido presidente Hipólito Yrigoyen, por la Unión Cívica Radical. Su asunción, seis meses después, será un “espectáculo popular extraordinario”, como lo definió el entonces embajador español en la Argentina, y causó los primeros disgustos a las élites tradicionales, que comenzaron a desandar un balance amargo sobre el proceso de democratización y el ingreso de las masas a la vida pública. El particular liderazgo ejercido por Yrigoyen fue objeto de impugnación en las filas de su propio partido, donde algunos criticaron su “conducción personalista” varios años antes de que fuera elegido presidente de la Nación.
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Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República antes de las elecciones de abril de 1916 A comienzos de abril de 1916 la Argentina se prepara para elegir por primera vez al presidente de la Nación utilizando el sistema de voto secreto y obligatorio para todos los hombres mayores de 18 años, establecido por la Ley Sáenz Peña.
La solemnidad de estos momentos reclama nuevamente la palabra serena con que la Unión Cívica Radical ha hablado al sentimiento público en horas intensas y únicas para la Patria. Su voz cobró siempre valor de sinceridad, como que es el eco de los acentos íntimos de la Nación. Por ella y para ella se planteó la reclamación más imponente que haya jamás vinculado con solidaridades tan altas, a los hijos de esta tierra. La Unión Cívica Radical es la Nación misma, bregando hace veintiséis años para libertarse de gobernantes usurpadores y regresivos. Es la Nación misma, y por serlo, caben dentro de ella todos los que luchan por los elevados ideales que animan sus propósitos y consagran sus triunfos definitivos. Es la Nación misma, que interviene directamente en la lucha cívica, con el propósito de constituir un gobierno plasmado a imagen y semejanza de sus bases constitutivas, principios e idealidades. (…) No es, por consiguiente, un partido político que reclama sufragios para sí mismo; es el sentimiento argentino que, ahora como antes y como siempre, invoca su tradición de honor y de denuedo, y despliega su bandera intacta, para que a la sombra de ella se agrupe nuevamente la dignidad argentina, que no puede, que no debe, sufrir más menoscabos. El país quiere una profunda renovación de sus valores éticos, una reconstitución fundamental de su estructura moral y material, vaciadas en el molde de las virtudes originarias. Es, pues, el actual momento histórico, de la más trascendental expectativa. O el país vence al régimen y restaura toda su autoridad moral y el ejercicio verdadero de su soberanía, o el régimen burla nuevamente al país, y este continúa bajo su predominio y en un estado de mayor perturbación e incertidumbre. De modo que, en la contienda electoral del 2 de abril, se juegan los destinos de la Nación, y es en ese concepto que la Unión Cívica Radical incita a todos los argentinos al sagrado cumplimiento de sus deberes ciudadanos. Buenos Aires, marzo 30 de 1916. José Camilo Crotto, presidente; David Luna y Luis Álvaro Prado, secretarios Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 342.
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Discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación El 2 de abril de 1916 se realiza en la Argentina la primera elección presidencial con la nueva modalidad establecida por la Ley Sáenz Peña. El triunfo de la UCR es contundente: alcanza el 46% de los votos, contra el 21% del PAN. El 12 de octubre de ese mismo año, día en que asume su cargo, el candidato radical Hipólito Yrigoyen pronuncia su primer discurso como presidente.
Ante la evidencia de estas horas supremas y decisivas, el pensamiento se repliega a contemplar el apostolado que laboró tramo a tramo, la consagración plena de la obra reparadora. En la fe y en la virtud de su vasta irradiación se cruzaron muchas angustias; pasaron años de absorbentes fatigas y de inevitables incertidumbres, escrutando y afrontando lo que había de rebelde o de inmodelable a la eficacia de sus justas finalidades. Así estuvo como el alucinado misterioso que los refractarios motejaron de una devoción incomprendida, ostentándose siempre sin mirar hacia atrás, soportando impertérrito las acritudes del destino, irreductiblemente identificado con la Patria misma, serena auscultadora de sus anhelos e intérprete fiel de sus imperiosas reivindicaciones. Y hoy estamos ante la efectividad gloriosa de tan enorme jornada y el encanto soñador se transformó en la realidad que nos hace sentir la magnífica verdad de la Patria, dejando por fin de mirarnos peregrinos en su propio seno. (…) Justo es, entonces, que esta resurrección que pareciera imposible, llene de intenso regocijo el espíritu nacional que asumiera todas las contingencias de tan cruenta jornada, como si un dictado superior hubiera dispuesto que se fundiese en la más indestructible solidaridad. Asumir la contienda reparadora, desde el llano a la cumbre renunciando a todas las posiciones y resguardos del medio ambiente, para remontar la abrupta montaña a pura orientación de pensamiento, a puro vigor de virtudes y a pura entereza de carácter, y llegar a la cima pasando por sobre las murallas de todos los poderes oficiales y las conjuraciones conniventes, es empresa que no conciben los mediocres ni alcanzan los pigmeos y que ni siquiera comprendieron los grandes ni afrontaron los poderosos. Tan magnas concepciones fueron idealizadas por el genio de la Revolución, sentidas por el alma nacional y cumplidas con admirable excelsitud en una trayectoria de sucesos y de acontecimientos en que culminaron todas las glorias de la Patria. Hipólito Yrigoyen Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 354.
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LA POLÉMICA ENTRE HIPÓLITO YRIGOYEN Y PEDRO C. MOLINA
Renuncia del doctor Pedro C. Molina Salto, julio 15 de 1909 Señor doctor Eleodoro Fierro (Vicepresidente en ejercicio del Comité Central de la Unión Cívica Radical) Distinguido compatriota: Tengo el agrado de dirigirme a usted con el objeto de elevar mi renuncia indeclinable del cargo de miembro de ese comité, con que fui honrado por la Convención de esa capital, en abril próximo pasado, y a manifestarle, para que se sirva tomar nota de ello, que he resuelto, de modo irrevocable, separarme también del Partido Radical, en cuyas filas he militado durante diecinueve años. La causa a que obedece esta decisión es la siguiente: un hecho reciente, del que muchos acaso no se habrán dado cuenta, ha venido a confirmar una duda que hace tiempo trabajaba mi espíritu en silencio. Me atormentaba la incertidumbre de si los principios de libertad y justicia que yo he profesa-
Hacia 1909, el entonces destacado miembro de la Unión Cívica Radical Pedro C. Molina renuncia al Comité Central y se separa del radicalismo por el rumbo que a su parecer comienza a tomar el partido e, implícitamente, por el carácter discrecional (o “personalista”, como será nombrado pocos años después) de la conducción de H. Yrigoyen. Este le responde vehementemente con una extensa carta publicada en el diario La Verdad, que será acompañada a su vez por nuevas respuestas, dando lugar a una de las tantas polémicas públicas que signan al partido radical desde su fundación.
do, enseñado y difundido en toda su pureza, en mi larga vida militante, serían confesados por los miembros militantes intelectuales superiores del partido. Más de una vez me he hecho a mí mismo esta pregunta: si la bandera económica y política de estos dirigentes es la mía, ¿por qué no lo declararán? Y si no es, ¿qué ideas fundamentales de gobierno llevarán al poder? En uno de mis últimos dis cursos políticos, provocando una aclaración a este respecto, decíales: “Convengo que en el régimen personalista implantado en este país, no tenga como se afirma otro correctivo que el de la revolución, el de la fuerza, puesto que es también con la fuerza que se nos desaloja del comicio, pero una revolución sin una gran bandera de principios, no es un remedio: es otro crimen de la misma especie de los que caracterizan la acción del oficialismo. ¿Qué habrá ganado el país con una revolución aun triunfante, si el partido revolucionario no pudiera ofrecerle otra cosa que ‘buenas intenciones y propósitos honestos’, como los del gobierno radical de
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San Luis, que ha resultado un deplorable fracaso?” Así concebía los objetivos del Partido Radical, de la Revolución y del gobierno. Y la ilusión de que mis correligionarios dirigentes compartían conmigo estas ideas, me retenía entre sus filas, si bien –debo decirlo con franqueza– con la natural desconfianza sugerida por la tenaz reserva a este respecto de mis colegas. En esta situación de espíritu, decía, se ha producido un hecho asaz demostrativo de que mis temores no eran infundados. En el segundo número de La República, órgano oficial del Partido Radical, escrito por los intelectuales de la metrópoli, bajo los auspicios y la alta dirección de las autoridades del partido, se acaba de condenar en términos categóricos y expresos, la libertad de cambios, uno de los derechos más sagrados e inalienables del hombre, derecho confiscado entre nosotros hace muchos años por el régimen dictatorial que combatimos y que el gobierno del doctor Figueroa Alcorta, contrastando con la práctica de todos sus procederes y haciéndose acreedor al más efusivo aplauso, ha reivindi cado en estos días, en el tratado comercial con Chile, en favor de los consumidores de vinos nacionales. El órgano del Partido Radical, no obstante la declaración de su primer número de que “viene a servir la causa de la reparación nacional, allegando su concurso al de los ciudadanos que luchan por llevar un alivio a los males que agobian al país”, sostiene en su segundo número que “aquel tratado, en cuanto acuerda franquicia a los vinos chilenos, no obstante su liberalismo simpático como principio general, es inoportuno en este caso, porque favorece expresamente un producto extranjero, con perjuicio inmediato de una industria nacional que merece ser amparada”. Y más adelante: “Que la habilidad de nuestra diplomacia servirá una vez más a intereses extraños, dañando enormemente los nuestros”.
Afirmar la institución del proteccionismo económico es negar implícitamente la entidad del derecho y sancionar el monstruoso enunciado –ya puesto en práctica por todas nuestras administraciones públicas– de que lo conocido con ese nombre tiene otra realidad que el beneplácito y el arbitrio del que manda. En mi tesis, derecho sería la facultad de todo consumidor de vino para comprarlo donde más le convenga. En la tesis de los directores de La República, no es así; los consumidores de vinos nacionales son una propiedad de los viñateros de Mendoza y de San Juan, a semejanza de los paisanos de la Polonia rusa afectados a la tierra; les han sido adjudicados para que hagan negocios con sus vinos y mantengan su industria próspera, y no deben desvincularse de esta sujeción. Otro argumento: Cuyo y Tucumán, según La República, necesitan protección para sus productos, porque carecen de todo otro recurso; el capital empleado es demasiado importante para que se exponga a un fracaso después de haber incorporado a la riqueza nacional un magnífico elemento de progreso. Se podrá objetar que el derecho no depende de estos elementos de número, de progreso, de necesidad y que en todo caso, si dependiera de ellos, el respeto de los intereses morales y materiales de seis millones de consumidores debería primar sobre el de los fabricantes de vino y azúcar, desde que los seres racionales no han sido creados para alimentar industrias, sino al revés: las industrias para alimentar a los seres racionales; pero no es mi ánimo refutar ni discutir estos sofismas, harto conocidos; quiero simplemente dejar constancia de que el criterio con que La República juzga el proteccionismo económico es el que el oficialismo imperante aplica diariamente en el orden político, en el administrativo, en el financiero y económico y el que, en suma, determina el régimen del
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1914 - 1916 personalismo o el del favor que excluye el del derecho y la justicia en toda la República. Si hoy es inoportuno para el Partido Radical reconocer y consagrar la libertad de los cambios, porque afectaría privilegios establecidos, mañana lo sería también suprimir todos los odiosos favores en que el discrecionalismo oficialista ha distribuido los beneficios del poder, las pensiones, los subsidios, los empleos, las obras públicas innecesarias, toda la larga serie de negotiums y canonjías de variada especie que las clases gobernantes se han adjudicado a expensas del sufrido servaje que trabaja la tierra y que produce el trigo, la carne, el im puesto; siempre habría capitales comprometidos, progresos de por medio, industrias nacionales amenazadas, que pondrían, como los viñateros de Cuyo, el grito en el cielo a fin de conservar este estado de cosas tan proficuo a sus intereses y negocios. ¡No! Yo no puedo prestar mi concurso, por insignificante que él sea, a un partido que piense de este modo, si, como es natural creerlo, La República, su órgano en la prensa, refleja sus opiniones oficiales. La única tabla de salvación en el gran naufragio de instituciones y hombres que presenta en este momento la República es, como lo he afirmado muchas veces, el liberalismo leal y since ramente practicado. Él es la doctrina de la justicia y del derecho: negarlo y substituirlo con su antípoda, el privilegio, es conspirar contra el salvataje; confesarlo y aplicarlo, es ofrecer al país los elementos de la salvación. Debía a mis distinguidos amigos políticos esta explicación en homenaje al respeto y afecto que les profeso y les merezco, y al separarme definitivamente de sus filas para quedarme en la vida privada con la desesperanza de ver realizados mis ideales, pero también con la seguridad de no haberlos traicionado jamás, les renuevo mis votos por el éxito y el acierto de sus varoniles y patrióticos esfuerzos.
Rogando al señor presidente quiera llevar a conocimiento del H. Comité esta renuncia, soy, con mi consideración más distinguida, su atento y S. S. Pedro C. Molina
Primera carta de Hipólito Yrigoyen a Pedro C. Molina, publicada en el suplemento diario La Verdad de La Plata, 21 de octubre de 1909 Buenos Aires, septiembre de 1909 Señor doctor Pedro C. Molina Distinguido doctor: Recién restablecido de mi salud, acabo de enterarme bien de su resolución con todas sus incidencias, abandonando el único sendero para la reparación de la República. No me ha sorprendido, dada su actuación y teniendo presente que sobre la adversidad del 4 de febrero propuso usted la disolución del Partido, pero sí los motivos en que la excusa y la forma en que lo ha hecho. Se fue usted por una futilidad, sin dejar ni un acento de cordialidad ni un eco de cortesía, y en seguida cayendo en el desatino de todas las apostasías, incurre en apreciaciones tan extrañas a su modelación caballeresca, que difícil me ha sido convencerme de que sean suyas. Podía yo haber guardado el deliberado silencio que he tenido siempre para todas las conversiones, porque demasiado sé que la fragilidad y la inconsistencia son debilidades que, cuando aparecen, no se detienen ya, y se explica que también busquen sus justificaciones, por más que nunca las encontrarán; pero apartándome de ese juicio, el recuerdo de que es mía la culpa de haberlo traído a las filas de la opinión, desde el republicanismo, me induce a expresarle mi sentida protesta por todo.
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Según sus publicaciones, se dice que la Unión Cívica Radical sostendrá el candidato del gobierno; pero no cree usted por algunas circunstancias, cuando todo el deber de verdad y de respeto la marcaba, tanto más que usted mismo exteriorizaba esa insidia, rechazarla, no por suposiciones, sino por los fundamentos que constituyen la razón de ser y los procedimientos invariables y absolutos de ese movimiento. Ante tan musitada actitud, que no me imaginé de su parte, y sólo cuando no se encuadra en nuestras reglas de conducta, permítame que me haga cargo de ella, para replicarle como surge de todo mi ser, pero sin agravio alguno. Sí, doctor, ponga ante nosotros todos los honores acumulados, y más pronto de lo que lo haya hecho, de una [sic] puntapié se lo arrojaremos. En la extremada degeneración por que pasa el país, muchas aberraciones se verán todavía, entre las que se ha confundido usted; pero lo que no se verá jamás es que en nuestras frentes llegue a rendirse o abatirse siquiera en lo mínimo, la enseña más sagrada que pueblo alguno de la tierra se haya dado para redimir la afrenta que lo ha difamado ante el mundo, le ha cerrado sus horizontes y lo tiene expuesto a todos los desastres, enseña a la que hemos consagrado la plenitud de la vida y la integridad de nuestra existencia. ¡El día que aquello pudiera suceder, que Dios nos fulmine y la Patria nos execre! Sí, porque los que subyugan y detentan a las sociedades en su marcha progresiva llevan el sello del eterno delito; y los que abjuran de su fe redentora, son los Judas malogradores de las más justas y santas inspiraciones. Era usted el correligionario que más obligado estaba a todos los merecimientos hacia el Partido y sus hombres, porque ha tenido incongruencias de todo orden y disparidades de todo género, que aun me complazco en no consignarlas, y no sólo se le han tolerado, sino
que hasta se ha cohonestado aparentemente con ellas, guardándole siempre los mejores comedimientos, las mayores distin ciones y las más amplias generosidades. Se aleja cuando por todas partes repercuten las vibraciones del sentimiento nacional, que por medio de sus delegaciones llegara hasta el altar de la Patria, a renovar sus votos de honor y de austeridad ciudadana en aras de su redención. Deja su puesto cuando la conjuración oficial tramada desde el primer día, acometiendo y arrasando desaforadamente con todo lo que ha creído y cree necesario a su plan, se descubre reproduciéndose con procederes tan indignos y temerarios que me quedo absorto de que los consienta, y no estalle todo el pueblo argentino arrojando para siempre de su seno tamañas felonías contra la majestad soberana de la Nación. Procede usted así porque un diario escrito por los radicales ha dado cabida a una tesis económica distinta de la que sostiene el suyo. Si fuera posible admitir que ese giro tomara la vital preocupación que desde hace treinta años viene conmoviendo a la República, absorbiendo en su defensa todas las fuerzas morales, intelectuales y reales, en la expresión de sus más puras y vigorosas energías, entonces sí que habría llegado la hora de despertar de su suerte, porque la Unión Cívica Radical, que es la genuina encarnación, se descalificaría por sí misma. Sería una derogación de principios, de su pensamiento puramente genérico e institucional y una desviación de la línea recta que tanta autoridad le ha dado en la República. Pero no es ni será así: el problema está planteado e impreso en el alma nacional, tal como surgió, y nada ni nadie lo modificará en su concepto ni lo detendrá en su solución radical. Nunca una Nación soportó más duros golpes, pero tampoco el esfuerzo humano
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1914 - 1916 hizo más grandes sacrificios para resistirlos; ni hubo mayores transgresiones a las leyes que rigen las sociedades, pero tampoco mejores comprensiones de deberes para combatirlas; ni causas más graves determinaron la acción general, ni oposición alguna estuvo a más altura para repararlas, que las de ese movimiento. ¿No sabe usted que del principio democrático del sistema republicano y del régimen federal, de ese vasto monumento científico ideado por el saber humano, bajo cuyos auspicios y enseñanzas tienden a llenar su cometido todas las sociedades libres, no queda ya en la nuestra más que la tradición y su leyenda? Adoptado desde la aurora de la independencia por la nacionalidad argentina y cimentado después de cincuenta años de cruentas vicisitudes, de dolorosas alternativas y de inquietudes, todo ha sido derribado y se posa sobre sus ruinas el más disoluto predominio de que haya de consumir, dilapidar y usurpar… no tiene más miraje que el peculado y la logrería, sea lo que fuere, pase lo que pase y suceda lo que suceda, con tal que haya que consumir, dilapidar y usurpar… ¡Sumido y abyecto hasta la vileza dentro de su imperio, como procaz y agresivo con la opinión pública y vandálico en todas las formas, gravita sobre la Nación, en vorágine devastadora de la más nefasta fatalidad! Todo se ha concusado y subvertido, respirando relajación y desconcierto; todo sentimiento de respeto, de bien y de justicia ha sido profanado. Tan hondos trastornos políticos y morales no sólo producen múltiples males y dejan irreparables lesiones, sino que amenazan mayores peligros, sobre los que detengo la pluma; pero que evidenciaría en tribunal de fuero interno patentizando su magnitud y sus consecuencias. Los sucesos dirán o el porvenir decidirá, pero al menos no debo ocultar que los signos
de la época y las señales del tiempo, me hacen prever siniestras sonoridades de catástrofe. Los pueblos que así sufren padecen en toda su estructura y no hay legalidad para nada, ni principios ni reglas, sino los que imponen a su albedrío la denominación que subordina todo a sus conveniencias. Cuando tan audaz y persistentemente se avasallan las facultades sobre que reposan las funciones políticas, ese inicuo proceder de gobiernos que cifran su estabilidad en la conculcación de todo lo constituido, en la violación de las leyes y en la defraudación de los intereses públicos, ese poderío lleva en sí el germen de todas las descomposiciones, quienes quieran que sean los que lo dirijan, y el incentivo de las espurias ambiciones lo arrastrará a todos los extremos. La situación irredimible por sí misma y las esperanzas al respecto, quedarán siempre desvanecidas. Por el contrario, cada tregua que se haga y cada hipótesis en que se confíe, distanciará la hora de la reparación, dejando tras de sí mayores perturbaciones. Los perversores de los pueblos nunca transformaron su acción en regeneradora; millares de veces lo prometieron, y tantas otras fueron conversos al bien general. Es natural que así suceda, porque no puede sinceramente sostenerse la posibilidad de transiciones tan acentuadas, ni el cambio de condiciones tan distintas. Las acciones humanas se manifiestan según los factores psicológicos que las determinan y no germinan sino aquellas que le dieron vida. La escuela que se aprende, o el ejemplo que se recibe, es el mismo que se propaga. Los actos y los hechos que se dejan consumar, es de rigurosa exactitud que se produzcan, y el ambiente en que se vive es el que satura la existencia. El delito no repara ni condena, sino en su provecho e infiriendo mayores lesiones y, por lo tanto, cuantas ilusiones se forjen sobre la probabilidad de mejoras por los gobiernos actuales, serán vanas
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y fomentarán la reincidencia. Basta recordar la enorme conglomeración de atentados, renovados siempre con más impudicia, para comprender cuán insensato es suponer que los causantes así empedernidos sean reaccionarios. Ellos podrán modificar, pero en un ambiente totalmente distinto, porque como sucede en las decadencias inveteradas, están inconscientes y enervadas para toda purificación de hábitos y más para remontarse a las esferas inmanentes del bien público. Con la tendencia a olvidar el pasado, porque a todos conviene, desde que contados son los que no tienen participación en el punto de partida o en los sucesivos, con el dominio del poder y sus atracciones, en recursos, elementos y medios de todo orden y con la impunidad por delante, nadie puede dudar de lo que seguirá siendo y de la posteridad que nos depara. Por nuestra parte, seremos siempre severos con el crimen venturoso, y jamás acordaremos sanción legal a lo que originariamente no lo tuviere, ni en nuestras manos se romperá la unidad de la historia en todos sus juicios. No porque tengamos prevenciones contra nadie, que nunca hemos podido sentir, pero sí, increpaciones para todos y absoluta rebelión con cuanto daña a la República y la detiene en el camino de regeneración y vida nueva. Sólo los mentecatos y los malvados pueden ignorar o hacerse los desentendidos para comprender hasta dónde hayan penetrado las raíces de la depravación de esta progresiva “crisis de progreso”. La corrupción continuará avanzando y todo irá precipitándose mientras haya pendiente, porque los discípulos aventajarán consecutivamente a sus maestros y los hechos verdaderamente portentosos anuncian sin ambigüedad cuál será el fin de esa batahola infernal. Hace treinta años que recíprocamente se imputan las responsabilidades en que igual-
mente han incurrido y cometen la sarcástica ironía de referirse a ellas en las asonadas que alternativamente se hacen, concluyendo para convertirse en juez el que tiene la fuerza, al cual los que ayer lo desdeñaban se le rinden hoy, y lo repudiarán mañana, para prosternarse ante el nuevo omnipotente. Es un proceso que lleva entre sus entrañas el germen productor de todas las perversiones. Un hacinamiento en que se confunden gobiernos, grupos y hombres, con denominaciones de Acuerdos, Paralelas, Uniones Provinciales, Republicanos, Partidos Unidos, Liberales, Autonomistas, Coalicionistas, Conservadores, Unión Nacional y tantas otras buscando en figuraciones y desfiguraciones encubrir sus delincuencias y hacer prevalecer sus móviles utilitarios, variando por momentos, según las mejores ventajas y oportunidades para la posesión o participación en los gobiernos. Una algazara de aplausos y reproches, de elogios y censuras, de acometimientos como el de las más incoherentes alianzas; pero que en realidad son fenómenos naturales, porque persiguiendo los mismos propósitos están dispuestos a todas las cambiantes para conseguirlos. Todo, todo eso causa un estado morboso incurable por sí mismo, tan infeccioso que cada vez se esparcirá más ocasionando a la República los perjuicios consiguientes, y por fin quedará sepultado en la fosa común de esta época con la lápida del oprobio. Pero a su frente, con el lema de la Unión Cívica Radical, perdurará una pirámide de proyecciones tan luminosas y de perspectivas tan vastas, como su propia idealización levantada por las más caras consagraciones del espíritu y el alma, de la frente y el pecho de la personificación humana y sobre su cúspide la razón, la justicia y el derecho, como antorcha permanente de la civilización argentina.
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1914 - 1916 Tal es la síntesis de esta crisis moral y política, a la que seguirán crisis económicas, porque esa es una de sus fatales consecutivas. Para honor y bien de la Nación, se caracteriza en el más opuesto antagonismo contra las fuerzas destructoras por las creaciones reparadoras. Así debía ser, porque si la resistencia no tuviese ese carácter, habría demostrado que los gobiernos eran apropiados y lógicos a la Nación, y ambas entidades, situación y oposición, hubieran merecido igual juicio y caído en el mismo nivel de depresión y de desdoro. Y bien, derrumbadas todas las instituciones, como deshechas las organizaciones accesorias y sobre ellas las más profundas e invasoras prostituciones, ¿cuál es el valor y el significado que ese caos tiene ante los principios y leyes que rigen a la humanidad? No deje usted deslizar su pensamiento en impresiones movedizas y pasajeras, acuda a las fuentes de los conocimientos, a la historia, a la filosofía, a las ciencias; que son el alma máter de las sociedades, y todas ellas le dirán de la manera más concluyente que en ese estado no puede haber otro sentimiento y otra aspiración que la de la salvación de la República. Si así lo comprendió el deber argentino a los diez años, a los treinta de progresión infamante, ¡cuán imperioso y sagrado no será! Ahí tiene usted el programa de la Unión Cívica Radical y debe ser el de todo ciudadano que tenga sangre en las venas, patriotismo en el pecho y pundonor en la frente. Apenas necesito decir que lo ha mantenido tan incólume, con tan virtual capacidad y elevación, con integridades tales, como no hay otro caso en la vida. Lo cumple y lo realizará, fiel, serena y valerosamente, no por los reprobados medios de compartir con el delito, a pretexto de extinguirlo o de penarlo, simulando actuaciones políticas para determinar soluciones regre-
sivas, porque eso sería agregar a la estigma de unos la de todos, y a la ignominia de los gobiernos la de los pueblos. Pero sí por los decorosos medios concordantes con los fines, por el desprendimiento de todos los ideales y beneficios propios en holocausto al bien público y con el tributo de todas las abnegaciones ante el sagrario de la Patria, para restaurarla en toda la supremacía de su ser, al concierto del mundo por la reasunción de su autoridad moral, por el restablecimiento de todo su organismo y por la generalización del trabajo, ¡fuente de todos los bienes y símbolo de todas las dignidades! Esa es la posición que imponen la ciencia y la experiencia, la razón y la conciencia, y todo cuanto ilumina al espíritu humano. La Unión Cívica Radical la asume impertérritamente, afrontándola en todas las consecuencias; porque en tan honorable actitud no sólo son sus enemigos los gobiernos, sino también todas las profanaciones colectivas o individuales que quisieran verla abdicar o claudicar, para sin control y sin justicia pública, sin reparo alguno, lanzarse a todos los aprovechamientos con el convencionalismo y la tolerancia conjunta. Sí, eso es lo que corresponde a los solemnes deberes de la República, y el único camino para libertarla, arrancándola de las garras de sus malhechores y tránsfugas; lo demás, todo lo demás es mentira, es deshonra y es especulación, entregándola indefensa a todas las traficaciones y sin resguardo a las suspica cias de toda especie que crecientemente la circundan, amparadas y estimuladas por su desmedro y desgobierno. En tal situación, tampoco se conciben ni se justifican las tendencias partidarias, ni las propensiones singulares; porque deben callar esos intereses, volviendo todos sobre los de la Nación, antes de que sea demasiado tarde para evitar el peso de una mayor calamidad y lamentarla recién cuando ya no hay reme-
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dio; ni pueden desenvolverse sino sometiéndose para participar de la concupiscencia o gastándose estérilmente en las acciones aisladas y substrayéndose a las que obran en sentido general. Son tan ciertas esas proposiciones, que todos los ciudadanos que no profesan el credo de la Unión Cívica Radical contribuyen, directa o indirectamente, en una forma o en otra, a afianzar el régimen imperante y se hacen causantes como los mismos autores. Habiéndose congregado ese movimiento para fines generales y comunes y siendo cada vez más definido en sus objetivos, no sólo son compatibles en su seno todas las creencias en que se diversifican y sintetizan las actividades sociales, sino que le dan y le imprimen su verdadera significación. La denominación de “Unión Cívica” expresa su origen, y el agregado “Radical” es el vivo anatema de las atroces felonías de que ha sido víctima dentro de su propia entidad, haciéndole malograr acciones ya decididas en su favor y obligándola a prolongar su azarosa vida, multiplicándole sus calcificaciones e infiriendo a la Patria muchos más sensibles y grandes males que aquellos que motivaron su convocatoria. Su causa es la de la Nación misma y su representación, la del poder público. Así será juzgado y así pasará a la historia como fundamento cardinal y resumen entero de la heroica resistencia que el pueblo argentino hiciera a la más odiosa de las imposiciones; porque no tiene ni una sola atenuante, y sí todas, todas las agravantes. ¡Es sublime la majestad de su misión, y a ella entrega sus fervores infinitos! Por eso perdura su obra y son poderosos sus esfuerzos, se robustece y vivifica constantemente en las puras corrientes de la opinión; es la escuela y el punto de mira de las sucesivas generaciones y hasta el ensueño de los niños y el santuario cívico de los hogares.
Precisamente, uno de los inmensos bienes que ha hecho, y que bastaría para su eterna culminación, es haber consolidado la unión nacional y su identificación orgánica de tal modo que ya nadie podrá explotar la criminal perfidia que tanta sangre argentina ha hecho verter; porque la solidaridad está definitivamente consolidada, no por las bacanales victoriosas contra ella misma, sí por los infortunios y las desventuras, por los esfuerzos y los sacrificios, en unísono pensar y sentir, en una sola alma: la de la Patria, y en un solo espíritu: ¡el de Dios! Las convicciones partidarias, cualesquiera que hubieran sido, no habrían llegado a tan esforzadas pruebas y hubiesen sucumbido a los fuertes y repetidos contrastes que parecen aleccionar a los pueblos, imponiéndoles penosas tribulaciones antes de reconquistar lo que por culpable negligencia perdieron. Hemos sufrido dolorosos desgarramientos, que han lacerado nuestros pechos y nos han dejado imborrables impresiones; pero sin un instante de vacilación o incertidumbre, erguidos siempre por el deber, estamos en su senda cada vez más fuertes, y templados hasta por la misma adversidad que se cierne sobre nosotros y que al fin será la precursora de todas las prosperidades. Es un espectáculo interesante ante propios y extraños y digno de la mayor admiración, el de esa fuerza que, desprovista de toda función de gobierno y alentada tan sólo por el espíritu público, persiste desde hace veinte años con absoluta abnegación. Sostiene la más cruenta oposición que se conozca, y apartando de sí todas las compensaciones y aceptando todos los sinsabores, hace de esto su sólido punto de apoyo. Inaccesible a todas las seducciones, prefiere ante[s] las inexorables persecuciones, agresiones, abusos y desamparos. Jamás un movimiento de opinión ha ocupado la escena con más suma de calidades ni
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1914 - 1916 mayores desprendimientos ni más intensos sacrificios. Será una figura histórica de imperecederas irradiaciones tanto más fulgurantes, cuanto que su obra es eminentemente nacional, perseguida con el más acendrado desinterés, y a impulsos de los más generosos afanes y de los más nobles sentimientos. ¡Hemos luchado imperturbables y perseverantes con el emblema del honor, de la justicia y de las instituciones, y guiados por su credo y abrazados a la bandera de la Patria, hemos consagrado nuestra vida, reposo, bienestar y patrimonio, renunciando mil veces y siempre a todos los halagos, a trueque de las más crueles proscripciones e inmolaciones! Esa lucha no sólo es con los adueñados de los poderes que tienen subyugados y sometidos a su servicio todos los resortes oficiales, sino también a despecho de sus aliados, las malevolencias, diatribas, infidencias, perfidias, defecciones, deslealtad y traiciones, que son exponentes de la degradación reinante; más los indiferentes, apáticos, parasitarios y decrépitos, y aun esa masa de gente rendida a los éxitos y egoísta a las contiendas que no sean mercenarias, con aplausos a todos los triunfadores y fustigaciones a todos los infortunados, álbumes para los que suben y censura para los que bajan. Contra toda esa parte, en fin, de la humanidad que nace muerta a la vida moral y del espíritu, a la que tiene que sobrellevar a cuestas la que llenando su cometido, conforme con los designios de la Providencia, forma y reforma las sociedades, reconstituyendo el mundo y perfeccionando el Universo sobre la base inmutable de la libertad y de la justicia. Hemos ido sucesivamente a la acción armada y muchas otras a los comicios difundiendo en la próspera, como en la adversa suerte, enseñanzas benéficas en todo sentido, y después de veinte años de continuo batallar, no tenemos la más leve sombra en la trayectoria tan luminosa que viene siempre a
nuestra mente a manera de brisa fortificante en tan ruda y profunda labor. En todos los momentos, desde los primordiales, hasta los más trascendenta les, así como en las prisiones, confinamientos, expatriaciones, tropelías y crueldades que se nos han hecho sufrir, hemos dejado también la estela indeleble de la elevada conducta y correcta cultura. Nunca hemos deseado mal a nadie, porque no está en nuestra índole, ni tenemos un solo latido que nos mueva a ello; nuestros actos llevan, solamente, los ardores del firme cumplimiento de deberes y del recto ejercicio de derechos, fuera de cuya órbita no se puede legalmente pretender que vivamos, y si la fuerza ciega, torpe y criminosa nos oprime, no por eso nos hará desistir. No dañamos intereses ni pretensiones legítimas ni buscamos posiciones, a todas las que hemos declinado siempre, porque lejos, muy lejos de ser legionarios de nadie, ni de bandería alguna, somos legionarios de la sacrosanta causa por que nos debatimos en bien de todos, desde que es por y para la Patria. Relevantes inspiraciones y justísimos anhelos de reparación, es lo que anima e induce a ese movimiento; y potente en sus fuerzas y en el principio que las ha producido, permanece invulnerable en ellas, siendo la imagen fiel de todo cuanto de altivo ha palpado la Nación en estos treinta años. La clarísima visión con que ha previsto y seguido los acontecimientos, teniendo en ellos las notas más altas, serenas y dignas, así como su probidad y alejamientos de todas las menguas y supercherías. Se levanta y se mantiene arriba de todas las brumas y estrechas miras en la más pura atmósfera del patriotismo, simbolizando la grandeza moral de la Nación, sus verdaderas energías y el juicio que presidirá sus destinos. Que los espíritus que estudian las acciones humanas a través de los arcanos de la
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existencia para grabar sus caracteres esenciales, digan cuánto hay de genio, de virtud y de fortaleza, en esa obra guiada por las más augustas concepciones, coronada por las mayores austeridades y santificada por todas las consagraciones. Ha dado un ejemplo tan notable en las lides, por las libertades y derechos humanos, que difícilmente será superado, y no hay en sus anales otro cometido encuadrado en principios y reglas tan uniformes y con gentilezas, hidalguías y nobilidades llevadas a tal grado. Sobre esa cumbre de gloriosas rutas hacia todas las ascensiones, es que usted ha blasfemado; y de los artífices, sus compatricios y correligionarios es que usted ha renegado. Maldiga, entonces, a la Patria misma; porque no es posible concebir mayor identidad. Si las demostraciones infalibles de los espíritus selectos y las almas selectas, son la inteligencia, el carácter, la lealtad, la integridad y la abnegación, busque usted en todo el orbe y no encontrará mayor perfección ni obra más acabada. Ha sido y será fecunda su acción atacando el mal en todas sus proporciones. ¡Cuánto bien ha hecho a la República y qué hubiera sido de ella, sin esa colosal resistencia que se ha sobrepuesto a todo! El día en que por cualquier circunstancia desapareciese antes de alcanzar la solución, la fatalidad habría llegado a su último término, y la República, degenerada, rodaría al descrédito y a la ruina, en el torbellino del desquicio y la rapacería, perdiendo su tradicional filiación para tomar la que le deparasen los accidentes y los eventos de la vida. ¡Pero no creo que haya poder humano que consiga esa declinación, porque su credo no viene de la sugestión de nadie, ni de influencia alguna, sino del profundo convencimiento de la Nación, que en contraste en todo con la ineptitud de los gobiernos, ha
revelado en la contienda preparaciones y capacidades para resolver los más vitales problemas, y parece haber jurado ante Dios y ante sí misma, su reivindicación radical y su redención suprema! Así lo ha probado en toda su marcha y desenvolvimiento, y así lo ha compro bado, guardando la más glacial indiferencia a los ciudadanos, aun los más representativos y de mayor figuración pública, que defeccionaron o se apartaron de sus principios y de su programa. Sin embargo, si aquella suposición llegara a ser una realidad, óigalo bien y téngalo por seguro, que no volverá usted a ver otra Unión Cívica Radical. Ella constituye una de esas exteriorizaciones públicas de aspiraciones mora les que distingue a los movimientos bienhechores de la humanidad, y que, como mandatos providenciales, se condensa sólo de tiempo en tiempo, y en torrentes de luz y armonía, difunden grandes bienes, sean creadores, reconstituyentes o restauradores. Nunca emergen de la acción militante ni de la trillada vida, y menos de las contaminaciones, sino de los acentuados recogimientos, en los que se forma el justo y levantado criterio libre de todo prejuicio, y se acumulan las fuerzas morales y reales, que venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar transiciones superiores bajo el calor de los rayos de un sol más puro y confortante, despertando a las sociedades mayores energías y entusiasmos y abriéndoles nuevas vías en la continuación de sus progresos. La Nación tiene que salir de la situación que atraviesa sin más dilación ni omisión, ni otra consideración que la que le incumbe en el concierto general, y si así no lo hiciera, no se justificaría en el presente ni en el futuro. Los problemas de la vida no adquieren legitimidad por el punto donde se dilucidan, sino por la justicia que los asiste, y equivalen aquí como en el centro más importante del
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1914 - 1916 mundo, y la experiencia enseña que las naciones son juzgadas, ante todo, con arreglo a la conducta que observan y al respeto que a sí mismas se guardan. Demasiado conocemos las armonías universales, y bien sabemos que cuando unos pueblos se detienen o retroceden, los demás reciben también los reflejos de su sombra, así como cuando avanzan imperturbables, también les llegan los resplandores de su luz. De hombres y sociedades sobrias y virtuosas se hacen pueblos libres y focos de civilización; pero de hombres y sociedades a quienes domina el libertinaje y el desenfreno de goces materiales, no se harán sino conglomerados expuestos a todas las contingencias y descomposiciones. Los estados que se corrompen, dicen los pensadores del mundo, se purifican únicamente recurriendo a los principios que los hicieron originariamente grandes. Así es como se han salvado en todos los tiempos, volviendo a la aplicación de esos principios o entrando al régimen de las instituciones; y los que no lo han hecho, han concluido por perder su personalidad, quedar atrofiados o vivir devorados por la anarquía y el desorden, teniendo que soportar las más amargas lecciones externas. ¡Así también, los estadistas que dieron tranquilidad y sosiego a los pueblos, por el ejercicio de sus libertades, están perennemente bendecidos en la memoria de las sucesiones de la vida, mientras aquellos que lo contrarrestaron, viven también, pero en la eterna maldición! La reivindicación se hace cada vez más sentida, porque la demolición y la destrucción avanzan, agotando en su provecho y salvaguardia las fuentes y las riquezas de la Nación. La situación es la misma en su origen y punto de vista, pero sorprendentemente reagravada de renovación en renovación y de día en día; ¡porque no hay nada tan funesto y
pernicioso como la impunidad en el abuso y la irresponsabilidad en definitiva! No obstante, y a pesar de tener a su servicio todos los gobiernos y sus extensas ramificaciones, más las facciones aventureras que merodean en torno de ellos, la prensa asalariada, mercantil y desleal a la fe y a la gratitud pública, y las oposiciones, que siendo sólo por explosión, apenas de las llamas, concluyen siempre por tomar asiento en el banquete de los triunfos contra la Patria; con todo eso, no tienen nada sino lo que detentan y depredan y sintiendo la trepidación constante de su caída, contenida hasta ahora por la traición y la fatalidad, que son las pruebas más grandes por las que tienen que pasar los movimientos regeneradores de la humanidad, viven poniendo en juego todos los medios que creen apropiados para conservarse, por infames y criminales que sean. Pero la ley de la historia se cumplirá por las inspiraciones supremas y por las concepciones levantadas y austeras de los que la interpretan sin la menor desorientación en la ruta verdadera de su destino. Podrán retardar esa caída, imponiendo cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitarán obedeciendo a la lógica ineludible, desde que su base es absolutamente falsa y atentatoria: así se estremecieron y se desplomaron en el transcurso de la vida todas las congéneres. Habrían cesado ante las causas o no hubieran existido nunca si el Ejército de mar y de tierra, leal a su misión y a su investidura, no siendo obediente a cualquier reo y profano mandón, inconsciente de las responsabilidades por la impunidad que ampararon aquellas gloriosas insignias, fuera custodia de la soberanía nacional, respetando la Constitución y las leyes que fundamentan su tradición, su progreso y su civilización. El día que eso suceda se acabarán los atentados y delitos políticos, la República re-
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montará su vuelo hacia sus inconmensurables horizontes. Más que siempre, debemos alzar la bandera redentora, cualesquiera que sean los jalones que aún nos resten colocar. No lo hacemos contra nadie personalmente, sino contra todos y para todos, animados tan sólo del culto fervoroso por el bien imperecedero de la Patria, cada vez más comprometida en los inevitables problemas que la variedad de relaciones en que se desenvuelve la vida va creando, y de cuya solución depende la prosecución de sus destinos, efectuada en el presente con todos los daños y los riesgos según la moralidad y la capacidad de los que la tienen aprisionada. Sabemos bien la condensación de esfuerzos que la obra demanda, y lo venimos experimentando; pero por magna que sea su realización, debemos sobrellevarla con desdén, con todas sus mortificaciones; porque tenemos el deber de ser hombres de bien y ciudadanos probos, y si todo se doblega a las eficiencias del poder, más imperioso aún es el de permanecer inquebrantables desdeñando los halagos y sobreponiéndonos a todos los embates, para cuidar el honor nacional y formar y acentuar su carácter. Permanezcamos serenos y magnánimos en medio de los desastres, probando siempre tanta entereza y convicción en la adversidad, como generosidad y templanza en la victoria, y así habremos asistido y contribuido decisivamente a la gloria y engrandecimiento de la República, fijando la más luminosa memoria para la humanidad. Los acontecimientos humanos enseñan en su constante sucesión, que lo que triunfa después de todo es la virtud, la integridad y el patriotismo. Cuando podamos asistir a un orden de cosas enteramente nuevo, respecto del que acabamos de pasar, se podrá entonces apreciar bien, la importancia de esa transición, y
los mismos que la resisten la aplaudirán ante la realidad de sus inmensos y saludables beneficios para todos. Es indispensable luchar en todas partes, pero no parcialmente, sino en completa unidad de acción y en la forma conducente para llegar hasta el origen y el fondo de donde el mal procede. Las mejores intenciones, siendo inadecuadas e insuficientes, no harán más que preparar mayores inconvenientes, y así lo comprueban los años corridos. Hay que reconocer las causas con plena lealtad ciudadana y con toda decisión y eficacia buscar la reparación de tan deplorable, alarmante y vergonzoso estado, porque las tentativas para orillar las dificultades, servirán nada más que para aumentar los odios del elemento opuesto. No es el caso de mejorar los efectos de las causas, sino de extirpar las causas para que no se produzcan los efectos. La manera de alcanzar los bienes como de conjurar los males, es siempre igual, y debe ser conforme a la naturaleza de ellos. Nunca ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos. No debemos esperar que nos impelan apremiantes necesidades, ni tener que ir detrás de los sucesos, sino delante de ellos, para llevarlos por los cauces correspondientes, como han hecho todas las sociedades sabias y previsoras. El absolutismo se opondrá siempre a las medidas que tiendan a anular los factores con que opera y usufructúa, y será contraproducente toda aspiración a infundir un sentido vital y orgánico, sin el advenimiento de la vida moral e institucional. Lo esencial es reconquistar ese carácter constitucional, fundamento de la legitimidad de todos los poderes y que ha sido a tal punto desnaturalizado, que los gobernantes pro-
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1914 - 1916 ceden nada más que por su exclusiva cuenta y propio interés. Es indispensable entonces recuperar el mecanismo electoral, legalmente ejer cido, bajo los principios democráticos, con lo que la paz y el orden público serán perdurables, extinguiéndose desde luego los vicios actuales. La República dejará de ser el gobierno de un hombre, de círculos o de facciones, que no son sino despojos y absorciones contra la igualdad política, y hacen ilusorias todas las libertades y derechos; será el gobierno de la voluntad popular por medio de partidos o de corporaciones con el confortante y vivificante prestigio de llevar simultáneamente a su seno todas las representaciones de la opinión. A conseguir ese resultado, a preparar esa escena y a abrir ese certamen, deben concurrir en unidad de acción todos los ciudadanos que no miren a la Patria con indiferencia; y esa será la primicia de la ansiada redención que fecundará todos los bienes. Terminaré ya, porque me he extendido mucho más de lo que me había propuesto, aunque seguiría departiendo, si estuviera usted a mi lado, por más que estos temas se los he inculcado en nuestras conversaciones, no habiendo tenido usted, sino palabras de asentimiento y conformidad. ¡Ha incurrido usted en una inexplicable ligereza al juzgar a la Unión Cívica Radical; y ha demostrado no haber tenido comunidad alguna en sus esfuerzos y sacrificios que tanto vinculan, y ni siquiera respeto por sus calvarios! No concibo cómo habiendo formado su personalidad al calor de ese movimiento, al apartarse por cualquier motivo propio, se pretenda en vano vituperarlo cuando más laudable sería reconocerle noblemente sus enseñanzas y sus orientaciones. Ha sido usted muy injusto, muy inconsiderado y muy ingrato.
Comprendo que ya no nos veremos juntos laborando el bien común, y si así tenía que ser, mejor era que no hubiera sido nunca. Me resta dejar constancia de que todo cuanto digo son aserciones políticas, sin la menor intención ofensiva, porque no tengo en mi ánimo sino el deseo de conservarle mi estimación personal. No hago más que evidenciar que hay un juicio público supremo, y ojalá que así hubiera una razón de Estado superior. ¡El día en que esos dos atributos se identifiquen por el ejercicio de la soberanía, el mundo se asombrará de la grandeza argentina! ¡Esa es la obra de la Unión Cívica Radical, y esa será su solución, con todos los esplendores de su genio! Lo saluda muy atentamente. Hipólito Yrigoyen
Fuente: La polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro C. Molina, en Hipólito Yrigoyen. Pueblo y gobierno, vol. 1, Buenos Aires, Raigal, pp. 113-116 y 118-142.
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SI EL PUEBLO PENSARA MÁS POR JOAQUÍN V. GONZÁLEZ
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l 27 de julio último, el primer ministro de la Gran Bretaña, hijo del país de Gales, asistió a un servicio religioso en la iglesia galense de la Great Castle Street, circuito de Oxford, y de acuerdo con una costumbre tan humana de esa religión, hizo en ella una alocución, en la cual fueron aludidos tópicos del mayor interés universal, y por cierto que no había de faltar el relativo a las enseñanzas y filosofía de la guerra y de la victoria. Un orador precedente había sugerido la observación sobre un hecho derivado de aquel inmenso sacudimiento ocurrido en la vida y la conciencia del pueblo inglés –que desde entonces la gente estaba dándose “a pensar más”. “Y esto está muy bien –agregó el primer ministro–, y yo no temo a ningún pueblo que piensa. Es la acción sin pensamiento lo que debemos temer. No me preocupa del ‘cuanto piensa’, y no me importa gran cosa tampoco ‘en qué piensa’ porque sé que cuando se piensa, la verdad aparecerá siempre al fin. No debéis inquietaros de un pueblo que piensa… sólo aquellos que tienen intereses creados de carácter indefendible o impuros, opresores, injustos, esos, esos solamente necesitan temer a los que piensan”. Y nos ha llamado hondamente la atención esta inusitada manera de hablar en asuntos públicos, por boca de gobernantes modernos. Tenía que ser uno de raza anglosajona, como es angloamericana la raza de Woodrow Wilson, para tomar una de las más altas y prestigiosas cátedras del mundo como propia para evangelizar a su pueblo, a su época, a la humanidad entera. Así se explican sus
El 10 de septiembre de 1920 Joaquín V. González escribe para La Prensa un célebre artículo que da cuenta de su acre mirada sobre los primeros años de la experiencia democrática que vive la Argentina desde 1916. sermones laicos titulados “On being human” y “When a man comes to himself”, el uno de 1916, el otro anterior, pero reeditados durante la preparación espiritual de la guerra, y así se comprende, cómo el pueblo norteamericano, comprendiendo el pensamiento de su mentira, decidió la entrada en la guerra de Europa, no obstante su tradicional aislamiento. Pero Wilson habló, sin duda, con el alma de Washington, y este lo absolvió del pecado de intervención en gracia del ideal democrático amenazado. Y el pueblo entró en sí mismo, alzó el corazón a la altura del momento político y “humano”; y tuvo el mundo suspenso de su acción y desde entonces su alma es parte del alma del mundo. Había hallado el orador galense que sus compatriotas también habían despertado, al pensar más sobre sí mismos; y este despertar venía del contacto eucarístico de la sangre del sacrificio en unión de otros, por causa, no sólo suya, sino de muchos; y su alma se sintió levantada, fortalecida, iluminada por inspiraciones concurrentes; una gran condensación de fuerza moral sostuvo a unos y otros, y un florecimiento de amor fue el secreto de la victoria. Apenas un hombre, o una multitud de hombres se dan a reflexionar sobre lo que les toca hacer en su medio social, comienzan a valorarse a sí mismos, siguen por comprender a sus semejantes y acaban por ver la verdad de su destino: el cual es solidario; y el descubrimiento de sí mismos consiste en ver al fin que una ley de amor rige la “vida” del mundo; y que el odio, siendo ansia egoísta de dominar, vencer y erigir la fuerza bruta o la voluntad individual
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1914 - 1916 sobre las demás, es fuerza de disociación, de separación, de aislamiento y de muerte. La democracia es un modo de gobierno que consiste en pensar para obrar en conjunto, en corporación, en coordinación; la esencia de la soberanía no es individual sino colectiva; el mandato de gobierno que surge del sufragio primario del soberano es un acto consciente de voluntad colectiva; por eso una agrupación social o política que no delibera por sí misma, que no piensa para exteriorizar su mandato soberano –sufragio, ley– no es una democracia, sino un instrumento de ajenas voluntades, una herramienta para forzar las cerraduras del poder, un arma de dominación ilegítima, o sea, de despotismo. Para que un pueblo sea una democracia tiene que ser un pueblo capaz de entrar en sí mismo, pensar y descubrir sus propias calidades, escrutar su propio querer, desear y sentir. Mientras no llegue a este grado será, en el mejor de los casos, un menor, un incapaz, un aprendiz, un aspirante a soberano, un pupilo bajo tutela, un soberano bajo regencia. Esta no concluye con la mayor edad de tiempo, sino con la mayor edad de conciencia o de pensamiento. Entre tanto, sus intereses se hallarán en manos extrañas, en poder de voluntades substitutivas, las que pueden ser honestas, como pueden ser desleales y egoístas. Ni siquiera su responsabilidad como mandatarios es efectiva, porque la incapacidad está en el mandante. Los actos políticos de esta masa en preparación de soberanía, se vuelven meras convenciones, fórmulas, simulaciones y engaños, destinados a mantener la integridad del patrimonio político mientras la minoridad subsiste. Esa masa no es una democracia, porque no tiene una voluntad propia; sus impulsos y caprichos, o sus antojos y rebeldías, son considerados como de niños, y sus tutores o regentes llegan hasta encerrarlo, maniatarlo y hasta castigarlo como a un loco.
Si se trata de elegir sus gobiernos, las leyes, simples normas aparentes, funcionan como mecanismos averiados, a voluntad del que las maneja, quien las remienda, las altera, las substituye, las violenta y acaba por prescindir de ellas por fastidiosas, porque no responden a la necesidad real de las cosas de la vida. Los intereses y los vínculos que ellas crean entre los hombres, se substituyen a los dictados libres de una voluntad informe; la necesidad es el móvil del voto personal, y no un concepto de la función pública; la dependencia, la subordinación, la disciplina facticia del grupo, asociación o partido, se sobrepone a la disciplina consciente de un pensamiento o una inspiración social conjunta; la elección no es, entonces, un acto de soberanía, sino un hecho de servidumbre; el soberano de hecho reemplaza al soberano de derecho; y la investidura del poder público es obra de un “caucus” o de un complot, en cuyo seno puede imperar la incapacidad, la audacia, la intriga, la perfidia o la maldad de un solo hombre. Cuando un pueblo es una democracia de verdad, piensa por sí mismo, y no delega su facultad sino con plena deliberación. Darle el poder democrático antes de saber pensar, es hacer el mal a sabiendas, porque importa poner la máquina en manos de un niño; es entregar ese pueblo a la voracidad de las bajas pasiones de los caudillos sin responsabilidad ni escrúpulos; es poner la suerte colectiva al azar de un juego innoble de trampas, obstáculos, casualidades o golpes de audacia incalculables e imprevisibles. Y así ha visto Sudamérica y ha visto a las veces nuestro país el gobierno en el borde del naufragio definitivo, a merced de tiranuelos incultos y bárbaros, o de prestidigitadores o taumaturgos que lo escamoteaban y usufructuaban hasta ceder a la fuerza o la astucia superiores. Y cuando se ha salvado de ellos, y ha hecho andar hacia adelante el carro de su destino, ha sido cuando hombres superiores, substituyendo su propia y personal inspiración a la de una
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conciencia ausente de un pueblo analfabeto y barbarizado por la ociosidad y la consiguiente miseria; o cuando la escuela planteada a costa de energías y la educación ambiente han ido engrosando la élite culta de la sociedad superior, y esta fue irradiando su acción hacia las capas populares inferiores en orden de capacidad. Un analfabeto y salvaje no piensa, por más que el roce con gente culta le dé cierto barniz y entrenamiento empírico y superficial. Dejado solo con su ser mental, no se elevará en reflexiones ideales sino en cálculos de mejoramiento material, de goces sensuales o de satisfacciones egoístas y vindicativas, o agresivas. El odio parece ser el sedimento natural de la ignorancia; a medida que la facultad de conocer se va aclarando en la conciencia informe, va calentando el corazón, y un calor y un perfume de amor comienza a sentirse en los impulsos ingénitos del neófito. Entonces empieza a desarrollarse en él, como el embrión de una flor, la aptitud de pensar, de reflexionar, de meditar, y es entonces cuando principia a darse cuenta que es parte de un todo social, una molécula de un organismo, un átomo de la vida colectiva de su especie y del mundo. Si fuese de este lugar, y no lo hubiéramos hecho ya en otras oportunidades, enunciaríamos aquí una síntesis histórica de los casos en que nuestro pueblo ha obrado sin pensar, sin impulso propio; y sólo con la inercia de una masa ciega que no pudo ser desviada de su senda o pendiente de error por causa de la inclinación bruta de su peso bruto; y hoy, a pesar de lo mucho que ha prosperado en educación, por la escuela, por el roce, por la experiencia y “por los poros”, según una feliz expresión extraña, todavía está muy lejos de haber llegado al punto de su evolución en el cual le sea posible el pensar colectivo, el obrar con ese pensamiento, y el realizar su ideal, que, si acaso se halla en bosquejo, duerme en el fondo como en una nebulosa. Si nuestro pueblo pensara, o si pensara más, no habría llegado él mismo al estado de
inquietud, de zozobra, de temores innominados que hoy lo domina, hasta el grado de aparecer ignorando la misma gravedad de las cosas que por su mano se han realizado, o no darse cuenta de que se invoca su soberana voluntad, o se interpreta su pensar hermético, como en el caso de los reyes niños, cuya majestad embrionaria encabeza todas las órdenes o pragmáticas de la regencia. Él ha servido de masa muerta para modelar un colegio electoral de segunda mano, de cuyo seno ha surgido una fórmula presidencial por los votos de la mayoría, y el término sobreviviente se substrae en absoluto a su vínculo de dependencia de su origen soberano, y proclama un plebiscito, y en su nombre deroga la Constitución, repudia medio siglo de tradición gubernativa y electoral, asume una dictadura de hecho, y el soberano sigue dormido o ausente, o insensible, a tamaña usurpación de poderes que él no ha conferido ni en hipótesis, ni menos en voluntad. Si nuestro pueblo pensara más, si fuera más pueblo, en el sentido étnico y espiritual de la palabra, se habría preocupado de defender la integridad de sus propios elementos constitutivos; no habría dejado consolidarse y substituirse a su propia entidad pensante y sensitiva, un núcleo prácticamente superior, más activo, más consciente, más combativo, más tendencioso; el cual, originario o contagiado, o saturado de ideas, intereses y pasiones ajenas al carácter y modalidades nativos, ha llegado a encender aquí una nueva revolución, una nueva causa de rencillas y odios intestinos, hasta crear un estado permanente de guerra social, exótica, violenta y desligada de todo lazo de solidaridad o parentesco con la levadura orgánica de nuestra nacionalidad, con las aspiraciones e ideales de fraternidad universal proclamados en la Constitución Argentina, y adoptados por el sentir de la masa nacional. Es que, en realidad, nuestro pueblo no es una democracia; porque no hay en él una cohesión, una armonía, una compenetración, una concien-
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1914 - 1916 cia colectiva completa; será una democracia en formación, pero no lo es en definitiva; porque si lo fuera, no obraría como una voluntad en perpetua delegación, o por influencias extrañas a su inspiración propia, o a sus genuinos y bien claros intereses morales y materiales. Y no le hacemos ofensa ni agravio –como a cierta gente, cuyo honor parece consistir en no reconocer defectos ni imperfecciones–, si le decimos que él no piensa, que no delibera antes de obrar, y que se deja disciplinar por razones o móviles ajenos a sus verdaderos destinos e ideales de vida nacional. No lo ofendemos ni agraviamos, como no creyeron ofender ni agraviar al pueblo inglés los oradores de la Welsh Church, el 27 de julio, cuando le dijeron que su maquinaria social había fracasado. El primer ministro, en el discurso citado al comienzo de estas líneas, dijo que no era la máquina la que había fracasado, sino su espíritu. “Lo vi así en la guerra. Hubo una máquina perfecta en Alemania, y era tan perfecta que marchaba exactamente como ella imaginó que lo haría, hasta que chocó con dificultades que ninguna maquinaria encontraría, hasta que dio contra algo que no era maquinaria sino espíritu. La falta no estaba en la máquina: la falta estaba en que no había un espíritu en el pueblo.” Alemania, con ser una disciplina perfecta, resultado de una labor científica, de una homogenización de conciencia y de voluntad, no era tampoco una democracia, porque le faltó además del espíritu, la libertad esencial que le da vida y razón de ser. El puro y ciego mecanismo chocó con la corriente cálida de un sentimiento y de un ideal armonizado de los demás pueblos del occidente europeo y americano, y aquella maquinaria férrea sin espíritu, se estrelló contra una inmensa nube condensada de emoción de un ideal supremo común a una civilización, perdió el rumbo, la energía inicial, la fuerza operativa. Esa gente que formaba tales ejércitos no pensó suficientemente en su acción; obedecía a un interés y a una pasión extraña, que no era la del alma
de cada uno convertido en unidad forzosa de un mecanismo. El espíritu estaba fuera de la masa y ese espíritu no era el del fondo de la nación alemana, sino de un círculo estrecho, de un usurpador legal de su soberanía. Lección tremenda para todos los pueblos que se organizan sobre modelos institucionales de libertad y democracia, sin pensar que las formas no son la conciencia, que los nombres no son la esencia, que las palabras son sólo ruidos vanos cuando no revisten la substancia que expresan, y que la verdadera fuerza, la invencible, es la que resulta de la fusión de todos los elementos en el crisol de la verdad, con el fundente del espíritu. La maquinaria, aunque haya sido ideada y concluida y movida por una inteligencia, no engendra por sí misma un espíritu, sino un movimiento mecánico y ciego: mientras que el espíritu, la pasión del ideal, la unción de una inspiración altruista y humana crea la maquinaria, engendra en generación maravillosa todos sus propios instrumentos de acción y de éxito, y con el impulso de la libertad vuela siempre más alto que las fórmulas mecánicas más perfectas. Si la nación británica ha dado en pensar más que antes de la guerra, realizará milagros portentosos de grandeza moral; fundirá en una sola alma todas las diferencias regionales, o las sintonizará con su propio ideal, y actos de belleza sorprendentes surgirán cada día de su inspiración colectiva. Ya redimió a la cautiva Palestina de los romanos y de los turcos; ya devolvió a Grecia su antiguo patrimonio racial e histórico; el Egipto del misterio, de la ciencia y de la mística expansiva, que las milenarias pirámides atestiguan todavía, es otra vez libre bajo la égida de la grandeza británica. ¡Oh, si nuestro pueblo pudiera y quisiera pensar!
Fuente: Joaquín V. González, en Estudios Constitucionales, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, Juan Roldán y Cía.,1930, pp. 165-176.
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Llegada de las urnas a la Legislatura para el recuento de votos.
El presidente Hipólito Yrigoyen escoltado por el pueblo se dirige a la Casa Rosada después de haber prestado juramento.
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1914 - 1916 Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen relatada por Pablo del Soler y Guardiola, entonces embajador de España en el país, aparecida en el diario La Época. A las dos de la tarde va a jurar ante la asamblea de congresales su lealtad al cargo que le toca desempeñar. Lo hace protocolarmente en todo sentido; no se aparta del ritual de práctica ni por las palabras ni por el atuendo, aunque impresiona su porte solemne y distinguido al par que noble y bondadoso, al punto que sus propios enemigos no pueden menos que rendirse en el aplauso la sincera anuencia de sus juicios. Terminado el acto de juramento el Presidente se dirige a la Casa de Gobierno (…) el embajador de España en la Argentina, doctor, asistió en representación de su patria y desde las columnas del diario La Época, describió en esta forma: En mi carrera diplomática he asistido a celebraciones famosas en diferentes cortes europeas; he presenciado la ascensión de un presidente en Francia y de un rey de Inglaterra; he visto muchos espectáculos populares extraordinarios por su número y su entusiasmo. Pero no recuerdo nada comparable a esa escena magistral de un mandatario que se entrega en brazos de su pueblo, conducido entre los vaivenes de la muchedumbre electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria. Ya me había impresionado fuertemente el aspecto del hemiciclo de los diputados, con sus bancas totalmente ocupadas por los representantes del pueblo, vestidos de rigurosa etiqueta, entremezclados con los embajadores y ministros extranjeros, cuyos brillantes uniformes y variadas condecoraciones producían deslumbrador efecto, desbordantes los pasillos laterales hasta formar un friso estupendo de oro, piedras, plumas y metales titilantes; repletas las galerías superiores de damas lujosamente ataviadas y de centenares de hombres suspensos ante el magnífico espectáculo… Pero todo ello había de ser pálido ante la realidad de la plaza inmensa, del océano humano enloquecido de alegría; del hombre presidente entregado en cuerpo y alma a las expresiones de su pueblo, sin guardias, sin ejército, sin polizontes. Yo había visto desfiles rígidos, por entre una doble fila de bayonetas, a respetable distancia del pueblo, cual si se temiera su proximidad. Tuve a manera de un deslumbramiento… ¿Sabes cuál fue mi impulso, extranjero como soy en la Argentina? Correr también, confundirme entre la muchedumbre, gritar con ella, aproximarme al nuevo mandatario y vivarlo, vivarlo en un irreprimible impulso de admiración surgida desde el fondo de mi alma… En aquel instante, señores, no se sonrían ustedes, fui un radical, tan radical como los que cubrieron durante algunas horas las grandes arterias de la metrópoli inmensa… Fuente: José Landa, Hipólito Yrigoyen visto por uno de sus médicos, Buenos Aires, Editorial Propulsión, 1958, pp. 336-337.
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Durante la Primera Guerra Mundial la Argentina adopta una política exterior neutralista. Esta decisión del gobierno desata intensos debates y movilizaciones que abarcan a amplios sectores de la sociedad. A partir de 1917 se delinean dos campos enfrentados en la opinión pública: los partidarios del mantenimiento de la neutralidad y quienes impulsan la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania. Esta toma de partido involucra distintas definiciones del nacionalismo y de su vinculación con valores universales como la libertad y la democracia, así como la postulación de diferentes relaciones con Europa y América. Entre los intelectuales rupturistas, se encuentran Leopoldo Lugones y José Ingenieros. Entre los neutralistas, donde se destaca la figura del presidente Yrigoyen, se ubica también el poeta, dramaturgo y diputado radical Belisario Roldán.
EL SUICIDIO DE LOS BÁRBAROS POR JOSÉ INGENIEROS
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a civilización feudal, imperante en las naciones bárbaras de Europa, ha re suelto suicidarse, arrojándose al abismo de la guerra. Este fragor de batallas parece un tañido secular de campanas funerarias. Un pasado, pletórico de violencia y de superstición, entra ya en convulsiones agónicas. Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes; quedan en la historia. Tuvo sus ideales; se cumplieron. Esta crisis marcará el principio de otra era humana. Dos grandes orientaciones pugnaron desde el Renacimiento. Durante cuatro siglos la casta feudal, sobreviviente en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía de los violentos; la minoría pensante e innovadora, a duras penas respetada, sembró escuelas y fundó universidades, esparciendo cimientos de solidaridad humana. Por cuatro centurias ha vencido la primera. Príncipes, teólogos, cortesanos,
En septiembre de 1914, a poco de comenzar la Primera Guerra Mundial, José Ingenieros reflexiona sobre la naturaleza y consecuencias del conflicto. han pesado más que filósofos, sabios y trabajadores. Las fuerzas malsanas oprimieron a las fuerzas morales. Ahora el destino inicia la revancha del espíritu nuevo sobre la barbarie enloquecida. La vieja Europa feudal ha decidido morir como todos los desesperados: por el suicidio. La actual hecatombe es un puente hacia el porvenir. Conviene que el estrago sea absoluto para que el suicidio no resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización feudal muera del todo exterminada irreparablemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los hijos con las armas pagadas con el sudor de sus padres! Una nueva moral entrará a regir los destinos del mundo. Sean cuales fueren las naciones vencedoras, las fuerzas malsanas quedarán aniquiladas. Hasta hoy fue la violencia el cartabón de las hegemonías políticas y económicas; sobre la carroña del imperialismo se impondrá otra moral y los valores
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1914 - 1916 éticos se medirán por su justicia. En las horas de total descalabro esta sola sobrevive, siempre inmortal… Aniquiladas entre sí las huestes bárbaras, dos fuerzas aparecen como núcleo de la civilización futura y con ellas se forjarán las naciones del mañana: el trabajo y la cultura. Cada nación será la solidaridad colectiva de todos sus ciudadanos, movidos por intereses e ideales comunes. En el porvenir, hacer patria significará armonizar las aspiraciones de los que trabajan y de los que piensan bajo un mismo retazo de cielo. Las patrias bárbaras las hicieron soldados y las bautizaron con sangre; las patrias morales las harán los maestros sin más arma que el abecedario. Surja una escuela en vez de cada cuartel, aumentando la capacidad de todos los hombres para la función útil que desempeñen en beneficio común. El mérito y la gloria rodearán a los que sirvan a su pueblo en las artes de la paz; nunca a los que osen llevarlo a la guerra y a la desolación. Hombres jóvenes, pueblos nuevos: saludad el suicidio del mundo feudal, deseando que sea definitiva la catástrofe. Si creéis en alguna divinidad, pedidle que anonade al monstruo cuyos tentáculos han consumido durante siglos las savias mejores de la especie humana. Frente a los escombros del pasado suicida se levantarán ideales nuevos que habiliten para luchas futuras, propicias a toda fecunda emulación creadora.
No basta poseer surcos generosos; es menester fecundarlos con amor y sólo se amará el trabajo cuando se recojan integralmente sus frutos. Pero tenemos algo más noble, que espera la semilla de todo hermoso ideal: una tradición de luz y esperanza. Los arquetipos de nuestra historia espiritual fueron tres maestrescuelas: Sarmiento, el pensador combativo; Ameghino, el sabio revelador; Almafuerte, el poeta apostólico. Mientras rueda el ocaso del mundo de la violencia militar y de la intriga diplomática inspirémonos en sus nombres para prepararnos al advenimiento de una nueva era; procuremos ser grandes por la dignificación del trabajo y por el desarrollo de las fuerzas morales. Y para no ser los últimos, emprendamos con fe apasionada nuestra elevación colectiva mediante el único esfuerzo que deja rastro en la historia de las razas: la renovación de nuestros ideales en consonancia con los sentimientos de justicia que mañana resplandecerán en el horizonte.
Fuente: José Ingenieros, “El suicidio de los bárbaros”, en Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Losada, 1961.
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PRÓLOGO A MI BELIGERANCIA
POR LEOPOLDO LUGONES
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e creído que la eficacia con que algunos de mis escritos contribuyeron a esclarecer en este país el concepto de nuestra posición y de nuestros deberes ante la guerra, duraría más si coleccionaba yo aquellas páginas; pues, aunque su relativo mérito dependiera en gran parte de la oportunidad circunstancial, uno mayor y permanente asignaríamos, de suyo, los principios de verdad y de honor en ellas expuestos. Las potencias de opresión realizan una doble campaña: la militar en las zonas de guerra y la mental por doquier. Pues, como esta lucha constituye, ante todo, un problema espiritual, así concierne a la humanidad entera; siendo, precisamente, los más interesados en materializarlo, bajo el concepto de una guerra defensiva, como tantas que hubo, quienes le dieron aquella trascendencia con su propaganda. Esta labor germánica, que constituye una prueba más de menosprecio al resto de la especie humana, con suponerla crédula de patraña tan vil, consiste en sostener que los imperios centrales fueron agredidos por una coalición que Inglaterra dirigía. Ellos no habrían hecho otra cosa que adelantarse con previsión al peligro, consistiendo su modesta
En 1920 Leopoldo Lugones publica Mi beligerancia, un libro de panfletos doctrinarios que lo aleja cada vez más del joven socialista que fue. En este texto se deja leer la tensión entre la constatación de que la civilización, tras la guerra, ya no puede mantenerse idéntica a sí misma y los esfuerzos por seguir filiando a la Argentina dentro del Occidente que el propio Lugones había caracterizado en El payador (1916) como el “linaje de Hércules”: una Europa ni cristiana ni mucho menos socialista. aspiración en conservar el territorio, y en que las cosas vuelvan a su estado anterior, como si nada hubiera pasado. Semejante política empieza con la derrota del Marne; pero, antes de esto, seguros los imperios de un triunfo cuya preparación no habían intentado ocultar, y que abarcaba todos los dominios del alma y de la materia, “pangermanizadas”, por decirlo así, nada disimularon su carácter de agresores. No produjeron las pruebas de aquella coalición que debía atacarlos en ese momento, justificando, así, la “guerra preventiva”. No las produjeron entonces ni después; de suerte que esto es una mera afirmación, desmentida por el hecho de la agresión misma. En cambio, declararon que los tratados son retazos de papel, que la necesidad no reconoce ley, y que, invadiendo a Bélgica, violaban el derecho: propósitos tan agresores, que constituyen todo un padrón de barbarie. Al propio tiempo, pudo comprobarse por las resultas, que los países de la pretendida coalición no estaban preparados; correspondiendo a Inglaterra, su presunto jefe, la máxima de ficiencia. Tratándose de pelear con las dos primeras potencias militares del mundo, semejante imprevisión era inadmisible. Se dirá que lo
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1914 - 1916 explicaba la incapacidad militar de dichas naciones. Pero, Inglaterra, la más descuidada, precisamente, se ha encargado de probar lo contrario con asombrosa prontitud. La misma intención de agredir, atribuida a los adversarios actuales del bloque teutón, resulta, pues, insostenible. Por otra parte, después de declarar el imperio alemán con la palabra no contradicha de su canciller, que, invadiendo a Bélgica, violaba el derecho, pero que debía hacerlo como una suprema necesidad, pretendió haber tenido razón para efectuarlo, en ciertos compromisos de Bélgica con Inglaterra, según los cuales aquella nación resultaba violando su propia neutralidad. Mas tampoco produjo la prueba del caso, agregando, así, la calumnia al crimen. Este procedimiento ha caracterizado siempre la hipocresía de los déspotas. Era el sistema predilecto de la Inquisición; y así como cubrió de imborrable oprobio a la España de los Austrias, ha impuesto eterno baldón a la Alemania de los Hohenzollern. Europa iba a la guerra por exageración de su militarismo. La paradoja cuartelaria que pretende asegurar la paz con la preparación para la guerra, habíase vuelto insostenible, y el lector verá más adelante cómo lo tenía yo anunciado. Pero quien mantenía el sistema en crecimiento indefinido era el imperio alemán, que así determinaba el armamento de toda Europa. Su diplomacia hacía fracasar sin remisión cualquier intento de suprimirlo o limitarlo. Sus créditos militares obtenían la unanimidad del parlamento. Y no podía ser de otro modo. “La industria nacional de Prusia es la guerra”, había dicho Mirabeau. Cuando Prusia realizó la unidad alemana, lo hizo convirtiendo en cómplices de semejante “industria” a todos los estados de la confederación. La prenda de unión fue una presa: la Alsacia-Lorena, que por eso es llamada “tierra de imperio”, y que resulta, así, el verdadero vínculo federal. Semejante modo de constituir la patria era el mismo de la antigua barbarie prolonga-
da de esta suerte en el militarismo alemán. El mismo de todas las “unidades” germánicas. Nada, pues, más distinto de nuestro concepto, en cuya virtud la patria reconoce como fundamento una necesidad moral, que es la justicia: el concepto greco-latino, ante el cual afirma una inmoralidad el fundamento de la patria germánica. Esto es lo que, desde el fondo de la historia, llaman los hombres idealidad y materialismo, civilización y barbarie. Con ello, también, el germanismo, lejos de ser, como lo pretende una filosofía superficial, causa de vigor para los pueblos greco-latinos que lo adoptan por voluntad o lo soportan por conquista, los conduce a la ruina y a la barbarie. Es el germen maléfico, por su antagonismo substancial con la constitución moral e histórica de los pueblos greco-latinos. Recor demos lo que sus dos germanizaciones, la de los visigodos y la de los Austrias, produjéronle a España: fenómeno digno de mención, puesto que concierne directamente a nuestra raza. Negra barbarie, caracterizada por la crueldad brutal y la violación de los tratados, es lo que sustituyen a la decadente molicie de Roma, los bárbaros del Norte; y al propio tiempo, una debilidad tal, que bastan doce mil musulmanes para conquistar la Península. Análogos resultados con Carlos V y los sucesivos Felipes: la muerte de la libertad foral, la inquisición, el funesto delirio del Imperio Cristiano, el odio del mundo entero, la derrota y la decadencia. Algo, pues, más importante, si cabe, que el propio amor a la libertad, nos mueve a tomar en esta contienda el partido de los aliados: nuestra constitución histórica, para la cual el germanismo es amenaza de muerte. Porque, aun suponiendo que el bloque teutón triunfara: las naciones vencidas quedarían ahí, tan desmedradas como se quiera; pero quedarían. Tarde o temprano, nuestro tempera mento, nuestros vínculos de todo género, nuestra misma situación geográfica, hacia ellas nos
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inclinarían. No en vano tenemos sangre española que ya va promediando con la italiana, cultura francesa, instituciones sajonas… Fantástica, igualmente, la suposición de quienes creen que el triunfo alemán, equilibrando la potencia de Inglaterra, nos garantiría indirectamente contra pretendidos posibles abusos de esta última nación. En tales casos, los fuertes, lejos de estorbarse entre sí, fácilmente se unen contra el débil. Así lo hizo ya Alemania en América cuando la intervención a Venezuela en 1902, bombardeando los fuertes de Puerto Cabello y el Castillo de San Carlos, y echando a pique un velero mercante cuya tripulación abandonó en un bote, sin darle más que diez minutos de plazo; con lo cual se ahogaron algunos hombres. Esto, para no hablar de la inmoralidad y la estupidez que comporta ser germanófilo después de lo ocurrido con Bélgica y con Servia. La admiración de tales crímenes tiene el mismo origen que la pasión histérica de ciertas degeneradas por los grandes asesinos. Es una mezcla de prostitución sentimental y de siniestra pedantería. Tampoco es admisible que las cosas puedan quedar lo mismo. Esto solamente lo llegan a concebir los militaristas teutones y los socialistas, con su famosa proposición: paz sin anexiones ni indemnizaciones. O de otro modo: impunidad del criminal que nunca dejó de serles irresistiblemente simpático y preferible a la víctima. Pero, cualquiera que fuese el resultado de la guerra, las cosas no quedarán como antes. Ahora mismo, no son ya lo que fueron. Los poderes de la antigua legalidad, incluso las diputaciones socialistas, son cáscaras vacías. La guerra ha servido para definir por las preferencias suscitadas, el verdadero carácter de las doctrinas que practicaban, a su vez, la industria del humanitarismo. Así la neutralidad del Papa, la decisión germanófila del socialismo en todo punto del globo donde puede
manifestarla libremente y traicionar con ello a la libertad, cuyo lenocinio ha desempeñado como una rama del pangermanismo. El lector hallará más adelante, en una correspondencia de 1913 a La Nación, titulada La Europa de Hierro, esta frase terminante: “El socialismo será militarista mañana”. Tratábase de los créditos militares votados al emperador alemán. Y ello adquiría muy significativo carácter, puesto que siendo el Reichstag un cuerpo revisor del presupuesto, a título prácticamente consultivo y nada más, pues no lo inicia ni forma, la teorización pacifista resulta en él tan cómoda como inofen siva. En cambio, y por lo mismo, toda declaración de ese género, redobla su importancia como expresión moral, puesto que otra cosa no es. Lo que los socialistas aceptaban, pues, al votar los créditos militares, era la doctrina del militarismo alemán. Se dirá que los socialistas lo efectuaban como patriotas alema nes, no como socialistas. Pero el socialismo es internacional y antipatriota. La guerra ha evidenciado, entre tantas cosas, que este aspecto de la doctrina era para la exportación, y con el objeto de debilitar a los pueblos, súbditos o enemigos presuntos, ante el militarismo alemán: traición que constituye la índole política del bárbaro. Así, en la agresión germánica, el socialismo ha desempeñado un papel más repugnante que el de los mismos espías. Y al ser aquella una jugada que sus autores suponían inevitablemente triunfal, el germanófilo apareció por doquier bajo la máscara del sectario. Todo esto ha sido menester verlo venir, estudiarlo, comprenderlo, resistirlo, desbaratarlo a cañonazos de luz en su piel de lobo taimado. La conspiración contra la libertad, codiciaba el mundo; y se ha debido disputarle el mundo, plantándole, a cada milla, un soldado de la patria o de la verdad. He aquí por qué tiene este libro el título que lleva.
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1914 - 1916 Ah, la gente que con anónima benevolencia y piadoso cuidado de mi pundonor, me aconseja partir a Francia como voluntario, o me reprocha que no me quedara en Londres a combatir por Bélgica, no sabe cuánta confianza me infunde para seguir desempeñando aquí el deber que me he impuesto. Porque, conforme a mi inveterada costumbre, yo soy el autor de mi deber, de mi beligerancia y de mi estrategia. Mi amor a la libertad y a las naciones mártires o heroicas que padecen por ella, es cosa mía. Tan mía, que más de una vez he estado en público desacuerdo con los individuos, los funcionarios, la prensa de esos países. Yo me hago mi ley, me la doy y me la quito. Si tengo alguna autoridad moral, de eso me viene. Y mi trabajo me cuesta. Me lo enseñó el pájaro que se vuela al amanecer, en ayunas, pero cantando… Necesito decir dos cosas aún. Al recorrer estas páginas, he notado con regocijo que no hay en ellas una sola expresión de odio contra las naciones. Si el lector halla más adelante, en unos versos, palabras violentas, observe que es por razón de propiedad, pues aquellos hacen hablar a los verdugos y a las víctimas de Bélgica. El ideal de concordia humana, el ideal americano, que también comprende a los enemigos de la libertad, desconoce el odio, porque suprime la iniquidad y la servidumbre. Fácilmente se verá por lo que sigue, que eso fue anterior a la guerra y que la guerra no pudo modificarlo. No falta la expresión de reconocimiento a los méritos del pueblo alemán, ni la denuncia del sistema con que sus déspotas lo engañaban. Mi beligerancia es una posición que, en plena paz material, tenía ya tomada ante el dogma de obediencia. Pues –y esta es la otra cosa que quiero decir– aquella actitud hallábase definida por un concepto histórico que el lec tor verá formulado en un comentario de 1912 sobre la guerra de los Balcanes. Para mí, el presente cataclismo es el desenlace de una civilización. Y así se explica, también, racio-
nalmente, el acierto con que me fue dado preverlo: circunstancia que menciono a título de comprobación para mi teoría histórica. Esta consiste en sostener que el cristianismo, una de las tantas religiones destinadas a divinizar, para eternizarlo, el dogma asiático de la obediencia, o derecho divino, o principio de autoridad, interrumpió con su triunfo la evolución del paganismo greco-latino hacia la libertad plenaria que es, de suyo, la libertad individual: fracaso que había comenzado con la introducción del cesarismo oriental en Roma, y con la orientalización despótica de los generales de Alejandro. La civilización europea, de la cual formamos parte, habría consistido en una perpetua lucha de la libertad pagana con el dogma asiático de la obediencia, que tomó a los bárbaros del Norte como instrumento político para subyugar, destruyéndolo, al mundo romano; y esto es lo que iría determinando la catástrofe actual cuyo desenlace creo favorable al ideal latino, porque su preparación ha consistido –al menos desde la Revolución Francesa– en sucesivos recobros de ese mismo ideal. Ellos comportan ya un triunfo moral en el mundo entero; de suerte que su magnitud excede infinitamente la de aquellas resurrecciones análogas que tuvieron por teatro a la Francia revolucionaria y a la Provenza de los albigenses. La insurrección emancipadora de las Américas fue uno de esos episodios, y he aquí la primera razón histórica de nuestro papel en la contienda actual. Por esto publico algunas de las numerosas correspondencias que envié desde Europa a la prensa argentina, principalmente a La Nación, durante los años de 1912, 1913 y 1914. Lo que vino después de iniciada la guerra, se comenta por sí solo. Y lo que tenga de interesante lo dirá el amable lector. Fuente: Leopoldo Lugones, “Prólogo”, en Mi beligerancia, Buenos Aires, Otero y García, 1917 , pp. 5-11.
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EN FAVOR DE LA NEUTRALIDAD
POR BELISARIO ROLDÁN En la Plaza de Mayo Los manifestantes siguieron vitoreando a la neutralidad y dando gritos de “Abajo la guerra”. También se oyeron, con el conocido estribillo de “Ay, ay, ay”, estas palabras: “Los que quieran que haya guerra, que se vayan a su tierra”. Cuando los manifestantes pasaron frente a nuestra casa coreaban el Himno Nacional y varias secciones de la columna se detuvieron y prorrumpieron en aplausos. Una vez que los manifestantes hubieron llegado a la Plaza de Mayo, se formaron varias tribunas y hablaron el doctor Belisario Roldán y los jóvenes Alberto Grassi y Gutiérrez Diez. El doctor Roldán, a duras penas, debido a las aglomeraciones, pudo llegar, cerca de las 11, hasta una tribuna situada frente a la Casa de Gobierno; y un núcleo numeroso de manifestantes, al verlo, lo llevó en andas hasta aquel sitio. Damos en seguida algunos párra fos del discurso del doctor Roldán, que fue interrumpido muchas veces por los aplausos de la multitud que rodeaba la tribuna. Muy poca parte
Los neutralistas tienen entre sus adalides al prestigioso poeta, dramaturgo y diputado radical Belisario Roldán, autor de un discurso que opera a modo de documento liminar de los partidarios de la neutralidad, donde sostiene que involucrar al país en la guerra es “una aventura quijotesca que la propia patria del Quijote ha sabido eludir hasta la fecha”. Este es un tramo de su discurso dentro de una crónica más vasta de una manifestación pública en favor de la neutralidad de nuestro país en la guerra, organizada a iniciativa de la Liga Patriótica Argentina, que publicó el diario La Prensa. del público pudo escuchar íntegramente la pieza oratoria, porque lo interrumpían los trozos musicales ejecutados por distintas bandas. Empezó diciendo, el doctor Roldán: Si hay alguna acritud en mis palabras, cúlpese de ello, lo confieso, más que al calor de la improvisación inevitable, a la vehemencia con que llego a esta tribuna, desde la cual me es dado contemplar una imponente palpitación del alma nacional. Los que creían que bastaba un par de clarinadas retóricas para conseguir que la República se echase en la hoguera –sin ignorar cuál ha sido la suerte de los pueblos chicos envueltos en la tragedia–; los que juzgaban fácil meter al país en una aventura quijotesca que la propia patria del Quijote ha sabido eludir hasta la fecha, habrán de detenerse asombrados ante esta repentina vibración de la conciencia pública, que congrega en un mismo sitio y en un mismo anhelo a hombres de todos los partidos, de todas las edades y actividades, de todos los credos políticos y religiosos, al punto de que por primera vez parecen confundirse en una misma
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1914 - 1916 armonía solidaria el himno de la República y la canción de los Trabajadores, a los cuales saludo desde aquí en nombre del coincidente amor infinito a la paz de los hombres en la tierra. Habré de hablar alto y claro. La República Argentina necesita, desde luego, evitar el ridículo. Un país de la América española, que se declarase en estos momentos en estado de guerra con los imperios centrales o con los aliados, se habría caído de bruces en el campo de la opereta. La neutralidad, con ser un sinónimo de abstención, nos queda grande. Ni aun eso podemos ser; somos menos que neutrales, mal que nos pese. No somos, no podemos ser sino espectadores pasivos de la gran tragedia, y apenas si nos estaría permitida una rogativa, por otra parte inútil, “ad petendam pacem”. Hablar del efecto moral que produciría el quebrantamiento de nuestra neutralidad es una cosa inocente. Las fuerzas morales –resulta necesario decirlo– caducan como gravitaciones efectivas cuando tiene la palabra la boca negra y redonda de los cañones. ¿Se quiere mayor fuerza moral que la que emerge de la Bélgica mártir? ¿Se quiere mayor fuerza moral que la que irradia la Francia, heroica y arrasada? ¿Y alcanzan, por ventura, esas enormes fuerzas morales a modificar el curso de los acontecimientos? ¿Qué valor tendría, entonces, el inofensivo gestito bélico que nos aconsejan algunos exaltados? Sostener la conveniencia de inmiscuirnos en la guerra, cuando se tiene el convencimiento absoluto de no pesar un adarme en la balanza de la guerra misma, ni desde el punto de vista de la impresión moral –fuerza caduca– ni desde el punto de vista del poder material –fuerza ausente– es adoptar una actitud que pide a gritos un comentario musical de Offenbach. Amemos, enhorabuena, a la Francia. Es nuestra madre espiritual. Amemos a nuestras hermanas latinas; ello no debe impedirnos la facultad de admirar a la Alemania. Aplaudamos también, si se quiere, la actividad
de Norte América, que en nombre de una repentina repulsión por la guerra, interviene en ella después de haberla fomentado, con pingües beneficios; pero que no se oscurezca la conciencia argentina. Se habla de justicia, de derecho de gentes, del uso excesivo de la fuerza bruta… Cuando el embaja dor de Alemania presentó sus credenciales ante el gobierno argentino en ocasión de las fiestas centenarias, dijo en un discurso admirable de concreción y austeridad: “No sé si Alemania ha dado motivos para ser amada por los argentinos; pero afirmo que no ha dado motivo alguno para no serlo”. Así habló entonces el embajador alemán y dijo la verdad. Ahora no hay sino un hecho nuevo: el hundimiento de un velero que no tenía de argentino sino la matrícula, matrícula, por otra parte, perteneciente a un país que carece de marina mercante. No tenemos razón alguna para creer que nuestra reclamación ante el gobierno teutón, será desoída; nada nos autoriza a pensar que no vendrá a su tiempo la reparación contigua y es ya notorio que Alemania ha ofrecido someter el caso a la única forma de solución que la Argentina ha preconizado hasta aquí: el arbitraje. Entretanto, ¿podríamos decir de todos los beligerantes aquello que dijo von der Goltz de Alemania? Ha llegado, repito, el momento de hablar claro. Recuerde la juventud argentina que un día del año 1833, una fragata de guerra fondeó su ancla en aguas argentinas, en unas islas que formaban parte integrante del territorio nacional. Sepa la juventud que en el mástil de esa nave ondeaba la bandera inglesa y que esas islas se llaman Las Malvinas. Recuerde la juventud que la tripulación de ese barco bajó a tierra, derrocó “manu militari”, a un ciudadano argentino que ejercía las funciones de gobernador de ese pedazo de suelo nuestro, arrió la bandera nacional y puso en su lugar el pabellón de la Gran Bretaña. Sepa la juventud, que cuando el entonces ministro nuestro en Londres, Manuel More no, formuló ante la corona su protesta por el
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atropello inaudito, atribuyéndolo a un error del comandante de aquel barco, recibió por toda respuesta esta respuesta: “El comandante del ‘Clío’ ha procedido en virtud de órdenes del almirantazgo inglés”. Sepa la juventud argentina que esas islas nos fueron robadas después de una posesión no contestada de cincuenta y nueve años, y que nuestra protesta, periódi camente repetida, no ha conseguido alterar la flema de los usurpadores. Sepa, en fin, la juventud argentina que el despojo se consumó así, de esta manera bestial, en nombre de esa misma fuerza bruta que arranca ahora gemidos tan profundos a los vencedores del pueblo boer. Sepa también la juventud argentina (no voy hablar de hechos pasados, sino de cosas contemporáneas) que reiterados telegramas procedentes de Londres y publicados en los grandes diarios de esta capital, hace muy pocos días, insinúan la conveniencia que hay para nuestro país en prestar a Inglaterra, a cambio de títulos cuyo valor está supeditado a la contingencia enorme del triunfo o la derrota, los trescientos diez y seis millones que guardamos en la Caja de Conversión… Sepa asimismo esa juventud que si cometiéramos el error imperdonable de abandonar la neutralidad, esa insinuación telegráfica se podría convertir en una reclamación perentoria de los aliados más fuertes, y pagaríamos con la extracción de toda nuestra reserva metálica el honor harto discutible de incorporarnos en calidad de comparsas de última fila a una contienda de intereses ajenos. ¡No! Nosotros no tenemos sino una política: la de la paz. Nos está impuesta por la razón física de nuestra pequeñez material y por la no menos fulminante de nuestra aspiración al respeto de todos cuando el cañón haya dicho la última palabra. La guerra cambiará la faz del mapa; y la única manera de no exponernos a caer bajo las señales del lápiz del vencedor, la única manera de no exponernos a ser girados como capital de toma y daca en algún congre-
so futuro de liquidadores de la guerra, es estarnos quietos y ocuparnos en cultivar nuestra tierra mientras las civilizaciones superiores se despedazan… Esa es, por otra parte, la política de nuestras tradiciones y la que nos impone el evangelio articulado de nuestra democracia; no olvidemos que la Constitución Nacional, en su preámbulo, que semeja un pórtico por lo abierto y un arco de gloria por lo alto, nos está pidiendo a gritos solidaridad para “todos los hombres del mundo” sin distingos de razas ni regiones. Así habla un hijo de la República, de cara al conflicto y de cara al pueblo soberano, en la plaza histórica de la libertad y al amor de la pirámide propicia. Si se lo tachara de germanófilo, a él, cuya vida entera, malgrado su modestia, es una palpitación profunda de amor a la República, él se limitaría, por toda respuesta, a mostrar su libreta de enrolamiento en el ejército argentino. He terminado por hoy.
Fuente: La Prensa, Buenos Aires, miércoles 25 de abril de 1917.
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1914 - 1916 Radicado en Europa desde 1907, Roberto J. Payró envía y publica en el diario La Nación sus observaciones sobre las gentes, costumbres y acontecimientos sociales y políticos de la época en sus “Cartas informativas” y “Visiones y lecturas”. Ya iniciada la Primera Guerra Mundial, Payró se vuelve corresponsal de guerra para ese mismo periódico. La siguiente es una crónica registrada en su diario de un recorrido en automóvil por la región comprendida entre Bruselas, Amberes y Lovaina luego de la toma de Amberes por Alemania. La misma se publica entre los días 4 y 6 de diciembre de 1914.
Peregrinación a las ruinas 1 [Publicado el 4 de diciembre de 1914]
Gegen Belgien mit Wut Gegen Frankreich mit Mut. (A los belgas con furor y a los franceses con valor.)
Pocos días después de la toma de Amberes, un amigo, que sería indiscreto señalar por el momento, consiguió un permiso de la autoridad alemana para recorrer en automóvil, acompañado por varias personas, la región comprendida entre Bruselas, Amberes y Lovaina, con facultad de detenerse donde quisiera. Uno de los pasajeros iba a ser afortunadamente yo, y digo afortunadamente, por mucho que fuera a visitar el teatro de una inmensa catástrofe, porque hasta entonces me había sido imposible realizar en toda su amplitud mi misión periodística, y mi vieja sangre de repórter me hervía en las venas, como allá en la juventud. Salimos de Bruselas muy de mañana, cuando la ciudad, condenada a la inacción, dormía o parecía dormir aún, con sus calles desiertas y sus puertas cerradas; el automóvil corría pues sin tropiezo, como en una carretera, en el centro mismo, que hasta hace poco presentaba durante las horas matutinas, a causa de los mercados y la afluencia provinciana, un cuadro de animación casi febril. Pero no habíamos salido aún de la ciudad cuando ya los centinelas alemanes apostados en las grandes arterias nos habían detenido repetidas veces para examinar nuestros papeles con minuciosidad escrupulosa, mientras sus ojos recelosos nos escudriñaban como si quisieran penetrarnos hasta el fondo del alma. Cuando mi hijo mayor, que iba en el pescante para presentar los pasaportes, les hablaba en alemán, se dulcificaban al punto, pues los invasores consideran que el conocimiento de su lengua es una prueba de simpatía, si no de connivencia. Pasamos Schaerbeck que no ha sufrido nada; Flembeck, indemne también; Vilvorde, algunas de cuyas casas presentan anchas heridas abiertas por los cañonazos y en cuyas calles suelen verse huellas semiborradas de las trincheras en que se había combatido semanas antes.
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Eppeghem fue la primera población que encontramos destruida en nuestro camino. Las casas se mantenían aún en pie, pero la mayoría sin techos, con enormes boquetes en las paredes, las puertas descerrajadas, las ventanas rotas, los vidrios hechos añicos, los muebles desvencijados y amontonados en el interior, abierto a todo viento. Algunas habían ardido desde el sótano al granero, y no caían no sé por qué milagro de equilibrio de sus muros ennegrecidos y calcinados. No se veía un alma. No se oía un rumor. Era la soledad de una ruina antigua, sin belleza, y el corazón comenzó a oprimírsenos ante ese primer cuadro de la guerra moderna. Pero esto no es nada todavía. Después de la aldea de Lempst, destruida como Eppeghem, llegamos a Malinas. Entramos en la bonita y plácida ciudad arzobispal, tantas veces visitada en tiempos mejores, por calles mudas y desiertas, cuyas casas abrían sus puertas y ventanas como grandes bocas que intentaran en vano lanzar un clamor. Los vidrios habían caído hechos pedazos por las vibraciones del cañón, las puertas estaban destrozadas a culatazos, las paredes llenas de cicatrices del granizo de las ametralladoras, medio derrumbadas por los cañonazos, ahumadas por el incendio. Algo más adelante, los escombros retirados a ambos lados de la calle dejaban estrecho paso al automóvil, que amenazaban las fachadas bamboleantes de las casas, prontas a caer sobre nosotros. Pero nuestro dolor rayó en la estupefacción cuando llegamos al centro de la ciudad. La catedral se mantenía aún en pie, pero ¡en qué estado! El techo era un harnero, los muros habían sido perforados de parte a parte por enormes proyectiles, la torre presentaba un boquete lamentable, una herida al parecer mortal, las magníficas vidrieras de colores habían caído pulverizadas, y en las altas ojivas sólo quedaban las armazones de alambre que antes sostuvieran aquellos espléndidos cuadros hechos con luz… Una bomba, como por burla, había hundido en el centro del templo la tumba de un noble antiguo, sepultándolo así dos veces… El interior de la catedral era un desconsuelo, la penumbra mística de otrora, tamizada por las vidrieras multicolores, había dado su lugar a una claridad cruda y fría, que entraba a torrentes por el techo derrumbado y quemado, por los ventanales abiertos, por los disformes agujeros de las granadas… Todo parecía polvoriento, miserable, muerto, y el magnífico púlpito de madera esculpida resultaba un grotesco aparato de feria. Una guardia alemana estaba a la puerta y grupos de soldados cruzaban sus naves sonoras con gran ruido de botas y de armas; varios obreros preparaban alguna reparación urgente, para evitar posibles derrumbamientos; uno que otro vecino asomaba curioso, como con miedo, siguiendo nuestros pasos, pero sin atreverse a entrar en el vasto templo, que parecía más grande aún, así desmantelado. Salimos… El espectáculo que nos aguardaba era más siniestro aún. El antiquísimo Hôtel de Ville, joya del arte gótico del siglo xii, convertido en museo comunal, ostentaba anchas heridas en su viejo frontispicio historiado, en sus torrecillas, en sus muros laterales. Más lejos, el centro de la ciudad, tan lleno de carácter con sus fachadas escalera de estilo flamenco, habían desaparecido, no era ya literalmente más que un montón de escombros del que surgían algunas paredes y una que otra casa des-
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1914 - 1916 ventrada, en cuyos pisos superpuestos y abiertos a todas las miradas se veían muebles, colgaduras, camas y cunas, juguetes de niño y herramientas de trabajo. El maniquí forrado en tela roja de una modista parecía un cadáver bañado en sangre… No se reconocían los barrios centrales sino por uno que otro indicio, una fachada en pie, una muestra caída, un letrero a medio quemar. El frontispicio Renacimiento de la iglesia desafectada de San Nicolás convertida en hotel de ventas (casa de remates) indicaba sólo el sitio de la arcaica plazuela, tan peculiar. La infeliz Malinas había sido bombardeada repetidas veces y no quedaba de ella nada de lo verdaderamente característico si no es el carrillón, hoy mudo. En sus calles se encontraban apenas unos cuantos transeúntes, volviendo después de la fuga y buscando sus casas en medio de los escombros… Dejamos atrás aquella desolación y avanzamos entre ruinas, montañas de cascote, piedras calcinadas, no sin tener antes que exhibir sin tregua los pasaportes, examinados con ojo avizor por los soldados alemanes, todos ellos de la infantería de marina. El único monótono comentario que se nos escapaba era: “¡Qué horror! ¡Qué horror!”, y sin embargo habíamos llegado harto tarde para encontrar aquellas ruinas sembradas de cadáveres destrozados. No veíamos más que la materialidad exterior de aquella catástrofe provocada por la mano y ¡ay! la inteligencia del hombre. Cruzamos luego la aldea de Whaelen, sin detenernos. Estaba destruida también, los mismos graciosos bosquecillos que la circundaban habían desaparecido, así como las cabañas y las granjas de los alrededores, derribadas para despejar el campo de tiro del fuerte. Sólo una “villa” de estilo alemán –el mismo estilo del pabellón de Alemania en la exposición de Bruselas de 1910, salvo que el techo de aquella es de paja– se mantenía en pie, sana y salva, como un sarcasmo y un desafío. El fuerte de Whaelen se veía como una excrecencia arenosa del terreno, amarilleando a lo lejos, con la bandera prusiana al viento sobre una de sus cúpulas. No pudimos acercarnos a él porque las guardias lo impedían. Todas las inmediaciones estaban cubiertas con espesos laberintos de alambre de púa, agudas estacas clavadas en el suelo para impedir el paso de la caballería, zanjas, trincheras, abrigos. A cierta distancia, el agua de la inundación brillaba como un espejo turbio bajo la luz cenicienta del cielo. Una ancha tierra de labor estaba materialmente arada por los cañones del fuerte, en una extensión de varias hectáreas, con surcos circulares de más de un metro de profundidad, diríase un mapa en relieve de la luna. Sobre la aldea no insisto: estaba arrasada, sin un solo ser viviente. También es cierto que no hubiera encontrado en dónde refugiarse… Muchas casas se habían enterrado en sus propios sótanos, quién sabe si sepultando con ellas a sus desdichados habitantes, pues todos han buscado asilo en los subterráneos. Waerloos, algo más lejos, estaba destruido también. En cambio Contich y Vieux-Dieu, en las inmediaciones de Amberes, no habían sufrido nada. Entrar en Amberes fue como entrar en un cementerio donde durmiesen tan sólo muertos ya olvidados. Sus calles, siempre llenas de una multitud atareada, cruzadas vertiginosamente por carros, automóviles, carruajes y tranvías, eran
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un desierto, que sólo animaban dramáticamente de rato en rato grupos de oficiales o patrullas de soldados alemanes. Las puertas de la estación eran otras tantas trincheras, y por entre las bolsas de tierra asomaba el cuello una negra ametralladora, amenazando las calles. El jardín zoológico, cuyas fieras fueron muertas cuando el bombardeo, por temor de que, escapando, agravaran la catástrofe, estaba convertido en ambulancias de la Cruz Roja. En el puerto, los vapores y veleros amarrados semejaban flotantes cadáveres de buques, los muelles estaban atestados de carros abandonados, las vías férreas llenas de vagones, y en ninguna parte nadie, nadie. La mayoría de las casas de comercio, tanto en el centro como en los suburbios, estaba cerrada, y en las de familia no se veía un alma. Es que casi la totalidad de la población huyó, parte antes del bombardeo, el resto cuando las primeras bombas comenzaron a hacer estragos, cayeron sobre el palacio de justicia, incendiaron manzanas enteras, y sembraron aun más el pánico que la muerte. Sólo en Holanda, el número de refugiados procedentes del norte de Bélgica se calcula por unos en seiscientos o setecientos mil, por otros en cerca de un millón. Un médico amigo mío, a quien fui a ver en Amberes, me recibió en la puerta, nervioso, excusándose: –Estoy curando a un herido, sin asistente, sin enfermero. Mis sirvientes se han ido y no tengo con quién reemplazarlos. Yo mismo debo asear y arreglar la casa, dar de comer a los animales, atender a la puerta. ¡Es una vida infernal! Y esto dura, esto dura. De veras que no sé cómo hacer con mi clientela, mis atenciones, mi casa… Discúlpeme, querido amigo, si es que no puede ayudarme a entablillar al paciente, que me espera en un grito y que tiene el brazo hecho astillas… Víctimas, en una u otra forma, de la toma de Amberes, cuyo bombardeo empezó en la noche del 7 de octubre y duró treinta y seis horas, es decir hasta la mañana del 9. Las fuerzas belgas se habían retirado en buen orden de la plaza y la ciudad estaba indefensa. 2 [Publicado el 5 de diciembre de 1914] Como la población había huido, las desgracias personales fueron pocas, pero un destino fatal quiso que entre las víctimas cayera el canciller de nuestro consulado, M. Lemaire, en las circunstancias que ya he tenido oportunidad de referir. Retirado el ejército, e incapaces los fuertes restantes de oponerse al ataque de los enemigos, inútil era dejar que se destruyera completamente la ciudad, así es que, a falta de otros funcionarios, pues los mismos consejeros municipales habían escapado al bombardeo, el burgomaestre De Vos, acompañado por nuestro cónsul general, señor Augusto Belín Sarmiento, y por los cónsules generales de Estados Unidos y de España, salió en automóvil, dirigiéndose hacia las líneas alemanas, el 9 de octubre por la mañana, bajo las bombas que cruzaban el cielo en todas direcciones. Difícil les fue entenderse con el oficial
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1914 - 1916 de alta graduación, un general, según creo, que los recibió, pues ninguno de los parlamentarios hablaba el alemán, y el jefe en cuestión ignoraba el francés. Con todo, el bombardeo cesó, que era lo importante, y los alemanes entraron en Amberes desierta, aquel mismo día. Para precaverse contra toda posible sorpresa, los alemanes enviaron adelante una docena de grandes ómnibus automóviles cargados de soldados, que entraron por la Puerta de Malinas. Más tarde siguieron algunos contingentes de importancia, pero el grueso de las fuerzas no entró sino al día siguiente. El general von Schulz, gobernador militar de Amberes, y el almirante von Schroeder, rodeados por sus estados mayores, pasaron revista en la plaza de Weir, delante del palacio real, a sesenta mil hombres, cuyo desfile duró cinco horas. Cada regimiento iba con su banda de música a la cabeza. Detrás de la artillería de campaña y las ametralladoras pasaron primero la caballería, los coraceros con sus cascos y corazas de acero, los húsares, los hulanos con sus largas lanzas adornadas con la banderola prusiana, enseguida las compañías de desembarco, los fusileros de marina y, por último, la infantería bávara, con uniforme azul oscuro, la infantería sajona, con uniforme celeste, los austríacos, con uniforme gris plata. La ocupación alemana era completa. Esta dolorosa rendición resultaba inevitable. La guerra actual ha venido a demostrar la ineficacia de las fortalezas para resistir a la gruesa artillería moderna. En cuanto el enemigo logra emplazar sus cañones, el fuerte aparentemente más inexpugnable cae hecho polvo, y no hay cúpula de acero, por bien templado que esté, que no salte como una granada bajo los proyectiles de 42. Es lo que ha ocurrido con las fortificaciones de Amberes, cuyo sitio duró apenas doce días (desde el 25 de septiembre), es decir, el tiempo que tardaron los alemanes en colocar sobre plataformas de cemento sus formidables piezas. El único medio de defender la plaza era impedir la colocación de los cañones por medio de continuos ataques del ejército de campaña; pero estos no se hicieron o no tuvieron la eficacia deseada. Primero cayó el fuerte de Waelhen, enseguida el de Wavre-Sainte-Catherine, por último el de Lierre: el ancho boquete abierto así, tan vasto que su parte central estaba completamente al abrigo del fuego de los fuertes restantes, permitía a las piezas alemanas bombardear con toda impunidad la ciudad misma, como lo hicieron durante treinta y seis horas mortales, una eternidad para los pocos habitantes que quedaban en Amberes. El tiro contra los fuertes era extraordinariamente seguro, aunque las grandes piezas alemanas estuvieran emplazadas a doce kilómetros de distancia. Los alemanes conocían aquellas obras en todos sus detalles, tenían planos al milésimo de la región, levantados por su propio estado mayor, y aun se asegura que en los sitios adecuados para instalar sus tremendas baterías existían construidas desde mucho tiempo atrás las plataformas de cemento necesarias para sostener los cañones que de otro modo a cada disparo se enterrarían en el suelo. Tan a fondo conocían el terreno, que el primer tiro contra el fuerte de Lierre cayó solamente cien metros más allá de la cúpula principal, el segundo quince o veinte metros antes de llegar a ella y el tercero dio en pleno blanco dejándola
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instantáneamente inútil. El proyectil –según los datos de nuestro attaché militar, coronel Bravo, que ha tenido oportunidad de ver sus efectos– atravesó un terraplén de siete metros de tierra apisonada, un cinturón de cemento de dos metros de espesor, y el blindaje de acero templado, grueso de 45 centímetros. Estalló en el interior de la cúpula, poniendo fuera de servicio a la artillería, y aun tuvo fuerza para hacer saltar con uno de sus cascos un fragmento de la cúpula del lado opuesto a su entrada. Esto último –dice nuestro coronel– lo afirmó el oficial alemán que nos acompañaba; pero a mí me parece que debe tratarse de otro proyectil. La primera parte de sus estragos, en efecto, es ya bastante para demostrar que nada puede resistir a semejante empuje. El tiro era dirigido desde varios puestos de observación, instalado uno de ellos en la torre de la catedral de Malinas, y consistentes otros en globos cautivos y aeroplanos. Como ya dije, la única salvación hubiera consistido en escaramuzas y ataques capaces de impedir la colocación de las piezas; pero según se ve, en el campo de batalla los combates de infantería han sido poco frecuentes y de muy escasa importancia, pues no queda huella alguna de ellos ni en las trincheras ni sobre el terreno. Volviendo a Amberes, agregaré que los zeppelines hicieron en ella pocos estragos, lo mismo que los aeroplanos. Según las impresiones recogidas hasta este momento, parece que los aparatos aéreos: globos, aeroplanos y dirigibles, no han prestado los servicios que se esperaba de ellos, si no es en la observación de las líneas enemigas; como medio de ataque, lo que han realizado es relativamente insignificante. Veremos más tarde, cuando los estados mayores puedan hablar. Después de almorzar –el pan, sea dicho de paso, escaseaba como en Bruselas, y, lo que es peor, no teníamos agua potable, pues los alemanes habían cortado los conductos de aprovisionamiento para impedir que se apagaran los incendios producidos por sus bombas y apresurar así la rendición de la plaza–, después de almorzar, repito, recorrimos de nuevo la ciudad desierta, para ver las ruinas, cuya enumeración no haré. Los de Amberes creen, naturalmente, que los estragos son formidables, pero para nosotros, que acabábamos de contemplar los escombros de Waelhen, de Malinas, aquello era apenas un arañazo sin importancia. Un arañazo, sin embargo, que vale millones. Y, siguiendo nuestra dolorosa peregrinación pasamos rápidamente por Holken, Vilyck y Vieux-Dieu, que no habían sufrido nada; numerosos campesinos, empujando sus carretas o arreando sus vaquitas, parecían volver al hogar; por dos veces encontramos ancianos valetudinarios, un viejo venerable y un paralítico, llevados en carretillas de mano por sus hijos o sus nietos… Poco más lejos, Bouchons estaba destruido, y Lierre totalmente arrasado. Puede decirse que Lierre no se alza dos metros del suelo, que no es más que un montón de escombros, pues las pocas fachadas bamboleantes que surgen de entre ellos caerán inevitablemente al primer viento fuerte, completando así la nivelación alema na, la obra destructora más perfecta de que tenga noticia el humano saber. El terremoto es menos implacable, pues suele dejar en pie las cabañas humildes,
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1914 - 1916 si no los grandes monumentos. Afortunadamente, la linda y antiquísima torre del Hôtel de Ville de Lierre está indemne, por milagro… En el río quedaban restos de los puentes de barcas construidos por los alemanes, y en sus aguas se veían algunas embarcaciones a pique, cadáveres flotantes de caballos, residuos de toda especie. Lo atravesamos sobre un puente de madera, improvisado por los ingenieros alemanes en sustitución del puente de mampostería volado por los defensores de la ciudad, y seguimos largo rato, lentamente, entre escombros y paredes negras, más lamentables, más opresores que nunca. Entre el casquijo entreveíanse de vez en cuando uniformes belgas abandonados por los guardias cívicos, que antes de huir se disfrazaban de particulares, pues los alemanes amenazaban con tratarlos como francotiradores, no reconociendo su beligerancia, y someterlos a la ley de la guerra, que en este caso sería el fusilamiento. Una buena flamenca se acercó con una alcuza en la mano a pedirnos un poco de bencina, probablemente para su lámpara. Apenas teníamos la suficiente para el viaje, pero en cambio le ofrecimos algunas monedas que rehusó con altivez y cortesía. ¿Dónde habitaba? ¿En qué rincón olvidado por la catástrofe pasaba su vida de miseria, sin víveres, sin abrigo? ¿Cuál iba a ser su suerte?… Y como otras tantas visiones de espanto pasaron luego ante nuestros ojos los restos informes de Koningshoyet, de Heyst-on-deu-Berg, de Boisschot, de Beggynendyck, de Aerschot, escenarios de batallas, de bombardeos, de incendios, de saqueos, de matanzas. ¿Cómo describirlos? ¿Cómo variar la monótona repetición de las mismas palabras: ruinas, escombros, montones de ruinas, hacinamiento de escombros?… Nuestros ojos espantados tuvieron un descanso mientras pasábamos por los lugarejos de Gelrode, Wissemael y Wilsele, que no han sufrido nada. Antes ya habíamos visto algún campesino flamenco, insensible y terco probablemente, heroico y clarividente quizá, arando su campo para las nuevas cosechas… Y el paisaje es el dulce, el cambiante paisaje de Bélgica, que acaricia los ojos… Algo más lejos fuimos detenidos a cada paso para pedirnos los pasaportes; los centinelas alemanes se mostraban de una extraordinaria severidad, como si temieran un ataque. Es que estábamos a las puertas de Lovaina… de lo que fue Lovaina, mejor dicho. Todo el interesante barrio central de la vieja ciudad había desaparecido o poco menos, destruido por el cañoneo, el bombardeo, el incendio, y en medio de las casas arrasadas que lo formaban, a modo de pedestal, un montículo de ruinas se erguía íntegro sin un arañazo, como para demostrar que aquel desastre había sido no sólo voluntario, sino inteligentemente dirigido, el espléndido Hôtel de Ville, recién restaurado, con aspecto de joya nueva, libre por primera vez de sus andamios desde hace larguísimo tiempo, triunfante con su pueblo de estatuas, frente a la vieja catedral de San Pedro, casi totalmente derrumbada, junto a la biblioteca de la universidad, quemada con todos sus tesoros impresos y manuscritos, y dominando la ciudad borrada del mapa. Nunca habíamos visto el Hôtel de Ville, esculpido de arriba abajo como uno de esos relicarios góticos en forma de arquilla, cincelados en plata, que se
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guardan religiosamente en los armarios de las viejas iglesias, o encerrados no menos herméticamente en las vidrieras de los museos, bajo la avizora vigilancia del guardián, nunca lo habíamos visto, digo, en todo su esplendor, en toda su integridad, y su belleza quizá harto delicada y preciosa era una terrible antítesis, así unida a la catástrofe… 3 [Publicado el 6 de diciembre de 1914] …La vida se reanudaba, entretanto en Lovaina, con un ritmo lento y doloroso. Los escombros eran apartados a ambos lados para dejar paso en las que fueron calles; algunos obreros trabajaban encarnizadamente sacando de los sótanos el carbón enterrado, porque el combustible escasea mucho en toda Bélgica, a causa de la paralización de las hulleras y más aún de la falta total de comunicaciones. Innumerables centinelas alemanes custodiaban las entradas y salidas de aquel laberinto de vigas a medio quemar, escaleras de hierro retorcidas por el fuego, lienzos de pared derrumbados de una sola pieza, piedras, muebles destrozados… Algunos mendigos –pocos– tendían la mano y pedían limosna como si se lamentaran. La mayor parte de los vecinos que recorrían las ruinas o se agrupaban en los sitios despejados tenían las más extrañas vestimentas compuestas de piezas distintas, tomadas al azar en los trances de la fuga, y por la calle de la estación, frecuentada hace poco por una muchedumbre alegre y bulliciosa compuesta en su mayoría de estudiantes, y en la que no faltaban los vestidos parisienses, no veíamos sino lamentables sombras, cubiertas casi de harapos… Y la luz grisácea de la tarde, más vaga cada vez, agregaba a toda aquella tristeza una tristeza nueva y general, como si las cenizas a que Lovaina ha quedado reducida subieran hasta el cielo y lo empañaran todo, llevando en cada átomo el clamor de la víctima. Y con una sensación de angustia, volvimos silenciosos a Bruselas, como salía Dante a contemplar las estrellas para reaccionar contra el horror de los infiernos. …Pocos días después de esta peregrinación a las ruinas más próximas a Bruselas, conseguí salir para Holanda, con el objeto de ponerme ¡al fin! en contacto con La Nación. Desde las inmediaciones hasta lo que fue Visé, sobre la frontera holandesa, pasando por Lieja, cuyos alrededores han sido asolados, mis ojos vieron otros muchos cuadros de horror. Pero no me quedan ánimos para evocarlos ahora. Sólo acierto a repetir que Bélgica es una inmensa ruina, un campo de desolación, y que nunca, nunca, volverá a ser lo que ha sido, por bien que se le compense su heroico sacrificio, por mucho que sus laboriosos hijos se esfuercen por curar sus heridas. Será otra, más moderna, más rica sin duda, pero ya no será la que conocí y amé antes de la brutal agresión, antes del salvaje ensañamiento de sus amigos de ayer.
Fuente: Roberto J. Payró, Corresponsal de guerra, Buenos Aires, Biblos, 2009, pp. 711-718.
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1917 - 1919 La revolución rusa tendrá una considerable influencia en la sociedad argentina, no sólo entre las formaciones militantes de la izquierda y del movimiento obrero sino también en un variado arco de la intelectualidad y de la política del país, que por entonces estrena un primer gobierno elegido por sufragio universal, secreto y obligatorio para los ciudadanos argentinos varones. Al interior del socialismo y el anarquismo se multiplican los debates en torno de las posibilidades reales de una revolución en Latinoamérica. Esta atmósfera revolucionaria se hace sentir también entre grupos universitarios, y dejará su huella cuando en junio de 1918 estudiantes cordobeses lleven a cabo una reforma universitaria que se extenderá luego a las demás universidades del país y de América Latina. Por otro lado, la crisis económica de posguerra comienza a repercutir en la Argentina. Al igual que en otros sectores, la disminución de los insumos importados ocasionada por la guerra ha provocado en la industria metalúrgica una merma importante en su producción. En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos; los obreros piden la reincorporación de trabajadores despedidos, la jornada de ocho horas de trabajo y una mejora en sus salarios, entre otros reclamos. La huelga pronto se convierte en un conflicto sindical generalizado al que se suma el accionar violento de rompehuelgas, grupos nacionalistas de ultraderecha y la policía, lo que termina con centenares de trabajadores muertos y heridos. Estos acontecimientos pasarán a la historia como la Semana Trágica.
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La Revolución de Rusia 18 de marzo de 1917. Enrique del Valle Iberlucea, abogado, periodista y primer senador socialista de América, publica en el periódico La Vanguardia una serie de editoriales sobre el proceso revolucionario en Rusia. A los pocos días de la llamada“revolución de febrero”, Iberlucea manifiesta que el proceso ruso se transformará, por imperio de las circunstancias, en una revolución socialista y profunda.
El zarismo ha dejado de existir, iniciándose una nueva era en la historia de Rusia, y acaso en la historia del mundo. Ha caído una dinastía secular, que gobernó siempre autocráticamente, imponiéndose por el crimen y el terror. Ha sido barrida por la revolución, iniciada en el primer cuarto del siglo xix, continuada después por la acción de heroicos apóstoles de la libertad aun en las horas más siniestras del despotismo, y la cual triunfa por un momento a principios de esta centuria para ceder luego ante la negra reacción y la represión sangrienta, hasta que, al cabo de dos lustros, habría de conseguir una brillante victoria, gracias a la decisión, la firmeza y el coraje del pueblo. Una revolución no es un movimiento súbito, y es algo más que un movimiento armado. Ha de ser la resultante de causas profundas y de numerosos factores, que existen y actúan desde tiempo atrás y que en un momento inesperado, cuando han alcanzado la plenitud de su desarrollo, dan lugar a un estallido ruidoso y violento. Acontecimientos de este género revisten una importancia trascendental, pues impulsan el desenvolvimiento progresivo de la civilización y aseguran el imperio de la libertad, libertad que sólo hubiera sido una ilusoria aspiración de los hombres sin las grandes revoluciones de la historia. La revolución rusa será para nuestros tiempos lo que la revolución francesa para los tiempos modernos. Esta acabó con el antiguo régimen al proclamar los derechos del hombre; suprimió la división de la sociedad en órdenes o categorías; destruyó los privilegios del clero y la nobleza; afirmó el gobierno sobre la base de la soberanía nacional y escribió en los códigos fundamentales la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y las cargas públicas. Pero la revolución de 1789 aseguró sobre todo el poder de la burguesía, adueñada de la riqueza, inteligente y poderosa, más sometida a la arbitrariedad real y colocada en un rango inferior a los órdenes privilegiados de la antigua sociedad. Aunque la clase trabajadora resultó también favorecida por el movimiento revolucionario, por cuanto pudo gozar de las libertades civiles y políticas vencida la reacción después de otras revoluciones –entre las que no fue la menos fecunda la del 18 de marzo de 1871, cuyo aniversario conmemoramos hoy–, continuó sujeta a la dominación económica del tercer estado, que llegó a serlo todo, mientras aquella era nada en la sociedad capitalista. En este momento histórico los pueblos aspiran no sólo al goce pleno de los derechos civiles y de las libertades políticas, sino también a la conquista de la igualdad económica. Nada de extraño sería entonces que la revolución rusa iniciase un nuevo período histórico, el cual habría de caracterizarse por la emancipación social del trabajo. En
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Rusia podría originarse la revolución socialista, destinada a crear una nueva organización social fundada en los principios de la justicia económica, sin la cual es imposible la existencia real de la libertad individual, ya sea esta civil o política. Las condiciones actuales del mundo, transformado por la terrible conflagración europea, hacen posible el triunfo de una tendencia social, de una organización colectivista del trabajo y la industria, que hasta ayer se consideraba una vana utopía. El espíritu de la humanidad se dirige hoy hacia el antiguo imperio de los zares. Se comprende que el triunfo de la revolución moscovita importará el advenimiento de un nuevo régimen social, donde no existirá el contraste de la riqueza y la miseria, porque la propiedad será un derecho real de los productores, que gozarán todos del bienestar necesario. Ha llegado la hora soñada por los apóstoles de la democracia eslava, quienes tuvieron la intuición de que su patria emprendería la primera –debido a sus instituciones y tradiciones colectivistas y al espíritu socialista del pueblo ruso– obra gigantesca de la revolución moderna, que removería desde los cimientos el edificio de la sociedad burguesa. Sería un grave error suponer que la revolución rusa es un puro movimiento político, y que ha obedecido al simple deseo de concluir con la influencia alemana. Sin desconocer la importancia de este factor, que decidirá a Rusia a llevar la guerra hasta el fin y a mantener la unión de los aliados, no pueden atribuirse los grandes acontecimientos de aquella nación a una causa única. Hay en Rusia una serie de cuestiones –sociales, económicas, políticas, morales, religiosas–, planteadas desde tiempo atrás, que reclamaban una solución revolucionaria. El cambio del sistema político, la substitución de la autocracia por la monarquía constitucional y parlamentaria, o por la república –con ser tan grande y extraordinario– no resolvería por sí solo los magnos problemas planteados en términos irreductibles. Sólo podría conseguirlo una revolución a la vez política y económica. Así lo entenderán los autores del movimiento revolucionario. Los obreros no podrían conformarse, en verdad, con la sola conquista del régimen representativo. Si bien el gobierno provisional ha anunciado que su política se basará, entre otros principios, en las libertades fundamentales –de prensa, de palabra, de asociación y de reunión–, los trabajadores estarán dispuestos a obtener garantías para el reconocimiento de sus derechos económicos. El mismo gobierno ha anunciado la abolición de los privilegios sociales y religiosos, lo cual es un feliz augurio para el proletariado, tanto más cuanto que del ministerio revolucionario forma parte un diputado socialista. La revolución necesitará para triunfar por completo del apoyo decidido de los paisanos, que constituyen la mayoría de la población rusa. Su condición social y económica rayaba casi en la servidumbre, no obstante el ucase de emancipación de Alejandro II. La cuestión agraria es el problema capital de Rusia; no se resolvió por la entrega de tierras señoriales y de la corona a los aldeanos; no ha podido ser resuelta tampoco por la acción del Banco de los paisanos. La revolución solamente podrá darle una solución radical. La dará, de seguro, siguiendo los principios de la primera revolución, durante la cual se modificaron las condiciones de la propiedad territorial en varias provincias rusas. Así lo reclamarán los representantes de los partidos laborista y socialista, continuando la política emprendida en la primera y la segunda Duma. Y aun los demócratas constitucionales –o sea, el partido de los “cadetes”–, que tanta participación han tenido en el movimiento reMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919 volucionario, se inclinarán a la misma solución, posiblemente, ampliando su programa de expropiación forzosa, de distribución de tierras, con el cual llegaron a la Duma de 1906. La revolución irá hacia adelante porque es la obra inteligente del pueblo ruso. A pesar de la ignorancia en que la autocracia mantuvo a los mujiks, estos tienen conciencia de sus derechos, como lo demostraron enviando dos centenas de diputados a la Duma de 1907. Los diputados “trabajistas”, según se les llamó, sostuvieron entonces un programa agrario de tendencia revolucionaria y se acercaron íntimamente a los representantes de los partidos socialistas. Otro tanto puede decirse de la inteligencia de los obreros, quienes iniciaron con las grandes huelgas el movimiento revolucionario de 1905, como ha sucedido también en esta ocasión. La triste jornada del 22 de enero de aquel año, en que la muchedumbre proletaria fue masacrada delante del palacio imperial, apartó para siempre a los obreros rusos del lado del zar, “el pequeño padre”. Y después de las masacres de Petrograd y de Moscú y de los horrores de las “bandas negras”, los obreros continuaron dispuestos a convertirse de nuevo en soldados de la revolución en la primera ocasión favorable, levantándose para derribar a la sanguinaria autocracia. Cuando Nicolás II –más afortunado que Luis XVI, pues irá a purgar en el destierro sus culpas y sus crímenes, en compañía de una María Antonieta alemana–, cuando el zar todopoderoso, creyéndose ungido por el derecho divino de un inmenso poder político y religioso, disolvió la segunda Duma y modificó la ley electoral, para obtener una Duma “introuvable” –remedo de una asamblea parlamentaria, en la cual los representantes de la clase de los propietarios rurales se mostrarían dispuestos a inclinarse siempre ante su omnímoda autoridad–, no sospechó, sin duda, que en el transcurso de diez años debería abdicar su corona –la corona de los Romanoff– ante otra asamblea que representaría la voluntad del pueblo. Continuaba latente aquella revolución ahogada en mares de sangre, y habría de resurgir –más poderosa que antes, invencible ahora– para derrocar al orgulloso autócrata y destruir la rapaz e inepta burocracia, estableciendo la soberanía popular sobre la base del sufragio universal. El socialismo democrático de América ve en la victoria del pueblo ruso el triunfo del proletariado internacional; hace votos por que la revolución renueve la vida de la Rusia libertada de la tiranía zarista a la sombra de la bandera roja, triunfadora en los recientes combates; se inclina ante las tumbas de millares de mártires que perecieron en la horca, como Pestel y Ryleyef, los jefes de la revolución republicana de 1825, o murieron en las estepas de Siberia, en las minas de los montes Urales o en las sombrías fortalezas, cual la de San Pedro y San Pablo, o gimieron largos años en el entierro, como Herzen y Bakounine; y ante el triunfo de la nueva democracia, envía un saludo fraternal a los vencedores en las cruentas jornadas revolucionarias y repite la frase de Goethe –cuando contempla la victoria de los descamisados de Francia en las alturas de Valmy–, que Carducci tradujera en verso magnífico: …Al mondo oggi da questo Luogo incomincia la novella storia. Enrique del Valle Iberlucea Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 18 de marzo de 1917.
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¡Rusia! La Protesta, 13 de noviembre de 1917. Las noticias que llegan desde Europa referidas a los sucesos que tienen lugar en Rusia suscitan la pronta adhesión del anarquismo local. El maximalismo es leído en clave vanguardista y se constituye en el modelo de la revolución.
Con la expropiación del poder burgués por el proletariado consciente, quedó terminada en Rusia la Revolución Social, estableciéndose la anhelada emancipación económica, política y social. Nuestro ferviente saludo a los hermanos de Rusia. Habíamos suspendido temporalmente nuestra campaña por falta de noticias, más o menos importantes, respecto de la revolución en Rusia. Verdad es que adivinábamos los grandiosos acontecimientos de estos últimos días –epílogo de la Revolución Social– pero nos abstuvimos en anunciarlos pensando que sería mejor dejar primero hablar a los hechos. Hoy, ya acaecidos los hechos trascendentales y entregados al paladar de la voraz crítica burguesa, tomamos la pluma para imponernos, como hemos hecho ya otras veces, con la verdad, a la pérfida interpretación que los interesados en conservar la infamia aún imperante en el resto del orbe pueden dar a los últimos sucesos. Al mismo tiempo, nos guía esta vez el afán de saludar desde este lejano rincón del universo, a los bravos, a los nobles, a los valientes compañeros que allá en Rusia supieron con gallardía y buena táctica dar un término irrevocable al oprobioso régimen capitalista, en el cual se traficaba impunemente con el dolor, las lágrimas, el sudor y la sangre de miles de generaciones pasadas. ¡Hurra! ¡Mil veces hurra! Que las llamas del magnífico incendio que se extiende allá en Rusia, haciendo cenizas toda la crápula turba capitalista, dando así vida a la humana “República del Trabajo”, propague el fuego sagrado por todo el resto del globo. Como mejor expresión de nuestra alegría, como más expresivo homenaje, como más cordial saludo a los compañeros de Rusia que triunfaron después de una lucha gigantesca, dando un maravilloso ejemplo al mundo, nosotros haremos una exposición clara y sucinta de lo que son los llamados maximalistas. Nos place creer que obrando así evitaremos, por lo menos entre los compañeros anarquistas, las equívocas interpretaciones que muchos dan a la revolución actual de Rusia. Los maximalistas En uno de los últimos congresos –de los cuales ya hemos hablado en números anteriores de La Protesta–, los partidos populares dieron el más acertado, el más grandioso paso hacia la Revolución Social. Allá, en los agitados años del 1902 hasta el 1905, en el seno de los partidos Social-Demócrata y Social-Revolucionario, como también entre la gran colectividad comunista-anarquista de Rusia, se dejó sentir la urgente necesidad de constituir algo así como una fuerza titánica, que con un programa de máxima aspiración, programa que MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919 satisfaría por completo a todo aquel noble ser humano que anhelaba una era libre para toda la humana especie, podría vencer y jamás ser vencido. En el mencionado congreso libertario se hizo la coalición, no aquella bochornosa y entorpecedora coalición entre los partidarios de la supresión completa del nefasto régimen de explotación y los sostenedores del mismo, no. La coalición, la poderosa alianza que se había sellado con fraternal respeto mutuo, fue entre los más rebeldes, los más altivos, los más validos miembros de los dos partidos más influyentes entre la cuestión social (Social-Demócrata y Social-Revolucionario) junto con los compañeros nuestros (comunistas-anarquistas). De modo que todas las fuerzas combativas: la inmensa mayoría del partido Social-Revolucionario, la gran minoría del partido Social-Demócrata, partidarios estos últimos de Lenin (admiradores de la chispa revolucionaria, los “Iskrevzi”), y los comunistas-anarquistas, se habían entonces coaligado en un sólido, en un férreo block de resistencia y más que de resistencia de reconquista (expropiación colectiva) del bienestar económico, político y social. Se redactó y fue unánimemente aprobado un programa llamado máximo. De aquel histórico momento surgieron los primeros libertarios llamados maximalistas. Nosotros no creemos necesario exponer aquí punto por punto todo el programa máximo, primero, porque quizás muchos de estos puntos tendrán que ser reformados hoy al ponerlos en práctica, y segundo, porque tenemos la plena convicción de que este trabajo nos ahorraría el telégrafo que sirve a la prensa calumniadora (burguesa), pues al paso que van las cosas de Rusia, el telégrafo mencionado tendrá que hablar, quiera o no, y esto será el mejor exponente del programa maximalista. Fieles a nuestra táctica, dejaremos primero hablar a los hechos. Sin embargo, en este supremo momento, cabe citar por lo menos las principales aspiraciones de los compañeros maximalistas, aspiraciones estas que dentro y fuera de Rusia han sido pesadilla horrible de la clase parasitaria. He aquí lo principal del programa que triunfó en Rusia: 1. República del Trabajo 2. La socialización completa de todas las fábricas, talleres, usinas, ferrocarriles, instrumentos del trabajo, etcétera. 3. La tierra y maquinaria debe ser entregada al pueblo que la trabaja. 4. Nacionalización del Fisco. Como lema y arma, los maximalistas aceptaron el terror en masa (Masovoi Terror), o sea, “La liberación del pueblo debe ser obra del pueblo mismo”. Hablando más claramente, todo esto significa en buen castellano: la dictadura del pueblo –los “Soviet” (consejos) de Delegados de Obreros y Soldados– y por consiguiente, la expropiación colectiva de todo: desde la tierra y la maquinaria hasta el poder gubernativo. Misha Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1917.
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La revolución rusa y su influencia moral La Protesta, 17 de febrero de 1918. Un rasgo inicial de las lecturas de la revolución rusa entre las filas libertarias argentinas consiste en ubicarla como momento culminante de un multisecular proceso de lucha por la emancipación.
I La obra emancipadora de los maximalistas rusos marca un jalón insuperable hasta hoy día en la historia universal de los pueblos, haciendo palidecer los rojizos resplandores de la Revolución francesa de 1789. Los revolucionarios franceses, al guillotinar a Luis XVI, no mataron a un hombre, sino que aplastaron con él al sistema monárquico –donde la nobleza y el clero gozaban de prerrogativas ilimitadas sobre la plebe– para suplantarlo por el sistema democrático republicano. Del gobierno de la nobleza y del clero, encarnado en la persona del rey, pasaron al gobierno constitucional burgués, representado por un presidente electivo. Como la revolución fue obra de la burguesía para derrotar a su enemiga la nobleza, al salir triunfante no modificó en nada la condición miserable del pueblo, dejando en pie al igual que antes las prerrogativas, la opresión y la explotación, bajo el rimbombante título de “Democracia republicana”: gobierno del pueblo por el pueblo… sólo de nombre. En cambio, la revolución rusa, tal cual se lleva a cabo en la actualidad, es el aplastamiento total del régimen estatal por el gobierno de sí mismo. Es la anulación de todos los privilegios y de las diferencias económicas y de castas sociales. II Para que la revolución rusa, o mejor dicho, la obra emancipadora del maximalismo ruso sea un hecho, necesita el apoyo solidario del proletariado mundial, o por lo menos, el de otras naciones más; de lo contrario, no pasará de ser una intentona que sucumbirá bajo la presión de los gobiernos de las otras naciones y del mismo pueblo ruso por incapacidad moral-intelectual para gobernarse por sí mismo, cayendo siempre bajo el dominio del régimen estatal. Si la revolución rusa fuera secundada por las minorías de las demás naciones, aunque el pueblo no esté capacitado para gobernarse por sí mismo, en cambio bajo la dirección inteligente de personas capacitadas se llegaría por etapas sucesivas, en un breve tiempo, al fin soñado.
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1917 - 1919 III Triunfante o no, la revolución rusa ejercerá sobre el proletariado mundial una saludable influencia que los hará reaccionar en un tiempo no muy lejano, a pesar de todas las medidas previsoras que tomen los gobiernos para contrarrestar sus efectos. Lo que podría ser obra de hoy, habrá que esperar hasta mañana, máxime teniendo en cuenta la postración moral en que quedarán sumidos los pueblos beligerantes al terminarse la guerra, pero en cualquier forma la chispa rusa ha provocado el devastador pero purificante incendio de la mundial revolución social. IV Las fuerzas revolucionarias del continente americano deberían efectuar a la brevedad posible un congreso para confeccionar un programa máximo y establecer la forma de provocar simultáneamente la revolución en todo el continente. Y las minorías de cada región constituirse en un solo block bajo la dirección inteligente de un comité secreto, subordinándose en tal forma los subcomités, que nunca puede saberse de dónde parte la dirección. Activar la propaganda para que el pueblo vaya comprendiendo la necesidad que tiene de lanzarse a la revuelta para conquistar de una vez todos sus derechos. Y si es necesario, constituir agrupaciones bien organizadas, pero con el mayor secreto posible, para dedicarse a la expropiación inteligente con el fin de recaudar fondos para la compra de materiales explosivos. Pero, para llevar a cabo lo expuesto, es necesario ante todo que los compañeros se despojen del prurito de la supremacía y del amor propio, porque las acciones tanto valen siendo un simple soldado, como siendo un jefe. Cuando de corazón se defiende una causa noble, jamás se busca la distinción, sólo basta la satisfacción del deber cumplido. Urge, pues, si es que realmente deseamos emanciparnos, que adoptemos una actitud bien definida los anarquistas de esta región, actitud que traduzca en hechos nuestras aspiraciones. Severo Bruno
Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 17 de febrero de 1918.
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NUESTRO CONGRESO
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odemos declararnos satisfechos de los resultados del Congreso. Superando los cálculos y las previsiones más optimistas, tanto por el número de representantes como por las deliberaciones, el que fuera Congreso de expulsados ha merecido cambiar ese nombre por el de I Congreso del Partido Socialista Internacional. Nos sentimos satisfechos, tan satisfechos como cuando se sabe haber cumplido un deber amargo y aliviado el peso de una grave responsabilidad. En este caso, la amargura se transforma en confianza, y es lo que nos sucede. La casi unanimidad con que fue votada la constitución del Partido Socialista Internacional demuestra la perfecta unidad de pensamiento que preludia la unidad perfecta en la acción. Las discusiones serenas, elevadas, amplias, sin presiones ni subterfugios indignos entre socialistas nos califican como núcleo disciplinado y consciente, sin duda alguna. El congreso de expulsados es, en ese sentido, la negación más rotunda del calificativo
Uno de los saldos del debate interno que el Partido Socialista desarrolla en el Congreso Extraordinario de abril de 1917, que tiene entre sus núcleos de discusión la posición frente a la Gran Guerra y la situación en Rusia, es el alejamiento de algunos de sus miembros más destacados, como Victorio Codovilla, Rodolfo Schmidt, José Grosso, José Fernando Penelón, Juan Greco y Rodolfo Ghioldi, entre otros. Este grupo, más afín a las banderas del internacionalismo proletario, funda el Partido Socialista Internacional, que poco después, a comienzos de 1918, dará lugar al Partido Comunista. de anarquizantes y disolventes con que se ha pretendido gratificarnos. Prueba de ello es la discusión sobre participación en las elecciones próximas. Ha sido el asunto más discutido en el Congreso, aunque en el fondo todos estábamos de acuerdo. Al constituir un partido y aceptar la lucha electoral como un medio de la acción socialista, era consecuencia intervenir en los próximos comicios. Por eso, también en este caso la perfecta unidad de pensamiento existía. ¿Y qué podía argüirse en contra? ¿Que recién nos organizábamos y que parecía que hiciéramos lo que tantos partidos que surgen en vísperas electorales? No, nuestra situación es especial; no nos hemos separado del viejo partido, sino que se nos ha expulsado, obligándonos a constituir una nueva entidad a los dos meses del acto electoral, como lo hubiésemos constituido a distancia de años. ¿Que podía tildársenos de ambiciosos y otras lindezas por el estilo? ¡Débil argumento si es que puede serlo! Es cualidad de los ambiciosos acomodarse a todas las situaciones en
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1917 - 1919 que puedan servir el interés de su ambición. Si tal hubiese sido nuestro propósito, nos hubiéramos inclinado del lado del más fuerte, como tantos lo hacen en el viejo Partido. Y sería hasta falta de carácter recoger este argumento. Todos los que actúan en política y en especial los que más activan, son tratados de ambiciosos, etc., por los adversarios, cuando no se tiene otra razón. ¿Será motivo este para detenernos en medio del camino? Además, ¿evitaríamos con ello el calificativo? Luchando en el viejo Partido por nuestra interpretación de las ideas socialistas, se nos combatía tratándonos de ambiciosos; para expulsarnos se dijo: “son unos ambiciosos”; no debe extrañarnos que al constituir un nuevo partido se nos repita el mismo estribillo. Sólo hay un medio de evitarlo: es el de retirarse de toda actividad, dejando el campo libre a los que realmente son ambiciosos y ambiciosos de la peor especie. ¿Tenemos el derecho de desertar de las filas de nuestra clase cuando es más ardua la lucha? No; dejemos al tiempo y a los hechos que se encarguen de decir cuál es nuestra ambición. No son esas razones, por cierto, las que se han hecho valer en el Congreso. Son razones de circunstancias, razones de momento. ¿Podemos afrontar una agitación electoral intensa sin contar con recursos? ¿No sería más conveniente destinar los escasos centavos que los obreros afiliados puedan proporcionar a otros fines? Son estos los argumentos debatidos en el Congreso. Y a ellos contestaban los defensores de la intervención: la haremos en la medida de nuestras fuerzas, sin descuidar ninguno de los medios que puedan contribuir a la difusión y progreso de las ideas y de las fuerzas socialistas. No pedimos nosotros este acto electoral; se nos presenta y debemos afrontarlo. No podríamos votar a ninguna fracción burguesa, ni votar la lista del viejo Partido –partido estilo radical europeo por su acción– en momentos de guerra cuando sus representantes han votado la rup-
tura de relaciones y el Partido indirectamente los aprueba. No podríamos abstenernos, ya que reconocemos la utilidad de ese medio de lucha. Cabe, pues, hacer una lista de afirmación que lleve a los comicios la expresión de nuestra decidida oposición a la guerra y de nuestra solidaridad con el proletariado universal que lucha por el establecimiento de una sociedad socialista, vilipendiado en estos momentos por la burguesía y los que con ella se solidarizan. Este es el carácter de la resolución del Congreso, y esta debe ser la norma de conducta de cada uno de los centros adheridos. Numerosa o no, lleva en sí esa afirmación el carácter de fuerza invencible por ser la expresión del presente más cercano al porvenir. Y así, una a una, todas las resoluciones del Congreso indican consecuencia en las ideas, convicciones ya formadas que duplicarán las etapas normales en la vida de un partido como el nuestro. Es un acto que no desmerece del mejor Congreso que ha podido celebrar el viejo Partido Socialista. Consecuencia de él, surge a la vida activa el Partido Socialista Internacional. Su título no indica sólo la característica de su constitución, sino también el fundamento de su propia acción de clase, que va más allá de los límites de las fronteras, al ser el reflejo en esta división política de la obra del proletariado universal contra sus explotadores. El núcleo que le ha dado vida podrá brillar por su juventud, como indicaran algunas crónicas de la prensa diaria. Pero en el trabajo la vida es más intensa y más corta; la edad se duplica. Y en cambio es patrimonio de la juventud el tener menos arraigados los prejuicios que la tradición deja. Recordemos lo que decía Renan al penetrar en la academia francesa: “Eso que he escrito es lo que he observado en mi juventud, en la plenitud de mis fuerzas y cuando ningún pensamiento interesado podía obscurecer mi vista; si mañana, impulsado por un achaque de vejez, alguna
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1917 - 1919 debilidad física o moral podría hacerme decir lo contrario, no debéis creerme”. Estas palabras, sin ser las textuales de Renan, expresan su pensamiento. En consideración de ellas disculpamos a los viejos, pero afirmamos, en plena juventud y con la experiencia del trabajo que lo que el Congreso ha hecho, ha sido necesario hacerlo en bien
del socialismo que iba perdiendo su lozanía y su fuerza de clase al contacto del tiempo. Y lo que el Congreso hizo fue constituir el Partido Socialista Internacional que llama al proletariado a sus filas, para luchar por su emancipación. Fuente: La Internacional, Buenos Aires, 23 de enero de 1918.
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Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges, en la revista Cuasimodo, de orientación anarcobolchevique. Los poemas aparecieron en los números de diciembre de 1921.
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SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DEL MAXIMALISMO
POR JOSÉ INGENIEROS
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esde hace medio siglo oíanse en el mundo grandes voces augurales de una palingenesia social que aspiraba a elevar entre los hombres el nivel de la Justicia. Los principios sembrados por la Revolución francesa germinaban con lozanía y sus resonancias eran cada vez más gratas a los espíritus libres; en cien formas distintas, en los talleres y en las cátedras, en los parlamentos y en las barricadas, signos inequívocos anunciaban la formación de una nueva conciencia moral en la humanidad. El horizonte reverberaba luces rojizas, parpadeantes de tiempo en tiempo; parecían preliminares de aurora a los idealistas que acariciaban un ensueño y a los oprimidos en quienes hervía una esperanza. Frente a ellos, estrechaba sus filas la legión del miedo. Los viejos rutinarios y los jóvenes domesticados confiaban en que un riguroso militarismo sería dique eficaz a la ascendente marea de la democracia y esperaban que una fervorosa regresión al misticismo envenena ría en sus fuentes la ideología emancipadora. Los servidores de los intereses creados creyeron ver en el militarismo un baluarte contra los derechos nuevos y en la superstición el antídoto de los nacientes ideales. Y cada vez que el murmullo de la democracia se tornaba clamor, para defender una libertad
El 22 de noviembre de 1918 José Ingenieros diserta en el Teatro Nuevo sobre la significación histórica de la revolución rusa. En este discurso, tal vez uno de los más famosos, Ingenieros acusa el enorme impacto que los acontecimientos en Rusia tuvieron alrededor del mundo y lo relaciona con los ideales de la Reforma Universitaria de 1918 y el antiimperialismo latinoamericano. o exigir una justicia, sus enemigos acentuaban su adhesión a la espada y a la cruz, como si ellas fueran los talismanes con que el Derecho Divino pediría conjurar el advenimiento de la Soberanía Popular. Los gobiernos más fuertes conspiraban contra la paz, minados por sus respectivas castas militares. En vano, durante cuatro décadas, los hombres de estudio daban el alerta a los gobernantes, asegurando que el gran resultado histórico de una guerra europea sería una crisis del proceso revolucionario cuyos síntomas eran visibles. Había comenzado ya una transformación de las instituciones políticas, de las relaciones económicas, de los ideales éticos, cuyo sentido era imposible ignorar. No podían precisarse su programa y sus métodos para cuando llegase la hora crítica; pero se consideraba evidente que, en su conjunto, haría efectivas las más radicales aspiraciones de “las izquierdas”, variamente formuladas en cada país. Nadie dudaba de ello tres días antes de co menzar el drama histórico cuyo primer acto ha terminado con el fusilamiento del Czar y con la abdicación del Káiser, los hombres más representativos del absolutismo feudal. Pero esa convicción –no lo ocultemos– fue olvidada tres días después de encenderse la guerra. La humareda de los combates cegó a casi todos,
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a los sabios lo mismo que a los ignorantes; los instintos del hombre primitivo apagaron toda luz de la razón. Pocos recordaron lo que hasta la víspera había sido su espantajo o su esperanza: la revolución inevitable, espantajo para los que tenían privilegios que perder, esperanza para los que tenían derechos que reivindicar. La tesis olvidada Pocos, muy pocos en el mundo, pudieron sustraerse a la ebriedad general y osaron repetir su creencia, no turbada por las circunstancias. Algunas semanas después de comenzar la tragedia, mientras los ejércitos teutónicos arrasaban el suelo de Bélgica y corrían sobre París, publicamos en la más difundida de nuestras revistas un artículo, “El suicidio de los bárbaros”, que otras cien reprodujeron; cuatro años después, necesitamos repetir sus textuales palabras, pues son la premisa necesaria para juzgar serenamente la significación histórica del movimiento maximalista: “La civilización feudal, imperante en las naciones bárbaras de Europa, se prepara a suicidarse. Este fragor de batallas parece un tañido secular de campana funeraria. Un pasado, pletórico de violencia y de superstición, entra ya en convulsiones agónicas. Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes; quedan en la historia. Tuvo sus ideales; se cumplieron. ”Esta crisis marca el principio de otra era humana. Dos grandes orientaciones pugnaron desde el Renacimiento. Durante cuatro siglos el alma feudal, sobreviviente en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía de los violentos… ”Ahora el destino inicia la revancha veni dera de la Justicia sobre el Privilegio. La vieja Europa feudal ha decidido morir como todos los desesperados: por el suicidio. ”La actual hecatombe del pasado es un puente hacia el porvenir. Conviene que el es trago sea absoluto para que el suicidio no
resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización feudal muera del todo, ex terminada irreparablemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los hijos con las armas pagadas con el sudor de sus padres! ”Una nueva moral entrará a regir los des tinos del mundo. Sean cuales fueren las na ciones vencedoras, la barbarie militarista quedará aniquilada. Hasta hoy fue la Violencia el cartabón de las hegemonías políticas; sobre la carroña del feudalismo suicida se impondrá otra moral y los valores éticos se medirán por su Justicia. En las horas de total descalabro esta sola sobrevive, siempre inmortal… ”Aniquiladas las huestes bárbaras en esta conflagración abismática, dos fuerzas aparecen como núcleos de la civilización futura, y con ellas se forjarán las naciones de mañana: el Trabajo y la Cultura. Cada nación será la solidaria colectiva de todos los que piensan y trabajan bajo un mismo cielo, movidos por intereses e ideales comunes… ”¡Hombres jóvenes y raza nueva!: saludad el suicidio del mundo feudal, con votos fervientes para que sea definitiva la catástrofe… ”Frente a los escombros del pasado suici da levantaremos ideales nuevos que nos habiliten para luchas futuras, propicias a toda fecunda emulación creadora”. No recordamos estas palabras porque ellas sean proféticas ni originales. Reflejan la creencia más difundida durante medio siglo, la que ningún hombre de pensamiento debió olvidar ni callar: la guerra marcaba el crepúsculo de un régimen y después de ella amanecería para la humanidad un nuevo orden social… Siguieron las batallas un mes y otro mes, un año y otro año. Las gentes más pacifistas perdían la cabeza, tomaban partido por uno u otro bando contendiente, mirando la victoria militar como la finalidad histórica de la guerra. Momento hubo en que el corazón estuvo a punto de imponernos sus razones: cuando nos indignó la inmolación de Bélgica, cuando nos conmovió la firmeza de Francia.
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1917 - 1919 La cuestión era otra, sin embargo, hasta ese momento. Los ases de la guerra eran las dos naciones imperialistas: Alemania e Ingla terra, apoyadas por los cómplices más ver gonzosos, el Austria de los Habsburgos y la Rusia de los Romanoff. Si Francia no hubiera estado en lucha, ninguna conciencia demo crática habría vacilado un minuto en desear el inmediato exterminio de los cuatro imperios combatientes, sin distinción. Se equivalían, uno a uno: Alemania a Inglaterra, Austria a Rusia. Significación moral de la guerra La opinión pública del mundo entero comenzó a ser corrompida por las potencias imperialistas; no hubo gran ciudad que no sintiera la epidemia del espionaje y la infección de los gacetines mercenarios, al tiempo que Alemania parecía triunfar en tierra e Inglaterra comenzaba a dominar los mares. La guerra, hasta ese momento, carecía de ideales. Era guerra en su sencillez materia lista, guerra entre imperios, guerra entre castas, guerra de comerciantes, guerra para vender y para dominar. De pronto, a principios de 1917, algunos sucesos fundamentales dieron una bandera ideológica a las naciones aliadas y la guerra adquirió un sentido moral. La revolución rusa libró a Francia de la deshonrosa complicidad de una siniestra autocracia; el Presidente Wilson tomó partido en la contienda formulando un loable programa de principios democráticos, dentro de los cuales podía ampararse el régimen socialista de Kerensky; to das las naciones aliadas dieron participación en el gobierno a representantes de las más radicales izquierdas democráticas. Fue un momento decisivo. Incidencias har to notorias plantearon para los sudamerica nos el problema de adherir a la causa aliada o de mantener la neutralidad. Un escritor justamente admirado –cuyo nombre no deseo complicar en esta conferencia– publicó su artículo decisivo: “Neutralidad imposible”.
Sus razones nos parecieron excelentes y no vacilamos en adherir a su actitud, en palabras que no se apartaban de nuestra primitiva convicción: “Enemigos como él del despotismo y del dogmatismo, en todas sus formas, amamos como él la Justicia y la Democracia: las vemos en el nuevo Derecho político y social afirmado por las revoluciones norteamericana y francesa, las vemos en los gobiernos que en las últimas décadas han regido los destinos de la Francia, las vemos representadas en los ministerios de Bélgica e Italia, las vemos realizando la revolución social en Rusia, y las vemos consagradas en la declaración del Presidente de los Estados Unidos. ”Al reiterar, sin reservas, nuestra adhe sión a los ideales de filosofía política y social que en esta hora reivindican las aliados de Francia, reafirmamos nuestra habitual re probación a todas las violencias que tienen por condición el absolutismo de los gobiernos, y por instrumentos la insania militarista y el misticismo supersticioso. No creeríamos total mente estériles los pavorosos horrores de esta guerra –ya que no hay parto sin sangre y sin dolor– si después de ella los pueblos civilizados se vieran libres de todas las instituciones feudales que radican en el Derecho Divino, reiteradamente invocado por los monarcas de los imperios centrales –y se encaminasen hacia una práctica deal de las instituciones cimentadas en la Soberanía Popular, conforme al pensamiento más difundido entre las naciones aliadas”. Principios bien definidos determinaron nuestra simpatía por los aliados; basta refle xionar sobre ellos para comprender que no podíamos mezclarnos en actos públicos rea lizados por personas que demostraban análo gas simpatías, pero las fundaban en principios absolutamente distintos. Ello pudo advertirse con motivo de la me morable revolución que en Rusia puso fin al gobierno despótico de los czares. Desde ese momento hubo dos clases de aliados en el
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mundo. Algunos, que anhelábamos el triunfo de la democracia y de la libertad, celebramos jubilosamente la emancipación de cien millo nes de hombres del más tiránico feudalismo de los tiempos modernos, viendo en ello un primer paso hacia la victoria final de nuestra causa; otros, que sólo anhelaban el triunfo militar de los gobiernos, comenzaron a deni grar a los revolucionarios, no vacilando en calumniarlos como serviles instrumentos del imperialismo alemán. Algunos fanáticos hubo que osaron llamarlos traidores y vendidos… ¿Nada significaba para ellos que la bandera roja flameara en las antiguas residencias de los déspotas?… ¿No comprendían que el pueblo, en uso de su soberanía, acababa de aniquilar a uno de los más conspicuos representantes del derecho divino?… Perdonemos a los necios difamadores, solamente culpables de ignorancia; perdonémoslos, hoy que los sucesos permiten hacer justicia a la revolución, aunque la miserable calumnia sigue envenenando los cables militarizados. Los que hemos seguido con ecuanimidad el proceso revolucionario ruso sentimos desde el primer día consolidarse las creencias adquiridas por el estudio: con el fin de la guerra las naciones civilizadas entrarían al previsto período crítico de la revolución social. La revolución rusa Fuerza es reconocer que el primer gobierno de la Rusia libre se caracterizó por cierta ineptitud revolucionaria. Pretendía seguir recibiendo el apoyo de gobiernos aliados que no tenían su mismo concepto doctrinario de la finalidad del conflicto; el Presidente Wilson, dicho sea en su honor, fue el único que se solidarizó con ellos, afirmando que, más allá de sus fines militares, la guerra debía tener generosas proyecciones democráticas. En Rusia todo era inseguro. El grupo mi litarista, que había engañado al mismo Czar y contribuido a encender la mecha de la guerra, conservaba su libertad de acción y manejaba
millones; su influjo era suficiente para intentar la restauración del régimen caído y buscaba descaradamente la complicidad de los gobiernos aliados para ahogar en su cuna a la democracia naciente. Kerensky empezó a comprometer la revo lución con sus vacilaciones; olvidó que en ciertos momentos críticos todo el que con temporiza sirve a la causa de sus enemigos y no a la propia; temió usar los medios enér gicos que las circunstancias imponían, asumiendo con entereza las responsabilidades de la gran hora histórica. ¿Está derribado el despotismo mientras viven los déspotas y sus parciales conspiran para restaurarlo? No condenamos por ello a Kerensky; fue útil para la revolución en el primer momento, pero habría sido funesta su permanencia en el gobierno. No olvidamos que análogas vacilaciones había mostrado con su dinastía la Revolución francesa; y entonces, como ahora, fue necesario que ella se desligase de sus elementos indecisos, para que el antiguo régimen fuese mortalmente herido en la per sona de sus simbólicos representantes. El vuelco decisivo ocurrió en Rusia a prin cipios de 1918. La fracción radical de los partidos revolucionarios comprendió que era peligroso seguir caminos oblicuos; desalojó del gobierno al partido que ya estorbaba, sa crificó la vana ilusión de combatir contra los ejércitos teutónicos y se contrajo a reorganizar democráticamente los diversos pueblos avasallados por el czarismo. Wilson y Kerensky habían dado a la de mocracia un programa “minimalista”, más parecido a una concesión que a un reclamo. Lenin y Trotsky creyeron que la oportunidad imponía formular sus aspiraciones máximas, lo que hizo dar al movimiento el nombre de “maximalismo”. La actitud que asumieron frente a él los gobiernos beligerantes fue lógica. Los aliados se inclinaron a mirarlo como una lisa y llana defección militar; los germanos, militarmente
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1917 - 1919 beneficiados por el suceso, lo vieron con discutible agrado, sospechando que el espíritu revolucionario podría contagiarse a sus propios pueblos. Desde ese momento, día a día, las agencias telegráficas comenzaron a injuriar la revolución que había destruido el despotismo de los zares y buscaba dificultosamente un nuevo estado de equilibrio, no muy fácil de encontrar en pocos días, después de tan brus ca sacudida. El cable se hinchaba a cada hora con noticias terroríficas que los gobiernos interesados difundían por el mundo, presen tando a los maximalistas como una banda de malvados e insensatos. Se habló del terror. ¿Qué terror? ¿El de los czares, que habían asesinado en las cárceles y en Siberia a millones de ciudadanos que amaban la libertad, o el de los maximalistas, que fusilaron unos cuantos centenares de domésticos que conspiraban para volverlos a la esclavitud? Hemos tenido en nuestras manos periódi cos rusos opositores al movimiento maximalista, pues son esos los únicos que deja cir cular la censura aliada; sólo nos sorprende en ellos la libertad con que lo critican, realmente inexplicable si reinara el terror que mienten los cables. Hay una verdad que es necesario afirmar, porque callarla equivaldría a mentir: comparando la revolución rusa con sus congéneres, ella se caracteriza hasta ahora por la dulzura de sus procedimientos, casi angelicales frente a los de la gloriosa Revolución francesa, cuyos beneficios disfruta mos sin recordar la mucha sangre que costó. No pretendemos sugerir que la crisis maximalista se efectuó con pelucas empolvadas, como una tertulia de cortesanos: sería, indu dablemente, exagerado. Pero, sí, sorprende que sus únicas víctimas, según los diarios rusos que ponen el grito en el cielo, hayan sido una familia de autócratas, diez o veinte obispos, cuatro docenas de jefes militares y varios cientos de burócratas, espías
y cosacos, en cifras apenas apreciables en un imperio de tantos millones de habitantes. Son más víctimas, sin duda, que las de esa incruenta revolución estudiantil que acaba de triunfar en Córdoba; pero convengamos en que no es lo mismo desalojar a una docena de sabios solemnes que demoler una siniestra tiranía secular. (…) Las aspiraciones maximalistas Sin mucho don profético puede preverse que ahora vendrá lo que desde antes de la guerra se miraba como su consecuencia: una transformación profunda de las instituciones en todos los países europeos y en los que vi ven en relación con ellos. Eso, solamente eso, merece el nombre de Revolución Social –con mayúsculas– y no los pasajeros desórdenes y violencias que la acompañarán. El resultado final será un bien para la hu manidad, como el de la precedente Revolu ción francesa; pero muchos de sus episodios serán, sin duda, desagradables en el momen to de ocurrir. Las revoluciones se parecen en esto a ciertas medicinas, al aceite de castor pongamos por caso; en el acto de tomarlo produce disgusto o náuseas, pero después obra bienes muy grandes sobre el organismo, depurándolo de sus residuos inútiles o nocivos. El momento histórico actual es de los que se producen una vez en cada siglo, determi nando una actitud general favorable a toda iniciativa renovadora: el maximalismo es la aspiración a realizar el máximum de reformas posibles dentro de cada sociedad, teniendo en cuenta sus condiciones particulares. No puede concretarse en una fórmula única, siendo una actitud más bien que un programa. ¿No es legítimo pensar que las naciones civilizadas querrán ensayar las innovaciones discutidas desde hace medio siglo? ¿Muchas de ellas no se han ensayado ya en estos años de guerra, sin que nadie piense volver atrás? ¿Qué me
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jor oportunidad para efectuar tan generoso experimento? Lejos de inspirarnos el menor recelo, el maximalismo debe mirarse como un desarrollo integral del minimalismo democrático enunciado por Wilson. Conocemos la objeción de los espíritus tímidos; hace varios meses que la escuchamos. Dicen que el maximalismo se propone sim plemente matar y saquear a todos los que tie nen algo, en beneficio de los que no tienen nada, como ciertos conservadores españoles que todavía llaman a la república la repartidora y a sus partidarios la canalla, sin sospechar que recibirán sus beneficios mucho antes de lo que creen… No caeremos en la paradoja de afirmar que la revolución social a que asistimos tiene por objeto favorecer a los ricos contra los pobres. Creemos, en cambio, que las aspiraciones maximalistas serán muy distintas en cada país, tanto en sus métodos como en sus fines. Nos parece natural, por ejemplo, que se nacionalicen los inmensos latifundios de Rusia, pero creemos que ese problema no se planteará en Suiza o en Bélgica, donde la propiedad agraria está muy subdividida en manos de los mismos que la trabajan. Concebimos la nacionalización de las industrias que emplean millares de obreros, pero no la de pequeñas industrias individuales o domésticas. Nos explicamos la libertad de las Iglesias dentro de los Estados cuando por su organización ellas no constituyan un peligro social, pero creemos probable en otros casos la nacionalización de todas las Iglesias y su contralor uniforme por el Estado. Encontramos posible que en pueblos muy civilizados los municipios sean la célula fundamental de federaciones libres, pero en villorrios atrasados y rutinarios el cambio de régimen sólo podrá ser establecido bajo el legítimo influjo de los más adelantados y progresistas. Esos ejemplos, harto fáciles de compren der, nos permiten fijar este concepto general: las aspiraciones maximalistas serán necesaria mente distintas en cada país, en cada región, en cada municipio, adaptándose a su ambiente físico, a sus fuentes de produc-
ción, a su nivel de cultura y aun a la particular psicología de sus habitantes. No habrá un maximalismo uniforme y uni versal, sino tantos programas maximalistas cuantos son los núcleos sociológicos que reciban el benéfico influjo de la presente revolución social. Expansión en América ¿Qué interés tienen estas reflexiones para los habitantes de América? Si aquí no ha habido guerra –se dirá–, no hay razón para desear o temer que nos alcance la revolución social que es su consecuencia. Quien tal dice ignora la historia, carece de conciencia histórica, olvida que todos los movimientos políticos y sociales europeos han repercutido en América, en proporción exacta de ese grado de europeización que suele llamarse civilización. Es indudable que los indios residentes entre los Andes y las fuentes del Amazonas no sentirán los resultados de la guerra; probablemente ignoran que ha existido una guerra europea, en el supuesto improbable de que conozcan la existencia de Europa. Pero en todos los países que han nacido de colonizaciones europeas, desde Alaska hasta el estrecho magallánico, lo que en Europa suceda tendrá un eco, tanto más grande cuan to mayor sea su nivel de civilización. Nuestro destino, ineludible, como decía Sarmiento, es “nivelarnos con Europa”; y la experiencia del último siglo demuestra que allá no ha aparecido un invento mecánico, una ley política, una doctrina filosófica, sin que haya tenido aplicación o resonancia en este continente. Mientras en Europa se desenvuelve la actual revolución social ya iniciada, aquí participaremos de sus inquietudes primero y de sus beneficios después. Inquietudes mientras se subviertan las instituciones existentes para probar otras nuevas; beneficios cuando por simple selección natural se arraiguen las útiles y desaparezcan las nocivas. La experiencia social no pide consejo a los conservadores espantadizos ni pres-
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1917 - 1919 ta oído a los optimistas ilusos; en cada lugar y tiempo se realiza todo lo necesario y fracasa todo lo imposible. ¿No sería absurdo cortar las alas, anticipadamente, a los idealistas que pidan lo más? ¿Si sólo consiguieran lo menos, no sería en bien de todos los que anhelan un aumento de Justicia en la humanidad? Los resultados benéficos de esta gran crisis histórica dependerán en cada pueblo, de la intensidad con que se definan en su concien cia colectiva las aspiraciones maximalistas. Y esa conciencia sólo puede formarse en una parte de la sociedad, en los jóvenes, en los innovadores, en los oprimidos, pues son ellos la minoría pensante y actuante de toda sociedad, los únicos capaces de comprender y amar el porvenir. ¿Exagerarán sus ideales o sus aspiraciones? Seguramente; ¿no es in dispensable que las exageren para compensar el peso muerto que representan los viejos, los rutinarios y los satisfechos? ¿Cómo vendrá? Algunos curiosos desearán, sin duda, saber de qué manera se desenvolverá esta revolu ción social en que todos somos actores o tes tigos. La respuesta, naturalmente hipotética, obliga a precisar el término básico de la pregunta. Una revolución social es un largo proceso histórico, compuesto de preparativos, resistencias, crisis, reacciones, después de las cuales se llega a un estado de equilibrio distinto del precedente. La revolución a que asistimos ha comenza do hace muchos años; la guerra la ha hecho entrar en el período crítico; seguirán muchos impulsos y restauraciones; de todo ello, dentro de uno o veinte años, según los países, resultará un nuevo régimen democrático que oscilará entre los ideales minimalistas enunciados por Wilson y los ideales maximalistas formulados por los revolucionarios rusos. Si los hombres fueran ilustrados y razona bles, sería muy bonito que se pusieran de acuerdo para navegar juntos en favor de la
corriente, con buena voluntad y corazón optimista, decididos a ir tan lejos como se pueda, en bien de todos. Esa hipótesis, con ser agradable, nos parece la más absurda. No lo es tanto pensar que algunos gobier nos inteligentes, entre los muchos que se tur narán con frecuencia en cada país, podrán dar saludables golpes de timón y poner la proa hacia el puerto feliz de las aspiraciones legítimas, pensando más en construir el por venir que en defender el pasado. Donde eso no ocurra, la transformación se hará irregularmente, por conmociones como producto de choques, con violencias inevita bles y represiones crueles; los excesos de los revolucionarios y de los restauradores deter minarán una resultante final, que realizará, aproximadamente, el máximum posible de las aspiraciones que tenga cada pueblo al comenzar la fase crítica de su cielo revolucionario. ¿Qué hacer, pues, frente a las aspiraciones maximalistas? Depende. Los que tengan an helo de más Justicia, para ellos o para sus hijos, pueden saludarlas con simpatía; los que no crean que pueden beneficiarles, deben recibirlas sin miedo. Eso es lo esencial: ser optimistas y no temer lo inevitable. Cuando llegue, en la medida que deba llegar, sólo causará daños graves a los que pretendan torcer el curso de la historia y a los espantadizos; la rutina hará víctimas, porque es causa de miedo, y el miedo ha engendrado los mayores males de que tiene memoria la humanidad. El desarrollo de esta revolución no incomo dará a quienes la esperen como la cosa más natural, anticipándose a ella, preparándola, como expertos navegantes que ajustan las velas al ritmo del viento, recordando las pala bras de Máximo Gorki: “Sólo son hombres los que se atreven a mirar de frente el Sol”. Noviembre de 1918 Fuente: José Ingenieros, Significación histórica del maximalismo, Montevideo, Claudio García Editor, 1918, pp. 5-29.
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LA REVOLUCIÓN SOCIAL QUE NOS AMENAZA
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oviembre 24. Hoy ha hecho pública el obispo monseñor Bustos la carta que, acerca de “La revolución social que nos amenaza”, dirige al pueblo de Córdoba. Sus párrafos son motivo de comentarios vivamente encontrados. Entre los más notables destácanse los pasajes siguientes, que van, como puede verse, dirigidos contra el maximalismo. En especial, hablando de los elementos “disolventes” dice:
Tonificados por los diversos núcleos de anarquismo, nihilismo, liberalismo, logias masónicas y socialismo, con quienes están en convivencia y abundan en el país, se agrupará con una sola palabra y continuarán la tarea agresora, para ir contra la causa católica. El maximalismo europeo transportará sus huestes o las formará de todos estos elementos del país y las incorporará al movimiento, poniendo en juego ejecutivo del mismo plan y abriendo nuevas escuelas de este género, multiplicará los apóstoles y los libros que difundan las enseñanzas mejor ensayadas del arte de insubordinar y rebelar las masas contra el trono y el altar, los cuales una vez abatidos, echarán por tierra la civilización cristiana, cediendo su puesto a la anarquía imperante. En tales condiciones, la autoridad ha perdido el estribo más firme que la sustenta con su origen divino, el respeto, no la reverencia. Habiendo desaparecido de la conciencia del pueblo la justicia y el derecho, dejan desamparada a la propiedad individual, el derecho natural, deja de comunicar base firme ligada al derecho positivo de la legislación. La libertad, la igualdad y la fraternidad
Pastoral contra el maximalismo emitida por el obispo de Córdoba, monseñor Zenón Bustos y Ferreyra, en noviembre de 1918.
empiezan a ser nombres vanos, desprovistos de verdad, como la larva de la crisálida que ha volado; aquella máxima tan luminosa del Evangelio que hace comprender hasta al más simple de los hombres, lo que estos deben dar y esperar de los demás (…): “Haced a los otros lo que quisierais que los otros hicieran con vosotros mismos”, que tan inmensamente ha alumbrado la marcha de los estados cristianos que la cultivaron, también habrá desaparecido. Dice luego: No llegó a hollar el territorio germánico la planta de un solo soldado extranjero pero el imperio cae y se derrumba por la fuerza venenosa del maximalismo que traía prósperas en sus entrañas, sin que sus trenes artillados con que destruyó fortalezas y ciudades, pudieran servirle de defensa. Los ensayos rusos del maximalismo permiten descubrir que le guía el propósito dominante de destronar las testas coronadas que aún quedan, que las repúblicas sean gobernadas por el consejo de los bajos fondos del proletariado y reemplazar por el comunismo la propiedad privada. Tiene labor con qué perturbar el sueño de todos los soberanos. Después de otros largos considerandos parecidos, dirígese a los fieles en estos términos: Entrad, por lo tanto, desde luego a prevenir las medidas salvadoras del soberano bien de vuestra fe religiosa, aumentando en vuestra práctica los recursos al divino crucificado,
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1917 - 1919 con la oración, la comunión, la asistencia al santo sacrificio de la misa, la mortificación, el ayuno y otras privaciones en este tiempo de advenimiento. Entrando por la moderación de los trajes, reduciendo la frecuencia a las representaciones del teatro y del cinematógrafo, renunciando en absoluto a las inmoralida-
des, preparados con estas medidas, preparáis también la conjuración de los males. Ellos son arma y victoria.
Fuente: “La revolución social que nos amenaza”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de enero de 1918.
Museo Nacional de Bellas Artes
Alrededor de 1920 surgen Los Artistas del Pueblo, pequeño grupo formado por José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer, Agustín Riganelli y Abraham Vigo. Es uno de los primeros grupos artísticos simpatizantes de la revolución rusa.
Mala sed, Adolfo Bellocq, de la serie Los Proverbios, s/d, Aguafuerte 68 x 49,5 cm.
Tribuna proletaria, Abraham Vigo, de la serie Luchas proletarias, 1937, Aguafuerte, 42,5 x 32,5 cm.
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Manifiesto Liminar, 1918 Se conoce por Reforma Universitaria de 1918 al movimiento estudiantil que se inicia en junio de ese año en la Universidad Nacional de Córdoba, liderado por Deodoro Roca y otros dirigentes estudiantiles, y que se extiende luego a las demás universidades del país y de América Latina. La Reforma Universitaria da origen a una amplia tendencia del activismo estudiantil, integrada por agrupaciones de diversas vertientes ideológicas, que se definen como reformistas. Entre sus principios se encuentran la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición.
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América:
Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918 Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo xx nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria. Nuestro régimen universitario –aun el más reciente– es anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919 y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios, no sólo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de Ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla. Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas, nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son –y dolorosas– de todo el continente. Que en nuestro país una ley –se dice–, la de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está exigiendo. La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien. La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos. Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de elección rectoral, aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer
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al país y América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales. El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, en el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros –los más–, en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!) Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra, los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical. La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la Ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral la declaración de la huelga indefinida. En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad. La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docenMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919 te, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de “hoy para ti, mañana para mí” corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. Fue entonces cuando la oscura Universidad Mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes. Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios. No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, o al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: “Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes”. Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión. La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa. La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia. 21 de junio de 1918 Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente. Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Ángel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garzón Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999.
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PRIMER CONGRESO NACIONAL UNIVERSITARIO
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eñores Congresales: Reivindico el honor de ser camarada vuestro. (…) Pertenecemos a esta misma generación que podríamos llamar “la de 1914”, y cuya pavorosa responsabilidad alumbra el incendio de Europa. La anterior se adoctrinó en el ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la codicia miope, en la superficialidad cargada de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el desdén por la obra desinteresada, en las direcciones del agropecuarismo cerrado o de la burocracia apacible y mediocrizante. (…) Entonces, se alzaron altas las voces. Recuerdo la de Rojas: lamentación formidable, grave reclamo para dar contenido americano y para infundirle carácter, espíritu, fuerza interior y propia al alma nacional; para darnos conciencia orgánica de pueblo. El centenario del año 10 vino a proporcionarle razón. Aquella no fue la alegría de un pueblo sano bajo el sol de su fiesta. Fue un tumulto babélico; una cosa triste, violenta, oscura. El Estado, rastacuero, fue quien nos dio la fiesta. Es que existía una verdadera solución de continuidad entre aquella democracia romántica y esta plutocracia extremadamente sórdida. Nuestro crecimiento no era el resultado de una expansión orgánica de las fuerzas, sino la consecuencia de un simple agregado molecular, no desarrollo, y sí yuxtaposición. Habíamos perdido la conciencia de la personalidad. (…) Dos cosas –en América y, por consiguiente, entre nosotros– faltaban: hombres y hombres
Discurso del dirigente estudiantil Deodoro Roca en la sesión de clausura del Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, en Córdoba, el 31 de julio de 1918.
americanos. Durante el coloniaje fuimos materia de explotación; se vivía sólo para dar a la riqueza ajena el mayor rendimiento. En nombre de ese objetivo se sacrificó la vida autóctona, con razas y civilizaciones; lo que no se destruyó en nombre del Trono se aniquiló en nombre de la Cruz. Las hazañosas empresas de ambas instituciones –la civil y la religiosa– fueron coherentes. Después, con escasas diferencias, hemos seguido siendo lo mismo: materia de explotación. Se vive sin otro ideal, se está siempre de paso y quien se queda lo admite con mansa resignación. Es esta la posición tensa de la casi totalidad del extranjero y esa tensión se propaga por contagio imitativo a los mismos hijos del país. De consiguiente, erramos por nuestras cosas, sin la libertad y sin el desinterés y sin “el amor de amar” que nos permita comprenderlas. Andamos entonces, por la tierra de América, sin vivir en ella. Las nuevas generaciones empiezan a vivir en América, a preocuparse por nuestros problemas, a interesarse por el conocimiento menudo de todas las fuerzas que nos agitan y nos limitan, a renegar de literaturas exóticas, a medir su propio dolor, a suprimir los obstáculos que se oponen a la expansión de la vida en esta tierra, a poner alegría en la casa, con la salud y con la gloria de su propio corazón. Esto no significa, por cierto, que nos cerremos a la sugestión de la cultura que nos viene de otros continentes. Significa sólo que debemos abrirnos a la comprensión de lo nuestro. Señores: la tarea de una verdadera democracia no consiste en crear el mito del pueblo
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1917 - 1919 como expresión tumultuaria y omnipotente. La existencia de la plebe y en general la de toda la masa amorfa de ciudadanos está indicando, desde luego, que no hay democracia. Se suprime la plebe tallándola en hombres. A eso va la democracia. Hasta ahora –dice Gasset– la democracia aseguró la igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igual. Ahora se siente la misma urgencia en legislar, en legitimar lo que hay de desigual entre los hombres. ¡Crear hombres y hombres americanos es la más recia imposición de esta hora! (…) Por vuestros pensamientos pasa, silencioso casi, el porvenir de la civilización del país. Nada menos que eso, está en vuestras manos, amigos míos. En primer término, el soplo democrático bien entendido. Por todas las cláusulas circula su fuerza. En segundo lugar, la necesidad de ponerse en contacto con el dolor y la ignorancia del pueblo, ya sea abriéndole las puertas de la Universidad o desbordándola sobre él. Así, al espíritu de la nación lo hará el espíritu de la Universidad. Al espíritu del estudiante, lo hará la práctica de la investigación, en el ejercicio de la libertad, se levantará en el “stadium”, en “el auditorium”, en las “fraternidades” de la futura república universitaria. En la nueva organización democrática no cabrán los mediocres con su magisterio irrisorio. No se les concibe. En los gimnasios de la antigua Grecia, Platón pasaba dialogando con Sócrates. Naturalmente, la universidad con que soñamos no podrá estar en las ciudades. Sin embargo, acaso todas las ciudades del futuro sean universitarias; en tal sentido las aspiraciones regionales han hallado una justa sanción. Educados en el espectáculo fecundo de la solidaridad en la ciencia y en la vida; en los juegos olímpicos, en la alegría sana; en el amor a las bellas ideas; en el ejercicio que aconsejaba James: ser sistemáticamen-
te heroicos en las pequeñas cosas no necesarias de todos los días; y por sobre todo, en el afán –sin emulación egoísta– de sobrepasarse a sí mismos, insaciables de saber, inquietos de ser, en medio de la cordialidad de los hombres. Señores Congresales: No nos desalentemos. Vienen –estoy seguro– días de porfiados obstáculos. Nuestros males, por otra parte, se han derivado siempre de nuestro modo poco vigoroso de afrontar la vida. Ni siquiera hemos aprendido a ser pacientes, ya que sabemos que la paciencia sonríe a la tristeza y que “la misma esperanza deja de ser felicidad cuando la impaciencia la acompaña”. No importa que nada se consiga en lo exterior si por dentro hemos conseguido mejorarnos. Si la jornada se hace áspera no faltarán sueños que alimentar; recordemos para el alivio del camino las mejores canciones, y pensemos otra vez en Ruskin para decir: ningún sendero que lleva a ciencia buena está enteramente bordeado de lirios y césped; siempre hay que ganar rudas pendientes.
Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999.
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ALEJANDRO KORN, PRIMER DECANO ELECTO CON EL VOTO ESTUDIANTIL
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omporta el puesto que me discierne el voto de los profesores y alumnos una alta distinción, y al aceptarla no puedo menos de exteriorizar mi gratitud, que, por igual, se extiende a quienes con espontáneo y juvenil impulso primero pronunciaron mi nombre, como a aquellos que renunciaron a justos reparos para prestigiarle con su alta autoridad. Y es para mí, doctor García, excepcional satisfacción escuchar la bienvenida de labios de personalidad tan autorizada, cuya palabra, siempre mesurada y gentil, sabe entretejer a sus intencionados giros la cálida expresión del afecto y de la sinceridad. No he de ocultar, sin embargo, que en este instante, a pesar de este ambiente placentero, más que la sensación del halago, prevalece en mi ánimo la sensación de la responsabilidad que asumo, la duda propia del hombre nuevo llamado a continuar la obra de tan dignos antecesores. Porque si bien sin fingido apocamiento, también sin alarde contemplo los deberes que impone esta remoción inesperada de las autoridades universitarias, las causas múltiples y complejas que interrumpieron la marcha normal y los problemas que diseña el porvenir. Por un feliz concurso de circunstan cias, la prudencia, señor Interventor, la acción concorde de profesores y alumnos ha clausurado con rapidez este episodio, no sin dar un ejemplo de unión y de cordura. Me conforta este espíritu de circunspecta sensatez; él justifica la intervención de los estudiantes en
Discurso de asunción del primer decano reformista de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires.
el gobierno de las casas y aleja todo recelo sobre la eficacia de la avanzada reforma que ensayamos. Su primer fruto es un Consejo Directivo habilitado para satisfacer todas las aspiraciones legítimas. Ha sido un acto de la más elemental justicia haber mantenido la probada colaboración de los hombres, que, previsores, fundaron esta casa en tiempos nada propicios, la dirigieron con amplitud de criterio y con perseverancia abnegada superaron las dificultades de la naciente y poco arraigada institución. No sin complacencia volvemos una mirada retrospectiva sobre el desarrollo de esta Facultad; su importancia y su misión fue negada en los comienzos, pero lentamente se poblaron sus aulas, se cumplió el cuadro de su enseñanza, se convirtió en centro destinado a la difusión de las ideas y ya estos muros son estrechos para albergar junto a las aulas las colecciones etnológicas del museo, la creciente riqueza de su biblioteca, nuestra valiente sección histórica y la geográfica encaminada a idéntico desarrollo, creaciones todas que honran a sus iniciadores. En buena hora se incorporan al Consejo fuerzas nuevas, exponentes representativos de nuestra vida intelectual, cuyo renombre ha salvado los lindes patrios; vienen ellos a su propio hogar, era su ausencia la que extra ñábamos, no nos sorprende su llegada. Luego, compañeros hoy, quienes ayer nomás
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1917 - 1919 frecuentaban nuestras clases, arrojarán a la controversia académica la voz de nuestra juventud, el eco de sus anhelos, el reflejo de sus impaciencias, la gallarda entereza de sus desplantes. Y por primera vez en nuestro grave cónclave pondrá su nota amable la mujer; viene a ocupar en la casa de Rivadavia el bien ganado sitio y bien la representa la distinguida graduada que honra nuestra Facultad. Así llegaremos de los rumbos más opuestos de la vida a sentarnos en torno de la mesa del Consejo, distintos en años, en experiencia y saber, separados por hondas divergencias, pero mancomunados en el culto de los más altos intereses humanos, con igual libertad de espíritu, dispuestos a hacer de esta casa el centro, el foco de un intenso movimiento intelectual, a conquistarle la preeminencia en el organismo universitario, a extender su influencia sobre las más altas inspiraciones de la vida nacional. La abriremos al aire y a la luz, a todos cuantos representan talento y ciencia, a cuantos invistan autoridad moral, y tan sólo la mediocridad quedará proscripta de nuestra cátedra. No debemos considerar estos movimientos que han venido a perturbar el tranquilo ambiente universitario como hechos aislados o fortuitos. Después de lenta gestación, se han insinuado en su punto, han estallado en otros y han repercutido en todos, hasta imponerse con la implacable coerción de las fuerzas que surgen en su hora histórica. Debemos vincularlos, no a causas ocasionales o transitorias, sino a la razón fundamental que las informa. No debemos apreciarlos, según sus rasgos humanos, tal vez excesivamente humanos, sino según la finalidad que los rige. Son en realidad, la expresión aún inorgánica, vaga, quizá desorientada, de la honda inquietud que estremece el alma de las generaciones nuevas. Algún estrépito había de ocasionar el crujir de los viejos moldes. No son estos movimientos sino un incidente dentro de otros más amplios, que, a su
vez, reflejan grandes corrientes universales, pues nosotros somos una parte solidaria de la humanidad. Dondequiera que escrutemos al campo de la actividad mental, hallamos sus huellas, en la producción literaria, en la obra artística, en el anhelo de nuevas soluciones para los viejos problemas del pensamiento y de la organización social. No es fácil para un contemporáneo señalar la quietud, pero si intentamos contemplar el momento actual y su proyección histórica, tal vez logremos entrever la solución. Hay en la evolución de las ideas un movimiento rítmico, en virtud del cual toda época nueva ofrece un carácter opuesto a la que precede. ¿Y cuál, preguntemos, fue el carácter saliente de la última, que hoy se desvanece en el pasado? Ningún extraño lo anunció en sus albores; fue un pensador genuinamente nacional el que nos dio la clave de los, para él, tiempos venideros, al revelar el carácter económico de los problemas sociales y políticos. La doctrina de Alberdi la hemos vivido hasta agotarla, hasta exagerar y pervertir, hasta subordinar toda actividad a un interés económico. E hicimos bien; esa fue la ley del siglo y realizóse la obra nacional más urgente. Mas el proceso histórico no se interrumpe, todo principio extremado engendra su contrario, un nuevo ritmo sobreviene, su significado es otro: hay valores superiores a los económicos. No los ignorábamos, ese era el secreto de esta casa, en la cual no hay una sola cátedra donde se enseñe el arte de hacer dinero. Por fin, nuestra hora llega. Nos inclinamos, pero para despedirnos de la gran época de los procesos económicos y técnicos; qué grande fue, con una grandeza comparable sólo a la grandeza de la catástrofe en que se hunde. No negamos, cómo habríamos de negar, la necesidad del desarrollo económico, pero lo aceptamos solamente como un medio, como el limo fecundo donde ha de germinar una alta cultura, a la vez humana y nacional.
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Y el nuevo orden surge con anhelos de justicia, de belleza y de paz; con ideales éticos, estéticos y sociales. Allá se realizarán en su medida; nosotros habitamos los dominios de la teoría, muy conscientes, empero, de que ella forja las armas decisivas, de que los conceptos abstractos más sutiles se concretan como piedras para lapidar la estolidez reacia. Con su trabazón lógica, casi escolástica, ha poco aún se imponía aquel sistema que, apoyado en las ciencias naturales, hacía del hombre una entidad pasiva, modelado por fuerzas ajenas a su albedrío, irresponsable hasta de sus propios actos, aprisionado sin remedio en el nexo causal de la herencia y del ambiente; la libertad era una hipótesis, el bien, el éxito, la razón de la existencia oscura e insondable. Para sus dudas y sus ansias quedábale al hombre o la resignación estoica o el consuelo falaz de la superstición, pues como la naturaleza, que entiende interpretar, esta doctrina es amoral y sin finalidad. Y he aquí que vuelven ahora a postularse ideales, queremos ser dueños de nuestros destinos, superar el determinismo mecánico de las leyes físicas, el automatismo inconsciente de los instintos, conquistar nuestra libertad moral y encaminar el gran proceso en su ascensión sin fin hacia los eternos arquetipos. El hombre reclama los fueros de su personalidad, la capacidad de la acción espontánea, como si volviera a animarle aquel nus poiétikon, la razón activa y creadora, que el viejo Aristóteles juzgaba el timbre más alto de la especie humana. No quiero amenguar con una consideración escéptica el gran esfuerzo de ambas posiciones, ni quiero fallar en la contienda; mis alumnos saben que jamás desde la cátedra he dogmatizado y con igual fervor les he expuesto a Platón y a Lucrecio Caro. Pero el gran debate está trabado, formidable, en todos los espíritus; no cabe simular la indiferencia y, fuera de duda, puede afirmarse que la necesidad de una solución ética se impone a unos y a otros. Como en los tiempos remotos en que el
discípulo de Sócrates pensaba las utopías de su república, el ideal se resume en la misma palabra: Justicia, que para Platón era la síntesis de la tríada ética. Justicia queremos como norma de nuestra conducta: justicia social, justicia entre las gentes de distinta estirpe. Llegue alguna vez el día sereno en que no la confundamos con el grito desaforado de nuestras pasiones ni con el reclamo mezquino de nuestros intereses. Como en cada mónada, según Leibniz, se refleja a su modo el universo íntegro, así también en los acontecimientos aislados se reflejan las ideas directrices de la época. Conocerlas es poseer la razón de los hechos; no es lo mismo contemplar las cosas desde la cumbre o con el ojo desorbitado del batracio, detenido ante el plinto de una columna cuyo erguido fuste no sospecha. No sería suficiente por eso ahondar nuestro criterio filosófico e histórico, ni contemplar las ciencias con la educación de nuestra sensibilidad estética, si no nos dispusiéramos al mismo tiempo a encuadrar la vida dentro de la integridad moral de nuestro carácter. Toca, por cierto, a la Universidad no descuidar esta faz de su misión, y la acaba de tener presente al suprimir –por fin– la tradicional tutela de las trabas reglamentarias con las cuales pretendía mecanizar la vida del estudiante. No desconozcamos su alcance. Esta innovación emancipadora no es un alivio para nadie; ella dignifica la vida universitaria, pues despertará en profesores y alumnos la conciencia de su responsabilidad. La falta de coacción externa obliga a suplirla con la disciplina espontánea. Esta reforma por fuerza ha de intensificar la seriedad de las pruebas finales y desde luego impondrá al estudiante mayor contracción y sobre todo el autodominio de su voluntad. La libertad es un bien para los fuertes, para muchos será un escollo. Pero esto no es un mal; conviene que la selección se verifique, que si la ineptitud está de más en la cátedra, tampoco hace falta en las bancas.
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1917 - 1919 terminar los cursos, tratemos de aprovecharlos. La meta que perseguimos no se alcanza con improvisaciones ni con impulsos irregu lares; ella exige el cumplimiento metódico de la tarea del día, la concentración del espíritu sobre los deberes inmediatos. Y antes de separarnos levantemos la mente al ideal más alto que cada uno de nosotros, con nombre diverso, venera en el fondo de su conciencia, y hermanados en el afecto a esta causa, en el propósito de honrarla, formu lemos un voto por el éxito de la Reforma Universitaria, por la gestión acertada del Consejo Directivo, y también por la del más modesto de todos, la del nuevo Decano.
Fuente: La reforma universitaria (1918-1930), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 131-134.
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La misma coparticipación de los alumnos en la designación de las autoridades universitarias es un hecho que impone los deberes correlativos. Es menester ejercerlo con ecuanimidad, convencidos que la evolución lenta de las ideas y de los hombres no puede precipitarse más allá de cierto límite. Y permítanme los alumnos que con la autoridad que ellos mismos me han dado, les haga una advertencia: tras de las nuevas ordenanzas ha aparecido, como por generación espontánea, el tipo de docente empeñado en captarse la benevolencia del estudiante con la frase lisonjera que explota sus flaquezas. Ese es el enemigo. No ha de mediar displicencia entre el profesor y los alumnos; bien poco vale el saber sin la bondad, pero el maestro ha de ser severo, que no educa a niños sino a hombres. Y ahora, señores, con doble ahínco, retornemos al trabajo; pocos días nos quedan de
Reforma Universitaria de 1918. Toma de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
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La revista Martín Fierro, eje de reunión del grupo de Florida, un agrupamiento informal de artistas de vanguardia de la Argentina durante las décadas de 1920 y 1930, se funda en febrero de 1924. Oliverio Girondo, uno de sus integrantes, escribe el “Manifiesto”, publicado en el cuarto número de la revista, el día 15 de mayo de 1924.
Manifiesto de Martín Fierro Frente a la impermeabilidad hipopotámica del “honorable público”. Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto toca. Frente al recetario que inspira las elucubraciones de nuestros más “bellos” espíritus y a la afición al anacronismo y al mimetismo que demuestran. Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos. Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas. Y sobre todo, frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo ímpetu de la juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado: Martín Fierro siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nueva sensibilidad y de una nueva comprensión, que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión. Martín Fierro acepta las consecuencias y las responsabilidades de localizarse, porque sabe que de ello depende su salud. Instruido de sus antecedentes, de su anatomía, del meridiano en que camina: consulta el barómetro, el calendario, antes de salir a la calle a vivirla con sus nervios y con su mentalidad de hoy. Martín fierro sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo. Martín Fierro se encuentra, por eso, más a gusto, en un transatlántico moderno que en un palacio renacentista, y sostiene que un buen Hispano-Suiza es una obra de arte muchísimo más perfecta que una silla de manos de la época de Luis XV.
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1917 - 1919 Martín Fierro ve una posibilidad arquitectónica en un baúl “Innovation”, una lección de síntesis en un “marconigrama”, una organización mental en una “rotativa”, sin que esto le impida poseer –como las mejores familias– un álbum de retratos, que hojea, de vez en cuando, para descubrirse al través de un antepasado… o reírse de su cuello y de su corbata. Martín Fierro cree en la importancia del aporte intelectual de América, previo tijeretazo a todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás manifestaciones intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el idioma, por Rubén Darío, no significa, empero, finjamos desconocer que todas las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco, de unas toallas de Francia y de un jabón inglés. Martín Fierro tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros modales, en nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación. Martín Fierro artista se refriega los ojos a cada instante para arrancar las telarañas que tejen de continuo: el hábito y la costumbre. ¡Entregar a cada nuevo amor una nueva virginidad, y que los excesos de cada día sean distintos a los excesos de ayer y de mañana! ¡Esta es para él la verdadera santidad del creador!… ¡Hay pocos santos! Martín Fierro crítico sabe que una locomotora no es comparable a una manzana y el hecho de que todo el mundo compare una locomotora a una manzana y algunos opten por la locomotora, otros por la manzana, rectifica para él, la sospecha de que hay muchos más negros de lo que se cree. Negro el que exclama ¡colosal! y cree haberlo dicho todo. Negro el que necesita encandilarse con lo coruscante y no está satisfecho si no lo encandila lo coruscante. Negro el que tiene las manos achatadas como platillos de balanza y lo sopesa todo y todo lo juzga por el peso. ¡Hay tantos negros!… Martín Fierro sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente negros o blancos y no pretenden en lo más mínimo cambiar de color. ¿Simpatiza Ud. con Martín Fierro? ¡Colabore Ud. en Martín Fierro! ¡Suscríbase Ud. a Martín Fierro!
Fuente: Revista Martín Fierro, Buenos Aires, 15 de mayo de 1924, pp. 1-2.
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Manifiesto de la FORA sobre la Semana Trágica En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La huelga pronto se convierte en un conflicto sindical generalizado que termina con 700 muertos y cerca de 4.000 heridos, y pasa a la historia con el nombre de Semana Trágica.
10 de enero de 1919 Consejo Federal de la FORA del 5º Congreso Reunido este Consejo con representantes de todas las sociedades federadas y autónomas resuelve: Proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer. Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales. Conseguir la libertad de Radowitzky y Barrera, que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitzky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior. Desmiente categóricamente las afirmaciones hechas por la titulada FORA del 9° Congreso, que hasta el miércoles a la noche, sólo “protestó moralmente”, sin ordenar ningún paro. La única que lo hizo fue esta Federación. En consecuencia, la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llamamiento a la acción. ¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria! El Consejo Federal
Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.
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EL PUEBLO ESTÁ PARA LA REVOLUCIÓN
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Crónica del periódico La Protesta sobre la huelga y posterior represión a trabajadores durante la Semana Trágica, 9 de enero de 1919.
l pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y barrios suburbanos. Ni un solo proletario traicionó la causa de sus hermanos de dolor. Entre los diversos incidentes desarrollados en la tarde de ayer, citamos los que siguen: El auto del jefe de policía fue incendiado en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres Vasena fueron incendiados por la muchedumbre. En la manifestación a la Chacarita, fue desarmado un oficial de policía. En San Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una armería. En Prudan y Cochabamba se levantó una barricada con carros y tranvías dados vuelta, ayudando a los obreros 15 marinos. En Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra armería. Las estaciones del Anglo, Caridad, Central y Jorge Newbery paralizaron por completo. En Córdoba y Salguero los huelguistas dieron vuelta a un tranvía, a otro en Boedo e Independencia y en Rioja y Belgrano a otro. Hay otra infinidad de tranvías abandonados en medio de las calles, y las calles en los barrios de Rioja y San Juan se atestaron de gente del pueblo. 200.000 obreros y obreras acompañaron el cortejo fúnebre con demostraciones hostiles al gobierno y a la policía. Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una de ellas a un oficial de policía herido. En la calle Corrientes, entre Yatay y Lambaré, a las 4 de la tarde, quemaron completamente dos coches de la compañía Lacroze. Se arrojaron los cables al suelo. Aquí también un soldado
colaboró con el pueblo, después de tirar la chaquetilla. En la esquina de Corrientes y Río de Janeiro se cambiaron varios tiros entre los bomberos y el pueblo, logrando ponerlos en fuga, refugiándose en las estaciones Lacroze, Corrientes y Medrano. Por la calle Rivadavia el pueblo marcha armado con revólveres, escopetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja fue volcada una chata cargada de mercadería y repartida esta entre el pueblo. En las calles San Juan y 24 de Noviembre, un grupo de obreros atajó e incendió el automóvil del comisario de la sección 20ª. Todas las puertas del comercio están cerradas. Los ánimos se encuentran excitadísimos. En Rioja y Cochabamba un oficial de policía, en un tumulto, recibió una puñalada bastante grave. Estalló un petardo en el subterráneo en la estación Once, quedando el tráfico interrumpido completamente. Un automóvil de bomberos fue incendiado en la calle San Juan. Los bomberos entregaron las armas a los obreros sin ninguna resistencia. La policía tira con balas dum-dum, Buenos Aires se ha convertido en un campo de batalla. Sigue el cortejo fúnebre rumbo a la Chacarita. Los incidentes se repiten con harta frecuencia.
Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.
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Comienzo del incendio en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos. AGN
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El 9 de enero, miles de manifestantes marchan de la calle Corrientes al Cementerio de la Chacarita para enterrar a los obreros muertos por la represión.
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