Manifiestos 1890 1956 parte2

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1921 - 1924 La política económica del primer gobierno de Hipólito Yrigoyen estuvo signada por las consecuencias globales de la Primera Guerra Mundial. Si las naciones en guerra demandaban algunos productos baratos –como alimentos–, cuyas exportaciones crecieron sensiblemente durante el período 1914-1920, las importaciones de manufacturas industriales mermaron en forma considerable. En este contexto, el gobierno radical impulsa algunas leyes con un sesgo favorable a la clase obrera, como la ley de organización gremial, el descanso dominical y el salario mínimo, entre otras. Sin embargo, el agravamiento de la situación a partir de la posguerra, que causa un deterioro en grandes sectores de la actividad económica, sumado al crecimiento significativo que experimentan los gremios en esos años, motiva numerosas huelgas a lo largo y ancho del país. Esta situación tiene como contraparte una marcada resistencia entre los dueños de las estancias, grandes talleres, ingenios y fábricas, que ven a la organización sindical más como una cuestión policial que como tensiones de intereses y derechos. No pocos de los litigios sociales del período tenderán a resolverse bajo esta última lógica, en especial a partir de la intervención creciente de las “fuerzas de seguridad” del Estado, y de la tristemente célebre Liga Patriótica Argentina, asociación de ultraderecha que se conforma como fuerza de choque contra las organizaciones obreras. Las represiones policiales y militares en el Chaco santafesino contra las huelgas de trabajadores de la fábrica inglesa La Forestal, contra la Sociedad Obrera de Río Gallegos en la Patagonia entre 1919 y 1921, como así también la matanza de 200 indígenas de las etnias qom y mocoví a manos de la policía chaqueña y grupos de estancieros de 1924 son ejemplos demasiado elocuentes de cuál es el saldo que arroja esta forma de comprensión e intervención en la conflictividad social propia de la época.


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La masacre de La Forestal: denuncia en la legislatura santafesina El ciclo huelguístico que comienza a mediados de 1918 en territorio de La Forestal, en el Chaco santafesino, culminará casi tres años más tarde en una de las peores masacres de la historia del país. Los trabajadores de las fábricas de tanino, ferrocarriles, puertos y obrajes se organizan por primera vez, y eso resulta inaceptable para la empresa británica. De la mano del gobierno provincial del radical Enrique Mosca, la compañía corta de cuajo la experiencia sindical. La Gendarmería Volante, creada oficialmente pero financiada por La Forestal, junto con el cierre de fábricas por dos años, son los medios de la feroz estrategia empresarial. La Vanguardia se anima entonces a estimar la cifra de víctimas en 500 o 600. En mayo de 1921, el diputado provincial por Vera, Belisario Salvadores, lleva al recinto legislativo una encendida y extensa denuncia de la masacre, y aprovecha para describir detalladamente los abusos generales del “coloso”. Busca crear una comisión investigadora y exige la interpelación al gobierno provincial.

Señor Presidente, es llegado el momento en que me sea factible dar forma a una honda preocupación de mi espíritu, que hace tiempo fue agitado intensamente por la revelación de los hechos que he de relatar, inspirado en una única finalidad: justicia. Justicia para que con ella se ampare una parte considerable de los intereses de la provincia; justicia para que se mantenga siempre incólume la soberanía de este pueblo; justicia para una de las zonas más ricas de Santa Fe que se devasta y aniquila caprichosamente; justicia para los millares de obreros que vagan misérrimos, perseguidos sin tregua por aquellos a cuyo enriquecimiento cooperaron por el grave delito de haber regado con el sudor de sus frentes la misma tierra que sus abuelos regaron con su sangre; ¡justicia, señor presidente, justicia para aquellos que en su afán desenfrenado de lucro, no quisieron ni respetar los principios más sagrados que consagra nuestra Carta Magna! Después que los rieles del ferrocarril Santa Fe, desarrollándose rumbo al norte, han transpuesto los lindes del departamento San Justo y avanzado algo en pleno departamento San Justo y avanzado algo en pleno departamento Vera, en las proximidades ya de Calchaquí, a derecha e izquierda, los campos parecen amurallados por dos fajas negruzcas que a medida que se adelante, en sinuosidades caprichosas, ora se aproximan a la vía, ora se apartan, hasta que cerca ya de Margarita, las dos fajas laterales se unen; a esta altura ha sido menester hendir la espesura para que el riel pudiera avanzar. Es la selva del Norte, es la vanguardia del bosque milenario (…) Es el “Chaco” Santafesino (…) Esa región ha sido llamada muchas veces con sobrada razón, el Potosí de Santa Fe.

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El bosque encerraba riquezas incalculables, todavía sus despojos podrían bastar para hacer la fortuna de los habitantes de aquellos parajes. La naturaleza dotó a la tierra de sus mejores y más preciados dones y la tierra ofrendó a la selva hasta el último de sus átomos fertilizantes. Por eso la selva fue rica, por eso lo son todavía sus despojos, pero también por eso su devastación y su destrucción constante empobrece gradualmente la región y por eso cuando ellas hayan sido completas –lo que no tardará en producirse si no se recurre a una explotación inteligente y metodiza– la Jauja de ayer se habrá transformado en un desierto estéril y sombrío, sólo propicio para las fieras y para tal cual elemento maleante alzado contra la ley y contra la sociedad. (…) Yo he oído, señor presidente, en este recinto, en la sesión del 31 de julio del año pasado, la palabra de mi distinguido colega el señor diputado por Caseros, condenando los actos que él repudiaba inquisitoriales de la jefatura política de Rosario; yo he escuchado la relación minuciosa de los sistemas de tormento empleados en esa repartición con delincuentes y criminales para obligarlos a declarar, he auscultado el sentir de la H. Cámara en su resolución unánime para que se esclarecieran los hechos y llegando con ella a esta conclusión: “Si el diputado interpelante no ha sido inducido en error por declaraciones tendenciosas y apasionadas de las presuntas víctimas, se constatará una serie de delitos graves que deberán reprimirse con tanta mayor severidad, cuanto que su comisión parecía imposible dada la organización (…) de nuestra sociedad. Y sin embargo, señor presidente, en esa fecha La Forestal Lda., por intermedio de su tropa no uniformada a las órdenes de Sandoval y de su gendarmería volante, iniciaba la cruzada más salvaje que registran los anales del crimen. La masa obrera, acicateada por la miseria y el hambre, había sacudido su docilidad musulmana y mirado de frente al opresor para reclamarle una equitativa compensación a sus sacrificios; fue lo suficiente, el señor feudal airado, lanzó sobre sus infelices obreros sus huestes ebrias del alcohol, sedientas de sangre, sedientas de lujuría innoble, sedientas de saqueo, sedientas de exterminio y la obra nefanda comenzó. La nota roja, el terror. ¿Dónde están Eusebio Sandoval, Blanco, Molina, Romero (Pucú), Alfonsín, Gómez, González, Nicasio Gómez, Antonia Lugo, Concepción Galarza de Gómez, Liberata de Barrios y veinte o treinta o sabe Dios, cuántos más? Y me refiero solamente a Guillermina, donde la campaña no fue tan cruenta. ¡Ah! Señores diputados, duermen el sueño eterno en sus tumbas prematuras y cobardemente abiertas por los asesinos a sueldo de La Forestal. He de relatar algunos hechos y no todos para no entorpecer la acción de la justicia; porque habéis de permitirme conserve todavía la ilusión de que ella existe en la patria, porque si nuestros jueces no son jueces, confío que sabrá de reemplazarlos la Honorable Cámara y en su efecto, el pueblo de la República. Antonia Lugo. De catorce años de edad. Vivía con la madre en Guillermina donde esta explotaba un expendio de bebidas. Un día, llegaron a su casa dos gendarmes, los que después de algunas libaciones que se negaron pagar, requirieron de amores a la dueña de casa. Desahuciados, pretendieron obtener por la fuerza lo que no pudieron conseguir de grado. Asieron a la pobre mujer que se debatió desesperadamente pidiendo socorro, irritados la estrujaban y propinaban golpes, cuando Antonia, atraída por MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 el ruido y los gritos de la madre, corrió en su defensa. Rogó, imploró, llorando que no la golpearan más; los bandidos, lejos de escuchar sus ruegos, la apartaron brutalmente para poner fin a la resistencia. Antonia, desesperada ante lo desigual de la lucha, en un sublime gesto de amor filial, ataca fieramente. Muchas veces cayó a impulso de las brutales sacudidas y otras tantas volvió a incorporarse asiendo a los verdugos con sus manos crispadas. Las fuerzas se agotaban y el jadeo de la madre casi desnuda ya demostraba que la lucha iba a terminar. Antonia, en el paroxismo de la desesperación, arroja al rostro de uno de los asaltantes una botella que había recogido del suelo. El bandido da un paso atrás, desenfunda un revólver y profiriendo una imprecación lo descarga sobre la valiente muchacha que cae fulminada para no levantarse más. Señores diputados, quiero creer que en lo que voy a añadir pueda haber exageración por parte de los declarantes. ¡¡Se me ha asegurado que sobre el cadáver ensangrentado de la abnegada hija, la madre fue violada por los salvajes asesinos!! (…) Podría hablar, señores diputados, describiendo el suplicio de Leónidas Miranda, Villordo, Ifraín, Juan de Dios Altamirano, Gregorio Saravia, Silvio Medina, Marcos Lezcano, Félix Rolón, Victoriano Vera, Miranda, Lorenzo, Coche, Escobar, José Silva, etc., etc. Pero ello implicaría hacer interminable este capítulo y por otra parte menos incompleta mi exposición, porque las víctimas son tantas que no me ha sido posible en mi breve gira conseguir el detalle minucioso y prolijo que es indispensable. Y digo así, señor presidente, porque tengo el convencimiento de que tanta sangre, tanto dolor, de que tanto ultraje no han de quedar impunes; de que se han de esclarecer desde el primero hasta el último de los bárbaros delitos cometidos en el norte de Santa Fe, contra la masa obrera, para ahogar en sangre, señor, la justa aspiración del proletariado, y porque tengo también el convencimiento de la hora suprema de la justicia plena y amplia; tanto, que haga temblar a los bandidos, maguer se parapeten detrás de las formidables montañas de oro del coloso. No bastaban, señores diputados, los tributos al hambre, a la miseria, al dolor, al tormento y a la muerte a que habían sido obligados los pobres obreros de La Forestal; era necesario todavía completar la obra cerrándola con un broche de oro al estilo neroniano. Era necesario, señores diputados, que todas estas inicuas crueldades tuvieran un epílogo más cruel y más salvaje si cabe, y aquellos hombres indignos del nombre de tales, superaron a las fieras en su acción de exterminio. Los tigres y las hienas, cuando han saciado su sed de sangre, se recogen sobre sí mismos para luego ir, con paso tardo, a refugiarse en sus guaridas ignoradas. Pero las fieras del norte se recogieron sobre sí mismas un instante para inventar algo más diabólico aún de lo que habían producido. Y entonces, señor Presidente, a la matanza y al tormento sucedió el incendio. Más de cien humildes viviendas levantadas a fuerzas de sudores y sacrificios por los obreros de la empresa, fueron por esta misma, entregadas a la voracidad de las llamas, y no se crea que se gastaron mayores contemplaciones, ¡qué habían de considerarse los derechos a la propiedad, si se contaba con la pasividad e inercia culpable de la policía! En la casi totalidad de los casos, mientras uno de los incendiarios anunciaba al dueño de casa que su población iba a ser destruida, los otros iniciaban la tarea prendiendo

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fuego a los techos. Las pobres gentes salvaban lo que podían de su precario ajuar; la inmensa mayoría contrariamente a lo que sostiene La Forestal Lda. no fue indemnizada de los destrozos y perjuicios que se le originaron. Tengo aquí sobre mi pupitre, una interminable serie de denuncias firmadas por las víctimas (…) y cada una de esas denuncias, señores diputados, es un grito de dolor, es un lamento tanto más elocuente cuanto que ni siquiera se nota en ellos una sola palabra de odio. Yo no quiero, ni debo pensar siquiera, que la hecatombe haya podido engendrar en el corazón de las víctimas, sentimientos de venganza. Creo, señores diputados, que a pesar de todo, entre las sencillas gentes del norte, sigue imperando el alma inmensamente generosa de nuestros paisanos de siempre, cuya proscripción gradual va restando una de las más genuinas y honrosas características de nuestra nacionalidad. Pero estas denuncias han de servir, deben servir de cabeza de proceso para que algún día se abran las puertas de la cárcel a los incendiarios, a los asesinos, a los verdugos, ¡maguer el poder de La Forestal! Cuando tuve el honor de incorporarme a esta H.C. expuse mi convencimiento de que “todo legislador, por el solo hecho de serlo, contraía un compromiso moral ineludible semejante a aquel que contraían los griegos al prestar el juramento de los ‘efebos’ que los obligaba a morir sin haber dejado su patria más grande de lo que la encontraron al nacer”. Y por esta razón es que entrego a la H. Cámara las diversas cuestiones sobre que ha versado esta extensa exposición con absoluta confianza, y por ello es que seguro de obtenerla, demando justicia. ¡Justicia, claman las lágrimas silenciosas de las madres doloridas! ¡Justicia, claman las esposas y las hermanas abandonadas! ¡Justicia, gritan los inocentes huérfanos que vagan desnudos y hambrientos por el bosque! ¡Justicia, repiten los ámbitos! ¡Señores diputados, por la patria y nuestro honor! ¡Justicia! He terminado. (Aplausos en las bancas y en la barra.)

Fuente: Belisario Salvadores, en Cámara de Diputados de Santa Fe, Diario de sesiones, período extraordinario y ordinario, 31 de marzo a 22 de diciembre de 1921, tomo III, pp. 238-304. Aportado por los historiadores David Quarin y César Ramírez, citado en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresarial en tiempos de Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.

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NO ES UN PROBLEMA DE POLICÍA

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Editorial publicado en el diario Santa Fe, que bajo el eslogan “Dice siempre una injusticia y proclama equidad” denuncia los abusos de La Forestal y respalda sin vacilar el derecho de los trabajadores a organizarse sindicalmente y a obtener las demandas que exigen.

s un problema social, lo que hay en el norte. Las declaraciones claras y rotundas que nos han hecho los obreros detenidos y hemos publicado anteayer, demuestran claramente que el llamado “conflicto del norte”, no existe sino como un grave problema social, que está llamando a la puerta de los estadistas para que lo estudien y resuelvan. Ese pueblo de trabajadores, arrojado hacia las selvas con sus familias, vagando de bosque en bosque y de árbol en árbol en busca del abrigo y del techo perdido en los núcleos de población donde vivía, en torno de las fábricas está reclamando, no la boca de los fusiles como erróneamente se ha hecho, sino una mano firme de gobernante que lo socorra, que lo hable, ausculte sus dolores y sus aspiraciones y trate de darle el trabajo y el techo que le falta en esta hora de angustiosa y desesperada situación. No es el momento de paños tibios, ni de soluciones a medias; es la hora de los pensares hondos y de los trabajos definitivos. A esos obreros hay que reunirlos y darles tierra, y elementos para que trabajen, siquiera sea en el Chaco, donde ellos y todos cuantos conocen tales regiones, saben que la hay en abundancia y fertilísima. Si se hace algo así, se les lleva donde pueden trabajar y se les establece en forma conveniente para ellos y para el país, se habrá encontrado la solución equitativa, la única aceptable en la actualidad. Porque no hay que equivocarse –como nos decían nuestros informantes–; los obreros ni quieren, ni tienen por qué andar a tiros con los policías, ni por qué guarecerse en los montes

si pudieran vivir como han vivido siempre, trabajando en los centros poblados, si están en los bosques y juegan sus vidas a cada paso, es porque los obligan, es porque La Forestal los ha expulsado de sus tierras y les ha quemado los humildísimos ranchos donde vivían. ¿Qué hacer ante esta iniquidad cometida con ellos? Retirarse, huir hasta donde les ha sido posible, tal vez con el alma hecha pedazos, al verse proscriptos en su propia tierra. A esos criollos, la patria los llama todos los años para que vayan a servir bajo banderas, para decirles que deben morir por su paño si el caso llega y les inculca el orgullo de la nacionalidad. Desgraciadamente, esa patria, tan querida y tan repetida, no se acuerda en la hora de los dolores que aquellos ex soldados que vistieron orgullosos el uniforme nacional, quedan ahora huyendo, corridos por una empresa extranjera, perseguidos por los agentes del gobierno puestos a disposición de esa empresa, rotosos, hambrientos, como parias, como cimarrones. Tal los hechos, tal la realidad que algunos no ven o no quieren ver. Seis o siete mil hombres, dispersos por los bosques, algunos con sus famiilas, ¿es o no un gravísimo problema social? Estúdienlo los hombres de gobierno, abran los ojos y no se engañen, no se dejen engañar con espejismos. Ese es su deber.

Fuente: Diario Santa Fe, 20 de febrero de 1921, en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresarial en tiempos de Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.

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¿HAY QUE ARMARSE?

POR DORICIO TACUARA

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o nos alarma que la clase capitalista y el Estado tomen medidas defensivas y procuren conservar sus privilegios económico-políticos apelando a uñas y dientes. Es su deber, bien que discutible desde el punto de vista humano. Pero como el agudo y agrio conflicto de las clases no sabe de sentimentalismos, hay que descartar por completo el aspecto “humano” de la cuestión. Estamos en guerra abierta. Guerra de guerrillas, pero tenaz y sin tregua. El capitalismo tiene en sus manos las riendas del Estado, aunque otra cosa quieran hacer creer a los trabajadores los gobernantes que se imaginan colocados en un plano superior y como viviendo ajenos a los antagonismos de clase. Los gobernantes “neutrales” son un mito. No pasa día sin que la evidencia de este aserto salte a la vista de los menos perspicaces. Mejor que nadie, esa verdad axiomática la siente el proletariado, en especial modo cuando plantea reivindicaciones al capitalismo y aparecen las fuerzas del Estado para

Editorial publicado en La Organización Obrera. La FORA está en su momento de mayor auge cuando se acerca, a través de los ferroviarios y marítimos, al Chaco santafesino. Sin embargo, hacia comienzos de 1921, el crecimiento exponencial de la Federación Obrera había producido profundas grietas hacia el interior de la organización, y cuando se produjo el lockout y la masacre, sus prescripciones no hacían mella en la estrategia patronal. Era el tiempo de la “reacción capitalista”. Los obreros anarquistas, que hasta entonces habían quedado relegados en la organización gremial, vuelven a hacer valer su prédica.

custodiar la propiedad privada y defender la libertad… de traición, con el hipócrita pretexto de que los huelguistas no ataquen la “libertad de trabajo”. En circunstancias de hecho cuando las dos fuerzas sociales históricas –hombres productores y capitalistas explotadores– se entrechocan, en seguida se ve a dónde va a parar el “neutralismo” del gobierno: pone sus fuerzas armadas del ejército y la policía al servicio de los capitalistas, verdaderos amos de la sociedad. Es esto tan evidente, que es obvio insistir. Nunca se da el caso, por ejemplo –¡y cómo va a darse!– de que el ejército o la policía carguen contra los capitalistas en los incontables casos en que provocan a los obreros declarándoles el lockout para obligarlos a renunciar a conquistas realizadas, o cuando arman el brazo asesino de mercenarios a sueldo que lanzan contra los trabajadores conscientes y altivos. Al contrario, en tales casos, “disimula” y si los patrones, creyendo que el lockout ha debilitado a los obreros se deciden a

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1921 - 1924 reabrir sus fábricas para atraer (…), presto pone fuerzas armadas al servicio de aquellos para… defender la libertad de traición. ¿La experiencia larga y penosa, no dice eso con una elocuencia reveladora? ¿Se quiere una prueba más del “neutralismo” gubernamental? Ahí va una noticia que los diarios capitalistas publicaron ufanamente, sin que el gobierno no se haya sentido herido en su “neutralismo” ni se haya creído atacado en su “autoridad”: “La comisión de defensa de la Liga Patriótica Argentina ha combinado con las sociedades de tiro la forma de organizar torneos que adiestren a los adherentes en el tiro rápido de revólver sobre blancos móviles”. ¿Qué sorprende más en esta noticia, de carácter francamente sedicioso: la cínica impudicia de los liguistas o la sugerente “tolerancia” perfectamente neutral, se entiende, del gobierno? Ni una ni otra deben sorprendernos. Las dos actitudes están en el orden lógico de las cosas: estamos en guerra. Eso es todo. Claro que en este caso la “neutralidad” del gobierno resulta ser un signo de impotencia y de sometimiento incondicional a los criminales designios de la Asociación capitalista mafiosa, dicha del “trabajo”, que maneja a los liguistas y les paga con prodigalidad. Pero no deja de ser “natural”: hemos dicho que el verdadero gobierno lo constituyen los señores capitalistas explotadores, en su mayor parte de origen extranjero, y el gobierno que sabe que la “defensa de la patria” radica, ante todo, en la defensa de los privilegios económicos que aquellos detentan, no vacila en prestar su anuencia hasta a actos y proclamas abiertamente sediciosos como la que motiva este artículo. La Liga, en conclusión, ha establecido convenios con “sociedades de tiro” para adiestrar a los “patriotas” –mediante sueldo– que forman en sus filas, “en el tiro sobre blancos móviles”, o dicho en términos explícitos, sobre huelguistas y militantes obreros.

Está dicho clarito, sin eufemismos. Y no es ahora que las gastan así los liguistas. Se iniciaron como guardias pretorianas del capitalismo en la sangrienta semana de enero de 1919. Al producirse el conflicto en Las Palmas (Chaco Austral) enviaron armas y municiones. Cierto que el tiro les falló y llevaron la peor parte. En Bartolomé Mitre y otros puntos les ocurrió tres cuartos de lo mismo. Quizá esto haya pensado el mulato que los dirige –siendo este dirigido, a su vez, y pagado por los capitalistas “patriotas” que se reparten las abundantes y fáciles ganancias lejos de la “amada patria” –que necesitaban adiestrarse “en el tiro rápido sobre blancos móviles”. No nos corresponde a los obreros discutir si es o deja de ser una institución “legal” la Liga Patriótica Argentina ni entrar a averiguar si es para defender a la “patria” que quiere “adiestrar” a sus adherentes en el “tiro rápido sobre blancos móviles”. Harto sabemos que no se trata de eso. Basta preguntarse cuándo y cómo actúan los secuaces de la Liga: en las huelgas y contra los huelguistas. En consecuencia, no se trata de “salvar” a la “patria” de ningún peligro: se trata pura y simplemente de asegurar fabulosas ganancias al capitalismo y de prolongar su existencia como clase dominante. El Estado –aunque sea “neutral”– está para eso; pero los capitalistas no se sienten seguros y han dado vida –que para esto les sobra el dinero– a la “guardia blanca” dominándola o haciéndola pasar por “patriota”. Para su sostenimiento, las cajas fuertes se abren de par en par. En estas condiciones, no faltan mercenarios que hagan el oficio de defensores de la “patria”, que viene a ser los privilegios del capitalismo, sea “criollo” o extranjero. La “patria” no está amenazada. Nadie, ni el más extraordinario reformador, se aventuraría a proponer el traslado de la Argentina, por ejemplo, a la gran China.

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Las huelgas no afectan esa abstracción sin sentido real. Hieren los privilegios económicos y políticos de la clase dominante y tienden a darle al productor la preponderancia, el bienestar y la libertad a que tienen derecho, desde que son la base sillar de la sociedad humana. La huelga, entonces, es el más poderoso y activo elemento del progreso: eleva la conjunción social y moral de la clase obrera; desarrolla en ella sentimiento de responsabilidad; crea aptitudes y fomenta la solidaridad de clase. En una palabra: construye –con las acciones concurrentes o derivadas que le son propias– un mundo donde no habrá clases ni privilegios que mantengan y aviven la guerra entre las mismas. Es, pues, contra los anhelos de bienestar y libertad que defienden y hacen triunfar con sus huelgas los trabajadores que se levanta la famosa Liga. Contra esa aspiración, que es progreso, se adiestrarán los sicarios del capitalismo “en el tiro rápido sobre blancos móviles”. ¿Qué corresponde hacer a los trabajadores frente a tales propósitos criminales, públicamente confesados? En la pregunta va contenida la respuesta: defenderse; y no ha de ser con discursos. Ahora bien: ¿consideran sensato los “autonomistas” y los otros, emperrarse en seguir malgastando sus fuerzas en el aislamiento impotente que resulta de la desvinculación con los demás trabajadores? ¿No consideran aún llegado el momento de cerrar filas en torno de la FORA? ¿Creen que cuando tantos y tan bien armados enemigos acechan a la clase obrera para destruir sus organismos de clase y privarla de esos elementos naturales de defensa es todavía necesario discutir bizantinamente “principios” o “prácticas”?

La FORA es una potencia por el número de trabajadores que la componen. Pero sería una fuerza incontrastable si todos los sindicatos dispersos se incorporaran a ella para formar el bloque indestructible que constituya una valla infranqueable en la cual se estrellen todos los sicarios del capitalismo. Hoy más que ayer, el deber irrenunciable es este: incorporarse a la Federación Obrera Regional Argentina.

Fuente: Doricio Tacuara, La organización obrera, 4 de diciembre de 1920, en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresarial en tiempos de Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.

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La Forestal, empresa inglesa de explotaci贸n del quebracho colorado y de tanino en el Chaco Austral.

El cortado, traslado y descortezado de cada tronco de quebracho se realizaba en forma manual.

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En La Patagonia rebelde, Osvaldo Bayer sintetiza el tema central que había desarrollado en Los vengadores de la Patagonia trágica, ambos publicados en distintos momentos de la década del 70. Este clásico histórico-testimonial relata los hechos que sacudieron el sur argentino entre los años 1920-1922: la génesis y desarrollo del movimiento huelguístico-reivindicativo de orientación anarcosindicalista, las negociaciones con los estancieros y los representantes del Estado, y la terrible represión que causó casi un millar y medio de víctimas entre los trabajadores sureños. Lo que sigue son algunos fragmentos del capítulo III del libro, llamado “La aurora de los rotos”.

Con Antonio Soto como secretario, la Sociedad Obrera de Río Gallegos recibirá un gran impulso. Se adquirirá una imprenta, se editará el periódico 1° de Mayo y saldrán delegados hacia el interior, hacia las estancias, a explicar qué es la organización obrera y qué es la lucha por las reivindicaciones sociales. Estos delegados manejarán los nombres de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta. Todos tenían una base ideológica anarquista y no dejaban de poner como ejemplo la revolución rusa de octubre. Es realmente curioso –¿y por qué no emocionante?– constatar el hecho de que en aquella lejana Río Gallegos de apenas 4.000 habitantes –aislada por las distancias de todas las grandes urbes, a miles de kilómetros de aquella caldera de rebeliones que era la Europa de los años veinte– flameaba la roja bandera en un localcito donde se agrupaba la esperanza de los desposeídos. Es increíble cómo esos hombres, sin dirigentes avezados, casi todos sin sentido organizativo, quisieran o pusieran voluntad para no perder el paso apresurado que había impuesto la revolución rusa al proletariado. Y todo es tan curioso como el episodio que ahora se aproxima y que será un factor desencadenante. En septiembre de 1920, la Sociedad Obrera de Río Gallegos solicita permiso a la policía para llevar a cabo un homenaje a Francisco Ferrer, el pedagogo catalán padre de la educación racionalista, fusilado once años antes en los fosos del castillo de Montjuich. Un acto que avergonzó a la humanidad y que fue inspirado por la parte más conservadora de la Iglesia Católica que influyó en Alfonso XII para así terminar con un hombre que enseñaba con la razón a destruir mitos y, por sobre todo, a oponerse al oscurantismo religioso y a la irracionalidad del militarismo. El acto está programado para el 1° de octubre. Días antes la Sociedad Obrera distribuye volantes por la ciudad y entre las peonadas de las estancias. Reproducimos el texto de esos volantes porque dice más que cualquier interpretación posterior de los hechos:

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1921 - 1924 Sociedad Obrera de Río Gallegos 1909 - 13 de octubre – 1920 Al pueblo Once años hace que el mundo entero sintióse conmovido en este día. Once años que el más cobarde, el más alevoso atentado contra la Libertad de Pensamiento fue llevado a cabo en el mil veces maldito Castillo de Montjuich (Barcelona). Francisco Ferrer, el fundador de la Escuela Moderna, el que enseñaba a la infancia el camino de la luz, fue cobardemente fusilado por esos tartufos que en nombre de Cristo cometen toda clase de infamias. Pero Francisco Ferrer vivirá eternamente en nuestros corazones y estaremos dispuestos siempre a escupirles en la cara el crimen que cometieron. ¡Gloria a los mártires de la Libertad Humana! ¡Gloria a Francisco Ferrer! Trabajadores del campo: tenéis el deber de concurrir todos al pueblo el 1° de octubre y así rendiréis un justo homenaje al mártir de la Libertad Francisco Ferrer cobardemente fusilado el 13 de octubre de 1909. El 28 de septiembre, el jefe de policía Diego Ritchie niega el permiso para el acto. Los obreros no se achican y sin pensarlo mucho declaran una huelga general de 48 horas. Y no eran sólo palabras. Leamos lo que dice Amador V. González de ese paro: El día 30 de septiembre amaneció la ciudad en estado de sitio. A pesar de no haber motivos para adoptar tales medidas ni haberse decretado la ley marcial, no se permitía el estacionamiento de peatones en las calles ni puertas, un derroche de fuerza armada hacía gala de sus máuseres por la población, y algunos autos cargados de guardiacárceles armados de carabinas ponían la alarma en los pacíficos espíritus del vecindario de norte a sur, como si de un sitio de guerra se tratase. El día 1 se colocaron centinelas armados en el local de la Sociedad Obrera y a medida que cualquier transeúnte quería pasar por la calle en que la Sociedad estaba situada, se le obligaba a hacer alto y cambiar de dirección. Se clausuró la secretaría de la Sociedad Obrera, el domicilio particular del secretario y del tesorero; ¿en virtud de qué ley? La Sociedad Obrera dispuso como medida previa la suspensión de los actos a realizar y dio a la huelga general carácter de permanente hasta tanto las autoridades competentes no reconocieran el error en que incurría la jefatura de policía al oponerse con medidas extremas a una conmemoración pacífica y de orden.

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El enfrentamiento se hacía a cara de perro. La gobernación y la policía con la fuerza, los proletarios con la huelga, con ese poderoso medio que es la desobediencia civil. A la ofensiva de Correa Falcón, los obreros le salen al paso recurriendo a sus amigos Borrero y Viñas. Concurren al estudio de abogado que el primero tiene con el doctor Juan Carlos Beherán y allí se redacta un recurso de amparo contra la prohibición del acto. En la presentación ante la justicia hacen gala de un argumento bastante original. Dicen que reclaman por la prohibición de una manifestación programada para hoy –1° de octubre de 1920– en conmemoración del aniversario del fusilamiento de Francisco Ferrer a quien los creyentes de la religión del trabajo consideran como mártir de la libertad y como símbolo de las ideas, con el mismo derecho que los creyentes de la religión católica rinden homenaje a San Francisco de Asís o a la doncella de Orleáns, en la actualidad Santa Juana de Arco por haber sido recientemente beatificada, con el mismo derecho con que los creyentes de la religión mahometana rinden homenaje a Mahoma, con el mismo derecho con que los creyentes de la religión del patriotismo rinden también su tributo de admiración a los héroes de las reconquistas, independencias y emancipaciones. El recurso es presentado a las tres de la tarde ante el juez Viñas, quien de inmediato da traslado de las actuaciones al comisario Ritchie para que informe los motivos de la prohibición. Y le comunica que “ha habilitado el juzgado en horas inhábiles” como haciéndole saber que la respuesta debe ser inmediata. Los argumentos de cuartel que usa el comisario Ritchie para fundamentar la prohibición son de una incongruencia demoledora: Al prohibir el meeting a celebrarse hoy esta jefatura ha entendido que el homenaje a la memoria de una persona conceptuada mártir de sus ideas avanzadas –vulgo anarquista–, puesto que universalmente Francisco Ferrer es clasificado como un exaltado en la causa disolvente de la organización social contemporánea, de tal manera que el homenaje proyectado lleva el sello de la impracticabilidad inherente a esta clase de manifestaciones reprimidas por la ley de orden social. Por otra parte, señor juez, se trata en el fondo de una protesta contra un fusilamiento realizado por una nación extranjera que legal o ilegal no nos corresponde juzgar por razones elementales de cortesía internacional; juzgamiento en que no puede complicarse la autoridad constituida, siquiera sea otorgando un permiso para que se discutan actos inapelables de la justicia española. Además, en ese acto no van involucrados MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 intereses respetables como serían sin duda el mejoramiento de la clase trabajadora. La filiación del meeting es netamente política y ajena a nuestro medio ambiente. Viñas no se acobarda: además de revocar la decisión del comisario se mete con las ideas demostrando un espíritu racional y de respeto al pensamiento de los demás. Dice: desde hace tiempo, la ley de seguridad social ha sido materia de discusiones judiciales y en muchos casos se ha fallado por la falta de conocimientos de nuestra historia pública y social decidiendo pronunciamientos a todas luces infundados. El volante repartido por los obreros sólo hace presente que se conmemorará el fusilamiento de la persona indicada señalándose solamente que este fue el fundador de la escuela moderna y nada más. En ese volante no se hace indicación a tendencia política alguna que encierre la concepción ácrata o anarquista, por cierto reciente en la historia de las ideas y más reciente aún por sus consecuencias en la historia de los hechos. No sólo en el vulgo el concepto científico del ácrata o anarquista, sus teorías y la naturaleza de sus atentados es todavía harto vago y discrepante sino también en los mismos sociólogos y jurisconsultos. Cuando estas fundamentales dudas se presentan a la justicia esta se halla en el deber de impedir la restricción de la libertad amplia de reunión concedida por la carta fundamental. Al leer este fallo, hay que hacerle justicia a Viñas. Era evidente que tenía una sensibilidad especial. Era realmente insólito y arriesgado firmar un fallo así en defensa de un acto obrero y, más insólito todavía, de homenaje a Ferrer, en aquellas regiones cuyos resortes manejaban los poderosos y un año apenas después de la Semana Trágica, cuando la caza libre del obrero revolucionario fue deber para todo argentino bien nacido. (…) La situación se agrava. El paro se va extendiendo al campo como una mancha de aceite. La Sociedad Obrera envía a las estancias este manifiesto: Compañeros del campo. Salud. La policía de esta ha detenido a un grupo de obreros a quienes se niega a poner en libertad a pesar de haberlo ordenado el juez letrado. Tal arbitrariedad nos ha obligado a decretar y continuar el paro general, por cuya razón os invitamos a dejar el trabajo y venir a esta capital como acto de solidaridad y hasta que nuestros compañeros recobren la libertad. Os saluda, la comisión

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La huelga se pone brava para el gobierno de Santa Cruz. La policía se mueve mucho y actúa con energía. Grupo de obreros que ve por la calle lo disuelve y, al que se resiste, palo. A todo chileno sospechoso se lo corre más allá de la ciudad. Al tenerse noticias de que hay un grupo de paisanos reunidos en el hotel “Castilla” se lo allana y se los identifica, no mezquinándose el garrote. Además, a todos los boliches que prestan refugio o permiten reuniones de chilenos venidos del campo, se los allana y se cita o “demora” a sus propietarios en la comisaría. Se produce así la solidaridad de los comerciantes minoristas con los obreros, evidentemente para ponerse en contra de los grandes almacenes de los Menéndez Behety y otras sociedades anónimas. Correa Falcón tiene 27 detenidos. Pero sabe que no puede tirar mucho el lazo y, tácticamente, deja en libertad a unos cuantos, pero manteniendo siempre a aquellos cuya libertad había sido ordenada por Viñas. La libertad parcial del grupo es celebrada por la Sociedad Obrera como un triunfo. De allí el manifiesto que, a pesar de la policía, corre de mano en mano entre la peonada y los pobretes: A los obreros: Compañeros: nuestro triunfo se avecina a pasos agigantados. Ya han sido puestos en libertad quince de los compañeros presos. Quedan aún doce, de ellos ocho son los que el señor gobernador interino y secretario de la Sociedad Rural, alzándose contra las leyes, se niega a poner en libertad, desobedeciendo hasta las órdenes terminantes e imperativas del Poder Ejecutivo Nacional. Pero ya llegará su hora y la justicia triunfará por sobre el capricho. La huelga continúa lo mismo que el boicot, ni una ni otro cesarán mientras no estén en libertad todos nuestros compañeros. Se pretende hacer de nuestra justa actitud una cuestión de nacionalidades. Compañeros, rechacen semejante absurdo porque los obreros no ven un enemigo en aquel que no sea un connacional, sino una víctima del capital que todo lo corrompe y lo avasalla. Los hombres, sean donde sean nacidos, somos todos iguales y por eso no puede haber entre nosotros diferencia de nacionalidades. Adelante, pues, hasta conseguir nuestro justiciero triunfo. Permanezcamos unidos que esto nos hará vencer las dificultades que nuestros enemigos nos crean. La comisión de huelga Pero Correa Falcón prosigue con sus golpes tácticos. El próximo será lanzado contra la imprenta “El Antártico”, donde los obreros imprimen sus volantes. La policía simula un acto provocativo –dirán que desde la imprenta descargaron armas contra una patrulla policial– para allanar el local, se detiene a los presentes y se destruye todo el material propagandístico. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 Súbditos españoles denunciarán ante el Ministerio del Interior, mediante telegramas, que “la policía atropella al pueblo en las veredas dándoles rebencazos”. La misma denuncia será respaldada por el diario El Orden de Deseado, señalando que “la policía cometió desmanes y atropellos con los obreros, a los que apaleó provocando estos actos irritación pública”. Luego de muchas idas y venidas, el gobierno nacional dará la razón al juez Viñas y le dará la orden a Correa Falcón de liberar a todos los presos sindicales. El 29 de octubre salen todos, menos dos. La Sociedad Obrera celebra el hecho pero ordena continuar el paro general. Quedan presos todavía los compañeros Muñoz y Traba –dice en un volante–, ambos alevosamente apaleados y heridos por la policía y en la cárcel han permanecido encerrados en inmundos calabozos con el fin de ocultar sus verdugos el brutal e incalificable atropello. Pues bien, mientras estos compañeros continúen detenidos la huelga seguirá sin desmayos. Por tanto, compañeros, os rogamos que procuremos hacer cesar las faenas del campo haciendo llegar estas resoluciones hasta las estancias. El triunfo es nuestro porque a nosotros nos acompaña la razón, fuerza que se impone pese a quien pese. Nuestros enemigos caerán por el solo peso de sus crímenes como cae la fruta podrida del árbol que la crió y sustentó. La acción será todo un éxito: el 1° de noviembre quedarán libres todos los detenidos. El último acto de este agitado preámbulo a la espartaqueada que iniciará la Sociedad Obrera será el atentado que sufrirá el secretario general, Antonio Soto. Ocurrirá el 3 de noviembre de 1920. Soto marchaba en dirección a la Barraca Amberense para hablar con el delegado obrero de allí, cuando de un zaguán, de improviso, salió una figura emponchada que rápidamente le tiró una puñalada al corazón. La punta del cuchillo le atravesó la ropa y fue a dar en el reloj que Soto llevaba en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Soto cayó al suelo del golpe e hizo ademán de sacar un arma. El atacante huyó a toda carrera. Soto resultó con algunos rasguños en el pecho, pero salvó la vida. Los que enviaron al asesino pensaron bien. Sabían que eliminado Soto el movimiento obrero santacruceño quedaba como descabezado. La Sociedad Obrera había ganado en cuanto a la libertad de los presos. Pero ahora venía la lucha por las reivindicaciones. Los trabajadores, en la huelga, habían demostrado disciplina, espíritu de sacrificio y una evidente conciencia gremial. Había que aprovechar todo esto y la circunstancia de que muchos trabajadores del campo se encontraban en la ciudad. Dos son los pedidos de mejoras que presenta la organización obrera: pliego de condiciones para los peones de campo y mejoras monetarias para los empleados de comercio. En eso Antonio Soto demuestra su gran talento de organiza-

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ción. Despacha emisarios al campo, mantiene reuniones a toda hora, arenga a los recién llegados, dirige asambleas diarias y hace reuniones de activistas preparándolos rudimentariamente en el abecé sindical. Al no aceptarse las reivindicaciones presentadas, se declara la huelga en la ciudad y en el campo. En ese noviembre de 1920, el gobernador Correa Falcón verá que todo se le está yendo de las manos. La huelga del campo se extiende por todo el territorio santacruceño. En la ciudad de Gallegos no se trabaja, los puertos están paralizados. Entre los estancieros hay un creciente malestar. La paralización de las tareas rurales trae el peligro de la pérdida de la parición ovejuna. Pero no hay forma de solucionar el problema. Más palo les pega Correa Falcón, más se soliviantan los trabajadores. “En los primeros días de la huelga –informa La Unión– había más de doscientas personas desconocidas en el pueblo que vagaban desorientadas por las calles mirando azoradamente a todo el mundo sin saber lo que pasa. En la actualidad hay más de quinientas.” Son los peones rurales que han bajado ante el llamado de la Sociedad Obrera. Entre los patrones, hijos de patrones y altos empleados, se constituye una guardia ciudadana que como primera medida presta servicios en la cárcel local “por el orden y el afianzamiento de los valores morales”, como sostendrá el periódico mencionado. Pero ni la Liga Patriótica ni la Sociedad Rural ni la Liga del Comercio y la Industria ni la guardia ciudadana ni el propio gobernador Correa Falcón pueden solucionar la huelga. Por eso, buscan a los dirigentes sindicales para arreglar la cosa. El 6 de noviembre los tres estancieros que representan a los hacendados, Ibón Noya, Miguel Grigera y Rodolfo Suárez, informan a la población que no han llegado a un arreglo con la comisión obrera de la Federación. Y hacen público el siguiente manifiesto: Al pueblo de Río Gallegos y a los obreros del campo: No obstante las difíciles circunstancias por que se atraviesa como lógica consecuencia de la paralización de los mercados de carnes y lana en el mundo, los que suscriben, hacendados de la zona sud del río Santa Cruz, en asamblea resuelven: 1. Tratar directamente con el personal de sus respectivas estancias. 2. Establecer como sueldo mínimo para sus obreros cien pesos mensuales moneda nacional argentina, y comida. 3. Los sueldos que superen a esta suma serán convenidos entre patrones y obreros de común acuerdo y según el puesto que cada uno desempeñe. 4. Tratar de mejorar paulatinamente las condiciones de comida e higiene en los locales que ellos ocupen.

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1921 - 1924 Ya el primer punto es totalmente inaceptable para los trabajadores. Los patrones han decidido desconocer a la organización obrera. La situación se pone más tensa aún. Soto no conoce el campo y por eso debe confiar en gente que no es muy trigo limpio pero que tiene una decisión a toda prueba. En efecto, los hombres que fueron líderes del movimiento rural, en esta primera huelga, muy poco tenían de dirigentes gremiales: el “68” y “El Toscano”. El primero, ex presidiario de Ushuaia, donde llevaba el 68 como número de penado. De allí su apelativo. El segundo también había tenido mucho que ver con la justicia y era un aventurero increíble. Los dos: italianos. El “68” se llamaba José Aicardi. Era consumado jinete, igual que “El Toscano”, y más bien parecían gauchazos que gringos italianos. “El Toscano” se llamaba Alfredo Fonte, de 33 años de edad, y había venido al país a los tres años; de profesión era carrero. Dos argentinos los secundaban: Bartolo Díaz (conocido por “el paisano Díaz”), y Florentino Cuello (llamado el “gaucho Cuello”). Los dos eran más bien tipos de avería, levantiscos; allí donde había pelea, allí estaban. Los dos tenían gran mérito: eran los que más chilotes han afiliado para el sindicato. Les cobraban doce pesos por un año y los “federaban” dándoles la papeleta por la cual constaba que ya eran federados. Eran tipos muy populares en todas las estancias y conocían el territorio como la palma de la mano. El gaucho Cuello era entrerriano, del Diamante, donde había nacido en 1884. Allí en su tierra, en 1912, tajeó a uno –parece que las lesiones fueron muy graves–, lo que le valió cinco años de cárcel en Río Gallegos. En 1917 recuperó la libertad y allí se quedó. Cuando se inició la huelga estaba trabajando en la estancia “Tapi-Aike”. A estos cuatro cabecillas se debe en gran parte el paro total del trabajo en las estancias del sur de Santa Cruz. El que mandaba allí indudablemente era ese personaje misterioso que fue el “68”. Junto a ellos estaba un chileno, Lorenzo Cárdenas, hombre bravo, de gran decisión y sangre fría. Completaban el grupo dirigente el alemán anarquista Franz Lorenz; Francisco Aguilera, paraguayo; Federico Villard Peyré, anarquista francés, delegado del personal de la estancia “La Anita” de los Menéndez Behety; los norteamericanos Carlos Hantke (también se hacía llamar Charles Manning), Charles Middleton (fácilmente identificable porque llevaba dientes de oro) y Frank Cross; el ruso anarquista Juan Vlasko; los escoceses Alex McLeod y Jack Gunn; un negro portugués de apellido Cantrill; el carretero oriental, Ángel Rodríguez, alias “Palomilla”, de buena estampa; John Johnston, norteamericano; José Grana, español; etcétera. Esta será la columna general que irá tomando estancia por estancia, llevándose de rehenes a propietarios, administradores y capataces y engrosando sus filas con las peonadas. Todo estaba paralizado desde el río Santa Cruz al sur. El diario La Unión comenta el clima de tensión que reina, señalando el 18 de noviembre:

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Con el paro de los trabajos en todas las estancias y con la actitud de los estancieros ante la Federación queda planteado un nuevo y trascendental problema. De su pronta solución depende la salvación de los intereses económicos del territorio y en especial, los de las poblaciones; ¿qué sería de Río Gallegos si no pudiera faenar el frigorífico? ¿Qué harían los estancieros con el exceso de cerca de medio millón de animales que no podrían vender? Puerto Natales, en Chile, tampoco faenará. Ya los establecimientos ganaderos han sufrido grandes pérdidas por el abandono que hicieron los peones en épocas de parición. Serán los ganaderos quienes darán un paso adelante para encontrar una solución al conflicto. El 17 de noviembre hacen una nueva proposición a los obreros. Esta vez incluirán esta cláusula: Reconocer la entidad Sociedad Obrera de Río Gallegos como la única de los obreros, facultándola únicamente para que por conducto de sus representantes visite una vez por mes nuestros establecimientos entrevistándose en esas oportunidades con el dueño o administrador a efecto de tomar razón de las quejas que tuvieran del personal, y asimismo para que se comuniquen con sus asociados. Al día siguiente, gran expectativa en el pueblo. No cabe un alfiler en el local de la Sociedad Obrera. Se analizará punto por punto el ofrecimiento de los ganaderos para, a la postre, rechazarlo de plano. El convenio debe ser claro, las cláusulas no tienen que dejar lugar a duda, no se pueden aprobar puntos que sólo contienen generalidades. Y de allí saldrá la contrapropuesta obrera, que firmará Antonio Soto, concebida en los siguientes puntos: Convenio de Capital y Trabajo que para mutua ayuda y sostenimiento, y para dignificación de todos, celebran los estancieros de la zona sur del río Santa Cruz y los obreros del campo representados por la Sociedad Obrera de Oficios Varios de Río Gallegos, conforme a las cláusulas y condiciones siguientes: Primera: Los estancieros se obligan a mejorar a la mayor brevedad posible dentro de los términos prudenciales, que las circunstancias locales y regionales impongan, las condiciones de comodidad e higiene de sus trabajadores, consistentes en lo siguiente: a) En cada pieza de cuatro metros por cuatro no dormirán más hombres que tres, debiendo hacerlo en cama o catres, con colchón, aboliendo los camarotes. Las piezas serán bien ventiladas y desinfectadas cada ocho días. En cada pieza habrá un lavatorio y agua abundante donde se puedan higienizar los trabajadores después de la tarea. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 b) La luz será por cuenta del patrón, debiendo entregarse a cada trabajador un paquete de velas mensualmente. En cada sala de reunión debe haber una estufa, una lámpara y bancos por cuenta del patrón; c) el sábado a la tarde será única y exclusivamente para lavarse la ropa los peones, y en caso de excepción será otro día de la semana; d) la comida se compondrá de tres platos cada una contando la sopa; postre y café, té o mate; e) el colchón y cama serán por cuenta del patrón y la ropa por cuenta del obrero; f ) en caso de fuerte ventarrón o lluvia no se trabajará a la intemperie exceptuando casos de urgencia reconocida por ambas partes; g) cada puesto o estancia debe tener un botiquín de auxilio con instrucciones en castellano; h) el patrón queda obligado a devolver al punto de donde lo trajo al trabajador que despida o no necesite. Segunda: Los estancieros se obligan a pagar a sus obreros un sueldo mínimo de cien pesos moneda nacional y comida, no rebajando ninguno de los sueldos que en la actualidad excedan de esa suma y dejando a su libre arbitrio el aumento en la proporción que consideren conveniente y siempre en relación a la capacidad y mérito del trabajador. Asimismo se obligan a poner un ayudante de cocinero que tenga que trabajar para un número de personas comprendido entre 10 y 20; dos ayudantes entre 20 y 40 y además un panadero, si excedieran en este número. Los peones mensuales que tengan que conducir un arreo fuera del establecimiento cobrarán sobre el sueldo mensual 12 pesos por día con caballos de la estancia, y los arreadores no mensuales, 20 pesos por día utilizando caballos propios. Los campañistas mensuales cobrarán 20 pesos por cada potro que amansen, y los no mensuales, 30 pesos. Tercera: Los estancieros se obligan a poner en cada puesto un ovejero o más, según la importancia de aquel, estableciendo una inspección bisemanal para que atienda a las necesidades del o de los ocupantes prefiriéndose en lo sucesivo para dichos cargos a los que tengan familia, a los cuales se les dará ciertas ventajas en relación al número de hijos, creyendo en esta forma fomentar el aumento de la población y el engrandecimiento del país. Cuarta: Los estancieros se obligan a reconocer y de hecho reconocen a la Sociedad Obrera de Río Gallegos como una entidad representativa de los obreros, y aceptan la designación en cada una de las estancias de un delegado que servirá de intermediario en las relaciones de patrones con la Sociedad Obrera, y que estará autorizado para resolver con carácter provisorio las cuestiones de

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urgencia que afecten tanto a los derechos y deberes del obrero como del patrón. Quinta: Los estancieros procurarán en lo posible que todos sus obreros sean federados, pero no se comprometen a obligarlos ni a tomarlos solamente federados. Sexta: La Sociedad se obliga a su vez a levantar el paro actual del campo volviendo los trabajadores a sus respectivas faenas inmediatamente después de firmarse este convenio. Séptima: La Sociedad Obrera se compromete aprobar con la urgencia del caso los reglamentos e instrucciones a que sus afederados deberán sujetarse tendientes a la mejor armonía del capital y trabajo, bases fundamentales de la sociedad actual, inculcando por medio de folletos, conferencias y conversaciones en el espíritu de sus asociados las ideas de orden, laboriosidad, respetos mutuos que nadie debe olvidar. Octava: Este convenio regirá desde el 1° de noviembre reintegrándose al trabajo todo el personal abonando los haberes de los días de paro y sin que haya represalias por ninguna de ambas partes. Ante la respuesta obrera, los hacendados responden que “en vista del desacuerdo producido y habiendo extremado nuestras facultades, damos por terminada la misión que se nos confió”. Nuevamente quedaban rotas las negociaciones. Si analizamos el petitorio obrero vamos a obtener varias conclusiones acerca de la verdadera situación del obrero rural en la Patagonia. El sistema de los “camarotes” no sólo se encontraba en la Patagonia sino en muchos lugares del país. Eran “costumbres” en la vida de campo. Los galpones en que vivían los peones –especialmente en estancias chicas– servían también para guardar los trastos viejos o como depósitos de máquinas. El menú consistente sólo en carne de capón –con los consiguientes perjuicios para la salud del trabajador– se sigue sosteniendo aún hoy en casi todas las estancias patagónicas. Las habitaciones para los peones, en muchos casos, siguen siendo las mismas que hace medio siglo. Pero lo que más ha conspirado contra el progreso de la Patagonia –y eso sí es un reproche que se puede hacer sin cometer errores– es la falta de humanidad en el trato hacia el hombre. Y la falta de mentalidad en cuenta a que la principal riqueza de la tierra es, precisamente, el hombre. Tanto en aquel entonces como hoy, sólo se toma a peones u ovejeros solteros. El estanciero no quiere familias –salvo el caso del “matrimonio”, como lo llaman, en donde ella limpia la casa de los patrones y él es cocinero– y en general todo el personal sigue siendo soltero. El hombre vive entonces de lunes a sábado en la estancia y el domingo se va al pueblo vecino para gastarse todo lo que tiene en el boliche, alcoholizándose, o en el lupanar. Fue una economía mal entendida la del estanciero. El hombre de campo se hizo trashumante, nada lo ataba al lugar, se iba donde más le pagaban o donde mejor se sentía. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 Por eso, la cláusula tercera del pliego de condiciones es verdaderamente sabia cuando pide que para puesteros se prefiera a los que tengan familia, “a los cuales se les dará ciertas ventajas en relación al número de hijos, creyendo en esta forma fomentar el aumento de la población y el engrandecimiento del país”. Lástima; nada de esto se cumplió y todo se ahogó en sangre y en la razón de los fusiles. En general el petitorio obrero no era exagerado, y ya veremos que los mismos estancieros lo reconocieron al aceptarlo en gran parte. Sobre los móviles puramente reformistas del petitorio habla la cláusula séptima donde la Sociedad Obrera se “compromete a dictar las instrucciones a que sus federados deberán sujetarse, tendientes a la mejor armonía del capital y el trabajo…”. Aquí se ve claramente la mano de Borrero y tal vez la de Viñas. Decimos esto porque mientras estuvo Borrero de asesor de la Sociedad Obrera siempre quísose demostrar que no se trataba de extremistas; y de Viñas, porque eso de “la armonía del capital y el trabajo” deja a las claras una mentalidad yrigoyenista, repetida luego en el peronismo. Por supuesto, esa armonía quedará destrozada a tiros y crucificada en los postes de los interminables alambrados patagónicos. Pero más que el convenio, el manifiesto obrero denominado Al mundo civilizado, con que se acompañó el pliego de condiciones, demostrará que la Sociedad Obrera buscaba con afán un camino reivindicativo, sí, pero absolutamente exento de todo matiz revolucionario. Dice así: Al mundo civilizado El paro general del campo ha sido decretado; este será total, absoluto; desde la fecha no se realizará ninguna de las faenas, incluyendo las de acarreo y transporte, relacionada con los trabajos de explotación de ganadería, única fuente de recursos en el territorio. Ignóranse todavía cuáles puedan ser las consecuencias de este paro y las proporciones que pueda alcanzar, más aún si se tiene en cuenta que los trabajadores del pueblo están firmemente dispuestos a secundar con todas sus energías la actitud de sus compañeros del campo, solidarizándose con ellos en justa reciprocidad y apoyándolos en sus más que justas y legítimas aspiraciones. Por ello, y en previsión de ulteriores acontecimientos, así como de futuras eventualidades, la Sociedad Obrera de Río Gallegos quiere descargar a sus componentes de toda responsabilidad, haciendo recaer esta sobre los estancieros de la zona Sur del río Santa Cruz, quienes, con la excepción honrosa de los señores Clark Hermanos y Benjamín Gómez, están demostrando, o la más supina ignorancia, o la maldad más refinada, junto con absoluta carencia de sentimientos de humanidad y altruismo y de ideas de justicia y equidad al pretender seguir tratando a sus obreros asalariados en la forma brutal en que hasta hoy lo hicieron, confundiéndolos con los hombres de la gleba y de la esclavitud, y convirtiéndolos en nuevo producto de mercados

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repugnantes, en los que la cotización del mulo, del carnero y del caballo, ya que hoy por hoy los estancieros consideran que un hombre se sustituye por otro sin costo alguno y en cambio cualquiera de los irracionales mencionados se sustituye por otro que cuesta una determinada suma a pagar, lo cual es para ellos más doloroso que sentir la pérdida de un semejante o acompañar a una familia en su desgracia. Es vergonzoso tener que hacer tales manifestaciones en pleno siglo xx, pero como ellas son verdades al alcance de cualquiera que visite las estancias del territorio, aun las más próximas al pueblo de Río Gallegos, es de todo punto necesario hacerlas como las hacemos para todo el que se considere hombre civilizado, dejando que el oprobio y la vergüenza de ellas caigan sobre sus causantes. Y para que no se diga que en estas afirmaciones hay exageración alguna, hagamos la historia de lo ocurrido. Iniciadas gestiones de arreglo entre trabajadores y estancieros, aquellos pasaron un pliego de condiciones con fecha 1° de noviembre, al que los estancieros, tras muchas vueltas, revueltas y circunloquios, contestaron diez y seis días después. Consecuentes los obreros con sus deseos de armonizar intereses, consultando la conveniencia de todos, estudiaron la propuesta de los estancieros, rebajaron sus pretensiones y, en definitiva, redactaron el convenio de trabajo y capital que a continuación se transcribe. –Aquí transcribían el pliego firmado por Antonio Soto.– El manifiesto termina diciendo que la cláusula octava es humana de toda humanidad, santa y sublime, que al exigir que por ninguna de ambas partes se ejerciten represalias no hace sino poner en práctica el más grande de los preceptos, el de amarse los unos a los otros, olvidando rencores, abandonando odios, dejando de lado las malas intenciones. Por último hace un llamamiento: Trabajadores: Hoy más que nunca debemos demostrar nuestra inquebrantable voluntad de dignificarnos y ser en la moderna sociedad considerados como los más eficientes factores del progreso y de la civilización, uniendo para ello todas nuestras fuerzas, no dando un paso atrás y defendiendo con tesón nuestros derechos desconocidos y vulnerados; cuando veamos un compañero tímido o vacilante, no lo precipitemos con reproches ni amenazas, antes al contrario, procuremos robustecerlo, ayudarlo, levantarle el espíritu y ofrecerle los brazos fraternales y afectuosos de sus compañeros de desgracia. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1921 - 1924 Hoy más que nunca debemos demostrar nuestra cultura y educación, de las que tantas y tan definitivas pruebas se han venido dando, dejando de un lado las violencias, no ejercitando coacciones, no usando ni abusando de la fuerza: quede esta como último síntoma de falta de conciencia y de derechos para los patrones, los que, como es público y notorio y en la actualidad sucede, en cuanto son objeto de alguna justa petición por parte de los obreros, creen divisar un alucinante espectro y recurren de inmediato a las bayonetas, fusiles y uniformes; no han de estar muy seguros de la justicia de su causa cuando a tales procedimientos apelan. Opongámosle a la fuerza de sus armas la fuerza de nuestros razonamientos, la limpieza de nuestros procederes, la honradez de nuestras acciones, y el triunfo será nuestro. La comisión. Este manifiesto obrero lo dice todo de por sí. Les habla a los obreros del “amaos los unos a los otros” y deja la fuerza de las “bayonetas, fusiles y uniformes” a los patrones, que, por supuesto, la usarán, y ¡cómo! Cuando al subcomisario Micheri se le tuerza el sable de tanto darle a los chilotes, que le hablen nomás del “amaos los unos a los otros”, y cuando Varela se plante bien y empiece a meterle plomo a toda esa informe masa de rotos, sáquenle a relucir el “opongámosle la fuerza de nuestros razonamientos”.

AGN

Fuente: Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985, pp. 52-73.

Acto del 1º de Mayo de 1921 en Puerto Santa Cruz.

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La Masacre de Napalpí es el nombre con el que se conoce la matanza de alrededor de 200 indígenas de las etnias qom y mocoví a manos de la policía chaqueña y grupos de estancieros, acaecida el 19 de julio de 1924, en la Colonia Aborigen Napalpí. La Reducción Aborigen de Napalpí (a 120 kilómetros de Resistencia) era un espacio de sometimiento donde los indígenas eran obligados a trabajar en condiciones de semiesclavitud y carecían de los derechos que poseía el resto de la población. En julio de 1924, los indígenas qom y mocoví se declaran en huelga. Denuncian los maltratos y la explotación de los terratenientes y planean marchar a los ingenios azucareros de Salta y Jujuy. Pero el gobernador Fernando Centeno les prohibió abandonar Chaco y, ante la persistencia indígena, ordena la represión. El argumento oficial para justificar esta represión es una supuesta “sublevación” indígena. El 19 de julio a la mañana, 130 policías y civiles (enviados por grandes estancieros) rodean a los grupos en huelga y disparan con rifles durante 45 minutos. Matan a hombres y mujeres, ancianos y niños. La prensa de la época repitió el discurso del gobierno u omitió el hecho. Pero hubo excepciones. El primer registro que se encuentra de esta historia, aparece publicado en la edición extraordinaria del diario de la época: Heraldo del Norte, de junio de 1925. Describe en 60 páginas, de la siguiente forma lo ocurrido en Napalpí la mañana del 19 de julio: Cuando la policía se vio segura avanzó en jauría hacia los toldos y aquello fue espantosa escena que repugna narrar. Indio que se hallase con vida, sin respetar sexo ni edad, era ultimado, acribillándosele a balazos o a machetazos. Parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados. La caza del indio continuó por parte de la policía. Había que exterminar… a todos. Durante un mes –nos dice uno de los conocedores de la tragedia– se persiguió a los indígenas que pudieran escapar con vida, a los que se les mataba en donde se les encontraba y hasta para no dejar rastro, se les quemaba (Fuente: Heraldo del Norte, edición extraordinaria, año IX, n° 652, 27/06/1925, Napalpí IV, p. 51).

“Estos son los indios que quedaron en la Reducción de Napalpí en Quitilipi, después de haber solicitado a la comisión Honoraria de Reducción que se les diera de comer, y que no se les dio. Quitilipi, enero 4 de 1920”. J. M. Bernal.

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1921 - 1924 El sábado 19 de julio de 1924, el diario La Nación publica su propia versión de los sucesos que acontecen en el Chaco.

En el Chaco y norte de Santa Fe los indios sublevados continúan cometiendo desmanes Los pobladores abandonan las colonias y se refugian con sus familias en los centros urbanos, por hallarse estos bajo la protección de las autoridades. Realizarse hoy una exploración aérea Resistencia (Chaco), 18. – Los indios sublevados continúan cometiendo tropelías en la campaña. Anteayer asesinaron cerca de Machagay al poblador D. Silvano Ravaza. Corre el rumor de que han sido asesinados el hacendado D. Roberto Roberts, antiguo poblador de aquel mismo punto, y un hijo suyo. En el lote 24, jurisdicción de Haumonia, se liberó un combate entre los indios y los vecinos, que ha durado una hora. Varias comisiones policiales salieron para Machagay, Haumonia y Oetling. Hoy salieron nuevos refuerzos para el primer punto. La alarma persiste, habiendo abandonado la mayoría de los pobladores sus viviendas y bienes, trayendo sus familias a los centros urbanos. Las medidas adoptadas por el Gobierno local han producido una impresión de alivio, aunque es evidente que la Policía no podrá dominar a los indígenas, cuya actitud es abiertamente agresiva y sólo respetan las vidas con la condición de que se les deje robar, carnear y arrear a su albedrío. Asegúrase que la tercera división del Ejército enviará dos escuadrones de caballería. Mañana el piloto sargento Esquivel y el alumno piloto Juan Browitz, que tiene su estancia en aquella zona, saldrán en un aeroplano para efectuar un reconocimiento con objeto de establecer la posición de la concentración indígena y la magnitud de esta. Quilipi (Chaco), 18. El alzamiento de los indígenas aún no fue dominado. Ayer se sintieron fuertes descargas de armas de fuego. Son cuatro los pobladores asesinados y entre los indios debe haber también un número regular de muertos. En estos momentos, las 9 horas, incendian tres estancias, cuyos pobladores se resisten.Causa verdadera angustia que los Poderes Públicos no presten atención a la situación desesperante creada y no ayuden a un grupo de hombres que deben defender sus vidas, mientras que la cosecha de algodón se pierde por falta de brazos. Anoche se reunió el pueblo en pleno para considerar la situación, resolviéndose enviar telegramas al presidente de la República, Cámara de Comercio del Chaco y Sociedad Rural.

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1921 - 1924 Las tropas anunciadas –telefoneó el gobernador– que no llegaron, desfraudándose así las esperanzas. Presidente De la Plaza (Chaco), 18. Cunden noticias alarmantes sobre el levantamiento de indios, esperándose su avance de un momento para otro sobre este pueblo. Villa Ana, 18. La sublevación de los indios de la Reducción de Napalpí continúa amenazando a la población de la zona Norte de este departamento. Han sido atacados varios vecinos, registrándose numerosos asesinatos. El pueblo está alarmadísimo. Villa Ana, 18. Los indios de la Reducción de Napalpí sublevados se internan en la Provincia de Santa Fe, alarmando a las poblaciones del Norte. Encuéntranse a veinticinco leguas de este pueblo. La Policía provincial y la Policía fronteriza salen a su encuentro. Se reclutaron cien hombres que se han concentrado en Guillermina, Ocampo y Villa Ana. La Sociedad Forestal proporciona hombres y caballada. Reina gran intranquilidad. Las Toscas, 18. Comunican de Resistencia que los indios sublevados y armados se dirigen hacia La Sabana, asesinando y saqueando. Santa Fe, 18. Se hacen públicos nuevos detalles sobre la sublevación de indígenas en la zona del Chaco, provocando la preocupación de los vecindarios de esa zona. El Gobierno provincial dispuso que la Policía montada destacada en Villa Ana (departamento Obligado) se traslade a Los Amores, población del departamento Vera, con el fin de que siga con atención los sucesos que se desarrollan en el Territorio del Chaco. Fuente: La Nación, Buenos Aires, 19 de julio de 1924.

Ibero-AmerikanischesInstitute, Berlín

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“Avión contra levantamiento indígena”, 1924, de Robert Lehmann-Nitsche.

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1921 - 1924

Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica, en 1922 El ciclo de huelgas y protestas obreras que desembocó fatalmente en la Semana Trágica despierta la alarma de ciertos sectores sociales medios y altos que ven con estupor el riesgo de una “conspiración maximalista” en el país. Al principio, estos grupos se organizan bajo la forma de comandos civiles armados que junto con la policía recorren las calles ejerciendo el terror y la violencia sobre inmigrantes, huelguistas y agrupaciones obreras. En 1919 se reunirán formalmente en torno a la Liga Patriótica Argentina, organización fundada por Manuel Carlés, de alcance nacional y de un agudo carácter conservador, nacionalista y reaccionario.

La crisis universal fue pasajera en la República Argentina, porque la cultura de sus habitantes y su prosperidad económica se sobrepusieron a las pasiones de los exaltados. (…) Nuestro país no padece ninguna enfermedad crónica, sólo siente una fiebre transitoria. Su estado de salud se evidencia en la extensión territorial suficiente, en sus instituciones liberales, en su humanitarismo cordial, en su economía rica, por lo que resulta el trabajo abundante, la industria próspera, la familia sana y numerosa, el Estado ordenado con su justicia inteligente, su policía moderada, es decir, la salud pública manifiesta en el Estado que protege la vida sensible y fomenta el perfeccionismo moral de la sociedad. (Prolongados aplausos.) ¿Qué pasa sin embargo? El fenómeno histórico de transición de un período a otro en la evolución de los países jóvenes. El efecto de la imitación que lucha con el resultado de la tradición. La imitación, que como tendencia trae la inmigración, luchando por variar la entraña del espíritu de tradición de la raza, fundadora de la nacionalidad. La tradición, que es la suma de conocimientos depurados en la vida de un pueblo y transmitidos de generación en generación en esta tierra, manifestóse en el orden económico fundado en el trabajo igualitario del campo; en el orden jurídico representado por la ley en fórmulas de equidad y clemencia más que de justicia; en el orden constitucional o moral de un gobierno patriarcal, fundado sobre la adhesión al jefe; en el orden moral, fundado en el honor defendido con sangre y en el pudor de la mujer, en la tradición estética del buen gusto y de la gracia; en la tradición metafísica de la espiritualización de los conceptos y en la tradición científica, fundada en el ideal de saber, tan característico de nuestro pueblo. Desde el tiempo de las asambleas patricias, nuestra civilización se mostró, sin embargo, partidaria de la imitación internacional necesaria, la que se funda en las verdades científicas, en el bienestar económico, en el altruismo y en la solidaridad de la conciencia moderna. (Aplausos.) El país soporta en este momento los efectos de la inmigración intermedia del ochenta al mil novecientos. Esa vino para conquistar y el conquistador funda en sí el pasado, no admite la tradición local, quiere anticipar el futuro, construye sin cimentar y su obra es efímera, porque su acción es transitoria. Revoluciona y se inspira en sí misma, no en lo

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que ve y le rodea; imita aquí lo que deja allá y procura que el de acá, su familia, su amigo, su cliente siga su imitación. Por efecto de esa tendencia imitativa se procuró imitar, no lo que es, sino lo que parece, no el fondo, sino las formas, no el espíritu, sino las modas. (…) “¡No! ¡Basta!”, nos dijimos en un instante, los buenos argentinos. El que se sienta capaz de defender su hidalguía, venga con nosotros; el que tenga fe para averiguar la verdad y proclamarla sin temor, venga con nosotros; el que quiera pensar contra todo lo malo y todos los males, el que tenga en su corazón un altar para la patria y un latido de amor a la gloria, venga a formar la Liga Patriótica Argentina. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) ¡Sí! Desde ese día hemos cumplido el juramento de no consentir que el crimen encubierto con motes sonoros de falso humanitarismo se enseñoree en las universidades, en las escuelas, en las plazas, en los campos y talleres de la república, sin que aparezca la mano fuerte que lo desenmascare; desde ese día pudimos pronunciar la palabra que el esnobismo había proscrito de los labios débiles para enseñarles lo que sólo se aprende en el país del dolor y del miedo: al gemido “soviets” respondamos con el grito “patria”. (¡Muy bien!) Hay ideas descaradamente populares como la antipatía al fuerte, a la autoridad, al patrón y, en los últimos tiempos, a la virtud del ahorro, de la previsión y de la templanza; por consiguiente, hay que decidirse a decir las verdades que “no son literalmente populares”, como la disciplina del trabajo, la subordinación al jefe, el hábito de respeto y la moderación en la conducta. (…) ¿Cuál es el problema actual? La respuesta será dada por este Congreso de Trabajadores que se ha reunido para proclamar afirmaciones: para afirmar nuestro derecho, para afirmar nuestros intereses, para afirmar nuestra nacionalidad. Afirmar los derechos dentro del “Estado”, bajo la “democracia” ya que fuera de ese mundo sólido se halla el anarquismo con sus negaciones, el sindicalismo con sus exclusiones, el socialismo con sus ambigüedades. Nuestra democracia debe ser consciente para que realice el bien, debe ser inteligente para que encuentre la verdad, debe ser disciplinada dentro del orden y del respeto. Para ello necesitamos conocernos y conocer el ambiente para acomodarnos a él: necesitamos bastarnos para ser fuertes y libres, base de la propia dignidad; necesitamos gobernarnos con ecuanimidad y sabiduría. (Prolongados aplausos.) El desarrollo económico realizado en los últimos treinta años evidencia la eficacia del régimen de la economía nacional, sobre la base del trabajo considerado como la norma ética de la raza argentina. “Afirmar nuestros intereses”, significa, pues, armonizar el trabajo y el capital. Debemos trabajar en paz con orden y seguridad dentro de las garantías constitucionales que aseguren a todos el fruto del trabajo: debemos perfeccionar la técnica, adiestrar el brazo y nutrir la mente para multiplicar el producto, ahorrar el esfuerzo y perfeccionar la obra; debemos dignificar al artífice, obrero o peón, para que ocupe el puesto social que le corresponde según sus méritos como colaborador en la riqueza social. (…) Hay que defender también el centro, la clase media formada por los más numerosos, los empleados, comerciantes al menudeo, los productores minoristas, etc. Constituye el equilibrio y dará el triunfo al lado donde se incline, como en todas las resoluciones. Si se lo abandona se inclinará a la resistencia, a la rebelión. (Grandes aplausos.) Reunidos en un haz, el trabajador, el capitalista, el empleado o burgués, se formará la verdadera democracia económica en paz y en orden. Fuente: María Silvia Ospital, Inmigración y nacionalismo: La Liga Patriótica y la Asociación del Trabajo (1910-1930), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1994.

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1921 - 1924

PRÉDICA DE LA “GRAN CAMPAÑA DE PACIFICACIÓN SOCIAL”

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Discurso de monseñor De Andrea sobre el conflicto social a comienzos del siglo xx pronunciado el 16 de abril de 1922.

i palabra va a versar según me lo piden, sobre algo concerniente al estado social contemporáneo, a este malestar, a esta inquietud, a este estado casi permanente de luchas sociales. Algunos dicen, como exponía yo, que el malestar social es debido a las desigualdades de orden económico existente. Basta un brevísimo análisis para darse cuenta de que esta causa puede contribuir, puede ser un factor, pero no es la causa suficiente para explicar por sí sola el malestar social contemporáneo. Estudiando la historia de la humanidad vemos que en todos los pueblos han existido siempre pobres y ricos, vemos que en todos esos pueblos esas riquezas han venido perpetuándose en virtud de la herencia, que todos esos pueblos han admitido de hecho la existencia de la desigualdad económica entre los hombres por la sencilla razón de que debían admitir la desigualdad intelectual y física. (…) ¡Oh! El mal está mucho más hondo. Hay que dirigir una mirada mucho más profunda a la esencia misma del organismo humano. ¿Será entonces también la causa de orden moral? ¿Será el veneno de la ambición? Ya nos vamos acercando a la verdad. Y aun todavía no aparece completa. La ambición verdadera supone que el hombre cree tener derecho a algo que actualmente no posee. Por lo tanto, la ambición capaz de engendrar la lucha social es aquella que se funda en el concepto que se tiene del propio derecho

y del deber ajeno. Depende, por lo tanto, del concepto que el hombre tiene formado de la vida, depende del concepto que tiene formado de la naturaleza humana. De consiguiente, la ambición capaz de engendrar la lucha social no es simplemente la envidia, no nace simplemente en el corazón, en la voluntad, no; nace en la inteligencia, es decir, en la región donde se forman los conceptos del hombre. Naturalmente si vosotros creéis en vuestro origen y destino ultraterrenos, si estáis convencidos de que en este mundo es imposible llegar a satisfacer todas las aspiraciones, pero que un mundo ulterior os está reservado para que satisfagáis en él la sed infinita de felicidad que os devora el alma, si estáis convencido de que no es vuestra conciencia el único juez de vuestros actos, sino que sobre ella hay un juez supremo de las conciencias, ante el cual no tiene nada que ver el cohecho ni el valimiento personal, entonces vosotros en bien de la comunidad cederéis más de una vez vuestro estricto derecho y seréis bastante indulgentes muchas veces, en la exigencia de los deberes que ligan a los otros hombres a vuestra persona. Mas si rechazáis todas esas creencias del alma, del orden moral, entonces, necesariamente, sentiréis la necesidad de satisfacer todas vuestras aspiraciones en esta vida, para que vuestra vida no resulte incompleta, y aspiraréis a la dicha, os lanzaréis hacia ella, y siempre que otra persona os oponga su derecho, esos dos derechos, el vuestro, a

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vuestra dicha y el de vuestro contrario a la suya, entrarán inmediatamente en conflicto, tratarán de dominarse el uno sobre el otro y estallará, necesariamente, la lucha, tanto más terrible y tanto más tenaz, cuanto que ambos combatientes se considerarán fundados sobre igual derecho. Ahora bien, consideremos otro orden de cosas; es evidente que si en una sociedad hay hombres de iguales condiciones económicas y de situaciones sociales semejantes, esa semejanza los unirá para la defensa y el desarrollo de sus intereses comunes. Ahora bien, suponed que en esa misma sociedad, y ello es la realidad de lo que está pasando, hay hombres que venden su trabajo y hombres que lo compran, hombres que cobran su salario y hombres que lo pagan, hombres que ejercen en la producción un papel intelectual y dirigente y hombres que ejecutan una función manual y subordinada. Y entonces veréis vosotros cómo automáticamente esos hombres se van separando y se van polarizando alrededor de sus intereses comunes. Y ¿qué tendremos después? Tendremos lo siguiente: la suma de las ambiciones individuales de los hombres que dan, pero que aspiran siempre a dar lo menos posible, formará de un lado lo que algunos denominan la burguesía; y la suma de las ambiciones individuales de los hombres que reciben y que aspiran a recibir siempre lo más posible, formará de otro lado, aquello que denominan el proletariado. Y así surgen de las entrañas de la sociedad, las desigualdades económicas, más inevitables, porque son más naturales que las antiguas castas privilegiadas, y tanto más activas en la defensa de sus derechos, cuanto más frecuentes son los motivos de roce, y, entonces, formados esos dos grandes ejércitos, ¿cómo admirarnos de sus primeros encuentros y de sus primeras luchas? Luchas tan terribles algunas de ellas, que un sociólogo moderno ha podido denominarlas “canibalismo social”.

Ahora bueno es que nos preocupemos del remedio del mal, de este malestar, del cual sentimos, a veces, algunos paréntesis saludables, pero que no deben servir para ilusionarnos respecto de la conquista de una pacificación definitiva. Así como para la explicación del mal hay varios sistemas, así también para proporcionar el remedio y dar la solución, hay varias alternativas. Poco me entretendré en seguir a los filósofos. Seguiré directamente a mi Maestro, Cristo. (…) Yo creo que vosotros, cristianos, vais a gozar, como he gozado yo cuando he podido descubrir todas las maravillas que se encierran en aquellas páginas admirables del Evangelio que vulgarmente conocemos, con bastante superficialidad, con la simple denominación de los panes y de los peces. Jesús ya ha hecho el examen de todos los sistemas incompletos y va a proponer, con el ejemplo y la palabra, el suyo, humano y divino a la vez. Lo primero que hace, después de haber atraído sobre sí la mirada de las turbas famélicas y las miradas de los discípulos que proponen soluciones, como ahora concentra las miradas del mundo, lo primero que hace, es levantar sus ojos divinos al cielo. ¡Al cielo! En la solución del problema deben entrar también factores morales: deben colaborar las virtudes y estas no brotan de abajo, de la materia, como el azúcar o el vitriolo, sino de arriba, de Dios. Para establecer el equilibrio de los factores económicos se necesita el reinado de dos virtudes, virtud de justicia y de caridad. (…) He dicho justicia y caridad y a propósito dije primero justicia y luego caridad. Porque debo rechazar la inculpación infundada y pueril que nos hacen los adversarios, cuando nos dicen que nosotros predicamos la caridad con detrimento de la justicia. ¡Qué error! ¡La caridad es un detrimento de la justicia! ¡Pero si nosotros sostenemos que es imposible la caridad sin el previo reinado

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1921 - 1924 de la justicia! ¿Cómo puede pretender hacer caridad, el que empieza por faltar a la justicia? Justicia, justicia social, en el verdadero sentido de la palabra, y luego caridad para hacer efectivos los sacrificios que ello comporta. Justicia, pues, y caridad, y no habléis tampoco, diría a nuestros adversarios, contra la caridad, porque indicáis que no la conocéis; confundís la caridad con la limosna. La limosna puede ser el fruto de la caridad, pero no es la caridad. (…) Y ahora, como dije, puede Jesús multiplicar. ¿Multiplicar, qué? Porque Jesús con la misma facilidad podía multiplicar, puesto que era Dios, unas cosas u otras, unos elementos u otros; levanta la diestra que crea y que conserva, que fecunda y vivifica, que desarrolla y que transfigura; levanta la diestra y bendice. ¿Acaso las monedas? Pudo bendecirlas también, porque era Dios, pero no bendijo las monedas. (…) No bendijo, pues, Jesucristo ese valor convencional que se presta a tantos abusos, cuando equivoca su fin, y que va dejando un reguero de sangre en el mundo, como las monedas arrojadas por Judas. Bendijo el pan, el trabajo, el fruto honorable y regenerante del trabajo humano. Bendijo el trabajo. ¡Qué hermoso simbolismo! Dios bendice el trabajo honrado y venerable de los hombres, y por eso bendijo el pan y lo multiplicó, multiplicando las riquezas legítimas. Y como primero había depositado el germen de la Justicia y de la Caridad en el rico cristiano, vino el momento de la distribución equitativa de las reservas de las riquezas y toda la turba se alimentó sin que el rico padeciera detrimento, porque se recogió el sobrante y era mucho más de lo que antes poseía. Justicia y Caridad, pues, para que mediante ellas se llegue a la distribución equitativa de los beneficios en el mundo. He ahí la grande y la única solución cristiana. A ella tendemos, a ella vamos decididamente.

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Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 187-190.

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1930 - 1932 La experiencia de una democracia ampliada, con sufragio secreto, universal y obligatorio (para ciudadanos argentinos varones) dura menos de dos décadas. Con el golpe de Estado que lleva adelante el general José Félix Uriburu el 6 de septiembre de 1930 contra el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen, los sectores conservadores, con el apoyo de diversas franjas de la sociedad civil, deciden poner fin a esa experiencia y retomar la conducción política del país –conducción que mantendrán durante más de diez años mediante la práctica sistemática del autoproclamado “fraude patriótico”. La cobertura legal que aporta la Corte Suprema de la Nación mediante la Acordada del 10 de septiembre, donde reconoce la legitimidad del gobierno emergente del golpe militar, sienta un precedente relevante para los sucesivos golpes de Estado que interrumpirán diversos procesos democráticos durante las siguientes cuatro décadas. En una serie de crónicas escritas para el diario El Mundo –que luego se publican como Aguafuertes porteñas–, Roberto Arlt describe el clima enrarecido, los discursos a favor y en contra del golpe, y las sensaciones contradictorias que recoge en las calles de Buenos Aires durante esas jornadas de conmoción política. A menos de un año del golpe de Estado, en abril de 1931, el radicalismo se impone en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires. El gobierno de facto del general Uriburu desconoce el resultado y proscribe a diversos candidatos que el radicalismo propone para la elección presidencial de noviembre. Frente a estos sucesos, la Unión Cívica Radical publica un manifiesto –“El comicio cerrado”–, donde caracteriza la situación como la vuelta de una oligarquía antipopular ya caduca, y declara su posición abstencionista.


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Manifiesto de los 44 El 9 de agosto de 1930, los diputados y senadores nacionales del Partido Socialista Independiente, de la Unión Provincial de Salta y de los partidos Conservador de Buenos Aires, Autonomista de Corrientes y Liberal de Tucumán y San Luis hacen pública una declaración conocida como “Manifiesto de los 44”, en la cual responsabilizan al gobierno de Yrigoyen por la crisis institucional y económica que atraviesa el país.

Tal como informamos en nuestra edición de ayer, un núcleo de senadores y diputados de la oposición firmó ayer un importante documento público, en el que se compromete a un definido programa de acción frente a los actos del gobierno nacional. Ese documento constituye la decidida acción cívica, que comenzará a ponerse en práctica inmediatamente. He aquí el contenido del manifiesto publicado ayer: Reunidos los senadores y diputados firmantes para cambiar ideas sobre la grave situación por que atraviesa la República y considerando: Que el sistema de gobierno republicano, representativo y federal de nuestra Constitución ha sido anulado en los hechos por el Poder Ejecutivo, cuya voluntad arbitraria y despótica es hoy la única norma que rige el manejo de los asuntos públicos; Que el poder ejecutivo ha subvertido y desnaturalizado el régimen de las autonomías provinciales y ha violado la ley de instrucción primaria, la ley de instrucción secundaria, las leyes orgánicas del ejército y de la armada, la ley de contabilidad, la ley de obras públicas, la ley electoral, la ley orgánica del Banco de la Nación, la ley que gobierna el funcionamiento de la Caja de Conversión, la ley reglamentaria de los ferrocarriles, la ley que estatuye la jornada de ocho horas, la ley de presupuesto, las leyes orgánicas de justicia y las convenciones internacionales aceptadas por el país; Que los dineros públicos se despilfarran sin más criterio que el capricho del Presidente y las conveniencias electorales del partido oficialista, precisamente en momentos en que merman los recursos fiscales y el contribuyente sufre las tribulaciones propias de un malestar económico en vías de acentuación; Que mientras el país tropieza con dificultades cada vez mayores para la colocación de sus productos en el exterior, el Poder Ejecutivo abandona, con negligencia inexplicable, la gestión pública relacionada con los intereses agrarios; Que a la crisis institucional se ha agregado una grave crisis económica producida por la desvalorización de nuestro signo monetario, la falta de una obra positiva de gobierno y la desconfianza general que provoca la desorbitación manifiesta de los actos del Poder Ejecutivo;

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Que es urgente denunciar y cambiar este estado de cosas por una acción parlamentaria y popular concordante, enérgica y patriótica, de todos los hombres que quieran salvar las instituciones democráticas argentinas y evitar la ruina del país, sin que ello importe perseguir fines electorales, abdicar de los respectivos credos partidistas, o constituir conglomerados políticos artificiosos; Resuelven, en consecuencia: 1º Coordinar en las Cámaras la acción parlamentaria, para exigir al Poder Ejecutivo el cumplimiento de la Constitución Nacional, la correcta inversión de los dineros públicos y la fiel aplicación de las leyes orgánicas fundamentales; 2º Coordinar, asimismo, la acción opositora fuera de las Cámaras, en todos los distritos, para difundir en el pueblo y ante el electorado de los respectivos partidos, el conocimiento de los actos ilegales del Poder Ejecutivo y del oficialismo, y crear un espíritu cívico de resistencia a esos abusos y desmanes; 3º Proyectar un plan de acción encaminado al logro de los propósitos enunciados, y, en caso necesario, solicitar y admitir la adhesión de todos los ciudadanos que quieran para la República un gobierno constitucional y democrático y deseen prestar hasta lograrlo, su esfuerzo sano y desinteresado. Buenos Aires, agosto 9 de 1930. (…) Estos 41 legisladores nacionales pertenecen a los siguientes partidos: Unión Provincial de Salta; Liberal de Tucumán; Demócrata de Córdoba; Liberal de San Luis; Conservador de Buenos Aires; Autonomista de Corrientes y Socialista Independiente de la Capital.

Fuente: La Prensa, Buenos Aires, 10 de agosto de 1930, en Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 472-473.

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1930 - 1932

Manifiesto de la Junta Provisional El 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu, apoyado por distintos sectores de la sociedad civil, encabeza un golpe de Estado que derroca al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Luego del golpe se establece una dictadura militar, la primera de una serie que se extenderá durante buena parte del siglo xx argentino, hasta la última y más funesta de todas, que dará inicio el 24 de marzo de 1976. La Junta Provisional presidida por el general José Félix Uriburu dirigió un manifiesto al pueblo: Respondiendo al clamor del pueblo y con el patriótico apoyo del Ejército y de la Armada, hemos asumido el Gobierno de la Nación. Exponentes de orden y educados en el respeto de las leyes y de las instituciones, hemos asistido atónitos al proceso de desquiciamiento que ha sufrido el país en los últimos años. Hemos aguardado serenamente con la esperanza de una reacción salvadora, pero ante la angustiosa realidad que presenta al país al borde del caos y de la ruina, asumimos ante él la responsabilidad de evitar su derrumbe definitivo. La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como tarea primordial de gobierno, la acción destructora y denigrante en el Ejército y en la Armada, el descrédito internacional logrado por la jactancia en el desprecio por las leyes y por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación de lo subalterno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país. Al apelar a la fuerza para libertar a la Nación de este régimen ominoso, lo hacemos inspirados en un alto y generoso ideal. Los hechos, por otra parte, demostrarán que no nos guía otro propósito que el bien de la Nación. La participación en el gobierno de eminentes ciudadanos cuya colaboración hemos requerido atendiendo exclusivamente a sus méritos y virtudes evidencia en primer término que las fuerzas armadas, con el apoyo moral de la masa de la opinión, después de haber liberado a la Nación de la ignominia, ocupan de nuevo su lugar sin ambiciones de predominio. Debe entenderse, sin embargo, bien claramente que, para asegurar el orden y la normalidad, el gobierno provisorio procederá con prudencia pero con una inquebrantable energía, porque el país ha sufrido demasiado para que el sacrificio sea estéril. Ajeno en absoluto a todo sentimiento de encono o de venganza, tratará el gobierno provisorio de respetar todas las libertades, pero reprimirá sin contemplación cualquier intento que tenga por fin estimular, insinuar o incitar a la regresión. La medida de la libertad queda, pues, librada al espíritu patriótico de los ciudadanos y al buen sentido de los habitantes del país.

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No nos anima ni nos mueve ningún interés político, no hemos contraído compromisos con partidos o tendencias. Estamos por lo tanto colocados en un plano superior y por encima de toda finalidad subalterna y dispuestos a trabajar con todos los hombres de buena voluntad que aspiren al engrandecimiento de la patria. Tenemos fundadas razones para admitir que el desengaño de los que se han dejado tentar con promesas de dádivas personales (que ha sido la forma de corromper las conciencias para obtener sanciones plebiscitarias) es definitivo. El gobierno provisorio, inspirado en el bien público y evidenciando los patrióticos sentimientos que lo animan, proclama su respeto a la Constitución y a las leyes fundamentales vigentes y su anhelo de volver cuanto antes a la normalidad, ofreciendo a la opinión pública las garantías absolutas, a fin de que a la brevedad posible pueda la Nación, en comicios libres, elegir sus nuevos y legítimos representantes. Además, los miembros del gobierno provisorio contraen ante el país el compromiso de honor de no presentar ni aceptar el auspicio de su candidatura a la presidencia de la República. Será también aspiración del gobierno provisorio devolver la tranquilidad a la sociedad argentina, hondamente perturbada por la política de odios, favoritismos y exclusiones, fomentada tenazmente por el régimen depuesto, de modo que en las próximas contiendas electorales predomine el elevado espíritu de concordia y de respeto por las ideas del adversario que son tradicionales a la cultura y a la hidalguía argentinas. El gobierno provisorio interpreta el sentimiento unánime de la masa de opinión que le acompaña al agradecer en esta emergencia a la prensa seria del país el servicio que ha prestado a la causa de la República, al mantener latente por una propaganda patriótica y bien inspirada, el espíritu cívico de la Nación y provocar la reacción popular contra los desmanes de sus gobernantes. Confía que con el mismo acierto, sabrá interpretar en el futuro el papel esencial que le deparen los acontecimientos, a fin de encauzar hacia los mismos elevados objetivos los esfuerzos cívicos de la opinión nacional. La indispensable disolución del actual Parlamento obedece a razones demasiado notorias para que sea necesario explicarlas. La acción de una mayoría sumisa y servil ha esterilizado la labor del Congreso y ha rebajado la dignidad de esa elevada representación pública. Las voces de la oposición que se han alzado en defensa de los principios de orden y de altivez en una y otra Cámara han sido impotentes para levantar a la mayoría de su postración moral y para devolver al cuerpo de que formaban parte el decoro y el respeto definitivamente perdidos ante la opinión. Invocamos, pues, en esta hora solemne, el nombre de la Patria y la memoria de los próceres que impusieron a las futuras generaciones el sagrado deber de engrandecerla; y en alto la bandera, hacemos un llamado a todos los corazones argentinos, para que nos ayuden a cumplir este mandato con honor. Buenos Aires, 6 de septiembre de 1930 Teniente general Uriburu Comandante en Jefe del Ejército y presidente del gobierno provisorio Fuente: La Prensa, Buenos Aires, 7 de septiembre de 1930.

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1930 - 1932

Proclama del presidente de facto José F. Uriburu 1º de octubre de 1930. Uriburu ordena la publicación de una proclama donde expone su crítica radical a los partidos políticos y presenta su proyecto de reformas constitucionales en pos de la instauración de un sistema corporativista.

Las categóricas e intergiversables declaraciones formuladas en el manifiesto que hicimos público el mismo día de la Revolución, el solemne juramento prestado, y las manifestaciones oficiales formuladas el día 8 de septiembre, parecían hacer innecesario ratificar de inmediato el pensamiento que anima al gobierno provisional en la obra de reconstrucción que ha emprendido. Pero la explicable impaciencia de determinadas agrupaciones políticas, y sobre todo, el hecho de que se invoquen compromisos que no hemos contraído y palabras que no hemos pronunciado, nos deciden a romper el silencio y a interrumpir, por un instante, la primera y más urgente de las tareas que el país reclama: la reorganización de la administración pública. (…) Los partidos políticos que hicieron digna oposición al sistema depuesto, y cuya contribución eficaz para formar el ambiente revolucionario merece el aplauso público, han participado en el movimiento por acción de presencia de sus “leaders”, sin ningún compromiso que los vinculase a los ejecutores de la Revolución, como no fuera la seguridad de que estos respetarían en su acción de gobierno la Constitución y las leyes; de que mantendrían, en materia electoral, absoluta prescindencia, y de que se someterían, en todos los casos, a la voluntad nacional, manifestada por intermedio de sus legítimos representantes. Esos mismos partidos, si bien han conseguido agrupar en un momento dado un importante núcleo de ciudadanos solidarizados en un propósito común de repudio al partido gobernante, no constituyen toda la opinión nacional. Desaparecido, por otra parte, el móvil que decidió a millares de ciudadanos a dar su voto en favor de las únicas agrupaciones que podían disputar el triunfo al partido oficial, es necesario saber si están dispuestos a mantener una adhesión que puede contrariar ahora ideas, principios y programas que no pesaban sustancialmente si se los oponía al objetivo fundamental. (…) No consideramos perfectas ni intangibles ni la Constitución ni las leyes fundamentales vigentes, pero declaramos que ellas no pueden ser reformadas sino por los medios que la misma Constitución señala. Creemos que es necesario, interpretando aspiraciones hechas públicas desde hace largos años por parlamentarios, hombres de gobierno, asociaciones representativas de grandes y diversos intereses, que la Constitución sea reformada, de manera que haga posible la armonización del régimen tributario de la Nación y de las provincias, la autonomía efectiva de los estados federales, el funcionamiento automático del Congreso, la independencia del Poder Judicial, entregándole el nombramiento y la remoción de los jueces, y el perfeccionamiento del régimen

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electoral, de suerte que él pueda contemplar las necesidades sociales, las fuerzas vivas de la Nación. (…) Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente representantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etc., la democracia habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bella palabra. Pero será el Congreso elegido por la ley Sáenz Peña vigente quien declarará la necesidad y extensión de la reforma, de acuerdo con lo preceptuado por el artículo 30 de la Constitución Nacional. El gobierno provisional acatará todas las resoluciones del Congreso porque lo considerará el depositario de la soberanía nacional. (…) Creemos, en consecuencia, que es un deber patriótico ineludible para la opinión independiente que no está inscripta en los partidos políticos, agruparse en esta hora alrededor de ellos o formar una nueva fuerza nacional para elegir en primer término, y mediante el sistema electoral vigente, el Congreso, ante quien el Gobierno pueda someter los proyectos de reformas institucionales que afiancen los propósitos que han guiado a la Revolución. Los que hablan, pues, de actitudes antidemocráticas, de la perpetuación del gobierno provisional, de preferencias para tal o cual fracción política, infieren un agravio gratuito a quienes no necesitan reiterar compromisos de honor contraídos espontáneamente ante la Nación, porque han probado ya que son capaces de jugar su vida y su tranquilidad por el bien de la Patria, y porque nada buscan ni nada quieren, como no sea menester el respeto de sus conciudadanos. A las fuerzas políticas, pues, a los ciudadanos independientes, a los trabajadores, a los capitalistas, a los industriales, a los comerciantes y a todos los habitantes del país que deseen el engrandecimiento de la Nación van dirigidas estas palabras, que reflejan el pensamiento del gobierno provisional.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007.

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Acordada que legitima el Gobierno Provisional de la Nación encabezado por José F. Uriburu El 10 de septiembre de 1930, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dicta una Acordada donde reconoce y legitima el gobierno de facto nacido del golpe militar del 6 de septiembre de ese mismo año, marcando con ello un hito en la historia institucional argentina.

En Buenos Aires, a diez días de septiembre de mil novecientos treinta, reunidos en acuerdo extraordinario los señores ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, doctores D. José Figueroa Alcorta, D. Roberto Repetto, D. Ricardo Guido Lavalle, D. Antonio Sagarna y el señor Procurador General de la Nación, doctor Horacio Rodríguez Larreta, con el fin de tomar en consideración la comunicación dirigida por el señor presidente del Poder Ejecutivo Provisional, teniente general D. José F. Uriburu, haciendo saber a esta Corte la constitución de un gobierno provisional para la Nación, dijeron: 1º Que la susodicha comunicación pone en conocimiento oficial de esta Corte Suprema la constitución de un gobierno provisional emanado de la revolución triunfante de 6 de septiembre del corriente año. 2º Que ese gobierno se encuentra en posesión de las fuerzas militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el orden de la Nación, y por consiguiente para proteger la libertad, la vida y la propiedad de las personas, y ha declarado, además, en actos públicos, que mantendrá la supremacía de la Constitución y de las leyes fundamentales del país, en el ejercicio del poder. Que tales antecedentes caracterizan, sin duda, un gobierno de hecho en cuanto a su constitución, y de cuya naturaleza participan los funcionarios que lo integran actualmente o que se designen en lo sucesivo con todas las consecuencias de la doctrina de los gobiernos “de facto” respecto de la posibilidad de realizar válidamente los actos necesarios para el cumplimiento de los fines perseguidos por él. Que esta Corte ha declarado, respecto de los funcionarios de hecho, “que la doctrina constitucional e internacional se uniforma en el sentido de dar validez a sus actos, cualquiera que pueda ser el vicio o deficiencia de sus nombramientos o de su elección, fundándose en razones de policía y de necesidad y con el fin de mantener protegido al público y a los individuos cuyos intereses puedan ser afectados, ya que

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no les sería posible a estos últimos realizar investigaciones ni discutir la legalidad de las designaciones de funcionarios que se hallan en aparente posesión de sus poderes y funciones” –Constantineau, “Public Officers and the Facto Doctrine”, Fallos: tomo 148, página 303. Que el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país es, pues, un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con todo éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa y policial derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social. Que ello no obstante, si normalizada la situación, en el desenvolvimiento de la acción del gobierno “de facto”, los funcionarios que lo integran desconocieran las garantías individuales o las de la propiedad u otras de las aseguradas por la Constitución, la Administración de Justicia encargada de hacer cumplir esta las restablecería en las mismas condiciones y con el mismo alcance que lo habría hecho con el Poder Ejecutivo de derecho. Y esta última conclusión, impuesta por la propia organización del Poder Judicial, se halla confirmada en el caso por las declaraciones del gobierno provisional, que al asumir el cargo se ha apresurado a prestar el juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes fundamentales de la Nación, decisión que comporta la consecuencia de hallarse dispuesto a prestar el auxilio de la fuerza de que dispone para obtener el cumplimiento de las sentencias judiciales. En mérito de estas consideraciones, el Tribunal resolvió acusar recibo al gobierno provisional en el día de la comunicación de referencia mediante el envío de la nota acordada, ordenando se publicase y registrase en el libro correspondiente, firmando por ante mí de que doy fe. Firmados: J. Figueroa Alcorta, Roberto Repetto, R. Guido Lavalle, Antonio Sagarna; Horacio Rodríguez Larreta. Raúl Giménez Videla, secretario.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 12-13.

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LA DIFICULTAD DE LA REVOLUCIÓN

En junio de 1930, pocos meses antes del golpe de Estado que encabezará José F. Uriburu, Rodolfo Irazusta insta a que las Fuerzas Armadas interrumpan el ciclo democrático.

POR RODOLFO IRAZUSTA

T

iempo hace ya que se habla de una posible revolución para derrocar el gobierno del señor Yrigoyen. Los atropellos y desconsideraciones tenidas por este al ejército, prometieron a los opositores exaltados una reacción violenta y patriótica. Se dijo en ciertos momentos que había conspiración o conspiraciones y la celosa nerviosidad del gobierno pareció, y aún parece, confirmar esos rumores. Hay, sin embargo, la sensación de que todo movimiento armado es difícil, si no imposible. La dificultad consiste precisamente en la orientación del movimiento. Nadie duda de la necesidad de aliviar al país del desastroso gobierno democrático que soporta, y que comenzando por arruinar sus finanzas terminará por precipitarlo en el caos de la revolución social. Sobre lo que hay graves disensiones es sobre el objeto de un posible pronunciamiento militar. Pretender, como lo pretenden algunos grupos opositores, que se haga una revuelta para permitirles ganar las elecciones, sería sencillamente un crimen. De la elección proviene el mal gobierno que sufrimos y de ella no pueden salir sino sucesivos descalabros que darán cuenta de la República. Por otra parte, eso sería dividir el Ejército, que es de la Nación, en grupos facciosos correspondientes a los partidos políticos. ¡Peor el remedio que la enfermedad! (…) Acudir a la fuerza, reclamar la intervención del Ejército en las actuales circunstancias, es perfectamente legítimo. Pero, si esa intervención no significa otra cosa que la re-

novación y continuación de la farsa electoral, será mejor que no ocurra. El país puede confiar en sus ejércitos de mar y tierra, pues son quizá las únicas instituciones del Estado que la podredumbre de este no ha podido descomponer. Se puede confiar en los militares porque su carácter y su formación constituyen el valor más sólido con que cuenta nuestra sociedad. Y estas circunstancias agravarían una intervención insuficiente que permitiera la continuación de la política usufructuaria demoliberal. Que asuma el Ejército todos los poderes del Estado, en buena hora. Pero que sea por lo menos para plantear, después, una depuración profunda de los vicios colectivos, la reorganización nacional.

Fuente: La Nueva República, n° 51, Buenos Aires, 28 de junio de 1930.

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5 de septiembre de 1930: una manifestación de protesta contra el gobierno de Yrigoyen es interceptada por la policía.

Un sector de la ciudadanía sale a manifestar su apoyo al general José F. Uriburu.

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El comicio cerrado Ante el llamado a elecciones por parte del gobierno de facto del general José Félix Uriburu, el 27 de octubre de 1931 la Unión Cívica Radical declara la abstención y publica un manifiesto redactado por Ricardo Rojas al que denominan “El comicio cerrado”.

El gobierno de hecho ha comunicado a la Unión Cívica Radical que efectuará las próximas elecciones de noviembre con la prescindencia de la Ley, para darse un sucesor por medio de la fuerza. No significa otra cosa la nota que, en nombre del Poder Ejecutivo, firma el señor ministro del Interior, al contestar la que esta Mesa le enviara pidiendo comicios limpios para elegir autoridades legales. Al negar la derogación de decretos violatorios de las garantías cívicas, el gobierno cierra el comicio a nuestro partido. Necesitamos, pues, explicar a la Nación lo que significa para las instituciones este acto insólito. (…) Desde el 6 de septiembre de 1930, el gobierno de hecho empezó a descender por una pendiente que está protocolizada en decretos, comunicaciones y discursos que la historia recogerá como documentos excepcionales de la evolución argentina. (…) Mas ahora, después de la nota del señor ministro del Interior, hemos llegado al momento en que el gobierno de hecho, arrinconado por la fuerza civil del radicalismo, rehúye el combate en el terreno de la razón pública y de las instituciones patrias, despojándose del manto de ficción legal con que durante un año se cubriera. Eso es, precisamente, lo que la Unión Cívica Radical necesitaba para mostrar al pueblo argentino, en toda su horrible desnudez, la verdad de la hora política en que vivimos, y para que los demás partidos y todos los ciudadanos sepan a qué especie de elecciones se los convoca. (…) Nada hay en ello que demuestre respeto al espíritu ni a la letra de la Constitución, a todo lo que fue el ideal del pueblo argentino durante el siglo de contiendas por la democracia. (…) No es la tradición de Mayo y de la Constituyente, no es en los paladines militares de la magna epopeya, no es en el pensamiento civil de Moreno, de Echeverría, de Alberdi, de Sarmiento, de Sáenz Peña en donde se hallan los hontanares de las fuerzas regresivas predominantes en la Argentina oficialista de hoy. (…) La libertad de sufragio conquistada por la Unión Cívica Radical para el pueblo argentino, desalojó del gobierno a una oligarquía ya caduca. La nueva Argentina, que llegó al gobierno con la Unión Cívica Radical, impuso orientaciones populares, que hirieron otros intereses de casta o de gremio solidarizados hoy con la resucitada oligarquía. Los sucesos del 6 de septiembre han conducido a sus autores de la agresión contra el partido que los venció en lucha real, a una agresión contra el pueblo y sus instituciones civiles.

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El espíritu del radicalismo, que es el espíritu de Mayo y de la Constituyente, palpita no sólo en la reforma electoral, contra la oligarquía política, sino también en la reforma universitaria, contra la oligarquía doctoral, y en la reforma obrera, contra la oligarquía económica. Esas tres fuerzas reaccionarias, de filiación exótica o anacrónica, son las que se han unido contra la Unión Cívica Radical, apoyándose en prejuicios virreinales y en ambiciones entorchadas. Las líneas están así tendidas, y el pueblo lo sabe. Por eso la Unión Cívica Radical se siente hoy más fuerte que nunca; fortaleza del número para el comicio del que se la excluye y fortaleza del espíritu para la historia de la que nadie podrá excluirla. Los hombres libres y los partidos que se dicen democráticos, se hallan en una encrucijada decisiva; o se pondrán a nuestro lado para defender los derechos del pueblo, o se resignarán a participar en una parodia. (…) En la iniquidad que denunciamos, el radicalismo se exalta y purifica como un leño en la llama. La prueba a que se nos somete es nuestra justificación ante la historia. La Unión Cívica Radical no vive de anécdotas electorales ni de días burocráticos, sino de ideales heroicos y de lustros históricos. Nuestro es el porvenir, porque la juventud y el pueblo están con nosotros.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 69-70.

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DEBATE SOBRE LA TORTURA

Senador Sánchez Sorondo: ¿Quién puede creer lealmente que el general Uriburu, que los hombres que lo hemos acompañado en su gobierno, tengamos alma de torturadores? ¿Acaso somos desconocidos en nuestro propio país? ¿Acaso venimos de tierras extrañas o expelidos por el bajo fondo, expelidos con el odio al semejante, hecho de hambre, de envidia, de humillación social, de rencores ancestrales, extravasado en nuestras venas? No, señor. Todos tenemos una limpia tradición de familia que conservar para nuestros hijos. Nuestra vida pública y privada, y hasta nuestros sentimientos, se desenvuelven bajo el contralor de amigos y enemigos. ¿De dónde habríamos sacado la conciencia tenebrosa de criminales, para ordenar a sangre fría atrocidades semejantes? ¿De la ambición? ¿Del miedo? Los hechos están ahí que prueban que no hemos tenido la una, ni sentido lo otro. (…) Senador Palacios: Señores senadores, señor presidente: yo no hubiera promovido este debate. Es exacto que el 20 de enero (…), yo tenía el deber de afirmar aquí, para no rehuir ninguna responsabilidad, que en la Penitenciaría Nacional se había torturado a un general de la Nación. Cuando el señor senador lo negó agregué: “Aquí está la documentación; puedo probarlo en el acto”, y el señor senador calló. Pasaron muchos días; se hizo público el asunto de las torturas; los diarios expresaron, produciendo una verdadera conmoción en el

El 28 de marzo de 1932 los senadores Matías Sánchez Sorondo y Alfredo L. Palacios se enfrentan en el Senado de la Nación por denuncias sobre torturas durante el gobierno de facto del general José Félix Uriburu. espíritu popular, que en la cárcel de la calle Las Heras, había hombres que tenían como Macbeth el alma llena de escorpiones. La situación angustiosa del país exigía que nos eleváramos sobre nuestras pasiones para dar solución al grave problema económico y financiero. Pero el señor senador no lo ha querido y me veo arrastrado al debate. (…) Felizmente he venido con todos los papeles, y ya van a ver los señores senadores cómo se derrumba el castillo de naipes que ha construido el señor senador. (…) Libertad, del viernes 12 de marzo de 1932 (vaya esto en compensación a la carta que ha leído el señor senador por Buenos Aires) expresa que se ha descubierto que un alto funcionario policial, en cuyo testimonio se ha basado el señor senador, era el jefe de una banda de ladrones y extorsionistas. (…) Libertad, órgano del Partido Socialista Independiente, agrega estas palabras, que yo no hubiera leído jamás si no se hubiesen pronunciado las del señor senador… Señor Sánchez Sorondo: ¡Pero lo ha traído! Señor Palacios: “La banda dirigida por el comisario Vaccaro, que tenía su cuartel general en la imprenta de la calle Entre Ríos, había proyectado la ofensiva general de extorsión y de amenazas contra las personas que participaron en la acusación sobre torturas o pudieron intervenir en el sentido de castigar a adversarios y culpables. El plan dirigido contra Crítica y el asesinato que habían proyec-

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tado contra Natalio Botana los miembros de la banda que presidía el comisario inspector Vaccaro, comprendía otros propósitos: realizar una campaña de difamación contra el senador Palacios, contra el profesor Peco, contra el doctor Carlés y contra el ministro del Interior, doctor Melo, a fin de presionar en su espíritu, creyendo que de esa manera atemorizaría a esas personalidades”. Pero el señor senador por Buenos Aires, que, siendo ministro de la dictadura, ordenó mi prisión, sabe que ni el señor Vaccaro, ni el señor senador, ni ningún hombre es capaz de atemorizarme… El señor senador ha echado sombras sobre la valentía del señor general Baldassarre. “Protestó con toda corrección y pidió un vaso de agua.” Y eso ha permitido una sonrisa irónica de los señores senadores respecto de un hombre que en nuestro ejército viste el uniforme de general y ostenta laureles en su quepí. El señor senador, en cambio, hace alarde de su valentía, porque formó parte de la columna que fue a tomar una casa desocupada: la Casa Rosada. (Aplausos.) En la Penitenciaría Nacional había una sala de tormentos y por más que haya sonreído al enunciarlo, el señor senador, existió la silla, existió el “tacho”, así como todas las invenciones diabólicas de ese espíritu miserable que hoy está encarcelado por habérsele descubierto que era el jefe de una banda de extorsionistas y el eje principal alrededor del cual giraba todo el movimiento policial de la dictadura. Voy a probarlo. El señor senador se ha ocupado, en primer término, del general Baldassarre; yo tengo un gran respeto por este militar. No puedo admitir que sea cobarde. El señor senador nos ha leído declaraciones de algunos torturados en las que expresan que han sido bien tratados; pero esas declaraciones se han hecho en la misma Penitenciaría e inmediatamente después de las torturas. Yo le pregunto al señor senador y a

cualquier hombre, por mayor entereza que tenga, así sea un general del ejército argentino, yo le pregunto, si es capaz de no firmar esa declaración, excepto en el caso de ser un héroe, después de que le han torcido los testículos produciéndole una orquitis traumática… Señor Sánchez Sorondo: No es exacto, señor senador. Yo no puedo dejar esa impresión en el Senado. Las declaraciones que yo he leído son ratificaciones. Señor Palacios: Ratificaciones durante la dictadura. Señor Sánchez Sorondo: Naturalmente. (Risas.) Señor Palacios: Estas declaraciones que yo traigo fueron hechas, pocas durante la dictadura; muchas después de la dictadura, porque no hay héroes sino por excepción. (…) Los médicos detenidos –aquí están las declaraciones de los doctores Bugni y Talens– expresan a qué torturados curaron en sus propias celdas. ¡La confabulación, señor senador, sería monstruosa! Señor Sánchez Sorondo: No percibe el señor senador lo incomprensible de esa declaración… Señor Palacios: ¡Incomprensible es todo lo que ha leído el señor senador! Señor Sánchez Sorondo: Es que no es posible que los médicos detenidos curaran a vista y paciencia de las autoridades de la Penitenciaría. ¿No hay médicos allí? Señor Palacios: Permítame, señor senador. Las palabras que he leído son del jefe de la sección Penal, teniente coronel Fernández, el espíritu bueno dentro de aquella casa.

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1930 - 1932 (…) El teniente Antonio López, dice: “Señor senador nacional doctor Alfredo L. Palacios. Cumplo con el deber de dirigirme a usted para declarar, a su pedido, en la investigación que ha iniciado sobre las torturas infligidas a militares y civiles en la Penitenciaría Nacional. Tengo el honor de ser oficial del Ejército Argentino y pertenezco al Regimiento 2 de Infantería, siendo mi edad de 23 años. Me incorporé a la revolución con el entusiasmo propio de mi juventud y con la convicción de que aquella se realizaba para salvar a la patria. Desgraciadamente lo que he presenciado y lo que he oído durante los días inciertos del año 1931, me han demostrado que estamos frente a la más honda perturbación de los sentimientos y a la dolorosa comprobación de perversiones morales, que si cundieran en el ejército serían de consecuencias irreparables. Relataré a usted con toda fidelidad lo que sé. ”Después del 6 de septiembre mi regimiento enviaba un destacamento a la Penitenciaría Nacional bajo el comando de un subteniente. Mis camaradas, los jóvenes oficiales que desempeñaron esa función en la cárcel, me expresaron en distintas oportunidades que habían oído decir que en la Penitenciaría se producían hechos que constituían una vergüenza para nuestra dignidad de argentinos. Se referían a tormentos aplicados a oficiales del ejército y a civiles. ”Uno de esos camaradas me pidió que fuera yo al mando del destacamento para ver si conseguía confirmar esos rumores. (…) Allí se me enseñó un aparato que según se me dijo había servido para torcer los testículos de los torturados; una prensa que se utilizaba para apretar los dedos; un cinturón de cuero con el que se hacía presión en el cuerpo y al que llamaban camisa de fuerza, etcétera. ”Regresé al cuartel y puse en conocimiento de mi jefe el teniente coronel Santos V. Rossi lo que había visto (…). Estas expresiones mías y de los camaradas llegaron a conocimiento del

teniente coronel Molina, quien por intermedio del teniente coronel Rossi me manifestó su desagrado. ”Me creería indigno de pertenecer al ejército de mi patria si amparara con mi silencio una situación de vergüenza y de ignominia. Saludo al señor senador muy atentamente, Antonio I. López, teniente Regimiento 2 de Infantería”. Extractado de la carta dirigida por el teniente primero Carlos Toranzo Montero: “Volviendo a mi relato, aquí no terminó mi martirio, pues esa misma noche se me conducía más o menos a las 21:30 horas al despacho del director, profusamente iluminado, donde se encontraban reunidos varios funcionarios entre los que reconocí al teniente coronel Juan Bautista Molina, secretario y brazo derecho del general Uriburu; al coronel Pilotto, jefe de la policía de la Capital; al subprefecto general doctor David Uriburu; al teniente coronel Jacobo Parker, jefe del Regimiento Primero de Caballería; dos taquígrafos, además de tres o cuatro personas, cuya fisonomía he olvidado por el estado de inferioridad mental en que me encontraba. El teniente coronel Molina me hizo sentar en un sofá, junto al doctor Uriburu. “Ahí, entre las miradas de los asistentes y el repiquetear de los lápices de los taquígrafos que tomaban la versión de mis declaraciones, el teniente coronel Molina hizo el interrogatorio más insidioso e inhumano que se pueda imaginar, cuajado de vejámenes y amenazas. “La forma de tomarme pretendía sorprender e impresionarme para que yo, arrastrado por su verba alocada y deshilvanada, entrara en contradicciones que pudieran comprometerme. Me hacía preguntas capciosas, buscaba desorientarme con afirmaciones rotundas, de pretendidas relaciones mías con personas sospechadas, para sacarme de mentira verdad, y cuando creía que estaba a punto de tener éxito, miraba de soslayo y con aire

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triunfante, lleno de amor propio, satisfecho, a los circunstantes, ante los que quería exhibir lo que él creía su sagacidad y habilidad inteligentísima para hacer interrogatorios. Insultó a mi padre, diciendo que no tenía honor y que era un traidor a la patria, aliado de la chusma y de los radicales, contra los que se desató en improperios incontenibles. Mencionaba, entre otros personajes, al doctor Adolfo Güemes como un delincuente y quería hacerme declarar, a toda costa, que él había inducido a mi padre a una contrarrevolución. “Sobre este tema parafraseó durante media hora, sin resultado. A todo esto, yo estaba profundamente abatido, materialmente tirado en el sillón, con mis facultades mentales semiembotadas, exhausto por el enorme desgaste que había significado la declaración de la tarde, lo que explica mis incoherencias, entre continuos arrebatos nerviosos. Me quejé a él de que me habían torturado, no haciéndome el menor caso y demostrándome claramente que las torturas y procedimientos puestos en práctica obedecían a órdenes del gobierno. “Mi estado era lamentable y la más elemental humanidad hubiera exigido suspender este interrogatorio atroz. A pesar de mi desesperación y en la certidumbre de que en esa forma no sacaría nada de mí, cambió de táctica y tuvo la cobardía de representar una infame comedia, brutal refinamiento de un alma perversa; luego de hablar al oído a uno de los presentes se acercó a mí y me increpó en forma solemne que mi padre había sido capturado en San Justo y lo traían en viaje a la cárcel, exhortándome en tono hipócrita y dulzón, disfrazado de consejo, que refiriera todo lo que supiera del movimiento contrarrevolucionario, porque había desaparecido el motivo central para esconder nada, puesto que las pruebas que se habían acumulado contra él bastaban para condenarlo culpable en un juicio sumarísimo, aunque yo persistiera en mi

negativa, haciéndome entrever la posibilidad de que podría ser sometido a la ley marcial y que, no pudiéndolo salvar, debía tratar de salvarme yo, declarando todo lo que supiera, ya que así lograría salir en libertad y disminuir la desgracia de mi familia. Enterrándose más en su hipocresía, me llamó aparte, confesándose mi amigo, a espaldas de los otros, y me aconsejó que pensara en mi madre, a la que él quería ayudar en toda forma, porque le causaba lástima su tristísima situación y deseaba, a toda costa, devolverle al hijo ante la desgracia de perder al esposo. “Dada mi inferioridad mental y física completa del momento y la forma en que se hizo la ‘mise-en-scène’, le creí la detención de mi padre, lo que me desesperó aún más, exacerbando mi martirio, pues no dudaba que se le aplicarían las torturas más horribles y que luego se le fusilaría en base de declaraciones fraguadas, como las que se me querían arrancar. También se me agregó, por si esto no bastaba y aunque parezca mentira tanto ensañamiento, que mi hermano, el cadete, había sido apresado y había declarado. Como mi hermano no tenía nada que declarar, porque, sencillamente, no sabía nada de nada y eso me constaba, deduje que se le había torturado atrozmente y obligado, sin duda, a firmar cualquier impostura. “Mi mente afiebrada, casi rayana en la locura, se imaginaba las escenas más horripilantes y veía la desgracia de mi familia, exagerada y llevada al máximo. Es inenarrable mi estado en ese instante y puedo asegurar, sinceramente, que esta sesión de tortura moral fue mucho más dolorosa que la física, sufrida horas antes”.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 110-114.

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DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN UNIVERSITARIA ARGENTINA

L

os aplausos que me tributan los recojo para la institución que presido, que luchó en contra de la dictadura. Sin embargo, no somos héroes ni fuimos los únicos; fuimos una forma de la lucha, nada más pero nada menos. Hace hoy justamente un año y medio que perdimos nuestra independencia como Nación, para pasar después de un desfile militar a ser una factoría americana: hace un año y medio que cosas que debieron ser dichas en voz alta eran sólo susurros pronunciados en el tálamo, por temor al espionaje organizado o a la delación del amigo infiel. Hace año y medio que cada hombre era una angustia en marcha, cada mujer un sollozo contenido; no fuera que el ruido del llanto perturbara la paz del neurótico incurable que pedía olvido. Hace año y medio que pedir pan era un delito y los humildes ni gemir podían siquiera; para ellos era la celda que achicharra. Hace año y medio que de la Casa Rosada una voz enronquecida por no sé qué vicios, repetía: “Yo soy el camino”, y por el atajo se deslizaron los miembros del alto tribunal que cual nuevo sanedrín dejaron colgada en el perchero de la antesala su varonía. “Yo soy la luz”, y la luz se desparramó a chorros sobre la madera, el petróleo, la yerba; “yo soy la verdad”, y para pregonarla

En diciembre de 1930, la Universidad de Buenos Aires es intervenida y comienza una persecución sistemática a los reformistas del 18. El 7 de diciembre de 1932, el presidente de la FUA, Eduardo Howard, es detenido y deportado tras pronunciar un crítico discurso contra el gobierno de facto de Uriburu en el Luna Park.

tengo arcángeles barbilindos, que forman legión y que incesantes nos repetían: “no protesten, no les conviene”. “Soy la vida” (un poco ulcerada), y tengo juglares extranjeros y nacionales que me canten, no como el juglar de Berceo cobrando un vino, sino cobrando en dinero sonante. Pero se alza hoy sobre nosotros un interrogante angustioso: ¿hemos entrado ya a la pretendida normalidad? Estoy seguro que desde su casa me está escuchando S.E. el presidente. Para él van dirigidas estas preguntas: ¿qué espera el gobierno para disolver la Legión Cívica? Quinientos jóvenes acaudillados por dos o tres elementos del hampa e instruidos por militares de enjundia cuartelera, no deben perturbar la vida de un pueblo laborioso. Temor al hitlerismo; como si no se supiera que esta idea en el jefe, no es sino un apetito senil de última hora, y en la masa “vanos cantos de coplas de guerra”. ¿Qué se espera para hacer volver al país a los obreros del Chaco seguramente prontuariados como rufianes? ¿Qué se espera para darle a la Universidad lo que ella necesita y pide? Cuando nos endilgaron esa intervención de un boxeador semianalfabeto, tuvo la virtud de desquiciarlo todo, allí donde quizá no todo marchaba en perfecto orden, pero donde había un desorden fructífero.

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Ayudados por el gobierno “de facto” se nos encarceló y expulsó con decretos donde se nos hacía aparecer como facinerosos. Hizo callar la prensa para que no pudiéramos defendernos los que teníamos sobre Nazar la superioridad de nuestra unidad de conducta. Y la prensa grande no sólo obedeció la consigna, sino que se dedicó a mentir e intrigar, olvidándose que era más responsable cuanto más grande. ¿Qué espera el gobierno para dar su palabra condenatoria sobre el crimen de la “Fronda”? Se ha detenido a algunos pobres infelices, mientras los verdaderos culpables lograron esconderse a tiempo y eludir responsabilidades. Y debe decirse por último la palabra oficial sobre las torturas. Siempre se torturó en nuestras cárceles, especialmente a los hombres de ideas: ¡ojalá el movimiento actual de protesta sirva para abolir esa práctica! ¿Qué se espera para decir qué es nuestra “justicia”? Ya sabemos todos cómo se han comportado los jueces durante el gobierno de “facto”. Nada faltó, desde la indignidad de la Corte, hasta esa Cámara del Crimen que dictó, sin que se lo pidieran, una acordada declarando bien separados a tres jueces de Instrucción e interpretando como quiso el tirano el artículo 23 de la Constitución Nacional. ¿Qué espera el Gobierno para separar a ese fiscal que acaba de entonar una loa al crimen oficializado? Queremos limpiar la justicia. Promoveremos desde la institución que presido un amplio pedido de juicio político; y hemos de poner en la picota pública a cada uno de sus componentes, y ya se sabe que somos como las huríes: que llegamos a donde nadie llega y vemos donde nadie sabe ver.

Queremos que se nos diga, ante este parlamento, que se quiere trabajar aunque no lo creemos. Si el gobierno nos lo dice, nos encargaremos de limpiar el campo de las malezas que crecieron durante un año y medio. Nos sentimos con fuerza para ello, pues desde que nos acompaña la opinión pública nos sentimos tres veces más fuertes. Y le decimos al gobierno que hay fuego en el rastrojo, que no se le incendie el pajonal. Para finalizar, un saludo cordial a los muchachitos del Colegio Nacional, que sufrieron, de pantalón corto, las penurias de Villa Devoto y Orden Político.

Fuente: Ricardo Romero, La lucha continúa: el movimiento estudiantil argentino en el siglo xx, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1998.

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1930 - 1932 Hacia 1930 Roberto Arlt se desempeña como redactor del diario El Mundo. Desde allí seguirá los acontecimientos que se desencadenan a partir del golpe de Estado del 6 de septiembre contra Yrigoyen. En una serie de crónicas –que se publicarán luego como Aguafuertes porteñas– describirá los signos, discursos y acciones tensas y contradictorias que circulan por las calles de Buenos Aires en esas jornadas aciagas.

Balconeando la Revolución En el tranvía un coso le dice a otro: –Yo también estuve en el tiroteo. Bajó el tipo y en un montón de gente, veo a otro ciudadano que le copa la banca a un charlatán diciendo: “Yo también estuve en el tiroteo” –de manera que hoy, mañana y pasado, vaya usted a donde vaya, escuchará esta semiheroica declaración: “Yo también estuve en el tiroteo”, y al final de cuentas, resulta que todos hemos estado en el tiroteo… y esto son macanas… Incluso algunos manifiestan, con una de esas convicciones que son la consecuencia de la mula, que “el tiroteo los impresionó algo”; pero nada más que algo. ¡Madre mía! Y yo, que también estuve en el tiroteo, juro que he visto caras de julepe y expresiones de terror que hubieran interesado fotogénicamente al más ciego director de escena. Los que corrieron Indudablemente, para rajar todos somos buenos, y estos días ha habido fulanos que sin grupo le gambetearon a la muerte que andaba suelta y bravosa por esas calles del diablo. El terror a las balas perdidas y el tableteo de las ametralladoras y el chasquido seco de las pistolas automáticas y la gente que tiraba con lo que tenía a mano, ha puesto ruedas en todos los pies; y en cuanto se escuchaba el estallido de algún neumático, se percibía a los ciudadanos que “piantaban” vertiginosamente, mientras los negocios tomaban como primera providencia, el cerrar las puertas y bajar las cortinas metálicas. Hubo algo luego que fue más impresionante, y eran los caballos sueltos en la tarde del sábado. Ahora, como tiroteo, posiblemente uno de los más temibles, fueron el del sábado a la mañana frente a La Época y a la tarde en el Congreso. El monumento que hay en la plaza estaba negro de gente. Pues al sonar los primeros tiros en la superficie gris de la calzada, se veía correr a muchos individuos. Alguno caía y no se levantaba, y en pocos minutos la calle Rivadavia se vio sembrada de caballos muertos. Junto al cañón 75 (yo creía que era de 90) había un caballo negro y rojizo que se desangraba despacito. Flores y balazos Esta revolución ha sido macanuda porque no tenía intervalos espaciados, donde los participantes pasaban bruscamente de un extremo a otro. Por ejemplo, en el recorrido de la calle Callao efectuado el sábado por los cadetes, todo iba en la gloria pues en los balcones muchachas de todas las edades y matices pigmentarios, arrojaban chocolatines, bombones, ramitos de violetas y de claveles. En la esquina

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de Callao y Sarmiento o Cangallo (no recuerdo bien) estaba don Manuel Güiraldes. La embajada peruana estaba embanderada como en día de fiesta, y lo que menos podía sospecharse era la rociada de balazos que nos esperaba en Callao y Rivadavia. En fin, aquello era un paseo, una revolución sin ser revolución; todas las muchachas batían las manos y lo único que faltaba era una orquesta para ponerse a bailar. La agresión que como se dice, partió del Molino, no tiene nombre. En los barrios Desde temprano anduve recorriendo la ciudad, y tuve la suerte de poder meterme en un camión que traía tropa. Pues al paso de los soldados que venían de Flores y que cortaron luego por Caballito Norte, no fue un camino de soledad, de miedo o de indiferencia, sino que, en todas partes, estallaban aplausos, y la gente se metía entre los soldados como si hiciera mucho tiempo que estuviera familiarizada con esta naturaleza de movimiento. Particulares comedidos compraban bebestibles, y venían luego a repartir la botellería de bebidas sin alcohol entre la muchachada que se zarandeaba en los camiones gritando: “¡Cuidado con el seguro!” (se refería al seguro del fusil que boca arriba podía descargarse en cualquier golpe brusco o imprudente). Pero los que estaban de fiesta, sin grupo, eran los chicos que al paso seguían a la tropa. Se veía a las señoras asomarse a las puertas de las casas, gritándoles a los pebetes que se volvieran; pero estos, haciendo caso omiso a la ley marcial del pesto materno, seguían con los perros y un palo el desfile. Sensación de fiesta En realidad, si esta revolución tuvo algo de tal, fue cuando se produjeron los choques frente a La Época y a la tarde en el Molino. Suprimiendo las persecuciones policiales y las barbaridades de gente que no se daba cuenta qué catástrofe podían provocar, el panorama popular era de regocijo y de fiesta. Era realmente cosa de decir: “Tutti contenti”. La población había subido a las azoteas; los aeroplanos describían círculos sobre la ciudad y numerosas personas se dirigían al centro “para mirar la revolución”. Y es que, si algo puede afirmarse de la población porteña, es lo siguiente: Somos o constituimos el pueblo más balconeador del planeta. Sin grupo. No nos afligimos por nada. No nos impresiona nada. Y si no, tres horas después de un recio tiroteo, basta recordar el sábado a la noche la Avenida de Mayo. Familias con las pebetas tomadas de las manos caminaban despaciosamente, observando las escasas ruinas producidas por el movimiento. Señoritas en compañía de sus novios, miraban la hoguera que había frente al Molino hecha con mercadería del café. Automóviles con chapas de todos los parajes de la República hacían cola, uno tras otro, moviéndose despacio por la rua. Lo único que faltaban eran serpentinas. En serio. Serpentinas y caretas. Y el orgullo con que la gente miraba a sus prójimos parecía decir: –Bueno: ahora nosotros también tenemos nuestra revolución. 8 de septiembre de 1930 Fuente: Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas: cultura y política, Buenos Aires, Losada, 1992, pp. 145-148.

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1930 - 1932 Orejeando la Revolución ¡La pucha que es jabonera la gente! En cuanto terminé de engullir un bife a caballo, o de caballo, salí a la rua y ahí nomás me atajó el restaurantero de la media cuadra a pedirme datos: –¿Así que estalló la revolución? –Pero ¿usted cree eso? –y salí rajando para tomar un colectivo. Y en la esquina, mientras hacía tiempo, carpetié a unos venerables ancianos que en cabeza se habían venido con los “fiyos” para ver si por Rivadavia veían avanzar la revolución. Y me dije: –Esta gente creerá que la revolución, como en carnaval, sale disfrazada vaya a saber de qué… Macanudos momentos Son momentos macanudos. Sin grupos. Se viven unos minutos que valen en vento lo que pesan en la historia patria. La gente espera acontecimientos notables con la sonrisa en los labios. Por la noche, el centro, poco después que había corrido la noticia de la declaración de estado de sitio, las calles del centro, digo, estaban llenas de pebetas que cruzaban heroicamente mirando asombradas tanto acumulamiento de peatones. Con un doctor en química, el señor Celsi, y el vicepresidente del centro de estudiantes de Farmacia, cruzamos la Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada. Habían desaparecido los colectivos; algunos cosacos cruzaban la plaza encima de sus matungos que más querían pastar que cargar sobre el público; y allí había algo así como el vacío que deja una ametralladora al barrer en abanico. La casa de gobierno cerrada como un inquilinato clausurado por la municipalidad porque los techos o las cloacas no están en ordenanza, era el punto de mira de varias zanahorias que decían: –Ahí adentro están las ametralladoras. Plantamos y nos metimos por Rivadavia. Prudencia comercial No me cansaré de alabar o de admirar la prudencia de los traficantes, de los bolicheros, incluso de los lustrabotas, pues hasta el último reo que la labura de refaccionador tarrero, había clausurado el zaguán, temeroso de una biaba. A la altura de Carlos Pellegrini habían cerrado el tráfico. Reculamos y nos metimos en el Tortoni. Todas las mesas ocupadas. Le dije al químico amigo: –Vea, este es un café ideal para meter la mula, pues se entra por Avenida y se sale por Rivadavia o viceversa. Las mesas estaban llenas de tiras que carpetiaban un drama imposible. Salimos, y entonces observamos que todos los balcones estaban llenos de gente que esperaban panorama de un tiroteo barato. Redacción del diario Escribo nerviosamente, tratando de acaparar impresiones que se piantan fugitivas entre los campanilleos telefónicos que baten rumores. Todo el mundo está en su puesto. Se esperan noticias oficiales que no llegan. Los rumores llueven cada

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dos minutos. Las tropas se sublevan, no se sublevan… No se sabe ni medio. No se sabe. El teléfono que llama y los redactores con jeta de misterio, le chimentan a uno, a las doce de la noche, que el estado de sitio ha sido declarado. Luego, otro llamado. Han encanado a un fotógrafo. A dos fotógrafos. Nuevamente la campanilla. Todas las cabezas se levantan. Hay noticias espeluznantes. ¡La revolución está sofocada! ¡Sofocariola!… He venido por la calle, y he visto autos ocupados de pesquisas correr a vendedores de diarios y secuestrarles la edición de Crítica. Los pebetes rajaban; luego se detenían y les sacaban el diario. Nada más. Las calles están desiertas. Se tiene una impresión extraña, y digo que tengo una impresión extraña porque cuando salí eran las nueve y media y en las vías se observaba esa lustrosa soledad que pulimenta el julepe, las fachadas iluminadas al soslayo por faroles y las puertas bien cerradas, como diciendo: –Y ahora, que se hunda el planeta. Hacia el diario Me encontré con otro redactor que, por Río de Janeiro, iba hacia el diario. –¿Qué hacés? –Y voy, che, no sea que esta noche nos asalten en son de pesto… no me gustaría no estar. –Tenés razón… hay que estar… Hemos seguido caminando con aire de conspiradores. Sabemos perfectamente que no nos va a ocurrir ni medio, pero es agradable hacerse la ilusión de que pueden encarcelarlo a uno. Es agradable y anecdótico. Le presta a la vida cierta impresión novelesca. Otro llamado telefónico. Grita un redactor: –¡Ha sido secuestrada la edición de La Fronda! Nos miramos todos con cara de noche de San Bartolomé. Y nos decimos: –Mirá si se arma la gorda. El director salta: –No se arma nada, a trabajar, muchachos… Para el presidente del directorio de la empresa ¡macanudo! Esto se mueve. Ha desaparecido la monotonía esgunfiadora del cotidiano práctico. No se sabe nada de nada, y eso es suficiente para amenizar la vida. 9 de septiembre de 1930

Fuente: Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas: cultura y política, Buenos Aires, Losada, 1992, pp. 148-151.

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1934 - 1937 Como un intento de moderar el impacto de las políticas proteccionistas que Inglaterra viene instrumentando desde comienzos de la década del 30, y para equilibrar la golpeada balanza comercial del país, el vicepresidente Julio A. Roca (hijo) encabeza una comisión que en octubre de 1932 se dirige a negociar con el principal socio comercial de la Argentina. El 1° de mayo del año siguiente, estas negociaciones concluyen con la firma del tratado de comercio Roca-Runciman, mediante el cual la Argentina concede amplios beneficios y protecciones a las empresas inglesas a cambio de una módica cuota de exportación de carnes hacia ese país. Al año siguiente, los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta publicarán La Argentina y el imperialismo británico, libro que consagrará a aquel pacto como el punto culminante de la defección de las élites dirigentes a favor de una minoría oligárquica. Desde otro espectro ideológico, en 1935 el senador por Santa Fe Lisandro de la Torre también posará su mirada crítica sobre esas élites. En una serie de intervenciones en el Senado de la Nación acusa públicamente por fraude y evasión impositiva al frigorífico Anglo con pruebas que comprometen directamente al ministro de Economía, Federico Pinedo, y al de Hacienda, Luis Duhau. El cuadro crítico de la clase política argentina no deja indemne al partido radical, que en su Convención de 1935 decide levantar su abstención para participar en las elecciones. Contra esa decisión, leída como gesto de conformidad hacia el régimen fraudulento de los conservadores, en junio de 1935 un grupo de radicales disidentes fundan la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Esta formación político-intelectual, de cuño yrigoyenista, realizará una serie de investigaciones sobre cuestiones estructurales de la economía y la política del país, que tendrán una marcada influencia en las generaciones políticas siguientes.


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Manifiesto de la fundación de FORJA Fragmentos de la Declaración aprobada en la asamblea constituyente de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina del 29 de junio de 1935.

Somos una Argentina Colonial: queremos ser una Argentina Libre. La Asamblea Constituyente de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, considerando: 1º Que el proceso histórico argentino en particular y lati­noamericano en general revelan la existencia de una lucha per­manente del pueblo en procura de su Soberanía Popular, para la realización de los fines emancipadores de la Revolución ame­ricana, contra las oligarquías como agentes de los imperialismos en su penetración económica, política y cultural, que se oponen al total cumplimiento de los destinos de América. 2º Que la Unión Cívica Radical ha sido desde su origen la fuerza continuadora de esa lucha por el imperio de la Soberanía Popular y la realización de sus fines emancipadores. 3º Que el actual recrudecimiento de los obstáculos opuestos al ejercicio de la voluntad popular corresponde a una mayor agudización de la realidad colonial, económica y cultural del país. Declara: 1º Que la tarea de la nueva emancipación sólo puede realizarse por la acción de los pueblos; 2º Que corresponde a la Unión Cívica Radical ser el ins­trumento de esa tarea, consumando hasta su totalidad la obra truncada por la desaparición de Hipólito Yrigoyen; 3º Que para ello es necesario en el orden interno del Partido, dotarlo de un estatuto que, estableciendo el voto directo del afiliado auténtico y cotizante, asegure la soberanía del pueblo radical, y en orden externo, precisar las causas del enfeudamiento argentino al privilegio de los monopolios extranjeros, proponer las soluciones reivindicadoras y adoptar una táctica y los métodos de lucha adecuados a la naturaleza de los obstáculos que se oponen a la realización de los destinos nacionales. 4º Que es imprescindible luchar dentro del Partido, para que este recobre la línea de principismo e intransigencia que lo caracterizó desde sus orígenes, única forma de cumplir inco­rruptiblemente los ideales que le dieron vida y determinan su perduración histórica al servicio de la Nación Argentina. Dentro de estos conceptos y tales fines, la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, FORJA, abre sus puertas a todos los radicales y particularmente a los jóvenes que aspiren a intervenir en la construcción de la Argentina grande y libre soñada por Hipólito Yrigoyen.

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- Por el radicalismo a la soberanía popular. - Por la soberanía nacional a la emancipación del pueblo argentino.

Preámbulo La Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina, FORJA, conforme a la misión que se ha impuesto, está en la necesidad de plantear a la consideración de los radicales de toda la República, cuál es la situación creada a la Unión Cívica Radical, por los actos de sus direcciones, que tienden a destruirla por el abandono de los ideales que le dieron origen, y por el debilitamiento progresivo de los valores morales que han definido al movimiento histórico del radicalismo. Desde el 6 de septiembre de 1930, las oligarquías gobernantes desarrollan un plan sistemático para aniquilar la soberanía del pueblo, transfiriendo a grupos de especuladores, el goce de los bienes de la Nación, sin hallar resistencia efectiva en los llamados partidos opositores que, aprovechando la abstención radical, fueron a compartir posiciones con el pretexto de defender, desde ellas, los derechos populares. Ninguna desilusión hemos sufrido al verles arrastrados por el camino de su destino común con los gobernantes, porque, como ellos, han entrado en el manejo del Estado, sin contar con la ver­dadera voluntad del pueblo. En cambio, hemos alentado, durante los últimos años, la creencia de que las direcciones de la Unión Cívica Radical fueran, como debían ser, el centro de la defensa indeclinable de los intereses de la soberanía nacional; y hemos secundado, con favor, todos los esfuerzos de liberación que ellas auspiciaron o condujeron. Después, esas direcciones han abandonado sus deberes, al propiciar la salida de la abstención en que se mantuvo la austera protesta del pueblo soberano contra todo lo que se hacía, sin derecho, en su nombre. Y, de renuncio en renuncio, esas di­recciones han llegado a ser fomentadoras de resignaciones y acomodamientos. No sin amargura hemos visto también a algunos de los que fueron, con nosotros y más señaladamente que nosotros, sostenedores de la soberanía popular hasta el 2 de enero de 1935, dejar sus ideales de redención nacional, para tomar la senda de unos comicios susceptibles de conducir a la disociación de la Unión Cívica Radical. Esta no ha de destruirse, sin embargo. El intento de los que aspiran a emplear su inmensa fuerza colectiva como una fuerza ciega, para llegar a fines opuestos a las aspiraciones del pueblo radical, de realizar una vida nacional solidaria y digna, de trabajo y de justicia, no puede seguir ya su camino sin que, del mismo seno de la Unión Cívica Radical, surja el empeño cons­ciente de defenderla. Hemos agotado ya toda esperanza de que los autores de errores y desviaciones reiteradas escuchen nuestras reflexiones, nuestras instancias, nuestras súplicas, nuestras advertencias. Deploramos que las autoridades de la Unión Cívica Radical, con el pretexto de conseguir la soberanía política del pueblo, estén colaborando con las oligarquías económicas entregadas al capi­talismo extranjero. No podemos apartarnos también nosotros del imperativo de nuestra conciencia cívica, que nos exige obrar urgentemente ante los males que afligen a la Nación, porque MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1934 - 1937 afligen a la Unión Cívica Radical. Pues todo riesgo de desintegración moral de la Nación Argentina sería insignificante si la Unión Cívica Radical estuviera en su entereza moral como custodia del patrimonio de la República, porque ella sabría poner, por sus propios medios, la reparación y el freno necesario a los daños sucedidos y a los que se avecinan. Por lo cual, a fin de mantener la vida y unidad plenaria de la Unión Cívica Radical, en la cual FORJA ha nacido y vivirá, debemos llamar, como llamamos, a todos los radicales, a trabajar por la rehabilitación de sus cuerpos representativos. Se ha de ilustrar concretamente el criterio de todos, con la revelación de los hechos y expectativas que definen el actual momento de la vida nacional, y para ello se citará nombres de personas y Estados, sin los cuales la exposición de nuestra causa perdería la claridad necesaria para servir al juicio público. No nos mueve hacia esas personas y naciones, prevención ni desafecto. FORJA, al denunciar el carácter de la gestión del actual gobierno y la ineficacia de sus oposiciones parlamentarias, acusa a las autoridades de la Unión Cívica Radical, por mantener silencio ante la gravedad de los siguientes problemas: 1. Creación del Banco Central de la República y del Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias. 2. Preparativos para la Coordinación de Transportes. 3. Creación de Juntas Reguladoras de distintas ramas de industria y comercio. 4. Unificación de Impuestos Internos. 5. Tratado de Londres. 6. Sacrificios económicos impuestos al pueblo en beneficio del capitalismo extranjero. 7. Régimen de cambios. 8. Política petrolífera. 9. Intervenciones militares arbitrarias. 10. Restricciones a la libertad de opinión. 11. Arbitrios discrecionales en el manejo de las rentas públicas. 12. Sujeción de la enseñanza a organizaciones extranjeras. 13. Incorporación a la Liga de las Naciones. 14. Supresión de las relaciones con Rusia. 15. Investigaciones parlamentarias sobre armamentos y comercio de carnes. 16. El crimen del Senado. 17. Aplicación de censuras previas a la expresión de las ideas. 18. Desviaciones de la justicia contra la libertad individual. Todos los aspectos de la vida nacional que se pasa a examinar demuestran que ya se ha impuesto a la República una tiranía económica, ejercida en beneficio propio por capitalistas extranjeros a quienes se ha dado derechos y bienes de la Nación Argentina; y que, por las facultades extraordinarias que este congreso y los jueces han dado al Gobierno Nacional y por la supresión de derechos individuales, se ha echado las bases para establecer de inmediato una dictadura política que asegure y consolide aquella tiranía. Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Corregidor, 2011, pp. 83-86.

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En el plano periodístico, los miembros de FORJA publican una serie de Cuadernos como instrumento para la opinión pública, como un medio partidario para debatir la línea política dentro de la Unión Cívica Radical y también como un ámbito para la divulgación de investigaciones. Los Cuadernos denuncian la estructura dependiente de la economía y la política argentinas y esbozan un programa de desarrollo nacional autónomo mediante el control de sectores estratégicos como el transporte y la energía.

LOS FERROCARRILES, FACTOR PRIMORDIAL DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL

A

los estudiantes de derecho se les enseña que los ferroca­ rriles son elementos técnicos de la economía nacional, que son estudiados en la Facultad de Ingeniería. A los estudiantes de ingeniería se les enseña que la primordialidad de un sistema ferroviario son sus rieles, las pendientes máximas con que han sido tendidos, sus locomotoras, sus viaductos y aun la ingenuidad teórica de tarifas que sólo llenan funciones matemáticas. Pero a nadie se le dice que las redes ferroviarias constituyen la estructura fundamental de una nación. A nadie se le dice que el ferrocarril –el instrumento de progreso más eficaz que se creó durante el siglo pasado– es el arma de dominación y sojuzgamiento más insidiosa y letal porque atenaza y paraliza los núcleos vitales de una nación. Si se mira el mapa de la República, la vasta extensión aparece como parcelada bajo una

Conferencia de Raúl Scalabrini Ortiz en La Plata, 1937. intrincada red de líneas férreas que forman una malla muy semejante a una tela de araña. Esa impresión visual es una representación muy exacta de la verdad. La República Argentina es una inmensa mosca que está atrapada e inmovilizada en las redes de la dominación ferro­viaria inglesa. Vamos a disipar con la brevedad a que obliga una confe­rencia, una leyenda que coarta muchos esfuerzos y somete de antemano con un falso sentido de equidad a muchos ánimos enérgicos y honrados. Esa leyenda es la de los capitales ingleses invertidos en la Argentina. Económica y financieramente, la República Argentina es un país capitalista. El capitalismo es un sistema distributivo y nominativo que ofrece algunas ventajas y algunos inconve­nientes. Puede afirmarse que en la República Argentina no existe el régimen capitalista sino en cuanto el régimen capitalista

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1934 - 1937 beneficia los intereses de la Gran Bretaña. A nadie se le ocurrirá hablar de los capitales invertidos en las estancias argentinas y de la imperiosa necesidad de defenderlos. Ni de los capitales invertidos por un chacarero o por un pequeño comer­ciante argentino. En la Argentina no hay más capitales genuinos que los capitales británicos. Ahora bien, el capital no es más que energía humana acumulada y dirigida. Los capitales británicos son el resultado de la capitalización a favor de la Gran Bretaña de la energía y de la laboriosidad de los ciudadanos argentinos y de la riqueza natural del suelo que habitan. Antes de analizar aunque sea someramente el origen y for­mación de los capitales ferroviarios ingleses, voy a trazar un ejemplo que facilite la comprensión de Uds. Voy a utilizar para ello uno de los poquísimos capitales argentinos, el capital de YPF. YPF tiene actualmente un capital de 350 millones de pesos. ¿De dónde salió ese capital? ¿Fueron aportes del Gobierno Nacional? ¿Fue el producto de suscripciones de acciones levantadas en el país o en el extranjero? No, señores. Ese capital salió de los mismos pozos de petróleo. Fue el producto de connubio de la riqueza petrolífera del subsuelo argentino y del trabajo de sus ciudadanos. El único aporte recibido del Gobierno Nacional fueron en total ocho millones de pesos. Exactamente, 8.655.240 pesos papel. Supongamos que en lugar de explotar por su propia cuenta, el Gobierno hubiera cedido la explotación a una empresa extranjera en las mismas condiciones de liberalidad en que concedió las explotaciones ferroviarias, es decir, inhibiéndose a sí mismo de toda fiscalización en la contabilidad interna de las empresas. La empresa concesionaria hubiera invertido, cuando mucho, esos mismos ocho millones de pesos en las instalaciones originarias. Del producto de la explotación anual hubiera

obtenido una suma suficiente para repartir un buen interés al capital pri­mitivo y un cuantioso sobrante que se hubiera depositado en los bancos de Londres y que se hubiera disimulado en los libros –si hubiera sido preciso disimularlo–, abultando los gastos e inscribiendo ventas fraguadas a bajo precio. Poco después, la empresa hubiera emitido nuevas series de acciones para intensificar la producción y mejorar sus servicios, que los accionistas hubieran suscrito con esos mismos fondos remanentes depositados a la orden de la empresa. En una palabra, se hubiera regalado a los accionistas cantidades proporcionales de nuevas acciones u obligaciones y el dinero que salió de aquí, aquí hubiera vuelto como capital inglés o norteamericano invertido en la Argentina, y actualmente se nos diría que la explotación del petróleo sólo fue posible merced a la liberalidad, a la magnanimidad y a la con­fianza que depositaron en nosotros los capitalistas que invir­tieron 350 millones confiados en nuestro porvenir. YPF capitaliza anualmente entre reservas ordinarias y extraordinarias, fondos de previsión y seguros y ganancias netas alrededor de 30 millones de pesos, que utiliza, generalmente, en ampliar su flota, en mejorar y aumentar sus plantas de desti­lación y en extender sus agencias de venta y comercialización. ¿Cuánto hubiera capitalizado anualmente de ser empresa inglesa o norteamericana? Imposible calcularlo porque no debemos olvidar que la tendencia de YPF fue el abaratamiento de los combustibles. La nafta que llegó a costar $0,36 el litro se vende hoy libre de impuestos a la mitad, a $0,18 el litro. Esa desastrosa operación que pudo pasar con nuestro petróleo y que quizá pase, porque no está lejano el día en que alejada la Standard Oil, junto con los otros capitales norteame­ricanos, YPF caiga bajo el contralor absoluto de la Shell Mex, es lo que ha pasado con los ferrocarriles ingleses. No se piense

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que la industria petrolífera es más fructífera que la industria ferroviaria. Al contrario. En la explotación petrolífera hay mucho de aleatorio, muchos quebrantos, muchos pozos inútiles, mucho dinero tirado en exploraciones. En el ferrocarril se anda sobre seguro, porque la productividad de una zona se estudia a con­ ciencia con anterioridad. El primer ferrocarril argentino nace oficialmente el 1º de enero de 1854, fecha de la ley provincial que acuerda concesión a un grupo de ciudadanos porteños para construir una línea desde la ciudad de Buenos Aires al oeste. El acta de concesión, verdadera partida de nacimiento, se sella el 25 de febrero de 1854 y lleva las firmas del gobernador y de los principales integrantes de la sociedad constructora, casi todos comerciantes de la ciudad. El Ferrocarril Oeste había nacido. La inauguración se lleva a cabo el 30 de agosto de 1857. El Gobierno de la provincia toma a su cargo este ferrocarril el 26 de diciembre de 1862 y desde ese momento el Ferrocarril del Oeste, salvados los primeros pasos titubeantes, comienza a ser un verdadero orgullo nacional. Se lo cita en todos los documentos, se lo exhibe en todas las exposiciones como un ejemplo de la capacidad constructora y administrativa de los argentinos. En 1869 el Ferrocarril Oeste es una institución consolidada. El éxito y su optimismo consiguiente alteran un poco la sagaz prudencia de sus directores. Ya no hay fragosidad que los amilane. Se creen capaces de todo. La confianza en sí mismo es el estado afectivo más pernicioso para el hombre. La energía premiada da intrepidez y voluntad de ejecutar proyectos más grandes. En algunos círculos se comenta la posibilidad de expropiar la línea del Ferrocarril del Sur, que ha inaugurado su primer ramal a Chascomús, con beneficios superiores a todo cálculo, pero el directorio

del Ferrocarril Oeste es partidario de insistir en el rumbo inicial, ampliando simplemente los horizontes. La ley del 18 de noviembre de 1868 ordena, así, terminantemente, prolongar las vías del Ferrocarril Oeste hasta la Cordillera de los Andes “buscando –dice la ley– el paso de la Cordillera para ligar los océanos Atlántico y Pacífico…” y se votan 80 millones para alcanzar tan alejado propósito con una línea que pase por Bragado. El éxito turba, evidentemente. Se olvida que todo gasto superfluo o prescindible como un ferrocarril anticipado a la necesidad de tenerlo es lastre que todo el país deberá soportar a sus expensas para siempre. Mas no critiquemos demasiado esa imprevisión: una noble idea la apuntalaba, el país entero la hubiera aprovechado. Era un saludable arrebato, un contagioso brío juvenil que ojalá el país hubiera conservado. Con grandes ideales por espejismo acicateador se realizan, muchas veces, inmediatas cosas útiles e imprescindibles. El Ferrocarril Oeste husmea de lejos la Cordillera de los Andes, que se yergue allí, por poniente a mil kilómetros de distancia y sus rieles van mientras tanto, poblando las llanuras del Oeste de la provincia: Mercedes, Chivilcoy, Bragado, Nueve de Julio, Pehuajó, Trenque Lauquen serán las grandes etapas de esa marcha que sólo la traición de lesa patria interrumpirá. El Ferrocarril Oeste, caja de ahorros de la provincia, comienza a cotizarse como un bien de más aprecio casi que sus mismas tierras mostrencas. Los capitales invertidos suman en 1868, 98 millones de pesos; en 1869, 102 millones de pesos papel. Los rendimientos netos, demostrativos de su excelente administración son: en 1869, el 7,75%, en 1870, el 9,7%. Resumamos. El 25 de junio de 1887 se inaugura el tramo de acceso a Nueve de Julio. El 20 de diciembre de 1882 se abre al servicio la estación monumental del Once de Sep-

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1934 - 1937 tiembre, la misma que existe hoy. La única estación de cabecera digna de ese nombre que hubo en la Capital Federal hasta 1910. El 13 de abril de 1890 la línea toca el límite provincial de Trenque Lauquen a 445 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Sus ramales abrazan la zona más rica de la provincia y en su conjunto, la línea troncal y ramales miden más de 1.100 kilómetros de longitud. Los rendimientos netos se resumen a continuación: Rendimiento neto del ferrocarril En 1875................................... 7,11% En 1876................................... 8,64% En 1877................................... 8,94% En 1878................................... 7,14% En 1879................................... 8,12% En 1880................................... 7,93% En 1881................................... 9,05% En 1882................................... 9,32% En 1883................................... 7,64% En 1884................................... 7,00% En 1885................................... 5,42% Estas son cifras oficiales extraídas de las memorias anuales del ferrocarril. Estas cifras no traducen la extraordinaria holgura del ferrocarril, primero porque no se dice que las tarifas del Ferrocarril Oeste eran muy inferiores a las de los ferrocarriles ingleses y en segundo lugar porque los ramales nuevos gravan la cuenta capital sin aportar casi tráfico y son peso muerto en los primeros años, como es lógico. ¡Con cuánta razón decía el ingeniero Brian, en la Memoria de 1883: “La empresa del Ferrocarril Oeste no sólo presta servicios de la mayor impor­tancia, sino que rinde pingües ganancias, siendo en conse­cuencia, un elemento poderoso del país y una fuente de renta provincial de la mayor importancia”! En 1888 el Ferrocarril Oeste figura entre los principales de la República. Es el que en relación a la longitud de sus vías cuenta con

mayor cantidad de material rodante y de tracción. Sobre 580 locomotoras que en total ruedan en todas las empresas del país, el Ferrocarril Oeste posee 94, el Central Argentino 38, el Rosario y Buenos Aires 60, el Pacífico 43. Sobre 14.448 vagones de carga, el Oeste posee 2.788; el Central Argentino, 1.511; el Pacífico, 492; el Sur, 3.426. El equipo técnico del Ferrocarril Oeste superaba, como se ve, a las empresas rivales inglesas que concluirían absorbiéndolo. Este ferrocarril fue enajenado a un sindicato inglés en 1889, en condiciones ignominiosas. La operación es clara y muy pro­ vechosa, para los ingleses, se entiende. La Western Railway compró los 1.052 kilómetros de vías del Ferrocarril Oeste con sus estaciones, talleres y servicios anexos. El valor de su compra es de 8.114.920 libras esterlinas. La mayor parte de esa suma es cancelada por Western Railway tomando a su cargo tres empréstitos de la provincia por un total de 4.955.380 libras, que pagará tranquilamente en 33 años, con el uno por ciento de amortización anual y que por lo tanto no exige ningún desembolso inmediato. Al contado, la Western Railway debe abonar la diferencia, o sea, 3.179.540 libras, la mitad a 180 días y la otra mitad en letras o pagarés. Pero al tomar posesión del Ferrocarril Oeste la compañía Western Railway vende la mitad de la extensión ferro­viaria que ha adquirido a los ferrocarriles Central Argentino, Sud y Ensenada, un millón de libras esterlinas for promotion, para promover el negocio. Ese millón de libras para corrupción. Esa venta se realiza en libras 3.292.763 y es abonada con títulos y debentures, que pueden ser descontados en Londres a no menos del 90% de su valor nominal. La suma que la Western Railway debe abonar en efectivo al Gobierno Provincial es, pues, el resultado de vender la mitad de las líneas que le ha comprado al mismo Gobierno. La Western Railway no necesi-

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tó dinero contante y sonante para realizar la operación. Un menes­teroso cualquiera pudo realizar operación análoga. El impe­rialismo inglés ha perfeccionado con esa maniobra su ins­trumento de dominación, cerró todas las vías de acceso al puerto de Buenos Aires, que son ahora enteramente inglesas, eliminó un peligroso competidor e hizo desaparecer un punto de refe­rencia que los argentinos podían tener en materia de ferroca­rriles productivos. Los que quedan en poder de los argentinos atraviesan eriales y fueron trazados con fines políticos y de unidad nacional y sirven para demostrar a los argentinos con sus déficits, que ellos no saben administrar ferrocarriles. ¡Y toda esa magnífica operación fue ejecutada sin necesidad de arriesgar un solo centavo! Eso no quiere decir que la Western Railway confiese carecer de capital. Al contrario. El capital que dicen haber invertido en la República Argentina en 1893 es de 9.897.830 libras, es decir, más de 100 millones de pesos papel, que el pueblo argentino servirá según los años en el 6 o el 7% anual, aunque ese capital es un capital imaginario, inexistente.

¿Quieren saber Uds. por qué se vendió el Oeste? El mensaje del Gobierno lo dice textualmente: “Porque el favor acordado a los productores de la zona que recorre la línea del estado, se traduce en una injusticia notoria desde que perjudica a los pro­ductores de las demás zonas que no pueden competir en precios con los que tienen menor flete”. Es decir, se vende el Oeste, porque tenía tarifas más bajas que los ferrocarriles ingleses. No se asombren Uds. Por las mismas razones está por enajenarse actualmente el Ferrocarril Provincial. La segunda razón dada por el Gobierno es la de que el ferrocarril es un arma política, y aquellos politiqueros querían ser generosos con el adversario y no utilizar el ferrocarril en su contra.

Fuente: Volante, 1937, Cuadernos de FORJA, en Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Corregidor, 2011, pp. 91-100.

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AMÉRICA Y SU PETRÓLEO

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a riqueza de la tierra, como la del subsuelo mineral de la República, no puede ser objeto de otras explotaciones que las de la Nación misma”, dijo Yrigoyen en el mensaje al gobernador de Santiago del Estero, de enero 7 de 1930. En él ratificaba su propósito de defender el patrimonio de la Nación Argentina contenido en los mensajes al Congreso Nacional, de septiembre 23 de 1919 y octubre 22 de 1929, propi­ciando la nacionalización del petróleo y el monopolio de su explotación por el Estado.

FORJA, al solidarizarse con el Gobierno de México por dicho acto, de gran relieve americano, destaca la falta de defensa del patrimonio de la Nación Argentina, debida al apogeo entregador de la oligarquía dominante y la complicidad y cobardía de los dirigentes de los partidos políticos. Sólo la Unión Cívica Radical, reintegrada a sus fines morales y emancipadores, por órgano de una dirección efecti­vamente radical, tal como propicia FORJA podrá realizar la función histórica de salvar al país.

El motín de septiembre producto del soborno de oligarcas y pretendidos radicales por los petroleros imperialistas, derrotó a Yrigoyen para enajenar nuestra riqueza. Esta enajenación comienza por impedir la Ley de Petróleo que lo reivindicaba para la República, y prosigue con la promulgación de todo un sistema de pretendidas leyes que son hoy un verdadero estatuto de coloniaje. El Gobierno revolucionario de México cumpliendo los propósitos de la Constitución de 1917, acaba de resolver la nacionalización de los yacimientos de petróleo expropiando los pertenecientes a las empresas extranjeras.

Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Corregidor, 2011, pp. 91-100.

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En los últimos días de 1933, una columna despareja de militantes radicales y paisanos cruza el río Uruguay desde territorio brasileño y toma la ciudad de Paso de los Libres. Arturo Jauretche –partícipe del levantamiento– relata esos hechos en un largo poema de tono gauchesco. Si bien aquellos acontecimientos, como el propio poema de Jauretche, han sido escasamente revisitados, suele recordarse la célebre pluma borgeana que prologa la obra.

Prólogo de Borges a El paso de los libres, de Jauretche (1934) La patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operación comercial de éxito seguro) es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa historia de América. Si fracasa, le dicen chirinada –y casi nunca deja de fracasar. En el benigno ayer, el estanciero le prestaba sus peones (y alguna vez su vida o la de sus hijos) con esperanza razonable de triunfo, si no de olvido y postergación; ahora el ferrocarril, los aeroplanos, el chismoso telégrafo y la ametralladora versátil, aseguran el pronto desempeño de la expedición punitiva y la vindicación del Orden. En la patriada actual, cabe decir que está descontado el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el régimen carcelario. Afrontarlos, demanda un coraje particular. El fracaso previsto y verosímil borra los contactos de la patriada con las operaciones militares de orden común, sólo atentas a la victoria, y la aproxima al duelo, que excluye enteramente las ideas de ganar o perder –sin que ello importe tolerar la menor negligencia, o escatimar coraje. Ya lo dice Jauretche, en una de sus estrofas más firmes: En cambio murió Ramón jugando a risa la herida: siendo grande la ocasión lo de menos es la vida. Recordemos que ese Ramón Hernández murió de veras y que el poeta que labró más tarde la estrofa compartió con el hombre que murió esa madrugada y esa batalla. El hecho, en sí, es patético. Yo pienso en los corteses cantores de Islandia y de Noruega, diestros en artes de piratería también; yo pienso en el capitán Hilario Ascasubi “cantando y combatiendo los tiranos del Río de la Plata”. No en vano he mencionado ese nombre. El paso de los libres está en la tradición de Ascasubi –y del también conspirador José Hernández. La MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1934 - 1937 adecuación de la manera de esos poetas al episodio actual es tan feliz que no delata el menor esfuerzo. La tradición, que para muchos es una traba, ha sido un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva, obra que el tiempo cuidará de no preterir, obra que merecerá –yo lo creo– la amistad de las guitarras y de los hombres. Jorge Luis Borges Salto Oriental, noviembre 22 de 1934

Fuente: Jorge Luis Borges, “Prólogo”, en Arturo Jauretche, El paso de los libres, Buenos Aires, Corregidor, 2009.

El paso de los libres. Relato gaucho de la última revolución radical, Arturo Jauretche, prólogo de Jorge Luis Borges, Editorial La Boina Blanca, 1ª edición, 1934.

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Lisandro de la Torre y el escándalo de las carnes Discurso de Lisandro de la Torre en el Senado de la Nación en el que denuncia el negociado de los frigoríficos en 1935. A continuación, se reproduce un fragmento de la Sesión de la Cámara de Senadores del 27 de junio de 1935, donde tras sus acusaciones, De la Torre anticipa todo tipo de artimañas por parte de los ministros comprometidos, e incluso manifiesta su preocupación de que la discusión pueda “desviarse hacia el terreno de los gauchos malos”.

Sr. Lisandro de la Torre: El Senado de la Nación descorre el velo de la política que ha sometido a la ganadería argentina al interés del capitalismo extranjero. El Senado, emanación de las instituciones republicanas y democráticas que rigen en la Nación, instituciones que los reaccionarios desprestigian, dejaría de existir en el momento en que prevalecieran sus tendencias. Es interesante, entonces, rastrear el papel de los elementos reaccionarios en este proceso revelador de la prepotencia de los intereses extranjeros sobre los intereses nacionales, y es fácil hacerlo al encontrar jefes del fascismo y de la reacción entre el elenco de los frigoríficos y al comprobar que la más escandalosa de las ventajas clandestinas de los frigoríficos –el regalo de un 25% de divisas– ha sido obra de la dictadura que soportó la República. (¡Muy bien!, en las galerías.) El Senado trata de reparar como puede los daños causados por el nacionalismo frigorífico. (Risas.) Voy a terminar y espero ahora las réplicas. Preveo que no corresponderán a la naturaleza del informe que he producido. Habrá sido severo para el Poder Ejecutivo y para dos de sus ministros, pero ha sido objetivo y preciso y se ha mantenido rigurosamente dentro de la cuestión. Temo ver repetirse la táctica habitual en los que no se resignan en confesar su derrota; la de salirse del tema, abandonando los puntos principales y magnificando los accesorios; preveo en el ministro de Hacienda, sobre todo, incursiones desorbitadas por todos los campos del mundo, menos por los que han sido explorados por la investigación y espero también la tentativa de desnaturalizar mi actitud, presentando los hechos claros y graves que he expuesto con sencillez, bajo el aspecto de agrias explosiones de una pasión incontenida. No he usado palabras que fueran más lejos que el significado real de los hechos, ni he empleado calificativos que excedieran a los exigidos por la naturaleza de las infracciones. Estoy aquí para examinar las refutaciones que se intenten y deseo hacerlo con tranquilidad; pero si a falta de explicaciones encuentro que dos ministros, definitivamente juzgados y definitivamente condenados por la opinión nacional, consideran que un debate de esta naturaleza y de esta trascendencia puede desviarse hacia el terreno de los MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1934 - 1937 gauchos malos (risas), me cuadraré también en ese terreno, dispuesto a seguirlos adonde quieran ir. (¡Muy bien!, en las galerías.) Si el espectáculo, en ese supuesto, resultara desagradable e inferior, quiero que se sepa quiénes lo provocan y qué clase de Poder Ejecutivo tiene la Nación. (Aplausos en las galerías.) Sr. Presidente (Bruchmann): Prevengo a la barra que están prohibidas las manifestaciones. Sr. ministro de Hacienda: Pido la palabra. Sr. De la Torre: El ministro de Hacienda se adelanta a pedir la palabra y deseando que no suceda lo que preveo y que abandone esta vez el recurso gastado de las teorizaciones abstrusas y de las citas inacabables de autores de todos los países (…) Ante todo, el ministro de Hacienda está sentado en esa banca para responder a una sencilla pregunta: ¿por qué no ha dicho la verdad a la Comisión Investigadora en lo que le ha preguntado? Eso no se contesta con citas de economistas escandinavos. (Risas.) (…) Preveo, también, que no dejará de usarse el argumento de la delicada situación de nuestro comercio de carnes con Inglaterra y de las negociaciones iniciadas bajo difíciles auspicios para reclamar silencio y conformidad con el monopolio británico y yanqui. Sólo los grandes estadistas de la Casa Rosada están habilitados, a juicio de ellos mismos, para defender inteligentemente los altos intereses nacionales, aun cuando se haya visto ya cómo los defienden. Hay que dejarlos obrar. Son los depositarios de secretos misteriosos. Ellos velan sobre la Nación y sobre los frigoríficos del pool con igual amor. Fuera de toda duda hay un gran motivo de preocupación a causa de las negociaciones que se han iniciado con Inglaterra, sin que la representación argentina en Londres tenga instrucciones que inspiren confianza. Hasta ahora las instrucciones han consistido siempre en ceder y por ese camino ya se sabe adónde se va. Los dominios británicos envían a Londres sus primeros ministros y el Gobierno argentino envía al señor Fernández, de la casa Agar Cross. Además, el Gobierno argentino hace una confusión inadmisible al identificar al Imperio Británico con los frigoríficos. Nuestros estadistas sostienen que no es posible reducir ni en un 1% la cuota de exportación de Armour o de Swift, sin inferir un agravio al pabellón británico. Y eso no es así. Gran Bretaña es una entidad política independiente de los frigoríficos y no está obligada a sentir lesionado su honor porque Swift, Armour o Vestey dejen de disponer del monopolio de las carnes argentinas. Recién el día en que bajo la dirección de un gobierno más inteligente que el actual, de un gobierno que admitiera el concepto de que hay algo más que hacer que divertirse, se modificara el sistema interno de despojo que han establecido los frigoríficos en nuestro país, recién entonces se encontrarían los argentinos en condiciones de tratar con Inglaterra sobre otras bases que las actuales, con ventajas para ambos países. Debemos tratar con Inglaterra en términos cordiales, de igual a igual, como tratan las naciones soberanas: podemos y debemos ofrecerle a Inglaterra amplias ventajas, pero si no son apreciadas y si nos pretende tratar como a una factoría, podemos y debemos

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tomar represalias. Hay que concluir con las humillaciones e injusticias prevalentes en la actualidad, y hay que exigir que la carne argentina entre a Inglaterra importada por argentinos, como el carbón de Cardiff entra a la Argentina importado por ingleses. (¡Muy bien!, en las galerías.) Y si no puede entrar lo uno, que no entre lo otro. Sólo así adquirirían sentido las palabras profundamente equivocadas que pronunció el señor miembro informante de la mayoría de la comisión cuando dijo que uno de los saldos mejores de esta investigación es haber demostrado que somos algo más que una simple factoría para el comercio de carnes, que somos una nación organizada jurídica y políticamente. Recorro los resultados de la investigación y no encuentro, francamente, de dónde ha sacado esos honrosos saldos el señor miembro informante. (…) La investigación, si algo pone en evidencia, es que en el comercio de carnes somos no ya una factoría, sino la última factoría del mundo, puesto que Inglaterra no se ha permitido imponer ni a sus colonias de África y de Oceanía la humillación que le ha impuesto a la Argentina, la humillación de que sus habitantes declinen en los mercaderes de Chicago el derecho de comerciar con el más valioso producto de su suelo. El Convenio de Londres ha ajustado sus cláusulas en lo referente al comercio de carnes al apetito de los negociantes extranjeros, en desmedro de la producción nacional, y en cambio los pactos de Ottawa subordinan el apetito de los negociantes al interés de los dominios británicos. Hemos oído más de una vez al ministro de Agricultura erguirse en su banca y exclamar: “Yo, señor presidente, tengo un profundo sentimiento nacional”. Le hemos oído también al Presidente de la República decirlo. No basta decirlo; hay que probarlo. Y cuando un gobierno como el actual permite que los argentinos sean descalificados y reemplazados por los extranjeros, cuando escamotea la ínfima cuota del 11%, persiguiendo el propósito deliberado de no dársela a entidades argentinas, cuando pone sus esfuerzos, sus prebendas, sus dádivas y sus infracciones a las leyes al servicio del monopolio extranjero, podrá decir lo que quiera, pero no ha mostrado sentimientos nacionalistas. He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos en las galerías.)

Fuente: Raúl Larra, Obras de Lisandro de la Torre, tomo II, Buenos Aires, Editorial Hemisferio, 1952, pp. 226-233.

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LA OLIGARQUÍA EN EL GOBIERNO

POR RODOLFO Y JULIO IRAZUSTA

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a materia de estos capítulos exigiría un volumen. Pero el libro a que damos fin con ellos quedaría inconcluso sin una historia, por resumida que sea, de la oligarquía. Los errores cometidos por la misión Roca y por la cancillería argentina, son tan enormes que no se pueden explicar por la simple ecuación personal. Fuerzas mayores que la incapacidad intelectual o moral han gravitado sobre los actuales dirigentes y agentes de nuestra diplomacia, moviendo sus inteligencias a la palabra errónea, sus voluntades a la solución catastrófica. Personas que el consenso universal tiene por capaces no pueden haber tan mal representado al país sino por una causa que las trasciende. Esa causa es la historia de la oligarquía. Sin esa historia, los finos modales del doctor Roca harían de él un buen diplomático; los conocimientos técnicos del doc-

En 1934 se publica uno de los libros fundacionales del revisionismo histórico argentino: La Argentina y el imperialismo británico, libro con el que los hermanos Irazusta logran consolidar su prestigio intelectual y ampliar su auditorio al capitalizar el descontento provocado por la firma del tratado Roca-Runciman y el rechazo que las mayorías sienten hacia la única beneficiaria de este: la “oligarquía”. Desde un nacionalismo con impronta católica, en la tercera parte de este libro, “Historia de la oligarquía argentina”, los autores se sumergen en el siglo xix argentino para reivindicar la figura de Juan Manuel de Rosas en detrimento de las ideas rivadavianas y sarmientinas.

tor Saavedra Lamas harían de él un buen amanuense de Relaciones Exteriores. Con esa historia, necesitaban un talento que no tienen para servir a nuestro país como es debido. Si los “hombres serios, asesorados por los mejores expertos de que podía disponer el país” (como dijo el diputado Cárcano), si esos hombres concluyeron los pactos angloargentinos de 1933, quiere decir que la capacidad no es decisiva en la política. Mucho más que la simple capacidad y aun que el talento lo es la posición. La posición de nuestros recientes negociadores estaba determinada por la historia. Dijimos en su lugar que nuestras objeciones al empleo de los oligarcas en la diplomacia no eran de principio. Tampoco lo son al régimen en sí. Nuestras objeciones son en ambos casos históricas. Porque, como hay oligarquías benéficas, las hay perniciosas. Y si las de Roma, Venecia e Inglaterra hicieron

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la grandeza de esos países, las de Grecia, por ejemplo, facilitaron la dominación romana en la clásica península. Si la asociación oficial de la oligarquía con el pueblo argentino es posterior a 1852, el período más importante de su historia es el de su formación anterior a aquella fecha. Aquella asociación de medio siglo le ha permitido remedar la apariencia de una tradición nacional. La historia de su formación en el extranjero le restituye su verdadero carácter, totalmente opuesto a dicha apariencia. En cuanto es posible fijar con precisión el nacimiento de los seres morales, la oligarquía argentina vio la luz el 7 de febrero de 1826. Ese día, las diferencias existentes desde el 25 de Mayo en el viejo partido que había hecho la revolución, se definieron en una escisión irreconciliable. Una de sus dos fracciones se apoderó del gobierno por una conjuración de asamblea, un verdadero golpe de Estado. Las circunstancias injustificables en que se realizara la operación hicieron de sus autores un grupo de cómplices, en vez de correligionarios. Y esa complicidad era un mal comienzo para una tradición que estaba destinada, luego de una expiación de cinco lustros, a regir el país durante más de medio siglo. El 7 de febrero de 1826 los rivadavianos exaltaban a su jefe a la presidencia de la República. Para comprender todo el significado de ese hecho se precisa no sólo considerarlo en relación con las circunstancias bien determinadas de aquel momento, sino también remontarse a los antecedentes de Rivadavia. Este pertenecía, dentro del partido metropolitano cuyos hombres se habían turnado en el gobierno a partir del 25 de Mayo, a la fracción que podría llamarse del progreso, en oposición a la que podría llamarse de la independencia. El principio de esta era “patriotismo sobre todo”; el de aquella, “habilidad o riqueza”. Admitamos que motivos persona-

les movieron a López (el del “Himno”), que llega a hablar de revolución y contrarrevolución, a establecer aquella nomenclatura de los partidos argentinos de 1810 a 1830. Los hechos la confirman. Ya antes de preponderar en la dirección política del país, Rivadavia se había señalado por la mayor importancia que daba al régimen interno sobre el problema de la soberanía. En comunidad de ideas con Manuel José García, Rivadavia estaba dispuesto a aceptar un príncipe extranjero, el protectorado de un país exótico o la vuelta a la Colonia, con tal de conservar ciertas libertades de orden civil y económico que le parecían más importantes que la existencia política de la Nación. Después de 1820 se hizo más claro su propósito. Frente a la invasión portuguesa en la Banda Oriental procurada por su camarada García, mostró absoluta indiferencia, fue sordo a los clamores de auxilio formulados por el Cabildo de Montevideo. Para la guerra de la independencia, aún inconclusa, rehusó sistemáticamente el aporte pecuniario de Buenos Aires, mientras dilapidaba el dinero en obras edilicias de una inconsciencia que San Martín satirizó con justísima acrimonia. Y fueron sus partidarios los que en el congreso de 1825 hicieron abandono de nuestros derechos al territorio comprendido en la antigua presidencia de Charcas, sin exigir compensación alguna, sin tomar ningún recaudo contra ulteriores conflictos de frontera. Rivadavia consideró siempre errónea la política de expansión adoptada el 25 de Mayo. Para él, la revolución debía restringirse para cobrar eficacia, puesto que la extensión del país y el estado de los espíritus no permitían comenzar de inmediato el progreso en todas partes. Reduciéndolo a la capital, se fortalecería el núcleo progresista que había de ejemplarizar al resto de América. Instituciones perfectas, no una gran Nación, era lo que él trataba de fundar.

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1934 - 1937 Su reformismo era bastante retrógrado. Se emparentaba menos con el de los jacobinos, casi contemporáneos suyos, que con el de los alumbrados, pertenecientes a las generaciones anteriores. Cuando ya había pasado Napoleón, Rivadavia estaba en Carlos III. Este monarca, cuya política nos toca tan de cerca, permitió la primera experiencia moderna de la implantación de la ideología a la cosa pública. Los hombres de que se rodeó, un grupo de aristócratas poseídos por el espíritu del siglo xviii, inquieto y escéptico, transformaron al Estado que fuera paladín de la Iglesia, en el primer Estado anticlerical de Occidente. Aranda, Floridablanca, Patino, fueron los gestores de la expulsión de los jesuitas, expulsión que tanto interesaba a la masonería británica y al gobierno portugués, cuya secular ambición de llegar hasta el Plata hallaba el mayor obstáculo en las Misiones de la Compañía. La iniciación de esa política de ideas coincide con el abandono de la política de prestigio. Su complemento en el terreno económico es la reforma preconizada por Jovellanos, otro de los grandes alumbrados, consistente en dar a la agricultura preferencia sobre la industria fabril. Con lo cual España abandonó la lucha por el predominio comercial en América, que en adelante había de ganar poco a poco su rival Inglaterra. Las ideas que informan la política de Carlos III (cuyo reinado se consideró como una época de progreso esplendoroso) procedían de naciones enemigas de España. No es extraño que el torpe injerto secara el árbol de su imperio. Aquellos hombres cultísimos, que habían impuesto despóticamente el progreso, provocaron la ruina de su patria. La declinación del poderío español facilitó la emancipación de los pueblos americanos que se hallaban bajo su dependencia. Y los argentinos deberíamos agradecer a quienes la provocaron, si ellos mismos no hubiesen sembrado la semilla de los desastres que

acompañaron a nuestra independencia. En el proceso de esta, Rivadavia fue de los primeros que adoptaron conscientemente la política de abandono en que habían caído inconscientemente los cultísimos asesores de Carlos III. Esa filiación es la única que puede explicar su modalidad espiritual. Los alumbrados planeaban reformas sin calcular sus contragolpes políticos, y cuando los percibían, sin tenerlos en cuenta. Los jacobinos eran tan reformistas como los alumbrados, pero no se detenían ante las inconsecuencias para enmendar a tientas los desastres causados por sus reformas. A su modo, los jacobinos eran patriotas sobre todo. Los alumbrados no. Y Rivadavia como los alumbrados. Su característica más notable es la impermeabilidad a las lecciones de la experiencia. Desde el principio inoportuna, su conducta fue rectilínea hasta el fin. Los obstáculos que la realidad le oponía lo hacían caer; pero él no se desviaba de su camino. El primer fracaso de la política principista antes que patriótica no comprometió su nombre tanto como el de García, el procurador de la invasión portuguesa. La abdicación directorial, causa de disgregación del país como la de Carlos IV lo había sido del Imperio, tenía la aprobación de Rivadavia. Pero no estaba unida a su nombre. Lejos de perjudicarle, permitióle realizar la ansiada experiencia al amparo del localismo subsiguiente a la caída de Pueyrredón. La Arcadia feliz que Rivadavia intentó realizar de 1821 a 1824 no tenía nada de original. Los alumbrados habían convertido al país más árido de Europa en productor y exportador de materias alimenticias. Nada semejante en el servil imitador criollo. En vez de transformar radicalmente la economía del país, pero en sentido contrario al de los alumbrados (como aquí lo exigía oscuramente la reacción popular) el progresismo despótico

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de Rivadavia consistió en acentuar el sistema de sus modelos. Adornar el entrepuerto comercial que habían hecho de Buenos Aires las reformas de Carlos III, y abandonar el interior del país a su triste suerte, tal la obra económica de Rivadavia. Con la misma finalidad que en el terreno económico siguió las huellas del liberalismo en el terreno espiritual. Sin detenerse a considerar que el momento no era el más oportuno, pues la independencia nacional no estaba consolidada, ni establecida la posesión del territorio ocupado por los infieles ni garantizada la seguridad interior, Rivadavia se dedica a reformar la religión del país, descuidando aquellos problemas que involucraban la existencia misma del Estado. Con esa política no sólo atentaba a las reglas del buen sentido; prevenía contra sí a la opinión del país que ambicionaba mandar desde una magistratura suprema. Esa torpeza no sería de las que menos contribuyeron a impedirle conservarse en el poder cuando su famosa presidencia. Al final de ese período la indiada se había corrido hasta Quilmes. El invasor de la Banda Oriental presionaba sobre las provincias del litoral. La independencia se consumaba sin participación de Buenos Aires, es decir, del pueblo que tan gloriosamente la había empezado. El control de la política americana escapaba de las manos a que correspondía por derecho propio. Rivadavia no salió del gobierno en 1824 tan desairadamente como lo merecía. Pero la nueva administración señaló un cambio de rumbo en la política propiamente dicha, es decir, de fronteras, y una escisión en el partido ministerial. Las Heras activó la guerra contra los indios y empezó la preparación de un ejército destinado a operar en la Banda Oriental en el momento oportuno. Ahora bien, lejos de resignarse a dejar el gobierno en poder de aquellos que parecían más a tono con las circunstancias, los rivadavianos

se aprestaron a reconquistarlo por cualquier medio. Y así lo hicieron el 7 de febrero de 1826 del modo ilegítimo que dijimos al principio de este capítulo. En el hecho, el escándalo consistió en que fueran los pacifistas a pesar de todo, los partidarios del renunciamiento a la integridad territorial, los enemigos declarados de la guerra nacional, los autores de la guerra religiosa, quienes tomaron el poder cuando el país estaba empeñado en su primera lucha extranjera, y no podía volverse atrás sin incalculable desmedro de su interés y de su honor. Era como si en 1914, en Francia, el gabinete de unión nacional, en vez de constituirse bajo el signo de los patriotas, hubiera quedado bajo la presidencia de Jaurés, partidario de la huelga general frente al enemigo. En derecho, el escándalo consistió en que hombres a quienes la moral y la ley no se les caían de la boca, violaran tan descaradamente a ambas. Crear el Poder Ejecutivo permanente antes de constituir al país era flagrante violación de la ley fundamental del Congreso. Persuadir a los porteños a quienes algunas provincias habían confiado sus representaciones, que traicionaran los intereses de aquellas, era el colmo de la deslealtad. Con todo, la creación del Ejecutivo nacional era una operación oportuna, si se piensa que el momento de unión patriótica era el más propicio para restaurar el Estado. Una vez triunfante en la frontera oriental, el Estado podía terminar fácilmente su organización al amparo del prestigio y la fuerza de un ejército victorioso. Lo que no podía ser más inoportuno era la sustitución de Las Heras, perfectamente a la altura de las circunstancias, por Rivadavia, hombre de partido, sin antecedentes de negociador, hábil en el terreno institucional, pero sin aptitudes de organizador militar. En aquellas circunstancias el gobierno era la materia de Las Heras, y no era la de Rivadavia. Sus propios antecedentes en la

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1934 - 1937 política constitucional del país no lo indicaban al último para hacer triunfar la maniobra que intentaron sus partidarios. No teniendo la ley de su parte, el hombre que por cuatro años había obstaculizado la reunión del Congreso, que en 1821 había ridiculizado las pretensiones de los aspirantes a una magistratura suprema, estaba en malas condiciones para hacerse aceptar en ella. Un político verdadero podía vencer esos inconvenientes. ¿Lo era Rivadavia? Antes de alegar el resultado, que dice lo contrario, analicemos su conducta. Rivadavia no quería el gobierno para sacar al país de las dificultades en que se hallaba, por los medios que requerían esas dificultades, sino para continuar su obra de literatura institucional, para seguir progresando en el papel, aunque retrogradando en la realidad. En un país cuyo localismo él había contribuido a acentuar, donde el ascendiente personal, basado en la superioridad del individuo sobre sus semejantes del modo más elemental: fuerza, destreza, prudencia, simpatía; donde las condiciones físicas: lentitud de las comunicaciones, aislamiento de muchos distritos, etcétera, hacían dificultosa la difusión de una popularidad nacional, Rivadavia supuso fácilmente asequible la creación de condiciones diametralmente opuestas. Antes de conseguirlo se puso a trabajar como si la autoridad impersonal fuese un hecho. Un congreso de doctores para aplicar en el país las leyes de Londres o Berlín, llegadas en las últimas gacetas; un presidente de toga, falto de toda popularidad; el gobierno ideal a plumazos, cuando la espada era el primer instrumento del gobierno. Rivadavia poseía notables cualidades de índole civil. Su pretensión de dejarle al país un corpus institucional era justificada. En sí, los decretos del “Registro oficial” que llevan su firma, son de lo mejor que su época podía ofrecernos. Entristece reflexionar

que los decretos del famoso ministerio eran contemporáneos de la ocupación portuguesa en la Banda Oriental y la última faz de la lucha por la independencia, de las cuales Rivadavia hizo abstracción. Pero los de la Presidencia revelan una desesperada tozudez. De 1826 a 1827, su literatura, considerada en relación con las circunstancias exteriores e interiores, resulta de una mediocridad repugnante. No es todo. Las dificultades internas se las creó él mismo. Mientras estuvo Las Heras, las provincias contribuyeron a la guerra con una generosidad reveladora del sentimiento nacional unánime. No es seguro que no siguieran contribuyendo al producirse la sustitución de Las Heras por Rivadavia si este no las provoca. Lo cierto es que Rivadavia provocó a las provincias. El golpe de mano con que Lamadrid se apoderó del gobierno de Tucumán con las fuerzas reclutadas para el ejército nacional de la Banda Oriental, había sido un acto preliminar de la maniobra que exaltó a Rivadavia a la presidencia. La mayoría rivadaviana del Congreso no acordó a Las Heras el castigo solicitado por este de su desleal servidor. El presidente apoyó con dinero y armas la Liga del Norte constituida por Lamadrid. Las amenazas proferidas contra los caudillos provinciales en cartas cambiadas entre Lamadrid y los agentes del Ejecutivo nacional fueron interceptadas, circularon de una parte amenazada a otra. Y el país ardió. Los despilfarros edilicios o culturales, la provocación de la guerra civil, no eran los medios de apoyar sólidamente la acción exterior. El ejército formado por Las Heras era el mejor que había conocido el continente. Pero convenía mejorarlo aun más, dada la importancia del enemigo. Sus triunfos fueron brillantes. Pero el gobierno le había quitado los medios de explotar debidamente la victoria. La lucha civil provocada por él no

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le permitió a Rivadavia mandar a la Banda Oriental los dos mil infantes con que el general en jefe se comprometía a decidir la guerra en el terreno donde ella se desarrollaba después de Ituzaingó. Los errores de Rivadavia no pararon ahí; pensaba en la paz. Escuchaba consejos de paz al mismo tiempo que se colocaba torpemente en situación de no poder ganar la guerra. El “amigo” inglés, lord Ponsonby, ministro de S.M.B. en el Plata, y que no hacía más que transmitir las ideas de su gobierno, sugería solucionar el conflicto argentino-brasileño erigiendo en la Banda Oriental un Estado independiente. A Inglaterra le interesaba debilitar el Estado poseedor de las ricas tierras que baña el Plata; explotar a dos Estados débiles es más fácil que explotar a uno solo. El desquite de 1806/7 era a ese precio. La sugestión del inglés fue tomando cuerpo a medida que nuestras tropas redoblaban sus éxitos. Desde el punto de vista nacional el ilogismo era tremendo. Pues la independencia uruguaya hubiera sido admisible como transacción entre la fuerza del Brasil y el derecho de la Argentina, no cuando nosotros teníamos a la vez el derecho y la fuerza. Pero desde el punto de vista rivadaviano la solución era lógica. Si la riqueza era lo primero, la guerra civil que había entorpecido la vigorosa prosecución de la guerra extranjera había sido necesaria para el afianzamiento del régimen comercial. Si no se podía llevar de frente la guerra extranjera y la guerra civil, la opción por esta última era impuesta por el principio del sistema rivadaviano. La tenacidad con que se asía al poder cuando su conservación le era más difícil, la inconsciencia con que identificaba su persona con el orden y la oposición con la anarquía, la obcecación que lo llevaba a preferir la deshonra y la amputación de la patria al abandono de la lucha por sus principios, son de una perfecta consecuen-

cia con las circunstancias en que llegara al poder un año antes. La idea de la independencia oriental, proveniente del gobierno inglés, debía parecerle de una adecuación irresistible. La colaboración inglesa era pieza maestra de su sistema. Cartas suyas a los hermanos Hullet, de Londres, anteriores a la creación del Ejecutivo permanente, harían creer que las concesiones de Minas fueron la causa primera de la aventura presidencial. Su embajada de 1824/26 a Inglaterra desató ese torrente de especulaciones que nos ha dejado pulidos guijarros en bellas narraciones de viajes de los agentes comerciales británicos. Sus compromisos con el extranjero coincidían demasiado con su concepción de la política argentina para que la guerra, accidente imprevisto que había perturbado sus madurados planes, no le pareciera evitable a cualquier precio, sobre todo el que indicaba Inglaterra. Por su inoportunidad, por la personalidad del negociador, la misión García nos puso en peores condiciones de las en que estábamos. Dio al Emperador una noción de nuestras dificultades internas más exacta de la que podía tener por conjetura o fuentes de segunda mano. El carácter de fachada de nuestra ventaja militar era reconocido por los interesados en ocultarlo. La personalidad de García representaba la invasión portuguesa, es decir, la devolución de la Banda Oriental al Imperio. Rivadavia no podía ignorar que su comisionado era hombre tan sistemático como él ni hasta dónde son capaces de llegar los ideólogos para dar realidad a sus quimeras. Pero si renunció después, ¿por qué no renunció antes de mandar al Janeiro a García? Si sólo vio la enormidad de la política oriental en que desde antes comulgaba con García, al sentir la unánime reacción del pueblo, y hasta del ejército, frente a la convención celebrada por sus correligionarios, su ceguera lo inhabilitaba para los intereses

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1934 - 1937 partidarios lo mismo que para la gestión de los intereses nacionales. Esa montaña de errores, que nuestra historia ha escamoteado en parte, debió aparecer a los contemporáneos en una perspectiva muy similar a la en que hemos tratado de presentarla. Los “inmensos males” causados por Rivadavia y sus satélites, no le constaban sólo a O’Higgins, como se lo escribía San Martín en 1829, sino a todo el mundo. Por la forma en que se encaramaron al poder, y por la inaudita torpeza con que lo ejercieron, aquellos hombres quedaban en una postura irremediable. Eran los más ambiciosos, se creían los mejores (en cierto sentido con fundamento) y habían fracasado como nadie antes que ellos, de un modo que les cerraba herméticamente el porvenir. Sus antiguos correligionarios los abandonaban. No, eso no era posible. El cielo y la tierra se equivocaban, pero ellos tenían razón. Lejos de aceptar su triste suerte, o disponerse a modificarla con el tiempo, el arrepentimiento y la expiación, se aprestaron con diabólica tozudez a reanudar la lucha por cualquier medio. La marca infamante que la opinión les aplicara como a rebaño sarnoso, era para ellos un signo de distinción. En vez de disgregarse a la soledad de la penitencia, estrecharon las filas en un haz de reincidentes. La complicidad en el error, había dado nacimiento al núcleo originario de la oligarquía. La complicidad en el crimen había de robustecerlo y acrecentarlo.

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Fuente: Julio y Rodolfo Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico, Buenos Aires, Independencia, 1982, pp. 137-148.

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Confederación General del Trabajo (7 de febrero de 1936) Declaración de la Confederación General del Trabajo sobre la autonomía del movimiento obrero en 1936.

La autonomía del movimiento obrero La historia de la organización obrera en la Argentina está menos labrada por sus luchas contra el capitalismo, por una empeñosa acción metódica encaminada a levantar el plano de existencia material de la clase, por lo general obra de resoluciones inorgánicas a base de sentimiento y de coraje apagados al día siguiente de la victoria, que por una acción tesonera, siempre renovada, en la conquista y el mantenimiento de la independencia de sus directivas sindicales. Se prefirió una vida orgánica exangüe, sin reflejo en la masa trabajadora, sacrificando con ello la posible colocación preponderante de una organización sindical fuerte en la marcha progresiva de la economía nacional, sin perder ninguna de sus oportunidades, las que sólo el capitalismo aprovechó, a sufrir que los sindicatos cayesen en la órbita de ideologías extrañas en perjuicio de la propia nacida de su misma entraña, al calor de los combates por conquistas inmediatas. ¿Fue conseguida esta individualidad, este desprendimiento de toda influencia exterior? ¿Se mueven hoy los sindicatos en vista exclusivamente de sus planes propios? ¿Cumplen su cometido natural o, por lo menos, intentan cumplirlo, de ser las tropas de asalto de la clase trabajadora contra las trincheras capitalistas, guiadas por su exclusiva inspiración? Tendiendo la vista por el campo sindical, la respuesta puede ser sólo afirmativa. Los grandes sindicatos que actúan en el actual momento se guían por esta norma, bien marcada en la conciencia de sus mayorías determinantes, sin que sus componentes abdiquen de ninguna manera de sus inclinaciones particulares respecto de escuelas ideológicas y partidos políticos que asignan en sus programas acciones resolutorias favorables a los problemas que la organización sindical plantea diariamente al capitalismo. Y este carácter de independencia no significa, ni debe significar, sólo una desvinculación material de “sectas y partidos”, según la letra de estatutos que, hasta ayer, reputaban indispensable asentar este clisé ideológico en su declaración de principios, sino también del mismo grupo que en fuerza de estimular ese carácter amenazaba con el peligro de convertirlo en dogma de un sectarismo exclusivista: se hizo necesario asimismo el extrañamiento de los métodos y reglas conducentes al establecimiento de aquella independencia. Logrado el objetivo, sobraron los medios de conseguirlo.

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1934 - 1937 Terminado el edificio, se destruye el andamiaje y se aleja a albañiles y maestranza, que no pueden ser necesarios si al mismo tiempo no se ocupan en deteriorar lo construido. Una nueva etapa se abría a la marcha de la organización proletaria. La primera organización de envergadura que se estableció con el nuevo criterio de independencia, sin premisas, fue la Unión Ferroviaria. Su progreso rápido sobre los viejos planteles de juventud retardada, favorecido por la inexistencia de controversias en su seno, alcanzando, en un lustro, una perfección orgánica hasta entonces desconocida, demostró la bondad del nuevo método de bases sindicales neutralistas y tolerantes, y evidenció la capacidad discernitiva y la autoridad moral adquiridas por la clase obrera nuestra, para la creación de organismos sindicales autónomos sin prescripciones prescindentes ni proscripciones en materia de ideología y de política. Evidenció la seguridad de no poder ya ser desnaturalizado su criterio de clase ni desviada en sus fines sociales porque afronte los problemas en todos sus aspectos, sean económicos o políticos; la seguridad de su poder absorbente, que asimila y transforma en el sentido de su genio todos los valores morales que le llegan del exterior; la seguridad de que los partidos políticos y los hombres de partido en sus líneas de acción paralelas o tangenciales respecto del movimiento obrero, no pueden hacer más que contribuir a resolver sus problemas y a cimentar sus conquistas en el plano de la legislación.

Fuente: CGT, nº 95, 7 de febrero de 1936, en Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 310-311.

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A poco de aparecer publicada esta poesía –en 1933– en la revista que él dirige, Contra, Raúl González Tuñón es encarcelado y alojado por varios días en el subsuelo del Palacio de Tribunales. Como dirá más tarde el propio González Tuñón, “el violento poema fue escrito en uno de los peores momentos de la historia argentina”. Con un nervio crítico-afirmativo, cuya poética se apropia de las marcas del género manifiesto, “Las brigadas de choque” es una intervención que viene a discutir en el terreno mismo de las vanguardias literarias de los años 20. Si bien, como dirá el propio escritor, en este poema “continúa vigente el aire civil del versolibrismo ejercitado en la etapa martinfierrista”, no es menos cierto su carácter disruptivo, en tanto reubica y jerarquiza a la política en la ecuación que vincula a esta con la práctica artística y los intelectuales.

Las brigadas de choque por Raúl González Tuñón ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? Quevedo I Primero fue la toma de la tierra por la hembra y por el varón. Después vino la tristeza de la civilización. Primero fue el campo libre, el cielo libre, la libre unión. Después las malas leyes del hombre que hicieron las malas leyes de dios. Hoy, como el cura loco de Kent, me pregunto yo: “Cuando Eva hilaba y Adán araba ¿quién era el amo?” II No pretendo realizar tan sólo el poema político. No pretendo que mis camaradas sigan por ese camino. Que cada cual cultive en su intimidad el dios que quiera. Pero reclamo de cada uno la actitud revolucionaria frente a la vida, pero reclamo el puño cerrado frente a la burguesía. He reconquistado el fervor y tengo algo que decir: se llama brigadas de choque a las vanguardias lúcidas de los obreros especializados en la URSS, nombre caro a nuestro espíritu. Formemos nosotros, cerca ya del Alba motinera, las Brigadas de Choque de la Poesía. Demos a la dialéctica materialista el vuelo lírico de nuestra fantasía. ¡Especialicémonos en el romanticismo de la Revolución!

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1934 - 1937 III Mi voz para cantar y para gritar mi voz, mi voz para degollarse en las veletas enloquecidas. Mi voz para aullar, mi voz para subir –única, digna enredadera– y asustar a los burgueses desprevenidos por la boca de los albañiles. Mi voz para decir el antipoema en la esquina de las fábricas, a la salida de las costureras, en las puertas falsas de los teatros, en los fondos de los talleres, en las poternas de la civilización burguesa, el gran castillo vacilante. Los Movierones ahogan también rugidos, ladridos -ocultan las manifestaciones apaleadas -los nazis violando a las hijas de los judíos -los policemen atajando la marcha de los tejedores -la Generalidad cargando sobre los sindicalistas -la gendarmería rodeando de cinturones de fuego a los socios del John Reed Club y los gases lacrimógenos de la policía de Buenos Aires disolviendo los mitines en los portones de los frigoríficos extranjeros. ¿Y Nicolás Repetto? –Bien, gracias. ¿Y José Nicolás Matienzo? –Cuidando la Constitución, como si la Constitución fuera una hembra. Sí, la Constitución se halla en estado de descomposición y nosotros, únicamente nosotros, los comunistas, legítimamente nos reímos de esa Constitución burguesa y de la democracia burguesa. Pero no de la democracia que proclamamos, porque nosotros queremos la dictadura pero la dictadura que asegure la verdadera libertad de mañana. IV Nosotros contra la democracia burguesa Contra Contra la demagogia burguesa contra la pedagogía burguesa contra la academia burguesa contra contra contra el fascismo, superexpresión del capitalismo desesperado. Contra la masturbación poética. Contra los famosos salvadores de América –Palacios, Vasconcellos, Haya de la Torre– contra contra

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contra las ligas patrióticas y las inútiles sociedades de autores, escritores, envenenadores. Contra los que pintan cuadros para los burgueses. Contra los que escriben libros para los burgueses. Contra Contra Contra las putas espías de Orden Político. V Contra los social fascistas tipo Federico Pinedo. Contra el radicalismo embaucador de masas –fuente de fascismo–, dopado por el incienso de vagas palabras. ¡Ellos! Los metralleros de Santa Cruz. Contra Contra Nosotros contra la moral tipo La Prensa –el elefante enfermo de la Avenida de Mayo– y el largo bostezo de sus editoriales. Contra las sedicentes obras de tesis. Contra la teosofía, onanismo del espíritu. Contra el anarquismo sensiblero y claudicador. Contra el clericalismo. Contra contra contra el criollismo a ultranza y sin matices, contra el folklore pueril y falso, contra el francesismo servil, contra las visitas tipo Keyserling, Morand, Ortega. Contra contra los becados contra los niños prodigios del confusionismo canalla de South America. VI ¡Contemos a los niños la historia de Lenin! Contra la vedette, contra los mesías y los supuestos héroes y toda la roña burguesa -agiotistas -rentistas -especuladores -caudillos -plumíferos -gendarmes -jueces

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1934 - 1937 -abogados -intelectuales La muerte del obrero Hevia pasó inadvertida para vosotros. Ni siquiera entregasteis el cadáver mutilado a la familia. Un centenar de policías siguió al coche que llevaba la caja de pino. ¡Os ofrecemos nuestros cadáveres! Sobre nuestros cadáveres los camaradas de mañana construirán la nueva Argentina en el alba motinera de obreros, soldados, marineros, campesinos, poetas y artistas. ¡Os regalamos todo! ¡No leáis nuestros libros! ¡Al carajo con vuestra comprensión y vuestra generosidad! Nosotros estamos de vuelta al pueblo, ávidos de dialéctica materialista. En una sociedad sin clases será posible el sueño, lo abstracto, la intimidad con lo inverosímil y lo inventado, con dios y con los otros mundos… Nosotros estamos de vuelta al pueblo y oímos las detonaciones que mañana estremecerán las paredes. ¡Guerra a la clase dominante! Dictadura para asegurar la libertad, el trabajo liberador, la máquina redimida, la comodidad, la dignidad, el club, la libre unión de los enamorados y el arte puro de una sociedad sin clases. VII Otros amigos tomaron otros rumbos. El tiempo espera. Todo yo soy actitudes pero ningún orgullo me maltrata y tengo algo de muchedumbre cuando canto y cuando grito. Voy a meterme en las grandes mareas de los cines y las fábricas y los subterráneos. Lamento no haber sido lo que se dice un “subversivo auténtico”. Lamento no haber perdido tantos años en los periódicos aunque les agradezco los aviones, los barcos y los trenes que me dieron. Vuelvo a la vida que me reconoce, el hambre y el sueño son mis viejos amigos. A devorar los libros afiebrados

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en las vigilias del invierno y por las mañanas a recorrer los parques y las plazas y contar las chimeneas y llenarme del vasto olor del pueblo, del vasto rumor del pueblo. Una columna de pueblo viene hacia mí: llevan carteles alusivos y cantan La Internacional. ¡Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan! El viejo canto me reconoce y yo voy con mis hermanos. Son las 3 de la tarde de un 1° de Mayo, hoy cumple años nuestro viejo dolor. No, hoy no es un día de fiesta, pero hemos aprendido a cantar, y después de los cantos vendrán las balas. VIII Esta es la canción del Plan de los Cinco Años. Lenin lo dejó trazado junto a su gorra oscura y su tabaquera. El lienzo rojo de su memoria. Desde octubre de 1928 comenzó a extenderse a las campanas de la inmensa Rusia, saliendo de las grandes ciudades en donde ya existía generosa un nivel de dolor y de cultura. Expropiando las posesiones de los ricos agricultores y repartiendo entre todos la veterana tierra y recogiendo los frutos para todos. Era el primer gran paso hacia la conquista del comunismo de Lenin. Después nos ocuparemos de dios. Ahora nos interesa combatir su política. (Este no es un poema, es casi una experiencia.) Las colonias agrícolas comunistas reemplazan a los grandes y a los pequeños feudos burgueses. Ya no hay que levantar catedrales, mucho fervor gastado. Ahora hay que levantar usinas, mucho fervor por gastar. ¡Abajo la inteligencia burguesa! Es tiempo de ocuparse del hombre. Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el Volga. Y el Kara el Duina

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1934 - 1937 el Onega el Péchora el Vístula el Ural el Don. Una herencia de ríos. Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el Cáucaso. Y los Urales las mesetas del Valdai las colinas del Volga. Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el cobre. Y el hierro la hulla el petróleo el oro. Pero sobre todo su herencia es la tierra, humana, tierna, fecunda. Nuestro nacimiento, nuestra vida, nuestra sepultura, nuestra resurrección. He aquí la Canción del Plan de los Cinco Años. IX Devoraba las noticias del día con el sándwich de milanesa: las consecuencias del temblor que duró treinta segundos son funestas para una vasta región. Durante la noche pareció estacionario el nivel de las aguas del Sena. 400 obreros sepultados en un túnel. Las viudas lloran en la boca del día. Casas, puentes, vías férreas, desaparecieron a causa del terremoto. Se asegura que Blucher es un militar organizador de gran estilo. Queremos la repartición de la tierra, desconocemos la propiedad privada y la ley de herencia y desde ahora todo aquel que no trabaje no comerá. Los agentes secretos de seis potencias burguesas se han arrojado al río Moscowa. Un día existieron Cartago y Babilonia y un día fue poderoso el Egipto. Los mercaderes venecianos llegaban hasta Persia y los persas atravesaban los canales. Los fenicios navegaban trocando estatuillas de barro por montones de trigo. ¡Los desacreditados fenicios que llevaron a Grecia la preocupación del arte! Catón repitió veinte veces en Roma: ¡Destruid Cartago!

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Tenemos que destruir. El grito se repite en la historia. Pero los camaradas de Moscú han abierto otro camino y la historia se desvía. Les habían prohibido el aceite y la lámpara, la tinta y la palabra y ellos vencieron. Sólo es bello el horizonte cuando recorta miles de camisas obreras. Existen Buenos Aires y San Pablo y sus hombres comienzan a ver. Yo presiento la marcha sobre Europa de un Ejército Rojo. Pausa sobre el teatro de marionetas de Ginebra, sobre Berlín que engorda y envilece. Horcas afiladas están meditando junto a un horizonte de humo y de sangre. Cristo signa, en la estridencia de las usinas, a la última cruz, final e inexorable. X No importa que yo ame los puertos y los circos y la dorada y alevosa flor de la aventura y el vino y las rosas y la guerra. Como Ernesto Psichari yo amo la guerra, pero la guerra que trae la Revolución. ¿Sabes ya que los cuervos vuelan sobre los valles anunciando la peste? Yo había visto algunos dibujados en los afiches de las ciudades. Había un niño olfateando la sangre de la guerra, de la guerra que trajo la Revolución. –“Pour les français dans les territoires ocupees”– colocados especialmente por la Legislación. Los cuervos eran los alemanes. ¡Oh, amigos, y cómo es de tranquilo el vuelo de los cuervos! ¡Qué serenidad bajo la campana del cielo! Mas cuando se acercan sus picos son horribles, sus ojos asquerosos y sus garras tremendas. Los socialdemócratas, los ultraclericales, los “nacionalistas”, tienen también el vuelo de los cuervos. Cerca de ellos hay que destrozarlos con un tiro de escopeta, porque ellos anuncian y provocan la peste en la tierra. XI Hablemos de esta ciudad sucia como su río. Aquí todo está prohibido. A la vuelta de la esquina nos deja solos y en su cuadrilátero aburrido prevalece la absurda confitura del Pasaje Barolo y la mentalidad seminarista de José Luis Cantilo. Buenos Aires no vale la pena que le cante ni siquiera versos airados.

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1934 - 1937 Siempre se quedará con los Zuviría, los Capdevilla y los Obligado. Esta ciudad me ha llamado canalla y vicioso porque quise darle color. Porque anduve por ahí desparramando mi indudable fervor, porque bajé la luna hasta sus calles para alumbrarlas mejor. Porque a la compañía de las horteras prefería la de vagos y atorrantes. Porque a veces anduve con un traje rotoso y estragué mi estómago en el sórdido Puchero Misterioso. Esta ciudad fustigada en sus flancos por la Legión Cívica y el Klan Radical. Esta ciudad de Yrigoyen y Uriburu, que nunca ha dado un bandido perfecto ni un gran poeta. Esta ciudad cuyos bienes apestan a escribanos públicos, a mujeres sin capacidad de pecado. Esta ciudad que todavía respeta un título de abogado. Ciudad de bebedores de agua. De donde Barret emigró con asco, en donde O´Neill tuvo hambre y sueño, en donde Güiraldes fue escarnecido y Calou murió malogrado, Payró incomprendido, Emilio Becher agotado y Carriego empequeñecido y en cuya Universidad, esquina pedagógica de la vulgaridad, se gesta una runfla de rastas y logreros y patoteros grandilocuentes que después van a llenar la Pampa de alambradas y alcahuetes. XII No tenemos nada, no hemos construido, nada fue posible en este campamento podrido. Hemos quedado solos con un montón de versos, angustiosos o perversos porque la leche de Buenos Aires fue así de mala. Sucia como su río, agria como su alma. El tango actual es una cobardía. Sombrío, ronco, gangoso –“oliendo a china en zapatilla y macho perezoso”–. Es pesimista, compasivo y trágico. Es un ángel oscuro que pudo haber volado. Le falta a Buenos Aires la Tercera Fundación. La que vendrá con la Revolución. ¡Preparémonos para tirar! Contra los museos, las universidades, la prensa de paquidermo, la radiotelefonía, la academia, el teatro y el deporte burgueses. Preparémonos para tirar

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y acertar esta vez. Contra en la casa contra en el mar contra en la calle contra en el bar contra en la montaña. Para abatir al imperialismo. Por una conciencia revolucionaria. Y aquí nosotros contra la histeria fascista, contra el socialismo tibio, contra la confusión Radical, contra contra estar contra sistemáticamente contra contra contra. ¡Yo arrojo este poema violento y quebrado contra el rostro de la burguesía!

Fuente: Néstor Kohan (comp.), La Rosa Blindada, una pasión de los 60, Buenos Aires, La Rosa Blindada Editorial, 1999, pp. 109-119.

Manifestación, de Antonio Berni, 1934.

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1943 - 1944 El golpe de Estado de junio de 1943 reconfigura las tensiones del mapa político, que tienden a polarizarse de manera creciente. Por un lado, la oposición al golpe –donde se cuentan socialistas y comunistas, entre otros– interpreta el nuevo acontecimiento siguiendo un eje de lectura que replicará poco después con el surgimiento del peronismo: el antagonismo entre fascismo y antifascismo. Por otro lado, la autoproclamada “revolución”, encabezada por Arturo Rawson y Pedro Ramírez, se hace en nombre de ideas asociadas con el nacionalismo conservador, e incluso reaccionario, que había ganado protagonismo en la década del 30. De sus filas emerge la figura del coronel Juan Domingo Perón, quien se dirige a obreros y empresarios anunciando la necesidad de implementar importantes reformas sociales. Este nuevo discurso, que acompaña una serie de reformas que impulsa Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, y que mejoran la calidad de vida de los trabajadores, se inscribirá en una dinámica política cambiante, que dará lugar a lo que hasta allí parecía impensado: que la “revolución nacionalista” deviniera en una “revolución social”.


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GOU. “Situación interna” El Grupo de Oficiales Unidos (GOU) fue una logia militar creada en febrero de 1943, que tuvo a Juan Domingo Perón entre sus miembros fundadores. Consumado el golpe del 4 de junio que destituye al gobierno conservador de Ramón Castillo, las fuerzas armadas entran en un período de disputas internas que termina con el GOU, y sus posturas nacionalistas y neutralistas, ejerciendo el control político del movimiento revolucionario y con Perón como figura central del proyecto que se extiende hasta las elecciones de 1946. Hasta este momento y de acuerdo con elementos de juicio disponibles, la situación interna se presenta comprendida por los siguientes acontecimientos: 1. Situación política a) La Concordancia. (Demócratas Nacionales y Antipersonalistas) han llegado a la fórmula “Patrón Costas-Iriondo”, impuesta por la convención del Partido (senador Suárez Lagos). Aceptada por una parte de las fuerzas conservadoras. Resistida por otra parte de ellas y por la mayoría de las fuerzas independientes. Combatida por una gran parte de los nacionalistas. Es de hacer notar que esta fórmula está apoyada por la banca internacional, los diarios y las fuerzas extranjeras que actúan en defensa de intereses extraños a los del país. A pesar de ser la oponente natural de la “Unión Democrática” no es combatida abiertamente por los elementos directivos que a esta la componen, lo que infiere que entre los políticos existen puntos de coincidencia o finalidades ocultas que pueden ser coincidentes. Sin embargo, esta fórmula tiene la más franca oposición entre el pueblo mismo, sea de cualquier tendencia que fuere. Se considera que esta fórmula en las elecciones necesitará hacer uso del fraude electoral para triunfar. En ese sentido se descarta que el Gobierno apoyará esta fórmula que es considerada como producto de sus propias inspiraciones y de su “media palabra”. b) La Unión Democrática Argentina: no ha llegado aún a la total unificación material, ni menos aún a fórmula alguna. Se prevé que puede ser, de acuerdo con la tesis radical, “Pueyrredón-Molinas” o, de acuerdo a la línea socialista, “Pueyrredón-Saavedra Lamas” u otra. Esta agrupación, pese a su nominación disimulada, es el “Frente Popular” con otro nombre. En ese concepto agrupa, con tendencia netamente izquierdista, a las fuerzas comunistas, socialistas, gremiales, demócratas progresistas, radicales, etc. Su unión obedece a presiones extrañas, originadas y mantenidas desde el exterior, financiadas con abundante dinero extranjero y vigiladas y propulsadas por los agentes propios que actúan en nuestros medios al servicio de países extranjeros.

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Se trata de una agrupación netamente revolucionaria que pretende reeditar el panorama rojo de España, donde las fuerzas moderadas caen finalmente, para ser instrumentos de los comunistas. Dentro del Partido Radical, hoy profundamente dividido en dos tendencias, existe una gran fracción que comparte con los comunistas, socialistas, demócratas progresistas, y gremialistas la doctrina roja importada desde el Komitern de URSS, con los dictados de programas de extensión de la 3a. Internacional de Moscú. c) Los nacionalistas: que en los momentos actuales constituyen las fuerzas más puras y con mayor espiritualismo dentro del panorama político argentino. Se encuentran divididos en fracciones, aunque ya se han realizado gestiones para producir su unidad; debe preverse que los acontecimientos de prueba los encontrará unidos y solidarios. Como una forma de demostrar su repudio a la fórmula Demócrata Nacional, se presentarían a las elecciones presidenciales con fórmula propia (Scasso-Pertiné). Ello restaría, sin duda, un gran porcentaje de votos a la fórmula conservadora. No sería tampoco improbable que, en el sentido nacionalista, tal fórmula diera una sorpresa, ya que podría ser votada por numerosos independientes. Tales circunstancias han sido ya apreciadas por los dirigentes visibles y ocultos de las grandes agrupaciones en lucha. d) Todas las demás fracciones políticas, orgánicas o inorgánicas, se agrupan por afinidad de ideas o intereses, a una de las tres grandes agrupaciones ya mencionadas. Las fuerzas extrañas a los intereses y conveniencias del país han obrado con evidente acierto, para anular toda posible reacción de las verdaderas fuerzas nacionales. Los políticos que en una forma u otra sirven a esos intereses foráneos han sido comprados y, como consecuencia de ello, la ficción representativa, que siempre ha respondido a los oscuros designios del comité, hoy se encuentra en manos de los verdaderos enemigos del país. Es indudable que, cualquiera de las dos grandes tendencias que venciera en las elecciones, satisfaría los designios de las fuerzas que hoy se mueven ocultamente detrás de intereses inconfesables de la traición. Estas fuerzas ocultas maniobran, dirigidas desde afuera, absolutamente sincronizadas y coordinadas con los acontecimientos de la política internacional, produciendo hechos que la propaganda se encarga de explotar, presionando las clases dirigentes y encauzando así las grandes corrientes de la opinión. De esta manera, el país no puede esperar solución alguna dentro de los recursos legales a disposición. El resultado de las elecciones no será en caso alguno beneficioso para él. El pueblo no será tampoco quien elija su propio destino, sino que será llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo. La ley ha pasado a ser el instrumento que los políticos ponen en acción para servir sus propios intereses personales en perjuicio del Estado, y el pueblo conoce perfectamente este hecho y sabe, a conciencia, que él no elige sus gobernantes. El hombre de la calle anhela ya terminar este estado de cosas, cualquiera sea la solución que se busque al problema. Algunos desean que el Ejército se haga cargo de la situación, otros encaran el asunto por el lado nacionalista, otros por el comunismo y los demás se desentienden de todo mientras puedan vivir. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


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2. La situación social En tanto los capitalistas hacen su agosto, los intermediarios explotan al productor y al consumidor, los grandes terratenientes se enriquecen a costa del sudor del campesino, los grandes empleados y acomodados de la burocracia disfrutan sus buenos sueldos sin pensar sino en que esta situación dure y el gobernante se cruza de brazos ante el aparente panorama de bienestar; los pobres no comen, ni se calzan ni visten conforme a sus necesidades. Las ciudades y los campos están poblados de lamentaciones que nadie oye; el productor estrangulado por el acaparador, el obrero explotado por el patrón y el consumidor literalmente robado por el comerciante. Tal es el panorama. El político al servicio del acaparador, de las compañías extranjeras y del comerciante judío y explotador desconsiderado, mediante la paga correspondiente. La solución está precisamente en la supresión del intermediario político, social y económico. Para lo cual es necesario que el Estado se convierta en órgano regulador de la riqueza, director de la política y armonizador social. Ello implica la desaparición del político profesional, la anulación del negociante acaparador y la extirpación del agitador social. Todo ello da lugar a que en el país existan las tendencias actuales: los comunistas y afines que buscan la solución por sus sistemas conocidos y de triste experiencia; los nacionalistas por la argentinización espiritual, la recuperación nacional y la implantación de nuevos sistemas de administración y distribución de la riqueza. Finalmente, los políticos que, defendiendo su situación, propugnan el estado de cosas existente en apoyo de sus conveniencias personales. Detrás de todo esto el pueblo que se divide en estas tres direcciones, siguiendo también lo que considera su conveniencia personal, mientras nadie piensa en el país que, al final, es quien con su solución dará la solución de todos. Sin embargo, se puede asegurar que en los momentos actuales la gente del pueblo tiene una gran desilusión de los que hasta hoy fueron sus dirigentes (socialistas, gremialistas, dirigentes obreros, etc.) y se encauzan en otras corrientes, independientes o bien políticas o bien nacionalistas. Mientras los socialistas han perdido su antiguo auge, han adquirido preponderancia los comunistas y los nacionalistas. 3. La situación interna Con la situación política metida en un callejón sin salida que satisfaga las mínimas aspiraciones; con una situación social difícil, aun dentro del aparente panorama de bienestar, con la clase dirigente desconceptuada y desprestigiada, con los políticos comprobadamente delincuentes, la situación interna no puede ser más desconsoladora. Nada puede encararse ni en lo interno ni en lo externo, mientras subsista este estado de cosas. La falta de capacidad y de honestidad de los hombres de la actual generación, imposibilita encarar toda solución dentro de un encauzamiento normal y racional. Sólo queda el recurso de un sacudimiento violento que permita descargar al país del remanente de tanta infamia.

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Se impone una solución político-interna de extraordinaria revolución sobre los valores morales, intelectuales y materiales. Se impone una solución social que ponga a tono la extraordinaria riqueza de los menos con la no menos extraordinaria pobreza de los más. Pero el que encare la solución de estos problemas no ha de errar, ni fracasar, porque ello representaría el caos y el cataclismo de la nación y de la nacionalidad. Actualmente buscan la solución El Frente Popular (Unión Democrática Argentina) por la revolución social del tipo comunista; para lo cual por intermedio del socialismo amarillo, que hace de personero del comunismo, se ha tratado de atraer al radicalismo, a la acostumbrada celada del frente único. Como en los demás casos el radicalismo ha entrado en la combinación y será el instrumento cuantitativo, mientras los comunistas se reservan para ser, en el momento oportuno, la dirección cualitativa del movimiento. Para ello, por cuerdas separadas, el comunismo ha preparado un plan completo de sabotaje organizado; una huelga general violenta y agresiva con grupos provocadores y de protección perfectamente organizados; la acción directa con grupos de choque bien organizados y comandados. Por otra parte, como campaña pasiva, ha procurado la penetración en el Ejército de células entre los suboficiales y soldados, así como también en la marina y la policía. Esta campaña ha llegado a punto tal que los dirigentes y agitadores manifiestan a sus grupos que no hay que temer al Ejército ni a las otras fuerzas porque están intensa y eficientemente trabajadas. La interrupción de todas las comunicaciones, los transportes, la energía eléctrica (luz y fuerza), el agua y demás servicios públicos la consideran asegurada, desde el momento en que ello se propongan. Cuentan con la ayuda económica, de propaganda, de armas y elementos de lucha, que les proporcionan los agentes a sueldo de algunas embajadas y de organismos comunistas con sede en Montevideo. Los vehículos serán también utilizados en gran escala para la lucha. El programa comienza con la huelga, que si es reprimida violentamente pondrá a los obreros frente al gobierno y procurará la unanimidad con que hoy no se cuenta. A ello seguirá una intensa agitación de todo orden y finalmente se desencadenará la lucha activa. Si el Frente Popular pierde las elecciones, con el pretexto del fraude, se conseguirá la participación activa del Partido Radical, Socialista, Demócrata Progresista, etc., en la lucha activa. Si se llega al gobierno, la revolución será hecha “desde arriba” por el mismo método seguido en España, pero subsanando los errores allí cometidos. Para la lucha activa poseen un plan completo, ya sea para operar, como para anular la acción del Ejército. El Nacionalismo: también encara la solución de los problemas por medios más o menos revolucionarios. Existen dos tendencias: una que cree conveniente llegar a contar con gran cantidad de adherentes a su doctrina y buscar por medios legales el poder (Movimiento de Renovación); otra, que considera necesario llegar al gobierno a corto plazo, para lo cual es necesario imponer la revolución y no la evolución (Unión Nacionalista Argentina). Estas fuerzas no están preparadas para un movimiento revolucionario en forma racional. Son todos revolucionarios en potencia, pero parece que esperan la acción del Ejército, contra el cual no desean actuar. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 Se puede considerar que en caso de movimiento comunista estas fuerzas estarán incondicionalmente al servicio del Ejército. Otro tanto ocurrirá en caso de movimientos revolucionarios políticos de cualquier orden. Son fuerzas de orden, mientras no se trate de sus propias aspiraciones. Dentro del Ejército, se vive el problema de la hora y no hay cuartel u oficina donde no se hable y se vivan las inquietudes espirituales que hoy polarizan la casi totalidad de las voluntades. Los oficiales jóvenes son partidarios de actuar sin más y están listos para “salir en cualquier momento”. Sin embargo, desconocen la real situación y no cuentan con los demás acontecimientos que, ligados a la situación interna, la influencian marcadamente. Este estado de ánimo es halagüeño y promisor; los oficiales jóvenes deben pensar siempre así. Los jefes no participan, en general, del entusiasmo de los oficiales y consultan demasiado las posibilidades favorables y desfavorables que pueden intervenir en la solución de este problema. Aunque desconocen la real situación, se inclinan por soluciones más suaves que ellos no ven. Otros se desentienden de estos problemas esperando la solución del tiempo, que “todo lo resuelve”. Algunos jefes, afortunadamente, mantienen el entusiasmo de la juventud sin desmedro para la sensatez que les da su experiencia. Hasta ahora sólo la Obra de Unificación había pensado en estas soluciones, porque las cadenas y los “separatistas individuales” no se ocupan sino de personas o de grupos de personas. Pero parece que nuestro ejemplo ha cundido y hoy, según informaciones, existen tres movimientos en marcha: - uno, dirigido por un General, que busca reunir los Jefes y Oficiales que creen necesario plegarse a las presiones foráneas y romper las relaciones, para lo cual presionarán oportunamente; - otro, que hace resistencia pasiva o solapada, a todo esfuerzo que pretenda imponer soluciones por el Ejército. Propugna la defensa del actual estado de cosas, pero con ruptura de relaciones con el Eje; - otro que, según informes, está dirigido por varios Generales, que buscarán la solución tomando el gobierno a corto plazo, para entregarlo a una Junta Militar inicialmente. Hasta los momentos actuales ninguna de estas cuestiones parece haber sido encarada seriamente. Por otra parte se trata de informaciones más o menos seguras. Entre tanto las fuerzas ocultas, movidas desde el exterior, han invadido literalmente el país en todas sus partes. Hoy se mueven agentes extranjeros de toda clase y toda actividad, encargados del sabotaje contra el Estado. Estos son ayudados por parte de los habitantes que bien pagados trabajan desde la sombra o abiertamente en favor del país o países interesados en penetrarnos. Tales agentes tienen dos finalidades en su acción: - una a corto plazo: crear una situación interna tal que obligue al país a incorporarse a la guerra, aportando todo lo que pueda ser susceptible de sumar al esfuerzo bélico

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aliado. Preparar también y financiar la campaña política presidencial en forma de asegurar que el próximo presidente sea de tendencia rupturista; - una a largo plazo, que prepare en la mejor forma la penetración económica y política de nuestro territorio, en forma de asegurar una explotación integral de la posguerra. En ambas son ayudados desde el exterior por la acción de las respectivas cancillerías que actúan coordinadas en su acción con la de sus agentes adelantados con pretextos de misiones de estudio, buena vecindad, turistas, etc. Este ejército de espías y agentes extranjeros, coligados con los habitantes (políticos vendidos, diarios, judíos, personal de empresas extranjeras, etc.) trabajan actualmente en dos direcciones: apoyan a la fórmula Patrón Costas-Iriondo y, por otro lado, actúan activamente en la preparación del Frente Popular cuyas actividades están financiadas por ellos. Preparan así un éxito reaseguro. Todas las agrupaciones formadas con rótulos clásicos de “Acción Argentina”, “Defensa de los Pueblos Libres”, socorros de diversos tipos, etc., son financiados por agentes extranjeros y ayudados por la acción de los comunistas mediante las suscripciones y colectas de diversos tipos. En resumen, el país entero se encuentra penetrado y lo que es peor, parte del país mismo (especialmente el elemento político directivo pago) está al servicio de quien nos penetra. Por esa razón se ha visto en los últimos tiempos que los políticos han rivalizado en la tarea de viajar a ciertos países y recibir órdenes del extranjero. Todo ello unido a la presión ya abiertamente agresiva de ciertos países, que crea una atmósfera política internacional inaguantable, ha llevado a nuestro Gobierno a la necesidad de contemplar este problema en forma seriamente objetiva. En ese sentido no sería difícil que se declarara el “estado de emergencia” y se tomara una actitud francamente en contra de tales presiones.

Fuente: Robert A. Potasch, Perón y el GOU. Los documentos de una logia secreta, compilación, introducción y comentarios de Robert A. Potasch, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 198-209, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, pp. 3-9.

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1943 - 1944

Proclama de las Fuerzas Armadas luego de la “revolución de junio” El 4 de junio de 1943 las Fuerzas Armadas derrocan al gobierno de Ramón Castillo, cerrando el ciclo de la restauración conservadora iniciado con otro golpe, el de 1930. La posibilidad de abandonar el neutralismo ante la guerra –que en Europa pronto terminaría con la derrota del nazismo– y la continuidad de las prácticas políticas fraudulentas y venales aglutina a los diversos sectores de las fuerzas armadas para consumar la llamada “revolución de junio”, que desde un comienzo adopta un carácter marcadamente anticomunista y reactivo frente a las organizaciones obreras.

Proclama 4 de junio de 1943 Al pueblo de la República Argentina: Las Fuerzas Armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de la patria, como asimismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo argentino, han venido observando, silenciosa pero muy atentamente, las actividades y el desempeño de las autoridades superiores de la Nación. Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación. Se han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción. Se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros personajes movidos por la más vil de las pasiones. Dichas fuerzas, conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo cuyo clamor ha llegado hasta los cuarteles, deciden cumplir con el deber de esta hora que les impone salir en defensa de los sagrados intereses de la Patria. La defensa de tales intereses impondrá la abnegación de muchos, porque no hay gloria sin sacrificio. Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal habidos. Sostenemos nuestras instituciones y nuestras leyes, persuadidos de que no son ellas sino los hombres quienes han delinquido en su aplicación. Anhelamos firmemente la unidad del pueblo argentino, porque el Ejército de la patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y la restitución de derechos y garantías conculcados.

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Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración americana y cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales. Declaramos que cada uno de los militares, llevados por las circunstancias a la función pública, se comprometen bajo su honor: - A trabajar honrada e incansablemente en la defensa del honor, del bienestar, de la libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos; - A renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por su jerarquía y grado le corresponde en el Ejército; - A ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y la justicia de los procedimientos; - A reprimir de la manera más enérgica, entregando a la justicia no sólo al que cometa un acto doloso en perjuicio del Estado, sino también a todo el que, directa o indirectamente, se preste a ello; - A aceptar la carga pública con desinterés y obrar en ella sólo inspirados en el bien y la prosperidad de la patria.

Fuente: José María Rosa, Historia argentina, orígenes de la Argentina contemporánea, Buenos Aires, editorial Oriente, s/f.

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1943 - 1944

Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires El 25 de agosto de 1944, el por entonces secretario de Trabajo y Previsión dirige un discurso a los principales empresarios del país, discurso que, por las singulares definiciones que brinda en torno a las relaciones entre el Estado, el trabajo y el capital, será discutido largamente tanto por los defensores como por los detractores del peronismo.

Señores: En primer término, agradezco la oportunidad que me brinda la Cámara de Comercio para exponer algunos asuntos que conciernen en forma directa a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Al hacerlo no he querido escribir cuanto voy a exponer, a fin de animar esta conversación, descartando la lasitud natural de las lecturas, para buscar una mayor comprensión y facilitar un entendimiento entre los intereses que juegan en el orden social, que la Secretaría de Trabajo y Previsión está encarando. En ese sentido me trae hasta aquí un sentimiento leal y una absoluta sinceridad. Mis palabras, si no están calificadas por grandes conocimientos, lo están, en cambio, por una absoluta sinceridad y un patriotismo totalmente desinteresado que puede descartar cualquier mala comprensión de todo cuanto voy a decir. La Secretaría de Trabajo y Previsión entiende que la política social de un país comprende integralmente todo lo humano con relación a los diversos factores del bienestar general. Siendo así, muchos, posiblemente equivocados sobre todo cuanto yo he dicho en el orden social, se han permitido calificarme de distintas maneras. Yo he interpretado cada una de estas calificaciones; las he sopesado y he llegado a esta conclusión: de un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo lo que me da la verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión. El Estado moderno evoluciona cada día más en su gobierno para entender que este es un problema social. Esa es la enseñanza del mundo. Vemos una evolución permanente en todas las agrupaciones humanas, que desde cincuenta años hasta el presente vienen acelerando de una manera absoluta e inflexible hacia una evolución social de la

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humanidad que antes no había sido conocida. Cerrar los ojos a esa realidad, es esconder la cabeza dejando el cuerpo afuera, como hacen los avestruces de la pampa. Es necesario reaccionar contra toda miopía psicológica; penetrar los problemas; irlos a resolver de frente. Los hombres que no hayan aprendido a decir siempre la verdad y a encarar la vida de frente, suelen tener sorpresas desagradables. Nosotros, afirmados sobre tales premisas, buscamos soluciones, soluciones argentinas para el panorama argentino y para el futuro argentino, que es el que más interesa al gobierno. Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Massini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil, que como toda lucha no produce sino destrucción de valores. Sería largo y quizás inútil por conocidas, que comentásemos aquí esas doctrinas, como las del cristianismo liberal o como las del cristianismo democrático que encierra doctrinas más o menos parecidas; pero viendo el panorama inútil, sería suficiente pensar que si seguimos en esta lucha en que la humanidad ha visto empeñadas sus fuerzas productoras, hemos de llegar a una crisis que fatalmente se ha de producir, como ya se ha producido en otros países, con mayor o menor violencia. Pero no hemos de esperar que ese ejemplo tengamos que sentirlo, en carne propia, bien que esa experiencia suele ser el maestro de los necios. Es mejor tomar la experiencia en la carne ajena y en este sentido, tenemos ya una larga experiencia. El abandono por el Estado de una dirección racional de una política social, cualquiera que ella sea, es sin duda el peor argumento porque es el desgobierno y la disociación paulatina y progresiva de las fuerzas productoras de la Nación. En mi concepto, esa ha sido la política seguida hasta ahora. El Estado, en gran parte, se había desentendido del problema social, en lo que él tiene de trascendente, para solucionar superficialmente los conflictos y problemas parciales. Es así que el panorama de la política social seguida representa una serie de enmiendas colocadas alrededor de alguna ley, que por no haber resultado orgánicamente la columna vertebral de esa política social, se ha resuelto parcialmente el problema, dejando el resto totalmente sin solución. Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más peligrosa, sin duda, es la inorgánica. La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. La falta de una política social bien determinada ha llevado a formar en nuestro país esa masa amorfa. Los dirigentes son, sin duda, un factor fundamental que aquí ha sido también totalmente descuidado. El pueblo por sí no cuenta con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior. Esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros. Para MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 hacer desaparecer de la masa ese grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres soluciones: primero, engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que vendrán, pero que nunca llegan; segundo, someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones, señores, llevan a posponer los problemas, jamás a resolverlos. Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la verdadera justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su país y a su propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón directa de la economía nacional. Ir más allá es marchar hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá es marchar hacia un cataclismo social; y hoy, esos dos extremos, por dar mucho o por no dar nada, como todos los extremos, se juntan y es para el país, en cualquiera de los dos casos, la ruina absoluta. No deseo fatigar a los señores con una exposición doctrinaria sobre todas estas cuestiones que conocen mejor que yo. He querido solamente presentar, diremos así, una concepción teórica de conjunto, para analizar a la luz de esas verdades que todos conocemos, la situación en el campo obrero en el momento en que la Revolución del 4 de Junio se producía. Las fuerzas obreras estaban formadas en sindicatos en forma más o menos inorgánica. El personal que prestaba servicios en las fábricas, alguno estaba afiliado a los sindicatos, y otro no lo estaba; pero muchos sindicatos contaban con un 40 por ciento de dirigentes comunistas o comunizantes. A los tres meses de producirse la Revolución, nosotros, que observamos vigilantes el panorama obrero, tropezamos con la primera amenaza, consistente en una huelga general revolucionaria. El Ministerio de Guerra, que había obtenido su información por intermedio de su servicio secreto, fue el que tomó en forma directa la onda, la fijó más o menos, estudió el panorama, y cuando pensó en llegar a una solución, estábamos a tres o cuatro días de esa huelga que debía producirse irremisiblemente. Reunimos los dirigentes, como aficionados, ya que no teníamos ningún carácter oficial. Hablamos con ellos; los hombres estaban decididos. Esto representaba no un peligro, pero sí una posibilidad de tener que luchar. Indudablemente eso repugna siempre al espíritu el tener que salir a pelear en la calle con el pueblo, cosa que solamente se hace cuando no hay más remedio y cuando la gente quiere realmente la guerra civil. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que llegar a ella; y entonces la lucha es la suprema razón de la disociación. Pero este caso pudo posponerse por una semana, lo que nos dio la posibilidad de accionar en forma directa sobre otros sindicatos que no estaban de acuerdo, sino por presión, porque sabemos bien que los dirigentes rojos trabajan a las masas, no sólo por persuasión, sino más por intimidación. En esas condiciones nos fue posible tomar el panorama obrero y elevarlo; pero, indudablemente, el Departamento de Trabajo demostró en esa oportunidad no ser el organismo necesario para actuar, porque los obreros no querían ir al Departamento de Trabajo de esa época, que había perdido delante de ellos todo su prestigio como organismo estatal, ya que en la solución de sus propios problemas, ellos no encontraron nunca el apoyo decidido y eficaz que tenía la obligación de prestar a los trabajadores. Por eso, con un organismo desprestigiado, no solamente se perjudica a la clase trabajadora, sino que él es germen del levantamiento de la masa, que en ninguna parte se encuentra escuchada, compren-

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dida y favorecida. Eso me dio la idea de formar un verdadero organismo estatal con prestigio, obtenido a base de buena fe, de leal colaboración y cooperación, de apoyo humano y justo a la clase obrera, para que respetado, y consolidado su prestigio en las masas obreras, pudiera ser un organismo que encauzara el movimiento sindical argentino en una dirección; lo organizase o hiciese de esta masa anárquica, una masa organizada, que procediese racionalmente, de acuerdo con las directivas del Estado. Esa fue la finalidad que, como piedra fundamental, sirvió para levantar sobre ella la Secretaría de Trabajo y Previsión. Para evitar que ella cayese nuevamente en el mal anterior, en esa burocracia estática que hace ineficaces casi todas las organizaciones estatales, porque están siempre 5 kilómetros detrás del movimiento, organizamos sobre esa burocracia un brazo activo que se llamó Acción Social Directa, que va a la calle, toma el problema, lo trae y lo resuelve en el acto; y en tres días se tiene establecido un acuerdo entre patrones y obreros, el que después se protocoliza en pocas horas, en un convenio que firman ambas partes de acuerdo, y se pasa a ejecución. Esa sería para el porvenir la base de experiencia, que es la unión real, la base empírica sobre la cual había de conformarse en el futuro un verdadero código de trabajo, al contrario de aquellos que se decidieron siempre por emplear el método idealista e hicieron códigos de trabajo, muchos de los cuales no fueron leídos más que por el autor y algunos de sus familiares, pero que en el campo real de las actividades del trabajo no tuvieron nunca aplicación en ningún caso. Hombres de excelente voluntad como el doctor Joaquín V. González, de extraordinario talento, escribieron una admirable obra que no ha sido aplicada jamás, porque es un método ideal. Nosotros vamos por el camino inverso; vamos a establecer tantos convenios bilaterales, tantos convenios con comisiones paritarias de patrones y obreros, que no den racionalmente lo que cada uno quiere y puede dar en ese sentido de transacción que se hace en las mesas de las comisiones de la Secretaría de Trabajo y Previsión, para llegar a un punto de apoyo sobre el cual moveremos en el futuro todas las actividades del trabajo argentino. Nosotros, señores, vamos trabajando sobre un sentido constructivo, que podrá ser lento, que podrá equivocarse, pero que se realizará, al contrario de todas las teorizaciones imaginarias que nunca se realizaron. Es así que la Secretaría de Trabajo y Previsión propició desde el principio un sindicalismo gremial. Sobre esta cuestión del sindicalismo existen prejuicios de los más arraigados, pero que no resisten al menor análisis. Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. Ello me hace recordar a esos chicos que para hacerlos dormir a la noche, les hablan del “hombre de la bolsa” y que luego, cuando tienen treinta años, si les nombran “el hombre de la bolsa”, se dan vuelta asustados, aun cuando saben que ese hombre no existe. Con el sindicalismo pasa lo mismo. Hay personas que por un arraigado y viejo prejuicio, se asustan de él; y lo que es más notable, hay algunos patrones que se oponen a que sus obreros estén sindicalizados, aunque ellos, desde el punto de vista patronal, forman sindicatos patronales. Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que analizado es de una absoluta justicia. A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o individuales: ni al patrón, ni al obrero. Y el Estado está en la obligación de defender una asociación como la otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que escapan a su dirección y a su control. Por eso nosotros hemos propiciado desde allí un sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial. No queremos que los sindicatos estén divididos en fracciones políticas, porque lo peligroso es, casualmente, el sindicalismo político. Sindicatos que están compuestos por socialistas, comunistas y otras agrupaciones terminan por subordinarse al grupo más activo y más fuerte. Y un sindicato donde cuenta con hombres buenos y trabajadores va a caer en manos de los que no lo son: hombres que formando un conjunto aisladamente, no comulgarían con esas ideas anárquicas. De ahí que es necesario que todos comprendan que estas cuestiones, aun cuando algunos consideran al sindicalismo una mala palabra, en su finalidad, son siempre buenas, porque evita, casualmente, los problemas creados y que son siempre artificiales. Por cada huelga producida naturalmente, hay cinco producidas artificialmente, y ellas lo son por masas heteróditas, que tienen dirigentes que no responden a la propia masa. En permitir y aun en obligar a los gremios a formar sindicatos, radica la posibilidad de que los audaces que medran a sus expensas puedan apoderarse de la masa y obren en su nombre en defensa de intereses siempre inconfesables. Antes de entrar en el tema, me he de referir a otra de las cuestiones. Se ha dicho que en la Secretaría de Trabajo y Previsión hemos perjudicado a tales o cuales fuerzas. La Secretaría de Trabajo y Previsión responde a una concepción que expuse desde el primer momento; en aquella no se produce ningún acuerdo, ningún arreglo por presión, sino por transacción entre obreros y patrones. Nosotros no hemos llegado a establecer ningún decreto, ninguna resolución que no haya sido perfectamente aceptada en nuestras mesas por obreros y patrones. Ya hemos realizado más de cien convenios colectivos, respecto de los cuales no puede haber un solo patrón ni un solo obrero que pueda sostener con justicia que nosotros no hemos consultado y llegado a esos convenios y acuerdos, por transacciones bilaterales entre ellos, arregladas por nosotros que ocupamos la cabecera para evitar que intercambien palabras y discusiones inoportunas. Nosotros allí, haciendo de verdaderos jueces salomónicos, ayudamos la transacción: unos dicen diez centavos; otros solicitan veinte centavos; porque el patrón siempre quiere dar menos y el obrero siempre pide más. Muchos de los señores que están aquí habrán asistido a nuestro trabajo. En ese sentido, vamos realizando una justicia distributiva y evitando que esto que puede ser un negocio transaccional, se transforme en una huelga con tiros, y en tantas cosas desagradables.

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Lo que yo puedo decir es que desde que la Secretaría de Trabajo y Previsión se halla en funcionamiento, no se ha producido en el país ninguna huelga duradera, ni ninguna ha resistido más de cuarenta y ocho horas y, excepcionalmente, alguna de ellas ha durado varios días. Eso en casi ocho meses de trabajo. Hacia esa finalidad marcha la Secretaría de Trabajo y Previsión. Creo, señores, que en cuanto se refiere a su acción, la Secretaría de Trabajo y Previsión no puede presentar ningún inconveniente, ni para el capital ni para el trabajo. Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado, que también cuenta con esos convenios, porque es indudable que no hay que olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene también allí su parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. Cuando fuera necesario salvar el bien común a expensas del mal de algún otro, creo que ningún hombre de gobierno puede apartarse de eso que representa para mí la conveniencia y la justicia del Estado. Bien, señores. No he de decir que la Secretaría de Trabajo y Previsión se encuentra en este momento en un lecho de rosas, pero sí puedo asegurarles que mediante una captación progresiva de las masas, que consideran a aquella casa como la propia, ha acarreado al bien social muchas conquistas y muchas victorias. Creo más: estimo que el futuro será cada vez mejor por los beneficios incalculables que la organización gremial va a dar al país para su orden interno, para su progreso y para su bienestar general. Yo invitaría a los señores a que reflexionen –como ya lo he hecho anteanoche, cuando se susurraba que iban a producirse desórdenes en la calle– acerca de cuál habría sido el espectáculo de estos días, si hace ocho meses no hubiéramos pensado en buscar una solución a esa desorbitación natural de las masas. Probablemente habría sido otro. La Secretaría de Trabajo y Previsión ha ido a investigar cuántos obreros había detenidos, y puedo afirmar que sin su creación, no hubiéramos tenido la enorme satisfacción de saber que entre todos esos detenidos existe solamente un obrero, perteneciente al sindicato de la construcción. Ningún otro obrero ha sido detenido por los incidentes y desórdenes callejeros. No sé si seré optimista, como son optimistas todos los padres con sus hijos, pero sabemos nosotros muy bien que hasta ahora la Secretaría de Trabajo y Previsión ha llenado una función de gran eficacia para la tranquilidad pública. Pueden venir días de agitación. La Argentina es un país que no está en la estratosfera; sino que está viviendo una vida de relación; de manera que las ideologías que aquí se discuten, no se decidirán en la República Argentina, sino que ya se están decidiendo en los campos europeos; y esa influencia será tan grande para el futuro que la veremos crecer progresivamente hasta producir hechos decisivos que pueden ir desde el grito de “Viva Esto” y “Viva lo Otro” hasta la guerra civil. Está en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese extremo, en el cual todos los argentinos tendrán algo que perder, pérdida que será directamente proporcional con lo que cada uno posea: el que tenga mucho lo perderá todo; y el que no tenga nada, no perderá. Y como los que no tienen nada son muchos más que los que tienen mucho, el problema presenta en este momento un punto de crisis tan grave como pocos pueden concebir. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 El mundo está viviendo un drama cuyo primer acto, 1914-1918, lo hemos vivido casi todos nosotros; hemos vivido también el segundo acto, a cuya terminación asistimos; pero nadie puede decir si después de este acto continúa el epílogo o si vendrá un tercer acto que prolongará quién sabe aún por cuánto tiempo este drama de la humanidad. Lo que la República Argentina necesita es entrar bien colocada en ese epílogo que puede producirse ya, o que si no se produce y se entrara en un tercer acto, exigirá estar aún mejor preparada. Vivimos épocas de decisiones, y quien no esté decidido a afrontarlas, sucumbirá irremisiblemente. ¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión de bien, porque sabemos –y la experiencia de España es bien concluyente y gráfica a este respecto– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y, en el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran inicialmente poseedoras; vale decir que los hombres, después de un hecho de esa naturaleza, han de pensar que todo se ha perdido. Si así sucede, ojalá se pierda todo, menos el honor. Es indudable que siendo la tranquilidad social la base sobre la cual ha de dilucidarse cualquier problema, un objetivo inmediato del Gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza, ya que si él se produjera, de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes poseídos, los campos, ni los ganados. Sobre esto, señores, es inútil, totalmente inútil teorizar; hay que ir a soluciones realistas: primero, solucionar este problema; luego pensaremos en los otros, porque fallar en esta solución, representa fallar integralmente para el país. Dentro de este objetivo, fundamental e inmediato, que la Secretaría de Trabajo y Previsión persigue, radica la posibilidad de evitar el cataclismo social que es probable, no imposible. Basta conocer cuál es el momento actual que viven las masas obreras argentinas, para darse cuenta si ese cataclismo es o no probable. La terminación de la guerra agudizará de una manera extraordinaria ese problema, y América será, sin duda, el juego de intereses tan poderosos como no lo han sido en la historia ningún país de este lado del Ecuador antes de ahora. El capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra, en este segundo acto del drama, un golpe decisivo. El resultado de la guerra 1914-1918 fue la desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia. Pero engendró en nuevas doctrinas más o menos parecidas a las doctrinas rusas otros países que fueron hacia la supresión del capitalismo. En esta guerra, el país capitalista por excelencia quedará como un país deudor en el mundo, probablemente, mientras que toda la Europa entrará dentro del anticapitalismo panruso. Esto es lo que ya se puede ir viendo, y diría que no es nuevo ni es tampoco de los comunistas, sino que es muy anterior a ellos. En América quedarán países capitalistas, pero en lo que concierne a la República Argentina, sería necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo de acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen

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los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el “camarada” Orlof, que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y probablemente una desocupación extraordinaria; mientras desde el exterior se filtre dinero, hombres e ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal, y dentro de nuestra organización del trabajo. Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de cuáles pueden ser las proyecciones, y de cuáles pueden ser las situaciones que tengamos todavía que enfrentar en un futuro muy próximo. Por lo pronto, presentaré un solo ejemplo para que nos demos cuenta en forma más o menos gráfica de cuál es la situación de la República Argentina en ese sentido. Yo he estado en España poco después de la guerra civil y conozco mi país después de haber hecho muchos viajes por su territorio. Los obreros españoles, inmediatamente antes de la guerra civil, ganaban salarios superiores, en su término medio general, a los que se perciben actualmente en la República Argentina; no hay que olvidarse de que en nuestro territorio hay hombres que ganaban 20 centavos diarios; no pocos que ganaban doce pesos por mes; y no pocos, también, que no pasaban de treinta pesos por mes, mientras los industriales y productores españoles ganaban el 30 o 40 por ciento. Nosotros tenemos en este momento –¡Dios sea loado, ello ocurra por muchos años!– industriales que pueden ganar hasta el 1.000 por ciento. En España se explicó la guerra civil. ¿Qué no se explicaría aquí si nuestras masas de criollos no fuesen todo lo buenas, obedientes y sufridas que son? He presentado el problema de España antes de referirme al problema argentino. La posguerra traerá, indefectiblemente, una agitación de las masas, por causas naturales; una lógica paralización, desocupación, etcétera, que combinadas producen empobrecimiento paulatino. Esas serán las causas naturales de una agitación de las masas, pero aparte de estas causas naturales, existirán también numerosas causas artificiales, como ser: la penetración ideológica, que nosotros hemos tratado en gran parte de atenuar; dinero abundante para agitar, que sabemos circula ya desde hace tiempo en el país, y sobre cuyas pistas estamos perfectamente bien orientados; un resurgimiento del comunismo adormecido, que pulula como todas las enfermedades endémicas dentro de las masas; y que volverá, indudablemente, a resurgir con la posguerra, cuando los factores naturales se hagan presentes. En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el Consejo de posguerra, que está preparando un plan para evitar, suprimir, o atenuar los efectos, factores naturales de la agitación; y que actúa también como medida de gobierno para suprimir y atenuar los factores artificiales; pero todo ello no sería suficientemente eficaz, si nosotros no fuéramos directamente hacia la supresión de las causas que producen la agitación como efecto. Es indudable que en el campo de las ideologías extremas, existe un plan que está dentro de las mismas masas trabajadoras; que así como nosotros luchamos por proscribir de ellas ideologías extremas, ellas luchan por mantenerse dentro del organismo de trabajo argentino. Hay algunos sindicatos indecisos, que esperan para acometer su MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 acción al medio, que llegue a formarse; hay también células adormecidas dentro del organismo que se mantienen para resurgir en el momento en que sea necesario producir la agitación de las masas. Existen agentes de provocación que actúan dentro de las masas provocando todo lo que sea desorden; y además de eso, cooperando activamente, existen agentes de provocación política que suman sus efectos a los de agentes de provocación roja, constituyendo todos ellos coadyuvantes a las verdaderas causas de agitación natural de las masas. Esos son los verdaderos enemigos a quienes habrá que hacer frente en la posguerra, con sistemas que deberán ser tan efectivos y radicales como las circunstancias lo impongan. Si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la lucha es violenta, los medios de supresión serán también violentos. El Estado no tiene nada que temer cuando tiene en sus manos los instrumentos necesarios para terminar con esta clase de agitación artificial; pero, señores, es necesario persuadirse de que desde ya debemos ir encarando la solución de este problema de una manera segura. Para ello es necesario un seguro y reaseguro. Si no, estaremos siempre expuestos a fracasar. Este remedio es suprimir las causas de la agitación: la injusticia social. Es necesario dar a los obreros lo que estos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente, a lo que ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse, pasando a ser este más un problema humano y cristiano que legal. Es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori. Este es el dilema que plantea esta clase de problemas. Suprimidas las causas, se suprimirán en gran parte los efectos; pero las masas pueden aún exigir más allá de lo que en justicia les corresponde, porque la avaricia humana en los grandes y en los chicos no tiene medidas ni límite. Para evitar que las masas que han recibido la justicia social necesaria y lógica no vayan en sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas para que, formando organismos responsables, organismos lógicos y racionales, bien dirigidos, que no vayan tras la injusticia, porque el sentido común de las masas orgánicas termina por imponerse a las pretensiones exageradas de algunos de sus hombres. Ese sería el seguro, la organización de las masas. Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que cuando esté en su lugar nadie pueda salirse de él, porque el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza ponga las cosas en su quicio y no permita que salgan de su cauce. Esa es la solución integral que el Estado encara en este momento para la solución del problema social. Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del Estado. Sé que ni las corrientes comerciales han de modificarse bruscamente, ni se ha de atacar en forma alguna al capital, que, con el trabajo, forma un verdadero cuerpo humano, donde sus miembros han de trabajar en armonía para evitar la destrucción del propio cuerpo. Siendo así, desde que tomé la primera resolución de la Secretaría de Trabajo y Previsión, establecí clara e incontrovertiblemente que esta casa habría de defender

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los intereses de los obreros, y habría de respetar los capitales, y que en ningún caso se tomaría una resolución unilateral y sin consultar los diversos intereses, y sin que los hombres interesados tuvieran el derecho de defender lo suyo en la mesa donde se dilucidarían los conflictos obreros. Así lo he cumplido desde que estoy allí y lo seguiré cumpliendo mientras esté. También he defendido siempre la necesidad de la unión de todos los argentinos, y cuando digo todos los argentinos, digo todos los hombres que hayan nacido aquí y que se encuentren ligados a este país por vínculos de afecto o de ciudadanía. Buscamos esa unión porque entendemos que cualquier disociación, por insignificante que sea, que se produzca dentro del país, será un factor negativo para las soluciones del futuro; y si esa disociación tiene grandes caracteres, y este pueblo no se une, él será el autor de su propia desgracia, porque es indudable, señores, que si seguimos jugando a los bandos terminaremos por pelear, y es indudable también, que en esa pelea ninguno tendrá qué ganar sino todos tendrán qué perder, y es evidente que en este momento se está jugando con fuego. Lo saben ustedes, lo sé yo y lo sabe todo el país. Nosotros somos hombres profesionales de la lucha, somos hombres educados para luchar, y pueden tener ustedes la seguridad más absoluta de que si somos provocados a esa lucha, iremos a ella con la decisión de no perderla. Por eso digo que antes de embarcar al país en aventuras de esta naturaleza, conviene hacer un llamado a todos los argentinos de buena voluntad, para que se unan, para que dejen de lado rencores de cualquier naturaleza, a fin de salvar a la Nación, cuyo destino futuro no está tan salvaguardado como muchos piensan, porque las disensiones internas, provocadas o no provocadas, pueden llevarnos a conflictos que serán siempre graves, y en esto, los hombres no cuentan; cuenta solamente el país. Con este espíritu, señores, he venido hasta aquí. Como secretario de Trabajo y Previsión he querido proponer a los señores que representan a las asociaciones más caracterizadas de las fuerzas vivas, dos cuestiones. El Estado está realizando una obra social que será cada día más intensa; eso le ha ganado la voluntad de la clase trabajadora, con una intensidad que muchos de los señores quizá desconozcan, pero yo, que viajo permanentemente y que hablo continuamente con los obreros, estoy en condiciones de afirmar que es de una absoluta solidaridad con todo cuanto realizamos. Pero lo que sigue primando en las clases trabajadoras es un odio bastante marcado hacia sus patrones. Lo puede afirmar, y mejor que yo lo podría decir, mi director de Acción Social Directa, que es quien trata los conflictos. Existe un encono muy grande; no sé si será justificado, o si simplemente será provocado, pero el hecho es que existe. Contra esto no hay más que una sola manera de proceder: si el Estado es el que realiza la obra social, él es quien se gana la voluntad de los trabajadores; pero si los propios patrones realizan su propia obra social, serán ellos quienes se ganen el cariño, el respeto y la consideración de sus propios trabajadores. Muchas veces me dicen: “¡Cuidado, mi coronel, que me altera la disciplina!”. Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito y hago ejercitar la disciplina, y durante ellos he aprendido que la disciplina tiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie conserva ni impone disciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica, no me costaría MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo, con un pequeño regalo en un día particular; el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo hacemos con nuestros soldados. Para que los obreros sean más eficaces han de ser manejados con el corazón. El hombre es más sensible al comando cuando el comando va hacia el corazón, que cuando va hacia la cabeza. También los obreros pueden ser dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros a sus órdenes lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos verdaderos colaboradores y cooperadores, como se hace en muchas partes de Europa que he visitado, en que el patrón de la fábrica, o el Estado, cuando este es el dueño, a fin de año, en lugar de dar un aguinaldo, les da una acción de la fábrica. De esa manera, un hombre que lleva treinta años de servicios tiene treinta acciones de la fábrica, se siente patrón, se sacrifica, ya no le interesan las horas de trabajo. Para llegar a esto hay cincuenta mil caminos. Es necesario modernizar la conducción de los obreros de la fábrica. Si ese fenómeno, si ese milagro lo realizamos, será mucho más fácil para el Gobierno hacer justicia social: es decir, la justicia social de todos, la que corresponde al Estado, y este la encarará y resolverá por sus medios o por la colaboración que sea necesaria; pero eso no desliga al patrón de que haga en su propia dependencia obra social. Hay muchas fábricas que lo han hecho, pero hay muchas otras que no. Lo que pediría es que en lo posible se intensifique esta obra rápidamente, con medios efectivos y eficaces, cooperando con nosotros, asociándose con el Estado, si quieren los patrones, para construir viviendas, instalar servicios médicos, dar al hombre lo que necesita. Un obrero necesita su sueldo para comer, habitar y vestirse. Lo demás debe dárselo el Estado. Y si el patrón es tan bueno que se lo dé, entonces este comenzará a ganarse el cariño de su propio obrero; pero si él no le da sino su salario, el obrero no le va a dar tampoco nada más que las ocho horas de trabajo. Creo que ha llegado, no en la Argentina sino en el mundo, el momento de cambiar los sistemas y tomar otros más humanos, que aseguren la tranquilidad futura de las fábricas, de los talleres, de las oficinas y del Estado. Esto es lo primero que yo deseo pedir, y luego, para colaborar conmigo en la Secretaría de Trabajo y Previsión, pido una segunda cosa: que se designe una comisión que represente con un hombre a cada una de las actividades, para que pueda colaborar con nosotros en la misma forma en que colaboran los obreros. Con nosotros funcionará en la casa la Confederación General del Trabajo, y no tendremos ningún inconveniente; cuando queramos que los gremios equis o zeta procedan bien o darles nuestros consejos, nosotros se lo transmitiremos por su comando natural; le diremos a la Confederación General: hay que hacer tal cosa por tal gremio, y ellos se encargarán de hacerlo. Les garantizo que son disciplinados, y tienen buena voluntad para hacer las cosas. Si nosotros contáramos con la representación patronal en la Secretaría de Trabajo y Previsión para que cuando haya conflictos de cualquier orden la llamáramos, nuestra tarea estaría aliviada. No queremos, en casos de conflicto de una fábrica, molestar a toda la sociedad industrial para interesarla en este caso. Teniendo un órgano en la casa

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1943 - 1944 lo consideraríamos: y aquel defendería los intereses patronales, así como la Confederación defiende los intereses obreros. Son las dos únicas cosas que les pido. Con ese organismo, que si ustedes tienen voluntad de designar para que tome contacto con la Secretaría de Trabajo y Previsión, nosotros estructuraremos un plan de conjunto sobre lo que va a hacer el Estado y lo que va a hacer cada uno de los miembros del capital que poseen, a sus órdenes, servidores y trabajadores. Entonces veremos cómo en conjunto podríamos presentar al Estado una solución que, beneficiándoles, beneficie a todos los demás. Entonces yo dejo a vuestra consideración estas dos propuestas: primero, una obra social de colaboración en cada taller, en cada fábrica, o en cada oficina, más humana que ninguna otra cosa; segundo, el nombramiento de una comisión compuesta por los señores para que pueda trabajar con nosotros, para ver si en conjunto, entendiéndonos bien, colaborando sincera y lealmente, llegamos a realizar una obra que en el futuro tenga algo que agradecernos.

Fuente: Juan D. Perón, El pueblo quiere saber de qué se trata, Buenos Aires, 1944, en Bajo el signo de las masas (19431973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, Documentos, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 42-54.

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El general Pedro Pablo Ramírez, en el centro, durante la toma de mando. A la izquierda, el general Edelmiro Farrell.

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LA OBRA SOCIAL QUE DESARROLLA EL CORONEL PERÓN

Artículo publicado en el diario católico El Pueblo que Juan D. Perón incluirá como prólogo de su libro El pueblo quiere saber de qué se trata.

POR MANUEL GÁLVEZ

S

oy uno de los pocos argentinos que pueden elogiar a los gobernantes con la conciencia tranquila. Nadie, salvo que no me conozca o que sea un perverso, puede creer que lo hago por adulación. A nada aspiro, y por dos razones: una sordera terrible, que me impediría desempeñar cargo alguno, y mis trabajos literarios e históricos que no me permiten perder el tiempo. Es un lugar común en el ambiente literario que soy el único escritor que sólo he querido ser escritor. Otros fueron, o son, universitarios, o periodistas, o políticos. Mi única ambición terrena es vivir lo suficiente para escribir los quince libros que aún me falta escribir. Esto establecido, diré que voy a elogiar entusiastamente al coronel Perón por su obra social. No lo conozco ni siquiera de vista. No he tenido el placer de estrechar su mano. Tampoco conozco a amigos suyos. Mi opinión sobre él y su obra, que daré con toda serenidad, es la opinión de un ferviente patriota. Es también la opinión de quien, desde su adolescencia, ha sentido agudamente la justicia social. Fui a los veinte años tolstoiano y después simpaticé con otras doctrinas revolucionarias. No me llevaron a ellas ni el esnobismo, ni el propósito de llamar la atención, ni la envidia, ni la venganza. Fui hacia ellas empujado por una honda piedad hacia los proletarios y hacia todos los que sufrían

por la injusticia social. ¡Tiempos brutales para aquellos! He visto con mis ojos cargar a la policía montada y dejar en la calle muertos y heridos, sólo porque eran huelguistas que iban en manifestación. Esto sucedía en los años en que gobernaba Roca. En 1913, a principios del año, publiqué un libro titulado La inseguridad de la vida obrera. Es una obra muy documentada sobre el paro forzoso. Tres años atrás, al partir para Europa, el gobierno me designó delegado a una conferencia que iba a celebrarse en París sobre ese grave mal. No tenía obligación de presentar ese informe de 436 páginas, pero el asunto me apasionó. Ni un centavo me pagó el gobierno por mi labor. Pero, publicada en uno de los boletines del Departamento de Trabajo, obtuvo repercusión. El doctor Justo, jefe del Partido Socialista, me citó en el Congreso y dos proyectos sobre agencias de colocación oficiales o bolsas de trabajo, basados en mi libro, fueron presentados a la Cámara de Diputados: uno del socialista Alfredo L. Palacios, que leyó varios párrafos míos, y otro de los diputados católicos Bas y Cafferata. Hace cuarenta, treinta años, las palabras “justicia social” tenían un sentido revolucionario. Ni los gobernantes, ni los ricos, se interesaban por los sufrimientos del pueblo que trabaja. Debo exceptuar a Joaquín V. Gonzá-

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lez, que en 1903, siendo ministro del Interior –¡ministro de Roca!– presentó al Congreso un proyecto de ley del trabajo, que nunca fue siquiera considerado por las Cámaras. Todo cambió con el advenimiento de Yrigoyen al poder. Sea que lo hiciese con espíritu harto sentimental o paternal, y que en su obra no hubiese contenido alguno, el hecho es que, por primera vez, un presidente argentino demostraba amor al pueblo. Él también propuso una ley del trabajo, ciertamente notable, y que tampoco trató el Congreso. Yo ignoraba la obra de Yrigoyen en favor del obrero y del desheredado en general, cuando pensé en escribir su biografía. Al enterarme de lo que hizo, y que ahora nos parece poco, lo admiré de veras. He traído a colación estos recuerdos, algunos de carácter personal, porque deseo que los lectores que sólo me juzgan como novelista o literato sepan que no hablo de cosas que ignoro, sino de asuntos que estudié y conozco. En diversos libros he mostrado cómo siento las inquietudes y padecimientos del pueblo. La Revolución del 4 de Junio significa, para los proletarios, y en cuanto proletarios, el más grandioso acontecimiento imaginable. Y dentro de la revolución de junio, nada tan maravilloso para esos hombres como la obra del coronel Perón. Es enorme cuanto ya se ha hecho, y no voy a enumerarlo aquí. Basta con recordar los beneficios que han logrado en pocos meses numerosos gremios obreros. Los mismos trabajadores lo han dicho, y de modo elocuente. Otras obras se han comenzado y han de realizarse. Y todo esto, ¿se habría logrado si existiese el Congreso? Jamás. No hay hombres más egoístas, más sensuales, que buena parte de nuestros politiqueros. La clase proletaria debe abrir los ojos. Lo que no consiguieron Joaquín V. González ni Hipólito Yrigoyen, porque las Cámaras no consideraron siquiera las grandes leyes obreras que proponían, lo van

dando al pueblo, mediante decretos rápidamente puestos en práctica, los hombres que nos gobiernan desde el 4 de junio. El coronel Perón es un nuevo Yrigoyen. Pero además de la grandeza de corazón, tiene méritos que no tuvo Yrigoyen: una actividad asombrosa, la despreocupación de la politiquería, el don de la palabra y un sentido panorámico y profundo de la cuestión obrera. Y a esos dones, podemos agregar la suerte de no tener un Congreso de egoístas y politiqueros que lo obstaculice. Veo al coronel Perón como a un hombre providencial. Creo que las masas –que ya lo adoran– así lo van comprendiendo, con su formidable instinto. Es un conductor de hombres, un caudillo y un gobernante de excepción. Aquí donde tanto faltan los hombres de gobierno, pues la verdad es que ningún partido tiene hoy una gran figura, la aparición inesperada de este soldado que posee la intuición maravillosa de lo que el pueblo necesita, es un acontecimiento trascendental. Quiera Dios inspirarle siempre, guiarle por el buen camino, para bien de la patria y del pueblo. Ningún gobernante de esta tierra ha dicho jamás palabras tan bellas, tan penetradas de humanidad, como las que pronuncia con frecuencia el coronel Perón. Nadie habla como él de la justicia social. Yo he leído con emoción muchos de sus párrafos. En Rosario dijo: “Queremos que desaparezca de nuestro país la explotación del hombre por el hombre, y que, cuando ese problema desaparezca, igualemos un poco las clases sociales para que no haya, como he dicho ya, en este país, hombres demasiado pobres ni hombres demasiado ricos”. Y en este mismo estupendo discurso declaró que, para él, la justicia superior a las demás justicias era la justicia social. Las palabras y la obra del coronel Perón colman mis esperanzas de que ha de orga-

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1943 - 1944 perder uno solo de sus privilegios, y calumniarán y mentirán y pretenderán burlarse, como ya empiezan a hacerlo, con sus estúpidos chistes. Pero todos los patriotas y todo el pueblo estaremos con este gobierno, que defiende con tanta energía y coraje los fueros de la soberanía, en el orden externo; y en el interno, la justicia social.

Fuente: Manuel Gálvez, “La obra social que desarrolla el coronel Perón”, en El Pueblo, 13 de agosto de 1944.

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nizarse en esta patria un mundo mejor. Sí, no debe haber hombres demasiado ricos ni demasiado pobres. Las grandes fortunas son tan injustas como las grandes pobrezas. Todos somos iguales ante la muerte y ante Dios, pero también debemos serlo, dentro de lo posible, en las realidades de la vida. Las palabras del coronel Perón son verdaderamente cristianas, patrióticas y salvadoras. No obstante, habrá que luchar para establecer la justicia social como él la quiere. Los poderosos, las empresas capitalistas, los ricos, los serviles ante toda riqueza, los hombres sin corazón y hasta algún gobierno extranjero, se han de oponer a nuestra justicia social. Las clases privilegiadas no se conformarán con

Los generales Arturo Rawson y Edelmiro Farrell saludan a la multitud en Plaza de Mayo el día del golpe de Estado, 4 de junio de 1943.

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NUESTRA ACTITUD ANTE EL DESASTRE POR OLIVERIO GIRONDO Nuestra actitud ante el desastre (I) Es inútil saber que las exigencias del momento son tan apremiantes y angustiosas que nos imponen un tono muy distinto al que nos agrada y nos es habitual. De nada vale reconocer que el plano especulativo, en que siempre hemos pretendido situarnos, reclama un cierto alejamiento y que resulta imposible aproximarnos demasiado a lo contingente y a lo inmediato, sin traicionarnos, en cierta forma, a nosotros mismos. Podemos haber denunciado alguna vez los riesgos que ofrece una participación activa de los intelectuales en política y experimentar una repulsión congénita por las anteojeras y los dogmatismos que ella exige. Llega la hora en que, a pesar de todos los escrúpulos y todos los reparos, nos consideramos en la obligación ineludible de pronunciar, humilde aunque perentoriamente, nuestra palabra. No es que hayamos adquirido una candorosa ingenuidad, ni que nos habite la petulancia que se requeriría para atribuirle a nuestra voz una repercusión ilimitada. Se trata, simplemente, de que la vida nos ha ido empujando, poco a poco, hasta llevarnos contra la pared, y que lo cotidiano posee una importancia tan dramática que sólo consiente colocar el acento en lo vital. Las concesiones a que nos condena esta actitud no han de impedir todos los malos en-

Con este título el poeta Oliverio Girondo publica en 1940 un folleto que reúne tres textos de marcado tono político. Frente al espectáculo de una Europa sumergida en los horrores de la guerra y el nazismo, Girondo contrapone un programa nacionalista como vía de liberación para la Argentina y América Latina.

tendidos imaginables. Hoy, más que nunca, el lector se halla dispuesto a comprender, únicamente, lo que pueda agradarle o le convenga, aunque apechuguemos con el énfasis de las simplificaciones más esquemáticas y nos ruborice el empleo de una forma sin personalidad y sin relieve. El riesgo de que nos tome entre sus dedos, como a un insecto, para clavarnos un alfiler con la primera etiqueta que le venga a mano, no aminora nuestro empeño en disipar, dentro de nuestros medios, la confusión que nos rodea, desde que no podemos liberarnos de otro modo de una responsabilidad que seremos los únicos en atribuirnos, pero que no deja, por eso, de ser menos real y menos angustiosa.

Nuestra actitud ante el desastre (II) Nuestro profundo hartazgo por Europa nos impulsó, hace ya varios años, a sugerir la conveniencia de dirigirle un saludo expresivo y recogernos, momentáneamente, dentro del propio cascarón. Justificaban este retraimiento malhumorado –entre muchas razones– dos apremios gemelos: el de impedir que nos contagiara el odio que la carcome y el de palpar la topografía de nuestro cerebro y de nuestro suelo, hasta hallarnos en condiciones de cumplir, con dignidad, nuestro destino.

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1943 - 1944 Desde entonces, los acontecimientos europeos han fortalecido esa actitud. A la angustia que nos procuraba el temor de que Europa volviese a precipitarse en la catástrofe, ha sucedido la pesadumbre –¡y la indignación!– de verla nuevamente arrasada por el odio y la sordidez, para asistir ahora, cada día, a una nueva traición y a un nuevo crimen. Este espectáculo depresivo ha ido encalmando, poco a poco, el entusiasmo de la gente. Si hasta ayer se encontraban personas cuya adhesión a Europa las hubiera llevado a “plagiar el desastre”, hoy cada cual comienza a comprender, de acuerdo con su sensibilidad olfativa, que urge apartarse de ella antes de que llegue a un estado de completa descomposición. Por saludable –y llena de esperanzas– que nos parezca esta reacción, hemos de convenir que provoca un desconcierto enorme entre nosotros. Acostumbrados a vivir bajo la fascinación de lo europeo, la mayoría es incapaz de comprender las posibilidades que ella implica, y en vez de aprovecharla para entregarse a un prolijo examen de conciencia, vive tan absorbida por todo lo que sucede del otro lado del Atlántico, que cuando no demuestra una impavidez de pescado ante los estragos que provoca la usura entre nosotros, adopta costumbres de avestruz ante el peligro que representa la organización nazi en el país. No ha de pasar mucho tiempo, sin embargo, antes de que ese alejamiento nos obligue a admitir que, por muchos riesgos que presenten, las circunstancias no pueden ser más propicias para resolver nuestros problemas y enfrentarnos, de una manera auténtica, con nuestra realidad. A lo primero que nos obligaría esta confrontación es a reconocer que el hecho de formar parte de la cultura occidental nos impide permanecer indiferentes ante los riesgos que la amenazan, y que si América,

como todo lo deja suponer, tuviese que sobrellevar la doble responsabilidad de preservarla de una posible destrucción y enriquecerla con nuevos aportes, no podríamos eludir esa responsabilidad sin traicionarnos a nosotros mismos. De nada vale saber, desde hace tiempo, lo que sucede en Europa, y percibir que su decrepitud le ha impedido adaptarse a las exigencias del mundo moderno. De nada vale comprender que su derrumbe se debe, más que nada, a que el capitalismo ha corrompido su conciencia y sus instituciones. Por muchos reproches que Europa se merezca, no se puede olvidar que detrás de la mezquindad de los intereses en lucha se debaten ciertos principios a los cuales nos sería imposible renunciar. Ensoberbecidas por una mística que se basa en una absurda superioridad racial, o en el advenimiento de un utópico paraíso proletario, las tiranías más despóticas y regresivas privan al ser humano de toda libertad y rebajan la dignidad de la persona hasta obligarla a prosternarse ante la mentira y el terror. Si en vez de las normas morales que nos rigen, y que el hombre ha conquistado penosamente a través de los siglos, nos propusieran otras que las contraviniesen pero que fueran constructivas, ningún espíritu libre se rehusaría a examinarlas con imparcialidad. Las que se pretende imponer poseen, en cambio, un carácter tan negativo, que ni siquiera ofrecen una posibilidad de convivencia entre los individuos y los pueblos. Pues no contentas con convertir al hombre en uno de los múltiples engranajes de la máquina bélica, exaltan las ventajas de la rapiña y de la violencia, o se valen de los pretextos más fútiles para esclavizar a los pueblos por medio de la infiltración artera, del atropello brutal y despiadado. Ya no se trata, por lo tanto, de salvaguardar únicamente los fundamentos esenciales en que se basa la cultura. Ha llegado la hora de arrostrar los peligros que acechan nuestra

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propia existencia y defenderla junto con los principios que constituyen nuestra razón de ser como individuos y como nación. Si hasta hace poco algunos pretendían que los intereses de la cultura reclamaban de nosotros una defensa más activa (aunque reconocieran que ir a batirse por ella donde se la combate, en vez de cubrirnos de gloria nos hubiera cubierto de ridículo), después de lo ocurrido en los países subyugados y conocer los medios de que las dictaduras se han servido para implantar su hegemonía, nadie puede dudar de que la única posibilidad que nos queda es defenderla, y defendernos, desde nuestro propio suelo y desde América. No se requiere, por desgracia, más que mirar alrededor, para advertir que, en la actualidad, no sólo carecemos de los elementos que exige esa defensa, sino hasta del espíritu que ha de animarla. Desvinculado del continente, sin una trabazón íntima que lo unifique, el país no ha alcanzado su madurez, debido, más que nada, a una politiquería ratonil y a una casta que, con escasas excepciones, se ha preocupado, principalmente, de entregarlo al extranjero. Nada tiene de extraño, por lo tanto, que el descreimiento más absoluto haya abotagado su sensibilidad y que sean tan pocos los que se compenetren de sus problemas y se conmuevan por todos los males que lo aquejan. En estas condiciones, es demasiado fácil vislumbrar el porvenir que nos espera si persistimos en ocuparnos, únicamente, de nuestros intereses personales y, adormecidos por una vida muelle y sin aristas, continuamos demostrando tanta incapacidad de fervor y de sacrificio como hemos demostrado hasta el presente. El sacudimiento que estremece a Europa repercute en nosotros con tal intensidad, que puede vaticinarse, sin embargo, un clima muy propicio a un verdadero despertar, siempre que se logre que la opinión pública

se agrupe en torno de un propósito que la vigorice y la cohesione. La condición esencial de una idea de esta naturaleza, no sólo consiste en que nadie deje de captarla, sino en que aliente los ideales más puros de la colectividad, tanto como sus ambiciones más legítimas, pues toda iniciativa que olvidara estas últimas fracasaría por hallarse apoyada en algo inmaterial. Es por esta razón que los problemas que plantean nuestros intereses nacionales debieran encararse por todo movimiento que aspire a una verdadera unión nacional, puesto que constituye la única forma de lograrla, y el único medio de contar con los elementos que reclama la defensa de nuestra integridad y de todo lo que ella significa. No basta, por lo tanto, denunciar la existencia de la organización nazi entre nosotros, ni delatar los peligros muy reales que ella entraña. Hay que eludir toda solución fragmentaria y convencernos de que el momento es tan grave que no permite ningún escamoteo. Hay que comprender, sobre todo, que no existe otra manera de combatirla, ni de aunar la opinión pública del país, que indicarle que ha llegado el momento de liberarnos, de una vez por todas, de la opresión económica, casi secular, que nos asfixia. Antes de adquirir una cabal conciencia de nuestros intereses vitales y de plantear esos problemas con un espíritu argentino, no será posible la aparición de un movimiento nacional; no decimos nacionalista, sino nacional. Mientras la economía del país se encuentre, en su mayor parte, en manos extranjeras y todos los servicios públicos no nos pertenezcan, resultará ilusorio defendernos del atropello exterior o erguirnos ante cualquier amenaza de traición dentro del país, pues aunque no dudamos de la decisión con que los afrontaríamos, llegado el caso, es innegable que un pueblo que posee una economía colonial, a más de hallarse inerme, se encuentra a merced de las peores influencias.

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1943 - 1944 Sin esta determinación viril y esta conciencia de nuestra madurez, jamás alcanzaremos nuestra mayoría de edad, ni conseguiremos apartarnos de la molicie que nos corrompe y nos expone a caer bajo una opresión tan ignominiosa como la que soportan, en estos momentos, la mayoría de los pueblos de Europa. Si nos “adueñáramos”, en cambio, de nuestro propio suelo, e intimáramos con nuestra tierra, nos encontraríamos en condiciones de afrontar esos riesgos con la certidumbre de que el país nos respondería y sabría repelerlos con eficacia. Hay que tener presente, por lo demás, que si aconteciera la calamidad de que Alemania saliese victoriosa de la contienda, nos invadiría, económicamente, desde el primer momento, y que sea cual fuese el resultado de la guerra, nuestras relaciones con Europa han de ser muy distintas a las actuales, debido a las transformaciones político-económicas que ya ha sufrido y ha de sufrir en el futuro, y a que la lucha la dejará en tal estado de postración que, necesariamente, ha de valerse de métodos mucho más extorsivos que los que emplea en la actualidad. Aunque parezca increíble, y aunque lo sea, esta evidencia no aminora, en lo más mínimo, el terror casi místico que provoca en algunos la posibilidad de que se aprovechen estos momentos para lograr nuestra completa autonomía. Los pretextos con que se pretende invalidarla no sólo parten de cuantos poseen motivos demasiado personales para considerarla, con toda razón, una catástrofe; los invocan hasta quienes confieren a los principios un supremo valor y consideran que la estrictez de las normas morales que rigen su conducta debieran ser las mismas que guiasen las relaciones entre los pueblos. No se necesita, sin embargo, una enorme penetración para advertir que, dadas las diferencias sustanciales que existen entre la

moral pública y la privada, la aplicación actual de ese anhelo a la vida internacional resultaría utópica hasta la insensatez. La historia de todos los pueblos –y hasta la nuestra– es tan aleccionadora a este respecto, que al describir las circunstancias de que unos pueblos se han valido para aprovecharse de la debilidad de los otros, demuestra que un país capaz de sentir por ello algún escrúpulo evidenciaría tal ineptitud para la vida de relación que se hallaría, fatalmente, condenado a desaparecer. A la par de estos ideólogos –ciudadanos del mundo y de utopía– otros comprenden que desde el punto de vista de la acción, esta finalidad resulta absolutamente inatacable, pero sienten un resquemor tan enorme ante los malos entendidos que pueda ocasionar, que no trepidan un solo segundo en rechazarla. De nada vale que hayan dejado de creer en la patraña de que el capitalismo extranjero merece una gratitud eterna por su generoso desinterés, y que sepan que, no contento con esquilmarnos, ha trabado, en cierta forma, nuestro desenvolvimiento y ha pervertido la conciencia pública del país. El solo hecho de que la propaganda alemana afirme esa verdad y la utilice con propósitos inconfesables, es suficiente para que dejen de invocarla y no vean que su hostilidad hacia toda influencia nazista los coloca en la única actitud que permite, al proclamarla, no despertar ningún recelo en la opinión. Sin confundir la organización nazi en el país con los simples partidarios de Alemania, ni suponer que estos últimos fueran capaces de entregarnos al extranjero, es evidente que, desde el momento que pretenden implantar un régimen similar entre nosotros, favorecen, inconscientemente, las actividades de esa organización y pierden la autoridad que se requiere para exigir nuestra independencia económica. El concepto impreciso que la opinión pueda tener sobre lo que significa democracia, y la apatía que demuestra por la manera en

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que ella se ejerce entre nosotros, no le impide ver, con toda claridad, que la implantación de cualquier sistema totalitario presupone la pérdida de ciertas libertades esenciales, y que la sola influencia de algunos de ellos bastaría para sustituir un régimen de explotación por otro que, no satisfecho con trasquilarnos, nos transformaría en un dócil rebaño. Unidos por ese temor y por la urgencia de ser completamente libres e independientes, comprenderíamos que sólo después de haber alcanzado esa finalidad, nos hallaríamos en condiciones de introducir todas las reformas que las necesidades nos aconsejan, sin caer, una vez más, en el error de imitar lo que nos es extraño y no se aviene con nuestra manera de ser y con nuestros ideales. La abnegación que ello reclama nos apartaría de la chatura moral que nos disgrega y de la vergüenza de comprobar que, además de explotarnos, Europa nos desprestigia o nos ignora; y es por eso que, aunque tuviésemos que atravesar uno de los períodos más críticos de nuestra historia debiéramos afrontarlo, pues los sacrificios que nos imponga serán mil veces preferibles a continuar viviendo en la falsedad y el relumbrón de una riqueza que ha dejado, en gran parte, de pertenecernos. No ha de creerse, por lo demás, que las repercusiones que originaría un cambio tan fundamental en nuestra economía, no se mitigarían si estudiáramos un plan de conjunto y por etapas, sobre el cual sólo puede esperarse de nosotros que arriesguemos algunas ideas generales. Ante todo conviene establecer que, sean cuales fuesen los procedimientos a adoptarse, no se necesitaría recurrir a una incautación inescrupulosa de bienes ajenos ni, mucho menos, cometer un atropello con las personas que los administran. Dentro de la más estricta legalidad y sin hacer distingos de nacionalidades, bastaría con que se nos enajenasen, a largo plazo, y a su valor real (el

cual es muy distinto al contabilizado), todas las empresas de interés público y que, poco a poco, adquiriésemos el control de ciertas fuentes de riqueza y de una parte del intercambio nacional. La circunstancia de que algunas empresas extranjeras, tanto como los países de que depende, pudieran beneficiarse con esa enajenación, no debiera impedirnos nacionalizarlas, pues –como acontece con los Ferrocarriles– además de exigirlo la defensa nacional, lo reclama nuestro desenvolvimiento económico, dirigido, preferentemente, según las conveniencias de esas empresas, en vez de serlo por las verdaderas necesidades del país. Esto demostraría que nuestro anhelo de emancipación no responde a un bajo instinto de codicia, sino a la necesidad impostergable de expresar nuestra personalidad, ya que es inconcebible la existencia de un espíritu propio en un organismo que no nos pertenece. De ahí, que, para lograrla, no debiéramos trepidar en comprometer nuestro propio bienestar y hasta el de varias generaciones, aunque no existe ninguna clase de motivos para llegar a tal extremo. La quijotesca puntillosidad con que hemos cumplido siempre los servicios de nuestra deuda externa nos permitiría entregar en pago títulos que tuviesen la doble garantía del Estado y de las empresas que se expropien, ya que ninguna de ellas podría objetar ese procedimiento sin exponerse a que se emplearan otros menos considerados. Tampoco creemos que fuesen insalvables los problemas técnicos que presenta la explotación de esas empresas, por mucho empeño que hayan puesto los representantes de los intereses extranjeros y cuantos medran a su costa en desprestigiarnos en tal sentido. La prosperidad de los Ferrocarriles del Estado y de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales bastaría para desvirtuar esa leyenda, si no pudiéramos invocar otros ejemplos (como el

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1943 - 1944 antiguo Ferrocarril Oeste y el Central Norte) que demuestran nuestra competencia técnica y nuestra honestidad como administradores, siempre que hemos evitado la influencia corruptora de la política. Mucho más arduo que superar estas dificultades resultaría obtener el nuevo equilibrio económico que corresponda y aminorar las consecuencias de las represalias a que se nos pudiera someter. Si en el orden interno tendríamos que ocuparnos, desde el primer momento, de que las diversas regiones del país entraran en un contacto mucho más íntimo que el actual, para hallarnos en condiciones de fomentar, por todos los medios, su riqueza, en el externo deberíamos intensificar nuestro intercambio económico con los países latinoamericanos para abastecernos de muchas materias primas que Europa nos impone, y suministrarles todos los productos que necesitan y cuyos precios ahora dependen de los mercados europeos. Mientras el continente no recupere la cohesión que poseía durante la colonia y que ha ido perdiendo, un poco por desidia, y mucho más por influencias extrañas, nos hallaremos en pésimas condiciones para tratar con Europa y –lo que es más grave todavía– careceremos de la autoridad que reclaman nuestras negociaciones con los Estados Unidos, de los cuales tendremos que proveernos de cuanto necesiten nuestras industrias y nuestra defensa, a pesar de que el espíritu y los métodos expansionistas de su política justifiquen todas las precauciones y todos los recelos. En cuanto a las posibles represalias que se nos podrían infligir, tampoco debe suponerse que nos hallamos tan indefensos como parece. Si Europa ha tenido y tendrá que contar con nosotros durante la contienda, cuando sobrevenga la paz nos necesitará angustiosa e imprescindiblemente. De haber logrado para ese entonces nuestra entera emancipación, seríamos nosotros quienes

impusiéramos condiciones, y aunque nunca debiéramos abusar de ese privilegio, podríamos recordárselo, llegado el caso, como también que la suspensión del servicio de nuestra deuda la privaría de una entrada equivalente a una buena parte de nuestro presupuesto. Sólo un exceso de candor atribuiría a estas medidas la virtud mágica de evitar que un cambio tan fundamental en nuestra economía dejase de introducir en ella las transformaciones que deben esperarse y que consideramos necesarias. Envanecidos por el hecho de figurar entre los grandes países exportadores, hemos permitido que Europa falsee, por medio del halago y del soborno, el ritmo de nuestro desarrollo, hasta llegar a preocuparnos de sus necesidades muchísimo más que de las nuestras. De ahí que la riqueza minera del país se halle todavía inexplotada, y que nuestras primitivas industrias locales hayan desaparecido. De ahí que un centralismo absorbente justifique los anacrónicos resentimientos regionales y, lo que es mucho más grave e indignante, que en vez de aumentar nuestra capacidad de consumo, se permita que en el interior la gente se desnutra y degenere. El reajuste que exige ese desquiciamiento nos obligaría a desembarazarnos de cuanto lo entorpezca, tanto como a prepararnos a soportar todas las privaciones que nos impusiera. Hoy, más que nunca, los pueblos deben hallarse dispuestos a rebajar su nivel de vida si desean, realmente, conservar su libertad, y la nuestra ha de costarnos, cuando menos, renunciar a lo superfluo, ya que contamos con todo lo esencial. Este retorno a lo que somos, a lo entrañable de nuestra tierra y de nosotros mismos, nunca podría llevarnos a tapiar, definitivamente, las ventanas que dan al exterior, pues, en realidad, no tiene otro sentido que el que posee toda convalecencia. Inmediatamente

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que entráramos en contacto con cuanto nos rodea, nos sentiríamos renovados y no transcurriría mucho tiempo sin que retornáramos a la “actitud de brazos abiertos que hemos tenido y debemos tener siempre”, pero con una sola diferencia: la de conocer, de un modo tan profundo, lo que deseamos, que nadie podría imponernos su voluntad. La indiferencia con que hemos contemplado hasta ahora esos problemas y la impasibilidad de quienes debieran percibir que no admiten ninguna dilación, ha hecho que mucha gente se persuada de que es demasiado tarde para esperar que se solucionen dentro de la normalidad. No cabe duda de que hemos perdido mucho tiempo y que pronto va a terminar un año en que los minutos han contado por semanas. Ello no debe hacernos olvidar que, para ser fecundo y perdurable, todo movimiento ha de apoyarse en la opinión, y que existe un número tal de malos entendidos que cualquier gesto de impaciencia nos precipitaría en un verdadero caos, cuando las transformaciones del mundo nos obligan a tomar, resueltamente, nuestro destino entre las manos. Dado el ritmo que han adquirido los acontecimientos mundiales, es comprensible que esta posibilidad pueda parecer lejana, y hasta es probable que lo sea. Esto no autoriza a desconocer que ella ha alcanzado, poco a poco, un cierto grado de madurez. Hasta quienes usufructúan del orden aparente en que vivimos se muestran cada día más intranquilos al percibir que, paulatinamente, todas las clases sociales van adquiriendo conciencia de lo que acontece en el país. Apremiados por las circunstancias, mucho más que por el profundo convencimiento de que deben apoyarse entre sí, los pueblos de América parecen cada vez más dispuestos a abandonar su aislamiento suicida, mientras aquí y allá surgen grupos inconexos que pueden disentir en las teorías, pero que, en realidad, sólo esperan

al hombre capaz de convencerlos de que ha llegado la hora de olvidar toda preocupación extranjera para ocuparnos de nuestros problemas y ser, de una vez por todas, nada más que argentinos. La autenticidad de ese clamor alcanzaría una repercusión tan honda en el país, que no sólo permitiría diagnosticar la causa de toda sordera; fortalecería la autoridad de quienes tendrán que solucionar esos problemas, al concederles la libertad de acción que necesitan y que sólo les otorgaría un movimiento esencialmente nacional. Sin este apoyo liberador y coercitivo, sería tan ilusorio pretender que se lograra nuestra emancipación, como esperar que el ejército cumpliera su cometido antes de proveerlo de los recursos que requiere y que debiéramos proporcionarle, aunque tuviésemos que recurrir a un empréstito, de carácter más o menos forzoso, destinado a la defensa nacional. Una vez alcanzada nuestra completa autonomía, y sólo entonces, nos hallaríamos capacitados para introducir todas las reformas que reclaman nuestras instituciones, con pleno conocimiento de las necesidades del país. Felizmente, nuestra democracia es tan dúctil y tan maleable, que para amoldarla a nuestra realidad no tendríamos más que escuchar las enseñanzas de nuestra topografía y de nuestra historia, pues no hay motivos para que deje de desarrollarse con vigor, si en vez de trasplantar sistemas que nunca se arraigarían en nuestro suelo, nos ocupáramos de preservarla de todos los “ismos” y las corrupciones que la infectan. La magnífica realidad del país recobrado nos revelaría, al poco tiempo, que nuestros problemas no son muy difíciles de resolver y que, al hacerlo, quizá solucionaríamos otros de una importancia trascendental. Junto con las naciones latinoamericanas poseemos el privilegio de ser los únicos pueblos que, perteneciendo a la cultura occidental, se hallan

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1943 - 1944 Lo que sucede en el mundo nos obliga a despojarnos del pudor que merecen las grandes palabras y los grandes designios. Sin jactancias postizas, ni falsas humildades, hemos de reconocer que el destino nos impone la tarea de completar la obra de los hombres de Mayo y lograr nuestra verdadera emancipación: la del espíritu y la del suelo, pues, de lo contrario, nunca seremos nada. Hace más de un siglo nos tocó señalar el camino. ¿Esperaremos esta vez que otros se adelanten, como todo lo deja suponer? ¿Nos encontraremos en tal estado de decaimiento y disgregación que no seamos capaces de defender lo que significamos y podríamos significar en lo futuro? La Historia dirá si hemos sabido cumplir con nuestro deber.

Fuente: “Nuestra actitud ante el desastre”, en Jorge Schwartz, Homenaje a Girondo, Buenos Aires, Corregidor, 1987, pp. 74-87.

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en condiciones de eludir los trastornos que conmueven al mundo desde hace medio siglo, debido a que nuestro capitalismo es tan postizo y embrionario que bastaría aminorar la codicia de propios y extraños para que cada cual tuviera el pedazo de tierra que prodiga la anchura providencial de nuestro suelo. Mucho más privilegiados, en este sentido, que los Estados Unidos, a causa de nuestro retardo evolutivo, nos encontramos ante tantos caminos que no sería imposible descubrir el que nos alejase de la iniquidad acumulada por la hipertrofia del sistema capitalista, para conducirnos a una concepción jurídica y social que concediera a la existencia un sentido más amplio y más dichoso. Por muy alto e inaccesible que nos parezca, no debiéramos titubear, ni un solo instante, en atribuirnos tal destino. Todo gran pueblo ha necesitado un ideal para llegar a serlo. Pero ahora nos reclaman otras urgencias y a ellas debemos entregarnos por entero.

Tropas pasando por la avenida Leandro N. Alem en dirección a la Casa Rosada, el 4 de junio de 1943.

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Declaración de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) frente al golpe de Estado de 1943. Una de las organizaciones principales del amplio “movimiento antifascista argentino”, la AIAPE es fundada en 1935 por iniciativa de Aníbal Ponce y a lo largo de su trayectoria se mantiene cercana a la órbita del Partido Comunista Argentino. Edita dos revistas, Unidad y Nueva Gaceta, congregando a un amplio grupo de intelectuales e iniciativas culturales en todo el país. Es clausurada de modo definitivo en 1943.

La AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores), frente a los sucesos acontecidos en el país como consecuencia del movimiento militar del 4 de junio, considera que la absoluta orfandad en que rodó el régimen de vergüenza depuesto es demostrativa de la capacidad de reacción de la opinión nacional, a la que pretendió humillarse reiteradamente por medio del discrecionalismo arbitrario del estado de sitio. En estas circunstancias, la AIAPE renueva su fe en las fuerzas morales del pueblo argentino, las que deben ser encauzadas definitivamente hacia la reconquista de la libertad. Somerset Maugham, el escritor británico, ha dicho que “si una nación pone algo por encima de la libertad, perderá su libertad, y si por ironía ese algo fuese dinero o comodidad, también los perderá”. Que ese reproche no nos alcance. El pueblo argentino –y ese es su signo distintivo ante la historia– siempre afirmó su derecho a la libertad auténtica como acto primordial colocado por encima de todas las otras condiciones materiales de la existencia. En ello reside, precisamente, su fuerza moral. Entiende la AIAPE, por lo tanto, que el pueblo, tantas veces invocado, no puede ser ausente en el proceso de la reconstrucción nacional. Por ser la “fuente de toda soberanía” tiene una misión fundamental en la obra de reencauzar definitivamente a la Nación en las formas constitucionales burladas, falsificadas o escarnecidas por una oligarquía de sospechosa vecindad nazista. Entendemos, por ello, que la lucha efectiva contra la oligarquía depuesta sólo podrá conducirse a términos válidos si se obtiene la vigencia plena de la Constitución y si el país –superando una experiencia cercana que pudo cubrirlo de oprobio– cumple fielmente los compromisos contraídos con los demás países de América, de acuerdo con esa tradición internacional de la Argentina que en tiempos no demasiado lejanos nos confirió perfiles monitores en el continente. En el cumplimiento de ambos propósitos fundamentales –respeto estricto de la Constitución y solidaridad activa con los pueblos que luchan por la democracia, según las obligaciones emergentes de los pactos de Río de Janeiro– la AIAPE ha venido señalando su actuación del último período, limitada y hostigada por un gobierno divorciado de la opinión popular. Frente a las nuevas circunstancias por que atraviesa el país, refirma el lema que define su razón de ser: defensa de la cultura dentro de la libertad.

Fuente: AIAPE, Nueva Gaceta, nº 24, Buenos Aires, 15 de junio de 1943.

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Volantes antiperonistas.

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El historiador Tulio Halperín Donghi, testigo presencial, relata los cambios que se producen en el entorno de la cultura tras el golpe militar de 1943, ofreciendo secuencias, intenciones, atmósferas y pasiones propias de la época.

El episodio reflejaba a su manera un rasgo de la realidad argentina de ese momento que es difícil entender desde la actual. Hace poco leí un estudio acerca de la etapa inicial del gobierno militar instalado en 1943 que describe la reacción al ejercicio de oscurecimiento de la ciudad en preparación para un posible bombardeo aéreo como una de mudo terror ante las perspectivas que abría una iniciativa como esa cuando provenía de gobernantes formados en la doctrina de la guerra total, y aunque hoy puede parecer del todo verosímil que así fuera vivida esa novedosa experiencia, recuerdo demasiado bien qué placentero encontramos en esa noche deliciosamente tibia mezclarnos entre la muchedumbre que caminaba las calles despojadas de tráfico e iluminadas sólo por la luna, y también con qué gusto apenas terminó el ejercicio nos sumamos a los parlanchines parroquianos que llenaron el local de la confitería del Águila. Esa actitud íntimamente despreocupada, que retrospectivamente parece reflejar una no sé si feliz o deplorable inconsciencia, tenía con todo su razón de ser: aunque desde 1930 la Argentina había navegado a la deriva, por debajo de las heridas sólo a medias cicatrizadas que le habían sido infligidas desde entonces podía todavía palparse la sólida estructura de un país que había sido construido para los siglos, y por esa razón las anomalías y los rasgos patológicos cuya presencia se hacía cada vez más evidente podían aún ser vistos como otras tantas islas dispersas en un mar quizá demasiado tranquilo, en el que seguía reinando una normalidad sin duda cada vez más mediocre y rutinaria pero aun así tranquilizadora. La confianza en que pese a la acumulación de signos en contrario la Argentina sabría una vez más salir del paso sólo se vio sacudida cuando el régimen militar comenzó a introducir con ritmo cada vez más vertiginoso novedades que sugerían que los gobernantes surgidos en junio no sólo habían decidido llevar a su momento resolutivo la ya crónica crisis política argentina, sino que se disponían a resolverla en términos que justificarían con creces las dudas acerca del futuro que hasta entonces esa confianza había terminado siempre por disipar. El tránsito de la confianza a la alarma alcanzó su decisivo punto de inflexión en octubre de 1943, después de que un grupo de figuras públicas, que en una entrevista con el general Ramírez le habían manifestado su preocupación ante el rumbo cada vez más inequívocamente autoritario por el que avanzaba su gobierno, volcaron esa misma preocupación –tal como su entrevistado les había sugerido– en un manifiesto favorable a un rápido retorno al régimen democrático prescripto por la Constitución y a una línea de política exterior basada en los principios de solidaridad americana que el régimen militar había proclamado suyos al tomar el poder. Si –como parece razonable suponer– al MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 alentar esa iniciativa el presidente Ramírez había contado con que la ruidosa entrada en escena de un vasto sector del que todavía no era conocido como el establishment pondría coto al avance de los sectores más decididamente autoritarios dentro del ejército, que parecían cada vez más inclinados a desplazarlo del poder, su cálculo se iba a revelar catastróficamente errado; mientras la respuesta oficial, que invitaba a los firmantes del manifiesto a expiar en silencio su falta de lealtad para con el país, reflejaba en términos cuya deliberada brutalidad eliminaba toda posibilidad de equívocos el triunfo de los puntos de vista del sector al que acababa de desafiar, él mismo no pudo evitar poner su firma al pie del decreto de cesantía de quienes entre esos firmantes desempeñaban cargos en dependencias del Estado. Las consecuencias inmediatas nos tocaron muy de cerca –en nuestro entorno más cercano tanto Roberto Giusti como Francisco y José Luis Romero y Jorge Romero Brest se contaron entre los cesantes– y, aunque su impacto material se iba a revelar bastante más leve de lo que habíamos temido (las víctimas de la medida que no estaban en posición de acogerse a los que el lenguaje burocrático sigue llamando “beneficios de la jubilación”, y que entonces merecían aún ser descritos en esos términos, iban a descubrir de inmediato que reemplazar los ingresos que acababan de serles arrebatados era empresa mucho menos ardua de lo que habían imaginado), era difícil no reconocer en el episodio un anuncio de la inminencia de otros peores. Papá decidió entonces acogerse también él a una jubilación que, siendo en su caso anticipada en tres años, trajo consigo un sensible recorte en sus ingresos, a la vez que introdujo un cambio radical en sus rutinas de vida, en las que la parte dedicada a la enseñanza, que tanto le gustaba, quedó reducida al dictado del curso de latín que conservó en el Instituto Libre. En uno y otro aspecto vinieron a tomar su lugar trabajos editoriales; primero fue un manual de latín para juristas, del que sólo alcanzó a completar un volumen de adagios jurídicos latinos que iba a encontrar amplio uso en juzgados y estudios de abogados, y muy pronto luego, cuando el latín fue introducido en el currículum de las escuelas secundarias, dos cursos de gramática y ejercicios de ese idioma que le encargó la editorial Estrada, a los que se agregó la traducción de los escritos latinos de Descartes para la biblioteca filosófica que dirigía en Losada Francisco Romero. Pero el proyecto que iba a ocuparlo con más gusto sería la traducción, también para Losada, de la Historia de la Literatura Italiana de Francesco de Sanctis, a la que contribuyó más que mamá, y el placer que encontró en esa tarea debió mucho sin duda a la instintiva afinidad entre su modo de ver el mundo y el que se despliega en esa historia de una nación a través de su literatura inspirada en la misma fe a la vez nacional y democrática que en una generación anterior había hallado en Francia expresión más grandiosa en la obra de Michelet. Pero en lo inmediato pesaba más que cualquier consideración sobre lo ganado y perdido en esa reorientación de actividades el hecho de que esta no había sido fruto de una decisión espontánea, sino respuesta a un clima que todo sugería destinado a tornarse cada vez más hostil. Pronto esos presagios sombríos

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se vieron confirmados por los tres decretos promulgados simultáneamente en el último día de 1943, que disolvían los partidos políticos, introducían la enseñanza religiosa en el ciclo primario y secundario de la enseñanza oficial y agravaban las restricciones que ya limitaban la libertad de prensa. Todo auguraba entonces que 1944 iba a ser el año en que el catolicismo integral, que había venido ganando espacio e influencia por más de dos décadas, lanzaría un esfuerzo decisivo destinado a reorientar bajo su signo a la entera vida nacional. (…) El desventurado rector intentó finalmente romper ese cerco silencioso convocando a una reunión al entero cuerpo docente, en la que se susurraba que se proponía pedirle un voto de apoyo; como era ya costumbre, nos habíamos enterado de antemano de la convocatoria y esa tarde el veredón de la calle Bolívar se llenó de alumnos del turno matutino curiosos de conocer el desenlace de esa jornada decisiva. Nuestras expectativas se vieron satisfechas por la aparición en el portal del Colegio del rector, escoltado por el ordenanza de su oficina, cargado este último con una masa considerable de papeles. Ambos avanzaron hasta el cordón de la vereda, a la espera de un taxi, pero como esta se prolongara, el ordenanza depositó su carga en el suelo privando de su compañía al doctor Sepich, quien, rodeado de una multitud de escolares, siguió a la espera del taxi providencial que finalmente vino a rescatarlo de nuestra siempre silenciosa compañía. Sólo al día siguiente nos enteramos de cómo se había alcanzado ese desenlace: el rector estaba apenas comenzando su alocución al cuerpo de profesores cuando irrumpió en el salón de actos el profesor Ricardo Caillet-Bois, vicedirector del Colegio, para comunicar a la audiencia que el decreto de cesantía del que era portador había puesto fin a la gestión de quien la había convocado. La restauración del orden jerárquico puesto en suspenso durante ella no necesitó siquiera ser explícitamente proclamada para caer sobre nosotros con el peso de una losa de cemento: al entrar por primera vez en el edificio luego de la partida de la autoridad intrusa nos bastó con encontrarnos con los mismos celadores hasta la víspera tan sistemáticamente indulgentes con nuestras transgresiones a las normas vigentes escrutando nuestras solapas para cerciorarse de que habían desaparecido de ellas los prohibidos distintivos para advertir que había vuelto a reinar en el Colegio una normalidad que comenzábamos a preguntarnos por qué habíamos ansiado ver restaurada. No hubo entonces ruidosas celebraciones de la victoria alcanzada sobre quien había osado turbarla –no sólo estábamos demasiado deprimidos para ello, sino acabábamos de descubrir que no serían ya toleradas– y la única mención del episodio cerrado en la víspera provino de nuestro profesor de lógica, Carlos Astrada, quien a través de sus numerosas reorientaciones político-ideológicas había conservado intacto el virulento anticlericalismo característico del sector liberal del patriciado cordobés del que provenía, y ella no pudo ser más concisa: al entrar en clase se limitó a decir, en tono apenas audible, sic transit gloria mundi, y las risas que celebraron esa frase oportuna no hubieran podido tampoco ser más discretas. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 Mientras en el Colegio la tentativa de refundarlo bajo el signo del humanismo criollo había encontrado ya su fin ignominioso antes de concluido el año lectivo, al finalizar este el Instituto del Profesorado tenía aún a su frente a Jordán Bruno Genta, quien en 1943 había fracasado ruidosamente en un prematuro intento de gobernar bajo ese signo a la Universidad Nacional del Litoral, en el que había puesto un celo más intemperante de lo que consideró aceptable el régimen surgido de la revolución de junio en una etapa en que aún no había definido del todo su rumbo. Al año siguiente todo sugería que ese mismo régimen, después de superar sus titubeos iniciales, estaba decidido a avalar plenamente la gestión que podía esperarse de ese fervoroso cruzado de la causa del catolicismo integral, y así parecía también anticiparlo el traslado a establecimientos secundarios de tres de los profesores del Instituto (Juan Mantovani, Abraham Rosenvasser y Sansón Rascovsky), dispuesto por el ministro Baldrich invocando razones de mejor servicio simultáneamente con la designación del nuevo rector. Si en mi recuerdo el proceso vivido en el Instituto del Profesorado se diferencia tan nítidamente del que paralelamente tuvo por teatro al Colegio, ello se debe sin duda en parte a que mientras a este lo viví como integrante del estamento estudiantil, a aquel lo conocí a través de la visión madurada en el claustro de profesores (así, debo atribuir a ese diferente ángulo de visión que mientras en mi memoria la melancólica partida del doctor Sepich ha quedado grabada como un inesperado coup de théâtre, tuve un conocimiento anticipado de las modalidades que iba a revestir el episodio final de la apenas menos efímera gestión del profesor Genta como rector del Profesorado). Pero entre ambos procesos había otra diferencia que no dependía del ángulo desde el cual se los contemplara: mientras la tentativa de refundar el Colegio bajo el signo del integralismo católico no podía sino entrar en inmediato conflicto con otro legado tradicional que ocupaba un lugar central en la orgullosa imagen que la institución tenía de sí misma, en el Profesorado se hubiera buscado en vano una lealtad institucional de intensidad comparable a la que se sabía cimentada en una tradición que, aunque quizá (como tantas otras) había sido inventada más bien que recibida en herencia, lo había sido en todo caso a lo largo de casi un siglo contando para ello con las contribuciones de algunas de las mejores mentes argentinas. Eso hizo que, aunque la gestión de Genta compartía plenamente la inspiración católico-integrista de la de Sepich, en el Profesorado las divisiones que ella suscitó reflejaran opuestas tomas de posición referidas al presente más bien que al pasado; era esa la razón que hizo posible que mientras en el Colegio Diego Luis Molinari multiplicaba los gestos destinados a marcar distancias con la gestión de este, en los actos públicos celebrados en el Profesorado se lo viera más de una vez entre los escasos profesores que rodeaban a aquel en el estrado. Otra consecuencia del contexto tan distinto en que una y otra institución debió avanzar la tentativa de regenerar a ambas bajo signo integrista fue que en el Profesorado las vicisitudes de la guerra en curso repercutían con una fuer-

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za que no alcanzaba a hacerse sentir en el Colegio. Así, mientras revolviendo en mi memoria no puedo establecer si el eclipse de Sepich fue anterior o posterior a la fecha de la liberación de París, en el Profesorado ese acontecimiento, que además de eliminar aun para los más distraídos cualquier duda acerca de cuál sería el desenlace del inmenso conflicto sugería que este estaba más cercano de lo que en efecto iba a ocurrir, hizo que la presencia de Genta a su frente pasase súbitamente a ser vista no como una fatalidad sino como una anomalía cada vez menos soportable. Él mismo pareció advertir cómo la casi unanimidad con que el cuerpo de profesores seguía rehuyéndolo debía ahora menos al temor suscitado en el momento de su designación por el recuerdo de sus pasadas hazañas que a una hostilidad que sólo esperaba una ocasión favorable para expresarse de modo más directo, y –aplicando quizás una lección aprendida durante su etapa leninista– buscó contrarrestarla persuadiendo a las masas a las que aspiraba a ganar para su causa que esta había sabido ya hacer suyas las concretas demandas de quienes permanecían sordos a su mensaje. Convocó al efecto una reunión del entero cuerpo docente de la casa en la que –como nos contó luego mi madre– en lugar de abrir sus palabras, como era habitual en sus alocuciones, citando la sentencia de Heráclito que proclama que en el comienzo fue la guerra, entró directamente en materia haciendo saber a sus oyentes que hacía tiempo que lo preocupaba que, siendo ellos docentes de una institución de enseñanza superior, fuesen remunerados al mismo modesto nivel de los de enseñanza media, y luego de describir las gestiones que se preparaba a iniciar para obtener que esas remuneraciones fuesen inmediatamente dobladas, terminó rogándoles que le indicaran si las hallaban adecuadas o podían sugerir otras más eficaces. Por un momento la audiencia pareció dispuesta a mantener su silencio, y mamá se preparaba a vivir una escena como las que abundaban en las películas de Hollywood ambientadas en la Europa ocupada que solíamos ver en Punta del Este, en que ni las amenazas ni las demagógicas promesas de los voceros del vencedor lograban arrancar a sus interlocutores de una hosca y sombría mudez, cuando don Emilio Ravignani, acaso exasperado ante la total ineptitud de las estrategias anunciadas por el orador, rompió ese silencio para indicarle a qué funcionarios del Ministerio de Instrucción Pública y del de Hacienda le era indispensable ganar para su proyecto si es que quería que este llegara a buen puerto. Lejos de molestarse al recibir instrucciones sin duda más precisas de lo que había anticipado, Genta repuso invitándolo a que lo acompañase personalmente en esas gestiones, dotándolas así de un aval que facilitaría enormemente su éxito. Según mamá, sólo en ese momento el veterano parlamentario comprendió que su entusiasmo lo había llevado demasiado lejos, y cerró el diálogo con algunas lacónicas evasivas. Del tema tocado en esa reunión de profesores nada volvió a oírse durante la gestión de Genta, y el anuncio que hizo en ella fue visto como un manotón de ahogado, inspirado por la conciencia de que su posición era cada vez más precaria. Pero el tiempo pasaba, y su presencia al frente del Instituto, aunque aparecía cada vez más anacrónica, MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1943 - 1944 amenazaba prolongarse indefinidamente en ausencia de una crisis resolutiva que no se adivinaba de dónde podía provenir. Sin duda, ya antes de que terminara 1944 nos había llegado de una alta fuente una sugestión precisa acerca de cómo desencadenar esa crisis resolutiva, pero no se sabía hasta qué punto prestarle fe. Ocurre que el doctor Rómulo Martini, que había sido profesor de latín de mis padres en la Facultad, y ya jubilado seguía interesándose por los destinos del sistema educativo argentino, compartía su dentista con el entonces coronel Perón, y había decidido usar la oportunidad que ello le brindaba para mantener a este suficientemente informado acerca de la alarmante situación creada en el Profesorado por las arbitrariedades de Genta. Luego de un par de sesiones en las que el facultativo trató extensamente el tema, Perón le repuso que entendía perfectamente las razones que lo llevaban a insistir en él, pero que personalmente no podía hacer nada para modificar una situación en efecto deplorable, de la que por otra parte estaba ya enterado, a lo que agregó que quienes a su juicio sí podían hacer más de lo que parecían advertir eran los mismos que habían buscado alertarlo sobre ella, y sugirió como ejemplo que si lograban que la ceremonia de apertura del próximo año lectivo fuese interrumpida por algunos estudiantes de la Universidad del Litoral venidos a denunciar la pasada gestión de Genta al frente de ella, y eso diera lugar a un tumulto de proporciones, sería inevitable una intervención del Instituto por las autoridades del Ministerio que pondría fin al entero episodio, para concluir señalando que, en caso de producirse ese oportuno incidente, él estaba en condiciones de prometer que la policía llegaría al teatro de los hechos con dos horas de retraso.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, Son memorias, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008, pp. 120-121 y 126-130.

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1945 - 1946 El surgimiento del peronismo representó un momento bisagra en la historia argentina. En esta secuencia histórica es posible apreciar, entre otros fenómenos, algunos de los efectos de tal acontecimiento, por ejemplo, los realineamientos que se producen en la cultura obrera y sindical (como dejan ver los intensos debates que se producen en la CGT el día previo al 17 de octubre respecto de la posición que debía adoptar la central obrera), y la reconfiguración del mapa político, en particular, el modo en que el radicalismo y los partidos de izquierda se ven obligados a definirse en relación con el nuevo movimiento popular que conduce Perón. Asimismo, se pueden leer algunos conflictos que cobraron visibilidad en aquel período –como el Malón de la Paz– y hasta el impacto que generó el peronismo en la cultura letrada, a través de la reinterpretación del “mito gaucho”. La alianza entre un grueso de las clases trabajadoras y Perón provocaría entonces enormes transformaciones en la cultura política y en la sociedad argentinas, a tal punto que no es exagerado decir que, a partir del 17 de octubre de 1945, ya nada sería igual que antes.


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Perón, discurso del 17 de octubre de 1945 Discurso de Juan D. Perón desde el balcón de la Casa de Gobierno en Plaza de Mayo pronunciado el 17 de octubre de 1945 ante una gran movilización obrera y sindical que había exigido –y conseguido– su liberación. Este día se conoce como Día de la Lealtad.

Trabajadores: hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del ejército. Con ello, he renunciado voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo, pues, el sagrado y honroso uniforme que me entregó la patria para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza del país. Con esto doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa inmensa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria, el mismo pueblo que en esta histórica plaza, pidió frente al Cabildo que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda someter a esta masa grandiosa en sentimiento y en número. Esta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar sus auténticos derechos. (“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”) Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación. Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el pueblo, el ejército y la

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policía. Que sea esta unión eterna e infinita, para que este pueblo crezca en esa unidad espiritual de las verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden, que esa unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no solamente posea la felicidad, sino también para defenderla dignamente. Esa unidad la sentimos los verdaderos patriotas, porque amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa del medio millón, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material. (“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”) ¿Preguntan ustedes dónde estuve? Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes… No quiero terminar sin enviar un recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones en todas las extensiones de la patria. A ellos, que representan el dolor de la tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuerdo y nuestra promesa de que en el futuro hemos de trabajar a sol y a sombra para que sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la vida. Y ahora, como siempre, de vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro por ver coronada la obra que es la ambición de mi vida, la expresión de mi anhelo de que todos los trabajadores sean un poquito más felices. (“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”) Señores: ante tanta insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden cuestiones que yo ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, no merecen ser queridos ni respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Ha llegado el momento del consejo. Trabajadores: únanse; sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos, para que, junto con nosotros, se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes. Pido, también, a todos los trabajadores que reciban con cariño mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que han tenido por este humilde hombre que les habla. Por eso, les dije hace un momento que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido por mí los mismos pensamientos y los mismos dolores que mi pobre vieja habrá sufrido estos días. Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado aun las mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que las nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los destinos que aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio. Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento ya no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo. Y por esta única vez, ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria. (“¡Mañana es San Perón! ¡Mañana es San Perón!”) MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que al abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que ustedes, obreros, tienen el deber de proteger aquí y en la vida a las numerosas mujeres obreras que aquí están. Finalmente, les pido que tengan presente que necesito un descanso, que me tomaré en Chubut, para reponer fuerzas y volver a luchar codo con codo con ustedes, hasta quedar exhausto, si es preciso. Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, yo quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más, para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí.

Fuente: Norberto Galasso, Perón, Vol. I, Buenos Aires, Colihue, 2005.

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Declaración de FORJA frente al 17 de octubre de 1945 Ante el acontecimiento que significa el 17 de octubre de 1945, como surgimiento de un nuevo movimiento popular conducido por el coronel Perón, y frente a la posición antagónica que asume el Comité Nacional de la UCR respecto de ese movimiento, FORJA se autodisuelve para acompañar a las “masas trabajadoras” peronistas.

Frente a los momentos en que vive el país, la UCR (FORJA) dio a conocer una declaración en la que fija su posición. La misma expresa lo siguiente: La Junta Nacional de FORJA en presencia de la agitación oligárquica promovida por las fuerzas de la reacción en convivencia con las izquierdas extranjerizantes y de la inquietud reinante entre los trabajadores ante el riesgo de una restauración de los sistemas de opresión económica y de dominación imperialista establecidos desde el 6 de septiembre de 1930 por la misma confabulación de intereses e ideologías, declara: 1º Que en el debate planteado en el seno de la opinión está perfectamente deslindado el campo entre la oligarquía y el pueblo, cualquiera sean las banderas momentáneas que se agiten y que en consecuencia y en cumplimiento de su deber, argentino y radical, expresa su decidido apoyo a las masas trabajadoras que organizan la defensa de sus conquistas sociales. 2º Que como se expresa en la declaración de principios de FORJA, sancionada en el acto de su fundación el 29 de junio de 1935, en la lucha del pueblo contra la oligarquía como agente de las dominaciones extranjeras, corresponde a la Unión Cívica Radical asumir la dirección de la lucha. 3º Que el Comité Nacional de facto que se atribuye la representación de la UCR se ha pasado al campo de la oligarquía al desoír la opinión y las orientaciones de las figuras representativas del radicalismo yrigoyenista. 4º Que frente a la vacancia de la conducción partidaria, es deber de esos hombres representativos el asumirla para que esta sea expresión clara del pensamiento revolucionario de Yrigoyen en el que encuentran solución integral las inquietudes actuales del pueblo argentino, sintetizadas en patria, pan y poder al pueblo. Octubre 17 de 1945, Buenos Aires. Por la Junta Nacional de FORJA (Fdo.) Arturo M. Jauretche, presidente; Francisco J. Capelli, secretario general Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976, pp. 175-176.

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Actas de la reunión del 16 de octubre de la CGT En estas actas se recogen los debates de aquella jornada decisiva: si debía disponerse o no la huelga general y también sobre la conveniencia de hacerlo en reclamo de la libertad de Perón o simplemente en defensa de las conquistas obtenidas. Triunfa esta última moción y el nombre de Perón no aparece en la resolución y petitorio que los dirigentes gremiales llevan a Edelmiro Farrell y a Amaro Ávalos el 17 de octubre. Lo que sigue son los fragmentos más significativos de aquella sesión.

En Buenos Aires, a los 16 días del mes de octubre de 1945: Reúnese el Comité Central Confederal de la Confederación General del Trabajo en sesión extraordinaria con asistencia de sus miembros compañeros Aniceto Alpuy, Néstor Álvarez, Bruno Arpesella, Antonio F. Andreotti, Florencio Blanco, Ramón Bustamante, Dorindo Carballido, Julio Caprara, Cecilio Conditi, Nicolás D’Alesio, Libertario Ferrari, José Griffo, Pablo Larrosa, Ramiro Lombardia, Mateo Píccolo, Benigno Pérez, Juan José Perazzolo, Anuncio S. Parrilli, Bartolomé Pautasso, Antonio Platas, Silverio Pontieri, José Manso, José R. Méndez, Anselmo Malvicini, Felipe Nazca, Jorge Nigrelli, Eduardo Alberto Seijo y Ramón W. Tejada. Ausentes con aviso: Nicolás Campos, Juan Cresta, Alejandro Protti, Juan B. Ugazio, Benito Borja Céliz, Juan Céspedes, Demetrio Figueiras, José María Freyre, Juan Carlos Rodríguez, José V. Tesorieri, Celestino Valdez, José Lebonatto. Siendo las 19.45 horas: Silverio Pontieri (Secretario General) (UF) (Declara abierta la sesión. Expresando que el cuerpo se reúne en sesión extraordinaria a los efectos de considerar la situación por que atraviesa el país y la resolución adoptada por la Comisión Administrativa en su última reunión en el sentido de aconsejar al Comité Central la declaración de la huelga general en todo el país por el término y fecha que este cuerpo fije, como medida defensiva de las Conquistas Sociales amenazadas por la reacción de la oligarquía y el capitalismo.) A los efectos de que los compañeros del Comité Central tengan un concepto claro de la situación que atravesamos (…) es conveniente referir otra vez el informe que ayer dimos a la Comisión Administrativa en nombre del Secretariado. En realidad no corresponde efectuar una relación de los hechos que se han venido produciendo últimamente en el país, los que han culminado con la renuncia del coronel Perón y su posterior detención y confinamiento en la isla Martín García. Como todos ustedes saben, los trabajadores se sintieron justamente alarmados por estas cosas, porque ellas a su vez venían acompañadas de distintas medidas de

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represalias que los patrones más reaccionarios estaban tomando contra sus obreros y las organizaciones sindicales. Así, por ejemplo, fueron numerosos los industriales que se negaron a cumplir el decreto del Gobierno Nacional, que estipula el pago de salarios dobles el 12 de octubre declarado feriado nacional. También se había anunciado a numerosos personales obreros, la negativa de otorgarles las vacaciones anuales ya prometidas con anterioridad, y por sobre todas las cosas los patrones hacían una ostentación abusiva de su poder, proclamando a todos los vientos que la obra de justicia social desarrollada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión sería arrasada por la nueva situación. Inmediatamente de producidos estos hechos, nosotros nos reunimos y en forma paulatina fuimos recibiendo los informes de las distintas organizaciones afiliadas, tanto de la capital como del interior, informes que nos daban cuenta que la clase obrera se encontraba extremadamente alarmada por la forma en que se venía presentando la campaña de reacción patronal. Ante esta situación quisimos conocer el pensamiento de los hombres de gobierno, para lo cual entrevistamos al actual ministro de Guerra, General Ávalos, al que planteamos las inquietudes… En esta oportunidad hicimos notar al señor ministro nuestro punto de vista sobre el problema y le participamos nuestra decisión de luchar en defensa de las conquistas sociales obtenidas. También le expusimos que la clase obrera de nuestro país se sentía justamente alarmada por la detención del coronel Perón y por su internamiento en la isla Martín García, por cuanto los trabajadores relacionaban la campaña de reacción patronal contra las conquistas sociales con la detención y con las medidas que se tomaban precisamente contra el hombre que en razón de su desempeño en la función de gobierno había posibilitado la obtención de esas conquistas. Expresamos que únicamente la libertad inmediata del coronel Perón traería tranquilidad a los hogares obreros y a la familia argentina. El general Ávalos nos contestó que el coronel Perón no estaba detenido, sino que había sido puesto bajo custodia para su propia seguridad pues el gobierno tenía informes de que algunos exaltados querían matarlo, lo que sería una desgracia para el país. En consecuencia, nos concretó que el coronel no está detenido. De paso nos dijo que el clima de la isla Martín García le había afectado la salud, con lo que confirmó los rumores circulantes en el sentido de que se encontraba enfermo. En cuanto a las conquistas sociales, expresó en forma categórica que las mismas serían respetadas y que se procuraría mejorarlas en lo posible. Antes de finalizar la entrevista le hicimos notar que deseábamos conversar con el señor presidente de la Nación, General Farrell, para conocer su opinión sobre el problema. De inmediato el general Ávalos accedió a nuestra solicitud y tomó las disposiciones para que la entrevista se realizara, cosa que hicimos esta mañana… En esta ocasión, el general Ávalos nos dijo que el nuevo secretario de Trabajo y Previsión, señor Fentanes, deseaba conversar con nosotros. (…) Fuimos a la Secretaría de Trabajo y Previsión. (…) El mencionado funcionario (…) nos expresó que (…) estimaba imprescindible necesidad que los trabajadores se informasen que las conquistas sociales no corrían peligro y que las mismas serían respetadas y aun ampliadas en lo posible. Nos dijo también que a su juicio era contraproducente cualquier movimiento de huelga que se hiciera, y que los trabajadores debían actuar con cautela porque teníamos que reconocer que la oligarquía había dado un paso hacia adelante. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 En forma general eso fue lo que informamos ayer a la Comisión Administrativa, y en base a lo cual esta, después de estudiar la situación general que atraviesa el país y la creciente inquietud de los trabajadores por los hechos que están ocurriendo, resolvió solicitar y enviar al Comité Central Confederal la declaración de la huelga general. Ahora bien, en la mañana de hoy se realizó la audiencia que nos fijara el señor presidente de la Nación, General de brigada Farrell, la que se realizó en presencia del general Ávalos, y del secretario de Aeronáutica, brigadier Sustaita. Cuando llevamos al general Farrell la inquietud de los trabajadores argentinos, él nos dijo que no nos preocupásemos, que todo se arreglaría bien, y que la Secretaría de Trabajo y Previsión seguiría siendo lo que había sido mientras estuvo el coronel Perón y que todas las conquistas serían mantenidas y los convenios suscriptos tendrían que ser respetados por los patrones. Nos pidió que le diésemos un plazo de tiempo hasta tanto la situación aclarase mejor, y que mientras tanto el ejército seguiría sosteniendo las conquistas obreras. Entonces le dijimos que la clase trabajadora estaba seriamente preocupada por la forma en que se anunciaba que sería integrado el gabinete nacional, con figuras todas representativas de la oligarquía, tradicional enemiga de los trabajadores, razón por la cual estos miraban con desconfianza los trabajos que se hacían en ese sentido. Los nombres que se anuncian como posibles de formar parte del gabinete son todos representantes conspicuos de la oligarquía reaccionaria y setembrina. Le informamos que los trabajadores estábamos contra la entrega del Gobierno a la Corte Suprema de Justicia, y que en último término preferiríamos que se nombrase un ministerio exclusivamente militar cuya misión sería preparar el terreno para la normalización constitucional, mediante la realización de elecciones libres con todas las garantías. Le planteamos también al general Farrell nuestras serias preocupaciones que eran la de todos los trabajadores por la detención del coronel Perón y por el estado de su salud, que sabíamos afectada. Le dijimos que ya algunos gremios en forma total o parcial habían salido a la calle pidiendo su inmediata libertad, y que si no se accedía a este reclamo popular podrían venir momentos muy difíciles para el país. La clase obrera, dijimos, tiene el temor de que se haga víctima al coronel Perón de algún mal juego. Nos refirmaron tanto el general Farrell, como Ávalos, y Sustaita, que ellos eran los mejores amigos del coronel Perón y que se preocupaban por su suerte tanto como nosotros. Para tranquilizar a los trabajadores expresaron que el gobierno piensa dar un comunicado de prensa en el que en forma clara se dirá que el coronel Perón no está detenido. Nos refirmaron repetidamente que las conquistas obreras serían respetadas. En términos generales esa fue la conversación que tuvimos esta mañana con el general Farrell. (…) Este es el informe que nosotros tenemos que dar a ustedes con respecto a las gestiones que hemos cumplido en torno a la situación actual, y que está originada en los hechos que todos conocen y que se vienen produciendo desde el día 8. La Comisión Administrativa, después de considerar extensamente la situación, resolvió aconsejar la declaración de huelga general en todo el país, por el tiempo y en la fecha que el Comité Confederal estime oportuno.

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Antonio Andreotti (UOM): (…) En la reunión de la Comisión Administrativa se dijo que no había motivos para la declaración de la huelga general, cuando vemos que todas las conquistas que hemos obtenido están en grave peligro. (…) S. Pontieri: Manifiesta que (…) ayer, después de haber resuelto aconsejar la declaración de huelga general se realizó una reunión de representantes de las organizaciones afiliadas de la Capital Federal y pueblos circunvecinos, a la que también asistieron representantes de las organizaciones gremiales autónomas, donde se resolvió por unanimidad secundar las medidas que adopte la Central Obrera. Nosotros adoptamos la resolución de aconsejar la declaración de huelga general respondiendo al clamor de la calle, en la que ya se encuentran millares de trabajadores de todo el país. Bruno Arpesella (UT): Da la circunstancia de que fui yo el compañero que ayer mocionó la declaración de huelga general ad-referendum de lo que resolviera el Comité Central Confederal, y debo decir que el criterio que sostuve ayer en la reunión de la Comisión Administrativa lo mantengo totalmente hoy. Los acontecimientos sucedidos hoy me dan la razón, y es necesario que la Confederación General del Trabajo adopte una determinación o medida de fuerza para contrarrestar la acción que están desarrollando los enemigos de la clase trabajadora. Hace falta que se declare un paro general por un tiempo determinado, el que será no contra el gobierno sino contra la reacción de la clase capitalista. La clase patronal ha declarado la guerra al coronel Perón, no por Perón mismo, sino por lo que Perón hace por los trabajadores, a los que ha otorgado las mejoras que venían reclamando y les ha dado otras que ni siquiera las soñaban, como el estatuto del peón y otras más. La clase capitalista aquí y en el mundo entero (…) quiere volver a la situación de injusticia de antes… Tenemos que decirles y demostrarles a los capitalistas que si ellos han dado un paso hacia adelante nosotros no daremos uno solo atrás y que al contrario seguiremos adelante. Por eso, la Confederación General del Trabajo tiene la obligación moral de dirigir este movimiento defensivo de los trabajadores, porque es la Central Mayoritaria y la más prestigiosa. El pueblo trabajador argentino está alterado porque teme que se le quite lo poco que últimamente conquistó. Yo estoy y sostengo la moción formulada ayer en la reunión de la Comisión Administrativa. (…) Néstor Álvarez (UT): (…) La clase trabajadora está justamente alarmada porque teme y ve en peligro todas las conquistas sociales obtenidas. (…) Creo que no hace falta extenderse demasiado en cuanto a los motivos determinantes de la resolución en virtud de la cual aconsejamos la declaración de huelga general al Comité Central Confederal, ya que estos motivos están en el ánimo y el conocimiento de todos Uds.; pero hay que dejar bien establecido que la Confederación General del Trabajo, por razones de principio, no puede declarar la huelga general solicitando la libertad del coronel Perón. Tenemos una gran deuda de gratitud con él, pero nuestros principios son lo que orientan al movimiento obrero. La CGT no puede pedir en forma directa la libertad de Perón, pero nuestra resolución ha sido motivada por la emoción amMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 biente. Si hemos de declarar la huelga general tendrá que serlo en defensa de nuestras conquistas y para parar la reacción patronal. (…) Corresponde que analicemos las cosas de forma que la resolución que adoptemos tenga un sello de mesura y responsabilidad… La CGT no puede aparecer como saliendo a la calle en defensa del coronel Perón. Eso sería enajenar el futuro de la Central Obrera. Si resolvemos declarar la huelga, repito que tendrá que decirse bien claro que ello es en defensa de las conquistas obreras amenazadas por la reacción capitalista, caso contrario demostraremos que nuestra vida terminó cuando terminó Perón. A. Andreotti: Yo quiero declarar que nosotros estamos solicitando la libertad del coronel Perón, que es un hombre que se ha jugado todo, su carrera y su vida por los trabajadores. No defendemos a un político demagógico sino a quien nos ha dado todas las conquistas que tenemos. Al pedir su libertad estamos defendiendo las mejoras obtenidas. Ramón W. Tejada (UF): (…) Por mucho que demos vuelta al asunto, si hemos de declarar la huelga general ella será por la libertad del coronel; por más que esgrimamos otros argumentos este es el punto básico de nuestra actitud, o para mejor decir, de la clase obrera. Hay un sentimiento muy profundo entre los trabajadores por causa de la detención del coronel Perón, especialmente en el interior del país, porque el coronel Perón ha sido el único que ha hecho justicia a las aspiraciones obreras concretándolas en las conquistas que ahora están amenazadas. Si la CGT pide y gestiona la libertad del coronel Perón, no vulnerará los principios sindicales, porque podemos decir ahora que el coronel Perón es uno de los nuestros, porque se ha acercado a la clase obrera para defenderla. En esta situación especial, creo que nada perdería el movimiento obrero al encarar en forma enérgica las gestiones por la inmediata libertad del coronel Perón y al contrario creo que ello la prestigiaría ante la inmensa mayoría del pueblo, que comprende que el coronel es el hombre que lo jugó todo en defensa de los intereses obreros, inclusive su propia carrera. Muy pocos son los que en nuestro país conocen la forma en que vivían los trabajadores, especialmente en el interior, donde algunos obreros ganaban salarios ínfimos, obreros adultos con $50 al mes, suma que no les alcanzaba ni para comer. Es por eso que la obra cumplida por el coronel Perón en el interior tiene un carácter profundamente revolucionario que ha penetrado en el corazón de los hombres de trabajo. Quisiera que Uds. conociesen el estado de ánimo de esos trabajadores al saber que el coronel Perón ha sido detenido. Un 70% de los jóvenes en el interior del país no sirve para el servicio militar. Pese a que la tierra es rica la gente se estaba muriendo de hambre. (…) Creo que la Confederación General del Trabajo debe adoptar alguna medida enérgica para gestionar la libertad del coronel Perón. Ramón Bustamante (Sindicato de la carne de Rosario): El coronel Perón no sólo está en el corazón de los obreros sino que también en el de todo el pueblo honrado. Si este cuerpo no resuelve la huelga general les puedo asegurar que será impotente para contener la huelga que se producirá lo mismo por el estado emotivo de los trabajadores. Es decir que nosotros no dirigiremos este movimiento, con los consiguientes

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perjuicios que esta situación pueda ocasionar a la clase obrera y al país porque sería un movimiento inorgánico. Acabo de tener una comunicación telefónica con carácter de urgente desde Rosario, donde se me ha inquirido en forma enérgica cuál es la posición de la Central Obrera… Les aseguro sin ánimo de presionarlos, que si aquí no se vota la huelga, en Rosario se irá al paro general lo mismo. Todos estamos de acuerdo en que el coronel Perón es el numen de los trabajadores. Reconozco que no podemos declarar una huelga general en todo el país solicitando únicamente la libertad del coronel, pero nadie puede negar que lo que sobra son motivos para la declaración de huelga, por todos los problemas y conflictos obreros que no tienen solución en razón de tropezarse con la cerrada intransigencia capitalista, que ahora en el poder nos amenaza directamente. Tenemos que defender al coronel Perón, y según nos ha declarado el compañero Secretario General, ya lo estamos defendiendo, de acuerdo a lo que expuso la delegación confederal que visitó al señor Presidente de la Nación al participarle las inquietudes y preocupaciones de la Central Obrera y de los trabajadores por la suerte del coronel. Nosotros, con la declaración de huelga, pondremos un dique de contención a la reacción capitalista. (…) B. Arpesella: Creo que la resolución adoptada por la Comisión Administrativa es bien clara… Esta resolvió aconsejar la huelga general y eso es lo que tenemos que tratar. Ahora corresponde que el Comité Confederal diga si vamos o no a la huelga en forma concreta porque todo el país está esperando nuestra resolución. El compañero Valdez, que no está presente, (…) nos dijo en la reunión de la Comisión Administrativa cuál era la posición de los trabajadores de todo el norte del país, que en la mayoría de las zonas están [en] huelga. Hemos escuchado al compañero Bustamante que nos trae la posición del movimiento obrero de Rosario. Entonces, esos informes con los que tenemos de otras provincias nos dan los elementos de juicio para que resolvamos en forma concreta qué hay que hacer. No se trata aquí de que votemos una huelga en principio sino que tomemos una resolución en firme. La clase obrera muchas veces se ha jugado por la libertad de sus hombres detenidos, y la posición del coronel Perón es la de un trabajador que dio a sus compañeros todo lo que pudo y todo lo sacrificó. Perón solo ganó más conquistas para los trabajadores que estos en 100 años de lucha, con lo que nosotros nos ahorramos muchos sacrificios y energías. Si muchas veces nos jugamos por un hombre, ¿por qué no vamos a jugarnos por la libertad del coronel Perón? Nosotros tenemos el deber moral de defenderlo. José Manso (UF): Voy a discrepar con la opinión de los compañeros que han hablado hasta ahora… (…) Por un lado nos dicen (…) que Perón no está detenido sino que está custodiado en resguardo de su propia seguridad, a la vez que se nos asegura que las conquistas sociales serán respetadas. Si la delegación que fue a ver al Presidente recibió seguridad de que las conquistas serán respetadas y que el coronel no está detenido, me parece que bajo ningún concepto podemos nosotros declarar la huelga general por cuanto los motivos han desaparecido, y no vaya a ser que atropellando a degüello como queremos hacer con la declaración de huelga, en vez de favorecer perjudiquemos al coMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 ronel Perón. De tal manera, yo sospecho que con esta huelga favoreceríamos a la clase capitalista y no a los trabajadores. Tampoco sabemos si todo el ejército está de acuerdo con el cambio de gobierno. Es por todo esto, compañeros, que yo propongo que el Comité Central Confederal se mantenga reunido en sesión permanente a la expectativa de los acontecimientos. Si el gobierno no cumple la promesa de respetar las conquistas obreras y el gabinete no es de nuestra confianza, entonces habrá llegado el momento de declarar la huelga general. Ramiro Lombardi (UT): (…) La Comisión Administrativa ha declarado la huelga general en principio y trae su resolución al Comité Central para que este la apruebe o desapruebe. Mi opinión es que dado que las circunstancias que motivaron la resolución de la Comisión Administrativa no han desaparecido, el Comité Central debe aprobar la declaración de huelga general y tomar las disposiciones necesarias para asegurar su éxito. Estoy de acuerdo en que conviene cuidar ciertos detalles, por lo que, si declaramos la huelga, ella será en defensa de las conquistas obreras. (…) Dicen algunos compañeros que por el momento no conviene declarar la huelga por cuanto las gestiones que realiza el secretariado están bien encaminadas y que el gobierno ha prometido respetar las conquistas obreras. De esto yo digo que la huelga tiene que ser declarada lo mismo para advertir a los capitalistas y al gobierno que estamos dispuestos, lo que sí se puede hacer es no fijar fecha. Benigno Pérez (Ayudante de Casa): (…) Hay que reconocer honestamente que el coronel Perón está hoy en esta situación por el solo hecho de haber defendido a los trabajadores, y en los 35 años que estoy en el país ha sido la primera vez que he visto que un hombre se jugó todo por los trabajadores. Yo hago moción de que se emplace al gobierno para que ponga en libertad al coronel Perón y para que nos dé garantía de que será respetada la libertad del mismo y las conquistas que obtuvimos. Los obreros de todo el país están con los ojos puestos en la CGT y piden que esta defienda al coronel, y si no lo hacemos estos nos perderán la confianza, especialmente los del interior del país. Juan José Perazzolo (UF): Las explicaciones dadas por el Secretario General respecto de las entrevistas sostenidas con el Presidente de la Nación y señor ministro de Guerra, nos dicen que (…) las conquistas obreras serían respetadas y mantenidas, y que algunas serían mejoradas en lo posible. También se aclaró la situación del coronel, por lo que a mi juicio prácticamente no hay motivos para tomar esa medida extrema que tanto exigen algunos compañeros. (…) A mí también me consternó la noticia de que el coronel Perón estaba detenido (…), pero cuando vine a la organización a la que pertenezco y tomé contacto con mis compañeros y estos me informaron cuál era la situación real, empecé a reflexionar que no era conveniente adoptar actitudes apresuradas sobre un problema que ya está en vías de solución. Me parece que lo mejor que podemos hacer es pasar hoy a cuarto intermedio hasta mañana y dar amplia publicidad de que estamos reunidos. Con esto crearemos la guerra de nervios. En concreto mi posición es que la CGT por ahora no debe declarar la huelga general.

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José Méndez (Federación Obrera del Vestido): (…) Yo tengo la posición de mi gremio, el que está a favor de la huelga general… Lo mejor es que abreviemos y pasemos a votar, pues si bien es cierto que la discusión es buena no es menos cierto que si seguimos en este tren toda la noche estaremos deliberando y como siempre, nunca la CGT tomará una resolución a tiempo. Aquí nadie habló de hacer la huelga contra el gobierno sino contra la reacción del capitalismo y en defensa de las conquistas obreras. Mi sindicato está porque se declare la huelga general por el término de 48 horas, y en lo demás coincidimos con lo expresado por el compañero Néstor Álvarez en el sentido de que no puede ser el motivo pedir la libertad del coronel Perón porque eso está contra los principios sindicales. Nosotros no queremos hacer una revolución, sino que simplemente queremos defender las conquistas obtenidas. Las mismas obreras costureras me han traído el informe de que los patrones les dicen que se acabó el coronel Perón y las conquistas obreras, por lo tanto defendiendo nuestras conquistas en forma indirecta, defenderemos a Perón, que es la única forma en que podemos hacerlo. (…) Propongo que a partir de las 0.01 horas del día jueves se declare un paro general en todo el país por el término de 48 horas, para demostrar a la clase capitalista nuestra fuerza… Bartolomé Pautasso: (…) Ya tenemos la palabra del gobierno en el sentido de que las conquistas serán respetadas. (…) No veo la urgencia en que adoptemos una medida de fuerza, más bien conviene seguir de cerca los acontecimientos y luego recién resolver lo que corresponda… Actualmente carecemos de razones para declarar el movimiento de huelga. Lo que nosotros tenemos que hacer es evitar que el gobierno sea entregado a la Corte y que no nos sean arrebatadas las conquistas, y eso lo conquistaremos reforzando la posición de las actuales autoridades. Por todo eso no estoy de acuerdo en que se declare la huelga general. (…) Julio Caprara (UF): (…) El problema se reduce a dos aspectos. El 1°) a la libertad del coronel Perón y el 2°) a la defensa de las conquistas obreras. (…) Yo les pediría a los compañeros del secretariado que gestionen de inmediato una entrevista para ir a visitar al coronel Perón, y luego sabremos si realmente está en libertad o no. (…) Si mañana los hechos nos demuestran que realmente nos encontramos frente a una campaña de reacción patronal, yo seré el primero en votar la declaración de huelga general. (…) Anselmo Malvicini (UF): (…) Todo el problema gira en torno a la libertad del coronel Perón, y al respecto se puede decir hoy categóricamente que la situación ha cambiado en forma terminante, y por eso yo también he cambiado de posición, y reconozco que declarar la huelga general en estos momentos sería de resultados desastrosos para los trabajadores porque pondríamos al gobierno en contra nuestra. Las palabras que las autoridades han dicho a la Delegación de la Central Obrera y a la Comisión Directiva de la Unión Ferroviaria dan seguridad al respecto. Nosotros estamos solidarizados con el coronel Perón, pero no podemos declarar la huelga ahora que sabemos que él no está detenido sino resguardado para su propia salud. En general yo apoyo totalmente los conceptos expresados por el compañero Caprara y la moción que hizo en el sentido de que se nombre una delegación para que visite al coronel Perón y le presente los saludos en nombre de la Central Obrera. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 Jorge Nigrelli (Federación de Obreros Cerveceros): (…) Me parece acertado que una delegación confederal trate de visitar al coronel Perón, pero creo que esa Comisión debe ser lo más amplia posible y deberá cumplir su cometido dentro de la mayor brevedad. Y luego nos reunimos nuevamente para resolver lo que corresponda. Cecilio Conditi (ATE): Estos no son momentos de discutir sino de resolver lo que tenemos que hacer en defensa de nuestras conquistas que pese a todo lo que se diga, están amenazadas por la reacción patronal. (…) Nosotros tenemos que decir con toda claridad que pedimos la libertad del coronel y para defender nuestras conquistas. No estamos ya en situación de creer en promesas, la clase trabajadora exige ahora algo más que promesas, ella quiere hechos concretos. La clase obrera nos apoya actualmente pero mañana se mofarán de nosotros si la defraudamos en esta ocasión. (…) Yo apoyo la declaración de huelga, que será en defensa de las conquistas obreras y contra la oligarquía. (…) Anuncio Parrilli: Yo (…) he cambiado de opinión y reconozco que por el momento no conviene la declaración de huelga… Este concepto me ha sido reforzado con el informe que ha dado el compañero Secretario General, que nos dice que el coronel Perón ya está en libertad y que se encuentra internado en el Hospital Militar curándose de la enfermedad que le aqueja. Apoyo al compañero Caprara en la moción que ha hecho y yo le haría un agregado… en el sentido de que se vea al señor Presidente de la Nación con el Comité Confederal en Pleno, para expresarle nuestro deseo de que el gobierno sea integrado por militares y que no sea entregado a la Corte Suprema. R. Bustamante: Apoyo la moción del compañero Parrilli. Eduardo Alberto Seijo (maderero): Propongo que se cierre el debate, con lista de oradores. Se aprueba el cierre del debate por unanimidad. Nicolás D’Alesio (Sindicato del Vidrio): En las primeras efervescencias, la mayoría de los trabajadores de Avellaneda fueron a la huelga y al salir a la calle se les disolvió con gases lacrimógenos. Después quisieron venir al Centro y tampoco se les permitió pues se levantaron los puentes del Riachuelo. Aniceto Alpuy (ATE): Lo que pasa es que hay compañeros (…) que están embarcando a todo el movimiento obrero en una posición suicida en defensa de sus intereses personales y eso no puede ser. (…) Sorprende la insistencia de ciertos compañeros en querer que declaremos la huelga general a toda costa, y esto me hace pensar en lo que dije ayer, que aquí lo que pasa es que lo que se viene cumpliendo son directivas políticas que nada tienen que hacer con nosotros. (…) Estoy de acuerdo con la moción del compañero Caprara en el sentido de que se visite al coronel Perón. (…)

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S. Pontieri: Formula algunas consideraciones con respecto a lo expresado por los compañeros en el curso del debate y dice que en su poder hay dos mociones, una que es presentada en conjunto por los compañeros Caprara, Perazzolo, Parrilli y Manso que dice lo siguiente: “El Comité Central Confederal, resuelve: 1° El Secretariado visitará al coronel Perón, llevando el saludo de la Confederación General del Trabajo. 2° El Secretariado gestionará ante el señor Presidente de la Nación una audiencia conjunta con el señor ministro de Guerra y Marina para el Comité Central en pleno, llevando los puntos siguientes: (a) Mantenimiento de las conquistas obtenidas; (b) no entregar el gobierno a la Corte Suprema de la Nación; (c) concretar las violaciones a los decretos del Superior Gobierno emanadas de la Secretaría de Trabajo y Previsión; (d) participación activa en los diferendos de la actualidad pública; (e) declaración pública del Poder Ejecutivo de esta entrevista. 3° Mantener al Comité Central Confederal en sesión permanente. Por su parte el compañero Andreotti, con el apoyo del compañero Seijo, Ferrari, Píccolo y Conditi, han hecho llegar la siguiente moción: “La Confederación General del Trabajo, resuelve: En defensa de las conquistas obtenidas y las por obtener y considerando que estas se hallan en peligro ante la toma del poder por las fuerzas del capital y la oligarquía, declara un Paro General en todo el país por el término de 24 horas, el que se hará efectivo a partir del día jueves a las cero horas”. (…) Los que estén por la moción del compañero Caprara se expedirán en contra de la declaración de la huelga general y los que estén por la del compañero Andreotti lo harán a favor. Se vota nominalmente y lo hacen en contra de la declaración de huelga general los siguientes compañeros: Aniceto Alpuy, Florencio Blanco, Julio Caprara, José Griffo, Juan José Perazzolo, Anuncio V. Parrilli, Bartolomé Pautasso, Silverio Pontieri, José Manso, Anselmo Malvicini y Ramón W. Tejada. En favor de la declaración de huelga general: Néstor Álvarez, Bruno Arpesella, Antonio F. Andreotti, Ramón Bustamante, Dorindo Carballido, Cecilio Conditi, Nicolás D’Alesio, Libertario Ferrari, Pablo Larrosa, Ramiro Lombardi, Mateo Píccolo, Benigno Pérez, José R. Méndez, Felipe Nazca, Jorge Nigrelli, y Eduardo Alberto Seijo. S. Pontieri: Por 16 votos contra 11 queda declarada la huelga general por 24 horas a partir de la hora cero del día jueves 18. Voy a hacer un pedido a los compañeros que han presentado la moción de huelga general, en el sentido de que dejen a cargo del secretariado en un breve cuarto intermedio, la redacción definitiva de la declaración pública que haremos notificando la resolución que adoptamos. Por unanimidad se pasa a un breve cuarto intermedio para que el secretariado efectúe la redacción. Reanudada la sesión este presenta la siguiente redacción que es aprobada por unanimidad:

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1945 - 1946 “El Comité Central de la Confederación General del Trabajo declara la Huelga General de los trabajadores en todo el país por 24 horas para el día jueves 18 de octubre desde las 0.00 horas hasta las 24 horas del mismo día, para expresar el pensamiento de la clase obrera en este momento excepcional que vive el país y por las siguientes razones: 1º Contra la entrega del Gobierno a la Suprema Corte y contra todo Gabinete de la Oligarquía. 2º Formación de un Gobierno que sea una garantía de Democracia y Libertad para el país y que consulte la opinión de las organizaciones sindicales de trabajadores. 3º Realización de elecciones libres en la fecha fijada. 4º Levantamiento del estado de sitio. Por la libertad de todos los presos civiles y militares que se hayan distinguido por sus claras y firmes convicciones democráticas y por su identificación con las causas obreras. 5º Mantenimiento de las conquistas sociales y ampliación de las mismas. Aplicación de la Reglamentación de las Asociaciones Profesionales. 6º Que se termine de firmar de inmediato el Decreto-Ley sobre aumentos de sueldos y jornales, salario mínimo básico y móvil y participación en las ganancias, y que se resuelva el problema agrario mediante el reparto de la tierra al que la trabaja y el cumplimiento integral del Estatuto del Peón.” S. Pontieri: No habiendo nada más se pasa a cuarto intermedio. Queda el cuerpo reunido en sesión permanente. Son las 23.45 hs.

Fuente: Perón y el 17 de octubre, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2002.

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EL SUBSUELO DE LA PATRIA SUBLEVADA

POR RAÚL SCALABRINI ORTIZ

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enían de las Usinas de Puerto Norte, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barrancas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de tambo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordial sin reatos y sin disimulos. Era el nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de ganas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón (…). Por inusitado ensalmo, junto a mí, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre

Raúl Scalabrini Ortiz es para esta época un prestigioso escritor e intelectual que había formado parte de la revolución radical yrigoyenista de enero de 1933, y había colaborado activamente con FORJA, con la cual, sin embargo, había roto en 1943 por el apoyo que esa fuerza supo dar al levantamiento de junio de 1943. En este texto recuerda de forma épica la jornada del 17 de octubre, cuando el peronismo, ese gran movimiento de masas en el que confluyen diferentes fuerzas políticas y sociales, irrumpe en la escena política argentina. clamorosa de varios cientos de miles de almas conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado de sí mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios de la fortuna, del poder y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpables del trabajo de las selvas, de los cañaverales y de las praderas (…), traduciendo en la firme voz conjunta su voluntad de grandeza, consumiendo en la misma llama los cansancios y los desalientos personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestros libertadores, pleno en la confirmación de su existencia… Ahora el milagro estaba cumplido. La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo, estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar por sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones, de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo y solo, como la chispa de un suspiro. Aquellas multitudes que salvaron a Perón del cautiverio (…) eran las mismas multitudes que asistieron recogidas por el dolor al entierro de Hipólito Yrigoyen (…). Son las mismas multitudes argentinas armadas de un poderoso ins-

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1945 - 1946 zaba y resumía. (…) Por allí, alguien, un sencillo magnífico, gritó con voz estentórea: “¡Aquí comienza la rebelión de los pueblos oprimidos!”. Yo regué con una lágrima viril esas palabras para que no se marchitaran nunca. [Borradores en poder de su esposa sobre el 17 de octubre de 1945].

Fuente: Fermín Chávez, La jornada del 17 de octubre por cuarenta y cinco autores, Buenos Aires, Corregidor, 1996.

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tinto de orientación político e histórico que desde 1810 obran inspiradas por los más nobles ideales cuando confían en el conductor que las guía (…). Escuché las conversaciones de varios criollos y las arengas de oradores improvisados. No encontré a nadie que se acordara de sus problemas personales. Eran hombres sin necesidades: inmunes al cansancio, al hambre y a la sed (…). Él [Perón] intérprete fiel y libre de ataduras y compromisos. (…) Estaban dispuestos a luchar por él y por los ideales propios que él simboli-

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17 de octubre de 1945. Día de la Lealtad. Una multitud de trabajadores se movilizan en forma espontánea hacia la Plaza de Mayo para reclamar la libertad del coronel Juan Domingo Perón.

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Leopoldo Marechal, poeta y escritor, autor de Adán Buenosayres, una de las más importantes novelas de la literatura argentina, declara públicamente su adhesión al peronismo. Este gesto le vale el repudio de gran parte del campo intelectual que, enfrentado al peronismo, dejará caer sobre la figura de Marechal una “proscripción intelectual” tácita.

Al 17 de octubre Era el pueblo de Mayo quien sufría, no ya el rigor de un odio forastero, sino la vergonzosa tiranía del olvido, la incuria y el dinero. El mismo pueblo que ganara un día su libertad al filo del acero tanteaba el porvenir, y en su agonía le hablaban sólo el Río y el Pampero. De pronto alzó la frente y se hizo rayo (¡era en Octubre y parecía Mayo!), y conquistó sus nuevas primaveras. El mismo pueblo fue y otra victoria. Y, como ayer, enamoró a la Gloria, ¡y Juan y Eva Perón fueron banderas! Leopoldo Marechal

Fuente: Fermín Chávez, La jornada del 17 de octubre por cuarenta y cinco autores, Buenos Aires, Corregidor, 1996.

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1945 - 1946 En los pueblos de La Forestal, muchos obreros que habían participado de las experiencias sindicales lideradas por los comunistas en los años treinta, ahora seguían al coronel Juan Domingo Perón. Otros siguieron organizando el Partido Comunista y confluyeron con socialistas y radicales en la experiencia de la Unión Democrática. Hacia 1946, en el momento crucial de las elecciones presidenciales, las vicisitudes políticas producen paradojas históricas: los obreros comunistas y sus mujeres llaman a votar por quien veinticinco años atrás había sido uno de los máximos responsables de la masacre de 1921, el radical Enrique Mosca, quien entonces había firmado el decreto que creaba la Gendarmería Volante y la ponía al servicio de La Forestal para infundir el terror en el Chaco santafesino, y ahora representaba la “libertad” y la “democracia” frente al “naziperonismo”. Un volante redactado por la Comisión de Mujeres Democráticas de Villa Guillermina, antes de las elecciones de febrero de 1946, ilustra este escenario particular.

Las mujeres democráticas y proletarias de este pueblo que han resuelto agruparse en torno a una consigna del momento, que es la de luchar hasta vencer o morir, por intermedio de su Comisión Provisoria, se dirigen a todas las mujeres de su clase y de las demás capas sociales que se inspiran en las mismas tendencias democráticas que nosotras alimentamos, para expresarles por qué debemos unirnos en estas horas inciertas para nuestra patria argentina y para nuestros hijos. Sabemos bien que el nazismo está especulando en nuestra patria con las mejores tradiciones de lucha del proletariado. Sabemos bien que el nazismo promete mejorar el nivel de vida del pueblo trabajador y lo lleva a un nivel cada vez más bajo. Sabemos bien que mediante la concesión de algunas mejoras, por las cuales los trabajadores han bregado durante años y años, pretende obtener su apoyo, al mismo tiempo que destruye las auténticas organizaciones y crea sindicatos fascistas a los cuales los obliga a adherirse. Sabemos que a los obreros les promete destruir el capital y a los capitalistas les asegura que defenderá sus bienes. Pero el fascismo representa los intereses más reaccionarios del imperialismo. Es la más tremenda explotación de las masas, a las cuales se acerca con una demagogia anticapitalista, explotando el odio de los trabajadores hacia la rapacidad de los trusts o de los consorcios financieros. Destruido en Europa nos amenaza a nosotros directamente. Nuestra Patria es el foco de irradiación del nazismo para toda América y el coronel retirado Juan D. Perón es el encargado de llevar adelante sus planes.

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Mujeres proletarias: Mujeres democráticas: “¡Zapatillas sí, cultura no!” es nazismo. “¡Haga patria, mate un estudiante!” es nazismo. “¡Abajo la Universidad!” es nazismo. “¡Mueran los judíos!” es nazismo. En la lucha que el pueblo viene librando por la libertad de nuestra Gran Patria Argentina, tenemos la responsabilidad de contribuir junto al pueblo en la defensa del régimen democrático. En esta lucha por destruir el naziperonismo que pretende echar raíces en nuestro suelo, las mujeres estamos presentes, porque sabemos que el naziperonismo quiere la guerra civil, quiere destruir nuestros hogares, convertir nuestros hijos en carne de cañón. Mujeres del pueblo: Nosotras debemos odiar todo eso. Debemos odiarlo con toda la fuerza de nuestro corazón. Debemos odiar profundamente el nazismo. Y debemos odiarlo con la conciencia de lo que puede significar para nuestro futuro. Madres del pueblo: La mujer constituye un puntal vigoroso en la lucha por la democracia. Las madres del pueblo tenemos la intuición tremenda de lo que quiere hacer el coronel Juan D. Perón. Unámonos, porque es evidente para todos, que sólo con la unión impediremos que Perón nos arrastre a la guerra civil. Aunemos nuestra voluntad para evitar que nuestra Patria caiga en las garras del naziperonismo, contra el cual lucha todo el pueblo argentino. La fórmula Tamborini-Mosca es la fórmula de la victoria, de la esperanza. Procuremos su triunfo. Esta es la fórmula del pueblo para derrotar al nazismo encabezado por el coronel retirado Juan D. Perón. Ella es la única que nos salvará de la guerra civil, trabajemos todas por su triunfo. ¡Viva la libertad de todos los argentinos! ¡Viva la Unión Democrática! Comisión de Mujeres Democráticas

Fuente: Comisión de Mujeres Democráticas, volante difundido en Villa Guillermina (Santa Fe), aportado por el historiador David Quarin, del archivo personal de José Bernabé Vargas.

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El Malรณn de la Paz fue una marcha de pueblos del noroeste argentino en demanda de la restituciรณn de sus tierras. El 15 de mayo de 1946, 174 kollas salieron de Abra Pampa (Jujuy) hacia la Ciudad de Buenos Aires, con la intenciรณn de presentar sus reclamos al presidente Juan D. Perรณn. Luego de recorrer cerca de dos mil kilรณmetros, los marchantes entraron a la Ciudad el 3 de agosto de 1946.

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El Partido Socialista y el 17 de octubre de 1945 Declaración del Partido Socialista sobre el apoyo de los trabajadores y sindicatos a Juan D. Perón publicado el 17 de octubre de 1945. Desde el principio, el Partido Socialista adoptará una clara posición opositora al peronismo, al que interpretará como una versión autóctona del fascismo.

Presuntas organizaciones obreras y elementos hasta ahora al servicio de los planes políticos del ex vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, intentan una huelga revolucionaria para obtener la libertad del funcionario depuesto y su retorno a los cargos desempeñados. En las actuales circunstancias oculta una finalidad antidemocrática y dictatorial cualquier agitación que procure rehabilitar al principal responsable de la situación a que ha sido conducida la República, por la ambición desmedida y la tenacidad de quienes suponíanse con derechos para sojuzgar la libre manifestación política y social del pueblo argentino. El alejamiento del mencionado funcionario no debe importar una amenaza para las mejoras materiales que se hayan decretado, ni es aceptable que se haga bandera de lucha de un personaje cuya actuación equívoca y corrupta, ha perseguido en primer término la domesticación del movimiento gremial y la captación venal, de aprovechados dirigentes cómplices de sus maniobras electorales.

Fuente: Daniel Rodríguez Lamas, Rawson / Ramírez / Farrell, Biblioteca Política Argentina, nº 41, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983.

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Manifiesto de los Tres El 18 de diciembre de 1946 los representantes del radicalismo intransigente en la Junta Nacional de la Unión Cívica Radical, Crisólogo Larralde, Arturo Frondizi y Antonio Sobral, publican un documento en el que exponen públicamente la naturaleza del conflicto interno de la Unión Cívica Radical. El derecho de opinar, que es irrenunciable en una democracia, se transforma en al­ gunos casos, en un deber cuyo cumplimiento no puede eludirse. Es la situación en que nos encontramos como miembros de la Junta Nacional Ejecutiva, frente a los proble­ mas que afectan a la vida y al destino mismo de la Unión Cívica Radical. Definiciones fundamentales No puede entrarse a considerar ningún problema que afecte a la Unión Cívica Ra­ dical, sin fijar previamente la filiación y significado del radicalismo dentro del proceso de nuestra historia. No podría ser de otra manera, porque vive la República la hora de la decisión de su destino; porque vive nuestro pueblo un trance dramático de su histo­ ria y porque el mundo asiste al final de la crisis de un sistema que desestimó al hombre como plenitud de vida. Coincidiendo con la crisis de la cultura del pasado siglo, pero interpretando su rec­ tificación y dándole sentido a su voluntad histórica, surge en nuestro país como apre­ciación de su voluntad política, la Unión Cívica Radical. Ella trae, porque es su sustan­cia misma, el mensaje de un pueblo en el querer de su realización. Acusando la angustia del tiempo y el drama vivo de la nacionalidad, hace su entrada en la historia. Al surgir, denuncia su linaje con el federalismo popular derrotado por las oligarquías y se define, como una afirmación, contra todo lo que niega lo popular y nacional: la “conciliación” y el “acuerdo”. Desde ese momento habrá que buscar en lo histórico la materia social que regulará la UCR. Esta fuerza política, además, es una superación del positivismo y la concepción material de la política. Es, por lo mismo, un planteo ético para la cons­trucción de lo argentino. Porque la Unión Cívica Radical no es propiamente un partido en el concepto mili­ tante, es una conjunción de fuerzas emergentes de la opinión nacional, nacidas y soli­ darizadas al calor de reivindicaciones públicas. Por eso dice Yrigoyen: “Nuestra misión no es la ocupación de los gobiernos, sino la reparación cardinal del origen y sistema de ellos, como el único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones de la República y el bienestar general. Las aspiraciones que no tienen otro objeto que la ocupación de los gobiernos, son siempre facciosas y fatales para el bien público y al fin mueren execradas, mientras que las idealidades sinceras viven en sus obras ilustres”. Y deja precisado el humanismo revolucionario de la Unión Cívica Radical al decir: “Ca­da vez es más imperioso hacer del ejercicio cívico una religión política, un fuero inmu­ne, al abrigo de toda contaminación, hasta dejar bien cimentadas las prerrogativas ina­lienables e imprescriptibles de la nacionalidad”. Aquí está su raíz y su función en la política del país. Yrigoyen será su símbolo y su realizador.

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La base de la doctrina radical es la concepción del hombre como ser libre y la li­ bertad como exigencia fundamental de toda organización política. Pero, en esta lucha por la libertad, tanto del hombre como de la Nación, es preciso enfrentar privilegios de orden cultural y económico, representados por grupos nacionales e internacionales. Misión del radicalismo La tarea del radicalismo es, pues, labor de emancipación. Emancipación espiritual, política, económica del hombre y del país, lo que quiere decir lucha contra toda forma de oligarquía nacional o extranjera cuyos representantes se encuentran tanto en el go­ bierno como en algunos sectores de la oposición. En la actualidad, la emancipación pue­ de concretarse en una reforma educacional, en la reforma agraria, en la nacionalización de los servicios públicos, en el reconocimiento de la personería de los trabajadores, etc. Mañana podrá concretarse en otras afirmaciones sustanciales. Lo importante no es dis­ cutir estas expresiones concretas; debe quedar claro que la misión del radicalismo en la vida argentina no puede ser defender forma alguna del privilegio, sino servir los inte­reses del pueblo. Por eso no nos alarman las transformaciones sociales que respetan la libertad del hombre, ya que, como fuerza revolucionaria, la Unión Cívica Radical está al frente de toda transformación. En ese problema de fondo no puede cederse. “La re­paración debe ser necesariamente fundamental: nacional en su forma y radical en sus procedimientos.” La revolución social argentina queda así planteada, promovida y formulada por la Unión Cívica Radical. Su primera presidencia –1916– desencadena el suceso revo­ lucionario en todos sus órdenes y en la acción del gobierno afirma su auténtico senti­do. Democratización de la vida cívica del país en todos sus aspectos que es el rescate de lo popular, y recuperación económica de lo nacional que es el rescate de nuestra so­beranía. No nos detendremos en la acción de su gobierno, pero sí debemos afirmar que ella mantuvo una armónica unidad con el sentido revolucionario que interpretó la Unión Cí­vica Radical. Yrigoyen la realizó en la acción práctica y constructiva del gobierno. Re­volución social ética y gobierno en magnífica identificación. Pero, desgraciadamente, ese concepto revolucionario de la acción gubernativa quedó luego interrumpido por cau­sas que la historia juzgará. Sólo diremos que las divergencias que ha tenido se refieren al diferente concepto de lo radical y a una distinta apreciación sobre el sentido, signifi­cado y misión de esta fuerza cívica. Para la mejor comprensión del momento político que vive el país y el radicalismo, es preciso, sin embargo, remontarse a los acontecimientos producidos en el año 1930, en que hombres que representan las ideas e intereses de las viejas oligarquías argenti­nas y de los capitales foráneos procuraron suprimir las instituciones democráticas. El fracaso de las milicias militarizadas llevó a esos poderosos intereses a implantar en todo el país gobiernos fraudulentos. Se inició así un largo proceso de falseamiento de las instituciones sin abandonar desde luego el propósito de suprimirlas en definitiva, cuando la ocasión fuera propicia. Cuando los gobiernos del fraude ni nacional ni internacional representaban garan­tía de estabilidad, se produce el movimiento militar del 4 de junio de 1943, que muchos saludaron como la terminación de la crisis política y moral argentina, sin comprender que era la culminación de ese proceso de crisis. Las formas de la violencia totalitaria MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 se desataron sobre el país impulsadas por grupos perfectamente caracterizados, pero la re­sistencia nacional y la evolución de los acontecimientos bélicos europeos produjeron una serie de oscilaciones en la conducción, hasta que, en un alarde de propaganda po­ lítica, la supresión de las libertades fue acompañada de la concesión de algunos bene­ ficios que venían reclamando los trabajadores y de la promesa de una justicia social y económica amplísima. Los trece años de fraude y corrupción política imposibilitaron la tarea del radica­ lismo y dentro del radicalismo imposibilitaron la tarea de quienes pretendían recuperar el sentido de lo radical. Es ese proceso de fraude y de corrupción general en que vivía el país el que explica los grandes déficits de la dirección radical, las fallas doctrinarias y las deficiencias de conducta. El pronunciamiento del 4 de junio y la acción posterior que desarrolla, no encuen­ tran al radicalismo tal cual fue en su pasado y tal cual será en el porvenir. Encuentra un enorme conglomerado de masa ciudadana sin fe en los cuadros dirigentes porque había sido mal conducida muchas veces y defraudada muchas más. La dictadura de “junio” se encargó de impedir, por la vía de la disolución de los partidos, que la tarea de recons­trucción del radicalismo fuera realizada, pues, para sus fines electorales, necesitaba de­mostrar que esa fuerza cívica no existía como tal. La Unión Cívica Radical, por las ra­zones expresadas, no retomó su sentido revolucionario, perdiendo la dirección de las masas porque equivoca su ruta de lo popular. Lo que sucede en el proceso electoral del 24 de febrero es demasiado reciente para que necesite comentarios. Discrepamos en esa oportunidad con los procedimientos internos utilizados, porque el extravío llevaba a un olvido de lo radical, pero formamos en la columna, porque, si bien somos intransigen­ tes, nuestra primera intransigencia es frente a toda forma de despotismo. Situación actual El gobierno que resulta consagrado en las elecciones del 24 de febrero lleva seis me­ses de acción y ya puede ser caracterizado por sus actos. Demuestra que no interpreta el sentido revolucionario que promovió, planteó y empezó a realizar la Unión Cívica Ra­dical como dirección del pueblo argentino. Revolución y gobierno son, otra vez, expre­siones irreductibles contrarias. Están amenazadas las instituciones democráticas, la li­bertad de prensa, la libertad de asociación, el derecho de reunión, las atribuciones del Parlamento. Se están suprimiendo los últimos restos del federalismo y de los municipios. Se aspira a que los argentinos dediquen su vida a lo intrascendente, entregando el mane­jo de todo lo sustancial, a un gobierno que pensará y sentirá por la Nación toda. Mientras tanto, la bandera de recuperación económica nacional, que fue el motivo central de propaganda, ha sido arriada. La negativa a expropiar la CADE, el negocio de los teléfonos y el acuerdo británico no son más que etapas de una política de entrega a los intereses económicos extranjeros que se viene realizando en forma acelerada desde 1930. La justicia social se está reduciendo a aumentos nominales de salarios, que no al­canzan para cubrir el creciente aumento del costo de la vida, mientras algunos grupos de capitalistas privilegiados se están enriqueciendo, amparados por un mal entendido intervencionismo de Estado.

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No se realizará la prometida reforma agraria ni ningún cambio económico funda­ mental porque sectores del privilegio mantienen el manejo del país; la Universidad, pa­ra la cual el gobierno proyecta una legislación antidemocrática y de sometimiento, ha sido avasallada por un ciego reaccionarismo que hace caer confundidos a algunos re­ presentantes de la Universidad oligárquica, antirreformista y antipopular, con maestros esclarecidos que honran a la cátedra y al país y que no exhiben ni una sola complicidad o vinculación con los gobiernos surgidos del fraude. Esto acompañado por un gran cre­ cimiento de los aparatos represivos del Estado, dedicados a perseguir a todos los que no se sometan incondicionalmente o no guarden un prudente silencio. Por todo eso, la Unión Cívica Radical debe retomar su filiación revolucionaria pa­ra reencauzar y realizar las reivindicaciones políticas y sociales del pueblo. Seis meses de vida radical Una de las comprobaciones más dolorosas del resultado de las elecciones del 24 de febrero es que parte de la masa radical votó por el candidato que sostenía la dictadura. El hecho de que los votos de esos radicales hayan sido compensados en parte por votos de ciudadanos que jamás acompañaron al radicalismo, agrava la crisis del partido. El radicalismo enfrentó la lucha electoral sobre la base de una reorganización im­ provisada, después de casi dos años en que toda actividad cívica estuvo prohibida. No es hora de realizar el juzgamiento de los errores y debilidades de los que tuvie­ron a su cargo la dirección partidaria, pero sí cabe afirmar que la principal de las cau­sas de la crisis en que vive el país es no encontrar a la Unión Cívica Radical organiza­da como fuerza política dentro de su sentido y dirección ya expresada. Pero si nos está excusado juzgar el pasado, no se nos podría perdonar ninguna omisión para que esta ta­rea sea cumplida en el futuro. El enfrentamiento de la realidad política argentina y la pretensión de ser reencauzada por el radicalismo, no podrá lograrse con el espíritu, con los temas y con los esquemas racionales que manejó en la última elección nacional. Más que un cambio de hombres, es un cambio de registro temático y de un sistema de ideas y sentimientos que no han sabido interpretar la voluntad popular, porque significó des­ de tiempo atrás la desviación de lo radical. Cuando se conoce el resultado electoral del 24 de febrero, se produce una gran agi­ tación interna, reclamando la renuncia del Comité Nacional, que es aceptada por una convención cuya mayoría está integrada por hombres que habían decidido las orienta­ciones que cumplió el Comité Nacional y que, por tanto, con relación a las orientacio­nes, tenían una responsabilidad aún mayor. Se olvidó que si la presencia del Comité Na­cional obstaculiza la tarea a cumplir, igual o mayor obstáculo resultaba de la subsistencia de las autoridades de distrito. El pueblo radical ha considerado que la dualidad de cri­terio en aceptar la renuncia del Comité Nacional y mantener los demás organismos eje­cutivos, se debe al propósito de algunos de esos organismos de distrito de dirigir la pró­xima reorganización. Integración de la Junta Nacional Ejecutiva Para salvar las dificultades internas que se debían enfrentar, se produjo el desplaza­ miento del Comité Nacional, pero se conservaron cuidadosamente los puestos de man­ do efectivo. Después de designar la Junta Nacional Ejecutiva de siete miembros, con MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 funciones de Comité Nacional, para llevar a cabo la reorganización integral del parti­do, se pasó a cuarto intermedio hasta el 10 de octubre. Aceptamos las designaciones contrariando íntimas convicciones espirituales y la opi­ nión de muchos de nuestros correligionarios, en un supremo esfuerzo esperanzado de que los hombres que tuvieron la dirección partidaria comprendieran la gravedad del momen­ to y resignaran sus posiciones. Todo fue en vano. La Junta no pudo cumplir su cometido porque fue trabada en su acción desde afuera de la misma por grupos de dirigentes que se niegan a abandonar sus posiciones. Conviene, pues, hacer una historia de lo ocurrido. Caducidad de los Organismos de Distrito Desde la primera reunión de la Junta y para responder a las grandes esperanzas que había despertado en el pueblo radical, planteamos la necesidad de que la misma asu­miera la efectividad de la tarea de reorganización, a fin de que esta no pudiera ser difi­cultada por ninguno de los organismos de distrito. Para no hacer diferenciaciones entre uno y otro distrito pedimos que se resolviera la caducidad de todos los organismos eje­cutivos sin distinciones pero atendiendo al criterio de la mayoría de la Junta se inicia­ron trámites para obtener que las autoridades ofrecieran sus renuncias. Estas gestiones privadas tuvieron buen resultado, pues muchos de los distritos –sin distinción de ten­dencias– hicieron saber que estaban dispuestos a entregar las renuncias. Frente a estas solicitaciones, no sucedió lo mismo con la Capital Federal y provin­ cia de Buenos Aires, que, desde el primer momento, eludieron tomar la actitud que las circunstancias exigían. Definición política de la Junta El primer documento de la Junta implicó una definición política general y un com­promiso sobre la forma en que se haría la reorganización. Desde el momento en que la Junta dio por unanimidad ese documento, los intereses creados de algunos grupos de di­rigentes armaron la resistencia contra la misma. El documento era un desahucio defini­tivo para quienes pudieran estar planeando en la sombra concomitancias con el oficialis­mo o con las fuerzas del régimen, pero era también un desahucio para quienes creían que una vez más la acción reorganizadora en el radicalismo se limitaría a la tarea mecánica de inscribir nombres con el único propósito de movilizarlos en una elección interna. Mientras tanto, la inquietud del pueblo radical siguió en aumento. Al propósito de renunciar de algunos distritos y a las manifestaciones individuales, se le agregaron he­chos de una gran significación: así un caracterizado grupo de diputados nacionales pi­dió a la Junta que decretara la caducidad de todos los organismos. La Junta consideró las dificultades de hecho existentes y la mayoría declaró que ca­recía de facultades para decretar la caducidad, por lo que resolvió pedir a la Conven­ ción que se le concedieran facultades para designar juntas reorganizadoras. Dicha reso­ lución no pudo ser suscripta por nosotros en virtud de haber sostenido que la Junta debía declarar que no existía posibilidad alguna de reorganización integral de la Unión Cívi­ca Radical sin la caducidad de todos los organismos de distrito para que la Junta asu­miera la tarea por medio de sus comisiones. La discrepancia no fue total, sino par-

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cial en virtud de que estuvimos absolutamente de acuerdo en que la Junta ratificara los con­ceptos generales sobre el sentido de la reconstrucción interna y afirmara su derecho a intervenir los distritos en caso de conflicto. Como la mesa directiva de la Convención no había cumplido la decisión del propio cuerpo de volver a reunirse el 11 de octubre, la propia mayoría de la Junta, previendo una política de postergación fijó un plazo de treinta días para que el alto cuerpo partidario se reuniera. No obstante ello, la mesa di­ rectiva de la Convención convoca al cuerpo para el 10 de enero para iniciar una discu­ sión que seguirá postergando indefinidamente la tarea de reconstrucción interna que el radicalismo todo, espera se realice. Alcance de la divergencia radical Por todo lo que dejamos expresado se infiere fácilmente que las divergencias que existen en el radicalismo y todas las trabas que se han puesto a la Junta no se deben a aspectos formales ni de carácter personal. Encierran profundas cuestiones de fondo que hacen a la misión del radicalismo en la vida argentina. Por eso la reorganización es un problema de profundidad que se hinca en la raíz misma de la función histórica del ra­dicalismo. Las autoridades de algunos de los distritos, no comprendiendo este signifi­ cado, se niegan a renunciar, creyendo que son planteos de primacía o de sustitución de hombres. Se invoca la necesidad de luchar contra el oficialismo, como si esa lucha no pudiera ser realizada sin la presencia de muchos de los que desprestigiaron la acción de la Unión Cívica Radical, y sin advertir, acaso, que al darse las claras definiciones de lo radical, automáticamente se adquiere el sentido de oposición a todo lo que –como el actual gobierno– sea contrario a lo definido como radical. Resistencia a la renovación Quienes se aferran a sus cargos arguyen, para oponerse a la caducidad, que proce­ diendo así evitarán que el gobierno se apodere del radicalismo. Se trata, solamente, de una argucia, porque el apoderamiento del radicalismo por un gobierno jamás podrá realizarse por vía de una ley ni por la conquista de dirigentes. El radicalismo es una fuer­za esencialmente popular, y el único que puede evitar las divisiones, la disgregación o la entrega es el propio pueblo radical. Si las autoridades de distrito se mantienen en sus posiciones, podrán gravitar sobre la reorganización, evitando que los núcleos de los cuales son expresiones pierdan las elecciones internas. No es casual que la resistencia a la renuncia provenga fundamentalmente de distritos en los cuales los sectores oficialistas internos están amenazados por el voto de los afiliados radicales. Aquella conducta acusa una incomprensión del momento político que vive el país y de la verdadera función del radicalismo. Posición que no se ajusta a la reclamación radical dentro del drama vivo de la nacionalidad. Pero frente a los pequeños grupos de dirigentes que se resisten a toda renovación, se encuentra una gran parte del pueblo radical que quiere que la Unión Cívica Radical recobre su jerarquía de fuerza revolucionaria, de libertad política y de justicia social y que asuman su dirección conductores que, nutriéndose en sus grandes orientaciones, sean una garantía de realización de los ideales que proclaman. Como parte del pueblo que es, no acepta desempeñar función conservadora ni quiere defender los intereses de ningún gruMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1945 - 1946 po de privilegio nacional o extranjero. Quiere ese pueblo una Unión Cívi­ca Radical como en sus mejores horas, la que no temía a las transformaciones socia­les y económicas, sino que las planteaba, promovía y realizaba dentro del amplio con­cepto de la democracia. Esos radicales piden la caducidad de los organismos de distrito para que el pueblo llegue a nuestros registros y pueda en su oportunidad expresar li­bremente y podamos todos, por la vía democrática del voto, resolver sobre el destino del radicalismo. La unidad radical A pesar de lo expresado, nadie tema por la unidad radical, si se entiende por uni­ dad la unión de los hombres del inmenso pueblo radical en el respeto a la doctrina y a la conducta. En consecuencia nuestra posición no es divisionista. El divisionismo im­porta siempre una posición negativa y lo radical no se hace de negaciones. Hemos de­fendido y defenderemos la unidad conceptual del radicalismo como única forma y exi­gencia de la recuperación democrática del país y de la realización de la justicia social que propugna, pero no podrá haber unidad si no es sobre bases radicales, de respeto in­transigente de la doctrina y la consiguiente fidelidad a la conducta. ¿Qué hacer? En esta hora tan llena de dificultades, pero tan plena de posibilidades, cada corre­ ligionario tiene la obligación de hacer conocer su criterio y de actuar conforme a su pro­pia inspiración. El radicalismo, como instrumento de la democracia argentina, será cons­truido de la manera y con la eficacia que cada radical sea capaz de hacer. A todos los radicales se nos vienen ofreciendo desde hace tiempo tres grandes ca­minos. Los hombres cansados de la lucha tienen abierta la ruta hacia las posiciones guber­ nativas que les ofrece el oficialismo. Oficialismo al que condenamos, no por la simple razón de no ser un gobierno surgido de nuestras filas, sino porque representa una ten­ tativa de estructuración orgánica de un régimen enemigo de las libertades esenciales de la persona y porque no representa en el orden económico y social progreso alguno de fondo, ya que responde a los mismos intereses antipopulares y antinacionales de los go­biernos posteriores al 6 de septiembre de 1930. Existen otros radicales que, si bien mantienen su lucha frente al gobierno, parece que sienten flaquear sus fuerzas para continuar manteniendo la integridad del progra­ ma radical de reparación moral, política y económica. Se llega así a la política fácil del acuerdo, que suma votos en proporción directa a la renuncia de principios. El radicalis­ mo, de fuerza de construcción nacional, se reduce a asumir el papel de recolector de opositores, vengan de donde vinieran, y de aprovechador mecánico de los desconcier­tos oficialistas. El radicalismo no ha sido, ni será jamás, un simple partido de oposición, puesto que, como se ha dicho, tiene sentido de construcción de la nacionalidad. Los errores oficialistas o el apoyo de los opositores son simples contingencias que no pue­ den servir de argumento para un radical que busque orientación. Frente a estos caminos del error, los radicales deben mantener en forma intransi­ gente, la totalidad de las reivindicaciones que acuerdan función histórica al partido. Se estará así a cubierto de toda desviación o concomitancia con el oficialismo y de los pe­ligros de que la Unión Cívica Radical se transforme en fuerza de choque del régimen

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conservador o de intereses extranjeros. El radicalismo es un cauce abierto para que to­ dos los hombres libres trabajen por la patria; pero lo que no podrá admitirse es que sea manejado conforme a inspiraciones que no responden a la esencia que le ha dado vida. El radicalismo debe decidirse definitivamente a ser lo que debe ser o a no ser nada, por­ que puede ocurrirle algo peor que ser nada: transformarse en una fuerza antirradical. Este gran quehacer de la reestructuración partidaria para colocar a la Unión Cívica Radical en condiciones de encauzar la vida de la Nación, y de realizar la revolución so­ cial que ha promovido, planteado y que aún no encontró su adecuada realización, nos exige espíritu de sacrificio, de renunciamiento y devoción por las cosas del país. Nuestra tarea es inmensa. Por eso este manifiesto es también un llamado y una convocación a todos los radicales que estén dispuestos a entregarse a esta tarea para poner a la Unión Cívica Radical en la función política de nuestra historia. Nuestra posición Esta es la posición que hemos defendido y continuaremos defendiendo desde la Jun­ta Nacional Ejecutiva. Para que el pueblo radical la conozca, hacemos esta definición que es a la vez programa, en la vida interna del partido de la acción recuperativa de lo radical: - Recuperación de los grandes principios y reivindicaciones radicales de emancipación popular y nacional. - Afirmación de la Unión Cívica Radical como fuerza revolucionara para realizar la justicia social que exige el pueblo de la Nación. - Intensa tarea de esclarecimiento público sobre la base de esas reivindicaciones en todos sus aspectos: institucionales, económicos, sociales y culturales, para poner en evidencia el peligro en que vive el país: continuar bajo la política del actual gobierno, que no interpreta ningún sentido revolucionario auténtico del pueblo argentino o caer en el régimen de la oligarquía fraudulenta que gobernó hasta el 4 de junio de 1943. - Caducidad de todas las autoridades de distrito, para que la reorganización pue­da hacerse desde abajo con un limpio sentido democrático y con la participación de la juventud, las mujeres y los obreros. - Obligatoriedad del voto y representación de las minorías, principios que, estando consagrados en la Carta Orgánica, han sido reiteradamente violados en algunos distritos. - Régimen de asambleas de afiliados para que sean estos los que resuelvan la orientación del radicalismo y para que juzguen la forma en que sus representantes han servido los intereses del partido y del país. Buenos Aires, diciembre 18 de 1946 Crisólogo F. Larralde - Antonio Sobral - Arturo Frondizi

Fuente: “Raíz”, julio de 1947, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, pp.152-161.

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MANIFIESTO EN APOYO AL EMBAJADOR NORTEAMERICANO BRADEN En las elecciones de febrero de 1946 el amplio frente antiperonista se nuclea en torno a la Unión Democrática, de la que participan la UCR, el Partido Socialista, el Partido

Demócrata Progresista y el Partido Comunista. Desde el principio, esta coalición evalúa la figura de Perón bajo el prisma del antifascismo. La insólita participación del embajador norteamericano Spruille Braden en la campaña electoral, terminará en una denuncia pública de Perón en su contra, como instigador y organizador de la oposición, y en una frase que hará historia: Braden o Perón. La actividad proselitista de Braden recibe el apoyo de amplios sectores políticos e intelectuales a través de actos y manifiestos públicos.

Una declaración

Un manifiesto

Inmediatamente, reunió el embajador estadounidense a los periodistas a quienes hizo entrega de la siguiente declaración:

Subscripta por personas representativas de los más diversos círculos metropolitanos, se dio a la publicidad la siguiente declaración:

La campaña recientemente promovida en contra de mi país y de mi persona es de creer que haya sido instigada por elementos nazis extranjeros totalmente ajenos al verdadero y noble sentir del pueblo argentino. Lo creo así por dos razones: primero, porque los métodos seguidos en esa campaña son típicamente nazis; segundo, porque de un pueblo tan hidalgo como el argentino no puede esperarse que agravie y calumnie a una persona a quien dispensa su hospitalidad, sea esta persona el representante diplomático de un país amigo o cualquier otra persona. No tengo palabras con que expresar mi gratitud por las espontáneas, extraordinarias e inolvidables pruebas de afecto que durante todo el curso de mi viaje por la provincia de Santa Fe, y ahora, a mi llegada a Buenos Aires, he recibido del pueblo argentino, del verdadero y gran pueblo argentino. Ese homenaje de afecto, dirigido principalmente a mi país, en estos momentos en que sus mejores hijos vierten su sangre en defensa de la libertad y la democracia, demuestra una vez más la innata caballerosidad del pueblo de la Argentina y su honda devoción por los ideales de fraternidad interamericana.

Hemos contemplado con inquietud y con clara conciencia de su significado, el acto que acaba de realizarse por un titulado Comité Gremial Americano “en memoria” de las víctimas de la catástrofe ocurrida en las minas de cobre El Teniente, de Sewell, Chile. Interpretamos bien el sentido que se ha querido darle, tanto en lo que se refiere a los Estados Unidos de Norteamérica como a quien aquí los representa; y no es otro que continuar sembrando la discordia y la desconfianza, la agresividad y el odio; no es otro que ensayar y repetir lo que en Europa llevó adelante con éxito, hasta su derrota militar, la pandilla de Hitler. La democracia argentina cree en la democracia de los Estados Unidos de Norteamérica –cuyo ejemplo admira– y cree en la evolución feliz de una política interamericana. (…) Que el pueblo de los Estados Unidos tenga la más absoluta certidumbre de que el pueblo argentino no comparte ni la intención (…) ni el desafío que se han manifestado en ese hecho –pequeño en sus proporciones, pero alarmante como síntoma–, sino que, por el contrario, está animado del más fuerte, del más leal y del más efectivo espíritu de cooperación para el ordenamiento democrático de América y del mundo. Fuente: La Razón, Buenos Aires, 23-26 de julio de 1946.

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SOBRE EL PERONISMO Y LA SITUACIÓN POLÍTICA ARGENTINA

Q

ué opina usted de la política social del coronel Perón? ¿Tiende, efectivamente, a producir grandes transformaciones en el orden económico y político del país? ¿Las estima prematuras, mal aplicadas, o como una mera iniciación del inevitable desenvolvimiento social que deberá afrontar el país?

Los que desconocen el modo de operar de los “ideólogos” fascistas se confunden y desorientan ante el despliegue de demagogia social de que hacen alarde y creen que, efectivamente, se proponen dar solución a los problemas que plantean. Pero no es así. La característica de los movimientos fascistas es la de agitar problemas candentes de orden económico, político y social, cuya solución reclaman las masas populares y presentarse ante ellas, como si estuvieran luchando por solucionarlos. Pese a su demagogia “antioligárquica”, “anticapitalista” y “antimonopolista” la política social del coronel Perón es muy superficial y en nada afecta a la estructura económica del país en su base actual, y en cuanto al régimen político que se propone imponer, es el mismo que desean las fuerzas reaccionarias de la oligarquía criolla aliada a los monopolios extranjeros con el fin de poder explotar más intensamente aún en su beneficio a las masas obreras y campesinas y a las riquezas del país. Con su chantaje “anticapitalista”, lo que se proponen Perón y compañía es uti-

Fragmento de una entrevista al dirigente político comunista Victorio Codovilla sobre la política social del peronismo.

lizar el aparato estatal para presionar sobre los grandes terratenientes, capitalistas y monopolios extranjeros para coparticipar en la explotación del pueblo y las riquezas nacionales. Los problemas económicos y sociales que agitan demagógicamente los peronistas son en gran parte reales, pero sólo pueden ser solucionados en relación estrecha con los problemas políticos. Y, estos problemas, no serán los nazi-peronistas, responsables de su organización, los que podrán resolverlos, sino un gobierno democrático y progresista elegido libremente por el pueblo y que cuente con la confianza y el apoyo del mismo. Sólo así se podrá contar con un gobierno estable capaz de realizar las grandes transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que necesita el país para cerrar el período reaccionario y profascista iniciado en 1930 e impulsar a la nación por la senda del progreso, la libertad y el bienestar social. Por consiguiente, las pretendidas reformas “sociales” peronianas no son ni “prematuras” ni “mal aplicadas”, sino que no son tales; son recursos demagógicos con vistas a ganarse el apoyo de una parte de las masas populares y paralizar la acción de los restantes, haciéndoles pequeñas concesiones de carácter económico-social, con el fin de que no se opongan a sus planes de conquista total del poder, y luego, desde él realizar la misma política catastrófica que realizaron los fascistas de otros países.

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1945 - 1946 La demagogia fascista, y esa es la demagogia peroniana, no puede producir nunca transformaciones de orden económico y político de tipo progresista. La prueba está en lo acaecido en los países de Europa dominados por el fascismo. La demagogia social de Mussolini y de Hitler sólo depararon privaciones, miseria y hambre para sus pueblos y a través de la guerra de agresión llevaron a sus países a la catástrofe. Como el odio contra el fascismo es muy intenso en las masas populares, el peronismo, adaptándose a la situación política internacional y nacional, caracterizada por el ascenso democrático, trata de presentarse como “demócrata” y trata de usurpar las tradiciones populares del radicalismo para hacer pasar de contrabando su mercadería fascista. Pero su doble juego está cada día más en descubierto. Sin embargo, parte de los obreros y empleados siguen a Perón, pues lo creen defensor de sus intereses. Efectivamente, así es. Después de conquistado el poder, Perón y su camarilla desencadenaron una represión brutal contra los dirigentes de las organizaciones sindicales existentes y disolvieron los sindicatos cuyos afiliados no se plegaban a los propósitos nazi-peronianos. Luego, con el fin de atraerse a los obreros y empleados, desencadenaron su demagogia social e impusieron algunos aumentos de salarios y de sueldos, sancionaron el Estatuto del Peón, etc. De ese modo, con la demagogia social y la violencia trataron de impedir que los sindicatos independientes pudieran dirigir los movimientos reivindicativos de las masas. Pero casi simultáneamente con esos “aumentos” de sueldos y salarios se produjo el aumento desproporcionado de precios de los artículos de primera necesidad –ali-

mentación, vestido y vivienda–, el aumento de las tarifas del transporte y de las cargas impositivas en general, lo que vino a liquidar los pocos beneficios concedidos últimamente. Impidiendo, mediante la represión, que los dirigentes de los sindicatos independientes pudieran organizar la lucha por las reivindicaciones de los obreros, se presentaron ante los mismos como los únicos defensores de sus intereses. Además, la demagogia peroniana fue favorecida también por ciertos patrones que aún declarándose democráticos y progresistas hostigaron y hostigan aún a los obreros que se organizan en sindicatos independientes y se oponen a todo entendimiento con ellos para mejorar los salarios de los trabajadores de su empresa. Esto explica por qué en la famosa “huelga” del 18 de octubre, organizada por la Secretaría de Trabajo y Previsión con el apoyo de la policía y la acción de las bandas armadas nazi-peronistas, participaron también ciertos núcleos de obreros, especialmente elementos jóvenes y mujeres que habían sido incorporados a la producción en estos últimos años y que provenían en su mayor parte del campo. Estos, a quienes por la represión antipopular no les alcanzó la propaganda democrática, fueron fácil presa de la demagogia peroniana. Sobre todo porque se les hizo creer que con la caída de Perón serían suprimidas todas las conquistas sociales alcanzadas por los obreros en años anteriores y que “volverían a gobernar las castas oligárquicas” que siempre se han opuesto al progreso del país y a las mejoras más sentidas de la población laboriosa. Esto fue también posible porque las organizaciones obreras, puestas en la ilegalidad por la reacción nazi-peronista, no supieron siempre vencer las dificultades y encontrar el camino de organizar la lucha por las rei-

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1945 - 1946 vindicaciones inmediatas de la clase obrera y del pueblo y porque las fuerzas democráticas y progresistas, a pesar de estar de acuerdo en principio con sus necesidades, no se habían dado ni dan aún un programa común que comprenda las reivindicaciones más sentidas de los obreros, de los campesinos, de los empleados y de la población laboriosa en general para contrarrestar la demagogia peroniana y para demostrar que no aspiran solamente a un cambio del equipo gubernamental, sino que se proponen formar un gobierno de coalición que dé amplia solución a las justas reclamaciones del pueblo en el orden económico, político, social y cultural. (…)

Fuente: Victorio Codovilla, “Sobre el peronismo y la situación política argentina”, Buenos Aires, Anteo, 1945, pp. 8-12, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, pp. 92-94.

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“Marcha de la Constitución y la Libertad” del 19 de septiembre de 1945.

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ESCRITORES ARGENTINOS DEFINEN SU POSICIÓN CÍVICA DEMOCRÁTICA

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os escritores argentinos que suscriben se dirigen a sus conciudadanos para formular la siguiente declaración:

Desde el movimiento militar del 4 de junio la libertad de expresión y de pensamiento ha sido castigada y perseguida como nunca pensamos que pudiera serlo a esta altura de desenvolvimiento del país, en abierta pugna con la tradición argentina y en contra de la Constitución Nacional. Se ha destituido de sus cargos y agraviado oficialmente a quienes pidieron democracia efectiva y solidaridad americana. Se ha encarcelado, confinado y torturado a obreros y estudiantes por el delito de reclamar el imperio de la Constitución y de las leyes. Se ha encarcelado a profesores por declarar su solidaridad con quienes protestaron frente a los atentados cometidos contra aquellos que celebraban la victoria de las Naciones Unidas. Se ha arrestado, sin causa alguna, a rectores de universidades, profesores y escritores, artistas y hombres de gran significación en la vida de nuestra cultura. Se ha establecido la censura de la prensa, de la radiofonía y de la propaganda cívica y se han suspendido y clausurado diarios y periódicos. Se ha disuelto a organismos que no tenían otro fin que articular la adhesión de la mayoría del pueblo argentino, a los ideales de las naciones que luchaban contra los países

395 Manifiesto de escritores a favor de la Unión Democrática publicado en La Prensa el 1º de febrero de 1946. El documento cita extensamente la declaración adoptada en el Tercer Congreso de Escritores del 29 de julio de 1941 en Tucumán.

totalitarios y se han realizado actos de persecución racial. Todos estos hechos y muchos otros, no poseen el sentido de medidas ineludibles en gobiernos de fuerza para asegurar su estabilidad y mantener el orden social. Tienen una significación en absoluto distinta. Son perfectamente concordantes en el propósito de impedir y reprimir las manifestaciones de pensamiento a favor de la democracia y de la libertad. Porque simultáneamente todas las expresiones del pensamiento favorables a la autocracia, la dictadura, el nazismo y el fascismo han gozado de la más completa impunidad y nadie ha sido molestado porque renegara de la herencia liberal de Mayo o porque insultara y vejara la memoria de grandes próceres argentinos. Este sistema amenaza perpetuarse. No obstante las reiteradas manifestaciones del gobierno asegurando prescindencia y libertad electoral, los organismos oficiales aparecen apoyando a un candidato que hasta hace poco lo integraba como vicepresidente y que ha presentado su candidatura en clara violación de la Constitución Nacional. El candidato ha levantado como estandarte la rehabilitación económica de las masas obreras y su acceso al gobierno, propósito legítimo en sí mismo, pero nefasto cuando se lo quiere cumplir por el camino que siguieron el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia, terminando con la sindicación libre, haciendo

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de los obreros y de las entidades gremiales un resorte del Estado, sometido a la voluntad de un hombre y protegido en la medida en que se doblega servilmente para la realización de sus planes políticos, aciago cuando se lo practica demagógicamente, estimulando el resentimiento y creando el odio social. A pesar de sus enormes agravios a la ciudadanía, el gobierno “de facto” pudo justificarse ante la historia, si después de cumplido lo que creía su misión en otros órdenes, se hubiera dispuesto limpiamente a restablecer la pureza electoral, acabar con el fraude y reintegrar al país al pleno goce de la Constitución y de sus leyes. Pero a un mes de la fecha en la que el pueblo ha sido convocado a elecciones, las fuerzas que apoyan al candidato afecto al gobierno, utilizan en los actos preelectorales, sin ninguna reacción oficial efectiva para impedirlo y casi siempre con la complacencia policial, los mismos métodos que las fuerzas de choque de los regímenes totalitarios: la intimidación por la violencia sistemáticamente organizada y ejercida. La crónica registra a diario hechos que lo comprueban, fuera de toda duda, en distintos puntos del país. Si tales hechos, propósitos y métodos llegaran a estabilizarse, sufrirían largo eclipse las libertades esenciales del escritor. Sabemos que sólo en la libertad es posible nuestra obra. Fuera de ella, la inteligencia se asfixia y la labor creadora es sustituida por el mutismo, la esterilidad o el estancamiento. Los escritores argentinos han proclamado no sólo ahora, sino reiteradamente desde hace años, en diversas circunstancias y con distintos motivos –aparte de la contribución a la causa antitotalitaria registrada en la obra de cada uno–, en qué medida consideran indesligable de su profesión la libertad de las instituciones, y no serían leales con su misión específica si en esta emergencia de gravísimo peligro para el mantenimiento de las liberta-

des públicas, en que están en juego el destino del país y la suerte de nuestra cultura, no tomaran posición a favor de quienes significan una garantía para restablecerlas. En el Tercer Congreso de Escritores celebrado en Tucumán el 29 de julio de 1941, fue aprobada por unanimidad la siguiente declaración condenatoria de los regímenes de fuerza: Que las naciones gobernadas por el despotismo totalitario han demostrado hasta qué extremo determina la abolición de la libertad el abastecimiento del espíritu. En esas naciones ha desaparecido la fecundidad creadora de la inteligencia, y los que la representaban en ellas con belleza o con decoro yacen en prisiones o son tristes proscriptos que buscan en tierras extrañas el derecho de pensar, de crear y de ser hombres. En las colectividades regidas por una voluntad despótica no se ha suscitado, desde que se inició su tenebroso dominio, una figura de escritor, de pensador o de artista, porque el espíritu es incompatible con la opresión, y se desenvuelve únicamente en los pueblos en que la libertad está asegurada por el funcionamiento de instituciones democráticas, por más que esas instituciones sean defectuosas o requieran mejoramiento, siempre susceptible de hallarse en la misma elasticidad y posibilidad de renovación que las caracteriza; Que el escritor, que es fundamentalmente un artista y un intérprete de la conciencia de su pueblo y por ende un crítico y un maestro de la sociedad, sólo puede desarrollar su función, realizar su obra y ser fiel a su propio destino, en un orden fundado en el libre consentimiento del individuo y no en cualquier sistema que restrinja o suprima la libertad; Que la libertad es así, una condición inherente a la misión del escritor, puesto que, reprimida o eliminada totalmente, le impide llegar a la masa con la amplitud necesaria y la indispensable independencia, y ser, de este modo, factor directo o indirecto en la acción

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1945 - 1946 social o política o en el perfeccionamiento moral y económico de la comunidad; Que esa libertad, en que cimenta todo sentimiento de dignidad humana, se resume para el escritor, en su aspecto más inmediato, en la libertad de expresión y, por esto, ha de defenderla con los medios de que dispone y asumir una posición de lucha en cada ocasión en que aparezca amenazada, ya sea en su país o fuera de su país, si esa amenaza ofrece el peligro de acrecentarse y extenderse; Que en virtud de estos principios esenciales, los escritores no pueden mantenerse en una neutralidad indiferente ante los regímenes de fuerza, que se definen por su estructura totalitaria y representan, en sus diversas manifestaciones, la anulación de las conquistas de la civilización; Que en presencia de tales acontecimientos, los escritores deben condenar y combatir esos regímenes, ya que lo contrario implicaría sancionar, por su parte, una organización que los rebaja y los convierte en agentes dóciles o testigos mudos de una sociedad de la cual no pueden ser ni una voz espontánea ni un reflejo fidedigno. Por lo tanto, el tercer Congreso Argentino de Escritores, reunido en la ciudad de Tucumán, benemérita en la historia de América, es decir, en la historia de las libertades humanas, declara: 1º La condena de los regímenes de fuerza, que este Congreso sanciona, obliga a los escritores a combatir por la libertad en que radican el honor de su función social, la dignidad de su oficio y la honestidad del magisterio que ejercen; 2º Su independencia mental y su sentimiento de miembros de la nacionalidad argentina les imponen ese deber en nombre de sus ideales humanos y, primordialmente, en nombre de su condición de argentinos.

En las próximas elecciones habrá que optar entre una tendencia que proscribe y escarnece la libertad de expresión y de pensamiento y otra que la hace posible. Nada menos que eso es lo que va a decidirse en esta terrible hora de nuestra historia. Ha llegado, pues, el momento de cumplir dicha declaración en nuestro país, ante la alternativa que ahora se presenta. Es preciso que cada escritor asuma su posición de lucha como en ella se dice. Que cada obrero de la pluma dé de sí cuanto tenga en defensa de las libertades amenazadas. Con ello batallará por su suerte misma, por su único medio propicio, por su posibilidad de ser. Ni una hora, ni un minuto deben restarse al esfuerzo cuando lo esencial está en riesgo de sucumbir. Dentro de ese propósito, y como una expresión práctica del presente momento en tal sentido, los escritores abajo firmantes y cuantos a ellos se sumen, declaran su adhesión a la fórmula de la Unidad Democrática, que representa la conjunción de las fuerzas políticas que enfrentan al gobierno de la dictadura y sus miras de perpetuación sin término por medio de su sucesor, para salvar los destinos del país, estableciendo el imperio de la Constitución Nacional y restaurando los principios de Mayo, bajo cuyo régimen de libertad, justicia y fraternidad humana quieren seguir viviendo. Expresan su solidaridad con la juventud que se bate en las calles en defensa de la libertad y su apoyo a las justas reivindicaciones sociales de los obreros y campesinos por la vía de la ley que respete sus derechos sindicales y asegure su autodeterminación gremial. Declaran, por último, que en esta hora de fervor cívico y de voluntades movilizadas hacia la recuperación de la libertad, la fórmula de la Unidad Democrática y las fuerzas políticas que la apoyan contraen una gran responsabilidad si llegan al gobierno. Que ellas deben responder a ese amplio concurso que las respalda, en que

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1945 - 1946 se suman diversos sectores sociales, culturales y económicos, afianzando una democracia militante y una libertad dinámica, que hagan efectiva la colaboración y gravitación de los valores del espíritu y sean ágiles en la legislación de urgentes reivindicaciones sociales de los trabajadores manuales e intelectuales, de los productores del campo y de la ciudad, movidos por los ideales argentinos, en el orden nacional e internacional, puestos en marcha para realizar las grandes posibilidades de la Nación. Firman esta declaración los señores Octavio R. Amadeo, Ángel Acuña, Margarita Abella Caprile, Julio Aramburu, Salomón Abud, Abelardo Arias, Leónidas Barletta, Jorge Luis Borges, José Belbey, Adolfo Bioy Casares, Vicente Barbieri, Delfina Molina y Vedia de Bastianini, José P. Barreiro, Carlos O. Bastianini, Armando Braun Menéndez, Lola Bengoechea, Herminia Brumana, Silvina Bullrich, René Bastianini (h.), José María Cantilo, Cupertino del Campo, Estela Canto, Patricio Canto, Córdova Iturburu, Arturo Cerretani, Jorge Calvetti, Antonio De Carlo, Max Dickmann, Carlos Alberto Erro, Samuel Eichelbaum, Héctor I. Eandi, Juan G. Ferreyra Basso, Alberto Gerchu-

noff, Eduardo González Lanuza, Carmen R. L. de Gándara, Raúl González Tuñón, Adela Grondona, José González Carbalho, Patricio Gannon, Leopoldo Hurtado, Adolfo Jascalevich, Alfonso de Laferrere, Roberto Ledesma, José Luis Lanuza, Raúl Lozza, Ethel Kurlat, Eduardo Mallea, Arturo Marasso, Roberto Mariani, Homero Manzi, Carlos Mastronardi, Marcelo Menasché, Ernesto Morales, Hugo Mac Dougall, Enrique Molina, Enrique Mouchet, Martha Mosquera, Julio Noé, Victoria Ocampo, María Rosa Oliver, Silvina Ocampo, Nicolás Olivari, Carlos Olivari, Arturo Orzábal Quintana, León Ostrov, David F. Prando, Julio Payró, Ulises Petit de Murat, Alberto Prando, Manuel Peyrou, Sixto Pondal Ríos, José Portogalo, Tilde Pérez Pieroni, Francisco Romero, Pablo Rojas Paz, Octavio Rivas Rooney, Luis Reissig, Alberto A. Boveda, Ricardo Sáenz Hayes, Ernesto Sabato, Isidoro Sagüés, Marisa Serrano Vernengo. Osvaldo Svanascini, Jorge Thénon, César Tiempo, Amado Villar, D. J. Vogelmann, Juan Rodolfo Wilcock, Álvaro Yunque. Fuente: La Prensa, Buenos Aires, viernes 1º de febrero de 1946.

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Humor antiperonista.

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1945 - 1946 En 1948, dos libros retoman la discusión sobre el Martín Fierro y la gauchesca para pensar nuevamente la cuestión de la nacionalidad, sus orígenes y su futuro, en el marco de la situación abierta por el peronismo y la irrupción de las masas en la vida pública. El filósofo Carlos Astrada lo hará a través de El mito gaucho, un ensayo donde relaciona cultura, naturaleza e historia retomando la cosmogonía gauchesca y

proyectándola positivamente sobre el peronismo; el ensayista Ezequiel Martínez Estrada, por su parte, publica Muerte y transfiguración de Martín Fierro, un monumental trabajo crítico destinado a demostrar el modo en que el rebelde personaje de José Hernández había terminado siendo objeto de un culto nacionalista y patriótico. A continuación, se reproducen algunos fragmentos de ambos libros.

EL MITO GAUCHO POR CARLOS ASTRADA Misión argentina de Martín Fierro De su extrañamiento vuelve Martín Fierro, rico de experiencia, de una sabiduría decantada en solitaria meditación, durante su permanencia en el desierto. Con los sobrios principios de la cosmogonía gaucha, integrando su visión total del mundo y de la vida, trae también, del todo madurado, cristalizado en verdades de densidad y justeza aforísticas, su ideario político. Toda una concepción estructural de la comunidad argentina, en sus líneas esenciales y permanentes, constituirá su clarividente mensaje patriótico, elemento medular del mito que él encarna y transmite ejemplarmente. La cosmovisión política consta de dos partes, una negativa, crítica, en la que son expuestos sin eufemismos, los males, vicios y corruptelas que desvirtuaron nuestras instituciones, atentaron contra las normas de la convivencia social y estuvieron a punto de torcer el rumbo de la vida argentina, aleján-

dola de su fuente mítica, de lo vernacular, que le daba fuerza y dirección; y otra positiva, constructiva, que traza los lineamientos básicos de la comunidad nacional, aquellos que derivan de sus esencias históricas, del mandato del comienzo creador que la trajo a la vida y del impulso del mito que la informa. Incurre, pues, en craso error Menéndez y Pelayo cuando piensa que el genial intérprete de Martín Fierro, nuestro poema épico, sólo se inspira en un propósito de “reforma social”, o sea, en lo históricamente contingente de un estado social y político, en un fenómeno adjetivo y transitorio. Porque ha examinado el poema con anteojeras de erudito, no ha visto en él lo esencial, y de aquí que lo juzgue superficialmente, al afirmar que el pensamiento de reforma social resulta más visible de lo que convendría a la pureza de la impresión estética, defecto que crece sobremanera en la segunda parte intitulada La vuelta de Martín Fierro. La misión argentina de Martín Fierro se cumple en dos etapas, separadas entre sí por

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la ausencia del protagonista, por su obligado alejamiento del terruño, todo un símbolo, y también lección condenatoria de un estado de cosas y de sus responsables, la minoría a cuyo cargo estaba el regimiento del país; primero la hostilidad y la injusticia cuya consecuencia sería la expatriación, recurso inevitable si había de salvar su libertad, bien que siempre impone al hombre los mayores sacrificios; después, el retorno, el reencuentro con la patria, con sus dolores, pero ya en el plano del enjuiciamiento crítico, y en el superior de la visión instauradora, es decir, teniendo por norte el ideal de la comunidad argentina, que no es otro que el reconocimiento de sus valores permanentes, de su esencia, cimentada ya en los orígenes, y la decisión de servirlos y realzarlos con fidelidad y amor. De aquí la articulación del poema en dos partes, cuya correlación es intrínseca. En la segunda, que contiene los relatos del hijo mayor de Martín Fierro, de Picardía y del hijo menor y los “consejos” de aquel a sus hijos, hay una apreciación crítica (los relatos), a la que hemos ya aludido, expresiva de un profundo disconformismo con relación a la realidad política y social. Las cosas están mal para el argentino autóctono; en un ambiente que comienza a ser el de una factoría en expansión, él representa muy poco dentro del cuadro de necesidades reguladas por el interés forastero, que, instrumentando los servicios de la clase dirigente, canaliza vías y monta artilugios legales, para dominar –colonizar– sin fricciones ni sobresaltos. Leyes e instituciones parecen hechas para facilitar la persecución del gaucho y el desconocimiento sistemático de sus derechos, imponiéndole sólo obligaciones. Como nos dice Lugones, el gaucho “como hijo de la tierra, tuvo todos los deberes, pero ni un solo derecho, a pesar de las leyes democráticas”. Se lo trata como a un paria, con todo rigor, cuando, después de haberse desangrado por

la patria, todavía es la carne sufrida en los cuadros de la Guardia Nacional y en el servicio de defensa de la frontera con el aborigen; también es número computable en las votaciones canónicas y regimentadas –farsa electoral– de los gobiernos imperantes. La movilización eleccionaria que se hacía de él, en desmedro de su ingénita altivez, era el procedimiento más indicado para embotar y envilecer el arraigado sentimiento que tenía el gaucho de su autonomía personal, la mejor prenda que puede exhibir el argentino de hoy, y a quien él se la ha legado intacta; por este camino lo llevaron al indiferentismo y a la apatía cívica. Sobre esta penosa situación y la causa que la ha producido, escribe, también con acierto, Lugones: “¡La política! He aquí el azote nacional. Todo lo que en el país representa atraso, miseria, iniquidad, proviene de ella o ella lo ha explotado, salvando su responsabilidad con la falacia del sufragio. La situación del gaucho ante esa libertad de pura forma cuyo fruto es la opresión legalizada del que la ejerce, Martín Fierro va a formularla”: Él nada gana en la paz Y es el primero en la guerra; No le perdonan si yerra, Que no saben perdonar, Porque el gaucho en esta tierra Sólo sirve pa votar. Y a la protesta por la incomprensión e injusticia de que es objeto, por parte de los que desoyen su queja, pone contera la estrofa siguiente: Para él son los calabozos, Para él las duras prisiones En su boca no hay razones Aunque la razón le sobre; Que son campanas de palo Las razones de los pobres.

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1945 - 1946 No es detrás de la “falacia” del sufragio, de acuerdo a un concepto meramente formal de este, y, por tanto insuficiente, que se oculta la irresponsabilidad de la mala política, como pensaba Lugones, sino detrás de la parodia del sufragio, como recurso de una democracia que no podía ser efectiva porque estaba mediatizada por intereses económicos extranjeros, ya que se la había organizado, en la funcionalización de su estructura legal, para encadenar el país a una indefinida servidumbre colonial.

Muerte y renacimiento del gaucho Lugones parece establecer una relación de dependencia recíproca entre aquella parodia electoral, las elecciones oficializadas, y la supervivencia del gaucho, su psicología, sus costumbres. De aquí que afirme: “…y como significativo fenómeno, la desaparición de aquel atraso viene a coincidir con la suya”. No habría en la sincronización de ambas cosas más que una mera coincidencia, pues, como ya lo hemos indicado, el “sistema” eleccionario, entonces vigente, no sólo no se conformaba con la índole y la vocación del gaucho, hombre fundamentalmente libre, y celoso de su autonomía personal, también en lo político, sino que las escarnecía, al atentar contra todo aquello –cualidades positivas de su carácter– en que cifraba su dignidad, llevándolo a ese estado de altiva indiferencia cívica, en que se recató. Piensa Lugones que el gaucho ha desaparecido, y que su desaparición es necesaria consecuencia del progreso social, por ser él producto supérstite del pasado, es decir, extraño ya a las nuevas condiciones de vida, informadas por el incremento de la técnica y otra clase de economía. Se duele de que una figura de perfiles tan recios y nobles no haya tenido fuerzas para sobrevivirse y prosperar, pero, invocando, con un alcance que no tiene, esa ley del progreso, noción cara al

superficial positivismo sociológico, agrega: “No lamentemos, sin embargo, con exceso su desaparición. Producto de un medio atrasado, y oponiendo a la evolución civilizadora la renitencia, o mejor decir, la incapacidad nativa del indio antecesor, sólo la conservación de dicho estado habría favorecido su prosperidad”. Lo que, en realidad, ha desaparecido, tras haber hecho su ciclo en medio de la adversidad, es una promoción histórica del gaucho, una expresión suya, adscripta al espíritu y a la modalidad social y política de una época, porque el gaucho mismo, contemplado en su estructura arquetípica, como alma, como estilo gentilicio, como módulo biológico y ontológico, sólo se ha metamorfoseado, para adaptarse al clima histórico de un nuevo estado de cosas, a la nueva fisonomía de la nación, esfuerzo que supone el proceso correlativo, de adaptación, con respecto al ser en mutación y devenir –el gaucho–, de la civilización técnica y material, de sus artilugios y valores instrumentales, a su índole esencial, a su plasma vital, a la entrañada pauta de su destino anímico. Sólo que este último aspecto –el fundamental– del proceso adaptativo suele pasar innotado, dándoselo por inexistente, por los que juzgan el fenómeno ateniéndose a los falsos y superados esquemas del evolucionismo darwinista y spenceriano. Ha periclitado, sin duda, una modalización histórica del gaucho, pero su esencia seguirá latiendo en toda empresa que pueda y deba llamarse argentina. Sus rasgos típicos, inmanentes en el argentino autóctono y hasta en la descendencia criolla, que en el pasado cuajaron no sólo en un ethos original, sino incluso en el aspecto físico y en la indumentaria, todavía no han logrado revestir nueva forma, atuendo colectivo, dentro de la modificada situación del país. Porque no lo vemos en su estampa clásica, creemos que el gaucho ha desaparecido del todo. Pero, si el argentino de hoy afina un poco su mirada introspectiva, verá al gaucho, y lo verá presente en

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el arte y las letras, y dispuesto a señorear, con sobrada aptitud, todas las modernas instrumentaciones de la técnica. Su tipo humano se reitera, y transformado, a tono con las exigencias de la época, sigue otorgando continuidad al alma nacional, prospección a lo raigalmente nuestro. Es cierto que estuvo a punto de irse del todo cuando, por la fuerza aluvional del aporte inmigratorio, colonizador, la patria comenzó a adquirir una fisonomía gringa. Y a buen seguro ella habríase convertido definitivamente en una factoría, en un emporio para mercaderes en franquía, si el alma gaucha, retraída en sus pliegues más íntimos, reconcentrada en la callada fuerza de su mito, no hubiese seguido alentando como potencia oculta e insobornable. Ya cuando Hernández lo asió del fleco de su poncho, empezaba a semejar una silueta desvanecida entre los últimos horizontes de la pampa. Su apoteosis, su glorificación, en el poema, no es una elegía, sino el retorno –“la vuelta”– del que parecía irse para siempre, su palingenesia anímica. Lugones, valorando el Martín Fierro sólo en su dimensión estética, ha visto y exaltado, con acentos magníficos, la estampa romántica y épica de una promoción del gaucho, que, no obstante ser la de la gesta heroica, conoció el desamor y la ingratitud, encaminándose a su ocaso sin una protesta, como si el premio a su sacrificio consistiese para ella, únicamente en su propia nobleza. “El gaucho aceptó –nos dice Lugones– su derrota con el reservado pesimismo de la altivez. Ya no necesitaba de él la patria injusta, y entonces se fue el generoso. Herido al alma, ahogó varonilmente su gemido en canciones. Dijérase que lo hemos visto desaparecer tras los collados familiares, al tranco de su caballo, despacito, porque no vayan a creer que es de miedo, con la última tarde que iba parpadeando como el ala de la torcaz, bajo el chambergo lóbrego y el poncho pendiente de los hombros en decaídos pliegues de bandera a media asta”.

Murió porque era su destino renacer; de declinación y muerte se nutren todos los renacimientos, que son siempre, cuando se ha perdido el hilo de la fluencia, un volver a la fuente, un retomar paradigmas originarios, cuando se ha borrado la impronta del modelo. Hernández, a través de la encarnación simbólica de Martín Fierro, nos descubrió el arquetipo, instaurándolo en la renovada prospección de su ejemplaridad. Con ella izó el pendón del mito gaucho, no para su época o la siguiente, sino para siempre. Ya lo dijo el gran poeta, Hölderlin: “Se agota la corriente, pero hace –memoria el mar y recuerda–, y el amor clava los ojos, diligente, mas lo que perdura, lo instauran los poetas” (“Ausgehet der Strom. Es nehmet aber –Und giebt Gedächtnis die See–, Und die Lieb’auch hefter fleissig die Augen. Was bleibet aber, stiften die Dichter”). Lo que perdura, lo instauran los poetas, nos lo revelan, mediante la esencia, fundadora, del logos poético, en su verdadero ser. Es así, podemos decir, que el gaucho se fue, para volver y devenir, por el estro del poeta, presencia constante, comienzo, continuidad y fin de aquello que, para los argentinos, será siempre memorable y donde, si hemos de llegar a ser lo que somos, tenemos que extraer memoria y vida. El intérprete de Martín Fierro sabía, por haber llegado hasta esta presencia monitoria y evocándola con amor, que también sobrevivirá en su luz, quedando, para siempre, acogido a su numen: me tendrán en su memoria para siempre mis paisanos.

Las dos muertes de Vizcacha Enfermó Vizcacha y, al agravarse, se llamó a la curandera, pero ya no había nada que hacer, y esta “en cuanto lo vio”, dijo: “Este no aguanta el sogazo; muy poco le doy de plazo”

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1945 - 1946 Después de larga y mortificada agonía, en la que pedía al diablo, al verdadero Diablo, “que lo lleve al infierno”, expiró Vizcacha. Vino el “alcalde” a hacer el inventario de los efectos que había dejado –verdadero escrutinio de lo que fue pertenencia de un Sancho culposo–, y el resultado del mismo aportó la rotunda confirmación de que el Viejo Vizcacha siempre trabajó por cuenta ajena, de otros, de su lejano mandante, como testaferro de los intermediarios de este, y que las cosas de su propiedad – su estado financiero– eran el producto, de muy poca monta, de sus consuetudinarias raterías. Entre el bric-á-brac que atesoraba, había “guascas”, lazos, “recaos”, tarros de sardinas, ollas, frenos, “estribos quebraos”; es decir, parecía un coleccionista enciclopédico, lo que suele definir la cultura en los miembros del Rotary Club, faltando sólo las medallas conmemorativas y demás chatarra “histórica”. Terminado el inventario, y aún insepulto Vizcacha, le notificó el alcalde al hijo segundo de Fierro: “Vos serás el heredero y te harás cargo de todo. (…) Voy a nombrar albacea uno de los circunstantes.” Pero fresco aún estaba en la memoria del pupilo el cuento de la guarda de la herencia que le dejó la tía: ¡Bendito Dios! pensé yo: ando como un pordiosero, y me nuembran heredero de toditas estas guascas: ¡quisiera saber primero lo que se han hecho mis vacas! Y se largó a ambular, a gozar de su libertad, dispuesto a eludir al juez, “de miedo de otro tutor”, pues tenía muy presente las palabras de aquel, con motivo de los auténticos bienes de que, en teoría, era legítimo beneficiario:

“Yo cuidaré”, me había dicho, “de lo de tu propiedá; todo se conservará, el vacuno y los rebaños hasta que cumplas treinta años en que serás mayor de edá”. Su caso es el mismo del pueblo argentino, pues si recién ¡a los treinta años! sería mayor de edad, este, condenado indefinidamente a minoridad (pueblo joven, necesitado de administradores, de fuera, y tutores, de dentro), tuvo que resolverse, contra la voluntad del mandante efectivo y los buenos oficios de sus agentes nativos, a asumir, por propia decisión, su mayoría de edad. El óbito de Vizcacha fue una truhanería de pícaro; reencarnó en su progenie política, para seguir proyectando su sombra –la sombra del manzanillo o la “del árbol que tiene leche”– sobre la vida argentina, pero esto también tendría un límite. En un día de octubre de la época contemporánea –bajo una plúmbea dictadura castrense–, día luminoso y templado, en que el ánimo de los argentinos se sentía eufórico y con fe renaciente en los destinos nacionales, aparecieron en escena, dando animación inusitada a la plaza pública, los hijos de Martín Fierro. Venían desde el fondo de la pampa, decididos a reclamar y a tomar lo suyo, la herencia de justicia y libertad legada por sus mayores. Ante esta inesperada presencia, el albacea político y espiritual de Vizcacha, la llamada oligarquía –ya en grave crisis, y empeñosamente asistida por un curandero del Norte, con facha e ínfulas de matarife– se palpó el cuerpo, buscándose, en vano, el corazón, y con susto y sin gloria, sin un gesto viril, sucumbió, pero no de muerte natura.

Fuente: Carlos Astrada, El mito gaucho, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2006, pp. 119-125 y 134-136.

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MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE MARTÍN FIERRO POR EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA

Lo gauchesco en el intento no viable de una gran literatura El ramal de la poética gauchesca muere, absorbido por las arenas del desierto, a través de su última metamorfosis natural, en las novelas de Eduardo Gutiérrez y en el teatro de Podestá, Fontanella, Coronado. ¿Por qué ese tipo de gran literatura sucumbe tan miserablemente en una caricatura grotesca? La mitificación de Martín Fierro en héroe de cuchillo condujo a ese fin. No podía ser destruido en su ley, pero sí se le podía cargar de una investidura heroica, hacer de él un dechado de coraje, altivez, hidalguía. No podía permitírsele su existencia real, sino que era preciso hipostasiar fama y gloria, es decir, transferirlo al plano de la admiración patriótica en calidad de variante correlativa del héroe. El mismo admirador del pobre Martín Fierro en el Poema se dejó llevar a los altares de esa consagración, porque carecía a su vez del sentido heroico y trágico de la vida cotidiana. El análisis de este proceso de mitificación sería extemporáneo aquí, pero debo proclamar que es el tema de mayor importancia para un estudio a fondo de nuestra literatura y de nuestra vida nacional. Sucintamente, pueden señalarse algunas causas del hecho de que los poemas gauchescos no hayan tenido otro valor mejor que el de ejemplares pintorescos y curiosos. Esos poemas, los relatos de los Viajeros Ingleses y las obras de Hudson constituyen una gran literatura; una gran literatura marginal, fuera del texto de lo

que gustamos leer. En primer término, era imposible dignificar al gaucho, pues precisamente los poemas lo habían envilecido y menoscabado al eliminar de su horizonte toda posibilidad de elevarse sobre el nivel de vida del individuo de las sociedades primitivas. Querer hacer un héroe de Martín Fierro a costa de su destreza de peleador era dar directamente en su doble: Juan Moreira. Así empequeñecido y envilecido el gaucho, no resultaba un ente paradigmático, sino un pobre ser desvalido, víctima de un estado social abominable. Lo que no tolerábamos era el estado social abominable, que deformaba al gaucho, y por eso concluimos no tolerándolo a él. Para crucificarlo, antes lo coronamos como a un rey. Era preciso optar entre ese estado social y político abominable o su víctima. Mitificar a Martín Fierro, abstraerlo de ese mundo, era olvidar ese mundo, cerrar los ojos ante su triste espectáculo. Pero individuo y medio son inseparables en los poemas gauchescos: no era posible desglosar al personaje, salvando a la sociedad pervertida que lo “indignificó”, sin negar la veracidad de los materiales etnológicos recogidos. El rechazo del gaucho y de la literatura gauchesca, su conversión en lectura amena, significa lo mismo que la revalidación de un estado social imperfecto. A no ser que se suponga que, desaparecido el gaucho, ha desaparecido lo gauchesco. Era preferible considerar al desdichado como un ente alzado contra las leyes civiles y morales, y olvidar el contexto ambiental, que es lo que hace Eduardo

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1945 - 1946 Gutiérrez sirviendo, sin quererlo conscientemente, a la causa de los que preferían al héroe sin su ambiente, al forajido sin la injusticia social, que podía suplantarse con la injusticia del funcionario, como solemos hacer en nuestro juicio de la vida política nacional. Eso es el Juan Moreira: una obra que reemplazó la injusticia social, el desorden gubernamental, con la injusticia personal del funcionario, la mala política con el mal político, la causa verdadera con uno de sus agentes ejecutivos. La conversión que realizan la novela y el drama ya la realizaba el lector por sí en la lectura, si estaba conforme con el estatus que en el Martín Fierro es el verdadero deus ex machina de la tragedia de todos los personajes que allí intervienen –presentes y ausentes–; y la novela policíaca y el melodrama de circo consuman esa venganza de una buena sociedad, bien vestida y bien mantenida, que se encontraba mortificada al escuchar que un peón de estancia echaba sobre sus hombros el peso de la culpa de sus crímenes. En segundo término, faltaba el contexto de una literatura popular, de un pueblo en la literatura; faltaba la costumbre de la lectura sensata bien hecha, de filólogos, de libros y hechos, dentro de cuyo contexto cupieran como piezas del montaje general esos poemas gauchescos. Ese estatus de cultura literaria efectiva existía sólo, fuera de esos poemas, en las crónicas de los Viajeros Ingleses, en algunas Memorias escritas con patriótica franqueza, y en las pocas grandes obras que dejaron los proscriptos. Mas no formaban un estado firme y continuo, sino piezas sueltas que se articulaban con la realidad real del país pero no con la realidad irreal que vivimos –muy cómodos, por cierto. Cuando algunos escritores extranjeros señalan que entre nuestra literatura y la vida nacional no hay congruencia –Azorín–, es decir, relación viva, se nos se-

ñala al mismo tiempo que hay congruencia y relación viva entre esa literatura de curso legal y la vida nacional que hemos decidido ver y pensar. Si la literatura gauchesca y la de los proscriptos reflejaban esa realidad omitida en los libros de la cultura urbana, entonces: o esa realidad ha cambiado y los poemas están fuera de época y de foco, o esa realidad en sus invariantes históricos, psicológicos, económicos y políticos subsiste –naturalmente, sublimada– y los poemas gauchescos siguen conteniendo, como el Facundo, el diagrama de las líneas de fuerza. De modo que al reducir esos poemas a piezas curiosas y pintorescas de lectura deleitosa, reducimos los invariantes históricos a un todo fuera de la conciencia de la realidad. A falta de una historia y una literatura correlativas, esos poemas debieron haber creado esa conciencia, y esa conciencia, los valores efectivos de los poemas. Establecer, en fin, un nexo vivo entre el sentir y el pensar lo nuestro y las cosas de nuestro mundo. Sin una literatura de fondo; sin por lo menos centenares de obras escritas y profusamente leídas, con el mismo propósito de explorar nuestra realidad, el Santos Vega de Ascasubi, el Facundo, el Martín Fierro, El matadero, Amalia, muchas obras de Hudson y los informes de los Viajeros Ingleses, sumados a lo que escribimos no pasan de ser cuerpos extraños en el organismo de nuestra literatura. Pero esas obras están “desterradas”, fuera del juego, y el sentido vivo de nuestra realidad es una visión propia del desterrado, del hombre fuera del malicioso juego admitido por convención general como lícito. El olvido de la obra equivale a la extranjería del autor. La extraterritorialidad de aquellos poemas y de las obras “que respondieron a una realidad que ya no existe” equivale al repudio del autor que, observando el juego, denuncia las trampas que unos a otros se hacen con recíproca indulgencia.

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Creo que estas dos reflexiones bastan para explicar por qué el populacho adoptó los poemas gauchescos, y sobre todos al más triste y acusador, mientras que los centros de la cultura oficializada, el cenáculo de los servidores del gobierno más que del país, los rechazaron o los desfiguraron al considerarlos como meras piezas arqueológicas de lingüística, de literatura ingeniosa, de muestrario de lo malo que fue el pasado y de lo bueno que es el presente. Aun en nuestros días, esos poemas no han penetrado en las esferas superiores sino por el empuje, no siempre exento de intención patriótica, de hombres de suficiente solvencia literaria; pero adviértase que su admisión ha sido condicional, pues esos hombres de solvencia literaria han tenido buen cuidado de desbrozar la maleza ecológica que recubría al héroe para ponerlo, limpio y fulgente, al flanco de los paladines de las gestas. Así se los petrificó para decorar las salas de la Academia; y así, otra vez, la “toma” directa se convierte en un “negativo”, y por exaltación del personaje se le desencaja de la realidad social en que tenía toda su grandeza, acomodándolo en un sarcófago. De donde podemos decir que para matar a Martín Fierro, que era un testigo impertinente, hubo de destruírselo por su conversión en mito heroico y patriótico. Para que vuelva a vivir no basta resucitarlo: hay que transfigurarlo.

Fuente: Ezequiel Martínez Estrada, Muerte y transfiguración de Martín Fierro, Rosario, Beatriz Viterbo, 2005, pp. 267-270.

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1947 - 1949 Entre 1947 y 1949, el gobierno de Perón impulsa dos medidas que implican cambios “estructurales” en la política argentina. Por un lado, la ley del voto femenino, que reconoce el derecho de las mujeres al ejercicio pleno del sufragio, un derecho político fundamental. Esta ley recoge una larga historia de luchas que venían llevándose a cabo desde principios del siglo xx, con el movimiento de las sufragistas. Por otro lado, se lleva adelante la reforma de la Constitución Nacional, que encontró en Arturo Sampay a un ideólogo destacado y en el radical Moisés Lebensohn a uno de los críticos y antagonistas más agudos. La nueva Constitución asegura la reelección presidencial e incorpora un conjunto novedoso de derechos sociales, entre los que se cuentan los derechos de los trabajadores. Además, en su artículo 40, sostiene que el horizonte de legitimidad de la propiedad privada es el bien común, lo que implica que su reconocimiento depende de que no colisione con el bienestar social. Ambas leyes causan profundas discusiones entre los distintos actores políticos puesto que, en buena medida, lo que se debate es cuál es el sentido y la naturaleza de una verdadera democracia.


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Eva Perón anuncia la ley del voto femenino 13.010 El 23 de septiembre de 1947, en Plaza de Mayo, Eva Perón debuta en el balcón de la Casa Rosada con un discurso ante una multitud convocada por la CGT para celebrar el voto femenino.

Mujeres de mi Patria: Recibo en este instante, de manos del Gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo, ante vosotras, con la certeza de que lo hago, en nombre y representación de todas las mujeres argentinas. Sintiendo, jubilosamente, que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria. Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos una larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también, alegre despertar de auroras triunfales!…Y esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional, sólo ha sido posible en el ambiente de justicia, de recuperación y de saneamiento de la Patria, que estimula e inspira la obra de gobierno del general Perón, líder del pueblo argentino. Mis queridas compañeras: Hemos llegado al objetivo que nos habíamos trazado, después de una lucha ardorosa. Debimos afrontar la calumnia, la injuria, la infamia. Nuestros eternos enemigos, los enemigos del pueblo y sus reivindicaciones, pusieron en juego todos los resortes de la oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector de la prensa al servicio de intereses antiargentinos, se ignoró a esta legión de mujeres que me acompañan; desde un minúsculo sector del Parlamento, se intentó postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida gracias a la decidida y valiente actitud de nuestro diputado Eduardo Colom. Desde las tribunas públicas, los hombres repudiados por el pueblo el 24 de febrero, levantaron su voz de ventrílocuos, respondiendo a órdenes ajenas a los intereses de la Patria. Pero nada podían hacer frente a la decisión, al tesón, a la resolución firme de un pueblo, como el nuestro, que el 17 de octubre, con el coronel Perón al frente, trazó su destino histórico. Entonces, como en los albores de nuestra independencia política, la mujer argentina tenía que jugar su papel en la lucha. Hemos roto los viejos prejuicios de la oligarquía en derrota. Hemos llegado, repito, al objetivo que nos habíamos trazado, que acariciamos amorosamente a lo largo de la jornada. El camino ha sido largo y penoso. Pero para gloria de la mujer, reivindicadora infatigable de sus derechos esenciales, los obstáculos opuestos no la arredraron. Por el contrario, le sirvieron de estímulo y acicate para proseguir la lucha. A medida que se multiplicaban esos obstáculos, se acentuaba nuestro entusiasmo. Cuando más crecían, más y más se

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agigantaba nuestra voluntad de vencer. Y ya al final, ante las puertas mismas del triunfo, las triquiñuelas de una oposición falsamente progresista, intentó el último golpe para dilatar la sanción de la ley. La maniobra contra el pueblo, contra la mujer, aumentó nuestra fe. Era y es la fe puesta en Dios, en el porvenir de la Patria, en el general Perón y en nuestros derechos. Así se arrancó la máscara a los falsos apóstoles, para poner punto final a la comedia antidemocrática. Pero… ¡bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria!… ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios oligárquicos y la negación nacional! Factores negativos que ignoran al pueblo, que desprecian al trabajo y trafican con él, incapacitados para comprender sus reservas combativas. Esas mentiras, esos obstáculos, esa incomprensión, retemplaron nuestros espíritus. Y hoy, victoriosas, surgimos conscientes y emancipadas, fortalecidas y pletóricas de fe en nuestras propias fuerzas. Hoy, sumamos nuestras voluntades cívicas a la voluntad nacional de seguir las enseñanzas dignificadoras y recuperadoras de nuestro líder, el general Perón. Marchamos con las vanguardias del pueblo que labrará desde las urnas el porvenir de la Patria ansiando una Nación más grande, más próspera, más feliz, más justiciera y más efectivamente argentina y de los argentinos. He recorrido los viejos países de Europa, algunos devastados por la guerra. Allí, en contacto directo con el pueblo, he aprendido una lección más en la vida. La lección ejemplarizadora de la mujer abnegada y de trabajo, que lucha junto al hombre por la recuperación y por la paz. Mujeres que suman el aporte de su voluntad, de su capacidad y de su tesón. Mujeres que forjaron armas para sus hermanos, que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y el heroísmo. Mis queridas compañeras: ¡Inspirémonos en su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber, como lo es el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio, que nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir. Mejor dicho, de saber elegir, para que nuestra cooperación empuje a la nacionalidad hacia las altas etapas que le reserva el destino, barriendo en su marcha los resabios de cuanto se oponga a la felicidad del pueblo y al bienestar de la Nación. ¡Con nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y no habremos de renunciar a ella! La experiencia de estos últimos años, que puso frente a frente la reprimida vocación nacional de justicia económica, política y social, y los viejos caciques negatorios de los derechos populares, ha de servirnos de ejemplo. En momentos de gravedad, los hombres argentinos supieron elegir al líder de su destino e identificaron en el general Perón todas sus ansias negadas, vilipendiadas y burladas por la oligarquía sirviente de intereses foráneos. ¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer otra cosa que no sea consolidar esa histórica conquista? ¡Yo digo que no! ¡Yo proclamo que no! Y yo les juro que no, a todas las compañeras de mi Patria. El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas, en el trabajo y en el milagro repetido de la creación. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 ¡Bordamos los colores de la Patria sobre las banderas libertadoras de medio continente! ¡Afilamos las puntas de las lanzas heroicas que impusieron a los invasores la soberanía nacional! Fecundamos la tierra con el sudor de nuestras frentes y dignificamos con nuestro trabajo la fábrica y el taller. Y votaremos con la conciencia y la dignidad de nuestra condición de mujeres, llegadas a la mayoría de edad cívica bajo el gobierno recuperador de nuestro jefe y líder, el general Perón. Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional. Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción. En esta batalla por el porvenir, dentro de la dignidad y la justicia, la Patria nos señala un lugar que llenaremos con honor. Con honor y con conciencia. Con dignidad y altivez. Con nuestro derecho al trabajo y nuestro derecho cívico. Somos las mujeres, misioneras de paz. Los sacrificios y las luchas sólo han logrado, hasta ahora, multiplicar nuestra fe. Alcemos, todas juntas, esa fe, e iluminemos con ella el sendero de nuestro destino. Es un destino grande, apasionado y feliz. Tenemos para conquistarlo y merecerlo, tres bases insobornables, inconmovibles: una ilimitada confianza en Dios y en su infinita justicia; una Patria incomparable a quien amar con pasión y un líder que el destino moldeó para enfrentar victoriosamente los problemas de la época: el general Perón. Con él y con el voto, contribuiremos a la perfección de la democracia argentina. Nada más.

Fuente: Eva Perón, Discursos, compilación del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón, Biblioteca del Congreso de la Nación, Buenos Aires, 2012.

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Reynaldo Pastor contra el voto femenino El 9 de septiembre de 1947, el diputado por el Partido Demócrata Nacional Reynaldo Pastor pronuncia un discurso en el Congreso de la Nación contrario al voto obligatorio para las mujeres.

Yo pregunto a los señores diputados, cuando en plena campaña argentina, en un pequeño rancho que azotan todos los días todos los vientos, con un pequeño capital creado, en el cual mientras el hombre maneja la mancera del arado o campea sus animales en plena selva, la mujer atiende a sus pequeñuelos, contribuye a tareas como la de dar agua al pequeño rebaño, preparar la comida para todos, cuidar a sus chicos para que no corran ningún riesgo, qué hacemos nosotros cuando obligamos a que esa mujer se traslade junto con su marido a una cantidad de leguas para dar su voto, qué hace cuando no puede trasladarse durante dos, tres, cuatro días, como ocurre en muchas partes del país, porque tiene que hacerlo la víspera de un comicio, quedarse el día del comicio, regresar al día siguiente sin tener un lugar para alojarse o teniendo que dormir al raso como el hombre. Todo eso haciendo abstracción absoluta de los fenómenos fisiológicos a que está sometida la mujer y a los que no está sometido el hombre.

Fuente: Cámara de Diputados, Diario de sesiones, tomo IV, 1948, en Susana Bianchi y Norma Sanchís, El Partido Peronista Femenino, Biblioteca Política Argentina, nº 208, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1988.

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FEMINISTAS Y LA LEY DEL VOTO FEMENINO DE 1947

Aunque formalmente excluidas de la vida pública, desde fines del siglo xix las mujeres habían participado en política. Anarquistas como Virginia Bolten, socialistas como Carolina Muzzilli y Alicia Moreau de Justo, feministas como Cecilia Grierson y Julieta Lanteri, lucharon por la igualdad de derechos sociales, políticos y económicos de las mujeres. El movimiento sufragista creó organizaciones y patrocinó todo tipo de actividades para impulsar el voto de las mujeres, pero cuando este es aprobado en 1947, casi no existía, y algunas activistas y militantes sienten que se les arrebata una reivindicación histórica y una anhelada conquista. La histórica feminista y dirigente socialista Alicia Moreau de Justo extenderá años más tarde un reconocimiento hacia aquel logro.

Entrevista de Emiliana López Saavedra a Alicia Moreau de Justo, Revista Redacción

fue boicoteada y enviada a una carpeta. Palacios reprodujo el proyecto tiempo después y también fue a parar al mismo sitio. De manera que nosotras, que podríamos haber tenido el voto como primer país en América latina, tuvimos que ver a las uruguayas conquistarlo en el año 1936, a pesar de no haber tenido un movimiento feminista tan activo como el nuestro. Con esto, los conservadores creyeron que mantenían a la mujer en la casa, que no fuera a desbarrancarse por otros lados. Estaban equivocados. Todo eso estaba en el ambiente, y había muchos grupos formados y mucha agitación. El voto femenino no se materializó hasta que el peronismo comprendió todo el valor político que podía tener

“En 1931 hubo un proyecto de Mario Bravo que fue aprobado por la Cámara de Diputados, después de la acción de una comisión intersindical. En la sanción de esa ley estuvieron juntos radicales, socialistas y demócrata-progresistas, de manera que salió muy bien auspiciada. Nosotras, las mujeres socialistas nos habíamos agrupado y presentábamos peticiones y organizábamos actos y conferencias. Veíamos el gran interés de las mujeres. Pero llega la media ley al Senado y allí, donde predomina el conservadorismo,

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esa fuerza y un senador presentó el proyecto. Como tenían mayoría fue aprobado. Por otro lado, ¿quién se iba a oponer?” Y volviendo sobre la incidencia real de Eva Perón en la aprobación del proyecto, la doctora Moreau sostiene que “ella lo recibió hecho. Nunca se había ocupado del problema que yo sepa”. Sin embargo, Alicia reconoce algún sustrato en común: “Era una mujer muy rebelde. Ella quería salir de su medio, que fue lo que hizo finalmente. Después, cuando se dedicó a aliviar la situación de los trabajadores, expresaba también el mismo sentimiento de rebeldía de las que querían el sufragio”. El voto femenino estaba conquistado y de por sí el hecho implica mayores responsabilidades cívicas. Las mujeres no podrán, en sus palabras, “lavarse las manos y decir: ‘yo no voté, yo no sé nada. El país se va a la ruina y yo no tengo nada que ver’”.

Un grave contrasentido “Las maestras forman el 86 por ciento de la docencia primaria. Si las maestras son capaces de realizar tal obra, ¿por qué no votan? Si no son dignas de votar, por qué se les confía una misión mucho más importante, para la vida y el porvenir de la nación, que la acción que podrán desarrollar como electoras, pues su número es insignificante comparado con el resto del cuerpo electoral. (…) ¿Cómo pueden las maestras transmitir con fe y calor a sus alumnos esa enseñanza destinada a despertar en ellos el sentimiento de ciudadanía, de dignidad democrática, cómo pueden hacerles comprender que los espera un grande y honroso deber, que deben cumplirlo con rectitud y hacerlo respetar como si fuera la expresión de su más alto valor social, si el Estado, del cual son funcionarias, si la propia patria, les niega a ellas tal categoría? Imaginemos a nuestras maestras en todas las escuelas de la República, explicando a

los niños las disposiciones de la ley electoral. Después de mencionar la incapacidad permanente de los sordomudos y dementes, la que proviene del estado civil, eclesiásticos, soldados, etc., la que dimana de alguna condena o indignidad (delincuente, tratante de blancas, amorales, etc.), exclusiones que pueden desaparecer cambiando el estado o cumplido el castigo, tendrán que señalarse a sí mismas y agregar: nosotras, las mujeres, vuestras madres y vuestras maestras y esta incapacidad es permanente, como la demencia o la sordomudez, esta indignidad es irreparable”.

Fuente: Félix Luna, Alicia Moreau de Justo, Buenos Aires, Planeta, 1999.

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1947 - 1949 Julieta Lanteri fue una política y feminista ítalo-argentina, nacida en Briga Marittima (Italia) en marzo de 1873, y fallecida en Buenos Aires, en febrero de 1932. En mayo de 1910 organiza, junto a otras mujeres, el Congreso Femenino Internacional en Buenos Aires, donde se presentan trabajos de mujeres de todo el mundo referidos a temáticas de género como derechos civiles y políticos, divorcio, educación, cultura, economía, etc. Es el primer evento de este tipo que muestra, de manera concreta, aspectos de la organización feminista y propuestas para modificar diversas situaciones de inferioridad que vivían las mujeres argentinas y del mundo entero.

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Cuando en 1911 la Municipalidad de Buenos Aires convoca a todos los ciudadanos mayores residentes en la ciudad, que sean propietarios de un comercio o industria o que se encuentran en ejercicio de una profesión liberal y pagan sus impuestos, a actualizar sus datos en los padrones, en vistas a las elecciones municipales de legisladores, la incansable Lanteri advierte que nada se dice sobre el sexo del ciudadano. Entonces se inscribe en la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca, que es la que le corresponde por su domicilio y cuando llega el 26 de noviembre de ese año, día de las elecciones, vota en el atrio de esa iglesia. El Dr. Adolfo Saldías, presidente de mesa, se congratuló “por ser el firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en Sudamérica”.

Julieta Lanteri controlando que haya boletas de su candidatura a diputada.

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El voto femenino recién se estrenó cuatro años después de su sanción, cuando el 11 de noviembre de 1951 más de 3.500.000 mujeres votaron por primera vez en la elección que reelige a Juan Domingo Perón.

Manifestación en apoyo al voto femenino, 3 de septiembre de 1947.

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1947 - 1949 Testimonio de doña María Roldán, activista sindical en la comunidad de trabajadores de la industria de la carne de Berisso y ferviente partidaria de Juan D. Perón y Eva Duarte. Lo que sigue es un tramo de una entrevista –luego convertida en libro– que le realiza el historiador Daniel James.

El 17 de octubre de 1945 María Roldán: Desde el 17 de octubre, lo de antes fue toda charla, pero apareció Perón esa noche en Plaza de Mayo y ya fue distinto todo. La idea del 17 de octubre fue madurando. Reyes se iba en avión, a lomo de mula, en micro, como podía, y visitaba todos los sindicatos y todas las fuerzas fabriles del país, las fábricas de aceite, las fábricas de alpargatas, las fábricas de lo que sea. Planteaba que había que hacer un paro y que tenía que ser el 17 de octubre. Empezaron a gestarlo antes de que Perón fuera preso. Nosotros empezamos a saber firmemente que se iba a hacer un 17 de octubre el día 12 de octubre, el día 12 ya Reyes desapareció. “¿Adónde está?”, le decíamos a la mujer. “Está en La Rioja.” “¿Adónde está?” “Fue a Tucumán.” “¿Adónde está?” “Fue a Catamarca”, hablando a todos los sindicalistas para parar el 17, había que venir a Plaza de Mayo de alguna manera, y todo el que pudo vino, de alguna manera vino. ¿Sabe por qué fuimos ese día? A mí no me mandó nadie el 17 de octubre en plaza San Martín a pedir por Perón, pero yo sentía un dolor tremendo, yo veía a las mujeres embarazadas llorando, pidiendo por la calle. En octubre, todavía acá en el 45 había una miseria espantosa, por favor, si el sindicato no hacía más que pedir carne a las carnicerías, repartir. “¿Cuántos pibes tenés?”, tres kilos de papas. Al otro, “¿cuántos pibes tenés?”, cuatro kilos de papas. Se vivía de esa manera, remendando acá y allá lo que se podía. El 17 surgió del dolor, le vuelvo a decir, surgió de la gran pobreza, había conventillos en la Nueva York donde vivían siete u ocho familias, veinte chicos jugando en la vereda, el único patio que tenían era la vereda, ¿qué hombres pueden ser mañana? Acá salimos de Berisso con una banderita toda vieja, raída, nosotros ya teníamos el aviso de Reyes, yo hace treinta años que tengo teléfono, él me avisó por medio de otros teléfonos que ya había que salir a la calle con la gente, y las mujeres estaban casi todas avisadas que había que estar en la Avenida Montevideo. Fuimos hasta Los Talas a pie. Los Talas viene a ser como a quince o veinte cuadras de acá, y de allá nos vinimos con la bandera, de allá nos traía la policía a caballo. La policía no nos dejó tan fácil como todo el mundo dice, no, hubo gases lacrimógenos, persecuciones, de todo un poco, livianamente, pero tampoco nos dejaron ni siquiera gritar “¡viva Perón!” fuerte. Bueno, entonces fuimos caminando, caminando, y cuando llegamos al Sportsman, a dos cuadras de Swift, allí ya estaba la concentración, las calles tapadas de gente, éramos como siete mil almas, entonces en caravana, a pie. Algunas mujeres que

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ya no podían caminar las levantaba una camioneta, un camión, una moto, un auto. Llegamos a plaza San Martín. En plaza San Martín, en La Plata, estaba casi toda la provincia de Buenos Aires, estaba la plaza cubierta y todas las diagonales se veían, de allá arriba, desde donde hablé yo, que hablé en la escalinata de la Casa de Gobierno, se veía más, estaba la gente en las calles adyacentes, todo lleno, arriba de los árboles, de los balcones. Fue la toma de la Bastilla argentina, yo no la vi a la Revolución Francesa, pero para mí fue la toma de la Bastilla argentina. La gente sentía alegría, la gente no se golpeaba, no se insultaba: “La vamos a ganar, va a venir Peroncito”. Daniel James: Yo leí que en la noche hubo algunas peleas. María Roldán: Bueno, el hombre que toma, hay muchos alcohólicos, usted sabe que hay gente que toma, hubo algunos que rompieron vidrieras y sacaron cerveza, vino, nunca falta esa gente, esa gente que tomó ha discutido uno con el otro, esa es una parte muy chiquitita del pueblo, que no tiene nada que ver con los obreros decentes que se levantan a las cuatro de la mañana para estar a las cinco en el frigorífico o en su lugar de trabajo, sí ha habido de todo un poco, no se puede negar. Pero además era una gran alegría. Sí, porque se comunicaba telefónicamente que a las doce de la noche iba a estar Perón en Plaza de Mayo. Y justamente yo dije, cuando hablé en la plaza San Martín, que si Perón no estaba en Plaza de Mayo vivo y sano a las doce de la noche, los obreros seguirían de brazos cruzados, no se iba a trabajar. Después fuimos a la Plaza de Mayo. Fuimos en un camión, no sé cuántos éramos pero cuarenta personas por lo menos éramos; me acuerdo que el chofer decía “no carguen más, no carguen más que es un exceso de peso, y menores no quiero llevar”. Y todavía Ricardo Giovanelli, que era un señor que valía oro en polvo, les iba diciendo que ninguno lleve palos, que ninguno lleve armas, que ninguno lleve nada, vamos en tren de paz, vamos a esperar a Perón, esta noche lo tenemos a Perón con nosotros, y así fue. Por la tarde habremos llegado a Plaza de Mayo, refregándose con la gente, como se podía, llegamos al palco, llegamos sin botones, sin ropa allá arriba, porque era una cosa así. Hacía calor, mire en qué fecha y qué calor hacía, una euforia la gente, tiraban zapatos al aire, gorras, se sacaban la camisa, los hombres hasta acá desnudos, todos, y yo hablé unas palabras mucho antes que Ricardo Giovanelli. A Reyes no lo vimos para nada, ni acá ni en Buenos Aires. Yo dije que había llegado el momento de las reivindicaciones sociales, que los pueblos tienen sus momentos, sus fechas, su día, su hora y su minuto, y este es el minuto nuestro, las doce de la noche del 17 de octubre: “Acá tiene que llegar el coronel porque ya nosotros en el Sindicato de la Carne nos hemos juramentado todos que si él a las doce de la noche no está acá en el palco con nosotros seguiremos sin trabajar, paralizado el pueblo argentino, pase lo que pase, la vida por Perón, y miremos con mucha altura y con mucha dignidad la estatua del general San Martín, ese hombre que todo lo dio y nada recibió por la libertad, por libertar medio continente, que forjado en el bronce y en el granito por nuestros grandes escultores y escultores extranjeros, con su diestra y con su índice pareciera que nos dijera MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 ‘Cuidado, argentinos, para que sean eternos los laureles que supimos conseguir’, y digo esto porque acá se está jugando la presidencia del coronel Perón, porque acá se habla de un señor Braden que nosotros no sabemos quién es, puede ser un gran señor, puede ser un gran padre de familia, pero no es un argentino, perdón para los que no son argentinos pero yo como argentina debo hablar así, recordemos a San Martín en este momento, pidamos por sobre todo libertad, paz y trabajo, pero que ese trabajo sea remunerado para vivir todos con tranquilidad y amor”. Cosas así. Surgió espontáneamente. Y así en los tapiales, en las paredes, en donde se hacía propaganda se dibujaba un cerdo, después le escribían Braden, los muchachos argentinos tan malos también, y después en otro se dibujaba a Perón y se le dibujaba una flor al lado, todo eso me acuerdo. Había muchas canciones también, cosas que inventa el pueblo, el pueblo es magistral, pero unas canciones que al final eran pequeños poetas todos, sí, una cosa increíble, unas palabras tan acertadas que caían muy bien. Edelmiro Farrell, el general Farrell, me preguntó a mí quién era cuando yo hablé, porque a mí me tenía de la mano mi esposo y Ricardo Giovanelli. Cuando yo hablé dijo Edelmiro Farrell, el presidente de facto: “¿Quién es usted, señora?”. “Yo soy una mujer que corto carne con una cuchilla así, más grande que yo, del frigorífico Swift.” “Pero, ¿quién es?” “Me llamo María Roldan.” “Mucho gusto, señora. Ya va a venir Perón, estén tranquilos que va a venir.” Serían las once de la noche. Mire, cuando Perón llegó estaba hablando Edelmiro Farrell, lo aplaudimos, entonces Farrell dijo: “Un momento, señores, primero voy a hablar yo que todavía soy el presidente y después va a hablar Perón”. Cuando llegó Perón se abrazaron, se palmearon como militares que eran. Y cuando habló Perón empezaba y tenía que parar, empezaba y tenía que parar, no podía comunicarse con el pueblo, no lo dejaban, interrumpían. Y los bombos, era algo tan tremendo; se hicieron las cuatro de la mañana, las tres o las cuatro de la mañana, creo, y cuando le dieron un minuto de tiempo dijo: “Si me dejan hablar, muchachos, voy a hablar, y si no me voy a ir porque estoy muy cansado”. Cuando dijo al pueblo me voy a ir, hicieron silencio. Para nosotros lo más impactante, lo más grande, lo más sublime que nos pudo haber pasado como personas sindicalistas, que entonces no éramos todavía políticos, fue el 17 de octubre a la noche en Plaza de Mayo, cuando lo esperábamos a Perón. El discurso de esa noche del coronel, que venía todo agitado, todo cansado, todo mal dormido fue para nosotros, los que sabíamos que nuestra patria estaba mal, que la gente trabajadora estaba derrotada completamente, humillada si se quiere, por las patronales, no sólo en los frigoríficos, las palabras que dijo esa noche me han quedado grabadas hasta el día que Dios me llame. Porque él lo dijo con una imaginación, como si estuviera transportado: “Yo soy un mortal, yo puedo estar acá y dentro de un rato no existir más físicamente, me siento muy mal”, claro, estaba agobiado por lo que le había pasado, “pero Dios sabe querer, darme fuerzas para continuar lo que me he propuesto en la vida. Yo no les prometo nada, pero yo sé que ustedes me necesitan”.

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La gente ya estaba enloquecida. “Ustedes me necesitan y yo me voy a prestar a esta colaboración, voy a hacer dentro de lo que mi corazón de ciudadano argentino me dicte, tengo muy buenas intenciones, voy a trabajar primero para los trabajadores que son los que mueven la nación”, dijo, “y después trabajaré para todos los argentinos, pero primero para ustedes que sé cómo están, porque los he visto llorar en Trabajo y Previsión, porque los he visto de rodillas decirme ‘por favor, coronel, haga algo, no podemos más’, nunca he permitido que un hombre se arrodillara delante mío, pero ustedes lo hicieron, yo sé que el pueblo de Berisso es un paño de lágrimas, yo sé que pelean desde el año 17, porque yo no soy ningún nuevito, tengo mis años encima”. Ya era grande en aquel tiempo, Perón murió a los ochenta y tantos. “Pero voy a luchar primero por ustedes, que son los más sufridos, primero voy a levantar a los más débiles, después voy a seguir a ver si puedo levantar mi patria. Creo que voy a ser un buen dirigente”, dijo, no, un buen conductor, “pero me tienen que acompañar, muchachos y muchachas, porque hay que sacar al pueblo argentino del dolor en que está sumergido”. Y después la gente volvió al trabajo, a su lugar. Sin dormir, medio desnudos, sin zapato alguno, pero volvieron. Llegamos a Berisso a las siete de la mañana. Yo pienso que Perón sin el apoyo del pueblo no habría sido Perón. Empecemos por el 17 de octubre: si el 17 de octubre no estábamos en Plaza de Mayo y todo el pueblo en la calle, Perón se tenía que volver a la cañonera, y no sé si lo mataban o no, porque la vida de Perón estaba en un hilo, porque ya las tres Fuerzas Armadas se dieron cuenta de que el pueblo argentino estaba con Perón, que había una mayoría. No era un regalito. No, nadie regaló nada acá. Todo lo hace el pueblo. (…) Los obreros, aun el analfabeto, el que no sabe leer y escribir, entiende que él está trabajando para el patrón, que vive miserablemente con su mujer y sus hijos, que está alquilando y lo pueden desalojar en cualquier momento porque con la ley de alquileres en ese tiempo había más desalojos que inquilinatos, entonces el obrero sabía perfectamente, alcanzaba a comprender perfectamente, tal vez el más ignorante más que el más leído, que tenía que haber en las Cámaras hombres que los defendieran, que se crearan leyes nacionales del trabajo, para ser defendido, así que no es tan difícil entenderlo, el obrero necesitaba amparo, pero amparo de arriba, cuando llegábamos a Trabajo y Previsión ahí se paraba todo, esas no eran leyes terminantes de la Nación Argentina, porque no nacían de las Cámaras, entonces ellos aceptaban la doctrina porque se la leíamos, se la releíamos, había panfletos, los volvían a leer, algunos lo repetían casi de memoria y aceptaban. Con algunas compañeras resultó más difícil convencerlas. Claro, porque fue un conjunto muy feo de cosas que nos ocurrieron, en esa época mataron a los dos hermanos de Cipriano Reyes, había ese revuelo que se hace siempre cuando suceden cosas tan graves. Había simpatía por el comunismo de parte de ciertas compañeras eslavas, gente que había estado en la guerra y tenía otras ideas más avanzadas, entonces les teníamos que explicar con tranquilidad, con mucha altura, despacito, que el Partido Laborista era MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 una cosa que se creaba acá en la República Argentina simplemente para poder llevar a las Cámaras a algún hombre o mujer que nos defendiera, que llevara adelante una ley para que no nos maltratara así la alta oligarquía que había en el país, los poderosos que había en el país. Y lo aceptaron. Mire, profesor, yo la primera vez que hablé en público fue frente al frigorífico Sansinena, era un frigorífico de La Matanza, y un señor, que nunca faltan estos meteretes, me escribió lo que tenía que decir, él no sé qué era en la Legislatura, creo que barría en la Legislatura con la escoba: “Acá le traigo todo escrito, dice más o menos usted acá…”, como diciendo, esta pavota qué irá a decir. Yo lo agarré y lo tenía en la mano, y estaba en una tribuna bastante altita, me alzaron más o menos del brazo y me fui hasta allá arriba, como una escalera, y al lado un río, y me estorbaba ese papel en la mano. Cuando llegué allá arriba y vi todo ese público, que sabía que era una obrera de Berisso que iba a hablar, empezaron a aplaudir y a gritar. Con eso basta, ese es un aliciente, una inyección de optimismo. Agarré el papel que tenía en las manos y lo tiré al agua, ni me acordé quién me lo dio ni nada, porque yo en ese momento revolucioné mi cerebro para ver cómo iba a empezar a hablar. Entonces tiro el papel al río, veo toda esa gente que me mira, que me aplaude y veo unas señoras más adelante con unos ramos de flores, y reviví porque me dije “Dios está conmigo”. Entonces empecé a hablar, escuché a una persona que dijo: “Esta señora debe ser comunista”, clarito lo sentí, cuando uno es joven percibe más, y le dije: “No, querido compañero, yo soy laborista”. Porque ellos creían en esa época, porque había mujeres de ese partido que hablaban en público, algunas decían algunas cosas, los compañeros le escribían cositas y decían, allá ellas, cada uno… Entonces empecé a hablar y creo que más o menos encabecé así: “El día de hoy lo hemos dedicado a las mujeres del movimiento laborista, que nació del mismo corazón del pueblo en un memorable 17 de octubre de 1945, en ese día de felicidad y de grandeza que podríamos llamarlo el día de la toma de la Bastilla”. Pero hablaba a todo lo que daba, no así como ahora. “Ese movimiento que va marchando a pasos agigantados y que ya nadie podrá detener, porque es el capital y el trabajo que están en lucha, porque somos nosotros que queremos vivir mejor, porque los que ya tienen poder y grandeza viven mejor desde que nacieron, por eso, compañeros y compañeras, yo soy una obrera del frigorífico Swift de Berisso y tengo tres hijos, tengo mi esposo acá conmigo, quiero decirles una sola cosa, el movimiento laborista es un movimiento del pueblo, un movimiento que nació del corazón del pueblo un 17 de octubre y que nadie podrá olvidarlo, porque no salió el pueblo argentino a la calle, argentinos y extranjeros bien intencionados, a pedir a un hombre porque sí, salió porque estaba ahogado, porque ya necesitaba la tabla de salvación, salió porque no podía más vivir en la miseria, salió porque no podía más aguantar la infamia del poderoso, y nosotros no queremos ni las chimeneas ni los dólares de los señores poderoso, pero sí queremos jornales decentes para vivir con dignidad y amor, sí queremos ser respetados, por eso estamos aquí, para que la tierra sea del que

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la trabaja, para que el peón de campo, como ahora el coronel Perón ya está trabajando con el estatuto del peón, sea respetado, no que le den la fruta que cae de la planta, la fruta podrida, para que le paguen con vales en el norte argentino, para que las mujeres tengan familia, no una carpa en el medio de la calle, atendidas por una comadrona y no por un doctor, esas son mujeres argentinas, son madres argentinas, para que todos los niños vayan a la escuela, para que no tengamos analfabetos ni semianalfabetos, para que todos seamos más felices.” Y la gente respondió siempre con la misma fuerza, la misma emancipación, la misma ternura con que se le pide al compañero que se ubique, que solamente unidos, solamente de esa manera vamos a ir adelante, por eso a veces, profesor Daniel, digo yo, tanto que se hizo y tanto que se dijo del laborismo, y tanto que lo quisimos al laborismo, y que de un momento a otro desapareció, también nos conmueve grandemente, ese es un punto final como dicen ahora estos políticos radicales que no debía haber ocurrido, bueno, la verdadera historia, porque a la historia no se la puede borrar, es que de ahí del laborismo nace el Partido Único. Nosotras las mujeres laboristas hicimos hincapié para que el laborismo siguiera en pie, pero desgraciadamente fue entregado, no sabemos a quién ni qué pasó, lo que sabemos es que fuimos a nuestro local y no estaba más el letrero y no existía el local del Partido Laborista. Entonces como usted ve nosotros dimos lo mejor de nuestra vida, no solamente María Roldán, hubo hombres que vendieron el autito, la casa, hubo hasta separaciones matrimoniales por hombres que siguieron al laborismo, otros la bicicleta para poder ir a pegar carteles, y ganamos un 24 de febrero de 1946 por amplia mayoría. Justamente está en el diario El Día de hoy, los peronistas renovadores van a hacer una fiesta en La Plata y van a hablar del 24 de febrero de 1946. En esa fecha ganamos en lugares que nunca habían perdido los conservadores, creo que en Tandil les ganamos por diez mil votos, nada de cien, doscientos votos, fuimos hasta la frontera con Bolivia, las fronteras de todos lados. Con Cipriano Reyes nos quedábamos quince días en cada provincia. Cuando de repente desapareció. Había gente que lloraba, profesor, pero era fuerza mayor. Reyes se fue del Sindicato de la Carne, donde vivía con su esposa, que en paz descanse, falleció, pobre Clementina, era una santa mujer, y su hija. Se fue a La Plata, y de La Plata viajaba mucho a Buenos Aires y se nos perdía de vista, entonces nosotros, cuando se fue papá a quién recurrimos, no está papá, porque si hay algún culpable también hay que nombrarlo a ese culpable, no sé si fue culpable o lo obligó una situación a hacerlo, yo no sé. Lo cierto es que Perón lanzó el Partido Único. Reyes salió atropellándolo al presidente, hiriéndolo, que se iba a enterrar con cuatro caballos y que el Partido Único no iba a durar mucho. La propia hija me lo ha dicho a veces: “Si papá no hubiera sido tan hiriente, María, y no lo hubiera ofendido a Perón, usted sería multimillonaria y nosotros también”. Porque prácticamente nos separó un poco de Perón, es decir, yo no, porque nunca estuvo en mi ánimo, aunque él piense diferente. Pero Reyes lo agraviaba mucho. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 Perón, la clase obrera y la oligarquía En la época de Perón, le puedo decir, profesor, que Berisso fue una de las ciudades más felices de la Tierra. He visto acá a la gente muy contenta comprando, paseando, se iban a su paseíto cuando tenían sus vacaciones. Conseguimos también las vacaciones pagas, sí, fuimos paulatinamente, despacito, hoy una cosa, mañana otra, fuimos consiguiendo muchas cosas. Usted fíjese, profesor, que con Perón conseguimos turismo gratis casi, de aquí salía con unos pesos locos, se iba a Mar del Plata, se pasaba diez días y volvía, había miles de personas que no conocían Mar del Plata, miles y miles. El turismo fue una cosa grandiosa, el amparo a la vejez, la jubilación, los derechos a la ancianidad, la jubilación, que es una cosa grandiosa, la pensión. Palacios decía que había hecho todo el socialismo, macanudo, pero lo tenían todo allá con papeles amarillos viejos, encarpetados, pero las leyes las sancionó Perón, entonces ¿a quién le debemos la ley de jubilaciones en la Argentina?, a Perón, más claro hay que echarle agua. El derecho cívico de la mujer, también; los servicios sociales de los sindicatos, también. Con Perón la pasamos muy bien: turismo, los institutos geriátricos eran gratis para los viejitos que no tenían el amparo de que los limpien, los cuiden. La gente era más alegre, todos los sábados y domingos había bailes, los dos cines trabajaban acá en Berisso. La gente vestía mejor. Había gente de Berisso que no conocía Buenos Aires, cuando el gobierno de Perón la conoció. Con Perón conocíamos muchas cosas. Una media de nylon, un regio vestidito. Yo alcancé a comprar una heladera en 1947. Le cambió la vida a todo el mundo. Con Perón compramos hasta colchón nuevo. Compramos sábanas, y entonces con los créditos, todo el mundo con los créditos, una heladera, seis sillas, una mesa, una cocina, fuera de la comida diaria, todo eso era a plazos. Por ejemplo, estaban las facilidades de los plazos y que convenía porque era casi al precio de comprarlo de contado, era un plazo que beneficiaba mucho al trabajador. La libertad de decir: “Hoy vas a ir a votar vos, viejo, ¿dónde vas a votar?”, yo le decía a mi marido, “en tal parte”, “no, a mí me toca en otra escuela”, y “bueno, si querés vamos juntos primero a un lado, después al otro”. La mujer votaba, usted sabe lo que es la libertad de elegir su propio presidente. Se construyeron cuatro escuelas, se regalaba todos los años dos guardapolvos, uno cuando empezaban las clases y otro en las vacaciones de invierno, dos guardapolvos, dos pares de zapatillas por año, y empezó a dársele de comer a los niños más necesitados. Las posibilidades de nuestros hijos mejoraron. Ellos después de la escuela no pensaron entrar en el frigorífico. Casi la mayoría de las mujeres obreras ponían sus hijos en otro lado, no en el frigorífico, para salvarlos un poco de esa, nosotros sabíamos qué era eso, lo habíamos probado fehacientemente, entonces, claro que algunas chicas habrán ido, no le digo que no. ¿Sabe adónde hice entrar a mi hija con la política?, en Vialidad, con la máquina de escribir. Pobrecita, qué la voy a mandar a ese infierno, yo luché, yo.

Fuente: Daniel James, Doña María. Historia de vida, memoria e identidad, Buenos Aires, Manantial, 2004, pp. 66-79.

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Discurso de apertura de Juan D. Perón de las Sesiones de la Asamblea Constituyente El 27 de enero de 1949, el presidente Juan D. Perón pronuncia el discurso de apertura de Sesiones de la Asamblea Constituyente. Esta Asamblea, cuyas sesiones preparatorias habían comenzado tres días antes, se reúne en Buenos Aires. El 11 de marzo sanciona el nuevo texto reformado, que puede filiarse en la tradición del constitucionalismo social, y concluirá el 16 de marzo con el juramento de los constituyentes.

Señores convencionales constituyentes: En la historia de todos los pueblos hay mo­mentos brillantes cuyas fechas se celebran año tras año y en las cuales se establecen los prin­cipios y despiertan los valores que los acompa­ñarán en su vida de nación, tales fueron entre nosotros la Revolución de Mayo y su trascen­dencia americana, impulsada por nuestros ge­nerales y por nuestros soldados. Están unidas estas fechas al entusiasmo popular que les otor­ga siempre un matiz de espontaneidad propicio para cantar el triunfo o la derrota. Son las horas solemnes que gestan la historia, son los momentos brillantes que cantan los poetas y declaman los políticos, son horas de exaltación y de triunfo. Hay otras épocas en que, calladamente, los países se organizan sobre sólidos cimientos. Se las puede llamar épocas de transición, porque siempre señalan la decadencia de una era y el comienzo de otra. Pero no es esa su mayor im­portancia, sino la de que en realidad, en tales momentos, se extraen conclusiones y recapitu­lan los resultados de los hechos precedentes, para poder aplicar unas y otros al porvenir. El entusiasmo cede su puesto a la serena reflexión, pero es necesario abstraer y clasificar para po­der organizar y constituir. El resultado no de­pende de la fuerza ni del ingenio, sino del buen criterio y la imparcialidad de los hombres. Dios no ha sido avaro con el pueblo argen­tino. Hemos saboreado los momentos de emoción exaltada y hemos gustado las horas tranquilas de sedimentación jurídica. La cruzada emancipadora y la era constitu­yente son altísimos exponentes de la creación heroica y de la fundación jurídica. Permitidme que después de agradecer la invitación que me habéis hecho de asistir a este acto tan trascendental para la vida de la Re­pública, eleve mi corazón y mi pensamiento hacia las regiones inmarcesibles donde mora el genio tutelar de los argentinos, el general San Martín. (Prolongados aplausos.) San Martín es el héroe máximo, héroe entre los héroes y padre de la patria. Sin él se hu­bieran diluido los esfuerzos de los patriotas y quizá no hubiera existido el aglutinante

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1947 - 1949 que dio nueva conformación al continente america­no. Fue el creador de nuestra nacionalidad y el libertador de pueblos hermanos. Para él sea nuestra perpetua devoción y agradecimiento. Los Constituyentes del 53 habían padecido ya las consecuencias de la desorganización, de la arbitrariedad y de la anarquía. La generación del 53 era la sucesora de aquella de la Independencia, la heroica. Más que la estrategia de los campos de batalla, tenía presente la obs­cura lucha civil, más que los cabildos populares, la desorganización política y el abandono de las artes y de los campos. Había visto de cerca la miseria, la sangre y el caos, pero debía elevarse apoyándose en el pasado para ver, más allá del presente, la grandeza del futuro, y más aún, tenía que sobreponerse a la influencia extranjera, ahondar en el modo de ser del país para no caer en la imitación de leyes foráneas. Hubo de liberarse de la intransigencia de los círculos cerrados y de los resabios coloniales, para que la Constitución no fuera a la zaga de las de su tiempo. “Augustos diputados de la Nación”, nombró Urquiza a los del Congreso Constituyente, y no estuvieron por debajo de ese adjetivo, recons­truyeron la patria, terminaron con las luchas y unieron indisolublemente al pueblo y a la so­beranía, renunciando a todo interés que no fuera el supremo del bienestar de la Nación. De esta manera se elaboró nuestra Carta Magna, no sólo para legislar sino para organizar, defender y unir a la Argentina. (Aplausos prolongados.) La evolución de los pueblos, el simple trans­curso de los tiempos cambian y desnaturalizan el sentido de la legislación dictada por los hom­bres de una época determinada. Cerrar el paso a nuevos conceptos, nuevas ideas, nuevas for­mas de vida, equivale a condenar a la huma­nidad a la ruina o al estancamiento. Al pueblo no pueden cerrársele los caminos de la refor­ma gradual de sus leyes, no puede impedírsele que exteriorice su modo de pensar y de sentir y los incorpore a los cuerpos fundamenta­les de su legislación. No podría el pueblo argentino permanecer impasible ante la evolución que las ideas han experimentado de cien años acá, mucho menos podría tolerar que la persona humana, que el caballero que cada pecho crio­llo lleva dentro permaneciera a merced de los explotadores de su trabajo y de los conculcadores de su conciencia. Y el límite de todas las tolerancias fue rebasado cuando se dio cuenta de que las actitudes negativas de todos los poderes del Estado conducían a todo el pueblo de la Na­ción Argentina al escepticismo y a la postra­ción moral, desvinculándolo de la cosa pública. Las fuerzas armadas de la Nación, intérpre­tes del clamor del pueblo, sin rehuir la responsabilidad que asumían ante el pueblo mismo y ante la historia, el 4 de junio de 1943 derri­baron cuanto significaba una renuncia a la verdadera libertad, a la auténtica fraternidad entre los argentinos. (¡Muy bien! Aplausos.) La Constitución conculcada, las leyes incum­plidas o hechas a medida de los intereses contrarios a la patria; las instituciones políticas y la organización económica al servicio del capi­talismo internacional; los ciudadanos burlados en sus más elementales derechos cívicos, los trabajadores a merced de las arbitrariedades de quienes obraban con la impunidad que les ase­guraban los gobiernos complacientes, este es el cuadro que refleja vivamente la situación que existía al producirse el movimiento militar de 1943. No es de extrañar que el pueblo acompa­ñara a quienes, interpretándolo, derrocaban el régimen que permitía tales abusos. Por esto decía que no pueden cerrársele los caminos de la reforma gradual y de perfeccionamiento de los instrumentos de gobierno

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que permitan, y aun impulsen, el constante progreso de los ciu­dadanos y el ulterior perfeccionamiento de los resortes políticos. Cuando se cierra el camino de la reforma legal nace el derecho de los pueblos a una revolución legítima. La historia nos enseña que toda revolución legítima es siempre triunfante. No es la asonada ni el motín ni el cuartelazo, es la voz, la conciencia del pueblo oprimido que salta o rompe la valla que lo oprime. (¡Muy bien! Aplausos.) No es la obra del egoísmo y de la maldad. La revolución en estos casos es legítima, precisamente porque derriba el egoísmo y la maldad. No cayeron estos pulverizados el 4 de junio. Agazapados, aguardaron el momento propicio para recuperar las posiciones perdidas. Y el pueblo, esta vez el pueblo solo, supo enterrarlos definitivamente el 17 de octubre. (Aplausos pro­longados.) Desde entonces, la justicia social que el pueblo anhelaba comenzó a lucir en todo su esplendor. Paulatinamente llega a todos los rincones de la patria y sólo los retrógrados y malvados se opo­nen al bienestar de quienes antes tenían todas las obligaciones y se les negaban todos los de­rechos. Afirmada la personalidad humana del ciu­dadano anónimo, aventada la dominación que fuerzas ajenas a las de la soberanía de nuestra patria ejercían sobre la primera de nuestras fuentes de riqueza, es decir, sobre nuestros tra­bajadores y sobre nuestra economía, revelada de nuevo el ansia popular de vivir una vida libre y propia, se patentizó en las urnas el deseo de terminar para siempre y el afán de evitar el retorno de las malas prácticas y de los malos ejemplos que impedían el normal desarrollo de la vida argentina por cauces de legalidad y de concordia. El clamor popular que acompañó serenamente a las fuerzas armadas el 4 de junio y estalló pu­jante el 17 de octubre, se impuso solemne el 24 de febrero. (Aplausos prolongados.) Tres fechas próximas a nosotros, cuyo sig­nificado se proyecta hacia el futuro y cuyo eco parece percibirse en las generaciones del por­venir. La primera señala que las fuerzas ar­madas respaldan los nobles deseos y elevados ideales del pueblo argentino; la segunda representa la fuerza quieta y avasalladora de los pechos argentinos decididos a ser muralla para defender la ciudadela de sus derechos o ariete para derribar los muros de la opresión, y en la última, resplandece la conjunción armónica, la síntesis maravillosa y el sueño inalcanzado aún por muchas democracias, de imponer la volun­tad revolucionaria en las urnas, bajo la garan­tía de que la libre conciencia del pueblo sería respaldada por las armas de la patria. Desde este punto y hora empezó para la Ar­gentina la tarea de su reconstrucción política, económica y social. Comenzó la tarea de destruir todo aquello que no se ajuste al nuevo estado de la conciencia jurídica expresada tan elocuen­temente en las jornadas referidas y confirmada cada vez que ha sido consultada la voluntad popular. Podemos afirmar que hoy el pueblo argentino vive la vida que anhelaba vivir. No hubiéramos reparado en nada si para de­volver su verdadera vida al pueblo argentino hubiera sido preciso transformar radicalmente la estructura del Estado, pero, por fortuna, los próceres que nos dieron honor, patria y bandera, y los que más tarde estructuraron los basamen­tos jurídicos de nuestras instituciones, marcaron la senda que indefectiblemente debe seguirse para interpretar el sentimiento argentino y conducirlo con paso firme hacia sus grandes desti­nos. Esta senda no es otra que la libertad indi­ vidual, base de la soberanía, pero ha de cuidarse que el abuso de la libertad individual MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 no lesione la libertad de otros y que la sobe­ranía no se limite a lo político, sino que se ex­tienda a lo económico, o más claramente dicho, que para ser libres y soberanos no debemos respetar la libertad de quienes la usan para hacernos esclavos o siervos. Por el instinto de conservación individual y colectiva, por el sagrado deber de defender al ciudadano y a la patria, no debemos quedar indefensos ante cualquiera que alardeando de su derecho a la libertad quiera atentar contra nuestras libertades. Quien tal pretendiera ten­drá que chocar con la muralla que le opondrán todos los corazones argentinos. Hasta el momento actual sólo se habían enun­ciado los problemas que debían solucionarse de acuerdo a la transformación que el pueblo ar­gentino desea. Ahora la representación de la voluntad general del pueblo argentino ha ma­nifestado lo que contiene esa voluntad y a fe que no es mucho. Yo, que he vivido con el oído puesto sobre el corazón del pueblo, auscultando sus más mínimos latidos, que me he enardecido con la aceleración de sus palpitaciones y abatido con sus desmayos, podría concretar las aspira­ciones argentinas diciendo que lo que el pueblo argentino desea es no tolerar ultrajes de afuera ni de dentro ni admitir vasallaje polí­tico ni económico, vivir en paz con todo el mundo, respetar la libertad de los demás a con­dición de que nos respeten la propia, eliminar las injusticias sociales, amar a la patria, de­fender nuestra bandera hasta nuestro último aliento. (¡Muy bien! Aplausos pro­longados.) Convencido como estoy de que estos son los ideales que encarnan los convencionales aquí reunidos, permitidme que exprese la emoción profunda que me ha producido el ver que, para precisar el alcance del anhelo de los Constitu­yentes del 53, el Partido Peronista haya acordado ratificar en el Preámbulo de la Carta Mag­na de los argentinos la decisión irrevocable de constituir lo que siempre he soñado: una na­ción socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. (Prolongados aplausos.) Con la mano puesta sobre el corazón, creo que este sueño íntimo, insobornable, es el de todos los argentinos, de los que me siguen y de los que no tengo la fortuna de verles a mi lado. Con las reformas proyectadas por el Partido Peronista, la Constitución adquiere la consistencia de que hoy está necesitada. Hemos ras­gado el viejo papelerío declamatorio que el siglo pasado nos transmitió. Con sobriedad es­partana escribimos nuestro corto mensaje a la posteridad, reflejo de la época que vivimos y consecuencia lógica de las desviaciones que habían experimentado los términos usados en 1853. El progreso social y económico y las regre­siones políticas que el mundo ha registrado en los últimos cien años han creado necesidades ineludibles; no atenderlas, proveyendo a lo que corresponda, equivale a derogar los términos en que fue concebida por sus autores. ¿Podían imaginar los Constituyentes del 53 que la civilización recularía hasta el salvajismo que hemos conocido en las guerras y revoluciones del siglo xx? ¿Imaginaron los bombardeos de ciudades abiertas, los campos de concentración, las brigadas de choque, el fusilamiento de prisioneros, las mil violaciones al derecho de gentes, los atentados a las personas y los vejámenes a los países que a diario vemos en esta posguerra interminable? Nada de ello era con­cebible. Hoy nos parece una pesadilla, y los argentinos no queremos que estos hechos amar­gos se puedan producir en nuestro país; aun más, deseamos que no vuelvan a ocurrir en ningún lugar del mundo, y anhelamos que la

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Argentina sea el reducto de las verdaderas libertades de los hombres y la Constitución su imbatible parapeto. (¡Muy bien! Prolongados aplausos.) En el orden interno, ¿podían imaginarse los Convencionales del 53 que la igualdad garantizada por la Constitución llevaría a la creación de entes poderosos, con medios superiores a los propios del Estado? ¿Creyeron que estas organizaciones internacionales del oro se en­frentarían con el Estado y llegarían a sojuzgarlo y extraer las riquezas del país? ¿Pensaron siquiera que los habitantes del suelo argentino serían reducidos a la condición de parias obligándoles a formar una clase social pobre, miserable y privada de todos los derechos, de todos los bienes, de todas las ilusiones y de todas las esperanzas. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) ¿Pensaron que la máquina electoral montada por los que se apropiaron de los resortes del poder llegaría a poner la libertad de los ciudadanos a merced del caudillejo político, del patrón o del amo que con­taba su poderío electoral por el número de conciencias impedidas de manifestarse libre­mente? Hay que tener el valor de reconocer cuándo un principio, aceptado como inmutable, pierde su autoridad. Aunque se apoye en la tradición, en el derecho o en la ciencia, debe declararse caduco tan pronto lo reclame la conciencia del pueblo. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Mantener un principio que ha perdido su vir­tualidad, equivale a sostener una ficción. Con las reformas propiciadas, pretendemos correr definitivamente un tupido velo sobre las ficciones que los argentinos de nuestra generación hemos tenido que vivir. Deseamos que se desvanezca el reino de las tinieblas y de los engaños, aspiramos a que la Argentina pueda vivir una vida real y verdadera, pero esto sólo puede alcanzarse si la Constitución garantiza la existencia perdurable de una democracia verdadera y real. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) La demostración más evidente de que la conquista de nuestras aspiraciones va por buen camino, la ofrece el hecho de que se reúne el Congreso Nacional Constituyente después de transcurridos más de cinco años y medio del golpe de fuerza que derribó al último gobierno oligárquico. (Aplausos.) La acción revolucionaria no hubiera resistido los embates de la pasión, de la maldad y del odio, si no hubiese seguido la trayectoria inicial que dio impulso y sentido al movimiento. La idea revolucionaria no hubiera podido concretarse en un molde constitucional de no haber podido resistir las críticas, los embates y el des­gaste propios de los principios, cuando chocan con los escollos que diariamente salen al paso del gobernante. Los principios de la revolu­ción no se hubieran mantenido si no hubiesen sido el fiel reflejo del sentimiento popular argentino. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Muy profunda ha de ser la huella impresa en la conciencia nacional por los principios que rigen nuestro movimiento, cuando en la última consulta electoral el pueblo los ha consagra­do, otorgándoos amplios poderes reformadores. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Y de esta Asamblea que hoy inicia su labor constructiva debe salir el edificio que la Nación entera aguarda para alojar dignamente el mun­do de ilusiones y esperanzas que sus auténticos intérpretes le han hecho concebir. En este momento se agolpan en mi mente las quimeras de nuestros próceres y las inquietudes de nuestro pueblo, los episodios que han jalo­nado nuestra historia, la lucha titánica desarrollada en los casi 139 años transcurridos desde el alumbramiento MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 de nuestra patria, la emanci­pación, los primeros pasos para organizarse, las discordias civiles, la estructuración política, los anhelos de independencia total, la entrega a los intereses foráneos, la desesperación del pueblo al verse sojuzgado económicamente y el último esfuerzo realizado por romper toda atadura que nos humillara y toda genuflexión que nos ofen­diera. (¡Muy bien! Aplausos prolongados.) Todo esto desfila por mi mente y golpea mi corazón con igual ímpetu que percute y exalta vuestro espíritu. Y pienso en los fútiles subter­fugios que han opuesto a las reformas proyectadas y veo tan deleznables los motivos y tan en­vueltas en tinieblas las sinrazones, que ratifico –como seguramente vosotros ratificáis en el altar sagrado de vuestras conciencias– los ele­vados principios en que las reformas se inspiran y las serenas normas que concretan sus pre­ceptos. Y consciente de la responsabilidad que a esta magna Asamblea alcanza, os exhorto a que ningún sórdido interés enturbie nuestro es­píritu y ningún móvil mezquino desvíe nuestro derrotero, que salga limpia y pura la voluntad nacional. Así añadiréis un galardón más de gloria a nuestra patria. (Aplausos prolongados.) En los grandes rasgos de las reformas pro­yectadas por el Partido Peronista, se perfila clara la voluntad ciudadana que ha empujado nuestros actos. Cuando al crearse la Secretaría de Trabajo y Previsión se inició definitivamente la era de la política social, las masas obreras argentinas siguieron esperanzadas la cruzada redentora que de tanto tiempo atrás anhelaban. Vieron claro el camino que debía recorrerse. En el discurso del día 2 de diciembre de 1943 afirmaba que por encima de preceptos casuísticos que la realidad pueda tornar caducos el día de mañana, está la declaración de los altísimos principios de cooperación social. El objeto que con ello perseguía era robustecer los vínculos de solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el acceso a la propiedad privada, acrecer la producción en todas sus manifestaciones, defender al trabajador mejorando sus condiciones de trabajo y de vida. Al volver la vista atrás y examinar el camino recorrido desde que tales palabras fueron pronunciadas no puedo menos que preguntar a los esforzados hombres de trabajo de la patria entera, si a pesar de todos los obstáculos que se han opuesto al logro de mis aspiraciones he logrado o no lo que me proponía alcanzar. (Aplausos prolongados.) Y cotejando este programa mínimo, esbozo de la primera hora, cuando era tan fácil prometer sin tasa ni medida, ¿no es cierto que se nota una completa analogía con los rasgos esenciales de la reforma que el peronismo lleva al Congreso Constituyente? La mesura con que Dios guió mis primeros pasos es equiparable a la prudencia que inspira las reformas proyectadas. Si así no hubiese sido, tened la absoluta certeza de que como jefe del partido no hubiera consentido que se formularan. En toda mi vida política he sostenido que no dejaré prevalecer una decisión del partido que pueda lesionar en lo más mínimo el interés supremo de la patria. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Creed que esta afirmación responde al más íntimo convencimiento de mi alma y que fervientemente pido a Dios que mientras viva me lo mantenga. Había pensado en la conveniencia de presentar ante vuestra honorabilidad el comentario de las reformas que aparecen en el anteproyecto elaborado por el Partido Peronista. Desisto, sin embargo, de la idea, porque exigiría un tiempo excesivo. Por otra

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parte, la explicación se encuentra sintetizada en el propio anteproyecto y desarrollada ampliamente por mí en un discurso que ha tenido gran difusión. Señores: la comunidad nacional como fenómeno de masas aparece en las postrimerías de la democracia liberal. Ha desbordado los límites del ágora política ocupada por unas minorías incapaces de comprender la novedad de los cambios sociales de nuestros días. El siglo xix descubrió la libertad pero no pudo idear que esta tendría que ser ofrecida de un modo general y que para ello era absolutamente imprescindible la igualdad de su disfrute. Cada siglo tiene su conquista, y a la altura del actual debemos reconocer que así como el pasado se limitó a obtener la libertad, el nuestro debe proponerse la justicia. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) El contenido de los conceptos “nación, sociedad y voluntad nacional” no era antes lo que es en la actualidad. Era una fuerza pasiva, era el sujeto silencioso y anónimo de veinte siglos de dolorosa evolución. Cuando este sujeto silencioso y anónimo surge como masa, las ideas viejas se vuelven aleatorias y la organización política tradicional tambalea. Ya no es posible mantener la estructuración del Estado en una rotación entre conservadores y liberales, ya no es posible limitar la función pública a la mera misión del Estado gendarme, no basta ya con administrar; es imprescindible comprender y actuar, es menester unir, es preciso crear. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados.) Cuando esa masa plantea sus aspiraciones, los clásicos partidos turnantes averiguan que su dispositivo no estaba preparado para una demanda semejante, cuando la democracia liberal divisa al hombre al pie de su instrumento de trabajo, advierte que no había calculado sus problemas, que no había contado con él, y lo que es más significativo, que en lo futuro ya no se podrá prescindir del trabajador. (Aplausos prolongados.) Lo que los pueblos avanzan en el camino político puede ser desandado en un día; puede desviarse, rectificarse o perderse lo que en el terreno económico se avance; pero lo que en el terreno social se adelante, eso no retrocede jamás. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados.) Y la democracia liberal, flexible en sus instituciones para retrocesos y discreteos políticos y económicos, no era igualmente flexible para los problemas sociales, y la sociedad burguesa, al romper sus líneas, ha mostrado el espectáculo impresionante de los pueblos puestos de pie para medir la magnitud de su presencia, el volumen de su clamor, la justicia de sus aspiraciones. (Aplausos prolongados.) A la expectación popular, sucede el descontento, la esperanza en la acción de las leyes se transforma en resentimiento, y aquellas toleran la injusticia. El Estado asiste impotente a una creciente pérdida de prestigio, sus instituciones le impiden tomar medidas adecuadas y se manifiesta el divorcio entre su fisonomía y la de la Nación que dice representar. A la pérdida del prestigio sucede la ineficacia, y a esta la amenaza de rebelión, porque si la sociedad no halla en el poder el instrumento de su felicidad, labra en la intemperie el instrumento de la subversión: este es el signo de la crisis. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados.) El ocaso de los absolutismos abrió a las iniciativas amplio cauce, pero las iniciativas no regularían por sí mismas los objetivos colectivos, sino los privados. Mientras se fundaban los grandes capitalismos el pueblo permaneció aislado y expectante. Después, frente a la explotación, fortaleció su propio descontento. Hoy no es posible pensar orMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 ganizarse sin el pueblo, ni organizar un Estado de minorías para entregar a unos pocos privilegiados la administración de la libertad. (Prolongados aplausos.) Esto quiere decir, que de la democracia liberal hemos pasado a la democracia social. (Aplausos prolongados.) Nuestra preocupación no es tan sólo crear un ambiente favorable para que los más capaces o mejor dotados labren su prosperidad, sino procurar el bienestar de todos. Junto al arado, sobre la tierra, en los talleres y en las fábricas, en el templo del trabajo, donde quiera que veamos al individuo que forma esa masa, al descamisado (grandes y prolongados aplausos), al descamisado, que identifica entre nosotros nuestra orgullosa comprensión de los acontecimientos de este siglo, se halla hoy también el Estado. El Estado argentino de hoy tiene puestas en él su atención y preocupación. La felicidad y el bienestar de las masas son las garantías del orden, son el testimonio de que la primera consigna del principio de autoridad en nuestra época ha sido cumplida. Queden con su conciencia los que piensan que el problema puede solucionarse aprisionando con mano de hierro las justas protestas de la necesidad o los que quieren convertir a la Nación en un rencoroso régimen de trabajo forzado, sin compensaciones y sin alegrías. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Prolongados aplausos.) Nosotros creemos que la fe y la experiencia han iluminado nuestro pensamiento para permitir extraer de esa crisis patética de la humanidad las enseñanzas necesarias. Esa masa, ese cuerpo social, ese descamisado que estremece con su presencia la mole envejecida de las organizaciones estatales, que no han querido aún modificarse ni progresar, es precisamente nuestro apoyo, es la causa de nuestros trabajos, es nuestra gran esperanza y es lo que da precisamente tono, matiz y sentido a nuestra democracia social. (Aplausos prolongados.) Señores: estamos en este recinto unidos espiritualmente en el gran anhelo de perfeccionar la magna idea de la libertad que las desviaciones de la democracia liberal y su alejamiento de lo humano hicieron imposible. Cuando el mundo vive horas de dolorosa inquietud, nos enorgullece observar que lo que impulsa y anima nuestra acción es la comunidad nacional esperanzada. Conscientes de la trascendencia del momento, del signo decisivo de esta época en que nos hallamos, queremos hacernos dignos de su confianza. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Señores convencionales: termino mis palabras con las que empieza y seguirá empezando nuestra Constitución. Invoco a Dios, fuente de toda razón y justicia, para que os dé el acierto que los argentinos esperamos y la patria necesita. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.)

Fuente: Diario de sesiones de la Convención Nacional Constituyente, año 1949, tomo I: Debates y Sanción, Buenos Aires, 1949, pp. 25-30.

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Constitución de la Nación Argentina de 1949 (fragmentos) La Convención Constituyente modifica una gran cantidad de artículos y reconoce una serie de derechos que hasta ese momento no habían sido tenidos en cuenta. Las principales reformas incorporadas incluyen los derechos del trabajador, la familia y la ancianidad, el derecho a la propiedad privada con una función social y el capital al servicio de la economía nacional. El nuevo texto constitucional también sancionó el voto directo del presidente y vice, amplió el mandato de los diputados y senadores a seis años, le otorgó al Poder Ejecutivo la capacidad de veto parcial y suprimió la cláusula que prohibía la reelección presidencial inmediata.

Capítulo III Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura Art. 37. Decláranse los siguientes de­rechos especiales: I. – Del trabajador 1. Derecho de trabajar. El trabajo es el medio indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del indi­viduo y de la comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el funda­mento de la prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo ocupación a quien la necesite. 2. Derecho a una retribución justa. Siendo la riqueza, la renta y el interés del capital frutos exclusivos del trabajo humano, la comunidad debe organizar y reactivar las fuentes de producción en forma de posibilitar y garantizar al trabajador una retribución moral y material que satisfaga sus necesida­des vitales y sea compensatoria del rendi­miento obtenido y del esfuerzo realizado. 3. Derecho a la capacitación. El me­joramiento de la condición humana y la preeminencia de los valores del espíritu imponen la necesidad de propiciar la elevación de la cultura y de la aptitud profesional, procu­rando que todas las inteligencias puedan orientarse hacia todas las direcciones del conoci­miento, e incumbe a la sociedad estimular el esfuerzo individual proporcionando los medios para que, en igualdad de oportunidades, todo individuo pueda ejercitar el derecho a aprender y perfeccionarse. 4. Derecho a condiciones dignas de tra­bajo. La consideración debida al ser humano, la importancia que el trabajo reviste como función social y el respeto recíproco entre los factores concurrentes de la produc­ción, consagran el derecho de los individuos a exigir condiciones dignas y justas para el des­arrollo de su actividad y la obligación de la sociedad de velar por la estricta observancia de los preceptos que las instituyen y reglamentan. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1947 - 1949 5. Derecho a la preservación de la salud. El cuidado de la salud física y mo­ral de los individuos debe ser una preocupa­ción primordial y constante de la sociedad, a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reúna los requisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibili­dades normales del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo. 6. Derecho al bienestar. El derecho de los trabajadores al bienestar, cuya expresión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indumentaria y alimen­tación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades y las de su familia en forma que les permita trabajar con satisfacción, des­cansar libres de preocupaciones y gozar me­suradamente de expansiones espirituales y materiales, impone la necesidad social de ele­var el nivel de vida y de trabajo con los re­cursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico. 7. Derecho a la seguridad social. El derecho de los individuos a ser amparados, en los casos de disminución, suspensión o pér­dida de su capacidad para el trabajo, promueve la obligación de la sociedad de tomar unilateralmente a su cargo las prestaciones correspondientes o de promover regímenes de ayu­da mutua obligatoria destinados, unos y otros, a cubrir o complementar las insuficiencias o inaptitudes propias de ciertos períodos de la vida o las que resulten de infortunios prove­nientes de riesgos eventuales. 8. Derecho a la protección de su fami­lia. La protección de la familia responde a un natural designio del individuo, desde que en ella generan sus más elevados sentimientos afectivos, y todo empeño tendiente a su bien­estar debe ser estimulado y favorecido por la comunidad, como el medio más indicado de propender al mejoramiento del género huma­no y a la consolidación de principios espiri­tuales y morales que constituyen la esencia de la convivencia social. 9. Derecho al mejoramiento económico. La capacidad productora y el empeño de superación hallan un natural incentivo en las posibilidades de mejoramiento económico, por lo que la sociedad debe apoyar y favorecer las iniciativas de los individuos tendientes a ese fin, y estimular la formación y utilización de capitales, en cuanto constituyan elementos activos de la producción y contribuyan a la pros­peridad general. 10. Derecho a la defensa de los intereses profesionales. El derecho de agremiarse libremente y de participar en otras actividades lícitas tendientes a la defensa de los intereses profesionales, constituyen atribuciones esen­ciales de los trabajadores, que la sociedad debe respetar y proteger, asegurando su libre ejer­cicio y reprimiendo todo acto que pueda dificultarlo o impedirlo. II. – De la familia La familia, como núcleo primario y funda­mental de la sociedad, será objeto de preferente protección por parte del Estado, el que reconoce sus derechos en lo que respecta a su constitución, defensa y cumplimiento de sus fines. 1. El Estado protege el matrimonio, garantiza la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad; 2. El Estado formará la unidad econó­mica familiar, de conformidad con lo que una ley especial establezca;

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3. El Estado garantiza el bien de fa­milia conforme a lo que una ley especial determine; 4. La atención y asistencia de la madre y del niño gozarán de la especial y privilegiada consideración del Estado. III. – De la ancianidad 1. Derecho a la asistencia. Todo an­ciano tiene derecho a su protección integral, por cuenta y cargo de su familia. En caso de desamparo, corresponde al Estado proveer a dicha protección, ya sea en forma directa o por intermedio de los institutos y fundaciones creados o que se crearen con ese fin, sin per­juicio de la subrogación del Estado o de dichos institutos, para demandar a los familiares remisos y solventes los aportes correspon­dientes. 2. Derecho a la vivienda. El derecho a un albergue higiénico, con un mínimo de comodidades hogareñas es inherente a la con­dición humana. 3. Derecho a la alimentación. La ali­mentación sana, y adecuada a la edad y estado físico de cada uno, debe ser contemplada en forma particular. 4. Derecho al vestido. El vestido de­coroso y apropiado al clima complementa el derecho anterior. 5. Derecho al cuidado de la salud físi­ca. El cuidado de la salud física de los ancianos ha de ser preocupación especialísima y permanente. 6. Derecho al cuidado de la salud moral. Debe asegurarse el libre ejercicio de las expansiones espirituales, concordes con la moral y el culto. 7. Derecho al esparcimiento. Ha de reconocerse a la ancianidad el derecho de gozar mesuradamente de un mínimo de en­tretenimientos para que pueda sobrellevar con satisfacción sus horas de espera. 8. Derecho al trabajo. Cuando el estado y condiciones lo permitan, la ocupación por medio de la laborterapia productiva ha de ser facilitada. Se evitará así la disminu­ción de la personalidad. 9. Derecho a la tranquilidad. Gozar de tranquilidad, libre de angustias y preocupaciones, en los años últimos de existencia, es patrimonio del anciano. 10. Derecho al respeto. La anciani­dad tiene derecho al respeto y consideración de sus semejantes. IV. – De la educación y la cultura La educación y la instrucción correspon­den a la familia y a los establecimientos particulares y oficiales que colaboren con ella, conforme a lo que establezcan las leyes. Para ese fin, el Estado creará escuelas de primera enseñanza, secundarias, técnico-profesionales, universidades y academias. 1. La enseñanza tenderá al desarrollo del vigor físico de los jóvenes, al perfeccionamiento de sus facultades intelectuales y de sus potencias sociales, a su capacitación pro­fesional, así como a la formación del carácter y el cultivo integral de todas las virtudes per­sonales, familiares y cívicas. 2. La enseñanza primaria elemental es obligatoria y será gratuita en las escuelas del Estado. La enseñanza primaria en las escue­las rurales tenderá a inculcar en el niño el MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


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amor a la vida del campo, a orientarlo hacia la capacitación profesional en las faenas rura­les y a formar a la mujer para las tareas domés­ticas campesinas. El Estado creará, con ese fin, los institutos necesarios para preparar un magisterio especializado. La orientación profesional de los jóvenes, concebida como un complemento de la acción de instruir y educar, es una función social que el Estado ampara y fomenta me­diante instituciones que guíen a los jóvenes hacia las actividades para las que posean na­turales aptitudes y capacidad, con el fin de que la adecuada elección profesional redunde en beneficio suyo y de la sociedad. El Estado encomienda a las univer­sidades la enseñanza en el grado superior, que prepare a la juventud para el cultivo de las ciencias al servicio de los fines espiritua­ les y del engrandecimiento de la Nación y para el ejercicio de las profesiones y de las artes técnicas en función del bien de la colectividad. Las universidades tienen el derecho de gobernarse con autonomía, dentro de los límites establecidos por una ley especial que regla­mentará su organización y funcionamiento. Una ley dividirá el territorio nacional en regiones universitarias, dentro de cada una de las cuales ejercerá sus funciones la res­pectiva universidad. Cada una de las univer­sidades, además de organizar los conocimien­tos universales cuya enseñanza le incumbe, tenderá a profundizar el estudio de la litera­tura, historia y folklore de su zona de influen­cia cultural, así como a promover las artes técnicas y las ciencias aplicadas, con vistas a la explotación de las riquezas y al incremento de las actividades económicas regionales. Las universidades establecerán cursos obligatorios y comunes destinados a los estu­diantes de todas las facultades para su for­mación política, con el propósito de que cada alumno conozca la esencia de lo argentino, la realidad espiritual, económica, social y po­lítica de su país, la evolución y la misión his­tórica de la República Argentina, y para que adquiera conciencia de la responsabilidad que debe asumir en la empresa de lograr y afianzar los fines reconocidos y fijados en esta Constitución. El Estado protege y fomenta el desarrollo de las ciencias y de las bellas artes, cuyo ejercicio es libre; aunque ello no excluye los deberes sociales de los artistas y hombres de ciencia. Corresponde a las academias la docencia de la cultura y de las investigaciones científicas posuniversitarias, para cuya fun­ción tienen el derecho de darse un ordena­miento autónomo dentro de los límites esta­blecidos por una ley especial que las regla­mente. Los alumnos capaces y meritorios tienen el derecho de alcanzar los más altos grados de instrucción. El Estado asegura el ejercicio de este derecho mediante becas, asignaciones a las familias y otras providencias que se conferirán por concurso entre los alum­nos de todas las escuelas. Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural, cualquiera que sea su propietario, forman parte del patri­monio cultural de la Nación y estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones necesarias para su defensa y prohibir la exportación o enajenación de los tesoros artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica que asegure su custodia y atienda a su conser­vación.

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Capítulo IV La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica Art. 38. La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Esta­do fiscalizar la distribución y la utilización del campo e intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a cada labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva. La expropiación por causa de utilidad pública o interés general debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las contribuciones que se expresan en el artículo 4°. Todo autor o inven­tor es propietario exclusivo de su obra, invención o descubrimiento por el término que le acuerda la ley. La confiscación de bienes que­da abolida para siempre de la legislación argentina. Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie en tiempo de paz. Art. 39. El capital debe estar al servi­cio de la economía nacional y tener como prin­ cipal objeto el bienestar social. Sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines de beneficio común del pueblo ar­gentino. Art. 40. La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico con­forme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad eco­nómica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios. Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto, que se convendrá con las provincias. Los servicios públicos pertenecen origi­nariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaren en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine. El precio por la expropiación de empre­sas concesionarias de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cum­plido desde el otorgamiento de la concesión, y los excedentes sobre una ganancia razona­ble, que serán considerados también como reintegración del capital invertido. Fuente: Constitución de la Nación Argentina de 1949.

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INFORME DE LA COMISIÓN REVISORA DE LA CONSTITUCIÓN (FRAGMENTOS)

El 8 de marzo de 1949 Arturo E. Sampay, uno de los ideólogos y redactores de la Constitución de 1949, presenta el “Informe del despacho de la mayoría de la Comisión Revisora de la Constitución”. Lo que sigue son los fragmentos más significativos del Informe.

POR ARTURO E. SAMPAY El liberalismo y la Constitución de 1853 La Constitución de 1853, como todo el liberalismo, se propone afianzar la libertad personal –en lo cual reside lo vivo del liberalismo, aunque no es creatura suya, sino del Cristianismo–; pero, en esa concepción, la libertad comportaba, simplemente, la supresión de las constricciones jurídicas. En consecuencia, la visión del Estado que anima a la Constitución de 1853 tiende a contenerlo en un mínimo de acción, neutralizándolo en el mayor grado posible con respecto a las tensiones de intereses existentes en el seno de la Sociedad. La Constitución de 1853 escinde el dominio económico-social, concebido como el campo reservado a las iniciativas libres y apolíticas, y el dominio político, reducido a las funciones estrictamente indispensables para restablecer las condiciones necesarias para el libre juego de los intereses privados. Para que las “armonías económicas” subsistan –decía el filósofo liberal de la economía, Federico Bastiat– “la ciencia política no debe ocuparse de la organización del Estado, sino simplemente de su función, o mejor aún, de determinar lo que el Estado no debe ser en sus atribuciones”. Su corifeo argentino, Juan Bautista Alberdi, principal coautor de la Constitución de 1853 aunque no participara de la Convención de Santa Fe –así gobernó la Argentina, durante

casi cien años, por el solo vigor de su pensamiento, este gran ausente– desentrañaba el espíritu de la Carta fundamental con las siguientes palabras: “La Constitución contiene un sistema completo de política económica, en cuanto garantiza, por disposiciones terminantes, la libre acción del trabajo, del capital y de la tierra, como principales agentes de la producción, ratifica la ley natural de equilibrio que preside el fenómeno de la distribución de la riqueza, y encierra en límites discretos y justos los actos que tienen relación con el fenómeno de los consumos públicos”. “La riqueza es hija del trabajo, del capital y de la tierra –continúa a poco–, y como estas fuerzas, consideradas como instrumento de producción, no son más que facultades que el hombre pone en ejercicio para crear los medios de satisfacer las necesidades de su naturaleza, la riqueza es obra del hombre, impuesta por el instinto de su conservación y mejora, y obtenida por las facultades de que se halla dotado para llenar su destino en el mundo.” “En este sentido –expresa Alberdi, planteando la interdicción del Estado en materia económica y social–, ¿qué exige la riqueza por parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le hiciera sombra.” Por tanto, la organización jurídica de la economía –sigue diciendo Alberdi– “es negativa en su mayor parte; consiste en la

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abstención reducida a sistema, en decretos paralelos a los del viejo sistema prohibitivo, que lleven el precepto de dejar hacer a todos los puntos en que los otros hacían por sí o impedían hacer”. “He aquí –concluye Alberdi– todo el ministerio de la ley, todo el círculo de su intervención en la producción, distribución y consumo de la riqueza pública y privada: se reduce pura y sencillamente a garantizar su más completa independencia y libertad, en el ejercicio de esas tres grandes funciones del organismo económico argentino.” El orden natural del liberalismo, entonces, recibido de la concepción doctrinaria de los fisiócratas, se asentaba sobre un concepto absoluto de la propiedad y sobre la creencia de que la acción privada, movida por el solo interés personal, sería capaz de generar automáticamente un orden justo. La antropología filosófica informadora del liberalismo Obsérvese que aquí aflora el basamento último de esta doctrina, o sea, la concepción angélica del hombre, heredada por el liberalismo de Descartes y Rousseau. Si el hombre era absoluta y naturalmente bueno, y sólo las restricciones externas a su libre arbitrio desvirtuaban su ingénita bondad, no podía, en el ejercicio de su libertad económica, explotar a otro hombre, y en lo cultural –y cultura significa, a la postre, perfección humana, faena educativa– no necesitaba adquirir hábitos de virtud para la convivencia social, y así se fundamentaba también la neutralidad del Estado frente al problema de la cultura. Yo no me ocuparé en poner de relieve los errores de esta concepción política, que tuvo efectos que produjeron una penosa realidad sociológica –la concentración de la riqueza en pocas manos y su conversión en un instrumento de dominio y de explotación del hombre por el hombre–, y que, mientras algunas potencias extranjeras proclamaban al exterior la libertad

económica para servirse de ella en su política de imperialismo y de monopolios mercantiles, nos llevaron a los argentinos, en aras de ese esquema utópico, con toda buena fe –pues la generación liberal del 53 estaba constituida por doctores de una ideología, y no por servidores de una plutocracia– a poner en manos ajenas el usufructo de nuestras riquezas y hasta el control internacional de nuestros ríos interiores. Por lo demás, quienes trabajan con realidades históricas –único modo de crear formas de vida política, como nos proponemos– no han menester, para persuadirse, de más demostración que las consecuencias de esos yerros; y yo no puedo detenerme aquí con los ideólogos imbuidos todavía de las doctrinas del siglo pasado, que no ven esta realidad, porque es inútil discutir con ciegos sobre colores. La realidad histórica enseña que el postulado de la no intervención del Estado en materia económica, incluyendo la prestación de trabajo, es contradictorio en sí mismo. Porque la no intervención significa dejar libres las manos a los distintos grupos en sus conflictos sociales y económicos, y por lo mismo, dejar que las soluciones queden libradas a las pujas entre el poder de esos grupos. En tales circunstancias, la no intervención implica la intervención en favor del más fuerte, confirmando de nuevo la sencilla verdad contenida en la frase que Talleyrand usó para la política exterior: “La no intervención es un concepto difícil; significa aproximadamente lo mismo que intervención”. La parte “orgánica” de la Constitución de 1853, y su perduración secular Para dar a mis palabras un orden lógico, que trabe las ideas con rigor metódico, no comenzaré por el cotejo de la parte dogmática de la Constitución vigente con las reformas sustanciales, inspiradas en una nueva concepción del Estado, que se someten a esta Honorable Asamblea, sino que daré una visión rauda

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1947 - 1949 de la parte orgánica de la Constitución, para mostrar los aciertos que contiene, sorprender ahí el secreto de la perduración secular de la Constitución, y concluir mostrando que, con algunos ajustes requeridos por nuestro tiempo, la estructura del poder político existente en la Constitución es lo suficientemente vigorosa y ágil como para seguir cumpliendo la función que al Estado atribuyen las reformas de la parte dogmática. El centro de gravedad del ejercicio del poder político en la Constitución vigente está en el órgano ejecutivo. Los constituyentes de Santa Fe, al instituir el cargo de Presidente de la República, crearon una magistratura vigorosa. Los motivos que les indujeron a ello fueron múltiples: por una parte –aunque no era esta la causa fundamental, porque los modelos se buscan de acuerdo con la solución que se propicia para una realidad–, el dechado más próximo que tuvieron, directamente o a través de Alberdi, fue la Constitución americana, de recio sistema presidencialista; por otro lado, lo exigía la situación del momento, pues el país acababa de salir de un gobierno unipersonal de hegemonía incontrastable y el brusco derrumbe amenazaba provocar un caos; tan es así, que el sosiego de los constituyentes de Santa Fe estaba resguardado por las tropas de Urquiza guerreando hacia la costa uruguaya, a pocas decenas de leguas. Todo lo cual determinaba que, en realidad, los convencionales de 1853 estuvieran cortando un sayo a la medida del general Urquiza, considerado desde un comienzo, por todos los hombres de la confederación, como primer Presidente constitucional, y que era, por su formación federal de lugarteniente de Rosas, y por su hábito de manejar realidades argentinas, un gobernante enérgico, expeditivo, ejecutivo, como lo había demostrado su actuación pública antes e inmediatamente después de Caseros. Esa convergencia de factores permitió que la Convención soslayara el riesgo de crear un

órgano ejecutivo endeble, hacia donde la conducían, como por una pendiente natural, dos factores: uno, de carácter político, pues los constituyentes, en su mayor parte, eran enemigos de Rosas y habían llegado a Santa Fe desde el ostracismo a que los condenara su rival victorioso, poseedor de la suma del poder público –y los hechos políticos extremosos llaman necesariamente a su antípoda, es decir, que a la caída de un gobierno de esa laya suceden siempre organizaciones constitucionales de poderes ejecutivos maniatados, como lo demuestran las leyes fundamentales de la Revolución Francesa y nuestros primeros intentos de Constitución–; el otro era de carácter doctrinario, pues el pensamiento de la mayoría de los convencionales de 1853 estaba imbuido de liberalismo, y las doctrinas de este sobre el tema, tomadas de los filósofos iluministas del siglo xviii, Condorcet, Rousseau y el abate Mably, concebían el poder ejecutivo como un órgano secundario, totalmente subordinado al poder legislativo –digamos al pasar, que esta idea se halla tan fuertemente inserta en el esquema racionalista liberal, que en nuestros días Hans Kelsen, el filósofo que mejor refracta el liberalismo en su Teoría del Estado, afirma que la falta de un jefe estatal es lo más conforme con la idea de democracia. El poder ejecutivo de la Constitución de 1853, y el advenimiento de la democracia de masas y del Estado intervencionista Cuando después de la Primera Guerra Mundial advino la democracia de masas, resultante de una convergencia de circunstancias históricas que no es del caso analizar aquí, y el Estado neutro y abstencionista del liberalismo se convirtió en el Estado que considera toda actividad humana como potencialmente política, en la medida en que un acto humano privado puede significar una perturbación del bien común, el Estado necesitó de una eficaz administración reglamentaria y controladora,

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que es atributo del poder ejecutivo. Por eso, en la mayor parte de los países del mundo en donde existía un poder ejecutivo débil, o en donde se lo establecía como reacción contra las monarquías derrumbadas, se produjo una crisis constitucional, y por Occidente corrió la consigna de reforzar el poder ejecutivo para llevar un remedio a la quiebra de la democracia. Los Señores Constituyentes versados en ciencia política recordarán, a este respecto, los grandes autores Barthelemy, Carl Schmitt, Emile Giraud, Dendias; y no cito aquí a los publicistas filo-totalitarios que hacían la apoteosis del poder ejecutivo omnipotente, porque propiciaban dictaduras que absorbían en sí la función legislativa. No creo, personalmente, que la crisis del Estado liberal-burgués tenga su causa última en la debilidad del poder ejecutivo, como lo pretendieron juristas de visión ingenua, pero es lo cierto que la experiencia histórica demuestra hasta qué punto la endeblez ejecutiva y la pluralización del parlamento facilitaron las dictaduras totalitarias, por reacción contra la incapacidad para actuar en una compleja circunstancia que exigía la intervención del Estado en lo económico, en lo social y cultural. Por el contrario, cuando en la Argentina se produjo la irrupción de la democracia masiva como efecto inmediato de la ley Sáenz Peña, y ese vasto movimiento popular se nucleó alrededor de la figura magnética de Hipólito Yrigoyen, jefe de partido y jefe de Estado a la vez, nuestro país pudo iniciar el viraje, gracias a la organización del poder ejecutivo y a sus vigorosos atributos, desde el Estado abstencionista y neutro hacia un Estado económico y cultural, hacia un Estado de protección, Estado de prosperidad y previsión, y pudo acoger, dentro de las formas constitucionales establecidas, el sustrato sociológico de ese cambio, la causa de esa conversión, o sea, la democracia de masas, que es quien impone,

con sus problemas y necesidades, y con su activa intervención en la vida política, esa profunda transformación; aquí anoto que justamente en ese momento histórico, comienza la crisis de la parte dogmática de nuestra Constitución y la comprobación de violaciones gubernativas a la carta fundamental, por parte de los intereses afectados por los principios de la política social y económica de Yrigoyen, quienes propiciaban la petrificación de la letra y espíritu de la Constitución de 1853 como un medio de impedir que el poder político enfrentara el poder económico, y de permitir que este último siguiera teniendo, en la realidad, el poder político a su servicio. (…) El intervencionismo estatal y una ley descubierta por De Bonald Obsérvese que este sometimiento del interés individual al bien de todos no es, rigurosamente hablando, la renuncia que una persona hace de un “bien suyo” en favor de un “bien ajeno”, sino que es la renuncia de un bien propio menor en favor de uno mayor, exigido por su esencia social, esto es, por una de las dimensiones ontológicas del ser humano. Anoto, señor presidente, lo que sigue: el grado de la intervención estatal se mide por las contingencias históricas, pues toda la legislación intervencionista que la reforma autoriza tiende a compensar la inferioridad contractual, la situación de sometimiento en que se halla el sector de los pobres dentro del sistema del capitalismo moderno, falto de moral y caridad, que aprovecha su prepotencia económica para la explotación del prójimo, sea obrero o consumidor; por eso, tal intervención irá perdiendo su razón de ser en la medida en que los elementos desquiciadores del mutuo acuerdo sean sustancialmente dominados, haciendo que emerja per se la legitimidad de los negocios privados respecto de los principios de la justicia. Subrayo, de paso, una regla política descubierta por De

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1947 - 1949 Bonald: en la medida en que los hombres se amoralizan, acrece y se hace más profunda la coactividad interventora del Estado; por eso la intrínseca inmoralidad del capitalismo moderno y el ethos que imprimió a la concepción de la vida en estos últimos siglos, fueron los determinantes de este Estado cuya función reguladora no cesa de crecer, en su propósito de restaurar un orden justo. Lo típico del sesgo constitucional del siglo xx, confrontado con las declaraciones liberales de la centuria decimonona, es el alargamiento de los derechos personales acompañado de una limitación de los derechos individuales que se consideraban absolutos e intocables, o sea, el derecho de propiedad y la libertad económica, y como consecuencia, una nueva concepción de las relaciones entre los individuos y de estos con la sociedad, al punto que el abuso de la libertad, que equivale a una falta de solidaridad humana, es punido como un delito. Así lo proyecta la reforma, y de ello me ocuparé más adelante. La necesidad de una renovación constitucional en sentido social es el reflejo de la angustiosa ansia contemporánea por una sociedad en la que la dignidad del hombre sea defendida en forma completa. La experiencia del siglo pasado y de las primeras décadas del presente demostró que la libertad civil, la igualdad jurídica y los derechos políticos no llenan su cometido si no son completados con reformas económicas y sociales que permitan al hombre aprovecharse de esas conquistas. Si se sume al hombre en la miseria, le resulta muy difícil la virtud, y si no cuenta con una economía estable que le dé seguridad para el mañana y confianza en el porvenir –el derecho a la seguridad social, como ahora se llama–, pierde todo estímulo para ocuparse en la vida pública y está obligado a someterse a la voluntad de quien es económicamente más fuerte, con lo cual queda relegado al margen de la vida social. Este sesgo, cumplido en

nuestro país por la Revolución Nacional, y que la reforma se propone constitucionalizar, es lo que el general Perón llama conversión de la democracia política en democracia social, y aunque algunos puristas de las doctrinas políticas consideran impropias tales expresiones, ellas reflejan una realidad indiscutible y reiteradamente demostrada, a saber, que los progresos de los ciudadanos en los dominios jurídico y político son ilusorios si el sistema económico no está en condiciones de asegurarles la posibilidad de trabajar, de llevar una existencia digna de hombre, y de recibir un salario justo, capaz de cubrir las necesidades propias y familiares. Los derechos y deberes sociales del hombre La Constitución vigente no reconoce al obrero sus derechos porque la prestación de trabajo se incluía en la libertad de comercio: el trabajador ofertaba en el llamado mercado “libre” sus energías, a trueque de un precio que fijaba la ley de la oferta y la demanda; es decir, el trabajo era una mercancía entregada al libre juego de los intereses encontrados, y la condición humana del obrero se degradaba a máquina productora de energía. Los juristas saben bien que se consideraba el contrato de trabajo como una compraventa, según la teoría enunciada por un eminente tratadista italiano: el obrero-máquina produce energías de trabajo que el patrono compra igual que la energía eléctrica. Pero, en antitética reacción contra el liberalismo y la concepción que informa la ley fundamental vigente, la reforma se anima en el concepto de que el trabajo es la actividad de la persona humana, y de que el obrero tiene en esa diaria alienación de lo que produce la única fuente económica, de sustento, para sí y para su familia, con la que debe llevar una vida decorosa y a cubierto de las inseguridades sociales de toda índole. Que el trabajo sea una actividad personal significa que no es, simplemente, una

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función mecánica, como la de un motor, ni simple esfuerzo muscular, como el del caballo que arrastra un carruaje, sino un hecho de la inteligencia, de la voluntad, de la libertad, de la conciencia; un hecho que se eleva al orden ético. Ahora bien: el principio del carácter personal del trabajo es título justificativo de los derechos del trabajador, que pueden compendiarse en uno solo, informador de toda la declaración que se incorpora al texto constitucional: respeto por la dignidad personal del obrero. Del contrato a la relación institucional del trabajo Para ello, suplantamos el señalado régimen capitalista-liberal del trabajador, basado en el concepto absoluto de la propiedad privada y en el contrato de locación de servicios, concertado por las partes sin injerencia del Estado, por una relación institucional del trabajo, constituido por las leyes obreras, que en virtud de sus disposiciones forzosas, de orden público por el interés social que las informa, son inderogables por la voluntad privada, y por los contratos colectivos de trabajo, que son normas generales emanadas de los grupos profesionales. Obsérvese sin embargo que, mientras los regímenes totalitarios como el de la Alemania nacionalsocialista, y más acentuadamente, como el de la Rusia soviética, han abolido la iniciativa privada y han sustituido sistemáticamente con el intervencionismo legal del Estado la acción particular del individuo, de la familia o del sindicato, la reforma constitucional reconoce un cierto número de derechos obreros imprescriptibles, pero a partir de este mínimo coactivo impregnado de motivos sociales y enderezado a defender al obrero de la posible prepotencia económica del patrono, conserva la autonomía del dador y del prestador de trabajo, y deja una zona indefinida para la libre determinación de los concertantes del negocio

laboral, aunque claro está que, a partir de aquellas garantías, el obrero puede mejorar en su favor el mínimo de derechos aludido. Superamos, pues, el puro régimen contractual individualista –vamos au-delà du contrat, como dicen los franceses– y transportamos las relaciones individuales de trabajo del plano conmutativo al plano social. La libertad sindical y el derecho de huelga. El afianzamiento de la familia como clave para recuperar el orden social justo Por su parte, la libertad sindical queda reconocida expresamente, como instrumento básico de la defensa de los intereses gremiales garantizados por la reforma constitucional. El derecho de huelga es un derecho natural del hombre en el campo del trabajo como lo es el de resistencia a la opresión en el campo político; pero si bien existe un derecho natural de huelga no puede haber un derecho positivo de la huelga, porque – aunque esto haya sonado como un galimatías– es evidente que la huelga implica un rompimiento con el orden jurídico establecido que, como tal, tiene la pretensión de ser un orden justo, y no olvidemos que la exclusión del recurso de la fuerza es el fin de toda organización jurídica. El derecho absoluto de huelga, por tanto, no puede ser consagrado en una Constitución, a pesar de lo cual, dentro del derecho positivo argentino, se reglamente esa zona de guerra extrajurídica que era la huelga –como se hizo en Francia después de la ley de arbitraje y contratos colectivos de 1936, en Suiza después de la ley de 1937 y en la Italia posfascista– para que pueda cumplirse en los casos en que los patronos no se avienen a satisfacer reclamaciones legítimas de los sindicatos obreros. Ya llegará el momento, en el informe particularizado de la reforma, de tratar con detalle los derechos reconocidos al trabajador.

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1947 - 1949 La familia como sociedad primaria La familia no encuentra amparo en la Constitución vigente porque la concepción liberal del Estado considera la Nación como una suma de individuos aislados e iguales ante la ley, y raya toda comunidad natural intermedia entre el Estado y los hombres. Este individualismo jurídico permitió el estrago de la familia obrera, porque el padre recibía el mismo salario del célibe, que no lograba satisfacer las necesidades de su esposa e hijos, y en consecuencia, la mujer debió ir a la fábrica, descuidando la formación moral y la salud física de los niños, y estos, antes de tiempo y sin ninguna capacitación técnica, fueron lanzados a la prestación de trabajos retribuidos inicuamente. La reforma constitucional tiende principalmente a resguardar y vigorizar la familia, núcleo social elemental y primario, del que el hombre es criatura y en el cual ha de recibir insustituiblemente la formación sobre la que construirá todo el curso de su vida. La concepción política que informa la renovación constitucional entiende que el modo más natural, y al mismo tiempo, decisivo, de reaccionar en lo social contra los desórdenes del individualismo, es centrar la política de recuperación del orden en el núcleo originario de la sociedad, que no es agrupación de individuos sino de familias, y por consiguiente, el primer requisito para su recta organización y sana existencia es la promoción de la familia a la jerarquía que por naturaleza le corresponde. Esta restitución de la familia a su dignidad propia de sociedad primaria conducirá, como dice el Decálogo del Trabajador que se incorpora a la Constitución, “a la consolidación de los principios espirituales y morales que constituyen la esencia de la convivencia social”, porque la vida en su seno anticipa analógicamente todo el sistema de jerarquías, de dependencias, de libertad, de responsabilidad solidaria, que debe existir en una sociedad

política bien organizada. Para este fin, la reforma tiende a la defensa de los intereses de la familia del trabajador, porque quiere superar la situación de emergencia de un régimen de protección al trabajo de mujeres y menores, y llegar a la verdadera solución, que consiste en establecer para el obrero, padre de familia, las condiciones de trabajo y las retribuciones que extingan la necesidad de que la esposa y los hijos se desarraiguen del hogar, o tornen difícil la atención normal del mismo y la educación de los niños. Al eliminar la causa material de la dispersión de la familia se enderezan las medidas legislativas programadas para su consolidación económica como tal, a saber: la protección de la maternidad y de la infancia, la institución del bien familiar y la creación de la unidad económica familiar, así como el impulso a la colonización, para que cada familia labriega posea como bien la parcela de tierra que cultiva, de acuerdo con el enunciado básico de la política agraria del general Perón. (…) Política económica en la reforma constitucional Al promediar el siglo xx, y frente al capitalismo moderno, ya no se plantea la disyuntiva entre economía libre o economía dirigida sino que el interrogante versa sobre quién dirigirá la economía, y hacia qué fin. Porque economía libre, en lo interno y en lo exterior, significa fundamentalmente una economía dirigida por los carteles capitalistas, vale decir, encubre la dominación de una plutocracia que, por eso mismo, coloca en gran parte el poder político al servicio de la economía. Ya es una realidad que la economía debe programarse con criterios extraeconómicos, especialmente políticos, y por ende, éticos; terminó la época en que la política –según el esquema liberal– era considerada como un factor de “perturbación” para la economía libre, y hoy es verdad

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lo contrario, o sea, que la economía libre es un factor de “perturbación” para la política. Sobre la base de la libre actividad económica de los particulares, que es una exigencia de la naturaleza humana en quehaceres de esta índole –la marcha hacia atrás de la economía soviética lo demuestra–, el Estado, como promotor del bien de la colectividad, interviene para orientar la economía conforme a un plan general, de beneficios comunes. Si esta es la realidad en el campo del totalitarismo y en el campo de la libertad democrática, debe buscarse en el fin perseguido por esa “economía programática” la clave para filiar su orientación política. La concepción totalitaria de la economía tiende al poderío de un Estado deificado, con designios imperialistas y que somete al pueblo a una explotación inhumana suprimidas la propiedad y la libre actividad privada. “Todos los ciudadanos –decía Lenin, uno de los grandes heresiarcas totalitarios del siglo– se transforman en empleados sin salario del Estado.” La concepción que informa la renovación constitucional, en cambio, es la de una economía humanista que proyecta asegurar, en colaboración con las iniciativas individuales, el desenvolvimiento armónico de la economía para alcanzar el bien de todos, para lograr la libertad al conjunto del pueblo y para derogar la libertad de explotación, la libertad de los poderosos que siempre traba la libertad de los débiles. Con ese fin, se dirige la economía de modo que permita a cada miembro de la sociedad beneficiarse con un mínimo vital, lo que supone una organización que aproveche todas las fuerzas y recursos productivos de que dispone el país. La economía programática en la reforma que discutimos tiene dos fines: uno concreto e inmediato, la ocupación total de los trabajadores, esto es, la supresión definitiva de la desocupación en masas que se verificaba en las sucesivas depresiones económicas; y otro

último, al que este subordina: brindar a todos los habitantes de la Nación las condiciones materiales necesarias para el completo desarrollo de la personalidad humana, que tiende a un fin espiritual, no material. La función social de la propiedad privada y la justicia social Para ello, la reforma asienta la vida económica argentina sobre dos conceptos fundamentales que son su alfa y omega, a saber: el reconocimiento de la propiedad privada y de la libre actividad individual, como derechos naturales del hombre, aunque sujetos a la exigencia legal de que cumplan su función social; y los principios de la justicia social, usados como rasero para medir el alcance de esas funciones y que, al contener dentro de sus justos límites la renta del capital y las ganancias de la actividad económica, han hecho necesario restablecer, con alcurnia constitucional, la ilegitimidad de la usura en la amplia acepción de este instituto, cuya permisión moral provocó, en el crepúsculo de la Edad Media, la aparición del capitalismo moderno, del que es el alma. Fundamentación de la propiedad privada La propiedad privada de los bienes exteriores y el derecho de usar y disponer de ella, así como la prohibición de leyes confiscatorias y la exigencia de la indemnización para todos los casos de expropiaciones, quedan firmemente garantizados conforme al texto del art. 14 de la Constitución en vigor; la reforma deja incólume ese derecho natural inherente a la persona humana, porque la institución de la propiedad privada es exigida por la libertad del hombre, y en ello se cimenta, precisamente, su justicia y universalidad. Piénsese, en efecto, que el primer deber del hombre es conservarse, y el segundo lograr su perfección, su felicidad, mediante el uso de su libre arbitrio; de allí que, por causa

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1947 - 1949 de la excelsa jerarquía que le corresponde en el cosmos, el hombre tenga señorío sobre todos los bienes materiales y derecho a su usufructo, ya que si no posee las condiciones vitales para conservarse, carece de libertad e independencia para perfeccionarse, y sin ellas, que son necesarias a la plenitud de su ser, el hombre se envilece y degrada. Dependiendo, pues, de lo material el sustento del hombre, y siendo que si no cumple con este deber primordial no puede ser libre e independiente, tiene también el derecho natural, para mantener su libertad e independencia, de apropiarse de los frutos de su trabajo y de su ahorro –derecho que significa la exclusión de los demás en el uso de la cosa apropiada. Pero el hombre no está solo en la tierra, sino que, por su propia naturaleza, está vinculado y depende de sus semejantes, por lo que no le es dado cumplir su destino sin el concurso de la comunidad que lo circunda y que le ayuda a alcanzar su fin personal; además, cada uno de sus semejantes tiene derecho a sustentarse con los bienes exteriores, de donde resulta que, en el orden natural de las cosas, tiene prioridad el derecho de todos al uso de los bienes materiales sobre el derecho a la apropiación privada, instituida solamente en razón de la utilidad que presta en la vida social. Doble función de la propiedad privada Se deriva, así, que la propiedad privada –no obstante conservar su carácter individual– asume una doble función: personal y social; personal, en cuanto tiene como fundamento la exigencia de que se garantice la libertad y afirmación de la persona; social, en cuanto esa afirmación no es posible fuera de la sociedad, sin el concurso de la comunidad que la sobrelleva, y en cuanto es previa la destinación de los bienes exteriores en provecho de todos los hombres. El propietario –el concepto es de Santo Tomás de Aquino– tiene el

poder de administración y justa distribución de los beneficios que le reportan los bienes exteriores poseídos –potestas procurandi et dispensandi–, con lo que la propiedad llena su doble cometido: satisface un fin personal cubriendo las necesidades del poseedor, y un fin social al desplazar el resto hacia la comunidad. A ello se debe que la reforma constitucional consagre, junto a la garantía de la función personal de la propiedad, la obligatoriedad de la función social que le incumbe –ya legalmente consagrada en el país por la ley de transformación agraria–, y que haga de esta institución la piedra sillar del nuevo orden económico argentino. Pero, además de todo esto, la Constitución debe tener en cuenta que la propiedad privada no representa un privilegio a disposición de pocos –pues todos tienen derecho a ser libres e independientes– sino algo a lo que todos pueden llegar, para lo cual deben crearse las condiciones económicas que permitan el ejercicio efectivo del derecho natural a ser propietario. (…) Definición de la justicia social La justicia social es la virtud que requiere del propietario la gestión y el uso correcto de sus bienes; el proyecto de reforma limita el derecho de propiedad, y crea obligaciones en la medida que las requiere la justicia social. Por tanto la justicia social es el fiel que balancea el uso personal de la propiedad con las exigencias del bien común. De aquí la importancia que reviste desentrañar su significado. La expresión justicia social aparece con mayor fuerza a comienzos del siglo xx, pero sin que se ligue todavía a esa locución un concepto preciso; más bien era una consigna de combate lanzada en los medios obreros para reclamar reformas que resolvieran los problemas suscitados en las relaciones entre obreros y patronos, a lo que se llamaba genéricamente “cuestión social”. Después de

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su empleo por el papa Pío XI en la Encíclica Quadragesimo Anno, los filósofos y juristas trataron de precisar esa noción, especialmente con respecto a la célebre tripartición aristotélica de la justicia, y sobre todo, a la justicia legal que regla las obligaciones de las personas con el bien común cuya promoción es el fin específico del Estado. El bien común, o bien de la colectividad, significa que el Estado debe hacer posible a sus sujetos la realización de lo bueno, y garantizar esa posibilidad. Pero para cumplir acciones buenas en la vida, es decir, para llevar una existencia virtuosa, se necesitan también medios materiales. Consecuentemente, el Estado debe velar para que cada miembro de la comunidad que llene su misión pueda vivir de acuerdo con su rango y participar del bienestar, de la prosperidad y de la cultura en proporción con sus prestaciones al bien común. El significado moderno de la justicia social es una aplicación de los principios de la justicia legal a las cuestiones económicas y sociales provocadas por la intrínseca injusticia del capitalismo moderno. Por justicia social debe entenderse la

justicia que ordena las relaciones recíprocas de los grupos sociales, los estamentos profesionales y las clases, con las obligaciones individuales, moviendo a cada uno a dar a los otros la participación en el bienestar general a que tienen derecho en la medida en que contribuyeron a su realización. La vida económica nacional de nuestros días, que reúne a millones de hombres en una comunidad de trabajo –porque para satisfacer las necesidades propias dependen estrechamente los unos de los otros– ha convertido las cuestiones de salario, de arrendamientos urbanos y rurales, de precio de los objetos de consumo, en asuntos que se rigen por la justicia social y no por la justicia conmutativa, que tuvo validez para formas económicas más sencillas y, principalmente, para el comercio de trueque.

Fuente: Arturo Sampay, “Informe del despacho de la mayoría de la Comisión Revisora de la Constitución”, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (19431973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 118-148.

Constitución de la Nación Argentina de 1949.

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LEBENSOHN Y LAS DOS TRADICIONES ARGENTINAS

Intervención crítica de Moisés Lebensohn en la primera sesión ordinaria del 1º de febrero de 1949 en la Convención Nacional Constituyente. En ella, el constituyente radical expone una doble tradición política de los argentinos, a partir de la cual supone que es preciso definir la colocación de los partidos en esa Constituyente: aquella que abreva en el republicanismo de mayo de 1810, donde filia al radicalismo; y otra, la del despotismo tiránico, del primitivismo, donde encontrarían su lugar los representantes peronistas.

Sr. Lebensohn: Después del discurso difuso y confuso del señor convencional, nos es difícil saber qué otra función desempeñará la Convención, porque luego de examinados todos los temas que acaban de ser traídos a su consideración, bien pudo dar por terminado su cometido esta tarde misma. ¿Qué cosas quedan pendientes? Desde el análisis filosófico y la exégesis de la doctrina de la nacionalidad, desde el examen a fondo del pensamiento oficial, y de la gravitación perdurable e imponderable del jefe del partido confundido con la jefatura del Estado, todo ha desfilado caudalosamente en las palabras del señor convencional. Yo había tenido el propósito de refutarlas en sus primeras expresiones, tan agraviantes, tan injustas, tan inexactas eran aquellas en cuanto se referían al radicalismo y a su función cumplida en la historia de nuestro país pero luego de haberlas escuchado, siento profundamente la derivación que tomaron las deliberaciones. ¿Cómo es posible que en forma tan irresponsable pueda agraviarse a un partido histórico? ¿Cómo es posible que en forma tan

ligera pueda afrentarse a cuarenta y ocho ciudadanos que han prestado hondos servicios al pueblo de su patria, que han consagrado sus vidas a la causa popular y no merecen las palabras pronunciadas por el señor convencional? ¿Cómo es posible que ante el silencio y el aplauso de los convencionales de la mayoría pueda inferírsenos el agravio infamante de reprocharnos como hombres al servicio de intereses extranjeros? Nosotros sabemos que estamos al servicio de la República, que hemos quemado nuestra juventud en la defensa de los derechos del pueblo… (Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.) Sr. Lebensohn: …que hemos luchado por la causa de su liberación económica y social Yo no quiero analizar dónde estuvieron los señores convencionales… (…) Nosotros estábamos en la acción revolucionaria, intentando el derrocamiento del régimen del general Justo que ofendía la dignidad de la República (aplausos), mientras que los hombres del régimen oficial, empezando por el actual presidente de la República, estaban prestando funciones de inmedia-

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ta confianza en ese sistema que colonizó la economía argentina. (Aplausos.) (Varios señores convencionales hablan simultáneamente, y suena la campana.) Sr. Presidente (Mercante): El orador no debe ser interrumpido. Sr. Lebensohn: Todas esas actitudes ofrecen un deplorable espectáculo al país, en momentos en que se inicia la Convención Constituyente destinada a reformar el instrumento jurídico fundamental de la República. En su sesión preparatoria se puso de manifiesto la actitud de la mayoría, que intentó sofocar la expresión del pensamiento dentro del propio recinto. En su primera sesión ordinaria ofrece el espectáculo de esta tarde, que es una ofensa a la cultura argentina. (…) ¿Cómo puede decirse, irresponsablemente, que el radicalismo niegue la figura redentora de la cruz? ¿Cómo puede decirse que el radicalismo niegue la figura excelsa del Libertador? ¿Cómo puede decirse aquí que el radicalismo niegue el pensamiento que estructuró la Constitución del 53? ¿No constituye un agravio? ¿No es una ofensa, no es una falsedad, no es una injuria atribuir a otros hombres intenciones que los disminuyen en su calidad humana? (…) El señor presidente del bloque de la mayoría se ha referido al jefe de su partido, señalando que es la persona en torno de la cual se realiza la unión espiritual de todos los argentinos. Yo no le reprocharía que tratase de realizarla, pero me pregunto cómo va a orientar la unión espiritual de todos los argentinos, cuando en Santa Fe, la histórica ciudad de la Convención del 53, ofrecía horcas para todos los opositores con lenguaje y amenazas que jamás pronunció gobernante democrático alguno. (…) Mientras escuchaba sus palabras he recorrido, a través de mis lecturas, los recintos de los parlamentos del mundo.

Recordaba el recinto del Parlamento francés. Sólo un tríptico “libertad, igualdad, fraternidad”. ¿A quién se le hubiera ocurrido en Francia que el retrato del presidente de la República estuviese presidiendo las deliberaciones de la Asamblea legislativa? Recordaba el Parlamento inglés la institución del “speaker”. Cuando el monarca concurre a leer el mensaje de la corona, en el momento de entrar en el recinto, el “speaker” hace leer cualquier última resolución para significar delante del monarca que es anterior y preeminente la potestad del Parlamento. Recordaba el Parlamento de los Estados Unidos, la sobriedad republicana que impera en él. ¿A quién se le hubiera ocurrido que el retrato de un gran presidente como Roosevelt presidiera las deliberaciones de esa legislatura? En la propia Italia proletaria y fascista, que con palabras semejantes al movimiento político imperante actualmente en el país se definía allí, no había ningún símbolo del régimen sino únicamente los atributos tradicionales de la corona, representativos de la monarquía y de su sistema de gobierno. Más aún en los países totalitarios, en la Alemania de Hitler, en esa falsificación del Reichstag que funcionaba en la Opera Kroll, ni siquiera Hitler se atrevió a colocar su propia efigie. Estaba allí la insignia de la cruz gamada con que el partido dominante imponía su sello sobre la sociedad nacional. Ni tampoco en la Rusia de Stalin. Cuando se reúne el Congreso de los Soviets sólo aparece la insignia de la hoz y del martillo, escudo del partido y del país, y en el trasfondo la efigie de un muerto, la del fundador del régimen, Lenin. (…) Tenemos dos tradiciones los argentinos. La tradición que nace en Mayo, la tradición del decreto de honores, la de Mariano Moreno, que funda la austeridad republicana argentina, en cuyo origen entronca la filiación histórica del radicalismo. Tenemos otra tradi-

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1947 - 1949 ción: aquella que en la sombra infausta de la tiranía colocó al pie de los altares sagrados la efigie del tirano. Nosotros no vacilamos en escoger entre esas dos tradiciones, entre la tradición que es el resultado de siglos de elaboración del pensamiento humano, que permitió fundar las colectividades nacionales y los cuerpos que los representan en su integridad, que permitió la convivencia de mayorías y minorías, y posibilitó en esos recintos y en esas colectividades nacionales que prevalecieran únicamente los sentimientos y los símbolos unificadores, y la otra tradición, la del primitivismo, la tradición totémica, la tradición del dan, que imponía su sello, su marca, su nombre, su designación en todo el espacio del campo que fuera dominado por sus armas; nosotros estamos con la tradición democrática, con la tradición humanista, con la tradición elaborada en miles de años de lucha por la dignidad del hombre. Escojan los señores convencionales de la mayoría su sitio, su lugar. Yo me felicito –y en esto discrepo con mi compañero de repre-

sentación, el señor convencional por Mendoza– de que la efigie del actual gobernante presida, detrás de los hombros del señor presidente de la Asamblea, las deliberaciones del cuerpo. Estoy conforme en que presida estas deliberaciones; es necesario que la historia sepa que una Constituyente convocada para prorrogar el mandato de un presidente, deliberó a la sombra de su figura. Y si a través de los símbolos, que tienen una gran importancia, aflora el subconsciente de los hombres, está bien que con este símbolo aflore la voluntad de la mayoría, de imponer, como en los clanes primitivos, su sello, su marca, su designación, eliminando los sentimientos y los valores espirituales, unificadores de la colectividad democrática. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos. Varios señores convencionales rodean y felicitan al orador.)

Fuente: Diario de sesiones de la Convención Nacional Constituyente, año 1949, tomo I: Debates y Sanción, Buenos Aires, 1949, pp. 58-60.

Perón jura la nueva Constitución Nacional, Buenos Aires, Ediciones Argentinas Brunetti, 1950.

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1951 - 1955 Entre 1951 y 1956 la dinámica política y los tiempos históricos se “aceleran”. La muerte de Eva Perón significará un antes y un después al interior del peronismo y también de la política local: se trata de una de las mujeres más destacadas de la política argentina y sudamericana del siglo xx, y su memoria será invocada por distintas generaciones venideras como sinónimo de lucha por la justicia social, como figura que abrió nuevos campos de acción para las mujeres y como ejemplo de un enorme coraje político. Pero también será mentada por sus detractores como la síntesis que condensa un “revanchismo” plebeyo que, “polarizando a las masas”, habría venido a trastocar el “orden estable” alcanzado por el país en tiempos mejores. La funesta consigna con que algunos celebran la enfermedad de Eva Perón, “Viva el cáncer”, da cuenta del grado de agudización que había alcanzado el conflicto político entre peronistas y antiperonistas. El golpe de Estado de 1955 no agota esta tensión, como lo prueba la rebelión de Juan José Valle y los fusilamientos de José León Suárez. La identificación de buena parte de las clases trabajadoras con la identidad peronista aún después del derrocamiento de Perón habilita una nueva pregunta acerca del significado histórico y político del peronismo, de sus límites y sus potencialidades, como lo prueban varias de las intervenciones recogidas en este apartado. Esa pregunta cobra forma al interior de distintos proyectos que, a partir de 1956, intentarán ganarse el favor de las masas que consiguieron protagonismo durante los gobiernos de Perón.


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Discurso de Eva Perón en el Cabildo Abierto El 22 de agosto de 1951, en el Cabildo Abierto del Justicialismo realizado en la avenida 9 de Julio –una de las mayores concentraciones populares de la historia política argentina–, Eva Perón pronuncia un histórico discurso donde se niega a aceptar su candidatura, impulsada por la CGT. Renunciaría a esta de forma irrevocable y definitiva nueve días después, en un discurso transmitido por cadena nacional. Aquel acontecimiento pasará a la historia como el “renunciamiento de Evita”.

Excelentísimo señor presidente, mis queridos descamisados de la patria: Es para mí una gran emoción encontrarme otra vez con los descamisados, como el 17 de Octubre y como en todas las fechas en que el pueblo estuvo presente. Hoy, mi general, en este Cabildo Abierto del Justicialismo, el pueblo, como en 1810, preguntó que quería saber de qué se trata. Aquí, ya sabe de qué se trata y quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la patria. (La multitud grita: “Con Evita, con Evita, con Evita”.) Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores que están presentes porque han tomado el porvenir en sus manos y saben que la justicia y la libertad las impondrá únicamente teniendo al general Perón dirigiendo a la Nación. Ellos saben bien que antes del general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas habían perdido la esperanza de un futuro mejor. (La multitud grita: “Evita con Perón, Evita con Perón”.) Que fue el general Perón quien dignificó social, moral y espiritualmente. Y saben que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria, todavía no están derrotados. Desde sus guaridas asquerosas atenían contra el pueblo y contra la libertad. (La multitud grita: “Leña, leña, leña”.) Por eso, porque yo siempre tuve en el general Perón mi maestro y mi amigo y porque él siempre me dio el ejemplo de su lealtad acrisolada y la fe en los trabajadores, es que todos estos años de mi vida he dedicado las noches y los días a atender a los humildes de la patria sin importarme ni los días ni las noches ni los sacrificios y mientras ellos, los entreguistas, los mediocres y los cobardes, de noche tramaban la intriga y la infamia del día siguiente, yo, una humilde mujer, no pensaba en nada ni en nadie sino en los dolores que tenía que mitigar y consolar, en nombre de vos, mi general, porque sé el cariño entrañable que sentís por los descamisados y porque yo llevo en el corazón una deuda de gratitud con los descamisados que el 17 de octubre de 1945, me entregaron la vida, la luz, el alma y el corazón al entregarme al general Perón. Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino. Yo no soy más que una descamisada de la patria. Pero descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a

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corazón con ellos, para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la patria. No me interesó jamás la injuria ni la calumnia, cuando se desataron sus lenguas desatadas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegré íntimamente, porque yo servía de escudo, mi general, para que los ataques en lugar de ir a vos fueran a mí. Yo siempre haré lo que diga el pueblo. Pero, yo les digo, compañeros, trabajadores, que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes que la esposa del presidente, si esa Evita servía para aliviar algún dolor en mi patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita yo sé que ustedes siempre me llevarán muy dentro de su corazón. Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina, ustedes me han pegado una enorme responsabilidad. Yo no sé cómo pagar el cariño que el pueblo me tiene. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que es querer a la patria misma. Yo no he hecho nada. Todo es Perón. Perón es la patria. Perón es todo y todos nosotros estamos a distancias siderales del líder de la nacionalidad. Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la patria, os proclamo, antes que el pueblo vote el 11 de noviembre, presidente de todos los argentinos. La patria está salvada porque está en manos del general Perón. Y a ustedes, descamisados de mi patria y a todos los que me escuchan, los estrecho muy, pero muy fuerte, junto a mi corazón. (…) (José Espejo dice: “Señora, el pueblo le pide que acepte su puesto”, “Señora, es la única que puede y debe ocupar ese puesto”.) Yo les pido, a la Confederación General del Trabajo y a ustedes, por el cariño que nos une, por el amor que nos profesamos mutuamente, que para una decisión tan trascendental en la vida de esta humilde mujer, me den por lo menos cuatro días para pensar mi decisión. (La multitud grita: “No, no, no… Paro, paro, paro general…”) (…) Compañeros, compañeros… compañeros, compañeros. Yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores… Yo me guardo, como Alejandro, la esperanza, que es la gloria de servirlos a ustedes y al general Perón. (Aplausos, gritos: “No, no, no”.) Compañeros, compañeros, yo les pido a los compañeros de la Confederación General del Trabajo, a los descamisados aquí presentes que me escuchan, que ante esta decisión, es que yo tenía tomada otra posición… y yo voy a hacer al final lo que diga el pueblo, que… (Grandes aclamaciones, gritos: “Que sí, que sí”.) Compañeros, ¿ustedes creen que si el puesto de vicepresidenta fuera una carga y si yo fuera una solución no habría ya contestado que sí? Es que estando el general Perón en el gobierno, el puesto de vicepresidenta no es más que un honor y yo aspiro solamente al honor de estar en el corazón de mi patria. Mañana, mañana… cuando… (“No, no, paro, paro general”.) (…) Compañeros, compañeros… se lanzó por el mundo el que Evita era una mujer egoísta y ambiciosa, ustedes saben que no es así. Pero ustedes también saben que todo lo que hice no lo hice nunca para tener una posición política en mi país… y yo no quiero que mañana, un trabajador de mi patria se quede sin argumentos, cuando los resentidos, los mediocres, que no me comprendieron ni me comprenden, creyendo que todo lo que hago lo hago por intereses mezquinos. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 Compañeros, por el cariño que nos une, yo les pido, por favor, no me hagan hacer lo que no quiero hacer… (…) Compañeros, yo les pido a ustedes, como amiga, como compañera, que se desconcentren, que… (La multitud grita: “No, no, no”.) Compañeros, compañeros, el general me dice que yo sólo tengo una cosa que decirles a ustedes, que si yo, mañana… (La multitud: “No, no, no…”) Compañeros, yo les pido una sola cosa… ¿cuándo Evita los ha defraudado? ¿Cuándo Evita no ha hecho lo que ustedes desean? Yo les pido una sola cosa, esperen a mañana… (La multitud: “No, no, no…”) ¿Pero no se dan cuenta de que este momento es para una mujer como para cualquier ciudadano, muy trascendental, y que por lo menos se necesitan unas horas de tiempo…? (La multitud responde: “Que sí, que sí”.) Les aseguro, les aseguro, que esto (no) me toma de sorpresa, que ya hace mucho tiempo que yo sabía que mi nombre andaba de boca en labio, y por Perón, porque no había ningún hombre que pudiera acercarse a distancias siderales de él, y por ustedes, porque así ustedes podían ver a los hombres con vocación de caudillo y el general, con mi nombre, momentáneamente, se podía amparar de las disensiones partidarias, pero jamás, en mi corazón de humilde mujer argentina, pensé que podía aceptar este puesto, no, porque… (La multitud: “Acepte, acepte, Evita, Evita…”) Compañeros, compañeros… compañeros, a las nueve y media de la noche… (La multitud: “No, no, no…”) Compañeros, lo menos que puedo pedirles es que, en cadena por todo el país, yo pueda anunciarles mi decisión. (La multitud seguía gritando “No”, en el palco todos hablaban, se oye a la misma Evita decir: “No aceptan”.) (…) José Espejo: Compañeros, la compañera Evita nos pide dos horas de espera… (La multitud: “No, no, no…”) José Espejo: Nosotros nos quedamos aquí. Aquí esperamos su decisión. No nos movemos hasta que nos dé la respuesta favorable a la decisión del pueblo. (…)

Fuente: Estela dos Santos, Las mujeres peronistas, Biblioteca Política Argentina, nº 23, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983.

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MI MENSAJE (FRAGMENTOS)

1. Mi mensaje En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi corazón. Quizás porque en La razón de mi vida no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas que debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite. No. Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero de mis libros, pero mi amor y mi dolor no se conforman con aquella mezcla desordenada de sentimientos y de pensamientos que dejé en las páginas de La razón de mi vida. Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar. Si todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas que restañar, ¡cómo será donde

Julio de 1952. Último texto de Eva Perón. Debido al avanzado estado de su enfermedad no fue escrito por ella misma, sino dictado a distintas personas de su confianza, entre ellas, Juan Jiménez Domínguez, uno de sus más estrechos colaboradores. Durante cierto tiempo se discutió acerca de la autenticidad de la obra, hasta que en octubre de 2006 un Juzgado Nacional de Primera Instancia dictaminó que pertenece a María Eva Duarte de Perón. nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud! ¡Y cómo será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia! Para ellos, para mi pueblo y para todos los pueblos de la humanidad es Mi mensaje. Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores. Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón. Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo –¡la primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!– aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los pueblos de la humanidad. Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber toda la verdad. Porque todos los que salieron del pueblo para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron deslumbrar por la fantasía maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar de la mentira. Yo me vestí también con

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1951 - 1956 todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, “prestando mi cara” para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras. Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que se finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias. Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria. Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas. Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad. A los trabajadores, a las mujeres, a los humildes descamisados de mi Patria y a todos los descamisados de la tierra y a la infinita raza de los pueblos, como un mensaje de mi corazón. (…) 8. Caiga quien caiga Yo he visto a Perón peleando incansablemente por su pueblo frente a las fuerzas dominantes de la humanidad. Este capítulo está dedicado a ellas. No puedo callar porque sería mentirles a mi pueblo y a todos los pueblos de la tierra que han sufrido y sufren la despiadada prepotencia de los imperialismos. Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Existen en el mundo naciones explotadoras y naciones explotadas. Yo no diría nada si se tratase so-

lamente de naciones, pero es que detrás de cada nación que someten los imperialismos hay un pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados. Y aun las mismas naciones imperialistas esconden siempre detrás de sus grandezas y de sus oropeles la realidad amarga y dura de un pueblo sometido. Los imperialismos han sido y son la causa de las más grandes desgracias de una humanidad que se encarna en los pueblos. Esta es la hora de los pueblos, que es como decir la hora de la humanidad. Todos los enemigos de la humanidad tienen las horas contadas. ¡También los imperialismos! En la hora de los pueblos lo único compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de naciones justas, soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón. Y esto sucederá en este siglo. Aunque parezca ya una letanía de mi fanatismo sucederá, “caiga quien caiga y cueste lo que cueste”. 9. Los imperialismos ¡Los imperialismos! A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia. Se proclama defensor de la libertad mientras va encadenando a todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que aceptar sus inapelables exigencias. 10. Los que se entregan Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. Yo los he conocido también de cerca. Frente a los imperialismos no sentí otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi des-

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precio. Muchas veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. “No podemos hacer nada”, decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira…! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. “No podemos hacer nada” es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias. (…) 19. Vivir con el pueblo Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una sola carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese nuestra. Eso es lo que yo hice, poco a poco en mi vida. Por eso el pueblo me alegra y me duele. Me alegra cuando lo veo feliz y cuando yo puedo añadir un poco de mi vida a su felicidad. Me duele cuando sufre. Cuando los hombres del pueblo o quienes tienen obligación de servirlo en vez de buscar la felicidad del pueblo lo traicionan. También tengo para ellos una palabra dura y amarga en este mensaje de mis verdades. Yo los he visto marearse por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. Los denuncio como traidores entre la inmensa masa de trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos. Hay que cuidarse de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado de nuestra raza. Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una

jerarquía sindical. Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez de pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura y amarga verdad, se entregaron. No volverán jamás, pero si alguna vez volviesen habría que sellarles la frente con el signo infamante de la traición. 20. Las jerarquías clericales Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías clericales cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia frente a la realidad sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta sinceridad que me duelen como un desengaño estas palabras de mi dura verdad. Yo no he visto sino por excepción entre los altos dignatarios del clero generosidad y amor… como se merecía de ellos la doctrina de Cristo que inspiró la doctrina de Perón. En ellos simplemente he visto mezquinos y egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio. Yo los acuso desde mi indignidad, no para el mal sino para el bien. No les reprocho haberlo combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos con la oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos con Perón, que les dio de su corazón cristiano lo mejor de su buena voluntad y de su fe. Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo inciensan. Yo soy y me siento cristiana. Soy católica, pero no comprendo que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio. Esto no lo entenderé jamás. Como no lo entiende el pueblo. El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción espiritual, tiene que convertirse al cristianismo. Empezar por descender al pue-

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1951 - 1956 blo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo, sentir con el pueblo. Porque no viven ni sufren ni sienten ni piensan con el pueblo, estos años de Perón están pesando sobre sus corazones sin despertar una sola resonancia. Tienen el corazón cerrado y frío. ¡Ah, si supieran qué lindo es el pueblo, se lanzarían a conquistarlo para Cristo, que hoy, como hace dos mil años, tiene misericordia de las turbas! (…) 28. El gran delito Muchas veces, sobre todo en los años de la revolución, oía cómo los altos jefes militares trataban de disuadir al Coronel de su amor por el pueblo. Ellos no concebían que un oficial superior pudiese entregarse así a “la chusma”. Al principio creían que el Coronel hacía demagogia para conquistar el poder. Fue entonces cuando, envidiosos del éxito de Perón, le hicieron la primera revolución, le exigieron su renuncia y lo encarcelaron en Martín García. Pero felizmente el pueblo ya lo había conocido a Perón, y ya no veía en él al jefe militar con vocación de dictador; sino al compañero cuyo corazón había sentido el dolor de nuestra raza. Y el pueblo se lanzó a la calle dispuesto a todo. Los jefes militares de la reacción huyeron asustados y la oligarquía se escondió con ellos. Fue el 17 de octubre de 1945. Después, las cosas cambiaron. El Coronel, ya Presidente, siguió fiel a sus descamisados. Ya no podía ser que fuese demagogo, como decían. Era cierto entonces aquello de que Perón, un jefe militar, concedía importancia fundamental a los trabajadores de su pueblo. Y a medida que los trabajadores se organizaban constituyendo la más poderosa fuerza del país, la oligarquía infiltrada también en las fuerzas armadas preparaba la reacción. Yo he presenciado la dura batalla de Perón con el privilegio de la fuerza, tan dura como las luchas contra el privilegio del dinero o de la sangre. Yo sé lo

que ha sufrido, aunque he tenido el raro y maravilloso privilegio de ser algo así como el escudo donde se estrellaron siempre los ataques de sus enemigos. Ellos, cobardes como todos los traidores, nunca lo atacaron de frente, lo atacaron por mí… ¡Yo fui el gran pretexto! Cumplí mi tarea gozosa y feliz, parando los golpes que iban dirigidos a Perón. Sin embargo, los que no me querían a mí, siempre terminaron por alejarse de Perón. De alguna manera se fueron… ¡Y muchos lo traicionaron! La verdad, la auténtica y pura verdad, es que la gran mayoría de los que no quisieron a Perón por mí, tampoco lo quieren sin mí. En cambio el pueblo, los descamisados, los obreros, las mujeres, que me quieren a mí más de lo que merezco, son fanáticos de Perón hasta la muerte. En el pueblo reside la fuerza de Perón, no en el ejército. Solamente el pueblo lo quiere a Perón con fanatismo y sinceridad. Y cuando en los últimos tiempos algunos oficiales de las fuerzas armadas quisieron terminar con Perón, tuvieron que enfrentarse con el pueblo que rodeó a su Líder; oponiendo a los traidores el pecho descubierto, la fuerza infinita del corazón. Aun en el ejército, los hombres leales, aun los que cayeron en defensa de Perón, fueron hombres del pueblo, humildes pero nobles y fieles ante la defección traidora de la oligarquía. Aquel día, el 28 de septiembre, yo me alegré profundamente de haber renunciado a la vicepresidencia de la República el 22 y el 31 de agosto. Si no, yo hubiese sido otra vez el gran pretexto. En cambio, la revolución vino a probar que la reacción militar era contra Perón, contra el infame delito cometido por Perón al “entregarse” a la voluntad del pueblo, luchando y trabajando por la felicidad de los humildes y en contra de la prepotencia y de la confabulación de todos los privilegios con todas las fuerzas de la antipatria. ¡Este es el gran delito de Perón! El gran delito que yo bendigo desde el fondo de mi corazón descamisado. En mí, no tiene importancia ni tiene valor todo lo que yo siento de

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amor y de cariño por mi pueblo, porque yo vine del pueblo, yo sufrí con el pueblo. En cambio, el amor de Perón por los descamisados vale infinitamente más, porque dada su condición de Coronel, el camino más fácil de su vida era el de la oligarquía y sus privilegios. En cambio se decidió por el pueblo, contra toda probabilidad, venciendo las resistencias de muchos compañeros y abrazó nuestra causa definitivamente. ¡Cometió el gran delito! Pienso que, cometiéndolo, salvó él sólo a las fuerzas armadas de mi Patria del descrédito y del deshonor. Si Perón no fuese militar, nuestro pueblo estaría convencido de que las fuerzas armadas son un reducto de la oligarquía. Los militares tienen, en este año de Perón, la gran oportunidad de asegurarse el porvenir ayudándolo en su tarea de servir al pueblo, partiendo de la base fundamental de que eso no es delito: es servir a la Patria. 29. Mi voluntad suprema Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y es, por lo tanto, mi última voluntad. Donde está Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me quema el alma. Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo mi iría con él, porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor, para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios dolores. Porque he sufrido mucho; pero mi dolor valía la felicidad de mi pueblo… y yo no quise negarme –yo no quiero negarme–, yo acepto sufrir hasta el último día de mi vida si eso sirve para restañar alguna herida o enjugar una lágrima. Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón yo quiero que-

darme con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán con ellos, seguirán viviendo en ellos haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas todos los días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume con una sed amarga e infinita. Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la Justicia y de la Libertad hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra de todo lo que no sea la raza de los pueblos. Yo estaré con ellos, con Perón y con mi pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad; y él sabe que me consume el amor de mi raza que es el pueblo. Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi rebeldía y de mis odios. Pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por sí mismo, no he combatido a nadie por maldad sino por defender a mi pueblo; a mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres “grasitas”, a quienes nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón y con más ardor que Evita. Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor, porque él, desde su situación de privilegio, supo llegar hasta el pueblo, comprenderlo y amarlo. Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y sangre de pueblo. Yo no podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y definitiva de mi vida, sea leída en acto público en Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados. Quiero que sepan, en ese momento, que lo quise y que lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más:

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1951 - 1956 “No concibo el cielo sin Perón”. Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los niños y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen como si fuese yo misma. Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo. Yo considero que mis bienes son patrimonio del pueblo y el movimiento peronista, que es también del pueblo, y que todos mis derechos como autora de La razón de mi vida y de Mi mensaje, cuando se publique, sean también considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando por mi propia vida, que yo le entregué por amor y para siempre de una manera absoluta. Pero después de Perón el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo, y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan por cualquier medio, el cumplimiento de esta voluntad suprema de mi corazón que tanto los quiso. Todos los bienes que he mencionado y aun los que hubiese omitido deberán servir al pueblo, de una o de otra manera. Quisiera que se constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres, y deseo que ellos lo acepten como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos. También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien los hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida. Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aun las que recibí de mis amigos o de países ex-

tranjeros, o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía, y por eso deseo constituyan, en el museo del Peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria. Desearía también que los pobres, los ancianos, los niños, mis descamisados sigan escribiéndome como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar para mí el Congreso de mi pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta en realidad por medio de mi Fundación, que quiero siempre pura como la concebí para mis descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón. Por fin quiero que todos sepan que si he cometido errores los he cometido por amor, y espero que Dios, que ha visto siempre mi corazón, me juzgue no por mis errores, ni mis defectos, ni mis culpas, que fueron muchas, sino por el amor que consume mi vida. Mis últimas palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos, porque él también está con los humildes, y yo siempre he visto que en cada descamisado Dios me pedía un poco de amor que nunca le negué. 30. Una sola clase Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía. No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan. Es necesario que los pueblos impongan en el mundo entero esta verdad peronista. Los dirigentes

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1951 - 1956 sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía. Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad. Para que no haya luchas de clases, yo no creo, como los comunistas, que sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo. No, porque sería cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos los de ahora tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas, en virtud de la ambición, de los honores, del dinero o del poder. El camino es convertir a todos los oligarcas del mundo: hacerlos pueblo, de nuestra

clase y de nuestra raza. ¿Cómo? Haciéndolos trabajar para que integren la única clase que reconoce Perón: la de los hombres que trabajan. El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es la gran virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero, mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores. Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!

Fuente: Juan José Salinas y Juan Jiménez Domínguez, Mi mensaje, Buenos Aires, Editorial Futuro, 1994.

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Funeral de Eva Perón: miles de personas pasan por el Ministerio de Trabajo y Previsión para despedirla.

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1951 - 1956 Incluido en el libro Partitas, de 1972, “Eva Perón en la hoguera” es un poema construido a partir de intervenciones sobre el texto clásico de Eva Perón La razón de mi vida. Trabajada sobre la matriz poética del mayor de los Lamborghini, a fuerza de singulares escansiones y repeticiones, de sentidos condensados, la voz de Evita se replica en el poema en sus tonos más dramáticos, intensos y desafiantes.

Eva Perón en la hoguera, de Leónidas Lamborghini I por él. a él. para él. al cóndor él si no fuese por él a él. brotado ha de lo más íntimo. de mí a él: de mi razón. de mi vida. lo que es un cóndor él hasta mí: un gorrión en una inmensa. hasta mí: la más. una humilde en la bandada. un gorrión y me enseñó: un cóndor él entre las altas. entre las cumbres: a volar. si casi y cerca: a volar. si casi de: a volar en una inmensa. un gorrión. y me enseñó: si veo claramente. por eso: si a veces con mis alas. si casi cerca de. si ando entre las altas. si veo. si casi toco casi: por él a él: todo lo que tengo: de él. todo lo que siento: de él. todo el amor de mí: a él. mi todo a su todo: a él.

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IX para mí los obreros: en primer lugar. para mí los que estuvieron. los que cruzaron viniendo. los que en columnas alegres. los que dispuestos. los que a todo los que a morir. para mí los que en diagonales avanzaron. los que hicieron callar. para mí los que todo el día los que reclamaban. los que a gritos. los que encendieron: los que hogueras. para mí en primer lugar: todos los que: aquella noche. para mí: todos los que antes. todos los que ahora. todos los que mañana. todos los que: hogueras. para mí los organizados. los obreros: ¡ellos son! los que sostienen ¡ellos son! todos los que antes todos los que ahora todos los que mañana. el amor de mí. la esperanza de mí. para mí el pueblo: ¡ellos son! X por mi manera. por mi ser: la justicia más allá. casi siempre: más cerca de. más: de los trabajadores. por mi manera: más allá de camino. de mitad. la justicia más: una reparación: a los trabajadores. más cerca un desagravio a los. más allá. no el equilibrio. no en ese punto: por mi manera. casi siempre no lo niego. más. soy: no lo niego. estoy: no lo niego. soy. sí: más cerca. sí: que nadie explote a nadie. sí: que nadie a nadie. sí: la clase obrera. sí: sectaria sí.

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1951 - 1956 XIV la justicia social: cada tarde. las tardes. las audiencias. las secretas: son almas destrozadas desfilando. me dicen: en voz baja. me dicen: sus casos. los más raros. los más difíciles. me dicen: qué hacer. sus más íntimos. sus casos. el hambre. la miseria. me dicen: les han hecho caer. en voz baja. me dicen: el dolor. hombres y mujeres: les han hecho: la injusticia. por ejemplo esa mujer. por ejemplo: arrojada. qué hacer. cada tarde: casi al oído. cada tarde y casi: llorando. muchas veces. por eso. porque yo. porque conozco: las tragedias. los pobres. hombres y mujeres: en voz baja. las víctimas. los explotadores. les han hecho: el dolor por eso: la justicia inexorablemente. la justicia qué: cueste lo que cueste qué: caiga quien caiga. porque yo. cada tarde los pobres: son almas. me dicen: les han hecho la persecución. por ejemplo: esa mujer arrojada. me dicen. qué hacer. por eso: veneno y amargura en mis. por eso: grito hasta. por eso afónica cuando en mis. por eso la indignación en mis: se me escapa. cada vez: el veneno más. cada vez: la amargura más. cada vez: hombres y mujeres. esa mujer. por eso que mis insultos latigazos. por eso que mis insultos cachetadas: a los explotadores. en plena cara. que les hagan. porque yo. porque conozco: hombres y mujeres: les han hecho el dolor. les han hecho la miseria. son almas. les han hecho la persecución. les han hecho la injusticia por eso afónica. por eso: qué hacer. por eso qué: cueste lo que cueste. por eso qué: caiga quien caiga. XVI no funcionario: pájaro. así lo he querido. la libertad: yo siempre. la revolución: yo siempre. creo que nací para. así: pájaro suelto en un bosque. inmenso. pájaro no encadenado. no a la gran máquina. no al estado. pájaro: no a sueldo. ningún. no funcionario. pájaro: siempre me gustó. he querido vivir, creo que nací. suelto. así lo he: yo siempre. el aire. el libre. no al estado. no a la gran. la libertad: yo. pájaro: creo que nací

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1951 - 1956 XVIII Ya: lo que quise decir está. pero además; darse. el amor es. darse. Ya. lo dicho. lo que quise. el amor. la vida es: dar la vida. darse. ya: hasta el fin. ya: la razón. ya. la vida. la razón es. la vida es. la razón de mi: darse. abrirse la vida de mi: darse. ya. lo que quise. pero además. la razón de mi vida es. la razón de mi muerte es: la Causa es. ya: hasta el fin. mi misión: dar. mi camino: dar. darse. veo. la vida de mí. mi horizonte: dar. darse. Ya: lo que quise, mi palabra está.

Fuente: Leónidas Lamborghini, Partitas (1ª ed. 1972), Buenos Aires, Biblioteca Nacional y Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2009.

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Funeral de Eva Perón: una multitud acompaña el cortejo fúnebre.

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Acción Católica de Córdoba (antiperonistas) Manifiesto de los jóvenes de Acción Católica de Córdoba en marzo de 1952, alertando sobre el cambio de costumbres en la sociedad y la “intolerancia” del gobierno peronista.

1. Que la inmoralidad ha dejado de ser un asunto aislado, privado y personal para convertirse en un espectáculo público y corriente. 2. Que la indecencia y el vicio han tomado carta de ciudadanía (…) en lugares públicos, calles, plazas (…) 3. Que como consecuencia lógica de esto, la moral de nuestro pueblo está sufriendo una crisis, lo que se nota especialmente en la mujer que va perdiendo, poco a poco, la conciencia de su dignidad. 4. Que las autoridades municipales y policiales (…) miran con excesiva tolerancia la carrera vertiginosa (…) hacia la disolución de las costumbres que son el orgullo de nuestra raza, el honor personal y familiar, el pudor femenino. (…)

Fuente: César Tcach, Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba (1943-1955), Buenos Aires, Biblos, 2006.

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ACTUALIDAD DE ECHEVERRÍA

H

onrado, señoras y señores, con la representación de la Comisión Central de Homenaje y de la Sociedad Argentina de Escritores, quisiera traducir en mis pa­labras el sentimiento de fidelidad y amor que embar­ga a todos los que han venido hasta la estatua de Esteban Echeverría en el centenario de su muerte. Estas flores que ahora la engalanan, las mujeres y hombres reunidos junto a ella, expresan y compendian la devoción de muchos demócratas argentinos, porteños y provincianos, hacia el fundador de la Asociación de Mayo. Faltan pompas ceremoniosas, sones que invadan la fronda, cortejos y galas; el aparato de las rememo­ raciones protocolares está ausente. Ello no desentona, armoniza, por el contrario, con su figura romántica, que fue invariablemente leal a su íntimo sentir y pen­sar, y por eso mismo, sin duda, un poco solitaria a la hora de las festividades y de los aplausos, pero pro­fundamente metida, irre-

La campaña de conmemoración del centenario de la muerte de Esteban Echeverría es uno de los puntos altos del frente intelectual antiperonista y un desafío abierto al gobierno de Perón, que había impulsado importantes actos por el centenario de la muerte de José de San Martín. Con la participación de escritores e intelectuales liberales, socialistas y comunistas, la Comisión de Homenaje al poeta y mentor de la Generación del 37 es presidida por el ensayista Alberto Erro, de quien se reproducen fragmentos de un discurso pronunciado en enero de 1951, en el Parque Tres de Febrero, al pie del monumento al autor del Dogma socialista. misiblemente presente, en lo más estable y orgánico de las realizaciones argentinas después de la Revolución de Mayo. Hubiéramos querido ir hasta su sepulcro; detenernos allí un instante para meditar sobre el destino del país en esta tremenda hora del mundo, y hacerle guardia civil en la fecha de su centenario. Pero Echeverría murió en el ostracismo al igual que San Martín y Rivadavia, y su fin fue todavía más infausto que el de aquellos grandes, por­que no pudo alcanzar el momento en que sus ideas se plasmaran en la realidad, y sus restos, sepultados en Montevideo, se perdieron sin que quede posibilidad de hallarlos. Sus huesos no reciben el calor de la tie­rra natal. La juventud, a la que siempre se dirigió, no podrá repetir en su caso el gesto de los soldados desembarcados en Francia cuando la guerra del 14, ante la tumba de Lafayette. No podrá decirle nunca: “Echeverría, estamos aquí”. Nos queda –gracias sean dadas a Dios– su pala-

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1951 - 1956 bra escrita, sus libros, que son la urna y la luz de su espíritu, estrella encendida ahora en el cielo moral de la patria. No me cabe duda, con­ciudadanos, de que ya empiezan a formarle los jóve­nes argentinos la luminosa aureola que un día lo cir­cundará, sin intervalos ni relevos, como la argentada franja que rodea a Sirio y a Aldebarán. Enumerar lo que hizo es una incitación a pensar en la solidez granítica de su pedestal: renovó nuestra literatura, introduciendo aquí, antes que nadie en Amé­rica, el estilo romántico; incorporó a nuestras letras el paisaje argentino por excelencia, es decir, el desierto, la pampa; interpretó la Revolución de Mayo como movimiento no sólo de libertad sino también de reivin­dicación social del pueblo, con una profundidad inigua­lada hasta él, y al hacerlo iluminó la grandeza de la cuna de los argentinos a la que adscribió un principio de renovación irrenunciable; fundó la Asociación de Mayo, de la que formaron parte casi todos los hom­bres más ilustres y que más influyeron en la marcha de la República después de Caseros, y trazó en El Dogma Socialista algunos de los principios fundamen­tales mediante los cuales se encarriló el país en un orden estable y se consiguió superar más de dos dece­nios de anarquía y tiranía. Por todo eso –hay que decirlo bien alto– Echeverría representa una línea de convergencia, una bandera de unión, y no un estandarte faccioso en la historia de la patria, y, por eso mismo, también, deberían acer­carse con veneración a esta estatua todos los argen­ tinos. Su genialidad típica consistió, a mi juicio, en que frente a una tiranía sangrienta, cuando sólo se atinaba a denostar o a aclamar a Rosas y a luchar en uno de los partidos en pugna, fue capaz de construir un pro­grama positivo, nuevo, por encima del unitarismo y el federalismo, y que, como la historia lo demostraría después al consagrarlo en la Constitución del 53, vi­

gente durante un siglo, era indispensable para alcan­zar una solución orgánica y duradera. Si después de Caseros no se volvió a la anarquía y la sociedad argen­tina logró al fin encuadrarse en vías legales, pacificarse y ordenarse, fue porque Urquiza y los Constituyentes del 53, realizaron, en lo esencial, el programa de una generación nueva que no era unitaria ni federal en el sentido que estos vocablos asumen como designaciones de dos partidos políticos: la generación de la Asocia­ción de Mayo y del Dogma Socialista, la generación de Esteban Echeverría. (…) Con la pertinacia de la sombra al cuerpo se adhiere a las páginas del sociólogo y del pensador político, la idea de que a Mayo es necesario volver siempre para determinar la esencia de nuestro ser cívico. Mayo sig­nifica democracia, es decir, un régimen de libertad fundado en la igualdad de clases. Y Echeverría fijó con palabras inconmovibles el destino institucional del país, cuando dijo: “Y advertid que así como no hay sino un modo de ser, un modo de vida del pueblo argen­tino, no hay sino una solución adecuada para todas nuestras cuestiones, que consiste en hacer que la De­mocracia Argentina marche al desarrollo pacífico y nor­mal de su actividad en todo género, hasta constituirse con el tiempo con el carácter peculiar de democracia argentina”. Fuera de la democracia no puede haber progreso entre nosotros; todo lo que sea alejarse de la demo­cracia implica una vuelta hacia atrás, equivale a res­taurar la Colonia e imponer la contrarrevolución. “Po­ lítica, filosofía, religión, arte, ciencia, industrias –dice en el Dogma–; toda la labor inteligente y material de­berá encaminarse a fundar el imperio de la Democracia. Política que tenga otra mira, no la queremos. Filosofía que no coopere a su desarrollo, la desecha­mos. Religión que no la sancione y la predique, no es la nuestra. Arte que no se anime de

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su espíritu y no sea la expresión de la vida individual, será infecundo. Ciencia que no la ilumine, inoportuna. Industria que no tienda a emancipar las masas y elevarlas a la igual­dad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la abominamos. No puede haber, no debe haber sino un móvil y un regulador, un principio y un fin en todo y para todo: la democracia; fuera de ese símbolo santo, no hay salud; ahí está la ley de criterio, el prin­ cipio de certidumbre social para nosotros.” Echeverría viene a decirnos con esto –sabia adver­tencia a hombres desprevenidos como son casi siem­pre los que de buena fe profesan amor a la libertad–: no basta crear la democracia y dejarla sola para que viva y florezca. No basta vivir en la democracia, sino que es preciso trabajar por y para la democracia. Hay que cuidarla y recrearla todos los días. El maestro en su escuela, el industrial en su fábrica, el agricultor en su chacra, el artista en su obra, el empleado y el obre­ro en su grupo, deben hacer democracia. De lo con­trario tendrá una existencia ficticia y perecerá sin remedio. (…) Cuando los contendores fatigados sólo buscaban el triunfo sobre el adversario, él señaló como finalidad de la lid un objetivo mucho más trascendente y creó un dogma social para dar un sen­tido positivo y nuevo a la batalla y evitar el desastre de una victoria infecunda. Tuvo la vista alerta para lo que era imposible restaurar; eso lo alejó de muchos combatientes patriotas; pero el tiempo terminó dán­dole la razón. No se lo puede ubicar en un partido porque no llegó a fundarlo. Estando desprovisto de ró­tulos, mucho se ha concitado para oscurecer su nom­bre. Sólo suenan unitarios y federales. Echeverría reconocía en los dos algo legítimo; pero sabía que nin­guno por sí solo traía la solución. Él y los hombres de la Asociación de Mayo la esbozaron, y pudo ser más profunda y real, porque hubiera alcanzado un conte­nido social y económico de

que careció, si la temprana muerte del poeta no la hubiera dejado sin el calor de la mente que más sentía esta parte del programa del Dogma. Echeverría no está ubicado en ninguna di­visa política que haya polarizado a las masas, aunque tiene concomitancias parciales con algunas de ellas. Es cierto. Pero su nombre es indesligable de los prin­cipios de Mayo y de la Constitución del 53, y en su obra se halla insinuada, en germen, una nueva línea de propulsión y expresión de la realidad argentina, que la penetra y la representa, una Argentina más honda, más responsable, más auténtica, más justa y más libre que la que el destino hasta ahora nos ha deparado, y que con la muerte de Echeverría parece borrarse o perderse, como esas corrientes de agua que, después de recorrer largo trecho sobre la superficie, ocultan su caudal prolongándose bajo tierra. A veces suelen reaparecer muy lejos del sitio en que aparente­mente se extinguieron. Y si este centenario no ha lle­gado en vano, debe servir para que renazcan proas y alas en esa corriente sumergida de nuestro devenir histórico.

Fuente: Comisión Central de Homenaje a Esteban Echeverría, Cartilla echeverriana, Buenos Aires, s/f, pp. 9-16.

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Proclama del general Eduardo Lonardi contra el gobierno constitucional de Juan D. Perón El 16 de septiembre de 1955 se produce la autodenominada “Revolución Libertadora”, golpe de Estado encabezado por el general Eduardo Lonardi, que derroca al gobierno constitucional de Juan D. Perón.

Al pueblo argentino y a los soldados de la patria: En mi carácter de jefe de la Revolución Libertadora, me dirijo al pueblo y en especial a mis camaradas de todas las armas para pedir su colaboración en nuestro movimiento. La Armada, la Aeronáutica y el Ejército de la patria abandonan otra vez sus bases y cuarteles para intervenir en la vida cívica de la Nación. Lo hacemos impulsados por el imperativo del amor a la libertad y al honor de un pueblo sojuzgado que quiere vivir de acuerdo con sus tradiciones y que no se resigna a seguir indefinidamente los caprichos de un dictador que abusa de la fuerza del gobierno para humillar a sus conciudadanos. Con el pretexto de afianzar los postulados de una justicia social que nadie discute, porque en la hora presente es el anhelo común de todos los argentinos, ha aniquilado los derechos y garantías de la Constitución y sustituido el orden jurídico por su voluntad avasalladora y despótica. Esa opresión innoble sólo ha servido para el auge de la corrupción y para la destrucción de la cultura y de la economía, de todo lo cual es símbolo tremendo el incendio de los templos y de los sacrosantos archivos de la patria, el avasallamiento de los jueces, la reducción de la Universidad a una burocracia deshonesta y la trágica encrucijada que compromete el porvenir de la República con la entrega de sus fuentes de riqueza. Si este cuadro pavoroso promueve la inquietud de los argentinos, el dictador –después del simulacro de su renuncia– nos ofrece la perspectiva de la guerra civil y de la matanza fratricida, complaciéndose con la posibilidad de dar muerte a cinco opositores inermes por cada uno de sus secuaces y torturadores. No es extraño que fuera capaz de complicarse en la profanación de la bandera para imputar el sacrilegio a sus opositores. Ante los conciudadanos y la posterioridad lo acusamos de esa incalificable villanía, plenamente comprobada en las actuaciones labradas por el Consejo Supremo de Guerra y Marina. La preocupación por el honor y la libertad, vulnerados por la tiranía, halló ancho cauce en el corazón de la oficialidad joven,

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que con rara unanimidad despreció las dádivas y el soborno y puso su limpia espalda al servicio de los ideales ciudadanos. Poco ha costado a quien firma esta proclama y a tantos jefes que en toda la extensión de la República la rubrican con su nombre y con su sangre, secundar ese esfuerzo juvenil que reivindica para siempre el prestigio de las armas nacionales y a todos nos coloca en la misma línea de los inmortales precursores: los que orlaron los templos con los trofeos tomados al enemigo, los que hicieron flamear nuestra enseña en las batallas que fundaron la patria y los que dieron la lección insuperada de su desinterés y sacrificio. Ningún escrúpulo deben abrigar los miembros de las fuerzas armadas por la supuesta legitimidad del mandato que ostenta el dictador. Ninguna democracia es legítima si no existen los presupuestos esenciales: libertad y garantía de los derechos personales; si se falsea el empadronamiento, o en los comicios se desconoce la expresión de la voluntad ciudadana. En cambio, sí tiene toda su fuerza el artículo de la Constitución vigente que ordena a los argentinos armarse en defensa de la Constitución y de las leyes. O aquel otro que marca con el dictado de infames traidores a la patria a los que conceden facultades extraordinarias o toleran su ejercicio. Sepan los hermanos trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en la solemne promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean cercenados. Las legítimas conquistas que los amparan, no sólo serán mantenidas sino superadas por el espíritu de solidaridad cristiana y libertad que impregnará la legislación y porque el orden y la honradez administrativa a todos beneficiarán. La revolución no se hace en provecho de partidos, clases o tendencias, sino para restablecer el imperio del derecho. Postrados a los pies de la Virgen Capitana, invocamos la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia, hacemos este llamamiento a todos los que integran las fuerzas armadas de la Nación, oficiales, suboficiales y soldados, para que se pongan con nosotros en la línea que señala la trayectoria del Gran Capitán. Lo decimos sencillamente, con plena y reflexiva deliberación: la espada que hemos desenvainado para defender la entraña de la patria no se guardará sin honor. No nos interesa la vida sin honra y empeñamos en la demanda el porvenir de nuestros hijos y la dignidad de nuestras familias.

Fuente: Luis Ernesto Lonardi, Dios es justo. Lonardi y la revolución, Buenos Aires, Francisco Colombo, 1958.

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Adhesión de la UCR al golpe de Estado del general Lonardi El golpe de 1955 fue avalado y festejado por la mayoría de las fuerzas políticas y por amplios sectores sociales. Así lo deja ver esta proclama de la Unión Cívica Radical de Córdoba, publicada el 16 de septiembre de 1955.

La ciudadanía radical expresa la más decidida adhesión al movimiento revolucionario promovido por las fuerzas de la Marina, el Ejército y la Aviación. Ningún ciudadano puede esperar que otros le den la libertad que no haya sido capaz de defender y resguardar con su propia acción. De allí, es deber ineludible de todo ciudadano democrático (…) luchar y defender la libertad, en cuyo seno fecundo se encuentran aseguradas las reivindicaciones sociales, el porvenir y la dignidad. (…) Arturo Umberto Illia, Juan Palmero, Eduardo Gamond 16 de septiembre de 1955

Fuente: César Tcach, Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba (1943-1955), Buenos Aires, Biblos, 2006.

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Proclama de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, al frente del Movimiento de Recuperación Nacional El 12 de junio de 1956, en la antigua penitenciaría de la calle Las Heras, es fusilado el general Juan José Valle, líder del frustrado levantamiento cívico-militar del 9 de junio contra el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu. Este último había asumido el gobierno de facto el 13 de noviembre de 1955, tras la autodenominada “Revolución Libertadora” que derrocó a Juan D. Perón en septiembre de ese mismo año.

Proclama Al pueblo de la Nación Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su Pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes. Como responsable de este Movimiento de Recuperación Nacional integrado por las Fuerzas Armadas y por la inmensa mayoría del Pueblo –del que provienen y al que sirven–, declaramos solemnemente que no nos guía otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder. Conscientes de nuestra responsabilidad ante la historia, comprendemos que nuestra decisión es el único camino que nos queda para impedir el aniquilamiento de la República en una lucha estéril y sangrienta entre hermanos, cada día más inevitable e inminente… ¡Viva la patria! Movimiento de Recuperación Nacional General de División Juan José Valle General de División Raúl Tanco Buenos Aires, 9 de junio de 1956 Fuente: Salvador Ferla, Mártires y verdugos, Buenos Aires, Peña Lillo, 1983, p. 141.

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ESTRATEGIA DE LA LUCHA POR LA LIBERACIÓN NACIONAL Y LA JUSTICIA SOCIAL

En Los profetas del odio, libro publicado en 1957, Arturo Jauretche analiza críticamente el rol de los intelectuales, que por entonces, en buena medida, se encuadran en el antiperonismo y ponen sus ideas, sus voces y sus textos al servicio de la “Revolución Libertadora”. Pero al mismo tiempo realiza un balance crítico del accionar de Perón respecto de las clases medias y de la conducción del propio movimiento. Lo que sigue es, precisamente, el capítulo II de las consideraciones finales del ensayo, donde avanza en esa línea autocrítica.

POR ARTURO JAURETCHE

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reo que se atribuye a Mirabeau una frase que ha hecho carrera: “La Revolución es como Saturno que devora a sus hijos”. La frase es bella pero inexacta: la Revolución devora a sus padres, los precursores. Los precursores de toda Revolución, pese a sus divergencias con el sistema que combaten, son hijos de su época y, como tales, no pueden desafiliarse totalmente de ella; de sus escalas de valores, su estilo, su estética y su ética. Ocurre que cuando el hecho revolucionario se produce, a la par de los frutos esperados aparecen otros menores y sorprendentes. El viejo revolucionario se encuentra enfrentado a hechos nuevos que no estaban en sus previsiones; vuélvese díscolo, y termina por ser substituido por promociones nuevas que se adecúan más fácilmente al intervalo penumbroso que hay entre la perención de los viejos “modos” y la definición de los nuevos. Es hora de audaces e improvisadores; entre estos los hay de buena fe y los que sólo son pescadores de río revuelto y desaprensi-

vos aprovechadores. Las nuevas condiciones, que derogan el orden habitual del mérito y la fortuna, están llenas de sorpresas. La Revolución, así sea pacífica, no es como la inauguración de una casa nueva bien pintada y con jardín al frente. Por el contrario, está terminado el comedor y falta el cuarto de baño, la mezcla anda derramada por el suelo y se choca en todas partes con baldes y escaleras; es el momento en que el viejo revolucionario empieza a preguntarse si no era mejor la casa vieja que con todos sus defectos respondía a los hábitos adquiridos. Es aquí donde el viejo revolucionario, debe recurrir a la filosofía y a sus conocimientos de la historia, para resignarse a ser un espectador donde creyó ser actor de primera fila. Su actitud de ese momento es la prueba de fuego; ella nos dice si el luchador estaba en lo profundo de los acontecimientos que reclamaba o sólo en lo superficial, pues debe resignarse al drama del silencio, tironeando entre lo que ve que anda mal, y el mal que

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hará al proceso que contribuyó a crear si lo combate, pues pronto es arrastrado a la posición de sus adversarios irreductibles. Error este irreparable, porque una cosa son las críticas a las imperfecciones del proceso y otra el plan revanchista de los vencidos por la historia. En ese momento está en riesgo de negarse a sí mismo y convertirse en instrumento de la contrarrevolución antinacional, como ha sucedido a muchos en la reciente ocasión. No soy un literato, como lo habrá percibido el lector, y esto es más una miscelánea que un trabajo orgánico. Tampoco un filósofo de la historia. Pero años y trotes me han graduado en la universidad de la vida, que es el mejor libro cuando los otros inducen a error. Lo que he ido señalando a lo largo de estos capítulos es casi la confesión de errores que he profesado, pues también me alimenté de las enseñanzas de los libros y la prensa que denuncio, y entonces no había caminos y menos señales, como ahora, para advertir la falsedad del rumbo. Era la noche oscura y sin estrellas. Así es que mi actitud frente a la intelligentzia no es de ahora, sino el producto de largas y amargas comprobaciones. Digo con esto que mi conciencia sobre la clave de los problemas de nuestro país, como la de todos los de mi generación que la han tenido, tuvo que hacerse por propia experiencia, en correcciones constantes y en modestos aprendizajes de todos los días; y es cierto, además, que hemos aprendido de los simples y humildes mucho más que de los infatuados y poderosos. Esa conciencia me puso al servicio de la liberación de mi país, causa que no he abandonado nunca, y a la que en el libro, en la prensa, en la acción política y con las armas en la mano, con muchos más exilios y prisiones que momentos fáciles en los 35 años que llevo de militancia. De tal manera mi actuación en la política militante no ha estado regida por la adhesión a hombre alguno ni a ninguna estructura partidaria, sino

en la medida en que estos han sido instrumentos de esa causa. Eso sí, no he tenido el prurito de la perfección, ese narcisismo de los teorizadores que los inhibe de la acción por no contaminarse con los errores de los partidos: el deber político de un luchador es servir las grandes líneas de su pensamiento, despreciando lo incidental y aceptando las consecuencias inevitables de toda acción constructiva. Es así como en cada etapa de la vida nacional he combatido por quien o quienes eran más capaces de acercarse concretamente a la realización de la empresa, sin buscar pelos en la leche y exigir perfecciones imposibles. Tenemos muchos sarmientistas, pero ellos se cuidan ahora de olvidar que fue Sarmiento quien dijo que para edificar una casa hay que embarrarse las manos, y eso que ellos están con el barro hasta el pescuezo y demoliendo, no edificando. Con esto quiero dejar establecido que puedo tratar estos temas por encima de la posición de hombre de partido, sin negar el mío, que lo tengo y lo reivindico con orgullo, evitando las militancias cortas, para ver el país desde una perspectiva general. Desde esa perspectiva se percibe claramente que existe un movimiento nacional mucho más amplio que las designaciones partidarias, que establecen diferencias de matiz y programáticas, pero que presuponen el supuesto básico de un pensamiento fundamental común. Este es el movimiento de lo nacional, opuesto a la extranjería; el que cree en una Argentina con destino propio y soluciones propias en lo económico y en lo social, con todas sus implicancias culturales y políticas. Movimiento que abarca al grueso de la población argentina, en alguno de cuyos sectores predomina la preocupación por lo social, como en otros la preocupación por lo político o lo nacional, pero conteniendo, todos en común, un mínimo programa de soberanía política, de liberación económica y de justicia social, como demandas inseparables del ser

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1951 - 1956 argentino. Este movimiento, predominando en unos sectores los elementos de clase media y burguesía y en otros la base proletaria, constituye en su conjunto la reserva defensiva del país y la parte infinitamente más numerosa de la ciudadanía. No soy un político en el sentido en que habitualmente se dice, posición común a todos los que hemos actuado en FORJA, cualquiera que sea el partido a que pertenezcan hoy, siempre dentro de la línea nacional. Esto se explica porque en aquel movimiento sólo pudieron existir hombres que renunciaran a toda posibilidad personal, para dedicarse, más que a la política, a una docencia cívica, en una hora en que todas las perspectivas nacionales estaban cerradas por la traición del Radicalismo a su programa, y el Nacionalismo era una palabra de importación, perturbado por enfoques ideológicos paralelos a los de la intelligentzia, en una inmadurez que parece irse corrigiendo en la acción. El mayor número de los militantes de esa minoría combativa y sin recursos, que desde obscuros sótanos, trabajó para el reencuentro con lo argentino, se sintió descargada de un peso superior a sus fuerzas, cuando en 1945 otras espaldas lo hicieron suyo y otras voces, con más aptitud política e instrumentos, supieron llevar a la multitud como acción lo que sólo habíamos llevado como idea y nutrieron el movimiento naciente con la base social, que es imprescindible. De aquella fecha data mi folleto “Nacionalismo y Radicalismo”, que, con el subtítulo “Radicalizar la revolución y revolucionar al radicalismo”, propugnaba un mínimo de comprensión entre las distintas tendencias nacionales. El radicalismo de los galeritas demostró tener más afinidad con la oligarquía que con la masa, y la perdió. Sin desearlo, me tocó entonces ser candidato a senador nacional por la Capital, y hube de soportar el agravio de una arbitraria y ofensiva anulación de la candidatura, conjun-

tamente con otros hombres muy respetados. Pero estábamos al servicio de un movimiento y ese agravio y muchos que vinieron después no hicieron vacilar nuestra fe, ya que no estábamos en la acción por motivos personales. El hecho nuevo que presenciábamos, la realización de conquistas sociales y reivindicaciones nacionales muchos años soñadas, pero que nunca esperamos se concretaran en el corto término de nuestras vidas, era emoción mucho más intensa que cualquier pequeño rencor o preocupación personal. Quiero recordar aquí un episodio que actualiza las reflexiones hechas más arriba, sobre la frase de Mirabeau. Fue el 4 de junio de 1946. Perdido entre la multitud, en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, veía pasar la columna interminable que volvía de Plaza de Mayo, después de vivir los momentos eufóricos de la asunción del mando por el primer presidente elegido por la voluntad del pueblo, después de un largo interregno de proscripción y fraude. La columna desfilaba coreando los slogans que quince años antes habíamos creado desde las columnas de Señales, aquel periodiquito de Martínez del Castillo, que inició la primera campaña seria de esclarecimiento de los hechos argentinos, sacándolos del vago antiimperialismo de las izquierdas, experto en ocultar las raíces concretas del mal. Nadie en esa multitud me reconoció. Me sonreí pensando que de haber pasado una columna adversaria gran parte de ella me hubiera identificado, para agraviarme. Y esa situación paradojal, de ser desconocido por mis amigos y conocido por mis enemigos, me confirmó en aquellas reflexiones políticas que he dicho antes y en la certidumbre de que una nueva Argentina, de carne y hueso, estaba de pie. Muy feliz era en desaparecer con los escombros políticos de la otra, que yo había luchado por derrumbar, para preocuparme por mi lugar en la nueva.

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El movimiento de 1945 reunía las condiciones ideales de un movimiento de liberación nacional. La lucha por la emancipación y la justicia social no la pueden hacer por separado las distintas clases sociales. Más aún, el enfrentamiento de las clases es una de las técnicas más eficazmente usada por la política británica, como enfrentó a musulmanes y brahamanes en la India, y ahora en Chipre a turcos y griegos. Y esta ha sido la colaboración permanente de un tipo de político y escritor “izquierdista” que hemos venido señalando. La revolución proletaria como instrumento de la realización nacional hace mucho que fue abandonada por todos los movimientos nacionales. Es un tema agotado en la estrategia de esa lucha y bastará recordar la vieja polémica entre apristas y comunistas, en el Perú, y comprobar cómo estos últimos han abandonado su posición de entonces en cuanto las exigencias concretas de la realidad han demandado una acción eficaz. Pretender instrumentar la lucha nacional en ese planteo es una puerilidad de tipo anarcoide. Tampoco las soluciones propuestas antes de conquistar el poder y en el poder mismo explican una programática conciliable con esos extremos, y sería absurdo luchar hoy por soluciones que ni se intentaron cuando se tenían los medios. El programa del movimiento fue, entonces, como lo es ahora, establecer la justicia social en progresión ascendente con el desarrollo económico logrado a medida que la liberación nacional va creando las condiciones de producción y distribución de la riqueza impedidas en nuestro país por los factores antiprogresistas de la estructura imperial. Es decir, lograr los más altos niveles sociales dentro del mundo a que pertenecemos, tal como las condiciones nacionales lo permiten en cuanto se remueven los obstáculos a nuestro desarrollo y dirigir los beneficios de ese progreso en el sentido de la sociedad y no solamente

de los individuos colocados en situación privilegiada. No otra cosa, con un acento más social y más profundo, que lo que han hecho los países que han sabido sortear los impedimentos que obstruyen nuestro desarrollo. Creo que los hechos que han posibilitado la situación actual son hijos de un error fundamental de conducción. Un hecho revolucionario, como el de 1945, no deja de serlo porque haya encontrado expedita la vía del comicio, y debe atender a la conservación del poder para la realización de sus fines, sabiendo que esta no depende solamente del apoyo de las mayorías electorales. Esto no implica creer que el sostenimiento del poder sea una cuestión policial y represiva. Lo que exige es el conocimiento claro de cómo está distribuida socialmente la fuerza. Los factores del poder, desde el punto de vista de las clases, no se hallan, en nuestra sociedad y en todo el mundo occidental, en la misma relación que los aportes electorales. Mientras el proletariado, mucho más numeroso, actúa por la vía externa, las otras clases se mueven por la vía interna, que es la propicia a la concentración más rápida y eficaz en el punto de ataque; estas clases tienen el control inmediato de los instrumentos del Estado y lo ponen en peligro en cuanto se unifican, cosa que hacen con mucha más rapidez y eficacia que las masas dispersas. No subestimo la gravitación decisiva del proletariado en momentos históricos determinados, pero su dificultad operativa es inmensamente mayor para la acción inmediata; en cambio, posee con más amplitud que las otras clases la capacidad de desgaste y de cohesión en las líneas fundamentales –pues sus intereses son siempre concretos y ciertos–, lo que lo habilita especialmente para la técnica de la resistencia pasiva y la gravitación como fuerza de apoyo decisivo. Llevarlo a la lucha frontal es sacrificarlo estérilmente y atribuirle una responsabilidad y un sacrificio que

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1951 - 1956 debe ser compartido por todos los sectores sociales unidos verticalmente por el destino común de la nación. Una política tendiente a separar el proletariado de los sectores pertenecientes a las otras clases, que identifican lo suyo con lo de los trabajadores en la lucha por el ascenso nacional, es fatal al movimiento de liberación. Tan importante como cuidar la base obrera es mantener vivo el prestigio en esos otros sectores y utilizar su colaboración activa. La ampliación del padrón electoral, con la inclusión del voto femenino, puede haber provocado un error de apreciación inexplicable en una conducción revolucionaria, máxime si esta se ha formado en las disciplinas militares, pues esta no debiera ser sorprendida por la confusión entre sufragio y poder. Se cometió el error de desplazar y hasta hostilizar los sectores de clase media militantes en el movimiento, permitiendo al adversario unificarla en contra, máxime cuando se le lesionaron inútilmente sus preocupaciones éticas y estéticas, con una desaprensiva política de la administración y en la elección de los instrumentos de gobierno. Se manejó la propaganda de manera masiva y pueril, hasta hacerla irritativa, centrándola en los aspectos superficiales sin ahondar en lo profundo de las realizaciones gigantescas del proceso. Por vía de ejemplo señalaré que, en cambio, se silenció minuciosamente una de las más grandes conquistas de la medicina social a que ya me he referido anteriormente: la erradicación del paludismo. Por pequeñas preocupaciones de vanidad se hizo el juego a la política de la superestructura cultural. Así también se hizo de la doctrina nacional una doctrina de partido, y de la doctrina de partido una versión extensivamente personalista, que en lugar de agrandar las figuras, y suscitar la emulación, provocaba en el propio partidario una situación deprimente. Se quitó

al militante la sensación de ser, él también, un constructor de la historia, para convencerlo de que todo esfuerzo espontáneo y toda colaboración propia indicaba indisciplina y ambición, con lo que se le quitó estímulo al esfuerzo partidario; y se impidió sistemáticamente la organización de abajo a arriba, sustituyéndola por otra de arriba a abajo, con lo que se ganó una apariencia de orden incapaz de enfrentar la arremetida de los acontecimientos, pues se cegaron las fuentes de la contribución voluntaria y apasionada al convertirse los militantes en meros espectadores a la espera de la gracia. Fue así que los combatientes resultaron sustituidos por pensionistas del poder. Tan verdad es lo que digo sobre este particular, que un movimiento inerte en las jornadas decisivas, se convirtió en fuerza combativa en cuanto se vio librada a su propio esfuerzo, liberada de jerarquías artificiales. Esta es una prueba en contra de la organización por la organización, tan proclamada desde el poder y superada ampliamente por la espontánea organización de los espíritus en cuanto la voluntad y la inteligencia de centenares de miles de ciudadanos quedó librada a sus escasos recursos. Porque la liberación de una falsa disciplina interna ha dado fuerzas al movimiento, produciendo la paradoja de hacerlo más combativo en la adversidad que en la victoria, en el llano que en el poder. Nada se hizo por la captación de la nueva burguesía, facilitándole su tendencia a ignorar de qué circunstancias históricas era hija y los peligros que correría el desarrollo de la industria y del comercio –gigantescamente promovidos por la obra en sí–, en caso de una derrota del movimiento y la restauración de las fuerzas oligárquicas anteriores. Del mismo modo careció de eficacia la difusión, para desenmascarar las patrañas con que se lograba desorientar a los productores agrarios que han tenido que hacer el cotejo para con-

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vencerse de que la regresión a la economía pastoril es también fatal para ellos. Se culminó después en el conflicto religioso, que el país contempló absorto no pudiendo comprender la ceguera, tanto del gobierno como de las jerarquías de la Iglesia, en común incapacidad de percibir que habían sido instrumentados por sus naturales enemigos para la propia y recíproca destrucción. Considero tan necesario el análisis de los errores como la puntualización de los aciertos. De la propia experiencia es de donde se sacan las mejores enseñanzas, por más que sea el hombre el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Las condiciones materiales creadas hacen difícil el debate, pero ellas han agudizado las aptitudes espirituales, como lo demuestra la profundización y superación operada en el movimiento al través de miles y miles de hombres que han ocupado por espontánea decisión una directiva sin cargos ni títulos honoríficos, como no sean los del sacrificio y la lucha austera. Comprendo que el debate no es fácil, dadas las condiciones existentes en el país, pero no se lo ha deseado por quien pudiera recoger la iniciativa ayudando a los esclarecimientos de las directivas futuras. El destino de estas fuerzas está en absoluto condicionado a una acertada estrategia y nada puede serle más perjudicial y favorable al adversario que la división clasista del proceso. A ello tienden consignas e instrucciones incompatibles con las exigencias de una lucha seria, que llevan al sacrificio de los mejores hombres del campo obrero y retardan el proceso de esclarecimiento en los sectores de las otras clases que fatalmente deben concurrir al cumplimiento del destino nacional. Ni el proletariado, ni la clase media, ni la burguesía, por sí solos, pueden cumplir los objetivos comunes de lucha de la liberación nacional. El movimiento debe revestir

la forma piramidal que tuvo en su origen y que es típica de todo proceso de liberación, y su fragmentación horizontal puede dar apariencias momentáneas de popularidad que oculten la disminución de sus posibilidades concretas de poder. Vemos entre tanto que otros sectores del movimiento general, no del partido político, están cumpliendo su tarea en aquellos estratos sociales, por el deficiente planteo de nuestra posición fragmentaria; en ellos predominan los sectores de clase media y burguesía. A falta de una clara visión del proceso en un solo partido, no es malo comprobar el hecho. De todas maneras, no me he propuesto hacer un planteo de política partidaria, sino de política nacional, a la que contribuyen todas las fuerzas que tienen paralelismo en las ideas fundamentales. No es necesario que ellas se unifiquen si ellas unifican el pensamiento argentino en esas ideas. Más aún: la existencia de fuerzas paralelas, con variantes de matiz y grado, puede ser esencialmente útil a la realización nacional si sobreviene una efectiva política democrática. En 1945, analizando estos temas, sostuve que una revolución no triunfa hasta que todo el escenario no es ocupado por los distintos grados de las tendencias revolucionarias: saavedristas y morenistas excluyeron el partido de los coloniales españoles; jacobinos y girondinos excluyeron a los realistas en la Francia de la Revolución y lo mismo hicieron bolcheviques y mencheviques con los restos del zarismo. En tal hipótesis es probable que la lucha entre esos mismos sectores, con un mínimo denominador común, destruya a unos en beneficio de los otros, pero esto no será nunca a favor del pasado que ambos entierran definitivamente, y se me hace casi cierta la posibilidad de una convivencia democrática, cuando los supuestos básicos son comunes, porque en tal caso la oposición actúa como un corrector necesario del gobernante.

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1951 - 1956 Pretendo con este capítulo hacer un llamado al debate necesario, en los talleres, en los hogares, en los cafés, en la expatriación y en las cárceles. Él no nos debilitará, sino que, por el contrario, nos ahorrará muchos errores al capacitarnos con sus conclusiones y al darnos la estrategia y la táctica de la acción para ejecutar un pensamiento en el que no tenemos nada que debatir, pues es preciso, cierto, concreto y está profesado por la gran mayoría de nuestros paisanos. Yo no espero nada de decisiones milagrosas, pues sé que todo vendrá de esa voluntad y de esa inteligencia argentina que hace a nuestro pueblo más fuerte cada vez que quieren quebrantarlo. Por eso es imprescindible el conocimiento de la “colonización pedagógica”. Somos, al fin y al cabo, hijos de ella y nuestras realizaciones materiales sólo se asentarán sobre terreno firme si se integran en los factores culturales propios, porque la liberación del país sólo será medida por la liberación de los espíritus, cuando esto se asiente sobre la realidad: del país tal como es, hoy y aquí. De todas maneras la batalla de la inteligencia está ganada. El pensamiento que momentáneamente no gobierna los instrumentos de poder, gobierna las esperanzas y las ideas del 80 por ciento de los argentinos. Aun la mayoría de los que contribuyeron a la derrota material de un gobierno sólo lo censuran en la medida en que pareció apartarse de esa línea, o en aspectos materiales que por graves que sean no pasan de ser adjetivos. Diría que el movimiento de conjunto totaliza hoy mucha más opinión que en 1945 de un extremo a otro de la línea nacional. Un río o un arroyo se diferencian del otro, pero contemplados desde la altura que permiten los años y las filosofías de quien está al margen de las disputas eventuales, se ven a todas las aguas afluir al mismo cauce, al río común del destino nacional. Se percibe también la insignificancia de los terraplenes y obstáculos

opuestos a su curso. Basta mirar más arriba, percibir la nieve acumulada en las cumbres para tener la seguridad de lo que ocurrirá cuando vengan los deshielos. Los días suceden a los días. El tiempo es inexorable y el agua bajará por las laderas. Lo que nunca ocurrirá es que el agua suba. Es la diferencia entre lo histórico y lo antihistórico. ¿Qué importancia tiene saber por qué cauce bajará el aluvión y qué importancia el cauce mismo? Si hubiera sido algo más que modesto soldado de una causa, si el destino me hubiera dado la ilusión de haber contribuido a edificar la historia, estaría suficientemente pagado con ver lo que estoy viendo en esta perspectiva general. Dramático, sí, fue el fin de nuestros caudillos federales, cuyas cabezas rodaron sin que la generación siguiente comprendiese su labor. Dramático el de los que fueron islas solitarias en un mar de incomprensión, sin un oído para sus mensajes. Dramático el de Yrigoyen, en la soledad de la traición a sus ideas, rodeado de apóstatas que habrían de torcer el rumbo de la enorme multitud que en la calle velaba su agonía. Pero, no hay drama, ni niño muerto, cuando todo el país ha hecho suyo el propio pensamiento y hasta los propios adversarios de la víspera con él disimulan sus banderas. Ver a todos, todos, unificados en los fines y los medios de la realización argentina. Certidumbre nacional de prevalecer que es ya la derrota de los papagayos enfatuados de la cultura, quebrados por dentro en su convicción; y de los fuertes y prepotentes, gritándose a sí mismos la consigna imperial para no bajar la guardia, aturdiéndose de odio para no oírse a sí mismos en los trasfondos de su propia conciencia.

Fuente: Arturo Jauretche, Los profetas del odio, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1967, pp. 223-232.

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CARTA ABIERTA DE ERNESTO SABATO A MARIO AMADEO, 1956

El golpe de 1955 abre una verdadera crisis entre los sectores intelectuales argentinos que muy pronto dará lugar a una profunda revisión del antiperonismo de la víspera. Comienza una batalla por las interpretaciones del hecho peronista, entre las que se cuenta la de Ernesto Sabato. Lo que sigue son fragmentos del libro El otro rostro del peronismo, publicado en 1956, como respuesta al libro Ayer, hoy y mañana, del político nacionalista Mario Amadeo.

El histórico divorcio Aquella noche de septiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora. Pues, ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta. La mayor parte de los partidos y de la intelligentsia, en vez de intentar una comprensión del problema nacional y de desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino, de inevitable y de justo, nos habíamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimación que en

absoluto correspondía al hecho real, ya que si en el peronismo había mucho motivo de menosprecio o de burla, había también mucho de histórico y de justiciero. Se me dirá que no debemos ahora incurrir en el sentimentalismo de considerar la situación de las masas desposeídas, olvidando las persecuciones que el peronismo llevó contra sus adversarios: las torturas a estudiantes, los exilios, el sitio por hambre a la mayor parte de los funcionarios y profesores, el insulto cotidiano, los robos, los crímenes, las exacciones. Nadie pretende semejante injusticia al revés. Lo que aquí se intenta demostrar es que si Perón congregó en torno de sí a criminales mercenarios croatas y polacos, a ladrones como Duarte, a aventureros como Jorge Antonio, a amorales como Méndez San Martín, junto a miles de resentidos y canallas, también es verdad que no podemos identificar todo el inmenso movimiento con crímenes, robos y aventurerismo. Y que si es cierto que Perón despertó en el pueblo el rencor que estaba latente, también es cierto que los antiperonistas hicimos todo lo posible por justificarlo y multiplicarlo, con nuestras burlas y nuestros insultos. No seamos excesivamente parciales,

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1951 - 1956 no lleguemos a afirmar que el resentimiento –en este país tan propenso a él– ha sido un atributo exclusivo de la multitud: también fue y sigue siendo un atributo de sus detractores. Con ciertos líderes de la izquierda ha pasado algo tan grotesco como con ciertos médicos, que se enojan cuando sus enfermos no se curan con los remedios que recetaron. Estos líderes han cobrado un resentimiento casi cómico –si no fuera trágico para el porvenir del país– hacia las masas que no han progresado después de tantas décadas de tratamiento marxista. Y entonces las han insultado, las han calificado de chusma, de cabecitas negras, de descamisados; ya que todos estos calificativos fueron inventados por la izquierda antes de que maquiavélicamente el demagogo los empleara con simulado cariño. Para esos teóricos de la lucha de clases hay por lo visto dos proletariados muy diferentes, que se diferencian entre sí como la Virtud tal como es definida por Sócrates en los diálogos, y la imperfecta y mezclada virtud del propio maestro de la juventud ateniense: un proletariado platónico, que se encuentra en los libros de Marx, y un proletariado grosero, impuro y mal educado que desfilaba en alpargatas tocando el bombo. Por supuesto, esta doble visión de la historia no es exclusiva de los dirigentes de izquierda, pues tampoco las damas que encuentran romántica a la multitud que en 1793 cantaba la Marsellesa comprenden que esa multitud se parecía extrañamente a la que en nuestras calles vivaba a Perón; pero la diferencia estriba en que esas señoras –que conocen la Revolución francesa a través del cuadro de Delacroix y de los hermosos afiches que la embajada distribuye para el 14 de julio– no tienen el deber de entender el problema de la multitud, y los jefes de los partidos populares sí. Pero de ningún modo lo han entendido. Despechados y ciegos sostuvieron y siguen

sosteniendo que los trabajadores siguieron a Perón por mendrugos, por un peso más, por una botella de sidra y un pan dulce. Ciertamente, el lema “panem et circenses”, que despreciativamente Juvenal adjudica al pueblo romano en la decadencia, ha sido siempre eficaz cada vez que un demagogo ha querido ganarse el afecto de las masas. Pero no olvidemos que también los grandes movimientos espirituales contaron con el pueblo y hasta con el pueblo más bajo: eran esclavos y descamisados los que en buena medida siguieron a Cristo primero y luego a sus Apóstoles, mucho antes que los doctores de la sinagoga y las damas del patriciado romano lo hicieran. Tengamos cuidado, pues, con el paralogismo de que las multitudes populares sólo pueden seguir a los demagogos, y únicamente por apetitos materiales: también con grandes principios y con nobles consignas se puede despertar el fervor del pueblo. Más aún: en el movimiento peronista no sólo hubo bajas pasiones y apetitos puramente materiales; hubo un genuino fervor espiritual, una fe pararreligiosa en un conductor que les hablaba como a seres humanos y no como a parias. Había en ese complejo movimiento –y lo sigue habiendo– algo mucho más potente y profundo que un mero deseo de bienes materiales: había una justificada ansia de justicia y de reconocimiento, frente a una sociedad egoísta y fría, que siempre los había tenido olvidados. Esto fue lo que fundamentalmente vio y movilizó Perón. Lo demás es detalle. Y es también lo que nuestros partidos, con la excepción del partido radical y alguno que otro grupo aislado, sigue no viendo y, lo que es peor, no queriendo ver. Doctores y pueblo Es que aquí nacimos a la libertad cuando en Europa triunfaban las doctrinas racionalistas. Y nuestros doctores no solamente han intentado desde entonces interpretar la histo-

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ria argentina a la luz del racionalismo sino, lo que es más grave, han intentado hacerla. Así se explica que nuestra historia hasta hoy haya sido dilemática: o esto, o aquello, o civilización o barbarie. Nuestros ideólogos han estado desdichada e históricamente separados del pueblo, en la misma forma, y con las mismas consecuencias, en que el racionalismo pretendió separar el espíritu puro de las pasiones del alma. Esta postura nos ha impedido comprender no solamente el fenómeno peronista sino también el sentido de nuestros grandes caudillos del pasado. Tal como la verdad de un hombre no es sólo su vida diurna sino también sus sueños nocturnos, sus ansiedades profundas e inconscientes; no únicamente su parte razonable sino también, y en grado sumo, sus sentimientos y pasiones, sus amores y odios; del mismo modo como sería gravísimo pretender que aquella criatura tenebrosa que despierta y vive en las inciertas regiones del sueño no tiene importancia o debe ser brutalmente repudiada, así también los pueblos no pueden ser juzgados unilateralmente desde el solo lado de sus virtudes racionales, de su parte luminosa y pura, de sus ideales platónicos, pues entonces dejaríamos fuera el lado tal vez más profundo de la realidad, el que tiene que ver con sus mitos, con su alma, su sangre y sus instintos. No desdeñemos ese costado de la realidad, no pidamos demasiado el ángel al hombre. En ese continente de las sombras, en ese enigmático mundo de los espectros de la especie, allí se gestan las fuerzas más potentes de la nación y es necesario atenderlas, escucharlas con el oído adherido a la tierra. Esos rumores telúricos son verdaderos e inalienables, porque nos vienen de los más recónditos reductos del alma colectiva. Un pueblo no puede resolverse por el dilema civilización o barbarie. Un pueblo será siempre civilización y barbarie, por la misma

causa que Dios domina en el cielo pero el Demonio en la tierra. Nuestros ideólogos, fervorosos creyentes de la Razón y de la Justicia abstracta, no vieron y no podían ver que nuestra incipiente patria no podía ajustarse a aquellos cánones mentales creados por una cultura archirracionalista. Si aquellos cánones iban a fracasar brutalmente en países tan avanzados como Alemania e Italia, ¿cómo no iban a fracasar sangrientamente en estos bárbaros territorios de la América del Sur, donde hasta ayer el salvaje ímpetu de sus caballadas no encontraba límite ni frontera a sus correrías? Y así se explican tantos desgraciados desencuentros en esta patria. Aun con las mejores intenciones, aquellos doctores de Buenos Aires, creyendo como creían en la supremacía absoluta de la civilización europea, intentaron sacrificar a las fuerzas oscuras, lucharon a sangre y fuego contra los Artigas, los López y los Facundos, sin advertir que aquellos poderosos caudillos tenían también parte de la verdad. Y que la visión concreta de su tierra, de sus montañas, de sus pueblos, les confería a veces la clarividencia que la razón pura raramente posee. O las fuerzas oscuras son admitidas legítimamente o insurgen a sangre y fuego. El patético intento de nuestros ideólogos de Mayo de crear una patria a base de razón pura trajo el resultado natural: las potencias tenebrosas cobraron su precio, el precio sangriento y secreto que siempre cobran a los que pretenden ignorarlas o repudiarlas. Como en la cúspide de la civilización helénica, cuando Sócrates pretende instaurar el reinado del espíritu puro sobre el deplorable cuerpo, Eurípides lanza sobre la escena sus bacanales, pues los novelistas expresan sin saberlo lo que los hombres de una época sueñan en sus noches; como en la Alemania hipercivilizada de los Einstein y de los Heidegger, las fuerzas

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1951 - 1956 irracionales irrumpieron con el hitlerismo; así, aquel intento de nuestros doctores tenía que desatar por contraste la potencia dionisíaca del continente americano. Lo grave de nuestro proceso histórico es que los dos bandos han sido hasta hoy irreductibles: o doctrinarios que creían en las teorías abstractas, o caudillos que sólo confiaban en la lanza y el degüello. Y sin embargo, ambos tenían parte de la verdad, porque representaban alternativa o simultáneamente las aspiraciones de los grandes ideales platónicos o las violentas fuerzas de la subconciencia colectiva. Nuestra crisis actual sólo ha de ser superada si se adopta una concepción de la política y de la vida nacional que abandone de una vez los fracasados cánones de la Ilustración y que, a la luz de la experiencia histórica que el mundo ha sufrido en los últimos tiempos –desde la crisis del liberalismo hasta hoy–, realice en la política lo que las corrientes existencialistas y fenomenológicas han realizado ya en el terreno de la filosofía: una vuelta al hombre concreto, al ser de carne y hueso, una síntesis de los disjecti membra que nos había legado la disección racionalista. Síntesis política que si en todo el mundo es ahora necesaria, en nuestro país lo es en segundo grado: tanto por la naturaleza bárbara de nuestra tradición inmediata, como por el exceso de nuestros nuevos ricos de la ilustración que, como siempre pasa con los imitadores, acentúan los defectos del maestro en vez de trasladar sus virtudes. (…)

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Fuente: Ernesto Sabato, El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo, s/ed, Buenos Aires, 1956, pp. 40-47, en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (19431973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VII, Buenos Aires, Emecé, pp. 26-30.

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LA INTEGRACIÓN DE LAS MASAS A LA VIDA POLÍTICA Y EL TOTALITARISMO

Hacia 1956, un año después del golpe de Estado que derroca a Juan Perón, el sociólogo Gino Germani presenta una interpretación sobre los orígenes del peronismo, hoy considerada “clásica”, que se constituye en un eje articulador de los debates posteriores sobre la cuestión.

(FRAGMENTO) POR GINO GERMANI La seudosolución totalitaria y el caso argentino En la sociedad contemporánea, cualquier régimen necesita para ser duradero del consentimiento activo o pasivo de las masas (o, por lo menos, de una porción considerable de ellas). Y estas lo conceden cuando sienten que de algún modo son parte de la sociedad nacional, o cuando, por lo menos, no se sienten excluidas de ella. Esto no significa que no se las pueda engañar o neutralizar. La historia reciente es en gran parte la historia de este engaño y neutralización. La diferencia entre la democracia –o lo que debería ser la democracia– y las formas totalitarias, reside justamente en el hecho de que, mientras la primera intenta fundarse sobre una participación genuina, el totalitarismo utiliza un ersatz de participación, crea la ilusión en las masas de que ahora son ellas el elemento decisivo, el sujeto activo, en la dirección de la cosa pública. Y sobre aquella parte que queda excluida hasta de esta seudoparticipación, logra aplicar exitosamente sus mecanismos de neutralización. Es verdad que esa ilusión se logra por muy diferentes medios en los distintos tipos de totalitarismos. A este respecto el régimen peronista –que en varios aspectos importantes se diferencia de sus congéneres europeos– cons-

tituye un ejemplo del mayor interés. Comparémoslo por un momento con las formas clásicas del fascismo y el nazismo. Mientras la base humana de estos hallábase constituida por la burguesía y fundamentalmente por la clase media inferior (pequeña burguesía, campesinos medios y pequeños, empleados, comerciantes, etc.), siendo muy reducida –por lo menos, en los comienzos y durante largo período– la participación del proletariado, el peronismo se basó esencialmente sobre el apoyo de grandes sectores de las clases trabajadoras urbanas y rurales. Esta diferencia en la base humana de ambos tipos de totalitarismo, derivante de la particular situación histórico-social en que se desarrollaron (que se indicarán someramente), produjo a su vez otros rasgos diferenciales de gran importancia que, en parte, tocan precisamente el problema de que se está tratando. El proceso de industrialización y urbanización que caracteriza a la sociedad moderna tiende a transformar radicalmente la composición y el volumen de las clases populares y medias. En las primeras, los trabajadores rurales y urbanos (de oficios artesanales o similares) se transforman en “obreros”; en las segundas surgen y cobran un extraordinario impulso las ocupaciones burocráticas, mientras que las categorías de la llamada “clase

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1951 - 1956 media independiente” tienden a disminuir en poderío y significado económico-social. Puede hablarse así, en cierto sentido, de dos tipos de masas: las populares, sobre todo obreros industriales y similares, y las de clase media, particularmente empleados, y también pequeños comerciantes, residuos artesanales, pequeñas industrias, etcétera. La posición político-social de estos dos tipos de masas en la sociedad contemporánea no es necesariamente análoga. Por el contrario, existen generalmente ciertos elementos que tienden a escindir su acción (aunque, por supuesto, no está dicho que ello ocurra fatalmente). Tal diferencia de posición se ha verificado tanto en el caso del nazifascismo como del peronismo. En el primero las masas populares, embanderadas en los movimientos de izquierda, intentaron producir un desenlace revolucionario de tipo socialista o comunista. En este caso el totalitarismo asume un carácter francamente antiobrero. Fueron los grupos mayormente interesados en la conservación de la estructura político-social preexistente los que crearon los movimientos totalitarios sirviéndose de una élite de “forajidos” (H. Laski) y de una masa pequeñoburguesa. Para entender esta posición debe recordarse que las clases medias de esos dos países trataban de resistir el proceso de “proletarización”, que estaba destruyendo su limitada superioridad económica y su tradicional prestigio social con respecto a las clases populares. En la Argentina se verificó un alineamiento opuesto de los dos sectores de las masas. Las populares constituyeron la base humana del totalitarismo, mientras que las de clase media (acaso con ciertas excepciones en los niveles inferiores, una fracción de los empleados y dependientes de comercio especialmente) se colocaron en la oposición o fueron neutralizadas. Las causas de este fenómeno son múltiples y deben buscarse naturalmente en la historia del país y en las circunstancias inmediatas. Pueden acaso resumirse así:

a) Proceso rápido de industrialización y urbanización masiva. Estos hechos son muy conocidos y no vale la pena puntualizarlos. Como consecuencia de la rapidez del proceso, la clase popular masificada era de formación reciente, carecía de experiencia sindical y no había sido todavía politizada por los partidos tradicionalmente obreros. b) Por el mismo motivo, y además debido al carácter inmigratorio de la población y otros importantes factores históricos, también las clases medias eran de formación reciente, y sin las tradiciones de prestigio, etc., que marcan de manera muy neta la diferenciación social en Europa. c) No había un problema específico de proletarización de clases medias y esto tanto desde el punto de vista económico como psicológico. Las clases medias eran producto de un ascenso social reciente. En cuanto a su integración política, estos grupos habían logrado su expresión por medio del radicalismo, que, por otra parte, también recibía el apoyo de la incipiente masa popular. d) Existía, en cambio, el problema de integración de las masas populares, que se presentaba, además, agravado por el hecho de la creciente concentración urbana en la zona del Gran Buenos Aires. El problema de la integración de estas masas ofrecía también ciertas significativas vinculaciones con otras épocas de la historia del país. e) Por lo tanto, mientras en Europa el proceso de “proletarización” había dejado como “masas disponibles” (R. Aron) a las clases medias, en la Argentina la industrialización y urbanización habían colocado en ese estado a las clases populares. Como consecuencia de las contrastantes características de sus respectivas bases humanas, los dos tipos de totalitarismos emplearon distintos medios para asegurarse su apoyo.

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No entendemos negar con esto la existencia de elementos psicosociales comunes en todo el totalitarismo: la identificación de la masa con el “líder”, el contacto directo, personal, diríamos, a que este apunta (y frecuentemente logra: recuérdense los típicos “diálogos” con la muchedumbre), representaban en la Argentina, como en los casos europeos (aunque en distinta medida), un poderoso vehículo en la formación de esta seudoparticipación necesaria para el consentimiento. Mas aquí termina, por lo menos a este respecto, la similitud entre el fenómeno europeo y el argentino. En el primero, el vehículo carismático entre líder y masa y el sentimiento de participación se fundaban sobre otro poderoso complejo de actitudes: el sentimiento de prestigio social y jerárquico, y de superioridad nacional y racial. Las severas frustraciones a que se vieron sometidas las clases medias alemanas e italianas en la primera posguerra como efecto del proceso de creciente proletarización, originaron no ya una defensa realista de sus intereses, sino la proyección de sus problemas en términos de reivindicaciones nacionales y una reafirmación de su tambaleante prestigio social frente a un proletariado en ascenso, mediante la ficticia superioridad creada por las complicadas jerarquías del partido único y de sus organizaciones civiles y militares. El mito de la superioridad racial y un nacionalismo exasperado y agresivo tenían además la función psicológica de asegurar cierto sentimiento de participación a las clases populares que estaban destinadas a ocupar la base de la pirámide social y cuyos sentimientos de valor personal debían ser de algún modo compensados. Así, la ideología de los fascismos europeos se adecuaba al tipo de grupos sociales que constituían su base humana. Una concepción jerárquica que permitía satisfacer las necesidades psicológicas de las distintas capas de la clase media,

y la transposición de tal jerarquía en el orden internacional con el mito de la superioridad racial y nacional, destinada a asegurar la integración también de las clases “socialmente inferiores” (según la jerarquía a regir en el interior de cada país). Huelga advertir que esta extrema esquematización sólo puede proporcionarnos una visión deformada del fenómeno concreto, complejo y contradictorio como toda realidad social. Recordemos, sin embargo, que el fascismo italiano (hasta 1943), incluso cuando llegó a acentuar el supuesto carácter antiburgués, prefería hablar de “nación proletaria” frente a “naciones plutocráticas” o “capitalistas”; es decir, tendían a proyectar la lucha de clases en términos internacionales, evitando así, incluso como recurso demagógico, la mención de las tensiones interclases dentro de la nación. Por último, y esto es muy importante para marcar una diferencia con el caso argentino, a pesar de sus esfuerzos, el fascismo no logró realmente el apoyo activo de la mayoría de los trabajadores urbanos y aun rurales. Hubo más bien “neutralización”, “conformidad automática” (Fromm), es decir, una aceptación pasiva que no puede compararse con la adhesión brindada por las clases medias. Innegablemente fascismo y nazismo fueron “regímenes de masa”, pero se trataba tan sólo de una parte, aunque considerable, de las masas que constituyen la sociedad moderna y precisamente de aquellos sectores medios y medio inferiores que un avanzado proceso de industrialización tiende a la vez a multiplicar numéricamente y a proletarizar desde el punto de vista económico y social. Con el peronismo nos hallamos frente a un panorama distinto. Su orientación ideológica, para adecuarse a la base humana del movimiento, debía asumir otro contenido. Al lema fascista de “Orden, Disciplina, Jerarquía”, sustituye el de “Justicia Social” y “Derechos de los Trabajadores”. Excepto en algunos casos aisla-

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1951 - 1956 dos (que quizá correspondieron a intentos de arribar a una modificación de la base humana del movimiento), el acento caía no ya, como en el fascismo, sobre la “colaboración de las clases”, sino en las tensiones entre clases. Aun evitando cuidadosamente toda medida que alterara de manera efectiva la estructura social del país (recuérdese que estamos tratando únicamente acerca del aspecto ideológico y psicosocial), se presentaba como expresión de las clases trabajadoras en lucha con la “oligarquía explotadora”. La realidad subyacente era otra y escapa a nuestros propósitos examinarla aquí; lo que sí interesa es examinar más detenidamente de qué manera el peronismo logró el apoyo sincero de vastos sectores populares (y ello en agudo contraste con los fascismos europeos), y cuál es el verdadero significado que debe asignársele. En la interpretación de este fenómeno se ha incurrido en graves equívocos. Según la versión generalmente aceptada, el apoyo de las clases populares se debió a la demagogia de la dictadura. Una afirmación tan genérica podría aceptarse, mas es, por lo menos, insuficiente. Pues lo que tenemos que preguntarnos a continuación es en qué consistió tal demagogia. Aquí la interpretación corriente es la que por brevedad llamaremos “del plato de lentejas”. El dictador “dio” a los trabajadores unas pocas ventajas materiales a cambio de la libertad. El pueblo “vendió” su libertad por un plato de lentejas. Creemos que semejante interpretación debe rechazarse. El dictador hizo demagogia, es verdad. Mas la parte efectiva de esa demagogia no fueron las ventajas materiales, sino el haber dado al pueblo la experiencia (ficticia o real) de que había logrado ciertos derechos y que los estaba ejerciendo. Los trabajadores que apoyaban la dictadura, lejos de sentirse despojados de la libertad, estaban convencidos de que la habían conquistado. Claro que aquí con la misma palabra “libertad” nos

estamos refiriendo a dos cosas distintas; la libertad que habían perdido era una libertad que nunca habían realmente poseído: la libertad política a ejercer sobre el plano de la alta política, de la política lejana y abstracta. La libertad que creían haber ganado era la libertad concreta, inmediata, de afirmar sus derechos contra capataces y patrones, elegir delegados, ganar pleitos en los tribunales laborales, sentirse más dueños de sí mismos. Todo esto fue sentido por el obrero, por el trabajador general, como una afirmación de la dignidad personal. Se dijo que de ese modo se alentó la indisciplina y el resentimiento. Esta interpretación, creemos, constituye un error tan grave como la teoría del “plato de lentejas”. Ha habido excesos y abusos, que en todo caso fueron la contrapartida de igual o peor conducta del otro lado. Pero el significado de esas conquistas fue otro. Para comprenderlo hay que recordar el estado de inferioridad y de inseguridad en que se encuentra el obrero. Quizá nada más elocuente que la descripción que nos da Simone Weil en ese impresionante documento que es La condition ouvrière. El obrero –dice Simone Weil– en el trabajo siente como si de continuo le estuvieran repitiendo al oído: “Tú no eres nadie aquí. Tú no cuentas. Estás aquí para obedecer, para soportar, para callarte”. Tal repetición es irresistible. Se llega a admitir, desde lo más hondo de uno mismo, que en verdad no se es nadie. Todos los obreros de fábrica, o casi todos –afirma esta escritora, que compartió ese tipo de vida durante muchos años– tienen algo de imperceptible en sus movimientos, en sus miradas, y sobre todo en la expresión de sus labios, que indica que se les ha obligado a no contar para nada. En tal estado psíquico, la afirmación de ciertos derechos en el ámbito inmediato de su trabajo, en el ambiente mismo que ha llegado a considerar como un lugar de humillaciones, ha significado una liberación par-

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cial de sus sentimientos de inferioridad, una afirmación de sí mismo como un ser igual a todos los demás. Debe tenerse en cuenta, además, que esta experiencia de liberación era nueva para gran cantidad de trabajadores. Pues aquí debemos agregar dos circunstancias fundamentales. En primer lugar, recordemos que en la Argentina, desde hacía más de una década, no existía tampoco la democracia formal; con pocas excepciones, no había elecciones libres, la actividad sindical era muy perseguida, y los partidos se desempeñaban con dificultad. En segundo lugar, el proceso de rápida industrialización iniciado al comienzo de la década del treinta había producido el trasplante de grandes masas rurales, sin experiencia política ni sindical, a las ciudades, particularmente al Gran Buenos Aires. Para estas masas esta seudolibertad de la dictadura fue la única experiencia directa de una afirmación de los propios derechos. La irracionalidad de las masas en el nazifascismo y en el peronismo Para confrontar la actitud properonista de las clases populares en la Argentina con la actitud profascista de la pequeña burguesía en Europa, debemos tener en cuenta tres elementos de esencial importancia: a) los intereses reales de los dos grupos sociales dentro de sus respectivas situaciones históricas; b) la medida en que los dos regímenes totalitarios los satisficieron efectivamente en cada caso y el alcance de la divergencia entre la satisfacción “real” y las satisfacciones “sustitutas” e “irreales” que fascismo y peronismo pudieron hacer experimentar a sus secuaces por medio de los “mitos” propios de sus respectivas ideologías (nacionalismo y racismo por un lado, “justicia social” por el otro); c) los medios de información y de comprensión de la situación histórico-social que poseían ambos grupos, habida cuenta de su nivel de instrucción, de su grado

de participación en la vida nacional y de su experiencia política previa. Cuando comparamos la actitud de los dos grupos en función de los elementos mencionados, llegamos a la conclusión de que la “irracionalidad” de las clases medias europeas fue sin duda mayor que la de las clases populares en la Argentina. Veamos, en efecto, cuál era el origen de las severas frustraciones a que se vieron sometidas aquellas, según se señaló anteriormente. El problema “objetivo” que se les presentaba lo hallamos en los cambios histórico-sociales que tendían a proletarizarlas. Por un lado, su formación mental, su estilo y su plan de vida, y, de consiguiente, su expectativa estaban ajustados a una situación que efectivamente les aseguraba –en promedio y como grupo– su cumplimiento (en lo económico –nivel de ingresos–, en lo vocacional –tipo de ocupación y prestigio de la misma– y, por lo tanto, en lo psicológico). Mas, por otro lado, la posibilidad de ver realizadas tales expectativas fue destruida por una serie de profundos cambios: la transformación de la estructura técnico-económica (transición a una fase monopolista y de alta concentración capitalista), el surgimiento de un proletariado que no sólo ejercía un creciente y peligroso poderío en lo político, sino que ya amenazaba igualar o superar las tradicionales posiciones de pequeños privilegios (en nivel económico y prestigio) hasta entonces tranquilamente disfrutados por las capas inferiores de las clases medias (esto también en razón de los cambios tecnológicos que aumentaron la capacidad profesional y el significado social de oficios tradicionalmente “proletarios”), la catástrofe bélica y sobre todo la extrema inflación con la consiguiente destrucción de los ahorros y –lo que mayor significado tiene desde el punto de vista psicológico– de su función como “regla de vida” (de “expectativa” en un plan vital), la competencia desenfrenada en las

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1951 - 1956 carreras liberales o la desaparición de estas con su reducción a “puestos” burocráticos. Tales son algunos de los aspectos de la crisis que las clases medias alemanas e italianas (y de otros países europeos) tuvieron que enfrentar en un espacio de tiempo menor que el de una generación, es decir, en un lapso demasiado reducido que no les dejó la posibilidad de lograr aquellos reajustes graduales a través del mecanismo de sucesivos reemplazos generacionales, que constituye el proceso habitual para épocas menos críticas. Frente a esta crisis la pequeña burguesía no percibió el significado “verdadero” de los cambios que se producían a su alrededor, ni mucho menos su peculiar situación dentro de ellos. Siguió aferrada a sus actitudes de “prestigio” y “vida decorosa”, a sus (en gran parte ilusorios) privilegios de clase, a su “superioridad” social sobre los “trabajadores manuales”; es decir, mantuvo su tradicional identificación con la mentalidad de la alta burguesía. Para sustentar estas actitudes no sólo debía necesariamente rechazar toda posibilidad de alinearse con los obreros (o, por lo menos, con parte de ellos) para bregar por un programa de moderadas reformas dirigidas a mejorar de manera efectiva su situación, sino que debía diferenciarse netamente del proletariado y para ello adoptar una orientación política opuesta (incluso a las posiciones moderadas del socialismo democrático), sin tener en cuenta en absoluto las posibles coincidencias que hubieran podido existir (y que de hecho existían) entre sus intereses “reales” y los sustentados por agrupaciones que expresaban la posición política de las clases “socialmente inferiores”. Es verdad que en la ideología que abrazaron, en los contradictorios e incoherentes programas de los partidos nazifascistas, figuraban algunos “puntos” que podían interpretarse como reflejando de manera más directa alguno de los problemas de las clases medias; recor-

damos como típicos (de ninguna manera los únicos) los temas de la lucha contra la gran empresa y las concentraciones monopolistas (sobre todo en su forma comercial, negocios con cadenas de sucursales, etc.). Pero aun en estos ataques, los objetivos quedaban significativamente desfigurados a través de la peculiar interpretación nacionalista y racista: no se atacaba a la “gran empresa”, sino a la gran empresa “extranjera o judía”. Los defectos y contradicciones de la estructura económico-social se interpretaban ahora como obra de personas realmente ajenas a la comunidad nacional, hacia las cuales se proyectaba el odio y el resentimiento de la “pequeña gente” de las clases medias. Además, como ya se dijo, el antiburguesismo fascista se limitaba a oponer naciones proletarias a naciones burguesas. De este modo se lograba canalizar su frustración, y a la vez diferenciarlos de las posiciones clásicamente “proletarias”. Debido a esta “ceguera”, las clases medias italianas y alemanas en lugar de adoptar las posiciones que, según un análisis “racional” de la situación, tenían mayores probabilidades de salvarlas en lo económico y en lo espiritual (por supuesto, en un plano diferente del de su anterior situación en la sociedad de fines del siglo xix), proyectaron sus problemas y reivindicaciones en términos de nacionalismo, de racismo y de imperialismo, sirviendo así como masa de maniobra de los designios de élites cuyo triunfo político las iba a colocar en situaciones mucho peores “objetivamente” que aquellas de las que trataban de escapar. Además de todo esto, cabe recordar las restantes consecuencias del tránsito a una sociedad masificada, algunas de cuyas características hemos señalado anteriormente, y que actuaron de manera profunda para facilitar la eclosión de los movimientos totalitarios. Sin embargo, como tales factores no representan en realidad un

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rasgo diferencial entre el caso argentino y los europeos, nos limitamos a recordarlos aquí como parte del trasfondo general. Para completar el cuadro debemos agregar que las posibilidades de información y la preparación política de las clases medias eran sin duda suficientes, de no haber intervenido factores “irracionales” que deformaron su percepción de la realidad, para lograr un ajuste adecuado frente a los angustiosos problemas que debían enfrentar. Como se sabe, el triunfo del régimen totalitario, lejos de modificar la situación objetiva, y las causas estructurales que habían arruinado a las clases medias, tendía a reforzarlas (aumento de la concentración monopolista, de los controles, etc.); sólo les proporcionó ciertas satisfacciones “sustitutas” que, como ya vimos, podían aplacar la expresión (subjetiva) irracional de la crisis por que atravesaban: afirmación del orgullo nacional, conquistas militares, desigualdad legal, jerarquía, y, particularmente, racismo. Recordemos ahora cuál era la situación de las masas populares argentinas. Recientemente urbanizadas e industrializadas, sin experiencia sindical y muy limitadas posibilidades de procurársela, con un movimiento gremial desorganizado por luchas internas y represión policial, con una legislación social por cierto inadecuada al grado de industrialización alcanzado (y, por lo demás, en gran parte letra muerta), debían enfrentar a una clase patronal no menos reciente, con toda la improvisación y defectos del capitalismo de especulación y aventura y ninguna conciencia de los problemas sociales del trabajo. Este mismo desconocimiento existía, por otra parte, en la mayoría de los grupos dirigentes, incluyéndose en ellos no pocos que se consideraban sinceramente democráticos. El periodismo “serio” reflejaba también una análoga actitud a este respecto. En tal situación las clases populares necesitaban, en primer

lugar, adquirir conciencia de su poder, e incorporarse a la vida nacional como una categoría de fundamental significado en todos sus órdenes; en segundo lugar, estaba (y está) dentro del ámbito de sus intereses lograr cambios estructurales capaces de asegurar a la vez un desarrollo más pleno y armónico de la economía del país, y una más adecuada participación de ellas mismas en los resultados de tal desarrollo; por último, era esencial para las clases populares lograr un reconocimiento claro de sus derechos individuales en el campo laboral, derechos que no solamente debían estar sancionados en leyes y convenios, sino también en el trato diario y en la conciencia de los empresarios y de sus agentes, de los representantes del Estado, burocracia, policía, justicia, etc., así como en general por las clases medias y dirigentes, por la prensa y demás medios de expresión. ¿En qué medida realizó la dictadura estos objetivos de las clases populares? Por cierto, nada hizo en el orden de las reformas estructurales. Por el contrario, en este sector no sólo provocó un empeoramiento de la situación preexistente, sino que con sus errores, despilfarros y corrupción, puso en serio peligro la estabilidad económica del país. Desde este punto de vista, pues, la adhesión popular al dictador produjo consecuencias contrarias a los intereses populares. Mas un balance algo distinto se nos presenta con respecto a los otros dos puntos. Por un lado, no cabe duda de que las masas populares lograron con el peronismo una conciencia de su propio significado como una categoría de gran importancia dentro de la vida nacional, capaz de ejercer cierto poderío. Y esto ocurrió sobre todo porque las clases populares sentían que la conquista del poder por el régimen y su permanencia en él dependía de su adhesión y de su activa participación, que era obra suya. Toda la carrera ascendente del dictador hasta la toma del poder constitucional e incluso

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1951 - 1956 en los primeros años de la presidencia, fue marcada por numerosas huelgas; es decir, muchas de las conquistas obreras de orden general, y asimismo de las mejoras logradas con respecto a determinadas empresas particulares (que tienen un significado psicológico igual o mayor que los derechos sancionados en leyes o convenios de carácter general) fueron logradas por medio de luchas sindicales, aunque esta vez el poder del Estado se hallaba detrás de los obreros en lugar de estar en contra de ellos. Recordemos ahora lo que representa para el obrero una huelga, como afirmación de su autonomía y de su valor como ser social. La experiencia de haber participado en algunas huelgas triunfantes bajo el signo del peronismo bastaría por sí sola (especialmente para una masa no acostumbrada a ejercer sus derechos sindicales) para darle la sensación de su poderío y de su significado y aporte en los cambios políticos del país. Por último, está la experiencia crucial del 17 de octubre, muy pronto transformada en mito y en la cual la participación popular, aunque debió organizarse, fue experimentada como absolutamente espontánea por los participantes. A este propósito vale la pena poner en claro un error bastante difundido. Se compara a menudo el 17 de octubre con la marcha sobre Roma (1922) o con las acciones análogas en Alemania. Nada más equivocado. La marcha sobre Roma, así como (en otra forma) la asunción del poder por el nazismo, fueron obra de formaciones perfectamente militarizadas, y en gran parte de carácter profesional o cuasiprofesional. Los cuadros permanentes del fascismo estaban formados, no ya por ciudadanos que ejercían normalmente sus ocupaciones y además dedicaban su tiempo libre a la actividad política, sino por personas que se habían ido profesionalizando en esos pequeños ejércitos privados que eran las bandas fascistas o nazis. Esta situación no comprendía por supuesto a todos los

afiliados, pero sí a aquellos que participaban habitualmente en las acciones. Contrasta este cuadro con el que observamos en el peronismo: sus partidarios eran trabajadores y aunque había numerosos agentes profesionales (los que, por ejemplo, pudieron organizar la marcha del 17), su característica fue la de participación espontánea o improvisada, sin entrenamiento ni disciplina, ni mucho menos organización militarizada. Estos rasgos de espontaneidad e inmediatez en la participación popular se repiten en muchos episodios que dejaron sin duda una profunda huella en el alma popular. Recordamos como un ejemplo típico la ocupación de negocios y talleres a fines del año 1945, para lograr el cumplimiento del decreto sobre aguinaldo. Todas estas experiencias contribuyeron a formar en las clases populares una conciencia bastante clara de su poder y significado; su actitud no era, como muchos pretenden, de agradecimiento al dictador por las “dádivas” (aunque, por supuesto, esta clase de sentimientos no faltó en muchos), sino de orgullo por haber logrado (impuesto sería la palabra psicológicamente más exacta) sus derechos frente a la clase patronal, y de haber “conquistado el poder”, según los slogans de la propaganda oficial. No solamente las clases populares adquirieron conciencia de su fuerza en esta oportunidad, sino que alcanzaron esa unidad que partidos auténticamente proletarios en su tradición y programas jamás habían alcanzado. El electorado se polarizó según la línea de la división de clase, cosa que no había ocurrido nunca anteriormente en el país. Depende de la particular filosofía política que se adopte valorar positiva o negativamente esta circunstancia; sin embargo, no puede negarse que este hecho atestigua una significativa homogeneidad de la masa popular, y se la puede considerar dentro de cierto límite como una prueba de esa recién

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lograda autoconciencia de su ser como parte esencial de la sociedad argentina. También el tercero de los objetivos fue, por lo menos en parte, logrado. Creo que para tener una evidencia incontrovertible del cambio ocurrido en empresarios y patrones, en la clase dirigente, en la prensa, o, más en general, en la conciencia pública con respecto a los derechos obreros, bastaría comparar la atención concedida a estas cuestiones en los años anteriores a 1943 y después de la revolución de septiembre de 1955. Se dirá que se trata de un problema político emergente de la herencia dejada por el régimen depuesto y su totalitaria organización gremial. Pues bien, aunque así fuera, queda el hecho de que, en marcado contraste con el período anterior a 1943, tales derechos y en general el problema social del trabajo ocupan un lugar de esencial importancia en la dirección política del país, y su solución adecuada constituye una de las tareas principalísimas del gobernante. Contrariamente a lo que se suele pensar, los logros efectivos de los trabajadores en el decenio transcurrido no debemos buscarlos –repetimos– en el orden de las ventajas materiales –en gran parte anuladas por el proceso inflatorio–, sino en este reconocimiento de derechos, en la circunstancia capital de que ahora la masa popular debe ser tenida en cuenta, y se impone a la consideración incluso de la llamada “gente de orden”, aquella misma que otrora consideraba “agitadores profesionales” a los dirigentes sindicales. Si efectuamos, pues, un balance con respecto a los objetivos reales alcanzados por las clases populares durante la dictadura, forzoso es reconocer que, aun cuando el saldo sea completamente negativo en cuanto a los cambios estructurales, no puede decirse lo mismo en lo que concierne a la afirmación de esas clases frente a las demás y frente a sí mismas. En este campo no puede hablarse,

como con respecto a las clases medias alemanas e italianas, de “satisfacciones sustitutas”, pues estos logros –aunque de carácter psicosocial y no estructural– correspondían a sus objetivos “verdaderos” dentro de la situación histórico-social correspondiente. Podría objetarse –y con toda razón– que esos mismos logros –adquisición de autoconciencia y reconocimiento por parte de las demás clases– podían haberse alcanzado por otro camino. En verdad, de ningún modo habría sido necesaria la subversión institucional, moral y económica ni mucho menos el régimen totalitario, para lograr ambas cosas. La aparición de la masa popular en la escena política y su reconocimiento por la sociedad argentina pudieron haberse realizado por el camino de la educación democrática y a través de los medios de expresión que esta pueda dar. Desde este punto de vista no hay duda de que el camino emprendido por la clase obrera debe considerarse irracional; lo racional habría sido el método democrático. Mas llegados aquí es menester preguntarnos: ¿era posible dicho mecanismo democrático en las condiciones en que se hallaba el país, tras la revolución de 1930? La contestación es claramente negativa. Por ello, si tenemos en cuenta las características subjetivas que presentaban las clases populares a comienzos de la década de 1940, su reciente ingreso a la vida urbana y a las actividades industriales, su escaso o nulo entrenamiento político, su bajo nivel educacional, sus deficientes o inexistentes posibilidades de información y, sobre todo, los infranqueables límites que las circunstancias objetivas oponían a sus posibilidades de acción política, debemos concluir que el camino que emprendieron y que las transformó en la base humana de un movimiento totalitario destinado a servir en definitiva intereses que les eran completamente ajenos, no puede considerarse, dentro del conjunto de condiciones históricas dadas, cierta irracionalidad.

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1951 - 1956 Un juicio muy distinto cabe, en cambio, formular, como ya vimos, con respecto a las clases medias alemanas, cuyo nivel educacional, tradición política, posibilidades de información, las capacitaban para una acción política realista, acción que, por otra parte, se presentaba como mucho más factible también desde el punto de vista de las condiciones objetivas. Este diferente grado de irracionalidad expresa ciertas diferencias importantes en las dos formas de seudosolución totalitaria que hemos venido comparando. En el nazifascismo la mayor irracionalidad implica una particular impermeabilidad a la experiencia, y en este sentido cabe recordar que se ha descrito y estudiado una “estructura del carácter autoritario” muy frecuente en las capas inferiores de las clases medias europeas. En este caso la reeducación democrática plantea particulares dificultades: no se trata solamente de proporcionar una mayor información y educación (en cuanto al aspecto subjetivo) o incluso variar la situación dentro de los límites permitidos por la dinámica histórico-social (en lo concerniente al aspecto objetivo); se precisa, además, un cambio de mentalidad en el orden de los valores experimentados como orientaciones y motivaciones de la acción (por ejemplo: abandono del deseo de afirmación por medio del prestigio y la diferenciación con respecto a otros trabajadores, etc.). No negamos que tal modificación sea posible (y de hecho se está realizando), mas afirmamos que representa un problema muy peculiar. Además, como se trata de grupos minoritarios dentro de la sociedad global, la persistencia de tales actitudes antidemocráticas, aunque indeseables, puede ser neutralizada. La llamada “desperonización” de la masa de las clases populares argentinas constituye un problema muy distinto. Por un lado, se trata innegablemente de una cuestión de educación e información; por el otro,

este solo aspecto sería completamente insuficiente. Lo que se precisa a este respecto no reside de ningún modo en un cambio de mentalidad, sino en ofrecer a la acción política de esas masas un cambio de posibilidades que les permitan alcanzar sus objetivos “reales” (objetivos que, a pesar de todo, habían percibido sin excesiva deformación, aunque sí fueron engañadas con las incumplidas promesas relativas a las reformas de estructura). Tal acción debe poder ofrecerse a partir de los aspectos más inmediatos de su vida y de sus intereses: el trabajo y los problemas conexos. No puede hablarse en el caso de las clases populares argentinas de una “impermeabilidad a la experiencia”; mas la oportunidad de una experiencia positiva debe colocarse realmente al alcance de sus posibilidades actuales. Y esto depende no sólo de la política social del gobierno, sino también de la orientación de los partidos políticos y, además (y muy especialmente), del comportamiento de la clase empresaria y de sus agentes. La tragedia política argentina residió en el hecho de que la integración política de las masas populares se inició bajo el signo del totalitarismo, que logró proporcionar, a su manera, cierta experiencia de participación política y social en los aspectos inmediatos y personales de la vida del trabajador, anulando al mismo tiempo la organización política y los derechos básicos que constituyen los pilares insustituibles de toda democracia genuina. La inmensa tarea a realizar consiste en lograr esa misma experiencia, pero vinculándola de manera indisoluble a la teoría y a la práctica de la democracia y de la libertad.

Fuente: Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Paidós, Buenos Aires, 1962, pp. 239-252, en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VII, Buenos Aires, Emecé, pp. 45-59.

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LA TAREA DESMITIFICADORA

POR AMÉRICO GHIOLDI

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or lo mismo que me refiero a la crisis argentina, pienso en primer lugar en los jóvenes, pues nada serio ni importante podremos hacer si no pensamos en términos de futuro. Trabajar en el presente, para el presente y para el futuro: tal debe ser el punto de partida de cuantos quieran colaborar en la gran tarea de la reconstrucción argentina, en la democracia y en la libertad. La juventud se ha salvado maravillosamente en la lucha contra la tiranía. Para ella, los años difíciles fueron de lucha más que de estudio. Los jóvenes no tuvieron comunicación con maestros; todos estuvieron entregados al combate contra la opresión que exigió la vitalidad y el espíritu de los mejores exponentes de varias generaciones. Al salir de la tiranía enfrentamos la crisis, y lo primero que mueve la inquietud de los hombres es saber en qué consistió la crisis, cuáles son los términos que la definen, cómo fue generándose el proceso de desintegración de unas cosas y de integración de otras. Sin mucho esfuerzo comprendemos que la crisis argentina –en cuanto es posible independizarla de la gran crisis y revolución de nuestros tiempos– es anterior al tirano. Este fue un expediente de la crisis; terminó ahondándola, exacerbando todos los gérmenes de desintegración y de decadencia. La inteligencia de los argentinos no podía quedar libre del gran sacudimiento. Diría algo más: acaso sea la inteligencia de los argentinos lo que más ha sido dañado durante

El dirigente socialista Américo Ghioldi fue uno de los más férreos y constantes opositores al peronismo, al que comenzó a criticar con virulencia desde sus primeros tiempos. Luego del golpe de 1955 fue partidario de una total desperonización de la sociedad, como lo refleja este texto de 1956.

los últimos doce años de crisis, pues si se estudia a fondo la trayectoria del totalitarismo que soportamos, veremos que lo que mejor lo define es su deliberado, sistemático y empeñoso esfuerzo de trastornar la inteligencia misma de los argentinos, cambiar los contenidos de la conciencia y hasta la forma misma de la conciencia. Al hablar de la orientación mental del pueblo debemos referirnos a la juventud para ponerla en guardia contra grandes vicios intelectuales y confiar en que ella manejará el hacha para derribar el mundo de falsedades y mentiras convencionales que obstaculizan el camino de la verdad, o el de la búsqueda de la verdad. No sabríamos concebir los caminos que anhelamos para el mañana si no tuviéramos conciencia de las malas sendas y de los callejones sin salida por donde anduvimos, o en donde nos metieron. Las grandes crisis Nos pasa lo que a todos los pueblos al día siguiente de una crisis dentro de la crisis. Para no aludir a muchas circunstancias espirituales semejantes que describe la historia de la cultura, quiero recordar entre los momentos históricos que obligan la toma de la conciencia como una tarea ineludible e impostergable, los muy cercanos de Francia, Alemania e Italia al término de la guerra, de la falencia nacional y del drama del fascismo y del nazismo. León Blum, por ejemplo, encerrado en

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1951 - 1956 un campo de concentración, escribió un libro de gran emoción humana y pletórico de sugestiones. En A la escala humana, el insigne concentracionado, escapando a las amarguras de la prisión, piensa en su Francia para la hora cero del Renacimiento. El gran demócrata y socialista francés dio una respuesta política a las interrogaciones fundamentales que suscitaba la crisis de su patria. Otra fue la posición de Karl Jaspers, el gran pensador alemán que durante el invierno de 1945-1946 dictó en Heidelberg un curso sobre la situación espiritual de Alemania al término de la guerra y del nazismo, mientras cuatro fuerzas, aliadas durante la hecatombe, ocupaban el territorio de su patria. Con gran hondura y sinceridad el filósofo Jaspers consagró sus lecciones al estudio penetrante del problema de la culpabilidad alemana, que analizó en todos sus aspectos: la culpabilidad política, la culpabilidad moral, la culpabilidad metafísica, la culpabilidad individual y la culpabilidad colectiva. El pensador que sabe bien que el comportamiento político depende del individuo y que la vida del individuo depende a su vez de la situación política, no eludió la tarea de indicar la fuente y los caminos de la purificación. A la luz de estos ejemplos, digámonos que no saldremos del mal que hemos sufrido si antes no tenemos inteligencia y conciencia de la naturaleza de aquel mal. Desde septiembre de 1955 muchos abordaron el tema; cada cual dijo algo, y si bien no se ha trazado en una síntesis el cuadro de nuestra situación espiritual, quedan ya no pocos elementos listos para la elaboración final, entre los cuales, la crisis de la universidad, la traición de los “clercs”, la decadencia de la enseñanza pública, la culpa de la política y de no pocos militares, la influencia del miedo, el papel del terrorismo y de la “culpabilidad organizada” en el desarrollo de nuestra decadencia social y moral.

Desmitificación del alma argentina Sin proponerme seguir una tabla jerárquica de indicaciones a consignar para el libre desarrollo de la mente argentina, señalo como primera tarea la de derribar mitos e ídolos, combatir supercherías, lemas, consignas, y dejar de lado la grandilocuencia vacía y el engañoso floripondio. El país debe comprender el terrible mal que hizo la tiranía fomentando las formas místicas con el propósito de sustituir la inteligencia, la lógica y la razón. La tiranía desenvolvió de mil maneras las formas mitológicas de la mente. En reemplazo del pensamiento se dictaron slogans. El laboratorio de la guerra psicológica contra la razón del pueblo, fabricaba frases, modismos, retruécanos ideológicos; acuñaba slogans, difundía fórmulas verbales rutilantes y excitantes. El pueblo fue así desviado de los cauces de la inteligencia natural. El tirano, para aparentar y razonar posiciones absurdas, construyó eso que el gran Agustín Álvarez llamó lógica de las barbaridades. Reuniendo todos los absurdos y macanazos, como gustaba decir Sarmiento, se podría construir un manual de las imbecilidades difundidas por la tiranía. El país fue opiado con frases; las frases fueron acompañadas de desfiles, teatralidades y el culto de la escenografía que es consustancial con la dictadura. Desgraciadamente, la mentira, el culto del retruécano ideológico y la propaganda de mitos y supercherías han dejado rastros en la inteligencia popular, y no podríamos decir que en un solo sector, pues con frecuencia se comprueba que también los adversarios de la tiranía fueron dañados en su inteligencia. La psicología del error y de la superstición explica cómo persiste la tendencia a rechazar la experiencia y la prueba documental. Maestros, intelectuales y políticos de verdad deben trabajar para la gran tarea de la desmitificación de la mente argentina, que es la gran plaga nacional. Aceptemos la buena fe

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de los que están con error, pero no contemporicemos con el mito como si fuera moneda sana. Así como la tiranía moviliza las fuerzas más oscuras del irracionalismo, la democracia necesita fundarse en la inteligencia, en la comprensión y en la conciencia moral. Otra plaga: la estrategia Otra plaga que se apoderó de la política es la de la estrategia. El tirano militar escamoteó el pensamiento; todo lo redujo a estrategia, para la cual nada es verdad ni mentira, nada es bien ni mal, todo debe ser usado por la política, que sólo tendría finalidad de poder. Este modo de encarar la política ha sido una de las principales causas de destrucción de la inteligencia humana. Contribuyeron a esa destrucción los falsos dialécticos, los que reducen el método dialéctico a un esquema del aniquilamiento continuo y nihilista de las verdades y valores. Así concebida, la dialéctica resulta falsificada, aniquila la inteligencia, convierte al pensamiento y a la política en un movimiento sin reposo, sin coherencia y sin moralidad. No hay un recetario al que podríamos recurrir. Desde el punto de vista intelectual, la juventud no encontrará mejor camino que el del estudio serio y a fondo. Acercarse a la realidad, penetrarla y estudiarla es recomendación útil. La cabeza formada, o deformada por el mito, prescinde de la realidad. Sin embargo, los hechos, la materia, las cosas y la acción, si no nos resistimos, son grandes enseñantes y formadores de la inteligencia. La juventud debe estudiar la realidad argentina, no con fórmulas extranjeras, ni para servir extraña política internacional. Científicos, juristas, médicos, ingenieros, literatos, dramaturgos, deben ahondar nuestra realidad y lanzarse a la búsqueda de soluciones positivas o de expresiones propias dentro del gran camino de la democracia y de la libertad que en el campo mental significa que todos pueden y deben participar en la elaboración de la verdad.

El país ha sufrido más de veinte años de denigración histórica. Esto llegó a su colmo con el tirano desaprensivo que calumnió sistemáticamente a los constructores de la nacionalidad. No respetó una sola gran figura. No salvó de la execración ningún período de la historia, excepto el de la tiranía rosista. No concibió la grandeza del 25 de Mayo ni de Caseros. En esto siguió a Rosas que habló contra el 25 de Mayo y predicó la vuelta a la Colonia. La historia tiene sus exigencias. La revisión es una actitud normal en los estudios históricos; pero entre nosotros se llamó revisionismo no a la actitud y al movimiento crítico, sino a la actitud de ideólogos que se dedicaron a revisar la historia con el propósito de despojarla de todo lo que en ella hay de liberalismo humano, de democracia política y social, de cultura y cooperación internacional. La traición de nuestros “clercs” Hay que volver a la historia, con el derecho supremo de la crítica filosófica y con el empeño magistral de exaltar la aventura de la emancipación integral y de la libertad de los argentinos. Es tradición de los intelectuales argentinos servir las necesidades de la construcción social y política del país. No hemos tenido intelectuales “puros”, encerrados en torres de marfil. En las últimas décadas muchos intelectuales se apartaron de aquella magnífica e histórica tradición, cuyos fundamentos teóricos hace un siglo hiciera Alberdi y recimentó hace pocos años don Alejandro Korn. Con toda justicia se habló además de la traición de nuestros “clercs”, aludiendo a esos profesionales de la inteligencia que colocaron la cátedra a niveles de abyección que la Argentina no había conocido antes. Corresponde a la juventud en la presente hora renacimental ahondar el sentido y la definición de la democracia, y sus implicancias en todas las esferas de la actividad. La búsqueda teórica de los principios democráticos salvará a los jóvenes de la incoheren-

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1951 - 1956 cia de muchos que no lo son, y por la cual son teóricos de la dictadura de este u otro color, aunque por oportunismo gritan por la democracia, o proclaman la democracia aquí y no les parece mal la dictadura íbero y latinoamericana, o de cualquier otra parte. La juventud tiene la responsabilidad y la tarea de la construcción democrática. Yo creo que estará a la altura del momento porque ha demostrado ser uno de los depósitos más ricos de idealidad y de empuje.

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Fuente: Américo Ghioldi, De la tiranía a la democracia social, Buenos Aires, Gure, 1956, pp. 91-96, en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VII, Buenos Aires, Ariel, pp. 10-14.

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El general Perón observa los daños ocasionados en la Casa de Gobierno tras el bombardeo a Plaza de Mayo.

Civiles festejan la caída del gobierno de Perón.

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24 de septiembre de 1955. Carta de Ernesto “Che” Guevara a su madre, donde expresa su punto de vista sobre el golpe de Estado que destituyó al gobierno de Perón en 1955.

Carta del Che Guevara a su madre tras el golpe de Estado a Perón Querida vieja: Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado enemigo de tantos años; por aquí la reacción no se hizo esperar, todos los diarios del país y los despachos extranjeros anunciaban llenos de júbilo la caída del tenebroso dictador; los norteamericanos suspiraban aliviados por la suerte de 425 millones de dólares que ahora podrán sacar de la Argentina; el obispo de México se mostraba satisfecho de la caída de Perón, y toda la gente católica y de derecha que yo conocí en este país se mostraba también contenta; mis amigos y yo, no; todos seguimos con natural angustia la suerte del gobierno peronista y las amenazas de la flota de cañonear Buenos Aires. (…) Aquí la gente progresista ha definido el proceso argentino como “otro triunfo del dólar, la espada y la cruz”. Yo sé que hoy estarás muy contenta, que respirarás aire de libertad (…). Vos podrás hablar en todos lados lo que te dé la gana con la absoluta impunidad que te garantizará el ser miembro de la clase en el poder, aunque espero por vos que seas la oveja negra del rebaño. Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él sino por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte. (…) Tal vez en el primer momento no verás la violencia porque se ejercerá en un círculo alejado del tuyo. (…) El Partido Comunista, con el tiempo, será puesto fuera de circulación, y tal vez llegue un día en que hasta papá sienta que se equivocó. Quién sabe qué será mientras tanto de tu hijo andariego. Tal vez haya resuelto sentar sus reales en la tierra natal (única posible) o iniciar una jornada de verdadera lucha. México, 24 de septiembre de 1955

Fuente: Ernesto Guevara Lynch, “Aquí va un soldado de América”, en María E. Alonso y Enrique C. Vázquez, Historia: la Argentina contemporánea (1852-1999), Documentos y testimonios, Buenos Aires, Aique Grupo Editor, 2000.

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1951 - 1956 12 de junio de 1956. Carta del general Juan José Valle al presidente de facto general Pedro Eugenio Aramburu, poco antes de ser fusilado por haber encabezado el fallido alzamiento del Movimiento de Recuperación Nacional –junto con un grupo de militares constitucionalistas–, que había tenido lugar tres días antes, contra la dictadura que conduce el propio Aramburu.

Carta de Valle a Aramburu Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios, y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra “monstruos” brota incontenida de cada argentino a cada paso que da. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos.

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Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido. Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes. Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria, en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria. Juan José Valle Buenos Aires, 12 de junio de 1956

Fuente: Roberto Baschetti, Documentos de la resistencia peronista 1955-1970, Buenos Aires, De la Campana, 2001, pp. 84-85.

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1951 - 1956 En noviembre de 1953 sale a la calle en Buenos Aires el primer número de Contorno, revista que a lo largo de sus seis años de existencia realizará una profunda crítica de la cultura argentina, eligiendo como uno de sus vectores fundamentales la intersección entre literatura y política. La revista, integrada por jóvenes intelectuales de lo que luego se conocerá como “nueva izquierda”, llevará adelante una discusión con los partidos más tradicionales de ese espectro –en particular, con el Partido Comunista–, en buena medida por la lectura que hacen esos partidos del peronismo. Los “contornistas” irán construyendo una mirada más compleja sobre el fenómeno peronista, en especial a partir del golpe de Estado que pone fin a su gobierno. En julio de 1956 editan su número 7/8 íntegramente dedicado al peronismo, sumándose a la polémica pública pero también abriendo una fisura al interior de la revista. Del número participan León Rozitchner, David Viñas, Oscar Masotta, Adolfo Prieto, entre otros. La siguiente es la intervención de Juan José Sebreli, que lleva como subtítulo “Testimonio”.

Aventura y revolución peronista, por Juan José Sebreli Yo era todavía chico cuando el advenimiento de Perón. He pasado, por lo tanto, esos años frenéticos y des­ordenados en que intentamos comenzar a vivir en momen­tos en que mi país intentaba otro tanto. Toda una gene­ración –que es la mía– está indisolublemente unida al peronismo para siempre. Podemos apoyarlo o combatirlo, cruzarnos de brazos creyendo que todo da lo mismo, pero no podemos prescindir de él. Es nuestro lote. Está ahí, ineludible como una esfinge, y tenemos que develar su enigma para saber lo que somos. Por eso, al hablar del peronismo, no podré prescindir totalmente de mí. Toda experiencia concreta envuelve a la vez al sujeto y al objeto. En descripciones que los demás hacen de nuestra propia vida, tal vez podamos conocernos, pero nunca reconocer­nos. Le faltará ese calor de intimidad que la hace intrans­ferible. Por eso, a pesar de que ya todo se ha escrito sobre el peronismo, quien como yo lo ha vivido no puede satisfacerse ni aun con las interpretaciones más penetran­tes. Los sólidos argumentos de los más serios sociólogos de la realidad argentina me vencen pero no me convencen. Mi adhesión es puramente abstracta. No pretendo compe­tir con ellos: hay inmensas zonas en el peronismo que ignoro, nunca he penetrado en las altas esferas donde se desarrollaba su política, no he tratado personalmente a sus principales jerarcas, me faltan suficientes conocimientos en técnica y en economía, mis contactos con la clase obrera son parciales. Pero creo que no basta con ver la verdad –tarea que puede realizar cualquiera de esos historiadores bien informados e imparciales–, sino que es necesario verla desde el punto de vista, único e intransferible, que ocupamos en la sociedad, en el mundo. Lo contrario es co­locarse fuera de lugar,

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es decir, caer en la utopía. Por eso creo que también mi limitado punto de vista es im­prescindible en el conjunto, y por eso, prescindiendo de estadísticas y de documentos que podrían rectificar y corre­gir mi óptica, prefiero basarme sólo en las experiencias singulares y concretas en que he tomado contacto con el peronismo. Lamentablemente, sólo podré mostrar una cara de la realidad. Sólo Dios podría ver las múltiples facetas en que esta se quiebra, colocando en su sitio las contra­dicciones. Pero con la desaparición de la teología debemos resignarnos a ver insatisfecha para siempre nuestra es­peranza de verdad absoluta. Si no queremos caer en mistificaciones, debemos aceptar de una vez por todas que la imparcialidad histórica no triunfará nunca de la pasión partidista. Al pensar, no pode­mos limitarnos a pensar, por eso no se busque en mi des­cripción del peronismo sino una historia de mis odios, de mis esperanzas, de mis mitos, de mis contradicciones, de mis injusticias, de mis errores, un trozo, en suma, de una autobiografía mental, de una confesión indirecta, del diario de una turbulenta adolescencia, a la vez personal y nacio­nal. Es decir, el relato de cómo el peronismo se ha re­velado en la conciencia de un muchacho porteño, per­teneciente a la clase media, autodidacta y con una preten­ciosa intención de lucidez, de sinceridad y de generosidad hacia el prójimo. Empezaré por ahorrarles el trabajo a esos psicólogos tan en boga, que seguramente querrán explicar mi justifica­ción del peronismo diciendo, desde un comienzo, que en efecto soy un resentido. Sí, tal vez todos los peronistas, y los que de un modo u otro los apoyan, son unos re­sentidos, incluyendo al propio Perón. Ya conozco todos los argumentos: que los obreros son peronistas por egoísmo, por envidia, por sed de venganza hacia un orden que los trató cruelmente: que algunos neu­róticos políticos de la pequeña burguesía –como vos– se han hecho filoperonistas o camaradas de ruta del peronismo por simple afán de destrucción. Por molestar a sus padres burgueses, a sus madres católicas, a sus profesores “bien pensantes”, a los exquisitos autores de los libros que leían. O porque odiaban a su padre y vieron en el dictador a un verdadero padre. O porque un hermano menor los hizo sentir desplazados, o uno mayor rezagados. O porque un ultraje sufrido en la infancia los hizo masoquistas o sádicos. O porque un sentimiento de inferio­ridad los llevó a desear la seguridad y la nivelación de un sistema totalitario. O porque una combinación de cir­cunstancias incontrolables los hizo homosexuales o erotómanos o impotentes. O porque una excesiva pigmentación de la piel los ha hecho sentir distintos de los demás hombres, apartados como leprosos, cargando el cartelito ignominioso de “cabecita negra”. Desnudos ante la mirada implacable del psicólogo, los peronistas no pueden verse sino tal como los ven: resen­tidos, rencorosos, envidiosos, inferiores, fracasados. Cada uno, desde el líder hasta el último de sus colaboradores, trabaja en la revolución para alimentar un vicio cualquiera o mantener oculto un fracaso. Sí, es verdad: el peronismo aglutinó a su alrededor todo ese submundo de desasimilados, de desclasados, de marginales, de tránsfugas, de “incomprendidos”, de separados y separatistas, de intocables. Formaron sus filas todos aquellos que no podían agregarse a ningún grupo porque nadie los quería y estaban por eso más MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 solos y desamparados aún que el proletariado o las minorías raciales y étnicas: expatriados, vagabundos, bur­gueses en decadencia, chicos abandonados, mujeres desen­cantadas, viejas pordioseras, lisiados físicos y morales, in­telectuales fracasados, revolucionarios profesionales dispues­tos a venderse, trabajadores de cosas impuras: sirvientes, espías, policías, en fin, el “lumpenproletariado”, la clase de los que no encajan en ninguna clase, bohemios, ciudadanos de la tierra de nadie de la sociedad, cesantes de cualquier cosa, echados de cualquier lugar que no sabían para qué lado mirar, desesperados arriesgando todo que no pierden nada. ¡Cómo no han de aferrarse a su resentimiento estos parias si era lo único quo los dignificaba en un mundo de injusticias y opresión! Cuando se vive en una cloaca, la rata es la mejor encaminada para subsistir. El peronismo hizo que se volcara en las calles, que bus­cara un lugar al sol todo ese mundo de resaca… El pero­nismo fue su gran oportunidad. Perón hacía por ellos los gestos que ellos hubieran querido hacer, pero nunca se hubieran atrevido. No importa que el Jockey Club o las iglesias fueran quemadas por “agitadores a sueldo” bajo las órdenes directas de Perón. El odio popular era falso en los hechos, pero verdadero en lo íntimo del corazón. Era como si cada uno hubiera llevado una vela encendida en sus propias manos. Todos se sentían un poco responsables. Eva Perón, que era como ellos, que era una de ellos, los alentaba. Era la que había llegado y vengaba a todos los que no habían podido llegar. Encarnaba verdaderamen­te a la esperanza, porque era la que había ascendido desde la cueva hasta la fiesta deslumbrante. Su triunfo era un poco el triunfo de todos, aunque los más sólo pudieran par­ticipar de la fiesta a través de las ventanas. Las pieles y las joyas de “la primera descamisada” no la separaban de los auténticos descamisados; por el contrario, la acercaban aun más, todos podían compartir un poco ese lujo, que antes nunca habían podido ver de cerca. La consagración de Evita, ese poder mágico, ese mana, esa impersonal y difusa influencia sagrada que le fuera conferida, no era un poder propio de su persona, sino un poder social que le llegaba gratuita y desproporcionadamente de la atención, del mimo del pueblo. No importaba el espejo: los adora­dores se arrodillaban delante del reflejo de su propia po­tencia colectiva y la encarnación de esos poderes podía ser cualquiera. Lo que Evita era efectivamente… no im­ portaba nada. Lo único que importa era que había llegado y que los demás reconocían sus atributos de Cenicienta colectiva. Para un proletariado andrajoso, sin medios de acción directa –huelgas, agitación, etc.– la solución de sus pro­blemas no será ya ese lento y naciente trabajo a realizarse en la historia que es la revolución, sino la absurda genero­sidad de la magia que cumple inmediatamente, y sin es­fuerzos, los deseos más descabellados. Las feéricas cons­trucciones de la Fundación y los regalos salidos como de una bolsa mágica no podían solucionar efectivamente ningún problema, eran un gesto. Evita –“lumpenproletaria” también ella– no necesitaba obrar, le bastaba con hacer el gesto despótico y destructor de la dádiva. El gesto era su acto devenido objeto. Ella misma había terminado por convertirse en un objeto

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inmanente que podía resumirse en un nombre: “De aquella mujer sólo se sabe que el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”. Es posible también que Eva Perón se hiciera lo que nunca había sido antes –reformadora social, tribuno po­pular, oradora, dirigente gremial, viajera, escritora, pole­mista– para vengarse de todas las humillaciones y ofensas sufridas en su oscura vida de actriz fracasada, como nos lo explican los psicólogos del antiperonismo. Es posible que optara por cruzar el puente de Avellaneda porque le ce­rraron las puertas del barrio Norte. Es probable que tam­bién influyera su infancia miserable, su condición de hija natural de hermana menor, de provinciana, y en última instancia, de mujer (…) Del mismo modo podemos explicar que la dudosa ascen­dencia de Perón hizo de un incendiario, destructor de monumentos históricos y de documentos tradicionales que constituían la prosapia de una vieja y orgullosa oligarquía. Pero las historias clínicas del laboratorio experimental no nos explican por qué razón Perón y Evita eligieron ese modo peculiar de sublimación y no otro cualquiera. Tam­poco nos explican –al mostrarnos en Perón y en Evita a dos paranoicos, exhibicionistas e histriones– cómo esos dos seres grotescos, dignos de lástima, han podido cambiar el curso de la historia de su país y definir con su nombre toda una época. ¿Por qué extraña razón un pueblo eligió para su conducción a un aventurero y a una mundana? ¿Será tal vez que el pueblo entero se había vuelto loco? Pero como ya Marx ha visto refiriéndose a Luis Bonaparte: “No basta con decir, como hacen los franceses, que su nación fue sorprendida. Ni a la mujer ni a la nación se le perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. Con estas explicaciones el problema no se resuelve: no hace más que cambiar de fórmula. Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir a cautiverio sin resistencia a una nación de treinta y seis millones” (El 18 Brumario). Tal vez tengamos que aceptar, aunque no comprendamos claramente las razones por ahora, que en de­terminada circunstancia resulta una conveniencia históri­ca ser gobernados por un aventurero y una mundana. La psicología utilizada como arma para denigrar al ad­versario resulta un arma de doble filo. Aislando a Perón de las condiciones históricas que hicieron posible su en­cumbramiento y concibiéndolo como un aerolito misteriosamente caído del cielo, se lo engrandece en lugar de empequeñecerlo, pues se le atribuye un poder personal de iniciativa sin paralelo en la historia universal. Se cae en la mentalidad primitiva que atribuía los fenómenos de la naturaleza a entidades individuales materializados bajo la forma de fieras o de fetiches. Vemos, pues, que el misterio inefable del acontecimien­to histórico se le escapa de entre las manos al disecador antiperonista. Los muertos que ha matado gozan de buena salud. No son meras apariencias que se evaporan ante el foco potente de un análisis. Están ahí, hay que mirarlos a la cara, como se mira a los vivos. Hay que decidirse a hablar con ellos y a responderles, hay que entrar en la discusión inmanente de los problemas que nos propo­nen, en el enjuiciamiento objetivo, en la valoración intrín­seca de su obra. La mirada oblicua del MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 psicólogo sólo ve las motivaciones secundarias de una acción, pero todo hombre tiene derecho a ser juzgado por el significado manifiesto de su acción y no por las intenciones tal vez inconfesables. Porque todo hombre trasciende perpetua­ mente sus móviles, dándose libre y conscientemente los motivos de su acción. Del mismo modo, una revolución no es un movimiento dialéctico de doble faz: la subjetividad de los móviles personales, es decir, la libre elección de un hombre solo; la aventura y la objetividad de los fines revolucio­narios; es decir, la militancia consciente y responsable; es decir, la solidaridad. La psicología y la política se influyen mutuamente, pero ninguna de las dos es reducible a la otra. La biografía del político no determina al aconteci­miento histórico aunque ambos se relacionan. Admitamos que una infancia sin afectos en el seno de una familia irregular, en la soledad de un pueblo de pro­vincia, llevará tanto a Perón como a Evita –sus orígenes fueron similares– a buscar por todos los medios el amor y el aplauso universal, para sentirse acompañados. Que hayan buscado antes que nada, una manera individual y solitaria de justificar su propia vida, de afirmar su per­sonalidad. Que sus acciones estuvieran iluminadas por el interés egoísta de dejar un recuerdo inolvidable de su paso por la historia, de ver sus nombres perpetuándose en la forma de un símbolo. Que no era la comunicación en la fraternidad, es decir, en el abandono en el prójimo de sí propio lo que buscaban, sino la comunicación en la gloria, donde se existe para los demás sin necesidad de renunciar a sí. Que buscaban escapar a su aislamiento por medio de la acción, ya que la acción crea un lazo espontáneo entre los hombres. Que el fin de su acción no era el fin de la revolución –cambiar el mundo–, sino la acción misma, porque es la acción la que justificará la comunicación. Que actuaron para salvarse individualmente eligiendo un tanto al azar un fin para obrar, exactamente como lo hacen los miembros de cualquier movimiento puramente destructivo, asocial, anárquico. Pero a diferencia de estos, Perón y Evita vieron que, para que su sacrificio no fuera solamente un suicidio que no deja recuerdos, necesitaban justificar la acción, que a su vez los justificaría. Toda la pasión, toda la rebeldía, todo el heroísmo de estos destructores era absurdo y vano, pero se apoyaba en la esperanza totalmente sincera del proletariado y coincidía, aunque sólo fuera tangencialmen­te, con una lucha que tenía auténtica razón de ser. Esa es­peranza y esa razón de ser de las que carecen los proyec­tos individuales de los aventureros. (…) Ese esfuerzo que hicieron por unir su aislamiento per­sonal con la fe en lo colectivo convirtió la rebeldía sin porvenir, el gesto gratuito del aventurero, con el acto auténtico del revolucionario… (…) La historia, para nuestro psicólogo antiperonista, es un calendario, una historia al menudeo, como la de los textos escolares que explican la Revolución francesa por el collar de María Antonieta, o la guerra del 14 por el asesinato del archiduque, confundiendo así los pretextos con las causas reales. Una historia psicológica, individualista e irra­cional, una serie yuxtapuesta de acontecimientos. (…) No niego los hechos: fue el auge del nazismo lo que

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de­terminó el golpe del 4 de junio, y por ende la rápida ascensión de Perón. Pero esto es sólo una causa exterior, circunstancial, que no puede por sí sola engendrar ningún acontecimiento histórico de trascendencia. No puede ser tomada por lo tanto, aisladamente, sino unida a las causas internas que son las esenciales. A saber: el desarrollo de una industria nacional chocó con el carácter de dependen­cia de los monopolios imperialistas (causa económica) y, por ende, debió oponerse a la oligarquía agropecuaria, prin­cipal sostén del imperialismo (causa política). Ese mismo desenvolvimiento industrial sustituyó al desarraigado pro­letariado “golondrina” de un proletariado nacional, con más interés que la propia burguesía en llevar la revolu­ción nacional democrático-burguesa antioligárquica y anti­imperialista, hasta sus últimas consecuencias (causa social). Estas causas tenían la suficiente fuerza como para hacer un 17 de octubre, aunque no hubiese existido Perón ni la embajada alemana. Perón no inventó el peronismo; por el contrario, puede decirse que ese conjunto de condiciones políticas, económicas y sociales que es el peronismo lo inventó a Perón, encontró en él una forma de expresión y un nombre, que podría haber sido cualquier otro. Perón venía a representar los intereses de la incipiente industria nacional y al mismo tiempo los ideales del pro­letariado. Era a la vez la dictadura de la burguesía y el embrión de un poder popular. Un hombre tan simple como Perón adquirió, de ese modo, una importancia tan com­pleja en el desarrollo del país porque no pertenecía a ningún partido –salvo el de él mismo– ni era nada del todo, ni un oligarca, ni un verdadero burgués, ni mucho menos un proletario, ni demasiado pobre, ni demasiado rico; era el único que estaba capacitado para representarlos a todos a la vez y aun a sí mismo, sobrepasando las contra­dicciones históricas. Balanceándose ágilmente ya sobre un pie, ya sobre el otro, Perón trató durante diez años de mantener un equilibrio imposible, y en el que tendría fatalmente que resbalar algún día… (…) Es, precisamente, el deseo de independencia personal de los dictadores lo que los lleva a oponerse a la legalidad constitucional –mediante la cual los opresores han jus­tificado y santificado siempre la opresión– y encuentran por ello simpatía entre los oprimidos. El pueblo ve en ellos una especie de bandido romántico a lo Robin Hood que roba y engaña a los ricos para favorecer a los pobres. De ahí el rol democrático que, sin proponérselo, juegan a veces los dictadores desde Julio César a Perón… (…) Los amateurs del pensamiento por analogía, que gustan comparar a la Revolución de Mayo con la Revolución fran­cesa, y a Moreno con Rousseau, se empeñan en comparar al peronismo con el nazismo y a Perón con Hitler o Musso­lini, haciendo tabla rasa de las circunstancias particulares y del momento histórico inmediato y trasplantando mecá­nicamente un esquema que no corresponde a nuestra situa­ción concreta… (…) Si juzgamos a los hombres por sus similitudes puramente exteriores y sus características más pintorescas y diverti­das, ¿por qué comparar a Perón precisamente con Hitler o con Mussolini? Del mismo modo hubiéramos podido MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 compararlo con Stalin, o con Napoleón o con Cromwell, o con Alejandro, o con Nerón, o con Atila. Al fin todos los dic­tadores tienen rasgos parecidos. Pero también todos los hombres tienen algún rasgo parecido. La analogía es una tentación constante de la mente humana y se halla en creen­cias primitivas, como el ritual mágico y la superstición so­brenaturalista. La comparación no puede substituir a la prueba, cuanto más administrará un indicio, una sugestión, pero puede ser falsa; la luz que parece irradiar puede ser tal vez la de un fuego fatuo. Es necesario, por lo tanto, comprobarlo concretamente antes de poder hablar de de­mostración. (…) Si, por el contrario, juzgamos a los hombres y a los acon­tecimientos, no en base a ideas fijas e inmutables, sino a su situación concreta y actualizada de acuerdo a la incesante y desconcertante transformación de la vida, com­ probaremos que la historia nunca se repite y que cada acontecimiento histórico es único e intransferible. Compro­baremos entonces que no deja de ser una grosería com­parar al peronismo con el fascismo. (…) Las diferencias o similitudes entre dos tipos de política no están determinadas por su mayor o menor inclinación hacia las formas democráticas o totalitarias, sino por su relación con las tres clases sociales: burguesía, clase media y proletariado, y esa relación separa más aún al peronis­mo del fascismo. El real carácter antiobrero del fascismo, a la vez que su vaga prédica antiplutocrática, le dio el apoyo de los empleados, los funcionarios, los pequeños co­merciantes, los artesanos, los pseudosintelectuales, de toda clase, de difícil ubicación y de ambigua posición, de esa clase sofocada, emparedada entre los demasiado ricos y los demasiado pobres (…) En la Argentina, por el contrario, la clase media es la clase antiperonista por excelencia. El peronismo, en consecuen­cia, se apoya en los obreros y llega a utilizarlos como fuerza de choque contra los universitarios pequeños bur­gueses. (…) El antiobrerismo de la clase media llegó a su punto culminante, bajo el régimen peronista, pues mientras la in­flación la hundía vertiginosamente –a causa de su in­dividualismo, aislamiento y desorganización gremial– veía a la clase obrera unida, organizada y desafiante, elevarse a un nivel de vida muy superior. A la pérdida de pequeños privilegios económicos –mejor vestimenta, veraneos, posesión de heladeras eléctricas y otros artefactos de lujo– que la colocaban por encima del proletariado, se sumó la pérdida de pequeños privi­legios psicológicos, tales como el superior prestigio del trabajo intelectual sobre el manual. La oligarquía había fomentado ese fácil orgullo, logrando así la desunión entre dos categorías de explotados. Dividir para reinar ha sido siempre un instrumento eficaz de la opresión, conceder privilegios a un grupo a expensas del grande. El más pobre, el más mediocre, el menos afortunado de los peque­ños burgueses podía sentirse superior, por lo menos, frente a un obrero, del mismo modo que el blanco pobre del sur de los Estados Unidos se siente superior frente al negro, o el más débil de los hombres frente a la mujer, o el inse­guro de su virilidad frente al homosexual, o el ario des­arraigado frente al judío. El obrero era el chivo expia­torio de la clase media. Era, pues, inevitable, que ese pro­letariado

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de cuello duro, cuyo único consuelo era distin­guirse del proletariado sin camisa, se convirtiera en el más encarnizado enemigo de un régimen que los mezclaba sin discriminación. Ese odio tan irracional y difuso de la clase media –como en verdad es odio de sí misma– encuentra frecuen­temente su forma de expresión en el racismo. Entre nos­otros, a falta del judío se volcó sobre el “cabecita negra”, que representaba a la vez la industrialización del país –a causa del empobrecimiento de la clase media– y el surgi­miento de un proletariado genuinamente nacional. La asi­milación del emigrante de las provincias al proletariado hizo que se terminara por colgarle el despectivo mote de “negro” y “negrada” a todo obrero, aunque fuera rubio y con ojos celestes. El oligarca que se mueve en un mundo de barrios apar­tados, de casas herméticas, de automóviles y de boîtes nocturnas, no tiene casi oportunidad de encontrarse en su camino con un “cabecita negra”, lo ignora, por lo tanto. El verdadero antiobrerista, el verdadero anticabecita negra es el empleado, que debe viajar en colectivo sintiendo los malos olores del cabecita negra, es la familia pequeño burguesa que vive al lado del conventillo, que tiene a la sirvienta –cuando la tienen– viviendo en la misma pieza. El traslado de los “cabecita negra” del campo a la ciudad y del proletariado en general desde barrios y pueblos sub­urbanos hasta el centro creó una nueva ciudad hosca y anó­nima, llena de barullo, de aglomeraciones, de mal olor y de “estrepitoso mal gusto”, como dijera Lonardi. Era la destrucción de aquella otra ciudad de las pacíficas cos­tumbres y de los elegantes gestos, en que los porteños podían darse el lujo de sentir las exquisitas angustias de una suntuosa soledad. Ese porteño ya no podía acodarse en la mesa de un solitario café, porque en la mesa de al lado los “cabecita negra” se emborrachaban. Ya no podía viajar solo en los trenes que lo llevaban a solitarias playas, ahora convertidas en kermesses como consecuencia de las vacaciones pagas y los aguinaldos. Ya no podía pararse a esperar en la esquina de Corrientes y Esmeralda, porque lo empujaban, ni caminar porque le obstruían el paso, ni viajar porque todo venía lleno. Como decía la abuela de una pieza teatral porteña: “Cada día hay que hacerse más chica, y tampoco así se puede”. Se había roto ese invisible cordón sanitario que impedía a los hombres en mangas de camisa –en épocas en que no había sido aún inventado el ademán provocador de sacarse el saco, porque los que debían hacerlo no lo tenían– caminar por ciertas y de­terminadas calles, las calles poéticas por donde paseaban su angustiosa pero infinitamente querida soledad, los que sí tenían saco. Es lamentable pero inevitable: siempre el paraíso de unos es el infierno de los demás. Finalmente, el fascismo puede definirse, y en eso reside para mí su rasgo más nefasto, por su espíritu de seriedad, es decir, por el sacrificio que hace de la libertad y de la subjetividad humanas en aras de valores que, santifi­cados por el respeto, se aparecen como absolutos o incondicionados: la superioridad de la raza, la bondad de la Religión, la moralidad de la familia, el carácter sa­grado de la Propiedad, la necesidad del Orden y la de Je­rarquía, la superioridad del Pasado sobre el Presente, etc. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 Si hay algo que se encuentra en las antípodas de esa rigidez, solemnidad y tesitura monástica y colonial que representa el espíritu de seriedad católico-fascista, es pre­cisamente el peronismo. Quienes pretenden comparar la persecusión a los cató­licos del peronismo con la persecusión a los judíos de los nazis olvidan que el antisemita persigue en nombre de valores intransferibles que sólo él posee, de una esen­cia eterna de que está excluido para siempre el judío. Pero entre nosotros, los altaneros poseedores exclusivos de esa esencia son, precisamente, los católicos, por lo que la destrucción de una iglesia tiene el signo totalmente con­trario a la destrucción de una sinagoga. Los pocos valores tradicionales que momentáneamente, y por razones meramente tácticas, impuso –por ejemplo, la enseñanza religiosa– terminó traicionándolos. Las cua­tro leyes peronistas: voto femenino, divorcio, reconoci­miento de hijos naturales, y profilaxis, constituyeron im­plícitamente un atentado al orden moral sustentado sobre los pilares: Dios-patria-hogar. En La razón de mi vida, texto oficial de lectura para la Universidad, colegios secundarios y hasta primarios, su autora o inspiradora se burla abiertamente de las conven­cionales normas sociales y de toda mojigatería: “Yo he sido siempre desordenada en mi manera de hacer las cosas –dice–. Me gusta el desorden como si el desorden fuera mi medio normal de vida. Creo que nací para la revolución. He vivido siempre en libertad. Como a los pájaros, me gusta el aire libre del bosque. Ni siquiera he podido tolerar esa especie de esclavitud que es la vida en la casa paterna o en el pueblo natal… Muy temprano en mi vida dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces siempre he sido libre. He querido vivir por mi cuenta, y he vivido por mi cuenta”. Esto se leía en las escuelas, en donde hasta en­tonces la escala de valores iba desde la ciega imitación a los arquetipos, modelos de perfección que eran el padre, la maestra y el prócer, hasta la suprema virtud de tener las uñas limpias y los zapatos lustrados, porque eso era lo que había soñado Sarmiento. Por su parte Perón, en sus discursos a la juventud, no hablaba de obediencia ni de respeto a los padres o a los superiores; por el contrario, los incitaba a abrirse paso por sí mismos, sin ayuda de nadie, apartándose de las sendas trilladas, para seguir la suya propia… Reforzando la teoría, las reuniones nudistas de la U.E.S. contribuían a paganizar vertiginosamente al país. Los ho­nestos padres de familia que mandaban a sus hijas al colegio de monjas debieron resignarse a verlas sin trencitas y sin medias negras haciendo gimnasia delante del gran sátiro. Hasta la fotografía difundida por millares de ese ex­hibicionista con camisa al viento y gorrita sobre los ojos sirvió para que los “tristes” porteños arrojaran sus propios ropajes negros y sus cuellos duros, apercibiéndose que el decoro y la noble virilidad eran también un traje anti­cuado aunque respetable que en cualquier momento era posible sustituir por otro más cómodo. Masas y juventudes fueron el elemento dominante de la Nueva Argentina. Ambas con un sentido de la provoca­ción casi surrealista, se consagraron alegremente al exci­tante deporte de socavar los cimientos de la Vieja Ar­gentina, es

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decir, el mundo de los viejos y las aristocracias. Un destino burlón y vengativo encontró en la más oscura de las partiquinas el instrumento para humillar a la más orgullosa de las oligarquías. Las virtuosas damas debieron codearse en las cárceles con prostitutas y mecheras. Los elegantes y cultos ancianos, que se refugiaban de las vul­garidades de estos tiempos de decadencia tras los muros del Jockey se encontraron un día con un maloliente y vociferante puesto de frutas insolado en las propias es­calinatas del glorioso edificio. Hasta la florida retórica parlamentaria de nuestros doctores democráticos debió ca­llarse de vergüenza ante quien les gritaba “bosta de pa­loma” sin preocuparse del buen tono. Los diez años de peronismo significaron, en suma, un desafío al imperio de las costumbres, a la majestad de los valores establecidos, de todos los clisés morales y las mór­bidas inhibiciones del filisteísmo, de la hipócrita ideología de la virtud y de la explotación de la Vieja Argentina. Cuando hasta los valores estampados en billetes y en tí­tulos de propiedad caían, ¿en qué valor creer? La frené­tica danza de la inflación, haciéndonos girar a todos a lo largo de una espiral sin fin, trajo consigo la inevitable destrucción de la moral burguesa sustentada en el ahorro, en el orden, en la conservación, en la propiedad. A me­dida que nos íbamos desprendiendo de nuestros ahorros, nos íbamos desnudando –la ropa interior no tiene bolsillos–, nos íbamos liberando de la moral. Ya no era posible hacer cálculos, proyectar casarse, tener una casa propia, pro­ gresar, gozar de una vejez tranquila, jubilarse. Todo se lo llevaba el diablo. Entonces, había que divertirse, vivir plenamente en la borrachera de la fiesta, del juego, del erotismo, de la especulación, en la destrucción del lujo: afirmarse positivamente en el fuego de las pasiones, ago­tándose en el instante, destruyéndose. La alegría, como el papel moneda, valía poco, pero eso sí, abundaba. El país entero entraba en la danza, no ya al compás de un tango llorón, sino de un desenfrenado que gritaba: “En Buenos Aires, todo el mundo se divierte”, o “Por cuatro días locos que vamos a vivir, por cuatro días locos te tenés que di­vertir”. Perón parecía, en sus últimos tiempos, haber concebido una teoría según la cual la humanidad entera y él inclusive tenían que divertirse. Los campeonatos deportivos, las re­uniones estudiantiles, los festivales cinematográficos, ani­ maban a todos los argentinos, hasta los incitaban a diver­tirse en toda forma, excepción hecha, claro está, en la po­lítica. El peronismo demostró que es posible combinar la libertad más desenfrenada con el despotismo. Pero la diversión es diversificación, esto es, cambio. La otra cara de la fiesta permanente es la declaración per­manente de revolución. Los conservadores sólo veían las similitudes que toda revolución tiene con un excitante repertorio de circo. Salvando las distancias, la Revolución francesa, con su espectáculo continuado de guillotina, debe haber parecido a la nobleza una sanguinaria mascarada que repudiaría la posteridad; en historia, la equivocación es siempre el lote de los derrotados. Los conservadores no supieron ver en la caricatura peronista el retrato de las contradicciones sociales. No vieron que ese estado de demencia colectiva que caracterizó al peronismo era únicamente la exaltación llevada al extremo de la locura cotidiana y normal de los MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS


1951 - 1956 argentinos. La lógica y la moral no pueden regir ya a la política cuando los antagonismos alcanzan un punto de excepcional aspereza. El mismo desmantelamiento que el peronismo llevó a cabo con la moral privada se efectuó en la moral públi­ca. La Constitución, el parlamento, la gran prensa, el poder judicial, la Universidad, todas las mistificaciones de la so­ciedad se vieron desnudadas… Estos bandidos de frac se ahogaban en la atmósfera irrespirable de la Argentina pe­ronista. Es que se había removido la basura –como decía Martínez Estrada– y eso daba mal olor, y ellos estaban acostumbrados a tapar la basura con un ramo de nenú­fares. El peronismo no estaba destinado a crear ni construir, sino a disolver, quebrantar y perturbar al viejo orden, ins­tándonos a crear uno nuevo. La repentina aparición de Perón en el panorama polí­tico nacional produjo el mismo efecto que una piedra arro­jada con fuerza sobre las aguas estancadas de un charco habitado tan sólo por ranas dormidas. El torbellino de la aventura incontrolada del peronismo, con sus emboscadas, sus acechanzas, sus peligros, sus persecuciones, sus terro­res, sus sorpresas, vino a turbar la monótona vida cotidia­na, sin riesgos ni temeridad, en cuya permanencia y abu­rrimiento habían encontrado la fórmula de la felicidad, los pacíficos, los indecisos, los cómodos, que ahora vivían añorando el “paraíso perdido” de aquellos tiempos tranq­uilos del gobierno conservador, cuando estaban excluidas toda novedad, toda sorpresa, cuando ni un farol se cam­biaba de lugar, cuando sólo estallaban rebeliones riguro­samente previstas y controladas. Todo ese mundo de mitos domésticos, de pequeñas cosas queridas –el barrio, el hogar, la escuela, la iglesia, el club, el comité– fueron atomizados por el dinamismo revolucionario, separados en categorías sociales, divididos en factores de producción, disgregados para siempre su antigua intimidad, perdida su confianza, manchado su candor, planificada su esponta­neidad, politizadas las ingenuas relaciones de los hombres entre sí. El porteño, el argentino, había dejado de ser una entidad exclusivamente individual y privada. Toda vida se había hecho pública hasta lo más secreto del corazón. Nadie podía ya escapar al mundo, ningún vano, ningún in­tersticio quedaba ya para los solitarios. En el país del in­dividualismo, de la indiferencia, del “no te metás”, de la disponibilidad espiritual, el peronismo nos obligó por pri­mera vez a afirmar nuestras propias vidas en relación con otras vidas, con nuestros semejantes, con nuestros com­pañeros, aun con nuestros enemigos, por medio del amor o del odio, de la ayuda o de la hostilidad, de la complicidad o de la delación, pero nunca de la indiferencia (…) De este modo, todas las críticas, ciertas o no, al pero­nismo, no son sino sofismas hipócritas, subterfugios misti­ficadores y diversiones tácticas, que no sirven, en última instancia, sino para tranquilizar las conciencias de los pri­vilegiados. No nos engañemos, la indignación del antiperonista frente a las torturas, a los estudiantes presos, a los diarios clausurados, a las huelgas rotas por la propia CGT, no es, en el fondo, sino una mal disimulada satis­facción, ya que todas esas injusticias le proporcionan una coartada y la comprometedora prueba de un chantaje moral. El alto industrial o el terrateniente explotarán los sufri­mientos que la

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policía peronista inflige al estudiante de­mocrático para justificar los sufrimientos que ellos le infli­gen al obrero de su fábrica o al peón de su estancia. Toda crítica a la violencia revolucionaria no sirve sino para jus­tificar la violencia de las clases poseyentes y defender, aunque indeliberadamente, el “statu quo”. (…) Pero el antiperonista tratará de volver nuestras propias argumentaciones en contra nuestra. Dirá que somos nos­otros quienes, en verdad, estamos haciendo una diversión táctica al magnificar las mistificaciones del antiperonismo para disimular las mistificaciones del peronismo. Dirá que tampoco nosotros podemos exigir el abandono de los forma­lismos democráticos en nombre de una revolución que no se hizo, de una justicia social, una independencia econó­mica y una soberanía política que no encontraron en el peronismo más que un portador infiel sirviéndole de de­corado más que de motor. No lo negamos, pero, pese a todo, estos principios pren­dieron en nuestro país gracias a la propaganda peronista. Toda generación de argentinos fue educada en ese lenguaje revolucionario totalmente desconocido antes de Perón. Se nos dirá que el auténtico revolucionario se dirige a la conciencia del proletariado para esclarecerlo, en tanto que el demagogo trata de seducirlo, de fascinarlo con el poder mágico de la palabra. Es verdad, pero, precisamente por eso, el revolucionario de principios fracasa allí donde triunfa el demagogo. Tal el caso, entre nosotros, del par­tido Socialista frente al peronismo. El demagogo conoce bien al pueblo del cual él mismo ha surgido, y por eso parte de lo que el pueblo es real y efectivamente, sin idealizarlo como los intelectuales pequeños burgueses de izquierda. Acepta el mal –la ignorancia, la cobardía, el oportunismo, la indiferencia, la inercia, el cansancio, el aburguesamiento de las masas– para llegar al bien, es decir, al cambio que se propone. El ideólogo, por el con­trario, parte de lo que el pueblo debiera ser –consciente y responsable, disciplinado y activo–, y actúa como si ya lo fuera, es decir, pretende llegar al bien partiendo del propio bien. Pero es absolutamente imposible convencer mediante un lenguaje puramente racional a conciencias alienadas, es decir, seducidas, embrujadas por sus opreso­res. La medicina científica es impotente contra el mal de ojo, sólo la propia brujería puede exorcizarlo. Sólo es po­sible sacar al proletariado de la alienación en que vive mediante una nueva alienación, mediante una seducción de otro tipo, con un sentido más progresista, en nuestro caso, la seducción peronista… Haciendo demagogia, Perón no ha degradado la conciencia del proletariado, como pre­tenden los amantes de la revolución sin dolor y de los obreros sin olor, porque en una sociedad separada en clases toda conciencia está ya degradada desde que viene al mundo y nadie puede degradarla más. Es verdad, Perón mentía a los obreros haciéndoles creer que ellos eran el gobierno, cuando en verdad no lo eran. Pero la cara posi­tiva de esa mentira estaba en que los obreros se fueron familiarizando con la idea de que ellos debían y podían ser el gobierno, de que el gobierno era asunto de ellos. Por eso el peronismo no ha sido el sucedáneo de la re­volución social sino su propedéutica… Fuente: Revista Contorno, nros. 7-8, Buenos Aires, julio de 1956.

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Eva Perón y la mamá de Juanito en su último paseo, de Daniel Santoro, 2004.

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