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Ideas
Gabriel
Permear el cuerpo
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Galaviz
I
Poseo una relación complicada con diversos tipos de sonidos. Desde los más comunes, por hablar del canto de los grillos, hasta los más contingentes, como el repicar de las ventanas en medio de un terremoto. Me mantengo, en todo caso, alerta a cualquier variación del paisaje sonoro que he adoptado como mío y que, en medio del estatismo global, he aprendido a reconocer con una precisión casi quirúrgica. Es una obsesión que he desarrollado desde que tengo memoria o, al menos, desde que aprendí a reconocer que en la mutabilidad también reside el peligro.
II
Me levanto y el primer sentido que intento agudizar es el oído. Percibo que hay silencio y, por tanto, hay una diversidad de posibilidades sobre las cuales el día de hoy puede discurrir. En un par de minutos me daré cuenta si hay risas estridentes y el nudo en mi estomago podrá aligerarse. Si, por el contrario, vuelve a haber silencio —el silencio que reviste al malhumorado padre—, mi cuerpo tendrá que adaptarse a dicho escenario. Tendré que medir mis palabras, aclimatar mi ánimo, equilibrar la balanza entre dos energías opuestas, desayunar sin hacer demasiado ruido.
Hoy se ha roto un plato y he despertado de inmediato entre una súbita taquicardia que me prepara para cualquier eventualidad. Me mantengo sentado sobre la cama hasta que escucho la queja de mi madre que me hace saber que únicamente se trató de un accidente. Respiro aliviado.
III
El llanto a oscuras puede comenzar de distintas maneras, pero siempre se delata por la disposición a ahogarse a sí mismo, sin importar cuántas veces derive esto en una tarea fallida. Comienza como un sonido gutural que, poco a poco, sube por el rostro hasta alojarse en la nariz. La sensación es opresiva y, por tanto, molesta. Finalmente un leve suspiro se abre paso
entre la boca cerrada que, tan pronto cede, busca de nuevo el aire perdido. No le temo al llanto, le temo a su negación, a su ocultamiento. Implica emprender una búsqueda que, en la mayoría de los casos, arroja resultados y un pasmo abismal.
Emprender una búsqueda supone el deseo de encontrar algo. A mamá no le gusta ser encontrada.
IV
Yásnaya Aguilar habla de su abuela para tratar de explicar las variaciones dialectales del mixe. Afirma ella que en cada pueblo hay una campana, y el timbrar y el sonido de cada una es distinto. Así, cuando los habitantes escuchan este constante repicar de todos los días, el tañido se queda en la mente y comienza a afectar la forma y el carácter de las palabras. En casa no hablamos mixe, pero tenemos nuestro propio dialecto. Lo hemos formado a partir de la repetición de distintos sucesos. De un par de espejos quebrados, por ejemplo, o de los aullidos proferidos por nuestro perro. De este modo, cada uno de nosotros hemos acuñado nuestro propio vocabulario corporal para hablar de aquello que es mejor decir en silencio.
V
Las paredes finas han formado gran parte de mi vida. Cuando vivíamos en un complejo departamental, la ventana del fregadero daba directamente al diminuto cuarto del lavado de los vecinos. Varias veces escuché gritos, injurias, golpes y puertas que se azotaban. En ocasiones estos sonidos eran enmudecidos por la música extremadamente alta que provenía del mismo lugar. Asumía que el hijo menor hacía esto con tal de evitar escuchar las repetidas discusiones que sucedían entre su hermana y su madre. Casi nunca funcionaba. Al día de hoy no puedo soportar escuchar música más allá de los límites tolerables para mi propio oído, ni tampoco sonidos abruptamente altos. Me pregunto si cuando esta violencia doméstica se trasladó a nuestro propio hogar, ellos también lo escucharon, o lo vieron. Yo evitaba salir de casa y únicamente sabía del paso del tiempo por las variaciones multicolor que sucedían sobre la piel del párpado de mi madre.
VI
Hoy desperté, de nuevo, entre gritos y portazos. Rápidamente noté que sucedían en la casa de al lado. No provenían de aquí, pero mi corazón no pudo evitar acelerarse del mismo modo que años atrás. Del mismo modo que aún se acelera al escuchar una diferencia milimétrica en la manera en la que se abre la puerta en la noche. Del mismo modo que aún lo hace cuando noto, en una fracción de segundo, cualquier variación de tono en la voz de mi padre.
He aprendido que no solo el sonido afecta la forma y el carácter de las palabras.
No únicamente permea la mente, también el cuerpo.
Estudia Literatura en la Universidad de las Américas Puebla. Ha sido publicado en diversas revistas nacionales digitales e impresas tales como Larvaria, Espora, Himen y Revista Plástico.