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Imprecación Gaba Romualdo

Entre penumbras la abuela susurraba sus oraciones.

—Al padre hay que pedirle, para que oiga, para que quiera, y trazar la cruz sobre nuestro cuerpo—. En el nombre del Padre (injusto), del hijo (caprichoso) y el Spiritus Sanctus (Fuerza chapucera),

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esperaba la noche para postrarse arrepentida frente a un altar tapizado de santos, por una veladora que le prendió a Yisus para que se llevara lejos al tío Patricio. Ella cree que le cumplió.

Abuela, Jesús está muerto y Dios murió con él, hace años que estamos solos, el que tiene mucho tiene su propio método o un gramo de suerte.

Padre e hijo eran amor, y están muertos. Por los siglos de los siglos. Tierna abuela, ilusa de ti, postrada rezando al Rey de Reyes, cien por ciento selectivo, que está sentado a la derecha de otro ser supremo cumpliendo caprichos; abuela, la religión es un partido político, un Estado corrupto, o por qué crees que los malos oyen a misa.

Tu Dios, abuela, creo en él, pero está muerto. Si está vivo observando todo, esperando el momento perfecto para mover un dedo, reniego, porque entonces es un Sujeto retorcido: Multiplicador de panes y peces al que no le reza: Palabra “divina” pronunciada por sacerdotes que practican el onanismo mirando al niño Dios en pañales: Ser supremo que acepta el canje de favores por coronitas de oro y veladoras: Mirón estéril que casi nunca puede hacer nada porque el destino no es jurisdicción suya. Estamos solos, o Padre e hijo no quieren saber nada de nosotros Si no, que alguien explique las muertas, la sed, el hambre y tus ruegos haciendo ecos que barrenan la noche. Abuela, llevo años escuchándote, preguntándome ¿Dónde está Dios y su hueste cuando se les necesita?

Jesús nos padeció. Fue sepultado y el primero en creer que íbamos a cambiar con amor.

Dios de Dios se extinguió marchito. Vacío de lagrimas. Descansa en paz.

Dios vivo existe solo para los pasajeros del opio, abuela, en una luz breve y turbadora que se nos enciende al morir, Descansa, si tu fe no bastó para que tu hijo volviera tampoco alcanzó para hacerlo partir.

2

El recuerdo del abuelo no huele a copal, en los labios de la abuela su nombre no tiene dejo a crisantemos.

—Las personas no mueren si las llevas en el corazón y en la memoria, en un dolor viejo—

Sigue ardientemente vivo más vivo que nunca va y viene sube y baja en el mismo ajetreo de hace cuarenta años. La muerte no se le comprueba. Su presencia todavía ensombrece los pasillos de la casa —jaula de adobe para el ave, sin llave y de ventanas abiertas—

Ave sumisa Ave afanosa Ave cautiva, mi abuela.

Hay canarios que se empantanan tanto en la pajarera, que no advierten cuando están abiertas.

Nació en Acapulco, Guerrero en 1985 y reside en Tecpan de Galeana. Escritora. Sus textos han sido publicados en las revistas Caracol Azul, Kaleido Revista Literaria, Mitote, Posada Almayer e Intropia, así como la antología Flores de vacío (recopilación de Óscar Páez) en 2019. Autora del libro Cartas a Victoria (Editorial Katábasis). Es fundadora y directora de Periódico Poético.

Saludar a la muerte | Juan Ramón Flores

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