Entre penumbras la abuela susurraba sus oraciones. —Al padre hay que pedirle, para que oiga, para que quiera, y trazar la cruz sobre nuestro cuerpo—. En el nombre del Padre (injusto), del hijo (caprichoso) y el Spiritus Sanctus (Fuerza chapucera), esperaba la noche para postrarse arrepentida frente a un altar tapizado de santos, por una veladora que le prendió a Yisus para que se llevara lejos al tío Patricio. Ella cree que le cumplió. Abuela, Jesús está muerto y Dios murió con él, hace años que estamos solos, el que tiene mucho tiene su propio método o un gramo de suerte. Padre e hijo eran amor, y están muertos. Por los siglos de los siglos. Tierna abuela, ilusa de ti, postrada rezando al Rey de Reyes, cien por ciento selectivo, que está sentado a la derecha de otro ser supremo cumpliendo caprichos; abuela, la religión es un partido político, un Estado corrupto, o por qué crees que los malos oyen a misa. Tu Dios, abuela, creo en él, pero está muerto. Si está vivo observando todo, esperando el momento perfecto para mover un dedo, reniego, porque entonces es un Sujeto retorcido: Multiplicador de panes y peces al que no le reza: Palabra “divina” pronunciada por sacerdotes que practican el onanismo mirando al niño Dios en pañales: Ser supremo que acepta el canje de favores por coronitas de oro y veladoras: Mirón estéril que casi nunca puede hacer nada porque el destino no es jurisdicción suya. Estamos solos, o Padre e hijo no quieren saber nada de nosotros Si no, que alguien explique las muertas, la sed, el hambre y tus ruegos haciendo ecos que barrenan la noche. Abuela, llevo años escuchándote, preguntándome ¿Dónde está Dios y su hueste cuando se les necesita?
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