Fósforo númerotres

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FÓSFORO Del latín phosphŏrus (lucero del alba) y del griego φωσφόρος —phōsphóros— (portador de luz)

1. m. Elemento químico de núm. atóm. 15, muy abundante en la corteza terrestre, de gran importancia biológica, constituyente de huesos, dientes y tejidos vivos, que se usan en pirotecnia y en la fabricación de cerillas, fertilizantes agrícolas y detergentes. (Símbolo P). 2. m. Trozo de cerilla, madera o cartón, con cabeza de fósforo y un cuerpo oxidante, que sirve para encender fuego. 3. m. Lucero (planeta Venus). 4. Revista literaria. Quémese en caso de emergencia.


Director general: Luis Fernando Rangel Directora de redes sociales y comunicación social: Rebeca Favila Montana Director editorial: Luis Fernando Rangel Directora de contenidos: Johana Rascón Director administrativo: José Arturo Santillanes

FÓSFORO

Consejo consultivo: La caja de cerillos Consejo editorial: Rebeca Favila Montana Luis Fernando Rangel Johana Rascón José Arturo Santillanes Portada: Brenda Cruz Ortega | Antes del sueño Ilustraciones en interiores: Brenda Cruz Ortega Darío Cortizo Ricardo Noriega Ángela Atenas Juan Ramón Flores Fósforo. Literatura en breve. Año uno, número tres, enero-marzo de 2021. Es una publicación trimestral editada por cuatro fósforos y una caja de cerillos. Contacto: fosforocuu@gmail. com. Editor responsable: Luis Fernando Rangel. Este número se terminó de imprimir en Chihuahua, Chihuahua, México, en el mes de marzo de 2021 con un tiraje de 100 ejemplares. El diseño estuvo a cargo de Sangre ediciones. La impresión se realizó en los talleres de Editorial Laripse. Los textos y obras son responsabilidad de sus autores y las opiniones expresadas por ellos no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Queda estrictamente prohibido no disfrutar. La literatura y las ideas son libres: comparte, pero da crédito. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos! #LiteraturaQueArde


CONTENIDO CONTENIDO 7 9

Poesía

¡Ay, dolor! Rafael Cárdenas Tiempo suspendido Aylin Navarrete

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Natación Aldo Barucq

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Imprecación Gaba Romualdo

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Dos poemas de agua Oscar Robles

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Cada vez mayor Margaret Atwood (traducción de Erbey Mendoza)

Narrativa

Abrasar Monserrat Torres

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Bruma Lydia E. Salinas García

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Babirusa Christian Anguiano

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Dramaturgia 30 Entropía

Atena Abreu (A. A.)

Ideas

Permear el cuerpo Gabriel Galaviz

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Esto no es un graffiti Juan Ramón Flores

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editorial Ha llegado el númerotres de Fósforo y con esto celebramos cuatro ediciones. Llevamos un año en el ruedo y lo que comenzó como un chispazo ahora es un gran fuego que se comparte de mano en mano, de idea en idea, de boca en boca, de página en página, de cuento en cuento, de poema en poema, de ilustración en ilustración, de ensayo en ensayo, de link en link, de todo en todo. Con cuatro ediciones pensamos en algunas cosas. Por ejemplo, en que somos cuatro fósforos haciendo esta revista con mucho amor para todos nuestros lectores y nuestros autores; en que hay cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego; en las cuatro estaciones; en los cuatro puntos cardinales; en las cuatro ediciones que saldrán año con año; y en otras cuatro cosas: adivinen cuáles otras cuatro son. Esperamos que este número sea de su agrado y el incendio continúe en expansión: que las ideas que arden siempre sigan ardiendo y compartan su fuego con los demás.



¡Ay, dolor! Rafael Cárdenas

Universolimón |Brenda Cruz Ortega

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El dolor es aquí, en la parte superior del globo ocular izquierdo. Una canción de José Alfredo hace me punce más y un movimiento de Bach lo atenúa. Canta, José Alfredo, canta. El dolor ahora es aquí. Aún aquí aquí, aquí, aquí la música lo toca. Singüenza y Góngora define lo que padezco: “fragante lluvia de pintadas rosas”. Aquí, dolor puedo verte vertiéndote. Mi nariz no se equivoca. Mi boca recita las palabras estoy vivo (y silencio). Su producción “artistica” ha sido presentada aquí, allá y allende el mar, recibiendo premios y distinciones como el Programa de Apoyo a Publicaciones Impresas “Raúl Rangel Frías” 2014 de conarte y la Beca de Creador con Trayectoria “David Alfaro Siqueiros” 98-99 del conaculta. Convencido de que las páginas de los libros propician de la íntima transmutación entre mirar y pensar, realiza libros arte-objeto y en 1995 invita a Rafael Ávila a Onomatopeya Producchons, Así como lo oyes para lanzar la colección editorial Poetazos, lo mejor de la literatura acompañada de dulces y botanas, y que este año cumple sus primeros 25 años pregonando que “la Poesía SÍ vale un cacahuate”.

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todo en el mismo lugar Session day |Ricardo Noriega

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Tiempo suspendido Aylin Navarrete

Virginia, dime tú si las piedras que te acompañan para el final son equivalentes a la tristeza que se lleva, si el río languidece ante la llegada de la persona afligida o si acaso el fluir del agua hace fácil la partida. O bien, dime tú, Alfonsina, si ante este viaje es mejor lo tempestuoso de las olas o si se trata de algo sereno como el vaivén de los veleros cerca del muelle. si todo mal desaparece tras quedar sumergida en el mar.

Nació en Chihuahua, México. Estudiante de la Licenciatura en Letras Españolas de noveno semestre en la Universidad Autónoma de Chihuahua, también es estudiante de sexto semestre de la Licenciatura en Antropología Social de la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México. Su interés por la escritura surgió tras escuchar a su madre contarle cuentos que había inventado para ella, a partir de ahí la literatura ha sido parte importante de su vida. Ha publicado algunos de sus textos en las revistas Metamorfosis, Revista Casa Rosa y Miseria, así como en la antología Voces y Letras (Voces de mi región, 2019).

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Natación Aldo Barucq La palabra labra las roscas si la nombras río como decirle al ciego que el trueno es como se ve un relámpago aquel ciego era yo cuando olvidaba las dimensiones de la casa y tocaba tu puerta para quedarme huésped en tu mar abierto y al fin ahogado, porque Ahogarse es, en esencia, una forma de asfixia en la que la boca y la nariz son ocluidas por agua de los ahogados aprendí las palabras viaje y retorno (Un cuerpo humano sin vida es más pesado que el agua hasta que iguala su peso con el fluido desplazado) hundiéndome para salir a flote de los ahogados aprendí a nadar de muertito y sin embargo (después de vagar por las profundidades del limbo líquido y de su lento proceso deterioro) llegar a algún sitio de los ahogados aprendí que la muerte precisa un método como la belleza un camino el método 1. arroja el anzuelo por la ventana y espera a que pesque un ahogado 2. no lo regreses al mar por más que baile, por más que patalee; mételo en el refrigerador para cocinarlo juntos el día que volvamos a vernos 3. si no vuelvo, desuella al ahogado sobre la mesa y extiende su piel hasta que se escurra toda la sal y aparezca una cartografía de nuestra casa del árbol 4. une los puntos, une los lunares de su piel cual marinero siguiendo constelaciones, persigue las cicatrices en el mapa que conducen hacia nuestra alcoba 5. no prendas la luz y ahí me hallarás sumergido en el estanque de agua-sombra aguantando la respiración para saber lo que sienten los ahogados y en algún momento dejaré de fingir y por mi ropa mojada sabrás que todo termina por retornar otra vez al anzuelo de tu mar abierto

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¿qué narra la piel de un ahogado? avistamientos de barcos fenicios en el fondo del océano monstruos azules caminos de agua como corrientes enmarañadas, urdimbres de veredas de coral el ahogado es la metáfora del callado romance entre mar y cuerpo y el argumento sobre la condición cíclica del polvo se nace y se muere mojado, Del agua venimos y al agua volvemos el ahogado es la evidencia de Tales para demostrar que los hombres de agua existen mira mi piel se hace viejita en la tina de baño mira mis labios se estrían si te dibujo caracoles entre las piernas mira los árboles se arrugan por tanta lluvia que han bebido parecen árboles los cuerpos que necesitan agua para envejecer y nunca morir definitivamente sino estarse yendo sin nunca llegar dice la ciencia que somos 70% agua y que el 71% del planeta es agua dice la ciencia que fuimos peces y ahora, ahogados extranjeros en tierra no conozco animal más enamorado que un ahogado no suelta su mar no te suelto igual al pez que no sabe que existe el agua el primer anzuelo tal como los pájaros no conocen la palabra vuelo y sin embargo vuelan tal como el lenguaje es la casa del ser y no puede decirlo el ahogado ignora cuántos records de nado muerto ha batido o cuánto mar nada en sus pulmones no lo sabe transcurre Licenciado en filosofía por la uaa. Autor de la novela Gang Bang (Crisálida Ediciones). Becario Interfaz 2018. Premio Interuniversitario de Cuento “Felipe San José González” 2017. Premio Estatal de Ensayo “José Guadalupe Posada”. Actualmente es docente de literatura y filosofía en Aguascalientes.

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Imprecación

Curarse las heridas |Ángela Atenas

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Gaba Romualdo


Entre penumbras la abuela susurraba sus oraciones. —Al padre hay que pedirle, para que oiga, para que quiera, y trazar la cruz sobre nuestro cuerpo—. En el nombre del Padre (injusto), del hijo (caprichoso) y el Spiritus Sanctus (Fuerza chapucera), esperaba la noche para postrarse arrepentida frente a un altar tapizado de santos, por una veladora que le prendió a Yisus para que se llevara lejos al tío Patricio. Ella cree que le cumplió. Abuela, Jesús está muerto y Dios murió con él, hace años que estamos solos, el que tiene mucho tiene su propio método o un gramo de suerte. Padre e hijo eran amor, y están muertos. Por los siglos de los siglos. Tierna abuela, ilusa de ti, postrada rezando al Rey de Reyes, cien por ciento selectivo, que está sentado a la derecha de otro ser supremo cumpliendo caprichos; abuela, la religión es un partido político, un Estado corrupto, o por qué crees que los malos oyen a misa. Tu Dios, abuela, creo en él, pero está muerto. Si está vivo observando todo, esperando el momento perfecto para mover un dedo, reniego, porque entonces es un Sujeto retorcido: Multiplicador de panes y peces al que no le reza: Palabra “divina” pronunciada por sacerdotes que practican el onanismo mirando al niño Dios en pañales: Ser supremo que acepta el canje de favores por coronitas de oro y veladoras: Mirón estéril que casi nunca puede hacer nada porque el destino no es jurisdicción suya. Estamos solos, o Padre e hijo no quieren saber nada de nosotros Si no, que alguien explique las muertas, la sed, el hambre y tus ruegos haciendo ecos que barrenan la noche. Abuela, llevo años escuchándote, preguntándome ¿Dónde está Dios y su hueste cuando se les necesita?

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Jesús nos padeció. Fue sepultado y el primero en creer que íbamos a cambiar con amor. Dios de Dios se extinguió marchito. Vacío de lagrimas. Descansa en paz. Dios vivo existe solo para los pasajeros del opio, abuela, en una luz breve y turbadora que se nos enciende al morir, Descansa, si tu fe no bastó para que tu hijo volviera tampoco alcanzó para hacerlo partir. 2 El recuerdo del abuelo no huele a copal, en los labios de la abuela su nombre no tiene dejo a crisantemos. —Las personas no mueren si las llevas en el corazón y en la memoria, en un dolor viejo— Sigue ardientemente vivo más vivo que nunca va y viene sube y baja en el mismo ajetreo de hace cuarenta años. La muerte no se le comprueba. Su presencia todavía ensombrece los pasillos de la casa —jaula de adobe para el ave, sin llave y de ventanas abiertas— Ave sumisa Ave afanosa Ave cautiva, mi abuela. Hay canarios que se empantanan tanto en la pajarera, que no advierten cuando están abiertas. Nació en Acapulco, Guerrero en 1985 y reside en Tecpan de Galeana. Escritora. Sus textos han sido publicados en las revistas Caracol Azul, Kaleido Revista Literaria, Mitote, Posada Almayer e Intropia, así como la antología Flores de vacío (recopilación de Óscar Páez) en 2019. Autora del libro Cartas a Victoria (Editorial Katábasis). Es fundadora y directora de Periódico Poético.

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Saludar a la muerte | Juan Ramón Flores

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Dos poemas de agua Todo lo constituye el agua: es un cristal que atraviesa la carne, el concreto, el viento. Atraviesa máquinas, paredes, rascacielos. Lastima al destino con una daga certera, con un corte medular. Hace pirámides donde hay montañas, simula dragones donde había ríos. Da brillo y pulso al ritmo. Es un manso animal que forma corazones en las manos de los niños se desliza en el destino se filtra en el silencio como el brazo de una Diosa alimentando a sus criaturas. * Siempre he creído que la lluvia es un mismo animal, uno largo hecho de raíces, de cristales y alfileres. Y siempre he creído 16


Oscar Robles

que hay que tocar su cuerpo. Abrir las manos, sin miedo a que el relámpago arda y revele su escorpión. Mi coche avanza tan lento como el miedo. La lluvia se rompe frente al cristal y algo escurre dentro. No sé qué es. Tal vez otro animal que mueve el mundo, el cielo, la furia de algún Dios que no conoceremos. Algo cruje dentro, desde siempre: Agua rota, cristales interminables, cataratas.

Nació en Colima, México en 1985. Estudió Letras Hispanoamericanas en la Universidad de Colima. Participó en el Festival Internacional de la Poesía en Trois-Riviére, en Quebec, en el 2008. Ha publicado en la antología poética titulada Los trabajos del mar, dirigida por Víctor Manuel Cárdenas, así como Veintidós poetas de Colima. Parota de sal, antología en el 2018. En ese mismo año publicó El cuchillo en la mirada (Mantis Editores). Es co-gestor del Encuentro Transvolcánico de Poesía en todas sus ediciones.

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Cada vez mayor Margaret Atwood (traducción de Erbey Mendoza)

Algo raro está pasando |Ricardo Noriega

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Con una frecuencia cada vez mayor, mis bordes se disuelven y me transformo en un deseo de asimilar el mundo, incluyéndote a ti (por la piel, si es posible), como oxígeno en las audaces artimañas de una planta, y así vivir, en una hoguera verde e inofensiva. No te consumiría ni habría, jamás, de terminar: seguirías ahí a mi alrededor, completo como el aire. Carezco de hojas, por desgracia. A cambio, tengo ojos y dientes y otras cosas que ni son verdes ni incluyen ósmosis. Ten, entonces, cuidado. De verdad. Toma en serio esta justa advertencia: Esta especie de hambre lo absorbe todo hacia su centro; y ni siquiera hay forma de platicarlo de discutirlo racional y tranquilamente. No existe razón alguna para todo esto: sólo es la lógica del hueso para un perro hambriento.

Es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la uach. Es Doctor en Filosofía por la uanl. Entre sus publicaciones están la traducción de La expedición punitiva: reporte del General Mayor John J. Pershing (uach, 2014), dos poemarios: Entorno de los días, con Víctor Córdoba (ichicult, 2016), y El destino en un sombrero, con Norma Luz González (Editores uach, 2019). También es autor de algunos artículos de investigación en revistas nacionales e internacionales. Actualmente es miembro del Cuerpo Académico Estudios Humanísticos de la Cultura (uach), del Sistema Nacional de Investigadores, y de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios.

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cu en n udo d etos senlace

introducción


Abrasar Monserrat Torres Tomaba la mano de mi madre mientras ella prendía fuego a un cuaderno, para después lanzarlo al montón que yacía en el patio de la casa, el hogar que nunca más volvería a ver, y que incluso días después de ese suceso no recordaba cómo era. Mi único recuerdo es el fuego, tan bello y misterioso, reclamando cada objeto que le pertenecía a mi padre y que devoraba impavidamente. También recuerdo que el rostro de mi madre brillaba, en sus ojos podía reconocer la misma furia de aquel incendio que nació de la infidelidad de mi padre, que la acompañó por muchos años, y que sólo lograba apaciguarse cuando me dejaba tirada en el suelo sollozando. Para al día siguiente reaparecer con mayor fuerza, abrasar mi cuerpo, como el fuego de aquel día calcinaba todo. Sé que no tenía miedo, como ahora, porque ella tomaba mi mano con fuerza. —Vámonos. Salimos a la calle, sólo con un par de maletas y una caja de cartón. Y eso es todo. No tengo recuerdos sobre mi infancia, sólo aquel día en que perdí el cariño de mi madre y a mi padre. El fuego y la furia es todo lo que quedó en mí.

Nacida en la periferia al norte de la Ciudad de México. Estudió Literatura Dramática y Teatro en la unam. Seducida por las bibliotecas, empezó a trabajar en ellas como realizadora de talleres de lectura para niños y posteriormente para mujeres. “Las diosas de cada mujer” es uno de sus talleres más extensos, a través del cual creó un espacio donde las asistentes pudieran acercarse a la literatura de escritoras latinoamericanas y compartir sus miedos, inseguridades y problemáticas que se viven al ser mujeres en la ciudad. Actualmente se encuentra escribiendo su primer libro de cuentos, sobre la casa de su infancia, al cual pertenece “Abrasar”.

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Bruma Lydia E. Salinas García Fernando tiene un problema: desde sus tiernos seis años —quizás desde los tres, pero también tiene problemas de memoria de vez en cuando— confunde sus propios sueños con la vida real. Suena inocente, pero le ha traído una variedad exquisita de conflictos: —Soñé que nos detenía la policía y que arrancábamos para que no nos multara. —Eso sí pasó. A Fernando no le queda ninguna otra opción más que resignarse a dudar de lo que vive. Hasta que conoce a Estela. Estela se le aparece en una tarde común, interrumpiéndolo durante una llamada telefónica. Un pequeño remolino ha arrastrado granos de sal, espuma y hojas secas y ha formado a Estela justo frente a él. Le sonríe como si lo conociera desde hace mucho. Fernando no puede continuar con la plática y cuando su amigo le pregunta qué es lo que sucede, le narra justamente lo que está pasando. El otro le responde como ya acostumbra, “no tengo tiempo para tus amigos imaginarios”, y cuelga. Fernando ni siquiera se ofende, está tan anonadado que no se ha quitado el teléfono de la oreja. Tiene la esperanza de que sea real —lo siente real— y pregunta si es un sueño. Estela se le acerca y, pegándose al teléfono como si quisiera que aquel amigo ausente la escuchara también, le asegura que todo esto es real porque ella nunca sueña. En una tarde lluviosa, Estela y Fernando están atrapados en el tráfico. Como si fuera el remedio para la situación, Fernando dice casi sin pensarlo: —Deberíamos irnos a vivir al mar. —¿Por qué el mar? ¿No quieres huir del país? —Nunca especifique qué mar. Nos ahorraríamos este tráfico. El coche avanza muy poco, se siente apenas como unos milímetros. La luz roja del semáforo les pega a ambos en el rostro, parece un retrato bien planeado. Fernando se da cuenta y se rasca la cabeza, un poco apenado, pero feliz: por primera vez está completamente seguro de que lo que está 22


presenciando no es un sueño. Dándose un par de golpecitos en la frente, como para mantenerse concentrado, continúa: —Y dicen que estar a la altura del mar lo cura todo. Tiempo después, amanece junto a Estela. Los rayos del sol le pegan directo en el cabello, parece de otro color. Fernando se mueve, incómodo, y ni así es capaz de despertarla. Le pasa los dedos por el rostro, en completa admiración, y se sorprende: la piel de Estela no puede mantenerse uniforme, parece burbujear conforme su dedo avanza. Poco a poco comienza su cara, su cabello, su cuerpo, a disolverse. Ahora Estela no es más que espuma de mar en medio de su habitación. Fernando observa el cúmulo espumoso a su lado, tranquilo. Lo que quedó de ella en sus manos, se lo lleva a la boca. Sabe a sal. Fernando se queda parado, sin una pizca de pánico. Contempla el charco de agua salada que se ha formado, puede ver su propio reflejo. Es como si se viera dentro de las entrañas de Estela, piensa. —Tienes el sueño muy pesado —dice Estela, asomándose desde el marco de la puerta—. Eso explica mucho. Fernando conduce por la carretera. Estela está en el asiento de copiloto, dormida, pese a que es mediodía. Cada que Fernando toma una curva de la carretera, su pereza disminuye y comienza a sentarse derecha, mirando al frente, cada vez más atenta. La luz le da directo a los ojos y Fernando, al pendiente, le baja el parasol de su lado para que ella pueda despertar bien, luego regresa sus manos al volante. El sol que atraviesa las copas de los árboles del camino ha formado un patrón en la cara de Fernando, Estela no le quita la vista de encima, todavía adormilada. —Creo que soñé. —¿Qué fue? —No tengo idea, pero seguro algo me estás pegando. Fernando sonríe y se atribuye ese pequeño detalle como un gran logro: ha hecho, directa o indirectamente, que Estela al fin sueñe algo. El Fernando que está manejando se hace humo lentamente —humo de 23


felicidad—, Estela no puede notarlo, pues su única preocupación en estos momentos es si en algún punto del día recordará lo que ha soñado. O lo que quizás están soñando juntos ahora. —¿Voy muy rápido? —pregunta Fernando, regresando a ser una persona de carne y sueños. —Creo que no —contesta Estela, parpadeando cada vez que la luz del camino entra de lleno al coche. Ahora van a entrar a la avenida de la ciudad. Es otra escena memorable, una más. Fernando despierta en su habitación repentinamente, como si hubiera soñado que acaba de caer a algún lugar profundo. Ha tenido una pesadilla, hace mucho tiempo que no tenía una. Busca a Estela a su lado, pero no está. Al momento de levantarse, le duele todo el cuerpo. Sus brazos están tensos, sus piernas débiles y piensa que, al momento de sentarse, seguro se le acomodó algo en la espalda. Tiene que hacer lentamente unos cuantos círculos con la cabeza para no sentirse tan rígido. El corazón lo siente en la garganta, le pesa. Al salir del cuarto, se encuentra a Estela, de espaldas, tomando agua en la cocina con una cautela sospechosa. La abraza por detrás. —Soñé que teníamos un accidente —dice Fernando, intentando, en vano, acomodar su barbilla entre el cuello y el hombro de Estela. —Lo sé —suelta Estela acomodando su collarín, que le estorba a Fernando en estos momentos. Él solo da unos pasos hacia atrás, lo entiende. Estela lo cita en la esquina de su casa, no dentro, no afuera, un poco más lejos, por seguridad emocional de ambos. Hay una banca en el camellón. Fernando nota que un lado ya está excesivamente oxidado. Estela, sin fijarse siquiera, se sienta del lado que conserva bien la pintura; está tan perfecta que parece ridículo. Fernando la imita y siente el óxido adherirse a sus pantalones, a su playera, a su persona. Es una señal. Fernando desea, desde el fondo de su abrumado ser, que esto solo sea un mal sueño. Es entonces que Estela dice que tiene algo que mostrarle: son varios folletos y fotos de casitas, refugios junto al mar. Fernando se arrepiente de haber pensado que el óxido era una señal. Estela agrega que para una sola persona es bastante accesible, y lo dice con tanta seguridad que Fernando se queda sin palabras. Dudoso, trata de 24


acomodarse en la banca, de forma que ya no sienta el óxido pegado a su propia persona; quiere ver directamente a los ojos a Estela y, por primera vez, tanto en la vida real como en sueños, ella le evita la mirada. Y de repente todo es muy claro: lo que Estela quiere decir es que le gustaría que Fernando se fuera a vivir al mar, sin ella. Fernando, en su confusión, lo único que puede alegar es que eso era un sueño compartido. Estela calla un par de segundos y contesta que ella ni siquiera sueña, y si lo hace, nunca lo ha recordado. La mente de Fernando se llena de una espesa bruma, casi neblina, que lentamente se escapa por sus ojos y su boca. Estela, cuya expresión oscila entre el hartazgo y la preocupación, pasa los dedos por el rostro de Fernando, buscando las mismas lágrimas que están a punto de salirle a ella. Al final, aprieta los labios y suelta con un sincero convencimiento: —Dicen que estar a la altura del mar lo cura todo.

Comunicóloga, escritora autoproclamada y amante del cine, con el sueño de ser guionista.

Ha participado en varios cortometrajes de ficción como asistente de dirección y guionista. Dirigió un corto documental llamado En el haz de la tierra (2019). Su cuento “Lo Chuchines” forma parte de la antología Vita Contemplativa: Los invisibles ( José Manuel Sánchez Noriega, 2018), que es proyecto del Tec de Monterrey. Actualmente es asistente de investigación de Pola Weiss: Documental.

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Babirusa Christian Anguiano

Mi primer encuentro con el babirusa marcó mi destino. Aquel día, mamá corrió asustada para sacarme de su cuarto donde resguardaba a la bestia. Yo tenía apenas cinco años y me costó entender lo que presenciaba. Al ver al animal frente a mis ojos, con su cuerpo porcino, su pelaje irregular y esos colmillos amenazantes, quise gritar, pero un ahogo frenó mis deseos. Entonces mi madre, con los senos al aire, me apartó del marco de la puerta y me dijo unas palabras que hasta ahora no he olvidado: “No digas nada, no le cuentes nada a tu papi, y yo no diré nada cuando aparezca el tuyo”. Ese es el recuerdo más viejo que tengo del babirusa de mi madre. Aunque, quizá ya estaba ahí desde antes de mi existencia. Mi pacto con ella fue sagrado y en ningún momento le dije a mi padre sobre la criatura. El babirusa aparecía, sobre todo, al medio día, cuando papá no estaba en casa. En ocasiones, al llegar de la escuela, podía percibir el aroma del ser que seguramente estaba con mamá en el cuarto. Nunca fui un traicionero, porque la fidelidad es algo que se gana, y yo quería ganarme la fidelidad de mi madre. Por eso, no le conté nada a mi papá. Pocas veces lo vi de forma directa, porque me daba miedo siquiera imaginarlo, pero las veces que tuve el infortunio de descubrirlo, me percaté de su comportamiento tan manso. Y aun así de vulnerable, no imaginaba el infierno que podía desatar aquel animalejo. Cierto día lo contemplé por un buen rato sin que nadie notara mi presencia. En esos instantes, entendí que sus colmillos, cada vez más grandes y afilados, no servían para atacar a otros, sino que se enroscaban en cierto punto, para dirigirse a sus ojos mismos. Las veces que advertí al babirusa, noté cómo esas dagas que brotaban de su hocico se acercaban cada vez más a sus globos oculares, los cuáles no tardarían en ser perforados. Yo crecí por igual, con un silencio que oprimía mi pecho y una culpa que a veces era imposible de ignorar. De mi padre puedo decir tantas cosas, pero a estas alturas ya casi 26


no lo recuerdo. No puedo decir que mi padre fuera una mala persona, porque en realidad no lo era. Se levantaba a las cinco de la mañana para preparar el desayuno, llevarme a la escuela, y regresaba a casa cuando el sol ya había caído. Solo llegaba a dormir. Estoy seguro de que ni siquiera conocía nuestra casa iluminada por la luz natural. Mi padre solo habitaba las penumbras de nuestro hogar. Posiblemente nunca vio al babirusa dentro de nuestra casa. Pero de que lo olía, lo olía. El engendro dejaba su pestilencia por toda la casa y en el cuarto de mis padres, reinaba esa hediondez que mi madre trataba de ocultar con velas aromáticas. Veinte años fueron los que mi madre ocultó su secreto. Yo solo esperé el justo instante en que los colmillos del animal tocaran la superficie del ojo. Así sabría que su tiempo se acabaría pronto. Hasta el día en que mis padres comenzaron los bombardeos de gritos en su cuarto, el mismo cuarto que resguardó al babirusa mientras el sol inundaba de luz la casa. De pronto, el babirusa dejó de aparecer. Su aroma, sus ruidos, todo de él se esfumó de nuestra casa. Por un momento creí que había muerto, asesinado por sus propios colmillos y sentí, por cuestión de días, mi alma liberada. El aire se volvió más ligero y pensé que todo estaría mejor de ahora en adelante. Pero estaba muy muy equivocado. El animal no había muerto. Mi madre lo había escondido de mi padre, de mí, de la visión de todos, pero no de ella misma. Quizá en algún momento mi padre lo vio. No lo sé a ciencia cierta. Pero las peleas entre mis padres fueron muy constantes desde esa vez. Y como todo secreto, tarde o temprano, asomó su horrible cabeza para avisarnos de su existencia. La última noche que vi a mi madre, una mujer tocó a la puerta y le devolvió el babirusa. Nos lo mostró, gordo y muy peludo, con los ojos ponchados por sus mismos colmillos. Estaba ciego y gruñía de dolor. Mi 27


madre, con la cara desencajada, decidió huir. No he vuelto a saber nada de ella desde entonces. Mi padre murió al año siguiente. Los doctores dijeron que de un infarto. Yo creo que se murió de tristeza, entregado al engaño. Su corazón se partió y, al intentar repararlo, terminó fallándole. Cuento esto porque hoy he recibido un nuevo visitante, la herencia de algo que nunca quise ser, pero que desde mi nacimiento fui. Abrí la puerta y me lo encontré. Al verlo a los ojos, entendí las palabras que mi madre me dijo a los cinco años, pero ella ya no estaba para guardarme el secreto. Tenía que actuar por mi cuenta. Hace unos meses tuve la dicha de casarme con la que yo considero el amor de mi vida, pero mi babirusa personal ha aparecido hoy, pequeño, con los colmillos apenas saliendo de su trompa, para desatar un infierno que ahora ni yo mismo, por más que lo intente, podré detener.

Ha publicado en las revistas Luvina, Himen, Larvaria, entre otras. Ganador del vi concurso Luvina Joven 2016 en la categoría de ensayo y del Primer certamen de narrativa breve “¡Ni que fueran enchiladas!” en 2020. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes 2016. Licenciado en Letras Hispánicas y estudiante de Escritura creativa por la Universidad de Guadalajara. Mantiene el blog personal https:// christiananguianom.wordpress.com

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dramaturgia primera llamada segunda llamada tercera llamada comenzamos

llu via de pa l a

bras


Entropía Naliochi Una niña caminando Caminando en el bosque de Chapultepec En el Distrito Federal México Es de noche 20:22 No lo es tanto, pero está oscuro Un lobo Nombre científico Canis lupus Es un depredador Se encuentra con la niña La niña corre El lobo es más veloz La niña es torpe, se tropieza con sus propios pies Tiene hambre Ambos tienen hambre, pero él es más fuerte La niña grita El lobo la muerde Por unos instantes sus miradas se cruzan Se reconocen El lobo se asusta La niña llora Su brazo sangra El lobo aúlla Quiere marcar su territorio Voltean arriba La luna está ahí —¿Le aúllas a la luna? Lo observa 30


Atena Abreu (A. A.)

La niña lo patea Corre, no tiene fuerza, pero corre El lobo no deja de aullar La niña se desmaya El lobo se acerca Una bala atraviesa su piel La niña despierta El cadáver del lobo está junto a ella Un hombre la carga —¿Lo mató? —Te hizo daño —Sólo buscaba comida El hombre abraza a la niña La niña llora mientras ve como se aleja la luna

¿Para ti que es el amor? —Ay dios mío, porque haces preguntas tan difíciles... Pues no sé... Es algo que te atrapa de otra persona, no es para siempre, también es como una costumbre porque es como un gusto el amor, ahorita estoy en un dilema. —No es bien difícil el ¿amor? No sé, pues para mí el amor es nomas mis perros, no te creas es que yo tengo el amor muy raro, yo creo más en el amor a la naturaleza, los animales, las plantas, y el de mi madre y lo demás ya son placeres o lujos extras o costumbres, qué raro que te enamoras de alguien y luego te vuelves a desenamorar. —Es compartir algo con alguien, todo lo que te hace feliz, es querer que la otra persona se sienta bien y crezca en todos los sentidos posibles, es ser libre disfrutando la compañía de alguien, es despertar una mañana 31


y querer llorar bonito porque si estiras la mano puedes sentir el calor de otra persona que sabes que te quiere y estar para ti incondicionalmente. —Wooow, muy profunda pregunta, resumida seria como preocuparse por el bienestar de otra persona, ver para que sea feliz y apoyarla en lo que decida sin intentar cambiar su forma de ser. —¡Ay bebé, qué existencial! El amor para mí es probablemente un sentimiento que provoca diversas sensaciones generalmente de bienestar, pero también por supuesto de placer, de enajenamiento, etcétera, el amor es querer mucho a alguien a tu madre, a tu pareja a tu hijo cuando rebasas la frontera del querer arribas a los territorios del amar, supongo y creo que realmente puedes llegar a amar a todo el mundo no sé bebé, no te sabría decir exactamente para mí que es el amar. —Mmm, que buena pregunta jajaja mmm, pues creo que el amor es la cosa más importante en la vida, sinceramente creo que venimos a este mundo a amar, todos tenemos dentro de nosotros mucho amor, pero en veces no lo dejamos salir, no creo poder definir al amor con palabras, más bien soy de la idea de que hay que amar con obras, si todos amaramos poquito más, éste sería un lugar más bonito para vivir.

Todavía -Es llegar al df y gritar ¡dice mi abuelita que les manda saludos!, ¡chilangos!, ¡dice mi abuelita que les manda saludos! -Ir en un camión muriendo de calor con una caja de donas derretidas -Dormir incómodamente cuidándolo a él -Estar rodeada de una multitud y querer estar sólo con él -Llorar de felicidad -Bailar sin cesar -Perderte en sus ojos por horas -Abrazarlo hasta que ya no tienes fuerzas -Ir en una baja súper empinada arriba de una patineta y no tener miedo

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de estrellarte -Gritar incoherencias mientras caminas por la calle libertad a las 4:00 a.m. -Dormir abrazados de cucharita -Tener un sobre miniatura color azul para guardar el dinero que te paguen -Regalarle chocolates a escondidas mientras está ocupada -Chupar la envoltura roja de los muffins -Prestarte mi libro favorito o peor aun regalártelo -Comprar un termómetro y sólo usarlo con él -Perdernos juntos en un camión hacia ningún lugar -Sonreír mientras yo lloro para que no descubra que también quieres llorar -Meterte despacito porque sabes que me duele al principio -Masturbarte frente a tu webcam porque estamos separados -Escribir 50 veces al día que te amo -Que me vomites encima, darte un baño y quedarme contigo hasta que te duermas -Tener la posibilidad de hacerte daño, pero no hacerlo -Comer doritos con dip -Regalarte mi suéter de vagabundo -Verte todos los días sin aburrirme -Hacerme bolita en el piso -Besarte -Que me veas en el sillón y llegues a taparme -Ir a comprar lucecitas de bengala al semáforo -Prometerte que si me cuentas una historia siempre me comeré mis vegetales -Verte muerto y saber que sigues vivo en mi corazón -Recordar la calidez de tus manos tocando mis manos -Platicar toda la noche del universo y del teatro -Llorar juntos porque tenemos miedo -Comerte lo que no me gusta -Cogerte bien duro y sin condón -Quedarnos sin pila en el carro en medio de una lluvia súper intensa y sin pila en los celulares

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-Esconderte para asustarme -Ver películas de terror, aunque me den mucho miedo -Sentirte aquí, aunque estés tan lejos -Asfixiarte con mis piernas mientras me haces sexo oral -Caminar bajo el sol contigo -Es llegar al df y gritar ¡dice mi abuelita que les manda saludos!, ¡chilangos!, ¡dice mi abuelita que les manda saludos!

En el 2018 egresa de la Licenciatura en Teatro en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Tomó diversos talleres de actuación, improvisación, performance, clown, teatro documental, creación de títeres, acondicionamiento físico y dirección escénica con maestros como Marcelo Mongone, Jesús Díaz, Bruno Berth, Ulises Cancino, Víctor Parra, Gustavo Álvarez y Aracely Rebollo entre otros. Ha publicado los textos “Apolo 11” y “Despedidas” en la revista Metamorfosis de la Facultad de Filosofía y Letras. Actualmente trabaja como directora del Grupo de Teatro “Enrique Macín” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, en el cual desarrollan proyectos enfocados en la difusión de la cultura y el humanismo, como muestra del teatro universitario. Actualmente está trabajando la tesis “Análisis del personaje Vicenta en Novenario de Manuel Talavera y el Trans-Personaje Caín en Caín Real People de Raúl Valles”.

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Permear el cuerpo Gabriel

Galaviz

I Poseo una relación complicada con diversos tipos de sonidos. Desde los más comunes, por hablar del canto de los grillos, hasta los más contingentes, como el repicar de las ventanas en medio de un terremoto. Me mantengo, en todo caso, alerta a cualquier variación del paisaje sonoro que he adoptado como mío y que, en medio del estatismo global, he aprendido a reconocer con una precisión casi quirúrgica. Es una obsesión que he desarrollado desde que tengo memoria o, al menos, desde que aprendí a reconocer que en la mutabilidad también reside el peligro. II Me levanto y el primer sentido que intento agudizar es el oído. Percibo que hay silencio y, por tanto, hay una diversidad de posibilidades sobre las cuales el día de hoy puede discurrir. En un par de minutos me daré cuenta si hay risas estridentes y el nudo en mi estomago podrá aligerarse. Si, por el contrario, vuelve a haber silencio —el silencio que reviste al malhumorado padre—, mi cuerpo tendrá que adaptarse a dicho escenario. Tendré que medir mis palabras, aclimatar mi ánimo, equilibrar la balanza entre dos energías opuestas, desayunar sin hacer demasiado ruido. Hoy se ha roto un plato y he despertado de inmediato entre una súbita taquicardia que me prepara para cualquier eventualidad. Me mantengo sentado sobre la cama hasta que escucho la queja de mi madre que me hace saber que únicamente se trató de un accidente. Respiro aliviado. III El llanto a oscuras puede comenzar de distintas maneras, pero siempre se delata por la disposición a ahogarse a sí mismo, sin importar cuántas veces derive esto en una tarea fallida. Comienza como un sonido gutural que, poco a poco, sube por el rostro hasta alojarse en la nariz. La sensación es opresiva y, por tanto, molesta. Finalmente un leve suspiro se abre paso 36


entre la boca cerrada que, tan pronto cede, busca de nuevo el aire perdido. No le temo al llanto, le temo a su negación, a su ocultamiento. Implica emprender una búsqueda que, en la mayoría de los casos, arroja resultados y un pasmo abismal. Emprender una búsqueda supone el deseo de encontrar algo. A mamá no le gusta ser encontrada. IV Yásnaya Aguilar habla de su abuela para tratar de explicar las variaciones dialectales del mixe. Afirma ella que en cada pueblo hay una campana, y el timbrar y el sonido de cada una es distinto. Así, cuando los habitantes escuchan este constante repicar de todos los días, el tañido se queda en la mente y comienza a afectar la forma y el carácter de las palabras. En casa no hablamos mixe, pero tenemos nuestro propio dialecto. Lo hemos formado a partir de la repetición de distintos sucesos. De un par de espejos quebrados, por ejemplo, o de los aullidos proferidos por nuestro perro. De este modo, cada uno de nosotros hemos acuñado nuestro propio vocabulario corporal para hablar de aquello que es mejor decir en silencio. V Las paredes finas han formado gran parte de mi vida. Cuando vivíamos en un complejo departamental, la ventana del fregadero daba directamente al diminuto cuarto del lavado de los vecinos. Varias veces escuché gritos, injurias, golpes y puertas que se azotaban. En ocasiones estos sonidos eran enmudecidos por la música extremadamente alta que provenía del mismo lugar. Asumía que el hijo menor hacía esto con tal de evitar escuchar las repetidas discusiones que sucedían entre su hermana y su madre. Casi nunca funcionaba. Al día de hoy no puedo soportar escuchar música más allá de los límites tolerables para mi propio oído, ni tampoco sonidos abruptamente altos. Me pregunto si cuando esta violencia doméstica se trasladó a nuestro propio hogar, ellos también lo escucharon, o lo vieron. Yo evitaba salir de casa y únicamente sabía del paso del tiempo por las variaciones multicolor que sucedían sobre la piel del párpado de mi madre.

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VI Hoy desperté, de nuevo, entre gritos y portazos. Rápidamente noté que sucedían en la casa de al lado. No provenían de aquí, pero mi corazón no pudo evitar acelerarse del mismo modo que años atrás. Del mismo modo que aún se acelera al escuchar una diferencia milimétrica en la manera en la que se abre la puerta en la noche. Del mismo modo que aún lo hace cuando noto, en una fracción de segundo, cualquier variación de tono en la voz de mi padre. He aprendido que no solo el sonido afecta la forma y el carácter de las palabras. No únicamente permea la mente, también el cuerpo.

Estudia Literatura en la Universidad de las Américas Puebla. Ha sido publicado en diversas revistas nacionales digitales e impresas tales como Larvaria, Espora, Himen y Revista Plástico.

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Esto no es un graffiti Juan Ramón Flores El grafiti es un acto público y, a la vez, es un acto íntimo, anónimo. A diferencia de la creación literaria —que pasa por el momento de la escritura y la publicación—, el grafiti conlleva la creación y publicación en el mismo instante: es decir, aunque exista un bosquejo en algún cuaderno y se tenga en mente lo que se va a grafitear, el graffiti no existe como tal hasta que no se ve plasmado en algún lugar físico del espacio urbano. No podemos presumir un graffiti en un cuaderno. Podemos hacerlo hasta que está en una pared y entonces se nos llena el pecho de orgullo. Pero, ¿por qué es público y anónimo? Es público porque es un acto de exposición: decirle al mundo, aquí estoy y existo. Pero es anónimo en tanto el autor desaparece y el rol principal lo asume el lector. Es decir, no existe el graffiti si nadie lo lee. De este modo no surtiría efecto aquella sentencia que está plasmada en más de una pared.

xxxx el que lo lea

Estudió dos semestres de periodismo y luego se dio cuenta de que no valía la pena. Hace dibujitos

desde niño pero no le alcanzó para estudiar diseño. Escribe desde secundaria y estudió literatura pero no le alcanzó para escribir bien. En pocas palabras, hace lo que puede.

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